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La sangre nos recorre por nuestras venas, un día una de

esas gotas acabó en la boca de Carlos. Nació Azrael.

Es Halloween, noche de terror, disfruta con este regalo de


narraciones con dosis de escalofrío.
Ainhoa Escarti

Azrael y otros escalofríos


Antología de relatos

2ª Edición

Ainhoa Escarti 15.07.17


Título original: Azrael y otros escalofríos

Ainhoa Escarti, 2017

Ilustración de portada y contraportada: Sara García del Barrio

Editor digital: Ainhoa Escarti

ISBN-13: 978-1503032507

ISBN-10: 1503032507

Copyright © 2014 Ainhoa Escarti

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A Edgar Allan Poe, por llevarme a mi lado más


truculento.

A Stephen King, por hacerme ver que el miedo


puede estar en cualquier cosa.

A Murnau, por aportar delicadeza a la oscuridad de


los temores.

Gracias

AINHOA ESCARTI
AZRAEL

Se mordió la lengua sin darse cuenta, mientras devoraba


con ansias sus patatas fritas favoritas. El sabor de la sangre le
sorprendió en la boca como una explosión de un gustillo
inigualable. Dejó de tener frío, por un momento se concentró
en la gota que se dibujaba roja, de un profundo rojo casi
corinto entre sus dientes más amarillos que blancos
impolutos. Se vio fascinado por la idea del jugueteo de la gota
de sangre en su lengua, recorriendo cada una de sus papilas
gustativas con caricias profundas a veces y ligeras otras. La
experiencia le estaba resultando extrañamente excitante.
Sentado en la butaca vieja que encontró en un mercadillo
hacía demasiados años, se quedó vislumbrando lo que debía
ser el hambre de la eternidad, cuando los hombres se
engullían los unos a los otros sin saber que era ser masa sino
seres individuales. Cuando el hombre aún no había perdido su
natural esencia de más de oveja negra.

En el instante que la gota de sangre bajaba por su


garganta atisbó que no era una oveja negra más, supo que
acababa de comprender el sentido de la vida. Carlos comenzó
a pensar en la posibilidad, en una posibilidad extraña que
navegaba por su siempre retorcida cabeza como si se tratara
de la idea del mundo. Carlos había descubierto la hostia real,
la consagración real del hombre. Cogió un cuchillo y abrió en
su mano una nueva herida, dejó la sangre gotear sobre su
frente metamorfoseándose, renaciendo en su bautismo.
Carlos había muerto, el mundo le daba la bienvenida a Azrael.
Carlos era rubio, Azrael de pelo rojo profundo como su
amor, Carlos tenía unos hermosos ojos verde agua, Azrael
decidió que debían ser negros, Carlos siempre había gozado
de una gran hermosura en rostro y cuerpo, Azrael optó por
una cara marcada por los arañazos de la primera y por un
cuerpo que poco a poco se fue transformando en un ente
enjuto, escueto, pura piel pegada a los huesos.

Carlos acabó difuminándose, más rápido que despacio, y


no quedó absolutamente nada de él. Solamente lo que la
legalidad y el Estado obligan a tener. La novia de Carlos
desapareció. Fue la primera en comprobar que Azrael
exactamente no era Carlos, y que éste había muerto. Suyos
fueron los arañazos en la cara de Azrael. Ella dormía, incluso
pensaba que dormía con Carlos, pero las uñas afiladas de
Azrael empezaron a marcarle todo el cuerpo, desde los
tobillos hasta la cintura. Un extraño ardor la despertó, y se
descubrió marcada, vejada, atacada. Miró a los ojos de Carlos,
ahora negros, profundos, y vio que ya no era él. Azrael
intentó arrancarle un trozo de oreja, y fue entonces cuando le
hizo la primera marca. Azrael sonrió con felicidad, se lamió la
sangre de las heridas y le dio las gracias por la belleza
absoluta que había otorgado a su nuevo rostro. Los amigos
paulatinamente se fueron desgranando, uno a uno de la vida
de Azrael. Lentamente como la erosión va dando forma las
montañas, Carlos murió también para sus amigos. Finalmente
quedaba su familia que empezó a no sentir suya, no se
reconocío, y antes del rechazo, vio en los ojos de su madre
que jamás lo entenderían. Azrael decidió formar su propia
familia con lazos más fuertes, los lazos del bautismo de
sangre.

