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Un Beso Imborrable Camilla Mora
Un Beso Imborrable Camilla Mora
IMBORRABLE
Camilla Mora
1.ª edición: junio, 2016
Portadilla
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Epilogo
Nota de autora
Capítulo 1
Denver, Colorado
—¡Alex!
El aludido se sobresaltó en su silla
giratoria ante el grito que provino de la
entrada de su despacho.
—Keyla, ¿qué ocurre?
Alex se alzó y la alcanzó en cuanto
ingresó. Key se lanzó a sus brazos y se
aferró a él como si fuera una balsa en
medio de un naufragio. No había querido
ir en búsqueda de Andy, él se
encontraba con el resto de los creativos
y no soportaría que ellos se enteraran de
lo que había sucedido ni de que su
propio padre la había insultado como si
se tratara de una prostituta.
—¿Por favor, me llevas a mi casa?
Tengo que hacer las maletas y buscar un
lugar…
—¿De qué hablas, cariño? —
preguntó, tranquilo, mientras le
acariciaba el cabello desordenado—.
¿Qué sucede?
—¿Me llevas ahora? Por favor. —
Necesitaba salir de allí, no deseaba
volver a ver a Mark, a su padre, a nadie
en realidad.
Alex asintió, le pasó un brazo por los
hombros para pegarla a su costado y
juntos se dirigieron hacia los
ascensores. Charlie los observó con el
ceño fruncido, la única que se habían
cruzado, dado que el escritorio de la
recién casada estaba cerca de los
ascensores. No obstante, ella no
pronunció palabra y su expresión varió a
una preocupada al notar la agitación de
su amiga. Cuando iba a decir algo, Alex
la acalló al sacudir la cabeza.
Subieron al automóvil y Alex
emprendió la marcha hacia la mansión
Hayworth, en Old Westbury.
—¿Vas a contarme qué sucede? —
preguntó al cabo de veinte minutos de
silencio. Las lágrimas seguían
derramándose por las mejillas de Keyla,
pero aún no había explicado el motivo
de su agitación.
Ella negó sin siquiera mirarlo.
Se anunciaron en el portero eléctrico
a un lado de las rejas y les abrieron las
puertas de inmediato.
—Señorita, qué sorpresa verla a esta
hora. —El mayordomo se detuvo en
seco al vislumbrar los ojos hinchados de
Keyla y el rostro enrojecido—. Niña,
¿qué…?
Keyla se lanzó en sus brazos, y el
anciano la acunó como si fuera una
chiquilla de cinco años. Mildred llegó a
los pocos segundos y al ver la escena,
aceleró el paso para llegar a ellos con el
rostro aquejado por la preocupación.
Alex continuaba en el rellano de la
puerta, dado que aún no se habían
adentrado en la casa.
—¿Qué sucede? ¿Qué ocurrió? —
preguntó con un tono histérico la antigua
niñera—. Keyla, pequeña, cuéntanos qué
pasa, por favor —rogó la mujer con voz
angustiada al ver que la joven no paraba
de llorar.
—Vengo a despedirme —sentenció la
muchacha.
—¿Qué? —exclamó la anciana.
—Me voy de la casa, Mildred —
aclaró mientras se apartaba un tanto de
Jeffries, quien la observaba estupefacto
y con preocupación poco disimulada.
Alex enarcó una ceja sin comprender
absolutamente ni media palabra. ¿Qué es
lo que había ocurrido en la compañía
para que ella tomara esa drástica
decisión.
—No puedo seguir viviendo con mi
padre —murmuró Key.
—¡Pero si tu padre ni figura por aquí!
—argumentó la anciana, desencajada.
—Mildred, por favor, deja que ella
hable. Querida, cuéntanos —solicitó
Jeffries y le limpió una de las mejillas
con su palma arrugada, como había
hecho tantas veces cuando era pequeña.
Ante el llanto de Key y el griterío de
Mildred, Agnes y Hanna llegaron
corriendo al vestíbulo para encontrarse
con una escena que las sorprendió.
—Voy a llevarme algunas cosas y los
llamaré cuando sepa donde iré, pero no
me rueguen que me quede porque no
puedo —sollozó—. Papá me echó de la
casa también —confesó, y más lágrimas
se derramaron por sus mejillas.
—¡No! —exclamó Agnes y se tapó la
boca con las manos mientras sus ojos se
aguaban.
