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Del cielo al infierno.

Miguel Cabral de Noroña


Vida y obra de un
eclesiástico filomasón
Del cielo al infierno.
Miguel Cabral de Noroña
Vida y obra de un
eclesiástico filomasón

Manuel Hernández González


Director de arte: Marcelo López
Maquetación: Migdalia Morales

Del cielo al infierno. Miguel Cabral de Noroña. Vida y obra de un


eclesiástico filomasón
Manuel Hernández González

Primera edición en Ediciones Idea: 2019


© De la edición:
Ediciones Idea, 2019
© Del texto:
Manuel Hernández González

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preso del editor
Índice
Introducción.............................................................................11

Primeros años de vida .............................................................13


Franciscano en el Puerto de la Cruz y La Laguna .............18
Capellán del regimiento de Ultonia ....................................24
Sus relaciones con Catalina Prieto y la obtención de un
patrimonio para secularizarse ...............................................38
El retorno a la Península y la obtención de su
secularización ...........................................................................43
Las poesías castellanas en direrentes metros ......................51
Procesado por la Inquisición por su sermón sobre Las
Conquistas de Canarias y América......................................70
Nuevas denuncias ante el Santo Oficio...............................84
La apertura de una causa secreta de expulsión por el
regente Hermosilla..................................................................93
El Tribunal Episcopal y la Junta promueven su
expulsión ...................................................................................114
El impacto y el contenido del Manifiesto contra la
Junta ...........................................................................................128
Conducido preso a Cádiz ......................................................134
El duende político y la discusión sobre la libertad de
imprenta en las cortes de Cádiz. La publicación del
Duende político.......................................................................141

9
Su concepción de la libertad y la igualdad civiles y el
derecho de propiedad y su discurso anticolonialista ........147
Sus ideas avanzadas sobre la mujer.......................................152
La libertad de prensa y su debate en las cortes
gaditanas. La persecución del Duende político y su
huida a Filadelfia .............................................................................154
Entre el apoyo a la emancipación americana y el servicio
al colonialismo español: sus contradictorias actividades
en Filadelfia (1811-1819) ............................................................167
Un conspirador al servicio del gobierno español, mas
siempre un peligro público....................................................181
Ansioso por poner retornar...................................................194
Su propuesta a José Pizarro sobre el poblamiento de
las regiones septentrionales de nueva España ....................201
Cabral de Noroña y la Masonería cubana ..........................207
Las reflexiones imparciales sobre la Francmasonería........212
El proyecto de crear un periódico en Inglaterra ................220
Los contenidos de El Observador........................................229
Alcance y difusión en Hispanoamérica...............................240
Retorno a España, conflicto con Diego Correa y
muerte en Madrid....................................................................250
Reflejo de una época, hijo de su tiempo..............................258

Archivos consultados..............................................................264
Bibliografía ...............................................................................265

10
Introducción

La sátira, la extraversión, la extravagancia, son ciertamente


rasgos peculiares de una concepción librepensadora, con-
forme al espíritu del Siglo de las Luces. En ese período álgido
de la historia de Europa que viene definido por la irrupción de
la Revolución francesa conviven personajes que impregnan
con su particular sello su trayectoria por la vida, que no pasan
o que no quieren pasar inadvertidos. Uno de ellos es Miguel
Cabral de Noroña, natural de Madeira, sujeto de una cultura
poco común, dotado de una pasmosa facilidad para componer
versos satíricos y caracterizado por un premeditado afán por
llamar la atención y darse a conocer donde quiera que estu-
viese. Pragmático, inquieto, radical, en sus actuaciones coti-
dianas, su acentuada pasión, sus contumaces enemistades, su
ideología parece diluirse y hacerse opaca en la intrincada te-
laraña en la que convive. Pero, no en vano, nada se da puro ni
homogéneo, por lo que debemos de tener en cuenta que como
tal Cabral es hijo de su tiempo1.

1
Este trabajo de investigación se ha realizado con cargo al proyecto HAR 2016-76398-
P del Ministerio de Economía y Competividad.

11
Liberal exaltado, enemigo acérrimo del colonialismo, fun-
dador de periódicos en el Cádiz de las Cortes, constituciona-
lista, refugiado en Estados Unidos, donde intenta publicar un
rotativo y trabaja como espía y empleado de la representación
diplomática española, encarcelado por su oposición a la Junta
Suprema de La Laguna y a los planes del sector hegemónico
de la elite tinerfeña, redactor en Londres de un periódico fer-
nandino contra la independencia de América, su presencia no
pasa inadvertida en todo lugar donde residiese. Su actitud y
comportamiento nos revelan la mentalidad de un liberal afa-
nado en destruir los prejuicios tradicionales del Antiguo Ré-
gimen, mientras su carácter constituye un fiel retrato del
ambiente de una sociedad en cambio, agrietada por las nuevas
ideas revolucionarias y en la que las contradicciones surgían y
se vivían a flor de piel, a camino entre la reforma frustrada y
el frenético miedo a la plebe.

12
Primeros años de vida

Sobre los primeros años de su vida los datos que poseemos


son escasos. En su testamento declara ser «natural de la isla de
la Madera, reino de Portugal, hijo del capitán Blas Cabral de
Noroña y de doña Francisca María Meneses, según hago me-
moria»2. Debió ser miembro de una familia de cierto relieve
en la isla porque en varias ocasiones aparece como su repre-
sentante para arrendar la explotación de la barrilla en las islas
Salvajes, un enclave insular deshabitado perteneciente de Por-
tugal. Precisamente su padre, como señor y dueño de esos is-
lotes, las había dado en arrendamiento el 12 de julio de 1768
por tres años al vecino de Funchal Juan Telles de Meneses por
sesenta mil reis de la moneda portuguesa, que suponían unos
60 pesos fuertes de las de Canarias, y este a su vez lo había
traspasado el 22 de octubre de ese año por 100.000, que re-
presentaban 10 pesos fuertes al vecino de Santa Cruz de Te-
nerife Antonio Faria Barreto3. El mismo Cabral publicó un
aviso en el Correo de Tenerife de 10 de noviembre de 1808 en

2
A.H.P.M. Leg 21782, ff.343- 345. 9 de mayo de 1821.
3
A.H.P.T. Protocolos notariales. Santa Cruz de Tenerife, 22 de octubre de 1768.

13
el que manifestaba que «la persona a quién acomode com-
prar las dos Islas llamadas Salvages que pertenecen en pro-
piedad libre a la familia portuguesa y casa de Cabral en la Isla
de la Madera, puede dirigirse al presbítero D. Miguel Cabral
de Noroña, capellán de ejército, residente en la ciudad de La
Laguna, capital de Tenerife, que este dirá con quien ha de tra-
tarse, y en qué términos»4.
Sólo sabemos que estudia en la Universidad de Coimbra,
donde probablemente conocería en profundidad el griego,
una erudición por la que sería admirado por sus contempo-
ráneos, tras lo que ingresa en el convento franciscano de Fun-
chal, del que huye al ser encarcelado por sus superiores a raíz
de la redacción de unos versos satíricos contra un carmelita
calzado recién llegado del Brasil5. Sobre sus rasgos físicos con-
tamos con una descripción suya de Fernando del Hoyo So-
lórzano, conde de Sietefuentes, que dice de él que «su
estatura es alta, la cara larga, poblado de barba»6.
Tras su fuga se encamina hacia Tenerife, donde encuentra
un refugio seguro, ya que allí los madeirenses, y en general los
portugueses, a pesar de su condición legal de extranjeros, no
son considerados como tales. La colonización de la isla, reali-
zada en un importante número por habitantes de esta nación,
el continuado intercambio comercial y el trasiego de pobla-
ción entre ambos lugares originó un ambiente social en el que
no se les trataba como forasteros, no teniendo por tanto repre-
sentación legal hasta 1822, cuando se fundó en Santa Cruz el

4
El Correo de Tenerife de 10 de noviembre de 1808, p.8.
5
RUMEU DE ARMAS, A. «Prólogo». En BONNET Y REVERÓN, B. La Junta Su-
prema de Canarias. 2º edición. La Laguna, 1980. Tomo II, p. VII.
6
A.H.N. Inquisición. Leg. 4505 exped. nº7.

14
Consulado de Portugal7. El español aportuguesado de Cabral,
como relataba el historiador portuense Álvarez Rixo, también
de origen lusitano, y que pasó dos años de su niñez en Ma-
deira, se amoldaría sin problemas a la isla.
Nuevos mercados, renovadoras expectativas, pero también
innovadoras ideas, insólitas concepciones de la vida que
irrumpen en la vida de las islas y que tratan de incorporar una
nueva mentalidad ilustrada y liberal se erigen para transformar
en provecho de estas élites mercantiles la realidad social en Ca-
narias y Madeira. Nada como la masonería, con su concepción
y organización genuinamente burguesa de las relaciones so-
ciales, los intercambios ideológicos y la noción de la filantro-
pía, la solidaridad y la ayuda mutua entre personas de un
mismo sector social, expresa el signo de los nuevos tiempos.
Antonio Egidio Fernandes Loja en su estudio sobre la
masonería portuguesa del siglo XVIII ha señalado la pujanza
de las sociedades masónicas en la Madeira de la centuria ilus-
trada8. El análisis pormenorizado de sus miembros nos de-
muestra cuán estrechamente están ligados a las actividades
mercantiles y las conexiones que presentan con el comercio
atlántico, en particular con los Estados Unidos y las Antillas.
Alejandro French, un irlandés asentado en el Puerto de la Cruz
que comercia con los Estados Unidos a través de Madeira y que
capitanea un barco perteneciente a una compañía formada por
dos ilustrados canarios, el marqués de Celada y Juan Bautista
de Franchi, ingresa en la logia de Boston Royal Exchange
Lodge en 1737. Fue procesado a su llegada al Puerto de la

7
CIORANESCU, A. Historia de Santa Cruz de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 1977,
Tomo I, p. 99.
8
FERNANDES LOJA, A. E. A luta poder contra maçonaria. Quatro perseguiçoes no Séc.
XVIII. Lisboa, 1986.

15
Cruz en 1739, convirtiéndose de esa forma en el primer proceso
inquisitorial contra la masonería en todo el Imperio español,
justo un año después de la bula contra esa sociedad promulgada
por Clemente XII el 28 de abril de 1738. Sus actividades mer-
cantiles son un certero ejemplo de estas interrelaciones atlán-
ticas, en las que se encuentran también las familiares, pues su tío
Alejandro residía por aquellas fechas en Funchal9.
Veamos dos ejemplos significativos del ambiente en que se
desarrolló Cabral y que son un fehaciente testimonio de esas
nuevas perspectivas en aguas atlánticas. El primero de ellos el
de los hermanos Miguel y Felipe Carvalho de Almeida, natu-
rales de Madeira. Eran sobrinos del predicador y capellán de
Juan V de Portugal, don Miguel Carvalho de Almeida. Mi-
guel, se inició en la masonería en Barbados en torno a 1783 y
1784, permaneciendo en esa isla por espacio de nueve años.
Regresó a su tierra natal en 1793, donde fue procesado por el
Santo Oficio. En distintas ocasiones arribó a las Canarias. En
1785 aparece vendiendo en Santa Cruz de Tenerife su ber-
gantín el Medio Mundo al comerciante Francisco Lugo Viña,
miembro de una familia de la pequeña nobleza tinerfeño de
conocida militancia liberal. Ese buque lo había adquirido al
Coronel de milicias de Lanzarote Ambrosio de Armas. Sabe-
mos también que utilizó las Canarias como trampolín para la
venta de esclavos en las colonias españolas de América. Su her-
mano Felipe, nacido en Funchal el 1 de mayo de 1765, fue ma-
rino en su juventud. Más tarde se estableció en La Laguna
(Tenerife), dedicándose al comercio de vinos. Familiar del
Santo Oficio y Mayordomo de Propios del Cabildo de La

9
PAZ SÁNCHEZ, M. Historia de la Francmasonería en Canarias (1739-1936). Las Pal-
mas, 1984.

16
Laguna, fue miembro de la Real Sociedad Económica de Ami-
gos del País de Tenerife. Partidario de las ideas ilustradas y li-
berales, fue el primero en traer un piano a Tenerife y donó a
la Cofradía del Santísimo de la Concepción la imagen de la
Dolorosa que el ilustrado escultor grancanario José Luján
Pérez le había regalado. Efectuó un compromiso de matri-
monio entre su hija Antonia y el hijo de su hermano Miguel,
que era Caballero de la Orden de Cristo, tramitándose las dis-
pensas, pero el matrimonio no llegó a efectuarse10.
El otro referente es el del mercader madeirense Francisco
Pinto, que frecuentó las logias de Funchal en 1792, y que es bien
expresivo de las estrechas relaciones que se establecen entre el
comercio y la masonería. Este comerciante tuvo largas conver-
saciones con el piloto tinerfeño Antonio López de Padrón en la
isla de San Estando (Antillas holandesas) en un convite. Pinto le
refirió que «los españoles estaban llenos de fanatismo, pensando
que la francmasonería giraba contra el cielo, contra el Rey y con-
tra la patria, siendo solamente una amistad que se contrae entre
los hombres para fomentar la fe de su comercio». Su grave se-
creto consistía en unas ciertas señas y palabras con las que se
daban a conocer unos a otros y sus juntas «consistían en diver-
tirse en casas que para este fin tienen dedicadas, una o dos oca-
siones al mes, comiendo y bebiendo en ellas». Además le refirió
el juramento que hacían ante la Biblia de no dejar abandonado
al hermano desvalido, y de ser fiel a la monarquía, la patria y la
religión. Sostuvo que pertenecían a ella reyes, cardenales, obispos
y arzobispos «si pensaban con la pureza que debían»11.

10
PAZ SÁNCHEZ, M. «Op. Cit.» pp. 21y 63 y HERNANDEZ GONZÁLEZ, M.
«La proyección de Estados Unidos en la Masonería atlántica: la protección de masones ma-
deirenses en Canarias». Islenha nº 8, Funchal, 1991.
11
FERNANDES LOJA, A. E. «Op. Cit.» pp. 412 y 454.

17
Franciscano en el Puerto de la Cruz y La Laguna

En Tenerife se establece en el convento franciscano del Puerto de


la Cruz, donde continúa con sus travesuras y sus proposiciones es-
candalosas para con los miembros de su orden. Esa localidad era
por aquel entonces un ejemplo palpable de una sociedad cosmo-
polita. En ella residía una burguesía comercial abierta a las nue-
vas ideas y sedienta de lo que por aquel entonces se denominaba
Ilustración. Allí arriba en 1789, que es la primera fecha que po-
seemos con total certeza de su vida. En ese ambiente de fe en la
razón y el progreso se amolda plenamente. En ese centro esencial
de la exportación vinícola, en el que convivían algunos singula-
res compatriotas de Cabral como Caballero Sarmiento o Manuel
Álvarez, padre de José Agustín Álvarez Rixo, imbuidos de hete-
rodoxia y liberalismo, que sin duda influirían sobre el religioso.
Caballero Sarmiento llegó a burlarse incluso del Santo Oficio, de
los clérigos que supuestamente querían iniciarse en su misterio y
hasta de los masones que huían de las persecuciones de Madeira,
como con ironía explicitó Álvarez Rixo, cuyos datos eran riguro-
samente ciertos12. La anécdota de los hules masónicos colocados

12
Sobre su etapa canaria, véase HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. PAZ SÁNCHEZ,
M. «Caballero Sarmiento y Canarias. Noticias sobre un comerciante ilustrado». Anuario
de Estudios Atlánticos nº31. Madrid-Las Palmas, 1985, pp.457-486.

18
en un espléndido agasajo que tributó al Prelado Antonio Tavira
muestran su audacia, al mismo tiempo que los avanzados plan-
teamientos ideológicos del obispo. Se conserva una poesía dedi-
cada a Caballero Sarmiento, atribuida por José Agustín Álvarez
Rixo al madeirense, que dice así:

Acude musa mía, pues que intento


Cantar la expedición del Gran Sarmiento
Pautemo Apolo la suave melodía
Y tú famosa Ninfa que presides el día
Que narras los instantes y minutos
Y formas los mortales estatutos
Aclárame pasajes tan ufanos
Y de este hombre tan célebre y afamado
Cantemos los loores que ha ganado13

Su singular cultura, bastante rara dentro de su anquilosada


orden, se hizo notar de inmediato. Las aspiraciones de re-
forma educativa de esa élite intelectual se vieron plasmadas
en un proyecto que sirviese de impulso y motivación a las mi-
norías propicias a ese innovador espíritu, la creación de una cá-
tedra de buenas letras en el convento franciscano de la localidad,
eligiéndole por maestro al poco tiempo de su llegada a la po-
blación. Rápidamente movilizó por medio de papel, «a mu-
chos vecinos decentes para presenciar su apertura, verificada el
24 de Mayo de 1789, con un discurso que versó sobre la utili-
dad de las ciencias». Pero la orden franciscana era un marco
muy estrecho para los cauces ilustrados de Cabral y la persis-
tencia en la misma del mimetismo escolástico, el desinterés más

13
B.U.L.L. Fondo José Agustín Álvarez Rixo.

19
absoluto por la cultura y el reaccionarismo más retrógrado, lle-
varon al cabo de cierto tiempo a la supresión de esta institución
educativa porque «conventuales del maestro le comenzaron a
tomar ojeriza por el liberalismo de sus opiniones, corriendo la
desgracia común a nuestro país, donde no ha de progresar nada
por ser infinitos los rutinarios y los tontos»14.
Un acérrimo enemigo suyo, el orotavense José Domingo
Acosta y Brito, beneficiado de las parroquiales de la Concep-
ción de la Orotava y La Laguna, lo conoció de vista y por no-
ticias desde la primera época en que apareció en Tenerife.
Refirió que «su principal habitación fue entonces en el
Puerto de la Cruz, viviendo yo a la sazón en la villa de La Oro-
tava. Allí sentó cátedra de humanidades y se dio al ministerio
del púlpito, pasando por un grande erudito y hombre de sa-
biduría rara entre los comerciantes de aquel pueblo. Mas, al
cabo de algunos meses, ya no tuvo mucho séquito; y séase por-
que a los padres no les acomodaba la enseñanza que Cabral
daba a sus hijos o porque este se cansó de hacer beneficios al
público, abandona la Cátedra y dejando fastidiados a sus pri-
meros admiradores recorre la isla escandalizándola con sus
modales descompuestos y con sus introducciones indecentes
e inundándola de versos y sarcasmos contra todos lo que no
eran de su jaez»15.
Cabral comenzaba a darse cuenta de que el recinto con-
ventual limitaba su libertad de movimientos y se le quedaba
estrecho. Como otro franciscano célebre, Antonio José Ruiz
de Padrón, con el que coincidió en su rechazo al absolutismo

14
ÁLVAREZ RIXO, J.A. Anales históricos del Puerto de la Cruz de La Orotava. Introd.
de María Teresa Noreña Salto. Tenerife, 1993, p.123.
15
A.H.N. Consejos. Leg. 2717 nº10.

20
y en su estancia en los Estados Unidos, aunque ésta última en
fechas diferentes, decide abandonar la disciplina franciscana
para exclaustrarse. Contaba con el obstáculo de necesitar un
permiso papal y una congrua con que sustentarse. La prohibi-
ción de sus estudios, la hostilidad del provincial y los conti-
nuos escándalos que provocaba le llevaron a ser destinado de
nuevo a La Laguna, al convento de San Diego del Monte.
Acosta y Brito indicó que la máxima autoridad de su orden,
fray Bartolomé Lorenzo, «quiso meterlo en clausura y en
efecto lo retiró a San Diego del Monte, de donde salía Cabral
y hacía en esta ciudad sus correrías, presagio de las mayores y
más empeñadas, que andando el tiempo haría aquí mismo».
Lope de la Guerra, por su parte, relató que se le había desti-
nado como morador de ese monasterio situado «extramuros
de esta ciudad». Después de algunos acontecimientos lo qui-
sieron reducir a «correspondiente regularidad», por lo que
fue displicentado16, lo que le conduciría, como veremos más
adelante, a ingeniar una burla muy pesada contra el padre pro-
vincial. El regidor icodense Juan Prospero de Torres traslució
que en esa época «aquí estuvo con aceptación de mucho, aun-
que censurado de algunos, de morador en el convento de San
Diego del Monte de La Laguna y no sé si algún otro de los de
su religión. Entonces fue cuando tuve las primeras ocasiones
de verle en casa de doña Catalina Prieto del Hoyo, señora de
la primera distinción y respecto»17.
De las relaciones que sostuvo durante su residencia en el
convento lagunero de San Diego del Monte, se conserva una
carta suya dirigida desde ese cenobio al célebre comerciante

16
A.H.N. Consejos. Leg. 2717 nº10.
17
A.H.N. Consejos. Leg. 2717 nº10.

21
ilustrado del Puerto de la Cruz de ascendencia inglesa Carlos
Francisco, que constituye un certero exponente de sus ideas
avanzadas. Está fechada el 23 de julio de 1791. En ella mani-
festó que este mercader le dio cuenta «la solemne graduación
del grande Melo; y que él tuviese el honor de que ilustrase su
acto un coro de madamas». Le reprochó de que hablase «con
demasiada acrimonia contra estos dulces pedazos de nuestro
corazón. Llamar a las mujeres ídolos nocivos al bien común,
¡qué proposición tan áspera! Si los más ilustres escritores
desde Plutarco hasta Mr. Thomas no hubiesen honrado sus
plumas brillantes y enérgicas en defensa y elogio del bello sexo,
yo mostraría cuantos homenajes de gratitud le debemos. Las
mujeres han hecho ver en todos los siglos y en todas las na-
ciones que la Naturaleza en nada las hizo inferiores al hombre,
antes las ha dado sobre el imperio de las gracias y de la belleza,
de la sensibilidad y de la ternura. Ellas tienes una alma tan
noble como la nuestra y si los órganos de sus cuerpos no son
tan fuertes y capaces de las mismas acciones que los nuestros,
esta es una falta que debe únicamente atribuirse a la educa-
ción y al retiro. A que les ha condenado el bizarro castigo de
nuestras constituciones políticas. Yo no veo en que ellas sean
nocivas al hombre, sino porque este abusa de su decoro. Las
cosas más santas pueden convertirse en lazo y las más saluda-
bles en veneno por el abuso que de ellas se hace. vmd., más
bien que yo debe defender esta causa, ella le toca más de cerca
y vmd. no puede abandonarla sin dejar de perder los preciosos
derechos de una cava mitad de sí mismo». Revela sin duda sus
puntos de vista innovadores sobre la mujer que exteriorizará
más adelante en El Duende político gaditano. Culmina esa ex-
hortación indicándole que «yo solamente las defiendo por lo
que tengo de común con ellas en la Naturaleza y por los bene-
ficios que todos les debemos. Ellas nos dan la vida y jamás nos

22
la dan sin exponerse a perder la suya, defendiéndolas defien-
des la razón»18.
En la capital de la isla, fiel a su singular visión de la ideo-
logía ilustrada, solicitó el ingreso en la Real Sociedad Econó-
mica de Amigos del País de Tenerife el 2 de noviembre de
1792, siendo admitido dos días después con todos los votos.
Su petición es, en este sentido, bastante expresiva de su per-
sonalidad: «Interesado por tantos títulos en la felicidad y glo-
ria de vuestro país, no extrañéis que yo busque alistarme entre
vosotros. Un cuerpo sabio y respetable que trabaja sobre estos
grandes objetos lleva mi atención y me contaré por dichoso,
si admitido en vuestro gremio, pudiese conspirar útilmente
con el celo de la Patria que os inflama. Mientras esta idea no
se realiza permitid que yo bese vuestras manos e implore a el
cielo corone de gloria vuestras honrada fatigas»19.

18
B.U.L.L. Fondo José Agustín Álvarez Rixo. Carta de fray Miguel Cabral de Noroña a
Carlos Francisco. San Diego del Monte (La Laguna), 23 de julio de 1791.
19
A.R.S.E.A.P.T. Libro 22/54 f. 53.

23
Capellán del regimiento de Ultonia

La extravagancia de su prosa y el lenguaje provocador que


enuncia eran ciertamente sugestivos. Su temperamento sar-
cástico, agresivamente satírico, no era bien tolerado en la
orden, que se resistía a permitir lo que consideraba continuas
violaciones de la humildad conventual. En medio de esta at-
mósfera de indignación y desprecio, abandona la comunidad
seráfica y marchó a la Península. Sobre el móvil de su traslado
las noticias son contradictorias. Lope de la Guerra sostuvo que
su encierro en San Diego del Monte le disgustó, por lo que
«no sé por qué motivos se ausentó de esta isla sin las corres-
pondientes licencias de su prelado provincial». Sin embargo,
el alcalde mayor de La Orotava, Francisco Javier Otal Palacín,
esgrimió que fray Bartolomé Lorenzo, «que a la sazón era aquí
provincial del orden de San Francisco, enterado después de
algún tiempo, seguía el religioso Cabral con sus acostumbra-
das travesuras, le mandó se restituyera a La Madeira y se fue a
Madrid». El mismo beneficiado de la parroquia de los Re-
medios de La Laguna Pedro José Bencomo expresó esa
misma duda al indicar que «se ausentó de estas islas fugi-
tivo como quieren unos o remitido a su tierra por su provin-
cial como afirman otros». Algo similar asevera Acosta Brito
al manifestar que «últimamente oprimido por el superior

24
regular u obligado por él desaparece de aquí, dándose todas
las enhorabuenas por la ausencia de un hombre revoltoso y
mal intencionado»20.
Sea de una forma o de otra lo cierto es que se dirigió a
Cádiz y de allí a Madrid, donde tramó vengarse con fina aun-
que sórdida ironía de su provincial con la habilidad e imagi-
nación que le era consustancial. Aunque Álvarez Rixo supone
que esa trama aconteció en 1791, estimamos que fue varios
años después, en 1793, puesto que, a finales de 1792, como
hemos visto, se hallaba residiendo en esa fecha en La Laguna.
Según el relato del citado historiador, «cierto día recibió el
Gobernador Pereyra un oficio al cual acompañaba sus plie-
gues cerrados para que se abriesen a presencia de su reveren-
dísima, de otro fraile, su hermano y de varias personas de
carácter del pueblo para más autorización. Juntos todos en la
iglesia del mismo convento se abre aquel misterioso papel y
halaron el nombramiento que hacía Su Majestad para obispo
de Madagascar en el expresado Padre Espanta y de Secretario
de su Ilustrísima en Fray Antonio, su hermano. Los docu-
mentos traían los sellos de la oficina de la Corte y se creyó en
el instante no faltando quien se arrodillase a besar la mano del
improvisado Ilustrísima. Pero, después se reflexionó y con-
sultaron a Don Juan Comminys, que por saber geografía no
ignoraba que Madagascar era tierra de paganos, y aun por los
puntos extravagantes a donde se prevenía pasase a consagrarse
a su reverendísima vinieron en conocimiento ser una burla
hecha al pobre fraile. Algunos conventuales iban a repicar por
el honor que había obtenido su orden, pero lo impidió la mo-
destia del mismo electo». La ironía presidía la redacción de

20
A.H.N. Consejos. Leg. 2717 nº10.

25
tan realengo escrito. La consagración debía efectuarse en Ma-
rruecos e incluía en el apellido Espanta el mote con que se bur-
laban de él sus conciudadanos «caga andando». La ingenuidad
del religioso y la presencia del mote en un documento de tal na-
turaleza le llevaron a decir: «siempre fuimos conocidos por ese
nombre». Ciertamente la ignorancia de la mayoría de las per-
sonas próximas al provincial sirvió para que la prosapia enve-
nenada de Cabral tuviese todo el efecto que ansiaba. Era al fin
y al cabo un gesto más de su ególatra y altanera ilustración frente
a la pacata desidia cultural de los pilares del escolasticismo to-
mista anclados todavía en «el fantasmagórico medievo». El
pobre fraile no se repuso de tamaña burla y no tuvo un día sin
achaques hasta su muerte algún tiempo después, en opinión de
sus contemporáneos. El historiador portuense reflejó que había
visto carta original suya, «en la cual, lejos de negarlo, más bien
se chancea de la gracia»21. La enorme influencia de Caballero

21
ÁLVAREZ RIXO, J.A. «Op. Cit.» p.141. Los Espanta era una familia de cierto relieve
social en La Palma, aunque tildada de origen étnico bajo, El casamiento el 29 de julio de
1765 en la parroquia del Salvador del médico palmero Antonio Miguel de los Santos con
María Josefa Rodríguez Lorenzo vino a representar para él la posibilidad de ascenso social,
que de otra forma veía cerrada por los escasos medios de su familia. María Josefa era hija de
Santiago Rodríguez de León, conocido por el apodo de «Espanta». Según Nicolás Massieu,
era hijo de Antonio Rodríguez, originario de los Llanos, en Tijaya. Sus ascendientes tenían
«nota pública de mulatos». Sin embargo, más graves aún eran sus imputaciones socio-pro-
fesionales: Antonio Rodríguez, desde que se trasladó a esta ciudad, entró en ella con la des-
estimación igual de su bajeza, subiendo de peón descalzo en las fábricas de ella, casado con
María Fernández, del lugar de Barlovento, mujer blanca y limpia. Vivían en la cueva del
Chimbo, en el barrio de Soros, y en ella nació el nombrado Santiago Rodríguez, su hijo, y an-
daba la dicha con enaguas de zanja, como lo que se ve el poco honor y estimación que tenía
en este pueblo, en que sólo la gente baja e infeliz vive en cuevas y viste de esta forma. De ahí
que no resultase contradictorio que Antonio Rodríguez se emplease como «marchante pú-
blico, que salía por todos los lugares de esta isla a comprar ganado para la carnicería y yo lo vi
traer los bueyes, carneros, chivatos y cochinos delante de sí y entrar los en la carnicería, en
donde diariamente estaba él mismo vendiendo la carne a la república, tomándola con su mano

26
Sarmiento en la corte podría explicar la consecución de los se-
llos reales y sobre todo su adscripción al servicio del ejército
como capellán de regimiento desde 179322.
En 1793 debió ingresar Cabral en el regimiento de Nápo-
les. Sabemos que pasó a formar parte ese mismo año del ejér-
cito del Rosellón tras la declaración de la guerra contra la
República Francesa. En ella avanzó hacia el cantón de Arge-
lés, de donde tuvo que replegarse ante la superioridad del con-
tingente republicano francés. Al año siguiente emprendió otra
ofensiva, distinguiéndose en la defensa de Colliure y Port-
Vendrés en mayo de 1794 y el 14 de diciembre de 1795 en la
batalla de Pontos. Con el tratado de paz de ese año en Basilea
retornó a la ciudad de Cádiz23. El propio Cabral recogió tales
lances en uno de sus escritos dirigidos a la Junta Suprema de
Canarias: «El que expone ha servido a Su Majestad Católica
desde el principio de la guerra de Francia cuando la revolu-
ción espantosa y feroz de aquella nación voluble y fanática
amagó la paz de los pueblos y conspiró a la ruina de los go-
biernos y constituciones más respetables de la tierra y abrió
desde entonces la cima pavorosa de los males y calamidades
que afligen al mundo y agobian presentemente a la Madre

del tajón y dándola a los vecinos que iban a comprarla. Era una profesión de bajo origen so-
cial, pues «se mira con la de segundos después de carniceros». Unida a esa poca estimación
profesional se hallaba pareja la «nota pública de ladrón», por la que se le acusó de diversos
hurtos de dinero, cucharillas y pólvora. De esto último «todo se compuso, porque tenían sus
reales, que ganaba en dicho oficio». HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. Medicina e Ilus-
tración en Canarias y Venezuela. Tenerife, 2006, p. 38-41.
22
HERNANDEZ GONZALEZ, M, PAZ SANCHEZ, M. «Op. Cit.» Anuario de Es-
tudios Atlánticos. nº 31 Madrid, Las Palmas, 1985.
23
SOTO y ABACH, S.M. Historia orgánica de las armas de infantería y caballería espa-
ñolas desde la creación del ejército permanente hasta nuestros días. Madrid, 1851-1859. Tomo
VIII, pp.171-172.

27
España. Siguió el expone todas las penas y trabajos de las cam-
pañas del Pirineo»24. En el expediente que le abrió el vicario
general y provisor del obispado Andrés Arbelos el 1 de sep-
tiembre de 1807, por mandato del prelado Manuel Verdugo,
sobre el que nos referiremos posteriormente, consta una copia
de su traslado de su empleo de capellán desde el de Nápoles al
de infantería de Ultonia el 19 de febrero de 179625. El carde-
nal patriarca de Indias aprobó tal cambio «constándonos de
la virtud, prudencia y suficiencia de Don Miguel Cabral, ca-
pellán del regimiento de Nápoles a quien Su Majestad a con-
sulta nuestra se ha servido mandar despachar su real
nombramiento su fecha en Mérida a 14 de este año de cape-
llán del primer batallón del regimiento de infantería de Ul-
tonia»26. En la referida instancia a la Junta reflejó sus
actividades en él a partir de esa fecha: «sirvió después en el
acantonamiento contra Portugal, en el campo volante esta-
blecido sobre las costas del Ferrol contra la invasión de las es-
cuadras británicas y en todas las facciones que ha tenido el
ejército español hasta que vino con real licencia a esta isla. Ha
consumido, pues, la mejor de su edad en esta carrera penosa y
hace más de veinte años que no conoce otro suelo sino el es-
pañol ni otra patria y leyes que las de la Nación que le adoptó
y a la que ha servido con el más constante amor y celo»27.
Cabral de Noroña retornaría a Tenerife a principios de
1799. El 31 de diciembre de 1798 se embarcó en Ferrol con el

24
A.R.S.E.A.P.T. Fondo Rodríguez Moure. Papeles de la Junta Suprema de Canarias.
Sign. RM281.
25
A.D.C. Tribunal eclesiástico. Caja 82, expediente 772.
26
A.D.C. Tribunal eclesiástico. Caja 82, expediente 772.
27
A.R.S.E.A.P.T. Fondo Rodríguez Moure. Papeles de la Junta Suprema de Canarias.
Sign. RM281.

28
primer batallón del regimiento de Ultonia, que marchó desde
Galicia a Tenerife para reforzar la guarnición de Santa Cruz.
La arribada aconteció el 10 de enero de 1799. Inmediata-
mente se puede apreciar en su vida en la isla los rasgos carac-
terísticos de su forma de ser. Quiere abdicar de su pasado de
regular, aunque para ello se sirva, como señala el vicario de
Santa Cruz Antonio Isidro Toledo,28 «de un Breve de su San-
tidad Pío VI obtenido para poder vestir de clérigo secular o
abate ínterin subsistiese en el servicio de la tropa», que todos
suponen falso. Sin embargo, una copia del documento de dis-
pensa se conserva en el archivo diocesano de Tenerife29.
Sus roces con su compañero en las labores como capellán
castrense, el irlandés Andrés O´Ryan, eran bien evidentes y
probablemente se habían incubado ya en su convivencia en la
Península. El 17 de abril de 1799 lo denunció al comisario de
Santa Cruz de Tenerife Domingo Antonio Romero como po-
seedor de una obra en varios tomos del abad Raynal, su célebre
Histoire philosophique et politiques des établissemens du europé-
ens dan les deux Indes «bastante perniciosa, impresa en Gine-
bra o Ámsterdam y que tiene entendido que la presta a algún
sujeto»30. El 4 de julio de ese año se quejó ante el vicario san-
tacrucero Antonio Isidro Toledo de dejar al regimiento sin asis-
tencia religiosa por haber obtenido él licencia del obispo para
pasar unos días en el campo para restablecerse. Le manifestó
que no se lamentaba «solo porque él debería servir en su turno
y de no estar siempre ausente me parece que la recta orden y de-
coro manden que uno de los capellanes siempre permanecer

28
A.D.T. Leg.1731, documento 5.
29
A.D.T. Leg. 569 documento 98.
30
M.C. CLVIII-33.

29
en el regimiento y habiendo precisión uno y otro de ausentarse
por algunos días alternar. Yo tengo la dificultad en creer que su
Ilma. daría licencia a mi compañero de ausentarse por un mes
no habiendo más que llegar después de una ausencia de tres
meses, todo lo que tomo la libertad de poner en noticia de vmd.
sabiendo que es amante de hacer observar la disciplina y orden
y espero que se servirá representar a su Ilma. lo que llevo dicho
a fin de que se sirva remediar tal abuso». Reprodujo la corres-
pondencia con el madeirense en la que, a su petición de no dejar
solo el batallón, este le respondió que había dejado «encarga-
das mis misas y el servicio de mi batallón, lo que haré siempre.
Si vmd se metió a decir algunas, nadie se lo encargó ni pidió»31.
Al mismo tiempo, el vicario santacrucero recibió una mi-
siva que desde Garachico se había enviado al prelado de la dió-
cesis, que considera no creíble. Aparece firmada en esa
localidad por un tal Juan Gonzales el 15 de octubre de 1799.
En ella se asevera que acaba de arribar había poco tiempo de
la Península, donde lo había conocido en Madrid. Allí lo veía
«andar con un traje no solo contrario a su estado, sino que
un lego de tal cual conducta no llevaría semejante vestido. No
tiene reparo en presentarse en público con pantalones raya-
dos y sombrero verde». Le había preguntado amistosamente
como se le permitía andar así y le había respondido «con la
obligación de guardar secreto que él llevaba consigo licencias
fingidas del Papa de vestir de seglar por su acaso. Esto me dijo
porque él supo que yo no ignoraba su vida en España y su en-
gaño en este país, porque tenía miedo de que yo publicara el
asunto». Le expuso el ya célebre caso de las reales cédulas de
nombramiento como obispo de fray Bartolomé Lorenzo, con

31
A.D.T. Leg.1731, documento 5.

30
las que se demostraba que «tiene habilidad en falsear escri-
turas según parece». En su respuesta al secretario episcopal
Domingo Verdugo de 2 de diciembre de ese año Toledo ex-
puso que Cabral le había mostrado «un Breve de Su Santi-
dad Pío VI obtenido para poder vestir de clérigo secular o
abate ínterin subsistiese en el servicio de la tropa de capellán»,
del que le había remitido copia íntegra y autorizada. Asi-
mismo le había proporcionado también carta orden del pre-
lado de la diócesis para poder «ejercer sus funciones
eclesiástica con que se hallaba de capellán de su batallón, ín-
terin residiese en este obispado». Estimó que la remitida
desde Garachico era «fingida y fraguada según mis juicios por
algún fraile franciscano de su religión» a raíz de «la burla o
mofa que le atribuyen hecha al padre provincial Espanta».
No tenía en su opinión sino el carácter de «una conjetura que
se hace y que el dicho Cabral negará rotundamente no tienen
otro arbitrio que dirigir semejantes cartas contra su persona y
conducta para vengarse de sus procedimientos». Sin em-
bargo, tenía por cierto de que no se portaba en sus modales y
vestuario con la honestidad y decencia correspondiente al es-
tado eclesiástico ni conforme a lo prevenido en la real orden
expedida por el patriarca vicario general de la tropa porque
«usa de pantalones, chaleco, sombrero y casaca, que no son
propias ni del color de su estado y a más de esto el pelo no es
de cerquillo ni de potencias sino un pelo largo de verdadero
bolero, lo que es digno de atención y muy reprehensible», por
lo que debía ordenarse que no vistiese de esa forma si se resti-
tuyese a la plaza «o antes si supiese donde para»32.

32
A.D.T. Leg.1731, documento 5.

31
El 6 de marzo de 1800 Antonio Isidro Toledo dio cuenta
al secretario del obispo de no encontrarle en su residencia por
el hecho de que, aun cuando estuviese en este puerto, hacía
«poco asiento en la de su habitación». No obstante, estaba
persuadido de que no faltaría a la observancia de la orden epis-
copal. Tras expedírsele las requisitorias supo el 4 que se ha-
llaba en esta plaza. Inmediatamente hizo pasar al notario para
intimarle el auto. Solo respondió «según ha certificado el no-
tario de mi orden que el haría lo que juzgase correspon-
diente». Reconoció que no había verle, pero que, había
entendido que «no ha reformado esencialmente su traje usa
todos los días un sayo largo azul sombrero redondo chaleco y
pelo largo a lo bolero». El mismo día el madeirense escribió
al prelado de la diócesis. En su misiva afirmó que cedía «con
repugnancia a la fuerza de las circunstancias» para dirigirle
un recurso de que no obstante no puedo prescindir, porque,
«además de que el asunto interesa a todos los párrocos cas-
trenses», el regimiento esperaba su resolución para presentar
igual recurso al trono. Aseveraba que por falsos e insubsis-
tentes informaciones se le obligaba a no volver a salir de esta
plaza «como si fuera el último de sus súbditos y como si yo no
me hallase en un puesto en que me colocó el Rey y el excmo.
señor cardenal patriarca de las Indias, vicario general del ejér-
cito». Entendía que el vicario no tenía potestad para contro-
lar sus salidas siempre que fueran dentro de la provincia y por
largo tiempo. Otro escrito suyo dirigido al vicario y fechado
el 29 de marzo de 1800 aludía a los trajes que se dice usaba y
que se apreciaban no apropiados para un eclesiástico. Era
cierto que no usaba sombrero redondo, que solo se serví de él
en sus salidas al campo. Sobre su alzacuello lo llevaba como los
demás sacerdotes. El sayo largo que algunas veces empleaba
era «muy decente sobre todo sin orillo ni otra cosa que pueda

32
hacerle impropio para mi estado». Era cierto que se valía de
chaleco «algunas veces como todos los otros capellanes, por-
que, siendo recientes las ordenes que nos lo prohíbe, esta no
puede ser dirigida a impedir se consuman los que ya están he-
chos como se ve con los oficiales en los casos análogos» Reco-
nocía su insuficiencia y falta de talentos. Por ello «la verdadera
sabiduría tiene por principio el temor de Dios, he aquí lo que yo
codicio y no la ciencia hinchada y presuntuosa»33.
Una nueva carta dirigida al prelado el 12 de marzo de 1800
aludía al estado de su salud, que le obligaba a salir de Santa Cruz
de Tenerife y pasar al campo con la finalidad de restablecerse,
por lo que esperaba que tuviese a bien le concediese licencia.
El 29 de ese mes volvió a referirse a sus padecimientos, agra-
vados además con «varios accidentes de una oftalmia» que
hacía ya meses le oprimía, lo que le conducía a una cura seria
que podía ser larga, lo que le impedía ejercer su ministerio en
el servicio de este batallón. Acompañó a su escrito testimonio
de Matías Saceta, primer ayudante de cirugía y cirujano, de 8
de marzo que certificó tales enfermedades y la necesidad de
vivir para su curación en un temperamento más benigno34.
El obispo Manuel Verdugo en su visita pastoral de Las Pal-
mas de 18 de abril ordenó a Cabral que guardase lo dispuesto
por derecho común a los párrocos y demás pastores a los que
se les obligaba a residir en el lugar de su parroquia, cumpliese
con lo dispuesto en lo referente a los trajes prohibidos sin que
valiese «el pretexto de la reciente orden y que exponga los mo-
tivos de que se ha fundado para fijar edicto a las puertas del
cuartel dando licencia absoluta a los individuos de su batallón

33
A.D.T. Leg.1731, documento 5.
34
A.D.T. Leg.1731, documento 5.

33
para dejar de ayunar en los días de cuaresma señalados por los
demás capellanes. Sobre su licencia para pasar al campo, sería
el vicario quien le concediese licencia únicamente por el tiempo
que juzgase preciso»35.
Su comportamiento estrafalario, a tono con sus ideas, y su
afán de notoriedad irrumpía con escándalo en la vida insular,
tanto entre aquéllos que se les acusaba de católicos ilustrados
como era el caso de Antonio Isidro Toledo, que no ocultaban
su intención de devolver a la Iglesia «su pureza primigenia»,
elevando la dignidad del sacerdocio, como para aquellos que
lo temían desde posiciones tradicionales por esa frenética li-
bertad de costumbres. Para ambos grupos de presión social,
reformadores e inmovilistas, Cabral era un libertino que pre-
tendía remover los cimientos de la sociedad: «usa de panta-
lones, de chaleco, sombrero y casaca que no son propios ni del
color de su estado, y a más de esto el pelo largo y verdadero bo-
lero, que es digno de atención y muy reprehensible»36.
Cabral, en su carta al vicario santacrucero, alegaba que es-
taba tramitando su secularización, que no había conseguido
a causa de no tener congrua eclesiástica, pero tenía breve pon-
tificio que le facultaba para vestir de presbítero seglar mientras
que estuviese en el batallón. Mas, pese a esas afirmaciones, su
carácter licencioso, su elegancia y vestimenta, Acosta y Brito
aseguraba que parecía un auténtico «currutaco»: «solivian-
taba a los bienpensantes que se indignaban al verle piropear
mujeres o al permanecer en la ventana o dentro de su casa con
mujeres de mala fama». No obstante, a diferencia de otros
clérigos, que se contentaban en actuar a escondidas, arropados

35
A.D.T. Leg.1731, documento 5.
36
A.D.T. Leg.1731, documento 5.

34
por el manto de la noche, y sin poner en cuestión los meca-
nismos de la moral social, él actuaba sin tapujos, como un au-
téntico provocador. Aportaba desde su mentalidad una nueva
conciencia del ser y el actuar que tiene su propia forma de ra-
zonar, su propia ética diferenciada, ante la que el remordi-
miento o la ofensa por el pecado cometido no tenía lugar,
porque desde ese nuevo punto de vista ese tropiezo no existe.
Deambula por toda la isla, predica con elocuencia con una
oratoria despiadada denunciando los vicios de la sociedad de
su tiempo y los prejuicios arraigados que había que desterrar.
Las virtudes tradicionales son ridiculizadas e interpretadas
como hipocresía y santidad aparente. Parece estar al acecho
de las flaquezas de sus enemigos, procurando ponerlos en ri-
dículo con todos los chistes y burlas posibles, descubriendo
sin miramiento sus desnudeces. Desestima de forma inmise-
ricorde a las instituciones con una lucha que toma un cariz
personal, casi cotidiano. Su escepticismo. como persona cul-
tivada, le lleva a no respetar las dignidades eclesiásticas. con-
sideradas por él como despreciables, al ser llevadas por
personas sin inteligencia y llenas de flaqueza37 .
Salpica con cartas anónimas el buen nombre de sus con-
trincantes, como el dominico fray Andrés Delgado Cáceres38.
Apenas ejerce sus obligaciones como capellán, retirándose sin
permiso de Santa Cruz. Desobedece todas las órdenes ema-
nadas en este sentido, revistiéndose incluso en el santo sacri-
ficio de la misa poniéndose las túnicas sacerdotales sobre el
sayo o casaca y confesando con traje irregular. Su enfrenta-
miento con Toledo a causa de su negativa a casar al soldado de

37
A.D.T. Leg.1731, documento 5.
38
A.D.T. Leg.1731, documento 5.

35
su regimiento Cayetano de Arce, sastre de oficio, con Antonia
Calero, que había sido criada de Juan Creagh por considerar
que había indicios de que éste se había casado en Vigo, agrava
aún más sus relaciones con este celoso defensor de los privile-
gios de la vicaría eclesiástica. Cabral se había opuesto «por
indicios de su no soltería en Vigo cuando estuvo de guarni-
ción y sin la licencia de sus padres o mayores». No da credi-
bilidad a los testigos ya que «pueden ser comprados, como
sucede siempre en iguales casos entre la tropa». En ese caso,
para mayor encono de Toledo, el prelado falló a favor del ca-
pellán castrense39.
En esos años dio a la luz una obra manuscrita, La Peren-
queneida. Álvarez Rixo, que la conoció en su integridad, ma-
nifestó que fue escrita en 1800. Copió una parte de los versos
de este poema, que relata con ironía burlesca y tono morali-
zante los amores clandestinos de un sochantre casado y con
hijos de Icod con una religiosa bernarda de esa localidad, cuyo
monasterio se encontraba frente a su casa, que «deshonró a
una monja». El historiador portuense reflejó que se basaba
en un hecho real, unos «amoríos» calificados de «apasiona-
dos y ridículos», en un evento acaecido en la ciudad tinerfeña40.
Dividido en cuatro cantos, cada uno constaba de 60 a 77 es-
tancias. Lo dedicó «a cierta vieja a quien el autor titula Escaro-
lina». Denominó satíricamente al implicado por su fealdad el
perenquén, un típico lagarto autóctono que pulula dentro de las
casas y a la monja como Pueterrina. La tramoya reprodujo las
disputas con la tornera por parte de la enamorada y las pugnas

39
A.D.T. Leg.1731, documento 5.
40
Reproducido en DÍAZ ALAYÓN, C., CASTILLO, F.J. «José Agustín Álvarez Rixo:
notas a dos textos de viaje». Cartas diferentes nº4. Santa Cruz de La Palmas, 2006, p.145.

36
entre las integrantes de la comunidad, que derivaron en «dos
falanges de monjas, armadas de escobas, sartenes y cucharas de
olla». Como expresó Rixo la ironía del clérigo mostraba su
agudeza y su doble sentido con una finalidad moralizadora,
como la que se puede apreciar en la aparición en sueños de
«su patrono San Antonio, quien le dio consejos oportunos
para poder conducirse en tan espinosa materia». Plantea que
sus versos eran muy superiores a su «frívolo asunto» por pa-
recer asemejarse a «algunos trozos de los clásicos antiguos»
que mostraban «lo bien empapado que estaba el padre Ca-
bral de dichos autores y con cuanta facilidad les imitaba».
Como asevera Jesús Díaz Armas41, es una parodia épica, pero
con intención satírica, una variante frecuente en la literatura
del siglo XVIII. Pero constituye también una viva demostra-
ción de la habilidad para reproducir en verso vivencias coti-
dianas y la repercusión que sus estrofas alcanzaban a través de
sus copias en la sociedad isleña, por lo que se convertía en un
peligro para sus contrincantes.

41
DÍAZ ARMAS, J. «Noticias sobre una parodia épica de Miguel Cabral: La Peren-
queneida». Estudios canarios nº LVIII (2014), pp. 245-362.

37
Sus relaciones con Catalina Prieto y la obtención
de un patrimonio para secularizarse

Su frecuente ausencia del regimiento y de la plaza de Santa


Cruz la justificaba Cabral en base a una oftalmia que hace ya
meses le oprimía impidiéndole desempeñar su oficio, que le
obligaba a retirarse al campo y abstenerse de toda obligación
y fatiga42. Sin embargo, la verdadera razón de sus salidas era
bien distinta. Su amistad con Catalina Prieto del Hoyo, es-
posa de Gaspar Domingo de Ponte Ximénez, del que se ha-
llaba separado, podría estar explicada por el interés de que le
asegurase los bienes necesarios para su congrua. Su esposo
llegó a formalizar en Garachico el 26 de enero de 1801 una
escritura de patronato vitalicio para el clérigo por petición de
su cónyuge. En ella expuso que no le ofrecía ningún reparo su
constitución con bienes de su mujer «en favor del Rvdo.
Padre fray Miguel Cabral, de la orden de los observantes de la
custodia de la isla de La Madera y actualmente capellán del
primer batallón del regimiento de infantería de Ultonia, que
se halla de guarnición en nuestra isla». En la hacienda del
Malpaís Catalina Prieto, con licencia marital, expuso que que-
ría «formar un patrimonio eclesiástico con arreglo a lo que se

42
A.D.T. Leg.1731, documento 5.

38
halla dispuesto en los sínodos de este obispado y mandatos de
obispos en favor del Rvdo. Padre Miguel Cabral para que, a tí-
tulo de él pueda realizar la secularización que pretende y con sus
frutos y réditos tenga con que mantenerse». Las propiedades
con que se constituía eran un pedazo de viña y árboles en El Pe-
dregal de Icod de 3 fanegadas, 6 almudes y medio y 18 brazas,
otra en el pago del Río de Arico que llaman La Fuente de 13
suertes y un pedazo de 9 fanegadas en el El Carrizal de Teno43.
Sin embargo, junto con tales motivaciones, se le acusó de
amoríos y de relaciones íntimas. Él mismo confiesa en una
carta que la conocía y trataba con ella desde el primer mo-
mento de su estancia en la isla y que había habitado en su casa
y administrado sus cuantiosos bienes con la abierta hostilidad
de su marido y su hijo. En sus propias palabras, la defendía de
las intenciones de su cónyuge, el cual «la pretende someter a
sus antojos y defraudarla en los derechos que son inseparables
de su persona y en las rentas y frutos de los bienes y mayoraz-
gos de que es actual y legítima poseedora»44.
Esa permanente convivencia y la al parecer exitosa gestión
patrimonial levantan las iras del padre y del hijo. Mas no sólo de
éstos, sino de sus consejeros, como el icodense fray José Gon-
zález de Soto, con el que más tarde se enfrentará por su abierta
oposición a la Junta Suprema de Canarias, en la que ejercía un
activo conflicto. Hasta se enfrenta con el mayordomo de la ha-
cienda de Los Silos, «hombre débil, vicioso y dado a la em-
briaguez, cuyos excesos ha reprendido por muchas veces y cuyos

43
A.H.P.T. Protocolos notariales. Leg. 2370. Garachico, 26 de enero de 1801.
44
ANAYA HERNÁNDEZ, L.A. «Proceso contra el clérigo don Miguel Cabral de Nor-
oña por un sermón crítico a la colonización canario-americana». Anuario de Estudios Atlán-
ticos nº 28. Madrid-Las Palmas, 1982, pp. 544-546.

