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Jubilarse en el siglo XXI


Los sistemas de protección social más avanzados están
incorporando la prolongación voluntaria de la vida activa
haciendo compatible la pensión y el trabajo
:
Manifestación de pensionistas en Madrid.
JESÚS HELLÍN (EUROPA PRESS)

EVA BLÁZQUEZ AGUDO | JUAN CHOZAS | JESÚS LAHERA FORTEZA


27 JUN 2022 - 23:00 EDT

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En un tiempo las cosas estaban claras en materia de protección social.


Se trabajaba —porque se tenía capacidad para ello— o se recibía
protección —porque no se podía trabajar—. Lógicamente, la
incompatibilidad entre protección y trabajo era regla general. Lo
contrario supondría admitir una contradicción: trabajaba quien no
podía hacerlo. Situaciones diferenciadas, reguladas por legislaciones
—laboral y seguridad social— complementarias y excluyentes. Este
esquema tradicional apoyó la construcción del Estado de bienestar,
modelo de éxito y de larga vida, fundamentalmente en Europa
occidental.

Los tiempos cambian. Mayor esperanza y calidad de vida y descenso


de la natalidad conforman un escenario demográfico marcado por el
envejecimiento (estresado por la próxima jubilación de los baby
boomers). Además, la evolución social, productiva y económica trae
nuevas formas de organización empresarial y laboral. Carreras de
empleo irregulares, incorporación tardía al trabajo, retirada
temprana… La tecnología derriba barreras y reduce los
condicionantes físicos del trabajo. Muchas actividades permiten
trabajar donde y cuando se quiera.

Surge una difícil ecuación: más pensionistas que viven más años
versus una menor proporción de trabajadores/cotizantes que
trabajan/cotizan menos años. El déficit de los sistemas contributivos lo
muestra. Adicionalmente, la mejor calidad de vida y los avances en
medicina hacen que las situaciones protegidas pasen, en muchas
ocasiones, de atender casos de imposibilidad física a aplicar
:
convenciones legales y a que se difumine el vínculo entre situación
protegida y mecanismos protectores.

Un caso claro es la jubilación. Considerar como regla general que una


persona de 65, 66 o 67 años no puede trabajar por su avanzada edad
no cuadra con estas transformaciones. Como recomienda el Pacto de
Toledo, las nuevas situaciones obligan a las leyes laborales y de
seguridad social a actualizarse y coordinarse intensa y
profundamente.

Esquemáticamente, la jubilación se regula así:

¿Qué jubilación y a qué edad? Depende de donde trabajemos. Para el


Régimen General (la mayoría de trabajadores), tenemos: jubilación
anticipada por distintas causas (por razón de actividades penosas; por
discapacidad; por tener condición de mutualista; sin tener condición
de mutualista (sic); por cese involuntario en el trabajo; por voluntad
del trabajador), cada caso con diferente edad de acceso a la pensión
(nunca menos de 52 años). Ya hay fórmulas de jubilación parcial,
flexible y activa, pero sin incentivar apenas la compatibilidad entre
trabajo y pensión, sino más bien lo contrario. Los autónomos pueden
jubilarse a partir de 65-67 años. Los funcionarios, desde 60.

¿Obligatoria o voluntaria? También depende. Según la ley de


seguridad social, la jubilación es un derecho que se ejerce libremente
por quien cumple los requisitos exigidos (básicamente edad y
cotizaciones), pero la jubilación es obligatoria para los trabajadores
cubiertos por convenios colectivos que así lo determinen (a los 68
años; transitoriamente, entre 65 y 67) y para los funcionarios (a los 65,
70 o 72).

¿Compatible con el trabajo? Depende otra vez. A grandes rasgos: las


jubilaciones anticipadas son incompatibles con el trabajo; la ordinaria
es compatible marginalmente (para trabajos con ingresos que no
:
superen el salario mínimo); la parcial y flexible, compatible con el
trabajo a tiempo parcial; la activa —con la base máxima de pensión—
plenamente compatible (con el 50% de la pensión). La situación es
parecida para funcionarios, autónomos —pueden cobrar hasta el 100%
si contratan un trabajador— y resto de regímenes de la seguridad
social.

Si a todo lo anterior añadimos las prejubilaciones (no son


técnicamente pensiones), la conclusión es que la normativa y prácticas
laborales no facilitan el tránsito gradual y flexible entre trabajo y
protección, ni incentivan a empresas y trabajadores a prolongar
voluntariamente la vida laboral, ni desarrollan medidas contra la
discriminación por razón de edad… El sistema actual es complejísimo,
difícil de entender y de manejar para los ciudadanos. No ayuda la
última reforma de las pensiones, que, a pesar de medidas que encajan
en este nuevo escenario, no ha puesto freno efectivo a las retiradas
tempranas y ha mantenido la jubilación obligatoria en los convenios
colectivos (transitoriamente o cuando implique la contratación de
mujeres, en una suerte de pugna discriminatoria entre edad y sexo).

Por encima de detalles, no perdamos la perspectiva general. Es


complicado entender qué quiere o qué busca el legislador. No queda
claro a qué edad nos podemos jubilar si queremos, o si estamos
obligados a jubilarnos, o si podremos seguir trabajando
voluntariamente una vez cumplida la edad de jubilación, o si
podremos trabajar y cobrar simultáneamente la pensión de
jubilación, o si… La gran casuística normativa parece amparar
situaciones de hecho o privilegio.

Favorecer la prolongación voluntaria de la vida activa y pasar de la


incompatibilidad a la compatibilidad general entre trabajo y pensión
son líneas maestras de actuación que están incorporando los sistemas
de protección más avanzados, necesarias para construir la viabilidad
futura de la protección. La regulación de un producto de consumo
masivo, relacionado con una decisión tan trascendente, debería ser
:
sencilla, fácil de manejar y conocida por todos.

Eva Blázquez es profesora titular de Derecho del Trabajo y la Seguridad Social de la


Universidad Carlos III, Juan Chozas es asesor letrado de Auren Abogados y Jesús Lahera es
catedrático de Derecho del Trabajo y Seguridad Social de la Universidad Complutense. Los tres
son patronos de la Fundación Activos de Gran Experiencia.

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