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Reescribir el pasado _ Historia y ficcién en América Latina FERNANDO AiNSA ‘©Reescrbir el pasado Amor: Feran isa Court Be ece.aRg Get ess anaes “Re OBdiclanes AF ofr, of mismo 7 2005 Primer ec, Boner Victor Bao Pa Sar Da Mead deo on el at al 1340, Gleo sobre tela 46 x 65 em, 7 Giclee ee woes Gen Edo toma Teta 02742525770 «2521971 mal Itoramaitin@thetmal can Mérida nwa Dt, acter ey _J086 Gregorio Vasquex ¢. = esto ora José Grego Romero naw Dano we Denso Lega! is2u0360010 © sete cute Geto sl Lanna“ Ediciones & ofr, ef mismo oo ee ale ei ic Introduccién .... INVENCION LITERARIA ¥ RECONSTRUCCION HISTORICA 1. De Historia e “historias” 19 2. La relatividad del saber histérico .. seve 37 3. “Intencién’ histérica ¢ intencién literaria «.......- 51 75 4, La reescritura de la historia (CUATRO MODELOS DE NARRATIVA HISTORICA 1. Dela novela de la historiaa la novela histética . 117 2. Anticrénica de una conquista herética, abd 3. Della historia a la utopfa «oe 155 4, Los visionarios transgresores del orden histérico 17’ 5 185 Bibliografia. Introduccién El auge de la novela histérica en América Latina,» = coms parte de la renovacién del género a nivel mundial, se ha operado en forma paralela a la ampliacién de la historiografia a otros campos de la historia social y de la vida privada: las religiones, mentalidades y sensibilida-S des; la sexualidad y la locura; la infancia, el miedo o el pudor, historias tematicas que cubren aspectos de una micro historia al margen de los acontecimientos y los gran- des personajes. Las barreras epistemolégicas que separa- ban la historia y la literatura como disciplinas, si no han desaparecido, por lo menos han cedido a una atenta lec- cura estilistica del discurso historiogréfico y aun rastreo de Jas fuentes 0 componentes historicos del discurso ficcional Al mismo tiempo, ambos se han abierto a una interdisciplinatidad con las ciencias sociales y antropolégicas con las que intercambian temas y preocupaciones, En el caso de América Latina este tipo de anilisis se impone por la propia naturaleza textual de los discur- sos que inauguran tanto la historia como la literatura del continenteJEl interés por la literatura colonial -familia textual en la que se incluyen cartas, relaciones y docu- mentos de diversa naturaleza~ han acercado los textos 3 SS 3 Ty histéricos a los literarios. La vocacién literaria de las Cré- niicas ha sido puesto en evidencia por la critica y los me- jores ejemplos -los Comentarios Reales y La Florida del Inca Garcilaso, los Jnfortunios de Alonso Ramirez de Car- los de Sigiienza y Géngora, los Nauffagios de Alvar Niiiez Cabeza de Vaca~ son objeto de estudios “histérico-lite- rarios” donde importa tanto el documento y el archivo en que se apoyan, como el estilo y los procedimientos nartativos utilizados. De este modo, se multiplican losand- isis cefticos de los referentes hist6ricos en la narrativa, de Ja intertextualidad entre fuentes documentales y creacién ficcional, gracias a los cuales se lee “la historia como una narracin” y se analzan las “etrategiasdscursiva yper- suasivas del texto de historia”. ~~ Pero esta preocupacién crftica también ha servi- doa la cteacién literaria, El novelista investiga en biblio- tecas y archivos; munido de profusa documentacién y releyendo atentamente el pasadg; reescribe la historia: Lo hace muchas veces recreando el lenguajéysolazando- se en arcaismos y en las imaginativas posibilidades de ana- ctonismos, pastiches y patodias proyectadas hacia el pa- sado desde la mirada critica del presente. Esta polifonia —que no todos aceptan~ tiene en una obra como Yo, ef supremo de Augusto Roa Bastos una demostracién pal- maria de las posibilidades del género. Este ejémplo no es tinico. A partir de las novelas. mas representativas de Arturo Uslar Pietri —Las lanzas coloradasy La isla de Robinsén~ de Alejo Carpentier El siglo de las luces, El reino de este mundo, Elarpa y la som- bray hasta el reciente El paratso en la otra esquina de ‘Miatio Vargas Llosa, pasando por la obra de Carlos Fuen- 10 tesy Fernando del Paso interés de autores y lectores por la relectura del pasado americano ha ido en aumen- to. Personajes secundarios dela historia, aspectos ocultos (wocultados) de la vida privada de héroes y antihéroes, invenciones basadas en hechos ciertos, emergen en una profusa bibliografla que merece asimismo un creciente interés de la critica. Aunque la nueva novela histérica latinoamerica- na se inscribe en una tradicién literaria, difiere por su estilo y finalidad de la novela histérica clasica decimonénica, cuya misién fundamental habia sido con- tribuir a la definicién de los emergentes estados inde- pendientes americanos. La novela hist6rica del siglo XIX ~al modo de Ia europea propuesta por Walter Scott, Victor Hugo y Alessandro Manzoni~aspiraba contribuir a fundar los mitos, arquetipos, creenciasy valores en que serfa seguida con entusiasmo en América Latina, desde José Marmol en la Argentina y Manuel Altamirano en México, hasta Eduardo Acevedo Dfaz en Uruguay y Al- berto Blest Gana en Chile. Por el contratio, la nueva narrativa, a través de un deliberado revisionismo relee y reescribe esa historia ofi- cial, desde el diario de Colén, crénicas y relaciones, hasta textos contempordneos como los de la revolucién mexi- cana, Los mitos se desacralizan a través de procedimien- tos como la ironfa ola parodia, el deliberado “pastiche”, la utilizacién de la hipérbole y el grotesco. Los héroes inmortalizados en mérmol o bronce, descienden de sus pedestales para recobrar su perdida condicigit cool) uw En Reescribir el pasado. Historia y fiecién en Amé- rica Latina se analizan los caracteres de la nueva narrati- vay sus relaciones con la moderna historiografia. Dividi- dan dos partes, se estudia en la primera su vocacién historicista y la fuerve capacidad integradora de las rafces anteriores del género, tales como la oralidad, el imagina- rio popular y colectivo presente en mitos y tradicionesy las formas arcaicas de subgéneros que estén en el origen de la narrativa (pardbolas, Crénicas, Baladas, leyendas, etc.), la mayorfa de las cuales no habfan tenido expresio- nes americanas en su momento hist6rico. Esta variada temdtica se acompafia de una problematizacién reflexiva dela escritura; un intenso dislogo intertextual y novedosas apuestas estéticas, En la segunda parte se proponen cuatro modelos de novela histérica: el cldsico de Eduardo Acevedo Diaz, un narrador que fuera también historiador; la propuesta de anti-crénica de Miguel Angel Asturias en Maladrén; la proyeccién en el presente del pasado rescatado en la biograffa novelada de Simén Rodriguez de Arcuro Uslar Pietti, La isla de Robinsén; y la reconstruccién de un pe- riodo histérico “bisagra” en Los cortejos del diablo de Germén Espinosa. Los ocho ensayos que componen Reescribir el pa- sado, Historia y ficcién en América Latina tecogen una preocupacién que ha acompafiado mi quehacer crftico a lo largo de los tiltimos quince afios. Si bien han sido ar- monizados, corregidos y actualizados con miras a esta edicién, la totalidad ha sido publicada en revistas, actas de congresos, prdlogos y homenajes editados en diversos patses. Algunos de ellos -especialmente el niimero colec- 12 tivo de Cuadernos Americanos, (28, Julio-Agosto 1991, UNAM, México), que tuve el placer de coordinar, y el publicado en la revista Plural, 203, 1988— han tenido amplia difusién y han sido (y siguen siendo) utilizados por estudiantes y profesores, Otros, por el caricter dela publicacién en que fueran editados no han salido de un circulo restringido de difusién. Esto tiltimo y la buena acogida de los primeros me ha inducido a reunir la tora- lidad en un libro que ~gracias a la amable propuesta del Editor Victor Bravo de Ediciones El otro, el mismo, y del Centro de Estudios Latinoamericanos “Rémulo Gallegos’ CELARG~ se edita ahora en Venezuela, Desde la publicacién Lashuscadores de la utopta (1977) —un li- bro que fuera “fundacional” en la definicién de mis pro- pias inquietudes- he mantenido estrechos lazos de co- operacién y amistad con Venezuela. Reescribir el pasado. Historia y ficcién en América Latina, aspita reanudat ese didlogo, porque ¢s parte de aquella misma “biisqueda” que esta lejos (jfelizmente!) de haber concluido. ZaragozalOliete, mayo 2003 13 Supuesa, pues, la incertdumbre de la bistora, uel a dec, se debe prferr la lectura y estudio deta fbula, ‘Porque siendo ella parte de una imaginaciin libre y desembozada, influye y deleta mds. Concolocoreo, El lazarillo de ciegos caminantes Invencién literaria y reconstruccién histérica 1. De Historia e “historias” Las relaciones entre historia y ficci6n han sido siem- pre problemdticas, cuando no antagénj hechos sucedidos, mientras la otra —la ficcién— finge, tiene y crea una realidad alternativa, ficticia Jotaggo, ‘noverdader®™. SSS La historia, como la novela, es hija de la mitolo- gfa. Ambas surgen del tronco secular de la epopeya, don- de mito y narracién eran fondo y forma de una narra- cién compartida en sus técnicas y procedimientos]Por ello se comprende que la lectura de La Iltada puede ser tanto histérica como literatia, lectura que implica una forma particular de comprensién y de expresién, donde lademarcacidn entre lo real y lo imaginatio es sinuosa y dificil de trazar. ie embargo, desde el famoso distingo de la Poé- tica dE Aristételes! se sostiene que la historia narra he- chos sucedidos, mientras la poesia “finge, entretiene € inventa’. La historia ha ido privilegiando la crénica y el testimonio del dato insercado en la epopeya, y la ficcién el aspecto narrativo que se transformé en un fin en si mismo. Sin embargo, no por “verdadera” la historia ha 19 resultado mds importante, busqueda de la ver- dad histérica es la de ua “verdad particular”; mientras la poesfa aspira a una “verdad mas getteral”y, por lo tan- to, més filoséfica. Verdad histdrica y mentira poética A partir del distingo entre Historia, sindnimo de verdad particular y Poesia, expresidn de un principio més general, aunque limitada a cantar e “inventar”, los géne- ros no sélo se diferencian entre sf, sino que se jerarquiza la historia, gracias a Herodoto, Jenofonte, Plutarco, Tucidides y Cicerdn, adquiere credenciales de disciplina ysse inviste de la misién de transformar el pasado en mo- delo del presente y del faturg] Una misién que Cicerén resume en la maxima “Historia magistra vitae’, no por- que la historia dicte normas 0 consejos edificantes, sino porque “la historia es testigo de los tiempos, luz de la ver- dad, vida de la memoria, maestra de la vida, mensajera dela antigtiedad” ®. En la misma direccién, Salustio afir- ma que “de todos los trabajos del ingenio, ninguno trae mayor fruto que la memoria de las cosas pasadas”?. Por el contrario, el “filésofo—poeta” de que ha- bla Platén, aunque estuviera coronado de mirtos, esté socialmente relegado al Parnaso 0 entretenido con las Musas en el Olimpo, ya que, en definitiva, “los poctas mienten’ 4s poetas mienten, es cierto —repite Horacio —aungue sospecha un posible fin diddctico en Ianen- tira poética. La poesfa, nos dice, ilustea la maxima “ilus- ‘trar y deleitar” (delectare et prodesse). A partir de ese mo- ‘mento, se admite que la mentira literaria pueda también cumplir una misién, ilustracién en la que se reconoce 20 buena parte de la ficcién contemporaine complemento posible del acontecimien posible metéfora, su s{ntesis paradigmtica, su moral Es claro que la diferencia entre poeta e historia- dor, no estd en que uno escriba con métrica y el otro sin ella, ya que, aunque se pusiera a Herodoto en verso, no por eso su obra dejaria de ser una historia que aspira con- tar las cosas como pasaron y no como se imagina 0 se quisiera que hubieran pasado. Lo importante es la inten- cién de su autor. La autoexigencia de Ja verdad a que se someten los historiadores grecorromanos, muchos cronistas de la Edad Media, algunos autores renacentistas y os tratadistas de los tiempos modernos, especialmente en el perfodo poscaficman cesta necesidad de contar lo realmen- tesucedido, al punto de que el historicismo decimonénico afirmé que la historia ng es sdlo el mejor conocer, sino el “Gnico conocer posible’ Ello sucede aunque eruditos y cientificistas tengan que apoyarse en la filosofia para soli- citar el esquema de ideas ¢ interpretaciones que les per- mita emitir juicios sobre el pasado. Como anota Karl Vossler*, la béveda de la historiografia se apoya desde sus origenes en los pilares de la historia y de a filosoffa. En la piedra clave de este arco, en la instancia documental, i nena converger por ambos