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eyes y pajaros iliana Bodoc = \ iy eo Al C (> / INorma a Reyes y pajaros Liliana Bodoc Ilustraciones de Matias Trillo JNorma sruwedicnmenceracomlanentins ogots Bact Ais, Cidade Men Li, Se, Chik, Bodo Lier Reyes pun Lila Rak. - La, 6 rim. Cina Aunnoan de Bucoas Airs: Grip Ett Newns, 2008 104 p18 Wem. (Tore de papel) ISBN OTN? 545.4365 1. Nara lane Argentina. Tl. coo 56392 © Liliana exo, 2007 fo Mathis Sct! Agence Liss ©2007 litgarurazencurGrhisatrybelse {©2007 en patel para te el melo, Eira Nowra SA, Av. Leama Ale 1074, Chad de Betis Airs, Angina Reservas tak lr érechon Prob a reper tol paca Ata abe por caer na, permis erie da Editorial Manca y signs dine que emer fa denen °N/NormiCaraal ® bj encase Grupo Carel (Color Imps en Ange. Prine in Angin Sevea impress de 2018, Diets dea coecens Mania Oxo y Remand Dae Phogicia yaa: Hern Vagos Eien: Conta Pesicini Gerona de prs: Gregorio Branca cccoiorsret ISBN 978.987 5548-5 Contenido El lugar de los pajaros... Espanta y Pajaros in Fermin de la Estrella 21 Kin kil 39 El lugar de los reyes... Un soberano en harapos 51 E! bufén yel juglar 59 El dia que en Inglaterra murieron dos reyes 7 Mentis de perfil 87 En este cuento no hay reyes ni pajaros. Este cuento es un error... Un decreto incomprendido 95 Para la pequeria Lucta, que ya sabe cantar, saltar y brincar, andar por los aires... El lugar de los pajaros... Espanta y Pajaros [XD obre Espanta! le dijo un gorrién a una alondra—. Su tristeza es tan grande como cinco otofios, una plaga de lan- gostas y un pan duro. —Asf de grande..., tienes mucha ra6n —contesté la alondra—. ;¥ el pobre no ora por evitar preocuparnos! Pero la alondra estaba equivocada. {Claro que lloraba el Espanta! ;Y Iloraba a cantaros! Sélo que lo hacia cuando estaba Hoviendo para que nadie se diera cuenta, Una lechuza, vecina de arbol, descendi6 dos ramas para intervenir en la conversacién. —aDe quién estin hablando? —pregunt6. —Del Espanta n pondis el gorrién, El que vive en el maizal, detrés de la is viejo de por aqui —res- Joma? El essdies que Io Egpentae jecen como cualquier ser viviente. Las tormentas debili- tan sus esqueletos de madera, los fuertes vien- tos se van Ilevando, en hilachas de estopa, sus largas melenas. El granizo, cuando llega, les agujerea el sombrero. Y un poco, el corazén. También, igual que todos los que esta- mos vivos, los Espanta suefian. Y el Espanta que habitaba en el maizal, detrés de la loma, tenia su propio suefio, Un sueio sencillo para muchos; pero imposible para quien tiene los pies atrapados en la tierra. amposible...? —dijo el gorrién— jCuando de suefios se trata esa palabra no tiene sentido! Pero sin importar lo que el gorrién opinara, el suefio del viejo Espanta pareefa realmente impo- sible. Porque el Espanta sofiaba con ver el arroyo aque atravesaba el campo muy cerca de allt. —Cerea para el que tiene alas, patas, pier- nas © tentaculos —opiné la lechuza—. Pero lejos, jmuy lejos!, para quien tiene..., tiene. qué tiene? —Raices —afirmé el gorrién. Atado a la tierra, el Espanta escuché durante muchos afios el sonido del arroyo que pasaba. Mas fuerte en. verano, més suave en —Del Espanta més viejo de por aqui —res- pondis el gorrién —iEl que vive en el maizal, detras de la Jom: Ese mismo, El caso es que los Espanta envejecen como cualquier ser viviente. Las tormentas debili- tan sus esqueletosde madera, los fuertes vien- tos se van llevando, en hilachas de estopa, sus largas melenas. El granizo, cuando llega, les agujerea el sombrero. Y un poco, el coraatin También, igual que todos los que esta- mos vivos, los Espanta sucfian. Y el Espanta que habitaba en el maizal, detris de la loma, tenfa su propio suefio. Un suefio sencillo para muchos; pero imposible para quien tiene los pies atrapados en la tierra. 2 —dijo el gorrién— —mposible. {Cuando de suefios se trata esa palab tiene sentido! Pero sin importar lo que el gorrién opin suetio del viejo Espanta parecia realmente impo- sible. Porque el Espanta sofiaba con ver el arroyo «que atravesaba el campo muy cerca de all. -Cerca para el que tiene alas, patas, pier- nas o tenticulos —opiné la lechuza—. Pero lejos, jmuy lejos!, para quien tiene... tiene. jqué tiene? —Raices —afirms el gorrién. Atado a la tierra, el Espanta escuché durante muchos afios el sonido del arroyo que ps aba. Mas fuerte en verano, mis suave en B 4 invierno. Mas silbado en otofio, mas desorde- nado en primavera. —Si es tan hermoso escucharlo —suspira- bba— jeusinto mas hermoso seri verlo! Cientos de veces le pregunté a los pajaros: jedmo es el arroyo?, ;c6mo es el arroyo que atraviesa el campo? Y los pajaros se esmeraron en sus descrip- ciones y respondieron como poetas: “Bl arroyo es una cancidn que moj “Es una serpiente azul que nunca termina de pasar”. “Bl arroyo es la sombra de un rebafio que anda por el cielo”. Sin embargo, aquellas invenciones s6lo lograban que el Espanta tuviera més ganas de ver el arroyo con sus propios ojos: dos enor- mes botones cosidos en su cabeza de trapo. Asf pasaron las estaciones. Y mientras més envejecta, m&s penaba el Espanta: —No quisiera morie sin ver el arroyo. No quisiera... Los péjaros estaban preocupados. La tem- porada de tormentas estaba cerea, y era posi- ble que el Espanta no soportara otra granizada sobre su coraztn. jHabrfa que aceptarlo...! El pobre iba a morir sin cumplir su suefio. Luego, el granjero colocaria un Espanta joven, y el asunto quedaria en el olvido. —Yo nunca lo olvidaré —afirmé el gortiGn. —Muy bien —dijo la lechuza—. Y qué puedes hacer para remediarlo? Bl gorrién estuvo pensando todo el dia, el otro y el siguiente; porque no le gustaba aban- donar a sus amigos. Las primeras nubes de la temporada de tor- menta aparecieron en el horizonte. El Espanta, que presentfa el fin de su tiempo, se ocupaba Sinicamente de escuchar el paso del arroyo. ‘Como si de tanto escuchar, puciera verlo, ‘Tan cerca estaba el arroyo. ¥ sin embargo estaba tan lejos para el que no tenia tent Jos, patas o alas. —i¥o tengo alas...! {Y también pico! —exclamé el gorrisn. Y agrego—: Ti, alon- dra, también tienes alas y pico. También ti los tienes, lechuza, — Qué clase de disparate anida en tu cabeza? —La lechuza estaba preocupada. El gorrién tenia en la cabeza uno de esos disparates que solamente puede dictar el amor todopoderoso. El gorrién pensaba que serfa posi- ble hacer un pozo, y arrancar al Espanta de la tierra. Luego alzarlo por los hombros de su saco harapiento, y levarlo en vuelo hasta el arroyo. —Los granjeros aseguran muy bien a los Espanta para que no se los leve el viento —dijo la lechuza—. Tendriamos que eavar un po:o demasiado profundo, jlmposible! ‘Como all gorrién no le gustaba esa palabra, respondié con cierto enojo. —Piensa, mi buena lechuza, que tu pico. puede servir para algo més que para comer insectos y semillas. Y que tus patas pueden 6 servir para algo mejor que sostenerte en las ramas el dia entero. La lechuza, sin embargo, no se convencfa con facilidad. —Puedo aceptar eso. Pero, ;cmo haremos para levantarlo? Asi como lo ves de flaco, el Espanta es demasiado pesado para nosotros. —Tal ver sea pesado para nosotros tres, pero no lo seré para todos los pajaros del campo. La alondra habia guardado silencio. Pero cuando abri6 el pico para hablar, el gorrién lament6, por tinica ver en su vida, no poder sonrefr. —Aunque sea un disparate —dijo la alon- dra—, te ayudaré a convocar a todos los paja- ros del campo. Cruzaremos el cielo de ida y vuelta. Al fin y al cabo, para eso estén el cielo y las alas. Al ofr semejante cosa, la lechuza compren- di6 que tenfa dos alternativas: el entusiamo compartido o el pesimismo solitario. Y como no era sonsa, era lechuza, eligié el entusias- ‘mo. Yall partieron los tres, arrastrando en su vuelo un propésito de gigantes. Al amanecer siguiente, el Espanta vio acer: catse grandes handadas desde las cuatro esqui- nas del cielo. Le parecié que todos les pajaros del mundo estaban alli, Y aunque no fuera ast, al menos eran todos los pjaros del campo. Cuando Hlegaron, el gorrién carraspe6. Tenia algo muy serio para decir: —Viejo Espanta —los nervios le cerra- ban Ja garganta—: Hemos venido a cumplir tu suefio. Para eso debemos arrancarte de la tierra y... jy tii sabes de sobra lo que eso significal Espanta lo sabfa. {Y qué...? De todos :modos, la tormenta, que ya ocupaba la mitad mis triste del cielo, era la tiltima que podria soportar su corazén. —iEstoy listo! —dijo. El trabajo comenz6 de inmediato. Muchos picos, y el doble de alas, escarbaron la tie- ta. Era necesario hacer un pozo muy pro- fundo para que el Espanta quedara libre. Y habia poco tiempo porque las nubes ya casi se cafan. —iQué no llueva todavia! —pedfan tos Pajaros. Y tenfan razén en pedir. Porque si la Ilu- via se descargaba, la tierra se transformaria en barro, el pozo que estaban eavando se anega- rfa, y adiés suefio. Los pajaros continuaron cavando y escar- bando como si el cansancio fuera una menti- ra inventada por los hombres, De pronto se escuché un estruendo. —La lluvia est cerca —~advirti la lechuza Sus compafieros sabjan que eso era cierto, Por eso, aunque estaban fatigados y sedientos, con las plumas sucias de tierra, continuaron. su dura tarea Al cabo de un largo rato se oy6 un