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Tema:
La Pobreza
Pertenece a:
Briana Chacón
Curso: 10 / 1
Profesora: Isabel Claro
Año Lectivo:
2018 - 2019
La Pobreza en América latina
Latinoamérica es reconocida por ser una de las regiones del mundo donde la pobreza y la
desigualdad se han reducido más enérgicamente en las últimas décadas y, pese a todo, no
consigue dejar de liderar los ránking de pobreza y disparidad de rentas entre los países en
desarrollo. Algunos estudios señalan que los avances, realmente, han sido menos vistosos de
lo que pudiera parecer a primera vista y que la pobreza “persiste como un fenómeno
estructural que caracteriza a la sociedad latinoamericana”, según apunta la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
Entre 70 y 90 millones de personas han dejado atrás la pobreza en la última década, según el
Banco Mundial, pero los ciudadanos de la región que ganan menos de cuatro dólares al día
son todavía muy numerosos, demasiados. La CEPAL estima que en 2014 el 28% de los
latinoamericanos vivían en la pobreza, un porcentaje casi idéntico a los de años anteriores.
Son 167 millones de personas, de los cuales 71 millones viven en la indigencia, al límite de la
subsistencia, que se sitúa en los dos dólares al día. Y todo ello, pese a que la región ha vivido
una auténtica edad dorada gracias a la fuerte subida del precio de las materias primas
impulsada en buena medida por la demanda de China y la fuerte entrada de capitales
extranjeros.
La frontera entre esa pobreza moderada y lo que Melguizo denomina sectores medios
—“quienes ganan entre 4 y 50 dólares al día, realmente no se puede hablar de clase media”,
matiza— la define básicamente tener o no tener empleo. En los países desarrollados, las
políticas sociales, las transferencias del sector público y el denominado Estado del Bienestar
juegan un factor muy importante a la hora de amortiguar las diferencias y garantizar unos
niveles mínimos de renta para sus ciudadanos. Pero en economías emergentes, con seguro de
desempleo incompleto y acceso limitado a instrumentos de ahorro, estar empleado puede
marcar la diferencia entre un ingreso de nivel medio y una transferencia pública de
subsistencia. Incluso en economías, como las latinoamericanas, marcadas por el elevado
grado de informalidad, de economía sumergida, que persiste en la región.
El riesgo es ahora mucho más real porque los buenos tiempos no van a volver. Al menos a
medio plazo. La región parece haber entrado en una fase de bajo crecimiento y su diferencial
de crecimiento respecto a las grandes economías desarrolladas prácticamente desaparece. Por
primera vez en los últimos 10 años, Latinoamérica creció por debajo del promedio de la
OCDE en 2014 y 2015 apunta que seguirá la misma dirección. Los organismos
internacionales estiman que la actividad económica de los siete grandes países desarrollados
(Japón, Estados Unidos, Alemania, Italia, Francia, Canadá y Reino Unido) aumentará el 2,1%
de media este año y que Latinoamérica apenas crecerá un 2,2%, lejos del 3,8% mundial. Unos
niveles que dejan a la zona lejos de los niveles de entre el 4% y el 5% de los años “dorados”
previos a la crisis financiera internacional y que reducen, por tanto, las oportunidades
derivadas del crecimiento, de la creación de empleo y del margen presupuestario que permiten
unos ingresos generosos.
Cierto es que la desaceleración actual no viene de la mano de las crisis que solían poner fin a
las etapas de crecimiento de otras décadas, que venían además impulsadas por el
endeudamiento externo. América Latina aprendió aquella dolorosa lección y sus fundamentos
económicos y financieros son mucho más estables y saneados, pese a la persistencia de un
déficit crónico de baja productividad. “Si consideramos como guía el registro histórico del
crecimiento en Latinoamérica, sin reformas vigorosas en favor de la productividad, es realista
prever una “nueva normalidad” para la región en su conjunto de alrededor del 3% de
crecimiento anual”, subraya el economista jefe del Banco Mundial para la región, Augusto de
la Torre, en su informe Desigualdad en una América Latina con menor crecimiento. Por lo
pronto, la región no parece que alcanzará esa nueva normalidad en los dos próximos ejercicios
y que su crecimiento será inferior a esa meta.