Comenzó a dormir de día y vivir de noche, con la extraña


manía sus ojos se fueron acostumbrando a la realidad
nocturna. Se fue transmutando en una alimaña de la noche,
solitaria, oscura, eléctrica y escalofriante. Comenzó a estudiar
todas las historias de sangre de los libros antiguos, deidades
de bellos nombres, mujeres tachadas de maldad llenaron sus
horas y su tiempo. La sangre lo era todo, vida, muerte, pasión,
nacer, crecer, respirar… la sangre lo daba todo y lo quitaba
todo.

Primero fueron los insectos, desde pequeño había tenido


la extraña fijación con las minúsculas criaturas, pero Azrael
no era Carlos. Azrael fue a dar el paso que rondaba hace
tiempo por la mente de Carlos. A Carlos la ética del quid pro
quo, del karma, o quizás su educación judeocristiana le
habían cortado las alas para algo que siempre le había
seducido… matar insectos. Pero Azrael no tenía conciencia, no
entendía ni el quid pro quo, ni el karma ni sentía su
educación judeocristiana como patente en su actuar. Primero
fueron los insectos los que le hicieron probar el sabor de la
sangre, la muerte, las vísceras. Primero fueron los insectos y
Azrael disfrutó con cada cuerpo mutilado, aplastado,
diezmado, finiquitado. Las microvidas que quitaba le
aportaban crueldad, oscuridad, todo lo que la sangre deseaba
en él. Primero fueron los insectos, y estos no fueron
suficientes. Azrael sintió que aplastarles no era suficiente,
necesitaba sentir la vida dentro de él, la sangre, la muerte, el
todo unificado. Comenzó a sentir las micromuertes en sus
labios. Delicada y suavemente dejaba que entraran en él. Tras
la última araña ingerida, tuvo una visión de su patetismo. La
sangre ¡oh! poderosa diosa no podía basarse en lo nimio de las
micro vidas. Estaba haciéndolo mal, lo sabía, algo debía
cambiar.

Segundo fueron los animales. La sangre de los animales


era mucho más brillante y mágica que matar a un par de
insectos. Ellos sí eran rojos por dentro, rojo oscuro hacia
dentro, palpitantes, vibrantes. Los animales, en concreto los
mamíferos sí eran algo digno de la deidad de la sangre.
Segundo fueron los animales. Hacía tiempo que las cosas
habituales y normales no habitaban su existencia, fue así y no
de otra manera como consiguió el primer animal. Se vio
obligado a salir de día, al fin y al cabo aquella no era una gran
ciudad.

Fue entonces cuando se dio cuenta que mudarse a la gran


ciudad era algo que tenía que tener en cuenta. Las
posibilidades, los horarios, pero sobre todo había una cosa, el
anonimato del gentío. No sentirse señalado. Tras varias
visitas a la carnicería, pidiendo sangre u órganos
sanguinolentos de animales, empezaban a mirarle mal. Aquel
enorme hombre, de pelo negro y grasiento, y un cuchillo de
dimensiones épicas, le dijo por última vez:

- No voy a volver a servirte sangre. Toda la ciudad lo sabe,


eres un ser enfermizo, estás loco, y además tu madre me ha
dicho que no te ayude.

Frustrado, acabado, harto y hastiado se tiró contra el sofá.


Su esquelético cuerpo cayó como si se tratara de un saco de
patatas, y en aquel momento un saco de patatas era más
persona que él. Tenía mono, ya nada le satisfacía, ninguna
comida, la nevera estaba vacía, necesitaba sangre, y ya no se
la iban a dar. Entonces Maurice asomó el rabo, y fue la última
vez que el pobre bigotudo de Maurice asomó el rabo por una
casa ajena.