lados los soportes; del mismo mode, la clave carga su peso hacia uno y otro lado, — La historia reivindics desde la antigitedad el pri- vilegio déTa “verdad”, au esis de Tak pudiera ser privilegio de la ficcin, tal ec laaparicién del género novela al incorporar lo inmedia- toy lo cotidiano a su universo. La confusién renacentista 21 ) bP: ve entre verdad y verosimilitud llevé a creer que bastaba con que la realidad se copiara de un modo veros{mil para que pudiera ser verdadero ello la narrativa se esforzé por ser cada vez més realifta, realismo que la aproximé en siglos sucesivos al discurso histérico. En este esquema, lo ttl se identifica con lo verdadero (“Lo ttil es moral y sélo lo verdadero es lo util”, se afirma), mientras lo ver- dadero y lo verosimil se confunden, Sin embargo, un novelista como Miguel de Cervantes se plantea las complejas relaciones existentes entre historia y novela, al hacer dudar a Don Quijote que “no fue tan piadoso Eneas como Virgilio le pinta, ni tan prudente Ulises como le describe Homero”, a lo que el bachiller Sansén Carrasco le responde: “As{ es pero uno es escribir como poeta y otro como historiador: el poeta puede contar o cantar las cosas, no como fueron, sino como debfan ser; y el historiador las ha de escribir, no como debfan ser, sino como fueron, sin afiadir ni qu tar a la verdad cosa alguna”. La falsedad equivale a la ‘mentira, con su connotacién moral de culpabilidad para todo aquel que falta a la verdad. La invencidn inverosi- mil tiene, porlo tanto, un efecto nocivo en el lector. Por ello Don Quijote sostiene més adelante que “los historia- dores que de mentiras se valen habfan de ser quemados, como los que hacen moneda falsa’, ya que “la historia es como cosa sagrada; porque ha de ser verdadera, y donde est la verdad, est Dios, en cuanto a verdad; pero no dobstante esto, hay algunos que as{ componen libros de si como si fueses bufiuelos”® Por esta razén, cuando se trata “De las admirables cosas que el extremado don Quijote conté que habia vis- 22 toen la profunda cueva de Montesinos”, se afiade “cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventu- ra por apécrifa”’. La historia aparece como apécrifa 0 falsa porir “tan fuera delos términos razonables...”, por- que a diferencia de otras aventuras del hidalgo de la Mancha, esta no ¢s veros{mil: “Todas as cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles —le explica Don Quijotea Sancho? {Cul es la verdad referencial de lo verosimil? Algo que es semejante a la verdad; una verdad que tie- ne apariencia de verdadero, de lo que “parece” 0 po- dria ser sin forzar la lgica, no necesariamente de lo que es verdadero. Por consiguiente, todo lo que tiene difi- cultades de realizacién o de comprensién parece impo- sible y, por lo tanto, no es verdadero, queda limitado a lo socialmente aceptado, a la norma, al sentido comiin. “Déjese de cuentos”, recrimina el bachiller Carrasco a Don Quijore, cuando éste habla fuera de ese espiritu “consensuialmente” aceptado. ese a que los distingos que separan historiadores y poetas parezcan claros desde el perfodo clésico, no lo son tanto cuando hablamos de la prosa de ficcién. Por lo pronto, a nivel semdntico es bueno recordar que en es- pafiol “historia”, como en italiano storia, significa tanto historia como relato. Esta relacién —por no decir confu- sién—ha propiciado no pocos equivocos que unos tras- jenden en la poesfa inmanente a todo lo que es natra- cidn sobre el acontecer humano y que otros traducen en la imposibilidad de distinguir entre lo que es propio de la retérica del discurso histérico y lo que es indagacién sobre las verdades del pasado. 23 Si bien en inglés se distingue la history de la story, en alemén la Historie de la Geschichte y en francés se suple Ja insuficiencia terminolégica gracias a la mayuiscula de una —I'Histoire—y de la mintiscula de la otra —Lhistoire— se coincide en general que las relaciones entre el discurso histérico y el ficcional son complejas, pese a que signos complementarios se perciban hoy en dia entre uno y otro. Algo que parece muy simple cuando Mario Vargas Llosa nos dice que la novela no es otra cosa que “contar histo- rias”, pero que en realidad no es tan sencillo ‘Aunque los objetivos de a historia y la ficcién son diferentes, la forma del texto es parecida, los procedi- mientos narrativos utilizados son similares y, sobre todo, estén guiados por un mismo esfuerzo de persuasion. En efecto, historia y ficcién son relatos que pretenden re- construir y organizar la realidad a partir de componen- tes pretextuales (acontecimientos reflejados en documen- tosy otras fuentes histéricas) a través de un discurso do- tado de sentido, inteligible, gracias su “puesta en intri- ga’—al decir de Paul Ricceur*— y a la escritura que mediatiza la seleccién[BI discurso narrativo resultante esté dirigido a un receptor que espera que el pacto de la ver- dad (historia) o de lo posible y vergstmil (ficcién) se cum- plaen el marco del corpus textual Los libros que hacen los pueblos. Pero hay mds. En algunos casos ¢s la literatura la que mejor sintetiza, cuando no configura, la identidad nacional. De ahi, la indisoluble unién con que aparece ‘muchas veces identificada la historia de un pueblo con Jas obras literarias que lo representan. Son “los libros que 24 hacen los pueblos” —como gustaba decir Ezequiel Martinez Estrada? — para referirse a la “paternidad in- versa” : el libro fundacional de un pueblo, cuyo ejemplo paradigmatico seria La Biblia, ese libro de miiltiples lec- turas que permite tantas interpretacion J Esevidente que la imagen de puéblos y naciones ceuropeas se ha forjado a través de textos que han permi- tido su cristalizacién, una representacién de su historia o la configuracién mitica de una nacién a partir de obras como La Ilfada, La Eneida, el cantar de El Cid, La Can- cidn de Rolando o Los Lusiadas, proceso que se prolonga en muchas de las novelas histéricas del romanticismo y realistas del Siglo XIX. ee paternidad literaria de que hablaba Martinez Estrada es evidente en América Latina, donde a ficcién no sélo reconstruye el pasado, sino que, en muchos ca- sos; lo “inventa’ al darle una forma y un sentidg}Novelas que legitiman la historia o definen una cierta idea de la identidad nacional, como Las laneas coloradas de Arturo Uslar Pietri y Canaima de Rémulo Gallegos en Venezue- la, Hombres de maizy El-seior Presidente de Miguel An- gel Asturias en Guatemala, la obra de Augusto Roa Bas- tos en Paraguay o lade Ciro Alegrfa y José Marfa Arguedas en el Peri, Por ello, la representacién de la realidad se tifie siempre de la visi6n literaria, Dificilmente pueden imaginarse los Andes peruanos fuera del contexto del mundo narrativo forjado por Alegria o Arguedas. Del mismo modo una visién della historia de Cuba pasa ineludiblemente por Cecilia Valdés de Citilo Villaverde y de Puerto Rico por La Charca de Manuel Zeno Gandalfia novela fija los signos de una marca 2s emblemdtica de la historia. Muchas de estas novelas se consideran clisicos, verdaderas epopeyas nacionales obras representativas de una sociedad con las cuales se identifican. Otro tanto puede decirse dela novela histéri- a propiamente dicha, cuyo propésito explicito ha sido el de configurar nacionalidades emergentes) como es el caso de Eduardo Acevedo Diaz. para el Urugiay o del ciclo de novelas sobre la revolucién mexicana a partir de Las de «abajo de Mariano Azuela. La complejidad histérica, mu- chas veces simplificada, cuando no reflejada en forma reductora y maniquea en el discurso politico, histérico 0 ensayistico, aparece mejor reflejada en la mimesis del na- rrativo, La literatura tolera las contradicciones,lariqueza y polivalencia en que se traduce la complejidad social y sicolégica de pueblos e individuos, lo que no siempre su- cede en el ensayo histérico, en general més dependiente del modelo teérico e ideol6gico al que aparece referido En ese sentido —y como lo hemos sostenido en otros trabajos!” — se puede afirmar que la ficcién litera- tia contempordnea ha podido ir més allé que muchos tratados de antropologia o estudios sociolégicos en la percepcién de la realidad americana, al verbalizar y sim- bolizar, de manera privilegiada, hechos y problemas que no siempre se plantean o expresan abiertamente en otros géneros. Los datos estadisticos y las informaciones objeti- vas resultan secundarios frente al poder evocador de las imagenes y las sugerencias de una metéfora. La problematizacién consiguiente del discurso ficcional, en tanto encuentro de tensiones y contradic- ciones, se ha traducido en un factor de enriquecimiento cultural. Gracias a esta percepcién mds compleja dela rea- 26 lidad, se ha modificado el punto de vista con que habitual- mente se han analizado los problemas del continente, nue- vvo dngulo de aproximacién que no altera en forma sustan- cial la naturaleza de los hechos o la problemética aborda- da, pero s{la manera como se los representa. A través de la apertura historica y antropolégica que propicia la literatura, el propio discurso historiogrifico se entiquece. Sise piensa —por ejemplo— en la “reconstruccién” literaria de la historia del Para- guay en la obra de Augusto Roa Bastos, se observa como &ta ha adquirido espesory densidad cultural a partir de novelas como Hijo de hombrey Yo, el Supremo, Gracias a Ja “reescritura” de Roa se han desvelado los mitos, simbo- los ya variedad etnocultural de una realidad que existia, pero que estaba oculta por el discurso reductor y simplificador de la historia oficial. La relacién es también evidente en el entrecruza- miento de los géneros a partir de la ficcionalizacién y reescritura de la historia que recorre buena parte de la narrativa actual. Sus variadas expresiones permiten ha- blar de una verdadera eclosién del género del que estas reflexiones no son sino uno de sus posibles aportes crti- cos del que una abundante bibliografia da cuenta. En todo caso, la historia que emerge de estas obras literartas puede parecer més auténtica que la basada en hechosy datos concretos y pretendidamente objetiva de la historiograffa tradicional. En sus pAginas se vertebran con ‘mayor eficacia los grandes principios de la identidad ame- ricana o se resaltan las denuncias sobre las “versiones ofi- ciales” de la historia, ya que en Ta libertad que da la cree cién se Menan vacios y silencios o se pone en evidencia la 27 falsedad del discurso vigente|Como ejemplo basta citar el “revisionismo histérico” ent que est embarcada la nueva narrativa histérica mexicana, inaugurada por la memoria dividida entre el pasado y el futuro en Los recuerdos del porvenir (1963) de Elena Garro o la intrahistoria revelada enel monélogo agénico del protagonista de La muerte de Artemio Cruz (1962) de Carlos Fuentes. La nueva novela histérica al propiciar un acercamiento al pasado en acti- tud niveladora y dialogante, elimina la “distancia épica” dela novela histética tradicional y propicia una revisién ctitica de los mitos constitutivos de la nacionalidad. En la novela de Garro los miros que nuten y definen Ia imagen estereotipada de la revolucién se desmontan gracias a un recurso sutil. Aunque los datos histéricos manejados sean auténticos, el mero transcurso del tiempo les ha otorgado visos de inautenticidad, cuando no de falsedad. A més de cincuenta afios dela revolucién mexica na su representacién no puede ser la misma que en el ‘momento de sus heroicos origenes. La historia debe ser, Por lo tanto, reeds en la simple perspectiva del tiempo transcurrido, Desde esa distancia narrativa se asume en forma inevitable una visién critica que esté ausente de la versién oficial de los manuales y de la inmediatea testi- monial de la narrativa histérica clisica mexicana, la que va de Mariano Azuela a Rafael Mutioz, pasando por Martin Luis Guzman y Nelly Campobello. Ello es evi- dente en Los-relampagos de Agosto (1964) de Jorge Tbargitengoitia, deliberado reverso humoristico de la novela de la Revolucidn. Desde esta perspectiva, se pueden estudiar los ele- mentos histéricos de la narrativa, el ambiente que 28 — I retrazan, los inevitables tiempos y espacios en que toda ficcién se contextualiza, las “marcas de historicidad” en que se apoyan, los temas o “asuntos histéricos” en que se fundan tramas y argumentos y, en el caso de la novela histérica, el componente de “critica historiogréfica” per- ceptible en su renovado auge, especialmente através de procedimientos como la parodia, el grotesco, el “pasti- che” y la desacralizacién del discurso histérico oficial, lo «que podrfamos lamar el revisionismo parédico de la nueva novela histérica. La mediacién con la realidad