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Representacion y Cultura Audiovisual en La Sociedad Contemporanea
Representacion y Cultura Audiovisual en La Sociedad Contemporanea
y cultura audiovisual
en la sociedad
contemporánea
Representación
y cultura
audiovisual
en la sociedad
contemporánea
Elisenda Ardèvol
Nora Muntañola
(coordinadoras)
Diseño del libro, de la portada y de la colección: Manel Andreu
© Joan Elies Adell Pitarch, Elisenda Ardèvol Piera, Josep Lluís Fecé Gómez, Blai Guarné Cabello, Nora Muntañola
Thornberg, Cristina Propios Yusta, Marta Selva Masoliver, Anna Solà Arguimbau, del texto
© 2004 Editorial UOC
Aragó, 182, 08011 Barcelona
www.editorialuoc.com
ISBN: 84-9788-015-3
Depósito legal:
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada,
reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio,sea éste eléctrico,
químico, mecánico, óptico, grabación, fotocopia, o cualquier otro, sin la previa autorización escrita
de los titulares del copyright.
Coordinadoras
Elisenda Ardèvol Piera
Antropóloga social y cultural, doctora en Filosofía y Letras por la UAB. Ha sido Visiting Scholar del
Center for Visual Athropology de USC en Los Ángeles, y actualmente es profesora de los estudios de
Humanidades y Filología de la Universitat Oberta de Catalunya. Desarrolla su investigación en el
campo de la antropología visual, cine y vídeo etnográfico, cibercultura y comunidades virtuales.
Autores
Índice
Presentación ................................................................................................... 13
Introducción .................................................................................................. 17
1. Aprender a mirar ...................................................................................... 18
1.1. Imagen y contexto ............................................................................. 19
1.2. La mirada etnográfica ......................................................................... 19
1.3. La fotografía como cruce de miradas ................................................. 23
2. La antropología visual ............................................................................. 25
2.1. La dualidad de las imágenes ............................................................... 26
2.2. El pensamiento simbólico .................................................................. 29
2.3. Formas visuales y prácticas sociales ................................................... 30
3. La visión: experiencia y metáfora............................................................ 33
3.1. Visiones parciales ............................................................................... 35
3.2. La imagen del anthropos ...................................................................... 38
Resumen ......................................................................................................... 46
© Editorial UOC 8 Representación y cultura audiovisual...
Introducción .................................................................................................. 47
1. Construir la diferencia ............................................................................. 48
1.1. La cuadrícula ordena el mundo ......................................................... 50
1.2. La necesidad de clasificar ................................................................... 57
1.3. El dominio de los binarismos ............................................................. 63
1.4. Nominar como estrategia de poder .................................................... 69
2. Representar la diferencia ......................................................................... 73
2.1. La representación de la realidad ......................................................... 74
2.2. Las formaciones discursivas ............................................................... 76
2.3. Los regímenes representacionales ...................................................... 82
2.4. El estudio de la representación del otro ............................................. 93
3. Significar la diferencia ........................................................................... 104
3.1. Las estrategias representacionales .................................................... 104
3.2. El control de la diferencia ................................................................ 113
3.3. El reto de la diferencia ...................................................................... 117
Presentación
que pensamos y sentimos que somos. El telenoticias no sólo nos informa de qué
ocurre en el mundo, nos ayuda a representarlo, a explicarlo y a experimentarlo
de una forma o de otra, nos lleva a considerar una vía de acción como posible y
conveniente, o como utópica e irrealizable; por ello afirmamos que la informa-
ción nunca es neutra. Las imágenes configuran nuestro entorno, tienen efectos
reales sobre la conciencia y sobre la acción humana, sobre nuestras relaciones so-
ciales y con el medio natural, sobre nuestra percepción de los otros pueblos y de
nuestra identidad; por esto decimos que constituyen la realidad en que vivimos.
Los diferentes capítulos que configuran este manual han sido elaborados en
un diálogo entre antropólogos y teóricos de la comunicación audiovisual. Nues-
tra propuesta, centrada en los aspectos sociales y culturales de la formación y
circulación de imágenes, es la de implicaros en un análisis crítico de las prácticas
colectivas en su producción, tratamiento y circulación. Un fruto de esta con-
fluencia interdisciplinaria es la citación de autores comunes que, procedentes de
uno u otro campo de las ciencias sociales y humanas, traspasan las fronteras de la
especialización académica. Estas referencias entrecruzadas forman la trama del te-
jido teórico de esta exploración transversal, en la que no se trata de ofreceros un
viaje programado, con la presentación gradual y progresiva de los contenidos, sino
de que os presentemos distintas líneas de pensamiento en torno a una reflexión
común. Por lo tanto, os pediremos vuestra participación activa para establecer el
orden de lectura de modo que recorráis el itinerario a vuestra medida.
El capítulo Visualidad y mirada: el análisis cultural de la imagen encara el estu-
dio cultural de la imagen como mirada y como visión, es decir, como forma de
conocimiento a partir del sentido de la vista. En este apartado es importante la
reflexión sobre el desplazamiento de la fotografía desde la perspectiva reproduc-
tora y mimética hacia el concepto de mirada. Introduciremos la perspectiva an-
tropológica en el análisis de la imagen como símbolo y también veremos cómo
se perfila una propuesta para la investigación empírica en el estudio de los as-
pectos visuales de la cultura y de las prácticas sociales. Finalmente, trataremos
del sentido de la vista, su dimensión física y su dimensión social, para aproxi-
marnos después a una reflexión crítica sobre la ciencia del hombre y la necesi-
dad de introducir la experiencia subjetiva y el cuerpo en el análisis de la cultura
y en la comprensión del anthropos, como imagen de la especie humana.
El capítulo Imágenes de la diferencia: alteridad, discurso y representación anali-
za las pautas culturales que organizan nuestra percepción del mundo y la forma
© Editorial UOC 15 Presentación
Capítulo I
Visualidad y mirada
El análisis cultural de la imagen
Elisenda Ardèvol Piera
Nora Muntañola Thornberg
Introducción
Este capítulo abre el camino a las ideas que se desarrollan en los capítulos si-
guientes. Se trata de introducir una reflexión crítica sobre la visualidad y las formas
de mirar desde una perspectiva social y cultural.
En primer lugar, empezaremos por analizar la mirada y su relación con el
conocimiento, para después ver cómo las imágenes que construimos no sólo
responden a patrones culturales específicos, sino que nuestra mirada tam-
bién es educada teniendo en cuenta prácticas muy concretas, como por
ejemplo nuestra profesión.
En segundo lugar, nos aproximaremos al tratamiento que desde la antropo-
logía se ha hecho de la imagen hasta ofrecer una perspectiva actual. Hay que se-
ñalar que el estudio antropológico de la imagen se ha centrado especialmente
en las áreas de la antropología de la religión y de la antropología del arte, enten-
diendo la imagen a partir de su conceptualización como símbolo estructurador
de la experiencia. La imagen no ha sido objeto de estudio por sí misma, pero a
partir de la antropología simbólica y de la antropología estructuralista, de la
mano de Lévi-Strauss y Edmund Leach, también ha fecundado los estudios so-
bre comunicación y semiótica, lo cual hizo dar un giro importante hacia el es-
tudio de la relación entre cultura y comunicación.
El trabajo sobre fotografía, cine y vídeo como productos culturales se ha focali-
zado en un campo de estudio conocido como antropología visual, que también ha
intentado reivindicar la importancia de los aspectos visuales en la investigación
© Editorial UOC 18 Representación y cultura audiovisual...
1. Aprender a mirar11
Vemos cada tarde cómo se pone el sol y, sin embargo, sabemos que es la Tierra
la que gira. En el libro Ways of seeing, John Berger nos incita a la reflexión poética
sobre la forma en que lo que sabemos o lo que creemos saber afecta a nuestra mira-
da, abriéndonos un camino hacia el análisis histórico, cultural y contextual de la
obra de arte, de la producción de imágenes visuales.
Para Berger, lo que sabemos afecta a lo que miramos, de modo que nunca vemos
el objeto por sí mismo, sino que la relación que establecemos con este objeto inter-
viene en nuestra mirada. Cuando miramos una pintura o una fotografía, miramos
cómo ha mirado el artista y, al mismo tiempo, ponemos en juego nuestro conoci-
miento sobre cómo debemos mirar una obra de arte. Una pintura o una fotografía
son miradas recreadas o reproducidas en la tela o en el papel. Cada imagen corpo-
raliza una forma de mirar. La forma en que miramos depende, en buena medida,
de lo que hemos aprendido a buscar o de lo que esperamos encontrar. Al mirar una
imagen, miramos una forma de mirar y nuestra relación con la mirada.