Cuando Azrael sintió el crujido del cuellecito de Maurice,


vio como una energía rebosante le recorría el cuerpo, desde la
punta de los dedos hasta los pies, llenando de electricidad su
estómago vacío. Disfrutó tanto desangrando y despellejando
al pobre Maurice que supo que la gran ciudad sería realmente
divertida.

En tercer lugar empezó a asesinar a animales. Gatos,


perros, loros, conejos, periquitos, cobayas, ratones. Perdió la
cuenta de cuántas tiendas de animales había visitado, de
cuánto dinero había invertido en ellos. En tercer lugar
empezó a asesinar a animales, y esto empezaba a ser muy
caro. La ciudad, la gran ciudad era muy costosa. Azrael vivía
con un sueldo miserable así que intentó criar los animales,
sacarles la sangre poco a poco para que así le duraran más.
Acabó dándose cuenta de dos cosas. Por un lado que los
animales eran peligrosos cuando les intentas sacar sangre
todos los días. Y en segundo lugar que deseaba no ser
mordido. Tras años sobreviviendo a base de perros, gatos y
conejos, lo supo. Aquella sangre no sabía, no tenía esa esencia,
ese sabor de aquella primera gota que casi de forma celestial
se derramó y acabó jugueteando dulcemente por la garganta.
Y fue justamente la razón que le llevó a ir de caza a los bares.
Azrael, en su conversión, no había tenido en cuenta una
cosa. Que Carlos era infinitamente más atractivo para sus
víctimas que el Azrael de ahora. En un momento de plena
lucidez y madurez, más allá de la autoalienación, del dominio
de la sangre, más allá de las nuevas ideas, las nuevas deidades,
tuvo un chasquido mental que por un breve segundo le indujo
al nuevo paso que dar en su vida. Tenía que deshacerse en su
metamorfosis, y aunque le parecía repugnante, volver a ser
aparentemente Carlos. Carlos, de hermosos ojos, hermosa
figura, Adonis. Carlos antes de la sangre. Carlos antes de
Azrael. Cuando se miró al espejo y se vio otra vez como
Carlos, un fastidioso sabor se acabó convirtiendo en nudo, en
el fondo de su garganta. Se lo planteó un par de veces antes
de salir con esas pintas de casa. Pero tras recordar los
intentos fallidos de los últimos meses y la necesidad de dar el
siguiente paso, lo supo. Tenía que salir así.

En cuarto lugar fueron las personas. No, en cuarto lugar


fueron las mujeres. Azrael no lograba olvidar el primer
contacto con su sangre, y se había dado cuenta que los
animales no eran suficiente. Intentó salir de caza pero sus
atractivos degenerados no eran imán para lo que perseguía. Si
su sangre era majestuosamente dulce, él que era un simple
hombre. ¿A qué manjar exquisito sabría la de una mujer?
Llevaba tanto tiempo soñando con cuellos rajados, muñecas
sangrantes, corazones en su boca. Se excitaba con la simple
idea de un mordisco rojo en un pezón. Azrael no podía
aguantarlo más y cedió a convertirse aparentemente en
Carlos. Esa era la noche. Todo estaba dispuesto. Con la
excitación de un quinceañero y su primera vez en las venas,
fue a cazar. Esta vez no fue a cazar como antaño, un pecho
nuevo, un labio nuevo, un beso nuevo, una caricia nueva; esta
vez la llamada del rojo oscuro latiendo en su nuca la dibujaba
una sonrisa felina de entre hambre y juego. Carlos – Azrael
salía a cazar.

En cuarto lugar fueron las mujeres. Y tras meses de


noches cazando, se acumulaban más de diez. Nunca
desperdiciaba nada, lo tenía todo preparado. Alquiló un
trastero, lo acomodó, lo selló. Nunca malgastaba nada, ni la
más mínima gota. Por fin, tras treinta y tres años intentando
alcanzar el clímax de la felicidad, lo había conseguido.
Aquella sangre, deliciosa, sutil, aromática. Aquella delicia
caliente, densa y profunda, cada noche le acariciaba la
garganta, produciéndole el bienestar que nada en este mundo
le había dado.

