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RELATOS DE

NAVIDAD
RELATOS DE
NAVIDAD ZUAAS

LABORATORIO PERMANENTE DE LECTURA Y ESCRITURA DE MICRORRELATOS

Premio Estímulo a la Creación Literaria, mención Narrativa


Centro Nacional del Libro de Venezuela (Cenal)

Barquisimeto, Venezuela. 2022


RELATOS DE
NAVIDAD

Coordinación, recopilación y edición:


Félix Gutiérrez/ Andreína Alcántara

Autores

Eglée Herrera Trompetero / Nelson Ures Villegas / Fanny


Salom Arcila / José Matheus Briceño / Flora Ovalles
Villegas / Freddy Uquillas Granados / Glexsy Dugarte
Vásquez / Benigno Villegas Méndez / Andreína
Alcántara Hernández / Félix Gutiérrez Canelón /
Danisbel Gómez Morillo / Myriam Collantes de Terán
Martínez / Yamilet Herrera Dudamel / Zuraya Ramírez
Dala / Zaida Pinto Ruiz / Marlenis Castellanos Querales /
Anahil Hernández Abreu / Teresa Ovalles Márquez

Barquisimeto, Venezuela. 2022


Relatos de Navidad

ISBN: 978-980-18-1248-7
Depósito legal: LA2020000054

Idea original de la portada y contraportada: Flora Ovalles


Pieza del Nacimiento: María Andreína Gil Ovalles
Diseño y Diagramación: Andreína Alcántara

Corrección:
Adriana Heras

Edición y producción:
Laboratorio Permanente de Lectura
y Escritura de Microrrelatos Zuaas
y
Contra Viento y Marea Ediciones
contravientoymareaediciones@gmail.com
Barquisimeto, estado Lara

Redes sociales
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Hecho en Barquisimeto, estado Lara,


República Bolivariana de Venezuela

INDICE

Prólogo…………………………………………………………………………….......................................7

Pase adelante Nelson Ures Villegas…………………………………......................8

Halloween, la desilusión Félix Gutiérrez Canelón...........................9

Nieve y arena Flora Ovalles Villegas……………………………………….............10

El chichón de Navidad Andreína Alcántara Hernández…..........11

¡Corran, llegó el Niño Jesús! Freddy Uquillas Granados…….......12

Niño Jesús por adelantado Zuraya Ramírez Dala.........................14

Muñeca de trapo Anahil Hernández Abreu……………………………........16

El pesebre del barrio Eglée Herrera Trompetero…………………........17

La luz azul Myriam Collantes de Terán Martínez………………….........19

Bicicleta Teresa Ovalles Márquez…………………………………..................21

Veto en Navidad Fanny Salom Arcila………………………………………..........22

Labios rojos Yamilet Herrera Dudamel…………………………………….........23

Unos van alegres, otros van llorando Benigno Villegas

Méndez……...............................................................................................................24

El plato navideño Glexsy Dugarte Vásquez……………………….............25

La cabeza de cochino José Matheus Briceño….…………………….........27

La amarradora Danisbel Gómez Morillo………………………………............28

Dos fiestas con las hallacas Marlenis Castellanos

Querales........................................................................................………..................30

¡Entre nudos me veréis! Zaida Pinto Ruiz……………………….................32

Más relatos de Navidad……………………………………………………….......................34

Tapices navideños………………………………………………………………..........................35

Navidad a color………………………………………………………………….............................38

El Niño Jesús de papá………………………………………………………….......................39

Los zapatos rotos………………………..……………………………………............................40

Las hallacas gochas………………………………………................................................41

Mis primera hallacas…………………………………………………………….......................43


PRÓLOGO
La Navidad es una de las épocas más maravillosas del año
porque conmemoramos el nacimiento de Jesús de Nazaret,
principal referente de la era cristiana. También festejamos la
llegada del Año Nuevo.
Es un período con la impronta de la celebración, pero
también de otros acontecimientos no festivos que marcan la
vida. "Relatos de Navidad", un libro que se compone de 24
microrrelatos escritos por 18 autores de nuestro equipo
literario, tiene como contexto esta época excepcional del año.
El pesebre o belén, la llegada del Niño Jesús, las cartas que
le escribimos y los regalos que no llegaron; las hallacas, sus
amarres, envolturas y guisos. Las travesuras de niños y de
adultos, las patinatas y las misas de aguinaldo.
De estas y otras historias trata la nueva obra narrativa
construida a través de nuestro grupo de mensajería
instantánea «microRELATOS». Con este libro -que esperamos
sea del agrado de todos los lectores- te deseamos una feliz
Navidad y un próspero Año Nuevo.

Félix Gutiérrez / Andreína Alcántara


Laboratorio Permanente de Lectura y Escritura de
Microrrelatos Zuaas

7
NELSON URES VILLEGAS

Pase adelante

Caminaba una tarde por una de las avenidas comerciales de


Barquisimeto, con rumbo a un encuentro con unos amigos
cuando, de pronto, sacándome de mi distraído andar, se me
presenta una hermosa muchacha, casi como una aparición.
En la entrada de uno de los establecimientos, me dice:
«¡Pase adelante! ¡Pase adelante!», y yo, como hipnotizado por
la sugerente invitación, muy obediente, así lo hice.
Ya en el interior del negocio, miré la bella figura de la
muchacha e ignorando por completo el resto de la
circunstancia en la que me encontraba, vi que sus labios se
preparaban para hablarme... ¡a mí, que solo soy un poeta
perdido en la ciudad!
—Señor, a la orden... ¿Qué desea comprar?
—¿Yo? Yo no quiero comprar nada.
—Y entonces, ¿para qué entró?
—Pues, porque usted me lo pidió: pasé adelante, me dijo.
—¡Muy gracioso! —dijo la chica, y me dejó solo y perdido en
aquella tienda.
Un tipo disfrazado de san Nicolás, que estaba cerca de la
escena, me miró y se rio, como se ríen los san Nicolás de
mentira: «¡Jo, Jo, Jo...! ¡Feliz Navidad!», me dijo.

8
FÉLIX GUTIÉRREZ CANELÓN

Halloween, la desilusión

No creo en Halloween, nunca lo he hecho, y ahora menos;


pero el año pasado me quedé pensando en la noche en que
llegaron a mi casa varios niños disfrazados de Drácula,
Frankenstein y con máscaras de fantasmas. Se fueron
desilusionados porque no teníamos caramelos para darles.
Este año veo algunas casas de mi urbanización adornadas,
otra vez, con la temática de la celebración estadounidense:
calabazas iluminadas, fantasmas, arañas, telarañas. Todo muy
bonito, pero demasiado alienante.
No obstante, me preparo y compro una bolsa de caramelos
para ofrecer a los niños que pasen por la casa la noche de
Haloween. Dejo casi todos los dulces en la mesa que está
cerca de la puerta. Este año no quiero desilusionarlos, por
más no creyente que yo sea.
En la noche de la celebración, desde la ventana, los veo
pasar por mi calle. Van de una casa a otra pidiendo caramelos
y otros dulces. Distingo disfraces de Hannibal Lecter, Jason
Voorhees, hombres lobo, de muertos, fantasmas, y algunos
llevan calabazas de plástico en la cabeza, pero ninguno tocó
mi puerta. Este año, el desilusionado fui yo.