—No puedes irte, Keyla, mi bebé —
dijo Mildred—. No así.
—¡Mildred! —la reprendió Jeffries
—. Vamos a apoyarte en todo, lo sabes.
—Le pasó un brazo por lo hombros y se
adentraron en la estancia junto con Alex.
Keyla asintió con pesar y se abrazó
de nuevo a él, estiró un brazo para que
Mildred se les uniera, y así lo hizo la
anciana de cabello cano. Las lágrimas
corrían por los rostros de los dos
ancianos como de la joven mientras
Agnes y Hanna lloraban a escasos
pasos, tomadas de las manos. Al
desprenderse de Jeffries y de Mildred,
se acercó a las dos mujeres y se
fundieron en otro abrazo.
Ella subió a la segunda planta, hacia
su habitación, para poner algunas
pertenencias dentro de una maleta.
—¿Usted sabe lo que pasó con su
padre? —le cuestionó Mildred.
—No —fue la respuesta de Alex.
—Se va —sollozó Mildred.
—Pero algo tiene que haber ocurrido
para que su padre tomara esta decisión
—comentó Hanna a la par que se
retorcía las manos con el delantal.
—Ese hombre no se merece la hija
que tiene —dijo Agnes con evidente
enfado—. Es un ángel, y no se ha dado
cuenta.
—Nunca lo hará —aventuró Jeffries
mientras miraba hacia las escaleras que
daban a la segunda planta.
Keyla descendió los escalones como
si su cuerpito pesara una tonelada, traía
un bolso azul oscuro colgado al hombro.
No elevó la mirada de los pies mientras
bajaba.
En cambio, todos los ojos de las
personas que la aguardaban en el
vestíbulo se perdían en ella. En cuanto
llegó, las tres mujeres corrieron y la
apretujaron en un nuevo abrazo grupal.
—¿A dónde vas a ir? —quiso saber
Hanna.
—Yo me ocuparé —dijo Alex ante la
angustia reflejada en los ojos violáceos
de Key.
—Nos llamas apenas llegues y nos
pasas la dirección.
—Sí, Mildred —susurró con voz
apagada.
—Y comes como es debido, no te
queremos ni un gramo más delgada —le
ordenó Agnes mientras sorbía por la
nariz.
—Lo prometo —murmuró la joven y
alzó los ojos al único hombre del
personal de la mansión.
—Para lo que necesite siempre
estamos, niña —dijo Jeffries con voz
enronquecida—. Nos llama y estaremos
donde sea, de inmediato.
—Te cuidas, preciosa —le pidió
Hanna a la par que trataba de contener
los sollozos.
—Los amo mucho a todos y les
agradezco tanto —soltó Key, tratando de
contener un nuevo torrente de lágrimas y
el nudo que se le había formado en la
garganta.
—Ah, pero, mi bebé, esto no es una
despedida —afirmó Mildred—. Iremos
a verte apenas nos digas dónde te
mudas. Un lugar bonito, por favor. Nada
de esos barrios horribles que se ven en
la tele. ¿Tienes dinero? Tenemos que
darle dinero —anunció hacia los demás.
—Claro, yo tengo unos ahorros —
dijo enseguida Agnes—. Voy a
buscarlos.
—No hace falta, tengo lo ganado en
estos meses en la pasantía. Con eso me
alcanzará hasta que consiga un empleo
nuevo.
Los besó en las mejillas y abrazó a
cada uno, prometiendo llamarlos y
buscar un buen lugar donde quedarse.
Luego se subió al vehículo de Alex.
—Key, ¿te parece que por hoy te
quedes en la casa de Sarah? —sugirió
antes de arrancar—. Ella tiene una
habitación extra, Sam también se quedó
allí un tiempo, y sé que a mi hermana le
encantaría que fueras.
Key tan solo asintió ausente y perdida
en la imagen de la casa que abandonaba,
el lugar donde había vivido toda su
vida, y de las personas que eran su única
familia. Alzó la mano para despedirse
en cuanto el vehículo se puso en
movimiento y así cortó todo lazo con un
padre al que no le importaba en lo más
mínimo lo que ella pudiera decir para
defenderse.
Le había rogado que la escuchara,
que no había sucedido como él creía.
Sin embargo, ya se había formado una
opinión sobre ella, una mala por
supuesto. Había nacido bajo el género
equivocado para él y a menos que se
hiciera una operación de cambio de
sexo, no había solución posible.
Capítulo 26