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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA “BENITO JUÁREZ” DE OAXACA.


COORDINACIÓN DE ESTUDIOS DE POSGRADO.
MAESTRÍA EN DERECHO PROCESAL PENAL ACUSATORIO.
Cuarto Semestre. Tema: ETAPA DE JUICIO ORAL.
Catedrático: Dr. Luis Miguel Urbiña Calvo.
Alumno: RAFAEL CLAVEL LÓPEZ. Fecha: 03-Noviembre-2022.

REPORTE DEL LIBRO: “La conformación del conjunto de elementos de juicio: la


práctica de la prueba pericial y la prueba testifical” de Carmen Vázquez.

Acertadamente se inicia con la pregunta clave: ¿Cómo deberían desahogarse las


pruebas en el juicio bajo los principios que lo rigen? Lo anterior, considerando que en
el sistema jurídico mexicano la sentencia tomará en cuenta sólo las pruebas
desahogadas en la audiencia de juicio. Partiendo de las marcadas diferencias entre
la prueba pericial y la testifical, pues en la primera, se genera información sobre
inferencias del experto versado en alguna disciplina de la ciencia o de la técnica
para producir fiabilidad, y si hay o no sesgos cognitivos que impacten en su proceso
de razonamiento, como sería el contacto con cierta información; en la segunda, la
información se extrae de la memoria de la persona que dice haber visto, oído o
percibido con algún otro sentido el o los hechos que se busca demostrar, buscando
credibilidad, por la exactitud o no del recuerdo. La valoración judicial no debe girar
en torno al sujeto (perito o testigo), sino en las afirmaciones que uno y otro hacen en
la audiencia.
Se resalta la importancia para la valoración judicial que la prueba pericial se
reciba bajo las reglas de la contradicción (interrogatorio, contrainterrogatorio,
reinterrogatorio y recontrainterrogatorio, con posibilidad de formular objeciones),
pues así la persona juzgadora y los demás operadores reciben la información del
experto con palabras llanas (no como se hacía antes con un dictamen escrito
plagado de tecnicismos), enfatizando las debilidades o fortalezas de lo hecho y dicho
por el perito, explicando y a veces resolviendo posibles contradicciones.
El principio de contradicción brinda la oportunidad a los operadores jurídicos de
presentar argumentos sólidos al juez con ejercicios racionales más que con luchas
estériles y retóricas sin sentido. A través del contradictorio, el juez podrá
comprender la inferencia del experto para valorar racionalmente la prueba al dictar
sentencia; incluso, si la actuación de los operadores no resulta ser completa en
relación a los hechos, al desahogarse la prueba el juez cuenta con la facultad de
formular preguntas aclaratorias conforme al artículo 372 del CNPP, cuando la
aclaración sea sobre algo afirmado por el experto o para proponerle hipótesis sobre
la materia del dictamen, mismas que el perito deberá responder conforme a su
experticia. Esta segunda posibilidad tiene diversos matices y es necesario abordarla
cuidadosamente por el juez para no incurrir en parcialidad o rebasar sus facultades.
Sin embargo, se analiza la conveniencia de que el juez conozca previamente un
resumen del dictamen pericial para tener una mejor comprensión de éste al
momento del desahogo de la prueba y evitar así, hasta donde sea posible, la
contaminación cognitiva y las preguntas aclaratorias, tal como se hace en Australia
con su Expert Witness Code f Conduct.
Hablando de la contaminación cognitiva, en tratándose de la prueba pericial,
pueden surgir los llamados “sesgos cognitivos” que pueden llevar al experto a
errores en su razonamiento o en el procesamiento de información derivados de
debilidad de memoria o de atención, lo cual puede afectar a todo tipo de peritos, con
sesgos contextuales o sesgos de confirmación. El sesgo contextual suele acontecer
cuando el perito queda influenciado por información sobre los hechos que es
irrelevante para su dictamen, aunque no lo es para el caso, pueden ser detalles
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sobre los antecedentes delictivos de la persona sospechosa, una información sobre