9
FLORA OVALLES VILLEGAS

Nieve y arena

Cuando Marielena me habla de la nieve, la emoción se


transforma en una alfombra mágica que me lleva, desde
Venezuela, a imaginar que juego con ellas en un paisaje
blanco (con Marie y con la nieve, quiero decir). Veo clarito los
muñecos como se muestran en las películas, lanzo bolas que
estallan en los cuerpos, igual que las risas y gritos de alegría, y
sonrío grandote.
Al comentarle esto a la abuela, suspiró profundo y me dijo
que en esos lugares tan fríos, en la época navideña, tienen que
celebrar con muchas luces y colores porque el frío y la
oscuridad lo nublan todo; y si no se inventa o se juntan para
encontrarse, les «pega» muy duro la soledad. A nosotros acá,
ver la nieve de bolitas plásticas caer, nos emociona, pero hay
que preguntarle a Marie cómo se siente.
Así lo hice, pero me dijo que soñaba con ir a una playa
venezolana y correr conmigo, también que prefería las bolas
de arena, aunque golpeen más duro que las de nieve.
También le pregunté por los pesebres de allá, los arbolitos,
las hallacas, por mis tíos, y si había visto a mi mamita y a papá,
que están a muchos kilómetros, pero en el mismo país.
Esta Navidad la abuela y yo haremos hallacas, poquitas,
porque lo que mandan mis papás solo alcanza para mis
estudios y para la comida, además, están reuniendo para mi
pasaporte… pero mi abuela no quiere ir a ningún lado. Dice
que acá la Navidad trae su propia luz, pues es más clarita, y la
gente se junta.
De igual forma comenta que si yo me voy, ella va a estar
bien, porque tiene a sus vecinos y como Marie, mi prima, no
comparte casi con sus papás porque tienen tres turnos de
trabajo, regresará para acompañarla.

10
ANDREÍNA ALCÁNTARA HERNÁNDEZ

El chichón de Navidad

En mi niñez, por allá en los años 70, lo más anhelado por


los patinadores en la temporada de Navidad y Año Nuevo,
eran las misas de aguinaldo.
Salían entre las cuatro y las cinco de la mañana por aceras
y avenidas, desde donde se escuchaba el contacto fuerte de
las ruedas de hierro de los patines con el asfalto, mientras
todos hacían un trencito y desfilaban por las calles casi
desiertas.
El punto final del encuentro era la planta baja de los
edificios de cuatro pisos construidos por el antiguo Inavi, que
tenían un área libre para fiestas y reuniones, además de un
piso de granito en el que rodaban sabroso los patines.
Un día, casi al amanecer, a mí se me ocurrió la nefasta idea
de asomarme a la fiesta de los patines. Me atravesé, y en
medio de la oscuridad, algunos de los patinadores pasaron a
toda velocidad y me tumbaron, creo yo, sin percatarse de mi
inoportuna presencia. El resultado fue una estrepitosa caída
que me dejó un chichón inmenso en la parte trasera de la
cabeza, un «boliche», como dicen en Maracaibo.
Durante esa temporada de Navidad y Año Nuevo
desaparecieron de mi cabecita de niña las colitas y las
trenzas. En su lugar, lucí el cráneo «empegostado» y grasoso
por el remedio de mantequilla con sal que mi madre me
echaba para bajar la inflamación del chichón, que parecía un
huevo de gallina.
Recuerdo que el mejunje de mi madre hizo rápido efecto y
la hinchazón fue desapareciendo poco a poco de mi cabeza.
Así como desapareció mi «boliche», dejó de existir esa bonita
tradición de salir a patinar en colectivo durante las misas de
aguinaldo, en las frías y estrelladas madrugadas de
diciembre.

11
FREDDY UQUILLAS GRANADOS

¡Corra, llegó el Niño Jesús!

La alegría se desbordaba y contagiaba todos los espacios de


la Casa Blanca en San Pedro del Río. Justo eran las doce de la
noche, el reloj de la iglesia así lo anunciaba con sus
campanadas.
En ese momento, un pequeño inocente, a quien su madre
llamaba Tito, de apenas cinco años de edad, rompía con
mucha fuerza los pliegos de papeles de colores verde, rojo y
blanco que envolvían la docena de regalos que le había
traído el maravilloso y mágico Niño Jesús, quien llegó para
quedarse en sus sueños y en su imaginación, en medio de
villancicos y aguinaldos. Era Navidad.
El patio de la casa estaba repleto de cajas rotas, papeles,
patines, carros, muñecas, bicicletas, cocinas de plástico,
aviones, ropa e instrumentos musicales, entre muchas cosas
más. Mientras tanto, Tito jugaba, y en medio de su felicidad
preguntaba:
– Fabiancito, ¿qué te trajo el Niño Jesús?
–Una pista de carros. ¡Ven y jugamos! –respondía su
hermano.
Y a unos centímetros de distancia, Leo, sentado en el piso,
ensuciando sus «estrenos», lanzaba una bola en dirección a
unos conos que sostenía su primo Ronald Enrique. Y por otro
lado, Fabiola, Anyrt y Karin, ayudaban a Thais a vestir y
desvestir sus Barbies. No bastaba la noche para jugar con
todos los obsequios.
El 24 de diciembre, día en que nació el Niño Jesús, era el
acontecimiento más esperado. Esa ilusión de Tito y de su
numeroso grupo de primos de colocar un zapato allí, frente a
las luces titilantes de un pesebre tan inmenso como una
ciudad egipcia con toda su comunidad, no tenía límites.
12
El sueño infantil superaba cualquier fantasía, tanto así, que
las cartas escritas, uno o dos meses antes de la Navidad, ya
demandaban esos presentes tan anhelados provenientes de
la divinidad, de tierras imaginarias y de las manos de seres
bíblicos albergados en nuestros corazones.
La tradición se acentuaba año tras año, y Tito continuaba
con la bonita creencia de que el hijo de Dios leía su carta y le
daba respuesta a sus peticiones. La ingenuidad de un ser, que
le ponía color a su infancia y a su vida. Sin embargo, nunca se
imaginaría que la realidad vendría en su contra, a través de la
voz de sus primos mayores quienes, sin ningún tipo de
sutileza, le revelaron al año siguiente y muy cerca del
diciembre prometido, la verdad verdadera de la historia del
Niño Jesús.
Tito, con nostalgia, desilusión y lágrimas en sus ojos, se
enteró de que sus padres eran quienes le compraban y
colocaban los regalos en el pesebre.
Al año siguiente, unas dos horas antes de las doce de la
noche, la hermosa mesa decorada y la rica cena de Navidad,
anunciaban que pronto nacería el Niño Jesús en ese pesebre
hermoso y lleno de recuerdos para Tito, quien luego de comer
su hallaca y pan de jamón, escuchó la orden de sus padres y
de sus tíos de irse a la plaza Bolívar del pueblo, junto con sus
primos, porque a las doce en punto el Niño Jesús llegaría con
los regalos.
Como era costumbre, a la media noche, ni un minuto más ni
uno menos, se escuchó en la plaza Bolívar un estridente grito
proveniente de la casa: «¡Corran! ¡Llegó el Niño Jesús!».