En realidad —y as{ lo privilegiaremos en las pégi- nas siguientes—las “formaciones discursivas” dela historia o de la narrativa, son dos modos de mediacién con la rea- lidad, no antitéticos, sino complementarios y ello por dos razones te6ricas desarrolladas tanto por la historiografia como porla critica literaria contemporineas: to En primer lugar, hay que tener en cuenta las nuevas orientaciones de la historiografia preocupadas por Ja materialidad del discurso hist6rico, por su “vocacién narrativa” y por la interpretacién del texto, cuyos rasgos imaginativos no pueden dejar de tenerse en cuenta. Es- tas nuevas orientaciones incorporan al campo de estudio en forma tanto phir, como inter o transdisciplinaria, te- ‘mas como el de las mentalidades y sensibilidades colecti- vas, dela vida cotidiand, la micto historia y otros que p recfan privilegio de las ciencias saciales o de la psicologia. Los rasgos que caracterizan estas nuevas relaciones tefle- jan una “crisis epistemolégica” de interesantes repercu- siones en las relaciones entre imaginario c historiografia, 29 renovacién disciplinaria originada en Europa pero con repercusiones y un desarrollo propio en América Latina, donde la narrativa ha cumplido tradicionalmente una funcién critica. b) En segundo lugar, la insercién de la obraficcional en la historia, asegura la inteligibilidad del texto literatio, condicionado por la prefiguracién de la realidad que “re— figura’ el mundo del lector. La potencialidad cognoscitiva y heuristica del discurso ficcional, marca diversas proble- ‘maticas como las referencias discursivas, las posibilidades y limitaciones de los conocimientos histéricos. Las batreras que separaban la historia y la litera- tura como disciplinas, especialmente a partir del positi- vismo, si no han desaparecido, por lo menos han cedido a.una atenta lectura estilstica del discurso historiogréfico ya.un rastreo de las fuentes o componentes histéricos del discurso ficcional. Por ello, proliferan estudios sobre los componen- tes narrativos y el cardcter de relato diegético del discur- 80 histérico, como los de Hayden White, Paul Ricoeur, Paul Veyne,o Jorge Lozano (ver Bibliograffa Basica en sect En Yin hogs permite les como la de George Macaulay: “la his- toria es una novela fundada en hechos”, ya que “la histo- ria comienza por la novela y termina por el ensayo”. El historiador no sélo debe tener bastante imaginacién para dara sus narraciones interés y colorido, sino aceptar que la historiograffa es un género eminentemente literario y artistico y, pot lo tanto, es “parte de la literatura’, puesto que, si bien la verdad es el criterio bésico del quehacer histérico, su mévil es de orden poético, por lo cual “su 30 poesfa consiste en hacerse verdad”, En la misma direc- cién, Georges Duby ha recordado que la historia es ante todo un arte, un arte esencialmente literario, puesto que “Ia historia existe slo con el discurso”. Pero, antes que nada, la historia trata de revivir aspectos de la vida humana y con este procedimiento esté mis cerca de la narrativa que de las ciencias explicativas, ya que la creacién literaria intenta revelar también la con- dicién humana mostrando posibilidades particulares de hombres concretos. Aunque la literatura abre posibili- dades verosimiles pero ficticias y a historia, en cambio, sélo revive situaciones reales, debe anotarse como hace el historiador Luis Villoro que: ~ Sin duda, la literatura se interesa, ante todo, \ en personajes individuales y la historia, por el | contrario, censra su atencién en amplios grupos | umanos; sin dda, en fin, la literatura se nie~ gaa explicar lo que describe y la historia no quiere sélo mostrar sino también dar razén de | lo que muestra. Pero, por amplias gue sean sus | diferencias, literatura e historia coinciden en un | ‘punto: ambas son intentos por comprender la condicin del hombre, al raves de sus posibili- des concretas de vida" | J En la misma diteccién Ernst Cassirer sostiene que: El arte y la historia representan los inserumen- tos més poderosos en nuestro estudio de la na- suraleza humana, :Qué conoceriames del hom- bre sin estas dos fuentes de informattén?-De- 31 penderiamos de los datos de nuestra vida perso- nal y tendriamos que hacer experimentos sicoldgicos, recoger hechos estadisicos, pero nues- sro retrato del hombre seria inerte y sin color’. En las obras de historia y de arte comenzamos a ver, tras esta mascara del hombre convencional, los ras- gos del hombre tinico, individual. Para encontratlo te- nemos que acudira los grandes historiadores 0 a los gran- des poetas, a los dramaturgos como Eurfpides 0 Shakespeare, a los cldsicos Cervantes 0 Molire, 0 a no- velistas modernos como Dickens, Thackerey, Balzac 0 Flaubert, Gogol o Dostoievsky. La poesfa no es mera imi- tacién de la naturaleza; la historia no gs una nartacién de hechos y de acontecimientos muertof La historia, lo mis- mo que la poesfa, es un érgano del conocimiento de no- sotros mismos, un instrumento indispensable para cons- truir nuestro universo humano. Las fronteras disciplinarias se esfuminan desde el momento en que se afirma —como ha hecho Hayden White—quella historia no es més que una fiction —making operation ya que, cualquiera sea su contenido, la historia es tuna narracién que utiliza los mismos procedimientos de la ficcién. La historia seria una verdadera “poética del saber” que tendria por objeto el conjunto de los procedimientos literatios a través de los cuales un discurso intenta sustraerse ala literatura para darse un estatuto cientifico con sus pro- pios significados, sin dejar por ello deser un relato de caréc- ter esencialmente “autocxplicativo” como lo es el ficcional. Deeeste modo, se multiplican los andlisis criticos de los referentes histéricos en la narrativa, de la intertextualidad entre fuentes documentales y creacién ficcional, al mismo tiempo que se lee “Ia historia como una narraci6n” y se analizan las “estrategias discursivas y persuasivas del texto de historia" Las nuevas familias textuales En América Latina esta relacién ha sido evidente. La ficcién ha sido el complemento necesario de la histo- ria del perfodo de la conquista y colonizacién, cuya “vo- cacién literaria” se reconoce no sélo a nivel de la leceura lingiiistica contempordnea, sino de la intencién literaria de sus autores, En las Crénicasy Relaciones del periodo colonial, textos donde se expresa la voluntad de consig- nar hechosy datos histéricos, se integran leyendas, mitos y fabulaciones y se da, gracias ala retdrica que la define como subgénero, una “problematizacién reflexiva de la escritura”*, De la combinacién de estos tres componen- tes —voluntad de consignar hechos, integracién de mi- tos y fabulaciones y retérica discursiva para narrarlos— surge la polisemia de la que fuera una nueva familia tex- tual generalizada con el descubrimiento y la conquista de América, pero cuyas influencias se extienden hasta hoy en dia en la reescricura parédica o arcaizante, a través de las que se expresan autores de novelas histéricas. Créni- cas cuya original intencidn histérica es hoy ficcional; cré- nicas que, en definitiva, pueden llegar ser representati- vas de la otra historia de América que estd por escribirse: lade las minorfas, vencidos y maiginados, la del pensa- miento heterodoxo y disidente. La vocacién literaria de las Crdnicas se ha puesto en evidencia por una critica atenta y los mejores ejem- 33 ee eee eee eae plos —los Comentarios Reales y La Florida del Inca Gatcilaso, los Infortunios de Alonso Ramirea de Carlos de Sigtienza y Géngora, los Nauftagios de Alvar Niifier C. beza de Vaca— han sido objeto de estudios “histérico— literarios”'®, donde tanto importa el documento y el a chivo como la técnica narrativa utilizada Pero este aparato critico también ha servido ala cea cin literaria, Munidos de profusa documentacién y releyendo atentamente el pasade[los novelistas rescriben la historia al mismo tiempo que recfean el lenguaje con ana- cronismos o pastiche. Esta polifonia interdisciplinaria—que no todos aceptan en forma undnime— tiene en una obra como ¥6, elsupremo ce Augusto Roa Bastos una demostra- cién palmaria de lo profundo de sus posibilidades Si la ficcién se ha embarcado en una Mlectura erktica dela historia utilizando los recursos de otras disci- plinas, especialmente de las ciencias sociales, la antropo- logfa y el psicoanalisis, no debe olvidarse que esta incur- sién problematizada de la narrativa en la historia ha sido posible porque el propio discurso historiogréfico se ha relativizado al abrirse en las ultimas décadas a una interdisciplinatidad que trasciende las fronteras del co- nocimiento histérico tradicional. La emergencia de esta interdisciplinaridad no ha sido casual. Acompafa a desestabilizacién de los conoci- mientos fjados en compartimentos estancos, resultante dela critica dea especializacién y del orden institucional dividido en que se ha vivido tras la fragmentacién de la filosofia en diferentes “distritos del saber”. Si el saber auto—centrado en cada uno de es0s “distritos” ha debi- do abrir sus fronteras, es porque la crisis disciplinaria lo 34 ha desplazado hacia otros terrtotios donde todo lo que lo distingufa, privilegiaba y consagraba ha cedido a nue- vas combinaciones, solidaridades y desmitificaciones. De esta apertura transdisciplinaria, como la pre- fieren llamar otros", Ia primera beneficiada ha sido la narrativa, especialmente la novela, género mestizo por excelencia, donde tradicionalmente se entrecruzan for- ‘mas diversas de conocimiento. El auge de la novela histé- rica en América Latina, operada en el marco de una re~ novacién del género a nivel mundial, se ha dado en for- ma paralela ala apertura dela historia como diseiplina a otros campos (la micro—historia, la historia social, lahi toria de la vida privada, de las mentalidades, de la sexua~ lidad, de la locura, exc.) y a las discusiones teéricas sobre la naturaleza de los discursos historiogréfico y ficcional En el capitulo siguiente abordaremos las notas més significativas de la apertura disciplinaria de la historiogeafia, verdadera revuelta critica que empez6 en Europa, pero cuyas repercusiones en América Latina se comprueban en la polisemia del discurso ficcional con- tempordneo. Notas: ‘Aristeles, Pobtca, Cap IX 2 Cicerdn; De le Onatori, Li » Salustio, Conjuracién de Catling, 1Il 6 4 Karl Voscler, Filosofta del lenguaje, Buenos Aires, Losada, 1943, : eee Cervantes, Don Quijote de la Mancha, 1 Parte, Cap. IIL, Buenos Aires, Joaquin Gil, p476—478. 35 § Miguel de Cervantes, oc., II Parte, Cap.XXIII, p.600 7 Miguel de Cervantes, oc., I Parte, Cap.XXIII, p.608 “En lalectura dela Poética de Aristételes que propone Paul Ricoeur en Temps et réci, 1 (Pati, Editions du Seuil, 1983) realiza un destallado estudio de “la mise en intrigue” pp.55-85, ” Ezequiel Martinez Estrada, “Los hombres y los libros”, En sorno a Kafka y otros ensayos, Barcelona, Seix—Barral, 1967, p.160. "CE. por cjemplo, Fernando Ainsa, Los buscadores de la utopla, (Caracas, Monte Avila , 1977); Identidad cultural de Tberoameériea en su narrativa, (Madrid, Gredos, 1986); y Narvativa hispanoamericana del silo XX. Del espacio vivide al espacio del texto, (Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2003), " Luis Villoro, “El sentido de la historia’, en VV.AA., Historia Gpara qué, obra colectiva, México, Siglo XXI editores, 1980, p.48. " Ernst Cassirer, Antropologta filosifica, México D.. FCB, 197, pp. 213-219. "3 Jorge Lozano, El discurso histérico, Madrid, Alianza Edito- rial, 1987, ™ Enrique Pupo-Walker, Le vocacién literaria del pensamiento histbrico en América, Madrid, Gredos, 1982. 