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EDUARDO SACRISTE

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QUE ES LA CASA !j
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COLECCIÓN
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\EQL~ll\tk l ESQUEMAS
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SA CR!.S TE
ED C: .\ i;.DO .. Colum ba ,
( de! n~m.r,1. por C l:mdlo
Eduard o Sacriste ( arquitec to U .N .B.A. 19 3 2) desarro lla una bri-
llante activid ad profesio nal y docente . En la actualid ad está radicad o
en Tucum án, habiend o desempefü1do en su Univer sidad los cargos
de Direc:o r del Depart amento de Arquite ctura y Urbani smo, Vice,D e,
cano de la Facu_ltad de Ingenie ría y Decano de la de Arquite ctura.
H:i dictado dtedra.s. cu.rsos y cursillo s en las siguien tes Univers ida-
des: Buenos Aires, Tucum :ín, Córdob a, Mendo z:i, Tulane ( EE.UU),
Calcuta (I~dia ), Harvar d y North Dakota (EE.U U), Valle de Ca,
li (Colom bia), Wased a (Tokyo , J:ipón) , Perú, Par~gu ay, Canadá .
etcétera . ·
El Arq. Sacriste ha recorrid o .e] mundo entero, y posee una co,
le~ción de mis de cinco mil diaposi tivas tomada s en sus viajes, algu,
nas de las cuales ilustran este libro, ·que se incorpo ra a la Colecc ión
Esquemas, comple tando una trilogía cuyos otros dos compon entes sc-
rfon - Qué. es el urbanis mo, del Arq. Randle (NC? 86) y Qué es la
arquitectura, por el Arq. Pando (NC? 73 ). En esta obra el Arq. S,·
cristc nos dice Qtté es la casa, implica ndo en su concep to elemen tos
afectivo s, históric os, m:ígicos, etc. que dan a b definici ón un carác-
ter diferen te a la de "vivien da". Esta distind ón entre "casa" Y ccvi-
vienda, ,, este especia ] enfoqu e de la "casa", coloc:i al libro en L1
categor ía de aquello s cuya lecntrJ, por ap:lSÍonan!e, no puede inte-
rrumpir se.
IMPRESO Y EDITADO EN LA ARGENTINA
Queda hecho el depósito que previene la 1ey número 11 .723.
Copyright by Columba S.A.C.E.I.I.F.A., Buenos Aire,, 1968.
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IN D IC E

PA G.
1. !NT RO _D UC CIÓ N
9
2. LA CA SA DE L HO MB RE _; SU
GÉ NE SIS . .. .. . 11
La cas a de los mu erto s
13
La cas a del dio s .... 16
,,
.) ~ Qu É ES LA CA SA ?
18
4. CA SA Y HO GA R . . . . .
. . . ;, . . . . . . . . · . . . 25
Ar te v., esti lo .. . ... . . . . . . . .
....... . . . . 26
S . · Mo no DE vro A .. . . . . . . . . .. . . . . . . . 30
Mo del o hab itac ion a1 ... . .. . ...
. . . ... . 33
6 . Lo SO CIA L, LO EC ON ÓM ICO
, LO TÉ CN ICO 36
''S tan dar d'' , ano' mm
.,, a v. con ser v3 dora 37
Signo de pre stig io . . . . . . . . . . . . .. . 39

LA CA SA CO MQ SÍM BO LO ~
.. .. . . 43
Lo mágico de la casa • • • 1 •
• • • •
46

8. VA NO S: PlJ EP TA S Y VE NT AN A S 66
... . ..... .

El mueble . . . . . 71
. .. . 75
9. LA CASA , UN VEGE TAL
76
La c3sa rural
78
Cómo viven algunos
83
Una casa: un iglú .... .

.... 87
10. LA CASA , UN PROB LEM A • • • 1 ••

... 92
La vivienda del mañana . . . .

. . . . . . . . . . . . . .. . . 100
BIBL IOGR AFÍA

to
Quier o dejar ccnstanci:1 de mi agrad ecimi ento ~1 sc1rnr Rober
J. G~rcfa, por su estima ble colaboración.
E. S.
1. INTRODUCCióN

"Yo digo madre mía, y pienso en ti,


¡oh casa!, casa de los bellos y oscuros
estíos de mi infancia".
MrLosz.

El hombre se detiene nnte la puerta. Introduce la llave en


la cerradura, la hace girar, empuja y entra. Luego vueYve a
cerrar la puerta desde adentro. El hombre ha ingresado en su
casa. Ha penetrado eñ un ámbito propio y famifiar donde
se reconoce. Se ha aislado de1 mundo como si se defendiera
dentro de su caparazón; se siente en la intimidad.
¿ Es muy diferente esta escena _de las qu.e vivían nuestros
antepasados del paleolítico cuando penetraban en su cueva
y aceleradamente obstruían la entrada con rocas o pieles para
defenderse de los ataques inminentes de sus enemigos?
. En nuestro tiempo, la casa con cerrojos en sus puertas es
un concepto fundamental de la burguesía y de la defensa
de la propiedad privada. Y si bien alude al desarrollado pudor
por la intimidad, prevalece como índic~ de la poderosa sis.-
tematización defensiva del individualismo urbano, en una so.-
ciedad que sigue caracterizándose por la tensión y la agre,
sividad.
Se le opone a veces la imagen generosa del hombre rural
-en -nuestro país el gaucho-, que mantiene siempre abiertas
las puertas de su casa como una invitación permanente al
viajero que pasa y reclama un albergue. Suele ser además sím ..
bolo de una actitud de confianza y de probable reciprocidad en
el gesto amistoso: tener bs puertas de su casa s.iempre abiertas
para alguien es, detrás de b fórmula verbal, la traducción de
un antiguo ritual de promesa am1stosa y de invitación cordial.