13
ZURAYA RAMÍREZ DALA

Niño Jesús
por adelantado

Cuando éramos niños, vivíamos en la carrera 20 con calle 23


de Barquisimeto. Al lado de la casa había una juguetería.
Aquel diciembre de 1948, mamá y papá compraron allí los
juguetes de la Navidad y los guardaron detrás de un
escaparate que había en la casa.
Mi hermano mayor descubrió el escondite y, sin que nadie
se diera cuenta, los comenzó a sacar para jugar. Pero había
un tren que sonaba y los otros hermanos nos percatamos del
descubrimiento. Todos nos poníamos a jugar con los regalos
que nos traería el Niño Jesús el 24 de diciembre.
Antes de que llegaran mamá y papá, los guardábamos
exactamente como los habíamos conseguido, para que no se
dieran cuenta. Durante casi dos semanas jugamos con los
regalos que estaban escondidos detrás del escaparate. En esa
Navidad en nuestra casa el niño Jesús llegó por adelantado.

Flora Ovalles: Yo descubrí a los nueve años quién era el


Niño Jesús, pero me hice cómplice de él para que mis
hermanos siguieran disfrutando de aquella ilusión. Hasta
ayudaba a poner los regalos.

Félix Gutiérrez: Cuando el tío Pastor me dijo quién era el


Niño Jesús, ya yo lo sabía, pero igual me puse triste, pues
pensaba que mamá y papá ya no me dejarían más regalos al
lado de la cama la noche del 24 de diciembre, como, en
efecto, ocurrió.
14
Andreína Alcántara: En mi casa no nos inculcaron la
creencia de que san Nicolás y el Niño Jesús nos darían
regalos. Creo que era porque a nuestros padres les costaba
mentir, así que siempre nos dijeron que eran ellos quienes
compraban y traían los obsequios navideños.
Así, con esa verdad por delante, los guardaban en el
escaparate y los sacaban el 25 de diciembre, para que los
vecinos creyeran que mis hermanas y yo éramos inocentes y
que, al igual que los otros niños del barrio, confiábamos en
que un ser fantástico llegaba a medianoche para dejar los
regalos debajo del árbol de Navidad. No sé si esa revelación
fue buena o no para todas nosotras. Al menos a mí me
hubiese gustado creer que el Niño Jesús sí existía, para
agregarle ese toque de misterio a mi infancia.

Nelson Ures: Mi hijo Sebastián siempre ha sido «muy pilas»


y sabe descifrar hasta nuestras miradas. Cuando tenía unos 5
años, el 25 de diciembre, mientras jugaba con los juguetes
«traídos por el Niño Jesús», su madre, Luz, se dio cuenta de
que chocaba sus carritos y representaba peleas de muñecos
con mucha pasión. Ella le dijo:
—¡Sebastián, no le des tan fuerte a los juguetes que los vas a
dañar, mira que nos costaron muy caros!
—¿Qué? —dijo Seba—. ¡Entonces es mentira lo del Niño Jesús,
eso lo compraron ustedes! ¡Seguro que lo de los Reyes Magos
y lo del Ratón Pérez también es mentira!
Hasta allí llegó la fantasía de mi niño más pequeñito, hoy
todo un profesional con igual astucia.

Zaida Pinto: Mi hijo también era un registrador de primera.


Hacía un ruido impresionante arriba y nosotros
escuchábamos todo abajo. Teníamos que esconder los
regalos en el taller para que no los encontrara antes del 24 de
diciembre. Para nosotros era muy sabrosa esa fantasía y para
nuestro hijo Camilo, también.

15
ANAHIL HERNÁNDEZ ABREU

Muñeca de trapo

Laura siempre había querido que el Niño Jesús le trajera


una muñeca de trapo. A eso se debía la expresión de su cara
cuando abrió el regalo y se encontró con un Android.
—Mamá, yo solo quiero una muñeca de trapo —dijo un poco
decepcionada.
—Laurita, todos los niños del mundo quieren un teléfono
celular —contestó su madre.
Pero Laura no era como todos los niños del mundo. Cada
año pedía una muñeca de trapo, y en su lugar recibía la
Barbie veterinaria, la casa de la Barbie, la fábrica de helados,
un carro de paseo y hasta un teléfono móvil. Es que mamá
quería darle los mejores y más costosos regalos del mundo a
la pequeña, cuyo corazón, lentamente, dejaba de latir. Por
eso nunca prestaba atención a las cartas que Laurita escribía
al Niño Jesús porque, al no poder comprar un corazón nuevo
para su hija, le regalaba objetos costosos.
El año siguiente, Laura se propuso tener su muñeca de
trapo, por eso juntaba retazos de la ropa que cosía su abuela
y después que mamá le daba el beso de buenas noches,
puntada a puntada, la niña unía piernas y brazos.
Cuando faltaban pocos días para Navidad, justo antes de
que su corazón se detuviera, Laura le mostró a su madre la
muñeca calva que había cosido, y sonriendo, le dijo: «Se la
llevaré al Niño Jesús, para que ninguna niña del mundo se
quede sin su muñeca de trapo».
En Nochebuena, la madre de Laurita visitó la tumba de su
hija, y dejó sobre el mármol una muñeca de trapo a la que
había tejido un par de trenzas de estambre, confiada en que,
el día de Navidad, otra niña la acunaría en sus brazos.

16
EGLÉE HERRERA TROMPETERO

El pesebre
del barrio

Muchas veces, cuando era niña, participé junto a mis


hermanos en el montaje del pesebre del barrio Libertad,
lugar donde nací y cuyo nombre siempre recuerdo.
Cortábamos el monte para preparar el espacio que acogería
al Niño Jesús y también a sus padres, María y José.
Colaborábamos cerca de veinte personas, entre niños,
jóvenes y hasta los más viejos, preparando el escenario para
el nacimiento del hijo de Dios.
Nos íbamos todos con rastrillos, palas y cepillos para
recoger el monte que íbamos cortando. No podía faltar el
agua debido al intenso calor de la zona. Algunas veces
amanecíamos trabajando, pues debíamos apurarnos. Ya se
acercaba el «parto».
Mi abuela, Mamá Zoila, observaba de lejos los avances y de
vez en cuando se tomaba una copita de vino Sansón para
celebrarlo. Cierro mis ojos y aún escucho la algarabía de
todos nosotros al querer colocar ya, en el pesebre; el burro, la
mula, el buey y todas las ovejas que cupieran en ese hermoso
espacio hecho con el amor de esas manos llenas de
solidaridad y camaradería de todos los vecinos.
Tenía en ese tiempo trece años de edad, y con mamá, papá,
Mamá Zoila y mis hermanos, me hacía muy feliz el hecho de
juntar piedrecitas de todos los tamaños y formas para dejar
listo el pesebre del barrio Libertad, en la Costa Oriental del
Lago de Maracaibo.

17
Ya estaba listo el pesebre. A las doce de la noche del 24 de
diciembre, se descubría el rostro del Niño Jesús, había nacido
el hijo de Dios; un momento sublime que acompañábamos
con cánticos y alegría.
Nunca me puse a pensar que después, con el paso del
tiempo, ya no participaríamos de esos momentos, pero sí sé
que los disfruté mucho.

