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MARÍA TERESA GARCÍA PARDO FERNANDO I DE ARAGÓN
ferias desde 1390, año en que había sido cedida al infante, o Lerma
(Burgos), con celebraciones feriales desde 1409.
Don Fernando hizo brillar el espejismo de la guerra musulmana,
como respuesta a la derrota en la batalla de Collejeras por los
granadinos a las tropas cristianas de Enrique III en 1406. A partir de
entonces, y durante toda la regencia, la guerra fue la gran empresa
del infante que espera convertirse en defensor de la cristiandad, y
obtener ventajas políticas.
Algunas fueron inmediatas. La dirección de las operaciones le
proporcionó la administración de una gran cantidad de dinero que
las Cortes habían votado, y un reparto en el gobierno del reino con
la reina viuda, previsto ya en el testamento de Enrique III.
Al infante D. Fernando le correspondía gobernar la mitad meridional
de Castilla, contando desde los puertos de Guadarrama, incluyendo
todos lo señoríos que a él como duque de Peñafiel, conde de
Alburquerque y señor de Lara correspondían, además de Alba de
Tormes (Salamanca) y Ayllón (Segovia). Todos sus señoríos,
menos Alburquerque, en Badajoz, estaban enclavados en la mitad
norte de la Península.
En su zona de gobierno se hallaban los núcleos principales de las
órdenes militares de Alcántara y de Santiago, a cuyos maestrazgos
aspiraba en beneficio de sus hijos.
El infante llevó a cabo dos grandes campañas contra los
musulmanes. La desarrollada en 1407 y la de 1410, que culminó
con la toma de Antequera (Málaga), lugar de gran interés
estratégico, y que le granjeó el sobrenombre con que ha pasado a
la Historia.
En la primera, tomó Zahara (Cádiz) pero, en contra de su voluntad,
tuvo que ordenar la retirada y mostrarse como vencido cuando el 10
de noviembre hacía su entrada en Sevilla. Su posición política se
debilitó enormemente.
Sus fracasos en la guerra hicieron que la oposición reiniciara sus
ataques, y don Fernando tuvo que enfrentarse a la rebeldía de un
importante sector de la nobleza, auspiciado, por la propia reina
viuda Catalina de Lancaster.
Fue una etapa muy difícil pero que se cerró con un saldo positivo.
Las negociaciones fueron fructíferas y sus mayores adversarios
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colaboraron desde entonces con el fiel Sancho de Rojas en todas
las empresas de D. Fernando.
Paralelamente, diseña un plan para hacerse con el control de los
maestrazgos de las órdenes militares que afectaría a la de
Alcántara y a la de Santiago, cuyas máximas dignidades quedaron
vacantes por fallecimiento de los titulares.
En la de Alcántara, la muerte del maestre Fernando Rodríguez de
Villalobos en 1408, daba paso a un enfrentamiento por el poder. D.
Fernando presentó la candidatura de su hijo, el infante Sancho, de
apenas ocho años de edad. Con esta candidatura se justificó que se
ponía fin a la discordia en la Orden y se atendía un sagrado deber
cristiano, ya que las rentas del maestrazgo se destinarían, hasta la
mayoría de edad de don Sancho, a la guerra contra los infieles.
Los comendadores no presentaron resistencia y, tras la licencia por
razón de edad, don Sancho fue elegido maestre en el monasterio
de San Pablo de Valladolid, en presencia del rey y de la Corte.
Un año después, en 1409, moría el maestre de la Orden de
Santiago. Don Fernando hizo elegir como maestre a otro de sus
hijos, Enrique, también menor, pero en este caso tuvo que vencer la
resistencia mediante la entrega de 500.000 maravedís.
Todo parecía en orden para reanudar las hostilidades. Y así, se
preparó la segunda y decisiva gran campaña protagonizada por don
Fernando que culminó con la conquista de Antequera el 16 de
septiembre de 1410.
El regente rodeó la victoria de gran solemnidad y quiso hacer
presente la tradición reconquistadora castellana ordenando traer de
León el histórico pendón de las Navas, custodiado en la colegiata
de San Isidoro. La victoria había sido rotunda y su rentabilidad
política también.
La victoria de las Navas de Tolosa, que tuvo lugar en Jaén, el 16 de
julio de 1212, fue un punto de inflexión en la Reconquista.
La muerte sin sucesión del monarca aragonés Martín el Humano, el
31 de mayo 1410, conocida por el infante cuando sitiaba Antequera,
abría la posibilidad de que su familia ostentase la hegemonía en la
península.