39
fraudes en las cuentas de dicha hacienda y en otras de la casa ha
reprimido con la pureza y la energía correspondiente»45.
Habla con desprecio del bajo pueblo, que prostituye el
nombre de Dios y profana la religión del juramento. Afirma
que «sobre un mismo hecho que no admite variedad ni ter-
giversación he visto un número copioso de testigos que de-
ponen y juran solemnemente ya en pro, ya en contra de él
según la parte que los presente, y esto es común. Nada es tan
fácil como adquirir testigos entre semejante gente para cuanto
se quisiera probar así con la mayor evidencia. ¡Fatal corrup-
ción de las costumbres! Yo la deploro como uno de los mayo-
res males de la humanidad y ofensa más grave contra la pureza
y santidad de la religión»46.
Cabral asume la modernidad, critica la moralidad de sus
contemporáneos, pero se comporta de manera opuesta a lo
que la mayoría considera el buen camino. Para ellos su racio-
nalismo les suena a herejía, sus costumbres a relajación, pero
no se recata con lo que estima una persecución. Parece convi-
vir bien en esa atmósfera, le encanta que le contradigan. Con-
curre a meriendas laguneras con cariz de tertulia ilustrada
acompañado de Catalina Prieto. Juan Primo de la Guerra re-
coge en su Diario una el 3 de marzo de 1802 precisamente en
una con la que el marqués de Villanueva del Prado, más tarde
su enemigo declarado, estrenaba la casa de su nuevo jardín,
que más tarde será la sede de las reuniones de la Junta Su-
prema. A ella acudieron, junto con el citado ilustrado, «don
Juan Próspero de Torres, mi tío don Lope, don Lorenzo de
Montemayor, el viceauditor don Félix de Barrios y varios otros

45
«Op. Cit.» p.546.
46
«Op. Cit.» p.547.

40
amigos y conocidos del marqués». La aristócrata asistió con su
nuera, el teniente coronel Juan Cocho de Iriarte y el padre Ca-
bral. Sobre este diría que sus «talentos y literatura le hacen apre-
ciable, algunos años ha que se le conoce en el país. Fue religioso
de San Francisco. Celebrase su inteligencia del griego y con es-
pecialidad su numen y discernimiento de la buena poesía». Más
tarde concurrieron a la reunión Elvira del Hoyo, su tía María, el
conde de Sietefuentes y el corregidor. Se le instó al religioso «por
algunos versos y después de oponer sus excusas, se explicó en una
composición larga y armoniosa que, por ser su pronunciación
portuguesa, no pudimos percibir, como deseábamos, compren-
diendo sí que en ella intervenía la mención de arcos y llaves de
oro y que cedía en obsequio de la gentil marquesa. Yo se la pedí
escrita, pero me dijo que la había olvidado con la facilidad que
la hizo». Se retiraron antes de las once del jardín. Al día si-
guiente el madeirense refirió en la casa de Catalina Prieto sobre
«el gusto del marqués en el nuevo jardín». Precisó que «esto no
se encuentra por lo regular entre los españoles»47.Claro está que
con esas ocupaciones descuida sus deberes eclesiásticos que ape-
nas le interesan y que son en realidad una coartada provisional
para obtener la total secularización.
Es acusado de no rezar el oficio divino, de no celebrar el
santo sacrificio de la misa y de frecuentar el tribunal de la pe-
nitencia. Su comportamiento tenía que parecer impío por-
que en el fondo atentaba contra la visión tradicional del
sacerdocio. El párroco de los Remedios Pedro José Bencomo
afirmó que detestaba que le denominasen fraile. Reflejó que le
constaba que «en el año próximo pasado entabló ante el Excmo.

47
GUERRA, J.P. Diario (1800-1810). Ed. e introd. de Leopoldo de la Rosa Olivera. Te-
nerife, 1976. Tomo I, pp. 97-98.

41
señor comandante general una queja contra unos oficiales
porque disfrazados una noche, lo habían insultado al tiempo
de pasar por una calle. Dada por dicho sr Excmo. comisión
para justificar el delito resultó de la información practicada
que el mayor insulto que se le hizo fue decirle muchas veces re-
petidas: a Dios Padre fray Miguel. De esto se deja inferir que
el citado Cabral tiene por ignominia haber sido religioso o
serlo en la actualidad»48.

48
A.H.N. Consejos. Leg. 2717 nº10.

42
El retorno a la Península y la obtención de su
secularización

Pero el problema se le plantea a Cabral cuando su regimiento


en 1802 regresa a la Península. Debía partir inmediatamente,
pero en principio supo esquivar la orden con la excusa de sus
achaques. Con posterioridad el comandante general Perlasca
no la admitió y le obligó a incorporarse a su destino peninsu-
lar. Juan Prospero Torres señaló al respecto que «con anuen-
cia de sus jefes, obtenida por indisposiciones de salud que les
expuso, quedó en Tenerife algunos meses más hasta que el
señor comandante general Perlasca le mandó que luego pa-
sase al destino de su regimiento». Por su parte, Bartolomé
González de Mesa entendía que había sido convenido por esa
autoridad militar «para que se fuese con el regimiento de Ul-
tonia, de que era capellán y entendí que esta instancia prove-
nía de alguna queja que aquel jefe se dio de él». Más claro es
el párroco de la Concepción lagunera Acosta y Brito que refi-
rió que, tras la retirada del regimiento de Ultonia, «se queda si-
guiendo las mismas y otras operaciones hasta que el capitán
general don José Perlasca, a consecuencia de las muchas y repe-
tidas quejas que de él le daban, inexorable a sus súplicas y fuerte
contra sus ardides y tramoyas lo echa de nuestras islas en el pri-
mer barco que se le presentó. Todos bendecimos su resolu-
ción y hasta ahora vive la memoria de este beneficio que entre

43
nosotros nos hizo aquel íntegro y bondadoso jefe»49. Otros
testimonios apuntan también a que el marido y el hijo de Ca-
talina Prieto del Hoyo actuaron también como instigadores
de la resolución del capitán general. Las relaciones de la má-
xima autoridad regional con la elite lagunera eran muy estre-
chas, en particular con el marqués de Villanueva del Prado,
por lo que no cabe duda que la combinación de todas esas pre-
siones surtió efecto.
Cabral de Noroña había obtenido el 9 de abril de 1802 un
breve del Sumo Pontífice Pío VII para «su perpetua seculari-
zación», cuya ejecución fue concedida al cardenal patriarca
de Indias Antonio Senmenat, quien la trasladó al juez ordi-
nario y vicario de los reales ejércitos Miguel Oliván, dignidad
prior de la catedral de Tortosa. Este sacerdote proveyó en Ma-
drid el 25 de mayo de 1803 un auto en que reflejó que el reli-
gioso madeirense «había justificado en suficiente forma las
preces que expuso para su obtención». Por su decreto de 26
de enero de ese año el prelado de la diócesis canariense se había
admitido para efectos de la secularización como «su benévolo
receptor» por tener «en propiedad y en posesión un patri-
monio vitalicio que instituyó y fundó a su favor doña Marga-
rita50 (sic) Prieto del Hoyo vecina de Garachico, con expresa
licencia de su marido don Melchor de Ponte Ximénez». Ante
tal decisión el citado juez le concedió «el indulto de perpetua
secularización al mencionado fray Miguel Cabral, para que
pueda permanecer y permanezca en el siglo fuera de clausura
y de la orden llevando el hábito de presbítero como todos lo
usan y observando el sustancial de los votos de su profesión

49
A.H.N. Consejos. Leg. 2717 nº10.
50
Era Catalina Margarita.

44
compatible con el estado». Para consolidarlo, en el caso de
dejar de ser capellán de regimiento, era necesaria su ratifica-
ción por el obispo de Canarias. Seguidamente se dio cuenta de
este hecho al Consejo de Castilla. El pase del consejo quedó re-
ferenciado por su secretario de cámara el 22 de junio de 180351.
Encontrándose en Madrid Cabral de Noroña dio los pasos
para la consolidación definitiva de su secularización con la
asistencia a la iglesia que el obispo de Canarias le asignase. Dio
poder en la capital de España el 20 junio de 1803 ante el no-
tario receptor del tribunal de la Rota de la nunciatura apostó-
lica a Buenaventura Campo, primer teniente del batallón de
Canarias, residente en Santa Cruz, y a Felipe Carvallo y Fran-
cisco Bello, vecinos de La Laguna, para formar los memoriales,
pedimentos o súplicas requeridos para el buen éxito de su so-
licitud. Un mes después, el 10 de julio, el primero lo sustituyó
ante los procuradores de Las Palmas de Gran Canaria. El 19 de
agosto fue presentado en la secretaria del Palacio Episcopal ca-
nariense. Finalmente, el prelado Manuel Verdugo por su auto
de 20 de agosto lo adscribió, cuando dejase de ser capellán del
regimiento de Ultonia «para cuando llegue el caso» a «la pa-
rroquial de la Santa iglesia catedral de estas islas en donde, no
obstándole impedimento alguno canónico, podrá ejercer sus
órdenes y hacer las funciones sagradas del ministerio del
altar», siendo ratificado el 22 de ese mes. En octubre de 1804
en su visita pastoral de Icod Verdugo le dio licencia plena para
confesar, predicar y demás funciones sacerdotales52.
En 1804 Cabral de Noroña regresó de nuevo a Tenerife con
un permiso concedido por el patriarca de Indias por espacio de

51
A.D.C. Tribunal eclesiástico. Caja 82, expediente 772.
52
A.D.C. Tribunal eclesiástico. Caja 82, expediente 772.

45
un año y dotado de unas bulas papales que legitimaban su total
exclaustración. José Antonio Caballero Campo y Herrera, se-
cretario de estado y de Gracia y Justicia de Indias y encargado
interinamente de la Guerra de España e Indias, ratificó en
Aranjuez el 11 de abril de 1804 que el rey le había concedido
licencia por un año «para que pueda pasar a la isla de Tenerife
a negocios, dejando sustituto, cuya gracia debe entenderse con
todo el sueldo». El vicario general de los Reales Ejércitos le
debía facilitar la concesión de este permiso, «restituyéndose
este capellán a su destino dentro del término de la licencia».
Al residir su regimiento al Barcelona, se procedió a realizar tal
concesión en Barcelona el 8 de mayo lo firmo subdelegado del
territorio Barcelona 8 de mayo de 1804 Agustín Tivaller. Cer-
tificó toda esa documentación el 9 de junio en esa plaza Patri-
cio Kearney en calidad de sargento mayor del regimiento de
Ultonia53. Con ello se puede apreciar que, con la aprobación
del mismo prelado de la diócesis Manuel Verdugo, Cabral de
Noroña había alcanzado su secularización, lo que constituía la
prueba más evidente de que sus enemigos habían argumen-
tado su inexistencia y la ausencia de patrimonio solo como una
excusa para justificar su real objetivo, que no era otro que su
expulsión de la isla por su consideración como un peligro pú-
blico para sus intereses.
Juan Primo de la Guerra relató como en agosto de 1804 había
«llegado al Puerto de La Orotava una embarcación de España en
que ha venido el padre Cabral, portugués, capellán del regimiento
de Ultonia, y que era bastante conocido en el país por su inge-
nio, su conocimiento del griego y otros idiomas y sus poesías»54.

53
A.D.C. Tribunal eclesiástico. Caja 82, expediente 772.
54
GUERRA, J.P. «Op. Cit.» Tomo I, p.252.

46
Cabral de Noroña era consciente que su permiso era solo
por un año. Sin embargo, deseaba permanecer en la isla, por
lo que desde el primer momento trató de buscar, aludiendo a
su enfermedad, fórmulas que le consistiesen quedarse en ella.
Escribió primero una petición al respecto al capitán general
marqués de Casa Cagigal por «el gravísimo quebranto de su
salud y las enfermedades y tristes accidentes que le agobian le
constituyen, incapaz no solamente de verificar cualquier viaje,
sino también de toda fatiga y ocupación molesta y aun se ex-
pone a cualquier destemple de la atmósfera y a cualquier mo-
vimiento penoso». Le exponía que esos eran los motivos por
lo que había solicitado su retiro del real servicio. Al respecto
había certificado el facultativo Domingo Saviñón en virtud
de su decreto de 4 de junio de 1806 sobre el estado de su salud
del que expone en su calidad de titular de La Laguna y como
su médico particular «su angustiosa situación, que lo reducía
a la clase de un enfermo incapaz de continuar en el real servi-
cio». El siguiente paso fue la instancia a Madrid para alcan-
zar su jubilación, que certificó el capitán José de Monteverde
y Molina, castellano del castillo principal de Santa Cruz de
Tenerife. Avaló este militar que «se espera a cada instante la
gracia del soberano, advirtiéndose que no pudo dirigirse la ex-
presada solicitud por manos y con informe del Ilustrísimo
señor Obispo a causa de la estrechez de tiempo y la brevedad
con que salía la embarcación para el continente español». El
17 de noviembre de 1807 la máxima autoridad insular requi-
rió a Saviñón que informase si era posible que el viaje del ca-
pellán sin peligro de que se agravasen sus males. El mismo
manifestó el 21 de ese mes que padecía «una oftalmia habi-
tual que no ha cedido a los remedios aplicados con constan-
cia en el espacio de año y medio esta enfermedad tan rebelde

47
ha ido privando al paciente de la percepción visual a términos
de no ver ya con el ojo izquierdo y poco con el derecho. A más
de este padecer se halla el señor Cabral atacado de unos vó-
mitos continuos que indefectiblemente le molestan todas las
mañanas, resultando de aquí un desarreglo total de la diges-
tión y una debilidad general en las entrañas del vientre. Todos
estos padeceres lo constituyen en la clase de enfermo habitual
y de consiguiente sujeto a un régimen de dieta severa incom-
patible con su empleo y con cualquier otro trabajo». Enten-
día que se incrementaban cada día más tales dolencias y que en
la actualidad estaba haciendo uso de varias medicinas con el
solo objeto de moderarlas, ya que no podía emprender fatiga
alguna ni viaje marítimo. Ante ese panorama era del dictamen
que no debía «separarse por un momento del régimen de dieta
y de tranquilidad a que por necesidad está sujeto y mucho
menos el emprender viaje ni otras fatigas que le sean suma-
mente perjudiciales y acarrearán funestas consecuencias»55.
Cabral de Noroña había dirigido anteriormente por mano
de José Monteverde a Juan José de la Presilla, agente de nego-
cios de Indias, una prórroga de la real licencia, a la que se le
había contestado el 21 de septiembre que en el pliego no había
recibido los antecedentes que refería y que pondría en ejecu-
ción la solicitud en la secretaria del patriarca de Indias parali-
zada en la a enfermedad y posterior fallecimiento de este
último en marzo de 1806. El 23 de junio pasó oficio el pa-
triarca al secretario de Estado y Gracia y Justicia, junto con
un memorial de Cabral favorablemente informado en el que
solicitaba el beneficio simple vacante de la abadía de Priego

55
A.D.C. Tribunal eclesiástico. Caja 82, expediente 772.

48
en Alcalá la Real, por muerte del presbítero Juan de Torres,
natural de estas islas. A esta petición le sucedió otra de 23 de
junio relativa a su retiro, pero de ninguna de ellas se había de-
cidido, según certificó Monteverde el 29 de mayo de 180756.
En una carta al comerciante portuense Bernardo Cólogan Fa-
llón, con el que tenía desde sus tiempos de fraile en el Puerto
de la Cruz una estrecha amistad y al que pagaba el alquiler de
la casa en La Laguna donde vivía, le confesó desde esa ciudad
el 20 de febrero de 1806 que tenía «entablada en Madrid
una solicitud que si se logra afianzará mi domicilio y cómoda
subsistencia en esta isla». Reconoció que había ofrecido a su
agente «por premio de la intriga y de su actividad cuarenta
onzas de oro siempre que la consiga en los términos que se
pide». Le refiere que para animarlo más era necesario que
enviase una orden o libranza sobre una casa de comercio o
persona abonada en Madrid para que pague su orden la can-
tidad ofrecida en el momento que se lograse «completa-
mente la pretensión». Le expuso que el personaje en cuestión
era Francisco Antonio de Rodayega y que la petición era un
beneficio simple que había resultado vacante «por la muerte
del corpulento don Juan de Torres, que vale unos 2.000 duca-
dos», del que ya hemos hecho mención57. El 28 de ese mes le
dijo que convenía dar la orden por treinta onzas de oro, con
un diez por ciento de premio, pero con la condición de que no
lograrse la solicitud se le devolvería ese dinero. El 3 de marzo
le expuso que había dado orden «al amigo Arroyo» para que
entregase 460 pesos fuertes y 4 reales de vellón suyos propios.

56
A.D.C. Tribunal eclesiástico. Caja 82, expediente 772.
57
A.H.P.T. Fondo Zárate Cólogan. 1353/50. Carta de Miguel Cabral a Bernardo Cólo-
gan. La Laguna, 20 de febrero de 1806.

49
Debería realizarse la cuenta para completar las onzas de
oro con el premio insinuado, que entregaría en La Laguna
a Pedro Domínguez o Antonio Anglés. Rodayega debía de
presentar el real despacho de concesión del beneficio citado
para cobrarlo58.

58
A.H.P.T. Fondo Zárate Cólogan. 1353/50 y 1353/45. Cartas de Miguel Cabral a Ber-
nardo Cólogan. La Laguna, 28 de febrero de 1806 y 3 de marzo de 1806.

50
Las poesías castellanas en direrentes metros

Se conserva en la Biblioteca Nacional un libro manuscrito titu-


lado por Cabral Poesías castellanas en diferentes metros. En él, tras
una pequeña introducción se recogen un amplio número de po-
esías escritas por Cabral en los primeros años del siglo XIX. Su
última referencia es de 1810 cuando se encontraba en el Cádiz
sitiado por los franceses en los días previos a su marcha a los Es-
tados Unidos. En su prefacio especifica que da a luz este volu-
men, lo que demuestra que se había planteado su edición y otras
posteriores, aunque ninguna de ellas al parecer serán impresas.
Afirma que «diferentes causas que es preciso dejar en silencio
le obligaron a imprimir este pequeño tomo, que tal vez será se-
guido de otros en que se presentarán producciones más sazona-
das y de más carácter. Él no ha adoptado enteramente la libertad
que va prevaleciendo en España de exterminar la rima; ni alcanza
que de ella puedan prescindir siempre las lenguas que carecen
de una melodía sensible representada por breves y largas y que no
pueden servirse, como dice Voltaire, de aquellos dáctilos y es-
pondeos que en el latín hacen tan maravilloso efecto»59.
En esta obra manuscrito expuso que sus composiciones ana-
creónticas usan «con preferencia de los asonantes, convencido

59
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros. Manuscrito. B.N.E.

51
de su belleza y armonía; pero no encuentra motivo justo para
dejar de servirse alguna vez de los consonantes, que producen
una cadencia tan dulce y lisonjera al oído.
Sus primeros poemas son sonetos, en los que no se pro-
pone como, como dice el primero:

No son mis versos de gloriosa fama,


Ni de aplauso, bien sé, merecedores,
A la par de esos genios superiores
Que la Iberia feliz con gozo aclama

El tercero es ya una crítica a la ostentación y al servicio a los


poderosos por parte de sacerdotes depravados:

De la soberbia por el templo un día


Vagamente pasé buscando hospicio
Y vi que este fantástico edificio
En las alas del viento se erigía.
El prócer ostentoso concurría
A tributar el vano sacrificio
Era su sacerdote el negro vicio
Y la humildad por víctima yacía.
Yo veo el hierro matador alzado,
Cuando truena el Olimpo, y rayo horrendo
Derriba al sacerdote depravado
Y al prócer infeliz... Yo salgo huyendo
Y lleno de terror; y al Cielo juro
No saludar jamás el templo impuro60.

60
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.

52
En el sexto censura el gusto español por el espectáculo taurino:

¿Es de Cortés la relumbrante espada


Que vence un mundo; ¿O es de Vivar que al Moro
Quebranta la soberbia laureada?
No me respondes tú, y ay ¡qué desdoro!
Ya, ya, el grave español no aprecia nada,
Sino a Romero degollando un toro61.

El séptimo es un elogio a Napoleón:

¿Quién es el héroe que feroz esgrime


La vencedora y fulminante espada
Y a cuya vista ya desmantelada
Y llena de pavor la Italia gime;
¿Quién es? A Padua del estrago exime;
Y en el sepulcro de Marón alzada
Vierte flores su diestra ensangrentada,
Suspenso el rayo que la tierra oprime.
Ved invidiosos, es Bonaparte62.

El octavo es un canto al amor, eso sí poco afín con su celibato:

Cuando Amor con su copa deleitosa


Se presenta risueño y nos convida,
No hay diferencia ya que nos impida
La dulce sensación voluptuosa.
Todo arrebata un pecho enamorado;

61
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.
62
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.

53
La imagen que se adora es siempre bella,
Y de la misma Venus un traslado.
Estos prodigios la pasión los sella,
Y a veces goza, si lo quiere el hado,
En una prostituta una doncella63.

El noveno está dedicado al Teide y a Fernando Cagigal


Mac-Swing, marqués de Casa Cagigal64 como comandante
general de las Islas, por lo que es posterior a su nombramiento
como tal, que ya estaba ejerciendo desde el 23 de junio de
1803, al que dedicaría otros poemas, como la Oda a los gra-
naderos provinciales:

De entre las pardas nubes elevando


El sacro Teide la orgullosa frente,
De nieve coronada, el esplendente
Olimpo así clamó con ruego blando:
Oídme, excelsos dioses, ¿cuándo
Lanzareis de mi seno la inclemente
Furia? ¿Y será que su bramido ardiente
No esté en mis hondos valles retumbando?
¡Ay! Volvedme la paz y gozo tierno
Que me han arrebatado... A sus plegarias
Atendió Jehovah del trono eterno.
Manda; y caen las sierpes temerarias,
Mordiéndose de rabia en el Averno,
Y el sabio Cagigal rige a Canarias65.

63
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.
64
BENITO SÁNCHEZ, M. Boceto de un militar ilustrado: Don Fernando Cagigal Mac-
Swing. Tesis doctoral inédita. Las Palmas, 2016.
65
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.

54
El décimo soneto es una crítica a la vida cortesana. Pro-
pugna frente a ella la vuelta a la vida rural:

Aquí domina y en sus triunfos ríe


La perfidia cruel, la ambición vana,
Y torpe esclavitud que al necio engríe.
Vuelve a la aldea, vuelve, y que la sana
Experiencia de hoy más tus pasos guíe,
Desterrando la vida cortesana66.

El soneto 29 es una crítica frontal a la nobleza, lo que es un


certero exponente de su liberalismo radical:

Pobre o rico, vasallo o soberano,


Todos iguales, son, todos parientes,
Porque todos son ramos descendientes,
Del tronco antiguo del primer humano.
Sepa quién de sus títulos ufano
Toma por calidad los accidentes,
Que dos linajes solo hay diferentes,
Virtud y vicio, lo demás es vano.
Con frívolas quimeras se recrea
La estúpida Nobleza, sino busca
De la gloria el legítimo camino.
Un falso resplandor lo lisonjea,
Corre el tiempo veloz... todo se ofusca,
Y ya no diferencia de destino67.

66
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.
67
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.

55
El soneto 32 es una crítica al afán de guerra y conquista de
la Francia revolucionaria, presagio de la invasión napoleónica
de la Península Ibérica y crítica a la coronación como empe-
rador de Bonaparte:

El Gobierno Real es una fuente


De errores, de exacción y tiranía,
Exclamó el Galo, y con la mano impía
El trono derrocó más eminente.
A todos sus contrarios hizo frente
Por sostener la criminal porfía.
Del hondo Septentrión al Mediodía
Blandió Marte sañudo el rayo ardiente.
Millones de cadáveres el suelo
Cubren y asolación, furor y muerte
Reinan tres lustros. Con osada planta
Corre el galo y, en fin, triunfó su anhelo.
Mas dó la empresa de su brazo fuerte
Un trono derribó y otro levanta68.

Una vez finalizados los sonetos, se suceden las odas ana-


creónticas, tan de moda en su tiemp, junto con una canción,
a la que le siguen dos epigramas. A continuación se recoge un
poema dedicado A la paz entre la República Francesa y la Gran
Bretaña, cuyos preliminares se firmaron en Londres el día 1 de
octubre de 1801, en el que manifestó que fue leído en obse-
quio de un partido inglés.
Otros versos suyos demuestran la precariedad de ese
acuerdo. Se dedican Al último rompimiento de guerra entre la

68
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.

56
Francia y la Gran Bretaña en 1802. Pero son estos versos
mucho más que eso, es un extenso poema de gran interés en
el que primeramente muestra su liberalismo radical, al hablar
del pacto social entre iguales como origen de una sociedad
más justa. También es una profunda crítica al imperialismo y
al colonialismo europeo:

Alzado el vicio en respetable trono


Y en calabozos lóbregos gimiendo
La inocencia y virtud; despedazados
Los vínculos de amor y de solemne
Igualdad que formó Naturaleza,
Cuando creó Señor y Rey del orbe
Al antiguo mortal; en paz profunda,
Y en regalada unión vive, le dijo:
Que no haya distinción, ni preferencia,
Sino dulce hermandad, Sus, abandona
La oscura selva y cavernosos montes
Asóciate en común con tus iguales;
Y fuerza a fuerza reuniendo, oprime,
Aterra y vence a los feroces monstruos;
Y tu morada y libertad preciosa
Defiende con valor; y encadenado
Tiemble, tiemble el malvado,
El genio impío que turbia la osa69.

La igualdad se rompe con la tiranía y con ella resplandece


el imperialismo en la otra faz del mundo:

69
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.

57
Ardiendo el pecho en ira formidable
Destroza a sus hermanos. De aquel día,
Aumentándose fue la tiranía,
A par de su saber y su pujanza.
Rompió la dura tierra,
Y en sus entrañas desenvuelve el oro
Para comprar los crímenes, y el hierro
Para mejor destruir sus semejantes70.

Muestra en él el afán de los europeos por explotar e impo-


ner la tiranía:

Quiso el más fuerte sojuzgar a todos,


Y sangriento, cruel, inexorable,
Ardiendo el pecho en ira formidable
Destroza a sus hermanos. De aquel día,
Aumentándose fue la tiranía,
A par de su saber y su pujanza.
Rompió la dura tierra,
Y en sus entrañas desenvuelve el oro
Para comprar los crímenes, y el hierro
Para mejor destruir sus semejantes71.
No deja títeres sin cabeza, incluida su propia patria:
De un piélago insoldable y proceloso,
Embiste Gama, y del lejano Oriente
Abre y enseña la horrible puerta,
Y en breve el Lusitano
Forjó cadenas al Imperio Indiano.

70
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.
71
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.

58
No quedan incólumes los españoles en su conquista del
Nuevo Mundo:

Habla a Colón en su fogosa mente


No sé qué numen a la especie humana
Contrario; y le revela
Un mundo nuevo; se arrebata, vuela,
Y le descubre. Con agudo acero
Y llama impía ya Cortés se avanza
Y el sombrío Pizarro. Talan, queman
El suelo hermoso y sus habitadores
Degüellan sin piedad; que en vano huyen
Los desgraciados a encumbradas rocas,
Y a la selva profunda; allí los sigue
Y los derriba la insaciable muerte;
Arrojada del brazo fulminante
De esos fieros ilustres asesinos,
Que la fama aclamó. ¡Baldón eterno
Y odio a sus nombres! ¡Qué jamás florezca
Planta agradable en torno a sus sepulcros!
¡Y al mirarlos de lejos se estremezca
La sensibilidad y los maldiga!
¿Son estos , vana Europa,
Los grandes héroes de tu gloria apoyo?
Si ella lo cree; y su fatal ejemplo
Deslumbra entre los míseros humanos
La inmensa grey de esclavos y tiranos72.

72
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.

59
Culmina el poema un canto a la humanidad frente a la
opresión de la conquista y de la tiranía sobre los pueblos:

El mundo siempre yacerá; que el hombre


Armado de poder y de talentos
Es una fiera que en rabioso ceño
Registra el ancha vega, y su abalanza
A cebarse en estragos y matanza,
¡Oh, vos, que prostituís del sacro Apolo
El más glorioso don, y vuestros himnos
Cantáis al pie de la soberbia estatua
De algún Conquistador! El dulce y blando
Acento detened; que solo ensalce
La sublime armonía
Al tierno amor, y a la virtud sagrada;
Y en hondo olvido y afrentoso oprobio
Poned de hoy más a los sangrientos héroes.
Venid conmigo y detestemos juntos
De su ferocidad. Naturaleza,
Y el justo Cielo se holgarán de oírnos,
Viendo que en este desolado globo
Existe todavía
Quién ose difamar la tiranía73.

Este texto de 1802, que precede a su célebre sermón de San


Cristóbal de 1805, del que hablaremos seguidamente, demuestra
que sus ideas anticolonialistas eran muy anteriores y no solo se ci-
mientan en una censura radical de la colonización española, sino
en un alegato contumaz contra el comportamiento imperialista
de los europeos en el orbe.

73
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.

60
No es casual que, tras ese poema, se vierta en el siguiente A
una embarcación que pasaba cargada de negros para América,
un ataque frontal a la perversidad del colonialismo en una de
sus vertientes más lacerantes, la trata esclavista, lo que lo con-
vierte en precedente de lo que será en Cádiz sus alegatos libe-
rales radicales expuestos en su Duende Político.

¿No ves Delmiro la soberbia nave


Que, hendiendo va las agitadas ondas
Del Océano? ¡Cual zozobra y vaga
Entre montañas de salobre espuma!
Braman los vientos, pavoroso trueno,
La hórrida nube retumbando rueda,
El polo se estremece,
Y del altivo mar la saña crece...
¿Todo parece que el atroz delito
Pregona ya del insensible Nauta,
Y por vengar la Humanidad y el Cielo,
Se abalanza en furor? Sí, que el malvado
Fue a las riberas del profundo Níger;
Holló feroz la dignidad del hombre
Y como irracionales
Compró, y esclavos hizo a sus iguales.
¡Desventurados! ¡Porque el sol hirviente
Llamas difunde y su color ateza,
Del Patrio suelo y maternales brazos
Los arrancó tan bárbara codicia!
Y no, no es, ¡Oh dolor! El postrimero
Ultraje que a su suerte se prepara;
Crueldad les espera
En el lejano antípoda más fiera.
Al que más dé allí vendidos

61
Otra vez; con el látigo sonante
Herida siempre la dolida espalda,
Los guiará de aspérrimo colono
La dura mano. En rígido trabajo
Y amarga pena exhalarán la vida,
¡Ay en vano gimiendo
Y sus hierros con llanto humedeciendo!
Si la importuna reflexión su mente
No desgarrará y con pavor la hundiera
En más crudo tormento... De sus males
Por dicha fuera muy menor la suma.
Entre los seres que razón no inquieta
Con su funesta luz, más venturoso
Corriera su destino,
Aun la cerviz atada en yugo indigno.
En lo pasado la anhelosa idea,
Los bienes que perdió, no suspirará,
Ni errante por el lóbrego futuro,
En espantoso caos naufragando,
A cada paso de terror y angustia
Desfalleciera. Un fugitivo instante
Que a prisa volaría
Su gozo o su penar constituiría.
Rápida sensación que la Natura
A precisos objetos circunscribe,
Y en un presente momentáneo llega,
Y espiró su poder... Más el humano
En lo que es y fue; y en duelo eterno
Lo que puede ser aun calcula y gime.
Le agobia y despedaza
Dolor que siglos de dolor abraza.
¡Ah, tente, tente, nave impetuosa!

62
¿Dó te alejas cruel, sorda a los ayes
De esas cuitadas víctimas que encierra
Tu corvo seno? A la Africana playa
Torna, sí torna, y esos desgraciados
A sus nativos lares restituye.
Perezca la memoria
De tan horrendo escándalo en la historia.
¿Qué digo , empero, si la misma Europa,
Bañada en luces y preclaro celos,
Que leyes de virtud y amor, dulzura,
Anuncia al orbe y hermandad proclama,
Y deliciosa unión; este Derecho
Solemniza en su código brillante,
Y le ejerce, aun cuando
La benéfica paz está reinando?
Lo ejerce el joven y generoso Íbero,
Y el profundo Britano, de ceñida
La Filantropía de laureles alza
Su relumbrosa y venturosa frente;
Y si la estirpe desdichada rompe
El Galo altivo los infames hierros,
Pronto vuelva a colmarla
De sangrienta opresión, a desolarla.
Me estremezco de horror. Cree, Delmiro,
Que sobre un trono y abrazadas
Veo la barbarie feroz y tenebrosa,
Y la filosofía de esplendores
Cercada, y entre sus hermosos labios
Viendo la bondad. Una del hombre
La razón ilumina,
Y otra en su pecho con terror domina.
Robo y violencia y destrucción y males

63
Sin fin, del mundo la espantosa herencia
Serán en cuanto a producir no llegue
Más sencillas costumbres y más puras;
Sino es que este bien ya sea vedado
Al proscrito mortal... Humilde tienda
Sus manos a los Cielos
Que es solo donde hallar puede consuelos74.

En sus versos brota una diatriba radical contra la esclavitud,


que demuestra una vez más las claves de su pensamiento en una
época tan temprana como los primeros años del siglo XIX. Es
llamativa y novedosa en su tiempo su proclama humanista en
unos versos en los que ratifica que el europeo «holló feroz la
dignidad del hombre» y como irracional «compró, y esclavos
hizo a sus iguales». En esa barbarie toda Europa participa. Por
ello esgrime que debía perecer la memoria de «tan horrendo
escándalo en la historia» en una Europa ilustrada que pro-
clama la hermandad y que, sin embargo. Británicos, galos e ibe-
ros, todos al unísono, asolan las playas africanas y con su
bárbara codicia oprimen en América con sus látigos a los des-
dichados que por la fuerza explotan en sus colonias.
Siguen a continuación en este volumen manuscrito los di-
tirambos, de los que dice que era un género de poesía que «no
es de los más cultivados en España. Me parece que los Antiguos,
harto celosos de la gravedad Nacional y de las costumbres aus-
teras de su tiempo, creyeron degradarse cantando las Gracias ri-
sueñas y los transportes y furores de Baco. En nuestros días el
armonioso Meléndez y algún otro que lo sigue vierten apenas el
fuego ditirámbico en una u otra de sus poesías anacreónticas».

74
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.

64
Refleja que con ello él desempeñase su grandeza, porque entiende
que estaba «muy distante de pensarlo así. Los ligeros ensayos de
mi musa en este género no llevan otro objeto que el de convidar
a los grandes genios de la Nación a que la manifiesten los vivos
cantos y la hermosura magnífica y deliciosa que presenta la poe-
sía ditirámbica dirigida por un pincel enérgico y sublime»75.

Su Epístola a Lucindo con motivo de haber leído el autor lo


que se le envío escrita en verso francés y dirigida al general Bo-
naparte después de la batalla de Marengo por el ciudadano Be-
auroche es un extenso poema en el que reflexiona sobre la
dictadura del corso, la pérdida de la democracia y la caída del
régimen monárquico. En él nos muestra partidario de una
monarquía constitucional. En sus versos asevera que:

Ah! No deberemos confundir las cosas


De Bonaparte, el mérito encumbrado
Yo admiro, y sus victorias portentosas;
Mas no el entusiasmo acalorado
Ensalzaré la vanidad Francesa
Que sin fruto la tierra ha desolado.
Su vasta adquisición no contrapesa
A estos males, si en la igual balanza
De la Filosofía bien se pesa76.

En Soneto al restablecimiento de un gobierno monárquico


en Francia profundiza en ese punto de vista:

75
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.
76
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.

65
¿Por qué no exaltas el pueblo sabio,
Eminente, magnánimo y profundo
El generador del ancho mundo
Que metió tanta bulla? Dime Fabio...
Mas ¡Ay! que de rubor sellas el labio,
Pues ves que el héroe de la Mancha oriundo,
Esgrimiendo la lanza furibundo
Sostenía mejor un desagravio.
No lo dudes, Quijotes son y han sido
Los Franceses, los Genios soberanos,
Que por libertad han combatido.
¿Y pretendieron ser republicanos?
¡Fatua quimera! Un suelo corrompido
No brota sino esclavos y tiranos77.

Un planteamiento en el que vuelve a insistir en otro poema


sobre el mismo asunto:

Horrorísimo furor se agita y brama;


El trono cae y el altar desecho;
Corre la sangre y con atroz despecho
Sus teas la discordia vil inflama.
Los hijos que más tierno el padre ama,
Con rabioso puñal hieren el pecho;
Y entre tantos horrores satisfecho
Viva la libertad, el pueblo clama...
¿No es esto, amigo, lo que en Francia viste?
¿Y dó está la República Francesa

77
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.

66
Que hasta los Cielos ensalzar oíste?
Las soñadas cadenas orgullosa
Creyó romper; y hoy las recibe ¡Oh triste!
De esclavitud pesada y vergonzosa78.

La melancolía por las Islas la muestra en su Soneto a la vista


del Teide desde el mar:

Yo te saludo en fin, Teide orgulloso,


De los mares ignívomo gigante
A cuya vista el encumbrado Atlante
Es un pigmeo que te envidia ansioso.
Dos primaveras hay que soledoso
Vi en erizado cerco y ondeante
De nubes esconderse el arrogante
Pecho que ora descubres ostentoso.
Era entonces infeliz; se oía
En tus valles el hórrido bramido
De un monstruo que feroz acometía.
Pero fue ya el Cielo conmovido
Te devolvió la paz y la alegría...
¡Encuéntrela yo, pues, como he creído!79

Su A la arribada del autor a la plaza de Gibraltar con mo-


tivo de un viento impetuoso que a la hora del estrecho cayó fu-
riosamente sobre la embarcación que le conducía desde
Barcelona a las Islas Canarias probablemente fue escrito en
torno a 1803 cuando retornaba de nuevo a Tenerife.

78
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.
79
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.

67
En su Oda sobre el conocimiento de Dios reflexiona sobre la
Divinidad:

Si a los grandes filósofos escucho,


Más incierto vacilo.
Labrado el mundo fue por él Acaso
Naturaleza misma
Es el Dios soberano, o vive en ella
Un ser incomprensible
Causa primera, que enlazó de todas
El bello mecanismo.
Adorarla en espíritu debemos
Y engrandecer loando
Sus altas maravillas Orgulloso.
Así razona y clama
El pretendido sabio. El aire llena
De voces mil pomposas,
Y nada explica, porque nada entiende.
Con ojos audaz quisiera
Las torrentes de luz inaccesible
Registrar, y anheloso
El velo descorrer a los arcanos
Que tu poder terrible
Oculta a los mortales. Se abalanza80

Los últimos poemas del libro manuscrito están dedicados


a la Guerra de Independencia y a las pasiones humanas. Se
trata de Oda a los habitantes de Cádiz que el ejército francés del
mando de mariscal duque de Belluno (Víctor) forzó los puestos

80
CABRAL DE NOROÑA, M. Poesías castellanas en diferentes metros.

68
de Sierra Morena, tomó Sevilla y vino a campar delante de la
misma plaza de Cádiz, Oda a la tormenta que en marzo de
1810 causó tanto destrozo en la bahía de Cádiz y Oda al extra-
vío de las pasiones humanas. De esa época solo pudo dar a luz,
que tengamos constancia, su Visión del Manzanares, editada
por impresa en 1810 en la imprenta de la Casa de la Miseri-
cordia de Cádiz.

69
Procesado por la Inquisición por su sermón
sobre Las Conquistas de Canarias y América

Su sermón del 27 de Julio de 1805, día de San Cristóbal, pa-


trono de la Laguna, oficiado en la parroquial de la Concep-
ción lagunera, prohibido por el Santo Oficio e incautado
cuando estaba a punto de ser impreso, constituye un docu-
mento de gran interés para el conocimiento de su pensa-
miento81. Utilizó esa arma con su desfachatez característica,
precisamente ante todas las autoridades de la isla y ante el co-
mandante general marqués de Casa Cagigal, al que se lo de-
dicó, quien había sido hasta entonces su protector y que le había
permitido permanecer en la isla después de haber sido expul-
sado por su predecesor. Era ese su teatro y ellos sus espectado-
res predilectos. Ya vimos que fue denunciado por su compañero
como capellán del regimiento de Ultonia Andrés O´Ryan por
su lectura de Raynal. También es posible que consultara direc-
tamente la obra de Bartolomé de las Casas en los conventos la-
guneros porque su Tratado probatorio... sobre las Indias, dado
a la luz en 1552 se conserva en la biblioteca de la Universi-
dad de La Laguna y probablemente proceda de la del antiguo

81
Se conserva parcialmente en B.M.T. Fondo manuscrito MS 127 (3). Aparece dedicada
al Marqués de Casa Cagigal.

70
convento dominico lagunero, que estaba abierta al público en
la época en la que Cabral residía en La Laguna82.
Congregados el clero de las dos parroquias de la capital de
la isla, el ayuntamiento en pleno y todas las autoridades en su
conjunto, les arengó con un discurso provocativo y escanda-
loso. Glosó sobre la conmemoración del aniversario de San
Cristóbal, cuya efeméride en la isla señala el día de su conquista
y la del reciente ataque de Nelson contra Santa Cruz. A partir
de esta festividad, escogió el argumento de la omnipotencia di-
vina para mostrar que todo dependía de la mano soberana de
Dios, y por ello las fuerzas más débiles triunfan si su voluntad
así lo estimase. Esa idea le sirve para situar a los conquistadores
de Tenerife como seres débiles y sólo triunfantes en virtud del
apoyo divino. Dios tenía que decidirse entre la libertad de los
aborígenes o la religión y se definió por esta última ya que «el
cielo había decretado la suerte de esta isla y quería darle en cam-
bio de su independencia el tesoro preciosísimo e inestimable de
la religión santa de Jesucristo83». Solo, por tanto, el deseo di-
vino de convertir a los paganos al cristianismo explicaba la vic-
toria de Alonso Fernández de Lugo: «El haberse librado los
conquistadores en la batalla de Acentejo fue un milagro de
Dios obrado por mediación de San Cristóbal». Puestas las
cosas de esta manera, e1 derecho de conquista era un derecho
bárbaro que la filosofía proscribe y la religión abomina y que la
nación española es muy grande y las luces están muy extendi-
das en ella para no conocer estas verdades84.

82
Existe edición facsímil de esa obra con transcripción de Gloría Díaz Padilla e introd. de
Eduardo Aznar Vallejo. La Laguna, 1996.
83
ANAYA HERNÁNDEZ, L.A. «Op. cit.» p.526.
84
ANAYA HERNÁNDEZ, A. «Op. cit.» p.526.

71
Desde esa perspectiva, para él, «Bencomo defendió la li-
bertad y la herencia preciosa y augusta de sus abuelos y era digno
de mejor causa, mientras que Lugo que salto a tierra con una
cruz en los brazos como un apóstol en lo exterior, conservando
en lo interior el corazón de una fiera»85, era justamente su an-
títesis. Presentaba por ello a los conquistadores como asesinos.
El propio Fernando el Católico prostituía la religión a sus miras
ambiciosas. Condenó el uso de la fuerza y la ambición y su jus-
tificación en la religión y la civilización en la conquista de Te-
nerife: «el poder grandioso y terrible de los Reyes Católicos de
León y de Castilla, sembró con espanto de cadáveres y padecer
los más florecientes valles de la antigua Nivaria. Yo jamás con-
sagraré mis loores desde la cátedra inmaculada del Espíritu
Santo al derecho de la fuerza y a ese entusiasmo funesto que
prostituye el nombre de Dios a los intereses de la ambición y
vanagloria que, pronunciando este nombre de paz, de consuelo
y de dulzura, corría denodado hasta las extremidades del
globo». Extendió esa barbarie al Nuevo Mundo, donde «con
la espada en una mano y el evangelio en la otra, degollaba con
ferocidad la especie humana y cubría de luto la naturaleza. Es el
mismo entusiasmo el que sojuzgó la América y bajo el pretexto
de civilizarla y hacerle feliz la degolló más de treinta mil millo-
nes de habitantes». Pensaba que las sombras de tales devasta-
ciones, en «aquellas vastas y silenciosas soledades y sobre las
destruidas ruinas donde humea s sangre» todavía «puebla el
aire de lúgubres gemidos y cargan de horror y de maldición a los
hombres de Cortés y de Pizarro y de todos los guerreros que
nosotros llamamos héroes y que han sido tan fatales a la huma-
nidad como la erupción de los volcanes y el furor del océano

85
ANAYA HERNÁNDEZ, A. «Op. cit.» p. 526.

72
sobre la tierra con sus profundos abismos». Pero iba mucho
más allá, subyacía en su obra una crítica radical de la guerra y del
derecho de conquista en todo tiempo y lugar. Se interrogó sobre
ello si era algo inherente a la condición humana y contrario a los
postulados de la religión: «¡Oh lamentable destino! ¿Será que
la injusticia y la violencia reinen para siempre en el oscuro pla-
neta que habitamos? ¿Será que el hombre contriste con obsti-
nada osadía las sabias disposiciones del Criador, que no viva
contento en el suelo que le dio la cuna y armado del poder y de
los talentos usurpe la herencia natural de sus hermanos por
medio de crímenes y atrocidades?»86.
Ciertamente, como señala Anaya Hernández, se inspiró en
las ideas anticolonialistas- La huella de De las Casas, Robinson,
Rousseau, la Enciclopedia y la Historia de los Incas de Mar-
montel parece dejarse sentir en su discurso87. No obstante, parece
obvio que, aparte de las fuentes canarias, como Viera y Clavijo
y Núñez de la Peña, bebe de la obra de Guillaume Thomas Ray-
nal «La Histoire Philosophique et Politique des Etablissements
et du commerce des Europeans dans le Deux Indes», obra en el
que colaboraron también Diderot, D' Holbach, entre otros, y
que reivindica la autodeterminación, critica derecho de conquista
y colonización e invoca la defensa del derecho de los pueblos a
conquistar la libertad frente a sus opresores. Este texto que Ca-
bral poseía en 1799, por lo que fue delatado a la Inquisición88,

86
CABRAL DE NOROÑA, M. Oración pronunciada el día 27 de julio de 1805 en la
iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Concepción de La Laguna en elogio del mártir San
Cristóbal su patrono titular. Manuscrito. B.M.T. Fondo manuscrito MS 127 (3).
87
ANAYA HERNÁNDEZ, A. «Op. cit.» pp527-528.
88
M.C. Inquisición Sign. CLVII-33. Fue denunciada su posesión el 17 de abril de 1799
por el presbítero irlandés Andrés O´Ryan, capellán como él de uno de los batallones de Ul-
tonia. Afirmó que estaba compuesta «de varios tomos bastantemente perniciosos, impresa
en Ginebra o Ámsterdam y que tiene entendido que la presta a algún sujeto».

73
nos demuestra la difusión de las ideas más radicales y revolucio-
narias de la Ilustración en su pensamiento y son una evidencia
más de la facilidad con que las obras prohibidas circulaban por
el Tenerife de aquellos tiempos.
El otro argumento expuesto por Cabral en el sermón fue la
defensa de Santa Cruz de Tenerife. Volvió a exagerar el papel
divino como medio para rebajar los méritos de los defensores,
arremetiendo contra los que «no desempeñaron sus deberes, y
que el oficial que más cumplió fue mantenerse en el puesto que
le habían señalado». Sobre el comandante general Antonio Gu-
tiérrez aseveró que, aunque era un hombre de bien, no se com-
portó como un héroe. Las críticas de Cabral coinciden en este
sentido con las del que después fuera diputado liberal exaltado,
y también clérigo como Cabral, Graciliano Afonso, que en el
poema dedicado al comportamiento de algunos de sus paisanos
en el ataque de Nelson, entre otros muchos versos señala:

pero cobarde noble, ya llevarás tu premio:


un pobre miliciano ocupará tu empleo.
Ya feneció tu gloria,
pereció su ornamento pues de ti
no son dignos estos cobardes nietos.
Te atreverías cobarde,
se atreverán sus deudos,
que la patria adorada, defender no supieron.

Esta ofensiva liberal contra los privilegios nobiliarios la sin-


tetiza Cabral en dos puntos capitales de su discurso revolu-
cionario: por un lado el buen salvaje frente al noble
conquistador de naturaleza despiadada, y por otro, el cues-
tionamiento de los méritos de las milicias insulares capitane-
adas por la élite agraria, se convierte en la piedra de toque en

74
la que converge la base doctrinal de las nuevas corrientes de esa
tradición prerromántica del liberalismo isleño que Graciliano
encabeza y que Cabral, como veremos, es un interesante expo-
nente. La notable premeditación de la trama del sermón en este
sentido es clarividente. Años más tarde con su ironía caracte-
rística, en unos versos recordaría la «heroica defensa»:89

La nueva o mal nacida dominación;


y a sojuzgarla en vano
corre el Héroe de Afur con sable en mano

El Héroe de Afur fue un oficial que en el ataque de Santa


Cruz en julio de 1797 estuvo de guardia en esa distante playa
de Anaga donde poco o nada tuvo que hacer ni que temer.
A partir de estas fechas se entabló una verdadera cruzada
contra el madeirense. La élite agraria lagunera se creyó ofen-
dida por su constante burla y agravios contra lo que considera
más sagrado de su potestad y hegemonía. Baste señalar en este
sentido, como seguidamente veremos, como un ilustrado de la
talla intelectual de Antonio María Lugo, director del Semina-
rio Conciliar de las Palmas y hermano de Estanislao, el que
fuera rector de los Reales Estudios de San Isidro de Madrid y
más tarde ministro de José Bonaparte, en su calificación del
sermón centrará su crítica en los ataques a los conquistadores,
señalando que Fernández de Lugo era elogiado por su carácter
humano, su generosidad y piedad, si bien con la mentalidad
propia de un conquistador del XV90. Obviamente, la dignidad
de su origen era lo que estaba en juego, y su catolicismo ilustrado

89
B.U.L.L Fondo José Agustín Álvarez Rixo. Manuscrito. Copia de Lorenzo Pastor de Castro.
90
ANAYA HERNÁNDEZ, A. «Op. cit.»v, p. 532.

75
no se empañaba con su vocación nobiliaria, tal y como era ca-
racterístico del reformismo aristocrático. Es aquí en ese cues-
tionamiento de su preponderancia social, de su vena
filantrópica, de su concepción paternalista de las reformas so-
ciales donde la daga envenenada de Cabral hacía más daño.
Desde esta perspectiva, el análisis del proceso inquisitorial
nos permite apreciar como el mismo fue promovido y reali-
zado por esa élite agraria lagunera, desde su denuncia por fray
Domingo Hernández Romero, que sería después redactor del
órgano de prensa de la Junta Suprema de Tenerife, El Correo de
Tenerife, hasta la selección de todos los testigos, efectuada a la
medida de ese grupo de presión ligado a la personalidad del mar-
qués de Villanueva del Prado, que desde esas fechas se convertirá
en su más declarado enemigo. El mismo Alonso de Nava consi-
guió que Bazzanti no imprimiese el sermón abonando él mismo
de su pecunia los ochocientos pesos que suponía su publicación.
El Santo Oficio además inmediatamente, incluso antes de que
culminase el proceso inquisitorial, prohibió su impresión ex-
presamente y lo incluyó en el índice de libros prohCabral de
Noroña fue plenamente consciente de que se había abierto
una causa contra él. Por ello el 24 de noviembre de 1805 es-
cribió al tribunal una carta en que defendía su ortodoxia. En él
manifestó algo muy importante y que demuestra, como ten-
dremos ocasión de ver más adelante, que recibía las adhesiones
de un sector nada significativo de sus elites ilustradas, si bien no
cabe duda que coincidían con sus sectores más burgueses y li-
berales. Como él reconoció en esa misiva, había cedido «a las
instancias de varios sujetos inteligentes y de carácter», que le
impulsaron a su edición en la imprenta de Bazzanti, lo que,

91
ANAYA HERNÁNDEZ, A. «Op. cit.» p. 536.

76
«previas las censuras y licencias necesarias, comenzaba a ve-
rificarse», cuando llegó la orden del Santo Oficio de reclamar
su manuscrito y de impedir su impresión. Se sorprendía de tal
prohibición porque su texto solo hablaba de hechos históri-
cos y críticos que podían tener censores, pero que no había
nada en él que pudiera «ofender directa ni indirectamente a
la pureza de nuestra santa fe y buenas costumbres o a los de-
rechos y regalías del soberano»92. Su objetivo era demostrar
que todo dependía de la mano de Dios, «bajo su alta protec-
ción, triunfan las más débiles fuerzas. Reflejó su intervención
en favor de un puñado de españoles, no obstante el valor y fie-
reza natural de sus habitantes, valor y fiereza de que dieron
bastantes pruebas en varias acciones de la conquista y princi-
palmente en la batalla de Acentejo», lo que explicaba su
triunfo con la finalidad de «establecer en ella una Ley adora-
ble y su culto santo, beneficio inmenso a favor de los isleños so-
juzgados, porque todos los sacrificios de esta vida son de poco
valor, cuando a costa de ellos se adquiere el bien inestimable de
la fe de Jesucristo y por su medio una derecho preciosísimo a la
gloria del Cielo», omnipotencia divina que triunfó también en
la victoria sobre Nelson. Se percató de que al mismo tiempo
había insinuado su horror «al entusiasmo sangriento de las an-
tiguas conquistas», pero argumentó que fue inspirado en ello
por «la religión protectora de la humanidad, la religión fundada
sobre las vasas inalterables de la justicia y de la caridad univer-
sal». Esperaba que de la benevolencia del Santo Oficio se diese
paso a la devolución de su original y a su publicación porque
nada contenía en contra de los principios católicos y con ello
se disiparía la influencia que su supresión había operado «en

92
A.H.N. Inquisición. Leg. 4505 exped. nº7.

77
el público, principalmente entre las personas idiotas o poco ilus-
tradas»93. Vemos en esta comunicación las ideas humanistas de
Cabral, inspiradas notoriamente en el derecho de gentes.
El Santo Oficio solicitó primeramente cuatro informes de
cuatro eclesiásticos establecidos en Gran Canaria, los docto-
res Vicente Ramírez, Miguel Machado, Antonio María de
Lugo Viña y Esteban Fernández. El primero, de ideología ilus-
trada, originario de Gran Canaria, por entonces director del
seminario conciliar, aludió que ninguna de sus proposiciones
merecía en rigor censura teológica, aunque pudo hacer omi-
tido las declamaciones contra los conquistadores españoles.
Solo lo ve como «un poco ligero y aun atrevido, pues no todo
se puede leer en los púlpitos»94. El segundo, cura del sagrario
de Las Palmas, alegó el 8 de enero de 1806 que Cabral había
tachado a los Reyes Católicos de tiranos, crueles y ambiciosos,
cuando por las bulas de Alejandro VI «no han sido sino unos
instrumentos de la divina misericordia». Como contrapartida
se esforzaba en engrandecer y alabar a Bencomo, al que consi-
deraba «digno de la victoria» y que debía tener mejor suerte
que «ser hijo adoptivo de Dios y heredero de su gloria». Por
su parte, el ilustrado orotavense Lugo Viña tres días después
criticó la denigración del pueblo de Israel como «quizá el más

93
A.H.N. Inquisición. Leg. 4505 exped. nº7.
94
A.H.N. Inquisición. Leg. 4505 exped. nº7. Por esas mismas fechas, el 13 de agosto de
1805 Vicente Ramírez Suárez, como ilustrado militante, ante las graves acusaciones ante la
Inquisición contra el orotavense Graciliano Afonso, futuro canónigo doctoral y diputado li-
beral en las Cortes del Trienio, mostró sus puntos de vista abiertamente heterodoxos. Acre-
ditó sus buenas costumbres y conducta cristiana, con su asistencia a la misa diaria y demás
actos de religión. Precisó que «era reputado de todos por un colegial exacto en todos sus de-
beres, devoto y religiosos. Este mismo concepto ha sostenido o más bien ha aumentado a su
vuelta de España, que ha vivido en la casa en calidad de catedrático desde enero de 1803».

