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Apuntes

Calveiro, Pilar (2006), Poder y desaparición, Buenos Aires, Ediciones Colihue.

Salvadores de la Patria

Las Fuerzas Armadas irrumpen en 1976 en complicidad con los medios de comunicación,
con los sectores económicos nacionales más poderosos y el apoyo de los Estados Unidos
para llevar adelante el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”. Pretenden
colocarse para la opinión pública en el rol de los “salvadores” de la Nación, de los que en
nombre de la Patria habían llegado a desterrar el caos que significaba el movimiento y la
resistencia peronista y sus objetivos de Justicia Social, asociándolos al peligro del
comunismo, en consonancia con la Doctrina de la Seguridad Nacional como instrumento
para ejecutar su plan de desmantelamiento de las políticas sociales y las conquistas en
materia de derechos obtenidas con la tutela del Estado durante el gobierno peronista y que
implicaba el reconocimiento histórico de la clase social trabajadora.
Es con esta consigna de la necesidad de un orden nacional, en el contexto de la Doctrina
de la Seguridad Nacional, que las Fuerzas Armadas van a actuar para lograr el
disciplinamiento de la sociedad a través de la violencia y la violación de derechos humanos
para la destrucción y refundación de las relaciones sociales. La principal herramienta de su
operatoria fue el dispositivo concentracionario y su método el terror.
Como explica Calveiro, en los golpes de estado previos a 1976 en Argentina, las Fuerzas
Armadas actuaron como el brazo armado de la oligarquía, de modo tal de asegurarles sus
privilegios y mantener su dominio nacional. De esta manera, al consolidarse como el brazo
armado de estos sectores incapaces de llegar al poder por medios democráticos, las
Fuerzas Armadas fueron consolidando su poder, con importantes aliados, como la
burguesía agroexportadora, la gran burguesía industrial y el capital monopólico. Esta
concentración del poder le permitió a las Fuerzas Armadas adquirir cierta autonomía con
respecto a los segmentos de poder que representaba y en 1976 desarrollar un proyecto
propio, con la unidad de las tres armas y en base a sus propios intereses, en complicidad
con los sectores más poderosos del país pero también con el consenso civil, sin el cual no
se podría haber sostenido un poder autoritario, golpista y desaparecedor.
El autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, procura una solución (a la
medida de los intereses de las Fuerzas Armadas) pero no una salida. Y la democracia
queda subordinada al logro de los objetivos de este proceso.
Calveiro analiza el disciplinamiento de los conscriptos en el servicio militar, la violencia
ejercida sobre sus soldados, la subordinación a la arbitrariedad del poder militar impuesta
a través del miedo y el proceso de orden y obediencia de las instituciones militares, en el
que las órdenes se cumplen sin discutirse, como instancia previa al disciplinamiento de la
sociedad entera, mediante la utilización de los mismos métodos y la misma violencia.
La burocratización del sistema militar, compuesto por una larga cadena de mandos,
significa la fragmentación de las acciones, cuyos ejecutores carecen del control sobre el

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proceso en su conjunto y se limitan a obedecer, a cumplir una orden que ya ha sido
autorizada, diluyendo el cuestionamiento moral y la responsabilidad.

La vanguardia iluminada

La guerrilla argentina surge como respuesta a la violencia institucionalizada por las Fuerzas
Armadas en los sucesivos golpes de estado, llevados a cabo desde 1930. El derrocamiento
de Perón en 1955, y los episodios de violencia sufridos por el pueblo a mano de las Fuerzas
Armadas, como el bombardeo a Plaza de Mayo, la proscripción del peronismo como fuerza
política representativa de las mayorías, el golpe de estado de 1966 y las políticas represivas
ante los levantamientos de los sectores más afectados por las políticas económicas, fueron
parte del contexto que explica la reivindicación de la violencia como medio para el abordaje
de la lucha política de agrupaciones de jóvenes que buscaban una sociedad mejor,
encarnada en el socialismo, con justicia social, una equitativa distribución de las riquezas y
la posibilidad de la participación política.
Cuando se produce el golpe de estado de 1976, la guerrilla se encontraba debilitada por un
proceso de militarización de las agrupaciones que las desvinculó de la lucha de masas, y
por la falta de participación de los militantes en las tomas de decisiones ante un creciente
autoritarismo de sus dirigentes que daba poca cabida al disenso y que generaba su propia
represión y castigo dentro de cada agrupación. Es decir, la guerrilla, surgida como
resistencia a las Fuerzas Armadas intenta disputarles su lugar en el poder pareciéndoseles.
Esto generó un proceso de persecución y violencia hacia las organizaciones sociales y
armadas, primero en 1973, a través del accionar de la Triple A vinculado a los organismos
de seguridad nacionales, que se aceleró con la muerte de Perón en 1974, desatándose una
escalada de violencia entre la izquierda y la derecha, dentro y fuera del peronismo. Con la
dictadura de 1976, las Fuerzas Armadas oficializan el accionar represivo de la AAA, con el
secuestro, la tortura y la desaparición forzada de personas pertenecientes no sólo a la
guerrilla sino a cualquier tipo de oposición política y económica.
La derrota militar y política de la guerrilla entonces, tiene relación con la ferocidad de la
dictadura y el dispositivo concentracionario, pero también con la lógica interna de su
funcionamiento, la certeza de su triunfo y la subestimación del poder de las Fuerzas
Armadas.