18
MYRIAM COLLANTES DE TERÁN MARTÍNEZ

La luz azul

Cada vez que evoco los recuerdos de mi infancia, me


asaltan, irremediablemente, los días felices de Navidad.
Noches reconfortantes iluminadas por velas preciosas, un
árbol brillante, regalos inesperados y un cosquilleo antes de
abrir el salón para ver los regalos.
Recuerdo los días que pasé con mi padre, montando un
belén cuyas piezas él coleccionó y que venían con un
ejemplar del periódico al que era aficionado. Fueron muchos
meses de ardua espera, y alguna que otra oveja repetida,
hasta que, contentos, cuando lo tuvimos completo,
entrechocamos las manos por nuestra victoria.
Rememoro con especial nostalgia la última vez que
montamos ese belén. Pusimos mucho empeño e incluimos
un fondo estrellado, nieve, hierba y montañas. Recuerdo el
choque de las ovejas, porque las piezas eran de metal, y la
foto que nos hicimos, con orgullo, delante de nuestra
creación. Nadie me advirtió que aquel momento feliz
acabaría por convertirse en un agujero de infinita tristeza.
Ahora ya no hay luces en mi casa, ni velas bonitas, ni árbol y
mucho menos belén. Las piezas quedaron sepultadas, como
mi padre en su lugar de descanso. Lo que antes me llenaba la
pequeña barriga de mariposas ilusionadas, ahora hiere el
alma hasta hacerla sangrar.
Sin embargo, un día, cuando volvía a casa de la Facultad,
me encontré con un bonito escaparate de una tienda de
regalos que incluía una ciudad donde se celebraba la
Navidad. No quería acercarme para no avivar la tristeza de mi
mirada, pero lo hice, pese al frío que hacía.

19
Me quedé embobada viendo aquella preciosidad: niños
jugando en la nieve, una casa de chocolate, una fábrica de
dulces, un tiovivo... muñecos que simulaban ser gente feliz,
como lo habíamos sido nosotros.
En ese momento me sentí hechizada, no podía apartar la
mirada de esa ciudad tan bonita. La luz azul lo envolvía todo y
retuvo mis pensamientos nostálgicos por un rato. Hasta creo
recordar que una pequeña sonrisa salió de mis labios. Cuando
la tienda cerró, tuve que regresar a la realidad.
Ya era noche cerrada y descubrí que las luces de las calles
también eran azules. Eso me hizo feliz. Fue como si mi padre
se hubiese convertido en una hermosa luz azul, melancólica,
pero reconfortante. Y me sentí acompañada, y la Navidad
aquel año fue un poco menos triste. No faltará una pequeña
lucecita azul en casa, del mismo color que el cielo que
montamos por última vez.

20
TERESA OVALLES MÁRQUEZ

Bicicleta

Me gustan las fiestas navideñas, aunque me llenen de


nostalgia. Adoro los días que se salen de la rutina y justo así
son los de Navidad. La festividad en la que los niños toman las
calles para exhibir y disfrutar sus juguetes es, además,
inolvidable.
Ir en bicicleta a la misa del gallo fue uno de mis grandes
sueños: hacer el trayecto desde mi casa hacia la iglesia Claret,
en Barquisimeto, y poder ver las casas despiertas, alegres;
llenas de luces de colores titilantes, embriagadas de música -
aguinaldos y parrandas-, colmando de felicidad aquellas
madrugadas de fiesta colectiva. Todo eso formó parte de mis
anhelos.
Deseaba salir de paseo en mi bici, engalanada con el vestido
de «estreno». Yo escondía las cartas que, de Navidad en
Navidad, preparaba al Niño –por si alguien se copiaba– y de
primera en la lista, estaba la bicicleta: hermosa, radiante con
sus dos ruedas, brillante de lo nueva, correlona tras el viento.
Lo que no le perdono a la Navidad es que el Niño Jesús
nunca me haya traído la bicicleta que tanto le pedí.

PD: Todavía la espero.

21
FANNY SALOM ARCILA

Veto en Navidad

Mi Navidad, cuando era niña, no la recuerdo bien. Durante


algunos años viajamos a casa de mis abuelos maternos en
Tinaquillo, estado Cojedes, y allí, con los primos, nos
divertíamos mucho.
En relación con los regalos del Niño Jesús, debo decir que
hubo una época de abundancia porque el esposo de mi
querida tía Aura tenía una juguetería y los mejores muñecos
eran para nosotros. Esta bonanza duró hasta que
descubrimos el misterio de los regalos.
Desde entonces, el niño de los juguetes me tiene vetada. No
me trae nada. ¿Será porque -como dice mi hermana
Marbella- en una oportunidad le encendí su pesebre con una
inocente luz de bengala? Pero esas son cosas de niños, y los
adultos no pueden ser vengativos, pues supongo que el Niño
Jesús de mi época ya debe ser un señor de la tercera edad.
Sin embargo, su rencor por ese incidente vive aún en él. He
apelado contra su decisión por varias vías, y nada. Hasta le
envié una carta con el Espíritu de la Navidad, que llega antes
que él, y nada.
Pensé que con el avance tecnológico superaríamos el
impasse, y nada. Facebook, Instagram, Twitter, TikToK,
WhatsApp, y nada. Sigue el veto. Las cartas no llegan y los
regalos tampoco.
Espero que con la iniciativa de este grupo le llegue mi
mensaje: «Sr. Niño Jesús, yo no le quemé su casa con
intención. Fueron travesuras de niña. Hagamos las paces y
vuelva a traerme un regalito. No aspiro mucho, solo un
presente para sentir que ya todo está sanado entre usted y
yo. Por favor, levante el veto. Le quiere y le recuerda siempre».

22
YAMILET HERRERA DUDAMEL

Labios rojos

La Navidad de mi niñez se me presenta como aquel


Palhaco Narigao, un juguete colorido de círculos apilables en
tamaño decreciente que descubrí escondido en el
escaparate de mamá y que luego apareció como el regalo del
Niño Jesús para mi hermano.
Preparar la Nochebuena era esperar con ansias la rama
seca de árbol que papá nos traía del campo y cubríamos con
espuma de jabón azul rallado que simulaba la nieve.
De la mesa hermoseada, los recuerdos me muestran en
relieve la bombonera de cristal reluciente, colmada de
Torontos y caramelos, que quedaba vacía pocas visitas
después.
Es que mi casa era un bulevar de puertas abiertas hasta el
amanecer, por donde iban y venían vecinos y familiares,
especialmente el 31 de diciembre, después del «cañonazo».
Todo el mundo te daba un beso y un abrazo, incluso, quien te
ignoraba el resto del año.
Yo viví Navidades llenas de afectos y comidas abundantes.
También entre muñecas inexplicables: una catira minúscula
de «pelo teco», una india con el cuello roto, una negra con el
cabello largo y brillante.
Todas llegaban después de hacerme la dormida, y fui
creciendo con ganas de pintarme los labios de rojo, como
aquel 24 de diciembre, cuando mamá me devolvió en la
esquina para que me lavara la pintarrajeada incongruencia
de mi cara infantil.

23
BENIGNO VILLEGAS MÉNDEZ

Unos van alegres,


otros van llorando
Al recuerdo eterno de Yeli.