78
oscuro en las vastas provincias de Oriente», cuando ilustres
apologistas de la Religión demostraron la injusticia de esa pre-
vención y habían «probado la superioridad de aquella nación
sobre las otras antiguas y contemporáneas, aun las más civili-
zadas». Pero lo que más le escandalizaba era el menoscabo de
Isabel y Fernando y de los héroes más celebres de la nación
Hernán Cortes y Pizarro y muy especialmente de una persona
estrechamente vinculada a sus ascendientes por lazos de san-
gre, como Alonso Fernández de Lugo, al que, al pintarlo «con
el exterior de un apóstol y la fiereza de un león, con una cruz
entre los brazos y el terror, la mortandad y la desolación ca-
minando delante», lo muestra con el carácter de Tiberio
como un conquistador fiero e inhumano. Entraba en su opi-
nión en contradicción con las visiones de los historiadores de
Canarias en las que dice haberse fundamentado, cuando estos
lo elogian por «su carácter humano y la generosidad y piedad
de su corazón», aunque en orden al derecho de conquista tu-
viera las ideas «comunes de su siglo». Lo que verdaderamente
le molestaba de su sermón era la dureza de sus expresiones,
que eran más acentuadas al declamarse en la capital de Tene-
rife, «donde era más interesante y respetable la memoria de su
conquistador». Por su parte, el último el 12 de enero fue más
contemplativo, si bien encontraba dignas de censura sus ex-
presiones «contra el derecho de conquista y operaciones de
los españoles en la toma de las Islas y de la América», que es-
timaba escandalosas «para el pueblo ignorante y sencillo, que
debe ser instruido con cierta economía y prudencia cristiana,
ya que, aunque se diese asenso a la conducta de los españoles,
sin embargo la exponía con mucha generalidad», sin efectuar
excepción alguna ni excusar «la buena intención de los que
dirigieron tales empresas». Entendía que sus proposiciones
podrían ser verdaderas, pero eran peligrosas por «tal vez ser

79
motivo de inquietudes populares y otros daños semejantes, a
que no debe dar ocasión ningún predicador»95.
Ante tal efusión de argumentos que no terminaban de des-
calificar teológicamente el sermón, se recurrió a un quinto in-
forme, el del portuense Enrique Hernández Rosado,
catedrático de Teología del seminario conciliar y futuro di-
rector de él, viejo conocido suyo del Puerto de la Cruz y primo
del denunciante, el dominico fray Domingo Hernández Ro-
mero. De él diría Álvarez Rixo que desempeñó durante más de
treinta y seis años sus cargos en esa institución y la prebenda
anexa su cátedra de gramática. Fue «muy estimado por su sa-
biduría y por lo inocente de sus costumbres». Nacido en
torno a 1770, falleció en la capital grancanaria en julio de
1851 víctima del cólera morbo96. Fue su texto sin duda el más
largo y concienzudo. Sobre su proposición sobre los israelitas
nada vio digno de censura, por entender que la voz oscuro solo
aducía que «por su pequeñez, por su aislamiento, por decirlo
así, del resto de las Naciones, y sobre todo por la diferencia de
su culto, o le desconocían, o hacían poco caso de él, o lo des-
preciaban o le aborrecían». En la cuestión de la valoración de
los conquistadores estimó «la demasiada acrimonia» al adop-
tar, como insinuó en su nota, el lenguaje de los filósofos, «ol-
vidándose de que este no siempre es el propio de un orador
cristiano en la cátedra del Espíritu Santo y en medio de espa-
ñoles». De ello se podría hablar con total libertad por el filó-
sofo en su gabinete «y más o menos el historiador o político,
principalmente en las naciones donde el uso de la palabra es

95
A.H.N. Inquisición. Leg. 4505 exped. nº7.
96
ÁLVAREZ RIXO, J.A, Descripción histórica del Puerto de la Cruz de La Orotava. Es-
tudio preliminar y transcripción de Margarita Rodríguez Espinosa y Luis Gómez Santacreu.
Tenerife, 2003, p. 167.

80
más libre». Sin embargo, «entre nosotros, y en el púlpito,
debe haber más moderación en las pinturas de esos horrores,
que, como él dice, condenan la razón y el Evangelio. Recono-
ció que a Cortes, Pizarro y Lugo les dominaban el deseo santo
de propagar la religión, si bien por las fatales preocupaciones
y espíritu guerrero de aquellos tiempos, se creyesen, por un
celo mal entendido, en derecho de valerse aun de medios vio-
lentos para este fin». Por ello entendía que no debía haberse
ajado su memoria en la iglesia «y a presencia de un auditorio
español, donde tal vez podrían haber muchos que, apasionados
por estos héroes, o ignorando los medios legítimos de la pro-
pagación del Evangelio, se agriasen con el modo tan acre y san-
griento con que se les explicaba unas verdades». No obstante,
elogió «la preciosa reflexión con que cubre los defectos de este
párrafo, concluyendo que Dios se vale de las pasiones de los
hombres para la ejecución de su adorable y profunda sabidu-
ría». En cuanto a la afirmación de la mejor suerte de Bencomo
entendía que debía valorarse en la clave de valorar su acción
como guerrero respetable, al unir a todos sus partidarios en de-
fensa de «la libertad y la herencia preciosa y augusta de sus
abuelos». Debía tenerse en cuenta que «también victorioso
podría abrazarla (la fe), ya que no por la fuerza de las armas, por
el medio natural de la persuasión, coadyuvando la gracia om-
nipotente de Dios». Todo ello era coherente con su asevera-
ción de que el cielo «había ya decretado la suerte de esta isla y
quería darle en cambio de su independencia el tesoro preciosí-
simo e inestimable de la religión santa de Jesucristo». Finalmente
concluyó su informe reflejando que no había nada en el sermón
que pudiese ser digno de censura teológica97. Como expone

97
A.H.N. Inquisición. Leg. 4505 exped. nº 7.

81
Nuria Soriano Muñoz, las palabras de Hernández Rosado evi-
dencia una doble convicción: el carácter menos libre de España
en el uso público de la palabra y la forja de una determinada
identidad en «el auditorio español»98. Pero lo que no cabe
duda es que la solidez de sus ideas y planteamientos demues-
tran el arraigo en las Islas, especialmente en el seno del catoli-
cismo ilustrado, de las concepciones lascanianas y del derecho
de gentes.
Si bien en La Laguna existían visibles contradictores de
Cabral de Noroña, pero también con firmes partidarios. Eso
era lo que más preocupaba a las elites de ideas más conserva-
doras por los resquemores que originaban sus actuaciones.
Entre sus seguidores estaba nada menos que el corregidor de
Tenerife, Marcos Herreros, que, como veremos seguidamente,
tenía una estrecha amistad con él. Fue el que dio el permiso
para la publicación del sermón. El párroco de la Concepción,
el ilustrado lagunero Antonio Villanueva y Castro, que fue
director de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de
Tenerife en el Trienio liberal, y Antonio Lenard, abogado de
los reales consejos, síndico personero y regidor del cabildo la-
gunero, que habían firmado su censura por no tener nada en
contra del «rey, las regalías, la religión, la nación y las buenas
costumbres» eran también íntimos amigos suyos. El fraile de-
nunciante denominó al beneficiado como «principal trom-
peta» de Cabral. El conde de Sietefuentes lo señaló como
asiduo visitante de su vivienda, mientras que su hermano Juan
se le menciona como uno de sus mejores amigos99.

98
SORIANO MUÑOZ, N. Bartolomé de las Casas, un español contra España. Valencia,
2015, p.152.
99
A.H.N. Inquisición. Leg. 4505 exped. nº7.

82
El fiscal del Santo Oficio remitió las galeradas del sermón a
Madrid, haciendo suyas las censuras de Lugo Viña y Machado.
El 7 de febrero de 1806 el tribunal canario demandó a la Su-
prema información de la Inquisición portuguesa. Suponía la
existencia de denuncias suyas vertidas «contra la religión en al-
gunos tribunales de su nación, señaladamente el de Coímbra
en cuya universidad ha seguido estudios», por lo que «hemos
suspendido proseguir la causa hasta que va nos lo mande des-
pués de visto el auto del tribunal si tuviere a bien confirmarle y
mandarle recoger los registros del correspondiente a su natura-
leza en el reino de Portugal o nos mandará lo que fuere de su
agrado que estamos prontos a ejecutar»100. Pero no hay nin-
gún testimonio que indique que se requirieran esas informa-
ciones al Santo Oficio lusitano y menos de que se recibiesen ni
en los autos isleños ni en los de la Suprema. En la capital de Es-
paña los calificadores de la Inquisición de Corte por su decreto
de 23 de julio de 1806 confirmaron la prohibición de su im-
presión y la destrucción de todas sus notas y copias.
Este sermón se convertiría en la punta de lanza de la ofen-
siva para verificar el carácter subversivo y agitador del madei-
rense. La élite lagunera fue consciente de su arrojo y bríos
revolucionarios. Por tales motivaciones a partir de esas fechas
recurrirá a todos los medios y argumentaciones para obstacu-
lizar sus expansiones satíricas. Por ello el sermón fue el primer
peldaño de esa batalla para desterrarle de las islas, como ten-
dremos ocasión de ver.

100
M.C. Inquisición. Libro de cartas. Sign I-D-28.

83
Nuevas denuncias ante el Santo Oficio

Cabral de Noroña había seguido conviviendo desde su regreso


a Tenerife con Catalina Prieto del Hoyo. Alternaba su resi-
dencia entre Garachico, Los Silos y La Laguna y se dedicaba
de pleno a la administración de sus bienes, como lo prueba la
negociación directa de la venta de sus vinos ante comercian-
tes irlandeses en el Puerto de la Cruz en una fecha tan tardía
como 1808 que llevaba personalmente101. Una carta dirigida
por él desde La Laguna a Bernardo Cólogan Fallon el 16 de
abril de 1807 es perfectamente ilustrativa de su papel de admi-
nistrador directo de sus bienes. La comunica que hacía largo
tiempo que no le escribía por estar esperando «de día en día
pasar a ese pueblo». Ante la imposibilidad de hacerlo le ruega
que él o su padre adquieran «los vinos de Doña Catalina Prieto,
que son de la última cosecha encerrados en su bodega del Es-
parragal en los Silos». Ella le pedía que practicase en su nom-
bre tales diligencias «como si fuera cosa mía». Le expresa que
«usted sabe que aquel vino es de los de mejor calidad que pro-
ducen los terrazgos de aquella parte de la isla». La porción
entendía que era muy corta de cuarenta pipas más o menos.
Deseaba que la saca no fuese tardía. En cuanto a su precio no

101
B.U.L.L. Manuscritos. Sign. 83-1-11. Carta de venta de vinos a Miguel Cabral de Noroña.

84
sería motivo de disputa por extraer su casa comercial otros
vinos de la zona. Al mismo tiempo le refiere que enviase a An-
glés el recibo de la casa en que vivía, donde también pasaba
sus días laguneros Catalina Prieto y que ella había amueblado,
que era de los Cólogan, para abonarle su alquiler102.
Sin embargo, las relaciones con su esposo y su hijo se dete-
rioran abiertamente. Melchor de Ponte quiere denegarle el pa-
trimonio que su madre le había proporcionado103. Pedro José
Bencomo aseveró que «puedo afirmar, que cuando antes la
mencionada señora venía por temporadas a esta ciudad, Don
Miguel Cabral la acompañaba en sus viajes para disponer el
alojamiento a donde se dirigía esta señora, pero de unos dos
años a esta parte este eclesiástico se mantiene fijo en esta ciu-
dad, aunque la señora no permanece actualmente en ella»104.
La prueba más evidente de esas tensiones fueron las de-
nuncias promovidas ante el Santo Oficio por Gaspar de Ponte
Ximénez y su hijo Melchor. El 16 de abril de 1806 el comisa-
rio de La Laguna Antonio Verde Betancourt en un escrito al
tribunal de Canarias refirió que, hallándose en Icod para rea-
lizar la información de limpieza de sangre del presbítero Fran-
cisco Díaz Pantaleón y Acosta, pasó a Garachico donde su
compañero de orden José González Oliva le relató que un paje
de Catalina Prieto, José María Luis, le había comunicado que
había a Miguel Cabral cometer «el horrible pecado de bes-
tialidad y sin confesar pasar a decir misa, que asimismo en
otras veces había observado que decía misa sin confesar y en

102
A.H.P.T. Fondo Zárate Cologán. Correspondencia 1373/33. Carta de Miguel Cabral
a Bernardo Cólogan Fallon. La Laguna, 16 de abril de 1807.
103
RUMEU DE ARMAS, A. «Op. Cit.» Tomo I, p.252.
104
A.H.N. Consejos. Leg. 2717 nº10.

85
otras, estando asistiendo en la casa de dicha señora, donde en
los días de precepto decía misa, no la oía pretextando que es-
taba desazonado, pues esta desazón no le impedía andar en la
casa y salir a pasear, que del mismo modo había notado que no
le vio nunca rezar el oficio divino ni ayunar las vigilias ni haber
observado señas de cristiandad y religión». Ante tales acusa-
ciones se le encargó al sacerdote residente en La Laguna Lu-
ciano Anglés una comisión para que efectuase la declaración
de ese empleado. Al mismo tiempo el comisario de Icod Ni-
colás Delgado Cáceres realizó la del fraile. En su misiva afirmó
que «solamente he oído decir que es un sujeto hábil y de ins-
trucción en las bellas letras, pero satírico y picante especial-
mente en la poesía». Oliva certificó lo dicho por José María
Luis sin aportar nada nuevo105.
Era, pues, imprescindible el testimonio del paje. Pero,
antes de reproducirlo, el presbítero lagunero Anglés plasmó
sus impresiones sobre tales hechos en una misiva al tribunal
fechada en La Laguna el 27 de agosto de 1806. En ellas ex-
presó que, ante unas acusaciones tan graves, no podía entera-
mente cerrar sus ojos «y bajar mi cerviz a una firme creencia,
reparando en la larga serie de testigos que se descubren todos
tan conspirados en su contra que cuando pudieran introdu-
cirle la espada hasta el cabo jamás quedarían satisfechos con
haberle herido con la punta». Entendía que tanto Gaspar
como Melchor de Ponte, además de estar de hacía mucho
tiempo «en una cruda y sangrienta guerra con la señora Doña
Catalina y por consiguiente con el Cabral por dirigirla este
en todos sus asuntos, pleitos y demás derechos pertenecientes
a sus contiendas, no pueden de ninguna manera decir otra

105
M.C. Inquisición. C-III-16.

86
cosa en contra del Cabral que aquello mismo que han llegado
a entender por las noticias divulgadas por los criados». En-
tendía que «el hecho mismo de Cabral para con la burra, el
cual no me atreveré a negar, presenciado por los primeros cria-
dos y mayordomos y presentado vivamente en la imaginación
de estos hombres enconados en su contra, despertaría por pre-
cisión en ellos el deseo más vehemente de formar un cuerpo
de delito capaz de desquitarse por las ásperas reconvenciones
que recibían de aquel en sus descuidos» En definitiva que eran
parte y arte y no eran de fiar. No deja lugar a dudas de su ma-
nifiesto odio de todos los implicados al afirmar que «el Mi-
randa y el José María, según he llegado a entender por informar
a VS con más individualidad, no pudiendo hacerle frente al
Don Miguel Cabral por la demasiada autoridad y mando que
él se ha tomado en la casa o la señora lo ha permitido, trataron
de incomodarlo por mil maneras, llegando hasta el último ex-
tremo de robarlo y suponerle mil calumnias con la nota de di-
sipador de la casa de la Doña Catalina, atizando estos el fuego
que el enojo y la discordia había prendido entre don Gaspar
de Ponte y su hijo contra de esta señora hasta el caso crítico de
empeñarse con el comandante general para que el don Miguel
fuera acompañado a su batallón en su retorno a España, como
efectivamente se verificó en aquella ocasión»106.
Luciano Anglés llegó a aseverar que, por lo que respectaba
a la conducta de Cabral de Noroña «aunque se sabe por no-
toriedad la ridiculez de su duro genio y las discordias dimana-
das de aquí entre este los criados y mayordomo de la casa, todos
maltratados por su impertinencia y fogosidad, no llegan al pú-
blico estos improperios de su gravedad y despotismo. En él se

106
M.C. Inquisición. C-III-16.

87
le ve tratar a todos con urbanidad y cortesía, acompañar con
las primeras personas del pueblo y no frecuentar otras casas que
las de la primera concurrencia. Es su único y particular prurito
el manifestarse y ser tenido por el más sabio entre todos, pero,
aun preocupado con esta vana idea, no se le ve un decidido des-
precio de los demás, el público, que es fiscal más severo de nues-
tra conducta exterior cuando en el espacio de tanto tiempo no
ha levantado el grito para censurar sus operaciones, es porque
no habrá encontrado en ellas una causa que le haya escandali-
zado para arrojar sobre él una de aquellas severas miradas con
que suele reprender a los que se portan con desafuero»107.
Lo que no contaba el Santo Oficio era que Cabral era
amigo de la familia Anglés, como hemos podido ver. Los jui-
cios del sacerdote irritaron hasta tal punto al tribunal que en
el borrador de las cartas remitidas a la Suprema se llegó a decir
el 3 de mayo de 1807 que su informe era «verdaderamente
un elogio compuesto con artificio a favor del insinuado Nor-
oña, el que nos parece carece de toda veracidad porque, cote-
jado su estilo y expresiones con las representaciones que nos
ha dirigido este reo (...) parece estar formado por unas mis-
mas manos»108. Tal valoración finalmente se decidió a elimi-
narla por la contradicción que suponía la atribución de
connivencia directa entre un comisionado suyo y el acusado.
Pero todo estaba ciertamente enfangado, hasta el punto
que el Santo Oficio canario decidió no enviar tales acusaciones
a la Suprema, limitándose esta únicamente a actuar contra Ca-
bral exclusivamente por su sermón. En su declaración, fechada
el 18 de agosto de 1806, José María Luis dijo ser natural de

107
M.C. Inquisición. C-III-16.
108
M.C. Inquisición. Libro de cartas. Sign I-D-28.

88
Garachico y haber marchado a La Laguna, donde se ejerci-
taba como platero, para contraer matrimonio, que había efec-
tuado hacía cosa de dos meses y medio. Expuso que hacía año
y medio hallándose «en una hacienda que llaman el Esparra-
gal, más allá del lugar de los Silos», estando en la casa de su se-
ñora, «un criado sirviente de la casa llamado Francisco
Miranda, natural del lugar de Los Silos, de estado soltero,
edad de 25 años poco más o menos» le dijo al «que había
visto entrar en la caballería de aquella casa muchas veces a
aquel presbítero Cabral y vístole cometer el dicho pecado de
bestialidad y que, no habiéndole querido dar crédito por pa-
recerle este hecho horroroso fue con el mismo criado en una
de tantas veces y lo vio en la ejecución de este hecho por unos
agujeros que el criado Miranda había abierto con una barrena
para el mismo fin de verlo y que, después de haberse satisfecho
el declarante por cosa de tres veces»109.
Seguidamente se efectuó otra declaración al majorero
Pedro Vicente Espinel, por entonces residente en La Laguna,
quien refirió que, estando comiendo en la citada hacienda «a
cosa de las once de la mañana oyó bajar por una escalera del
patio trasero al presbítero don Miguel Cabral, que asistía en
la misma casa y que receloso el conteste de que fuera a obser-
var si la caballería estaba o no aseada y mereciera alguna ás-
pera reconvención del Don Miguel según el mando y
autoridad que tiene en la dicha casa fue el deponente en se-
guimiento del Cabral y observó que este entró en la dicha ca-
balleriza y se encerró en ella y, habiendo notado igual entrada
por la tarde de aquel mismo día y en otras muchas ocasiones,
ya desconfiaba el deponente de esta repetición de encierros en

109
M.C. Inquisición. C-III-16.

89
semejante paraje y que por lo tanto se descubrió con Francisco
Miranda. que estaba también en la casa en calidad de criado,
y, habiendo dado tres barrenos en la puerta de la caballeriza,
vieron los dos al presbítero Don Miguel Cabral estar come-
tiendo un pecado deshonesto con una burra que allí había,
cuya operación y bestialidad la vieron por más de seis ocasio-
nes y que como sabían a lo que se dirigía esta entrada en la ca-
balleriza no les causaba ya ningún cuidado cuando lo veían
ir». Ese episodio también lo conocían las criadas y los car-
pinteros que trabajaban en ella110.
Sin embargo, tales declaraciones quedaron en entredicho
cuando se recibió el testimonio en el Realejo de Arriba del
franciscano fray José Medina el 29 de diciembre de 1806, por
parte del beneficiado Pablo José Méndez, en calidad de co-
misionado, residente en el convento del lugar. Este desmintió
radicalmente la veracidad de tales testimonios al certificar
como capellán del oratorio de la hacienda del Esparragal que
«todos los delitos imputados son falsos y que ni aun por no-
ticia le consta y por lo que expresa al delito de la burra ni por
una vez lo vio entrar en la caballeriza, que nunca dejó de oír
misa fingiéndose enfermo, sino solamente un día de precepto
que realmente lo estaba, que solamente dijo dos misas en cua-
tro o cinco meses que estuvo en dicha hacienda dicho Don
Miguel Cabral y no le consta si confesaba o no porque estaba
en su convento y por lo que respecta al oficio divino cree que
lo rezaba porque el declarante tenía breviario en la casa y unas
veces lo hallaba en el oratorio y otros en la sala y en canto a los
ayunos le veía guardar la forma de ellos». No cabe duda que el
comisario Antonio Verde era su manifiesto enemigo porque

110
M.C. Inquisición. C-III-16.

90
al efectuar la declaración del mayordomo Antonio Dorta
llegó a plantear en un escrito de 19 de diciembre de 1806 que
este había faltado al juramento por la autoridad que había al-
canzado Cabral en la hacienda. Quiso acusarle, sin ninguna
prueba que lo sostuviese, de haber tenido un hijo con una de
las criadas de Catalina Prieto. Incorporó asimismo el testi-
monio del icodense Nicolás Estévez, que le había comunicado
que hacía quince días se escandalizó «de haber encontrado
en una casa de esta ciudad donde se le ofreció entrar tres perso-
nas, siendo una de ellas el presbítero Cabral y visto que estaban
de fiesta con dos mujeres jóvenes, hablando palabras torpes y
obscenas, y aun me añadió que notó en una de dichas personas
sin nombrarla algunas acciones deshonestas». Dorta había se-
ñalado que Francisco de Miranda le había dicho: «¿Pensarán
algunos sujetos que yo soy como aquellos que se van a las bes-
tias?»111. Con esa contestación no le había nombrado persona
laguna ni pudo con ello adivinar si estas palabras las había diri-
gido a algún sacerdote o seglar porque no tenía antecedentes.
Lógicamente esta respuesta irritó al comisario primero afirmaba
desconocer totalmente tal delito y en segundo lugar porque
mostraba que realmente había una conspiración contra Cabral,
que se podía apreciar en las relevaciones de los testigos, incluido
el mismo Melchor de Ponte, que relató al pie de la letra la
misma versión de José María Luis.
El labrador Antonio Castro, en su declaración fechada en
Los Silos el 3 de junio de 1806, reflejó que no denunció ese
hecho «porque jamás lo creyó, lo primero por haber estado
de mayordomo en dicha hacienda del Esparragal tratando con el
referido presbítero Cabral y que jamás le vio ni notó cosa alguna

111
M.C. Inquisición. C-III-16.

91
que fuese contra su carácter y estado sacerdotal». En segundo
lugar aseveró que los acusadores eran enemigos del sacerdote.
Uno de ellos su ama «le quitó las llaves del granero y de la bo-
dega, creyó que había sido por influjo de Don Miguel Cabral,
que así se lo refirió el dicho Matías al declarante. El Francisco
Miranda, como estuvo sirviendo en la casa y lo despidió dicha
Catalina por justos motivos, se pensó que había sido despe-
dido por mandado de dicho Cabral, que el Pedro Vicente y
José María Luis asimismo lo despidió la expresada Doña Ca-
talina Prieto porque le estaban robando su casa y que como el
referido señor Miguel Cabral mandaba los criados se pensa-
ron que habrían sido despedidos por su influjo»112. Fuera o
no cierto el delito de bestialismo, lo que quedaba demostrado
es que el ambiente estaba bien enrarecido y el portugués mos-
traba por igual incluso en los mismos agentes inquisitoriales,
tanto adhesiones como animadversiones frontales, por lo que
era para el tribunal muy difícil dictaminar sobre ello, ante lo
que se decidió no enviar a la Suprema este segundo proceso.
En todo caso, era evidente que el secreto del Santo Oficio
hacía aguas por todas partes, y como demuestran los infor-
mes, incluidos los del propio condenado, todo el mundo sabía
sobre lo que iba a ser preguntado.

112
M.C. Inquisición. C-III-16.

92
La apertura de una causa secreta de expulsión
por el regente Hermosilla

La ironía, la sátira son armas que Cabral, como hijo de su


tiempo, no desdeña. El panfleto anónimo, manuscrito, que
pasa de mano en mano o se coloca como pasquín en un sitio
frecuentado por el público es uno de los elementos preferidos
para ridiculizar a aquéllos que se servían de la hacienda pú-
blica para enriquecerse de la noche a la mañana. Álvarez Rixo
nos dejó un testimonio interesante para apreciar su facilidad
en la materia, plasmada fundamentalmente en verso. En 1805
compone una estrofa contra el comandante del Resguardo de
Santa Cruz, Don Antonio de Silva, quien recibía el 12% por
dejar desembarcar toda clase de efectos prohibidos en la isla,
el cual llegó a Tenerife como despensero o cocinero del obispo
Antonio Martínez de la Plaza y se hizo rico cuando sólo ga-
naba un sueldo de 27 pesos corriente mensuales113:

Comandante del resguardo, señor de soga y cuchillo


y cadena en el tobillo,
trae por venera un fardo,
Esta huerta y esta casa pertenece al Real Erario

113
ÁLVAREZ RIXO, J.A. «Op. Cit.» p.187.

93
Era claro que para sus contrincantes su actuación y su
forma de ser se había convertido en un peligro. Sus enemigos
presionaron en La Laguna para obtener del regente de la Au-
diencia Juan Benito Hermosilla114 la apertura de una causa se-
creta contra él para expulsarle del Archipiélago. Estaba claro
que no se quería emplear contra él un procedimiento con-
tencioso ante el que no pudiese defender. La máxima autori-
dad judicial del Archipiélago se plegó a tales planteamientos
y decidió proceder por esa vía el 10 de septiembre de 1807.
Se utilizó este arbitrio estrictamente extrajudicial con ese ní-
tido objetivo. Para actuar de esa forma Hermosilla alegó que
había llegado a su noticia que los disturbios e inquietudes pú-
blicos que se experimentaban entre los individuos del ayun-
tamiento, junta de propios y pósitos y principales vecinos
residentes en la ciudad de La Laguna, capital de la isla de Te-
nerife los fomenta y aun origina su carácter díscolo. Llegó a
afirmar que «en tiempos pasados fue desterrado de dicha isla
por entrometerse a dirigir los vocales de ayuntamiento y ma-
gistrados en sus funciones públicas y enredar entre las familias,
perturbando la paz y tranquilidad», cuestiones que eran a
todas luces falsas. Finalizó su exposición sosteniendo que
«antes de secularizarse y después ha sido tenido notoriamente
por las personas sensatas por perjudicial» en un territorio en
el que no tenía propiedades ni medios para su subsistencia,
por lo que se debía proceder contra él «por cuantos medios

114
Natural de la villa de Pareja en Guadalajara. Había sido con anterioridad oidor de la
Audiencia de Sevilla. Por real decreto de 5 de septiembre de 1802 ascendió a regente de la
de Canarias, donde permaneció hasta que por real decreto de 2 de julio de 1809 se le con-
cedió igual cargo en la de Asturias. En 1815 fue nombrado consejero de Castilla. Su jubila-
ción aconteció el 19 de febrero de 1824. ÁLAMO MARTELL, M.D. El Regente de la Real
Audiencia de Canarias (Siglos XVI-XVIII). Madrid, 2017, pp. 233-234, 247 y 272-273.

94
sean imaginables el remedio a estos males justificando antes si
son ciertas las referidas noticias para tomar en su vista la pro-
videncia que corresponda»115.
Para tomar esa disposición tan drástica requirió la remi-
sión de oficios reservados al regidor decano del ayuntamiento
lagunero Lope Antonio de la Guerra, a los regidores provin-
ciales Bartolomé González de Mesa y Juan Próspero de To-
rres Chirino, al síndico personero Alonso de Nava Grimón y
al licenciado don Francisco Javier Palacín, alcalde mayor que
había sido de La Orotava, para que informasen a la mayor bre-
vedad y con el mayor sigilo sobre su comportamiento desde
los primeros tiempos en que lo hubieran conocido116. Resulta
bien notable la plena conciencia de que entre las personas de
las que se solicitaba informe solo había una que era favorable
a Cabral, el icodense Juan Próspero de Torres Chirino, en-
tonces aliado suyo en los asuntos públicos laguneros. Sin em-
bargo, era llamativo que no se solicitase ni la del corregidor
ni la del alcalde mayor de La Laguna por resultar seguramente
abiertamente favorables al madeirense.

Juan Próspero de Torres Chirino desde Icod refirió el 3 de


octubre que 1807 que Cabral era natural de la isla de La Ma-
dera, donde profesó la religión de San Francisco. Pasó «a cur-
sar más seriamente en Coímbra las humanidades y la teología
por disposición de sus prelados, y se restituyó después a su pa-
tria, de donde por motivos sobre que no puede hablar con
acierto vino a Tenerife por los años de 1793 más o menos».
Hasta 1805, «en que nuevamente se dejó ver por Tenerife con

115
A.H.N. Consejos. Log. 2717 nº10.
116
A.H.N. Consejos. Log. 2717 nº10.

95
real licencia no supe más de este eclesiástico sino que promo-
vía con mejores auspicios que antes la solicitud de seculari-
zarse. Me consta que a este fin procuraba que doña Catalina
Prieto le favoreciese con algún establecimiento congruo, pero
no puedo afirmar con voces vagas que este su hubiese verifi-
cado, ni que tenga patrimonio, ni aun tampoco aseguro que
Cabral haya alcanzado Breve de secularización». Sobre su in-
fluencia en materias públicas y manejo de funcionarios, pen-
saba que solo se le atribuía «alguno con razón, sino que
también se le imputa mucho sin fundamento». Para él des-
bordaba en «talento, los conocimientos, las luces y el gusto en
la literatura. Así lo tiene acreditado no solo en algunas com-
posiciones de ingenio, sino respetablemente en el distinguido
desempeño con que ejerce el Ministerio del Púlpito. No le
niegan estas circunstancias ni aun los mismos que no sienten
de su corazón tan favorablemente como yo»117. Era, en defi-
nitiva, un informe enteramente favorable que desmentía los
supuestos abusos y manipulaciones del portugués.
Alonso de Nava se negó, a pesar de los requerimientos del re-
gente, a reflejar sus puntos de vista sobre Cabral por entender
haberse declarado «aquí por enemigo mío, me agravió gratuita
y públicamente y ofreció después darme satisfacción»118. No
solo pesaba la actitud del marqués de Villanueva del Prado ante
su sermón del día de San Cristóbal, sino también, como vere-
mos, la pugna por la elección de síndico personero general de la
isla en la que el madeirense empleó todos sus recursos en apo-
yar en la contienda a Domingo Saviñón frente al aristócrata.
Toda la batería contra Cabral la emplearía Lope Antonio de
la Guerra y Peña. En su escrito arremetió por su participación

117
A.H.N. Consejos. Log. 2717 nº10.
118
A.H.N. Consejos. Log. 2717 nº10.

96
«en los cuentos ruidosos que han ocurrido en esta ciudad de
muchos meses a esta parte». Junto con los familiares, como las
pretensiones de Ventura de Salazar contra el conde su padre, su
madre y hermanos, destacaba la protección que le había pro-
porcionado el anterior corregidor Marcos Herreros y su asesor
el alcalde mayor Juan Crisóstomo Martínez del Burgo, «en los
procedimientos extraordinarios y violentos sobre construcción
de un cementerio provisional hecho contra reglas en este pue-
blo y contra el dictamen del público, a excepción de las pocas
personadas que por una conocida tema y fines particulares, nada
sano, han fomentado esta obra con el pretexto del cumplimento
de las Reales Órdenes del caso». Tal adhesión despertó en ellos
que se le había visto «dictar en la misma sala de Alcalde Mayor
providencias que este ha firmado en calidad de asesor del co-
rregidor». Seguidamente dio a entender que la política des-
arrollada por el eclesiástico tenía como objetivo formar «una
especie de revolución sobre los enunciados acontecimientos di-
rigida contra la gente principal y de honor». Pese a ello reco-
noció que por fortuna había sido «corto el número lo que han
causado estas inquietudes y violencias bien que apoyados con el
auxilio de los jueces de esta ciudad»119.
Resulta llamativo que, mientras que no se requieren in-
formes de las dos mayores autoridades municipales de La La-
guna, a pesar de las graves acusaciones que se efectuaban
contra ellos, se solicite la del antiguo alcalde mayor de La Oro-
tava Francisco Javier Otal Palacín. Este planteó también «su
mucho ascendiente sobre aquel Alcalde Mayor», que «hace
se le vea presentar en el despacho de este, cargado de papeles,
cuando los asuntos públicos exigen mucha atención por su

119
A.H.N. Consejos. Log. 2717 nº10.

97
gravedad y urgencia; escribe de su puño los borradores de las re-
presentaciones y decretos que forma dicho magistrado, como
poco ha lo advirtiesen diferentes sujetos con la minuta del auto
que puso en calidad de asesor en el expediente sobre el desce-
rraje del arca del pósito y no quiso firmar el corregidor, adhi-
riéndose al del Licenciado don Lorenzo Montemayor». Incidió
también en su influjo sobre «el corregidor Don Marcos Herre-
ros mientras los últimos meses de su judicatura» y en el regidor
Juan Próspero de Torres y en el diputado José de la Guardia120.

120
A.H.N. Consejos. Log. 2717 nº10. El orotavense José Suárez de la Guardia era un sig-
nificado miembro de la elite canaria, decide en 1815 el traslado de su única hija Eladio a In-
glaterra para proporcionarle una sólida educación conforme a los principios existentes en la
época en lo concerniente a la enseñanza femenina. Era sucesor en cuantiosos mayorazgos, 12
en total, cuyo valor se calculaba a raíz de la desvinculación en 674.268 reales de vellón. Hijo
de Juan Suárez de la Guardia y de la icodense Clara Felipa Rixo, había nacido en La Orotava
el 27 de marzo de 1774. Desempeñó los cargos de Prior del Real Consulado, Síndico Per-
sonero General y Diputado Provincial. Aficionado a la genealogía, como era consustancial
a la mentalidad de la elite insular de esa época, era de ideología ilustrada. Poseía una consi-
derable biblioteca, heredada en parte de la poseída por el canónigo ilustrado lagunero Jeró-
nimo de Roo. Aunque desgraciadamente no se conserva un inventariado de la misma, por
su partición, sabemos que estaba constituida por 4.650 obras, 3.660 en pasta, 240 en per-
gamino y 750 en rústica. Pertenecía a una familia de la elite de significados representantes
del sector social oligárquico de ideología ilustrada que evolucionó hacia un liberalismo con-
servador de carácter pragmático y posibilitaste. Basta reseñar al respecto su hermano Juan,
Abogado de los Reales Consejos, y su hijo del mismo nombre, diputado provincial por La
Orotava en 1875 y su sobrino Francisco María de León y Xuárez de la Guardia, el célebre his-
toriador, también diputado provincial. José Xuárez de la Guardia y su hija Eladia son certe-
ros exponentes de la continuidad de ese proceso de concentración de la tierra a través de la
política matrimonial y las vinculaciones consustancial a su grupo social. La madre de José,
Clara Felipa Rixo, era hija única de José Antonio Pérez Rixo y María Teresa de la Corte. De
esa forma, además de sus mayorazgos, agregaba a su linaje los cuantiosos heredados por ella.
Era poseedora del mayorazgo fundado por su bisabuelo Lázaro Pérez Rixo en 1723, del fun-
dado en 1735 por el licenciado Manuel Pérez Rixo en 1735 y del de 1708 erigido por Juan
Prieto de León, y del de sus bisabuelos Francisco de la Corte y María Temudo, de 1698, y, fi-
nalmente, del de su tía Inés de Montesdeoca en 1679. Contrajo nupcias con Josefa Joaquina
Soria Pimentel, mayorazga de esa casa. Eladia, la única hija de ambos, lo hizo en la Concepción

98
El regidor Bartolomé González de Mesa reprodujo las graves
acusaciones sobre su intromisión en los asuntos públicos al rei-
terar «la estrecha amistad que sigue con este Alcalde Mayor. Yo
he visto una providencia que debía dictarse en este juzgado, ex-
tendida en borrador de puño de aquel para que el escribano la
pusiese; y estoy informado de que con otras ha sucedido lo
mismo». Lo mismo acontecía con Torres Chirino y de La Guar-
dia «en el ruidoso expediente de cementerio» en el que ha sido
Cabral «el que ha dirigido los pedimentos, las representaciones
y decretos que en él obran en favor de aquel establecimiento»121.
Resulta una vez más llamativo que ante tan graves acusaciones no
se procediese contra tales autoridades, sino contra el religioso,
lo que demuestra palpablemente que el objeto de este procedi-
miento extraordinario es la expulsión de la isla del madeirense.
Una vez culminadas todas esas exposiciones, el regente se di-
rigió el 22 de diciembre de 1807 al nuevo corregidor José María
Valdivia Lagoven. Le solicitó un nuevo informe más imparcial
por haber acabado de tomar posesión. Lo que hizo este último en
su misiva del 20 de enero de 1808 es requerir los informes del vi-
cario eclesiástico y de dos de los beneficiados de la localidad. Lo
sorprendente de su exposición es que cree firmemente que Cabral
de Noroña tiene el patrimonio necesario para arraigarse en la isla,
punto de vista que sería totalmente ignorado por el regente.
Alega que «por noticias seguras y adquiridas extrajudicialmente
y como sin designio, me he convencido de que el presbítero Don
Miguel Cabral tiene efectivamente su bula de secularización con

orotavense el 24 de junio de 1824 con un hacendado icodense, Alonso Méndez Fernández


de Lugo, heredero de los cinco vínculos de su casa. HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. «La
educación de una niña de la élite canaria en la Inglaterra de principios del siglo XIX». XV
coloquios de historia canario-americana. Las Palmas, 2004, pp.642-651.
121
A.H.N. Consejos. Leg. 2717 nº10.

99
todos los pases y requisitos necesarios y de que el motivo de hacer
mérito de ella y de dejar siempre en incertidumbre a los curiosos
consiste que por su fecha, que parece es de los años de 1803 a
1804, se vendría en conocimiento que la obtuvo desde este
país, muchos años después de haberse presentado en él con
traje de clérigo secular, y quizá también en que para su ejecu-
ción que vino cometida al señor obispo de esta diócesis fue pre-
ciso valerse del auxilio de un patrimonio que le destinaba una
señora de esta isla, su favorecedora declarada hasta ahora pocos
tiempos, que acaso pudieran comprometer a los poseedores o a
otras personas en las circunstancias actuales»122.
Valdivia abrió información, requiriendo las declaraciones
de diferentes testigos. Entre ellos José Martín Tejera y Domingo
Afonso Herrera. El primero expuso el 4 de enero de 1808 que
había oído decir que «quiso tener influjo en la elección de Sín-
dico Personero General que se acaba de hacer en esta capital, ha-
biendo escrito carta a don Hilario Doble, uno de los vocales,
pidiendo el voto por el doctor en medicina don Domingo Savi-
ñón». El segundo lo refrendó al plantear que quiso tener influjo
en esa elección «que se hizo en esta capital para este presente
año, pues escribió cartas a algunos de los pueblos solicitando sus
votos para el doctor en Medicina Don Domingo Saviñón, ín-
timo amigo suyo y del señor alcalde mayor de esta isla»123. En
1806 Alonso de Nava había sido reelegido Síndico Personero
de la Isla por espacio de tres años. La profusión de cargos en esa
época y su posición social como el representante más carac-
terizado de los hacendados tinerfeños explican su elevación
a la Presidencia de la Junta Suprema de Canarias en 1808 en
una coyuntura en la que la invasión napoleónica trastocó por

122
A.H.N. Consejos. Leg. 2717 nº10.
123
A.H.N. Consejos. Leg. 2717 nº10.

100
completo el orden establecido. No cabe duda que Cabral de
Noroña se había convertido en un peligro para las clases diri-
gentes insulares por su apoyo decidido a las capas medias en la
pugna por el control de la corporación insular. Su alianza con el
facultativo liberal es bien significativa por sus ideas avanzadas124.

124
Nacido en La Laguna el 31 de julio de 1769, él y su hermano Tomás, abogado de profesión,
tuvieron ideas liberales y enciclopedistas. Los dos fueron procesados por el Santo Oficio por sus
concepciones ideológicas. Eran célebres por sus tertulias y su afición a la música. Domingo, que
tuvo estrechas relaciones con los científicos europeos, fue descrito por Juan Primo de la Guerra
en 1802 como un galeno que «hizo en España sus estudios de medicina, ha ejercido algún tiempo
en Madrid y había ocho años que volvió a Tenerife, dejando en aquella corte el concepto de un
facultativo sobresaliente. Lo esperaban aquí una regular conveniencia, varias librerías de parien-
tes que ejercieron las facultades de jurisprudencia y medicina, y con especialidad la de don Car-
los Yánez, su tío, cuya instrucción, genio curioso y buen gusto son bastante conocidos en el país
y que añadió a ella varios muebles y alhajas preciosas». Su gabinete de historia natural fue céle-
bre entre sus contemporáneos. Redactó una geografía general matemática y física y unas apunta-
ciones acerca de la construcción de globos aerostáticos, que imprimió en 1831. Pereira Pacheco,
en carta a Álvarez Rixo, reseñó que le habían ofrecido «un tratado de matemáticas, química y fí-
sica experimental que trabajó para sus alumnos». Sin embargo, «nos privó de otras suyas, pues
las quemó y dijo a una persona: «no quiero que cuando muera ande en manos de ciertos pedan-
tes mis trabajos». Presidente del Tribunal del Protomedicato, fue catedrático de Ciencias Natu-
rales y Física experimental en la Universidad de La Laguna, erigida en 1817. Procesado por la
Inquisición por sus ideas ilustradas y la posesión de libros prohibidos, entre ellos la Encyclopédie
Méthodique, fue autor de una Geografía General Matemática y Física. En 1813, siendo regidor
del ayuntamiento constitucional de su ciudad natal, fue uno de los firmantes de la felicitación al
Congreso por la abolición del Santo Oficio, al que estimó «horroroso establecimiento incom-
patible» con el régimen liberal. Al suprimirse ha destruido un «aborto monstruoso de la polí-
tica y la estupidez de los siglos bárbaros». Con ese gesto «ha roto las verdaderas cadenas que por
tanto tiempo ligaron la nación española al carro de la ignorancia» y lo ha liberado de «las negras
sugestiones de la hipocresía» y «el tenebroso albergue del fanatismo». Había obtenido licencia
para leer libros prohibidos el 31 de diciembre de 1794 mientras se hallaba domiciliado en Madrid.
En carta al Santo Oficio reconoció que había comprado en 1796 los 200 tomos de la Encyclo-
pédie Méthodique al capitán Baudin, director de la expedición científica francesa que se trasladó
en esas fechas a las islas de Trinidad y Puerto Rico, en su escala en Tenerife, por 562 pesos y 4
reales. Manifestó que la adquirió «ignorante de su prohibición». Algunos vecinos se lo seña-
laron, pero creyó que se equivocaban «con el Diccionario enciclopédico de Diderot». Al co-
misario de la Inquisición le presentó la licencia que había obtenido en Roma «y a la que no di
el correspondiente pase porque nunca he tenido obras prohibidas». Le recriminó por lo que

101
El vicario José Martínez expuso a Valdivia el 10 de enero de
1808 que, al gozar del fuero castrense, presentó sus papeles en
la secretaria del obispo. Sin embargo, tenía entendido que su

le suponía «a un médico de la pérdida de 500 y más pesos, con los que compraría otros muchos
libros que, instruyéndole en su facultad, le hiciese más apreciable entre las gentes, añadiendo a
esto los pocos haberes que le acompañan […] Me ahorran la compra de otros muchos por ha-
llarse compilado en ellos lo mejor de mi facultad y cuanto se ha escrito en las ciencias físico-ma-
temáticas, tan necesarias a un médico». En la visita del botánico revolucionario galo y antiguo
clérigo André-Pierre Ledru a la biblioteca dominica lagunera, manifestó que el Santo Oficio era
«un monstruo horrendo». En la parroquia de los Remedios profirió sobre los sambenitos que
«aquella pintura daba a conocer el carácter de la Inquisición y que se admiraba que en el templo
de la caridad se expusiese una pintura que contenía un hecho atroz directamente opuesta a la re-
ligión de Cristo», ideas que más tarde reiteró en su Viaje a la isla de Tenerife. Se quería conte-
ner «la audacia» de los laguneros que, «creyendo falsamente no se puede castigar a los
franceses, se han echado todos a hablar mal de la Inquisición y a sembrar doctrinas perjudiciales
y lo peor es que los más son presbíteros». Su admiración por Francia le llevó a solicitar a la
corporación municipal lagunera el 10 de diciembre de 1801 permiso para trasladarse allí, ale-
gando «salud quebrantada y actuales accidentes» y su propósito de viajar a ese país con el fin
de «tomarse las aguas medicinales», sin las que le era imposible su curación, por ser en él «su-
periores y de mejor calidad». Planeaba pasar allí en torno a ocho o nueve meses. El 12 de enero
de 1802 se embarcó con ese destino con su hermano Tomás. Sobre su simpatía por la causa re-
volucionaria francesa, Juan Primo de la Guerra subrayó que «tuvieron ambos introducción
con los cónsules de Francia, adquirieron retratos de los generales más célebres de la República
y estampas de las modas de París. Imitaban sus trajes y maneras, hablaban el idioma y se les veía
comúnmente en compañía de algún francés. Su casa ha sido el punto de reunión de la juven-
tud de La Laguna, de los aficionados a la música y de la gente que piensa a lo moderno. Los dos
tocan la flauta y en su sala eran frecuentes los acompañamientos y orquestas». Regreso el 20
de octubre de 1802.Trajo noticias sobre las máquinas galvánicas y sobre el descubrimiento de
la vacuna, con la que había experimentado antes de la expedición de Balmis. Guerra pudo ver en
un hijo de su criada «su curación con la misma felicidad que los demás niños del país, en quie-
nes se ha ejecutado su descubrimiento». Sus conocimientos sobre las transformaciones revolu-
cionarias eran tales que le permitieron proporcionar «noticias interesantes de actualidad y de la
sublevación de los negros en la isla de Santo Domingo». Fue catedrático de Física experimental
de la Universidad de La Laguna, de cuya docencia diría el historiador Francisco María de León,
que por su «mérito, conocimientos en ciencias naturales, ideas sanas y justo renombre, le harán
ser considerado siempre como uno de los más brillantes ornamentos» de ese centro. Falleció sol-
tero en su ciudad natal en 1838. HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. Medicina e Ilustración en
Canarias y Venezuela. Tenerife, 2010, pp. 25-33.

102
licencia «terminó mucho tiempo ha», por lo que aprecia
que lo más decoroso para él y «lo más conveniente para cor-
tar de raíz las quejas que se hayan dado contra su persona el
que se le obligue a volver a su destino en la primera ocasión
que se le presente»125.
Por su parte, el beneficiado de los Remedios Pedro José Ben-
como. afirmó que «predica algunas ocasiones, pero sus sermones
son de ninguna edificación, ya porque son compuestos de frases
y de palabras que solo sirven para deleitar los oídos, ya porque
frecuentemente están adornados con la sátira. En el año próximo
pasado predicó en la iglesia de la Concepción un sermón del
Mandato, en el cual la Nobleza quedó bien ultrajada». Es signi-
ficativo este hecho porque demuestra la tensión reinante entre la
elite social y los discursos de Cabral. Ya vimos en sus poesías su crí-
tica frontal a este estamento. Para él era un peligro público por
buscarse en él «arbitrios para eludir los mandatos y disposiciones
superiores. Se lo convocaba, se le consultaba, y él daba doctrinas,
formaba representaciones y dictaba las providencias. A tanto lle-
gaba la confianza que se tenía de él». Ironizó sobre su talento
para avalar con ello su expulsión de la isla: «Seguramente es un
dolor que un hombre de sus talentos esté sepultado entre estas
peñas, en donde no lo saben apreciar y en donde lo más creen
que es perjudicial. A él le sería mejor habitar entre los de su Na-
ción que le entenderían más bien la lengua y los canarios queda-
rían gozosos con su ausencia. Exceptuando tres personas en esta
ciudad, los demás convendrán en estos sentimientos. Si el Cielo
nos concediera este favor sería mirado como uno de aquellos be-
neficios con que muchas veces nos ha distinguido»126.

125
A.H.N. Consejos. Leg. 2717 nº10.
126
A.H.N. Consejos. Leg. 2717 nº10.

103
El beneficiado de la Concepción, el orotavense José Acosta
Brito, afirmó que lo conocía desde su etapa de franciscano en el
Puerto de la Cruz. Es para él también el culpable de todas las
tensiones experimentadas en La Laguna: «Siendo nuestro fa-
moso héroe, como es notorio, el asesor inseparable y necesario
de algunos de los ministros de Justicia, bien puedo asegurar sin
peligro de engañarme, que ocasiona originalmente todos los
disturbios, procedimientos violentos y ruidosos que inquietan
la ciudad y tienen en sobresalto y aflicción a todos los vecinos,
no estando nadie seguro de la agresión y del atropellamiento,
pues ha llegado el caso de despreciar hasta los mandatos supe-
riores. ¿No sabe V.S. que Cabral dicta las providencias, hace las
representaciones y que aun han ido de su letra a las escribanías
para copiarlas allí?» Lo acusó de dirigir pleitos y negocios pú-
blicos: «Vive en un pueblo en el que vemos con harto dolor
una chusma de ignorantes dedicada a este ejercicio, llegando a
tan alto grado el descaro en esta parte que un infeliz platero que
hasta el otro día no sabía ni su oficio, lo veamos hoy con su bu-
fete y escribientes fundiendo alegatos y escritos para comer a
costa de los incautos que seduce y del pueblo cuyos bienes se
enredan y desfalcan con semejantes charlatanes. De esta pro-
porción se aprovecha Cabral y, siendo más astuto e inteligente
que los demás compañeros suyos, atrae mucha gente a su des-
pacho dedicado enteramente, como es notorio, a dirigir pleitos
y negocios públicos de los que subsiste en el día»127. El platero
a que refiere es Diego Correa, que luego será su contumaz ene-
migo a lo largo de toda su vida.
Un aspecto crucial en esa controversia fue la erección de
un cementerio provisional junto a la ermita de San Juan en

127
A.H.N. Consejos. Leg. 2717 nº10.

104
1807 tras las epidemias que asolaron la ciudad, que por esas
fechas contó con la decidida oposición de buena parte de los
hacendados y de los párrocos. Lope de la Guerra declaró que
«en los procedimientos extraordinarios y violentos sobre
construcción de un cementerio provisional hecho contra re-
glas en este pueblo y contra el dictamen del público, a excep-
ción de las pocas personadas que por una conocida tema y
fines particulares, nada sano, han fomentado esta obra con el
pretexto del cumplimento de las Reales órdenes del caso, al
paso que se han desviado de ellas intentando con este velo,
aunque en vano, ocultar sus dañadas intenciones». Pedro Val-
dés, administrador de la renta de tabaco, le acusó «especial-
mente sobre lo acaecido en la formación de campo santo y
cementerio» del que ha sido dicho «director y fomentador
de todo ello». Finalmente José Acosta y Brito, beneficiado de
la Concepción le atribuyó «los escandalosos alborotos y vio-
lencias que experimentamos en aquel triste tiempo en que el
Cielo nos amenazaba con una peste y en que echaron las si-
mientes a un corral con el nombre de campo santo provisio-
nal. ¿No quisieron entonces asaltar los conventos de monjas?
Y ¿No vimos los cadáveres de los fieles sin necesidad tirados
en los campos y conducidos sin honor por los caminos y las
calles? ¿Por qué salían a cada instante órdenes y contra órde-
nes, según lo pedía el capricho y la saña contra las familias de
distinción. Cabral dicen fue el faraute de todos. Mas es pre-
ciso confesar que estos y otros males que llora el público de-
penden también de las intenciones dañadas y de la índole
torcida de otros que por desgracia y en castigo tenemos que
sufrir»128.