Cuando salía del trastero, siempre recordaba la primera


gota que cayó en su garganta, y con gran felicidad sabía que
fue la cosa más acertada de toda su existencia. Carlos salió
nuevamente a cazar, con su sonrisa maléfica, su mirada
profundamente grotesca, y como cada día resurgía con ganas
de más. Y la vio allí, de blanco, en aquel lugar en el que todos
vestían de cuero, y negro, de cuero, y marrón, de cuero, y
rojo. Era pura. Y al acercarse a ella y olerla, inspiró
profundamente. Su estómago le decía que por primera vez
probaría algo virginal. Carlos sacó todas sus armas,
convirtiéndose en el hombre perfecto. Ella le miraba
tímidamente, sin saber muy bien qué hacer. Carlos-Azrael le
cogió la mano, le sonrió, con una sonrisa dulce y falsa. Ella se
sonrojó. Ella no cayó esa noche. Él la volvió a ver otra vez, de
blanco y pureza. La segunda noche, la besó y ella no cayó. La
tercera y la cuarta noche, él empezaba a suspirar por sus
miradas, por sus besos, sus caricias. Fue la novena, no, la
décima noche cuando al fin se la llevó a casa, que no al
trastero.

Estaban en la cama. Azrael hambriento por la primera vez,


y por la carne virginal. Carlos también. La joven de blanco y
pureza le cerró los ojos con un par de besos dulces e
inocentes. Le besó el cuello. Azrael pestañeó y cuando logró
abrir los ojos del pestañeo ya no veía nada, solo a la chica
dulce e inocente, con su feroz uña llena de sangre, diciéndole

- Nunca debiste meterte en mi territorio.

Azrael se quedó en el suelo callado, con el cuello lleno de


sangre, viendo como toda se desperdiciaba. Alzó la mano, y la
cogió a ella del tobillo, musitando:

- Es tuya.

Ella apartó su pie de la mano de él y le dijo, con bastante


dejadez

- Mi raza no consume sangre corrupta.

El quinto lugar fue Azrael. En quinto lugar fueron Carlos y


Azrael.
EN LA CALMA DEL MAR DORMIDO

La noche se podía reflejar en el agua, todo estaba en total


y plácida calma. Las olas apenas se escuchaban en el fondo,
como cuando un gato dormido ronronea. Disfrutando de la
noche, la soledad y la playa Pablo solía aprovechar para darse
un baño. Era un experto nadador, y era un noctambulo
empedernido. Aquella noche al salir del agua vislumbró unas
sombras en el antiguo hotel. Aquella mole junto al mar, había
pasado de moda hacía mucho tiempo, ahora todos los turistas
preferían las piscinas en vez de la arena y la playa privada. Y
allí resistía con toda la vejez pesando sobre sus muros. Pero a
esas horas no solían pasearse sombras por el hotel y menos en
la suite que ya nadie usaba. Pablo iba a regresar a casa cuando
escuchó unos sonidos extraños como de petardos agudos. Sin
más quiso entrar a ver qué pasaba. Silenciosamente se acercó
a la puerta del hotel, se dirigió al hall dónde siempre estaba
Carlos, un antiguo amigo del colegio que leía más que otra
cosa en sus horas de trabajo. Pero no había nadie. De nuevo
otra vez esos extraños sonidos, venían del piso de arriba.
Subió despacio cada piso, hasta descubrir que los sonidos
provenían de la suite. Al acercarse a la puerta, la encontró
medio abierta. Entró silenciosamente y sintió como un
pinchazo en el pecho acompañado del extraño sonido. La
ruleta rusa había añadido un protagonista.
PATITOS Y LAZOS

Llamaron a la puerta, con un sonido seco y grave. Siempre


pensaba:

- No tengo timbre, para que cojones llama la gente.

No hizo caso. Volvieron a llamar. A la sexta vez toda la


furia de los mayores infiernos se agolpaba en el estómago y la
garganta de Jorge:

-Joooodeeeer.