ruido que no era de tormenta. Era el ruido de un Espanta que se estaba inclinando. —{Un poco més! —dijo el gorrién. —jUn poco més! —repitié la alondra. El Espanta siguié ladesndose hasta que, finalmente, st cuerpo se desgajé de la tierra y cayé sobre el campo hiimedo. Los pijaros se miraron entre sf. Ya estaba ‘cumplida la primera parte del trabajo; pero todavia faltaba cumplir el suet. ‘Algunes con sus patas, ots con sus picos, los péjaros tomaron al Espanta desde los hombros de su saco hasta el ruedo de su pantakin remendado, Las alas se prepararon pana alzar vuelo: Ahora! —indic6 el gorrién. Entonces, el viejo Espanta ascendié despa- «io y con poca elegancia. Los pajaros hicieron su mejor esfuerzo, y un poco como barrilete, otro poco como avin averiado, el Espanta subié, subi6, y avanz6 por el aire en direccién al arroyo. En ese momento cayeron las primeras gotas de lluvia, pesadas como ciruelas. Llegaremos, legaremos —decfan los péijaros para darse dnimo. El arroyo sonaba cerca. El Espanta y su suetio e a punto de reunirse. El cielo que los miraba quiso ser til, y por un ratito retuvo la Iluvia guardada en su boca. Fe breve tiempo fue tan valioso como un siglo entero, porque alcanzé para que el Espanta llegara al arroyo. Alle y sus ojos de botones se Il staba por fin, aron de lagrimas. El arroyo del campo era més bello que todo Jo imaginado. Mas bello que la sombra de un rebario celestial, una cancién de agua y una serpiente azul. Y es que el sencilla arroyo del campo era, en verdad, un suefio cumplido. -dijo el Espanta, Y luego se durmié volando sobre su suefio. Los pjaros descendieron y, con suavidad, lo depositaron sobre el campo. Recién entonces, cel cielo permitié que la lluvia se descargara. Los ppéjaros se separaron para regresara sus nidos. EL gomri6n, la alondra y la lechuza buscaron refu- gio en el arbol de siempre. Las tres aves estaban muy cansadas: el Espanta se habfa marchado, y la Iluvia gol- peaba el mundo. —jSaben una cosa? —dijo la alondra—. He visto ese arroyo cientos de veces, y nunca me parecié tan bello como hoy. —Lo mismo pensé —dijo el gorrién. Después de un breve silencio, habl6 la lechuza: —También me sucedié a mf. Y es que ayudando a cumplir el sueno del Espanta, los pdjaros también sofiaron. Fermin de la Estrella 1 we par de alas mas una linea recta es igual a un pajaro. Un pajaro mas una jaula es igual a la tristeza. La tristeza de los Ppajaros més la valentia de un nifio es igual aun cuento. El caserén al que se mundé el viejo sefior Fermin de la Estrella estaba situado sobre una Joma, al norte del pueblo y antes del bosque. Como Fermin de la Estrella no encendia més luces que una vela azul, la noche comen- zaba en su comedor, y desde alli se desparra- maba por el pueblo. Aquel hombre habia llegado en mitad del cotovio, vestido de gris demasiado gris y con un. also pequefio, El caserén de la loma adonde fue a vivir tenfa la suciedad de muchos afios, y de muchos vientos que entraron por los vidrios rotos. Eso, sin embargo, fue poca cosa para Fermin de la Estrella que no se preocupé ni en soplar la tierra que cubrfa los muebles. Tampoco limpis las relarafias que cafan desde los techos altos como la cabellera de un fantasma. Tanto era el polvo acumulado que sus pasos, pesados y misteriosos, se marcaron en. los escalones cuando Fermin de la Estrella subié a la planta alta del caserdn, Alli esta ba el dormitorio que iba a ocupar, y algunos ‘cuartos que ni siquiera abrié. Al dia siguiente fue al pueblo a comprar alambre. Con ese material y algunas pocas herramientas construyé jaulas grandes y pequeftas. Jaulas sordas para que no pudie ran conmoverse con el ruego de los pajaros. Jaulas ciegas para que no pudieran enamorar- se de la belleza de sus prisioneros. Cuando acabé de construirlas, abrié de par eentana de su dormitorio, y miré en nal bosque. Sus ojos chiquitos, sus ojitos verdes, se metieron entre la copa de los atboles hasta encontrar la tibia oscuridad de los nidos donde los pjaros dormfan en paz. —jHe Hlegado...! —exelamé— Ustedes son pjaros y yo soy un pajarero. Ustedes quic- ren ser libre ciegas. Us Y yo construyo jaulas sordas y les desean permanecer en este siempre, y yo debo enviarlos a lugares lejanos para ganar, ros, muchas, muchisi Cuando los pajaros del bosque escucharon Ja amenaza, sus pequefios corazones se dobla- ron en dos. —Ustedes son pajaros y yo un pajarero —repiti6 Fermin de la Estrella —: jLa guerra ha comenzado! bosque pai a cambio de sus tri- monedas, Asf fue como el sefior Fermin de la Estrella sali de su caserén cangadlo de tramperas feroces. De las mis terribles yferoces, porque sus trampe- ras se parecfan al bosque. Una de ellas era idéntica a un montoncito de hierbas secas entremezcladas con semillas de color rojo, Cuando un pajaro desprevenido se acercaba a comerlas, las hierbas se levan- taban y se enlazaban entre sf para encerrar al desdichado, que no podia comprender el secre- to de ese ovillo verde. Otra de las tramperas del sefior Fermin pareefa un charco de agua donde nadaba una lombriz de buen tama- fio. Apenas un pajaro se posaba, el mentiro- so charco se inflaba como una burbuja. Y el ave quedaba adentro, picoreando ingitilmente para aleanzar el aire que estaba del otro lado. Y habja una trampera, la més apreciada por Fermfn de la Estrella, que tenfa forma, perfu- me y silencio de flor. Cuando el péjaro iba a beber su néctar, la flor cerraba los pétalos sin piedad, Y quizis hasta refa un poco. Asf, con tantas tramperas mégicas, cl comedor de Fermin de la Estrella se Ilen6 de jaulas que colgaban de clavos oxidados, cubriendo las paredes descascaradas Las jilgueros y las calandirias estaban quietos xy temblorosos, pensiando en el bosque que ya no volvertan a ver. Los p4jaros carpinteros, en cam- bio, peleaban contra los barrotes. La lechuza saspiraba, las cotorras no se cansaban de lorar. Por las noches, los péjaros enjaulados hablaban entre ellos. —Saldremos? —Si, saldremos. —Pero como, pero cuindo. Y se dormian sofiando con la libertad. —;Preciosa primavera! —Nidos nuevos de noviembre. —Suave silencio de los sauces Pero el tiempo pasaba. Y los compracores ccomenzaron a llegar. Fermin de Ia Estrella ven: dla su preciosa mercancfa a cambio de monedas. Los pajaron no cesaban de partir. Iban a mer: cados lefanos, viajaban en trenes y en barcos. Y siempre acababan olvidados en sus jaulas, des- pués de conformar el capricho de aquellos que deseahan creerse duefios de un pedazo de cielo. PAjaros enjaulados més trenes mas capri- cchos es igual a un bosque vacto. I En poco tiempo el trabajo fue tanto que Fermin de la Bstrella pensé que era hora de buscar un ayudante para que limpiara las jau- las, y atendiera la comida y el agua de sus cien- tos de prisioneros. El, mientras tanto, seguiria construyendo jaulas, levando sus tramperas al bosque y cambiando péjaros por monedas. Con esa idea fue al pueblo y ofateé en busca de la persona adecuada para ese trabajo. Este % no servia porque era demasiado charlatén, y a Fermfn de ka Estrella le gustaba el silencio, El otro tampoco porque era demasiado alt, y a Fermin de la Estrela le diggustaha que lo miraran desde arriba Por esto 0 por aquello nadie parecfa ser bueno. Al fn, Fermin dio con un nifio que bus caba trabajo porque debia ayudara su madre. —;Cémo te llamas? —pregunté el pajarero. —Blias. Elfas lo miraba desde abajo, era silencioso. Y ademas se conformaba con un pago modesto. —Escucha muy bien lo que voy a decirte. Tengo en mi caserén muchos péjaros cautivos que, aunque ti no lo creas ni lo entiendas, valen tuna fortuna. Tuya ser la responsabilidad de cui- darlos mientras yo voy al bosque y me ocupo de tratar con los compradores. (Me comprendes? —Lo comprendo —dijo Elias en vor baja. —Bien... Y dime, Elias, zestés dispuesto a respetar mis reglas? —pregunté Fermin de la Estrella, alcanzandole al nifio una hoja escri- tacon letra mal dibujada. Aquella hoja de papel decta asi: “EL ayudante que desee mantener su trax bajo, su pago y su pellejo deberd cumplir con estos deberes —No abrir jamais las ventanas del caserdn. —No ponerle nombre a los prisioneros ni hablar con ellos —En caso de que algtin pajaro escape de su jaula, el ayudante deberi hacer uso de una honda y arrojar contra el ave una piedra mor- tal. De ese modo, los dems prisioneros apren- der a estar quietos y a ser obedientes.” Firmado: Fermin de la Estrella, cazador de pajaros. Elias estuvo a punto de arrugar aquel papel y salir corriendo con sus dos piernas y Jas dos piernas de su sombra. Pero pens6 en. su madre, y decidié quedarse — Ess dispuesto a empecar ahora mismo? —Si, senor Fermin. —Avisa a tu madre, y nos vamos Camino al caserdin de la loma, Fermin de la Estrella se mantuvo algunos pasos delante de Elias. Y por ningtin motivo le dirigié la pala- bra. Ni siquiera lo hizo para invitarlo a pasar, después de abrir la puerta de madera verdosa que estaba cerrada con tres candados. Fermin de la Estrella entré y, de inme- diato, fue hacia su mesa de trabajo donde se puso a cortar alambre para sus jaulas. Elias se qued6 parado en el umbral, sin saber qué debia hacer. Un rato después, como Fermin de la Estrella seguia sin hablatle, el ayudante dio un paso prudente. Luego otro, y otto —i¥a estas adentro! —dijo Fermin de la Estrella—. Ahora