128
A.H.N. Consejos. Leg. 2717 nº10.

105
Las actas capitulares dan cuenta del clima reinante y del
triunfo en sus sesiones de los partidarios del madeirense. El
25 de marzo de 1807, en una reunión que solo contó con la
presencia del alcalde mayor por indisposición del corregidor,
de Juan Prospero de Torres y de Juan Dapelo, regidores pro-
visionales, y del diputado del común José de la Guardia, se or-
denó la puesta en práctica con carácter inmediato de la obra
del campo santo provisional hasta que tuviese efecto la de uno
definitivo. Se resolvió que, sin pérdida de tiempo, se constru-
yese «del modo que sea más económico, al que, al mismo
tiempo, se verifique el útil objeto de su erección, como que ha
de servir hasta tanto que se haga el cementerio permanente».
Los miembros de la junta de sanidad se convirtieron en sus
ejecutores, poniéndose a su disposición por el mayordomo de
propios el dinero que le fuese necesario. En la de 30 de marzo
se especificó que estos habían pasado al Llano de la ermita de
San Juan para proceder a su erección. Domingo Saviñón, mé-
dico titular de la ciudad y miembro de esa junta, manifestó
que el sitio que se había elegido era bajo y no tenía suficiente
ventilación, cual se necesitaba y que «era mucho mejor el te-
rreno inmediato y más elevado que pertenece a Silvestre Ca-
sanova, donde necesariamente había de formarse dicho
campo santo a fin de precaver el perjuicio que podía resultar
al público. Que en efecto hicieron medir dicho terreno y re-
sultó tener más que suficiente calidad para cosa de mil ocho-
cientas sepulturas, cuyo número se calculó ser bastante con
respecto a la población y vecindario del distrito de esta ciu-
dad». Los capitulares aprobaron tales procedimientos129.

129
A.M.L.L. Actas del cabildo de La Laguna. Libro 1º del oficio único.

106
Sin embargo, las tensiones se recrudecieron el 4 de mayo
cuando acudieron a la reunión capitular, junto al corregidor
y el alcalde mayor, los regidores Bartolomé de Mesa y Lope
de La Guerra y los diputados Domingo Calzadilla y Lorenzo
de Montemayor, que no habían asistido a las anteriores sesio-
nes, mientras se encontraba ausente Torres Chirino. Juan Da-
pelo y José de la Guardia eran los únicos representantes
públicos que se habían hallado en las anteriores. Lope de la
Guerra sostuvo que tal instalación había acontecido «con mo-
tivo de la epidemia que amenazaba y habiéndose mitigado esta
le parece se suspenda todo procedimiento hasta que puedan
observarse todas aquellas reglas que previenen las Reales ór-
denes y que pueda usarse de aquellos caudales que previenen
y entre tanto con convenio de los venerables párrocos se pro-
cure que en sus iglesia no se entierre más de un cadáver al día
y que los demás se sepulten en aquellos conventos o iglesias
que sean más proporcionadas». Debía darse también cuenta
de lo acordado al síndico personero. Por su parte, Bartolomé
González de Mesa mantuvo que, «en atención a que por el ca-
bildo en que se trató de erección de este cementerio no hubo la
quietud y libertad indispensables para deliberar con madurez y
acierto de una materia de tanta importancia, pues se convocó
aceleradamente y por lo mismo concurrieron un corto número
de vocales en unas circunstancias en que se nos hacía temer ver-
nos próximos a hallarnos envueltos en una peste que en pronto
devorara la mitad de la población» Debía sopesarse que las re-
ales órdenes autorizaban la erección de un campo santo provi-
sional y que su costo se efectuase del fondo de propios
únicamente. No obstante, valoró que tales decretos no preve-
nían tal arbitrio ni aun usan de tal voz, «pues solo se dirigen a
la erección de un cementerio, con más o menos extensión, pero
siempre sujeto a unas mismas reglas y formalidades de plan,

107
aprobación, cálculo y concurrencia de los contribuyentes que
señalan, cuyos requisitos deben preceder a la obra y han fal-
tado». Su dictamen fue el de la suspensión de la continuación
de la obra. Dapelo, Calzadilla y Montemayor se adhirieron a
ese voto en al voto «en todas sus partes»130.
José de la Guardia apoyó lo abordado por el alcalde mayor.
Solo añadió que la cita con que se convocó la sesión no era para
el señalamiento de las sepulturas por lo que los reparos expues-
tos eran «tan fáciles de vencer, al paso que de suspender esta
obra, a más del desagrado que precisamente ha de causar a Su
Majestad, se seguirá necesariamente considerable perjuicio a
dicha obra, protesta en toda forma sea de cuenta y cargo de quien
la resiste los indicados perjuicios»131. El corregidor sostuvo que
las funestas consecuencias de una epidemia fueron las que die-
ron motivo a que la junta de sanidad tomase la providencia de
que los cadáveres fuesen indistintamente enterrados en las er-
mitas, fuera del recinto de esta ciudad y que se procediera a la
construcción de un campo santo provisional, cuya obra no podía
exceder de la mitad del costo que debía contribuir este cuerpo
para la fábrica de un cementerio permanente. Las circunstancias
exigían que no se demorase dicha obra «por convenir así a la
salud pública, según expresamente lo manifestaron los doctores
Don Manuel Osuna y don Domingo Saviñón, individuos cien-
tíficos» de esa junta. Por todo ello entiende que, «habiéndose
verificado y de llevar gastados más de mil trescientos pesos» su
suspensión originaría «indefectiblemente graves perjuicios»132.
Con esa decisión no se podría dar marcha atrás.

130
A.M.L.L. Actas del cabildo de La Laguna. Libro 1º del oficio único.
131
A.M.L.L. Actas del cabildo de La Laguna. Libro 1º del oficio único.
132
A.M.L.L. Actas del cabildo de La Laguna. Libro 1º del oficio único.

108
No cabe duda que las tensiones entre tales munícipes, los
beneficiados y el síndico personero Alonso de Nava eran bien
nítidas frente a los partidarios del cementerio provisional. El
mismo párroco de los Remedios Pedro José Bencomo, en mi-
siva dirigida a Juan Próspero de Torres y José Xuárez de la
Guardia el 13 de abril de 1807, les expresó que «en este mo-
mento se me acaba de decir que por orden de Vmds. se están
haciendo a campo raso y fuera de la ermita de San Juan unas
zanjas para enterrar los cadáveres de los fieles cristianos que
fallecieren porque ya no pueden abrirse más sepulcros dentro
de dicha ermita y que Vmds. han tomado esta determinación
fundados en una proposición que yo pronuncié en una con-
versación que tuve con Vmds. Ciertamente es cosa muy ex-
traña que, no habiendo Vmds. contado con los párrocos para
ninguna de las providencias imperiosas que Vmds. han to-
mado para el señalamiento de lugares en que debían ser ente-
rrados los cadáveres de los cristianos que mueren en el señor,
se hayan valido para lo odioso y despreciable de una expre-
sión que tenía sus límites y sus reglar y que han querido to-
marla con generalidad para todo caso y fuera de las
circunstancias en que fue pronunciada, No me detendré ahora
en explicar el sentido en que hablé entonces, reservando ha-
cerlo al señor Obispo para que sepa mi ingenuidad de la cual
no es permitido abusar. Solamente diré a Vmds que la Iglesia
ha establecido sus leyes para el enterramiento de sus hijos, se-
ñalando lugares decentes y convenientes sin dejar arbitrio a
sus ministros para quebrantar estas leyes sacrosantas por más
imperiosamente que se les mande lo contrario. En este su-
puesto he dado orden para que ningún eclesiástico de mi pa-
rroquia vaya a enterrar cadáver alguno que no sea en los
lugares aptos según lo determinado por la iglesia y con los
ritos que ella ha prescrito, los cuales no deben ser atropellados

109
y despreciados. Doy parte a Vmds. de esta orden que he dado
a fin de que, hallándose ya la ermita de San Juan incapaz de
que se abran en ella más sepulturas ,se determine en qué lugar
decente se hayan de enterrar los cuerpos de los fieles que fa-
llecieren para que por esta falta de precaución o resulte algún
desprecio de la religión cristiana»133.
Alonso de Nava, en su calidad de síndico personero gene-
ral de la isla, hizo presente que «el pueblo se halla general-
mente con mucha aprehensión de que el considerable número
de cadáveres que se va reuniendo en la ermita de San Juan
pueda acaso infeccionar el aire y ocasionar efectos perniciosos
a la salud pública, y aun dicen que ya empieza a percibirse así
en esta capilla, como en la de San Benito alguna fetidez. El
personero no sale por garante de la exactitud de estas voces, y
menos asegura que carezcan de aquella exageración que es pro-
pia de las circunstancias en que nos hallamos, así como no duda
que si el aire de aquellos lugares se examinase por los medios
que el arte emplea para estos casos se reducirán quizá los temo-
res a los términos de una muy remota contingencia. Pero, sea
cual fuese su fundamento real, siempre parece lo más conve-
niente el desvanecerlos del todo, con especialidad cuando en
este mismo distrito hay muchos parajes semejantes en donde se
puede dar sepultura a los cuerpos con igual decencia y sin daño
de la salud pública, el cual es casi imperceptible en el estado de
terminación que presenta ya la epidemia y aun cuando fueran
ningunos los fundamentos en que el pueblo motiva sus recelos,
siempre se conseguiría a lo menos con un nuevo señalamiento
el disipar la consternación de los vecinos, lo que no dejaría de ser
también un beneficio. Por estas razones y mientras se verifica la

133
A.M.L.L. S-1-9.

110
construcción del cementerio, en que no habrá ninguno de aque-
llos inconvenientes con las formalidades que prescriben las Rea-
les Órdenes, ya sea para un establecimiento permanente de esta
especie, o ya para un campo santo provisional juzga el Perso-
nero que convendría tomar desde luego para la buena distri-
bución de los cadáveres una providencia semejante a la que
dictó la Junta de Sanidad cuando incluyó el convento de San
Diego del Monte entre los parajes en que pudieran hacer algu-
nos enterramientos durante las actuales circunstancias». En-
tendía que se debía proceder a la habilitación de algún templo
o capilla que se tuviese por más a propósito para proseguir los
entierros. Planteaba que se debía disponer que no se sepultasen
más cadáveres por ahora en la ermita de San Juan y ampliando
sucesivamente aquella libertad interina o poderlo hacer en otros
lugares conforme lo exija la minoración progresiva o extinción
total de la epidemia pues así parecía conveniente a la causa pú-
blica134. Las tensiones con los planteamientos del grupo lide-
rado por Cabral eran harto evidentes, El rechazo al cementerio
provisional era frontal.
Por su parte, Domingo Saviñón especificó el 23 de abril
de 1807 que «la aprensión del pueblo es infundada y solo
tiene su origen en la seducción de aquellas personas que por
sus fines particulares quieren dejar ilusorias las más acertadas
providencias de la Junta de Sanidad. Yo sé muy bien que siem-
pre es un mal el que el pueblo se halle recelosos, pero es tam-
bién es cierto que no deben disiparse sus recelos, exponiendo
la salud del mismo pueblo a las funestas consecuencias que
acarrean los enterramientos hechos en poblado. ¿No son per-
judicialísimos los entierros en los templos frecuentados por

134
A.M.L.L. S-1-9.

111
los fieles? ¿Y querrá la junta dejar subsistir un abuso tan per-
judicial cuando estamos tan cercanos a ver cumplida la Real
Orden que determina la formación de campos santos provi-
sionales en los pueblos donde hay o ha habido epidemias? La
suprema ley de la conservación de la salud pública, esta ley que
es la única que se ha propuesto observar la Junta de Sanidad
desconoce los perjuicios o intereses particulares, aunque lle-
ven por base el uso y la costumbre inmemorial ni las prerroga-
tivas de un cuerpo o de un particular, todo cede al interés de
todos y no hay más interés que el de la salud. Fundado en tan
sólidos principios hago presente a la junta que, ínterin perma-
nezcan las actuales circunstancias no solo no deben señalarse
templos dentro de poblados o frecuentados por los feligreses
para hacer en ellos los enterramientos, si no debe tomarse las
más prontas providencias a fin de impedir el que continúen
haciéndose en la parroquia de Nuestra Señora de la Concep-
ción de esta ciudad como se ha practicado en estos días sin mi-
ramiento de la junta y a la sagrada causa que representa y si en
las ermitas de San Juan y San Benito, que se hallan incapaces de
contener más cadáveres, existen aún las de San Cristóbal, San
Lázaro y la iglesia de San Diego del Monte más que suficien-
tes para las circunstancias actuales y aun para otras más críticas
si los entierros se hacen con la debida distribución y cuidado»135.
La persistencia de los enterramientos en las parroquias, que se-
guía promoviendo los beneficiados, era abiertamente rechazada
por este médico ilustrado.
La decisión de expulsión de Cabral de Canarias estaba en
realidad tomada desde el principio. El 16 de febrero de 1808

135
A.M.L.L. S-1-9.

112
Juan Benito Hermosilla remitió al marqués de Caballero, se-
cretario de Gracia y Justicia, la decisión que le había propuesto
de expulsarle de la isla. Sin embargo, también reflejó las dudas
sobre el destino final fuera del Archipiélago por sus dudas si
dependía de la jurisdicción castrense, de la eclesiástica o de la
orden franciscana. Para determinarlo el consejo de Castilla
aprobó el 10 de mayo de 1808 dirigirse, siguiendo la pro-
puesta de su fiscal, tanto al patriarca de Indias, para conocer
si era capellán de ejército del regimiento de Ultonia o de algún
otro y al ministro de la guerra el cubano O´Farrill para saber
si se le había concedido permiso para residir en Canarias. Pero
precisamente no era una coyuntura para dedicarse a esos me-
nesteres y todo quedó en nada136.

136
A.H.N. Consejos. Leg. 2717 nº10.

113
El Tribunal Episcopal y la Junta promueven
su expulsión

No cabe duda que los poderes públicos conspiraban contra su


permanencia en el Archipiélago. Desde el Obispado se planteó
también la expulsión del ex-fraile. El 1 de septiembre de 1807 el
prelado Manuel Verdugo refirió al vicario y provisor Andrés Ar-
belos que Cabral de Noroña llevaba residiendo en Tenerife desde
agosto o septiembre de 1804, por lo ordinario en La Laguna y
por temporadas en Los Silos, «sin pensar, según parece, resti-
tuirse a su destino, lo que debió haber verificado desde que se le
cumplió la real licencia, a menos que hubiese obtenido prórroga,
de que no tengo noticia». Le ordenó su restitución en fuerza de
su autoridad como subdelegado castrense en el Archipiélago
«con amplitud de facultades para este intento». A pesar de tan
drástica decisión, parece dudar, pues en su postdata reflejó que
después de haber redactado ese oficio, se había encontrado en su
secretaria un certificado de la real licencia que había obtenido
para pasar a Canarias, que le remite para su instrucción137. En de-
finitiva, resulta llamativo que procediese con tan escasa informa-
ción, que sería inmediatamente desmedida por su secretaria,
como pudimos ver con anterioridad, ya que el mismo Verdugo

137
A.D.C. Tribunal eclesiástico. Caja 82, expediente 772.

114
había recibido no solo esa licencia temporal por un año, sino que
incluso con anterioridad había aceptado su secularización, le
había concedido licencias para predicar, confesar y oficiar misas
e incluso su adscripción a la misma Iglesia Catedral en caso de
dejar de ser capellán castrense. Ello refuerza la idea de las presio-
nes que recibía, al igual que las demás autoridades insulares para
proceder a su deportación de Canarias con medidas expeditivas.
Cabral de Noroña entregó al provisor Arbelos toda esa do-
cumentación. Sin embargo, este por resolución de 7 de abril de
1808 en razón de haber representado el sacerdote no poder em-
prender el viaje a su destino de capellán del primer batallón de
Ultonia, que se la había intimado por despacho de 8 de octubre
de 1807, decidió que el vicario lagunero abriese información
sobre todos y cada uno de estos particulares llamando para ello
a testigos de «toda integridad, la cual información se extenderá
tamba averiguar si el expresado Don Miguel Cabral ha dicho
misa después del mes de agosto de 1805 hasta octubre de 1807
y si ha predicado y ejercido de confesor y últimamente si es
cierto que su ocupación es la de dirigir pleitos formar sus escri-
tos y agenciarlos, si usa de vestiduras propias del eclesiástico ta-
lares o cortas y si su porte y conducta corresponde al buen
ejemplo y ningún escándalo que deben dar todos los sacerdotes
en cualquiera parte que se hallen». El 28 de noviembre de 1808
ordenó que guardase carcelería en La Laguna y sus arrabales
hasta nueva providencia. En ese punto el juez vicario del partido
procedió el 29 de diciembre de 1808 a depositar en el benefi-
ciado de la Concepción Antonio Villanueva y Castro, persona
de la total confianza del portugués, «sus muebles alhajas y pa-
peles que se hallan en la casa de su habitación»138.

138
A.D.C. Tribunal eclesiástico. Caja 82, expediente 772.

115
Como pudimos ver con anterioridad, debió indudable-
mente pesar en su permanencia el apoyo decidido del co-
mandante general marqués de Casacagigal. Este hecho parece
ser cierto, ya que un principio Cabral de Noroña dio su apro-
bación a la política de aquél, al expresar que había sostenido
a la provincia en activa defensa y notoria prosperidad139. Una
oda a la columna de granaderos provinciales en 1806 lo rati-
fica al elogiar decididamente al Marques140:

¡Oh, cuanto puede el celo


de un sabio jefe que el valor encierra
de los héroes! Al cielo
su nombre eleva con placer la tierra.
A Cagigal conoces,
y no mereces mis fervientes voces...
Él crió por su mano
de la columna el mérito excelente
y ya contra el insano
furor de Albión opone su valiente
denuedo, y esta gloria
sube al templo feliz de la memoria.

Cagigal, que arribó a Tenerife precisamente al mando de los


regimientos de Ultonia y América, donde se hallaba Cabral
como capellán, y al que se le encontró, según Avalle, vocal de la
Junta Suprema, correspondencia directa con él, mostró desde
un primer momento su enemistad con la élite agraria lagunera
al suprimir el Juzgado de Indias vinculado a la casa del Coronel

139
RUMEU DE ARMAS. A. «Op. Cit.» Tomo I, p. XIV.
140
GUERRA, J.P. «Op. Cit.» Tomo I, p.313.

116
Bartolomé Benítez de Ponte, cuñado del Marqués de Villanueva,
y al exigir a uno de sus protegidos, Diego Pérez de Barrios, ase-
sor de la Intendencia, la residencia fija en Santa Cruz, lo que llevó
a este sector social a evacuar una representación en que mostraba
su oposición a su nombramiento como comandante General141.
Cabral, que hemos visto elogiando al marqués de Casaca-
gigal, modificó radicalmente su juicio con pasmosa celeridad
ante la evolución de los acontecimientos. Todo parece apuntar
a ver al comandante General como un hombre ambicioso pero
débil e indeciso, incapaz de decidirse ante la incertidumbre de
los acontecimientos. Parece ser la típica expresión de la per-
sona que apoya siempre al que está en el poder, pero que se le
nublan las ideas cuando no existe certeza de quien gobierna y
su actitud se convierte en extrema dubitativa. Una sátira atri-
buida al madeirense le acusa acerca de su ambición142:

Alquimistas mentecatos,
de que sirven vuestras ciencias,
vuestros gastos y experiencias.
vuestros vanos garabatos
No os canséis insensatos,
por el oro artificial
que ya, el señor Cagigal
sin estudios ni cuidados,
en sus uñas ha encontrado la piedra filosofal.

Sobre él decía en el famoso manifiesto del que hablaremos


con posterioridad: «Este general se había granjeado pocos

141
«Op. Cit.» Tomo I, p. 525.
142
«Op. Cit.» Tomo I, p. 536.

117
amigos; estaba aborrecido de la mayor parte de los isleños por
la insaciable codicia y por las violencias que practicaba con el
fin de hacer dinero. El real servicio era para él una especula-
ción mercantil. Dar empleos y ascensos militares al que más le
gratificaba. ( ... ) Consentir la importación de los géneros y
efectos prohibidos mediante el interés con que se le contri-
buía defraudando al Real Erario»143.
En medio de estos sucesos, entre rivalidades dentro de la ofi-
cialidad, Casacagigal fue acusado por otro militar, el teniente
del Rey Carlos O´Donnell, de origen irlandés, «de entregar las
islas al infame Napoleón», lo que no podría estorbársele si
desde luego no se le quitaba el mando, obrándose contra él y
todos sus funcionarios144. La ambición de este general supo in-
fluir y conectar con la poderosa élite agraria lagunera, que pudo
ser catequizada, en palabras de Cabral, al ser convencida de que
las islas podían ser felices manteniéndolas independientes bajo
la protección de Inglaterra. Sus apreciaciones en ese sentido pa-
recen bastante banales y precipitadas, a lo sumo ante lo incierto
de la situación, lo más que cabría suponerse en esa actitud es la
búsqueda, ante el aislamiento de las islas, del apoyo anglosajón.
Entre esa élite lagunera descollaba sin duda la autoridad de
uno de los más enconados enemigos de Cabral, el Marqués de
Villanueva del Prado. De él diría en su manifiesto145: «Este is-
leño, sobrino del Marqués de Bajamar, Don Antonio Porlier, edu-
cado en Francia y en cuyas venas circula también sangre francesa.
Era un personaje de respeto en la isla por su clase, por su instruc-
ción y por las considerables fincas y rentas de su casa; mas de un

143
ÁLVAREZ RIXO, J.A. Cuadro histórico de las Islas Canarias de 1808 a 1812. Las Pal-
mas, 1955, p.153.
144
ÁLVAREZ RIXO, J.A. «Op. Cit.» p. 160.
145
«Op. Cit.» p. 160.

118
carácter sumamente débil y de una ambición y vanidad extre-
mada. O´Donnell le atacó por su flaqueza lisonjeándole con la
autoridad suprema en las islas y con el tratamiento de Exce-
lencia que había tiempo en el objeto de sus anhelos fervoro-
sos. Alonso de Nava, culto y refinado, ilustrado convencido,
aristócrata reformador, representaba, a diferencia de su padre,
Tomás, el más señero exponente de una élite social que tra-
taba de timonear en su beneficio los cambios sociales que
consideraba inevitables, con la entereza de un reformismo
nobiliario, abierto y conciliador con las nuevas ideas, pero
opuesto a la expansión de lo que planteaba como las pasiones
del «bajo pueblo». De talante eminentemente conservador,
supo agrupar en torno a su persona los intereses y anhelos
del grupo social dominante en Tenerife, aunándolo en un
proyecto hegemónico insularista, para lograr la supremacía
frente a Gran Canaria, donde residía la Audiencia, la Inqui-
sición y el Cabildo Catedralicio, uniendo por igual tanto a los
aristócratas reformistas como a los comerciantes de origen ex-
tranjero y formación liberal.
La convocatoria de un cabildo General en la ciudad de La La-
guna con la finalidad de constituir una Junta Suprema Guberna-
tiva a semejanza de las formadas en otras partes del Reino fue la
oportunidad para canalizar adecuadamente estos planteamien-
tos. Se destituye el 11 de Julio de 1808 al comandante general,
poniendo en su lugar interinamente a O´Donnell y se crea una
Junta que asumiese la autoridad soberana y el gobierno de las islas
La Junta Suprema de Canarias presidida por el marqués de
Villanueva del Prado, estaba formada por individuos ligados y
estrechamente dependientes de este grupo social. El propio
Rumeu de Armas lo refrenda: «El más irritante desequilibrio
presidió en la Constitución de la Junta, y esto por encima de sim-
patías, hay que proclamarlo en justicia. Mientras Tenerife estaba

119
representado en la Junta Suprema de Canarias por 18 miembros,
a Gran Canaria tan sólo se le reservaban en el reparto 5, que se
pueden reducir en esencia a 2, los representantes del Cabildo»146.
Ante esta atmósfera de hegemonía de esa élite social, la
pluma de Cabral era un peligro y una invocación permanente
a su descrédito. Su manifiesto, que circulaba con profusión y
que se remitió al opositor Cabildo Permanente de Canaria,
que reacciona con rápida indignación a la recién creada Junta,
contradice y critica abiertamente con su sátira envenenada a
la Junta. De ahí que un hombre de talento, de genio burlón y
satírico que «no decía mentira ni callaba verdad, y el eco de
la chismografía llevaba a todas partes cuanta decía y no decía.
Conocía al dedillo la gente que jugaba en la conspiración de
O'Donnell y de cada uno su vida y milagros, penetraba sus se-
cretos móviles y ya se comprende que este hambre diabólica
era un estorbo, apuntaba Prudencio Morales, un siglo más
tarde, imbuido por el insularismo canarista147.
Así describía en una representación que más tarde publi-
caría en Cádiz el madeirense la actuación de la Junta: «Ejer-
ció por sí misma y con tiempo la plenitud de los tres poderes,
legislativo, ejecutivo y jurídico en todas sus ramas y atribu-
ciones, dando a su autoridad no sólo el carácter de soberana
sino el de ilimitada, absoluta y omnímoda; y deprimiendo o
turbando a todos los tribunales y jurisdicciones en el ejerci-
cio legal de sus facultades. Obedecida en Tenerife hizo luego
de someter a su dominación las demás islas»148.

146
RUMEU DE ARMAS, A. «Op. Cit.» Tomo I, pp. XXIII-XXIV.
147
MORALES, P. Hace un siglo, 1808-1809. Recuerdos históricos. Las Palmas, 1909, p.30.
148
CABRAL DE NOROÑA, M. Representación sobre la arbitrariedad y despotismo de los
tribunales que elevó al Supremo Congreso de la Nación un ministro de la Religión enorme-
mente perseguido y ultrajado. Cádiz, 1811, p. VI.

120
Versos como éstos sembraron bien pronto el escándalo
entre sus conciudadanos149:

Llora Beliso, llora


del Nivariense temido senado
Leyes, costumbres, fueros,
nada valían, las pisó glorioso,
Crece el canario espanto
de la indignación y la ardiente lucha
doce lunas en común quebranto
con zozobra se escucha
El Tuerto Bacanal emprende luego
al Doramas cubrir de sangre y fuego.
Ya murió la Excelencia,
y los usías yacen baldonados,
y las fajas y lazos. ¡Qué indecencia!
Rotos y despreciados...
Tal es el mundo, así cae miserable
ese grupo de Reyes venerable.

Ni que decir tiene que el Tuerto Bacanal era O´Donnell y


su Excelencia el Marqués de Villanueva del Prado.

A finales de diciembre de 1808 la Junta Suprema de Ca-


narias, alegando urgentes consideraciones relativas a mantener
el orden público, ordenó su conducción a Santa Cruz para
desde allí se le trasladase en pronta y primera ocasión a la isla
de la Madera, su patria150. Este organismo dirigió un escrito al

149
B.U.L.L. Fondo José Agustín Álvarez Rixo. Manuscrito. Copia de Lorenzo Pastor de
Castro.
150
A.D.T. Leg 1732 8.1 y 8.2.

121
vicario José Martínez de Fuentes en el que establecía en La
Laguna el 28 de diciembre de 1808 su partida allí para su mar-
cha «en pronta y primera ocasión a la isla de la Madera, su
patria». En su comunicación al obispo Verdugo de 29 de di-
ciembre de 1808 sostuvo que se disponía a ejecutar esa orden
en primer lugar «porque este juzgado eclesiástico no puede
dejar de concurrir a conservar la tranquilidad pública cuando
es exhortado por las primeras autoridades». En segundo lugar
porque le había ordenado su obligación de servir su plaza como
capellán del regimiento, que no había cumplido pretextando
falta de salud. Estimaba, finalmente, en definitiva que era más
decoroso la ejecución de su viaje por orden del juzgado ecle-
siástico que no sin su intervención. El capitán Feliciano del
Río fue designado para su arresto, al que dio cumplimiento en
la tarde del 28 de diciembre de 1808. El militar declaró que
había cumplido con la orden verbal, embargándole todos sus
papeles y efectos. Cabral designó a su amigo el párroco de la
Concepción Antonio Villanueva como su apoderado. Del Río
hizo constar que se le habían dado «todas las llaves de las di-
versas habitaciones al señor vicario José Martínez, sin que se
haya tocado ningún papel, libro o mueble, dejándolo todo en
el mismo ser y estado en que se hallaba»151.
Desde el convento de San Francisco santacrucero Cabral
de Noroña escribió un memorial a la junta en el que expuso
que había servido al Rey «desde el principio de la guerra de
Francia, cuando la revolución espantosa y feroz de aquella na-
ción voluble y fanática amagó la paz de todos los pueblos y cons-
piró a la ruina de los gobiernos y constituciones más respetables
de la tierra, y abrió desde entonces la cima pavorosa de los males

151
BONNET REVERÓN, B. «Op. Cit.» Tomo I, p.529.

122
y calamidades que afligen al mundo y agobian presentemente a
la Madre España. Siguió el exponente todas las penas y trabajos
de las campañas del Pirineo; sirvió después en el acantona-
miento contra Portugal, en el campo volante establecido sobre
las costas del Ferrol contra la invasión de las escuadras británi-
cas, y en todas las facciones que ha tenido el ejército español,
hasta que vino con real licencia a esta isla»152. Solicitó su per-
manencia en las Islas. Al conocer las intenciones gubernativas
de enviarle a la Península aludió alegó para su rechazo sus en-
fermedades y en el caso inevitable de que esa decisión se tomase
finalmente su destino como capellán al batallón veterano de in-
fantería de Canarias por su servicio como tal en el real ejército
«con diez y seis años de servicio» por no ser fácil su reincor-
poración de inmediato al suyo, que se hallaba en Gerona «por
las mutaciones del teatro de la guerra y los accidentes que pue-
den haber ocurrido» a su llegada, escrito que se unió a los an-
teriores en la sesión de la Suprema de 4 de enero de 1809153.
El 4 de junio de 1809 el vicario eclesiástico de ausencias y
enfermedades de Santa Cruz de Tenerife, José Hilario Marti-
nón, en ejercicio por los achaques de su titular Antonio Isidro
Toledo, había recibido un oficio del comandante general. En él
se manifestaba que la Junta lo había trasladado desde La La-
guna a Santa Cruz. En él se le informaba de que no se había
contenido con su detención y seguía «corrompiendo la opi-
nión pública y procurando hacer que se pierda la confianza tan
necesaria en el gobierno para sostener y defender la causa del
señor don Fernando VII»154. Se querían librar evidentemente

152
BONNET REVERÓN, B. «Op. Cit.» Tomo I, p.532.
153
BONNET REVERÓN, B. «Op. Cit.» Tomo I, pp.531-533.
154
BONNET REVERÓN, B. «Op. Cit.» Tomo I, p. 533.

123
de un personaje tan perspicaz y peliagudo. No obstante, alegó
en su defensa para quedarse en el archipiélago que su patri-
monio y congrua eclesiástica se encontraban en las islas: »Estas
reflexiones nos obligan a sofocar por ahora el deseo preferente
que es natural que tenga de volver a mi patria y al seno de mis
deudos y familia». La Junta, en consecuencia, acordó su pase
a la Península. Las supuestas razones aducidas por ella para su
detención las ejemplifica O´Donnell: «públicamente hablaba
en favor del usurpador Napoleón y en descrédito del Gobierno
español». Mas, pese a ese arresto en el convento de San Fran-
cisco de Santa Cruz, no se había conseguido su silencio, antes
bien, abusando de la suavidad de las medidas que por pura con-
miseración he usado con él, continúa, aunque no con tanta
publicidad, corrompiendo la opinión pública y procurando
hacer que se pierda la confianza tan necesaria para sostener y
defender la causa del señor Fernando VII. Entendía que su tras-
lado a la Península «sería en el día un verdadero servicio a la
causa pública y a la tranquilidad y buen orden de la provincia,
que no contribuye poco a trastornar». Había recurrido al vi-
cario para que tomase las providencias «que corten de raíz este
daño». Este estimó que el caso se reducía «a una causa crimi-
nal contra un eclesiástico, la cual, como vicario foráneo, no se
halal autorizado por los Sagrados Cánones, y además concurre
la circunstancia de tener entendido que dicho eclesiástico goza
el fuero castrense», por lo que solicitó la consulta urgente del
prelado de la diócesis. Pero la decisión estaba ya tomada. El 7
de septiembre comunicaría a Verdugo que Manuel Avalle,
vocal de la Junta Suprema de Sevilla, le había expresado la ne-
cesidad de separarle de estas islas155.

155
A.P.N.S.C.S.C.T. Leg. 83. Expediente relativo al presbítero Miguel Cabral de Noroña.

124
Unos días después, el 20 de septiembre de1809, Andrés
Arbelos comunicó al prelado lo ya sabido, aunque cuidado-
samente ocultado por sus contradictores: que había sido ca-
pellán castrense de los regimientos de Nápoles y Ultonia y que
en Tenerife Catalina Prieto del Hoyo con consentimiento de
su marido le otorgó un patrimonio vitalicio que le propor-
cionaba la suficiente congrua, con el que obtuvo el breve de su
secularización, convirtiéndose el prelado en su benéfico re-
ceptor. Tras retornar al Península su batallón le acompañó
hasta que obtuvo una licencia por un año que comenzó a usar
el 8 de mayo de 1804. La decisión de la Junta Suprema de Ca-
narias le condujo a su encarcelamiento en Santa Cruz de Te-
nerife y a decretar su traslado a Madeira. Por todo lo dicho le
expresó que debía comprender que en ese tribunal eclesiás-
tico no se ha formado causa alguna contra él por las desave-
nencias pasadas y menos debía habérsele remitido sin que su
juez natural conociese sobre el delito que se le imputaba , ya
que no se sabía «aquí otra cosa que las especies generales con-
tenidas en el oficio y diligencias que el vicario de La Laguna
remitió el 29 de diciembre de 1808, pues, como consta de los
mismos papeles recibidos, únicamente pudo venir en conoci-
miento individual de los excesos de dicho eclesiástico contra
el orden público y por lo tanto, si acaso se practicó averigua-
ción judicial sobre los crímenes indicados, ha de existir preci-
samente con los papeles de la junta de gobierno establecida
en La Laguna o en los de la comandancia general». De todo
ello se desprendía en su opinión el hecho de no resultar «la
sumaria en los términos que se nos aseguraba» y lo que era
más grave que no se podía castigarle «sin oírlo y en los crí-
menes que se le imputan en esta diócesis por haberlo recibido
Su Ilustrísima por tal para cuando llegase el caso de dejar el ser-
vicio de capellán de su batallón como consta del despacho de su

125
secularización». Conceptuaba que ya no era tal capellán cas-
trense por su licencia que le prevenía que dejaba de serlo «si
no se presentase en la primera revista que se pasare de comi-
sario después de fenecido su término», por lo que debía haber
quedado enteramente separado de tal capellanía, con lo que se
hallaba en el caso prevenido en el despacho de su seculariza-
ción. por todo ello en este supuesto «el hacerlo salir de su
obispado es una pena verdadera y grave que solo puede im-
ponerse por delito y la merezca justificado con arreglo a las
leyes y no por informes extrajudiciales que de ningún modo
deben influir en la condena de los reos y por consiguiente
nunca me atrevería a pronunciar sin los requisitos prevenidos
por ella», ya que, incluso cuando se le pudiese obligar a ser-
vir su plaza «tampoco me resuelvo a mandarlo con semejante
destino contra él hay las sospechas que indican los papeles re-
mitidos pues si por sus opiniones y ligerezas en proferirlas es
perjudicial en Islas lo sería sin comparación en medio del ejér-
cito y si resultara lo que se expresa de haber hablado en favor
del usurpador Napoleón y en descrédito del Gobierno espa-
ñol y que trata de corromper la opinión pública y de introdu-
cir desconfianza del mismo gobierno me reduciría a remitirlo
con dicha sumaria a la Suprema Junta Central de la Nación».
En definitiva, el no haber mandado evacuar la sumaria que
dijo debería recibirse fue por ignorar los delitos de que se le
acusaba Cabral hasta los días en que por momento esperába-
mos la llegada del capitán general Carlos Luján, quien había
de hacerse cargo de la causa, como lo advirtió Manuel Avalle
en su oficio de 28 de julio156. Contundentes apreciaciones del

156
A.D.C. Tribunal eclesiástico. Caja 82, expediente 772.

126
vicario de la diócesis que demuestran una vez más que el pro-
cedimiento contra Cabral era a todas luces extrajudicial y no
contaba con los mínimos requisitos legales, tales como su de-
claración y su derecho de defensa. El carácter absurdo de la
acusación de O´Donnell y de la Junta, que solo argumentan
el afrancesamiento de Cabral sin ninguna prueba que lo avale,
es un claro indicativo que las capas dirigentes de la sociedad ti-
nerfeño no lo querían en la Isla y estaban decididos en su ex-
pulsión a toda cosa por poner en cuestión su hegemonía y
arremeter contra sus procedimientos.

127
El impacto y el contenido del Manifiesto contra
la Junta

En el Archipiélago la inseguridad, el desconcierto y el miedo


se dejaron traslucir tras las noticias que llegaban de la Penín-
sula. Integrarse en la España de José I hubiera sido catastrófico
desde el punto de vista económico para unas Islas que se ha-
bían beneficiado precisamente del bloqueo napoleónico. No
se trata aquí de analizarlo desde la perspectiva de un sempi-
terno odio a lo francés, como se ha apuntado. ¿Quién más
afrancesado por los lazos de la sangre y la de cultura que
Alonso de Nava Grimón, cuando su propio tío, Antonio Por-
lier y Sopranis, marqués de Bajamar, fue consejero de estado
del Rey José? Era la conciencia de la existencia de intereses
contrapuestos lo que les llevó a no aceptar a José I. Había que
tomar el poder ante la ausencia de legitimidad y ante la cre-
encia de que las principales autoridades –léase el capitán ge-
neral Cagigal– y las élites grancanarias, eran sospechosas de
aceptar al Rey impuesto por Napoleón.
Debemos de analizar esta situación sincrónicamente.
¿Quién pensaba en 1808 que el invicto Napoleón iba a perder
la guerra? Ante la gravedad de las circunstancias, la idea de
aliarse con Inglaterra, entre otras alternativas barajadas, no era
descabellada. La misma Madeira fue ocupada por ese país. Es-
paña sencillamente no existía. Todo esa confusión, por lo que

128
era importante ejercer rápidamente el poder, pues nada re-
sultaba peor para las clases dominantes que la ausencia de una
autoridad sólida. Alonso de Nava, al referirse a esos riesgos,
subrayó que la difusión de rumores siembra «la consterna-
ción y la inquietud entre estos naturales y, suscitando miras
antipatrióticas en algunos intrigantes o ambiciosos y en el
pueblo las desconfianzas que son consiguientes y que forman
la correspondiente reacción, puso en peligro el orden social.
Como sucede regularmente en estos choques de grandes in-
tereses y cuando se cree que falta la autoridad legítima»157.
El célebre manifiesto de Miguel Cabral de Noroña, repro-
ducido por Álvarez Rixo, fue redactado, según se indica en su
copia, en La Laguna el 1 de abril de 1809. El otro ejemplar
conservado es de fecha un poco anterior, pues fue enviado
desde esa ciudad al cabildo permanente de Gran Canaria el
28 de marzo de ese año, que a su vez lo remitió a la Junta Cen-
tral. Buenaventura Bonnet piensa que fue efectuado mientras
que encontraba preso en el convento franciscano de Santa
Cruz. De ello infiere que sus «secuaces» se comunicaban di-
rectamente con él a pesar de su reclusión158. Su hilo argu-
mental era que la Junta era una «pandilla de infames e
imbéciles que hasta entonces no se gloriaban sino de la inde-
pendencia de las islas y de formar estado aparte bajo la pro-
tección imaginaria de la Gran Bretaña» hasta que se
arribaron a Tenerife las embarcaciones de la Junta Guberna-
tiva de Sevilla, que reafirmaban la autoridad soberana de Fer-
nando VII. Más adelante sostuvo que el mismo Nava «escribió

157
NAVA GRIMÓN, A. Obras políticas. Ed., introd. y notas de Alejandro Cioranescu. Te-
nerife, 1974, p.153.
158
BONNET REVERÓN, B. «Op. Cit.» Tomo I, p. 544.

129
al ministro británico prometiéndole una especulación lo más
atrevida contra los destinos y derechos sagrados de estas islas».
Sin embargo, ese ministro no contestó tales proposiciones159.
Juan Primo de la Guerra en su diario recoge similar correspon-
dencia del marqués en la que propone que «en caso de ser to-
mada España por Bonaparte de estas islas se formaría un estado
separado, el cual quedaría bajo la protección inglesa»160. Tam-
bién hace mención a ello el Apuntamiento de la persecución que
padece el Marqués de Casa Cagigal, que, redactado seis meses
antes y reproducido por Rumeu de Armas, relata la entrevista
entre O´Donnell y Juan Próspero de Torres con el comandante
general. En ella se atrevió el segundo «a proponerle al Jefe en-
tregarnos y sujetarnos a la «dominación británica»161.
Frente a tales acusaciones Alonso de Nava en 1810 afirmó
que a los patriotas más decididos «se les ha querido rebajar el
mérito con la acusación voluntaria de que propenden a la do-
minación inglesa». Es para él una ridícula imputación, pues
«los fieles canarios, si creen que el gobierno inglés es favorable
para los que viven en su metrópoli, están igualmente persuadi-
dos de que es uno de los peores para los establecimiento ultra-
marinos y acostumbrados a ser tratados sin distinción de las
provincias de la Península, miran con horror la vara de hierro
con que ciertas naciones tratan a sus colonias; como si el orgu-
llo de la libertad necesitase de un contraste para gozarse más en
sus ventajas; o como si el hombre que no encuentra sino iguales
en la sociedad de que es miembro, se viese naturalmente preci-
sado a buscar inferiores fuera de ella». Nava propugnó un trato

159
ÁLVAREZ RIXO, J.A. «Op. Cit.» pp.166 y 177.
160
GUERRA, J.P. «Op. Cit.» Tomo II, p.142.
161
RUMEU DE ARMAS, A. «Op. Cit.» Tomo I, p. LIII.

130
igual para esas colonias acostumbradas a ser tratadas sin dis-
tinción de las provincias peninsulares e integradas en el Con-
sejo de Castilla, como era el caso de las Canarias162.
En ese marco de una España ocupada por Napoleón y en
medio de la proclamación de su hermano como rey es donde
debemos situar la actitud de una Junta que se llama a sí misma
de Canarias y que hace suyos los postulados y puntos de vista de
las elites tinerfeñas. El estudio de la documentación interna de
la Junta conservada por uno de sus miembros, el vocal Gaspar
de Franchi, Marqués del Sauzal, demuestra palpablemente que
sus miembros debatieron las opciones de futuro de las islas,
como él afirma en una carta a la que nos referiremos en di-
ciembre de 1808. Las intenciones apuntadas por sus acusadores
eran ciertas163. Se trata de escritos redactados de puño y letra de
este significado representante de la elite tinerfeña, debatidos en
las sesiones de la Junta y en las que probablemente quedó pos-
puesta su aprobación ante la rapidez de los acontecimientos.
No aparecen firmados, pero son un lúcido ejemplo de su clari-
dad de planteamientos ante las opciones a elegir para las islas.
Resulta llamativo que entre los integrantes de la Junta Su-
prema se encuentren tanto enconados enemigos de Cabral
como antiguos aliados suyos. Entre los primeros, junto con el
marqués, el agustino icodense fray José González de Soto, que
sería su secretario y director de su órgano de prensa, El Correo
de Tenerife. Sobre él y su paisano Agustín Romero de Miranda
sostuvo que constituyeron los baluartes de las maniobras de
Carlos O´Donnell, el teniente del Rey que sería aupado a la co-
mandancia general de las islas tras la destitución de Cagigal.

162
NAVA GRIMÓN, A. Obras políticas. pp. 133-134.
163
A.H.P.T. Archivo Zárate Cólogan. Papeles de la Junta Suprema de Canarias.

131
Definió al religioso como «un díscolo y revoltoso, desacredi-
tado en todas las Islas por sus escándalos y travesuras, y Romero
era un epígono del nuestro Gil Blas de Santillán, manchado de
delitos, y que, no obstante, de haber sido castigado en cárceles y
presidios y tocar ya la edad sexagenaria no respiraba todavía sino
maldades, revolución y trastorno». Para él eran los adecuados
«para excitar un motín en cualquier pueblo, y a mezclarse con
la canalla iban en Santa Cruz cada uno por su lado de esquina en
esquina y de corrillo en corrillo sembrando el proyecto de la in-
surrección y ganando gente a O'Donnell». Por su parte todo
era descaro y arrojo en el segundo, «que se picaba de juriscon-
sulto por haber cursado en su juventud las leyes, y que además de
su ánimo depravado y resuelto, había concebido un odio mor-
tal contra el marqués de Casa-Cagigal porque en un pleito de
intereses que seguía con sus deudos no había recaído en su favor
la providencia en el tribunal de la comandancia general. Blaso-
naba en público y quería bañarse en la sangre misma de este
Jefe». Sería el encargado de dar a luz «un papel o libelo famoso
en que acusase con la acción popular, y a nombre de todo el Pue-
blo Isleño al comandante general del crimen de infidencia, de
fraude y robo en los derechos y caudales de la Real Hacienda, de
complicidad en todo género de contrabando y de una insaciable
avaricia en los cuantiosos y distintos cohechos y exacciones pe-
cuniarias», Firmado por él se presentaría en la primera acta del
Cabildo General de la Isla. También lo eran el vicario eclesiástico
José Martínez de Fuentes, el párroco de los Remedios Pedro José
Bencomo, los regidores José Bartolomé de Mesa y Bartolomé
González de Mesa, regidores del ayuntamiento lagunero y los
frailes Andrés Delgado Cáceres y Antonio Tejera.
Sin embargo, también se encontraban implicados sus an-
tiguos amigos Antonio Lenard y Juan Próspero de Torres Chi-
rino. Él atribuye ese cambio de postura a las lisonjas recibidas

132
para ganar su adhesión, ya que era deseo del marqués de Vi-
llanueva del Prado integrar a significativos miembros de la
elite tinerfeña, como se puede apreciar en la incorporación de
destacadas personalidades de la burguesía comercial como el
santacrucero José Murphy y Meade y el portuense Bernardo
Cólogan Fallon o de la oligarquía de otras localidades de la
isla como los marqueses del Sauzal y Villafuerte y Marcos Ur-
tusáustegui. Del icodense refirió que «gozaba igualmente el
concepto público a favor de algunos talentos, y de alguna ins-
trucción adquirida en España y en su viaje a Francia se había
hecho lugar entre las gentes de primer orden de la Isla, no obs-
tante que se le reconocía dotado de una índole perversa, y de
un carácter hipócrita, solapado y estrechamente ambicioso y
vano». Entendía que los tres más interesados en la deposición
de Cagigal eran «O´Donnell, el marqués de Villanueva del
Prado y Don Juan Próspero de Torres. El primero, ansioso de
continuar en el mando de las Islas, desplegando su orgullo y
violencias y de enriquecer a costa de estos naturales. El se-
gundo, por no perder la autoridad suprema, el tratamiento de
Excelencia y los honores y homenajes de la adulación, que
exaltan su vanidad; y el tercero porque además de ser vocal de
la Junta es Intendente de la Provincia nombrado por ella y
parte con los otros dos corifeos la Soberanía en el país».

133
Conducido preso a Cádiz

La disolución de la Junta Suprema de Canarias por orden


gubernativa, que suponía la puesta en libertad de todos los in-
dividuos detenidos por ese organismo y la llegada del nuevo
comandante general, Carlos Luján, fueron apreciados por Ca-
bral en sus versos como una liberación164:

Alzose el despotismo en su tremendo volador carro


en la región de Atlante y al verse entre sus mares dominante
fue en torno a sí sus crímenes reuniendo.
Tímida paz de su morada huyendo,
sentose allá en el polo más distante,
y la virtud siguiole agonizante,
y el gozo bienhechor se fue gimiendo.
Mas helo ya que surca el océano
de placer de las focas y tritones
más prudente que Ulises
un anciano Luján es el que arriba a estas regiones
y a par con él la paz, don soberano
vuelve a tomar su cetro y sus blasones.

164
ÁLVAREZ RIXO, J.A. Floresta provincial Manuscrito. B.U.L.L. Fondo José Agustín
Álvarez Rixo.

134
Cabral estaba equivocado. La libertad le duró bien poco,
como señalamos anteriormente, la arribada a Tenerife del vocal
de la Junta Central Manuel María Avalle, presto a seguir los
planes de los dimitidos junteros, le supuso su inmediata pri-
sión y su traslado la Península el 11 de Diciembre de 1809. Se
le retuvieron asimismo todos sus papeles y correspondencia y
se le acusó de haber redactado una supuesta representación
sobre una conjuración que asegura se fomentaba en las islas.
Lo cierto es que, pese a esas conjeturas en las que los mismos
testigos no parecen, aun con su manifiesta parcialidad, dar
pruebas concluyentes, la razón de peso es su intención seria y
premeditada de expulsarle del Archipiélago, ya que, aun preso,
se convertía en un poderoso obstáculo para sus enemigos.
Cabral de Noroña desembarcó en la bahía de Cádiz el 29 de
Diciembre de 1809 y permaneció encerrado, según él mismo
relata, en el castillo de San Sebastián de esa ciudad más de 7
meses. Por fin la sentencia de la Audiencia de Sevilla dictamina
«por purgadas las sospechas que resultan contra mí, que se me
ponga en libertad, haciéndome saber que en el término de 15
días pasase a vivir en la isla de la Madera, mi patria, satisfa-
ciendo las costas-. El fallo reconoce su libertad, pero le impone
un destierro evidente, lo que es ilustrativo del interés de los po-
deres instituidos de prohibirle la entrada en Canarias. Pero Ca-
bral no se amilana y un nuevo proveído le especifica el alza de
la obligación de trasladarse a Madeira, pero con la precisa de no
pasar de ninguna manera a las islas Canarias»165.
Su sorpresa es obvia. Se lamenta por «esa restricción arbi-
traria que, sonando como indefinida y absoluta, compromete,

165
CABRAL DE NOROÑA, M. «Op. Cit.» p. XVII.

135
ofende, lastima necesariamente mi honor y buen concepto»166.
Expuso en su defensa un acertada proposición en favor de la
concepción liberal de la ley y sobre la actuación de los jueces,
cuya «voluntad es nula: deben rendirse obedientes a lo que
dispone la ley, ella sola es la que domina y a cuya voz es preciso
que todo se arregle». La respuesta de la sala no es menos sig-
nificativa: «La calidad de no poder pasar a Canarias, que debe
quedar subsistente no perjudica a mi buena opinión y méritos
contraídos en mi carrera»167.
Las aseveraciones de Cabral entran con fundamento en el
verdadero quid de la cuestión. Aunque pudiera calificársele de
lunático, sus planteamientos no son menos lúcidos. Es un pro-
blema en Canarias, y a toda costa, incluso contra la letra de la
ley, sus detractores quieren prohibirle el retorno en el archipié-
lago. En ese sentido se encuadran perfectamente sus acusacio-
nes a la Sala de Sevilla, a la que señala con precisión que «la
detienen el miedo y la contemplación; la dominan privadas aten-
ciones y sólo precipita los embates de su arbitrariedad escanda-
losa contra mi inocencia porque soy un forastero sin profesión,
sin facultades y sin conexiones que le infundan respetos»168.
Es precisamente el manifiesto partidismo de la Justicia lo
que le lleva a recurrir a las Cortes de la Nación con una repre-
sentación impresa en Cádiz, fechada en 15 de Febrero de 1811,
en la que protesta contra los ultrajes y persecuciones con que
se cree ofendido por la arbitrariedad y despotismo de los tri-
bunales, según sus propias palabras. Sobre la contestación de
las Cortes gaditanas nada sabemos, pero estimamos que quizás

166
CABRAL DE NOROÑA, M. «Op. Cit.» p. XVIII.
167
CABRAL DE NOROÑA, M. «Op. Cit.» p. XXI.
168
CABRAL DE NOROÑA, M. «Op. Cit.» p. XXII.