Una fotografía o una pintura son siempre una selección y una abstracción del
entorno, una descontextualización de la inmediatez del momento. La forma de
mirar una imagen implica siempre una recontextualización del objeto representa-
do. Pensemos, por ejemplo, en la fotografía de una máscara de Rangda, la terrible
bruja de los cuentos balineses; imaginemos que esta fotografía es de Henri Cartier-
Bresson y está expuesta en un museo de arte contemporáneo. La imagen será mi-
rada y valorada, entonces, en términos de nuestras asunciones sobre el arte, presu-
puestos relacionados con la belleza, el genio artístico, la civilización, el gusto o el
estatus social que se supone que debemos tener para apreciar una obra de arte de
estas características. Seguramente, también buscaremos la expresión del artista, y
supondremos una intencionalidad del genio creador expresada en su composición
formal o en su selección y disposición de los objetos para ser mirados.
Éstas y otras asunciones e inferencias dirigen nuestra mirada y al mismo
tiempo configuran nuestro conocimiento sobre qué es el arte y qué podemos es-
perar encontrar en un museo de arte contemporáneo. De hecho, es este conoci-
miento social, implícito y explícito, lo que hace posible nuestra valoración,
interpretación y reconocimiento de una obra de arte; conocimiento tácito, no ne-
cesariamente verbalizado, que muchas veces los artistas juegan a provocar hasta
desorientar a los espectadores no iniciados. Sin embargo, esta apreciación artís-
tica puede ocultarnos otro tipo de conocimiento, puede escondernos el sentido
concreto de la producción de la máscara original, la figura de Rangda en su con-
texto cotidiano, en el conjunto de la sociedad y la cultura balinesa y, en defini-
tiva, el significado que los balineses dan a sus prácticas, a sus imágenes.
Esta misma fotografía de una máscara balinesa podría estar exhibida en un mu-
seo de etnología. Si recontextualizamos la imagen, su sentido cambia. La fotografía
que ahora se expone allí, en una vitrina junto a la máscara original, no quiere ser
juzgada por sus cualidades estéticas, ni tampoco quiere despertar en nosotros nin-
© Editorial UOC 20 Representación y cultura audiovisual...
Rangda y Barong
Este ritual fue fotografiado por Henri Cartier-Bresson, durante un viaje que realizó
a Indonesia en 1949, y también por el antropólogo Gregory Bateson, en 1937. El
fotógrafo busca captar la belleza y dramatismo del gesto. Para el antropólogo Gregory
Bateson, este ritual sin ganadores ni vencidos muestra la constante búsqueda del equili-
brio en la sociedad balinesa; para Margaret Mead, es la lucha eterna entre el bien y el
mal, entre la prosperidad y la desgracia. Clifford Geertz remarca que la escenificación de
esta lucha no se construye como un espectáculo que hay que observar, sino como un
ritual en el que hay que participar. No existe distancia estética entre el público y
los actores. Geertz insiste en decirnos que para los balineses las dos figuras no son
representaciones de algo, sino presencias, corporalizaciones de principios vivos y
© Editorial UOC 21 Capítulo I. Visualidad y mirada
Hay que aprender a mirar una fotografía etnográfica como se aprende a mirar
y a valorar una obra de arte o a interpretar un anuncio publicitario. Es necesario
aprender a preguntar a las imágenes. El problema de fondo es la creencia de que
la fotografía o bien es un registro plano, una evidencia o un dato objetivo, o es
una obra de arte, que nos muestra la mirada subjetiva o intencionada del artista.
El conocimiento antropológico no es autoevidente en las fotografías, pero es im-
plícito en la forma de mirar del etnógrafo y en su contextualización de la imagen.
Las fotografías en el contexto de un museo etnológico o en un libro de antropología
deben interpretarse en el conjunto del desarrollo de la teoría antropológica y de la
práctica etnográfica.
El valor de las fotografías etnográficas no está en su calidad estética como
obra de arte, sino en el conocimiento que el etnógrafo genera a partir del estu-
dio, producción y análisis de estas fotografías en el conjunto de muchas otras,
y en el contexto de su trabajo de campo y de su conocimiento de la sociedad
© Editorial UOC 22 Representación y cultura audiovisual...
La fotografía es mucho más que una imagen, entendida como una copia o re-
producción del mundo real, es un espacio de negociación de poder y de identida-
des, un espacio de reflexión teórica y metodológica, un medio de comunicación
intercultural, un vínculo social, un medio de descubrimiento, un campo de experi-
mentación.
© Editorial UOC 24 Representación y cultura audiovisual...
2. La antropología visual
“Para nosotros la semejanza consiste en una relación entre dos objetos de los cuales
uno reproduce el otro. Nuestra imagen, lo mismo que nuestra sombra, que es nuestra
imagen en el suelo, o el reflejo de nuestra persona en el agua, resulta algo exterior a
nuestra persona. La imagen es ciertamente una reduplicación de nosotros mismos y
en este sentido nos afecta muy de cerca. Decimos al mirarla: ‘soy yo’. Pero sabemos
al mismo tiempo que experimentamos con ello una semejanza, no una identidad. Mi
imagen tiene una existencia distinta a la mía y su suerte no tiene influencia alguna
sobre mi destino. Para la mentalidad primitiva sucede de otro modo. La imagen no
es una reproducción del original distinto a éste. Es este mismo original [...] la imagen,
lo mismo que la pertenencia, es consustancial al individuo. Mi imagen, mi sombra,
mi reflejo, mi eco, etc. soy yo mismo –y hay que entender esto al pie de la letra. Quien
posea mi imagen me tendrá en su poder.”
L. Lévi-Bruhl (1927). El alma primitiva (pág. 129). Barcelona: Ediciones Península, 1985.
Lévy-Bruhl nos plantea la relación entre el hombre y sus imágenes como una
prolongación de la identidad personal, más que como portadora de poderes espiri-
tuales o como vehículo de ideas o conceptos. La relación de la persona con su ima-
gen es vinculante: lo que suceda a la imagen pasará a la persona, y viceversa. La
relación con la imagen de uno mismo parte de un aprendizaje cultural y se confi-
gura en la interacción social, en la vida cotidiana. La forma en que tratamos nues-
tras imágenes se aprende mirando a los otros, y este aprendizaje no sólo nos
configura pautas de comportamiento “externas”, sino también la manera en que
experimentamos nuestra propia subjetividad.
La relación que establecemos entre la imagen y el original no es inmediata o
natural, o basada en relaciones empíricas observables, iguales para todo el mun-
do, sino que está mediada por reglas de transformación y de interpretación que
son culturales.
La antropología de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, orientada ha-
cia la búsqueda de los orígenes de la humanidad y de las instituciones sociales,
reflexiona sobre la producción de imágenes a partir del estudio de la religión, el
ritual y la identidad personal entre los diferentes pueblos, reconoce las diferencias
culturales en las formas de entender las imágenes y de convivir con las mismas e
intenta establecer una tipología y una explicación racional.
Simplificando mucho, podríamos decir que la antropología clásica intenta
entender la relación entre el hombre y la imagen como un continuum entre dos
© Editorial UOC 28 Representación y cultura audiovisual...
En el proceso de popularización de la
fotografía, su uso como imagen simbólica
también se hace presente. La fotografía
evoca como retrato cualidades físicas
y personales de la persona representada,
como sombra, reflejo, que deja una
huella en la película impresionada.
© Editorial UOC 29 Capítulo I. Visualidad y mirada
Sobre la segunda mitad del siglo XX, muchos antropólogos se decantaron ha-
cia el estudio de este tipo de pensamiento simbólico –también entendido como
“emocional”, “irracional” o “mitológico”–, frente al pensamiento representa-
cional –“lógico”, “racional”, “histórico”–, pero alejándose ya de las tesis evolu-
cionistas y de las valoraciones racionalizadas. Según esta nueva perspectiva, la
capacidad simbólica de la especie humana estaría conectada a nuestra percep-
ción, a nuestra memoria y a nuestra cognición, entendiendo también su ver-
tiente valorativa y emocional anclada en la interacción y, por lo tanto, social.
El pensamiento simbólico todavía se opone al racional, pero ahora se considera
presente y necesario en toda organización social, ya que es lo que une la expe-
riencia personal con el orden colectivo.
“[el pensamiento es social y público] su lugar natural es el patio de casa, la plaza del
mercado y la plaza de la ciudad. Pensar no consiste en ‘cosas que pasan en la cabeza’
–aunque es necesario que pasen cosas en la cabeza y en otros lugares para que pensar
sea posible–, sino en el trasiego de lo que G.H. Mead y otros denominaron símbolos
significativos– en gran parte palabras, pero también gestos, poses, dibujos, sonidos
musicales, artificios mecánicos como por ejemplo los relojes, u objetos naturales
como las joyas.”