Los campos de concentración


Poder y represión

El poder es un mecanismo de represión, cuyo núcleo duro está compuesto por las Fuerzas
Armadas pero con el consenso civil. Se trata de un poder que se pretende como total, y
cuya función represiva consiste en controlar todo aquello que se le escapa, lo disfuncional,
y colocarlo en el lugar que corresponde de acuerdo a su lógica y su orden.
La cara negada y oculta del poder, la que no se muestra públicamente, fue adoptando
distintas modalidades a lo largo de nuestra historia. El asesinato político ha sido una
constante en nuestro país; la tortura a los prisioneros políticos y a los delincuentes se
convirtió en un mecanismo institucional a partir del golpe de estado de 1930. La
desaparición de personas apareció luego del golpe de 1966 y se intensifica luego de la
muerte de Perón, a manos de los grupos parapoliciales o paramilitares (como la AAA)

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conformados por miembros de las fuerzas represivas y sostenidos por el poder institucional
pero con independencia sobre ellos.
En 1975, bajo la presidencia de Isabel Martínez, un decreto del poder ejecutivo disponía la
aniquilación de la guerrilla, llevándose a cabo un operativo, avalado por la política
institucional, destinado a la desaparición de personas, con el surgimiento de los primeros
campos de concentración y exterminio ligados a la práctica represiva.
En 1976, la desaparición de personas y el campo de concentración y exterminio, constituyó
el mecanismo central del poder para la represión por parte de las instituciones militares y
para la instauración de un nuevo orden en la trama tejida entre poder y sociedad.

Somos compañeros, amigos, hermanos

El principal mecanismo del accionar “antisubversivo” de las Fuerzas Armadas aliadas a las
Fuerzas de Seguridad fue el campo de concentración y exterminio a través de los centros
clandestinos de detención que funcionaban en sus dependencias oficiales y se distribuían
a lo largo de todo el país, para torturar, extraer información, aterrorizar y asesinar.
Dentro de cada campo de concentración existía una organización jerárquica basada en las
líneas de mando, además de la estructura preexistente correspondiente a la dependencia
de su emplazamiento. Esta organización de funciones especializadas por grupos de tareas
se basó en una burocratización que llevó a una naturalización de la violencia y la muerte.
La fragmentación y burocratización del trabajo en los campos de concentración suspendía
la responsabilidad moral, ya que cada procedimiento era una orden autorizada y justificada
por los superiores jerárquicos. Esta sensación de falta de responsabilidad también era
facilitada por los mecanismos de deshumanización de las víctimas y la defensa de la “guerra
sucia”, como justificación de la necesidad de las Fuerzas Armadas de exterminar a una
parte de la población y de la metodología utilizada.

Las patotas

La patota era el grupo operativo que, a través de una orden, se encargaba del secuestro
de los prisioneros de los campos de concentración, desconociendo la razón específica del
operativo, el nivel de importancia del secuestrado (“chupado”) con respecto a la subversión.
Como recompensa por su arriesgada tarea y exagerando la peligrosidad de la víctima,
saqueaban los domicilios de los secuestrados, repartiéndose su “botín de guerra”.