cierra la puerta y empieza a trabajar, 7 nte jilgueros mas catorce calandrias més seis cardenales mas once zorzales més loros es igual a un bos. que en primavera Veinte jilgueros enjaulados mas catorce calandrias tristes mais seis cardenales péli- dos mas once zorzales atemorizados mds tres buihos con los ojos cerrados més treinta loros silenciosos es igual a un bosque moribund. El caserén estaba frfo, oscuro. Olfaa tierra yavelas arules Cuando sus ojos se acostumbraron a as distinguié el desorden. También las telarafias que bailaban en lo alto, movidas por el escaso aire que entraba a tra- és del respiradero que Fermin de la Estrella mantet Una ver mas Elfas pensé en irse, y una ver mas records a su familia. la oscuridad, F abierto. Lo primero que hizo fue recorrer las jaulas, para conocer a los prisioneros. Los pajaros se acercaron a los barrotes y piaron con dolor, batieron las alas para reclamar el cielo y agi- taron su plumaje para imicar al viento que les faltaba Elias lleg6 a la jaula de los biihos. Eran tres y parecian muy viejos. Sin quererlo, el niio sontrié ¥ los imaginé con bufandas y anteojos, leyendo un libro antiguo, como los habfa visto en los dibujos. Payo y Pietro —pens6. fas acababa de desobedecer las reglas. Habfa bautizado a tres prisioneros y, peor que eso, ya comenzaba a quererlos. Por suerte, Fermin de la Estrella, que seguia construyendo sus monstruos de alambre, no se dio cuenta de nada 30 Ill Unos pocos dfas después, Elfas ya era amigo de todos los paijaros. Unas pocas semanas después, comenz6 a pensar en lo hermoso que seria abrir las puer- tas de las jaulas, y dejar que los pajaros rewre- saran al bosque. ‘Un mes después, ya tenfa decidido hacer- Io, sin importar que eso le costara el trabajo, el sueldo y el pellejo. La oportunidad Megs una tarde muy gris, ‘cuando una tormenta dibujaba animales en. el horizonte y acercaba su trompa bramante. Era invierno. Y en el caserdn de la loma el ‘inico calor venta de una vela azul. Fermin de la Estrella habja subido a su dor- mitorio para dormitar un rato porque, segtin dijo, un fuerte resfrfo le impedia trabajar. Elfas, por su parte, permanecié en el comedor juntando coraje. Con un poco de suerte, aleanzaria a liberar a todos los pajaros. Luego saldria corriendo. Era capaz de encontrar el camino bajo la tor- menta. Y una vez en su casa, resguardado en el abrazo de su madre, nadie, ni el tal Fermin de la Estrella, podria hacerle dato. Sin duda la tormenta estaba de su lado, porque los truenos iban a confundir el ofdo del pajatero, y los rekémpagos alumbrarfan la gran oscuridad de aquel sitio para facilitarle Ta tarea. Elfas inicié el rescate por las jaulas mas bajas. —jShhb...! —les decia a los prisioneros. Los llevaba en sus manos hasta la ventana, abria apenas un resquicio. —jHasta pronto! Y all se iban los pajaros, de regreso a la ibertad. Los péjaros cautivos eran muchos. Para que ninguno de ellos quedara en prisién, Elias debfa apurarse en silencio. Y subir al banco de metal con el que aleanzaba las jau- las més altas. —iSbhh...! Hasta pronto —le dijo a una toreaza joven. —iShhh...! Vuela ripido —le dijo a un petirrojo. Tan entretenido estaba Elfas en su tarea que no advirtié a Fermin de la Estrella, de pie cen lo alto de la escalera. Hasta pronto, cotorral Fermin de la Estrella estaba observandolo con los ojos entornados y turbios ;Regresa a tu nido, carpintero! El cazador de péjaros estaba mostrando los dientes. —iNo me olvides, colibri! 3 Un ayudante desobediente mds una tarde de tormenta mas un pajarero con los ojos entornados al final de una historia. s estaba a punto de abrir la jaula de los Payo y Pietro le prometian, con sus ojos severos, que un dia iban a ensefiarle a leer como los bithos: poemas en las netv hojas, fabulas en la corteza de los Arboles viejos, y cuentos de seres humanos en el lomo veteado de los escarabajos —Ahora deben marcharse —dijo Elias en tun susurro triste Pero en ese momento se oyé una risa de alfleres, aguda git6 justo a tiempo para ver cémo Fermin de la Estrella ba por sobre La be ida de la escalera, y Elfas pens6 cémo seria un cuerpo sin piel Podrfa caminar sin piel bajo la Iluvia? IV Fermfn de la Estrel Elfas cambiando la mue sin pronunciar ni una sola palabra. Pajarero, miraba a de su cara, aunque EF Plo, Payo y Pietro se quedaron sin aire y, como nunca, desearon ser leones en vez de bihos para ayudar al nifio que, de tan palido, estaba a punto de desaparecer. Qué dirfa su madre cuando lo viera llegar sin piel...? Se cenojarfa o se pondrfa a tejerle una piel nueva? Fermfn de la Estrella hablo al fi: —;Sabes lo que voy a hacer ahora? Elfas negé con la cabeza. Entonces Fermin le pregunté a los bihos. —Y ustedes, sabihondos, ;saben acaso lo que voy ahacer? Los bahos también movieron sus cabezas para decir que no. —Pues yo, Fermin de la Estrella, mago maytisculo y magnifico, voy a decir Ja, voy a decir Ja Ja, voy a decir muy fuerte Ja Ja Ja. Fermin de la Estrella chasques los dedos de Ia mano que tenia alzada, Las tramperas Megaron por el aire, y se asentaron en sus hombros y en su cabeza. —Gracias a ti—dijo mientras empujabaa Elias con un dedo —, gracias a ti ya tu buen coraz6n acabo de ganar la mejor apuesta de mi vida. Por eso digo Ja, dos veces Ja, tres veces Ja Fermin de la Estrella muleiplicé las velas acules. —jSaben adénde estuve antes de venir a este pueblo? Ni Blias ni los biihos lo sabfan. —Pues estuve en la reunién anual de los magos mayisculos y magnificos, donde se di cuten los asuntos de mayor importancia. ;Y saben qué ocurrié alli? Elfas no podia imaginarlo. Los biihos, en cambio, comenzaban a entender. —Mis colegas, los magos maytisculos y magnificos, aseguraron que la especie de los hombres pone siempre y por siempre un pre- cio a su corazén. Ellos dijeron que, tarde 0 temprano, todos los hombres cambian sus suefios de libertad y amor por unas cuantas monedas o por un puiiado de poder. Y yo, iqué les respondi? Silencio en los biihos y en el nino, —Pues yo les respondi que eso no era cierto. Y que podria, en el plazo de un afio, hallar al menos un hombre capaz de poner su corazén por delante de todas las cosas. Alguien incapaz de vender sus suefies por unas cuantas monedas. Fermin de la Estrella sacé de su hombro izquierdo la trampera que parecia un mon- toncito de ramas, y la deshizo en polvo. —Les respondi que muchos de ustedes — y volviéaponerundedosobre el pechode Elias— prefieren la sencilla casa del amor al enorme palacio del egofsmo. Claro que mis colegas dijeron Ja... Pero yo respond Ja, Ja y Ja Fermin de la Estrella sacé de su hombro derecho la trampera en forma de charco, y se la bebid. 3 —Ahora voy en busca de la recompensa que gané en buena ley, gracias a ti, pequefio Elias, que pensaste en los pajaros del bosque antes que en ti mismo. A propésito, jsaben ustedes lo que gané? Ja mas Ja mas Ja es igual a una enorme careajada de mago. —Yo, Fermin de la Estrella, gané el dere- cho de elegir al préximo mago. Un nuevo ‘mago seré nombrado con todo los poderes. Y por largos afios sera duefio de hacer y des- hacer, transformar el espacio y atravesar el tiempo. Fermin de la Estrella miré a Elias. —Y en ti he pensado... Nadie mejor que td para convertirse en mago maydisculo y magnifico, dueiio de todos los poderes, due- fios de transformar el espacio y atravesar el tiempo a tu antojo. Fermin de la Estrella saeé de su cabeza la trampera en forma de flor y la deshoj6. —Claro que hay una sola condicién... —Fermin de la Estrella carraspeé—: Para ser un mago mayiisculo y magnifico deberés abandonar a tu madre y a tus hermanos, a tus amigos y a tu pueblo. Ellos jams volveran a saber de tf. Ni ri sabrds nunca jamés de ellos. Pio, Payo y Pietro ya habfan comprendi do y esperaban ansiosos la palabra que iba a pronuneiar Elfas. ;Aceptarfa aquel nino abandonar todo lo que amaba para ser el nuevo mago? Fermin de la Estrella cruzaha los dedos detras de la espalda, De la respuesta del nitio dependia que, en verdad, ganara la apuesta. @Cambiaria Elias el amor por el poder? —Prefiero quedarme aqui —respondié el —Ja dijo Fermin de la Estrella—. (Ja y mil veces Ja...! Ahora sihe ganado mi apues- ta. Ahora puedo asegurarle a mis colegas que encontré a alguien que no vende su corazén ni por un montoneito de monedas, ni por tuna montafia de poder. ;Pasaste la verdadera prueba, Elias! Por amor, pusiste en riesgo tu modesto sueldo de cuidador de péjaros eau- tivos. Y por amor fuiste capaz de renunciar a los poderes de un mago... Y entonces yo, jay ja, ganador de la apuesta, nombraré a.un ‘mago maytisculo y magnifico que no estaré obligado a abandonar lo que ama. Un nifio mds un coraz6n poderoso més tres bahos, mas una apuesta magnifica y maytis- cula es igual a un nuevo mago. 7 Kin kil E, domingo 27 de agosto de 1427, un grupo de gitanos se instals en los alrededores de Paris. Un mes después fueron expulsados bajo los cargos de hechiverfa, vagancia y robo. El sediur Obispo de Parts no simpatizé con los hombres de orejas perforadas. No los quiso ni cerca. Ni verles | caras morenas. Ni escuchar las guitarras turcas que alargaban la noche. Ni acariciarles los nifios, andrajosos y saludables, que salian de mafia- na a vender escobas de retamo “de harrer la desgracia”. No quiso ni oler el ungiiento