9
Pero el hombre que ha entrado en su casa no ha cumplido
con ese acto ningún fin. Cerrar la puerta sólo implica por lo
demás un gesto de seguridad para otra cosa. Normalmente
busca su hogar, el calor humano de la familia, un espacio ade.-
cuado para desenvolver parte de su vida, quizás la que en el
fondo le resulta más importante. Busca también ese no muy
sencillo sistema de complementos vitales que le procuran las
técnicas de su civilización: para las comunicaciones, para su
alimentación y su higiene y para su bienestar físico y espiritual.
Si la casa es ideal responderá paso a paso a los requerimientos
de su habitante, a su modo de ser personal. Y aunque ello no
ocurra -en realidad no suele ocurr ir- la casa revelará de
diversas maneras las formas de vivir de la persona o del grupo
familiar o social que bajo ese techo ha instalado su morad~
permanente.
Se advierte así que la casa se relaciona íntimamente con el
hombre, que su configuración depend~ de la situación y del
modo de vida de su habitante y que cuando éste le infunde
su hálito vital y lo transforma en algo propio y personal, la
casa puede asumir un~ dimensión simbólica.

10
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\
2 _;· LA CASA DEL HOMBRE; SU GÉNE_SIS
' '·
'.
Impremeditada e inconsciente, una larga historia sé~mueve
detrás : de cada gesto de la humanidad, como si este }ú;,y que
vivimos sólo fuera una suma incesante de pasados. Es una
carga .de cultura acumulada durante siglos y milenios e~ que
el hombre se irguió ante la feroz naturaleza, instru~ent~ sus
manos maravillosas, hizo arder el fuego, ahuyentó las b~tias
y fundió los metales, perfeccionó su lenguaje, descubrió \los
beneficios de la agricultura y comenzó a entretejer sus ens4e . .
ños en : el arte y en la ciencia -y a encadenar una serie des.,
. . ' 1
concertante de invenciones. Es u_na fabulosa aventura, tan
antigua como actual. /
Nuestros antepasados deambularon durante mucho dem~o,
alimentándose de 1~ caza, la pesca y la recolección de frutos.
Corresponde suponer que en ese constante ir y venir de ¡eipe . .
riencias agobiadoras o deslumbrantes, el hombre agudizaba su
ingenio_ y ·.alertaba su inteligencia. N 6made, nq_. necésitába ni
podía · construir albergues duraderos _.Y----la- ·topografía li pro ..
curaba el r·~fugio circunstancialAiu·e requería su premura i Tal
vez aprovechaba · materia-lés-{ue le proporcionaba el meqio, y
en la selva disputaría Ja---fronda de los árboles a los mon,bs.
Excepcionalp-iente,aH;lstrado por la cacería, el homBre de
la edad de pieHra debfa' mantenerse durante algún tiempo en
el mismo sitio. Eptonces construía albergues más perma~entes:
tal es el caso de l~s cazadores de mamutes en el sur de/ Rusia.
Los restos de vivie~as encontrados en la aldea Gagarjn reve ..

bestias cazadas. \, z
l~n que utilizaban pai:_a ello huesos, colmillos y pielés de las

El hombre comprobó ·de~_pués las ventajas de la agricultura,


echó raíces en la tierra y se···hizo sedentario. D¿ cubre en ese
momento un alma en el paisaje ,-fll,~ lo ~ ) dice Spengler,

11
y añade: "Anúncias·e entonces un nuevo ligamen de la exis.-
tencia, una sensibilidad diferente. La hostil naturaleza se con.-
vierte en amiga. La tierra es ahora ya la madre tierra. Anúdase
una relación profunda entre la siembra y la concepción, entre
la cosecha y la muerte, entre el niño y el grano. U na nueva
religiosidad se aplica -en los cultos ctóni cos- a la tierra
fructífera que crece con el hombre. Y como expresión per.-
fecta de ese sentimiento vital surge por doquier la figura
simbólica de la casa labradora, que en la disposición de sus
estancias y en los rasgos de su forma exterior nos habla de 1a
sangre que corre por las venas de sus habitantes. La casa al,
deana es el gran símbolo del sedentarismo. Es una planta. Em.,
puja sus raíces hondamente en el suelo «propio». Es propiedad
en el sentido más sagrado. Los buenos espíritus del hogar y
de la puerta, del solar y de las estancias, Vesta, Janus, los
Lares
. ,,y Penates tienen sti domicilio fijo, como el hombre
mismo .
Es el momento trascendente de la humanidad, cuando se
pone en marcha la rueda de la civilizaciÓ"n que ahora impuls,
al hombre a la conquista del espacio. Su vida se transforma y
se dan las condiciones para que aparezca lá casa. Y ella consti.-
tuye el primer síntoma de esa nu_eva actitud que habrá de di,
ferenciar al hombre de un mero desarrollo ~nimal: el cambio
no sólo se produce en él, sino que a su vez él lo impone a
su medio. La casa sobreentiende en ese aspecto un producto
destinado a proporcionar a su habitante un ambiente artificial,
mente seguro y confortable. Cuando se ~naliza un poco lo que
significa el hogar -una familia constituida en la intimidad de
una casa, seguridad, educación, afect o- comprendemos la
trascendenc1a de este momento notable en la historia de la
humanidad.
Si se reconstruyera el proceso que condujo a la aparición
de las prin1eras viviendas de intención duradera se compro,
haría una vez más que la invención absoluta es ajena al hom,
bre. Por ello, en la imagen cotidiana de nuestro tiempo pro,
puesta al comienzo, señalábamos que detrás de las maravillas
técnicas de que puede blasonar el siglo xx hay una largo
historia acumulada. Y los peldaños de esta inacabable esca,
la de progresos surgen, cuando las posibilidades lo permiten,