Los grupos de inteligencia

Eran los encargados de recibir al prisionero (“paquete”), ya reducido y golpeado, para


proceder a la tortura (“interrogatorio”) orientada a partir de la información con la que ya
contaban para obtener nueva información de utilidad y datos para capturar a más personas
en este proceso antisubversivo, obteniendo nuevos “blancos” y estimando el grado de
peligrosidad del “chupado”.

Los guardias

Eran los encargados de controlar a los secuestrados, cuyo nombre era reemplazado por un
número de identificación, hasta el momento en que llegara la orden de su traslado. Los

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guardias no tenían información alguna sobre los secuestrados ni capacidad de decisión
sobre ellos. La crueldad en el trato hacia los secuestrados se explica en su
deshumanización y en que eran considerados como parte de la amenaza pública de la
subversión, que había que erradicar en pos del bien común y el orden.

Los desaparecedores de cadáveres

Los traslados de prisioneros tuvieron distintos métodos. En algunos casos se los fusilaba
estando atados y amordazados para luego proceder a la cremación de los cuerpos. En
otros, se tiraban los cuerpos en espacios públicos simulando enfrentamientos. Pero el
método más usado consistía en inyectarles un somnífero para terminar arrojándolos vivos
al mar.

La vida entre la muerte

En los campos de concentración, ocultos en las dependencias policiales y militares, la


mayoría de los secuestrados eran militantes de las organizaciones armadas, activistas
políticos, sindicales y miembros de los grupos de derechos humanos. Y también, aunque
en menor medida, un grupo de víctimas casuales, que reforzaban el terror y demostraban
la arbitrariedad y la omnipotencia del poder militar, capaz de decidir sobre la vida y la
muerte.
El secreto a voces de lo que ocurría en los campos de concentración, implicaba que no
estaban del todo ocultos, y que era necesario mostrar a la sociedad entera el poder absoluto
de las Fuerzas Armadas como una amenaza constante, a través de la diseminación del
terror para su disciplinamiento.
Cuando los secuestrados llegaban al campo de concentración eran torturados para
extraerles información de utilidad para obtener nuevos “blancos”. Luego, dañados física,
psíquica y espiritualmente, y despojados hasta de sus nombres, que eran reemplazados
por un número de identificación, se incorporaban al campo de concentración, organizado
en un sistema de celdas, desde donde eran controlados. Eran obligados a permanecer en
silencio, encapuchados o con los ojos vendados y limitados en su movilidad por esposas,
grilletes o cadenas. Sufrían el hambre como parte del tormento, ya que la comida era sólo
la imprescindible para mantenerlos con vida hasta que fuera necesario. Todas las semanas
se designaba a un grupo que era trasladado a la enfermería, donde los inyectaban con
somníferos y luego eran cargados en camiones con destino al Aeroparque e introducidos
en aviones que los tiraban vivos al mar.

La pretensión de ser dioses

Las Fuerzas Armadas, en un contexto de total supresión de derechos, concebían su poder


como un poder absoluto, se pretendían dueños de una omnipotencia divina, expresada en
la arbitrariedad de su accionar inapelable, desde la cual ejercían sus decisiones sobre la
vida y la muerte de las personas, ya que impedían incluso el suicidio como acto de voluntad
de los secuestrados. Y desde la cual expandían el terror en la sociedad para disciplinarla.
El poder militar argentino contaba con una estructura burocrática destinada a la represión
interna pero incapacitada para una guerra entre ejércitos, como lo demostró en la Guerra
con Malvinas, al rendirse sin combatir.