Horas más tarde, cuando al fin dejaron de llamar, abrió la


puerta, y encontró un paquete. Aquél paquete era tan
absurdamente ridículo. No sé si era por el papel que lo
envolvía, lleno de estúpidos patos rosas. O si era el lazo con
aquel estúpido color rosa chicle, más estruendoso a los ojos
que otra cosa. Cogió el paquete y lo tiró directamente a la
basura. No quería saber nada de estúpidas bromas infantiles,
y menos quería saber nada de alguien con el gusto como para
empapelar así el paquete. Al otro día por la mañana volvieron
a llamar a la puerta. Y volvió a aparecer el mismo estúpido
paquete. El mismo papel, el mismo lazo y el mismo cubo de
basura. Día tras día, el cubo de basura se acabó llenando de
paquetes de patos rosas y cintas chirriantes a los ojos. Tras
llenar cuatro o cinco cubos, Jorge empezó a estar un poco
mosqueado. ¿Quién insistiría tanto? Antes de tirar la basura,
rescató cuatro o cinco de los paquetes. Los puso todos en el
suelo, y al ponerlos vio como en la parte baja de los paquetes
había inscrito un número, 1, 5, 7… Los ordenó y los puso en el
suelo, había diecisiete paquetes. En ese momento volvieron a
llamar a la puerta. Esta vez abrió, y vio un niño pecoso,
pequeño y pelirrojo, con un gran paquete en la mano. Qué
raro, esta vez el paquete era más grande. El niño sonrió,
abiertamente, y depositó el paquete en el suelo. Y con una
gran carcajada ante la cara de estupefacción de Jorge, se fue.
Hizo una fotografía mental de aquél niño pelirrojo. Le sonaba
la cara de algo, pero no sabía de qué.

Solo por fin en casa, tranquilo, con los diecisiete paquetes


pequeños y el paquete grande, se decidió por abrirlos.

Paquete 1. Una carta. Con una nota:

“Deberías devolver lo que no es tuyo, o te quitaremos lo


que sí es tuyo”.

- Qué raro - pensó Jorge - que broma más extraña.

Paquete 2. Una carta y un paquetito.

“Te hemos avisado”. Y un mechón de pelo moreno.

Jorge empezó a preocuparse. Olió el mechón y fue al


sótano.

Paquete 3. Parece una nota y un paquete, un paquete


mojado.

“Parece que no quieres hacernos caso”. Un dedo, pequeño,


más pequeño que el de Jorge.

Entonces Jorge lloró.

Paquete 4. Igual que el paquete 3, pero con otro dedo.

Por un minuto Jorge enumeró todos los paquetes que


quedaban, miró el paquete grande y pasó mucho miedo. Uno
a uno, abrió el resto de los paquetes.

Paquete 5. Una oreja y una nota.

“Como parece que los dedos no te seducen, a ver si a así


nos escuchas mejor”.

Paquete 6. Una nota.

“Ya no podrá ser bailarina”. Y un dedo del pie.

El paquete 7, el paquete 8 y el paquete 9, al igual que el 10,


retomaron los dedos de la mano. El último llevaba consigo
una nota

“Parece que si sigue así no será capaz de escribir”

El paquete 11, 12 y 13 no fueron nada originales. Jorge no


pudo aguantar la espera y se dirigió hacia el paquete 18, el
más pesado, el más grande. Lo cogió fuertemente con los
brazos y corrió al sótano. Abrió el paquete 18 y mirando a los
ojos verdes que tenía frente a él, le dijo “ábrelo”. El hombre
de ojos verdes sonrió. Con las manos sueltas y el paquete 18
en sus manos, ya era libre. Cogió con fuerza el cuchillo del
paquete 18. Cogió la cabeza que había en el paquete 18 y dijo:

- Antes de tener una genial idea para no pagar tu deuda,


asegúrate de no tener hijos.
LA LLAMADA

Descolgó el teléfono y escuchó atentamente todo lo que


tenía que decir su interlocutor sin decir nada. No le
escuchaba, no pensaba que le decía, solamente sujetaba el
teléfono. Cinco minutos, diez minutos, y al fin dejó de hablar.
En el otro lado callaron al fin. Él con palabras despojadas de
apariencia humana sugirió posibilidad. Ella continuó otros
diez minutos hablando. ¿Quieres? ¿Estás seguro? dijo ella con
seguridad pseudofascista. Él musitó solamente estoy seguro
de la muerte de tu padre. Ella no entendía nada. El dejo caer
el teléfono al suelo. Ella escuchó gemidos y palabras
entrecortadas. Al reconocer la voz, comprendió aterrorizada
porque estaba tan seguro.
SILENCIO

Escuchó aquella canción mil veces, desde que la descubrió


a los cinco años había sonado en todos los momentos de su
vida. Algunas veces de forma real, otras veces sonaba
continuamente en su cabeza. Tanto la escuchó que acabó
sonando solamente en su cabeza.