En calidad de hijo de Juan I de Castilla y Leonor de Aragón y como
nieto de Pedro el Ceremonioso, don Fernando se dispuso a hacer
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valer sus derechos al Trono. Castilla, en las Cortes de Valladolid,
apoyó su candidatura al Trono aragonés y se aceptó, tras
mediación expresa de la reina viuda Catalina que se planteaba la
posibilidad de una regencia única. Los 45.000.000 de maravedís,
votados para la guerra de Granada, se destinaron a los gastos de
su elección, considerada muy conveniente.
Las tres líneas de acción esbozadas por el infante D. Fernando
cuando asumió la regencia:
reconciliación con el papa de Avignon, Benedicto XIII;
desarme de la oligarquía nobiliaria en cuyo poder se hallaba
de hecho el rey niño y
la reanudación de la guerra contra el infiel y
exaltar su prestigio personal daban sus frutos.
Castilla había entrado en el siglo XV apoyada en los siguientes
pilares:
el ascenso de la nobleza colaboradora del rey,
una gran importancia de las Cortes.
el crecimiento económico debido a la expansión del comercio,
el incremento de la producción textil y naval.
Castilla valoró conseguir la corona aragonesa, al tratar de cumplir la
última voluntad del rey Martín, muerto sin sucesión: “determinar en
justicia al sucesor”.
En un primer momento fueron cinco los candidatos: Jaime, conde
de Urgell, bisnieto de Alfonso IV; Luis de Anjou, duque de Calabria,
nieto de Violante de Bar, viuda de Juan I; Alfonso, duque de
Gandía, bisnieto de Jaime II; Fernando de Castilla, nieto de Pedro
IV y sobrino del rey Martín por vía femenina; y Fadrique, nieto
directo del rey Martín, pero pronto descartado por la ilegitimidad de
su nacimiento, ya que era hijo de Martín I, el Joven, y una siciliana.
Fernando de Castilla fue el candidato más apoyado porque supo
conjugar los intereses de algunos protagonistas a título particular.
Benedicto XIII, el papa Luna, veía en Fernando un firme apoyo en la
cuestión del cisma al asegurar la mayoría peninsular hacia su
causa; o el futuro san Vicente Ferrer, quien encontró en él, como
regente castellano y después como monarca aragonés a un
colaborador en sus planteamientos antisemitas.
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La decisión fue bien recibida en Aragón, no tanto en Valencia y
mucho menos en Cataluña. Pero satisfacía, a la mayoría y evitaba
el enfrentamiento, a excepción del candidato desestimado Jaime de
Urgell, que obligó al nuevo rey Fernando I (1412-1416) a combatirle
hasta sitiarlo a lo largo de 1413 y desterrarlo, con el consentimiento
casi generalizado de las fuerzas sociales y políticas de la Corona.
El Compromiso de Caspe fue una decisión equilibrada, que supo
conjugar los intereses aragoneses, valencianos y una parte de los
catalanes. Los aragoneses aspiraban a un protagonismo mayor,
perdido con los últimos monarcas de la Casa de Barcelona. Los
valencianos deseaban escalar una posición equiparable a la de los
otros reinos en el conjunto de la Corona; y los intereses catalanes
con una nobleza más dinámica y una burguesía barcelonesa que
controlase las finanzas.
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la superación de la crisis económica que se venía arrastrando
desde tiempo atrás.
Estos objetivos se pueden hacer extensivos también a las
segundas Cortes zaragozanas de 1414, que coincidirían con
la solemne coronación.
Para la coronación se recuperó el rito tradicional de la Corte
aragonesa. Fiestas, torneos, representaciones teatrales y una
rememoración alegórica del sitio del castillo de Balaguer, último
bastión del conde de Urgell. La ocasión era la más propicia para el
acercamiento popular y la contemplación personal del séquito real.
Antes de estas ceremonias, Fernando I pasó una larga estancia en
Barcelona, reuniendo Cortes, en las que demostró, una vez más, su
voluntad negociadora. Los nobles aparecieron ante él como
representación auténtica de Cataluña y con ellos pactó una política
que anunciaba la que más adelante fue preconizada por la Biga.
Las concesiones indicaban un retroceso hacia posiciones
conservadoras:
se prohibieron todas las asociaciones que se oponían al
monopolio de los privilegiados;
se suprimió el privilegio que permitía a los caballeros
constituirse en brazo real de las Cortes;
la justicia en Cataluña se encomendó a un regente que
nombraría el rey a propuesta del Canciller y el vicecanciller;
todos los privilegios que aseguraban el funcionamiento de la
Diputación General, que era la comisión permanente de las
Cortes entre dos reuniones, fueron confirmados.
La tónica general del reinado fue de apuros financieros. De estas
penurias hablan todas las Cortes convocadas por Fernando I y las
medidas tomadas por la Administración.