C. Geertz (1973). La interpretación de las culturas (pág. 52). Barcelona: Gedisa, 1987.
La vista y lo que percibimos ver son dos elementos clave para una reflexión
sobre la visión desde la antropología. En el apartado anterior hemos reflexiona-
do sobre la mirada y cómo se construye culturalmente el sentido de una ima-
gen, pero ¿cómo se relacionan ver y mirar? A continuación, examinaremos qué
nos puede aportar, desde una perspectiva antropológica, una reflexión sobre el
acto mismo de ver; la acción de percibir por los ojos los objetos mediante la ac-
ción de la luz, siguiendo la definición de la Real Academia Española. La forma
de comprender y representar el ver también es una mirada, por esta razón en
este apartado trataremos del ver como sentido, experiencia y metáfora.
Al analizar las relaciones entre imagen y cultura nos hemos preguntado so-
bre cómo miramos y sobre las particulares maneras de mirar. Sin embargo, no
hemos analizado las fronteras fisiológicas del ver, cómo se construyen nuestras
visiones, cómo entendemos el sentido de la vista. Uno de los objetivos de este
apartado es detenernos en el ver y resaltar las diferencias entre el ver sin la in-
tencionalidad del mirar, es decir la facultad de ver y la naturalidad con la que la
vista concentra la atención al encontrarse frente a un foco de interés inmediato,
distinguiéndolo de la mirada, que no se encuentra en el ámbito fenomenológico
del ver, sino del mirar. Como expone Josep Maria Català Domènech en el artículo
“La mirada rebelde” (2003): “La mirada es pues una construcción compleja, com-
puesta de una voluntad y del gesto que pone en relación la vista con un determi-
nado objeto cuyo interés precede subjetivamente a su visión propiamente
dicha”. La diferencia entre el mirar y el ver a menudo se acepta como un axio-
ma, de la misma forma que se asimilan, sin reflexionar a fondo, las definiciones
de ver y mirar que difunde el diccionario de la Real Academia, siendo el mirar la
función de aplicar la vista a un objeto. Siguiendo las definiciones del diccionario,
© Editorial UOC 34 Representación y cultura audiovisual...
todos los animales que no son ciegos ven. Sin embargo, no todos ven ni tampoco
todos miran de la misma manera.
Una manera de aproximarnos a la visión es, precisamente, a partir de exa-
minar qué sucede cuando esta falla. Se trata de llamar nuestra atención hacia
las disminuciones físicas de la vista y cómo estas afectan a la visión. Por ejem-
plo, cuando un anciano pierde parcialmente la facultad de la vista, ve más a
través de lo que recuerda, de la memoria visual, que de lo que es capaz de vi-
sualizar a través de su nervio óptico. Si su ceguera se debe a problemas circula-
torios o a una mácula en la retina, posiblemente haya perdido casi totalmente
la visión central y tenga que acostumbrarse a depender de la visión periférica.
Ver desde el centro o desde la periferia implica una diferencia consistente, aun-
que no se pueda hablar de visiones totalmente periféricas o completamente
céntricas.
¿Cómo ve el mundo, a sí mismo y a los otros, un ser humano anciano que ve sombras
en lugar de caras con rasgos perfilados? Es decir, un individuo con realidades cercanas
siempre desenfocadas. Según una anciana con pérdida de un 90% de la visión central,
considerada por la institución de salud pública como legalmente ciega, “ver es una
sorpresa cotidiana”. A veces no sólo no puede enfocar, que es la característica primor-
dial de los que pierden la visión central, sino que su vista varía considerablemente
según las condiciones de luz e iluminación de su entorno inmediato. Según la canti-
dad de luz que su retina asimila, y dependiendo de dónde le llega esa luz, ve formas
más o menos amorfas y sombras más intensas o más suaves. Como nos explica la fi-
losofía japonesa tradicional, si lo importante no es la luz sino el juego de las sombras,
la anciana “juega” con sus sombras, rescata la luz de la nebulosidad en la que se en-
cuentra e intenta enfocar. Sin embargo, no puede. Como su problema es circulatorio,
dependiendo de la sangre que le llega al cerebro y del deterioro de su nervio óptico,
puede ver algunos objetos con más o menos claridad. Al no poder enfocar, se acos-
tumbra a distinguir a las personas y a los objetos familiares reconociendo elementos
característicos de las personas conocidas y del entorno familiar. De este modo, las for-
mas reconocibles y reconocidas se van moldeando en su visión. Estas imágenes aca-
ban construyendo un universo de recuerdos, de memorias visuales que le hacen ver
lo que fisiológicamente no puede ver.
Con su forma de ver, esta anciana marca no sólo una manera de percibir, sino un
cuestionamiento en profundidad de cómo las ciencias clasifican el mundo físico y el
entorno social en el que habitamos. Pese a no poder distinguir colores y tener muchas
dificultades con las distancias, la anciana es autónoma y puede salir sola a la calle.
¿Cómo lo consigue? Por un lado con la ayuda de la memoria visual, por el otro, con
© Editorial UOC 35 Capítulo I. Visualidad y mirada
la visión periférica que le permite, en ocasiones, al mirar de lado, o por el rabillo del
ojo, percibir nítidamente, una figura o un objeto. Además, para las grandes extensio-
nes, el horizonte o el firmamento, puede usar el 10% de visión central que aún tiene.
Otro ejemplo ilustrativo: un oftalmólogo especializado en retina me contaba que uno
de sus pacientes, un obrero de los ferrocarriles, empezó a perder la visión central a los
60 años. En una de las visitas le comentó que cada vez que intentaba enfocar veía so-
lamente las vías del tren. El oculista trató de calmar su ansiedad, explicándole que no
veía visiones sino que su memoria visual era más fuerte que su capacidad fisiológica de
visión. Tanto el obrero como la anciana han tenido que aceptar una serie de sorpresas
visuales que no siempre les han ayudado en su cotidianidad. A lo largo del proceso de
deterioro de su visión central han tenido que “ver de memoria”.
Al diferenciar entre el ver como percepción sensorial, vale decir la vista, y el mi-
rar como construcción cultural, se trata de relacionar algunos aspectos enmarcados
en las categorías fisiológicas y neurológicas necesarias para poder ver y cómo desde
las ciencias sociales y humanas se han interpretado estas insuficiencias. De este mo-
do, al desligar el problema de la disminución de la visión de los contextos cultura-
les donde surge y se hizo patente, no se trata de analizar el tema de la visión
desde la medicina o desde la oftalmología; solamente describir el fenómeno
visual desde la perspectiva de los padecimientos fisiológicos para, así, incluir-
los en el fluir de las metáforas culturales y sociales sobre la visión.
Esta incursión en un tema, ampliamente analizado desde la gnoseología
occidental, la semiología, la literatura, la teoría social del arte, entre otras dis-
ciplinas, no pretende ser un compendio sobre una nueva manera de ver las
insuficiencias fisiológicas desde el pensamiento antropológico, sino un abrir
las posibilidades de comprensión desde la antropología de aspectos específi-
cos del ver que están enraizados en las concepciones culturales que los han
hecho posibles. Al reflexionar sobre visiones parciales, en este caso parciales
debido a las insuficiencias físicas que afectan a la vista, marcamos un paran-
gón, una vez expuestas las distintas maneras de ver, entre lo parcial fisiológi-
© Editorial UOC 36 Representación y cultura audiovisual...
2. Ver Peter Sloterdijk (2001). Normas para el parque humano. Barcelona: Biblioteca de Ensayo Siruela.
3. Comentarios de Anna Tsing en un seminario de doctorado. Departamento de Antropología
Social, Universidad de California, Santa Cruz, EEUU, 1994.
© Editorial UOC 37 Capítulo I. Visualidad y mirada
tenemos que ser cuidadosos en lo que aceptamos como experiencias visuales como
consecuencia de un problema visual físico o las relacionadas con diversas formas de
ver. Sin embargo, no podemos eludir que ver nítidamente y poder enfocar son dos
características de la vista que todos deseamos mantener. Por lo tanto, la visión no
se puede encasillar en una serie de características incambiables, ya que no hay for-
ma de diferenciar diversas maneras de ver si no se pueden comparar y contrastar
unas con otras. Según ya apuntaba Gregory Bateson, nuestras imágenes son el pro-
ducto de complejas funciones sensoriales y cerebrales:
“Los procesos de percepción nos son inaccesibles; sólo tenemos conciencia de los pro-
ductos de esos procesos y, desde luego, son esos los productos que necesitamos. Estos
dos hechos generales son para mí el comienzo de la epistemología empírica: primero
que yo no tengo conciencia de los procesos de construcción de las imágenes que
conscientemente veo, y segundo, que en estos procesos inconscientes aplico toda una
gama de presupuestos que se incorporan a la imagen determinada.
Todos sabemos actualmente que las imágenes que “vemos” son en realidad fabricadas
por el cerebro o la mente. Pero poseer este saber intelectual es muy distinto de darse
cuenta de que verdaderamente es así.