con- tra las verrugas. “Que se fueran”, dispuso. Huingaros, grie- £205, egipcios, lo que fuesen. El seftor Obispo de Parts dispuso que partieran de Parts y los alrededores con su bochinche a cuestas. —;Todos fuera! A decir la buenaventura a otra parte; a curar los caballos del Condado de Flandes... Fuera de Paris, que ya tiene bas- tante con sus propios raterus. Mandado estaba. Los gitanos debfan par- tir antes de que el sol saliera tres veces. Pero ya habla salido dos. Y en la improvisada aldea gitana, nada anunciaba la partida. No habfa trajines, nadie organizaba el desparramo. Todo estaba como el primer dia. Las sogas, atadas de Arbol a drbol, se vencfan de ropas, calde- ros de cobre y racimos de uva puestos a seca. La vida entre aquella gente seguia siendo una sombra donde pasar la siesta comien- do una pera jugosa, con algunas pausas para espantar las moscas. Los gitanos habfan amanecido en los bordes de Paris, sin que los oyesen llegar. Sorprendicron a los madrugadores con todo el revoltijo instalado. Y ellos con caras de ser tan propios de allf como Ia Catedral de Nuestra Sefiora Esto ocurrié en agosto del atto 1427, el dia de San Juan, el degollado. Poco después de un ‘mes, un decreto los acusaba de hechiceros, vagabundos y ladrones y los obligaba a partir. En la ciudad corrfa la vor de que desapa- recerfan de pronto, igual que aparecieron Aseguraba la voz que era imposible ver desar mar un campamento gitano 0, por lo menos, que nadie lo habfa logrado todavia. “Tomas decidié ser el primero en sorpren- detles la partida. Es cierto que no tenfa nada mejor que hacer. Y pensaba, ademis, que podria sacarle provecho a la empresa contan- do la historia por dos moneda Com esa idea se instalé en unas ruinas cer- canas al campamento, con algunas naranjas robadas y un pan de caridad dentro de su bolsa, dispuesto a mantener los ojos abiertos hasta ver lo que debia. 2 Llevaba en su puesto una noche entera y un dfa que ya iba atardeciendo. Haba cabe- ceado en plena siesta; pero cuando desper- £6, los gitanos segu‘an en su lugar. Escuchd un ladrido que se acercaba y lo reconocis. Reconocerfa entre miles la tos de Gilliat, el mantequero. Tomas pens6 que un poco de conversacién le ayudarfa con el suefio, El viejo lleg6 y se senté a su lado. De tanto en tanto, Gilliat ocupaba al chico para alguna tarea penosa. Sentia por él un borroso carifio, y pot eso se creyé en la obligacién de hacerlo desistir de una empresa tan sacrificada como probable. Habls. —Es initil, Tomas, no vas a conseguir. Esta gente tiene tratos con todos las demonios de la tierra. Toma y dame. Un golpe de modo- rra... y cuando abras los ojos, ya no estardn aqut. (Los escuchaste hablar’... Si hasta con las palabras buscan el embrujo. Por qué otra cosa alguien diria “Kin kil” en lugar de decir “Quiero comprar manteca’. Como lo digo, ‘Tomés. ;Por mi honor! Llegan hasta la man- tequeria repitiendo: Kin kil, kin kil. Claro que me asusté al principio y levanté el cucharén de servir. Pero después entendt: kin kil. ..com- prar manteca. Y les vendi, Tomés. Al fin y al cabo su plata es plata, Gilliat se distrajo repitiendo: Plata... placa, Gilliat regres6. —i¥ nite suemias cémo cuentan las mone- das! A ver que recuerde... eka, due, trini. —El viejo levanté tres dedos—. Como oyes: eka, due, trini... kin kil, kin kil. El frescor de la noche nueva, la vor dspe- ra de Gilliat... Tomas ya estaba dormido y sofiando con un pajaro que le cantaba: Kin kil, kin kil. Se desperts y oyé al mantequero. Para despabilarse buscé una naranja, rompic la cés- cara con los dientes, y Gilliat siguié habland: —iSi son de los mejores tramposos! ‘Trampas para aparecer; trampas para desapa- recer; trampas para comprar barato. ;A pro- pésito! No sabes... Anteayer hicieron una de las suyas. Andaban estos diablos de recorrida por el lado del pastizal cuando se toparon con la cabra de Geraldine. Como sin intenciéin se fueron arrimando y en un santiamén, lo sé de buen testigo, le dieron a comer unas galletas. Tendrian ruda o mostaza nueva, Dios sabra del mejunje! Lo cierto es que, en un rato, el animal qued6 duro, muy duro, igual que muer- to. No tengo que decirte que ellos no estaban all cuando leg6 la pobre Geraldine. ;Habfa gue ofrla Hlorar por su cabra! Justo entonces volvieron estos diablos y se quedaron miran- do el loradero. Al rato, entre palabrita suelta y mucho gesto, ofrecieron comprar la cabra por un cuarto de su precio. “Para sacar la piel’, explicaban. Y se tironeaban la propia. Entre un cadaver y algin dinero no hal duda cristiana. Geraldine se apuré a aceptar el trato. Todavia los colmé de bendiciones por “la bondad de los caballeros que me llevan la cabrita muerta’, Muerta? Ni esto. Todavia se veian los vagabundos cuando la cabra se sacudié, abandoné la espalda que la cargaba y siguié tan campante. {Tarde para insultos, Geraldine! Ellos desaparecieron con “la muer- ta’, andando a pasos cortos. Como a saltitos, £50 es, como a saltitos. El péijaro andaba por la piema de ‘Tomas a pasos cortas, a saltitos. Abrié los ojos sobre- saltado. Se habia dormido doblado en dos. La pierna izquierda le hormigueaba y le habfa traido el suefio de un pajaro. Tomé la pierna con las das manos y la fue estirando despacito. Pesaba y dol —Y no podtfa ser de otra forma —conti- nud Gilliat—. Son lo que siempre fueron... Si ocurrié como me lo contaron, desde que estén sobre este mundo les pesa una condena. De aos y afios te hablo, mucho antes de que existiera la manteca. Cuando el rey que los gobernaha repartié semillas entre los pueblos de su dominio, para aquietarles el hambre con las cosechas. Ast pas6, y todos vivieron mejor que nosotros dos. Bueno, casi todos. La tierra que habitaban estos que tienes enfren- te seguia desierta. Cuando, como es razona- ble, el rey les pidi6 cuentas, ellos dijeron, con toda soltura, que se habian comido las semi- lias, ;A esté el principio del mal, Tomas! Se comieron las semillas en lugar de sembrarlas. Y con toda justicia, creo yo, fueron condena- dos a vagar por el mundo sin dormir en cama. Comen semillas... igual que los péjaros. ‘Toms estaba confundido. Lo dijo él. Lo sofis. Gilliat lo dijo. Gilliat se levanté con ruido de huesos, palmeé la espalda del muchacho y se fue rezongando contra los testarudos. —jCuidado, Tomas! —pensé Tomas. Ya era de noche y le venia el sueno. Abrié los ojos bien grandes, bien de lechuza. Y se puso a cantat. Desde el campamento gitano Hegaban luces de pequefios fuegos desparramados y olor de erizo asado. Ellos comen erizo y toman aguardiente. Erizo asado... qué bien huele después de unas pocas naranjas... del color de esas luces son las naranjas... qué bien huelen las luces. Esta vez Tomas se desperté angustiado, ‘Supo que algo habfa sucedido antes de ver... Nada, no quedaba nada. Ni el olor a erizo. Nadie, como si nunca hubiesen estado allf. Era seguro que habia dormido apenas unos minutos. Pero, a lo mejor, mucho més, iCuénto tiempo pasé desde los cuentos de Gilliat? Nada, ni las cenizas. Tomas vio una bandada de pajaros oscuros que pasaba muy alto, sobre su cabeza. Més que ver, escuch6: se ofan parecido a todos los pajaros de Parts. Mezclaban silbidos ¥ gorjeas con los tri de los trinos, con lo ean- tado en i y con lo chistado. Tomas se empiné para escuchar mejor. {Qué estarfan diciendo? jQué dirfan? 6 Kilémetros de cielo, ,qué dirian? En can. ciones trinadas... ;quién dirfa kilémetros? Con los tri... jquign—kilémetros? Y lo can- tado en i con lo silbado, Como todos los péjaros: kin—kilémetros. ino de P; Los pajaros pasaron: kin kil, kin kil... Tan lejos. Como si nunca hubiesen estado all Como cualquier gi El lugar de los reyes... Un soberano en harapos eee Montafia Rusa y un globo de gas. Y mas y mas y. Afios mas tarde supe que esas pequefias palabras tenfan nombre, pero en ese tiempo sélo era el sonido que me distingufa de los nifios felices. Un gran Parque de Diversiones habia lle- gado a la ciudad. ‘Yo estuve allf desde el principio, pegado a la alambrada, mitando cémo armaban en el baldio municipal el esqueleto del domingo. El trabajo demoré casi una semana. Los hom- bres se movfan de memoria pero sin prisa. En esos dias, el Parque era mi Reino. Me gustaba mandarme la parte con los otros pibes del mercado y contarles, como filtrando informacién de alta ingenierfa: —Esté fallando la Vuelta al Mundo. Para mf que esa no aguanta. Pero cuando todos los engranajes estu- vieron ajustados y las Srbitas recuperadas, bajaron los interruptores y yo me quedé solo, ccastigado por latigazos de luces. “El fabuloso Sky Park abre sus puertas para deleite de nifis y adultos... pasen a disfrutar... la entrada es libre... tengan a bien adquirie los pases en las boleterfas habilitadas. El fabuloso ‘Sy Park abre sus puertas para deleite..”