La crisis se debía más a la anormalidad imperante en el control de
los recursos del país, a la no administración del patrimonio regio y a
la ilimitación del gasto público, desorden que intentó corregir el
Monarca desde su acceso al Trono.
Quiso conocer desde el primer momento las rentas que le
pertenecían y expresó su deseo de anular aquellas que habían
provocado una disminución en los recursos. Sanear la Hacienda y
la política fiscal, constituyó la gran preocupación del primer
Trastámara aragonés, que en cuatro años obtuvo más logros que
los monarcas precedentes y los que le siguieron en el Trono.
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En política exterior, Fernando I intentó acceder a los deseos de los
súbditos que confiaban en que el restablecimiento de la hegemonía
mediterránea produjera un alivio en las dificultades económicas.
Realizó una activa política en ese mar. Mantuvo la isla de Sicilia que
se hallaba en guerra civil permanente desde la muerte de Martín el
Joven.
En Cerdeña, isla siempre rebelde a la soberanía aragonesa de
acuerdo con Génova, compró al vizconde de Narbona, que había
sido proclamado monarca y envió a la isla una expedición para que
volviese a su obediencia. A la vez, había firmado una tregua con
Génova por cinco años. Todo ello más los tratados con Egipto y
Fez, permitieron un cierto respiro al comercio catalán por la ruta de
las islas hasta Alejandría, cuyo consulado se restableció.
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2. El segundo, Juan, fue rey de Navarra por su matrimonio con
Blanca, hija de Carlos III el Noble, y posteriormente, rey de
Aragón, al suceder a su hermano mayor.
3. Enrique, el tercer hijo, fue desde muy joven maestre de
Santiago y obtuvo el ducado de Villena, al casarse con su
prima Catalina, hermana de Juan II de Castilla.
4. El siguiente, Don Sancho, murió a los diecisiete años, tras
haber sido desde los ocho años maestre de Alcántara.
5. Don Pedro, el último varón, murió en el sitio de Nápoles
combatiendo por Alfonso V.
6. María fue mujer del rey castellano Juan II,
7. Leonor, esposa de don Duarte de Portugal y madre de Alfonso
V el Africano.
8. Su nieta, la hija de Juan y Blanca de Navarra, llamada
también Blanca, contrajo matrimonio con Enrique IV de
Castilla,
9. El hijo de Juan, Fernando II, contrajo matrimonio con Isabel I
de Castilla, hermana de Enrique IV.
10. El control que obtuvo de las órdenes militares de
Alcántara y Santiago cuando consiguió los maestrazgos para
sus hijos Sancho y Enrique, respectivamente.
Tanto la Crónica de Juan II, de Alvar García de Santa María, como
la de Lorenzo Valla, Historia de Fernando de Aragón, inspirada en
gran parte en la primera, exaltan la gloriosa fidelidad del regente.
Alvar García de Santa María recoge con admiración la escena en
que algunos nobles aconsejan a Fernando, muerto Enrique III, que
tome la Corona. Él rechaza la idea y es el primero en jurar al
pequeño rey, futuro Juan II de Castilla.
La escena la repite el cronista italiano en la obra que sobre su padre
le encomendó Alfonso V de Aragón. Valla justifica el proceder de
Fernando I como ejemplo de virtud.
También El Romancero, en su serie de romances sobre la toma de
Antequera, contribuye a forjar el mito de Antequera y a idealizar la
mentalidad caballeresca de su héroe: Fernando el de Antequera.
BIBLIOGRAFÍA:
F. López Estrada, “La conquista de Antequera en el Romancero y
en la épica de los siglos de oro”, en Anales de la Universidad
Hispalense (Sevilla), vol. XVI (1955), págs. 133- 192;
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J. Vicens Vives, “Evolución de la economía catalana durante la
primera mitad del siglo XV”, en IV Congreso de Historia de la
Corona de Aragón, Mallorca, 1955, folleto de 27 págs., ponencia 3;
L. Suárez Fernández, Á. Canellas López y J. Vicens Vives, Los
Trastámara de Castilla y Aragón en el siglo XV, intr. de R.
Menéndez Pidal, en J. M.ª Jover (dir.), Historia de España de
Menéndez Pidal, t. XV, Madrid, Espasa Calpe, 1964, págs. 3-318;
F. López Estrada, La toma de Antequera, Antequera-Sevilla, F.
Vives, 1964;
E. Sarasa Sánchez, “Fernando I y Zaragoza. La Coronación de
1414”, en Cuadernos de Zaragoza, 10 (1977);
E. Sarasa Sánchez, Aragón en el reinado de Fernando I (1412-
1416). Gobierno y Administración. Constitución política. Hacienda
Real, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1986;
REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA
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