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Guillermo Jorge Manuel José

Mem Fox Julie Vives

Ediciones Ekaré
Había una vez un niño llamado Guillermo Jorge Manuel José. ¿Y saben?
Ni siquiera era un niño muy grande.

Su casa quedaba al lado de un hogar


para ancianos y conocía a todas las
personas que vivían allí.
Le gustaba la Señora Marcano, que
por las tardes tocaba el piano.

Y también el Señor
Tancredo, que contaba
cuentos de miedo.
Hacía mandados para la
Señora Herrera, que
caminaba con un bastón
de madera.

Jugaba con
el Señor
Arrebol, que
era loco por
el béisbol.

Y admiraba el
Señor Tortosa
Escalante, que
tenía voz de
gigante.
Pero su amiga favorita era la Señorita Ana Josefina Rosa Isabel porque tenía
cuatro nombres igualito que él.
La llamaba Señorita Ana y le contaba todos sus secretos.
Un día, Guillermo Jorge Manuel José escuchó a su papá y a su mamá
hablando de la Señorita Ana.

-Pobre viejecita -dijo su mamá.


-¿Por qué es una pobre viejecita?
-preguntó Guillermo Jorge.
-Porque ha perdido la
memoria. -dijo su papá.

-Lo que no es raro.


-dijo su mamá.
. -Después de todo, tiene
noventa y seis años.

-¿Qué es una memoria? -preguntó Guillermo Jorge.

-Es algo que se recuerda -contestó su papá.


Pero Guillermo Jorge quería saber más.

Fue a ver a la Señora


Marcano que tocaba el
piano.

-¿Qué es una
memoria? -preguntó.

-Algo tibio, mi niño, algo tibio.


Fue a ver al Señor Tancredo, que le contaba cuentos de miedo.

-¿Qué es una memoria?


-le preguntó.

-Algo muy antiguo, muchacho,


algo muy antiguo.
Fue a ver al Señor Arrebol, que era loco por el béisbol.
-¿Qué es una memoria? -le preguntó.
-Algo que te hace llorar, jovencito, algo que te hace llorar.

Fue a ver a la Señora


Herrera, que caminaba
con un bastón de
madera.

-¿Qué es una
memoria?
-le preguntó.

-Algo que te hace reír,


mi cielo, algo que te
hace reír.
Fue a ver al Señor Tortosa Escalante,
que tenía voz de gigante.

-¿Qué es una memoria? -le preguntó.

-Algo precioso como el oro, niño,


algo precioso como el oro.
Entonces, Guillermo Jorge regresó a
su casa a buscar memorias para la
Señorita Ana, porque ella había
perdido las suyas.
Buscó las viejas conchas de mar que
hacía tiempo había recogido en la
playa y las colocó con cuidado en
una cesta.
Recordó con tristeza la medalla
Encontró la marioneta que hacía que su abuelo le había
reír a todo el mundo y también la regalado y la puso suavemente
puso en la cesta. al lado de las conchas.
Luego encontró su pelota de fútbol, que era preciosa como el oro, y por
último, camino de la Señorita Ana, pasó por el gallinero y sacó un huevo
calientito de debajo de una gallina.
Entonces, Guillermo Jorge se sentó con la Señorita Ana y le fue entregando
cada cosa, una por una.

“Qué niño tan querido y


extraño que me trae todas
estas cosas maravillosas”,
pensó la Señorita Ana.

Y comenzó a recordar.
Sostuvo el huevo tibio en sus
manos y le contó a Guillermo
Jorge de los huevos azules que
una vez encontró en el jardín de
su tía.

Acercó una concha a su oído


y recordó el viaje en tren a la
playa, hace muchos años, y
el calor que sintió con sus
botines altos.
Tocó la medalla y habló con tristeza de su hermano mayor que había ido
a la guerra y no había regresado jamás.
Se sonrió con la
marioneta y recordó la
que ella le había hecho
a su hermana pequeña
y cómo se había reído
con la boca llena de
avena.
Le lanzó la pelota a Guillermo Jorge y
recordó el día en que lo conoció y los
secretos que se habían contado.

Y los dos sonrieron y sonrieron,


porque la memoria de la Señorita
Ana había sido recuperada por un
niño que tenía cuatro nombres y ni
siquiera era muy grande.

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