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como respuestas a necesidades y solicit~ciones del medio. Cuan,
do el hombre fren6 su impulso errante advirtió que debía dar
protección a su gente y a sus cosas: el fuego, su familia, sus
armas, sus alimentos, sus pieles reclamaban albergue, defensa,
segurid~d.
Para ello el hombre construyó albergues en sucesivas expe,
riencias e imaginaciones. Si resulta difícil tener algunas preci,
siones sobre su origen, es evidente que para la evolución de
la humanidad el fuego prometeico robado a lo,; dioses consti,
tuye el primer paso fundamental, inseparable de las grandes
conquistas de su historia. El ho-gar y el fuego familiar se iden,
tifican con la casa en el mismo calor humano que ardió desde
el nacimiento del hombre.
Las primeras construcciones debieron ser rudimentarias: cum,
plían esc~sa y torpemente con las exigencias de sus moradores.
A lo largo de incontables generaciones, · el hombre del neolí,
tico logró penetrar por fin en la historia con un. espacio que
después de muchas experiencias, tanteos y fracasos, llegó a
decantar en un tipo adecuado al _modo de vida de sus crea,
dores y al clima y condiciones impuestas po-r el sitio. La evo,
lución que llevó a ese resultado -fue de experiencias personales,
de búsqueda de soluciones de problemas que se sentían en
carne propia, a veces con dolor. Este proceso dista mucho del
que siguen aquellos que conciben y proyectan a base de los
dictados de ía moda.
Por primera vez el hombre tuvo una imagen de algo que
pudo llamar casa. Esa situación no se repite: una vez que
ha producido la casa el hombre pierde su espontaneidad y su
inocencia; en adelante procederá generalmente con prejuicios
y apriorismos guiado por las imágenes que ya se ha formado.
La casa corona así una larga búsqueda inconsciente de los
hombres 3 través de su historia.

LA CASA DE LOS MUER TOS

Nos ayudará a comprender mejor la génesis de la casa una


visión de lo qtJe pasaba con los muertos en épocas prehistó,
ricas. El hombre de Neanderthal vivía en grutas y enterraba

13
a sus mue rtos en el piso de 1n mism a cuev a y
deba jo del
sitio que ocup aba en vida . La cabeza del mue rto
desc ansa ba
sobre una pied ra y su cuer po yacía pint ado con
polv os de
colo r ocre. La cost umb re de inhu mar a los mue
rtos en las
prop ias habi tacio nes estaba muy divu lgad a en la anti
güed ad, y
era corr iente entr e griegos y rom anos prim itivo
s. Las exca.-
vaci ones de sir Leo nard \Vo oley en la Mes opot
amia perm i ..
tiero n com prob ar que en la antig ua ciud ad de U
r los mue rtos
no eran ente rrad os bajo los pisos sino en una tum
ba com ún
cons truid a detrá s de la sala prin cipa l de la casa, en
un pequ e .
ño patio . La tum ba se abría cada vez que debí a
ente rrars e a
algú n miem bro de la familia. Pero los cadá vere s
de los niño s
se colo caba n dire ctam ente en el piso del patio en
urna s ade.-
cuad as.
Con el tiem po, esta cont igüi dad de la vida y de
la n1uerte
se fue dest ruye ndo. Los vivos pref irier on aislar a
sus mue rtos
y la may oría de los pueb los com enza ron a crea
r sitios espe cia .
les para ellos . Allí naci eron las tumb as. Pero com
o el hom bre
prim itivo carecía aún de imág enes de un espa cio
hech o a pro.-
pósi to para ente rrar a sus mue rtos, edificó para
ellos u casa s"
sem ejan tes a la suya , tal vez par.a crearse una ilusi
ón tranqui--
lizan te y familiar en el temi do ámb ito metafísico
de la mue rte.
Esta circu nsta ncia ha perm itido sabe t cóm o fuer on
muc has de
las casas de los pueb los prim itivo s, ya que ellas
apar ecen re.,
prod ucid as en sus tumb as y en las urn~,s... fune raria
s. No ha,e
muc ho aún, cuan do el gobi erno proh ibió en cier.k
t -:olo nh ·111 ~
glesa de orie nte la cost umb re de ente rrar ~n el, ?iso
·, 3e %as Hc\f
hitac ione s a los n1uert0! _·' ?Qr _~ t l a insal\}Ql'e, la
gtMite cons-
truy ó peq ueñ ~ '\\'~'"1,as, Jfl d ~i;opio c~n teri o,
adon de cada-
año los deud os fuan .á pasa r algu nos días con ~u_s
mue rtos . Lc1s
r.ekb re~ Tun d>as .r-' jales de U r eran simp leme nl~
~as , con
dc~n denc iJSJ habi tuale s que inclu ían hast a coci nas.
La tum bJ
prop iame nte dich a se halla deba jo de la 1~s ión
. Las · n1as.,
tabas egip cias evoc aban vivi enda s usua les y ,1
Zoz er, en Sakk ara, repr oduc ía el pala cio del faraó
gran conj unto de
n.
La habi tació n de los 1nuertos ya se h~ ara do
y aleja do
de los vivo s. Aun que sean similares en sri estru ctur
a apar ente ,
hay una dista ncia infra nque able : los malg ache s de
Mad agas car
llam an a las tum bas cela casa fría", porq ue en
ellas j~n1ás se