Si no se hace nada para compensar ese menor margen de crecimiento y gasto público, es
previsible pensar que el ritmo de reducción de la pobreza y de la desigualdad de estos últimos
años se frenará considerablemente. Aunque hay quien advierte que puede que ni siquiera las
mejoras registradas en la reducción de la desigualdad sean tan espectaculares como se da a
entender. De hecho, según recordaba Arif Naqvi, fundador de The Abraaj Group, 10 de los 15
países más desiguales del mundo están en Latinoamérica. De media en la región, los ingresos
del 10% más rico suponen 27 veces los ingresos del 10% más pobre, una relación que es de
15 veces en el caso de Estados Unidos o de 9 veces en la media de los países de la OCDE.
El economista jefe del Banco Mundial para la región, Augusto de la Torre, sostiene, en su
informe que el problema de origen es que la desigualdad no se ha medido con propiedad en la
región y que si se amplían las mediciones a las rentas de capital, las diferencias en la cesta de
la compra entre hogares de diferente renta y las declaraciones de impuestos, los datos revelan
“un nivel mucho más alto de desigualdad” pese a que la tendencia haya seguido una senda a la
reducción parecida.
La explicación es bastante sencilla. Según el coeficiente de Gini, una de las medidas más
utilizadas para medir la desigualdad de rentas dentro de los países, la caída de la desigualdad
de ingresos de los hogares en Latinoamérica desde 2003 fue significativa en magnitud, sin
precedentes en la historia de la región y única en el mundo. Esa caída se produce al medir la
evolución de los ingresos salariales que, gracias a las mejoras en la educación, han permitido
reducir las diferencias entre los más educados y los menos. Pero Latinoamérica, a diferencia
de otros países emergentes, calcula ese indicador a partir de encuestas de ingresos salariales y
no de encuestas de gastos. De esa forma, se subestiman los ingresos derivados de los
rendimientos de capital de los más ricos, fuente muy importante de ingresos en las clases
altas. Si a ello se le añaden los todavía escasos datos disponibles públicamente de
declaraciones de impuestos, el nuevo coeficiente Gini sitúa la desigualdad en un nivel mucho
más elevado.
La pobreza en el Ecuador
De acuerdo con las estadísticas del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Inec),
publicadas en julio de 2018, la pobreza por ingresos, a nivel nacional se situó en 24,5% en
Ecuador, mientras que la pobreza extrema se ubicó en el 9%. En ambos casos se registran
incrementos, ya que 2017 cerró con un 21,5% de pobreza y un 7.9% la pobreza extrema. La
pobreza extrema en el área rural es del 18,1%.
La cuarta edición del informe regional, editado por Rimisp, pone en discusión la desigualdad
territorial desde la mirada de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), considerando
indicadores a nivel subnacional para algunos de estos objetivos, e indagando en la articulación
de actores. Este aspecto es central para la implementación de la Agenda 2030 de la
Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Para ello, se realiza un análisis territorializado de una serie de 27 indicadores que dan cuenta
de 20 metas vinculadas a nueve de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS),
establecidos por la Organización de las Naciones Unidas en su Agenda 2030 para el
Desarrollo Sostenible.
A nivel urbano la pobreza llegó a 22,5% y en el rural a 53% a diciembre de 2010. Mientras
que la pobreza extrema bajó de 16,9% en el 2006 a 13,9% en el 2010.
En el caso del Coeficiente de Desigualdad (GINI), Ecuador también registró una caída al
pasar de 0,54 en el 2006 a 0,50 en el 2010. Según las encuestas trimestrales de empleo y
desempleo en el área urbana, la reducción se acentúa durante el 2011, así el GINI llegó a 0,46
en septiembre de 2011 (en septiembre de 2006 fue de 0,49).
Así, el INEC cumple con su papel de difusión estadística y con su compromiso de entregar
cifras oportunas y de calidad.
Quito (PL) La disminución de la pobreza extrema en Ecuador es una realidad que la distingue
del resto de la región por el mejoramiento de los indicadores sociales desde 2007, inicio de la
Revolución Ciudadana.
Durante los últimos siete años, en este país que apostó por el socialismo del buen vivir, un
millón 137 mil ecuatorianos dejaron de ser pobres, de acuerdo con datos divulgados por la
Secretaría Nacional de Planificación y Desarrollo (Senplades).
