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revolución y constitución

REVOLUCIÓN Y CONSTITUCIÓN

Del lenguaje a las realidades políticas y sociales,


siglos xix y xx

Mayra Lizzete Vidales Quintero


Diana María Perea Romo
(coordinadoras)

universidad autónoma de sinaloa


méxico, 2019
Este libro fue evaluado por pares académicos a solicitud
del Consejo Editorial de la Universidad Autónoma de Sinaloa,
según se establece en el Reglamento de la Dirección de Editorial,
entidad que resguarda los dictámenes correspondientes.

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No. ACCMSC0001

Primera edición: noviembre de 2019

D.R. © Mayra Lizzete Vidales Quintero


y Diana María Perea Romo (coordinadoras)

D.R. © Universidad Autónoma de Sinaloa


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Desarrollo Urbano 3 Ríos, 80020, Culiacán de Rosales,
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isbn: 978-607-737-282-0

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sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Impreso y hecho en México


Contenido

Revolución y Constitución: el lenguaje y las prácticas políticas


de 1808 a 1917...................................................................................... 9
Mayra Lizzete Vidales Quintero, Diana María Perea Romo

La Revolución vista desde la historia conceptual.......................... 21


Guillermo Zermeño

La presidencia de Porfirio Díaz: ¿régimen constitucional


o dictadura?........................................................................................67
Paul Garner

La Constitución de 1917 y el pragmatismo revolucionario..........93


Josefina MacGregor

Revolución y regiones..................................................................... 119


Alan Knight

7
Revolución y Constitución: el lenguaje
y las prácticas políticas de 1808 a 1917

Mayra Lizzete Vidales Quintero y Diana María Perea Romo

Entre 1808 y 1917, años que marcaron el nacimiento y formación


de la nación mexicana, la Revolución y la fe en la Constitución
se adueñaron del lenguaje y de las prácticas políticas. Las revo-
luciones se cerraban con una nueva constitución; sin embargo,
tras su promulgación, resultaron nuevas revoluciones. La primera
experiencia revolucionaria provino de España en 1808 y la Cons-
titución de Cádiz en 1812; el proceso de Independencia se resolvió
con la promulgación de una Constitución propia, la de 1824; en
1836 se promulgaron las siete leyes, lo que provocó nuevas pugnas
entre liberales y conservadores, con su corolario en la Revolución
de Ayutla; la Constitución de 1857 cerró un ciclo de revoluciones,
que se abrió nuevamente con la de Tuxtepec y el ascenso al poder
de Porfirio Díaz en 1876; en 1910 la Revolución mexicana marcó
la conclusión del régimen de Díaz y en 1916 el llamado a un con-
greso constituyente es la solución más pragmática a la urgencia de
culminar el proceso revolucionario y dar vida a la Constitución
de 1917.
En 1808 inició el declive de la monarquía hispánica tras la abdi-
cación forzada de Fernando VII y la cesión de la corona, primero
a Napoleón y después a José Bonaparte. Este hecho, inusitado en
la historia de las dinastías europeas, obligó a cuestionarse quién
debía gobernar el imperio en ausencia del rey y con base en qué

9
10 Revolución y constitución...

legitimidad.1 Como demuestra François Xavier Guerra, la cesión de


la corona generó algo más que el rechazo del usurpador francés en
España y en América, lo que derivó en un proceso revolucionario
y singular, «una revolución única que comienza con la gran crisis
de la Monarquía provocada por las abdicaciones regias de 1808 y
acaba con la consumación de las independencias americanas».2
Dada la naturaleza del proceso revolucionario que significó la
desintegración de la monarquía hispánica, en Europa y América
la ruptura con el antiguo régimen se experimentó a través de «ese
conjunto de ideas, principios, imaginarios, valores y prácticas que
caracterizan la modernidad política».3 A la par de las luchas de
independencia que formaron parte de un mismo proceso revolu-
cionario, el problema de gobernabilidad implicó nuevos debates
sobre la nación y representación que se resolvieron a través de la
Constitución de Cádiz en 1812.
Cádiz se convirtió en el primer modelo constitucional para la
nación mexicana inmersa en el proceso de independencia, pues
como demuestra Roberto Breña «es el documento que estable-
ció los parámetros jurídicos del país que surgió en 1821».4 Para