'S David Lagmanovich, Walter Mignolo, Carmen de Mora, Trinidad Barrera, Raquel Chang, Enrique Pupo-Walker, entre otros. “ Documento de trabsjo del “Coloquio internacional sobre la interdisciplinaridad”, Unesco, Paris, 16-19 de abril de 1991 36 2. La relatividad del saber histérico Desde mediados de los afios cincuenta, buena parte de la “nueva historia” practicada en Italia y Fran- cia ha abandonado los cdnones clésicos de la disciplina para escuchar atentamente otras problemdticas y com- partir territorios con la antropologfa, la sociologia, la psicologia y la literatura, La imagen del historiador como “tatén de biblioteca” pendiente del dato y del docu- mento, ha cedido a la del investigador abierto a otros temasy preocupaciones,. ‘La polisemia y la crisis del discurso historiogréfico tradicional se traduce en el esfuerzo por recuperar la to- talidad del hecho histérico, integridad que necesita de una relacién més organica entre historia, economia, geo- grafia, etnologla y demés ciencias sociales del hombre. ‘Algunos autores insisten en una vuelta ala relacién y co- municacién de las disciplinas (interdisciplinaridad) que se ocupaban de las actividades hurhanas, lo que conside- ran mds importante que la unidad metodoldgica de una explicacién general del desarrollo histérico atenida tini- camente a los diferentes cénones disciplinarios clésicos. Se ha producido asi un progresivo acercamiento de la historia a las técnicas y métodos desarrollados por las cien- 37 cias sociales (economia, demografia, sociologia, antropo- logfa), lo que permite hablar de Vhistoire & part entitre que preconiza el propio Lucien Febvre, ese suefio de “his- toria toral” donde se articularfan la economia, los estu- dios sociales y de civilizacién. Un discuarso histérico polisémico Esta apertura hacia otras disciplinas se ha dado en primer lugar a través de las ciencias sociales con las cuales la historia ha confundido muchos de sus objeti- vos. Fernand Braudel, por ejemplo, no vacilé en sostener que la historia de “larga duracién” que preconizaba se inscribfa en la integraci6n con las disciplinas sociales, nocién que ha sido posteriormente profundizada por la historiografia contemporénea: ‘Si tomamos un enfogue histérico de largo pla- +0, bistoriaysociologta noes que se encuentren, que se apoyen mutuamente, esto serla dema- siado poco decir; es que ambas se confunden. El largo plazo es la historia interminable impresriptible dela estructurasy de los grupos de estructuras En el mismo sentido, Geoffrey Barraclough re- cuerda que el impulso originario de “la nueva historia”, surgida hacia 1955 “proviene principalmente de las cien- cias sociales"s ya que los historiadores ven reflejadas en estas disciplinas “sus propias preocupaciones”?. Si bien la histotia sigue siendo considerada como un devenir, este devenires desigual, y esta perturbadoy modificado cons- tantemente por fuerzas dispares y contradictorias de la economia y la estructura social. En cierto modo, como ya lo anunciaba premonitoriamente Huizinga “la historia esa ciencia mds dependiente de todas” ya que precisa mas que otra nin- guna de continuos auxilios y apoyos, para formar sus nociones, para fijar sus normas, para llenar sus fondos. El autor de El otofto de la Edad Media, llega a afirmar que: Tadas las cencias hermanas son, a su vez, cien- cia ausiliar al entendimiento histérico(..] Pero no s6lo dependen de otras ciencias, sino tam bién de la cultura, de la misma vida, Débese cello aque de todas las ciencias es la que mds se acerca a la vide, porque sus respuestas son las de a vida misma para el individuo y para la s0- ciedad: porque los conocimientos que uno posee de la vide personal o colectiva, pasan en una transiciin impercepsibleaser Historia, En esta relaci6n indestructible con la vida, reside para la Historia su debilidad y su fuered En estos afios, las historias teméticas se han multi- plicado: historia de la religién (especialmente a partir de la monumental obra de Mircea Eliade), historia del po- der, delos sistemas politicos, de las estructuras, de la cul- tura material, del desarrollo urbano (siguiendo del tra- bajo pionero de Lewis Munford, Ba culsura de las ciuda- des), dela alimentacién, la locura, la muerte, la sexuali- dad, la familia y la infancia y de temas tan variados como la historia de los “servicios” y “gabinetes higignicos”. En este contexto, nada mejor que los recientes estudios s 39 bre el pudor para dar una prueba de la “filosofia relativista” que subyace en la nueva historia. En ella se comprucba como el pudor es una especie de “sébana corta” que al cubrir algo, siempre descubre otra cosa y si ésta se cubre, otra se descubre. Este movimiento “circu- lar” del pudor prueba que lo que ruboriza una sociedad, puede ser costumbre en otra. Las bases sicolégicas y las costuumbres que subyacen detrés de cada uno de los com portamientos analizados, son, a su vez, la base posible de otra historia por escribirse. Micro pistoria relatos de vida Pero ninguno de estos subgéneros histéticos apa- rece mas cercano al de la ficcién novelesca que el de la micto—historia, es decir ese esfuerzo por reconstruir la vida cotidiana de un pueblo desposeido de archivos y de personalidades ilustres] Una serie de historiadores han fundado en Italia una verdadera escuela de la his- toria periférica, es decir, la historia andnima vivida lejos de los centros de poder privilegiados por la historiografia oficial. En el caso de Giovanni Levi, la reconstruccién de la vida cotidiana de un pueblo del Piamonte en el siglo XVII se acompafia de una escritura que, al modo de Marcel Proust o Robert Musil, recoge los fragmen- tos de testimonios pulverizados por una memoria deshilachada por el paso del tiempo. En Francia, y de un modo mg tradicional, Emmanuel Le Roy Ladurie “condensa un mundo” en el espacio de una comuni- dad en Montaillou, un village occitan, cuyo éxito edito- rial y la secuela de estudios de tema similar que le han seguido anuncian que, mas alld de una metodologfa 0 40 | ~ una simple moda lz micro—historia responde a una verdadera necesidad. Los relatos de vida, por su parte, oscilan entre la literatura de testimonio, el recuerdo, la biograffa conta- da en primera persona y la novelizacién de base etno— sociolégica, inaugurada por Oscar Lewis en Los hijos de Sanchez. El papel problematico del compilador, recogien- doy reelaborando un discurso enunciado muchas veces por un “iletrado”, dando una forma estética y estructurada a lo que en su origen puede ser un balbuceo, aparece claramente en el esfuerzo de legitimacién literaria que caracteriza el documento etgoldgico o folklérico trascen- dido en los cédigos narrative Es interesante anotar como, a través de mondlogos dirigidos, escritores como el cuba- no Miguel Barnett y la mexicana Elena Poniatowska (Has- 1a no verte, Jess mio; 1969), llegan a sustivuirse a los na- rradores de los que han sido en principio meros transcriprores. ‘Miguel Barnett, que en las primeras ediciones de Biografia de un cimarrén (1966) invoca los métodos exnoldgicos y el cardcter histérico cientifico de su obra, no duda en clasificarla en ediciones ulteriores como no- vela, Los testimonios biogréficos de sus obras posteriores, como La cancién de Rachel (1969) y Gallego (1981), se van novelizando, hasta una ambigua confusién de roles que el autor alienta desde su propia indefinicién como investigador ylo creador. \ Los puentes entre suefo y realidad Gracias a la extensidn de la psicologia y al uso de la intr6speccién, el inconsciente y la subjetividad, el pro- 41 pio historiador puede abordar los problemas de la vida secreta, intima de los personajes histéricos. La historia ya no aborda solamente la vida ptiblica de los personajes hist6ricos, sino también su vida secreta, el develamiento desu intimidad. E! hombre histético se hombre real”. ~~ “Apart de la lecrura psicoanalftica —primero con Freud, pero luego mas simbélica con la escuela de Lacan— la historia ha tendido puentes hacia lafccién y los suefios individuales y colectivos en que se reconoce la creacién contempordnea, de la pintura visionaria y surrealista ala literatura] De ahi, entre otros, el interés por la historia dela locuta (especialmente a partir de La historia dela locura de Michel Foucault) y las diferentes historias de la sexualidad, cuyos “sistemas de transgresin” han tentado tanto a historiadores como a criticos litera- rios. “Eros y Tanatos” son santos patrones de ambos. Lanarrativa refleja a visi6n que tradicionalmente ha tenido el hombre dela locura. Silos bufones han sido personajes privilegiados por la libertad que les ha dado su marginacién periférica en la estructura social, de lo que el teatro isabelino es la mejor prueba, ha sido la locu- ra del personaje monologante de EI sonido y la furia de ‘William Faulkner, la que ha inaugurado el discu:1a- trativo que autentifica la verdad de los insanos, capaces de decir lo que las convenciones omiten o disimulan, No otra cosa reflgjan los monélogos interiores de Juana la Loca en Terra Nostra de Carlos Fuentes y de Carlota en Noticias del Imperio de Fernando del Paso, Por su parte, la sexualidad justifica también los desbordes de la fantasia en El arpa y la sombra de Alejo redimensionaen 42 Carpentier —donde se imaginan amores adulterinos centre la Reina Isabel la Catélica y Cristdbal Colén— y los hiberbélicos excesos de Los perros del paraiso de Abel Posse o del conjunto de novelas histéricas del venezolano Denzil Romero sobre Francisco Miranda. Ms recientemente, las aperturas psicoanaliticas de disciplinas, tradicionalmente cerradas, como la genea- logfa y los temas de “filiacién” a que invita la bisqueda de races familiares en el conjunto de una historia colec— tiva, han abierto las puestas a una sugerente | ficcionalizacién, situada entre la biografla, el “relato de | vida" o la saga familiar del rastreo hist6rico de los orige- | nes. Las cerplos das novela Seno oii dele memo- | ria (1992) de Mempo Giardinelli y A Republica dos sonhos (1984) de la brasilefia Nélida Pifidn, son interesantes en la medida en que la filiacién familiar se entronca con las ra(ces identitarias respectivas de la Argentina y el Brasil, oscilando en forma pendular entre Europa y América. | Elimaginario, fuente documental dela historia Pero més alld del espacio comin del relato, de los mecanismos de construccién discursiva compartidos y de Ia eseructura significante narrativa en que se traducen, son perceptibles otros signos de mutuo reconocimiento entre historia y ficcién, Por lo pronto, en los temas que tuna y otra abordan. La primera ha incorporadbo el imagi- nario a sus preocupaciones, al objeto mismo de la disci- plina, rastreéndolo en los propios orfgenes de la historiografia y dando a la imaginacién un nuevo estatu- to: el de una realidad histérica en estrecha relacién dialé- ctica con los acontecimientos. 43 (Lewis Mumford ensuhistoriatematica Le cua: ra de Ts ciudadessostiene que “los hechos de a imagina- cin pertenecen al mundo rea al igual que ls palosy as piedras”, La historiografia se enriquece as{ con mitos, le- yendas, creencias, ideas—fuerza movilizadoras y se diversifica en historias tematicas (locura, sexo, costum. bres, micro—historias y hasta la historia de los suefios), al punto de reconocer que el imaginatio social puede, in- cluso, erear el hecho féctico, el acontecimiento que sera fuente del saber histrico ulterior, Del mismo modo, el imaginario individual, especialmente la creacién litera- Fia, es utlizado como fuente documental o complemen. to indispensable para entender la mentalidad y la sensi- bilidad de una Soca] Como expresion o reflejo del imaginario, la fic- cidn (y no s6lo la novela histérica), constituye un mate- ial documental para el historiador. Basta pensar en las Feconstrucciones histéricas basadas en textos poéticos, como la de Grecia de acuerdo a los textos homéricos y la de Roma segiin Petronio, El Cid, El Libro del buen amor 0 La Celestina son fuentes histricasineludibles para en- tender la edad media espafiola. En el mismo sentido, Carlos Mare recomendaba que para conocer la historia de Francia no habfa nada mejor que leet a Balzac. “La mayorfa dela literatura universal es histrica en cierto modo”, lega a sostener J.P. Mahaffy. A efectos de nuestro tema, es importante sefialar como la historia se ha abierto a un campo de actividad que hasta hace poco le era totalmente senolel de las representaciones del imaginario colectivo e individual, 8 decir —entre otros— a la propia creacién literatia y 44 su incidencia en la historia, ya que la imaginacién pue- de llegar a crear el hecho factico recogido luego en tra- tados y novelas. En efecto, desde hace unas décadas se admite la estrecha relacidn entre historia ¢ imaginario. La historia prvilegia ls estudios sobre elimaginatio social y colec- vo como componente imprescindible de una disciplina sobre la cual se han acumulado, al mismo tiempo, interrogantes metodolégicas, al punto de poder pregun- tarse en forma provocativa sila historiografia moderna es tuna disciplina cientifica o litera Los limites tradicionales entre el imaginario y lo real se han desdibujado en aras de una visién antropolégico—cultural relativista, donde importa tan- too colectivo social como lo intimo personal, los deseos y sus represiones, la historia de las mentalidades como representacién de la conciencia colectiva los terticorios equivocos de lo irracional, el subconsciente y lo inquie- ante, las diferentes representaciones del mundo de épo- La Geencia histérica se ha enriquecido ast con los mitos, leyendas, creencias,ideas—fuerza movilizadoras y una narrativa