El 24 de diciembre, a las siete u ocho de la noche, el


correcorre en la casa iba en aumento y uno podía verla
desempacando bolsas y cajas, ajustando los «estrenos» para
sus hijos. «Esto es para fulano, esto es para tal...», y así, hasta
que completaba su quinteto abridor. Luego mostraba una
colorida blusa o unas cómodas sandalias y decía: «Mamá,
mirá, se parece a vos, pa’ que te la pongáis mañana».
Así llegaban los «estrenos» navideños y nunca faltaba algún
presente para sus sobrinas, que se colaba en el limitado
presupuesto que ella multiplicaba como una experta
prestidigitadora. «En El Callejón —decía— hay ropa barata y en
Las Playitas también, pero esto lo compré en Ciudad Chinita».
La escena de Nochebuena y Navidad se repetía con
características muy similares en la despedida del año. Ella
llegaba con su carga de ilusiones para los muchachos cuando
el bombillo mayor se apagaba y otras lucecitas alumbraban la
calle y las casas... Después de un pequeño respiro se arreglaba
para recibir el «cañonazo» sentada en el frente de la casa,
desde donde veía a sus muchachos reír y pavonearse con la
ropita nueva.
Allí esperaba el instante preciso que decretaba el final de un
año y el inicio de otro, y que se anunciaba con el tradicional
«cañonazo» que incendiaba el cielo de fuegos artificiales y
develaba las lágrimas que traía represadas quién sabe desde
cuándo.
Como pueden ver, en esta historia no hay renos ni nieve ni
pesebre ni arbolito. Sin embargo, créanme, es una cotidiana
historia de Navidad en la que, como dice la canción: «Unos
van alegres y otros van llorando…».
24
GLEXSY YNSU DUGARTE

El plato navideño

Me da un poquito de pena echarles este cuento de Navidad.


Leo en sus relatos alegría, fiestas, abrazos; también nostalgias
y tristezas, pero eso no se parece a lo que una vez viví cuando
esperábamos al Niño Jesús y el Año Nuevo en la casa de mi
niñez.
Sí, como siempre, en diciembre se hicieron las hallacas.
Debido a que mis tías y primos usualmente nos visitaban ese
único mes del año, la casa estuvo hasta el tope: seis carajitos
y cinco adultos. El gentío, pues. Las hallacas debían ser
suficientes, y alcanzar para todos.
Pero el rolitranco e’ peo subyacente en esa faena
decembrina no tiene perdón de Dios. Mi abuelita reclamó
porque mi papá picó la carne del guiso muy gruesa, la tía
fiscalizando que la masa quedara finita, mi mamá «botó la
piedra» porque las hojas se rajaban y porque, para que mis
hermanos las amarraran, ella tuvo que amenazarlos con una
experiencia cercana a la muerte.
‌ Una vez servido el primer plato navideño, exclusivo para
papá, la sentencia lapidaria que lanzó hizo que el mundo se
viniera abajo. Yo creo que el paladar de papá era más
sensible al entorno que al sentido del gusto: «Pa’l que le gusta
lo malo, las hallacas están bien buenas».
No tengo palabras para seguirles contando lo que esa frase
desató.

25
Andreína Alcántara: Glexsy, así eran muchos papás que
conozco. En una ocasión hice una ensalada para el 24 de
diciembre con la que creía me estaba botando. Cuando
servimos la cena, el susodicho probó mi deliciosa ensalada de
pollo con trocitos de manzana, puso cara de asco y de
inmediato la mandó a retirar de su plato.

Fanny Salom: Y yo hasta hace poco creía que mi ensalada


de pollo con manzana, trocitos de piña, adornada con pasitas
y unas guindas rojas era lo último, y me acribillaron mis
primos por WhatsApp, diciéndome que distorsioné la receta
original.

Glexsy Dugarte: Así es, mis hermanos son muy muérganos


con eso de opinar sobre alguna comida hecha en casa. Una
frase muy sonada de mi hermano mayor, a propósito de eso
es: «Pa’ que se pierda, mejor que haga daño».

Fanny Salom: Para mi familia muy querida de Yaritagua,


hacer las hallacas era motivo para un gran encuentro. Todos
éramos convocados el 21 de diciembre. Se hacían más de 400
hallacas. Los invitados aportaban las hojas, pasas, harina,
aceite, licor; menos la carne, que tenían que comprarla los
anfitriones. En una oportunidad llevaron, solo en carne de res,
más de diez kilos.
El encargado de mandarla a cortar era el dueño de la casa.
Todos esperábamos por él para comenzar a preparar el guiso.
El señor se apareció con los diez kilos de carne, ¡pero MOLIDA!
Sí, la mandó a moler. ¡Y la esposa y las hijas bravas! Los
demás nos reíamos porque decíamos que serían unas
hallacas a la boloñesa. El señor se fue muy bravo por las
burlas, pero las multisápidas quedaron muy buenas. Todavía
las recordamos.
26
JOSÉ MATHEUS BRICEÑO

La cabeza de cochino

Cada diciembre era el mismo suplicio. Que si faltaba la


carne, que de dónde se iba a sacar para comprar la gallina,
que las hojas no iban a alcanzar, que los encurtidos no
podían comprarlos, que las pasas no eran necesarias, que las
alcaparras y aceitunas ya estaban listas.
Pero lo más importante, lo que no podía faltar, aún no
terminaba de concretarse: el marrano. ¿Quién lo iba a
comprar?, que si estaba muy caro, que si no tenía el sello de
Sanidad, que si se tenía que adquirir con el tocino, porque
era lo que daba el gusto. Sin marrano no había hallacas. El
dilema se hacía más agudo por la falta de dinero y no
terminaba de resolverse.
Ya era 22 de diciembre y a pesar de todo lo que se había
recogido -era mucha gente-, faltaba plata para comprar el
marrano y completar las 200 hallacas. Cuentas iban y venían
y no cuadraba el presupuesto. El 23, un telegrama llegó a
casa. Decía así: «Pasen por el terminal de pasajeros y
pregunten por Tadeo en Expresos Mérida».
Nos fuimos una comisión a ver cuál era el recado que tenía
el señor Tadeo. Al llegar, nos preguntó si teníamos carro. Le
contestamos que no. «Necesitan uno», nos dijo.
El «recado» era una gran caja de donde salía la cabeza de
un enorme cochino que el tío Alirio había mandado desde
Mérida. Ese año se salvaron las hallacas y tuvimos una misión
mucho más difícil: llevar en autobús a un enorme cochino
hasta la casa.