. No para el mio. La gente entré a empujones y se encaramé sobre el Lomo de los grandes animales metali- cos sin entender la maravilla. Los maquinistas que antes conversaban conmigo ya no tenfan tiempo para hacerlo, (Han probado estar tristes en medio de una ultitud que se divierte? Por alguna razén penséen los perros, Miré con cara de déberman aun chico que parecia especialmente conten- 10, y le ladeé. El chico especialmente contento reaccion6 de la peor manera posible: me sonrid. En ese tiempo, les decfa, me acongojaban las *y”, me persegufan como mosquitos cum- bones. Las repetian los nifios colgados de las piemas de sus padres y los turistas multicolores, yylas recién casadas. Y més y més La primera injusticia que me dolis fue gtamatical. Para mf, el idioma tenfa reserva- da otra pequefia y tremenda palabra. La “o”. Si un senior deseaba dar a su familia una dominical leccién de caridad se agachaba hhasta mi cara: —iQué prefieres, nifio? jun boleto para la Vuelta al Mundo 0 una manzana acaramelada? Quien alguna ver debis elegir entre darle alivio a su tristeza 0 mitigar su hambre sabe que la “o” no tiene remedio. jHace falta que les diga que yo era pobre como una rata? Ese verano trabajaba en la feria ayudando a descargar camiones y limpiando algunos pues- tos. Lo de siempre: propinas y fruta picada. Pero ese verano iba a cambiar mi vida. Estaha en que el gentio se compraba mi dea pedazos pero no se lo podian llevar pu Lo abandonaban de pronto, sin una palmada en el lomo, hasta el préximo fin de semana. En la oscuridad, cuando ya no habla nisica ni luces, el Sky Park volvia a ser mi tertitorio. Yo, soberano absoluto, paseaba despacio por las callecitas improvisadas para comprobar que todo estuviese en orden. Lo primero era consolar a los patos del Tiro al Blanco, cond. frente a la mira de sus asesinos, aparentando indiferencia. Me detenfa junto a cada eria- tura metilica. Algunas dormian, canss 6rbitas absurdas. Yo controlaba sus respi- raciones y segufa andando. La Montafia Rusa siempre estaba abfa que era mi prefe- rida y me esperaba despierta para comentar las novedades del dia ‘Cuando me iba, justo para alcanzar el slti- mo 6mnibus que me llevaba a la madrugada de la feria, pasaba frente al Tren Fantasma. Desde adentro, desde lo oscuro, alguien me llamaba Pero yo seguia de largo... Todavfa era un nifio. los a pasar eternamente las de Era entonces cuando mi reino se vefa mas. hermoso. Las figura . bobas y descoloridas durant parecfan de noche mas de una antigua boda cele- a gitana pintada en el centro. pillidos fa brando a la no =) Hasta los carros destartalados donde cabalgaban cada domingo nifios glotones y malcriados, salfan a pastar reflejos de carte les luminosos para recomponerse. El Parque, ‘como los murciélagos, como las pesadillas, tenia mucho que ver con la oscuridad. Y bien, les contaba que cada noche alguien me llamaba desde el est6mago del Tren Fantasma. Y cada noche yo dudaba y partia Pero lleg6 una vez en que mi orgullo de Soberano triunfé sobre el miedo de nifio. Alt dentro me necesitaban y entré. Avanzaba des- pacito, adivinando los rieles, ganando tiempo mientras me acostumbraba a ver sin luna. Después de una curva apareeié la Muerte con la guadafia en alto. Pensé retroceder... pero afuera me esperaban muy pocas cosas. Pocas cosas buenas y muchas cosas malas. La Muerte me invits a seguir y avaneé Reconoet la guillotina, la mujer prisionera dentro de una botella, el enterrador con tres rostros, el sapo con colmillos. Y entre todas esas cosas, hallé un lugar destinado para mt. Era un trono de madera, dorado y rojo, con serpientes de largas lenguas. Era mi trono de Soberano, monarca absoluto del Sky Park. ro. Me senté para siempre, sin du Cuando los trabajadores desmontaron el Parque para trasladarlo, encontraron en el Tren Fantasma un mufieco que ninguno recordaba. Un Nifio Rey rodeado de serpien- tes, con los zapatos agujereaclos. Peto pronto lo olvidaron. Ellos traran con la magia todos los dias y no deben enloquecer. A partir de ese momento a todas partes voy con mi reino, dando tumbos, entre dragones y bailarinas de cera Aqut fue donde aprends, escuchando al maestro ambulante, que aquellas palabras tienen nombre. Pero hallé el remedio. ‘Cada domingo, sentado en mi trono, asusto a los nifios especialmente contentos y a los turis- tas ya las recién casadas y a la misma muerte. ¥ més y Y mais soledad, El bufén y el juglar atareado y afanoso! {Dia de alboroto y revoltijo! {Noche de fiesta en el palacio! Los Infantes ensayaban la ceremonia del baile; los Caballeros recomponfan sus barbas; el cocinero, ronco de ordenara gritos, trajina- ba entre jugos, almfbares, torres de fruta azu carada y vasijas de vino espeso. Los sirvientes repasaban mil yeces los detalles, mientras las Damas —ah... las Damas!— iban del tercio. pelo a la seda sin poder decidirse 0 Desde temprano se aprestaba el palacio para recibir un nuevo aio: mil trescientos ‘ochenta y cinco. En algiin lugar las cosas no estaban bien. Sobre un coro de voces frutales, que preten- dian persuadir con las mejores palabras, se ‘ofa un chillido agudo y un pataleo de rabia. —iNo, no, no! ;No quiero, no quiero, no quiero! La Princesa Casilda se arrancaba a tirones un vestide que consideraba {HORRIBILISIMO! mientras las Damas revoloteaban a su alrededor abanicdndola, ofreciéndole dulces y seeandole, por reveren- cia, [4grimas que no existfan. La Princesa de doce afios, puro mofios y pecas, puro bucles de estarua, nunca estaba contenta. Finalmente las Damas, aprendices de hhadas, consiguieron calmarla y vestirlaa tiem- po para que entrara del brazo de su madre, la Reina, y un paso atnis del Rey, al salén donde esperaban muchos y espléndidos invitados. Durante el trayecto alfombrado, Casilda se cempiné varias veces hasta el odo de su madre para burlarse de alguna de las nifias presents: —iEs fea, es fea, es feal Como casi todas las princesas caprichosas repetfa sus afirmaciones tres veces. La Reina, derrochando diplomacia, dirigfa una oportu- na sonrisa a la victima del negro humor de Casildica. La fiesta comene6 y fue maravillosa, Las joyas se reflejaban en las copas de cris- tal, las copas de cristal en las bandejas pla- teadas. Joyas, copas y bandejas se reflejaban en los marmoles blancos y las sonrisas de las Damas en los ojos de los Caballeros. Sacindo el apetito como si hubiese sido hambre Hleg6 el momento de los postres... y de los Bufones. Unos y otros fueron recibidos con miisica de trompas y panderos. Los Bufones, vestidos con pafios muy colo- ridos, aparecieron entre volteretas y tropezones fingidos. Todos de muy baja estatura; algunos ‘con grandes jorobas; otros con los pies torcidos hacia adlentro o la nariz mal hecha. ‘Adelante, con un mono diminuto sentado sobre su hombro, entré el Bufén Principal, preferido del Rey y mimado por las Damas —Aqui, ante mis Sefiores, ‘me inclino humildemente. Y mis, si me dejais beso el suelo que pists. Esto recité el pequefio Cornamusa, des- ués se hincé y comenzé a dar sonotos besos a al piso de mérmol. Durante unos segundos hubo silencio. Comamusa esperaba que el Rey riera... Al fin lo hizo y todos rieron con él Satisfecho con el primer triunfo, el Bufén moverse con seguridad de un lado burlandose de la espalda como come al otro, hablando con rapid sus compafteros. Ya argu el jorobado 0 encogt Ya saltaba sobre la m la pierna como el rengo. say alli se inclinaba sobre de un cordero recién cenado llaman- n enemigo del Rey dolo por el nombre de Entre tanto, la Princesa Casilda, gran servilleta alrededor de su cuello, chillaba y aplaudfa con las manos pegajosas de miel. Tal contraste hacfa imposib Ilo le gustaba o si le parecfa decididamente iHORRIBILISIMO! Largo rato continué el trabajo de los Bufones. Pero la risa se agota 7 le adivinar si aque- 2 y los ojos ban. como los estémagos. Ni las Damas aban tan bellas ni los cristales tan brillan- tes. Muchos de los apuestos Caballeros dor- ian despatarrados en sus sills. ‘Cuando Comamusa vacié sobre su cabeza un jarro de almfhar no recibié ninguna tisa en recompensa porque ya nadie lo miraba El Bufén supo que su tarea habfa termina- do por el momento. Bajé lentamente de la mesa y atraves6 el sal6n en ditecci6n al patio principal. Todavia ~~ alguno de los sirvientes que limpiahan le hizo una broma pero él no respondié. Antes de salir, quité al mono de su hombro con rabia. ‘Afuera salfa el sol. En la cara del Bufén, Jas lagrimas resbalaron sobre el almibar. I ‘Una semana despuds Cornamusa fue la ci- dad para visita al tinico pariente que conocia. Se trataba de un tio materno que lo habia criado y del cial hereds el puesto de Bufin real Atravesaba la plaza cuando dio con una tnultitud muy divertida —Bueno—protesté para s{Cornamusa—, ha llegado un juglar ala ciudad. A juzgar por las carcajadas y las exclama- ciones de la gente debia ser de los buenos. Cornamusa sabia lo que le esperaba si era dlescubierto por aquel vagabundo. Por eso aga- ché la cabeza y apuré el paso. Fue intl. El Juglar conocia bien su oficio, y su ofcio era ver y cantar lo que vefa. Apenas descubrié al Bun del Rey se aceres a él con teatral gentileza para dledicarle unos pocos versos descarados: ‘Veo en tu fea cara, amigo mio, que eres Bufén del Rey. {Qué afea tanto tu figura? {Los negros secretos que conoces? En otra ocasién el Bufén no se hubiera detenido, Pero lo hizo esta ve2 y, tironeando su chaqueta hacia abajo, grité desconsolado: —iCharlatsin! ;Puerco charlatén mentiroso! Nadie reparé en su desconsuelo, En cam- bio, la carota roja y temblona del enano desaté fas risas. Comamusa se alejé répido del lugar, asus- tado de las consecuencias que podia aca- rrearle su enojo. ¥ corrié tapandose los ofdos para no escuchar las burlas Hizo una corta visita a su tfo y