Arrastrado por la adversidad, Napoleón Jiménez se fue a
vivir a una casita de un dormitorio frente al cementerio «El Pajonal», sintiendo que él era como aquella basura que, oleaje tras oleaje, iba dejando el mar en un recodo de la playa de Búzios, allá por el 1990, cuando era feliz. Abstraído de sí, escuchó mágicamente la canción húmeda que el mar le susurraba al oído; la algarabía del sol desbaratado en millones de puntos luminosos sobre el agua, los gritos de la gente feliz y la sensación de libertad que le entregaba la arena. En las bolsas de plástico con palpitaciones de marea y en las revolcadas latas vacías de gaseosa y cerveza, se vio a sí mismo convertido en el residuo de esa humanidad bronceada y riente, Pero cuál es la música de uno. Napoleón pensó que la música de uno, la entrañable, es aquella que nos acompaña en el despertar del amor, aun si no se tiene a quién amar.Recordó a Aznavour y una de sus canciones, que hablaba de una pareja de enamorados pretendiendo salir a festejar su aniversario de bodas. De esa canción siempre le gustó la música, y la letra contaba una historia de amor, que era su propia historia de soñada convivencia con una mujer amada en aquellos años, cuando él se asomaba a la adultez; y décadas después fue una canción que valoraba la sencillez de lo cotidiano convirtiéndolo en extraordinario, Eran las siete de la noche cuando Napoleón creyó que sabía lo que tenía que hacer. Explicaría, mintiendo, los motivos por los que la vendía, y ante las indirectas de sus hijas, dejaría en claro que había hecho todo lo posible por ser tolerante con los habitantes del vecindario. Abandonaría el Café Internet y caminaría con inquietud por el centro, sintiéndose un extranjero, y en su extranjería trataría de ubicar escenas de su infancia en esa Plaza 24 de Septiembre, para atarse a ellas como un náufrago a un madero y salvarse de morir ahogado en el desarraigo.Asustado, se detendría frente a la basílica menor de San Lorenzo y se persignaría para sacudirse así el polvo de los muertos. Escaparía. Le pediría un giro extra a sus hijas para pagarse un cuarto de pensión y vivir cerca de la Catedral y al amparo de Dios. Se desentendería de «El Pajonal» y de sus difuntos.