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El tormento

La tortura irrestricta e ilimitada era el eje del dispositivo concentracionario para multiplicar
las desapariciones hasta acabar con el enemigo. Se trata de un mecanismo destinado al
procesamiento de los individuos para extraer de ellos la información necesaria para
alimentar el dispositivo concentracionario y desechar los cuerpos vacíos, cuando de esos
seres no quede nada útil. El método de tormento mayormente utilizado era la picana
eléctrica para la obtención de la información y para el castigo y domesticación de los
secuestrados a la lógica del campo de concentración. Los métodos de tortura destinados a
“quebrar” a cada prisionero, incluyeron otros como la asfixia, el colgamiento de las personas
por sus extremidades, los golpes, cortaduras, quemaduras, despellejamiento, violación
sexual y ataques y vejámenes de todo tipo. El proceso de deshumanización de los
secuestrados facilita el castigo y pretende eliminar la resistencia de la víctima. La duración
de las torturas era indeterminada y su reiteración imprevisible.
Luego del tormento físico, que podía reiterarse imprevisiblemente, sobrevenía el tormento
de la incertidumbre, el silencio, la oscuridad, la inmovilidad, el hambre, el maltrato y la
humillación cotidianos en los centros de concentración.
La demostración de la omnipotencia militar producía un efecto de impotencia en las víctimas
de los campos de concentración, con el objetivo de convertirlos en colaboradores del
régimen a cambio de conservar la vida, aun manteniendo la incertidumbre sobre su destino
final.
Aun en estas circunstancias, la sumisión nunca es total, lo que demuestra que la declarada
omnipotencia militar es una ilusión. Hubo personas que desafiaron con éxito la tortura y
resistieron a ella, es decir, no lograron ser quebradas por el campo de concentración y
fueron asesinadas. Otras simularon colaborar con el régimen aportando datos falsos.
También hubo quienes, desintegrados por las condiciones de tormento, entregaron
información útil al sistema concentracionario, y otros que se convirtieron en colaboradores
del régimen, llegando a participar en operativos militares e incluso en torturas. Hubo
algunos que negociaron su captura y a cambio de pasarse bando no eran torturados.
La tortura, como eje del sistema concentracionario, logró la información suficiente para
destruir las organizaciones guerrilleras, asesinar dirigentes sindicales y arrasar con las
organizaciones populares y de derechos humanos, es decir, para eliminar una generación
de militantes políticos y sindicales.

Un universo binario

Los regímenes totalitarios tienen una lógica binaria, porque conciben el mundo como dos
campos enfrentados, el propio y el ajeno, que constituye una amenaza a erradicar. Es decir,
la lógica binaria consiste en la eliminación de las diversidades para la instauración de un
orden total y homogéneo.
Los componentes de la nueva política de seguridad instaurada por Estados Unidos son la
presencia de un enemigo externo permanente propiciada por la división del mundo en dos
bloques a raíz de la guerra fría (EEUU y países aliados vs URSS y países aliados) y la
presencia también permanente de un enemigo interno que constituye una amenaza a los
intereses de los Estados Unidos. La indeterminación de ambos enemigos da lugar a un
estado de excepción permanente que reemplaza al estado de derecho. De esta manera la

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soberanía nacional se subordina al nuevo objetivo de la seguridad que es neutralizar estos
enemigos indeterminados a través de la implementación normativa de una doctrina
autoritaria, antidemocrática y totalizadora.
Con surgimiento de la Doctrina de la Seguridad Nacional, la seguridad se transforma en un
mecanismo de control de la confianza en el comportamiento de los países y su orientación
ante la presencia permanente de un enemigo externo y con el objetivo de reducir la
inseguridad provocada por un indefinido enemigo interno.
La soberanía nacional de los países aliados a los Estados Unidos queda subordinada a su
expandida soberanía en tanto potencia hegemónica que a su vez se encuentra supeditada
a la noción de seguridad según la cual se presupone la existencia de un enemigo externo
e interno permanente que amenazan su poderío mundial y configuran el peligro del
comunismo internacional.
En este contexto, la “guerra antisubversiva” constituyó uno de los justificativos para el
accionar de la dictadura en Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo XX, que
significó una profunda transformación de las sociedades por medio de la utilización del
terror, la tortura, los asesinatos, la desaparición forzada de personas y la proscripción de
toda oposición o cuestionamiento político.
Esta “guerra antisubversiva” pretendió arrasar con aquellos grupos de la sociedad que
significaran una amenaza al orden impuesto en concordancia con los intereses
norteamericanos, los “subversivos” eran considerados los enemigos internos a derrotar en
el proceso de instauración del nuevo orden a través de la Doctrina de la Seguridad Nacional,
pero su indeterminación significaba que esta “guerra” no tenía un final.
En los campos de concentración, ideados como el dispositivo para el exterminio de ese
enemigo amenazante e indeterminable por la amplitud del concepto de subversivo, el
contacto entre secuestrados y secuestradores, entre los dos polos opuestos del mundo
binario, implicaba la construcción de un otro deshumanizado que era necesario exterminar.
La humanización del otro dentro del campo de concentración debilita el poder del
secuestrador y le permite al secuestrado relativizar ese poder.
En este sentido, la teoría de los dos demonios también funciona desde una lógica binaria
al oponerse la sociedad a dos enemigos a eliminar, la dictadura y la guerrilla, colocándolos
en pie de igualdad y sin aceptar que tanto uno como el otro forman parte del entramado
social, negando la importancia del consenso social en la existencia y el funcionamiento de
los campos de concentración.