136
no se produjo por las circunstancias que luego relataremos que
le abocaron de inmediato a huir de territorio español.
La representación es una obra interesante para enjuiciar el
notorio liberalismo de Cabral. El nuevo concepto de la patria
que acuña el pensamiento revolucionario gaditano se hace pa-
tente en el presbítero. La identificación entre patria y libertad
toma cuerpo en la afirmación de nación. Los derechos indi-
viduales no son para él virtualidades concedidas al hombre
sino auténticos carismas que por sí solo otorgan la gracia, in
necesidad de esfuerzos personales. De ahí que para él «el pa-
triotismo se extingue cuando hace que se pierda el amor a una
patria que abandona sus hijos, que no protege sus derechos, ni
derriba las fieras que la devoran en su mismo seno»169. Los
derechos son, pues, no una dejación social sino un ejercicio
moral: «la arbitrariedad impune y altiva es una plaga exter-
minadora y mil veces más funesta que la espada del tirano y
que los artificios de su política infernal». Moralidad pública,
ejercicio de la soberanía nacional, regeneración de España, de-
puración de los corruptos y los ineptos, es el programa de un
liberal radical: «Todo remedio que no ataca a los males en su
raíz es un paliativo que los fomenta y los perpetua. La patria
corre a su precipicio; su ruina parece inevitable si no se atajan
los desórdenes que interiormente la despedazan». Deben
apartarse, en definitiva, de los tribunales y empleos públicos
«las personas idiotas, ineptas y corrompidas, las que no tienen
ni pueden tener la confianza del pueblo, las que están viciadas
con la monstruosa rutina, el despotismo insolente y vergon-
zoso y los intereses sórdidos que han preparado la caída de

169
CABRAL DE NOROÑA, M. «Op. Cit.» p. XXII.

137
España, que la precipitarán del todo si continúan como hasta
ahora». Puso su fe en el cumplimiento de la constitución: «Si
los derechos más imprescriptibles del hombre y la libertad civil
por que tanto anhelamos no son palabras vacías de sentido en
medio de nuestra revolución es preciso que la lectura de este
papel conmueve e interese a los verdaderos españoles».
Se estableció, pues, en el Cádiz, de las Cortes, y allí, al com-
pás de las nuevas ideas y las nuevas realidades, el ilustrado cos-
mopolita se convierte en liberal nacionalista, cuasi romántico,
exaltando la patria acorralada que su idealismo moral vincula
a la pasión por la libertad. En 1810 publicó en esa ciudad an-
daluza un poema, «La visión del Manzanares», en la que la
irrupción del idealismo nacionalista prerromántico, del que
bebieran las Cortes de Cádiz, se hace presente170:

Feroz de entonces con el rayo ardiente,


Bonaparte amagó del Universo
la paz y la libertad.
Viósele ansioso forjar cadenas a la Europa entera.

Vincula la idea de patria a pueblo y enuncia que la Guerra de


la Independencia era una auténtica guerra de liberación nacional
con la que se consiguió la libertad frente a la esclavitud gala171:

Su voz retumba y «Españoles», clama.


¿La Patria infeliz dejáis que oprima
el genio destructor, y que usurpando
de vuestros reyes el sublime trono

170
CABRAL DE NOROÑA, M. La visión del Manzanares. Cádiz, 1810, p. 2.
171
CABRAL DE NOROÑA, M. «Op. Cit.» p.5.

138
se exceda en la maldad, los extermine,
y de su carro a las sangrientas ruedas,
atados os arrastre; y vuestros hijos,
sobre el hielo boreal a fuer de esclavos
entre el oprobio y la terrible muerte
sacrifique a la sed de impías victorias

Y en el fondo el recuerdo de Tenerife; la isla a la que desea


volver172:

¡Oh, sacro Teide!, que en dolor profundo


sobre los anchos mares extendiendo
la ansiosa vista, derribado en torno
el crespo manto de ondeantes nubes,
largamente suspiras.
y en bravas lides guerrear quisieras,
y entre el hierro y el fuego acometieras
para salvar a tu rey; dulce esperanza.

Antes de embarcarse en la publicación de un periódico,


Cabral colaboró en la prensa liberal con una carta al editor,
dada a la luz en el número 24 de El patriota en las Cortes de 28
de febrero de 1811. En él arremete contra las propuestas de
colocar en el trono de España un miembro de la Casa de Bor-
bón; «Ningún socorro, ninguna protección debemos espe-
rar de las ramas actuales de la casa de Borbón...; su poder y su
influencia han desaparecido...; la casa de Braganza, confinada
en el Brasil, no puede valernos, a más de que el pueblo espa-
ñol repugnará siempre su dominación... Yo convengo de

172
CABRAL DE NOROÑA, M. «Op. Cit.» p.8

139
buena fe en estos principios o datos que establece el denodado
arbitrista, pero ¿qué se sigue de ellos? ¿Qué es preciso pedir un
príncipe a la casa reinante en la Gran Bretaña, colocarle sobre el
trono de nuestros reyes y entregar en sus manos la defensa y el
destino de la nación española?» Sostenía que «en cuanto exista
Fernando VII y su legítima y augusta familia, los españoles no
quieren separarse del juramento solemne con que se han obli-
gado a conservarle y defender el trono de sus mayores. Si faltase
por desgracia este deseado príncipe y todas sus líneas invitadas
a la sucesión de la corona, o si la nación tuviese motivos justos y
poderosos para retraer su juramento y variar a este respecto las
leyes fundamentales de la monarquía, ella no admitirá segura-
mente un príncipe extranjero, porque sería obrar contra sus in-
tereses y contra su decoro. La nación española no se halla en
pública subasta, ni es una horda de iroqueses». Se criticaba en
esta misiva la opinión de José María Puente en el folleto Asilo de
la nación española de dirigirse para ello a Inglaterra, porque en su
opinión España debía solo confiar en sus fuerzas y recursos pro-
pios. Era necesario el estallido «sublime y glorioso de la revolu-
ción», continuando fieles a Fernando VII173.

173
Sobre el Patriota en las Cortes véase El Patriota en las Cortes (Cádiz, diciembre de 1810
a marzo de, 1811. Ed., introd. y notas de Fernando Durán López. Cádiz, 2012.

140
El Duende político y la discusión sobre la
libertad de imprenta en las Cortes de Cádiz.
La publicación del Duende político

El 30 de marzo de 1811 en El Diario mercantil anunció el clérigo


madeirense Miguel Cabral de Noroña la próxima aparición del
periódico El Duende Político o la Tertulia Resucitada. Ya se habían
publicitados carteles anunciándolo desde la semana anterior.
Había suscripción abierta en la calle de La Carne nº186. Se en-
contraría a la venta en la oficina de Quintana, en los puestos del
Conciso, calle Ancha de San Francisco y de la Carne y en la libre-
ría de Navarro, frente al Correo. Cada número valía real y medio.
Fue impreso en la oficina de Manuel Santiago Quintana. Sus ini-
cios no fueron muy favorables, como se recoge en su nº1, al inser-
tar un aviso en el que se reseñaba que «cuando haya comodidad
en la imprenta daremos por separado el prospecto de este perió-
dico, para que pueda unirse al primer número y dar mejor forma
a la colección de todos los que se vayan publicando. Se hallará
cuanto antes en los mismos puestos del Diario mercantil de Cádiz,
Calle Ancha, la de San Francisco, la de la Carne y en la librería de
Navarro frente al Correo, que es donde se vende el periódico y
donde se encontrará el número correspondiente en los miércoles
o jueves de cada semana». Sin embargo, por su acendrado libera-
lismo y por su crítica contumaz de la Regencia experimentó una

141
gran acogida, como se puede apreciar en un aviso de su número 11.
En él se indicaba que «se abre suscripción a este Periódico en casa
en Font y Closas, calle de San Francisco, si hubiere suscriptores
que no tengan los primeros números y quieran tener toda la co-
lección, se reimprimirán para este efecto, por haber ya muy pocos,
luego que sea suficiente el número de los mismos suscriptores»174.
En su número 1 se recogen sus principios liberales radica-
les, partidarios de la supresión del Antiguo Régimen: «El pueblo
español, que se ha visto por tan largos y ominosos siglos privado
hasta de la libertad del pensamiento, la ha recobrado con la de la
imprenta a despecho de los hipócritas y malvados, que, juzgán-
dose perdidos bajo el imperio de la razón, de la justicia y de la ver-
dad, quisieran que jamás se consolidase en medio de nosotros.
Atrincherados en sus preocupaciones, e incapaces de renunciar a
sus viciosas actitudes y sórdidos intereses, persiguen con feroz
acaloramiento y con todos los recursos de la intriga a las ideas li-
berales, y a los derechos más sagrados del pueblo. La opinión ge-
neral comienza a manifestarse; y ya no es tiempo de defender los
sistemas vergonzosos del despotismo, ni la impudente y ridícula
vanidad de los corrompidos aristócratas». Atribuye a las Regen-
cias y a las Juntas los males que afligían al país: «La voz general
acusa como responsables de esta serie progresiva y espantosa de
desgracias, a los gobiernos que hemos tenido desde la revolu-
ción acá; ellos han cometido errores, debilidades y abusos
monstruosos que no se pueden recordar sin escándalo y horror.
Las juntas provinciales, creadas en medio de la efervescencia
popular sin observancia de reglas y con el mayor aturdimiento

174
Reprod. en SÁNCHEZ HITA, B. «La imprenta en Cádiz durante la Guerra de Inde-
pendencia y su relación con la prensa periódica». En A.A.V.V. La guerra de pluma. Estudios
sobre la prensa de Cádiz en el tiempo de las Cortes (1808-1814). Cádiz, 2006, Tomo I, pp.63-64.

142
o parcialidad en la elección de sus vocales, sembraron desde
luego en toda la nación española el espíritu de rivalidad, de con-
fianza y división que no ha dejado de influir hasta ahora en per-
juicio grave de la Patria, y del empeño sudoroso y grandioso de
nuestra constante lucha. El pueblo, irritado contra las maldades
de Napoleón, se manifestó pronto a los más difíciles y pasmosos
sacrificios; y aquellos momentos de entusiasmo fueron seguidos
de victorias; pero la conducta de los gobernantes no tardó en pa-
ralizar tan bellas disposiciones, y el desorden y la anarquía co-
municaron su contagio a todas las provincias, facilitando
triunfos a las armas del tirano, y poniendo trabas al celo enér-
gico de los patriotas. Las juntas, ocupadas en los mezquinos in-
tereses del amor propio, de la vanidad y de las pasiones más
vergonzosas, desatendieron a la situación crítica del estado, y
profanaron el ejercicio de la soberanía con excesos y tropelías de
que no había ejemplares en la historia. Sobrecargaron a la na-
ción con una multitud asombrosa de empleos mutiles y de gra-
dos escandalosos y perjudiciales en el ejército, y creyeron que
cada uno de sus representantes tenía la investidura real, v que no
había límites a su poder; de modo, que los horrores del despo-
tismo de Godoy eran ya una pequeña sombra cotejados con los
que producía la ineptitud y el orgullo de estos reyezuelos».
Los excesos de las Juntas provinciales derivaron en la Central,
«hija primogénita» de éstas y «heredera de sus vicios. Nula en
su origen y sin verdadera representación nacional, pudiera redimir
y hacer olvidar esta ilegitimidad, sacrificándose con austera recti-
tud y desprendimiento, y con desvelo y energía constante a la sal-
vación de la Patria, y al remedio de tantos abusos y de tantos males
que encerraba en su seno como un germen de disolución y de
muerte; mas si todo el imperio español sin vacilar un momento,
can transportes de gozo y confianza reconoció a la Central , y la
prestó sincera obediencia, gloriándose de ver ya terminada la

143
anarquía, y prometiéndose grandes cosas en la unidad y plenitud
de poder que desde luego concentró el nuevo gobierno, éste no
tardó era confundir tan lisonjeras esperanzas.... Se perdió la época
más feliz para realizarlas; y la ineptitud, el egoísmo y la debilidad
y atolondramiento de la misma junta hicieron verter inútilmente
la sangre de los ciudadanos, y disipar los inmensos tesoros que
tuvo a su disposición». Al hacer, «víctima de su torpeza y de sus
vicios» revertió «la soberanía en un Consejo de Regencia, aborto
miserable que selló sus operaciones y su postrimer aliento».
La Junta Central, al no convocar cortes extraordinarias, en su
opinión propició el triunfo napoleónico. Para contrarrestar la
dura realidad no se podía depositar el poder «en la lentitud de
un gobierno apático». Consideraba positiva la instalación en
Cádiz de las Cortes, que podría ser «el fanal y el piloto hábil que
debe conducirnos a salvo por entre la oscuridad y las borrascas
pavorosas que nos rodean. De él penden la suerte de la Patria, y la
esperanza de los buenos...» Para disipar la parálisis postula
«Constitución y reformas económicas y políticas en todas las cla-
ses, es lo que dicta la ley imperiosa de la necesidad... Sin esto no
habrá Patria ni brazos que la defiendan, ni caudales y recursos para
seguir la ardua y penosa lucha en que estamos comprometidos».
Con la justificación de la ignorancia, se impide al pueblo de
participar en la soberanía nacional. Cabral se opone. Plantea que
debía mejorar su suerte, «librarle de las cadenas del tirano, y pre-
caverle contra el riesgo de que pueda forjárselas en su misma, pa-
tria la ambición o continuárselas el antiguo despotismo de sus
reyes». Para conocer esas verdades no era necesario grandes
especulaciones. Para conocer esta necesidad bastan «las pri-
meras luces de la razón proporcionadas por la naturaleza» que
conocen mejor los campesinos y los artesanos, que «en los
ricos palacios y en los gabinetes de los ministros, y aun de los
filósofos». Su discurso supone una clara confrontación con el

144
poder omnímodo de las oligarquías tradicionales: «Dejémo-
nos de clases, de antigüedades, de prerrogativas y distinciones
quiméricas y absurdas; monumentos odiosos del feudalismo y
de la preocupación de la arbitrariedad y tiranía de los reyes y de
la barbarie de los pueblos; ellas insultan a la razón y a los dere-
chos sagrados de la naturaleza que el hombre no pudo ni ha que-
rido renunciar en el pacto social». Sus planteamientos liberales
radicales insisten que sólo el mérito y la virtud distinguen a los
hombres. Propone una reforma del aparato de estado que redu-
jese al mínimo la burocracia: «Simplifíquese al mismo tiempo
la organización de cada sistema en los diferentes ramos de la eco-
nomía de la administración y del gobierno; y suprímase la mul-
titud escandalosa de empleados inútiles que solo sirven de
complicar y entorpecer el curso de los negocios y de beber la san-
gre de la Patria en los sueldos cuantiosos que perciben y que de-
bieran ser un ahorro para las necesidades del ejército».
Insiste también una crítica frontal de las elites del Antiguo
Régimen: «los Grandes y los Cortesanos», que «temen la pro-
pagación de las luces, y el reinado de la justicia; y nada los aterra-
ría más que la aurora feliz de la libertad e igualdad política en
medio de nosotros; es consecuente, pues, al sistema de su vanidad
y su fanatismo; que odien las buenas ideas y el restablecimiento
de los derechos imprescriptibles del hombre, que debe ser el
grande estímulo y la primera base para engrandecer al pueblo es-
pañol». Crítica frontalmente el origen de su preminencia, la lim-
pieza de sangre: «¿Y por qué hemos de tener en otro concepto a
los que fundan todo su mérito en las genealogías, en los meda-
llones, los bordados y las insignias que sirven de velo a la imbeci-
lidad y a los vicios? El que no se distinga por sus virtudes y
talentos, debe ser confundido con el resto común de los ciuda-
danos y no tiene el menor derecho a los honores de la Patria».
Con esos planteamientos es consciente de que puede ser acusado

145
de «sembrar el espíritu de democracia», pero lo que desea es
«una monarquía moderada y constitucional». Sin embargo,
«en caso de propender hacia alguno de los extremos, debe ser
más bien a favor de la democracia que no al de la tiranía».
En su número 12 en La corrección filantrópica al Robespie-
rre español arremetió contra los Grandes de España. Aseveró que
«largo tiempo ha que las naciones cultas se hallan convencidas
de que el hombre que nace con los títulos de grande viene a ser
en todo el curso de su vida el más pequeño y el más desprecia-
ble de todos sus semejantes». Aseguró que en España se había
erigido «entre el furor de la guerra y entre los vicios y escánda-
los del feudalismo». Antonio Manuel Ponce de Eón y Dávila,
duque de Montemar y conde de Garcíez, entre otros títulos,
presidente de la Junta de Jaén y que por esas fechas se barajaba
como posible regente, le replicó en un folleto firmado en Ceuta
el 13 de julio de 1811, que reimprimió en Madrid en 1814 que
el establecimiento de la grandeza se debió a los Reyes Católicos,
habiendo sido perfeccionado por su nieto Carlos. En él consi-
deró poco rigurosa esa apreciación con la relación de un catálogo
de miembros de ese cuerpo, entre los que se encontraban, entre
una lista numerosa, entre los varones a San Francisco de Borja,
San Luis Gonzaga, el Gran Capitán, o los condes de Teva y
Aranda y entre las mujeres a las hermanas del primer santo nom-
brado, la duquesa viuda de Abrantes o la duquesa de Feria. Sos-
tuvo también que esos soberanos «tuvieron siempre paz en lo
interior de España y destruyeron las reliquias del feudalismo, que
no han existido después verdaderamente»*.

* PONCE DE LEÓN Y DÁVILA, A.M. «Señor D. Miguel Cabral de Noroña: habiendo


leido en el periódico intitulado Duende político o tertulia resucitada, número 12, el párrafo que
dice en la corrección filantrópica al Robespierre español». Madrid, 1814.

146
Su concepción de la libertad y la igualdad civiles
y el derecho de propiedad y su discurso
anticolonialista

Para Cabral de Noroña libertad e igualdad civil eran concep-


tos indisociables, que tienen su origen en el pacto social. La
naturaleza dio a todos los hombres el mismo origen, «los mis-
mos dones, el mismo destino y los mismos bienes», pero no
les proporcionó iguales fuerzas y capacidad. De ahí proviene
que la igualdad civil «no es ni puede ser otra cosa que la pro-
tección igual de que deben gozar indistintamente todos los
ciudadanos bajo el imperio de las leyes», que deben propen-
der a la felicidad de todos los individuos, «teniendo por ob-
jeto el conservarles en la posesión inviolable de su propiedad
particular, y el goce de todos sus derechos», sin más límites
que la voluntad general, y expresados en las mismas leyes y or-
denanzas públicas. En ellas los castigos y los premios sólo
deben distribuirse con el principio de igualdad, «sin distin-
ción de personas, y sólo en vista de los delitos y de los méri-
tos». Su liberalismo radical se opone al control de los recursos
por la oligarquía: «El poder y las riquezas no pueden amon-
tonarse demasiado en manos particulares sin comprometer la
libertad de los ciudadanos, porque los ricos y poderosos com-
prarán la de los pobres y miserables, y harán que éstos sirvan de
instrumentos a su ambición y al ensalzamiento de la tiranía».

147
Para él era preciso que no existieran «extremos; que a nadie
falte lo necesario; y que a nadie se consienta un poder y una
riqueza desmedida con que pueda labrar la esclavitud de la
patria». La ley justa debe combinar los intereses del conjunto
de la sociedad y de cada uno de sus individuos, por lo que la
ley tiene que asegurar la igualdad civil.
En su concepción del orden social, dentro de su pensa-
miento genuinamente liberal, resulta sugerente su apreciación
de que el derecho de propiedad «no entra en la clase de los
que ha establecido la mano sabia de la naturaleza», ya que en
su origen éste es fuente de contiendas y codicias. Ella partió en
su edad de oro de la comunidad de bienes. En un discurso ple-
namente roussoniano, «cada asociación tuvo una propiedad;
que en los principios era común a todos los asociados, por qué
no había aun el personal odioso que pone en contradicción
las virtudes originales, y los sentimientos más puros del cora-
zón humano». Al aumentar los bienes y descollar la civiliza-
ción, brotaron las pasiones y los placeres se transformaron en
necesidades, lo que explica que derivase en la propiedad pri-
vada, nacida de «la industria y el trabajo de cada asociado»,
que fue el origen de la propiedad particular, contra la que en
vano algunos legisladores dispusieron la comunidad de bienes.
Por tales circunstancias entendía que ya era un estableci-
miento que en los pueblos civilizados y bien constituidos con-
tribuye a la felicidad individual y a la opulencia y prosperidad
común del. Estado y es un derecho tan precioso como indis-
putable a cada uno de los ciudadanos. Sin embargo, debe ser re-
gulada por la voluntad general, por el acuerdo de toda la
asociación, que se manifiesta por medio de las leyes. Contra
ella, «el feudalismo ha extendido en la Europa este contagio la
tiranía y el capricho de los reyes lo han hecho todavía más opre-
sor y escandaloso, amontonando las riquezas en sus favoritos

148
y en las clases privilegiadas, cuyos intereses pusieron de
acuerdo con la pompa excesiva del trono y con la plenitud del
despotismo; y el pueblo, que es todo en la sociedad, quedó re-
ducido a la triste condición de los esclavos, a trabajar y a gemir,
careciendo muchas veces del preciso alimento». Ansiaba que
el régimen constitucional corte de raíz esa notoria apropia-
ción de la propiedad. Su liberalismo avanzado le lleva a decir
que la ley «antes por el contrario deje entrever a todos algún
lisonjero rayo de su igualdad primitiva». La propiedad sin tí-
tulo justo debía eliminarse. Para él, «todo lo que se conoce
bajo el nombre de amortización, cualquiera que sea su espe-
cie» debe suprimirse por oponerse a «la equidad común, y al
fomento y prosperidad general de un pueblo».

Sus reflexiones sobre la América Española son un testi-


monio clarificador de sus ideas avanzadas sobre la cuestión
americana. Fueron observadas con vivo interés en la América
española, hasta el punto que fueron reproducidas íntegra-
mente en el número 13 de La Tertulia de La Habana de 22 de
julio de 1811. Sus meditaciones sobre la América española co-
menzaron con un análisis de la conquista que ya había esbo-
zado un lustro antes en Canarias: «Con el hierro y la violencia
hemos sometido los dilatados países del nuevo mundo, las
hermosas regiones del oro y de la plata, el poderoso imperio
de Moctezuma; y el de los Incas a la disposición de nuestros
reyes, y a la rapacidad y ciego despotismo de sus ministros y
empleados. Aquel opulento y delicioso hemisferio; regado
con la sangre de tantas víctimas, ha sido desde las épocas de su
conquista un teatro continuo del orgullo y tiranía de los euro-
peos; y el gobierno español, atento a la idea de asegurar la obe-
diencia y la fidelidad de aquellos pueblos, midiendo la
importancia de este presupuesto por la de, los tesoros pide le

149
producía tan maravillosa adquisición, cuidó de embrutecer a
los americanos, y detenerlos siempre bajo un yugo de bronce
entre el poder, arbitrarios de sus virreyes y las ilusiones del fa-
natismo, que han coadyuvado en todos tiempos a la obra de la
tiranía». Una conquista que cimentó la dominación en las
Leyes de Indias: «Es verdad que en España se sufrían males de
igual naturaleza; pero de la América llegaban a un extremo
que parecía incompatible con los sentimientos de la humani-
dad. En vano las Leyes de Indias ofrecían alguna protección a
los naturales de aquel vasto imperio. Los gobernadores y agen-
tes europeos las eludían a su placer; y los americanos gemían
oprimidos, no sólo como esclavos, sino como bestias conde-
nadas a sufrir y a arrastrarse en la más penosa desolación».
Acusó a la Junta Central de mantener la misma política
obcecada en América. Sus habitantes «vieron de cerca la
libertad y la regeneración de los Estados Unidos; vieron la em-
presas y los fenómenos de la isla de Santo Domingo; y los li-
bros franceses y algunos de otras naciones pensadoras no eran
tan raros como se cree en aquel hermoso y rico suelo, que fe-
cundó metales como en ingenios, sólo necesitaba de una oca-
sión y de un impulso para romper y amargar a la metrópoli
con su separación». Pero, en vez de tratarlos como hermanos,
proporcionándoles igualdad de derechos, «continuó man-
dándoles con la misma arrogancia, y aun con mayor imbeci-
lidad y torpeza». Eligió malamente sus funcionarios. Esa
situación se agravó en la primera regencia con «injusticias y
absurdos todavía más enormes» que no han sido reparados
por la segunda. Citó el ejemplo de la gestión de Javier Elio como
virrey de Buenos Aires y explicita que en todos los puntos de
América sucedía lo mismo, por lo que apunta que sería «un
prodigio incomprensible y estupendo, si la América no se hu-
biese conmovido y tratado de sacudir las cadenas, y proveer a los

150
males que la oprimían». Estima que esas fueron las causas de
la ruptura de Caracas, Santa Fe, Buenos Aires y México. Para
contrarrestarla propone que el Congreso satisficiese «las es-
peranzas del pueblo americano; en remover de su presencia
todos los vestigios de la barbarie y de la política y tiranía del
antiguo régimen; en adquirir y consolidar la confianza y el
amor de todos aquellos habitantes; y en estrechar su fraterni-
dad y unión sincera con los de la península, valiéndose de los
medios que inspira la buena fe y un celo generoso ilustrado y
firme». Se debía hacer conocer a los americanos que «ya pa-
saron las épocas afrentosas del despotismo; que son libres; y
que el gobierno de la madre patria interesa en su libertad, y
en todo lo que puede hacerlos felices; demostrándoselo con
obras y providencias liberales, enérgicas y grandiosas, y no con
palabras y con disposiciones equivocas o a medias».

151
Sus ideas avanzadas sobre la mujer

Cabral como ilustrado creía en la virtud redentora de la edu-


cación. Aunque, como sostenía, podían influir en el hombre fac-
tores como la localidad y el clima a los diferentes grados de su
sensibilidad, y a la mayor o menor fuerza de sus pasiones, para él
la formación «será siempre la que imprima el sello en todas sus
ideas, y la que temple sus sentimientos, los desenvuelva y los en-
camine». El suelo no era determinante. La decadencia es siempre
la consecuencia del abandono, debilidad o corrupción de las leyes
y del gobierno, y que sin rectificar y poner sobre el mejor pie que
sea posible estas causas y agentes poderosos, ni puede haber es-
peranza de regenerar las costumbres y ni la de restablecer el orden
y prosperidad en un pueblo. En las costumbres juega un papel
primordial la consideración que se tiene hacia la mujer. Si el tá-
lamo conyugal es manchado por su infidelidad «la opinión arroja
sobre ella el oprobio y la infamia y designa bajo el concepto más
despreciable y vergonzoso al marido, que, sabiendo aquella infide-
lidad, prosigue unido con la cónyuge difamada, y no mira su
honor ofendido y atacado en el mismo hecho que arruinó el de
la esposa frágil o sensual. No así, cuando el marido es el que se ex-
travía, y comete la infidelidad. Parece que por la naturaleza del
contrato, y promesas reciprocas, se manifiesta la igualdad de sus
deberes; y que la infracción había de ser considerada bajo este
mismo punto». Ese desigual trato era particularmente más grave

152
en las clases altas, «en la de los grandes y nobles, y en la de los
ricos y cortesanos» Si se lograse «restablecer esta delicadeza de
sentimientos, veríamos el pudor y la honestidad en el sexo de la
hermosura como la primera de las gracias, el matrimonio sería
respetado y las costumbres de las mujeres que influyen tanto en
el bien o el mal de la sociedad vendrá a ser, cuando menos, lo que
fueron en Roma con el freno del tribunal doméstico». Fortale-
cer el papel y la reputación femenina en la sociedad debía ser obli-
gación de los poderes públicos. Cabral de Noroña recordaba
como «la doctrina de los magos hizo creer en la Persia que las ac-
ciones más dignas del nombre v más gloriosas eran engendrar un
hijo, labrar un campo y plantar un árbol. ¿Qué utilidades no pudo
sacar la política de esta máxima excelente? Ella cubrió de millo-
nes inmensos los habitantes las vastas regiones del imperio de
Ciro; y aumentó sus riquezas y su poder hasta el grado de cons-
tituirlo como la envidia y el terror del Oriente. ¿No es una má-
xima igual a que deben su prodigiosa población los campos y
ciudades famosas de la China?» Sin embargo, entre las clases di-
rigentes españolas «ha prevalecido el error absurdo y escanda-
loso de que el trabajo, la industria y las artes no corresponden sino
a las gentes de bajo nacimiento; y que degradan a los que han te-
nido una distinguida cuna» Ese insulto derivó de perpetuación
de la hidalguía con la acumulación «en el hijo primogénito por
un capricho vago, todos los bienes, riquezas y títulos honoríficos
de cada una de las casas; y que los otros debían buscar la fortuna
en la carrera de las armas, o en el estado eclesiástico, sino qui-
siesen perecer de hambre. Error tan funesto, escándalo tan
monstruoso, ¿qué de males no ha producido en medio de la
nación española?» Tales ideas que revalorizaban el papel en la
sociedad de las mujeres ya las había defendido en su tiempo de
fraile en el convento franciscano de San Diego de La Laguna,
como ya vimos con anterioridad.

153
La libertad de prensa y su debate en las cortes
gaditanas. La persecución del Duende político
y su huida a Filadelfia

Sus planteamientos sobre libertad de imprenta se iniciaron


con un ataque frontal contra el absolutismo, que, con su in-
quisición política y religiosa, había declarado «la guerra a las
luces, y extendido y perpetuado en el suelo español la noche
profunda y tenebrosa de la ignorancia». Para él la razón y la
libre comunicación de las ideas, «el don más precioso que
hemos recibido de la naturaleza» los habían obstaculizado.
Se mostró favorable a la aprobación por parte de las Cortes de
la ley de imprenta. Más lamenta que ahora se denigre, De-
nuncia que «sus mayores panegiristas y protectores le mueven
ya una guerra espantosa y cruel y no con las armas lícitas, sino
con las prohibidas y aleves... Quisieran que fuésemos libres
en escribir, pero esclavos en pensar». Manifiesta que todo lo
que «no les acomoda o no les adula, es peligroso y ataca in-
directamente la libertad de la prensa. No conspira al bien de
la patria. Encierra pensamientos perniciosos. Fomenta la anar-
quía y ofende, mina, y compromete la seguridad del estado».
Con esas premisas «no hay método más fácil para tachar a
cualquier proposición y desunir aun las verdades más clásicas
de la Geometría y las del mismo Evangelio. Con fingir qui-
meras absurdas, y tomar lo blanco por negro, y lo negro por

154
blanco, todo está hecho, y no hay más que decir». Les acusa
de aprobar un reglamento en el que «la opinión particular de
tres o cinco individuos basta para calificar la de los escritores,
y para detener o estancar los conocimientos de una Nación
entera». Con tales poderes, tal «calificación arbitraria, por-
que no está sometida a leyes precisas y sencillas, no será dic-
tada por el interés parcial, por el influjo de las pasiones y por
los caprichos vagos de la fantasía». Subversivo, sedicioso, re-
volucionario y otras semejantes se convierten con ello en
«anatemas equívocos y aterradores, o con todos ellos a un
tiempo». Su oposición a tal reglamento era frontal por en-
tender que «el juicio del modo de pensar de tres o cinco in-
dividuos» prevalecía sobre el de todo un pueblo, con lo que
se levantaba el cetro de la tiranía sobre la opinión pública. Al
depositar tal potestad en tan pocas personas estaremos siem-
pre «bajo las vicisitudes de la sorpresa o del terror». Al ser
nombrados los de la Junta Suprema por las Cortes y los pro-
vinciales por la primera estaban propiciando su conversión en
«una inquisición política y tiránica a la devoción del go-
bierno» Si la ley de imprenta nació para ser el contrapeso del
poder de las Cortes, «¿quién ha de contener los excesos y tro-
pelías del poder judiciario?» Claro está que el ejecutivo. ¿Y
quién ha de velar sobre los deberes de este, y obligarle a seguir
una marcha constante y vigorosa, pero cedida siempre a la es-
fera de sus atribuciones? Todos sabemos que deben ser las
Cortes. Sin embargo, al quedar libres y absolutas, abrirían el
camino de la tiranía. Este el punto de vista esencial del dis-
curso liberal de Cabral de Noroña: «la opinión pública ex-
plicada dignamente por la libertad de la imprenta, es el poder
venerable que ha de servir de contrapeso a la marcha de la re-
presentación nacional». Es preciso poner al Congreso a cu-
bierto de todos los peligros y establecer «el más perfecto

155
equilibrio entre los poderes sin que pueda el uno absorber al
otro y preparar por este medio la esclavitud del pueblo».
En el ambiente liberal del Cádiz de las Cortes Cabral de
Noroña no podía permanecer impávido ante los aconteci-
mientos. La defensa de la libertad de prensa y la demanda de su-
presión de la Junta de Censura le convertían en un peligro para
los sectores más conservadores. Llegaba incluso a deslegitimar
los estudios universitarios anclados en la escolástica y opuestos
a la razón y la ciencia: «Un miserable curso en nuestras oscuras
Universidades es el bello caudal de sus luces. ¿Qué saben ello de
crítica, de filosofía, de historia, de política, de derecho natural,
de ...? ¿Y juzgan más de lo que no entienden? ¿Por qué se ha de
haber establecido que tres de los nueve individuos que compo-
nen las provinciales sean eclesiásticos? No lo comprendemos».
Antonio Cano Manuel, fiscal del Consejo Real y más
tarde, en 1811, ministro de Gracia y Justicia, presidente del
Tribunal e incluso interinamente secretario de Estado, estaba
dispuesto a declarar una abierta ofensiva contra un órgano de
prensa que juzgaba subversivo y peligroso. Se dirigió a las Cor-
tes el 9 de junio con una acusación contra el número 11 del
periódico. En ella lo calificó de infamatorio y subversivo y lo
incriminó por excitar a los españoles «a un vigoroso estre-
mecimiento»175. El clérigo reaccionó y envió al Congreso el
10 de junio de 1811 una representación que da a la luz en El
Duende Político. En ella refirió que «no había ninguna má-
xima en dicho periódico que no se halle en los labios de todos
los buenos españoles, en los papeles públicos y en el mismo dia-
rio de Cortes». Denunció que Cano Manuel se había «decla-
rado enemigo implacable de la libertad de la imprenta, porque

175
Reprod. en El Conciso nº13. Cádiz, 13 de junio de 1811.

156
no le acomoda el acento majestuoso de la verdad, ni la ruina
o descrédito de los abusos, vicios y arbitrariedad tiránica de
los tribunales y desorden y apatía ministerial», al defender la
Recopilación abolida por la nueva Carta magna, lo que era
manifiestamente anticonstitucional. Le imputó como posible
afrancesado, ya que «todos los que se han juramentado al ser-
vicio del usurpador, y ejercido empleos bajo el gobierno in-
fame de Murat y de José Bonaparte, no son dignos de figurar
en nuestra insurrección sublime, y menos de dirigirla; y el Fis-
cal Cano Manuel dirá si no se halla en este caso». La sospecha
de haber jurado fidelidad a Napoleón era latente. En 1808 era
alcalde de casa y corte y había obtenido permiso de Murat el
22 de mayo de ese año para trasladarse a Santander.
En esa plena cacería de la prensa liberal más radical se
abordó también la denuncia del Duende Político en las Cortes.
El 31 de enero de 1811 había acontecido el intento de censu-
rar El Robespierre español. Editado en Cádiz por Pedro Pasca-
cio Fernández Sardino, al que se detuvo el 7 de agosto de ese
año, la dirección recaería desde su número 11en su cónyuge, la
portuguesa María del Carmen Silva, con inserción de origina-
les de su esposo.
El fiscal del Consejo Real Antonio Cano Manuel dirigió el
11 de ese junio de 1811 una representación en que se quejaba
del rotativo de Cabral. Al no encontrar impresor para su
Apéndice al número 9 del Duende político, debido a la escasez
de imprentas en Cádiz, el 14 envió una carta al Conciso pi-
diendo su publicación, lo que el periódico efectuó en su su-
plemento del 20 de junio de 1811. En ella se dedicaba a rebatir
una carta de Calvo de Rozas, dada a la luz en ese número, sobre
la suerte que había acontecido con su texto El patriotismo per-
seguido a traición por la arbitrariedad y el despotismo. Cano Ma-
nuel acusó a Calvo de falsedad en sus planteamientos y a

157
Cabral de haberle apoyado sin crítica previa. Al publicarla,
daba a entender que no entendía lo que era la libertad de im-
prenta. Entendía que con ello refrendaba sus puntos de vista
y actuaba también con ligereza y falta de imparcialidad. Es-
timó infundada la acusación que se efectuó contra su persona
en el 12 de ese rotativo, que lo enjuiciaba como un enemigo
de la libre expresión de las ideas176.
Asimismo Antonio Cano Manuel redactó el Apéndice a los
números 12, 13, 14 y 15 del periódico titulado el Duende, en
el que se defendió de los ataques de este periódico. En él se
contenía la anterior representación, cuya redacción había sido
estimulada por «la necesidad de mirar por el honor de las
Cortes y de todos los empleados públicos», su dictamen a la
Junta Central de 4 de octubre de 1809 favorable a la mode-
rada libertad de imprenta y otras posteriores. En ese rotativo
se le atribuía ser «enemigo implacable de la libertad de im-
prenta» Aseveró que eran falsas las imputaciones de ser ene-
migo de la libertad de prensa, cuando era notorio que la había
deseado y promovido y de haber servido a Napoleón, frente a
la que había representado al monarca pidiendo el examen de
su conducta política177. Concluyó su exposición manifestando
que por los documentos que presentaba conocería el público
sus ideas sobre tales libertades y si, constituido como fiscal del
Rey «podía transigir con los que han abusado de ella y aco-
modarme a sus desahogos acalorados sin faltar a los favores
que me impone tan distinguida confianza y autorizar con el si-
lencio las heridas mortales que han hecho al mayor poder que
tiene la nación». Manifestaba que la opinión pública había

176
El Conciso nº20. Cádiz, 20 de junio de 1811.
177
El Redactor General nº49. Cádiz, 2 de agosto de 1811.

158
sido dividida por El Duende y «otros que, proclamándose en
sus impresos sus más celosos defensores, son los primeros dés-
potas que la esclavizan, que no la dejan otro camino que el
que ellos la señalan y que anatemizan a los que se apartan de
él, tratándolos como enemigos e interesados en sostener por
esa divergencia la arbitrariedad tiránica de los tribunales y des-
orden y apatía ministerial»178.
Cabral se atrevió a anunciar su reimpresión. Llegó a pu-
blicar una tajante crítica a los miembros del tribunal al decir:
¿Qué saben ellos de crítica, de filosofía, de historia...? ¿Y juz-
garán de lo que no entienden?179. Pedro Gordillo, el diputado
grancanario que había sido portavoz del Cabildo permanente
de su Isla natal frente a la Junta Suprema de Canarias, le cono-
cía de sobra. En su discurso de 25 de junio de 1811 expresó su
convicción de que las Cortes debían negarse a tales abusos por
atacar directamente la libertad de imprenta. El consejo de re-
gencia debía estar persuadido de que no era su competencia
suspender la publicación de un periódico que clasificase por sí
mismo de subversivo. El diputado era bien crítico con esa in-
tromisión gubernamental por atentar contra la división de po-
deres. Las Cortes efectuaron su debida separación, «confiriendo
el ejecutivo al Consejo de Regencia, el judiciario a los tribunales,
y reservándose el legislativo, con la superintendencia o inspec-
ción suprema sobre los otros dos poderes». Si se daban esos
poderes al ejecutivo se atentaba contra la libertad, ya que
«única e indivisible la justicia, sólo inexorable contra los que

178
CANO MANUEL, A. Apéndice a los números 11, 12, 13 y 14 del periódico titulado El
duende. Cádiz, 1811, pp. 20-21.
179
Cit. en LA PARRA LÓPEZ, E. La libertad de prensa en las Cortes de Cádiz. Valencia,
1984, p. 112.

159
violan los sagrados pactos de las sociedad, pugna a la razón, a
la equidad y al buen sentido que se oprima la seguridad indi-
vidual del ciudadano antes que conste la infracción de la ley o
sea convencido de delito». Él no encontraba ningún delito en
ese periódico por no temer manifestar a la faz del mundo que
sus expresiones son las mismas que se han dictado en el seno de
esta respetable Asamblea, que son el fiel eco de las que vierten
en los puntos más concurridos de este pueblo, el órgano de la
voz general, y el punzante despertador que llama imperiosa-
mente la atención del Congreso. Mas, obediente, se doblegó al
imperio de la ley y lo sometió al juicio de la Junta de Censura.
Cabral no se amilanó y siguió publicando El Duende polí-
tico hasta su número 16 de julio de 1811. En los siguientes
ejemplares de esa publicación siguió defendiendo la libertad
de prensa y arremetiendo contra Antonio Cano Manuel. En
su número 14 describía como se querían imponerle límites
por parte de las Cortes: «sus mayores panegiristas y protec-
tores le mueven ya una guerra espantosa y cruel y no con las
armas lícitas, sino con las prohibidas y aleves... Quisieran que
fuésemos libres en escribir, pero esclavos en pensar». Por ello
lamenta que «toda proposición que no les acomoda o no les
adula, es peligroso y ataca indirectamente la libertad de la
prensa. No conspira al bien de la patria. Encierra pensamien-
tos perniciosos. Fomenta la anarquía y ofende, mina, y com-
promete la seguridad del estado». Con el reglamento y sus
limitaciones se reforzaba los enemigos de libertad de imprenta
y a pesar de ello se quejaban. Al depositar todo el poder de de-
cisión de lo que era o no correcto en «la opinión particular de
tres o cinco individuos basta para calificar la de los escritores»
se derivaba en una calificación arbitraria que podría ser «dic-
tada por el interés parcial, por el influjo de las pasiones y por
los caprichos vagos de la fantasía». Los censores jugarían con

160
conceptos como subversivo, revolucionario o sedicioso, cuyos
límites reales no estaban fijados, por lo que «a la proposición
más sólida, más evidente, más pura y más útil se puede opri-
mir con uno de estos anatemas equívocos y aterradores, o con
todos ellos a un tiempo. A más de que no comprendemos
como el juicio del modo de pensar de tres o cinco individuos
haya de prevalecer contra el de todo un pueblo. ¿No es esto le-
vantar el cetro de la tiranía sobre la opinión pública? Si tres o
cinco hombres son los árbitros absolutos de ella y del entendi-
miento de todos los españoles ¿qué hemos adelantado?» De
esa forma nos encontraríamos peor que antes, ya que «la razón
más poderosa que se oyó en el Congreso Nacional para san-
cionar la ley de la libertad de la imprenta, fue que el poder de
ésta, como intérprete de la opinión general del pueblo espa-
ñol, debía ser el contrapeso del poder de las Cortes». Si estas
quedan sin ningún contrapeso y libres y con hegemonía abso-
luta «podrán exaltar la silla de la tiranía, y cometer todos los
abusos de que sea capaz la debilidad o la ambición humana».
Para él «la opinión pública explicada dignamente por la li-
bertad de la imprenta, es el poder venerable que ha de servir
de contrapeso a la marcha de la representación nacional», ya
que debí ponerse a cubierto de todos los peligros. En definitiva
Cabral exponía algo ciertamente revolucionario frente a los lí-
mites trazados por el Congreso: «debiendo ser independiente
y libre, la opinión pública lo debe ser también la imprenta, que
es el órgano por donde ella se hace conocer». Con un tribunal
sometido a ellas se cercena la libre expresión, por lo que pro-
pone que tales magistrados fuesen elegidos por la población, ya
que «no deberían depender de otra autoridad, ni podrían ad-
mitir empleos ni honores del poder ejecutivo, ni de las Cor-
tes. Su magistratura debería ser independiente y establecida de
modo que ni los prestigios brillantes del favor, ni el humo de

161
las pasiones mezquinas pudiesen comprometer ni manchar
nunca la pureza de sus juicios; y como su autoridad seria tem-
poral, no podría amenazar ningún peligro».
En su número 15 prosiguió con su contumaz batalla por la
libertad de prensa. En él desacredita a los jueces togados que
para él «son de las clases que más odia el pueblo, y que por sus
vicios, ineptitud, preocupaciones, y encontrados intereses han
perdido la confianza genera». Hace suya la proposición de
Gordillo y arremete frontalmente contra ellos denunciado su
corrupción y depravación, llegando a decir de ellos que «la
ignorancia ha poblado los tribunales desde que el licencioso
favorito (Godoy) miró las togas como la recompensa de sus
aduladores, y de los que por intrigas, dinero o bajezas infames
las solicitaban en medio de la prostitución y los escándalos.
Un miserable curso en nuestras oscuras universidades, he aquí
todos sus estudios y todo el caudal más bello de sus luces; u-
nas cortas y vagas nociones del derecho español, mezcladas y
embrolladas con el de los romanos». Solo «la Soberanía en
el pueblo, y la Religión Católica, nos parecen las dos leyes fun-
damentales de la Monarquía. Estas dos bases son y deben ser
inviolables, el pueblo español no las quebrantará jamás». Pero
todo lo demás debe ser objeto de libre discusión. Puso como
ejemplo de las limitaciones con que se atentaba contra ese sa-
grado derecho en el proceder de Cano Manuel; «un escritor
habló contra el procedimiento de la Audiencia de Sevilla y con-
tra otros ministros y empleados. El fiscal Cano Manuel expuso
que este modo de hablar era subversivo de las leyes fundamen-
tales de la Monarquía. La Junta Provincial de Censura dijo lo
contrario, mas la Suprema, donde abundan los togados, y
donde existe el mismo Cano Manuel, sostuvo la opinión de
éste; y salió en la Gaceta del Gobierno anunciado como sub-
versivo el escrito de que tratamos». Este magistrado es el que

162
insistía en el carácter revolucionario del nº11 de El Duende
Político. Sin embargo «todo el público ilustrado y todo el
Congreso Nacional, a excepción de pocos individuos, sostie-
nen y claman, que nada hay de subversivo en las proposiciones
del Duende; que todas expresan verdades clásicas y notorias,
aunque amargas a los déspotas, a los egoístas, y a los malvados,
pero Cano Manuel dice, que son sediciosas, subversivas, y des-
comunales». No cabe duda que con la radicalidad de sus opi-
niones y con el poder alcanzado por Cano Manuel en las
Cortes y en la Regencia estaba cavando su tumba.
La campaña de Cabral de Noroña en pro de la libertad de
imprenta chocó con los intereses de los sectores más conser-
vadores, que defendían la creación de un tribunal de policía y
un control más riguroso de la prensa. Se le acusó en conse-
cuencia de jacobinismo y de provocar continuamente a las cla-
ses dirigentes del país. Sus permanentes ataques al Gobierno
le llevan a ser objeto de busca y captura, para ser puesto preso.
Así lo señalaba el periódico el Redactor General. Pero Cabral,
como en otras ocasiones, no quería repetir la experiencia de
ser conducido de nuevo a la cárcel y decide poner la mar por
medio, no quería repetir la experiencia anterior y huyó hacia
los Estados Unidos. El Tribuno del Pueblo español diría al res-
pecto que «el mismo que en esta ciudad publicaba el Duende
político; y perseguido, por ser su autor, se fugó de esta plaza
el año último, por evitar que lo sepultaran en un calabozo»180.
Ese mismo periódico liberal, al hablar de un incidente entre la
Gaceta de Gobierno y los periódicos la Abeja y el Conciso por
indiscreciones de éstos señalaba su expatriación en estos tér-
minos: «De resulta de este incidente, ¿Veremos otro Cabral

180
El Tribuno del pueblo español nº5. Cádiz 17 de noviembre de 1812.

163
de Noroña (alias el Duende Político) que tenga que atravesar
los mares para ir a sostener con su pluma en un país extranjero
la Constitución española»181.
El Redactor General de 16 de noviembre y El Diario Mer-
cantil del 22 de ese mes se hicieron eco de un impreso deno-
minado Reprimenda de un periódico difamado a los periódicos
vivientes sobre el mezquino silencio que han observado acerca
de las sordas pasiones que se han hecho de algunos ciudadanos y
acerca de la conmoción popular en las Cortes el 26 de octubre. En
él, se lamenta su mutismo sobre la persecución y expatriación
del editor de El Duende Político. La respuesta del primero fue
que su falta de implicación se debía a su desconocimiento y no
«un servil temor porque no le conocen»182. El segundo alu-
dió a que su amigo El Duende, «portador de esta misiva», le
explicaría con más extensión las causas que obligaban «a tus
vivientes compañeros a guardar un silencio extraño es verdad,
pero forzoso». Mientras que el supuesto experiodista en su
sepulcro no tenía que vérselas «con tan fiero vestigio como
por este mundo sublunar revolotea». Su suerte, como la del
padre franciscano Rico o la del Robespierre, constituían
«ejemplos vivos de que todos abandonan al caído, de que
todos quieren oír las verdades cuando se dicen con aquel en-
mielado tono que arrulla y alaga, y nadie, sin excepción,
cuando se producen con el acre que aguija y escuece». En-
tendía que mientras que el público se mostrase tan pasivo ante
los atentados contra la libertad, «pedir heroísmo será dar
voces en el desierto». Arremete contra los diputados llamados
liberales que descuidan la defensa de esa naciente libertad de

181
El Tribuno del pueblo español nº6. Cádiz 20 de noviembre de 1812.
182
El Redactor General nº155. Cádiz, 16 de noviembre de 1811.

164
imprenta, pese a ser inviolables, y callen ante tales agresiones.
Finaliza su análisis expresando que, además de las apuntacio-
nes anteriores, otras te las podría decir El Duende «y el buen
juicio que en vida tenías y aun conservas en muerte te sugiera,
sacarás las cosas que callo». Ironiza al respecto al indicar que
todo estaba dado a la diabla por aquí y que no había «más
que francmasones, pues según el discreto Censor tenemos más
de 300,000 en España, jansenistas hay más que moscas, filó-
sofos como agua, opinionistas, termino inventado por El Cen-
sor y comparsa, a puñados». Su post-data refleja jocosamente
que se aseguraba que su papel enviado desde las riberas del
Cocito marchaba camino de la Junta de Censura, por lo que,
ante este hecho «¿hemos de clamar los periodistas. Guarda,
Pablo, todavía me acuerdo del refrán: cuando la barba de tu ve-
cino veas pelar, echa la tuya a remojar»183.Varios días después
El Redactor General reprodujo una carta firmada por S.S.S.C.
en la que este asevera que la huida a Filadelfia de Cabral de
Noroña aconteció «por evitar contestaciones, que él sabría si
podrían o no serle satisfactorias»184. Finalmente, terció en la
polémica en ese rotativo articulista que firmó el 19 de di-
ciembre como M.J., quien lo distinguió como patriota y sos-
tuvo que eran falsas las aseveraciones del anterior, a quien
denomina oráculo C., que era «bien demostrable la pesquisa
judicial que se practicó para la aprehensión de su persona, que
estaba ya decretada»185. Todo ello era un termómetro del
clima reinante y de las limitaciones existentes hacia la libre ex-
presión que condujeron al eclesiástico luso al exilio.

183
El Diario Mercantil de Cádiz. Cádiz, 22 de noviembre de 1811.
184
El Redactor General nº164. Cádiz, 25 de noviembre de 1811.
185
El Redactor General nº188. Cádiz, 19 de diciembre de 1811.

165
El mismo Cabral desde Filadelfia relató el 8 de febrero de
1813 como se había originado esa persecución y como se vio
obligado a refugiarse en esa ciudad norteamericana: Refirió
la delación a las Cortes de un número de su periódico, su de-
bate en las Cortes y se devolución a la Regencia, encargada de
cumplir el reglamento de libertad de imprenta. De ella pasó,
«según pude rastrear», a la junta provincial de censura, que
declaró no haber nada que pudiese condenarse. Sin embargo,
se trasladó a la Junta Suprema de Censura, «de que eran vo-
cales el mismo delator y sus amigos y colegas» donde, al pa-
recer, se falló contra ese papel, que fue comunicada al juez del
crimen. Esto último lo infirió «así por los efectos que fueron
el de haber caído el mismo alcalde o juez del crimen repenti-
namente sobre la imprenta y puestos públicos a recoger todos
los ejemplares del número delatado de mi periódico y el de
haber ido con su ronda a mi casa a las doce de la noche. Por
fortuna, entonces no me hallaba en casa y por fortuna se me
comunicó prontamente esta novedad» ante el quebranto del
reglamento y de «la ley santa de la libertad y seguridad indivi-
dual de los ciudadanos españoles» con el objeto de perseguirle,
decidió entonces apelar a «a la Ley Suprema del Derecho Na-
tural» con su embarcación a los Estados Unidos186.

186
A.H.N. Estado. Leg. 5555.

166
Entre el apoyo a la emancipación americana y
el servicio al colonialismo español: sus contra-
dictorias actividades en Filadelfia (1811-1819)

En una época de transformaciones y de drásticos cambios po-


líticos como la vivida en la etapa de las guerras de indepen-
dencia de la América Española, las ideas y las actitudes políticas
e ideológicas de aquéllos que fueron partícipes de esos acon-
tecimientos no pueden ser miméticamente analizadas en fun-
ción de la reproducción de dogmas preconcebidos. El estudio
de la trayectoria de Cabral de Noroña en los Estados Unidos
en una época trascendental para el desarrollo político del con-
tinente americano debe partir de unas premisas alejadas de una
dialéctica maniquea de bondad o maldad según nuestras sim-
patías a una determinada causa, e interpretada en función de
los complejos cambios sociales, culturales e ideológicos que se
estaban produciendo en los años en los que le tocó vivir.
Cabral de Noroña arribó a Filadelfia en 1811 huyendo del
Cádiz de las Cortes, en el que era perseguido por su abierta
oposición a la política de la Regencia. La elección de esa ciu-
dad norteamericana como exilio no tiene nada de casual. Se
constituye como una fiel expresión de las transformaciones po-
líticas, culturales e ideológicas que acontecían en aquellos tiem-
pos en ambos lados del Atlántico, en los que las nuevas ideas

167
liberales y anticoloniales postulaban la modificación de los sis-
temas sociales tal y como hasta la fecha se conocían sobre una
sociedad que ineludiblemente ya no sería la misma. A pesar de
la excesiva importancia que se le ha dado tradicionalmente a la
influencia ideológica francesa o inglesa, se puede constatar que
la huella de las angloamericanas parece hoy un hecho incon-
trovertible, particularmente en el terreno de la libertad de con-
ciencia, tan íntimamente unido a la francmasonería.