14
encenderá el fuego. Para los nómades tuaregs las casas son
las tumbas de los vivos.
En Nueva Caledonia, las casas son construidas de tal mo~
do que cuando muere su propietario la misma vivienda se
convierte en su tumba. La puerta es sellada y a este particular
sarcófago se lo llama "maciri", es decir el lugar de los muertos.
La forma de la casa es circular, con un poste central que al
podrirse y caer arrastrará consigo a la casa, que con el tiempo
se convertirá en un montículo. Las araucarias que lo rodean
señalarán por muchos años como c;a_ndelabros el sitio de la
misma. Cuando el amo ·ha muerto, se lo dice metafóricamente:
HEI poste central ha caído".
En el de1ta de Tonkin, donde las potencias de la lu:z se
temen más que las de la oscuridad, se tiende a que el interior
de la habitación sea tan sombrío como una tumba para que
gane la paz que reina en la casa de los muertos. Para ello, el
local principal, que contiene el altar de los antepasados, tiene
las ventanas cerradas por un enrej9--do de ~ambú que impide
que penetre la 1uz demasiado cruda; que perturbaría el reposo
del alma de los antepasados. Allí se e_ncuentra una sala de
recepción, menos honorable que la- ubicada en el pabellón
principal. No es raro ver en ella un sarcófago que la piedad
filial del hijo ha comprado para su padre; éste puede así gozar
diariamente con la contemplación de la que sed su última
morada.
Un rito muy difundido es el aba..ndono .de la casa cuyo amo -
ha muerto. Y como la casa no · sirve sido para una vida, la
construcción se aligera y se ..t6rna en efímera morada. Si los
faraones construían cada upo un nue\:,o 9alacio, a veces una
nueva residencia, es explicable que ~ - ehcuentren pocos res~
tos arqueológicos que re~~len la vidi, de los habita"t.es-°"''llU"
nes. Hoy puede sorprenderse el visitante · Je 1.as- a1deas .de los
fellahs egipcios por. ]a abundancia de casas en ruinas: '"ºlJ.- 1::rs., ~
viviendas abandonadas de muertos recientes, que rápidam~té
se desmoronan. Entre los árabes, un heredero no dese~ )Íábitar
el lugar en que ha fallecido su padre. Cada notable o 'Í)rincipal
hace construir una casa a su nombre. En El Cairo, como en
casi todas las ciudades •.uábigas, la mayoría de los palacios son
de material ligero y se hallan en ruinas. Se repar:i muy poco

15
y en el idioma nativo se distingue mal el término reparar de
construir. Un proverbio árabe ~dude esotéricamente a esa re,
lación Íntima de las cosas concluidas: ce Cuando la casa se ha
terminado, penetrn la muerte''.
En otro aspecto, los muertos imponen a la casa de los vivos
disposiciones singulares, llegando a veces a ejercer un _dominio
tiránico. En algunos lugares, la principal habitación de la casa
no es habitada por los vivos, sino que abriga a los muertos. La
morada es punto de vinculación de b familia actual con las
generaciones pasadas.
En grutas prehistóricas se han descubierto sepulturas próxi,
mas a los hogares, para buscar sin duda su calor revivificante.
Esa tradición continuó por brgo tiempo. En la actualidad, en
Dahomey, África, los muertos son enterrados en el suelo, de,
bajo del lugar que habitualmente ocupaban en vida. Entre los
antiguos gonds de la India se entierra al muerto en la casa
para que su alma pueda renacer fácilmente en la familia.
En cambio, entre los ostiaks, de Ceilán, donde los cadáve,
res son ab~mdonados a menudo, los espíritus se localizan en
muñequitos de madera, "chougols,:,, que tienen sus lechos es,
peciales: se los acuesta, se los lava y se los sjenta a la mes3..