El hombre

Al ser secuestrados, los militantes, que ya se encontraban debilitados política y


psíquicamente, eran sometidos a la tortura como medio de debilitarlos físicamente,
quebrarlos, desintegrarlos, vaciarlos de toda aquella información que pudiera ser útil al
sistema concentracionario y arrasar con cualquier posibilidad de fuga o resistencia. Los
campos de concentración funcionaban como dispositivos de deshumanización y
despersonalización por medio de la tortura y el terror. Los secuestrados eran animalizados
y cosificados, al tratarlos como paquetes.
Los prisioneros que se integraron al campo de concentración sin oponer ningún tipo de
resistencia, los que creyeron pasarse de bando aun estando secuestrados, los que
colaboraron con el régimen militar, son personas arrasadas por el campo de concentración.

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Otro de los mecanismos del campo de concentración para la desintegración de los
secuestrados es la clausura del mundo exterior, ya que ese vínculo afectivo con el exterior
se transforma en fuerza vital. Pero el campo de concentración no puede funcionar, por más
que lo intente en una realidad sin fisuras y de control total. Las pequeñas fugas dentro de
la rutina disciplinada de los campos de concentración permitían que fluyera la información
y el contacto con otros humanos, que reivindicaba la propia humanidad y dignidad y que
representaba una victoria con respecto a los intentos de animalización que imponía la lógica
concentracionaria. Estas fisuras del poder militar permitieron ir construyendo una red de
relaciones en la que surge la solidaridad como un valor clave para la subsistencia.

Resistencia y fuga

Aún en las condiciones más terribles, el poder no llega a constituirse en total y existen líneas
de fuga que representan las formas de resistencia humana y las limitaciones del poder. En
los campos de concentración esta fuga podía estar representada por el deseo de mantener
la vida para dar testimonio y reconstruir las memorias del terror. Otra forma de fuga podía
estar representada incluso por el suicidio como acto de la voluntad, prohibido por el poder
militar que se pretendía divino, dueño de la vida y de la muerte. La risa también fue un
elemento de afirmación de la humanidad dentro de los campos de concentración. Y lo que
Calveiro nombra como las virtudes cotidianas, los gestos de solidaridad y apoyo, fueron la
base de la subsistencia de la mayoría de los sobrevivientes de los campos de
concentración.
Otra forma de resistencia fue el engaño como forma de invertir las situaciones de poder y
que se tradujo en un doble juego. La estrategia consistió en aprovechar el punto ciego del
poder que se convirtió en su propia trampa: la convicción de su omnipotencia, la negación
de sus límites. En la Escuela de Mecánica de la Armada existieron dos grupos de
prisioneros que no eran trasladados, y que eran considerados como el producto de una
política de reeducación de los campos de concentración, un éxito del poder militar sobre el
enemigo y una forma de aumentar los espacios de poder dentro del arma y con respecto al
ejército. Por un lado, los pertenecientes al staff, que se dedicaban a realizar trabajos de
análisis y clasificación de la prensa nacional y extranjera, elaboración de documentos y
estudios monográficos sobre la coyuntura política. Por otro lado, existía un grupo de
prisioneros dedicados a tareas de mantenimiento dentro de las instalaciones de los centros
de detención. La falsa colaboración tenía como objetivo salvar la mayor cantidad de vidas
en el exterior y poder preservar las vidas de los secuestrados para que puedan brindar
testimonio de lo vivido.
Si bien el staff fue útil para el campo de concentración, también fue capaz de utilizar los
privilegios con los que contaba para llevar adelante un plan de resistencia que buscaba
incluir dentro de este grupo a la mayor cantidad posible de secuestrados, mejorar las
condiciones de vida a los demás, alertar a los recién llegados sobre lo que les convenía y
sobre la información con la que contaban los grupos de inteligencia, dar aviso de posibles
capturas, sesgar análisis políticos y aprovechar la información a la que tenían acceso. Y
sobrevivir sin ser arrasados.
Los miembros del staff lograron sobrevivir y fueron liberados, manteniendo el silencio hasta
que fuera liberado el último de ellos y brindando declaración luego ante las comisiones de
derechos humanos y en el juicio a las Juntas en 1985.