luego, sin 4nimo de regresar, entré a una taberna para beber un jarro de vino. La taberna olfa mal y cera oscura, Pero allf, entre gente desdichada, ‘Comamusa se sentfa a salvo. Le gustaba obser- var el vino por la boca del jarro. Ahi dentro, circular y morado, él miraba otro mundo. Asi estaba cuando un carraspeo lo des- pabil6. Antes de que pudiera reaccionat, el Juglar de la plaza se sents a su mesa con un jarro rebalsado. Convenia pensar con velocidad. ;Qué era aquello! {Una venganza! {Mas de sus bromas? Extrafio, porque no habfa piblico. El pequetio Bufon se agarré de su jarro de vino y esperd. El Juglar parecia tranquilo. Miraba a los ccostados y silbaba: MI-SOL-FA-MI. —Bonamfs, asi me llamo, iBien lo sabfa Cornamusa! Bonam(s, conocido también como el Juglar de las Dos Lunas pues tenia dos pequefias manchas, perfectamente redondas y simétricas, a cada lado de la frente. De modo que te enojaste mucho conmi- go y me trataste de mentitoso, puerco y char- latin frente a todo el mundo. Déjame decirte que no est mal para un Bufén. ‘Cornamusa comprendia cada vez menos. El juglar parecfa contento con la escena de la plaza. —Tampoco est mal tu voz. Es muy potente. Podrias recitar ante un gran pablico y hacerte escuchar Bueno, bueno! Si Bonamfs le ce: espacio, Comamusa no lo desperdiciarfa —;Claro que podria! —respondio—. Pero prefiero desplegar mis artes en el palacio res El Juglar sonrié, ya habia reido demasiado. Ademés, aquel hombrecito de un metro trein- tay ojos de paloma pareeia de dulce corazén. —Cugntame....Cémo diviertes al Rey? —Solo es0 me faltaba. Contarte los secretos de mi genio para que te apresures a copiarlos y arrastrarlos de plaza en plaza —{Tocas el las? {Cachivache de juglares! —se horre Comamusa.—. Como Buféin Mayor toco el tamboril, el pandero y algo la trompa. Pero a Ja Princesa Casilda le aburre la musica —jCasildal Al escuchar el nombre de la princesa, Bonamis se eché hacia atrés con movimientos cexagerados. Luego aceres su cara a la del Buf y dijo en vor muy baja: —(Es cierto que chilla como una rata y huele como manteca rancial EI Bufén se puso de pie. Su rostro intenta- ha endurecerse. —Bonamfs, si te refieres a nuestra Princesa... Pero a Cornamusa le Hlegé la risa en el peor momento. La sintié subir desde el est6- mago, trepar por las costillas y empujar las mejillas desde adentro. Bufén y Juglar empezaron a reir de a poco y siguieron riendo. Rieton, brindaron y tieron mis... A la vista de ese extrafio compafie- tismo, los hombres que hebian en la taberna comenzaron a desconfiar del vino. Era tiempo de volver al palacio. El Bufén dispuso sus cosas y se despidi6. El Juglar lo detuvor spera, Ojos de Paloma, puedo ense- fharte a tocar el latid, Mafiana estaré aqui a la misma hora. —Me llamo Cornamusa. Traeré mi pandero. Ill Desde entonces, cada dia, se encontraron Juglar y Bufén en la taberna. A veces perma: necfan allf bebiendo vino y conversando mansamente. Pero, mis a menudo, llegaban hasta el rfo evitando atravesar la ciudad Eran tardes alegres: Bonamfs tocaba el latid y Cornamusa se negaba decididamente a hacerlo. A veces elegfan canciones con penas de amor, Otras veces, canciones que alaba- ban la valentfa de un antiguo guerrero. Pero Cornamusa preferfa las canciones que nunca se escuchaban en el palacio. Las que pedian escarmiento para un cruel caballero o las que se burlaban de Ia gran barriga del Obispo. El Bufon era hébil en el arte de hacer malabares y, con piedras del rio, ensenié a su amigo algunas maravillas que compensahan Jo aprendido. No era dificil, a la sombra del atardecer, ver dos siluetas girando hasta desafiar a sus propios huesos. Una, dgil y esbelta. Otra, de pies a gorro, algo mas de un metro. Cuando se cansaban, sentados a la ori- Mla y con los pies en el agua, comfan lo que Cornamusa conseguia robar de la cocina real nueces, un pedazo de carne fria, queso picante. Después regresaban. Antes de entrar a la ciudad, caminos y amigos se separaban. Lejos, Comamusa escuchaba el silbido. MI-SOL-FA-MI. Cada noche se hacia més dificil volver al palacio. El Bufon repasaba la escena. ‘Casildita estarfa tomando su clase de canto —ocasién que aprovechaban las golondrinas para emigrar, los moribundos para morir y los sordos para alegrarse. Cuando terminara, @ comiéndose un melén de puro aburrida, a reclamar su presencia intentando adi vinar qué se le antojarfa esa noche. Tal vez querria verlo caminar con las pier- nas rfgidas y los ojos en blanco. —Porque ast te ves HORRIBILISIMO y yo me asusto, me asusto y me asusto. Tal vex desearia que hablara al revés; cal vez que comiera una hormiga. —Hazlo ahora, Cémela, cémela, iAH, faltaba el estipido mono que salta- ria sobre su hombro para pellizcarle la nat IV Esa tarde los dos amigos no permanecie- ron en la taberna y tampoco fueron al rio. Bonamis debfa volver a su trabajo. De un lado tironeaba su lengua habladora y de otro su bolsa vaefa. Bsta vee eligié el mercado como escenario. Era dia de descanso y habria mucha gente dispuesta a dar una moneda a quien le hiciera olvidar por un momento cuinto trabajaba para gandrsela Decidieron que Cornamusa verfa la funcién desde cualquier agujero del teloncito mal col gado que separaba al Juglar de su piblico. S llegaban a ofdos del Rey noticias de esa extratia yunta, el enano serfa castigado con severidad. Vestido con ropa de escena, Bonamis tem- plaba el instrumento y la garganta. De tanto en tanto, levantaba la cabeza y sonrefa a Cornamusa. —sQué tienes, Ojos de Paloma? Ojos de Paloma tena ganas de llorar. Sin embargo busc6 un agujero a su altura. El Juglar ya comenzaba. — jCémo podré callar lo que conozco, buenas gentes? Mucho me temo que deberé contarlo... Pero Cornamusa no presté atencin a su amigo. Prefirié mirar los ojos que lo miraban. Ojos fijas, ojazos. Los ojos de las muchachas amanecfan, los ojos de los hombres cabalga- ban. Habia preguntas en algunas miradas. Y ‘en otras, habia respuestas. Por eso, cuando la funcién acabé, Cormamusa asomé la cabezora y aplaudié muy fuerte, olvidado del Rey y del castigo. Bonamfs y Cornamusa caminaron jun- tos hasta la encrucijada en la que siempre se separaban. Pero el dfa no estaba cansa- do, guardaba todavfa una tristeza. El Juglar se marchaba, Se iba al amanecer y muy lejos. Bonam‘s debfa estar en pocos dias en una ciudad distante, donde se celebraban grandes fiestas y le esperaba trabajo bien pagado, —Ast que adiés, Ojos de Paloma. Volveremos a encontrarnos algin dia. ‘Los amigos se separaron. Por encima de los drboles, dos silbidos se fueron juntos por el camino del viento. Vv iQué pronto aparecié el palacio ante los ojos de Cornamusa! Hubiera caminado durante largo tiempo, respirando el olor de las flores que se abren de noche. El Bufn detuvo su marcha y miré largamente. Aquel lugar le parecié el mas feo del mundo. Suspiré hondo y dio un rodeo para entrar por una de las puertas laterales, Una Dama lo vio y le aconsejé que fuera rapido al Jardin de Rosas, Casilda exigia, a gritos desgafitados, su presencia. La Reina estaba alarmada pues temfa que el disgusto empalideciera las graciosas pecas de su hija. El Rey habia vociferado que Cornamusa estaba agotando su paciencia. Un poco asustado y con la ropa de calle, Cornamusa se presenté ante la Princesa. La infanta estaba sentada sobre un taburete dorado. A sus pies, los restos de un combate de mandibulas contra alimentos, mostraban. a las claras que las mandfbulas habian salido victoriosas. Recibié a Cornamusa como era de esperar. —Eres un enano asqueroso y malo. Le diré a mi papa que te corte una oreja. ;Se lo diré..., se lo dité..., se lo diré! B Aunque la Princesa parecfa m4s enojada que de costumbre, el Bufén no se acobard6. sabia que ella era incapaz de resistirse a una fuente con crema y a las zalamerfas. Fingié gran deseneanto. —;Pobre de mt! Con menos orejas menos oiré el cantar de mi Princesa Conmovida por el elogio, Casilda modifi- cé la sentencia y, en un arrebato de ingenio, improvis6 con ella una cancioncilla. —Entonces diré a mi padre, el Rey, que te saque un ojo. {Un ojo serd, un ojo sera itralald...crala Si de nada me valfa la vida oyendo a medias a Su Graciosa Majestad, menos que nada me valdra sin verla por completo. Si dos ojos apenas me aleanzan para tanta hermosura. jPemmite, mi Princesa, que su humilde Bufon la divierta un momento? Aquella vez, Casilda opté por el barro. Cornamusa debfa embarrarse por completo para parecer mis feo y mas malo. Se disponia el pequefio a realizar su penosa tarea cuando de pronto se cansé. Asf, como pasa una sombra tras las cortinas, se cans6. El también podia enamorar los ojos, podta tecitar en la plaza y hacerse oft. Se lo habfa dicho Bonamis y ahora lo repetfa su cot Mientras pensaba en estas cosas, armé una enorme y maloliente bola de barro. La tomé entre sus manos y se puso de pie. Casilda, chupandose un dedo, sonrefa con malicia. El Bufon, MI-SOL-FA-MI, silba que silba, se fue acercando a la Princesa... muy espacio... feliz como nunca lo habfa sido. Fue un relampago. Casilda apenas alcan- 6 a asustarse cuando un montén de barto le cay6 de sombrero sobre los bucles y chorre6 por su cara. —jAqut tienes tu barro! jHorrenda, horri- bilisima, desafinada majestad! El tiempo que tardé la Princesa en reponer- se del tinico susto verdadero