LA CASA DEL DIOS

El hombre elaboró su primera arquitectura en épocas pre .


históricas, se transfirió del cubil a la caverna, de ésta a la
choza aún endeble y precaria y por último edificó su vivienda
con materiales sólidos que defendieron y embellecieron su vida.
Pero ese transcurrir señala también el itinerario de su espíritu
en el universo. Porque desde el principio de su soledad cósmica
el hombre ha sentido la profunda necesidad de seres protec .
tores a quienes realizar honrosos sacrificios o de adversas divi-
nidades a las que debía aplacar con ofrendas apaciguadoras.
Cuando el dios tomaba cuerpo en la imagen sagrada y temible,
requería inmediatamente un espacio propio, un techo que lo
albergara y un altar para su adoración. Y el hombre, que care-
cía de una imagen de templo, construyó la casa para el dios
a imagen de la suya. La prueba es evidente: casi todos los

16
templos antiguos, aun aquellos excavados en la roca como los
de Ajanta y Ellora en la India, reproducen minuciosamente
bs casas de sus constructores. En Bengal, en el mismo país, los
templos reproducen en mampostería los graciosos techos hechos
de paja de arroz. En ciertas aldeas, la única diferencia entre el
templo y la casa estriba en que aquél es algo más grande, está
aislado y ha sido trabajado con más cuidado y esmero. Los
templos griegos -entre ellos el Parten ón- tienen su origen
en el elemental mégaron y en las viviendas primitivas de ma,
dera. Hoy no se duda tampoco de que el origen formal de la
basílica cristiana es la casa romana.
No todos sin embargo parecen estar de acuerdo con esa
idea: en su libro sobre El templo y la casa, lord Raglan llegó a
sostener que los méritos y el arte que pueden hallarse en una
casa derivan del templo. Desconociendo con británica aristo--
cracia la fuerza creadora del instinto vital popular, afirma in-
genuamente que nadie puede sentir una necesidad de algo que
jamás ha visto: para Raglan, el numen generador de la arqui.-
tectura y sus valores estéticos pertenecen exclusivamente a la
nobleza y a la casta ~acerdotal.
Sabemos por otra parte que el te~plo se presenta como
resultado de la voluntad y el esfuerzo popular. Es un producto
de la colectividad. A menudo nos asombra en un pequeño pue.-
blo una enorme catedral o un templo grandioso, aparentemente
sin proporción con las dimensiones del escenario en el que h3
sido erigido. No son excepciones las obras iniciadas con el
impulso de un sueño desmedido que han quedado truncas, _como
la catedral de Beauvais en Francia o la de Siena en Italia.
Cuando se piensa que el milagro de la acrópolis de Pericles
fue producto de una pobl~ción que no tendría muc}1o más de
cincuenta mil ciudadanos libres, las obras de nuestra epoca, des-
bordantes de habitantes, técnicas y recursos, parecen decidida-
.
mente mezqumas.
En los orígenes de la civilización la casa asoció a su fun"
ción de albergue del hombre la de recinto sagrado de dioses
y antepasados. Esta dimensión religiosa de la casa que entre
los romanos se manifestaba en el alt_ar levantado a lares y pe-
nates, persiste aún en pueblos de diversas latitudes, entre otros
en China e Indochina.

17
3. ¿QUÉ ES LA CASA?

He aquí' tu casa, noble como un palacio ;


recién construida con madera sana y her-
mosa, ordenada y proporcionada según los
cánones; alegre con sus escudos de colores
y sabias sentencias pintadas, que el cami,
nante admira y lee con detenimiento.

ScHILLER, Gmo. Tell.

Probablemente , alguna vez hemos formulado o nos ha


llegado esta pregunta, pero sin aguardar una respuesta, la que
de intentarse no sería tan fácil ni sencilla como a primera vista
puede parecernos. En realidad, como todas las cosas que fre,
cuentamos y que más cerca están de nosotros, la casa forma
parte de una experiencia permanente que hace parecer inne,
cesaría la definición. Y sin embargo, a poco que se piense, la
casa se dibuja como un orgañismo complejo y sutil que por el
mismo hecho de que a todos nos atañe en alguna medida me,
rece que se le. preste aten-ción.
A partir de allí puede anticiparse que la definición del dic--
cionario no será capaz de satisfacer nuestra mínima curiosidad.
Si se quiere, no es inexacto que la casa sea un edificio o parte
de él destinada a habitación humana. Por el contrario, se diría
que es excesivame·nte preciso y tal vez por ello excesivamente
pobre en su síntesis. Porque la casa se relaciona con la vida
-y porque en sí misma tiene un algo ,,ital que la distancia defi,
nitivamente de un objeto común.
Nuestras vidas están inevitablement e ligadas a la casa. El
fervor más aptiguo de nuestras viviendas primeras, las imáge,
nes recónditas de b infancia tienen eco en sus muros, a veces
con ese tenue resplandor de una irrecuperable felicidad, otras
con la nostalgia de lo que ya no existe o el frío desapego
por ingratas evocaciones, ya que ella es el escenario del drama
cotidiano de la vida.
¿ Se trata entonces de una subjetiva resonancia humana que
proyectamos a la casa? Quizás, pero de cualquier modo y le-