Entonces vino ella, hecha de nervio y rizos largos. Cuando


dormían juntos no se sabía dónde empezaba él y dónde
acababan los rizos. El sonido de la canción

se hizo más y más presente. Algunas veces sonaba tan


fuerte que no lograba escuchar lo que decían los demás. Pero
la canción fue mutando y pidiendo cosas. Una mañana en la
que ella se despertó antes que él, puso un disco en el equipo
de música.

Pero él no era gran melómano, únicamente tenía la misma


canción en cada disco.

Ella lo puso. Se despertó con el desagradable sonido de la


voz de ella destrozando la letra de la canción que tanto
amaba. La euforia de la música la hizo casi gritar cual gallo
ronco. Él terminó de despertar de un brinco cómo si
defecaran en su cerebro. Le gritó en busca de hacerla callar.
No hubo manera, ella siguió en su línea.
Era muy típico de ella hacer las cosas sin pensar más que
en sus necesidades.

Al final ella se quedó callada pero la linda canción en la


cabeza de él se mutó, ahora no era más que el estridente
griterío de ella.

Días y noches pasaron, pero no lograba calmarla o


callarla. Intentó sacarla de su cabeza, escuchó mil canciones y
nada lo cambiaba. Mientras la veía allí a ella tan feliz.

Ella, la culpable. En plena furia rompió toda su colección


de discos con una sola canción. Tampoco callaba. Destrozado
cogió el destornillador y silenció para siempre sus oídos. La
música continuó sonando y sonando. En su silencio incómodo,
aun con sangre en los oídos y destornillador en mano, ella se
acercó sigilosamente.

Él no la vio, la canción, los nervios y los rizos


inconmensurables al fin cesaron. Frente al espejo consiguió
respirar, cerró los ojos y disfruto del silencio.
LLEGANDO A ROMA

Ella siempre llegaba despacio, lentamente cuando los


demás apenas se daban cuenta. Poco a poco se entremetía por
algún resquicio de las vidas de las gentes de las aldeas.
Aquella aldea era la última antes de su fin soñado. Tras la
aldea, la ciudad, y en la ciudad no habría manera de poder
pararla. Con toda la tranquilidad de quién no tiene prisa, se
detuvo, casa a casa a admirar a las gentes. En su interior se
jactaba de ellos pensando en que su Dios no podría salvarles.
Una noche en la que todos rezaban a no se sabía que, decidió
comenzar. Le gustaba hacerlo con los ancianos, siempre
pensó que era lo lógico además de hacerles un favor. Solía
pensar que a los cincuenta años todos deberían desaparecer
porque eran una carga. Cuando acababa o casi acababa con los
ancianos, cansado del trabajo fácil siempre le tocaba el turno
a algún hombre lozano y apuesto. Gozaba viendo sus efectos
sobre la hermosura. Despacio, con la prisa de quién sabe que
todo acabará pasando, finiquitó aquella aldea. Su fin soñado
se acercaba, Roma estaba ante sus pies. Las ratas estaban a sus
órdenes. La Peste plena de alegría fue incapaz de contener la
carcajada al entrar en la ciudad. Roma, era realmente fácil.
NOCHE DE ESTRELLA FUGAZ