Cabral desembarcó en el puerto de Filadelfia en un mo-


mento especialmente decisivo para la suerte final de la Amé-
rica Española. Mientras que la metrópoli, invadida por las
tropas francesas, parecía agonizar, restringida a la ciudad de
Cádiz y a la protección que le brindaba la marina inglesa, los
grupos sociales dominantes criollos ante la ausencia de legiti-
midad de la autoridad constituida española, que no reconocen
en la Regencia emprenden su compleja y diversa marcha hacia
la ruptura de los lazos coloniales con España. Caracas y Bue-
nos Aires se convertían en los más decididos paladines de ese
movimiento emancipador. Filadelfia era por aquel entonces
el principal centro económico y político de los Estados Uni-
dos, aunque sobre el papel Washington era la capital. Allí re-
sidía Luis de Onís, el no reconocido embajador de España
(hasta 1815 Estados Unidos no asintió a Fernando VII como
autoridad legítima de España). En ese poderoso emporio que
vivía años de esplendor se refugiaban o iban a pedir ayuda nu-
merosos líderes de la independencia y representantes de los
estados emergentes con los que Cabral convivió.
En ese clima de agitación política revolucionaria Cabral
entabló relaciones con un viejo conocido de su época del
Puerto de la Cruz, Telesforo Orea, el tinerfeño que represen-
taba en los Estados Unidos a la Primera República venezolana

168
y que trataba de que esa nación financiase económica y mili-
tarmente su causa y especialmente con el ex-diputado de las
Cortes de Cádiz por Santo Domingo, el cubano José Álvarez
de Toledo, que se había erigido en la cabeza visible de esos nú-
cleos independentistas que desde ese territorio y con la mi-
rada siempre atenta del gigante del Norte trataban de crear la
República de Las Floridas o comenzar desde Texas la lucha por
la independencia de México. En ese marco, entre aventureros
e idealistas de todos los países y de todas las patrias, unidos por
una romántica idea de emancipación de la América Española,
Cabral decide tomar partido por la causa independentista. Era
una atmósfera en la que las contradicciones ideológicas bullían
a flor de piel y en la que un liberal radical como el madeirense
debía tomar partido. No era estrictamente un independentista,
ni como tal debería ser caracterizado, sino que asumía en su
persona toda la complejidad de un pensamiento liberal en las
precisas circunstancias en las que él arriba a Filadelfia. El régi-
men despótico de la Regencia Española, la ausencia de legiti-
midad en la monarquía en el continente americano, la
profunda trastocación del Imperio español acaecida a conse-
cuencia de la invasión napoleónica, todo ello avalaba su iden-
tificación con la causa independentista que se erigía como
portadora de la soberanía nacional. La Primera República ve-
nezolana había apostado por un régimen de libertades con-
forme al modelo que él pensaba más adecuado rompiendo
con una España que se estaba haciendo añicos.
Cabral entró, pues, en contacto con los insurgentes cara-
queños y decidió poner su pluma a su servicio. En una época
en la que la prensa y el panfleto se convierten en poderosos
elementos de opinión pública, particularmente entre las élites
dirigentes, la polémica y siempre hábil pluma del portugués es
un arma que todo sector de poder debe tener a su favor o por

169
lo menos maniatada. Por su correspondencia particular con los
rebeldes caraqueños, una parte de la cual salió a la luz pública en
la Gaceta de Caracas de 10 de Marzo de 1812, se puede cons-
tatar esa colaboración. En una carta dirigida a uno de los más
destacados dirigentes de la revolución venezolana y publicada
en las páginas de ese órgano de prensa de la Primera República
diría Cabral que «es demasiado melancólico para todo cora-
zón sensible que el pueblo más valiente de Europa se vea sacri-
ficado por un Gobierno infame y depravado que le ha reducido
al último período de su agonía política. Yo publicaba en Cádiz
un periódico titulado el Duende Político, y, como soy incapaz
de adular y de mi pluma no salían sino verdades terribles y amar-
gas a los tiranuelos y malvados, trataron de conspirar contra mí,
tuve por conveniente dejar aquel malvado suelo. Estoy aquí es-
perando el desenlace de los acontecimientos políticos de Es-
paña y de América para elegir un asilo; yo lo elegiría en este país
se reestablece la calma y se consolida el nuevo Gobierno»187.
En esta última idea es muy sintomática de su actitud. Re-
sume en su persona las expectativas y las contradicciones de
un grupo de individuos que para la vox populi pueden ser
considerados como «filibusteros» o aventureros, pero que en
el fondo reclamaban creerse portadores de una nueva con-
cepción del mundo. Ególatras, personalistas, partidarios de
cambios sociopolíticos, pero glorificados en una minoría se-
ductora que creía culta y cuyo orgullo les hacía ver a las cla-
ses bajas de la sociedad como portadoras de una ignorancia
y una superstición generalizadas. El diplomático español Luis
de Onís, en su correspondencia particular con su hijo Mauri-
cio, agregado a la embajada española en Londres lo describió

187
Gaceta de Caracas de 10 de marzo de 1812.

170
en Filadelfia a su arribada el 12 de enero de 1812 como inte-
grante de ese tropel: «La suerte no ha querido que vengan aquí
sino pícaros: el Duende, el diputado Toledo una caterva innu-
merable de esta calaña, de suerte que es un infierno y cual no
puede pasarse otro»188. Sin embargo la plasmación cotidiana de
sus ideas debe ser comprendida a tono con sus circunstancias.
Cabral, pese a su radicalismo sobre el papel no era «el aventu-
rero bélico» que tanto abundó en las incursiones independen-
tistas de esa época. Era lo que se podría considerar un intelectual,
cuya labor debía ser emprendida desde la tranquilidad de un es-
critorio. Partía de una concepción universalista de transforma-
ción de las estructuras socio-políticas bajo el imperio de la razón
y de la ciencia, que por esas mismas características sólo debía ser
realizada por un grupo reducido de personas preparadas capaces
de dirigir a buen fin el proyecto político de transformación so-
cial que lleve al poder a una burguesía emprendedora y supera-
dora de las trabas feudales que obstaculizaban el progreso
científico y económico y la soberanía de la nación, en beneficio
del clero y las élites agrarias tradicionales. Pero su mundo ideal
universalista en el que cabían criollos y europeos se derrumba
ante el peso de la realidad. Su liberalismo cosmopolita tropezó
muy pronto con las divergencias y los intereses encontrados, pero
también con su propia necesidad de subsistir que está estrecha-
mente ligada con su obligación de definirse, de tomar partido
entre las diversas opciones en conflicto.
Trató de impulsar la publicación en Filadelfia de un periódico
de tirada mensual en el que intenta plasmar sus ideas, El Cosmopo-
lita sensible o el Duende en América. Editó un prospecto en inglés

188
Reprod. en DEL RÍO, A. La misión de don Luis de Onís en los Estados Unidos (1809-
1819). Nueva York, 1981, p.223.

171
y español en el que manifestó que su proyección giraría en torno
a «la situación política de Europa y en particular de España y
Portugal, la serie de acontecimientos más notables en aquella her-
mosa península, las acciones y sucesos militares que merezcan la
atención pública, el carácter y la conducta en el gobierno, el es-
tado de la administración y sus recursos, las causas ciertas de su he-
roica defensa y las de sus desgracias, todo lo que presente más
digno en observar la suerte y vicisitudes de la Europa y las de Amé-
rica, fijando el juicio en datos seguros y un criterio imparcial sobre
las noticias de ambos hemisferios, desenvolviendo la verdad entre
la espesa nube de voces y especies vagas de supuestas y ficciones
absurdas que siembra la ligereza y la malignidad». Junto con la
vertiente política, como ilustrado amante de la razón y la ciencia,
no podían estar ausentes «las obras de literatura y los progresos
o descubrimientos útiles en las artes y ciencias, añadiendo sobre
cada uno de sus extremos las reflexiones más adecuadas con la
dignidad y el tono incorruptible de la filosofía». El citado pros-
pecto lo redactó apenas recién llegado a Filadelfia el 14 de sep-
tiembre de 1811. La suscripción era de 6 pesos fuertes por año,
debiéndose pagar un trimestre por adelantado en un trimestre en
la librería de los señores Bradford & Inskeep, calle 3ª, en la del
William Duane, calle del Mercado nº998, y en la casa del editor
en la calle 4ª nº95. Es significativa su temprana relación con este
editor de ascendencia irlandesa que asistió a Benjamín Franklin
Bache en la edición de Philadelphia Aurora, el órgano del partido
jeffersoniano, dirigiéndolo desde su muerte en 1798. Jefferson
atribuyó su victoria a la influencia de este rotativo189.

189
PHILLIPS, K. T. William Duane, radical journalist in the age of Jefferson, Nueva York, 1989.
LITTLE, N. Transoceanic radical, William Dane: National Identity and Empire 1760-1835. Lon-
dres y Nueva York, 2008. Su interés por Hispanoamérica le llevó a visitar Colombia en 1823.

172
En el periódico Philadelphia Aurora apareció durante más de
treinta días entre septiembre de 1811 y marzo de 1812 este pros-
pecto, publicado tanto en inglés como en francés, lo que es una
prueba evidente de la financiación con que Cabral fue sostenido
durante aquella época, dados los altos costes que representaría su
inserción en el más importante medio de prensa de Filadelfia y
sin duda de los más decisivos e influyentes de los Estados Uni-
dos. En 1812 aparece un folleto titulado A todos los que habitan
las islas y el vasto continente de la América española: obrita cu-
riosa, interesante, y agradable seguida de un discurso sobre la in-
tolerancia religiosa, firmada por El Amigo de los Hombres que,
aunque sin autor, por diversas razones consideramos que pudo
salir de su pluma, por su estilo, su redacción por una persona
que afirma no pertenecer al continente americano, sus concep-
tos acerca de la soberanía nacional y la libertad de conciencia y
la certeza que nos da la publicación en Philadelphia Aurora con
fecha de 16 de junio de 1812 de una noticia que indica la proce-
dencia gaditana de su autor. Como subraya Nicolás Kanellos, el
seudónimo era necesario porque, y más en esa atmósfera, su autor
era casi con seguridad un ciudadano español, y como tal sujeto a
represalias por las ideas revolucionarias vertidas. Es reseñable al
respecto que su intención al darlo a la luz fue introducirse de
forma clandestina en los círculos de opinión independentistas
con los que estaba en esos momentos conectando190.
Además, fue editado en la imprenta de André Joseph Bloc-
quers, destacado miembro de la masonería de rito escocés191,

190
KANELLOS, N. (Ed.). En otra voz. Antología de la literatura hispana de los Estados
Unidos. Houston, 2002, p.396.
191
El Soberano Gran Consistorio del rito escocés estableció un Gran Consejo de Prínci-
pes Sublimes del Secreto Real en el estado de Pennsylvania. André Joseph fue nombrado

173
que había sido hacendado en el Santo Domingo Francés, de
donde había huido con su hermano Luis Augusto, e impre-
sor en la parte española de la isla durante la dominación fran-
cesa. Se había trasladado en 1800 a la colonia española de
Santo Domingo, por esas fechas transferida a Francia por el
tratado de Basilea, donde se convirtió en su primer impresor,
dando a la luz en ese año una novena para implorar la protec-
ción de María Santísima por medio de la Virgen de la Alta-
gracia. Permaneció allí hasta que en 1809 se vio obligado a
abandonar la isla a consecuencia de la expulsión de los fran-
ceses del país, decretada por el general Juan Sánchez Ramírez
durante el asedio de la tropa dominicana de 1808 a 1809192.
Entre 1811 y 1820 ejerció como impresor en Filadelfia193. En
su taller de esa ciudad portuaria se editaría más tarde una obra
de Álvarez de Toledo Contestación a la carta del Indio patriota
con algunas reflexiones sobre el diálogo entre el entusiasta libe-
ral y el filósofo rancio y su Delación al Género Humano o Res-
puesta al Fraile de la Habana, que era exponente de la amistad
que tenía por aquel entonces con el cubano José Álvarez de

inspector general adjunto para ese estado y representante del Gran Consistorio Soberano (FOL-
GER, R.F. The ancient and accepted scottish rite in thirty tree degrees known Hitherto under the
names of the rite of perfection, the rite of heredom, the «ancient scotish rite», the «rite of kilwin-
ning» and last as the «Scotish rite, ancient and accepted». A full and complete history with an ap-
pendix. Nueva York, 1887, p. 172).
192
RODRÍGUEZ DEMORIZI, E. La imprenta y los primeros periódicos en Santo Do-
mingo. Ciudad Trujillo, 1944.
193
Publicó allí la Abeille Americaine entre abril de 1815 y 1816. Con anterioridad había edi-
tado el Courier francais, iniciado por Parent, que se había retirado al no poder cumplir su promesa
de continuar imprimiendo libros en francés e inglés. La gaceta fue continuada por Allain, Bloc-
querst y Wilson hasta principios de junio, y por Allain y Blocquerst solo hasta el 3 de julio de
1798, cuando dejó de publicarse (HEBERT, C «Publicaciones francesas en Filadelfia en la era de
la Revolución Francesa: un ensayo bibliográfico». Historia de Pennsylvania vol. 58 nº1, p.54).

174
Toledo, al que había conocido en Cádiz como diputado su-
plente por Santo Domingo, en unos momentos en los que las
relaciones entre ambos eran muy estrechas.
El texto, que ha sido atribuido por varios autores a Álvarez
de Toledo194, por ignorar la estrecha conexión entre ambos,
podemos descartar tal autoría por su estilo en las dos partes
que lo conforma. Aparece firmado el 10 de diciembre de 1811
en una fecha en la que Cabral de Noroña estaba en estrecha
conexión con los partidarios de le emancipación hispanoa-
mericana. Su primer apartado coincide tanto en la forma
como el contenido con las ideas vertidas por él en su artículo
sobre la América española de El Duende político gaditano del
que hemos hecho mención. Habla en él de la farsa de la polí-
tica ministerial de La Regencia. Parte de una crítica radical al
El Español de Blanco White, con el que se había enfrentado
frontalmente en su rotativo y de la obra escrita por Álvaro Fló-
rez de Estrada Examen imparcial de las disensiones de la Amé-
rica con la España, de los medios de su recíproco interés, y de la
utilidad de los aliados con España, que trataba sobre los asun-
tos de la América y los medios de reconciliarla con el gobierno
español de la Península, ambos impresos en Londres en ese
año. Frente a tales planteamientos reafirma sus posiciones:
que «los nuevos gobiernos de América han reasumido la au-
toridad soberana con el mismo derecho que los de la Penín-
sula y han convocado al pueblo de sus provincias para
comunicarle el estado de las cosas y remitir a su examen y de-
liberación el partido y las medidas que juzgase necesario
tomar en la crisis presente. El pueblo eligió con toda libertad

194
CORONADO, R. A world not to come. A history of Latino Writing and Print Culture.
Cambrigde, 2013, pp. 205-207.

175
sus representantes y delegó en ellos todas sus acciones y dere-
chos para que se acomodasen y estableciesen lo que fuera más
conveniente a su felicidad, anunciando por todas partes el
deseo de su independencia con el voto unánime y decidido
de la voluntad general». En segundo lugar reseña que la im-
posibilidad anunciada por «los declamadores asalariados del
partido ministerial o del extranjero se oculta a las luces de la
razón. La América española tiene en su mismo seno recursos
más poderosos y medios más felices para labrar y sostener su
independencia que los que tenía el pueblo anglo-americano
en un país ingrato, desierto, pobre y asolado».
Demuestra un gran conocimiento del medio americano al
plantear que «los negros y los mulatos, dicen los publicistas su-
perficiales que no juzgan las cosas sino por las ideas mezquinas
del espíritu de partido y por el ejemplo de la parte francesa de
Santo Domingo, serán siempre un escollo terrible para la inde-
pendencia de la América. Yo no alcanzo al fundamento sólido
de esta profecía. En primer lugar solo en la isla de Cuba, en la
de Puerto Rico, en la parte española de la de Santo Domingo,
en Caracas y en la capital del Perú hay un número grande de es-
clavos y de gentes de color, aunque menos del que se pondera,
pues aun en la isla de Cuba, que es donde abundan más, son in-
feriores al número de los blancos». Reseña el cálculo de Hum-
boldt de que había en «cada centenar de habitantes 54 blancos
y 46 de color», por lo que, separando de esta «el número cre-
cido de pardos libres, que confunden su causa y sus intereses de-
cididamente con los blancos, es visible la grande superioridad de
estos». El Cabral que se manifestó abiertamente contra la trata
de esclavos, como vimos con anterioridad, era consciente de que
fue un fracaso la libertad de un plumazo de los esclavos, la que
originó «entre otras cosas la que produjo los desastres espanto-
sos en la isla de Santo Domingo; y no faltan ni pueden faltar a la

176
previsión del entendimiento humano medios seguros para evi-
tar este mal». Incide de nuevo en su denuncia y muestra de nuevo
su animadversión a la Regencia gaditana: «Parece que este go-
bierno, confinado en un rincón de la Península española conserva
exclusivamente el talismán de estupendos prodigios, todo lo sabe
y todo lo puede desde aquel oscuro rincón; y de nada son capa-
ces los habitantes de la vasta y rica extensión del nuevo mundo».

Se muestran una vez más sus puntos de vista sobre el trato


otorgado por los españoles hacia los criollos; «La oposición
entre los españoles europeos y los americanos nace de otros
principios, que la política y la justicia deben pronto disipar y
extinguir. Los españoles europeos tenían una preferencia de-
cidida sobre los de América y desplegaban una vanidad y orgu-
llo insoportables, creyéndose de una especie superior a la de los
americanos. Ellos poseían todos los empleos honoríficos y todos
los destinos lucrosos en esta parte del mundo. Los especulado-
res y comerciantes eran los insaciables y desnaturalizados mo-
nopolistas, que bebían de la sangre de los americanos y los veían
perecer con semblante feroz y teñido en gozo. Los virreyes y
mandatarios del gobierno español autorizaban y protegían estos
horrores porque convenía tener en el abatimiento y la nulidad
a los hijos de América». Esa pugna cesaría en el momento que
concluyesen las causas que la originaba. Al verse los europeos
«al nivel de los americanos y obligados a hermanar con ellos
sus intereses, su existencia, sus derechos y su estimación».
Sus contactos con los revolucionarios venezolanos le lleva-
ron a decir que «Coro y Maracaibo, únicos puntos que obede-
cen al tirano de Puerto Rico, en el suelo de la confederación
venezolana, pronto abrirán las puertas a los reconquistadores de
Valencia y se reunirán llenos de gozo a sus hermanos». Sin em-
bargo, en julio de 1812 caía la Primera República de Venezuela.

177
La segunda parte de la obra es un canto a la tolerancia reli-
giosa y a la libertad de conciencia en plena concordancia con
su concepción de la filantropía y de la convivencia entre dife-
rentes religiones característica de la masonería. De ahí que ase-
vere que «la religión cristiana es de un origen y una institución
diferente, su Autor abrazó un plan mucho más santo, sublime
y grandioso. Quiso reunir a todos los hombres como herma-
nos, estrechando los lazos de la sociedad con el amor y los sen-
timientos más puros de la naturaleza. Tal es el objeto santo y
glorioso del Evangelio. Su religión es universal, sus máximas
comprenden a todo el género humano». En la misma medida
la fe no debe «confundirse o mezclarse con los intereses de la
tierra y de intervenir en la marcha de la política o en las combi-
naciones del sistema social. Jesucristo respeta y obedece a todas
las leyes y gobiernos, su reino, lo dice expresamente, no es de
este mundo y su doctrina, que eleva la imaginación a las pro-
mesas y maravillas portentosas del cielo, se ofrece por su misma
luz y belleza los que libremente quieren abrazarla».
Este segundo capítulo constituye un texto en las antí-
podas de los postulados de Álvarez de Toledo. Sin embargo,
refrenda los de Cabral de Noroña, que incluso llegaría a bos-
quejar al mismo Fernando VII en 1818, como veremos, un
proyecto colonizador de las provincias interiores de la Nueva
España en el que se debía potenciar el establecimiento de co-
lonos extranjeros sin importar sus creencias religiosas. Con
ello, a imitación de los angloamericanos, afirmó que estarían
«seguros a lo menos de que vuestras provincias permanecerán
despobladas y sumidas en la miseria; y que la ignorancia torpe
y melancólica no dejará de extender jamás sus alas denegridas
sobre vuestro hemisferio americano». Sostuvo que no de-
bían imitar «a las Cortes de Cádiz, a la imbecilidad y fana-
tismo vergonzoso de aquella Asamblea que parece un sínodo

178
compuesto de idiotas y de escolásticos pedantes y corrompidos
en el siglo XII».
Este manifiesto independentista curiosamente comparte
también grandes lazos en común con las ideas vertidas por
Cabral en El Diálogo sobre la independencia de América entre
el entusiasta liberal y el filósofo rancio, impreso como sus Re-
flexiones imparciales sobre la francmasonería en la rotativa de
Thomas J. Palmer195, en el que se opondrá a Álvarez de To-
ledo tras su ruptura, como tendremos ocasión de ver más ade-
lante. Lo que es indudable es la estrecha relación que entre
finales de 1811 y los primeros meses del año siguiente se en-
tabló entre los dos, por entonces ligados a ese activo grupo de
independentistas hispanoamericanos que desde Filadelfia
conspiraban contra la monarquía española.
Diego Correa, un tinerfeño enemistado con Cabral desde
la época de la Junta Suprema de Canarias, que había sido en-
viado a los Estados Unidos por el consejo de Regencia para
una esperpéntica misión cuyo objetivo era el asesinato de Na-
poleón con punto de partida desde Filadelfia y que escribió

195
Thomas H. Palmer (1762-1861) fue un impresor, autor y educador estadounidense.
Nacido en Kelso, Escocia, emigró a Filadelfia en 1801, estableciendo en esa ciudad una im-
prenta. Allí dirigió una imprenta por su cuenta y en colaboración con su hermano George
Palmer durante unos veinticinco años. Los Palmers imprimieron los viajes de John Melish,
un diccionario médico de John Redman Coxe, y la propia compilación de Palmer de docu-
mentos estatales y registros oficiales estadounidenses, Su hermano murió en 1817, y en 1826
Palmer se mudó a Rutland County, Vermont. En sus últimos años trabajó en la granja, se des-
empeñó como superintendente escolar, ayudó a fundar un liceo y una biblioteca modelo en
Pittsford y abogó por reformas educativas. Palmer escribió libros de texto y otras ayudas
educativas, incluido un manual para maestros de 1840 en el que evidentemente acuñó el
proverbio motivacional: «Si al principio no tiene éxito, inténtelo, inténtelo de nuevo». En
1853 se desempeñó como secretario correspondiente de Vermont. El trabajo final de Palmer,
un diccionario de nombres propios, no se publicó hasta después de su muerte.

179
unas objeciones al famoso manifiesto independentista de
Toledo, de tanta repercusión en la América española196, diría
que esa obra en buena parte se debía a su pluma. Esa idea con-
sideramos que hoy es indiscutible. Aunque Cabral más tarde
negaría esa imputación197, el propio embajador español, que
más tarde 1o utilizaría a su servicio, siempre pensó que en
buena parte se debía a él su autoría.

196
ALVAREZ DE TOLEDO, J. Manifiesto o satisfacción pundonorosa a todos los buenos
españoles europeos y a todos los pueblos de la América por un diputado de las Cortes reunidas en
Cádiz. Filadelfia, 1811. CORREA GORVALAN, D. Objeciones satisfactorias del mundo im-
parcial al folleto dado a luz por el marte-filósofo de Delaware Don José Álvarez de Toledo. Char-
leston, 1812. Las críticas a Cabral las publicó Diego Correa en el Constitucional de Madrid
de 3 y 7 de diciembre de 1820.
197
El Universal de Madrid de 14 de diciembre de 1820.

180
Un conspirador al servicio del gobierno
español, mas siempre un peligro público

Debemos comprender las circunstancias en las que Cabral se


vio obligado a subsistir en Estados Unidos. Asediado por
ideas e intereses opuestos que luchaban por ganarse su con-
fianza, pero antes que nada por la necesidad de sobrevivir, una
aparente indefinición sería su sino en aquellos días. Su ene-
mistad con el Gobierno español era todavía persistente, pero
el panorama político se estaba modificando en 1812, la situa-
ción en España parecía transformarse con la instauración de la
constitución liberal y la consolidación del régimen que com-
batía al invasor napoleónico. Por el contrario, la Primera Re-
pública de Venezuela, en la que tantas esperanzas de estabilidad
había puesto, parecía agrietarse y sucumbir ante el avance rea-
lista. Caracas cayó y Miranda capituló la rendición con Mon-
teverde. La inseguridad hacía presa de su situación y atenazaba
sus ideas. Con unos apoyos insurgentes cada vez más insegu-
ros e infructuosos, ve como su empresa periodística no tiene
futuro, pues necesita una inversión económica que él no posee
y al parecer se le han retirado los fondos que antes se habían
comprometido para dar publicidad al «Cosmopolita Sensi-
ble». En esos momentos de indecisión, el embajador español
Luis de Onís trata de atraerlo a su causa a través del comerciante

181
Francisco Caballero Sarmiento, antiguo amigo y protector de
Cabral, indicándole «la poca ventaja que sacaría de sus escri-
tos, como sobre los perjuicios que con ellos podría causar a la
patria y como estímulo le ofrece pagarle una pensión que ga-
rantizase su subsistencia, siempre que sus escritos no sirvan a
la causa independentista»198. En una misiva dirigida por el
diplomático a Eusebio Bardaji el 19 de septiembre de 1811le
expuso que se le había presentado allí cosa de ocho días. Le
explicó que se había visto obligado a emigrar allí por la per-
secución que se desató contra él por una crítica que había ver-
tido contra el fiscal del consejo Antonio Cano Manuel. Le
había enseñado el prospecto de su periódico con el que po-
dría abrir «un campo espacioso para decir mucho, tanto en
favor como en contra del gobierno de la nación y que, acaso
resentido por aquel antecedente, se desplegué en sus escritos
de un modo infamatorio y perjudicialísimo a la causa que de-
fendemos». Su preocupación esencial eran los intereses y ac-
ciones de la caja de consolidación, en la que sus deudores y
«otros muchos franceses sectarios que abundan en esta ciu-
dad pudieran aprovechar de la travesura e indigencia de este
individuo para publicar y decir cuánto les dicten sus miras».
Ante ese riesgo era esencial «ganar la arbitraria y terrible
pluma de este sujeto, con lo que se evitaría que derramase su
ponzoña en un periódico cuya lectura no perdona aquí nin-
guna clase de gentes sin distinción de sexos»199.
El gobierno español siempre desconfiaba de él. En princi-
pio se resistió a abonarle suma alguna. Bardaji le negó todo

198
AHN. Legajo nº 5555, expediente nº 12.
199
A.H.N. Estado. Leg. 5638, exped. 3.

182
auxilio en su respuesta de 11 de diciembre por considerarlo
«un tunante de profesión que ha huido de aquí temiendo el
castigo que según las leyes se le debía imponer por sus escritos
sediciosos». Un portugués de origen no merecía «protección
alguna de parte de la España, y, por lo tanto, no conviene que
V.S. le haga partido alguno, ni aun debe admitirlo en su casa».
Pero el activismo demostrado por las juntas insurgentes en
Norteamérica obligó a la Regencia a dar ese paso. Onís con-
testaría a Bardají ese mismo día que tales papeles habían sido
proporcionados por José Álvarez de Toledo, que recibía
mucha correspondencia de España y que dirigía a las Américas
y al gobierno estadounidense por medio de su ministro de Es-
tado Monroe «con quien está en estrecha correspondencia a
fin de persuadir que la España está perdida y del interés de los
Estados Unidos a promover las insurrecciones de este conti-
nente». La arribada de diputados de la junta de Buenos Aires
lo convertía en «uno de los instrumentos más perjudiciales a
la causa y más favorables a la revolución de las Américas». Pero
nada podía hacerse por la protección del gobierno y de las
leyes. Se encontraba trabajando en la publicación del que será
su célebre manifiesto, que había sido examinado por varios
franceses. Estimaba sorprendente que Cabral de Noroña se
había ofrecido a ayudarle en su redacción, pero «no se fía de
él hasta un cierto punto, ni lo admite según las noticias que he
podido adquirir, en sus secretos conciliábulos». En esos mo-
mentos la actitud de Noroña era la de la indefinición: «El con-
cepto que tiene Toledo es que Noroña ve las cosas, pero aún
no se ha decidido terminantemente a tomar partido»200. Onís

200
A.H.N. Estado. Leg. 5638, exped. 3. 5 de diciembre de 1811.

183
refirió que «hasta ahora se conduce regularmente, con todo no
me fío de él. Quería probar su modo de pensar encargándole
una impugnación de las publicaciones del cubano. La Regencia
decidió el 18 de febrero de 1812 subvencionar a Cabral con una
pensión moderada a su discreción. Sin embargo, dejó claro el 2
de abril de ese año que es sólo la habilidad de dicho sujeto lo
que se puede ganar, pues su conocido carácter moral no debe
inspirar confianza alguna». Admitió que «el manifiesto de To-
ledo tiene más de una plumada de aquel mismo impugna-
dor»201. Es un indicador de la forma con que debía manejarse
con el portugués «procurando sacar de sus luces y talentos el
partido posible sin de fiarse de su persona para otra cosa»202.
A partir de ese instante, dos obras le son encomendadas.
Por un lado, la crítica al cubano José Álvarez de Toledo, la
obra ya señalada Diálogo sobre la independencia de la América
española entre un entusiasta liberal y un filósofo rancio, en la
que desde una perspectiva liberal arremete contra el ex-dipu-
tado con suma habilidad. Expuso una concepción de la Amé-
rica española en abierta oposición a la independencia, pero
incorporando curiosamente numerosos elementos de ruptura
colonial, como «la asamblea general de la América española»
o «el voto libre de los pueblos», que contradicen el férreo
centralismo y escasa representatividad que la constitución ga-
ditana proporciona a las colonias hispanoamericanas203.
La absoluta libertad con que Cabral expone sus ideas no sa-
tisface por entero a Onís, pero su capacidad para demoler al

201
A.H.N. Estado. Leg. 5638, exped. 3.2 de abril de 1812.
202
A.H.N. Estado. Leg. 5638, exped. 3.2 de abril de 1812.
203
Publicado en Filadelfia en 1812.

184
adversario es una virtud que en estos momentos el gobierno es-
pañol necesita para desmantelar la causa independentista, pues,
como señala el diplomático, «podría decir mucho más y suprimir
algo, pero como se trata de poner en boca de un filósofo verda-
des al alcance de los más tontos y fanáticos, me ha parecido de-
berle dejar éste, con sólo correcciones (...). No puede dejar de
hacer en las Américas el efecto que ha hecho aquí de desconcep-
tuar el infame libelo de Toledo y a su autor hasta en el espíritu de
fanáticos de que abandona este país y de hacerse pasar por un
hombre que magnifica a su orgullo, vanidad e intereses»204.
La segunda obra que se le encomendó a Cabral, también
bajo pseudónimo, en este caso Verus, que ya había utilizado la
embajada española desde los tiempos del marqués de Casa-
Irujo, fue un folleto aparecido en inglés en 1812 y traducido
al castellano en el que se arremete contra la política expan-
sionista del Gobierno norteamericano hacia Florida y el oeste
y su interesada involucración en el conflicto entre España y
sus colonias. Esta texto, a pesar de que fue redactada como si
se tratara de un ciudadano norteamericano, siempre se consi-
deró en su autoría ligada a la pluma de Onís. Él mismo lo dio
como tal al reproducirla en su texto «Memoria sobre las nego-
ciaciones entre España y los Estados Unidos», publicada en Ma-
drid en 1820205. Se debió indiscutiblemente a su pluma, como
señaló en su correspondencia el propio embajador al manifes-
tar el 5 de julio de 1812 que «he hecho que Don Miguel Ca-
bral de Noroña escriba bajo el nombre de Verus, desenvolviendo

204
A.H.N. Estado. Leg. 5638, exped. 3.
205
ONIS, L. Memoria sobre las negociaciones entre España y los Estados Unidos de América
con motivo del Tratado de 1819. Madrid, 1820. 2 tomos. Reproducido en español en el tomo
II como apéndice.

185
las intrigas que de emplean para este fin (con que esta América fo-
menta la insurrección de nuestras provincias) y las que ha adop-
tado el traidor Miranda para esclavizar su patria»206. El 13 de
diciembre de 1817, en una carta a su hijo Mauricio, comentó que
acababa de darse a la luz un folleto, cuya traducción la había efec-
tuado un abogado americano ayudado por Cabral de Noroña,
«de suerte que está así, no tan buena como está el castellano, pero
pasadera». A pesar de tal labor ya había insistido el 24 de enero
de ese año a su vástago que mil veces había señalado que con-
venía colocar «en España a Cabral de Noroña, el Duende».
Le consideraba siempre un peligro público por su libertad de
pensamiento. Aseveraría que «este hombre, aunque yo le lo-
grado hasta ahora contenerle, puede ser aquí muy perjudicial,
y en España sería muy útil, porque en pagándole prestaría su
pluma al Gobierno y no tendría nada que temer de él»207.
Correa piensa que, al actuar de esa forma, Cabral se con-
vertía en «un agente doble que nos ha vendido a los americanos
y sin embargo ha escrito contra ellos sólo para aparentar»208.
Nosotros pensamos que es cierta esa aseveración, pues a la vez
trata de pactar con los dos rivales antagónicos y son las necesi-
dades económicas las que le llevan a vender su pluma al mejor
postor. Pero también juegan en ese pragmatismo los cambios ope-
rados en 1812 con una España que parece consolidarse. La tran-
quilidad es una idea que decide al portugués por servir a la causa
española. Onís desempeña un papel importante en ese cam-
bio de actitud con su exacto conocimiento de la psicología del
madeirense. El mismo señalaría que «conocí la importancia de

206
A.H.N. Estado. Leg. 5555, exped. Nº 12.
207
Reprod. en DEL RÍO, A. «Op. Cit.» p.238.
208
A.H.N. Estado. Leg. 5553 exped. Nº 6.

186
separarle de Toledo (...) y procuré comprometerle e indisponerle
con él, habiendo logrado con mi prudencia y maña no sólo en-
tibiar aquella amistad sino retraerle cuasi enteramente de su
fruto, he ido extinguiendo en él el deseo ardiente que le infla-
maba de empeñar sus talentos en desconceptuar nuestra Nación
en un país extranjero y atizar la llama de la revolución con sus es-
critos en nuestras posesiones americanas». Pero aun así le pre-
ocupa «su espíritu ostentador y por sus deseos de pasar en este
país por personaje de alta jerarquía ha tenido algunos choques
con él, no pudiendo su natural presuntuoso tolerar vista en este
país de una persona que le había conocido en el suyo y que estaba
enterado de sus conocimientos, conexiones y familia»209.
El 2 de septiembre de 1812, en la residencia del embaja-
dor español, se efectuó un acto de jura de la constitución de
Cádiz que concluyó con un discurso de Cabral de Noroña que
llegó a ser publicado en el Tribuno del pueblo español gadi-
tano210. En él atribuyó la causa de la decadencia de España a la
corrupción. Godoy y María Luisa son una vez más su dardo
favorito como símbolos de «la corte venal, prostituida y vo-
luptuosa que generalizó en toda la monarquía la depravación,
el abandono, la ignorancia y la pusilanimidad». La supersti-
ción y el despotismo cubrían toda la faz del imperio español
en el que «el favorito agota los inmensos tesoros de la nación,
destruye nuestra marina, vende las mejores tropas de nuestro
ejército, o hace de ellas un presente al infame Atila de Cór-
cega; y por último, sacrifica a la nación toda arrojándola en
los lazos y horrores que la preparaba el tirano de la Europa,

209
A.H.N. Leg. 5555, exped. Nº 12.
210
En El Tribuno del pueblo español nº5. Cádiz 17 de noviembre de 1812 y El Tribuno del
pueblo español nº6. Cádiz 20 de noviembre de 1812.

187
este hombre extraordinario, nacido para calamidad y opro-
brio del género humano». Frente a tal degradación, los espa-
ñoles, haciendo revivir la virtud y heroicidad de sus héroes
míticos, prefieren «la muerte a la dominación o esclavitud de
los Napoleones». La gravedad del desastre contribuye a exal-
tar sus nobles sentimientos hasta el punto de están «resueltos
a no dejar las armas hasta conseguir su libertad política, y
afianzarla sobre las bases más sólidas, permanentes, grandio-
sas y puras». En esa pugna emerge frente al despotismo y la ar-
bitrariedad del pasado emergía una «una valla majestuosa y
fortísima entre los vicios y empresas temerarias del despo-
tismo, y la insolencia y desórdenes funestos del fanatismo po-
pular». La constitución ocupa «un medio justo y sabio entre
el poder absoluto y la democracia, porque este medio es el
único que puede conservar ilesa la libertad del pueblo y ga-
rantizar sus derechos y sus intereses, su prosperidad y su glo-
ria». Con ella los españoles de ambos hemisferios son libres
e iguales ante la ley. La soberanía reside en la nación. La divi-
sión de poderes «los clasifica distintamente; y confiere a cada
uno la plenitud y la independencia, que deben reinar pro in-
divisa en las fracciones de la soberanía». Al depositar en el
monarca el poder ejecutivo, limita su poder al hacerlo depen-
diente del Congreso, «constituyendo entre una y otra el equi-
librio necesario para contener a cada una dentro de su esfera
propia, sin que puedan chocarse, y entorpecer el debido curso
de sus operaciones». En los tribunales elimina «la hidra pon-
zoñosa, feroz y aterradora de la arbitrariedad, y de la rutina,
obscura y parcial que los dominaba». La abolición de la tor-
tura elimina ese resto de «la antigua barbarie y como obras
ignominiosas de la violencia y de la estúpida ignorancia». La
libertad o puede enajenarse ni perderse, ya que se unió en so-
ciedad para conservar y defender ese don de la naturaleza.

188
Manifestó que la constitución de 1812 acabó con los opro-
bios del feudalismo al suprimir «exenciones, ni señoríos insul-
tantes a la dignidad de la especie humana, y a la grandeza del
carácter español». La religión católica se veía preconizada
como nacional , pero desnuda «de los abusos, supersticiones y
materialidades que las abruman y degradan, pero, como seme-
jante empresa corresponde a un concilio nacional, el Congreso
lo indica, y entretanto provee a esta necesidad, facilitando la
ilustración pública por medio de la libertad de la imprenta, y
por el restablecimiento de las ciencias exactas, la del derecho,
natural y de gentes y todas las otras que no osaban levantar su
cabeza en los días melancólicos del despotismo»211.
Cabral estimó que el texto constitucional era admirable
por sí mismo y el más hermoso de los que habían brotado en
las naciones cultas de Europa. Lo comparó con Suecia, que
«no estableció más que medidas ideales; quizá brillantes y li-
sonjeras al amor de la libertad, pero ineficaces, insubsistentes
y contradictorias» y con Francia, que con cuatro consecutivas
constituciones «no hizo más que repetir sueños incongruen-
tes, elaborados en la imaginación fosfórica de los entusiastas».
Plantea que el gobierno monárquico es preferible a los res-
tantes siempre que se limitase el poder ejecutivo del monarca.
Esas restricciones impuestas por la española eran similares a
las británicas, lo que «ha hecho al pueblo delas islas británi-
cas el más libre y el más respetable de la Europa». Se sentía
desengañado por el democratismo por derivar de él «las fac-
ciones, la anarquía y la dominación tiránica o la esclavitud del
yugo extranjero». Entendía que el bien absoluto no era factible,

211
«Op. Cit.».

189
pero que estimaba que el gobierno que disminuyese «mayor
suma de males, será siempre el más perfecto y el más apeteci-
ble». un pueblo reducido, laborioso y austero «podría tal vez
existir por algún tiempo bajo el sistema democrático; pero ni
este pueblo existe sobre la faz de la Europa, ni acaso ha exis-
tido jamás sobre la tierra». Las grandes naciones demandaban
uno «expedito, enérgico y pronto; y esto no puede realizarse
como tal sino en las manos de un solo hombre» ya que al di-
vidirse «entre muchos o pocos, se choca, se debilita, se entibia,
se paraliza». Sostuvo que con la constitución los españoles y
los americanos eran hermanos iguales en derechos. Ante esa
nueva realidad no cabían «el espíritu de insurrección y de tras-
torno, sembrado por los díscolos y ambiciosos» que se disi-
paría con ello al conocer los criollos que «su felicidad está
identificada con la de España; que su integridad, su libertad,
sus más preciosos intereses no pueden subsistir sino por medio
de su constante unión a la madre patria»212.
Todo lo veía asegurado por ese nuevo cuerpo legislativo
que «rinde su pecho a las dulces emociones de la ternura y
del gozo; y tiende los brazos afectuosamente a sus hermanos
de Europa», con lo que el imperio español se convertía en la
envidia de las naciones213.
Sobre ese texto, La Aurora patriótica mallorquina expresó
que el madeirense, «perseguido por el enemigo de la luz, se re-
fugió al asilo de la justa libertad», En su discurso «brillan a
porfía los sentimientos patrióticos, las gracias y bellezas de la len-
gua castellana, el odio a la tiranía, el respeto y la admiración a las
cortes generales y extraordinarias, el aprecio de los esfuerzos y

212
«Op. Cit.».
213
«Op. Cit.».

190
generosidad del pueblo español, constante en su propósito de
perecer o triunfar». La fascinación era más que evidente al su-
brayar que era un «hombre de luces y de energía» que «hu-
biera sido muy útil a nuestra causa si entre nosotros se supiera
sacar partido de los hombres que valen algo»214.
Estas últimas ideas de Luis de Onís son bien expresivas de
la mentalidad de Cabral y en buena medida una manifiesta
expresión de su personalidad. Su actitud revolucionaria se li-
mita al campo de la actividad literaria, no es un conspirador
abierto porque no tiene dotes para ello. A pesar de su radica-
lismo verbal, antes que nada quiere ver garantizada su estabi-
lidad y su seguridad económica. Por eso su indecisión ante el
apoyo a la causa independentista y su posicional servicio a la
monarquía española. Mas, sin embargo, el diplomático es
consciente que no podría retener a Cabral en Norteamérica
sin exponerse a que actué libremente con sus escritos y pan-
fletos causando un grave daño a las ideas realistas. Nunca
podrá ser totalmente controlado. Así, de forma anónima, en
1813 redacta un panfleto que será impreso en Filadelfia y pro-
cesado por la Audiencia de Santo Domingo en el que se opon-
drá a la campaña antimasónica desempeñada en la Habana
por un periódico de marcada orientación absolutista El Frayle
y tomará partido por la logia masónica que en esa fecha se
había constituido en ese puerto aprovechando la tolerancia
que la libertad constitucional gaditana en cierto sentido había
dejado para la libre actuación de la masonería.
El libre albedrío y la acentuada personalidad que confor-
man la personalidad de Cabral contribuyeron de forma deci-
siva a que la Regencia primero, y más tarde el gobierno

214
Aurora patriótica mallorquina nº32, 17 de enero de 1812.

191
absolutista de Fernando VII, impidieran su regreso a España,
a pesar de sus reiteradas insistencias de que se le asignase una
canonjía en La Habana o se le permitiese regresar a las Islas Ca-
narias. El miedo a los escándalos que pudieran resultar de su
presencia en las posesiones españolas pesó siempre para que
no se le autorizase el retorno. Pero, a la par del regreso, la ca-
racterización de su oficio como algo legalizado y legitimado
por la administración española. La Regencia señaló al respecto
el 26 de febrero de 1813 que trabaje «sin título agregado ni
cosa que indique empleo»215.
En el período comprendido entre 1812 y 1819 Cabral con-
tinuó al servicio de la embajada española redactando informes
sobre la situación de Estados Unidos y su actitud hacia las emer-
gentes repúblicas americanas y los territorios que de una forma
u otra entraban en su interés directo. Manuel Torres, español
de nacimiento y agente diplomático de Colombia, lo acusó de
intentar asesinarle en 1814 en estrecha colaboración con Fran-
cisco Caballero Sarmiento. Sentía que Onís le acosaba a través
de sus agentes secretos con tácticas detectivescas. Estimó que
ambos trataron de asesinarle. En una parte retirada de Filadel-
fia por la noche, de ellos el diplomático y sus amigos no tenían
la menor duda, los dos intentaron matarle. Entendían que des-
pués de ese atentado el comerciante fue particularmente favo-
recido por el representante español, lo que en su opinión el
propio ministro era el inspirador de esa trama216.
Su capacidad contrastada le lleva a realizar numerosas tra-
ducciones e informes jurídicos en todos los asuntos que emanan

215
IBIDEM, 26 de febrero de 1813
216
BOWMAN, C.H. «Manuel Torres, a Spanish American Patriot in Philadelphia,
1796-1822». Pennsylvania Magazine of History and Biography. 94 (1), p.39.

192
de la Embajada española en Estados Unidos, en unos mo-
mentos en los que esta juega un papel decisivo para la confi-
guración del panorama político tanto en las relaciones entre
España y los Estados Unidos en los contenciosos pendientes
(comercio de neutrales con los gigantescos negocios deriva-
dos de la entrada de barcos extranjeros en los territorios bajo
soberanía española durante la guerra. de la independencia y
anteriores contiendas con Inglaterra y la redacción de un tra-
tado, firmado más tarde por Onís en 1819 que fije los límites
supuestamente definitivos de los Estados Unidos con la venta
de la península de Florida), como en su reconocimiento de
los estados que surgían de la descomposición del Imperio co-
lonial españo1. Sobre estas actividades el diplomático diría
que Cabral de Noroña era muy valioso, pues, además de su
perfecto conocimiento del inglés y el francés, sus dotes «en la
jurisprudencia son dilatados y que sus ideas sobre dichos plei-
tos pueden ilustrar mucho a nuestros abogados»217.

217
A.H.N. Estado. Leg. 5555.

193
Ansioso por poner retornar

Cabral de Noroña quiso desde bien entrado el año 1812 ante


las dificultades de subsistencia en Estados Unidos retornar a
España o a cualquiera de sus colonias. El 5 de agosto de ese
año redactó un memorial en calidad de capellán que fue del
real ejército para que se le permitiese «la libertad de pasar a
La Habana y de poder solicitar mi subsistencia en ella o en
otro cualquier punto de los dominios de la Monarquía Cató-
lica en ambos hemisferios según lo exija la necesidad o con-
veniencia de mis lícitos intereses y asuntos». Luis de Onís lo
respaldó el 11 de agosto 1812 por no haber tenido otro medio
de subsistir que las pequeñas gratificaciones que le propor-
cionaba para su precisa manutención. Reflejó que no había
dado nada que decir ni ha chocado con nadie, excepto con
«don Antonio Gorbalán y esto es bien natural sucediese, co-
nociendo el genio de aquel de pasar por gran señor», que por
su influencia había roto con Álvarez de Toledo y «no ha to-
mado la pluma directa y aun creo ni indirectamente en per-
juicio de la patria». Planteaba que, para tenerle siempre
propicio y para «no llevarle al grado de desesperación en que
el hombre rompe todos los vínculos que le unen a la socie-
dad», se le podía asignar el empleo de capellán de la legación,
por cuyo medio «se lograría facilitar el auxilio espiritual de

194
que carecen cantidad de españoles que se hallan aquí y no en-
tienden la lengua, se le daría ocupación y se le tendría aún más
sujeto por este medio». En caso de no poder ser así debería fa-
cilitársele su regreso a España por ser muy perjudicial su total
abandono en el país o su traslación a La Habana, donde podría
causar mucho daño porque podría escribir en periódicos y con
ello ganar en esa sociedad influencia. No lo creía «un revolu-
cionario antes bien desea el orden y tanto teme la fermentación
que por más instancias y ofertas que le han hecho para ir a Ca-
racas y Buenos Aires me consta que nunca se ha querido meter
en aquellos países revolucionarios que teme más a nuestros
indígenas de América que a todos los europeos»218. Sin em-
bargó, contó con la negativa frontal de la Regencia.
El 8 de febrero de 1813 volvió Cabral a reiterar que se le ex-
pidiese pasaporte para regresar «España o a pasar a cualquiera
provincia de la América Española o Islas Canarias» Onís rei-
teró su apoyo. El 6 de febrero de 1813 había expresado que
era «el único español de los vagabundos y mal contentos que
han llegado de Europa que no me haya dado que hacer». Sin
embargo, en las dos ocasiones se le negó por la Regencia el
pase para ninguna de las provincias de la monarquía219.
El 10 de junio de 1813 Cabral de Noroña volvió a enviar
otro memorial. Onís recalcó su confianza en él el 16 de ese
mes. Aludió que poseía «el inglés y el francés y está adornado
de los talentos y conocimientos más distinguidos que ha dado
a conocer a España desde la época de nuestra santa revolu-
ción». No obstante, la Regencia, por su misiva de 11 agosto
de 1813 le mandó que continuase dándole trabajo «pero sin

218
A.H.N. Estado. Leg. 5555.
219
A.H.N. Estado. Leg. 5555.

195
título, agregación ni cosa que pueda indicar empleo, ni espe-
ranza de él», ya que era uno de sus mayores cuidados «liber-
tar a la nación de la plaga de empleados inútiles de cuya clase
hay ya demasiados». No teniendo proporción de emplearle
«ni en España ni en Canarias», debía seguir residiendo en
los Estados Unidos220. Se la ordenó reiterar que continúe dán-
dole que trabajar mientras tuviese en que ocuparlo,
Pero el sacerdote no cejó en su empeño. El 12 de febrero de
1814 expresó que había residido «en territorio de la monar-
quía desde el año de 1789 y he servido activamente al rey y la
nación española e desde el de 1793 hasta la época de mi salida
de Cádiz es 1811». Entendía que era indiscutible su pertenen-
cia a esa nación y que, por tanto, obraban en su favor la pleni-
tud de derechos correspondiente a todo ciudadano, por lo que
no se le podía negar «pasaporte poder regresar a España o pasar
a cualquier punto libre de la monarquía». A medida que pasaba
el tiempo su desespero se incrementaba. El 18 de mayo de 1814
escribió a Onís indicando que estaba «casi resuelto a dejar este
país y regresar a España con dirección a la corte para presentar
en ella al gobierno y atender a mis intereses y subsistencia».
Mas, no podía verificarlo sin su permiso y sin un auxilio eco-
nómico por la imposibilidad de costear por su cuenta los gastos
de su habilitación y viaje al carácter de cualquier arbitrio para
emprenderlo. El diplomático le contestó el 23 de mayo que, al
arribar a Filadelfia sin licencia gubernamental, era imprescin-
dible su beneplácito para salir del país, para lo que siempre le
había recomendado. Sobre el socorro para su traslado le pre-
ciso que estaba imposibilitado por la falta de fondos221.

220
A.H.N. Estado. Leg. 5555.
221
A.H.N. Estado. Leg. 5555.

196
El 1 de julio de 1814 Cabral de Noroña informó sobre las ra-
zones que le obligaban a emprender su viaje de retorno. La pri-
mera que la Regencia persistía en que continuase trabajando sin
título ni agregación. La segunda que los cortos auxilios sumi-
nistrados le impiden subsistir decentemente. La tercera motiva-
ción era que sus relaciones e intereses que hallaban en España.
Era notorio que ningún gobierno pudiera negarle el acceso salvo
que hubiese sentencia o ejecutoria en contra que le impusiese en
juicio «la pena de exterminio». Finalmente, que no había «co-
metido el menor delito en la faz de la tierra que puede ser res-
ponsable a la ley o a los hombres». La respuesta del embajador
Onís de 6 de julio insistía que no era posible contradecirle por
estar sus planteamientos fundados en el sagrado código nacional.
Por ellos «puede contar con el pasaporte luego que me indique
el nombre del barco y capitán que le conduzca, pero permítame
que dilate algún tiempo su partida mediante a que con la llegada
a Madrid de nuestro rey hay apariencia de que V.M. reciba no-
ticias favorables a sus pretensiones». Sabía que no disponía de
recursos, por lo que reiteró la imposibilidad de afrontar los gas-
tos. El 1 de agosto una misiva de Onís a José Luyando especificó
que el portugués había sacrificado la oportunidad de que un ca-
ballero pagase su viaje hasta obtener el beneplácito regio. Le ex-
presó que toda su ambición se limitaba «a tener una existencia
regular y a ser considerado entre los literatos». Lo primero era
fácil de proporcionárselo. De no lograr lo segundo, no podía
quejarse del gobierno. Solo sería perjudicial «si se lo exasperase
y se le obligase a vender su pluma indistintamente para subsistir
y en este caso sería más perjudicial aquí que en ningún otro
punto del globo»222.

222
A.H.N. Estado. Leg. 5555.

197
La consolidación del régimen absolutista en España a partir
de 1814 puso en abierta contradicción a Cabral de Noroña con
sus ideas políticas. Al igual que otros liberales se sentía insatis-
fecho con su labor en Norteamérica, que a la vez nunca veía su-
ficientemente reconocida y retribuida. Onís confesaba que no
podía contenerle y que su presencia se convertía en un peligro
para los intereses realistas, pero el gobierno se opuso en todo
momento a su regreso. En 1817 reclamó un patrimonio de tres
fincas que poseía en la isla de Tenerife por la capellanía que le
había sido legada por Catalina Prieto del Hoyo223 y que efec-
tuó por poderes desde Filadelfia, nos demuestra su preocupación
por regresar a las Canarias y tener en regla unas rentas con las que
subsistir en los últimos años que le quedaban de vida. Dio al co-
merciante portuense José Celestino Ventoso plenos poderes para
recuperarlo. Álvarez Rixo relató su interés por recoger las compo-
siciones que había escrito en Tenerife y que no había podido rete-
ner por las circunstancias en que se había producido traslado preso
a Cádiz en 1809, sin haber podido llevarse sus escritos. Ventoso fue
encomendado por este «para que le recogiese las (composiciones)
que había esparcidas en este Isla, de las cuales no conservaba copias,
y se las remitiese». El historiador portuense reseñó que en Fila-
delfia «tenía escrita parte de una Historia de España, cuyo ma-
nuscrito enseñó a don Miguel de Arroyo un joven ilustrado de
este Puerto, que recibió en dicha ciudad en 1815, quien no se pon-
deraba de ponderar la elocuencia de su dicción. Pero no supe re-
ferente a qué período era la obra»224.

