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Significante. Está constituido por las palabras técnicas utilizadas en la exposición de la verdad
de fe.
Significado. Está constituido por los contenidos de los significantes (naturaleza es lo que une
en Dios, y es la misma en las tres personas; persona es lo que diferencia al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo entre sí, y al mismo tiempo lo que los sitúa en comunión; procesión es el orden
existente entre las tres divinas personas, el Hijo procede del Padre, y el Espíritu santo, del Padre y
del Hijo.
Significación. Es el contenido afectivo, la vibración valorativa que cada término (significante
y significado) produce en nuestra vida. Dentro de las significaciones es donde surgen las
imágenes y los símbolos mediante los que nos relacionamos con el misterio trinitario.
El Padre se revela como amor porque la relación de Jesús a los hombres es amor, y esta
relación nace de la relación de Jesús con el Padre que lo envió. Si Jesús es pura referencia al
Padre en sus obras (Jn 5,19.30) y en su doctrina (Jn 7,16), si Jesús y el Padre son uno (Jn
10,30.38), y Jesús se revela como el Hijo entregado por amor y que se entrega por amor, esa
referencia amorosa al Padre es la esencia de Jesús el Hijo eterno, por tanto el Padre es amor en
referencia al Hijo, es la kénosis eterna del amor, de la que la entrega trinitaria de la cruz es el
signo per speculum in aenigmate (1 Cor 13, 12).
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3. ¿Cómo hace presente la Iglesia el misterio Trinitario, y cómo me implica la fe en la
Trinidad personal y comunitariamente?
Para hacer presente el misterio en la Iglesia tenemos que adentrarnos en algunas claves
hermenéuticas propias, por ejemplo; la humildad, porque no siempre se alcanza a reconocer el
misterio, pero si podemos retener palabras y conceptos, para después hacerla vida con los demás.
Además de tener en cuenta la solidaridad que respetando y aceptando a quien es diferente porque
no tiene que ser como uno mismo, sin excluirlo siendo solidario, estar siempre presente con el
otro en una apertura de donación, el misterio nos está gritando hacer valer la dignidad de la
persona, humanizando nuestras relaciones siendo empáticos con el otro.
Nuestra asimilación de la fe, nos pide una identificación con Cristo, siendo un proceso de
ontologización e identificación, tendría que hacer falta un reglamento de comportamiento. Solo
así podríamos glorificar a Dios haciendo las cosas bien.
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Ese mismo Espíritu es derramado luego por el Padre en la hora pascual para que se realice la
reconciliación, el retorno a la patria divina prometida, en la que podrán entrar ahora también los
pecadores, con los que el Hijo se ha hecho solidario. El mismo Cristo es el que recibe del Padre el
poder dar el Espíritu Santo. En la riqueza y en la variedad de sus dones (cf. 1 Cor 12, 4-30), el
más grande es el amor (cf. 1 Cor 13, 13), suscita y hace crecer la unidad del cuerpo eclesial, en el
que se refleja la unidad trinitaria: “Hay diversidad de carismas, pero uno sólo es el Espíritu: hay
diversidad de ministerios, pero uno sólo es el Señor; hay diversidad de operaciones, pero uno
solo es Dios, que lo hace todo en todos” (1 Cor 12, 4-6).