18
jos de esa interpretación personal la casa ha procurado a la
sociedad el ámbito fundamental y la seguridad para el enraíza--
miento del hombre en la tierra, su interpretación de la realidad
y la formación y consolidación de las relaciones familiares,
cimientos de la condición social que ha permitido a la especi-e
humana sobrevivir en un mundo naturalmente difícil y lleno
de peligros. A la voluntad de sobrevivencia del hombre hay
que atribuir además su capacidad de adaptación a climas tan
extremos como los trópicos o las regiones polares.
En ese ambiente natural, de por sí inconfortable, el hom .
bre afirmó su voluntad transformadora procurándose en primer
término un refugio que le permitiera desarrollar su actividad
cotidiana con un mínimo de comodidad y privacidad. En .paí-·
ses muy llanos con grandes espacios abiertos desprovistos de
bosques, como en Irak o Egipto, es común que la gente se
recoja a conversar en ligeros paravientos especialmente· cons,
truidos; en los trópicos, livianos cobertizos protegen del sol y
el a_guacero; el habitante más desheredado del globo, el indio
de Tierra del Fuego, construye con ramas y cueros abrigos
que a duras penas lo aíslan de las inclemencias del tiempo.
La comodidad es una .conquista artificial y significa una
serie de condiciones ambientales que facilitan al hombre su
trabajo y su descanso. Si en el exterior hace frío, el interior
debe ser abrigado, y por el contrario, si el ámbito externo es
caluroso, dentro debe ser fresco; contra la luz excesiva, la
penumbra tranquilizante. La comodidad, se comprende, no se
reduce a la casa. El hombre la lleva en sí mismo, en -su pro--
pío cuerpo, para el que ha perfeccionado vestimentas que
están lejos de las pieles con que nuestros antecesores ponían
valla a los rigores del invierno, pero con los que mantiene
una inevitable relación: la comodidad. Pero así como el hom .
bre ha precisado vestimentas para envolver su cuerpo, así tam,
bién ha concebido un ccropaje" para envolver su vida familiar,
su trabajo y hasta sus placeres, inclusive los multitudinarios, co--
mo lo denuncian las tribunas abiertas de los estadios deportivos;
el Coliseo de Roma, por ejemplo, con su ccvelum", especie
de toldo que lo cubría, o el llamado (Castrodome,, de Houston
( EE. UU.), estadio cubierto con una capacidad para 6 6 mil
personas sentadas, que gozan de aire acondicionado.

19
La casa se nos ofrece así como un espacio confortable para
el hombre, que responde al modo de vida de su habitante y
a las características climáticas del paisaje donde se levante.
Pero esta definición así esbozada no resulta todavía satisfac,
toria: ese espacio construido por el hombre debe ser propor--
cionado. En efecto, se trata de lograr una distribución inte,
ligente y adecuada de las distintas partes de la casa, con una
armoniosa relación interespacial y una fácil y natural fluencia
interior. Esa proporción no se reduce al ámbito interior de la
c_asa. Vale también para los cerramientos, para la comunicación
y el paso entre dos dimensiones tan alejadas como son el aden--
tro y el afuera de esta orgánica estructura que de tal modo
comienza a revelar una complejidad en principio no supuesta.
Y cuando más reducida es la casa, más difícil resulta lograr
esa proporción, ya que en menor espacio deben resolverse
con armonía los requerimientos actuales de una familia común,
pero con una personal manera de vivir. Según F. L. Wright,
la vivienda económica es el problema más difícil que puede
enfrentar el arquitecto de hoy y ·confiesa que es el que más
lo ha apasionado en su vida profesional.
Las definiciones suelen ser tan peligrosas como inoportunas.
Pero a veces adquieren un interesante tono polémico. Le Cor,
busier, allá por los años treinta, ~n plena batalla contra el
academicismo y en favor de los conceptos que sostiene la ar,
quitectura actual, decía que la casa e,est .une machine á vivre",
es decir una máquina para vivir, definición que ha hecho
correr tanta tinta y que tantas veces ha recibido torcidas ínter,
pretaciones. Le Corbusier rompía así con muchos mitos y
convenciones insostenibles, a la vez que ubicaba la casa en
una realidad más objetiva para el tiempo: un producto del
ingenio humano destinado simplemente para la vida, pero que
fatalmente debía dejar de ser una obra artesanal, para trans,
formarse, por las necesidades sociales de nuestro siglo, en un
sistemático producto de fábrica.
El arquitecto milanés Ernesto Rogers, en cambio, nos
propone una definición romántica de la casa: "U na casa no
es una casa si no es temperada en invierno y fresca eD el ve,
rano, hech~ para ofrecer en cualquier estación una estada agra,
dable a la familia. U na cas~ no es una casa si no tiene un

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rincón donde leer poemas, si no tiene baño o carece de cocina.
Ningún problema estar6 resuelto si la solución no satisface ]a
necesidad práctica, la moral y la estética. Y el hombre no
es verdaderamente hombre si no posee una casa que satisfaga
esas demandas".
Por su parte, el sociólogo americano Lewis Munford dice:
"El nuevo hogar es ante todo una institución biológica; y la
c:¡sa, una estructura especializada dedicada a las funciones de
la reproducción, la nutrición y la crianza. Para ampliar un
poco la explicación, diremos que la casa vivienda es un edi.-
ficio ordenado en tal forma que las comidas puedan ser fácil.-
mente preparadas y servidas, que el proceso de higiene y sa.-
nitario SeJ facilitado, que se pueda gozar del sueño y el des"
canso sin ser perturbado por los ruidos exteriores, que el
intercambio sexual pueda llevarse a cabo en privado y con el
mínimo de distracción durnnte todo el año, y que el cuidado
de los niños pueda h~cerse en condiciones favorables, de com .
- .
panensmo y supervlSlon .
. .' ,,
Sorprende en cierto .modo en estos conceptos de Mum.-
ford la absoluta ausencia de un reconocimiento de esa otra
función no material pero no menos trascendente de la casa,
en la que se proyectan y resuelven Íntimas necesidades espi ..
rituales y afecti\·as de sus habitantes. Sin intentar parafrasear
la lírica invocación de Milosz que inicia este libro, ¡cuántas
veces retorna a 1a mente de los hombres la imagen de la in ..
fancia inseparadamente unida al espacio que refugió sus ensue .
ños, o donde su libre y desinteresada imaginación debíó aban .
donar el juego para desc-ubrir y aceptar esas otras dimensiones
humanas que aún desconocía: la de los problemas económicos,
los intereses sociales y todo ese mundo exclusivo de los adultos!
Ese mundo al que en gran parte se accede en b casa, desde
ella, como un inevitable trampolín que arroja :1 los hombres
a la plenitud de 1a vida.
Es por ello mismo, por esa inevitable y subjetiva asocia-
ción que la vida de cada uno de nosotros tiene con la casa,
que probablemente ninguna definición de ella llegue a satis-
facernos del todo.
El desiderativo dicho popular: "Si los muros hablaran" re-
vela en profundidad esa compartida intimidad. Cuando se h;i