223
A.H.P.T. Protocolos notariales. Legajo 3867. Puerto de la Cruz, 14 de abril de 1817.
Poder a José Celestino Ventoso, sustituido el 13 de mayo de ese año por Manuel Quintero,
vecino de Garachico.
224
B.U.L.L. Fondo José Agustín Álvarez Rixo. Floresta provincial.

198
El 1 de abril de 1817 Luis de Onís escribió al secretario de
Estado José Pizarro desde Washington, aludiendo la exigencia
de Cabral de Noroña de aumento de su pensión, le sugirió que
por «su talento, su instrucción y sus conocimientos, su faci-
lidad para escribir con energía y elegancia, su posesión del in-
glés, portugués, español, latín, francés e italiano le harían un
hombre precioso en la biblioteca de Su Majestad para sacar
apuntes, formar memorias o traducciones». El sueldo o pen-
sión de 50 pesos que le suministraba con aprobación regia no
le permitía mantenerse con dignidad, por lo que estimó acre-
edor al aumento que imploraba. Se aprobó la entrega de «un
poco más con esperanzas pues no es tiempo de que venga ni
es posible aumentar gastos». El 7, mostrando su estrecha
amistad al llamarle «querido Pizarrito», le comentó que el
sacerdote le había pedido una carta de recomendación y que
la había ejecutado con gusto «porque en honor de la verdad
su conducta desde que está aquí ha sido la más pura hacia el
gobierno». El 22 de marzo de 1817 volvió a reiterar la con-
secución de un pasaporte por pasar libremente a cualquier
punto fiel de la Monarquía. Reiteró sus servicios a la Corona
«desde el año desde el año de 1794 inclusive como capellán
de los regimientos de Nápoles y Ultonia» y que se hallaba
«sin empleo y sin recompensa alguna de sus servicios cuando
rompieron las convulsiones políticas de España y quedaron
extinguidos aquellos dos regimientos, el uno reformado en
Galicia y el otro destruido en las acciones de campaña en Ca-
taluña». El gobierno se opuso en todo momento a su regreso
a España o a cualquier territorio de la Monarquía. El 17 de
agosto desde Palacio se le respondió que no se había «tenido
a bien acceder a su solicitud sino que es su soberana voluntad
que ve prevenga a su ministro en los Estados Unidos cuide no
se introduzca en nuestras posesiones dando cuenta de lo que

199
se observe, pues este sujeto fue procesado por haber tenido
parte en varios alborotos en Canarias y, conducido a Cádiz
fue allí autor del papel sedicioso titulado El Duende Político,
por el cual se le formó también causa, pero se fugó repentina-
mente y se cree pasó entonces a los Estados Unidos, en donde
se halla, teniéndose noticias extrajudiciales de que es religioso
secularizado». La secretaria de Estado replicó a esa drástica
decisión. Indicó que «todo eso se sabía y que los méritos muy
importantes posteriores han motivado las recomendaciones,
pero en el ministerio solo consta lo antiguo»225.
Cabral de Noroña volvió a reiterar su petición el 10 de di-
ciembre de 1818 de pesar a Cuba con la misma pensión que
ya disfrutaba atendiendo la falta de salud que sufría por un
clima tan riguroso como el de Filadelfia226. Pero para enton-
ces el gobierno ya estaba pensando en enviarle a Inglaterra
para que diese a la luz El Observador.

225
A.H.N. Estado. Leg. 5555.
226
A.H.N. Estado. Leg. 5555.

200
Su propuesta a José Pizarro sobre el
poblamiento de las regiones septentrionales
de nueva España

Una evidencia de que Cabral de Noroña actuaba por su cuenta,


escribiendo folletos y memoriales sin importarle los proble-
mas que podría originarle lo muestra su propuesta a José Piza-
rro para su traslado al Rey sobre el poblamiento de las regiones
septentrionales de la Nueva España. Redactado en Filadelfia
el 25 de mayo de 1818227, tenía como objetivo la denuncia del
expansionismo norteamericano en la región comprendida
entre el río Mississippi y el istmo de Panamá y especialmente
la englobada antes del río Grande y su ineludible colonización
como única vía para evitarlo. Atribuyó al gobierno y al pueblo
su ansia «por extender su dominio desde el Mississippi hasta
el istmo de Panamá y por señorear a los dos mares que bañan
las regiones del nuevo mundo». Con gran visión refrendó
que la situación era en estos momentos crítica porque esa re-
pública veía factible en esos momentos tales proyectos por
«la convulsión en las provincias de la América española y la de-
bilidad en que se hallan las naciones europeas».

227
A.H.N. Estado. Leg. 5555.

201
La región más expuesta en su opinión era Nueva España. En
ella existía una región extendida entre Luisiana y «anchurosa,
fértil y amena que tiene la extensión cerca de 250 leguas marinas
de este a oeste y que corre desde el sur hasta el círculo polar del
Norte. Una multitud de ríos navegables, en cuyas riberas se ele-
van hasta las nubles las más frondosas arboledas, ofreciendo ma-
teriales copiosos para la construcción naval, para todos los usos
domésticos y para los de la agricultura y fábricas, atraviesa a lo
largo de esta deliciosa región por entre valles y praderas magní-
ficas. La Naturaleza vierte en ellas sus más bellos dones. Las plan-
tas crecen sin contribución del brazo humano con lozanía
admirable y en copiosa abundancia. Ganados de toda especie
cubren las campiñas y cerros de este hermoso país. El clima es
benigno y suave, y la tierra se presta con la mayor facilidad en su-
cesivas cosechas y con poco trabajo, a todas las producciones de
América y de Europa. Los ríos que la bañan y la hermosean son
capaces, la mayor parte de embarcaciones grandes, y tienen sa-
lida al mar. Todo parece ofrecer allí la mayor ventaja para las ri-
quezas de la agricultura y para las del comercio y la industria». Sin
embargo, su principal inconveniente es que se encontraba desierta,
abandonada e indefensa, lo que ha activado la codicia norteame-
ricana por ocuparla. Con perfecto conocimiento y precisión es-
pecificó que, al tiempo que se fortificaban extendían «su vista
ambiciosa hasta la capital de Nuevo México, tratan con Las dife-
rentes naciones de indios que habitan el país; siguen con ellas un
tráfico sumamente lucroso, roban sus ganados, principalmente
caballos, que son de excelente raza y en número prodigioso. Estos
mismos caballos, de que abunda el país, pueden servirles un día
para la invasión y conquista de México»228.

228
A.H.N. Estado. Leg. 5555.

202
Para obstaculizar tal expansión no servían los destacamen-
tos militares, que solo podrían sobrevivir a costa de gastos con-
siderables y serían inútiles en un territorio como este casi
completamente vacío. La firma de tratados y convenios con los
Estados Unidos era para él un pacto suscrito en vano porque
ese país no renunciaría a su adquisición por los beneficios que
le reportaría. Tales estipulaciones solo serían cumplidas por
poco tiempo ya que «ellos aprovecharían la primera ocasión
favorable para violarla. Una región tan feraz y deliciosa será
siempre el objeto de sus incursiones y demás empresas, mien-
tras que exista inculta y despoblada». La única posibilidad via-
ble para mantenerlos era la «de poblarlo con la mayor
actividad posible, porque los mismos pobladores, aumentando
sucesivamente su número y el valor de sus intereses, procurarán
defenderlo y conservarlo por poco que se les asista»229.
Era bien notable el conocimiento que Cabral tenía de los
avatares de la colonización de la región al abordar el estable-
cimiento de emigrantes canarios en San Antonio de Texas, a
los que «no se les señaló tierras sino más allá de San Antonio
de Béjar, a más de cien leguas de distancia del mar, y se les pro-
hibió al mismo tiempo el comunicar con él por los ríos, como
también el comunicar de modo alguno con México». Esa ab-
surda decisión los condenaba a vivir «dentro de un círculo
estrecho y sin salida» lo que les dificultaba su prosperidad
por la prohibición de conducir sus excedentes a los puntos
donde podrían encontrar un mercado. Como consecuencia
«cayó por sí mismo el establecimiento y nada se ha realizado
desde entonces para fomentar la población en aquellos fe-
cundos y hermosos campos» Aseveró asimismo que el tráfico

229
A.H.N. Estado. Leg. 5555.

203
con los indios había sido acaparado por «una compañía in-
glesa conocida por el de Planton en Penzacola y otra por el de
Morphy en Natchez y en Nacodoches han logrado monopo-
lizar, tiempo ha, las ventajas de tan fácil y lucroso tráfico».
Era, pues imprescindible la repoblación de esas tierras con la
potenciación de la inmigración de todos aquellos que quisie-
ren establecerse en ellas tanto españoles como extranjeros. Un
decreto regio podría convertirlos en «provincias florecientes
y opulentas, que servirán de antemural a México» y las con-
vertirían en su más bello dominio español en América. Para
ello debía abrirse a «esas oleadas de gente útil y trabajadora
que emigra de Irlanda, Suiza, Holanda, Alemania y otros pun-
tos» que no irían al «suelo ingrato y áspero de los Estados
Unidos», si tuviesen encaminarse a esta región fértil y amena.
Incluso se podrían aceptar «los habitantes de la Luisiana,
principalmente los extranjeros, los de la Acadia y los de Ken-
tucky, Georgia, Tennessee y otros Estados o distritos de la con-
federación anglo-americana»230.
Para ello era necesario dotarse de «un reglamento sabia-
mente proporcionado a este objeto favoreciese sus empresas y
las estimulase con la garantía segura de la libertad de disponer
su industria y trabajo, permitiéndoles la comunicación por los
ríos con el mar y por tierra con las provincias interiores de
México para la venta del sobrante de sus cosechas y de su in-
dustria y para la compra de lo que necesitan». Debía de tener
pocas restricciones «alzando o modificando en favor suyo el
rigor del sistema colonial, eximiéndoles de toda contribución
durante un período determinado de años y asegurándoles,
dentro de otro, el goce de todos los derechos, prerrogativas y

230
A.H.N. Estado. Leg. 5555.

204
privilegios de que gozan los españoles». Resulta significativa
su apreciación de limitar la opresión del sistema colonial. Al
mismo tiempo expuso que debía permitírseles el comercio con
el extranjero, pero solo en los puertos marítimos en que des-
embocaban sus ríos navegables. Con ello se restringiría el trá-
fico interior con los ingleses y los norteamericanos231. Tenía
pleno conocimiento de lo acontecido en Luisiana durante la
dominación española con la tolerancia hacia los inmigrantes
foráneos, especialmente a los acadianos. En esa gobernación
se había adoptado «un sistema franco y generoso y se permi-
tió la entrada y establecimiento de extranjeros bajo leyes sua-
ves y bajo una tolerancia benigna y conciliadora, como lo
exigía el interés de la misma provincia», un método que po-
dría servir de modelo para el reglamento.
El reparto de las tierras sería gratuito y en los lugares ele-
gidos por los colonos. Apunta algo significativo y revolucio-
nario difícilmente aceptable por la Corona: «las leyes
deberían doblegarse a las circunstancias y acomodarse por una
especie de tolerancia política al carácter y costumbres de los
nuevos colonos; y en fin cuanto puede brindar al interés en la
empresa de estos establecimientos, debería concederse y per-
mitirse de un modo solemne e inviolable». Expresaba nada más
y nada menos, aunque con un lenguaje morigerado para que no
chirriase en una mentalidad absolutista, que debía permitirse la
libertad política y de conciencia en la población inmigrante,
que era la vía para atraer pobladores de diferentes proceden-
cias y religiones. De esa manera se alcanzaría una cifra respeta-
ble de habitantes en el territorio comprendido entre la Luisiana
y México en el que fructificarían «el algodón, el azúcar, el añil,

231
A.H.N. Estado. Leg. 5555.

205
el tabaco, la cochinilla, el café, todos los granos frumenticios,
toda especie de ganados, la carne salida, la manteca y queso, y
las pieles y cueros serían entonces en este país tan favorecido
de la Naturaleza objetos de exportación copiosa para las otras
provincias de la América y para las islas de Cuba y Puerto Rico,
cuyos mercados dependen ahora de los anglo-americanos».
Reseña que en la actualidad los estadounidenses venden allí no
solo la harina sino la carne salada, los caballos y ganados que ex-
traen de las posesiones españolas232. Un proyecto que no cabe
duda no fue ni tan siquiera puesto en consideración por la se-
cretaria de Estado y por el monarca.

232
A.H.N. Estado. Leg. 5555.

206
Cabral de Noroña y la Masonería cubana

Cabral de Noroña, dio a la luz en Filadelfia una pequeña obra


que escribió en defensa de un taller cubano dependiente de la
Gran Logia de Pensilvania y en la que muestra abiertamente
sus ideas racionalistas y librepensadoras. El impreso en cues-
tión se llama Delación al Género Humano o Respuesta al Fraile
de la Habana233. Fue editado en 1812 en la imprenta de A. J.
Blocquerst, un destacado masón francés residente en Filadel-
fia, donde había publicado otros textos con anterioridad. Este
panfleto es indicativo del ambiente que se vivía en aquellos
momentos en los que sobre la Perla de las Antillas parecían
arreciar las nuevas ideas liberales. Respondió en esta obra a las
críticas que contra la masonería efectuaba un periódico de
marcada orientación absolutista El Frayle, publicado en La Ha-
bana. «A mi soledad llegó el rebuzno de un fraile», diría con
ironía. Al pesar de su título estaba redactado por hacendado
habanero, Francisco Montalvo y Ambulodi. Era hijo del valli-
soletano Lorenzo de Montalvo Ruiz de Alarcón, intendente

233
AGI. Audiencia de Cuba. Leg. 1826.

207
general de marina y conde de Buenavista y de su segunda
mujer Teresa de Ambulodi. Bautizado en La Habana el 26 de
mayo de 1754, fue teniente general de los reales ejércitos y te-
niente del rey en su isla natal. Ascendió a comandante del ter-
cer batallón de La Habana. Entró en el ejército en su juventud,
participando en la guerra de Santo Domingo. En 1795 fue
promovido al grado de brigadier. Fue uno de los opositores
de la Junta propuesta por Francisco Arango y Parreño Fue to-
talmente repudiado el proyecto por su presión amenazante.
Interrumpió su discurso y golpeó la mesa, afirmando que nin-
guna junta suprema o provincial sería instalada en La Habana
mientras que él viviera y portara la espada234 . Durante la frus-
trada rebelión de Aponte, en calidad de teniente del rey y su-
binspector general de tropas, presentó un proyecto para
asegurar la tranquilidad de la Isla con la formación de nueve
compañías de caballería con el título de Voluntarios de Fer-
nando VII. Desde el año 1813 fue gobernador y capitán ge-
neral del virreinato de Nueva Granada. En 1816 obtuvo el
nombramiento de Virrey. Tras la rebelión de esa región reci-
bió el nombramiento de jefe político superior el 30 de mayo
de 1813 para hacerse cargo del reino. Tras el pronunciamiento
en favor de los realistas de la ciudad de Santa Marta, arribó a
dicha ciudad el 2 de Junio de 1813 transportado por el Ber-
gantín «El Borja». Mantuvo para España la ciudad de Santa
Marta frente a dos sendas expediciones patriotas de Carta-
gena de Indias que, al mando del comandante Labatoud, fue-
ron enviadas para su toma. La guerra a lo largo del bajo Río

234
KUETHE, A, J. Cuba, 1753-1815. Crown. Military and Society. Knoxville, 1986,
pp.126 y 160. VÁZQUEZ CIENFUEGOS, S. Tan difíciles tiempos para Cuba. El gobierno
del Marqués de Someruelos (1799-1812). Sevilla, 2008, p.242.

208
Magdalena siguió con encarnizamiento por ambas partes, con
la quema de poblaciones y ejecuciones sumarias. Más tarde
durante los conflictos intestinos republicanos la ciudad de
Cartagena sufrió el asedio de Bolívar para someterla. En el
año 1815 fue ascendido a teniente general. En 1816, tras la
pacificación de Nueva Granada por parte del ejército expedi-
cionario de Pablo Morillo, a raíz de la restauración absolutista
de Fernando VII, recibió el 16 de abril de 1816 el nombra-
miento de Virrey. En 1818 regresó a España en calidad de
consejero de Estado, donde falleció en 1822235.

El madeirense hacía referencia a las actividades de una comi-


sión de las cortes gaditanas que versaba sobre el establecimiento
de una logia en La Habana denominada Virtudes Teologales. Des-
mintió que el objeto de la masonería fuera el derribar todo trono
y extinguir toda propiedad y arremetió contra esas ideas seña-
lando que hasta cuándo «sufrirán los hombres el imperio de-
testable de la superstición y el dogmatismo imprudente y
orgulloso de los fanáticos, que insultan a la razón y ultrajan a la
santidad y sabiduría del Ser Supremo. Todo el mundo sabe que
el objeto de la masonería es la beneficencia (...) Hacer el bien sin
ostentación, socorrer a los desgraciados y practicar las virtudes
más puras del Evangelio (...) Todos sus alumnos juran ser fieles
a la Religión, a la Patria y al Gobierno y a este sublime juramento
se añade el precepto inviolable de no hablar jamás en la logia
sobre materias de religión y política»236.

235
Sobre El Frayle véase HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. Liberalismo, masonería y
cuestión nacional en Cuba (1808-1823). Tenerife, 2012.
236
AGI. Cuba. Leg. 1826.

209
Cabral expuso magistralmente el programa ideológico de la
masonería y se opuso a las deformaciones que contra él se ejer-
cían: «Ya no es tiempo de calumniar de este modo». Proclamó
el carácter público de las logias en Francia, Alemania, Rusia e In-
glaterra y sostuvo que Roma las posee desde tiempo inmemorial
«y hubo Pontífices y Cardenales famosos por sus virtudes y ta-
lentos que se han gloriado de ser masones». Al margen de ser exa-
geradas estas ideas en lo que respecta a la extensión de los talleres
y la supuesta pertenencia de Papas y Cardenales, lo que quiso re-
flejar fue es el carácter de la masonería como algo público y no
contrario a la fe católica. Resumió las concepciones racionalistas
y liberales de un sacerdote católico que propugnaba la libertad de
conciencia. Refirió a este vocero del pensamiento absolutista que
no es a los pobres masones a quienes deben temer sino a la filo-
sofía: «Ella analiza y defiende las prerrogativas y derechos enaje-
nables del hombre, examina el pacto social, su objeto y sus bases
fundamentales, penetra en el laberinto de las instituciones reli-
giosas, descubre los fraudes y los vicios más vergonzosos bajo la
máscara de la piedad, ve profanado el nombre de Dios y degrada
la virtud de sus nobles sentimientos. Si Vd., gusta de coadyuvar a
la obra de los tiranos desenfrene su lengua contra la filosofía hasta
enmudecer a la razón y proscriba la verdad de toda la faz del
globo: Renueve con ellos el antiguo pacto que llenó de horrores
la tierra encadenando a los hombres por medio de leyes y orde-
nanzas feroces, sientan como esclavos el látigo terrible de vuestro
despotismo y nosotros dominaremos sobre su conciencia».
Este folleto, que atribuyó Moreno Fraginals a José Álvarez de
Toledo237, es indudablemente debido a la pluma de Cabral de

237
Reproducido en MORENO FRAGINALS, M. «José Álvarez de Toledo. Nuevos apor-
tes para el estudio de su vida». Revista de la Biblioteca Nacional de Cuba. 2 etapa n.º 1. La Ha-
bana, 1959.

210
Noroña por su estilo inconfundible y por la repetición exacta de
numerosos párrafos plasmada también en la otra obra del madei-
rense sobre el tema de la que hablaremos a continuación, sus «Re-
flexiones imparciales sobre la francmasonería». Demostró en este
opúsculo su profundo conocimiento sobre el papel que debía des-
empeñar dentro de la sociedad, que integra con coherencia den-
tro de las coordenadas de su pensamiento racionalista y liberal.
El estudio de las concepciones ideológicas de Francisco
Montalvo, vertidas en El Frayle, demuestran palpablemente
la disparidad de su proyecto socio-político para la Isla y la Na-
ción frente al del heterogéneo grupo liberal criollo. Junto con
conflictos personales y disidencias e interpretaciones contra-
puestas sobre la situación política que atravesaba la Perla de las
Antillas y las alternativas sobre su futuro, no cabe duda que
otro motivo de divergencia radicaría en su contrapuesta vi-
sión sobre el modelo político a desarrollar en ella. Montalvo
era, es irrefutable, un absolutista visceral.

211
Las reflexiones imparciales sobre la
Francmasonería

No tenemos constancia de la integración de Cabral de Nor-


oña dentro de la masonería. Pero era un perfecto conocedor
de ella. Seis años más tarde, en 1818, publica en español en
Filadelfia en la imprenta de Thomas Palmer lo que sería su tra-
bajo más logrado, sus Reflexiones imparciales sobre la franc-
masonería. A lo largo de treinta páginas analiza desde una
perspectiva crítica la historia, la práctica y los fines de esa ins-
titución, propugnando su reforma para adaptarla a formas
más acordes con las ideas racionalistas y liberales que debe-
rían ser características de su siglo.
Es una obra de madurez, desapasionada, pero profunda-
mente crítica, en la que con toda la capacidad de análisis que
le proporcionaba su catolicismo ilustrado trata de interrogarse
sobre los defectos que él aprecia en las instituciones masóni-
cas. La dedica a «todos los masones de la ancha superficie del
suelo angloamericano y en todos los países donde quiera que
habiten y profesen»238.

238
CABRAL DE NOROÑA, M. Reflexiones imparciales sobre la francmasonería. Fila-
delfia, 1818, p. 3.

212
Primeramente se pregunta por qué ese juicio contradicto-
rio hacia la masonería, aplaudida en unos países y despreciada
en otros. Por tal razón la quiso examinar por sí mismo, con-
siderando que ese objeto no era difícil en el país en el que re-
sidía. Reflexionaba del hecho de que «si las instituciones
masónicas han sido concebidas como por un esfuerzo gene-
roso de filantropía y son en todo conforme a las máximas su-
blimes de una filosofía pura, sensible, tierna y bienhechora, la
razón debe ser su guía y todo lo que es contrario o vergonzoso
a la razón debe considerarse indigno» y exterminarse239.
Esta es la cuestión medular del discurso de Cabral de Nor-
oña. Todo aquello que no es racional dentro de las institucio-
nes masónicas debe ser eliminado. El objeto de la masonería
es «la beneficencia, la práctica sublime de una caridad senci-
lla, afectuosa, universal, desinteresada y pura en todos sus as-
pectos». No obstante, subsisten en ella «instituciones y
prácticas que no han sufrido jamás el análisis y discernimiento
de la crítica, permaneciendo invariables en medio de las revo-
luciones del tiempo y los progresos de las luces que han enri-
quecido o rectificado a la razón en la masa de su conocimiento».
Esa falta de crítica ha originado abusos y contradicciones que
atraen el odio o el desprecio en todo el mundo. Sin embargo,
puntualiza aquí que ese rechazo no es el de aquel «fanatismo
ciego y tenaz que tantas veces ha encendido y fulminado sus
rayos contra la masonería» que desde el púlpito acusaba a los
masones de «ser precursores del anticristo, sodomitas, impíos
y malvados»240.

239
«Op. Cit.» p. 4.
240
«Op. Cit.» p. 5.

213
Como clérigo ilustrado, argumenta su diatriba «en el con-
cepto que ella sufre en el tribunal de la razón». Desde esa
perspectiva de análisis aprecia dos defectos principales: por
un lado el secreto «odioso y ridículo», puesto que «lo que es
bueno no necesita de ocultarse ni relegarse a las tinieblas» ya
que «si los masones profesan la luz, por qué la ocultan». Es-
tima que «la beneficencia y la caridad exigen que la manifies-
ten al público porque su esplendor no puede menos de servir
de consuelo, alivio y delicias al género humano».
Cabral defiende el carácter público de las logias y sostiene
que «si los masones respetan las leyes humanas, o la Religión
o las costumbres del país donde residen nada tienen que temer
ni que recatar»241. Además las ceremonias son conocidas por
los profanos y circulan entre el público, por lo que tal secreto
no sólo es irracional sino también vano y ridículo. Sólo puede
tener utilidad o justificación en aquellos países en los que es
prohibida por las leyes civiles o religiosas.
Por otro lado, su segundo defecto es el empleo de expre-
siones y alegorías que mezclan lo sagrado con lo profano, las
cuales «no pueden menos de parecer indecentes y ser cho-
cantes a la razón misma». Con realismo y con fina ortodoxia
racionalista, el sacerdote pone los puntos sobre las íes: este có-
digo es hijo de «la mística en los siglos del fanatismo religioso,
cuando la imaginación, remontándose a una esfera donde no
llegan los sentidos desnaturaliza las cosas más sencillas y se es-
pecializa en la región de los delirios y quimeras»242.
Para desvanecer esas supersticiones que considera heredadas
de los siglos de oscurantismo medievales, se detiene a abordar

241
«Op. Cit.» p.6.
242
«Op. Cit.» p.11.

214
críticamente la supuesta trama histórica de la masonería y con-
sidera todas esas leyendas como vacías de verosimilitud con
un «espíritu fecundo en cuentos y fábulas extravagantes» que
deben ser desterradas. Ante ese panorama, y esta es una idea
esencial en el pensamiento del portugués, debe convencerse a
«las gentes sensatas de la importancia y necesidad de una re-
forma absoluta de las instituciones y prácticas masónicas»243.
Su mensaje se centra en tratar de proporcionar a la masonería
una imagen creíble y racional, adaptándola a la racionalidad
de su siglo y haciendo tabla rasa de su supuesto pasado: «Es
innegable que dan a sus instituciones una antigüedad que no
tiene apoyo en la historia, ni en la tradición o monumentos
que puedan merecer fe a hombres que saben raciocinar»244.
Esas elucubraciones fantasiosas han originado unas cere-
monias «frívolas y con signos, alegorías y símbolos que nada
significan ya, continuando con el exceso de apropiarse textos
de la Biblia». La vertebración de las ideas masónicas debe sen-
tarse desde unos pilares en los que no entren para nada las dis-
putas religiosas, cimentarse sobre la libertad de conciencia y
de religión de sus miembros. Por ello convenía el destierro de
todas las referencias a la Biblia. La convivencia en el templo de
«gentes que profesan la religión cristiana, sea la católica ro-
mana, sea cualesquiera de las sectas formadas o sea la griega
cismática, nos obliga a no mezclar en instituciones humanas
los textos divinos de nuestro código religioso»245.
Se detiene minuciosamente a enjuiciar las causas que influ-
yen sobre la persecución de que es objeto la masonería. Refleja

243
«Op. Cit.» p. 11.
244
«Op. Cit.» p.14.
245
«Op. Cit.» p.17.

215
en este apartado que eran originadas por su carácter de socie-
dad secreta. En los países en que es permitida o tolerada esta
permisividad se fundamenta en que no se ve en ella nada per-
judicial a los pueblos o al gobierno y se aprecia el carácter qui-
mérico del secreto y la ignorancia y buena fe de los que se
ejercitan con esas frases escandalosas dentro de las logias.
También es verdad que otra de las razones, puntualiza, es que
el gobierno de los países en los que se prohíbe «es poco ilus-
trado, poco liberal y filantrópico». No obstante se reafirma
en el carácter dañino del secreto que da motivo «a calumnias
graves contra la masonería, y mientras él no sea suprimido o
exterminado para siempre habrá el mismo peligro hasta que la
razón reconozca la nulidad de los secretos y la extravagancia
pueril y absurda de sus símbolos y ceremonias»246.
El racionalismo burgués y elitista de Cabral de Noroña,
plenamente coherente con su pensamiento liberal, se basa en
sus interpretaciones sobre el papel social de la masonería. Sus
reflexiones al respecto son clarividentes. Sus comparaciones
entre la logia negra de Filadelfia y la culta, pudiente y refinada
burguesía de esa opulenta y mercantil ciudad de los Estados
Unidos nos proporcionan una de las claves de la interpreta-
ción que este clérigo liberal efectúa acerca de las relaciones
entre cultura y posición social. Con el desprecio altanero de
quien se cree portador de la verdad de la razón, con nítidos
prejuicios racistas, entiende que esa simbología es compren-
sible en una entidad formada por africanos «por la grosera
ignorancia y estolidez presuntuosa que caracteriza a estos seres
degradados de la especie humana», pero no entiende cómo se

246
«Op. Cit.» pp. 22-26.

216
da «en gentes nacidas y educadas en países cultos y de las que
pertenecen a un pueblo que se considera superior a los demás
por sus progresos en la civilización y en la filosofía práctica».
Esa brutal acepción prejuiciosa de Cabral es coherente con las
claves de un pensamiento racionalista, que desprecia como in-
munda la supuesta ignorancia supersticiosa de los «salvajes».
Sin embargo, en su concepción liberal son de gran interés sus re-
flexiones sobre las actitudes y las costumbres de un pueblo que
parece haber llegado al más alto grado de civilización: «El hom-
bre parece condenado a ser siempre lo que ha sido hasta ahora en
todos los climas y en todas las edades, un enigma incomprensible
en la Naturaleza, un animal de costumbres, ciego en sus opinio-
nes, inconsecuente en su conducta, idólatra de su razón y esclavo
de los errores y materialidades que ella condena»247.
Este magistral fragmento del pensamiento de Cabral, re-
bosante de escepticismo, es significativo en el pesimismo de
un sacerdote que ve frustrarse las ansias de ilustración y de
cambio cultural que pensaba posibilitaría una generación re-
volucionaria que supondría transformaría el mundo y daría
pie al hombre nuevo. En la masonería no adivina ese espíritu
renovador, liberal y filantrópico. Con manifiesto desengaño
rechaza las insignias y las distinciones. Propone una simple
medalla para cada sociedad. Sus críticas a una burguesía su-
puestamente benefactora, pero en el fondo ególatra, le lleva a
plantear la supresión «de los diferentes grados, el prurito cho-
cante de las insignias y los convites de los que se ha murmu-
rado y se murmura tanto aún». La consolidación de una
masonería auténticamente humanitaria y caritativa sólo puede

247
Ibídem, «Op. Cit.» p. 29.

217
realizarse a partir de una minoría cualificada y selecta de in-
dividuos que den prestigio y realce social a una institución
que por su carácter tiene que ser necesariamente elitista. Es
en definitiva la caridad laica del buen burgués, desprendido y
generoso ante los débiles la que asevera como más adecuada,
en consonancia con su pensamiento liberal: «La elección de
sus miembros –sostiene– debiera ser más circunspecta, sola-
mente personas respetables por sus virtudes, por sus talentos
y luces y por el carácter público, por su celo conocido a favor
de los desgraciados y por los medios que para socorrerlos ha
puesto la fortuna o la industria y el trabajo en sus manos, de-
berían ser admitidas en la sociedad de la masonería refor-
mada». Sólo entonces «esta profesión sería mucho más digna
de las bendiciones del Supremo Arquitecto y honrar a la razón
que ahora denigra con sus quimeras y puerilidades»248.
Concluye Cabral de Noroña refiriendo que su deseo era
inspirar a los francmasones «en cualquier punto de la tierra la
noble resolución de abandonar sus ritos pueriles y sus miste-
rios absurdos y rectificar la masonería sobre principios lumi-
nosos y prácticas sencillas conformes a la razón y dignas del siglo
en el que vivimos, una institución que reducida simplemente a
su objeto verdadero puede ser útil a la sociedad en todos los
países»249. La singularidad de su ideología radica en su con-
cepción abierta y heterodoxa de la que bebieron los sacerdo-
tes liberales españoles y que alcanzó una particular influencia
en Canarias, Archipiélago en el que la hegemonía de este sec-
tor del clero era bien palpable. Separación de Iglesia y Estado,
libertad de conciencia y religión, racionalismo y catolicismo

248
Ibídem, «Op. Cit.» p. 29.
249
Ibídem, «Op. Cit.» p. 29.

218
ilustrado desprovisto de las supersticiones introducidas en los
años llamados de fanatismo religioso y oscurantismo, fueron
sus principios doctrinales, de los que Cabral se imbuyó y con
los que se identificó a lo largo de toda su vida. Desde esa cohe-
rencia asombrosa, a pesar de las contradicciones y avatares de
una vida difícil y no exenta de excentricidad, podemos enten-
der las claves del discurso que vertebró sobre la masonería, rei-
vindicador de una visión reformada de la misma conforme a
su punto de vista racionalista y liberal, que diese pie a una ma-
sonería libre de leyendas, signos y supersticiones que irradiase
filantropía hacia la sociedad y que no continuase siendo el re-
fugio de las lacras que supuestamente rechazaba. Aspiraba a
una de corte elitista y burguesa que, desde la firmeza y solidez
de su carácter y solvencia, pública difundiese una beneficencia
laica que mostrase la generosidad redentora de una racional y
culta burguesía.

219
El proyecto de crear un periódico en Inglaterra

A fines de 1818 la expansión de la insurrección en América y el


activo protagonismo de sectores independentistas americanos
y liberales españoles en Londres deciden al Gobierno español a
contrarrestar esa atmósfera adversa en la opinión pública en ese
escenario clave de inusitada proyección en Hispanoamérica. La
creencia por parte de las autoridades absolutistas de que el ger-
men de la peligrosa semilla de la emancipación y el liberalismo
era sembrado desde el teatro de la Corte inglesa le llevo a un
giro de ciento ochenta grados en su política tradicional y a plan-
tear desde ella una ofensiva periodista, cuya expresión fue la pu-
blicación de El Observador español250.
El embajador español, el conde de San Carlos, explica el
objetivo de ese proyecto: «la lectura de gacetas es la literatura
en la multitud y la que por esta circunstancia fija lo que llaman
la opinión pública, cuya acción e influencia extiende a veces sus
efectos hasta los gabinetes, particularmente en los gobiernos más

250
Sobre ese clima véase al respecto, ENCISO RECIO, L.M. La opinión española y la in-
dependencia hispanoamericana, 1819-1820. Valladolid, 1967.

220
o menos populares y cuyas medidas son a veces efecto y emana-
ción de esta opinión. Hay ciertos casos y circunstancias en que el
silencio lleva consigo una cierta dignidad, pero está visto que el si-
lencio absoluto nos ha producido los efectos más perjudiciales,
haciendo contraste la actividad maliciosa de los agentes insur-
gentes y los expatriadores de la Península en sentido contrario
con la apatía que sobre este punto han manifestado algunos
servidores del Rey en las Cortes extranjeras»251.
Contrarrestar ese clima con un órgano de prensa fue uno
de los objetivos centrales del marqués de Casa Irujo desde que
en septiembre de 1818 accedió al cargo de ministro de Estado.
Para su dirección propuso a un empleado de la legación espa-
ñola en los Estados Unidos, el fraile exclaustrado madeirense
Miguel Cabral de Noroña.
Las razones que influyeron tal nombramiento las enuncia
el embajador ante la Corte británica: «es hombre de gran ta-
lento, mucha erudición, excelente pluma, con la gracia de la
sátira en supremo grado; sabe perfectamente el inglés, conoce
las leyes y costumbres, carácter, intereses y vicios y ventajas
políticas de la Inglaterra y de los Estados Unidos, en una pa-
labra, no puede encontrarse un hombre más a propósito para
el objeto»252. Pesaron indudablemente en esta decisión las
estrechas relaciones con Sarmiento del marqués de Casa Irujo
desde los tiempos de su larga misión diplomática en Filadel-
fia entre 1796 y 1809. Sus intensas conexiones mercantiles
ya habían sido denunciadas por Valentín de Foronda. Sar-
miento seguía siendo en 1819 comisionado del Gobierno
para la liquidación de las deudas al Erario de las expediciones

251
A.H.N. Estado. Leg. 5555.
252
A.H.N. Ibídem.

221
neutrales. Por esas gestiones fue acusado de un voluminoso
fraude, por el que fue procesado. La rápida destitución de
Martínez de Irujo en junio de 1819 y la muerte de Sarmiento
en ese año dejó a Cabral sin sus valedores253.
Como empleado de la legación española en Estados Unidos
se le ordenó al madeirense su traslado a Londres a fines de 1818
sin conocer la misión encomendada, pagándosele un sueldo
con cargo a los gastos secretos de la embajada. La propuesta
del duque de San Carlos era la redacción de un periódico del
«estilo del Diario Brasiliense». Debería aparecer «como em-
presa particular» y atraer suscriptores de este país, la Península
y América. De esa forma produciría la doble ventaja de poseer
el Gobierno a su disposición de «un instrumento indirecto de
defensa y ataque» y la disminución de gastos por el número de
subscripciones. San Carlos estima que «el tino, conocimiento
y adecuadas facultades» de Cabral «me inspiran la esperanza
de que podamos conseguir la corrección de la opinión pública,
cuyo extravío nació aquí, se ha diseminado por Estados Unidos
y ha cundido quizás algo en nuestro propio suelo».
El 11 de mayo de 1819 Miguel Cabral propone un plan
para su publicación que fundamenta en su absoluta libertad
para expresar sus ideas «con rigurosa imparcialidad y con una
crítica libre e independiente y con la dignidad que reclaman las

253
Sobre Casa Irujo, BEERMAN, E. «Spanish Envoy to the United States (1796-1809)
Marqués de Casa Irujo and his Philadelphia wife Sally McKean (1796-1809)». The Ameri-
cas nº37. Washington, 1980-1981, pp.7-14. Sobre las relaciones entre Irujo y Sarmiento,
HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. «Comercio hispanoamericano e ideas afrancesadas: en
torno a la polémica entre Valentín de Foronda y Francisco Caballero Sarmiento en Filadel-
fia (1808-1810)». Cuadernos de Investigación Histórica nº13. Madrid,1990. pp.93-102.

222
luces del siglo y las circunstancias del que escribe». De otra
forma, si no, «sería desde luego considerado como un eco de
ideas ministeriales», por lo que, «lejos de producir efecto al-
guno favorable caería oprimido bajo la censura y los sarcasmos
de los otros periódicos y escritores en Inglaterra y fuera de ella».
Alcanzaría el fin contrario al provocar «impugnaciones severas
y denuestos atrevidos por parte de los díscolos y atrabiliarios».
En esa libertad fundamenta el éxito de un periódico que debe
ser variado e interesante, «con su antena a las diferentes clases
que se componen las sociedades humanas».
Las secciones que propone son tres: noticias públicas, polí-
tica y miscelánea. Ésta última se detendrá en literatura, ciencias,
arte y comercio. Su título podría ser bien El Observador impar-
cial o El español en Londres. Su periodicidad sería de un número
mensual de 64 a 80 páginas o de dos, el día el día 1 y el otro el 15
con la mitad de esa extensión. Considera imprescindible para su
puesta en marcha el suministro de información periódica y gu-
bernamental española y la suscripción de las principales gacetas
«para corregir o refutar cualquier especie que contengan contra
la España o contra el nombre augusto de S.M. y su gobierno. Se
propone la posibilidad de su suscripción en Londres, Liverpool,
Falmouth y algún punto de Irlanda y Escocia, así como en los
puertos principales de España e Indias. Para influir en la opi-
nión pública inglesa señala la posibilidad de su traducción para
su inserción de alguno de su pajes en su prensa. Sin embargo,
aunque sería de utilidad, «nunca podría asegurar el triunfo que
se desea porque la impresión que puede causar la lectura de los
extractos sería siempre débil y pasajera, evaporándose en el con-
flicto de las aserciones contrarias con que abundan las mismas
gacetas del país y porque la opinión pública del pueblo inglés está
pronunciada y no varía fácilmente». Con todo se alcanzaría al

223
menos «una especie de escepticismo entre las gentes sensatas y
obligaría a investigar las cosas con más pulso»254.
El embajador en el punto de la libertad de expresión lo
considera preocupante por «las cualidades de Cabral». Re-
conoce que «todo género de trabajo requiere soltura y cierta
forma, que es sólo peculiar del autor», pero la situación crítica
de la Monarquía no aconseja dar pábulo a la polémica. Los
demás puntos los hace suyos, aunque se muestra partidario para
ahorrar gastos de un número mensual. El marqués de Casa Irujo
aprueba tales modificaciones, sólo dándole cierta libertad en el
examen crítico de la conducta de ciertos gabinetes de Europa en
relación con la insurrección de la América española, con los lí-
mites de las leyes del país y la necesaria prudencia y en las rela-
ciones entre éstos y la conducta de los insurgentes255.
Ante las restricciones el portugués predijo el fracaso del pe-
riódico. En su opinión sería inviable hablar de política en Ingla-
terra, en Francia o en Estados Unidos sin adoptar los principios
y el lenguaje dominante en países donde impera la libertad de
imprenta. Si un editor se ceñía a las opiniones de su gobierno, los
restantes, tanto nacionales como extranjeros ,«le caen encima,
analizan, comentan y censuran todo lo que se ha escrito». In-
mediatamente «le declaran un eco venal del gobierno a que
sirve, le ridiculizan, se exaltan en declamaciones contra el go-
bierno mismo y el mal viene a ser mucho mayor de lo que antes
era». Con tacto no exento de ironía, y máxime procediendo de
un consumado liberal, Cabral le manifestó la contradicción de
tener que «tocar ideas y principios que S.M. en el alto sistema

254
A.H.N. Estado. Leg.5555.
255
A.H.N. Ibídem.

224
de su sabia política no considera aún ser conveniente se expon-
gan al público en España y los dominios de la Monarquía».
Ante tales restricciones sólo aseveró factible que el periódico se
constriñese únicamente a ciencias, artes, literatura y meras noti-
cias públicas. Con este arbitrio «no dejaría de ser interesante en
España la parte literaria, aunque yo no posea los talentos, los co-
nocimientos y el gusto perfecto» y existan fuera de ella órganos
de gran reputación en estos temas. Sobre las noticias públicas,
sin embargo, no tendría mucho sentido por ocuparse de ello la
Gaceta de Madrid y otros órganos de prensa españoles y «y por-
que acaso no sería acertado que yo diese en el periódico las que
corriesen aquí, pues, no siendo antes rectificadas por el criterio
prudente del gobierno de Su Majestad podrían no merecer su
aprobación». El ser un mero reproductor de las noticias públi-
cas españolas le colocaría en una situación muy delicada por pu-
blicarlas con retraso y abocado a convertirse en un mero copista
de las expuestas con celeridad en la prensa británica»256.
Si tales obstáculos para Cabral restringían las esferas de ac-
tuación del rotativo, no lo era menos la de hacerla creíble como
una empresa de carácter particular. Nadie se creería que el go-
bierno con estas restricciones no estuviera implicado en ella.
Además el portugués era muy conocido por numerosos indivi-
duos tanto británicos como foráneos que residieron con ante-
rioridad en los Estados Unidos. Sabían todos ellos que trabajó
al servicio de la legación española en ese país desde 1811 y esta-
ban al tanto fehacientemente que «he escrito muchos y dife-
rentes papeles en servicio de Su Majestad», que «han sido
circulados por el Ministerio de S.M. a todos los puntos de la

256
A.H.N. Ibídem.

225
América española y aún de los insurreccionados. Algunos han
ido en mi nombre y todos se han reconocido haber salido de
mi pluma». Por otra parte, las gacetas norteamericanas ha-
bían hecho de él amplia mención declarándole como «ene-
migo acérrimo de los insurgentes que ellos apellidan
patriotas». Se daba además la circunstancia de residir en la
capital inglesa su enemigo capital desde los tiempos de su es-
tancia en Tenerife y su contradictor en Filadelfia, Diego Co-
rrea, por aquel entonces redactor del órgano liberal radical El
Español Constitucional de Londres, tras su confinamiento en
cárceles norteafricanas, del que había sido liberado por la pre-
sión del gobierno y parlamento británicos257. Quién se creerá,
plantea Cabral, que no escribe bajo la dirección guberna-
mental, y como se puede ocultar quién es su editor: «El im-
presor que haya de imprimir un periódico y los libreros que
han de venderlo deben necesariamente conocerme y ninguno
de ellos ocultará ni podrá ocultar que yo soy el editor»,
siendo además su estilo perfectamente conocido»258.
Ante los contundentes argumentos del madeirense, la res-
puesta del Duque de San Carlos el 23 de julio, fue la de paralizar
la publicación a la espera de la respuesta gubernamental. Suprimir
la sección de Política, como éste requiere, ante la imposibilidad de
congeniar la defensa del gobierno fernardino con argumentos de
corte liberal haría inviable el proyecto por ser «ocioso mantener
un papel a costa del erario con sólo el objeto de literatura y artes
cuando reciben el fomento conveniente en el seno de la misma

257
HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. Liberalismo y masonería entre Europa y América:
Diego Correa (1772-1843). Tenerife, 2017.
258
A.H.N. Ibídem.

226
nación». A pesar de ello se la ordena su edición un mes después
«sin chocar demasiado con los gobiernos extranjeros»259.
La publicación de los primeros números demostró que los
augurios de Cabral eran ciertos. El 16 de febrero de 1820 el
duque de San Carlos señala que «no presta utilidad alguna en
este país». Lo reflejó el reducido número de ejemplares ven-
didos y el hecho de no haberse presentado sino un solo sus-
criptor, a pesar de los reiterados anuncios de su publicación en
la prensa local. La acogida en España fue también práctica-
mente nula. El oficial de la aduana de Santander reconoce en
marzo de 1820 que, tras ocho días de venta «no parece que ha
habido quien compre ni siquiera uno» y duda incluso que lo
compren a menor precio.
El propio Cabral rogó un mes después su paralización que
lo envíen de nuevo a los Estados Unidos, donde podría ser de
mayor utilidad. Ante tales evidencias y la caída del gobierno
absoluto, las autoridades constitucionales ordenaron su in-
mediato cese y el traslado del editor a Madrid «donde podrá
ser más útil al servicio de la Nación, pero sin que parezca que
viene llamado», para lo que se le financió el viaje. La gravedad
de sus achaques y su edad avanzada le había llevado a solicitar
trabajo en la Corte, bien en la redacción de la Gaceta de Ma-
drid, en la Biblioteca Real o en cualquier otro servicio. El mo-
narca le concedió finalmente un sueldo de 15.000 reales de
vellón y 6.000 reales en calidad de ayuda para su traslado a
ella. Se instaló finalmente en Madrid, donde falleció al poco
tiempo en ese mismo año.

259
A.H.N. Ibídem.

227
En un escrito de 3 de abril reconoció que sus reflexiones
no fueron contestadas en modo alguno. A pesar de ello se es-
forzó en publicar un número desde septiembre todos los pri-
meros de mes hasta el de la fecha. No obstante la merma de su
libertad de expresión no cesó «de indicar siempre los buenos
principios y de manifestar la necesidad de un sistema liberal en
España acomodado a las luces y a la opinión general». Ante
la restauración del régimen constitucional «ha cesado todo
objeto y todo motivo que podía haber para la publicación de
este periódico y ni el Rey ni la Nación necesitan sino de sus
hechos públicos para granjearse el respeto, la estimación y el
aplauso». Finalizó de esa forma esa inédita experiencia de
prensa anti-independentista desde el escenario británico pro-
tagonizada por el Gobierno fernardino.

228
Los contenidos de El Observador

La primera publicación del periódico fue su prospecto. Este in-


dicaba que se publicaría e Londres el día primero de cada mes
bajo el siguiente epígrafe: «Erranti, passimque oculos per
cuncta ferenti». Se indica que comprendería cuatro secciones:
la 1ª de noticias públicas; la 2ª de Política; la 3ª de artes, cien-
cias y buenas letras; y la 4ª de comercio, mercado, cambios y
fondos públicos. Los números tendrían de 70 a 80 páginas cada
uno. Seis de ellos formarían un volumen. En su sección de No-
ticias públicas se daría entrada a las más destacadas de todo el
mundo, especialmente de Europa y América con el juicio y las
reflexiones a que diesen lugar. La de Política se precisa que «no
se emprenderán discusiones inútiles ni teorías abstractas; solo
se inculcarán oportunamente verdades luminosas por sí mis-
mas y máximas de sólido interés, demostradas por el cálculo
más preciso de la razón y por el producto constante de la expe-
riencia en todas las edades y en todos los países». La principal
atención del Observador consistiría en anotar la aplicación que
cada una de ellas vaya haciendo de estos mismos principios, y su
resultado en la práctica. En artes, ciencias y bella literatura, un
campo ilimitado a la observación y a la crítica, se ceñiría a «los
progresos que vaya haciendo el espíritu humano en las artes y
ciencias útiles». En Humanidades y Miscelánea «procurará no

229
perder de vista el precepto de Horacio Lectorem delectando,
pariter morendo. La última versará sobre «el estado del co-
mercio, mercado, cambios, y fondos públicos en las principales
naciones de Europa, en los Estados Unidos de América y en
otros puntos de aquel hemisferio». Su suscripción se efectuaría
en Londres en la imprenta de L. Thompson, Great St. Helena
nº19, en Bishosgate; en la librería de Sherwood, Neely y Jones,
Paternoster Row; en la de H. Sternmann, Princes Stret nº68,
Leicester Square y en la de W. Clark , Frith Street, en Soho. Su
coste era de una libra esterlina y diez shillings por año y quince
shillings por semestre. Se puede apreciar los precisos límites
adoptados por el Gobierno y sus restricciones, lo que explicaría
su evidente fracaso, tal y como predijo su editor, que se oculta
en todo momento, aunque era harto evidente que todo el
mundo sabía que era Cabral. Era además una publicación su-
mamente costosa y de grandes dimensiones, lo que desde el
principio condicionaba su impacto público.
Siete fueron los cuadernos publicados entre septiembre de
1819 y marzo de 1820. Casi seiscientas páginas redactadas en
exclusiva por el portugués en ediciones mensuales de ochenta
cada una, teniendo que hacer frente al desconocimiento del
idioma español del que hacían gala los tipógrafos británicos,
como el propio Cabral critica en su número 2. Impreso en la
oficina de L. Thompson en Great St. Helens nº19 en Bis-
hopsgate, las dificultades a las que tuvo que hacer frente eran
constantes. Primeramente la obligación de reproducir cartas
y órdenes incluso cuando el número estaba ya compuesto. La
censura también actuó hasta el punto de que se le prescribe
no publicar fragmentos de sus trabajos. La recepción de pe-
riódicos y gacetas fue también deficiente, no suministrándole
el Gobierno ni tan siquiera el órgano liberal exiliado editado
en el mismo Londres, el ya referido Español Constitucional.

230
Sus graves achaques y enfermedades la obstaculizaron en no
pocas ocasiones, como su serio resfriado del número 2. Sus
secciones de Arte, Ciencia y Buenas Letras y de Comercio,
Cambio y Fondos Públicos se limitaron a incluir algunos
avances científicos, poesías, en su mayor parte suyas y noticias
sobre los movimientos mercantiles y las cotizaciones. Con
ellas era bien difícil que el clérigo atrajese a sus lectores.
La sección primera, la de Política era, pues, su eje central.
En su número 1 elabora un tratado sobre el aspecto público de
Europa y de América. En la primera el orden de «las clases res-
petables» reina sobre la efervescencia popular. En la América
española los insurgentes han fracasado en México, donde reina
la paz y sólo recientemente se han levantado en Venezuela a
través del vacío Orinoco. En el Río de la Plata «reina la dis-
cordia y se chocaban los diferentes partidos». Pero en su opi-
nión su causa está condenada y sólo tendrá el efecto de
prolongar los sufrimientos de sus infelices habitantes En ese
último escenario, la agricultura se encuentra más atrasada que
nunca, mientras que en sus diferentes comunidades existe la
guerra y el odio. Su interpretación es que la insurrección se ori-
ginó «en un corto número de individuos que revolucionó
Buenos Aires y apoderándose del Gobierno, comenzó desde
luego a ejercer bajo el nombre de la libertad y de regeneración
un despotismo insolente y feroz».
El eje de sus planteamientos se centra en el combate frente
a tres máximas, la falta de medios de España para su someti-
miento, el carácter inevitable de su emancipación y la combi-
nación de los intereses de la filosofía y la política a favor de su
libertad. Sobre la primera entiende que los recursos de España
son escasos, pero es básicamente el sector criollo contrario a la
emancipación su mayor basa, como acontece en Nueva España
en mayor medida y en Venezuela, donde sólo encuentra apoyo

231
en «un corto número de desesperados sostenidos por bandas
de aventureros ingleses». Las clases acomodadas detestan la
insurrección. Esas apreciaciones son ciertas en esos momentos
en Méjico, pero no en Venezuela por diferentes circunstancias
fueron el sostén del movimiento revolucionario. Pero no dejan
de ser verídicas sus apreciaciones sobre la complejidad de la si-
tuación al abordar que en diez años de lucha se hallaban casi
como el principio, cuando España se encontraba ocupada por
los franceses. Sobre la conjunción de intereses de la filosofía y
la política, la opinión de Cabral se fundamenta en zaherir a los
criollos, llamándoles usurpadores de la autoridad legítima y ca-
lificándolos como «la clase más ignorante y corrompida, y que
a sus vicios y holgazanería habituales, ellos han añadido siempre
la presunción más extremada y ridícula. De esta clase han salido
los autores y jefes de la insurrección; los que la dirigen y sostie-
nen y los que, en opinión de sus panegiristas van a reproducir
entre los indios estúpidos las glorias de la Antigua Atenas, Es-
parta y Roma». Esas oligarquías son las que, al tomar el poder,
han ejercido una tiranía y una independencia para la que la Amé-
rica Hispana no está preparada por sus circunstancias físicas y
morales, por su educación y costumbres y por el número de in-
dígenas que constituyen la mayor parte de la población, «la
mayor parte indómitos o salvajes, y otros estúpidos, abandona-
dos a vicios groseros y a la indolencia, y opuestos a la civilización,
por la variedad de las castas y las animosidades y preocupaciones
que reinan entre ellas». La emancipación sólo trae inconve-
nientes y males públicos. En tal filosofía sólo hay engaño por-
que «¿Es la España la única potencia que tiene colonias u otra
alguna que haya tratado y trate a las suyas mejor que ella?»260.