Este aspecto se impuso a mi atención cuando visité a Adalbert Ames en Nueva York,
cuando estaba realizando experimentos de cómo dotamos a nuestras imágenes visua-
les de profundidad. Este oftalmólogo trabajaba con pacientes que padecían aniseico-
nía, vale decir en cuyos ojos se formaban imágenes de diferente tamaño. Ello le llevó
a estudiar los componentes subjetivos de la percepción de la profundidad. Fui pasan-
do de un experimento a otro. Cada uno de ellos incluía alguna especie de ilusión óp-
tica que afecta a la percepción de la profundidad. Cuando terminamos fuimos en
busca de un restaurante. Mi fe en mi propia formación de imágenes estaba tan con-
mocionada que apenas podía cruzar la calle; no me sentí seguro de que los automó-
viles que se acercaban estaban realmente en cada momento donde parecían estar.”
G. Bateson (1980). Espíritu y naturaleza (págs. 28-33). Buenos Aires: Amorrurtu, 1990.
4. Nancy Scheper-Hughes (1996). Death Without Weeping. Berkeley: California University Press.
Scheper-Hughes analiza diferentes formas de ver, en su etnografía sobre cómo madres brasileñas
viviendo en condiciones de extrema pobreza aceptan con alegría la muerte de sus bebés. La autora
insiste en que las emociones no se pueden ver, Según Scheper-Hughes, no se puede estipular que la
gente no sufre porque no expresa su tristeza y sufrimiento. Mas aún, no se puede constatar que no
saben que están sufriendo, o que se están defendiendo del sufrimiento, bloqueándolo.
© Editorial UOC 39 Capítulo I. Visualidad y mirada
Parte de la antropología física del siglo XIX y XX asumió este imaginario y, aun
aceptando que la antropología de 2004 es autocrítica, todavía no se ha erradica-
do del todo de esta disciplina “el gusto por la existencia del salvaje”. El hombre
y la mujer de 2004, como en la revolución neolítica, siguen impregnados por los
mitos de la naturaleza y por la voluntad de continuar mostrando su superioridad
ante otros pueblos. Como expone Andre Langaney,5 la antropología social y cul-
tural no puede evitar mostrar “la imagen hombre y su representación” desde la
perspectiva del investigador. Por lo tanto, aunque el investigador sea autocrítico,
su forma de verse y de ver a los otros va a estar muy condicionada por el contexto
académico y por las fronteras que este construye, así como por el contexto his-
tórico y cultural en el cual se desarrolla esta visión. Sin embargo, la imagen del
anthropos ha pasado por múltiples transformaciones, que han provocado una re-
flexión general y radical del etnocentrismo implícito en buena parte de la antro-
pología física, social y cultural contemporánea.
5. André Langaney y otros (1999). La más bella historia del hombre. Santiago: Editorial Andres Bello.
© Editorial UOC 40 Representación y cultura audiovisual...
para permitirnos “pensar hoy que los términos de locura / sensatez,” como dice
Edgar Morin, “no se excluyen más que en ciertos niveles, y no en todos, no en
los más fundamentales; hay que pensar, en fin, en términos complejos estos pro-
blemas urgentes que nos importan”.6
Las representaciones, símbolos, mitos, ideas están englobadas por las nociones
de cultura. Constituyen la cultura; son su memoria, sus saberes, sus programas,
sus creencias, valores y normas. En este universo de signos en el que vivimos los
seres humanos, las ideas son las mediadoras en las relaciones humanas, con la so-
ciedad y con el mundo.7 Desde este sistema hemos construido las ciencias y, a pe-
sar de su evidencia, pocas han querido conocer la categoría más objetiva del
conocimiento, la de la que conoce. Curiosamente, en antropología seguimos bus-
cando verdades objetivas, que vayan más allá de su propia historicidad y sus oríge-
nes culturales, humanos. Es por ello que hay que insistir en la urgente necesidad de
revisar, profundamente, los principios sobre los cuales hemos construido nuestra
noción de realidad y los sistemas de verdades que fundamentan nuestros conoci-
mientos “científicos” sobre el ser humano. Para buscar nuevas alternativas, no ya en
lo claro y lo distinto, sino en lo obscuro y lo incierto, no ya desde el conocimiento
seguro, sino desde la crítica de la seguridad.
Actualmente, el gran reto para el conocimiento científico del anthropos es la
necesidad de abrirse al reconocimiento de una realidad en la que, individuos,
familias, sociedades, ciudades y naturaleza, todos ellos, están atravesados por la
diversidad y la distinción, interactuamos y nos retroalimentamos constante-
mente. Un elemento importante para definir el anthropos parece ser la capacidad
simbólica del ser humano y el uso del lenguaje. El lenguaje humano, de donde
sale el “ser” humano, nos hace visualizar tipos concretos de imágenes con las
que vivimos y, a partir de las cuales, organizamos la experiencia. Los seres hu-
manos experimentamos placer y dolor. Esta experiencia es central como orga-
nismos vivos. El concepto que filtra la voluntad del individuo es el cuerpo. El
cuerpo humano, situado en el centro de la percepción que tenemos de nuestro
universo, es el concepto en el que se encarna la idea de sociedad. Todo lo que
sucede en la vida del ser humano queda marcado en su cuerpo. No sólo los ta-
tuajes y las incisiones efectuadas durante un rito de iniciación, sino todas las ex-
periencias que vive durante su existencia.
En antropología se reitera la necesidad de estudiar el cuerpo humano desde
varias disciplinas, pero no se ha hecho de una forma continuada e integrada.
Varios estudios en el campo de la neurología han defendido la idea de que las
actividades sociales humanas pueden reducirse a procesos neurológicos y cere-
brales. Es decir, que desde una óptica reduccionista, algunos neurólogos, en los
Estados Unidos han defendido una postura hiperracional que opta por un re-
cuento neuronal de la conciencia humana.8 En 1999, Lakoff y Johnson ofrecie-
ron un informe sobre el proceso de concientización y conceptualización
basados en una serie de estructuras neuronales en el cerebro. Estas estructuras
las denominan “el inconsciente cognitivo”. Según Lakoff y Johnson, el cerebro
contiene estructuras neurológicas establecidas, y aceptan que las metáforas se
elaboran en nuestro cerebro fisiológicamente debido a la naturaleza de nuestro
cerebro, de nuestro cuerpo y del mundo en el que habitamos. Según esta posi-
ción reduccionista, se acepta que aun no siendo innatas, las metáforas que te-
nemos la posibilidad de aprender son limitadas en número y se dispersan por
el planeta “saltando de cerebro en cerebro”. Según estas posiciones, y explicado
de una forma muy sencilla, debido al número limitado de categorías y metáforas
que podemos admitir en nuestro cerebro, no las podemos cambiar fácilmente.
De esta manera, estamos reduciendo la diversidad humana a un universal que
implica un funcionamiento cognitivo igual en todos los seres humanos, con
una gama de metáforas recurrente y limitadas.
La crítica más efectiva desde la antropología social al reduccionismo de los
neurólogos ha consistido en revisar las variaciones culturales. Aunque los proce-
sos cognitivos sean los mismos, todas las culturas no entienden, ni conceptuali-
zan de la misma forma la emotividad, el afecto o el significado dado a las cosas
o a las acciones. Por tanto, postular por una experiencia física universal como
base de metáforas recurrentes, emplazada en hendiduras específicas del cerebro
humano, es reduccionista, aunque ha ido ganando adeptos en el campo de los
neurocientíficos y de la inteligencia artificial. Para los antropólogos sociales, sin
embargo, esta tendencia a no tomar en cuenta la dimensión social de la expe-
8. George Lakoff y Mark Johnson (1999). Philosophy in the Flesh: Embodied Mind and Its Challenge to
Western Thought. Nueva York: Basic Books.
© Editorial UOC 44 Representación y cultura audiovisual...
mano por las imágenes nos recuerda que la mayor parte de las actividades que
realizamos implican ver. Hay que ver con cuidado cómo entendemos la visión y
la percepción; ver más intensamente o ver con tonos apagados, ver con perspec-
tiva o sin ella. Las formas de ver están ligadas irreductiblemente a nuestra visión
tanto ancestral como contemporánea de las imágenes y las representaciones de
nuestros cuerpos y nuestras vidas.
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Resumen
Capítulo II
Imágenes de la diferencia
Alteridad, discurso y representación
Blai Guarné Cabello
Introducción
1. Construir la diferencia
preguntas debamos añadir los motivos que obligan a una persona a dejar su país o
que le impidan regresar: motivos de tipo económico, de disidencia política, de di-
ferencia étnica, o de simple aventura. Poco a poco la parrilla de imágenes con la que
una empresa textil con conciencia etnoglobal obsequia a la ONU en su quincuagési-
mo aniversario singulariza en nuestras mentes los rostros de tres o cuatro jóvenes
determinados teniendo en cuenta el motivo que hayamos seleccionado. Redondee-
mos la pregunta: ¿Cuáles de estos jóvenes creemos que podrían ser considerados en
un paso fronterizo turistas y qué otros emigrantes?