que se dio en su vida; el tiempo que tardaron en llegar Damas, Infantes, Rey y Reina no fue tanto como puede parecer. Apenas el suficiente para que, protegido porla noche, se escabullera fuera del palacio un pequefio Juglar con ojos de paloma. El dia que en Inglaterra murieron dos reyes Una representacién de El Rey Lear, teatro El globo. Un dia del afio 1599, Londres, Inglaterra. Témesis hacia la orilla sur. Algunas tomman la delantera y se parecen mas a un bote que a una mancha; més de ningin color que negra. Vienen desde el fondo en abanico pero ama- ran amontonadas, buscando lugar en el nismo embarcadero. Los gritos legan antes. De bote a bore, las familias que vienen separadas eligen un lugar de reunién. De borero a botero acuerdan la tarifa de los proximos viajes 78 Cuando los botes vacios parten a buscar nueva carga, los pasajeros siguen todavia alli, desconcertados y entumecidos. Mirando la mafiana. De a poco, empiezan a recordar qué asunto los trajo por el rio. Se aseguran de que todo esté en orden. Manzanas y panes en Ia bolsa. Las monedas ajustadas, los nifios a la vista... Los recién llegados se alisan la ropa, y ccon el primer paso ya estan de fiesta. Muchos han llegado antes que ellos: mari- neros, artesanos, trabajadores de los asilleros, todos caminan en la misma direceién. La marcha, blanda y hacia el sur, se detie- ne en una rifia de gallos; eruza a la taberna para tomar una cerveza; vuelve a cruzar por el amaestrador de zorros, le tira lo merecido y se va a buscar un buena sombra. Después de almorzar, hombres y mujeres ccon sus nifios vuelven a caminar hacia el sur. Ahora van apurados. Son las dos de la tarde y esta por empezar la funcién. Esa tarde se oftece una de las obras favori- tas de la mayorta, La historia de un rey trai- cionado por sus hijas, la historia del rey Lear En la entrada se mezclan los pobres y los ricos; los que vinieron por el Timesis con su cervera a cuestas y los que Hlegaron en carrua- jes. Pero una vez adentro se separan. Los ricos se acomodan muy cerca del escenario. Los pobres se agolpan en las galerfas altas. El reatto huele a hojas de enebro quemadas. En el escenario est dispuesta la sala del trono del rey Lear. Detras de los telones de fondo, los actores aflojan misculos. Entre las exigencias de los actores y las caballerizas, un muchacho va y viene. Al lado de las caballerizas, en una cama sucia, Gordobuc se esta muriendo, Gordobuc, que abora se muerte, fue a su tiempo el primer actor de la compafia de los Burbage. Con losis, su salud empez6 a ceder. Las manos le temblaban, y su memoria no rete- nia tantas palabras. No pudo seguir actuando, pero llegéa un acuerdo con los Burbage: cama y comida en nombre de los buenos recuerdos. Ya cambio del trabajo de su hijo. Gordobuc no es su nombre verdadero, no Jo Hamaron cuando nacié. El nombre era de otto, del personaje que mejor represents: un rey sombrio que se hizo aclamar por el pabl co. El actor puso la garganta, la duleura y rabia, sus Gltimas fuerzas. Por eso, creyé justo quedarse con el nombre. ‘Ahora, hasta su hijo le dice Gordobue. Es un buen muchacho, su hijo. Trabaja como un hombre. Limpieza, caballos. Y en los dias de funcién, moverse muy répido entre las exigencias de los actores y la cama sucia donde él se muere. 3 Gordobue escucha los clarines. El rey Lear, su séquito y sus tres hijas estan entrando al escenario; a la sala del trono. La galeria alta hace silencio. muchacho debe estar por llegar a echar- le un vistazo. No tiene ocupacisn cerca d escenario mientras Lear anuncia su decisién enorme de rey enorme: repartir su reino, Hija uno, hija dos, tes hijas. El reino en tres par- tes. Gonerila, Regania y Cordelia, tres hijas para repartir su poder y sus dias de viejo. E] muchacho no se demora tiempo de correr el patio. Corre, piernas fla- ar a Gordobuc. Viene para hacerlo iene para hacerle olvidar que se est que el sonre muriendo. Eso, unas cataplasmas y unos jarabes invitiles es todo lo que puede hacer. EI hijo de Gordobuc entra con gesto de actor. La galeria repleta, le cuenta. Y no volaba tuna mosca cuando Lear pregunta sus hija. Blige una aga sonreral enfermo: . decide, me ama més? la respondi le mis ojos. Os la libertad. en hablada, Gonerila, recibis la tercera parte del reino. Ni una mosca cuando Goneril —Os amo mis que a la amo mas que al espacio y que Y porsert Ni una mosca cuando hablé Regania. El muchacho busca vor de mujer para hablar como la segunda hija del rey: a —Para set feliz sélo me hace falta tu cari- Ao, padre mio. Y por decir palabras tan dulces, Regania recibié su parte del reino. El muchacho se sienta en una esquina del colchén. —Y después hablé Cordelia, la més joven, 1Qué bien estuvo hoy, Gordobuc! Qué bien estuvo! Parecfa verdad que no le salfan las palabras para responderle a su padre. El hijo de Gordobuc se levanta de un salto, busca vor de Cordelia: —jInfeliz de mf que no puedo llevar en mis labios, el corazdn! El pablico de la galeria alta olvida la c: veza. ;Habla, Cordelia! ;Habla que Lear con- funde con desamor tu torpeza de lengua! Ni una mosca cuando la furia de padre, piedra equivocada, cae sobre la ms pequetia: —Desde ahora y para siempre te considerané ‘extrafia a mi y a mi corazén. {Que la herencia de Cordelia se reparta centre sus dos hermanas! BI muchacho deja a Gordobue, y sale corriendo a tocar un tambor detrés del esce- nario, Van a entrar el dugue de Borgofia y el rey de Francia, los pretendientes de Cordelia. La iltima soltera entre las hijas. Rey Lear, te estés equivocando, piensa Gordobuc. En el escenario, Lear sefiala ala hija de su odio. —Entrego a Cordelia con la desgracia ‘como tinica riqueza. Lear dice, sefiala y pregunta a los que decfan amarla: —jLa tomas o la dejais? El duque de Borgofia la deja. jCobarde, Borgofial Eley de Francia la toma. El piblico ailla Gordobue agoniza, y piensa que su hijo debe estar por volver. Termina el primer acto. Ya no hay mas cervesa, y la galerta alta reclama a gritos que siga la funciGn. El muchacho est avivando el fuego donde se queman hojas de enebro. Gordobuc Jo espera con los ojas abiertos hacia el techo. Sabe de sobra que su hijo no tiene obligacio- nes durante el segundo acto. El muchacho cempuja la puerta con una de sus morisquetas estudiadas. (Qué bien va, ni una mosca! No vuela una mosca sobre tu dolor, pobre tey Lear. Hija Gonerila, Regania también, las dos te traicionaron apenas empufiaron tu poder 33 y tu riqueza. Las dos, tan bien habladas, te clavaron sus ufias en el corazén. Las dos hijas que tanto amor dijeron te condenan a vivir en un rincén, callado y solo, ;Pobre rey Lear! Y tu Cordelia lejos, muy lejos, en los bra- 20s de Francia. Pero alcanza el orgullo de Lear viejo para elegir su propia sentencia. El muchacho se sube a una banqueta y recita con los brazos abiertos: —jAntes prefiero ser compafiero del lobo y del bého! Eso dice Lear, y se marcha al destierro. {Corre, muchacho! Corre que empieza el tercer acto y hace falta un descampado, una noche oscurisima y Iluvia sobre el rey abandonado.. Lear llora la traicion de doshijas, Gonerila y Regania. Lear Ilora la ausencia de la dnica hija que no supo expresarle su amor con palabras: la pequefia Cordelia. —jNo, no quiero llorar més! No llores, le exige Gordobuc de rey a rey. La muerte quiere Ilevarse a Gordobue. Pero él se agarra de su cama sucia para escu- char el cuarto acto. Su hijo esta detris del escenario. Hay movimiento de tropas y tiene mucho trabajo que hacer. Cordelia, la hija del amor, regresa desde Francia para salvar al rey viejo, padre traicio- nado. Pero es tarde, el tiempo ya se fue. Lear se ha transformado en una sombra errante Lear esté loco Escondido tras los telones de fondo, el muchacho le alcanza a Lear una corona de flores. El rey entra a escena coronado de loco. Cordelia lo encuentra. —iMe conocéis, padre? —pregunta la tinica hija que siempre lo ams. Y Lear responde: —Sois un espiritu, lo sé. La galeria alta empieza a lagrimear. ‘Termina el cuarto acto. El hijo de Gordobuc entra a la habitacién. La muerte entra con él, decidida a todo. ‘Acto quinto. Se acaba la tragedia. iVamos...,vamos!, los actores le hacen sefias al muchacho para que ayude con las trompetas de la dltima escena. iVamos!, le hace sefias la muerte a Gordobuc. Gonerila y Regania ordenan el asesina- to de la hermana menor; la que no supo a5 encontrar las palabras. Todo es desolacién, tinieblas y luto. —;Toxlo es desolacién, tinieblas y luto! Lear regresa a la cordura para ver c6mo se muere la hija del amor. ¥ decicle morir con ella. La galeria alta Hora estas injusticias. EI hijo de Gordobue esta corriendo por el patio. Viene recitando los versos finales; es lo tinico que puede hacer para aliviar la agonia de su padre, Dice mientras corre: El anciano ha sufrido muchisimo; noso- tras que somos mas jévenes... Cuando entra, comprende que Gordobuc también ha salido de escena. Pero igual ter- mina de recitar los versos: —Nosotros no veremos tantas cosas, ni viviremos tanto. El muchacho termina y se sienta en la ban- ‘queta, porque total ya no lo espera ni escenario ri cama sucia. Menfis de perfil Unificacién del imperio egipcio y fundacién de la I dinastia. Aproximadamente 2800 afios antes de Cristo. gene tarse de dos maneras: de frente y de perfil Los resultados son parecidos, quizas muy parecidos. Pero nunca idénticos. “Hace 4800 aitos, en Egipto...” es un comienzo posible. “Largutsimo tiempo atrés, a orillas de un barro prodigioso..." es el mismo comienzo, pero de perfil. Lo cierto es que un cuento sobre antiguas personas de color rojizo que caminaban de costado y miraban hacia adelante debe con- tarse dos veces Hace 4800 afios, en Egipto, vivid un nifio de nombre Kamosis que crecis, fuue un egipcio de nombre Kamosis que, tiem- poyti Durante la vida de Kamosis ocurrieron en Egipto muchas cosis importantes. Para no olvi- ddalas, os egipeios las dibujaron en vasos de oro yen mazas de guerra. Y, de tan importantes, las dibujaron también adentro de las piedras. 