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demolido una casa y quedan en las medianeras huellas de las
entrañas de la misma, se apodera de nosotros, circunstanciales
y transeúntes espectadores de esa especie de revelaci6n sorpre.-
siva de una intimidad, una extrafüt sugestión: j qué expresivas
result~m esas paredes, In boca de esa chimenea, los relieves
que recuadran esos muros, la sombra desteñida de un mueble
o de los cundros de familia! Esos restos son capaces de hacer.-
nos evocar momentos de alegría y tristeza, tragedias, gestos de
:mónima grandeza y mezquindades.
Con estas connotaciones tan personales, ¿ cómo puede fun,
cionar convincentemente ninguna de esas definiciones? Esce.,
nario de los momentos más memorables de nuestra niñez, ám--
bito en el que crecimos, se formó nuestro carácter y organiza,
mos nuestros grandes sueños adolescentes, las casas reflejan en
cierto modo nuestro pasado y comparten nuestro presente. Y
quizás, ¿ por qué no?, iluminen para un observador sutil nues--
tro porvenir.
Por otra parte, como ocurre con las viejas casonas sob-
ricgas de Louisiana, Estados U nidos, evocan semiderruidas lo
que esa región fue hace doscientos años, en el apogeo de la
riqueza alimentada por el algodón y la esclavitud. Hoy en
ruinas las llaman ªghosts'', fantasmas.
Con su intimidad, su discrecíón, la casa le permite a cad3
uno ser lo que por falta de carácter o respeto a las conven--
ciones no es fuera de ella: en su casa el cómico puede tor--
narse melancólico; el dictador, ·marido respetuoso y padre
amable; y el respetuoso subalterno transformarse en hombre '
que manda, se enfada y reprende.
Para todos, de cualquier modo, franquear la puerta de b
casa y salir al exterior es como salir fuera de sí mismo, mos-
trarse con una fisonomía que valga para todos y para nadie,
en suma disfrazarse en alguna medida.
Hay casas enemigas y homicidas, tan repulsivas y tétric;.1s
que pueden sugerir a los débiles, corno dice Papini, ideas d~
delito y de suicidio. El siguiente ejemplo tomado de las cró-
nicas del diario Le lv1onde de París habla por sí solo:
"Para Escapar a la Miseria de su Desván
U na Madre de Tres Niños se Arroja por la Ventana"
"Vivían desde hace cinco :-iños en un cuarto de servicio de

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3,50 m. por 3 m., en el quinto piso sobre el patio, del nú ..
mero 16 de la calle Moncey, en el noveno distrito. El padre,
Ernesto Bouguen, de treinta años, empleado de oficina en un
gran negocio, había tenido que hacer entrega de 2 00 mil
francos viejos de llave en 19 S 8 para obtener ese alojamiento
en el mome~to de su boda. No tenía, sin embargo, ni siquie.-
ra agua corriente.
"Para hacer los lavados de ropa, que se multiplicaban con
los niños, la esposa, Ana María, debía subir varias veces ]os
pisos cada día, con un balde de agua en cada brazo. Cuando
tenía tiempo libre, ella se pasaba aún subiendo escaleras, pues
hacía diligencias ante los organismos oficiales para tratar de
encontrar un <verdadero' alojamiento.
«Hoy no son más que cuatro en el cuarto de servicio. Ayer
martes, los nervios de Ana María Bouguen, de veinticinco
años, han cedido. Se lanzó al vacío desde el segundo piso de
su edificio. Se halla en e] Hospital Bichat, con fractura de
cráneo y pelvis',.
- No deben sorprendernos los diversos enfoques con que se
mira la casa. A veces dependen del país y sus costumbres, o
de los hombres, su cultura y la intención con que la observan.
Según el profesor Gideon, para- F. L. Wright la casa es un
refugio, un cobertizo en el que e] animal busca amparo o se
retira, como si fuera una cueva, para protegerse de b lluvfa,
el viento y la luz. En elb puede recogerse y sentirse en segu.-
ridad completa, tal como un animal e.n su guarida.
Para sir Edward Cooke, la casa asume una potencialidad
casi medieval: «Es para su dueño, su castillo y su fortaleza,
tanto para su defensa contra la injuria y la violencia, como
para su descanso". En su célebre Heme, ru)eet home J. H.
Payne nos sugiere: ªEntre placeres y palacios podemos va.-
gar, sed siempre humildes: ·no hay lugar como el hogar". A
la sobriedad de Alfonso el Sabio: «La casa debe ser segura
para que su dueño se huelgue" ( en Las siete partidas), pe.-
dría oponerse el apreciable lirismo de Lang: «u na casa llena
de libros y un jardín lleno de flores".
Pero es que de por sí, el lenguaje manifiesta una plurali•
dad de significaciones y matices en torno de la casa, que en
español adquiere una evide!1tc riqueza de :1cepciones y sutiles