Cuando abrió los ojos, no reconocía nada. Lo último que


recordaba, era estar durmiendo en su cama. El último
recuerdo que guardaba era el de una extraña estrella fugaz
que pudo ver desde la ventana de su habitación. Siempre le
había gustado la astronomía, pero tenía tanto sueño que no
pudo llegar a ver si realmente era una estrella fugaz. Era lo
suficientemente inteligente como para saber que despertar en
un sitio desconocido y sin tener mucha información era algo
realmente grave. Abrió los ojos muy despacio, pálido por el
miedo a no saber qué se iba a encontrar. La primera vez que
los abrió, y tras darse cuenta de la situación, volvió a
cerrarlos por miedo. Ahora con los ojos abiertos empezó a
vislumbrar una realidad un poco incómoda. Se encontraba de
pie, y aunque el sitio no era limitado, algo le impedía
moverse. Era como si no se hubiera despertado de uno de esos
sueños ansiosos donde luchas por moverte. Era como si una
fuerza física extraña y desconocida no te dejase. Pero aquello
no era un sueño, aquello era real.

Lisandro, Lisandro. No recordaba cuándo se volvió a


quedar dormido, cuando volvieron a susurrar su nombre al
oído. Lisandro… La voz parecía mecánica, no humana, como el
trasfondo del ronroneo monótono de algo tan común como
una nevera, un ventilador o un ordenador. Había algo familiar
en el ronroneo de aquella voz que le llamaba.
Lisandro, Lisandro, Lisandro. Sintió una especie de aire
fresco en su cara. No recordaba nuevamente cuando había
vuelto a dormir. Recordaba la voz, recordaba el arrullo de
fondo, y sentía que respirar era un reto nuevo. Algo volvió a
despertarle. No fue una voz, no fue el aire. Fue la sensación de
algo frío tras la cabeza. Le costó mucho abrir los ojos. No se
sentía las piernas, no se sentía las manos. Abrió finalmente
los ojos, y ante él, una ventana. Él siempre había sabido de
astronomía. Necesitó despertarse un par de veces más para
saber que aquella pequeña bolita azul del fondo, era su casa.
Allí, perdido en una pesadilla que no tenía sentido, volvió a
dormirse.

Lisandro, Lisandro. La voz era un eco, algo le decía en su


interior que la voz no era real, solo un atisbo de algo que
recordaba. Abrió los ojos y se fascinó al ver los anillos de
Saturno. Seguía sin sentir los brazos, sin sentir las piernas. No
tenía hambre y seguía sintiendo el frío justo detrás de la
cabeza. Abrió los ojos intentando ver a su alrededor. Lisandro
despertó y vio. Se vio como si no fuera más que los despojos
de una cabeza de pescado.
Nota de la autora
Querido lector:

Me dirijo a ti, justamente ahora que has terminado de leer


mi libro, para darte las gracias por el tiempo que has dedicado
en leerlo. Espero que te haya gustado. En el caso de que no te
haya gustado puedes enviarme tus opiniones a mi email:
ainhoa@ainhoaescarti.es ; para así poder crecer y mejorar
como escritora. Si el libro te ha gustado, te ha llenado, te ha
movido algo o ha despertado algo en ti ¿No crees que es una
buena oportunidad de hacérselo llegar a más gente? Para ello
recuerda que tus comentarios tanto en Amazon como en
Google Books son muy importantes. Recuerda que también
puedes compartirlo en las redes sociales, y si lo haces por
favor no olvides etiquetarme, estaré muy agradecida.

Nuevamente, muchas gracias por elegir mi libro.

Espero verte en los comentarios y en las redes.

Un abrazo,

Ainhoa Escarti
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AINHOA ESCARTI