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Los campos de concentración fueron el mecanismo para desaparecer todo un sector de la
militancia política y sindical que impedían el acceso al poder de las clases dominantes por
la vía democrática. Es decir, el principal blanco del dispositivo concentracionario fue la
militancia. En este sentido, Calveiro analiza la arbitrariedad del concepto de “víctima
inocente” utilizado socialmente para referirse a las víctimas de la dictadura que no tenían
relación con la militancia, lo que implica aceptar que la disidencia política, la militancia, era
una causa con mayor validez para el castigo y la violencia ejercida en los campos de
concentración, reforzando la noción de que no debe resistirse al poder establecido.

Ni cruzados ni monstruos

Los campos de concentración fueron parte del accionar institucional del gobierno de facto,
dentro de una política represiva estructurada y organizada desde el Estado para la
eliminación de las estructuras sociales previas y la instalación de un nuevo orden acorde a
los intereses del proyecto de las Fuerzas Armadas aliadas a los sectores dominantes. En
este sentido, la desaparición de personas es parte de la política de Estado llevada a cabo
durante este período de dictadura, no se trata de una decisión individual sino de una
decisión institucional, justificada en la idea de la “guerra sucia”.
El argumento de la obediencia debida no hace sino reflejar la deshumanización del campo
de concentración que recae no sólo sobre los secuestrados sino sobre los distintos grupos
de tareas, al ser considerados simples piezas de un gran engranaje, capaces de cumplir
cualquier orden en su calidad de subordinados y al despersonalizarse a sí mismos en el
ejercicio de la despersonalización del otro, lo que además demuestra la institucionalidad
del dispositivo concentracionario.
Campos de concentración y sociedad
Los campos de concentración y la sociedad son elementos de una misma trama. El secreto
a voces de lo que allí sucedía, la negación de la realidad, son el reflejo de la impotencia y
del terror que diseminaban los campos de concentración en la sociedad entera como una
herramienta de disciplinamiento y un mensaje de su control implacable y de su poder
arbitrario e infinito. En este sentido, la sociedad también debía ser arrasada por la lógica
concentracionaria. La complicidad y el silencio de la sociedad es lo que necesitaban las
Fuerzas Armadas para la instauración de su proyecto político y económico, que pretendía
eliminar todo lo que fuera disfuncional y lo que represente una posibilidad de
desestabilización.
Los mecanismos internos de los campos de concentración operaron en el conjunto de la
sociedad a través del control y la vigilancia que se ejercía. Y por medio del castigo como
forma de eliminación de lo diverso, de vaciamiento de la sociedad, que fue obligada a
presenciar la desaparición de sus seres queridos sin oponer resistencia alguna.
La sociedad era en este sentido es invadida por un terror que se convierte en un dejar hacer
económico, político, cultural. La sociedad, como víctima, es arrasada y quebrada por el
poder como los secuestrados dentro de los campos de concentración. La sociedad ha sido
víctima y victimaria del poder desaparecedor.
Pero como el poder no puede ser total, la sociedad también tuvo sus puntos de fuga y sus
formas de resistencia, encarnadas sobre todo en las organizaciones de defensa de los
derechos humanos y en la lucha de las Madres.

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También existe un efecto a futuro del terror sufrido, que perdura en la memoria de la
sociedad y configura uno de los mayores éxitos del dispositivo concentracionario.
Las pérdidas irreversibles y las marcas indelebles a nivel simbólico del genocidio
reorganizador en el conjunto de la sociedad al que dicho proceso estaba dirigido se
traducen en la sociedad de hoy y en nuestra dificultad para la autodeterminación y
reafirmación de la fuerza de la lucha colectiva. En este sentido, podemos identificar como
una de las consecuencias aún vigentes de la dictadura el negacionismo o una especie de
amnesia colectiva, que es una forma de complicidad con la dictadura en torno a intereses
políticos presentes.
Por esto resulta de gran importancia para nuestra sociedad la elaboración y el análisis de
nuestro pasado, de nuestra historia, para mantener viva la memoria como forma de
reivindicación de las luchas colectivas por la conquista de derechos, para que nunca más
tengamos que atravesar por el terrorismo de Estado y para construir y planificar nuestro
futuro.

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