27
DANISBEL GÓMEZ MORILLO

La amarradora

He amarrado miles de hallacas en mi vida, grandes y


pequeñas, flacas y gordas, barquisimetanas, maracuchas,
perijaneras, caraqueñas, aragüeñas, amazonenses e incluso
margariteñas.
Las vueltas de hilo y el nudo los aprendí a hacer desde
muchachita, cuando mi abuelita Juana nos asignaba la tarea
que le mandan a todo tripón o triponcita: lavar las hojas para
luego, en unos años quizás, poder ascender y cortar el pabilo,
armar e incluso amarrar.
Yo obtuve ese ascenso mucho después que mi hermana,
quien en materia de hallacas era más disciplinada que yo. Y ni
hablar de mi prima, la morocha, ella llegó pronto a la cúspide
en eso de preparar el guiso y la masa.
Llegué a amarradora y por muchos años quedé encargada
de ello. La labor iba, desde cortar el tamaño exacto de cada
hilo (para que luego no quedara desperdicio), hasta dar las
vueltas sincronizadas y generar aquella cuadrícula perfecta
que finalmente hacía ver mi hallaca como un bello regalo.
Bueno, eso creía yo, porque cuando estas iban al agua a
hervir por horas, algunas se rompían y a otras se les salía un
poco la masa. Al parecer, las apretaba mucho y luego se
expandían y quedaban poco estéticas (quizás como eso que
uno se imagina cuando alguien dice «pareces una hallaca mal
amarrada»).
Hace dos años, en plena pandemia, hice hallacas con varios
grupos de amigos y familiares. A pesar del confinamiento,
logramos juntar los ingredientes y ponernos de acuerdo para

28
armarlas entre todos. En una de esas veces, se nos olvidó
comprar el pabilo y como nos dimos cuenta tarde, tuvimos
que ingeniárnoslas para reciclar hilos.
No sé de dónde la abuelita de mi hijo sacó un hilo
superresistente, pero a la vez fino. Lo usamos con mucho
cuidado porque, si se apretaba mucho, podía cortar la hoja e
incluso la masa. Logramos amarrar unas 100 hallacas y 50
bollos, y lo mejor fue que estos quedaron perfectos.
Al año siguiente, hicimos un mal cálculo y volvió a faltar el
hilo y, ¿adivinen qué?: usamos el que habíamos reciclado en
aquella oportunidad.
Tras mucho tiempo, creo que mejoré la técnica y las que he
hecho en los últimos años han quedado muy bien. También
he incursionado en otros niveles de este quehacer y se puede
decir que este año estoy próxima a lanzarme con el guiso.
Creo que es importante que todos aprendamos a amarrar,
que nuestras manos entren en ese juego de hacer tejidos, de
envolver y soltar, de ser capaces de hacer nudos que puedan
sobrevivir a altas temperaturas, pero que luego se puedan
desanudar sin mayor problema, incluso, si la cosa sale tan
bien, hasta podrías reciclar y retomar el ciclo del hacer.
Pienso en eso y creo que esto de hacer hallacas tiene mucho
que ver con lo que somos y queremos ser los venezolanos.

Andreína Alcántara: Danis, ese


«ascenso» se vivía en todas las
casas. Mi papá era un excelente
amarrador y cortador de cebollín,
pero no pasó de allí, porque
todas éramos mujeres y digamos
que era casi imposible que el
hombre de la casa ascendiera a
otros roles. La cultura machista
es implacable.
29
MARLENIS CASTELLANOS QUERALES

Dos fiestas
con las hallacas

En mi casa comenzaba la Navidad con un arbolito que se


hacía con jabón azul. Diciembre nos daba la oportunidad de
reunirnos los hermanos durante varios días y de hacer
hallacas. Mi papá nos iba contando cuando llegábamos a la
casa durante las vacaciones: «Van cuatro María, faltan dos», le
decía a mi mamá. Así, el 24 de diciembre y muy
especialmente el 31, se sentían contentos porque los diez hijos
estábamos reunidos.
Las hallacas se hacían el 24, pero ya el 23 la casa se
impregnaba con el olor del guiso. Se hacía en una olla
mondonguera y se dejaba tapado hasta el día siguiente. Nada
se interponía entre mi familia y las hallacas del 24 de
diciembre. Pero en dos ocasiones sucedieron percances que
hicieron tambalear esta celebración gastronómica.
El primero ocurrió cuando ya todo el tinglado estaba
montado. Hojas lavadas y organizadas en una mesa instalada
en el patio, la masa en su punto, los adornos organizados en
sus platos, el hilo en manos de los amarradores, la música
navideña a todo volumen, pero, al destapar la olla, el guiso se
había dañado.
Las 250 hallacas se quedaron sin su sabroso corazón. «¡Se
puso piche!», fue el grito de mi hermana. Por un momento,
todos nos paralizamos. No entendíamos lo que había pasado.
Alguien en la noche comió directamente de la olla, y al meter
la cuchara varias veces, contaminó con saliva el delicado
guiso. Esa fue la explicación que dieron las expertas en
hallacas.

30
El o los culpables, nunca aparecieron. Por suerte, al lado de
la casa hay una carnicería y se compró toda la carne de
nuevo. Las hallacas tardaron varias horas más, pero se logró la
meta para la noche del 24.
Años más tarde, las primeras hallacas estaban hirviendo en
la lata grande de manteca que se usaba para tales ocasiones.
En la mesa, se hacían los bollos con la masa y el guiso, y todos
estábamos bastante relajados, cuando de repente mi
hermano, quien tenía rato paseando con la bicicleta, chocó
de frente con la improvisada cocina ubicada en el centro del
patio. Tumbó la olla y apagó el fuego, seguido por el grito de
quienes presenciaban sus acrobacias.
De inmediato, recogieron las hallacas, montaron otra
hoguera, llenaron de nuevo la olla y quince minutos más
tarde, todo volvió a la normalidad. De mi hermano y su
bicicleta, no puedo contar nada. Ninguno de nosotros estuvo
pendiente de él.

Andreína Alcántara: Marle, está demostrado que los


venezolanos somos persistentes, no nos detiene nada ni
nadie. Las hallacas se hacen porque se hacen.

Zaida Pinto: En una oportunidad se le subieron «las


polares» a Walter, mi pareja, y se quedó dormido. Ni modo,
me dieron las 2:00 de la madrugada sola, sacando las hallacas
de un fogón de leña improvisado, eran como cien, no podía
mover la olla y ningún vecino estaba cerca, pero no se
pasaron ni se abrieron. ¡Sabrosas! Sin embargo, no podré
olvidarme de esa gesta entre la leña, la oscurana y mis
manitos de mujer pequeña, ¡na' guará!

31
ZAIDA PINTO RUIZ

¡Entre nudos me veréis!

Las hallacas me encantan, sobre todo regalarlas en


diciembre y escuchar: «¡Qué sabrosas te quedaron!». Sean las
de gallina o las de cerdo, o las vegetarianas sin gluten ni soya,
o las que llevan gluten sin soya.
Ese día, seguro que las amigas andaban en lo mismo. Me fui
al mercado y me traje todos los ingredientes y paquetes de
celery, hojas de acelga y zanahoria. Al llegar a casa, el pasillo
de la cocina, impecable, recibió ese montón de verde
salpicado del rojo y el anaranjado de los pimentones, ajíes y
zanahorias.
La cara de mi mamá suave y contenta, yo desbordaba
alegría. Se prepararon los guisos, ya adelantados el día
anterior, y ahora a limpiar parte de las hojas y elaborar las
hallacas.
La prima Sandra vino desde La Victoria a compartir la
parranda del día. Parlanchina y con su chispa, daba ánimo al
más apagado, pero ni un «palito» se tomaba. Todos me los
tomé yo. Decidí comprar una botella de anís y en traje de
faena me di a la tarea de extender la masa y el guiso. Sandra
las decoraba «como hacemos los caraqueños» y me las
pasaba para cerrar y marcar.
Entre trago y trago, recuerdos de la infancia y de travesuras,
iban armándose los lotes con sus marcas: un nudo las de
cochino, dos nudos las de gallina, tres nudos gallina y
cochino, cuatro nudos vegetarianas con gluten, cinco nudos
vegetarianas con soya.
Estos regalos de Navidad estarían regios… ¡como ningunos!
Mi alegría tenía una motivación secreta. El primero de enero
partiría al estado Bolívar, al encuentro con la selva y el amor
extraviado entre riquezas efímeras, arduos esfuerzos y mucha
aventura.