Nacida en Cádiz en primavera, escritora desde que la


memoria alcanza. Viviendo en Madrid desde Enero del año
2011. Ha realizado estudios superiores de Historia, Filosofía y
Sociología, además ha recibido formación en Tecnologías de
la Información y las Comunicaciones, continúa en constante
aprendizaje. Creadora de historias desde los 6 años hasta la
actualidad. Cuando cumplió 19 años intentó comenzar su
carrera como escritora, a finales de marzo del 2014 vio que
cuando ya no miraba, su carrera ya había comenzado. En
estos años ha sido ganadora, finalista o seleccionada en más
de 50 certámenes nacionales e internacionales. Ha publicado
en varias revistas literarias como "Resonancias" o
"Papirando", además de artículos de opinión para "Nuevo
diario", “WeLoverSize” y “La Oca Loca”.
Otros libros de la autora
TODAS LAS COSAS QUE ESCRIBÍCUANDO NINGUNO DE ELLOS MIRABA
Las personas salen y entran de nuestras vidas. Algunas veces
nos marcan, otras no. Siempre nos quedan cosas que no se
dicen. Nos escuchamos poco. Mientras ninguno de ellos
miraba de mi mano surgieron palabras, la mayor parte de
ellas tan vivas que eran chorros de imagen y palabra en mi
cabeza. El resultado de todo ello, aquí está. Desde lo más
profundo, desde lo más verdadero de uno mismo.

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como éste son partos que te desgarran desde dentro. Cosas
olvidadas, heridas sanadas, se reabren y se reviven para
comprender lo duro que es olvidar, lo complicado que es
amar, y sobre todo el arduo trabajo de desprenderte de esa
persona que te ha marcado. Hay personas que llegan, se van,
pero se te quedan dentro. Partiendo de sus diarios íntimos, la
autora rescata sus sentimientos y memorias. Nos transporta
en sus páginas a un tiempo en el que olvidar resultó ser una
elección muy complicada. Una mirada al pasado en los que
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con la tela con la que acabas, todo el conjunto desprende
armonía. Retazos es un libro de relatos, elaborado como una
manta cosida a mano, con mimo y cuidado. Relatos de varias
temáticas y personajes se entrecruzarán a través de las
historias.

Este es mi primer trabajo extenso. He recogido un conjunto


heterogéneo de relatos, para que cada persona, tenga el gusto
que tenga, encuentre el suyo.

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TERROR EXPRESS
¿Te gusta el terror? Aquí te lo ofrezco en monodosis. Veinte
historias de terror para leer en poco tiempo pero que no te
dejarán indiferente. Espero que te quedes con ganas de más.

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2 O 1 4 / 2 0 l. 6

Aikoa Csart
Artículos 2014/2016

Aquí están reunidos todos los artículos de opinión de la


autora Ainhoa Escarti, publicados entre el año 2014 al 2016.

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- o con oro -

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MENÚ

En "Menú" la autora nos ofrece una selección de relatos para


saborear con el cerebro, el alma y a veces también el corazón. Una
pequeña antología para gourmets de los relatos y la microficción.
Los platos están listos, siéntese y saboree.

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Próximos libros
LILIZ SE ESCRIBE CONT Y H
Cuando Lilith llegó a Madrid a las seis de la mañana de un tres
de enero, nunca pensó en la posibilidad de acabar trabajando
en una línea erótica, ni en instituciones gubernamentales de
mal carácter, ni en Mercamadrid, ni preguntando
indicaciones a unas jóvenes ligeras de ropa en Montera,
tampoco se planteó acabar teniendo una novia psicópata, ni
que se le fuera tanto de las manos que a veces le costaba
acordarse de todos los chicos que habían alegrado su cama.

Cuando Lilith, en todo su provincianismo, llegó a Madrid con


sus cinco maletas y tras un viaje en autobús de ocho horas sin
dormir y sin baño, nunca supuso que al final siempre se
sobrevive mejor cuando sonríes (sobre todo si es con ironía).
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ARTÍCULOS 2017

Aquí están reunidos todos los artículos de opinión de la


autora Ainhoa Escarti, publicados en el año 2017.
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T!
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LII
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LII
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HECTOEDRO

Un hectoedro es un poliedro de 100 caras. Tantas caras como


historias presento. 100 mundos en un libro, 100 cuentos para
guardar en un hectoedro en tu memoria.

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Nos ofrece un cuento para cada día del año. Prosa poética,
micro cuentos, relatos, terror, amor, todo el universo de
Ainhoa Escarti en dosis diarias. Un libro hecho para disfrutar
y descubrir todos los días.
La sangre nos recorre por nuestras venas,
un día una de esas gotas
acabó en la boca de Carlos.
Nació Azae.
Es Haloweev, voce de terror,
disfruta con este regalo de narraciones
con dosis de escalofrío.

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