Bien, podría argumentarse que estas preguntas condicionan una posible res-
puesta, ya que intentan establecer diferencias en un conjunto de imágenes que
se nos presentaba como una unidad. De hecho, la cuestión no es anecdótica. Lo
importante de esto radica en dos premisas: la primera es que hayamos asumido
como a priori incuestionado que entre diferencia fenotípica y procedencia geo-
gráfica deba establecerse necesariamente una correspondencia causa-efecto del
tipo “ser negro equivale a ser no europeo”; y la segunda es que por extensión se
pueda trazar la misma síntesis entre rasgos físicos y condiciones económicas o
políticas de ciertas zonas del planeta, estableciendo así los países del Tercer
Mundo como la zona de origen de algunos de estos jóvenes. Sin preguntarnos si
quizá todos ellos comparten piso en el Soho de Londres, hemos sido capaces de
responder a las preguntas identificando qué jóvenes son susceptibles de llegar a
ser emigrantes y qué otros turistas. Es decir, hemos podido identificar qué jóve-
nes sospechamos que pueden ser considerados clandestinos, ilegales, y qué otros
aventureros, y todo esto guiándonos sólo por su imagen física, por su “diferen-
cia”. ¿Podríamos incluso distinguir entre los que son ricos y los que son pobres?
Y la otra cuestión importante es que hayamos podido sentirnos violentos al ver-
nos forzados a encontrar diferencias, a discriminar entre un conjunto de imágenes
que se nos presentaban como asépticas, inocentes, sin habernos detenido a pensar
que su propia presencia responde a una selección previa mediante la cual aquellas
imágenes que no se han considerado como representantes de la belleza, la salud, o
el futuro global de una juventud exultante, han sido rechazadas.
La parrilla de imágenes con que Benetton retrata la juventud del planeta confor-
ma de este modo una mirada ideal y excelsa, que enmascara –en pro de una tram-
posamente paritaria celebración de la diversidad– la realidad de un mundo desigual
e injusto, más cercano a la iniquidad que al festival de colores con que se identifica
su marca.
© Editorial UOC 50 Representación y cultura audiovisual...
De hecho, la feliz seguridad que nos proporcionaba esta imagen hasta hace unos
segundos parece contener el germen de su propia perversidad. Mientras los turistas
puedan separarse claramente de los emigrantes o de los desplazados, los próximos
cincuenta años serán un paseo de tranquilidad. En el apartado “Representar la di-
ferencia” hablaremos de cómo el imaginario connotativo que se dispara en nues-
tras mentes al contemplar un anuncio como éste va más allá de lo que la misma
imagen denota. Ahora, sin embargo, lo que nos interesa señalar es cómo la diversi-
dad encajada en esta parrilla de ocho casillas responde a criterios de selección y no-
minación de un marcado cariz político, ideológico, estético y comercial, que no nos
deberían dejar menos indiferentes que las inquietantes preguntas del principio.
“Los sabios soportan la duda y el fracaso porque no les queda más remedio que hacerlo.
Pero el desorden es lo único que no pueden ni deben tolerar. Todo el objeto de la ciencia
pura es llevar a su punto más alto, y más consciente, la reducción de ese modo caótico de
percibir, que ha comenzado en un plano inferior y, verosímilmente inconsciente, con los
orígenes mismos de la vida. En algunos casos, podremos preguntarnos si la clase de orden
que ha sido forjada es un carácter objetivo de los fenómenos o un artificio creado por el
sabio. Este problema se plantea sin cesar, en materia de taxonomía animal... Sin embargo,
el postulado fundamental de la ciencia es que la naturaleza misma está ordenada... En su
parte teórica, la ciencia se reduce a poner en orden, y... si es verdad que la sistemática con-
siste en tal poner en orden, los términos de sistemática y de ciencia teórica podrán ser
considerados sinónimos (Simpson, pág. 5).”
Simpson, citado por C. Lévi-Strauss (1962). El pensamiento salvaje (pág. 25). México
D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1992.
“La vida de todo ser humano revela un sistema de símbolos coherente. Cuanto menos
organizado el modo de vida, menos articulado será ese sistema [...]. El establecer lími-
tes y fronteras simbólicas constituye un modo de ordenar la experiencia. Los símbo-
los no verbales crean una estructura de significados dentro de la cual pueden
relacionarse los individuos y hallar cuáles son sus propósitos últimos. El aprendizaje
y la percepción dependen de la capacidad de clasificación y distinción de cada uno.
Para ordenar individualmente la experiencia es necesario establecer límites simbóli-
cos, pero los rituales públicos que desempeñan esta función son también necesarios
para organizar la sociedad.”
“Toda clasificación es superior al caos; y aun una clasificación al nivel de las propie-
dades sensibles es una etapa hacia un orden racional [...] forman, una vez que existen,
un sistema utilizable a la manera de un enrejillado que se aplica, para descifrarlo, so-
bre un texto al que su inteligibilidad primera da la apariencia de flujo indistinto, y en
el cual el enrejillado permite introducir cortes y contrastes, es decir, las condiciones
formales de un mensaje significante.”
C. Lévi-Strauss (1962). El pensamiento Salvaje (pág. 15). México, D.F.: Fondo de Cultura
Económica, 1992.
Desde la etnolingüística, Benjamin Lee Whorf investigó cómo el Hopi, una lengua del
área cultural de los indios Pueblo del sudoeste americano, distingue entre “lo que es
manifiesto”, los hechos que existen o han existido en un tipo de pasado-presente sin
© Editorial UOC 55 Capítulo II. Imágenes de la diferencia
distinción, y “lo que se manifiesta”, los hechos que todavía no han sucedido, en un
tipo de futuro que incluiría también los deseos y las hipótesis. Esta división sería di-
vergente de nuestra forma occidental de estructurar el tiempo que diferencia los
hechos en pasados, presentes y futuros.
Emile Durkheim y Marcel Mauss ya habían analizado (1909) cómo diferentes socie-
dades en Australia y América del Norte dividen el espacio bajo la forma de un inmen-
so círculo pautado representando geográficamente la imagen de su estratificación
social. De este modo, los indios Zuñi distinguen en lugar de cuatro, siete puntos car-
dinales, tantos como clanes integran la tribu.
Las opciones son pocas, o bien encararnos con las evidencias del cambio, jugar con
sus cartas, o bien cegarnos y seguir pensando que lo que fue continúa siendo. Afron-
tar el riesgo de batallar con el desequilibrio o rendirse al mismo como víctima. En de-
finitiva, continuar viviendo en la ilusión de los límites perdidos, o marcar otros
nuevos, y en la ausencia de saber dónde estamos y quiénes somos nosotros mismos,
intentar aclarar dónde están y quiénes son los otros como única forma de pensarnos.
Limitar lo que somos de lo que no somos. El poeta castellano Gustavo Vega escribe:
DOMINGO: 22’15 h.
París. Tren de vuelta sin litera. El límite
que va a mi lado es un hombre
de
s
i
l
e
n
c
i
o
capítulo, hablaremos más ampliamente sobre el poder y las estrategias de las que
se dota para imponer su orden mediante un juego de discursos representacionales.
“Una clasificación es un sistema cuyas partes están dispuestas según un orden jerárquico.
Hay caracteres dominantes y otros que están subordinados a los primeros; las especies y
sus propiedades distintivas dependen de los géneros y de los atributos que las definen; o
aún más, las diferentes especies de un mismo género se conciben situadas al mismo nivel
las unas y las otras [...] Una clasificación tiene por objeto establecer reales relaciones de
subordinación y de coordinación, y el hombre no habría pensado ordenar sus conoci-
mientos de esta manera si no hubiera sabido, previamente, lo que es una jerarquía. Pues
ni el espectáculo de la naturaleza física, ni el mecanismo de las asociaciones mentales po-
drían darnos una idea de ella. Solamente en la sociedad existen superiores, inferiores,
iguales... Las hemos [las categorías] tomado de la sociedad para proyectarlas luego a
nuestra representación del mundo. Es la sociedad que ha dado el boceto sobre el
cual ha trabajado el pensamiento lógico.”
E. Durkheim (1915). Las Formas Elementales de la Vida Religiosa (pág. 155). Buenos Ai-
res: Schapire, 1968.
“Las fratrías han servido de géneros y los clanes de especies. Porque los hombres estaban
agrupados es que han podido agrupar a las cosas, pues para clasificar a estas últimas, se
han limitado a darles un lugar en los grupos que ellos mismos formaban [...] La unidad
de estos primeros sistemas lógicos no hace más que reproducir la unidad de la sociedad.”