32
Como supondrán, ya mi mamá no tenía la cara alegre de
tanto revisar que no se fuera una coleada con tres nudos en
latanda de uno. Su cabeza no daba para más. Gracias al anís
yo estaba tan creativa, que a algunas hallacas, en el medio del
guiso, les puse lacitos del árbol de Navidad. Mi mamá
rezongaba en la cocina porque no veía los nuditos.
Entre risas terminó la faena, elaboré la lista con la seña
característica. Hoy no sé si las hallacas con un nudo se las
comió mi amigo vegetariano y creyó que el cochino era
gluten. Así de sabrosas eran mis hallacas y así también fueron
estos encuentros, preludio del nacimiento de Jesús. Todavía
me río a carcajadas y pienso: «Más nunca haré hallacas como
las de ese año».

33
MÁS RELATOS
DE NAVIDAD
NELSON URES VILLEGAS

Tapices navideños

¡Na' guará! Éramos tan pobres y, sin embargo, la Navidad la


evocamos con alegría. Mamá y papá eran los verdaderos
Reyes Magos para procurarnos, pese a todas las limitaciones,
unas Navidades para el recuerdo.
Si del arbolito se trataba, papá nos llevaba por la cuesta del
río Turbio, y cortábamos el mejor cujicito, el que tuviera
ramas extendidas. Mi mamá lo «peloneaba», hacía un
preparado con jabón azul batido y lo extendía por las ramas
del desnudo Cují -ya fijado en una lata de leche Reina del
Campo-, así, semejaba que la nieve lo había cubierto.
Chapitas, bambalinas de plástico, lo que llamaban neblina
(una pelusa sintética que picaba en la piel), las mismas
lucecitas de años anteriores y una estrellita hecha con papel
de aluminio. ¡Listo! La Navidad llegaba a casa y de ahí en
adelante, la radio se encargaba de ponerle música.
El llamado «estreno» fue otra de las proezas de mis viejos.
Un árabe o sirio, no sé de qué nacionalidad era aquel guaro
tan buena gente, a quien conocíamos como El Suky Suky, le
fiaba a mi papá la ropa de la familia cuando ya faltaba muy
poco para la Nochebuena. Los zapatos Bingo eran un clásico,
y cuando la cosa estaba mejorcita, zapatos de suela. Ese
mismo «musiú» nos fio las sillas de mimbre, los escaparates y
el juego de comedor.
Creo que los regalos que traía el Niño Jesús también eran
fiados... ¿cómo no fiarle al hijo de Dios? Yo hacía la cartica por
no dejar, mi mamá nos decía que el Niño tenía que repartir
muchos juguetes a muchos muchachitos en el mundo y tal
vez no nos trajera exactamente lo que pidiéramos, pero que
no dejáramos de hacerle la carta.

35
Pues, yo siempre insistía con la bicicleta, pero la escopeta
que disparaba un corcho atado con un hilo o la pelota de
goma, dominaron por un tiempo las bondades del Niño
Jesús, hasta que ya, como a mis ocho años, el secreto de la
identidad del Niño se develó (en verdad ya había deducido
antes el asunto, pero el interés de que me siguieran trayendo
mis regalitos me mantuvo en silencio y me hacía el dormido).
Momentos tristes hubo, cierto, ineludible la quemadura de
la pobreza, remarcada por esa bendita canción de Julio
Jaramillo: «Campanitas que vais repicando, Navidad vais
alegre cantando...». Pero para los inocentes niños que éramos,
una pequeña dosis de felicidad bastaba para pintar de
colores nuestras ilusiones, y el filtro del tiempo sabe, de
alguna manera, colar los mejores momentos de aquellos días:
los juguetes, los primos, la muchachita simpática del
vecindario exhibiendo su estreno, la chicha que nunca faltó,
una comidita especial con las hallacas, que resultaba todo un
ajetreo hogareño.
El 25 de diciembre nos resultaba mejor, disfrutábamos el
día completo desde muy tempranito. En nuestra tercera
mudanza, y aprovechando que vivíamos cerca del terminal
de pasajeros, en el barrio Los Colerientos, arrancábamos en
un autobús Tilca para la casa de los abuelos en Sanare. Todo
un ensueño.
Luego de recorrer una carretera empinada y de curvas
desafiantes, llegábamos al campo, donde ejercitábamos la
imaginación al aire libre, compartiendo el cariño de abuelos y
tíos, en una casa como de cuento; con su huerta, su gallinero,
los cerros donde jugábamos a los bandidos y ese frío que nos
hacía temblar, pero que disfrutábamos, porque dormíamos
todos los hermanos amontonados, y el abuelo nos lanzaba
por encima un «encerado». Solo así soportábamos aquel frío,
que ya hoy no es el mismo.

36
Niño Jesús, tráeme otra vez la escopetica de corcho para no
herir a nadie, solo para escuchar ese sonido como si un
duendecillo saltara sobre una nube y, de pronto, se
devolviera a saludarme.

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EGLÉE HERRERA TROMPETERO

Navidad a color

Durante más de cuatro años, mi esposo vivió sin claridad


visual debido a la aparición de cataratas en ambos ojos.
Cuatro años en los que no disfrutó de la alegría de la época
más bella del año. Se mostraba retraído porque una nube
empañaba su vista.
Pero esta Navidad será distinta porque, por su ojo derecho,
ya puede ver los rojos, verdes y azules de diciembre; el
número de la placa del carro, los colores de los semáforos y
los rostros de nuestros hijos y nietos. Wolfgang tendrá, sin
lugar a dudas, una Navidad colorida.
A mí, particularmente, se me salen lágrimas de alegría al
verlo tan contento, como un niño aprendiendo a leer,
preguntándome a cada rato si yo puedo ver la letra pequeñita
que tiene la bolsita de azúcar que te dan junto con el café.
Estamos muy contentos porque comeremos hallacas y
Wolfgang podrá identificar las pasitas, las aceitunas y todo lo
que pueda comer.

38
El Niño Jesús de papá

Acababa de nacer el Niño Jesús, estábamos todos reunidos en


familia, entonábamos villancicos y aguinaldos. Mamá tenía listo el
sahumerio de mirra y estoraque en un potecito al que le había
puesto un alambre, por donde lo sostenía.
El potecito, con todo el humo que salía, se bamboleaba de cuarto
en cuarto y, por toda la casa, caminábamos dirigidos por mamá.
Cuando llegamos al pesebre para levantar el velo al Niño Jesús,
Doris, mi hermana menor, tomó en sus brazos la cesta donde
estaba y caminó hacia cada uno de nosotros para que le
hiciéramos una reverencia, pues se trataba del nacimiento del hijo
de Dios.
Al llegar el turno de papá, mi hermana le dice que haga la
reverencia y debe ser que él escuchó otra cosa, porque dijo en voz
alta: «No, ya no quiero más pan». Todos nos reíamos a carcajadas,
menos mamá.