enraizada en el devenir histérico, ala cual utiliza como fuente documental, Esta orientacién inau- gurada por los trabajos pioneros d&Michelet én 1862 sobre “la brujerfa’,expresin delos sentiments profun- dos del “views peuple de France’, anuncian los estudios ‘medievalistas, gracias alos cuales el imaginario social empez6ateners lugar en a historiograffa contemporé- nea, En un medio de historiadores que privilegiaban el dato y el racionalismo frfamente aplicado, Michelet in- 45 corporé estudios sobre aspectos de lo irracional, lo insdli- toy atin lo inexplicable. Lo hizo sobre la base de los do- cumentos de los grandes procesos de brujerta de siglos anteriores, sobre todo el de las brujas del pafs vasco fran- és (1609), de La Cadiére (1730) y, sobre todo, el de las “posefdas” de Loudun y de Louviers. Aceste antecedente deben sumarse los aportes de los medievalistas que, desde el siglo XIX, han permitido ue el imaginario social tenga su lugar en la histotiografia contempordnea, Basta citar como “matriz de la nueva historia” al italiano Arturo Graff y sus Mitos, leyendas y supersticiones de la Edad Media (1882), autor. que influ- y6en el movimiento de la Nouvelle histoire que encabezd Jacques Le Golf y el grupo de la revista Annales, cuyo fundador Mare Bloch fuera autor de La sociedad feudal, A estos titulos deben afiadirse los trabajos pioneros de Huizinga sobre E/ otono de la Edad Media (1919); de Norman Cohn sobre los movimientos milenaristas, En pes del milenio (1957); y de Jurgis Baltrusaitis, sobre el bestiario imaginario del arte gético en La Edad Media fantéstica (1972). Los estudios sobre la hagiograffa de santos y mar- tires, situados en forma deliberada entre la literatura yla historia, ylos consagrados a las “visiones” e imégenes del “otro mundo” *, incluyendo la “invencién’” del Purgato- rio en la baja Edad Media, completan una preocupa- cién donde, més alld de datos, fechas y documentos, se ha intentado comprender el sistema de representaciones Por el cual una sociedad se explica a s{ misma en un mo- mento particular de su evolucién, si la literacura es fuente de la historiografia medieval, jalonada por la épica caballeres- ca donde fantasfa y realidad se confunden, no lo es me- nos la pintura y el imaginario que condensan obras como las de Bosch y Briigel. Estos trabajos se inscriben en la “obsesién de lo imaginario”®, En la misma direccién abier- taa otras fuentes, se integran los trabajos sobre los mitos comunes a las culturas indo—europeas y sus variantes metafisicas que confluyen en la formacién de a civiliza- cin occidental. ‘También han confluido hacia esta especie de “punto comiin” de las ciencias humanas, los estudios sobre ritos, creencias y las aperturas teméticas inaugu- radas por La rama dorada de James Frazer y el conjunto de la obra de Margaret Mead. Los estudios entre histé- ricos y etnogréficos sobre la significacién de las fiestas (entre otros, Julio Caro Baroja en Espafia), la “carnavalizacién” con que llegan a identificarse muchas expresiones novelescas a partir de los andlisis de Mikhail Bakhtine, enriquecen ese panorama y sus variantes en- tre cientificas y literarias. La etnohistoria de unos pueden ser los cuentos y leyendas folkléricas de otros. Basta citar, por ejemplo, los trabajos del historiador Lucien Febvre sobre la época de Rabelais que completan los del propio Bakhtine sobre ese mismo autory perfodo. En la misma direccién, la re- construccién de la vida cotidiana francesa del siglo XIX a través de “la comedia humana” de Balzac o de las nove- las naturaliscas de Emile Zola han tendido nuevos puen- tes disciplinarios entre ficcién e historia. Nuevos temas, nuevos métodos, por lo tanto, nue- vos problemas que han aparecido desde el momento en que la historia ha tenido en cuenta el imaginario como uno de sus componentes esenciales, Porque a través de estas “aperturas” tematicas se ha puesto en evidencia la relatividad del limite que separa lo racional de lo irracio- nal, lo imaginatio de lo real y el hecho de que estos limi- tes no han sido siempre los mismos, pese a la insistencia nostilgica de los neo—positivistas. Cada época y cada cultura ha definido a su manera lo que es eal y lo que es imaginario, relativismo que algunos no dudan en inscri- bir en el proceso de la “crisis epistemoldgica” dela histo- tia, inaugurado en los afios sesenta y reactualizado ahora con otras variantes. Los “asesinos de la memoria” No deja de ser curioso que en el momento en que {a ruptura de los pardmetros clisicos de la disciplina ha propiciado la multiplicacién de estudios y de “pasatelas” entre disciplinas diversas y la propia creacién literaria, se agudiza la crisis de la historiografla que no puede seguir ignorando la esencial estructura narrativa del “relato diegético” sobre el que se funda. Esta apertura interdisciplinaria ha dado una im- precisién a la historia como ciencia, lo que Paul Veyne ha llamado su “creciente impresivibilidad”®. Fllo aparece en los plantebs actuales de la nueva historia y se traduce en un discurso alternativo y problematizado, pero no necesariamente dubitativo, en todo caso polisémico, a veces instintivo. La propia historia se ha visto obligada a aceptar la disidencia en su sen las otras historias posi- bles, el revisionismo histérico como alternativa a la histo- ria dominante, la versién individual frente a la oficial. En efecto, atin empefiados en definir el cardcter cientifico de su disciplina, gracias al cual pretenden ser Jos tinicos que pueden narrar lo que realmente ha suce- dido, los historiadores reconocen que la falsedad, la men- tira el ejercicio deliberado del “asesinato de la memo- ria’, pueden ser mds distorsionantes dela realidad que la “eGidn que busca una verdad ejemplar a través del sim- bolo o la alegorfa, Las relaciones entre filologfa y falsfica- cidn han demostrado quella “critica del documento” como fuente del saber histérico era fundada pero, sobre todo, que la relativizacién del saber hist6rico tradicional acer- caaiin mis los territorios de dos disciplinas que han esta- do separadas. La incertidumbre de unos (los historiadores) ha permitido la aventura creativa de otros (los novelistas), pero también un “beneficio de la duda” saludable entre los duefios de tantas certidumbres. El discurso proble- rmético y polisémico de ambas y el consiguiente espacio de libertad ganado, con las consiguientes interrogantes que toda emancipacién conlleva, alimentan sin embargo lo mejor de la creacién_contempordnea, tan desmitificadora como variad: | Notas: " Abdelwahab Bouhdiba, “Las ciencias sociales en busca del tiempo", La hinoriegrafia moderna; :dsciplina cientifica 0 liseraria?, Revista Internacional de Ciencias Sociales, Vol.XXXIII, 4, Unesco, Paris, 1981. : * Geoflrey Barraclough, “LHistoice”, Tendances prs , “LHistoice’, Tendances principales de la recherche dans les tenes scales at borane, Peta Mouton/UNeSCo, p.300. Ver también del mismo autor 5 iain trends in History, New York, Unesco, 1978, Johan Huizinga, El concepto de la historia y otros ensayo, « Mético, Fondo de Cultura Econémics, 1946, p74, Howard Rollin Patch, 21 otro mundo en la literatura medie- al, México, Fondo de Culeura Econémica, 1950, En esta obra se consagran capiulos a la literatura de visiones y al viaje al paralso y tiene un apéndice de Marla Rosa Lida , ,f0bre “La vivién de tasmundo en la literatura hispénica” Evelyne Patlagean, “L'Histoire de limaginate”, La Nowelle Histoire, (Ed. Jacques Le Goff), Pati, Editions Complexe, 4 1988: pp-307-334 Dee Paul Veyne, Comment on écrit Ubioire, Pats, Seuil, 1971, 50 3. “Intencidn” histérica e intencién literaria Pese a que historia y ficcidn utilizan una similar forma narrativa, la posible verdad histérica no radica tan- toen la forma como se cuenta lo sucedido, verosimilitud ala que también aspira la ficcién, sino en el esfuerzo (én- tencién) por conocer lo que ha pasado realmente. El de- seo de conocer es constitutivo de la intencionalidad historiogréfica. De aht la especificidad de algunas de las operaciones de la disciplina hist6rica: la brisqueda y el ordenamiento de datos, la construccién de hipétesis, la verificacién de resultados. En resumen, aunque se escriba en forma literaria, Ia historia no es ficcién, porque depende del pasado en cuyos indicios y trazas se apoya y de los métodos propios del oficio del historiador. La forma de utilizar documentos y archivos, por tn lado, y el ejercicio profesional por el otro, la diferencian epistemolégicamente de la ficcién lite- raria. La diferencia fundamental entre historia y novelano se establece tanto en funcién de lo’ fines que © propene uniy otra —ya que ambas hablan de “provecho” y de edificacién— sino porlaoi ‘ién del contenido. Historia y novela histéi se distinguen, sobre todo, por el tratamiento de los materiales que utilizan 51 wo 2 [Ass historia es la que da “forma a los materiales de la erudicién” y adquiere significado y objetividad slo cuan- do establece una relacién coherente entre el pasado y el « fururo!, mientras que la novela histérica es la que da for- maa los hechos hist6ticc istGticogpAmado Alonso propone que: La historia quiere explicar los sucesos observdn- dolos crtticamente desde fuera; mionias ale ficcibn (la poesia) quiere vivirlos desde dentro, creando én sus actores una vida auténtica, Los sucesos sabidos informativamente por la histo- rie eigen sr ead por el arte de narrar, jenen necesidad de experimentarlos finer necidad de experimen yno sl | Podemos decir, pues, que en principio: n | —La novela historic ‘Saca su i istbriea material de la | historia; su forma, del arte. ae —La literatura de vocacién. historica posee, por | a tans, veraida pre 0 neaotancone exacttud hisbrica (( Blautor nso nara sina interpreta dnhintiaen learnt a ee iti tuna vocacién literaria en la historia, otros distingos complementarios deben ser cfectuados. Lejos de pretender agotar un tema sobre el que se abren renovadas perspectivas criticas y se multi- plican coloquios y publicaciones nos proponemos anali- zar en el capftulo siguiente dos de los signos que distin- guen y aproximan al mismo tiempo los discutsos hist6ri- 92 coy ficcional: la intencién que caracteriza una y otra es- critura y los materiales que utilizan como fuente. Focalizaremos nuestro andlisis en la fuente hist6rica por antonomasia, el documento, cuya naturaleza textual ha cambiado sustancialmente, al dejar de ser el simple refle- jo dela realidad, tal como se lo consideraba tradicional- ‘mente, para pasar a ser un material plurisémico para te- construitla, econstruccién que puede ser tanto hist6rica como novelesca. Vayamos, pues, por partes. Convenciones de veracidad y de fccionalidad [ia intencién con que una obra ha sido escrita define un primer campo de diferencias entre los discur- sos histérico y ficcional:el de las convenciones de veraci- dad y de ficcionalidad a las que se atienen respectiva- mente historiadores y novelistasPero esa voluntad ini- cial permite también descubrir afinidades y la complementariedad existente entre lo histérico y lo na- rrativo, especialmente si se tiene en cuenta que los limites entte lo realy lo ficticio, entre la verdad y lo verostmil han variado con las concepciones de cada época y la pro- pia evolucién de los géneros histérico y novelesco. Basta pensaren las sucesivas variantes de ambos géneros a par- tirdeltronco comtin de la epopeya del que derivan. Los distingos estan pues en el propio origen. Ast: (LD En ef discurso historico hay una voluntad de objetivi- ‘dad entendida como “busqueda de la verdad” que lleva al historiador a establecer una separacién nitida entre sujeto que relata y objeto relatado. Esa distancia se evi- dencia gracias a la tercera persona de la narracién y al 53 tiempo pasado de la escritura, generalmente pretérito indefinido o imperfecto, aunque pueda usarse en ocasio- nes el recurso del presente histérico, Para crear esa dis- tancia, el historiador suprime toda forma autobiogréfica o referencias a una relacién subjetiva entre relator y cosa relatada, aunque aborde la vida intima y secreta de per- sonajes histéricos] Puesto que la historia es relato, su au- tor puede escoger, seleccionar, organizar, simplificar, ex- plicar y hacer vivir afios en pocas lineas o saltar de un siglo al otro al ritmo de un pérrafo o un capitulo. En todo caso, la forma narrativa de la historia es, general- mente, la diégesis y en menor medida la mimesis. El dis- curso es, por lo tanto, unisémico € inequivoco. La inten Laintencién del historiador es de auto—exigen- cia cientifica, de “autoridad” sobre lo que dice, para lo cual’sé Gonforma ala convencién de veracidad upres. de su trabajo, Io que no implica que un relato historiografico no pueda estag.exento de mentiras y/o de errores u omisiones. Por ellola historia no es mero testi- monio, al modo de la crénica, sobre “lo visto y ofdo” 0 trascripcién fiel de documentos presuntamente veraces, sino que ademés es interpretacién, es decir, elaboracién discursiva de una produccién dotada de un sentido en el que el auror construye un texto a partir de una seleccién. de datos y una orientacién personal inevitable] Deahf que no haya textos definitivos sobre acon- tecimientos que, en apariencia, lo fueron y se sucedan obras diferentés sobre un mismo pasado, reinterpretado y teleldo, desde la perspectiva de un presente siempre cambiante. “La historia se parafrasea continuamente”, anotaba ya en el siglo XIX el historiador Von Ranke para 34 preguntarse a continuacién: “Es posible una historia completamente verdadera?”