1
Antonio Annino, «Soberanías en lucha», en Inventando la nación: Iberoamé-
rica. Siglo XIX, Antonio Annino y François Xavier Guerra (coords.), Fondo de
Cultura Económica, México, 2003, p. 161.
2
François Xavier Guerra, «El ocaso de la monarquía hispánica: revoluciones
y desintegraciones», en Inventando la nación: Iberoamérica. Siglo XIX, Antonio
Annino y François Xavier Guerra (coords.), Fondo de Cultura Económica, Mé-
xico, 2003, p. 117.
3
Ídem.
4
Roberto Breña, «La Constitución de Cádiz: alcances y límites en Nueva
España», en México: un siglo de historia constitucional (1808-1917). Estudios y pers-
pectivas, Cecilia Noriega y Alicia Salmerón (coords.), Suprema Corte de Justicia
de la Nación e Instituto Mora, México, 2009, p. 15. Además de la participación
de los representantes de la Nueva España en las cortes gaditanas, Breña presta
atención sobre aspectos como los cinco procesos electorales para diputados a
m. L. Vidales y d. m. Perea 11

este autor, son distintos los factores que obligaron a considerar


a la Constitución de 1812 como parte fundamental de la historia
constitucional mexicana: empezando por la participación de los
representantes de la Nueva España en las cortes gaditanas, las im-
plicaciones de la Constitución en la conformación de una cultura
política novohispana, que ante la falta de una constitución propia
rigió el imperio de Iturbide junto al Plan de Iguala. Además, los
preceptos de esta Constitución guiaron la redacción del Decreto
Constitucional de Apatzingán en 1814 y la Constitución de 1824, e
influirían durante el siglo XIX.5
De acuerdo con Annick Lempériere, en la Constitución de 1812
se buscó resolver los debates sobre nación y representación por
medio del modelo de «una “nación española”, que hacía del anti-
guo imperio una nación “una e indivisible” de corte francés, en la
cual las cortes constituirían el centro político de todo el conjunto
y ejercerían la soberanía en nombre del pueblo».6
Lempériere caracteriza como «primera república» al periodo
que transcurrió desde la Independencia en 1821 hasta la promulga-
ción de las Leyes de Reforma en 1859-1860 (en el cual se redactaron
las constituciones de 1824 y 1857), durante el cual se enfrentaron
varios proyectos de nación que discurrían entre «una república de

Cortes entre los años de 1810 a 1821, lo estipulado respecto a la libertad de im-
prenta y el momento de la reimplantación de la Constitución en 1820, durante
el Imperio de Iturbide.
5
Ibíd., pp. 15-25. Para el autor, la influencia de la Constitución gaditana en la
Constitución de 1824 se manifestó en elementos como su redacción y estructura,
el sistema judicial, la función del Consejo de Gobierno, la conservación de los
fueros militares y eclesiásticos, y la proclamación oficial de la fe católica.
6
Annick Lempérière, «De la república corporativa a la nación moderna.
México (1821-1860)», en Inventando la nación: Iberoamérica. Siglo XIX, Antonio
Annino y François Xavier Guerra (coords.), Fondo de Cultura Económica, Mé-
xico, 2003, p. 319.
12 Revolución y constitución...

corte tradicional (comunitaria y católica) y los de una república


liberal que se asemejaba al ideal nacional heredado del iusnatura-
lismo y de la Revolución francesa».7
Si entendemos que tras la Independencia, la urgencia de cons-
tituirse en nación planteó distintos debates ideológicos, podemos
estar de acuerdo con la afirmación de Charles Hale, para quien el
proceso de construcción nacional que ocurrió entre los años de
1808 a 1910, debe ser visto desde la historia de las ideas políticas,
donde el liberalismo jugó un papel fundamental. Para Hale, «en
el meollo de la idea liberal estaba el individuo libre, no coartado
por ningún gobierno o corporación, e igual a sus semejantes bajo
la ley».8 A este ideal correspondía un proyecto político donde el
individuo libre debía ser un ciudadano leal a la nación o Estado
laico, en contraposición a las corporaciones como la Iglesia, ejér-
cito, gremios y comunidades indígenas. Dicho Estado laico debía
ser una república a la que se impusieran las restricciones legales
de una constitución.
En su estudio, Hale plantea que el liberalismo del siglo XIX fue
«un conjunto de ideas políticas que vieron su formulación clásica
como ideología en los años 1820-1840 y su cumplimiento en la
Constitución de 1857 y en las Leyes de Reforma.9 En esta tónica,
la derrota del Imperio de Maximiliano significó el triunfo del libe-
ralismo y el límite entre el pasado en que se pelea por el proyecto