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diferencias. La palabra casa, que en la formación del idioma
reemplazó a domus, viene tal vez de capsa (caja), porque co ..
mo la caja o el arca es el secreto de la familia. Domus dio en
cambio doniicilio. De Domus se origina dom.inus, 'señor', por .
que el amo de la casa era el señor. La casa, domus, fue el
primer dominio del hombre.
En la connotación de casa hav una amplísima gama semán ..
tica; a veces con especializacion~s fijas en su empleo: casa de
justicia, casa mortuoria, casa de cambio, casa de Dios, casa
de huéspedes, casa de empeño, casa cuna y aun las doce di\,i ..
siones del cielo que configuran la casa celeste.
Frente a la casa, que es seguridad, asilo y arcano, el do ..
micilio aparece como señorío. Y así como nadie tiene el dere ..
cho de averiguar la vida íntima y secreta de una casa, tam ..
poco nadie tiene derecho de allanar un domicilio.
En lenguaje actual, la casa adquiere una dimensión supe ..
rior y lujosa en la mansión, muy diferente por otro lado del
vocablo vivienda, en el que cabe la idea de toda habitación
en que se vive. En cambio, morada es un sustantivo que se
aleja de los perfiles materiales y concretos y sugiere el desean,
so, cierta permanencia y arcano.
El hombre tiene necesidad de definiciones. Primero nom--
bra las cosas que lo rodean y después trata de explicarlas. Y
si la casa no h~ escapado a esa norma tampoco se escapan
de ella sus partes constitutivas, hasta aquellas menos os ..
tensibles y evidentes, pero secretamente necesarias, como pue--
de serlo el rincón. De él nos dice Bachelard, rescatándolo de
nuestro habitual desdeño: ccTodo rincón de una casa, todo
rincón de un cuarto, todo espacio reducido donde nos gusta
~currucarnos, agazaparnos sobre nosotros mismos, es para la
imaginación una soledad, es decir, el germen de un cuarto _.
el germen de una casa".

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4. CASA Y HOGAR

Con frecuencia se confunden en su empleo las palabras


casa y hogar, hasta llegar a la total sinonimia. Frank L. Wright
afirma que si una casa es una obra de arte más fácilmente
será un hogar. Dando vuelta esa aseveración puede admitirse
también que la casa no tiene que ser una obra de arte ni
tampoco un hogar. No obstante, hay una distancia entre estas
relaciones. En efecto, no se concibe una casa para que sea
una obra de arte, pero sí, de algún modo, está pensada para
que dé bs posibilidades de que en ella se realice un hogar _.
para que responda cálidamente a un determinado modo de vi-
\'Ír, de trabajar, de amar, de soñar y de educar.
Pero es apenas una posibilidad que se intuye ante la casa
recién construida, aún vacía, con la pulcra frialdad de sus
muros inmaculados a los que no ha rozado ninguna traviesa
carbonilla infantil, o donde ninguna decoración o pintura de,
lata el gusto de sus habitantes todavía inexistentes.
Falta en esa casa el hálito vital, es algo inerte, un intc,
rrogante que aguarda una respuesta. Hasta que un día la
casa es ocupada. Cobra vid:i y todo sufre una sutil transfor,
mación. Pasa un tiempo y el impacto de esas existencias que
alberga comienza a notarse: por una extraña cohesión, la
casa parece reflejar lo que pasa en su intimidad. Sus ocu,
pantes le han transmitido quizás la armonía de sus vidas, y
ese espíritu, aliado a veces con un innato poder de embelle ..
cimiento del contorno, nos habla del hogar, de una casa que
vive por obra y gracia de sus habitantes, y donde los muebles,
las flores, los ~dornas, todo parece integrarse armoniosamente .
Pero siguiendo con est3s presunciones, las personas que han
entrado a habitar esa misma casa poseen un espíritu distinto,
que se preocupa exclusivamente por el exterior, por la vida

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que está puertas afuera, y que tiene la virtud -el defecto -
de no transmiti r ningún calor, ninguna emoción vital a su
contorno . Y la casa sigue siendo casa, con su frialdad imper,
sonal que está lejos del hogar supuesto , pese a que aparente ,
mente está ocup3da. Otras veces el calor es excesivo, y en
lugar de un hogar, de un fuego que reúne y beneficia a la
familia, se ha convertid o en un infierno, con una absoluta
carencia de armonía entre sus ocupante s.
Es indudabl e, por lo visto, que ]a casa puede transform ar,
se en hogar por sus ocupante s, pero que también por ellos, y
lejos del impreme ditado ideal de quien proyectó la obra, pue,
J
de no llegar a serlo. ohn Steinbec k nos propone en la novela
Jueves feliz la aleccionadora historia de su protagon ista, quien
por la gracia de su arte de ama de casa transform a milagros a,
mente -en una casa de ensueño la vieja caldera que se le ha
asignado para que viva.
Agregue mos que al arquitect o atañe concebir una casa acle,
cuada a una familia o a un tipo de- familia, la que al habitarlJ
podrá o no hacer de ella un hogar.

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