. DB En alse fieiona, el ereador de novelas hist Tas, aunque se presente como seudo—objetivo recopilador de hechos del pasado, se atiene a la convencién de “fiecionalidad que rige lacreaci6n literati. En apatiencia ‘mis libre, disponiendo en los hechos de mayores estrate- giasnarrativas, sta convencién necesita sin embargo, de tuna mayor coherencia que la meramente histérica, co- herencia entendida como credibilidad, lo que Leonor Fleming llama la “Verosimilitud dentro de la legalidad interna de,cada obra” >. , Si por un lado la naturaleza del diseursohistrico implicaba una apertura referencias a ottos textos histé- ricos a través de un lenguaje denotativo, técnicamente uuniforme, el discurso ficcional supone, por el contrario, tun didlogo cerrado, autoreferencial y su lenguaje se nu- tre de la ambigiiedad 0 multivoca connotacién contextual. Pese a su construccién. “poética” ka novela contempordnea se apoya en las sugerencias de la jntertextualidad no sélo literaria sino haciendo acopio de referentes textuales histéticos, politicos o, simplemen- te, periodisti ' Por su naturaleza el discurso ficcional es plurisémico y equivoco, aunque intente ser persuasivo y ‘convincente al modo del histérico. En todo: oa ade jucir un efecto de realidad, esa\“ilusién rel ferencial aristotelico de la Poiesis: la mimesis de la realidad. Lo co- tidiano, lo inmediato se incorporaa la ficcién, por lo cual 55 el cosmos novelistico se hace realista y verosimil. Ello per- mite hablar de “estrategias de persuasin’, entre las que destaca la usin de maimeni del didlogo o del mondlogo. (Ethistoriador habla deo que sucede, no lo reproduce ni Tata de hacerlo, mientras que la ficcién se presenta como realidad a través de las voces multiples del discurso dialégico que la caracteriza. La intencién del autor de novelas histéricas pue- de ser tanto introspectiva ¢ intimista como testimonial y realisca, aunque en ambos casos la tendencia de la ficcién es la de subjetivar lo histérico, recordando siempre que el hombre histérico es también un “hombre real), Ello resulta evidente, por ejemplo, en la reconstruccién de Jos iltimos dfas de la vida de Simén Bolivar en El general ens laberinto de Gabriel Garcla Marquez. Por su parte, el propio historiador no se limita a la vida piblica y abor- da la intimidad de los personajes hist6ricos, investiga y especula sobre sus secretos. 1) Intencién introspectiva Tanto como narrador omnisciente 0 desde la voz personalizada de un actante, la historia se asume en la ficcién como un proceso interno. Los acontecimientos se viven como experiencias de conciencias individuales, gra- cias alo cual el narrador dispone de una mayor libertad en el uso de personas y tiempos verbales (puede recurrir al uso de la primera persona, monélogo interior, entre otros). Lo hist6rico se personaliza y se percibe y enuncia desde una subjetividad. Por ello, Amado Alonso distin- gue entre la historia que explica los sucesos observindo- los criticamente desde fuera y la ficcién (la poesfa) que 56 los “vive” desde dentro, creando en sus actores una vida auténtica [Los sucesos que se conocen informativamente por la historia, son “vivificados” gracias al arte de narrat, dando la sensacién de que, ademds de sabidos, han sido experimentados. [1s ntonpcrion, el inconsciente, el delirio y la mismTocura (basta pensar en el personaje de Carlota en Noticias del imperig de Fernando del Paso) permiten una faite de lo histéricofuna intimidad del acontecimiento, lo que se traduce eft una mayoxpolifonta de la que hacen gala obras como El seftor Presidente de Miguel Angel Asturias, La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, Conversacién en la catedral de Mario Vargas Llosa o las diferentes “voces” de Yo, el Supremo de Augusto Roa Bastos. Es interesante anotar que Roa invo- ca la convencién de ficcionalidad, pero al mismo tiempo crea un compilador imaginario que escribe o intenta es- cribir una historia conformédndose a la convencién de ve- racidad, El autor transforma ast en ficcién entidades exi tentes, aunque precise a modo de acdpite de la obra: “El a—copiador declara, con palabras de un autor contem- pordnco, que la historia encerrada en estos Apuntes se reduce al hecho de que la historia que en ellas debié ser narrada no ha sido narrada’. En definitiva, se atiene a “las mentiras verdaderas” con que se define tradicional- mente a la novela hi 2) Intencién realista—testimonial autor de ficciones histéricas, atin guiado por la convencién de ficcionalidad, puede aspirar también ala condicién del objetivo narrador realista cuya intencién 37 ¢s testimonial, especialmente cuando se propone recons- truir un “ambiente histérico”, lo que Rodolfo Borelo lla- ‘ma la “voluntad de establecer un puente constante entre Jaactualidad en la que los textos se escriben y el pasado al que evocan, visidn del mundo puesto en obra como un proceso que va en una direccién de un sentido) * Testimonio que debe reflejar, por otra parte, una conciencia aguda de la temporalidad y de su transcutso, un reflejo y una comprensién no sélo de la época que se describe, sino de la forma en que ese petfodo influye y determina el “presente” en que estan situados el autor (tiempo de a escritura) y los destinatariosde la novela (tiem- po de la lectura). Esta reconstruccién de “otro tiempo” puede set minuciosamente obsesiva como la de Gustave Flaubert en Salambé, ejemplo seguido por Enrique Larreta en La gloria de Don Ramiro o estat presente en la inten- cién de Manuel Mujica Lainez al escribir Bomarzo. Sobre este fiel respeto a la “reconstruccién” histérica edifica bue- nna parte de su obra Alejo Carpentier, especialmente en EI siglo de las luces yen El reino de este mundo? . intimistas o realistas, os creadores de ficciones his- t6ricas dan prioridad a los hechos individuales, ya que por ‘muy social que se pretenda una novela, el destino y la vo- luntad individual siguen siendo la materia indiscutida de lanarracién literaria, aunque en algunos casos la voluntad del autor puede ser mitificadora, gracias aTa cual interioriza tuna dimensin que va mds alld de la temporalidad del acon- tecimiento narrado. La presencia del mito, muchas veces acompafiado de un fucrge componente de creencia com- partida colectivas fia en la integracién 1 “antropologica” efectuadd por autores como Miguel An- 58 gel Asturias y Agustin Yéfiez pero se reconoce también en Cambio de piel, Terra Nostra y en Cristébal Nonato de Cat- los Fuentes. Porel contra, ehistorador jung desc beacciones individuales desde una perspectiva socal, ha- Gonatyregionat ouniversal Su preocupacion prioricaria es losapraindividual (colectivo) y lo individual es repre- sentativo en la medida que ejemplifica acciones demostra- tivas de una totalidad, aunque se retrace la biografla de personajes histéricos 0 se enfatice el cardcter de héroe w hombre provindencial de algtin personaje hist6rico. Tratamiento de documentos y otras fuentes historicas Si la primera diferencia entre historia y novela hhistérica estd marcada por la actitud y la intencién del na- rrador (escribir historia 0 ficcién), la orientacién del con- tenido se precisa por el tratamiento de los materiales co- munes que utilizan ambos. De ahi la importancia que la nocién de fuente histérica, especialmente la de documen- to, tiene en la perspectiva de trabajo que hemos asumido. 4) El relato histbrico como “reconstruccién” e puede decir que hay relato histético y relato ficciofal histérico, cuando una serie determinada de acontecimientos ha sido codificada segtin fases inaugu- rales que conducen a fases conclusivas a través de un pro- ceso diacrénico completo y estructurados de acuerdo a tuna “imaginacién histérica’. Con otras palabras, los acon- tecimientos se construyerjal mismo tiempo que lo son los relatos que los cncuadra) La reconstruccién textual, por la propia naturale- za de la estructura narrativa, estd obligada a proponer 59 un modelo finito del mundo real infinito, La obra hist6- rica y la ficcional necesitan de un principio y un final claramente definidos. Por abierto que se pretenda, e texto necesita enmarcarse en una determinada causalidad tem- poral. Ello es atin més evidente en la novela, donde las convenciones de verosimilitud obligan a tener mds en cuenta lo probable que lo verdadero en tn texto que debe auto—sostenerse, delimitando desde el principio “todos los posibles” de “la realidad por venit” y las virtualidades potenciales con que todo inicio de obra se inaugura. Para esta reconstruccién el autor descubre y rela- ciona acontecimientos que intenta descifrar, conocer y comprender, Para ello distingue antecedentes y consecuen- cias de un pasado que se presenta a través de restos, frag- ‘mentos que se relacionan entre sf. Este proceso de crea- cién es fundamentalmente cultural, donde cada autor se- lecciona temas, perfodos y acontecimientos, lo que Norbert Elias metaforiza como “las ruinas del pasado” reconstrui- das segtin los “ideales nes” del autor™—— Ladecisién de qué hechos, qué actos y signos del pasado deben seleccionarse para la interpretacidn y siste- ‘matizacién por parte del historiadot y para la creacién por parte del novelista, corresponde a las preocupacio- nes y objetivos respectivos, aunque esté siempre condi- cionada por las fuentes disponibles y, sobre todo, por los modelos culttrales vigentes. 4) Fuentes histéricas: documentos y monumentos La nocién de documento se ha ampliado conside- rablemente en los tltimos aios, lo que, como consecuencia, ha permitido el enriquecimiento de la novela hist6rica, El 60 imentoyano ¢ inicamente dl Son consi- ee be conn antics grits publici- dad.y todo tipo desopores visuals. Marc Blochafizma que “a diversidad de los testimonios histéricos es casi infinita. “Todo que el hombre dice o escribe, todo lo que Fbrica, todo cunnto toca, puede y debe informamos sobre él”, Lain Febvre va ms lejos: a historase hace “con passes y con tejas. Con formas de campo y malas hierbas. Con eclipses de luna ycabestros’,en resurnen con todo lo que ha significado una marca de la presencia del hombre en el cur- s0 del tiempo. George Steinery E.R. Dodds llegan a pre- agunarsesilos suefios no forman también parte dea histo- Ha, Hay sues famosos using biti de e antigiiedad, Basta pensar en los suefios de los faraones de Ce suefo de Esipign ls suf dela vias paaeas de Plutarcoy todos los suefios premonivorios que pautan la historia del mundo drabe, persay chino. Son también fuentes histéricas los llamados mo- numehtos, es decir, los testimonios fijados en el pasado como recuerdos reconocidos que se perpetian para las generaciones futuras] Como legado representativo pro- visto de su propia retrica, lo que Jurij M-Lotman llama “signos conmemorativos’ (documentos solemnes, lipidas, cumbas, textos oficiales, epigrafes, medallas, monedas, nombres de avenidas calles y monumentos propiamen- que el historiador debe descodificar, desac Ia historia monumental en la que se empefia buena parte de la ngrrativa latinoamericana contemporinea,~ Ta historia-manéja, pues, Wika materialidad documentaria amplia que incluye tanto textos, narracio- 61 nes, actas, reglamentos como objetos y costumbres, para “una puesta en obra’—al decir de Michel Foucault— que no busca tanto “memorizar” el pasado como reagru- patloy formar “conjuntos” de acuerdo a una “arqueolo- gia del saber”? ©) La crisis de la “veracidad” del documento Como contrapartida de esta ampliacién de la no- cién de documento han surgido cuestionamiento de su validez como fuente hist6rica y de su pretendida veraci- dad inmanente, La actual critica histérica cuestiona la fe que se deposité en el pasado en la fuente textual, lo que se ha llamado el “fetichismo” del documento, al punto que un autor como Ernst Cassirer