E. Durkheim (1915). Las Formas Elementales de la Vida Religiosa (pág. 152). Buenos Aires:
Schapire, 1968.
“Con toda verosimilitud, no habríamos pensado nunca reunir a los seres del universo
en grupos homogéneos, llamados géneros, si no hubiéramos comenzado por hacer de
las cosas mismas miembros de la sociedad de los hombres [...]”
E. Durkheim (1915). Las Formas Elementales de la Vida Religiosa (pág. 154). Buenos Aires:
Schapire, 1968.
Desde esta perspectiva todos los vínculos serán de tipo social, es más, serán
categorías sociales, y tendrán un marcado valor emocional, llegarán a ser afectos
y desafectos, constituirán agregaciones y discriminaciones, destinadas a vincu-
lar a los hombres y la comunidad en una unidad del conocimiento “extendida
hacia el universo”.
Estas sociedades se caracterizan por una división bipartita de la tribu en
dos grandes mitades, fratrías, que al mismo tiempo se subdividen en diferen-
tes clanes en torno a un tótem común con el cual los individuos establecen
identificaciones de cariz místico; hasta el punto de que no existen diferen-
cias de tipo esencial entre un individuo y su tótem. Cada fratría se divide en
dos clases matrimoniales, con lo cual crea una división cuadripartita desde
1. Desde finales del siglo XIX investigadores como E.H. Man, G.E. Dobson, M.V. Portman, C. Rogers,
H. Seton-Karr, o R. Boreham captaron con sus cámaras imágenes fotográficas entre pueblos como
los Andaman. La historia de la relación del registro audiovisual y la investigación etnográfica había
empezado. Impresionados por estas innovaciones técnicas, etnógrafos como Haddon, Baldwin
Spencer, F.J. Gillen o Rudoks Pöch decidieron aplicar el registro fotográfico a sus investigaciones
entre los aborígenes australianos. Fueron los datos recogidos por estos etnólogos los que Durkheim
y Mauss analizaron en su estudio de las clasificaciones totémicas al caracterizar aquellas socie-
dades que la filosofía alemana denominaba Narturvölker, las más cercanas al “estado natural”
(E. De Brigard, 1975. En Ardévol, E.; Pérez-Tolón, I., 1995).
© Editorial UOC 59 Capítulo II. Imágenes de la diferencia
“En diversas sociedades australianas, las fratrías se oponen la una a la otra como dos
términos de una antítesis, como el blanco sobre el negro, y en las tribus del Estrecho
de Torres, como la tierra y el agua.”
E. Durkheim (1915). Las Formas Elementales de la Vida Religiosa (pág. 34). Buenos
Aires: Schapire, 1968.
E. Durkheim; M. Mauss (1915). Las Formas Elementales de la Vida Religiosa (pág. 153).
Buenos Aires: Schapire, 1968.
las cosas. Saussure argumenta que es la asociación arbitraria entre sonido (signifi-
cante) y concepto (significado) la predominante en la lengua. El sonido se asocia a
una idea de manera tan convencional como el tótem se vincula a un clan. Es decir,
un significante se asocia a un significado, una imagen acústica a un concepto, en
un proceso en el que ambos constituyen el signo como unidad lingüística.
La distinción de Saussure entre lengua (langue), como sistema de reglas gra-
maticales fijas y sintácticas recurrentes, y habla (parole), entendida como el uso
que se hace de una lengua, así como la asociación entre significante y significa-
do, constituiría el correlato lingüístico de la distinción que Durkheim había se-
ñalado entre conceptos y representaciones, entre clan y tótem.
usada para cerrar un trato, ni para “echar una mano”, porque cobardemente oculta
el puñal de la traición.
“El universo entero se divide en dos mundos contrarios donde las cosas, los seres y
los poderes se atraen o repelen, se implican o excluyen, según graviten hacia uno u
otro de los dos polos. [...] El eje que divide al mundo en dos mitades, la una radiante
y la otra sombría, divide igualmente al organismo humano repartiéndolo entre el im-
perio de la luz y el de las tinieblas. La derecha y la izquierda sobrepasan los límites de
nuestro cuerpo para abrazar el universo.”
R. Hertz (1909). “La preeminencia de la mano derecha: estudio sobre la polaridad re-
ligiosa”. En: La muerte y la mano derecha (págs. 113-121). Madrid: Alianza, 1990.
“[...] la diferencia entre especie permitida y especie prohibida se explica menos por
una nocividad supuesta [...] y por tanto, como una propiedad intrínseca de orden
físico o místico, como por el cuidado de trazar una distinción entre especie “marca-
da” (en el sentido que los lingüistas dan a este término) y especie “no marcada”.
Prohibir determinadas especies no es sino una manera, entre otras, de afirmar que
© Editorial UOC 65 Capítulo II. Imágenes de la diferencia
Lo veremos más claro con un ejemplo. Más arriba señalábamos cómo el sentido surge
del contraste, pero no porque a los términos contrapuestos se les atribuya siempre el
mismo significado, sino por la propia lógica de oposición. El ruido puede llegar a ser,
por oposición al silencio, un marcador de los límites entre lo profano y lo sagrado.
Así pues, en algunas culturas el silencio puede ser un marcador de la religiosidad,
como en el caso de la unión mística de los cuáqueros con Dios por medio del silencio
y la contemplación, y al mismo tiempo, sentir las áureas trompetas del día del Juicio
Final puede ser la señal para los católicos del triunfo de la vida eterna y la resurrección
de la carne sobre la muerte. Otro ejemplo más extremo: también es posible trazar el
límite entre uno mismo y los ruidos corporales que salen de su interior hacia un mun-
do exterior que los convierte en tabú (E. Leach, [1976] 1989, pág. 86).
Mary Douglas (1966) lleva a cabo una reflexión en torno al orden y sus límites.
Douglas sostiene que la consideración de aquello impuro, que implica peligro de
contaminación, no debe entenderse desde una perspectiva de higiene, sino desde
la consideración de qué y cómo significan los símbolos en un sistema estructural.
Pureza y peligro
Vertedero.
El riesgo de contaminación
Hasta no hace muchos años, y todavía algunas veces, cuando las drogas por vía paren-
teral constituían el grueso del consumo de estupefacientes, asistíamos periódicamente
a protestas vecinales que reivindicaban su derecho a vivir “limpios de droga”, que ex-
© Editorial UOC 68 Representación y cultura audiovisual...
Que destinemos tantas energías a mantener limpios nuestros límites, tanto físi-
cos, corporales –para dar una buena imagen a los otros–, como psíquicos –intentan-
do “desconectar del trabajo”, “dejando los problemas fuera de casa”, huyendo a la
pureza del campo cada fin de semana–, debería hacernos reflexionar sobre el poder
que conferimos a la suciedad para infringir el orden en que basamos nuestro siste-
ma de confianza.
Más arriba señalábamos como las situaciones extremas, desde revueltas polí-
ticas hasta rupturas sentimentales, constituyen rompimientos que desestabilizan
nuestros resortes del sentido, que disuelven los márgenes, como si la ambigüe-
dad que siempre les había caracterizado se desbordase a favor de la angustia que
nos inunda. Ahora comprenderemos mejor por qué clasificar, por qué discrimi-
nar al otro de uno mismo es la premisa básica de un tipo de elección en virtud
de la cual se establecen fronteras en torno a las conformidades, se armonizan las
ambigüedades, y se rechazan las disonancias.
© Editorial UOC 69 Capítulo II. Imágenes de la diferencia
Todo orden implica una restricción, una selección concreta de reglas de entre
una serie de múltiples posibilidades. Desde esta perspectiva la demarcación, el
encasillamiento, limitan la experiencia agregando y discriminando realidades
en un juego en el que el desorden, al mismo tiempo que amenaza la estabilidad
social, resalta su potencial ilimitado de configuración. Porque el orden siempre
es un proyecto inacabado, y las clasificaciones son siempre infinitas y, por lo
tanto, susceptibles de ser desordenadas.
Foucault (1966) sostiene que en las palabras recae la tarea y el poder de “re-
presentar el universo”. En su discusión en torno al concepto de “taxonomía”
como ciencia de las articulaciones y las clases, Foucault cita un cuento de Borges
en el que se habla de cierta enciclopedia china donde podemos leer:
Borges, citado por Foucault (1966). Las palabras y las cosas. Una arqueología de las cien-
cias humanas (pág. 1). Madrid: Siglo XXI, 1974.
Yo mismo me defino por lo que no soy en un juego de ausencias que no son neutras,
sino moral, política e ideológicamente construidas. La verdad está construida sobre
la base de la negación de otras verdades posibles. Mi identidad, mi yo, se construye
también en función de todo lo que no soy, de todo aquello en lo que no me reconoz-
co. La alteridad no es la alternativa, sino la condición de posibilidad de la identidad.