1, y entonces > después, murié de viejo. Largufsimo tiempo atrés, Kamosis fue una nariz egipcia comin y corriente que ni de lejos conocié al faraén, y que nunca fue momia. Tal vez por eso, a nadie se le ocurrié dibujar los asuntos de su simple vida ni en las arenas del desierto. Por eso, un egipcio de perfil solamente se puede sovfar. Kamosis, el nifio, vivia con su familia en el poblado de Edfii, cerquita de un camino por el que transitaban los tltimos pastores. Porque era el tiempo cuando el pueblo del Alto Egipto abandonaba los caminos para sembrar las tierras que orillaban el Nilo. Esto es como decir que el padre de Kamosis, hombre de largu‘simo tiempo atras, habi conduciendo rebafios, y se hahfa enamorado nacido en una earavana, habia crecido yendo de un lado a otro. En cambio Kamosis, la pequefia naris, nacié en un sembradio. Para exe entonees, su padre tenfa el consuelo de las frutoss pero ya no cantaba como antes Hace 4800 afios, en Egipto, significa que la vida de Kamosis transcurrié bajo el reinado del Escorpién, el gran monarca que uni los pueblos de tio arriba y de rfo abajo. Y funds ka primera dinastfa de un gran impetio. Fue un imperio tan largo que alcanz6 para cientos de reyes, y tan cuidadoso que pensé en. todo. Tuvo hombres que cobraban impuestos, escribas ocupados en resguardar la memoria, 30 y sacerdotes que entendian lo que murmura- ban los dioses. También pensé en el tiempo «que todo lo deshace y; obstinado en quedarse para siempre, construyé gigantes de piedra ‘que atin respiran. En cambio, larguisimo tiempo atrés y a orillas de un barro prodigioso, significa que Kamosis vivi6 cuando los pueblos de tio abajo y de rfo arriba fueron obligados a obedecer a un rey que no conocfan. Y dibujaron, por eso, ccon forma de escorpién. Kamosis era un egipcio hijo de agricultor para el tiempo de la primera dinastfa de un imperio, tan largo, que alcanzé para cientos de crueles: con insolentes para cobrar, con aleahuetes para escribir, y sacerdotes para tapar el sol. El colosal imperio necesitaba una capital. Asi florecié Menfis. Los insolentes, los alcahuetes y los sacer- doves necesitaban casa y sitio donde guardar papiros. Asfflorecié Mentis. Por ese entonces, el rey, obligado a defen- der los limites del imperio, envi sus ejéreitos hacia el sur a combatir contra los hombres Nubios que amenazaban desde las cataratas. En aquellas batallas, vistas de frente, los eip= ios salieron victoriosos. Pero, viéndolo de perfil, el cuento dice otra cosa. Quizas pareciday pero no idéntica. Dice el cuento que el escorpién nunca supo que entre sus soldados, hacia el sur y de perfil, iba el padre de Kamosis. Y nunca se enter6, no se le hubiera movido ni un sélo pelo, de que el soldado padre de Kamosis no alcanz6 a ser un egipcio victorioso sino, ape- ‘nas, un hombre que no volvié para levantar la cosecha. Entonces Kamosis, hijo del soldado que no pudo volver, tuvo que crecer muy rapido. Era su obligacién sembrar las orillas del barro, dejar sobre la tierra un hijo que tuviera su misma naris. ¥ partir a fa guerra en nombre de un rey dibujado adentro de las piedras. Hace 4800 afios, en Egipto, esta escrito para siempre. Hace larguisimo tiempo, un tal Kamosis, solamente se puede sofiar. 3 En este cuento no hay reyes ni pajaros. Este cuento es un error... Un decreto incomprendido Sn pS aseguro, damas y caballe- ros, que el cumplimiento de MI DECRETO conseguir que los habitantes de este pueblo retornen al camino de la virtud y la buena conducta. Ciimplase hoy, mafiana y siempre”. ‘Un fervoroso aplauso que arrancé en el “cGimplase” y terminé varios minutos des- pués, emocioné visiblemente al orador. Se trataba del sefior Severo Cuasimorto. Hombre flaquisimo y altisimo, verdo- so y anguloso, que estrenaba, con un muy singular decreto, su recién adquitido cargo de “Custodio de la Perfeccidn’, En realidad, el mencionado cargo no existia antes de que Severo Cuasimorto lo rando lo abandoné. Cuasimorto y su cargo fueron una sola cosa, tun cuerpo y su espiritu La primera y tinica tarea del seftor Cuasimorto era eliminar los errores de los ciudadanos, castigar las equivocaciones, janiquilar la vergonzoza imperfeccién! Tras pasar df sorbiendo café amargo y comiendo galleta de limén, Severo Cuasimorto emergis triun- fante. Sostenfa, adelante y arriba, un papel escrito de su pufio y letra. El decreto que maquin6 en largas horas de inspitacién era definitivamente ingenioso. Y puso pélido a un pueblo entero, is y noches en su despacho, “Toda v que un habitante, de cualquier edad, sexo u oficio, cometa un error, desacier- to o burrada, inexactitud o traspié, tropezén © cafda, con intencién o sin ella, recibird un OBJETO en su domicilio antes de cumplirse las veinticuatro horas. OBJETO fue In palabra que eligié Severo simorto para su decreto y es o, en efecto, era lo que recibfan los culpables. Esféricos o cébicos, huecos o maci: s, claros, oscuros, 36 pesados o livianos, porosos, transparentes, pequefios o enormes. La relacién que existia entre la forma del objeto y el error comerido fue cosa que Severo se llevé consigo a la tumba. En cambio expresé, a toda voz, las ventajas del escarmiento: 1-Tada vez que uno de nuestros OBJETOS ALECCIONADORES sea Ilevado a un domicilio seré visto por todos los vecinos y esto, sin duda alguna, acarreard verguenza al imperfecto en cuesti6n. 2-Los OBJETOS, obligatoriamente colo- cados en un sitio visible de la casa, serén recuerdos constantes de los errores cometi- dos que aportarén la necesaria cuota de arre- pentimiento al citado imperfecto. {Todos fueron problemas! Los buenos vecinos pelearon entre st. La gente andaba cabizhaja y arisca. Caras demacradas, mesas sin apetito y noches con pesadillas. Lo peor de todo fue que entre tanto desa- liento y tanta vergitenza, los errores se hicieron ims frecuentes. Los OBJETOS de Cuasimorto llegaron a la casa del nitio que se equivoes en la tabla del nueve: a lo de la muchacha que dijo una mentita; a Jo del empleado que se quedé dor- ido y lleg6 tarde al trabajo. Y bien, cierto dia un anénimo sefior quiso transportar una holsa con garbanzos. De pronto la bolsa se rompié y los granos empe- zaron a dispararse por todas partes. El sefior miré ansiosamente a su alrededor, lo primero que vio fue un error grande y hueco. Sin pen- satlo dos veces vaci6 allf dentro la bolsa de garbanzos y quedé muy satisfecho. En susurtos se lo conté a su esposa, esta a.su hija, la hija a su marido y el marido al cadete de la farmacia. De este modo, en poco tiempo, todo el mundo comenzé a verle a sus errores el lado stil. Quién los usaba de martillo, quién de posafuentes. Alguien se atrevié a pintarlos ‘como adomos navidetios ;Peor avin! La gente se prestaba errores. —iTendrias un error que pueda servirme para colgar sombreros? —Préstame ese error para atizar el fuego. El escdndalo llegé a rebelién cuando los vecinos juntaron todos los errores y constr yeron juegos para los nifios en la plaza del pueblo. Severo Cuasimorto traté de controlar la rebelién, pero cuando comprendié que era imposible, desconsolado y herido, decidis partir de all sin dejar huellas 100 Lo hizo una mafiana muy temprano, Llevaba slo un pequefia maleta donde guar- daba el decreto y algunas galletas de limén, En fa mano libre, llevaba una madera larga y angosta. Un ciudadano madrugador lo vio irse. —Adidés Cuasimorto. (Qué es esa enorme madera que llevas contigo? —El inico error que cometf en mi vida. —i¥ cual fue ese error, Severo Cuasimorto? —Confiar en este pueblo de horrendos imperfectos incurables. ‘Unas horas después, Severo Cuasimorto salia del bosque que rodeaba al pueblo cuan- do encontré que el rio estaba desbordado. El puentecillo que comunicaba las dos orillas estaba cubierto, impidiendo el paso de los que quetfan Hegar 0, como en su caso, que- rfan irse muy lejos. Pasaban las horas, y Cuasimorto, altisimo y flaquisimo, verdoso y anguloso, empezaba a tener frio, hambre. Y hasta un poco de miedo, porque el bosque no se parecfa en nada a su oficina cuadrada y oscura. Cuasimorto miré una y ota vez el Objeto Aleccionador que se habia enviado a sf mismo hasta que al fin se decidi6. ;Digamos lo que es cierto...! Le tomé mucho tiempo decidirse, pero al fin lo hizo. Tomé la tabla, se tendié sobre ella boca abajo y, ayudéndose con los brazos, atraves6 eb vis hatte la tea oil Le gustara o no, el sefior Severo Cuasimorto tuvo que aceptar que gracias a su error, més un. poco de imaginacién, mas la ropa empapada, pudo seguir avanzando en el camino.

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