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Cómo descubrí que era arte y no diseño

Ana María Avellaneda, ana.avellaneda@udea.edu.co

Crecí en un ambiente caótico y violento. El divorcio de mis papás, el país que se llenaba de
muertos y de bombas, yo que asumía el rol de ser la mamá de mi hermana.

Desde muy pequeña dibujé para entender lo que fuera: era mi manera de observar y
construir. En mi dificultad por conciliar lo que pienso y lo que siento, dibujar era la forma
de pensar y sentir al mismo tiempo.

Cuando cumplí 9 y mi mundo dejó de ser mundo y yo dejé de ser yo: me aislé para
sobrevivir. Dibujar, pintar y modelar se convirtió en lo que yo tenía para mantener el orden
en medio del caos.

Por esa misma época mi papá me llevó a la Facultad de Artes de la U. Nacional en Bogotá.
Era momento de entregas y había maquetas en el primer piso. Me enamoré. Le pregunté
qué era eso y me dijo que eran trabajos de diseño industrial, ahí decidí lo que quería
estudiar.

Terminé el colegio y comencé diseño. Llegó el tercer semestre y aun esperaba lo que vi ese
día de entregas. Eso nunca llegó. Mis ganas de recrear el mundo comenzaron a morir,
parecía que lo que yo hacía no era lo suficientemente bonito para ser diseño, siempre
criticaban porque mi trabajo era demasiado expresivo y sucio.

Por muchos años paré de dibujar, aun me cuesta mucho; me dediqué a dar clases de español
para extranjeros y a hacer diseño web. El diseño web se unió a algo con lo que también
crecí: la estampación y los textiles, así comencé a trabajar en estampación digital textil.

Llegué a Medellín por Colombiatex y cuando decidía quedarme, mi papá decidía no vivir
más. Cuando él murió me vine definitivamente a esta ciudad y volví a dibujar; necesitaba
sobrevivir de nuevo y como siempre, dibujar me permitió entender, elaborar un duelo que
parece eterno, y tratar de pensar y repensar la vida.

Finalmente supe lo que que había visto el día de entregas en la Nacho cuando tenía 9 años.

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