La identidad, de esta forma, no residiría simplemente en la presencia de lo que se es,
sino muy principalmente en la ausencia de lo que no se es, o en lo que se cree que no
se es. La ausencia más que la presencia, el olvido más que el recuerdo, serían pues los
elementos constitutivos del sentido.
subvierte las seguridades. No existen términos neutros, nada queda libre de estar
lleno a rebosar de intereses e intencionalidades.
Las relaciones entre significantes y significados son producto de una forma concreta
de entender el mundo, que no puede ser fija y sincrónica como decía Saussure, en la
que tanto el “negro” como el “blanco” son convenciones de una infinita gradación
de grises, de un sistema cultural determinado del que no son ausentes cambios de tipo
social, histórico, en virtud de los cuales el “negro” puede convertirse en un poder
(black power), o el “rojo” puede llegar a ser revolucionario. Dado que los significados
no son fijos, sino que están sometidos al efecto del cambio, sólo resultará posible do-
tarlos de sentido en un proceso de interpretación dinámica.
2. Representar la diferencia
cial. Para Schütz, todas las tipificaciones del sentido común deben entenderse
como elementos socioculturales e históricos concretos que han obtenido el es-
tatuto de lo que es asumido por descontado.
En este mismo sentido, Schütz entiende las relaciones espaciales y tempora-
les como relaciones fundamentalmente sociales que contribuyen a estructurar
el mundo en términos del encuentro cara a cara con los semejantes. De hecho,
para Schütz no son sólo las relaciones espaciales y temporales las que deben ser
entendidas en clave social, sino que la propia experiencia vital y cognitiva del
mundo es fundamentalmente social, es decir, es el resultado de un contexto es-
pecífico. En su investigación en torno a las estructuras del mundo de la vida,
Schütz analizará las estructuras de la fantasía y el sueño, el origen de la similitud
de las biografías individuales, su articulación subjetiva, el desarrollo de tipos y
tipicidades específicas, y también el bagaje de conocimientos en que se basa el
lenguaje, la experiencia y la acción social.
Todo conocimiento deberá entenderse, pues, como el producto de una situa-
ción socialmente determinada, condicionada por la interpretación, por las mo-
tivaciones inherentes que residen en la base de las estructuras significativas de
la experiencia.
“En todas las épocas el modo de reflexionar de la gente, el modo de escribir, de juzgar,
de hablar (incluso en las conversaciones de la calle y en los escritos más cotidianos)
y hasta en la forma en que las personas experimentan las cosas, las reacciones de su
sensibilidad, toda su conducta, está regida por una estructura teórica, un sistema, que
cambia con los tiempos y las sociedades pero que está presente en todos los tiempos
y en todas las sociedades [...] Se piensa en el interior de un pensamiento anónimo y
constrictor que es el de una época y el de un lenguaje. Este pensamiento y este len-
guaje tienen sus leyes de transformación.”
“El discurso verdadero, al que la necesidad de su forma exime del deseo y libera del
poder, no puede reconocer la voluntad de verdad que lo atraviesa; y la voluntad de
© Editorial UOC 79 Capítulo II. Imágenes de la diferencia
verdad que se nos ha impuesto desde hace mucho tiempo es tal que no puede dejar
de enmascarar la verdad que quiere [...]. Así no aparece ante nuestros ojos más que
una verdad que sería riqueza, fecundidad, fuerza suave e insidiosamente universal. E
ignoramos por el contrario la voluntad de verdad, como prodigiosa maquinaria des-
tinada a excluir.”
M. Foucault (1970). El orden del discurso (pág. 24). Barcelona: Tusquets, 1999.
“Es necesario concebir el discurso como una violencia que se ejerce sobre las cosas,
en todo caso, como una práctica que les imponemos; es en esta práctica donde los
acontecimientos del discurso encuentran el principio de regularidad.”
M. Foucault (1970). El orden del discurso (pág. 53). Barcelona: Tusquets, 1999.
que integran nuestra realidad social. No es posible estar en la verdad más que
obedeciendo las estrictas reglas de un orden que requiere ser reactivado en
cada discurso.
En el apartado “Construir la diferencia” hemos visto cómo Jacques Derrida
ha cuestionado la noción tradicional de verdad, y de sentido único del discurso.
Foucault también contribuirá a derribar las certezas y seguridades del pensa-
miento del que se había dotado la modernidad revelando como los discursos,
además de constituir objetos, construyen sujetos, categorías de personas –como
el delincuente, el enfermo, el anormal, el loco, el homosexual, etc.
En este sentido, Foucault cuestiona la noción tradicional de sujeto afirman-
do que las tecnologías del poder que actúan en el cuerpo y en sus placeres son
las que construyen al sujeto en una economía de relaciones en la cual al mismo
tiempo que el poder sujeta a los individuos bajo su control, los adoctrina y afe-
rra en su propia identidad y conciencia con las herramientas que habían sido
propias del poder pastoral, evangelizador.
Aunque pudiera parecer lo contrario, el proyecto intelectual de Foucault no
se centra en el análisis de las formas de poder. El propósito de Foucault es reali-
zar una teoría de la producción de los sujetos sometidos a las relaciones de po-
der. Con este objetivo, centra su estudio en la elaboración de una historia de los
diferentes modos por los cuales los seres humanos son transformados, consti-
tuidos en sujetos en torno a tres objetivaciones:
Será en la obra Mitologías (1957) en la que Barthes desarrollará este análisis for-
mulando la distinción entre las funciones denotativa y connotativa de la imagen.
Para Barthes, la connotación es una correlación inmanente al texto representacio-
nal, una asociación operada en el interior de su propio sistema, es la vía de acceso
a la polisemia, a la mención de otros textos anteriores, posteriores, exteriores. De
esta manera, en el análisis de la portada de la revista Paris-Match, Barthes destaca
que, más allá de la simple denotación, lo que connota la imagen del joven negro
rindiendo honor a la bandera francesa se inscribe en la justificación del paternalis-
mo de un gran imperio que permite incluso que sus hijos más inferiores sirvan en
sus filas. La existencia de estos dos registros, denotativo y connotativo, formula un
juego de ilusiones en el que un sistema remite al otro y nos hace creer que el nivel
denotativo es el primero de los significados, cuando de hecho no es más que la úl-
tima de las connotaciones.
En este apartado veremos como la conceptualización que Barthes hace del mito,
como mensaje capaz de inventarse a sí mismo y de inventar a aquellos que lo per-
petúan, ha sido aplicada por Edward Said en su análisis del orientalismo como dis-
© Editorial UOC 83 Capítulo II. Imágenes de la diferencia
2.3.1. Orientalismo
Edward Said define el orientalismo como “un método occidental para domi-
nar, reestructurar y tener autoridad sobre Oriente” (1991, pág. 17) que llegará al
paroxismo con la expansión y dominación colonial europea del siglo XIX. En
este sentido, Said propone una semiótica del orientalismo que examine los di-
ferentes discursos representacionales que desde la poética hasta la política,
desde la ciencia hasta el arte, ha formulado Occidente en la construcción de
Oriente como zona del mundo cultural, racional, geográfica y políticamente
constituida. En el análisis del orientalismo está presente el interés foucaultia-
no por las formas en que un orden cultural se construye a sí mismo mediante
las definiciones discursivas, el conjunto de disciplinas, instituciones y estilos de
pensamiento que formula en un juego de objetivaciones que le permiten distin-
guir al sano del loco, al normal del anormal, a lo legal de lo ilegal o, por último,
a Oriente de Occidente.
E. Said (1978). Orientalismo. Identidad, negación y violencia (pág. 17). Vic: Eumo, 1991.
que expresa, una cierta voluntad o intención de comprender, en algunos casos de con-
trolar, manipular, e incluso incorporar lo que es un mundo manifiestamente distinto
(o alternativo y nuevo); es, sobre todo, un discurso que no se encuentra, de ninguna
manera, en relación de correspondencia directa, con el poder político puro y duro,
sino que más bien se produce y existe mediante un intercambio desigual con diferen-
tes tipos de poder, y hasta cierto punto se forma mediante el intercambio con el poder
político (como el establishment colonial o imperial), con el poder intelectual (como
las ciencias predominantes, es decir, la lingüística o la anatomía comparadas, o cual-
quiera de las ciencias políticas modernas), con el poder cultural (como las ortodoxias
y criterios de gusto, que rigen textos, valores), con el poder moral (como las ideas so-
bre lo que ‘nosotros’ hacemos y lo que ‘ellos’ no pueden hacer o entender igual que
‘nosotros’). Bien visto, mi argumento real es que el Orientalismo es –y no representa
simplemente– una dimensión considerable de la cultura intelectual y política moder-
na, y como tal tiene menos que ver con Oriente que con ‘nuestro’ mundo.”