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la posible confesión del delito por parte de esa persona, la posible implicación de esa
misma persona en el delito derivada de otras evidencias encontradas en la escena
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del crimen, etc., y pueden influir erróneamente en el razonamiento del experto; para
evitar esto, se deben tomar medidas tendentes a eliminar dicho sesgo contextual.
Otro problema es cuando el perito se auxilia de otros expertos o cuando no realiza
personalmente el trabajo forense, en cuyo caso se debe explicar claramente esta
situación y presentar la confirmación de las conclusiones. Esto resulta común en
las experticias por la dependencia epistémica que ha existido en diversas áreas del
conocimiento que confluyen para emitir la opinión pericial.
En este punto, la autora aborda el polémico tópico en Latinoamérica de si debe
presentarse -o no- a la audiencia, un experto de un laboratorio oficial donde los
trabajos suelen realizarse colectivamente o, por el contrario, debe tomarse la pericial
como prueba documental tomando en cuenta el contenido del informe pericial; la
respuesta negativa se justifica en que la presencia de los expertos en el juicio oral
impediría la eficacia de las instituciones del Estado, pero nada se dice sobre las
limitaciones al principio de contradicción. Una excepción es lo resuelto por la corte
peruana, al preguntarse si esta situación no mengua las garantías procesales
presentes en el desahogo de la prueba pericial, como la contradicción, inmediación y
oralidad, concluyendo que no cuando la prueba pericial no requiere de verificaciones
de fiabilidad adicionales o cuando su contenido está integrado por aportes técnicos
consolidados que no sólo se basan en hechos apoyados exclusivamente en la
percepción de una persona (división del trabajo cognitivo). En base a este
razonamiento de la corte peruana, la autora dice que es correcta la distinción entre
“pruebas apoyadas exclusivamente en la percepción de una persona” y las que no
funcionan de ese modo: porque de hecho hay pruebas que dependen exclusivamente
de los ojos de un experto (como las provenientes de la antropología social que usan
el método “observación participante”), y otras que no dependen del ojo humano,
como la medición de la pureza de la droga o del nivel de alcohol en la sangre. Así, la
corte citada reconoce que se trata de una diferencia gradual y no una diferencia
categórica; y también hay que reconocer que existen pruebas que dependen más o
menos del ojo humano, pero no se establece si se relaciona esta distinción con las
verificaciones de fiabilidad adicionales como debería hacerse, pues una prueba
pericial entre más subjetiva sea requerirá de mayores verificaciones adicionales. Y
se pregunta: ¿Cuáles son esas verificaciones? Contestándose que verificación es un
control sobre el funcionamiento de los métodos y técnicas, que sería exigible para
todas las pruebas, v.gr. en la medición del nivel de alcohol en la sangre, es un dato
arrojado por un instrumento, donde se debe verificar no sólo que dicho aparato sea
válido y fiable, sino que su uso (calibración, etc.) es el adecuado y correcto; en cierto
sentido son controles ex ante de su puesta en funcionamiento. No obstante, la
verificación adicional se hace en referencia a controlar el razonamiento realizado por
el perito en el caso concreto, o sea, la inferencia pericial, según la corte peruana, y
cuando esto suceda, el perito debe comparecer a la audiencia para explicar y
justificar su razonamiento inferencial. Cuando ese razonamiento implique
información o conocimiento experto de terceros, el perito debe ser capaz de explicar
todo lo relevante para el caso concreto; si no lo hace, se sospecha de una
incomprensión por el perito de los datos que componen dicho razonamiento,
apareciendo una especie de limitante para la contradicción pues no toda la
información originada por el conocimiento experto de terceros y que es usada por el
perito puede ser sujeta directamente a la contradicción, ya que el perito puede dar
las explicaciones sobre la aplicación de la información experta de terceros, sin ser
necesario llamar a la fuente originaria de tal conocimiento. La autora dice que de lo
anterior aparece otra limitante más al principio de contradicción porque el
conocimiento experto de terceros es sumamente amplio y no puede traerse al
proceso judicial mediante pruebas documentales, ya que las preguntas deben ser
respondidas de manera fiable, no por un lego, sino por quien cuente con experticia
en el contexto más amplio de conocimiento experto en que se encuadra la
verificación, por lo que no aplican las mismas reglas de la pericial (por la posible
dependencia epistémica al conocimiento experto de otros) que para la testifical que
no debería tener influencia de otras personas.
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Señala la autora que hay error legislativo al establecer el CNPP la misma