260
El Observador español. nº1, pp. 1-22.

232
Sus reflexiones, si excluimos sus prejuicios étnicos, no
dejan de tener cierta verosimilitud en sus planteamientos, aun-
que contradicen al Cabral lector de Raynal en sus tiempos de
Canarias que había leído un sermón ante su capitán general
contra la colonización española en Canarias y América y que
en sus tiempos de Cádiz y primer año en Filadelfia, impulsó las
ideas emancipadoras y contactó con los insurgentes. Bien lejos
quedaban aquellas palabras críticas de 1805 hacia la conquista
«que sojuzgó la América y bajo el pretexto de civilizarla y ha-
cerla feliz la degolló más de treinta millones de habitantes»261.
En el número 2, de octubre, la cabecera se centra en unas
curiosas reflexiones sobre el gobierno de Gran Bretaña, que se es-
fuerzan por trazar una vía intermedia entre el republicanismo de-
mocrático y los gobiernos despóticos. Se pronuncia en sus juicios
en un análisis maltusiano de la sociedad. El exceso de población
en un país con extrema desigualdad en la distribución de las tie-
rras, sólo aliviado parcialmente con la formación de colonias en
África y América, se apunta como el gran mal que incita a la sub-
versión de la plebe. Velada pero no menos sorprendente es la crí-
tica que hacia el Santo Oficio vierte a continuación en su artículo
sobre la Inquisición de Estado en Venecia, sobre la que se resiste
a copiar su «infernal reglamento», que llena de «horror a los
corazones más feroces» y que «no es posible concebir que hu-
biera idea de religión, ni sentimiento alguno de humanismo».
Sus apreciaciones están en realidad pensadas para el español.
Llegó a decir que «tal era un tribunal supremo en un pueblo ci-
vilizado y cristiano que ha subsistido hasta nuestros días»262.

261
CABRAL DE NOROÑA, M. Oración a San Cristóbal. Biblioteca Municipal de Santa
Cruz de Tenerife. Ms.127 (3).
262
El Observador... nº2, pp.81-97.

233
Su tercer artículo responde a las acusaciones vertidas con-
tra su crítica a los criollos. Desmiente que fuera general por
haber precisado que no acontecía en las clases acomodadas
que se mantuvieron fieles a la metrópoli, y que forman el
grueso de los ejércitos realistas en América. Reconoce, no obs-
tante, que entre los criollos partidarios de la insurrección exis-
tían unos pocos que «no deben confundirse con la multitud
ignorante y atolondrada» y que «por sus luces, por su naci-
miento y su educación, no parecía que pudiesen ser capaces de
prostituirse a empresas semejantes». Considera que lo están
lamentando porque, aunque sus aspiraciones son legítimas
«no es por medio de violencias y convulsiones populares que
se pueden conseguir estos grandes objetos. No es posible en el
orden de las cosas humanas, pasar a extremos súbitamente, sin
arrastrarlo todo a la confusión y a la ruina»263.
Su visión intenta, en la medida que se lo permite la cen-
sura, distanciarse de la posición oficial. De ahí que abogue por
un punto de vista cada vez más próximo al liberalismo afran-
cesado en sus juicios hacia la masonería y el liberalismo, ideas
que en su opinión no deben ser reprimidas como tales. Habla
desde esta perspectiva el liberal contumaz, que reflexiona
sobre la masonería en sus folletos impresos en Filadelfia: «La
francmasonería es una profesión absurda y ridícula en cuanto
a sus secretos y ceremonias; pero se sabe muy bien que su ob-
jeto no es subvertir el orden público, ni conspirar contra el
trono o el altar (...) De este modo se ha juzgado también de la
francmasonería; pero fue en tiempos de profunda ignorancia.
Los francmasones profesan la práctica de la beneficencia, el so-
correr a los pobres y desgraciados. Este es el objeto constitutivo

263
El Observador... nº2, pp. 97-101.

234
de la masonería moderna; objeto útil y loable, sino fuera
acompañado de secretos ridículos, ceremonias absurdas y ju-
guetes pueriles»264.
En el número de diciembre su artículo de cabecera trata
de distinguir entre el radicalismo jacobino, la ilusión del
vulgo, y la efervescencia popular, que «es la opinión pública,
formada por las luces del siglo y por los sentimientos unáni-
mes de todas las personas sensatas y justas». Frente «al albo-
roto y el entusiasmo ciego de la plebe», que pasa «rápidamente
de un estado de agitación y efervescencia al de perfecta sumi-
sión y tranquilidad profunda», las luces y la opinión pública
«forman una fuerza irresistible» que incita a las reformas que
deben ser desarrolladas con energía, parra que reine «la pre-
ponderancia del interés general sobre los intereses particula-
res, que es una basa fundamental sin la cual no puede haber
libertad civil». Toda mutación en un sistema establecido debe
efectuarse con perfecta previsión, sin los radicalismos de los
jacobinos franceses, ni «las máximas violentas de los ultra-
monarquistas franceses y de los que en otros países anhelan
por verlo todo sometido a un poder absoluto y arbitrario».
Combinar poder gubernamental con el voto general de la na-
ción es el eje central del planteamiento del portugués, que
coincide en lo sustancial con el liberalismo doctrinario, un
discurso cuyo pragmatismo ideológico, a pesar de la censura,
contrasta con la línea gubernamental oficial265.
Las páginas que en este número dedica a la emancipación
americana se limitan a hablar sobre el carácter diabólico de
Buenos Aires, en el que «las facciones se suceden unas a otras,

264
El Observador... nº2, pp. 143-144.
265
El Observador... nº4, pp. 247-257.

235
la ambición de mando, la sed de riquezas y un despotismo
feroz, velado con las formas aparentes de libertad, han puesto
en combustión al país, precipitando a sus infelices habitantes
en un caos de desorden, opresión y miseria». En Venezuela
la rebelión se ve auspiciada por su refugio en vastos despo-
blados en las riberas del Orinoco y el apoyo de extranjeros en
«número considerable de gentes desesperadas o seducidas
con la esperanza de grandes riquezas y grandes fortunas». El
centro de su reflexión es la incapacidad de los criollos para al-
canzar su libertad e independencia política, por no darse «los
elementos que son necesarios para conseguir el objeto de una
empresa semejante». Al faltar «sólo hay en su lugar los del
desorden, anarquía y destrucción (...) He aquí el desorden en
su mayor extremo, la guerra civil y la disolución de todo prin-
cipio social entre las bandas insurgentes»266.
La editorial de su número 6, de febrero de 1819, es una
proclama de nítidas referencias liberales a pesar de que hasta
marzo el Rey no accede a acatar la constitución del 12. Su con-
tenido es nítidamente rousseauniano: «La propiedad y des-
igualdad de fortunas dividen a los hombres y destruyen aquella
unidad y armonía perfecta a que parecían destinados bajo las
leyes de la naturaleza». El país «donde se halle más dividida la
propiedad y donde no haya fortunas demasiado grandes acu-
muladas en pocas familias», es el más susceptible de una buena
legislación. España no tiene tantas fortunas como Inglaterra,
pero sus tierras están mucho menos divididas, por lo que deben
ser cedidas en pequeñas suertes a colonos industriosos en arren-
damiento. Las reformas deberán hacer que «se asegure la li-
bertad civil y el derecho de propiedad en toda su extensión».

266
El Observador... nº4, pp. 257-263.

236
Solicita el retorno de los exiliados y que se combinen en España
«las medidas generosas con que se concilien los intereses de la
Política con las de la Humanidad. Esta es nuestra opinión par-
ticular». Aunque, para no zaherir al Gobierno señala que éste
«puede tener razones poderosas y justas que no estén a nuestro
alcance para juzgar de otro modo», sostiene que «están bien
conocidas la necesidad y la importancia de una reforma liberal
y sabia en muchas instituciones existentes»267. Sobre esas mis-
mas ideas liberales vuelven a girar sus reflexiones del último nú-
mero, el de marzo de 1820, bajo el título de «Consideraciones
generales sobre la política o ciencia del gobierno».
En el nº7 de marzo de 1820 se explaya sobre la constitu-
ción política de los Estados Unidos. Para mantener su su-
puesto y poco creíble anonimato, no dice en ningún
momento que refleja en él sus puntos de vista y su experiencia
personal de los ocho años de residencia en Filadelfia. Recurre
a la obra del diplomático francés Louis Félix Beaujour que de-
nominó Bosquejo de los Estados Unidos268. En su texto recoge
la soberanía de los Estados solo limitada por la política exte-
rior, los reglamentos de comercio y la defensa. Asevera que
los tres poderes no estaban bien definidos, que el ejecutivo era
débil y el judicial no suponía para sus ejecutores responsabili-
dades, lo que redundaba en sentencias diametralmente dife-
rentes entre los jueces, cuya influencia sobre los jurados era

267
El Observador... nº6 pp. 417-438.
268
Se trata en realidad de Aperçu des États-Unis, au commencement du XIXe siècle, depuis
1800 jusqu'en 1810, avec des tables statistiques, editado en 1814. En 1803 viajó a los Estados
Unidos en calidad de comisionado general con la misión de la moneda para el gobierno fran-
cés. A continuación, entre 1804 y 1811 fue cónsul general de ese país en Washington retor-
nando a París en 1814.

237
considerable. Refleja como elementos negativos de la sociedad
estadounidense «la corrupción de las costumbres, el lujo exce-
sivo en todas las clases, el amor al dinero que es en aquel país la
pasión a que todo se sacrifica, y la demasiada extensión de te-
rritorio, en puntos aislados, remotos unos de otros, indepen-
dientes y sin conexión de intereses recíprocos». Sostiene que las
facciones controlan al ejecutivo. La mayoría de los diputados
eran abogados, que controlan el poder político. Finalmente en-
tiende que la libertad de cultos se ha traducido en la extensión
de la incredulidad entre las clases y de las supersticiones ridí-
culas y absurdas entre el bajo pueblo y las mujeres269.
Finaliza su último número con un diagnóstico de la evo-
lución política en España tras la consolidación del régimen
constitucional en 1820. En ella muestra su evolución política
hacia el liberalismo llamado afrancesado que se diferenciaba
del exaltado por su afán de reformar los aspectos más radica-
les de la constitución de 1812 y posibilitar la erección de dos
cámaras similares a las británicas en vez de un único congreso,
como refrendaba el texto gaditano270.
Son estos, pues, los controvertidos contenidos de una ex-
periencia periodística ciertamente excepcional abordada por
un escritor liberal de origen radical y jacobino, pero que su
evolución ideológica con los años le llevaba a un liberalismo
doctrinario de corte afrancesado, que estaba, por otra parte, en
las antípodas de la cerrazón absolutista. Era difícil de congeniar
su pensamiento y su activismo de más de un lustro al servicio
de la embajada española, por otro lado ampliamente cono-
cido en Inglaterra, España y Estados Unidos, con la política

269
El Observador... nº7.
270
El Observador... nº7.

238
gubernamental y la férrea censura. Su credibilidad era en defi-
nitiva como órgano independiente nula desde el principio,
como su redactor vaticinó, estuvo condenado al fracaso. Su
análisis de la emancipación hispanoamericana se centró esen-
cialmente en el discurso de la minoría de edad de los criollos
para acceder a su independencia. Frente a la desigualdad de las
castas y a mayoría indígena, de ese nuevo orden sólo puede salir
la dictadura y la anarquía promovida por elementos díscolos,
que no podía contar con la colaboración de las elites locales, in-
teresadas en la estabilidad y el orden social. México era, para él,
la personificación más nítida de sus argumentos y el Río de la
Plata, donde la revolución fue promovida sólo desde Buenos
Aires, simbolizaba la anarquía de la división entre bandos y re-
giones contrapuestas y enfrentadas.

239
Alcance y difusión en Hispanoamérica

Las autoridades gubernamentales españolas hicieron cuanto


estuvo en sus manos por difundir El Observador español entre
los hispanoamericanos, vigilando también activamente el al-
cance de la respuesta de sus contradictores. Por una parte la
Suprema trasmitió órdenes a los tribunales locales para no
vetar su difusión a pesar de su impresión en Londres. Por otro
colocando incluso anuncios en la prensa oficial. Así en el Dia-
rio del Gobierno de La Habana de 28 de septiembre de 1819
se insertó una convocatoria para su suscripción. En su vigi-
lancia de sus detractores el Ministerio de Estado remitió fo-
lletos como el impreso en Londres en que se trataba de
interesar a la nación británica en promover la consecución de
la independencia de Colombia con la refutación de los argu-
mentos del periódico oficial271.
Los liberales españoles del londinense El Español constitu-
cional se limitaron sencillamente a ignorar al Observador, a
pesar de tener argumentos contundentes para desenmascarar a
Cabral. Su editor, Fernández Sardino, lo conocía perfectamente
desde su estancia en Cádiz. Su principal escritor, Diego Co-
rrea, que colisionó con él desde su juventud en Tenerife, que

271
A.G.I. Estado. Leg. nº105 nº26.

240
tan abiertamente favorable se mostró a la emancipación ame-
ricana desde sus páginas, sólo entró en controversia con él al
tiempo de su edición. En su texto refrenda el apoyo y pro-
tección de los gobiernos libres e independientes de la Amé-
rica del Sur a los españoles peninsulares que tomasen la
resolución de consolidar una representación nacional. Pro-
sigue en su crítica contumaz al fanatismo religioso levantado
por «execrables demagogos cosmopolitas, errantes sin Dios,
Religión ni Patria» que sembraban en todos los países «las
falsas doctrinas que perturban el Orden Social, provocan la
discordia y conspiran contra la humanidad paciente, abro-
quelados con la impunidad de sus crímenes» finaliza su texto
con una cita recogida del nº11 del periódico liberal radical El
Duende político, debido a la pluma de su permanente ene-
migo Miguel Cabral de Noroña en que se criticaba a los es-
pañoles «encorvados al despotismo y estolidez de los
Borbones». No deja de reseñar al respecto que es el mismo
que en Londres publicaba al servicio de Fernando VII y con-
tra la emancipación americana El Observador español. Es pro-
bable que a él esté dedicada esta nota por su sorprendente
«evolución ideológica». En ella afirma que era muy singu-
lar que «este nuevo panegirista inquisitorial no guste de
pasar a España a disfrutar de sus dolosas tareas diplomáticas
y literarias. Los camaleones son pusilánimes por naturaleza y
los cocodrilos lloran sobre el esqueleto devorado para atraer a
los incrédulos y sacrificarlos a su furor carnívoro»272. Salvo
esa excepción en Londres la tónica fue el olvido mutuo273.

272
ARAUJO, F. (Pseud). Historia verídica de la Judit española, Cornelia Bororquia. Ed.,
introd. Y apéndice de Diego Antonio Correa Gorbalán, Londres, 1813, pp.196-198.
273
HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. Liberalismo y masonería entre Europa y América:
Diego Correa (1772-1843). Tenerife, 2017.

241
Dos son fueron las reacciones hispanoamericanas de las que
tenemos referencia. La primera fue un extenso folleto redactado
por Antonio José de Irisarri, agente del gobierno chileno en Lon-
dres y que firmó bajo el pseudónimo de Dionisio Terrasa y
Rejón274. El guatemalteco se había propuesto para contrarrestar
el impacto del rotativo la publicación de otro, al que pensaba
darle el título de El Correo americano. Sin embargo, al no en-
contrar impresor que lo editase al fiado y al escasear el dinero
hasta para su subsistencia, decidió contentarse con un folleto.
Se trata de un largo alegato titulado Carta al Observador español
o impugnación a las falsedades que se divulgan contra América275.
Ese pseudónimo ya lo había usado en Chile como un ima-
ginario natural de La Metagua. A través de él analizó en la obra
la política española en sus colonias, los esfuerzos de estas du-
rante diez años en favor de su independencia y los éxitos obte-
nidos en su lucha. Valoró también la riqueza de sus
producciones y los motivos que asistían a los americanos para
la defensa de sus nacionalidades. Su sátira mordaz y su burla le
llevó a parodiar una oda del Observador debida a la pluma del
poeta Manuel Eduardo de Gorostiza en honor de la proyectada
expedición de Cádiz276.
En la Carta Irisarri critica contundentemente la afirma-
ción de que los insurgentes eran «rabiosos desenfrenados,
causadores del desorden, de violencias, robos y asesinatos».
Primero desestima la tesis de la derrota de los revolucionarios.
En México entiende que seguía existiendo una convulsión

274
Sobre Irisarri en Inglaterra, véase BERRUEZO LEÓN, M.T. La lucha de Iberoamé-
rica por su independencia en Inglaterra, 1800-1830. Madrid, 1989.
275
Sobre él existe edición moderna con prólogo de David Vela. Guatemala, 1972.
276
DONOSO, R. Antonio José de Irisarri, escritor y diplomático. Santiago, 1934, pp. 99-100.

242
civil, mientras que en Venezuela el avance es bien notable en
Oriente y los Llanos y sólo Caracas y Maracaibo permanecían
en manos de los españoles. En Buenos Aires no reinaban dic-
tadores, sino «hacendados y comerciantes que morirán todos
juntos antes que volver a la odiosa servidumbre española»277.
Sobre Chile se burla del Observador al integrarlo en el Río de
la Plata olvidando que le separa de él los Andes. La escuadri-
lla de Lord Corchrane es la de Chile, por ser anterior a su lle-
gada. Sobre el carácter agrícola de la región muestra su
conocimiento de las obras de Ovalle, Molina, Frezier, Feui-
llé, Vancouver y muy especialmente de Ulloa para demostrar
su riqueza como proveedor de productos de primera necesi-
dad. No son países enfrentados entre sí, ni tiranías, sino cons-
tituciones gobernadas por criollos. Desmiente el que su país
fuera gobernado por un extranjero, porque O´Higgins nació
en Concepción de Chile y si es extranjero, también lo son el
habanero O´Farril y el español O´Donnell. Sobre sus desgra-
cias tras la revolución, lanza un canto al librecambismo:
«Antes de ahora a Buenos Aires no iban anualmente de la Me-
trópoli sino una docena de zumacas o bateas por unos pocos
cueros que no valían mucho (...) han sido relevadas por las fra-
gatas mercantes inglesas, americanas del Norte, francesas, por-
tuguesas, suecas y de los mismos infiernos; que por este relevo
los frutos americanos valen hoy diez meses más de lo que valían
antes y este mayor valor ha hecho que se adelante su cultivo»
Su contraposición ideológica entre las bateas de «la miseria, la
ignorancia, la superstición, la pereza y la holgazanería» frente
a los buques «que nos llevan el comercio, las artes, la industria,

277
IRISARRI, A.J. Carta al Observador español o impugnación a las falsedades que se di-
vulgan contra América. Guatemala, 1972, p. 22.

243
la riqueza y la ilustración» es bien nítida en su contenido libe-
ral. Contraste que hace extensivo a las importaciones que con
tono satírico califica de filantrópicas como «el aceite rancio de
Andalucía» frente a «a los mejores lienzos de Francia, Alema-
nia Irlanda o a los paños de Francia o Inglaterra». Argumentos
éstos que hace extensivos a las limitaciones de los gobiernos co-
loniales al desarrollo de productos agrícolas como las viñas o
los olivos o mineros o industriales como el hierro o las fábricas
que le permiten ironizar: «Como perdimos todo ese tesoro de
prohibiciones nos hemos vuelto viciosos, malos perversos,
hemos adquirido lo que nos perjudicaba y con tan fatal adqui-
sición dejamos la evangélica pobreza a que estábamos acos-
tumbrados, y ricos y fuertes hicimos la guerra más impía al
amoroso padre que tanto se desvelaba por nosotros»278.
El siguiente eje de su discurso se centra en las opiniones
extranjeras. Rebate que «Montesquieu, Humboldt y todos
los filósofos juntos son unos pobres diablos», al apostar por
la emancipación americana. Su posición no ha nacido del or-
gullo y los celos nacionales, sino de la reflexión y análisis. Le
recomienda la lectura de éste último: «en cada una de sus pá-
ginas, en cada una de sus líneas, en cada una de sus palabras,
el documento incontrastable que eternamente acreditará la
estupidez que comunica a todos sus súbditos el obscuro trono
de Madrid»279. Cabral, lector desde su juventud de la Ilustra-
ción francesa, los conocía con amplitud.
Replica la caracterización de los criollos como clase igno-
rante y corrompida. Le da la vuelta a su argumento, pues
«esos vicios de que acusáis a los Americanos los han heredado

278
IRISARRI, A.J. «Op. Cit.» pp.29-31.
279
IRISARRI, A.J. «Op. Cit.» pp. 33-36.

244
de vosotros» al no tener comunicación con los extranjeros. Se
sirve de Antonio de Ulloa y su viaje para sentenciar que «si los
americanos no somos los hombres más sabios del mundo, no es
por nuestro defecto, sino por una consecuencia del diabólico
gobierno de España, que nos quita los medios y el estímulo»280.
Iriisarri compara la colonización británica de Estados Unidos
con la española, con un análisis muy duro de ésta última, que,
para él, es la única que trató a sus pueblos de un modo insopor-
table. Dice que eran poco menos que estados independientes,
hasta el punto que «la última de las colonias inglesas, estoy bien
seguro, que no cambiaría su suerte por la de la Metrópoli española
(...), sólo los Españoles tienen la gracia de poseer tesoros para vivir
en la miseria y para comunicarla con la opresión y la estupidez de
los desgraciados países que llegan a sujetar»281. Es en este punto
donde el análisis de Irisarri está menos documentado y parte de
prejuicios apriorísticos. Sus puntos de vista son desafortunados al
invitarle a comparar «a Jamaica con La Habana a Santo Do-
mingo «en manos de los franceses, con lo que fue en manos de
los españoles». Para él los americanos nada deben a las Leyes de
Indias, sino a su aplicación y al clima que han hecho inútiles los
obstáculos que les oponía el despotismo»282.
La independencia no traerá males, sino salvará del atraso a
los pueblos de América, asevera el chileno. Para Europa es
claro su mensaje malthusiano: al abrirse «unos países vastísi-
mos» se descargará de «la multitud de hombres que no ha-
llan pan en su patria y que, hostigados del hambre, son
arrastrados a la revolución y al desorden»283.

280
IRISARRI, A.J. «Op. Cit.» p.45.
281
IRISARRI, A.J. «Op. Cit.» p.47.
282
IRISARRI, A.J. «Op. Cit.» pp. 47-48.
283
IRISARRI, A.J. «Op. Cit.» pp. 50-51.

245
El retraso de la carta en la imprenta le permite añadir una ex-
tensa postdata sobre el número 2 del Observador que se centra en
la consideración de los criollos como clase ignorante y corrom-
pida. Si para Cabral el influjo del clima y las causas morales es la
causa determinante, Irisarri le da vuelta a la tortilla y defiende
que «los americanos somos educados por la naturaleza, ha-
biendo tenido que luchar contra la tiranía para que siquiera nos
dejase discurrir en la obscuridad». Es el medio el que suple al
proporcionar la viveza natural, y afirma la suavidad, moderación
y docilidad, sin la que «era imposible que hubiesen conservado
la menor armonía con unos hombres tan duros y fieros como
los españoles». La plebe americana no es menos burda que la
española o la europea, pues «estos populachos son más igno-
rantes y corrompidos que los nuestros». Una vez más se sirve
de Ulloa para demostrar que los plebeyos son los únicos que tra-
bajan en oficios mecánicos. Se reafirma con Humboldt que es
la falta de estímulo el origen del atraso de la industria y con Ulloa
que la facilidad de vivir sin trabajar es una afirmación falsa y que
los negros y mulatos se ocupan de las artes mecánicas y son brio-
sos y dóciles. Se sirve la obra de Raynal, viejo libro de cabecera
de Cabral, para sentenciar que «la historia no acusa a los crio-
llos de ninguna bajeza, ni traición»284.
Contundentes son sus juicios sobre el apoyo de «las clases
respetables» al partido del Rey. Le desafía a que se atreva a
darle los nombres de los miembros de esos sectores que lo han
apoyado en Buenos Aires, en Chile, en Caracas y en Santa Fe.
Era bastante obvio que tales revoluciones fueron promovidas
por sus clases dominantes285.

284
IRISARRI, A.J. «Op. Cit.» pp. 58-63.
285
IRISARRI, A.J. «Op. Cit.» p. 64.

246
En su apéndice incluyó un discurso pronunciado en la Cá-
mara de los Comunes por Mr. Marryat contra el proyecto de
ley que impedía a los ingleses entrar en el servicio extranjero,
una carta de Mr. Hamilton al duque de Sussex, una represen-
tación efectuada en 1817 de Fernando VII por Manuel Caye-
tano Vidaurre, oidor decano de la Audiencia de Lima sobre
los negocios de América, un oficio reservado de Pablo Morillo
al ministro de la Guerra y fragmentos de la Relación histórica
del viaje a América de Jorge Juan y Antonio de Ulloa y exten-
sas y elogiosas noticias biográficas sobre O´Higgins y Bolívar.
El Observador español conoció la obra de Irisarri y deci-
dió contestarle en su número 5 de enero de 1820. Se limita a
referir que no llamó a los insurgentes de asesinos y ladrones,
sino de rabia desenfrenada que no conduce sino al desorden
y al asesinato, y que ésta no es aprobada por las gentes sen-
satas, que el orden reina en México y que en Venezuela sólo
han triunfado los insurrectos en Guayana y Margarita. Se
disculpa de su error en la consideración de O´Higgins y
afirma que habló con veneración de Montesquieu y Hum-
boldt, a los que respeta y admira, pero que se reafirma en su
equivocación «en creer tan fácil y tan próxima la emancipa-
ción o separación de la América española». Sostiene que
«que debe llegar el tiempo en que las provincias españolas de
la América se separen del gobierno de la Metrópoli o cesen de
pertenecer a España, es una cosa de que no hemos dudado
jamás», pero que no está todavía madura. Sobre la ignoran-
cia y estupidez de su plebe, se reafirma en su flojedad, pereza
e ignorancia. Si proviene de su falta de educación, no entra en
el caso. Sobre la conquista y la opresión colonial española en
América, señala que en nada desmerece a la de otras potencias.
Sobre las Leyes de Indias, recoge la contundente afirmación
de Humboldt de que «la blandura de las leyes españolas,

247
comparadas con la del código negro de la mayor parte de las
otras naciones es innegable»286.
El Correo del Orinoco, órgano del ejército libertador en Ve-
nezuela, replicó al Observador a través de una carta de «La
Mosca», fechada en Londres el 15 de febrero de 1820 y repro-
ducida en sus números 61 y 64 de 6 y 27 de mayo de 1820. En
ella se centra en criticar la réplica a Irisarri. En la primera parte
se limita a rebatir las opiniones de Cabral sobre que la inde-
pendencia de América sólo se verá en la siguiente generación.
Para ello hace una relación en primero de los números sobre el
despotismo de tres siglos que hizo llegar a las colonias «al es-
tado de la pubertad a tiempo que las luces del siglo, los abusos
de un gobierno corrompido y afeminado y el curso natural de
los acontecimientos humanos le mostraron que era llegado el
tiempo de mejorar su condición». La invasión francesa fue la
señal de alarma. La Junta Central, que le concedió a América
una representación muy desigual se constituyó el detonante de
una traición que llegó a su punto culminante con la reposición
del Rey como monarca absoluto. La segunda carta se centra en
narrar los acontecimientos de los últimos diez años, en los que
el Rey demostró su impotencia. La prolongación «de la guerra
de España con América no es ya, pues, la lucha en que la pri-
mera pueda esperar la sumisión de la segunda», sino «sólo el
capricho y la ciega obstinación del Gobierno español hacen de
la duración de esta sangrienta contienda»287.
Esa fue, definitiva, la repercusión de un fenómeno inédito en
la política fernandina con respecto a la emancipación americana.

286
El Observador español nº5, pp. 382-394.
287
Véase su reproducción facsimilar en El Correo del Orinoco, 1818-1821. Presentación
de Manuel Manrique Siso. Ediciones Libra. Caracas, 1990.

248
Un proyecto singular acometido por un clérigo que a co-
mienzos de siglo había abominado a través de las lecturas de
Raynal de la conquista española en Canarias y América, que
fue liberal exaltado en las Cortes gaditanas, que simpatizó con
los independentistas y conectó con ellos en Filadelfia y que
más tarde, aunque siguió fiel a sus ideas liberales, colaboró con
la embajada española en Estados Unidos. Una experiencia que
veía inviable su director antes de su comienzo y que vio cum-
plidos sus augurios ante su lógica debilidad y escasa difusión.
Fue replicada por significados voceros de la independencia,
aunque demostró palpablemente la cerrazón de miras y la
miopía de la política gubernamental.

249
Retorno a España, conflicto con Diego Correa
y muerte en Madrid

Con la reinstauración en 1820 del régimen constitucional Ca-


bral de Noroña regresó a España, instalándose en Madrid,
donde trabajaría en la secretaria de Estado gracias a la protec-
ción de José Fernández de Heredia Begines de los Ríos, casado
con Narcisa de Onís, hija del antiguo embajador en Estados
Unidos Luis de Onís. Hermano del representante español en
Londres, Narciso, conde de Ofalia, sería diplomático también
en los Estados Unidos, oficial de ese ministerio y miembro de
la de Fomento del consejo de España e Indias288.
Desde las páginas del periódico liberal de esa villa El Cons-
titucional su enemigo Diego Correa desarrolló una campaña
contra su perpetuo enemigo Miguel Cabral de Noroña. En
un artículo firmado con otro de sus pseudónimos Licenciado
Terso Machuca, pero sólo en sus iniciales (LT.M.),289 le hizo
cómplice de José Álvarez de Toledo, «su camarada y mentor».
Subrayó que «era muy notable que se halle en esta Corte el fa-
moso Noroña disfrutando el premio de sus dolosas tareas y

288
PÉREZ NÚÑEZ, J. «El Conde de Ofalia (1775-1843), prototipo de realista mode-
rado». Cuadernos de investigación histórica nº18, pp, 149-170.
289
El Constitucional n°578. Madrid, 7 de diciembre de 1820.

250
proyectos maquiavélicos», entre los que destaca el gaditano
El Duende Político, el norteamericano Cosmopolita Sensible y
el londinense Observador, escritor miserable y venal, incapaz
de vivir en sociedad». Sin embargo, lo que realmente no so-
portaba fue el señalamiento para él de un sueldo de 150.000 re-
ales anuales y un negociado pendiente en la secretaría de
Estado. Noroña le contradijo en el afrancesado Universal de
10 de diciembre de 1820 en la que se defiende de tales acusa-
ciones. Consideró injusto que se le apellidase «el fraile portu-
gués y porque lo fui en mi juventud por muy pocos años, a
pesar de que hace cerca de 50 que no pertenezco a ninguna
orden monástica, habiendo sido desde entonces secularizado
por la autoridad competente, y de que hace más de 52 que estoy
domiciliado en España, en cuyo largo periodo de tiempo he ser-
vido a la nación y al Rey con celo y honor». Le desmintió que
«Toledo publicó en los Estados Unidos con mi acuerdo e inte-
ligencia su escandaloso y subversivo manifiesto, y que yo fui su
camarada y mentor». También sus «dolosas tareas y proyectos
maquiavélicos en el Duende político que publicaba en Cádiz en
el año de 1811, en el Cosmopolita Sensible que publiqué en los
Estados Unidos y en el Observador en Londres, que publiqué
en dicha capital con acuerdo del embajador español duque de
San Carlos, y que el primero y segundo número de este último
periódico demuestran las ideas, extravíos y doctrinas de un es-
critor miserable y venal, incapaz de vivir en sociedad».
El clérigo le refutó al aseverar que los números del rotativo
gaditano «salieron ilesos en la discusión de las Cortes ex-
traordinarias y en el juicio de la junta provincial de Censura,
fueron la piedra de escándalo contra su autor en el tiempo del
despotismo; y aparecieron en las listas de la inquisición con
odiosas y bárbaras censuras. Por lo que respeta al Cosmopo-
lita, yo no publiqué ni un solo número de semejante periódico.

251
Publique únicamente su prospecto o con sencillez y dignidad,
proponiéndome sostener la libertad, derechos, intereses y glo-
ria de la nación española; pero mis perseguidores perdieron en
breve su poder y su crédito en Cádiz; el Gobierno, cono-
ciendo la injusticia y perversidad con que habían obrado con-
tra mí, tuvieron a bien emplearme en los Estados Unidos; y la
empresa de aquel periódico no llego a tener efecto alguno».
En referencia a El Observador español sostuvo que no era po-
sible en él «atacar de frente al gobierno del Rey, ni pedir el
restablecimiento de la Constitución de 1812; pero yo hice lo
mismo indirectamente con delicadeza y discreción, manifes-
tando la necesidad de reformas grandes y liberales en España
, y de instituciones que pudiesen satisfacer los deseos de la na-
ción y corresponder a las luces y civilización de nuestro siglo
y a los principios grandiosos y justos que había rectificado la
filosofía política en las naciones más cultas de Europa». Nada
había en él de máximas de sangre ni contrarias a la disciplina
de la Iglesia290.

Diego Correa le contestó en El Constitucional del día 14


de ese mismo mes. En su réplica especificó el porqué de su
pseudónimo, que es bien expresivo de su personalidad: «Terso
por escribir claramente y Machuca por quebrantar y desme-
nuzar»291. En ella, junto con críticas a la redacción del mani-
fiesto de José Álvarez de Toledo, en el que había intervenido,
reprodujo una carta de Luis de Onís en la que le da las gracias
por sus diatribas a esa obra y alude a su atribución precisamente

290
El Universal nº213, 10 de diciembre de 1820.
291
El Constitucional n° 585. Madrid, 14 de diciembre de 1820.

252
a José Fernández de Heredia, «que tenía hechos algunos apun-
tes contra el famoso manifiesto han querido colgárselo y pedirle
satisfacción, pero creo que se ha sincerado y que ya estén al co-
rriente del autor». El tinerfeño reseñó que, para evitar su cam-
paña contraria a la causa monárquica, Onís le señaló 50 duros
mensuales mientras que permaneció en los Estados Unidos,
que subieron a 300 libras esterlinas que le abonaba el Conde de
San Carlos «por la publicación del infame periódico El Ob-
servador en Londres, hasta que pasó a esta Corte, ¡donde dis-
fruta de 150.000 reales de sueldo!»292.
Cabral de Noroña trató de replicarle de nuevo en El Uni-
versal, pero este rotativo decidió poner fin a la polémica. En
su número de 19 de diciembre hizo constar que no podía con-
descender a publicarle su nueva respuesta por entender que
«esta discusión no versa sobre ningún ramo de utilidad pú-
blica y solo se reduce a recriminaciones y acusaciones entre
particulares», contestándose con hacer saber al público que
había contestado293. Ante tal exclusión decidió dar a luz un
folleto en la imprenta que fue de García en 1821, en el que
respondió de forma contundente con la impresión de una Ex-
posición que hace al público D. Miguel Cabral de Noroña rela-
tiva a dos libelos infamatorios, escritos y dados a la luz en esta
Corte por un individuo de la isla de Tenerife en el periódico ti-
tulado el Constitucional tan referida a lo largo de la obra.
Irónica fue su argumentación contra ese alias: «omitió
decir la razón por qué tomó el título de Licenciado, sin haber
saludado jamás universidad alguna, ni haber aprendido sino

292
El Constitucional n° 585. Madrid, 14 de diciembre de 1820.
293
El Universal nº222, 19 de diciembre de 1820, p.3.

253
malamente a leer y a escribir. Sin duda usó de aquel título para
dar a entender que tenía licencia para todo, bajo la protección
que adquirió en esta Corte por medio de sus nauseativos elo-
gios, obscuros chistes y servicios indecentes»294. Pormeno-
rizó que denunció a la Junta de Censura «los libelos» de
Correa. Sin embargo ese tribunal nada hizo y sus ejemplares
quedaron sepultados en su secretaría. Más adelante hizo una
solicitud al primer alcalde constitucional de Madrid, el Conde
de Clavijo, quien convocó a los jueces, quienes por unani-
midad dieron comienzo a la formación de la causa, ordenando
la presentación del lagunero ante el juicio de conciliación. En
él debía pagar además la correspondiente fianza. El portugués
refirió que aquél llegó a tener noticia anticipada de ese pro-
cedimiento, «y no confiando en que pudiese la égida de sus
protectores librarse de las penas de la ley, y tal vez prevenido
y aconsejado por ellos mismos, desapareció de Madrid ha-
ciendo correr la voz de que iba a servir su empleo de admi-
nistrador de Rentas en Nueva España; empleo que había
obtenido en esta Corte, sabe Dios por qué méritos... No ha
sido posible encontrarle (...) pero a tan larga distancia el re-
sultado no puede ser sino contingente o muy tardío». Fue-
ron esas dificultades el móvil de esa publicación295.
En la Exposición efectuó una biografía sarcástica de Diego
Correa, refiriendo sus orígenes socialmente bajos en La La-
guna. De él diría que «nació en la isla de Tenerife de una fa-
milia oscura y miserable. Su padre emprendió el oficio de
hojalatero y con él procuraba proveer a su triste subsistencia.

294
CABRAL DE NOROÑA, M. «Op. Cit.» p. 4.
295
«Op. Cit.» pp. 9-10.

254
Su hijo Diego descollaba en una estatura gigantesca y en gran-
des fuerzas musculares. Trabajaba también en hojalata y com-
ponía o hacía algunas obrillas de plata. Plasmó más adelante su
singular trayectoria militar y política en las Islas, la Península,
Inglaterra y los Estados Unidos. En Tenerife relató con no pocos
retintines sus éxitos en la invasión de Nelson y su papel en la de-
posición de Casa Cagigal en la comandancia general y en la pro-
clamación de la Junta Suprema. Más tarde glosó su marcha a la
Península, su participación y la de sus dos hijos en el ejército es-
pañol en la Guerra de Independencia, su subsistencia en Cádiz
dando clases de esgrima y la esperpéntica misión que le propuso
Lacy para asesinar a Napoleón a través de los Estados Unidos. Se
detuvo seguidamente en su activismo liberal en el Cádiz de las
Cortes y su intento de rebelión frente al decreto regio de aboli-
ción del régimen constitucional, que le llevó a huir a Gibraltar,
donde su gobernador le devolvió a Cádiz, lo que le condujo a
ser encarcelado en Ceuta. La presión británica obligó a Fernando
VII a dejarlo en libertad. Narró con sarcasmo que se dio «a co-
nocer en Londres bajo la denominación del capitán Correa por
varias gestiones quijotescas y ridículas, y por su estrecha unión
con el editor principal del periódico titulado El Español Cons-
titucional, periódico lleno de invectivas escandalosas contra la
doctrina de la Iglesia, de sarcasmos y sátiras indecentes contra
todos los Borbones, y de máximas de furor, sangre y trastorno».
Con la restauración del régimen liberal pudo regresar a España,
colaborando en Madrid en el periódico liberal exaltado El Con-
servador. Sobre esa época con mordacidad llegaría a decir de él
que «se le vio en todas las alarmas mezclado entre el populacho
con puñal, espada y pistolas y fingiendo tener muchas gentes
prontas a obedecerle». Finalmente denunció el cargo de admi-
nistración de rentas de Nueva España con el que había sido de-
signado y con el que puso rumbo al Nuevo Mundo.

255
Junto con esa crítica frontal a su viejo contrincante de tan-
tos lares, su folleto se dedicó a avalar su conducta en los Esta-
dos Unidos e Inglaterra a través de las certificaciones que le
dio Luis de Onís, que dio sentó que eran ciertas las relaciones
en las que se pormenorizaban sus servicios a la legación di-
plomática y su encargo «en mayo de 1819, en que por Real
Orden se le mandó pasar en comisión a Londres; y que en
todo aquel tiempo gozó del sueldo señalado por la Regencia
del Reino y después por S.M., siendo el último que allí se le se-
ñaló 18.000 reales anuales, pagaderos por mesadas». En ellas
se hizo constar no solo su estrecha colaboración en las activi-
dades diplomáticas y en los tratados abordados por esa em-
bajada, sino también la redacción por él de «varias proclamas
y otros papeles que se imprimieron en Filadelfia y circuló S.E.
en nuestras provincias fieles y a las insurreccionadas, para de-
mostrar a los habitantes de estas las calamidades y horrores a
que conducía la ciega ambición y frenesí ruinoso de los cau-
dillos y secuaces de la insurrección».

Al poco tiempo, Cabral de Noroña fallecería en la capital


de España. En efecto, el 9 de mayo de 1821, gravemente en-
fermo hasta el punto de no poder firmar, dictó sus últimas vo-
luntades. En ellas dijo ser «natural de la isla de la Madera,
reino de Portugal, hijo del capitán Blas Cabral de Noroña y de
doña Francisca María Meneses, según hago memoria, estando
enfermo en cama de la que Dios nuestro Señor ha sido ser-
vido darme, aunque en mi sano juicio». Solicitó ser amorta-
jado «según mi clase» en el camposanto de la parroquia
donde ocurriese su muerte. Su entierro debía ser el que dis-
pusiese sui testamentario «diciéndose y celebrándose por mi
alma seis misas rezadas con limoná de 6 reales de vellón».
Dejó por albacea y testamentario al citado José Fernández de

256
Heredia, «para que luego que fallezca se apodere de mis
bienes y de ellos y su valor cumpla este mi testamento y lo que
en él se contiene, para lo cual le concedo y doy todas las fa-
cultades». Dispuso que fuese su heredero, «y en su falta a la
señora doña Narcisa de Onís, su esposa, para que lo gocen con
la bendición de Dios»296.
El ex-fraile estaba en lo cierto, Correa había sido designado
Intendente de Querétaro en México. Con sarcasmo diría Ca-
bral que «los mejicanos añadirán segunda parte a la historia
de sus aventuras; y ojalá que él y algunos otros que han sido
nombrados desde septiembre acá para diferentes empleos en
las provincias de Ultramar no ocasionen en ellas grandes
males o no sean motivo de que se lleven los que ya existen a un
extremo demasiado funesto»297.

296
A.H.P.M. Leg 21782, ff.343- 345. 9 de mayo de 1821
297
«Op. Cit.» p. 15.

257
Reflejo de una época, hijo de su tiempo

Cabral de Noroña simboliza a un individuo bien característico


del tiempo en que le tocó vivir. Perteneciente a un grupo social
intermedio que le posibilitó una educación elevada para la
común de su época, pero que nunca le proporcionó una estabi-
lidad económica que le diese seguridad y estabilidad a su vida,
aparece ante nuestros ojos como un individuo culto, con una
capacidad intelectual poco usual entre sus contemporáneos. Esa
formación le otorgaba un aire de superioridad que le hacía tras-
mitir una desafiante suficiencia y egolatría.
Representaba, por tanto, a una minoría intelectual que se
creía portadora de las ideas de Razón y Progreso social por las
que combate con manifiesta soberbia a las élites nobiliarias
que defendían un orden que se quebraba y a un pueblo que
caracterizaba como soez e inculto y siempre opuesto a los nue-
vos cambios que sólo podían ser abanderados por una mino-
ría burguesa liberal, de la que él se contemplaba adalid. Como
Onís bien lo definió, no respondía al prototipo del revolucio-
nario de procedencia militar que trataba de transformar el ré-
gimen político por mor de un golpe de estado y que constituía
la figura eternamente conspiradora tan habitual en Filadelfia,
sino al del intrigante intelectual cuya arma más poderosa es la

258
pluma que ejercita a través del panfleto, la proclama, la prensa
o el verso, cualquier expresión provocativa que desestime y
deje descubierto al adversario. Obedecía, pues, a la caracteri-
zación del intelectual radical y agresivo, siempre en batalla,
que se pretendía revestir siempre de superioridad por la virtud
demoledora de su pluma y que podía vencer con ella a todo
aquel que contra él se opusiese y que en una época en la que los
medios de comunicación escrita ascendían cada vez más en
su estimación y en su desarrollo entre las minorías dirigentes,
hacía valer su relieve y poderío.
Mas, también es un hijo de su tiempo, de sus contradic-
ciones y del rápido bullir de las ideas y las transformaciones
socio-políticas en las que tenía que tomar partido y no podía
quedarse al margen. Pertenecía, por tanto, a la generación que
vio derrumbarse ante sus ojos imperios e instituciones que
para sus antepasados parecían eternas y que vio erigirse repú-
blicas y regímenes políticos hasta entonces desconocidos. Par-
tidario de los cambios liberales en todos los órdenes, discurría
que estos debían ejecutarse en un régimen parlamentario go-
bernado por una burguesía culta que impusiese su hegemonía
y su superioridad al pueblo. No se oponía a la liquidación del
imperio español, pero veía los problemas que unas estructuras
sociales coloniales y unos intereses marcadamente contrapues-
tos supondrían para la consolidación del régimen liberal en His-
panoamérica. El miedo a la revuelta permanente de las mayorías
descontentas le llevó a apoyar la causa que en su momento creyó
más estable y segura, pero siguiendo, aunque pudiera parecer
contradictorio, fiel a sus ideas liberales. Esa fue la esencia de su
trayectoria vital y la de los avatares de su intensa vida. En Ca-
narias mostró su pluma ácida contra sus capas dirigentes son
un discurso abiertamente satírico sobre los roles sociales y
abiertamente anticolonialista que le llevó a ser procesado por

259
la Inquisición y objeto de procedimientos sumarios para su ex-
pulsión de las Islas. Al ver limitada su libertad por la disciplina
de la orden franciscana, buscó en la vía de la secularización la
forma de obtener una subsistencia digna y de actuar con mayor
autonomía. Pero para ello era necesario alcanzar un patrimo-
nio que le permitiese alcanzarla. Por eso optó en primer lugar
por convertirse en capellán castrense primero del regimiento
de Nápoles y más tarde del de Ultonia. El destino de este úl-
timo a Santa Cruz de Tenerife después de la frustrada inva-
sión de Nelson de 1797 le llevó de nuevo a las islas, donde,
gracias al apoyo y la amistad con la rica hacendada tinerfeña
Catalina Prieto del Hoyo, pudo beneficiarse de una capella-
nía, que le autorizó la habilitación de la secularización.
Sin embargo, por aquel entonces, era ya un auténtico pe-
ligro para la oligarquía tinerfeña que enjuiciaba su presencia
en la isla como la de un catalizador de un auténtico germen de
subversión y malestar social. Por eso ocultaron la obtención de
su secularización, refrendada por el Papa, la vicaría castrense
y el propio prelado de la diócesis, e insistieron en su expulsión
a través de medidas expeditivas, especialmente a raíz de su ser-
món de San Cristóbal en que criticaba tanto la brutalidad de
las conquistas de Canarias y América como la actitud de las
autoridades y las capas nobiliarias ante la invasión de Nelson.
Sus estrechas relaciones con el corregidor y el alcalde mayor de
la isla, su alianza con los sectores más abiertamente liberales
de ese sector social llevó a estar a promover su expulsión por
medios expeditivos a través del regente Hermosilla o los vica-
rios eclesiásticos. Tales procedimientos se vieron frustrados
por la invasión napoleónica que derivó en la asunción del
poder de la monarquía por parte de José Bonaparte. Ante el
intento de las capas dirigentes tinerfeñas de tomar el poder
político ante ese vacío, con la deposición del capitán general

260
marqués de Casacagigal y la erección de una Junta Suprema de
Canarias que se convirtiera en la interlocutora y en la portavoz
del Archipiélago ante la evolución de los acontecimientos, Ca-
bral de Noroña reaccionó redactando un manifiesto cuya difu-
sión se convirtió en una auténtica bomba de relojería contra los
propósitos de una autoridad con potestades de tal calibre que le
facultaban a negociar con Gran Bretaña el estatus de las Islas.
La reacción de la Junta Suprema, primero, y del represen-
tante de la Central de Sevilla Avalle más tarde, fue encarce-
larle en Santa Cruz y conducirle más tarde fuera de las Islas.
Sería finalmente Avalle el que le conduciría preso a Cádiz.
Allí bregaría por su libertad y daría a luz un periódico liberal
radical, El Duende político en el que daría a la luz sus puntos
de vista críticos con el colonialismo español, las restricciones
a las libertades y la profundización en los postulados liberales
más avanzados, incluso en cuestiones tales como los derechos
de las mujeres. Perseguido por la Regencia por tales ideas, se
programó su encarcelamiento de nuevo, lo que le llevó a huir
hacia Filadelfia. En ese puerto norteamericano quiso dar
rienda cierta a sus ideas liberales y anticolonialistas, con sus
contactos con los revolucionarios hispanoamericanos y la re-
dacción de folletos y un órgano de prensa, El Cosmopolita sen-
sible o El Duende en América. Ante la falta de apoyos y de
financiación se vio abocado para garantizarse una mínima
subsistencia a aceptar las sumas que periódicamente le pro-
porcionaba el representante español Luis de Onís a cambio
de trabajar como espía y redactor al servicio de la embajada.
Pese a su eficacia, vertida en textos y actuaciones, que le llevó
a este diplomático a expandir cada vez más sus contribucio-
nes y a solicitar una mejor remuneración, el gobierno no se
fiaba y, al tiempo que le impedía retornar a ninguna parte de
los dominios españoles, no le daba ningún sueldo fijo y solo

261
progresivos aumentos. Ese trabajo no le impedía al eclesiás-
tico seguir vertiendo su pluma en ideas liberales y masónicas
que dio a la luz en diferentes opúsculos en los que mostraba
abiertamente sus puntos de vista liberales y favorables a la li-
bertad de conciencia, incluso con proyector colonizadores
como los del futuro oeste estadounidense en el que apostaba
por una migración sin cortapisas políticas y religiosas.
En el transcurso del tiempo sus ideas fueron evolucio-
nando hacia un liberalismo más conservador, próximo a los
llamados afrancesados o moderados. Tal credibilidad alcanzó
en el gabinete de Fernando VII que se le trasladó a Londres en
1819 para redactar en exclusiva un rotativo, El Observador,
que sirviese de estímulo tanto en Europa como en Hispanoa-
mérica a las ideas realistas. Sin embargo, tuvo la valentía de
plantear al monarca que ese órgano de prensa estaba conde-
nado al fracaso por quedar encorsetado como un boletín gu-
bernamental, con rígida censura por parte de las autoridades
y sin posibilidades de abrirse a planteamientos reformistas y li-
berales. Pese a ello tuvo el arrojo de defender postulados re-
formistas y masónicos en sus páginas.
La restauración del régimen liberal en 1820 le encaminó en
sus últimos números a decantarse abiertamente por la Consti-
tución de Cádiz, si bien dentro de la órbita de los moderados.
La consolidación de ese nuevo andamiaje institucional le llevó
al nuevo gobierno a abandonar la idea de seguir financiando El
Observador y a posibilitar su traslado a España como emple-
ado de la Secretaria de Estado en atención a sus servicios.

En esta nueva coyuntura de su trayectoria vital en el Ma-


drid del Trienio liberal un Cabral de Noroña achacoso y en-
fermo, que testa y fallece a los pocos meses de arribar a la
capital de España. No obstante, ante las ideas vertidas por su

262
contumaz enemigo y opositor desde los tiempos de Tenerife,
el militar liberal exaltado lagunero Diego Correa Corbalán,
participaría en una última y controvertida disputa sobre sus
itinerarios mutuos a lo largo de los años en Canarias, Cádiz,
Estados Unidos y finalmente en Madrid, que le llevaría a efec-
tuar finalmente en su Exposición contra dos libelos infamatorios
de su contrincante a abordar una cáustica y demoledora bio-
grafía del autodenominado Enemigo de los Tiranos, que había
arremetido contra él en las páginas de El Constitucional ma-
drileño. Último y contundente acometida de este poeta irre-
verente y punzante, de este escritor apasionado y pertinaz, del
hombre culto y heterodoxo que supo al mismo tiempo hablar
de libertad de conciencia y de filantropía con unas facetas tan
avanzadas para su tiempo como las de los derechos de la mujer
y la libre elección de su destino de los pueblos.

263
Archivos consultados

A.H.N: Archivo Histórico Nacional de Madrid


A.G.I.: Archivo General de Indias
A.G.M.S.: Archivo General Militar de Segovia
A.D.T.: Archivo Diocesano de Tenerife
A.D.C.: Archivo Diocesano de Canarias
A.H.P.T.: Archivo Histórico Provincial de S/C de Tenerife.
A.M.L.L.: Archivo Municipal de La Laguna
A.P.N.S.C.S.C.T: Archivo parroquial de Nuestra Señora
de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife
A.R.S.E.A.P.T.: Archivo de la Real Sociedad Económica
de Amigos del País de Tenerife
A.H.P.M. Archivo Histórico de Protocolos de Madrid.
B.U.Y.: Biblioteca de la Universidad de Yale
LC: Biblioteca del Congreso de Washington
B.U.J. H. : Biblioteca de la Universidad de Johns Hopkins
de Baltimore
B.U.L.L.: Biblioteca de la Universidad de La Laguna
B.P.C: Biblioteca Pública de Cádiz
B.P.R.: Biblioteca del Palacio Real de Madrid.
B.M.T.: Biblioteca Municipal de Santa Cruz de Tenerife
B.N.E. Biblioteca Nacional de España
CEDOCAM: Centro de Documentación de Canarias y
América
Añadir R.B.M.S.L.E.: Real Biblioteca de Monasterio de
San Lorenzo de El Escorial
M.C.: Museo Canario de Las Palmas.

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