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EL ABISMO SE REPUEBLA
Traducción de Tomás González López
https://www.pepitas.net/
http://www.solidaridadobrera.org/ateneo_nacho /biblioteca.html
ÍNDICE DE CONTENIDO
Prólogo
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
30 de agosto de 2016.
«Tentacular y devoradora, desfigurada por la
contaminación, la capital de la miseria absorbe ciudades
enteras a medida que se extiende. ¿Es todavía
administrable la mayor megalópolis del mundo?. Hace
ya mucho tiempo que el sueño industrial se ha tornado
pesadilla. (...) Cientos de miles de sin techo viven en las
calles, durmiendo donde pueden. Se matan entre ellos
por un cuchitril cualquiera, por cualquier anfractuosidad
bajo los nudos que forman las autopistas. (.) Sao Paulo
no es una ciudad del tercer mundo. Desde muchos
puntos de vista es incluso, con un crecimiento
económico entre 4 y 6 por ciento, una ciudad
excepcionalmente rica que concentra las principales
rentas del país. Según una encuesta oficial, “en el año
2000, el grupo social más importante será el formado
por 4 millones de adolescentes salidos de los barrios
pobres, mal alfabetizados, subalimentados e
inadaptados al mercado de trabajo”.»
Tal vez haya alguien que se extrañe por tales palabras, que,
además, encontrará muy exageradas, teniendo en cuenta que
existe una censura casi total sobre este asunto; censura no
significa aquí que los hechos sean ocultados o negados, sino
que, una vez admitidos, lo son siempre retocados, adaptados a
interpretaciones tranquilizadoras y, por último, edulcorados
hasta el punto de perder todo significado. De modo que, se
podrá objetar que esta brutalidad de los comportamientos
juveniles no es otra cosa que una nueva forma del viejo conflicto
generacional o, incluso, que muchas veces se trata de la
expresión de un odio de clase, sin duda poco consciente de sus
motivos, pero que a pesar de todo, los tiene y buenos en el no
menos viejo conflicto entre pobres y ricos. La primera objeción
es la más débil: el que hubiera un conflicto generacional
supondría que hubiera generaciones, lo que desmiente la
igualación de experiencias y comportamientos. Aún ayer, la
sociedad de masas dominada por aparatos burocráticos
toleraba en la juventud un alejamiento relativo de la norma, más
bien como un período de prueba que permitía la selección de los
oportunistas más dotados. En lo sucesivo, ese resto de sórdida
sabiduría burguesa («Todos hemos sido jóvenes alguna vez») se
ha desvanecido, junto con la conciencia del tránsito de una vida
que conservaba a su manera: a cualquier edad se debe ser capaz
de todo lo que exige la demanda social de creativa participación
en el dinamismo de la economía, teniendo en cuenta la gran
cantidad de ocasiones que se presentan y los pelotazos que se
pueden dar. Ante esta exigencia, ningún tipo de individualidad
podría subsistir, ni siquiera cronología individual alguna: un niño
hablará como un anciano sentencioso acerca de los ingresos de
sus padres y de sus relaciones conyugales, un anciano se
divertirá como un niño con sus sonajeros electrónicos. Y lo que
llaman «tercera edad» se manifiesta precisamente, por la
vestimenta y las ocupaciones, como el acceso a una juventud
por fin completa, a un tiempo libre indistintamente esclavizado
por todos los productos de la industria del ocio.
G. ORWEL, 1984