regulación para las dos pruebas (pericial y testifical) cuando se indican los
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“documentos para refrescar memoria” y en la declaración separada de los expertos,


pues la pericial no depende de la memoria como es el caso de los testigos, sino del
análisis de ciertos hechos del caso, y lo mejor es que los peritos se escuchen para
mejorar el rendimiento del contradictorio y lograr un contexto más rico de la
información que se debate. En cuanto a los “documentos para refrescar memoria” se
aprecia una deficiencia respecto a la prueba pericial, dadas las múltiples
implicaciones que surgen cuando se refieren a documentos o publicaciones del
propio perito, o cuando surge cambio de opiniones del mismo perito a través del
tiempo, sin existir regulación en los casos en que se utilizan documentos o
publicaciones de conocimiento experto de terceros en los que el perito se haya
basado para formular el informe. Estas deficiencias del CNPP sí están resueltas por
la ley similar colombiana que establece que el perito tiene derecho de consultar
documentos, notas escritas y publicaciones, con la finalidad de fundamentar y
aclarar sus respuestas (Ley 906 de 2004 artículo 417). También sobre los
desacuerdos entre informaciones periciales la autora resaltó importantes
implicaciones explicables en ocasiones por las diferentes escuelas de pensamiento, o
porque los datos son susceptibles de interpretaciones alternativas, o aún no hay un
consenso sobre la suficiencia de la evidencia con la que cuentan, o por la diversidad
de métodos que pueden ser empleados para lograr un mismo objetivo, o porque se
pueden inferir diversas conclusiones a partir de ciertos datos; habrá también
desacuerdos aparentes, como los surgidos porque un perito obtuvo sólo una parte
de la información y no la otra; por eso surge el perito tercero en discordia, sin que
esto logre una solución coherente al dilema. La junta de peritos, previa a la
audiencia, es una manera de buscarle la salida al desacuerdo, o bien, un informe
conjunto pericial que defina acuerdos y desacuerdos con sus respectivas
justificaciones para ilustrar al juez y partes al momento del desahogo evitando
quedar sistemáticamente rebasados por los expertos, máxime cuando se trata de
conocimiento de alta especialidad. Esta junta de peritos, en las diferentes
modalidades que se puede practicar: preguntando a los peritos, dejando que se
pregunten entre ellos y/o debatir sobre los informes periciales, es recomendable por
la utilidad demostrada en otros países como Inglaterra, pero hay que considerar los
costos que se agregan al proceso judicial, aún cuando se lograría mayor
racionalidad a las decisiones en mayor contexto. Aquí abonan las preguntas de los
buenos abogados y las aclaraciones pertinentes que solicite el juez al perito. Se deja
en claro que no se debe dar el mismo tratamiento a una pericial que a una testifical.
La legislación colombiana, expone finalmente la autora, establece los puntos
sobre los que se puede examinar y contraexaminar al perito por los operadores, el
cual es enunciativo, pero no limitativo, porque se cuenta con plena libertad para
preguntar al perito por todos los aspectos torales y relevantes de su experticia en el
caso concreto. La pericial facilita la valoración que debe hacer el juez, previa la
argumentación que de dicha experticia puedan aportar las partes.

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