Esos logros también son corroborados por el Banco Mundial, que en un informe divulgado el
25 de febrero señala que "Ecuador redujo en 6.9 puntos porcentuales la pobreza extrema
desde el 2007 (19.8) hasta 2012 (12.9), mientras que el índice de pobreza bajó 10.3 puntos en
el mismo período".
Sin embargo, en ese mismo informe la Cepal reconoce que el número de personas en extrema
pobreza o indigencia en el continente (68 millones), sufrió un aumento de dos millones con
respecto a 2012.
A propósito de ello señaló -entre los factores principales que inciden- el deterioro de la
economía mundial y el aumento en el precio de los alimentos, situación que contradice la
realidad ecuatoriana, donde los programas sociales han dado un vuelco en la sociedad.
Causas de la Pobreza
Cambio climático.- Las sequías son la causa más común de la escasez de alimentos.
Cada vez más tierras fértiles sufren de erosión, salinización y desertificación. La
deforestación a manos de los humanos causa una erosión acelerada lo cual dificulta la
cosecha de alimentos.
La pobreza en América del Sur ha caído de manera sostenida durante la última década. Una
combinación de condiciones económicas favorables y políticas enfocadas a reducir la pobreza
ha generado esta dinámica. Colombia, si bien exhibe una tendencia similar, reporta unas cifras
menos alentadoras. En 2008, Colombia tenía el segundo mayor porcentaje de personas por
debajo de la línea de pobreza (medida como US$1.25 por día PPP), después de Bolivia, y la
mayor desigualdad (medida como el porcentaje del ingreso en manos del déficit más alto. El
rezago de Colombia en la disminución de la pobreza y la desigualdad se debe a diversas
causas. Sin embargo, el conflicto armado que vive Colombia hace más de 50 años puede ser
parcialmente responsable del desempeño insuficiente de Colombia cuando se compara con sus
vecinos. La violencia armada tiene un impacto desproporcionado sobre la población civil y,
en particular, sobre la población pobre rural. Esto, además de significar una victimización de
los hogares, destruye activos, inhibe la inversión y debilita los mercados.
Los ataques a la población civil han generado el desplazamiento forzoso de cerca de 3.8
millones de colombianos (8.4% de la población) durante el periodo comprendido entre 1999
y 2011. Los desplazados provenían en su mayoría de áreas rurales y llegaron a las ciudades.
El desplazamiento forzoso provocó la pérdida activos físicos (la tierra y las mejoras de los
predios), la depreciación del capital humano pues su habilidad en producción agropecuaria no
es valorada en las ciudades, el acceso limitado a los mercados financieros y el debilitamiento
de sus redes sociales. La población desplazada enfrenta dificultades significativas para
recuperarse de la pérdida de activos y salir de la pobreza y los mercados laborales urbanos no
han sido efectivos para absorber esta oferta laboral adicional (Ibáñez y Moya, 2009a, 2009b).
Por otro lado, la población que decide permanecer en las zonas de conflicto también enfrenta
caídas en sus ingresos, tal vez más sutiles y, por lo mismo, más difíciles de reparar. Poco se
sabe acerca de los impactos económicos del conflicto sobre esta población. La primera etapa
de la ELCA contiene información valiosa que permite explorar estos impactos.
Los resultados de estudios que estamos realizando con un grupo de colegas muestran que el
conflicto tiene un efecto importante sobre el ingreso de los hogares rurales. Primero, reduce
la producción agropecuaria e inhibe la inversión productiva, lo cual lleva a los hogares a
recurrir a los mercados laborales. Pero estos mercados laborales, que son poco dinámicos, no
absorben la oferta laboral adicional y los hogares terminan en un equilibrio de menor
producción, menos horas de trabajo y menores ingresos (Fernández et al, 2011). Segundo, la
violencia aumenta los costos de producción y transacción y circunscribe las transacciones a
los mercados locales. Tercero, las redes sociales se debilitan y, con ello, los mecanismos
informales de aseguramiento contra el riesgo. Como resultado, los hogares cuentan con un
número reducido de alternativas para mitigar los costos económicos del conflicto. Al observar
hogares que residen en regiones con una presencia prolongada de los grupos armados ilegales,
encontramos que sus reacciones frente a choques de violencia son mínimas pues están
acostumbrados a vivir en el conflicto y ajustaron su producción a bajos niveles y con poca
inversión de riesgo para evitar expropiaciones o pérdidas futuras.