7
Ibíd., pp. 317 y 318. Para la autora, el proceso de formación política de la
nación no se acabó sino al final de la Revolución mexicana en 1920.
8
Charles A. Hale, La transformación del liberalismo en México a fines del siglo
XIX, Editorial Vuelta, México, 1991, p. 16.
9
Ibíd., p. 15.
m. L. Vidales y d. m. Perea 13

liberal y conservador y un futuro revolucionario (el de 1910) que


termina por consolidar a la nación.10
Desde una perspectiva reciente, Elías José Palti plantea un en-
foque centrado en la «nueva historia intelectual» que implica un
desplazamiento de una historia de las «ideas» a aquella de los len-
guajes políticos que le subyacen.11 En esta historia se pone atención
en los contextos de enunciación donde «las ideas y conceptos se
combinan siempre de modos complejos y cambiantes, cumplien-
do funciones diversas y tomando sentidos variables».12 Léase, por
tanto, que las categorías de nación, revolución, constitución y libe-
ralismo, entre otras, fueron clave en la historia política mexicana
de los siglos XIX y XX y como tal, son susceptibles a un abordaje
que tome en cuenta su devenir como lenguajes políticos.
La historia de estos lenguajes políticos es el punto de entrada
al diálogo con los historiadores que conforman esta publicación,
empezando con el ensayo que Guillermo Zermeño Padilla dedica
a «la revolución vista desde la historia conceptual», donde a partir
de la multiplicidad de apariciones del vocablo en los impresos
difundidos entre 1780 y 1950, intenta mostrar que su uso pudo
significar cosas diferentes según el espacio o situación de habla
en que fue utilizado.
Para Zermeño, una de las premisas metodológicas de la historia
conceptual es que «no hay mundo sin lenguaje; pero tampoco hay

10
Ibíd., pp. 15-17. Véase también Charles A. Hale, El liberalismo mexicano en
la época de Mora, Siglo XXI Editores, México, 2012, donde el autor estudia los
puntos de distancia y los encuentros entre las ideas de liberales y conservadores
por la definición del liberalismo mexicano entre 1821 y 1853.
11
Elías José Palti, La invención de una legitimidad. Razón y retórica en el pen-
samiento mexicano del siglo XIX (un estudio sobre las formas del discurso político),
Fondo de Cultura Económica, México, 2005, p. 35.
12
Ibíd., p. 37.
14 Revolución y constitución...

lenguaje sin mundo». En principio, la revolución es un signo con-


ceptual que marca a su época, sea esta la época de la Revolución
francesa, de la Revolución americana, la Revolución mexicana o
de las revoluciones iberoamericanas. Para comprobar su fuerza,
basta con regresar al libro historia/Historia de Reinhart Koselleck,
donde el autor sitúa el nacimiento del concepto moderno de his-
toria desde la época de la «gran Revolución» (la francesa), a partir
de la cual se vivió «la experiencia de una ruptura que desgarraba,
separándolas, las dimensiones del pasado y del futuro, la concien-
cia de estar en una época de transición».13
En dicho orden de ideas, Guillermo Zermeño analiza el senti-
do del concepto revolución en el caso mexicano y encuentra sus
primeras referencias en la prensa novohispana de la década de
1780, vinculado a la astronomía, que presupone una estructura y
funcionamiento estable. A partir de la Revolución francesa, el cam-
po semántico del concepto se transformó e implicó un cambio de
sistema, el vocablo aparece ligado a la violencia y llegó a la Nueva
España como un «murmullo» trasatlántico, como una enfermedad
que se expande por «contagio». Revolución se convierte en un
concepto central del vocabulario político y social durante el siglo
XIX, de tal foram que las revoluciones de este siglo se juzgan de
manera ambivalente, pues causan temor pero también confianza,
generan esperanza y desesperanza.
A lo largo del siglo XIX el concepto revolución estará ligado a
las ideas políticas de liberales y conservadores, se convertirá inclu-
so en la Revolución reformista. Entrado el siglo XX, la Revolución
mexicana es una continuación del concepto acuñado en el siglo
XIX, aunque sus significados y situaciones de habla varían con el

13
Reinhart Koselleck, historia/Historia, Editorial Trotta, Madrid, 2004, p. 126.
m. L. Vidales y d. m. Perea 15

paso de las décadas, desde la Revolución maderista, la Revolución


constitucionalista, la Revolución agraria, hasta la Revolución mexi-
cana a partir de 1930 y el auge del mito en 1950.
Además de seguir la historia del concepto revolución, Zermeño
nos da la clave para entender el pasado desde la historia concep-
tual, donde el historiador articula sus discursos a partir del len-
guaje del pasado o propio de las fuentes, el del presente o propio
del historiador y el metalenguaje propio de la teoría.
En su ensayo «La presidencia de Porfirio Díaz: ¿régimen cons-
titucional o dictadura?», Paul Garner plantea una pregunta fun-
damental que solo se resuelve al poner en juego el léxico y las
prácticas políticas del pasado, con el presente de cada momento
historiográfico que clasifica al régimen de Díaz. Como punto de
partida, Garner reconoce al liberalismo como el fundamento ideo-
lógico, o si se prefiere, el concepto fundador de una legitimidad
política que contrasta con la realidad política decimonónica. El
proyecto liberal se desarrolló durante la década de 1820 y su prin-
cipal reto