39
JOSÉ MATHEUS BRICEÑO

Los zapatos rotos


La alegría más grande era la llegada de diciembre. La


Navidad significaba la posibilidad de comprar ropita nueva,
al menos una muda para el «estreno» y un par de zapatos.
Desde que tenía memoria, cuando preguntaba por su padre,
le decían que se había ido de casa. Solo en diciembre podían
encontrarse.
Un difuso y vago recuerdo de una alta figura que ponía en
su mano un billete de 50 era lo que tenía de él. Alcanzaría
para una franelita, unos pantalones y los Keds, que eran los
zapatos de moda y lo que más alegría le daba. Y ese era el
orden de prioridades, aunque no quedara nada para la cena.
Los días pasaban y la noticia del encuentro no llegaba. El 18
de diciembre, por fin, el teléfono sonó. Se verían en la vereda,
pero debía llevar los zapatos rotos para comprobar que
necesitaba unos nuevos.
Pese a no llegar a los ocho años de edad fue ese diciembre
que decidió trabajar luego de Navidad. Lo contrataron en un
supermercado como «embolsador». No soportó más las
ausencias y la Nochebuena sin cena, sin ropa y con los
zapatos rotos.

40
Las hallacas gochas

En casa nos reuníamos todos para cumplir el sagrado ritual


de las hallacas. Encabezaba la misión Juanita, que era la
comandante de la operación, y el abuelo Ángel que, como
máxima autoridad de la casa, dirigía el amarre desde la
cabecera de la amplia mesa, con pabilo en mano, y su trago
de miche a un lado.
Los muchachos, que éramos once, entre primos y hermanos,
recorríamos distintos puestos durante la elaboración. Como
buenos gochos todos queríamos participar. Teníamos una
particular manera de elaborar nuestras hallacas: el guiso era
crudo, llevaban garbanzos y, algunas, hasta huevo
sancochado.
La cocción duraba más de dos horas para que no quedara
crudo el guiso y el amarre tenía que ser fuerte para aguantar
el candelero que llevaban. Los bollos los hacíamos con el
guiso que quedaba y, con caraotas, elaborábamos las
llamadas «carabinas».
Unas 300 hallacas y unas 80 «carabinas» salían de aquel
ritual, todo calculado para que alcanzaran hasta enero. Eran
como las vacaciones de Juanita quien, durante todo el año,
no salía de la cocina, pero en esta época adelantaba el
trabajo para no cocinar más hasta mediados de enero.
Pese a lo laborioso y organizado que era el ritual culinario y
lo destacado del plato tradicional al estilo gocho, a los
muchachos y a mí, antes de finalizar el año, ya nos aburrían
las hallacas. Eran dos o tres por día y llegaba un momento en
que ya no queríamos ni verlas.

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Un día, luego de probar las hallacas de Rosita, una vecina
caraqueña dicharachera que se metía en todo, decidí
protestar las hallacas gochas por lo insípido del guiso, y fue en
ese momento que entendí lo sabrosas que eran las hallacas
andinas de Juanita.
Mi mamá me dejó sin comer desde el 24 hasta el 25 de
diciembre, cuando tuve que reconocer, con la alegría
pascuera y el hambre que había pasado, que las gochas eran
las mejores.

42
FANNY SALOM ARCILA

Mis primeras hallacas

No soy muy aficionada a la cocina, pero hace una década


decidí hacer mis primeras hallacas. Mi papá tenía 90 años
durante esas Navidades, y a él le encantaban.
Compramos todos los ingredientes, salí del trabajo y me fui
para la casa de mis viejos a preparar todo y dejarlo listo para
el día siguiente.
Mi ayudante era Ramonita, la señora que lo cuidaba. Ella
debía picar la carne. Llegué y todo estaba listo. Vamos a
armar. Mi papá me hacía unas señas con los ojos y la boca que
yo no entendía. No pudo más y dijo, asumiendo el papel de
supervisor que se había adjudicado: «Esas hallacas no se
pueden hacer porque la carne está mal picada y así no me las
como».
En efecto, la amiga Ramonita le había dejado toda la grasa a
la carne y hasta los huesitos al pollo. El que decía que no veía,
sí se fijó en eso. Fueron sus últimas hallacas y las primeras que
yo hice.

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44
microBIOGRAFÍAS

Eglée Herrera Trompetero: Periodista, locutora y docente


universitaria. Amante del verbo y la palabra.

Nelson Ures Villegas: Docente y poeta, cultivador de


amistades y sembrador de tradiciones.

Flora Ovalles Villegas: Pedagoga, actriz, narradora oral,


enamorada de la escritura, la lectura y escucha de cuentos.

José Matheus Briceño: Periodista, conductor de programas


de televisión. Amante de la salsa brava y de la palabra viva.

Andreína Alcántara Hernández: Periodista y docente,


cultivadora del cuento breve y de la prosa humorística.

Félix Gutiérrez Canelón: Periodista, aprendiz de editor y


escritor de cuentos. Amante de la palabra y los libros.

Myriam Collantes de Terán Martínez: Filóloga hispánica,


profesora de español y correctora. Hacer nuevas amistades a
través de la cultura es una de sus pasiones.

Benigno Villegas Méndez: Periodista, cronista y amante de


la historia cotidiana.

Freddy Uquillas Granados: Periodista, locutor y docente


universitario, contar historias es una de sus pasiones de vida.

Yamilet Herrera Dudamel: Comunicadora con larga


experiencia en el reporterismo, es una escritora prestada al
periodismo.

45
Fanny Salom Arcila: Periodista, locutora y ferviente
enamorada de la palabra fecunda.

Glexsy Dugarte Vásquez: Periodista, abogada dedicada a la


planeación académica universitaria y amante de la
conversación cercana.

Danisbel Gómez Morillo: Periodista, gerente de medios y


profesora de la comunicación que defiende las libertades
civiles.

Zaida Pinto Ruiz: Socióloga, titiritera y descubridora de los


secretos de la chocolatería artesanal. Cree en la escritura
como un extraordinario vehículo para la comunicación
humana.

Marlenis Castellanos Querales: Periodista, especialista en


Gestión de Información y doctora en Gerencia Avanzada.
Ferviente admiradora de la buena literatura.

Anahil Hernández Abreu: Docente, promotora de lectura y


contadora de cuentos e hilandera, puntada a puntada, de
trajes e historias.

Teresa Ovalles Márquez: Periodista y aprendiz de escritora


de cuentos en prosa.

46
La Navidad es una de las épocas más maravillosas del año porque
conmemoramos el nacimiento de Jesús de Nazaret, principal
referente de la era cristiana. También festejamos la llegada del Año
Nuevo. El pesebre o belén, la llegada del Niño Jesús, las cartas que
le escribimos y los regalos que no llegaron; las hallacas, sus amarres,
envolturas y guisos. Las travesuras de niños y de adultos, las
patinatas y las misas de aguinaldo. De estas y otras historias trata la
nueva obra narrativa construida a través de nuestro grupo de
mensajería instantánea «microRELATOS». Con este libro -que
esperamos sea del agrado de todos los lectores- te deseamos una
feliz Navidad y un próspero Año Nuevo.

Laboratorio Permanente de Lectura y Escritura de Microrrelatos Zuaas

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