considera que hoy es mas importante descubrirlo“falso” que lo verdadero y Foucault en La arqueologia del saber propone rastreat lo que ha sido excluido las omisiones deliberadas, o prohibido que acom- pafia la “historia monumental”, porque en definitiva en toda sociedad, “la produccién del discurso estd a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto nie mero de procedimientos que tienen pot funcién conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleato- tio y esquivar su pesada y temible materialidad” °. Deahtel énfasis del discurso histérico dominante por destruir toda forma de disidencia o erradicar la ex- presién de minorfas. La eliminacién de la memoria por el aniquilamiento, prohibicién o censura de las fuentes acompafia la historia y América Latina abunda en ejem- plos ilustrativos, al punto de que un narrador como Héctor Tizén sostiene que la tinica “verdadera” historia de su tierra es la de “Ia oscuridad” y “la derrota’. De ahf 62 los esfuerzos por salvar la memoria ocultada, deformada © ignorada que propone el discurso alternativo de la na- rrativa, dondgel tinico recurso posible para el autor de ficciones es la aptopiacién del sistema de signos codifica- dos, petrificados en la cristalizacién ideolégica de la cultu- 1a, para subvertirlo o recuperarlo por la “invencién’ dela “verdad histérica” a través de la “mentira novelesca”. En ‘otras casos, las omisiones de la historia —Ias “informacio- nes retenidas’—se “descubren” gracias al discurso ficcional que las revela} La natrativa testimonial del exiio sudameri- cano abunda en ejemplos de esta intencién (voluntad) ex- plicita de “revelacién” de lo que estaba oculto. d) Modelo cultural y movilidad semdntica del texto evidente que cada cultura histéricamente dada genera un modelo propio. Aunque ninguna época tiene tun solo cédigo cultural, los cédigos tienden a establecer “sistemas de modelizacién del mundo”. Estos sistemas suponen una seric de informaciones, cédigos y mensajes gracias a los cuales se mantiene el “proceso de comunica- cidn’” entre los hombres y entre los diferentes periodos de la historia, Esta continuidad y este “proceso de comu- nicacién’ se da fundamentalmente mediante el lengua- je. Un lenguaje determinado asegura la predisposicién de ciertas interpretaciones y puntos de vista que, no por vigente en un momento dado, deben considerarse como universales ¢ inmutables. : Cada cultura, por lo tanto, crea un conjunto de textos a través de los cuales se realiza en la medida que se In cierto relativismo invita a que, si bien toda modelizacién tiende a privilegiar determinados aspectos 63 dela realidad los modelos no son naturales ni evidentes y que, porlo tanto, deben remodelarse en funcidn de los cédigos de cada época. Siendo el lenguaje su principal soporte debe tenerse en cuenta que la palabra “verdade- ra’ de una época puede ser la “mentira” de otf Deahf quella cultura sea algo més que un Tecepré- culo de ideas, stmbolos y textos. En realidad, a cultura debe entenderse como un mecanismo vivo de expresién dela conciencia colectiva que no se disuelve o archiva por el meto transcurso del tiempo. La memoria de la cultura se fija en una suerte de memoria generativa, gracias a la cual el pasado genera su propio futurofPor lo tanto, una cultura viva no puede repetirel pasado, sino indefectble- mente producir textos nuevos y nuevas ecturas de os tex- t0s del pasado, incluso de aquellos que se crelan fijados para siempre. La cultura se auto—organiza en forma per- manente, jerarquiza los textos de su propia memoria en funcién de pardmetros y cédigos variables, Entre esos oédigos estén los cédigos de escritura y los de lectus} De ahi la movilidad seméntica de los tex- tosculturaleSinvocada més rtiba, ya que el mismo texto puede proporcionar diferentes informaciones segiin los consumidores. Esta movilidad explica la leccura lteraria que se puede hacer de un texto histérico y viceversa, es decir el reconocimiento de ls signos y cédigos histéri- cos de un textaliterario, Deahi a dificultad de principio para distinguir en lo absoluto lo histérico de lo “‘narrati- vo literatio”, ya que “la aceptacidn de un texto como tex- to literario estd determinada por el oédigo que el recep- tor emplea al descodificarlo”"". Un buen ejemplo lo cons- tituye la lectura literaria de las Crdnicas de Indias, textos 64 que por su naruraleza textual original tenfan una voca- cidn histérica. La propia descodificacién de un periodo que no esel del critico literario o del historiador obliga a desdo- blar la operacién entre el punto de vista actual y el que pudo ser el interno a la obra, segiin los modelos de la &poca. De acuerdo al momento elegido, la obra se expli- cade un modo w otro. Siambos—critico e historiador— pueden privilegiar la distancia y la exterioridad como método de interpretacién, el escritor de novelas hist6ri- cas, como creador de un mundo que se pretende autosostenido y autojustificado, se ve obligado a una ope- racidn de inmersidn en la modelizacién del pasado elegi- do como tema o escenario. Su reconstruccién temporal debe tener la vivencia y actualidad del presente, vida in- tera de la novela histérica que ha seducido a no pocos historiadores (es conocida la admiracién del historiador Leopold Von Ranke por el novelista Walter Scott) y que cexplica las incursiones en la literatura desde la disciplina historiogréfica del uruguayo Eduardo Acevedo Diaz (al que consagramos un capitulo en la segunda parte) o del ‘mexicano Ignacio M. Altamirano. 2) El documento como material de reconstruccién El documento es, por lo tanto, un “texto de cul- cura’, entendiendo la cultura como un sistema de signi- ficacién, un lenguaje, un “sistema de signos sometidos a reglas estructurales que intervienen sobre el fondo de la no—cultura”—como la define Yuri Mijailovich Loman cen sus Lecciones sobre potsica estructural — ya que un tex- to—y este principio resulta fundamental en a perspec- 65 tiva de nuestro trabajo— no es la realidad, sino el mate- rial para reconstruir) ] 7 La verdad es un efecto de sentido que se constru- ye en el intetior del texto. Por esta razén, el andlisis semdntico de un documento debe preceder siempre a su extrapolacién como “reconstruccién” histérica. Un estu- dio de ese tipo abre la posibilidad de que el autor de ficciones utilice esa misma fuente documental para do- tatla de otro sentido, Su vocacién de “archivero” le per- mite la manipulac in del texto como forma literaria. Roberto Gonzélez Echeverria llega a caracterizar buena parte de la narrativa latinoamericana contempordnea a partir de esta nocién de documento literatio de origen legal, de archivo histérico releido y reescrito con inten- ci6n ficcional ", La documentacién ¢s, por esta razén fundamental, aunque sea necesatio precisar que : Eldocumento ballasus limites en la tascripcién J como essabido, se tata de ota cosa, aun cuan- cdo, como sostiene Maurice Blanchos, el acto desrealizador dela escrtura, de toda escritura, modifica la naturaleca de todos los discursos, incluso de los que, como el dela historia, se quie~ ren solamente como transcripciones Despojado de su narratividad histérica al ser in- corporado alla ficcién, la naturaleza del documento pasa aser otra, aunque se trate del mismo texto, La lectura del documento se inserta en otro ritmo, su propia retérica se trasciende en la de una sintaxis narrativa cuyas pautas no se fundan tanto en la veracidad como en su significado, tanto contextual, como estético, De la capacidad del na- 66 rrador para articularlo sin la excesiva presencia de las “cos- turas” que lo han incorporado a la realidad textual de la ficcidn, surge su verdadera naturaleza, ese respaldo de autenticidad esfuminado en la trama de la invencidn Destino individual y iempo colectivo Todo discutso histérico (historiogréfico 0 ficcional) es, ante todo, memoria del pasado en el pre~ ‘sent, A través del proceso de interaccién y didlogo en- tre el presente y el pasado,en el “vay ven” de un tiem- po al otro que toda narracién histérica propicia, se es- tablece una relacién coherente entre ambos, un senti- do hist6rico de pertenencia orgénica a un proceso co- lectivo, local, nacional o regional. Gracias a la relacién inter—temporal que la na- rracién histérica establece se preserva la memoria como hogar de la conciencia de un individuo o de un pueblo, se crea el contexto objetivo donde se expresan modos de pensar, representaciones del mundo, creencias ¢ ideolo- gas. Esta dialéctica del tiempo ha sido esencial en la con- figuracién dela identidad individual y colectiva, aunque sea evidente que al retrazar un determinado momento histérico, toda narracién, sea cual sea su intencién (his- t6ricao literaria), estd marcada por su época. Basta pen- sar en las obras de historiadores y novelistas del siglo XIX, acompafiadas de verdaderos “manifiestos de intencién’, donde se han definido sucesivay explicitamente los mo- delos roméntico, realista y positivista. En el estallido actual de las formas y modelos de representacién del tiempo, tanto del pasado, presente 0 futuro, el sentido histérico de una obra resulta mucho 67 més ambiguo y contradictorio. Ello es atin més notorio a partir del momento en que las formas del tiempo de la conciencia individual, con las que se asocia en general a la iccién novelesca, y el tiempo de la conciencia colecti- va, al que se atenfa la historiografia tradicional, han intercambiado buena parte de sus roles. La literatura imagina situaciones veros{miles, pero ficticias, y la historia sdlo revive acontecimientos reales, Es cierto también que la literatura se interesa, ante todo, en personajes individuales y a historia, por el contratio, centra su atencién en amplios grupos humanos; sin duda, en fin, la literatura se niegaa explicar lo que describe yla historia no quiere sélo mostrar sino también dar razén de lo que muestra. La importancia que el historiador y el novelista adjudican a los hechos individuales y la manera como estos hechos son, pot lo tanto, diferentes: —El historiador juzga y describe las acciones in- dividuales desde una perspectiva social, nacional 0 supranacional, Lo individual es sélo representativo cuan- do ejemplifica acciones y/o decisiones como rasgos de- mostrativos de una totalidad. El historiador se interesa més por lo supraindividual (colectivo) que pot los hom- bres providenciales y los héroes, aunque cuando escribe biografias pueda asumirlos. —Por el contrario, por muy social que se preten- dauna novela, el destino y la voluntad individual siguen siendo la matéria indiscutida de la narracién literaria. Aungue el “espesor” del presente y el corte que lo sepata del pasado no esel mismo a nivel de la conciencia individual o de la colectiva, no es posible imaginar indi- yiduos 0 pueblos sin ido es necesario. Pa- 68 recerfa que de no remitirse a un pasado con el cual co- éste fuera i sin sentido. Como sostiene Luis Villor sible, gratiito, Remitimns a un pasado dota al presente de una razin de eis, explcael presente, yaque un hecho deja de ser gratuito al conectarse con sus antece- dentes porque al ballar ls antecedentes tempora- lesde un proceso, e descubren tambicn los fnda- mentos que lo explcan’,sostiene el bistoriador Eta _fancién que cumpliael mito en las sociedades pri- ‘mitivas la cumple la historia a partir del proceso de “licizacién” de la memoria del pensamiento greco—latino iniciado por Herodoto En realidad, las relaciones con el pasado no son nunca neutras y se inscriben inevitablemente en la més compleja dialéctica entre las concepciones que idealizan el pasado y hacen de su reconstruccién una forma de la memoria, cuando no de la nostalgia y de la fuga desen- cantada del presente hacia el pasado. Por ello, lo que se cree es algo muy personal no es otra cosa que el reflejo actualizado del principio recurrente de las edades miticas, cuyo modelo paradigmatico del pasado fue la Edad de (Oro, ese tiempo ejemplar de inocencia y virtud, época de los grandes ancestros. Un tiempo que al pasar ala de Edad de Hierro no hizo sino probat la progresiva ¢ in- evitable decadencia, esa nocién pesimista de Ja historia que ha guiado el pensamiento de la humanidad, desde la Grecia clisica hasta el siglo XVIII y que han recogido algunas ideologfas del siglo XX, cuyo pesimismo ha teni- do magnificas expresiones artisticas. 