fue reemplazar el antiguo régimen de la monarquía absoluta, el pri-


vilegio corporativo y la restricción colonial con una república federal
basada en instituciones representativas, elegidas por mayoría popular,
que alentaran y protegieran la ciudadanía, la igualdad ante la ley y,
desde mediados del siglo XIX, la secularización de la sociedad civil.14

Ante las inminentes dificultades para implantar el proyecto


liberal en la realidad política mexicana, Garner hace patente que

14
Paul Garner, Porfirio Díaz. Entre el mito y la historia, Crítica, México, 2015,
p. 49.
16 Revolución y constitución...

a partir de la segunda mitad del siglo XIX este fue exitoso en la


construcción de una narrativa nacional que se consolidó como la
historia patria liberal en México. En este sentido, Porfirio Díaz
heredó y logró consolidar una historia donde el liberalismo se al-
zaba triunfante sobre fuerzas obscuras como la Iglesia, los vestigios
del pasado colonial, la cultura política jerárquica, etcétera. Esta
historia patria sobrevivió la Revolución mexicana, pero excluyó a
Díaz del panteón de sus héroes.
Lo que acompañó a este proceso fue la coexistencia de inter-
pretaciones proclives al porfirismo y otras marcadamente anti-
porfiristas, que a su vez dan respuestas positivas o negativas a
la pregunta que guía el ensayo de Garner. Entendemos que estas
respuestas seguirán siendo ambivalentes mientras no se determine
que el liberalismo fue una construcción flexible, polívoca y cam-
biante. Con Garner, aprendemos que los conceptos políticos no
solo son variables a través del tiempo, sino también por medio de
los sujetos y sus circunstancias, por lo que nos movemos entre las
concepciones del liberalismo del joven militar Porfirio Díaz y su
carácter jacobino, a las del estadista maduro que buscó la manera
de mantener intacta la teoría liberal y el apego a la Constitución,
aunque en la práctica esta tuviera que adaptarse a las realidades
políticas y sociales de su tiempo.
Esta contradicción fue la piedra de toque del siglo XIX y con-
tinuó hasta el constituyente de 1916 y 1917; este es el tema que
estudia Josefina MacGregor en su ensayo «La Constitución de 1917
y el pragmatismo revolucionario». Desde su análisis, MacGregor
identifica el pragmatismo de Venustiano Carranza, quien esquivó
el apego al procedimiento de reforma a la Constitución de 1857
al convocar un congreso constituyente como si se tratara de una
nueva constitución a elaborar, cuando solo se reformaba la vigente.
m. L. Vidales y d. m. Perea 17

La Constitución de 1917 nacía de dos paradojas: no era una nueva


Carta Magna, sino la reforma de la Constitución de 1857, y fue ela-
borada por iniciativa de los carrancistas, el grupo revolucionario
que exigía restaurar ese orden constitucional.
Casi desde su nacimiento, la Constitución liberal de 1857 fue
proclive a cambios y diatribas, las cuales se acentuaron durante el
régimen de Díaz, momento en que el grupo científico la llegó a
calificar como inoperante en la realidad mexicana. En su escrito,
MacGregor nos muestra cómo el carrancismo hizo propias estas
apreciaciones a la Carta Magna y la opinión de que esta continuaría
siendo inadecuada en caso de no reformarla o «purgarla de sus
defectos».
Esta observación sobre el pragmatismo revolucionario adquiere
nuevas dimensiones cuando nos permite hacer el balance de un
siglo y conectar el nacimiento de la Constitución de 1917 con un es-
pacio de experiencia dado por la historia y la ineficacia del proyecto
liberal, expreso en las constituciones de 1824 y 1857 y un horizonte
de expectativa revolucionario que buscaba respetar el espíritu libe-
ral e implantar normas que cuadraran con las necesidades sociales.
Al final la paradoja continuaba y el pragmatismo se vestía con la
legitimidad constitucional, resultando en una Constitución que,
entre otros aspectos que merecen nuestro análisis, fortaleció la
figura presidencial.
De la Constitución de 1917 pasamos al ensayo «Revolución y
regiones», donde Alan Knight expone el papel de las regiones como
actores clave en la compleja historia de México, sobre todo en
los momentos de ruptura sociopolítica como la Independencia,
la Guerra de Reforma, la Intervención francesa y la Revolución.
De acuerdo con Knight, no es posible entender ninguno de estos
18 Revolución y constitución...