69 Alnismo tiempo, el pasado se capitaliza a nivel individual como parte de la estructura de a identidad. or algo se afirma que “uno es lo que ha sido”. Son las experiencias, los recuerdos, incluso los acontecimientos traumaticos los que nutren una memoria que configura {a historia personal, donde la epresentacién del pasado individual y los recuerdos personales se idealizan a medi da que van retrocediendo en el tiempo. El ser human tiene la tendencia natural a revestir de “buenos recuer- dos” y a idealizar lo que va siendo su pasado. Con melan- colia o tristeza va reclasificando experiencias y recuerdos. “Todo tiempo pasado fue mejor”, se dice casi como un lugar comiin. Fotos, souvenirs, objetos antiguos y perso- nales, cartas, diarios intimos, son los soportes necesarios de una memoria que no quiere perderse y que se embe- Ilece retroactivamente y se revive literariamente en nove- las histéricas y en temas, motivos, cuando no tépicos lite- rarios. Como decfa con cierta ironfa Nietzsche: “Cosa de lavejez es el volver la mirada y repasar cuentas, su afin de buscar consuelo en las remembranzas del pasado, en aculcura histérica’. En el espacio temporal de las genetaciones que integran nietos, hijos y abuelos, las formas privilegiadas de representacién del tiempo y de preservacién de la memoria son las crénicas, recuerdos, diarios {ntimos, car- tas, testimonios, tradiciones y relatos orales. La represen- tacién del tiempo deja de ser individual sélo cuando se remonta més alli de es0s recuerdos o testimonios perso- nales. Limitado por sus recursos nartativos el discurso histotiogréfico no puede, al modo del discurso ficcional, utilizar procedimientos de “puesta en situacién’” del pa- 70 sado como si fuera parte del presente narrativo de sus sistas. eee ‘entender bien el proceso por el cual el tiem- po individual y el colectivo se combinan en la represen- tacién del pasado, es importante recordar que i historiografia, en la medida en que se ha pretendido . je cei, empieza donde rermina a memoria de las generaciones capaces de testimoniar en “vivo yen di- recto” sobre una poca, lejos de los “relatos” de quienes podfan decir “yolo vi, yo lo escuché decir”. La verdadera historia se elabora “a partir” de ese limite, distancia y es- pesor temporal que parece garantizar con su método re- gresivo o la “larga duracién’ la verdadera objetividad. En laficcién novelesca, el tiempo, por muy remo- toque sea, se representaa través de vivencias, de dion y dela percepcidn de concienciasindividuales, donde 7 experiencias de los personajes, tanto de actores como de testigos, se viven como un tiempo actualizado. La inser- cién de la conciencia individual en el seno del pasado colectivo ha sido considerada un privilegio de la literatu- 1a, recurso narrativo que le otorga, paraddjicamente, una imilicud. OE Sel saber bistro tiene el deber de liberarse de has ts apologéticas del pasado, la ficeinlteraria secomplace en efugiarseen los arquetipos dela memo- tia esas edades miticas recutrentes escenificadas en los topos idealizados de la poesfa y la natrativa. Mientras a funcién del historador noe ni amar el passdonieman- ciparse de sino dominarlo y comprenderlo, como cl ve para la comprensién del presente”) m [El renovado interés por el destino individual en el seno de un devenir histérico comtin también explica el sentimiento de la existencia de un tiempo individual en la epresentacién del tiempo colectivo compartido en tun espacio comin ylacreciente importancia del tempo Psicoldgico como componente esencial de tiempo cultu- ral, De abi el cambio cualitativo del sub—género hist6- Fico de la biograffa que ha permitido introspecciones y consideraciones sicolégicas variadas en lo que se denomi- nala psicohistoria, las micro—historias que retrazan, al modo de novelas costumbristas la vida cotidiana del pa- sado 0 el esfterzo por elaborar una historia de las menta- lidades o de la sensibilidad, donde el sentido de la dura- in y del tiempo es més subjetivo que objetivo. Sellega, incluso, a preferir la “memoria viva” por considerarla mds auténticay verdadera que la historia que inevitablemente la manipula al ajustar el pasado, al for- zaren los limites de la estructura del relato que lo confi- gura lo que es la materia prima de la memoria: la viven- cia, el recuerdo o el testimonio, De aht el auge de los “relatos de vida’, donde el tiempo individual se integra en el colectivo. Una interdependencia de percepciones que incluso subyace en el renovado interés por la historia de acontecimientos recientes, inmediatismo favorecido Por el desarrollo de los medios de comunicacién que ha acereado los péneros de crénicas yreportajes periodisd- cos con el dela propia historia. En resumen, y desde una perspectiva mds Titeraria que historicista,se.comprueba elrerorno del componente narratolégico al discurso his- &6rico, con todos ls recursos que ello implica” 72 Enel capitulo siguiente examinaremos algunos de los problemas planteados por la representacién del tem- po por parte de la conciencia individual (tiempo personal) y de la conciencia colectiva (tiempo comin), en la pers- pectiva de la nueva novela histérica latinoamericana. Notas: "ELH. Cars, Qué es la historia? Barcelona, Seix Barral, 1988, p76. 1 Mate 2 Amado Alonso, Ensayo sobre la novela histbrica. El Modernis- roa gloria ig a ears ri eee) 73. — SLeonor Fleming, en “Ocutacién y descubrimiento. Rela- cidn entre historia y literatura en América Latina”, Actas del Tercer Congreso Internacional del CELCIRP Discurso historiogréfico y discurso ficcional (Regensburg, 2—5 Julio 1990), Réo de la Plata, 11-12; Patis, 19925 p..34. “Rodolfo A. Borello, “Relao histérico, relato a pro- blemas”, Augusto Roa Bastos y la produecién cultural ameri- cana (Ed Sail Sosnowski), Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1986; p.105. > Carmen Véaquez, “El reino de este mundo y la funcién de la historia en la concepcién de lo real maravilloso america- no”, La novela histérica (Ed. Fernando Ainsa); Cuadernos de Cuadernos 1; México, UNAM, 1991. © Norbet Elias, Sobre el tiempo, México, Fondo de Cultura Econémica, 1997. 7 7 Mare, Bloch, Apologie pour histoire bu le métier dibistorien, Paris, Armand Colin, 1974, p. 63. : 7 * George Steiner, “Les réves participent—ils de Vhistoire?”, Le Débat, 25; E.R. Dodds, Les Grees et Uirrationnel, Paris, Montaigne, 1965. Ver también Le réve et les Sociérés Iumaines, (Bd. Roger Caillois); Paris, Gallimard, 1967. 73 ° Michel Foucaule, Lordre du discours, Paris, Gallimard, 1973, pl © Jorge Lozano, 0.¢., p.102. " Roberto Gonzdlez Echeverria, Myth and archive, Cambridge, j ‘Cambridge University Press, 1990. | ” Noé Jitrik, “De la historia a la escritura: predominios, disimetrias en la novela hist6rica latinoamericana’, The historical novel in Latin America Ed. Daniel Balderston; Maryland, Ediciones Hispamérica, 1986; p.22. © Luis Villoro, p.38. “BH, Carr, o.., p. 34. 74 4. La reescritura de la historia Una de las caracterfsticas mds interesantes de la narrativa latinoamericana de las iltimas décadas es el renovado interés que suscitan los temas histéricos. La nueva ficcién se ha embarcado en la aventura de releer la historia, recorriendo con una mirada critica el perio- do colonial, el de la ilustracién y la independencia y, con un sentido revisionista, el siglo XIX e inicios del XX. Parece como si después de las obras complejas, ex- perimentales y abiertas a todo tipo de influencias que caracterizé la novelistica de los afios sesenta y el inmediatismo palpitante de los afios setenta, la narrati- va hubiera necesitado incorporar el pasado colectivo al imaginario individual a través de una perspectiva de- cantada en el tiempo. Con ello, la nueva narrativa deja de lado el tiem- po presente, esa inmediatez. que mareé buena parte de la literatura de los afios setenta, narrativa acuciada por las expresiones testimoniales del tiempo contemporineo, tanto del exilio como de la resistencia interna, en todo caso poco proclive a volver la mirada hacia el pasado. Ahora, por el contrario, se multiplican las novelas sobre temas histéricos, donde a través de la reescritura 75 anacrénica, irénica o parédica, cuando no irreverente y grotesca, se dinamitan creencias y valores establecidos. ste desarrollo de la “ficcionalizacién de la histo- ria” se inscribe en una preocupacién més amplia de la actual narrativa: el movimiento centefpeto de repliegue yarraigo, de busqueda de la identidad a través de la inte- gracién de las expresiones més profundas y raigales de la cultura latinoamericana, cuya caracteristica es doble: a) Por un lado, el proceso de integracidn propiciado por la narrativa tiene connotaciones antropolégicas. Hay una tendencia de la narrativa latinoamericana contemporénea a integrar en el texto diversos componentes, como rafces diddcticas c histéricas del género y preocupaciones técni- casy estéticas de la narratologta. Algo de esta “voracidad antropolégica” —al decir de Ernst Bloch— del género novela habja sido adivinada por Roger Caillois cuando afirmaba ya en 1942 que la novela: Sin grandes preocupaciones tebvicas, se permite todes las licencias, ensaya todas las audacias, acrecienta cada vez mds sus dominios y sus am= biciones, se enriquece con naturalidad a expen sas de lo que las otras artes pierden o desprecian 0 abandonan o desperdicia. Se dria casi que la Literatura no le basta: apodera de laciencia, desdefa limitarse ala ficcién, emprende la des- cripcién de lo real, y pronto su explicacién, 0 mejor dicho su desarrollo En realidad “la novela se extiende, engloba poco a poco la literatura entera, se la asimila toda [..] Suambi- 76 cién no conoce limites. No hay ciencia cuyos tltimos tra- bajos no saquee. No siempre se trata de simples vulgarizaciones. El novelista se propone realmente escri- bir historia, hacer psicologia, sociologfa y la mayor parte de las ciencias le deben mucho” * Sin embargo, a diferencia delas novelas de los afios sesenta que pretendian ser verdaderas summas, totaliza- doras en lo existencial y fenomonelégico, esa “gran nove- la neo—romantica—fenomenolégica, con algo de poe- ‘ma metafisico” de que hablaba, no sin cierta presuncién, Ernesto Sabato y en la que debfan reconocerse los atri- butos de la narracidn, de la epopeya, de la poesta, la na- rrativa actual parece més modesta en su vocacién totali- zadora. De aht la deliberada anacronfa de muchos textos, contemporineos, el pastiche de formas y estilos. b) En segundo lugar, en Ia integracién de la natrativa latinoamericana se han recuperado, a través de nuevas formulaciones estéticas, las rafces anteriores del género, tales como la oralidad, el imaginario popular y colectivo presente en mitos y tradiciones y las formas arcaicas de subgéneros que estén en el origen de la narrativa (paré- bolas, cnicas, baladas, leyendas, et.), muchas de las cua- Jes no habfan tenido expresiones americanas en su mo- mento histérico. En esta deliberada recuperacién se re- crean formas y se reactualiza lo mejor de géneros ya olvi- dados en su origen. Se puede hablar asf de una poderosa funcién integradora retroactiva. Este doble proceso de integracién y recuperacién se traduce en la irénica desconfianza con la que se recapitulan las proclamas inauguradas con entusiasmo y 7 ee rotundidad en los afios sesenta. Nadie pretende ahora escribir obras definitivas, otalizantesyytotalizadoras, cuan. do no hacer simple alarde de un catélogo de téchicas no- velescas manejadas con soltura. La relectura de la historia Lo que hoy puede parecer una “moda” —la no- vela histérica—es en realidad la renovada y vigorosa ex- resin de un género que ha estado en la rale dela cons. trucci6n de la conciencia y la identidad nacional, Sin necesidad de remontarse a los fundadores del género en cl siglo XIX, como el uruguayo Eduardo Acevedo Diaz, basta recordar en este siglo al argentino Manuel Galven yssu ciclo sobre la guerra del Paraguay, la renovacién van. guardista del venezolano Arturo Uslar Pietri en Las lan- 2as coloradas (1931) y la funcién aglutinante de los cro. nistas—historiadores de la revolucién mexicana. Esa vo- funtad de rastrear “la historia verdadera” de que hablaba el mismo Uslar, también aparece en las novelas histéricas “fidedignas” de Alejo Carpentier como El reino de este ‘mundo y El siglo de las lucesy en ls “recteaciones poét- co—metaforicas” de Miguel Angel Asturias en Maladrén, asi como en la contenida melancolia de Zama (1956) del argentino Antonio Di Benedetto. Pese a estos importantes antecedentes puede ha- blarse de una auténtica y vigorosa corriente de ficcién histérica latinoamericana que ha marcado con su inten- so dinamisma las iltimas décadas y que, segtin todo indi- , convirtién- dola en caricatura de a voluntad angélica im- plicitaen todo exfuerso humano En resumen, para Rodriguez Juli, lo apécrifo no s ajeno a la verdad histérica, aunque la historicidad se convierta en falsificacién. 95

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