momentos de quiebre, pasando de largo la observación de su com-


portamiento regional.
A través de su mirada a las revoluciones de los siglos XIX y XX,
Knight traza sus geografías regionales y nos acerca a las respuestas
locales frente a las ideas liberales, conservadoras, revolucionarias,
antirrevolucionarias, anticlericales, etcétera. Como ejemplo des-
taca el carácter del norte como tradicionalmente inclinado por el
federalismo, el liberalismo y el anticlericalismo y el centro como
tradicionalmente conservador, aunque en la historia presente sea
la avanzada de la izquierda.
De estas experiencias rescata el papel de las rebeliones serranas
como aquellas formas de resistencia local frente a las imposiciones
de un estado central lejano, ajeno y opresivo, que caracterizaron la
década revolucionaria de 1910 y se repitieron durante los años de
la guerra cristera de 1926-1929. También se detiene en el matriotis-
mo como una postura anticentro que en determinadas coyunturas
actuó como un factor antirrevolucionario.
Por tanto, Knight afirma que el proceso de «forjar estado» en
México fue confuso y a veces caótico, dado el peso de estas iden-
tidades locales y regionales, así como la persistencia de determi-
nadas comunidades, familias o clanes, esos actores colectivos que
contravenían a la teoría liberal aunque al final fueran decisivos en
su implantación. Entre los maderistas que hicieron la Revolución
de 1910, las evocaciones al pasado liberal y a sus héroes persistían

a todo lo largo y ancho de México, aunque de manera especial en


el norte, donde existían familias con opiniones políticas serias y so-
fisticadas, nutridas en la fuerte tradición del liberalismo mexicano
[...] que miraban hacia los héroes liberales del pasado y se sentían
m. L. Vidales y d. m. Perea 19

avergonzados de que la política de su país en ese momento padeciera


de una muerte en vida.15

Podríamos decir entonces que la historia de las ideas y lenguajes


políticos, así como las revoluciones, reflejaron los matices del pai-
saje regional y local de la nación que se soñó tras la Independencia,
y que la historia de los siglos XIX y XX estuvo marcada por dos
experiencias, o quizá dos conceptos, que era preciso aprehender
a fin de dar forma a nuevas realidades: revolución y constitución.

Bibliografía

Annino, Antonio, «Soberanías en lucha», en Inventando la nación.


Iberoamérica. Siglo XIX, Antonio Annino y François Xavier
Guerra (coords.), Fondo de Cultura Económica, México, 2003.
Breña, Roberto, «La Constitución de Cádiz: alcances y límites en
Nueva España», en México: un siglo de historia constitucional
(1808-1917). Estudios y perspectivas, Cecilia Noriega y Alicia
Salmerón (coords.), Suprema Corte de Justicia de la Nación e
Instituto Mora, México, 2009.
Garner, Paul, Porfirio Díaz. Entre el mito y la historia, Crítica, Mé-
xico, 2015.
Guerra, François Xavier, «El ocaso de la monarquía hispánica: re-
voluciones y desintegraciones», en Inventando la nación. Ibe-
roamérica. Siglo XIX, Antonio Annino y François Xavier Guerra
(coords.), Fondo de Cultura Económica, México, 2003.

15
Alan Knight, La Revolución mexicana. Del porfiriato al nuevo régimen cons-
titucional, Fondo de Cultura Económica, México, 2010, p. 111.
20 Revolución y constitución...

Hale, Charles A., El liberalismo mexicano en la época de Mora, Siglo


XXI Editores, México, 2012.
Hale, Charles A., La transformación del liberalismo en México a
fines del siglo XIX, Editorial Vuelta, México, 1991.
Knight, Alan, La Revolución mexicana. Del porfiriato al nuevo ré-
gimen constitucional, Fondo de Cultura Económica, México,
2010.
Koselleck, Reinhart, Historia/historia, Editorial Trotta, Madrid,
2004.
Lempérière, Annick, «De la república corporativa a la nación
moderna. México (1821-1860)», en Inventando la nación. Ibe-
roamérica. Siglo XIX, Antonio Annino y François Xavier Guerra
(coords.), Fondo de Cultura Económica, México, 2003.
Palti, Elías José, La invención de una legitimidad. Razón y retóri-
ca en el pensamiento mexicano del siglo XIX (un estudio sobre
las formas del discurso político), Fondo de Cultura Económica,
México, 2005.

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