E. Said (1978). Orientalisme. Identitat, negació i violència (págs. 24-25). Vic: Eumo, 1991.
2. Said señala como desde principios del siglo XIX hasta el final de la Segunda Guerra Mundial,
Francia y Gran Bretaña dominan como metrópolis colonial Oriente y el orientalismo. Después de
la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. se convertirá en la potencia principal e incorporará sin cam-
bios sustanciales una imagen difundida de Oriente, geográficamente indeterminada, que tanto
incluye el Magreb como el sudeste asiático, que fabula en torno a Oriente Medio y las tierras bíbli-
cas, la ruta de la seda, India, o la extensa tradición de expediciones coloniales, legiones de eruditos
y tropas militares implicados en su crónica.
© Editorial UOC 86 Representación y cultura audiovisual...
E. Said (1978). Orientalismo. Identidad, negación y violencia (pág. 15). Vic: Eumo, 1991.
“Oriente fue orientalizado no sólo porque se había descubierto que era ‘oriental’ en
todo lo que es considerado como lugar común entre los europeos del siglo XIX, sino
porque podía ser –es decir, se le podía someter a ser– convertido en oriental.”
E. Said (1978). Orientalisme. Identitat, negació i violència (pág. 19). Vic: Eumo, 1991.
2.3.2. Occidentalismo
3. De hecho, a lo largo de los siglos XIX y XX fotógrafos extranjeros y nacionales captaron con sus obje-
tivos una España de reminiscencias orientales, fraguada en el imaginario del atraso y el fanatismo de
“sus bárbaras costumbres”, de su herencia árabe, semi-africana, escenario de estereotipados
gitanos, bailaoras, toreros y bandoleros (L. Calvo, 1998).
© Editorial UOC 91 Capítulo II. Imágenes de la diferencia
4. S. Brandes (1994) ha expuesto en un agudo artículo cómo, sin ir demasiado lejos, la esencializa-
ción del otro en lo tradicional y típico fue representada en las imágenes con las que el antropólogo
Julian Pitt-Rivers ilustró su célebre monografía The people of the Sierra (1954), sobre el pueblo de
Grazalema en la Sierra de Cádiz. Las fotografías de encierros taurinos, procesiones religiosas, cam-
pesinos y gitanos, contribuyeron a legitimar –desde el costumbrismo de lo arcaico, de lo pinto-
resco– un nuevo objeto de estudio antropológico, el Mediterráneo, tan exótico y primitivo para la
Academia británica, como podían serlo las sociedades tribales africanas.
5. Ver en este sentido la exposición de J.M.Buxó (1998) en torno a la “agencia del mirarse” y “la
mirada devuelta” en el acto de imaginar y construir representaciones de uno mismo y del propio
grupo en la construcción fotográfica (L. Clavo, 1998).
6. Para ampliar información, consultar: M. Bovin (1998). “Nomadic performance –peculiar culture?
“Exotic ethnic performances of WoDaaBe nomads of Níger”. En: F. Hughes-Freeland; M.M. Crain
(1998). Recasting Ritual. Performance, media, identity. Londres / Nueva York: Routledge.
© Editorial UOC 93 Capítulo II. Imágenes de la diferencia
7. Para un estudio más detallado, ver el documentado artículo de E.Ardèvol (1998). “Por una antro-
pología de la mirada: etnografía, representación y construcción de datos audiovisuales”. En: L. Calvo
(ed.). Revista de Dialectología y Tradiciones Populares (Tomo LIII, Cuaderno 2.º, 1998). Madrid: CSIC-
Instituto de Filología.
© Editorial UOC 94 Representación y cultura audiovisual...
cultura con el propósito de inferir una imagen completa del carácter nacional de la
sociedad estudiada. La obra de Ruth Benedict se centró en el desarrollo del concepto
de “patrón cultural” como modelo y estilo de vida propio de una sociedad. A partir
de dos grandes pulsiones Benedict distinguió dos tipos de sociedades: las “apolí-
neas” y las “dionisíacas”. Debemos entender los patrones culturales como modelos
de vida que postulan una filosofía de la persona y dan una definición de la perso-
nalidad socialmente aceptada.
De hecho, esta tarea había empezado unos años antes, en 1940, cuando
Benedict fundó el Instituto bajo el patrocinio de la US Office of Naval Research
y el Council on Intercultural Relations, con el objetivo de proporcionar desde
la Escuela de Cultura y Personalidad herramientas para entender las crisis políti-
cas que se avecinaban amenazantes en el escenario mundial. Durante la Segunda
Guerra Mundial el estudio directo de las sociedades de Europa y Asia era practi-
camente imposible, al mismo tiempo era más necesario que nunca recoger
datos que permitiesen entender los comportamientos culturales de esas so-
ciedades. De este modo, nos encontramos a antropólogos como Margaret
Mead, Gregory Bateson, Eric Wolf, Geoffrey Gorer, Rhoda Métraux, Jane Belo,
Paul Garvin o Martha Wolfenstein, entregados al análisis de las producciones
culturales de ámbitos tan diferentes como China, la Rusia presoviética, Gran
Bretaña, Francia, Alemania, Italia, la antigua Checoslovaquia, Rumania, Polonia,
las comunidades judías Shelt de la Europa del Este, Tailandia, Siria o los mismos
Estados Unidos.
La metodología usada por estos investigadores constituyó todo un reto. Ana-
lizaban filmes comerciales, de propaganda política, obras literarias, cartas, diarios
personales, al mismo tiempo que llevaban a cabo entrevistas y tests con emigran-
tes de la cultura estudiada residentes en los Estados Unidos. En las entrevistas es-
tudiaron desde las vivencias de la infancia y la adolescencia en Polonia, la
relación entre las subdivisiones de la Unión Soviética y las autoclasificaciones de
los emigrantes rusos en Estados Unidos, o la filosofía del hogar para la mujer chi-
na, hasta la historia personal de los emigrantes rumanos, en un intento por expli-
citar los mecanismos psicológicos implicados en la representación cultural. Este
intento se sustentaba en la convicción de que cualquier individuo que hubiese
pasado su infancia y adolescencia como miembro participante de su cultura,
constituiría un “representante típico” de la misma y de su “carácter nacional”,
más allá de cuáles fueran sus inquietudes, intereses o circunstancias personales.
© Editorial UOC 95 Capítulo II. Imágenes de la diferencia
Tanto Benedict como Mead contaban ya con una larga tradición de compromiso
con su sociedad, movilizando las ciencias del comportamiento en favor de la socie-
dad civil. Para ellas, la discusión en torno a lo que consideraban las verdades funda-
mentales de las otras culturas no era sólo un ejercicio intelectual, sino la apuesta
decidida y profunda por un mundo mejor, de convivencia y armonía plena. De he-
cho, la tarea investigadora del Instituto habría continuado si la “caza de brujas” del
maccarthismo y los recelos y suspicacias que despertaba el intento de entender otras
sociedades en sus propios términos culturales no lo hubiesen cerrado.
Las conclusiones de algunas de las investigaciones elaboradas desde el Instituto
tuvieron un importante eco político y proporcionaron datos sobre las actitudes
en la batalla de enemigos y aliados. De este modo, se observó que los alemanes
luchaban con más fuerza cuando se sentían vencedores, mientras que los bri-
tánicos, al contrario, cuando se veían acorralados era cuando se volvían más de-
cididos, o cómo los soviéticos parecían faltos de la noción de derrota que para
otros ejércitos comportaba toda retirada. Las recomendaciones que Geoffrey
Gorer formuló sobre el peligro de humillar y menospreciar la figura del Empe-
rador de Japón fueron determinantes para no prolongar la guerra. De hecho, los
norteamericanos se sentían desconcertados frente al comportamiento japonés, ya
que no concebían que la armada japonesa enviase aviones a bombardear sus cos-
tas pese a saber que no podrían volver a la base. Después del bombardeo de
Pearl Harbour y de las misiones kamikazes japonesas se reveló hasta qué punto
los valores de vida y muerte en las dos sociedades eran radicalmente distintos.
Durante la guerra del Pacífico, Benedict entrevistó a las familias japonesas
emigradas a Estados Unidos y analizó algunos filmes japoneses. Su célebre libro
El crisantemo y la espada (1946) recoge en parte estas investigaciones. En la misma
época, Gregory Bateson trabajaba en el Museo de Arte Moderno en el análisis de
un filme de la UFA, Hitlerjungue Quex (1933), con el propósito de inferir algunas
de las implicaciones psicológicas del nazismo. Bateson intentaba entender la es-
tructura del carácter y las dinámicas propias de la sociedad alemana a partir de
su representación, analizando ciertos resortes simbólicos como la paternidad, la
sexualidad, la higiene, la madurez, la adolescencia o la agresión. Mientras tanto,
M. Mead se entregaba al análisis del filme de propaganda soviética Young Guard
en un intento de explicitar los contrastes vividos por la sociedad soviética antes
y después de la guerra, y al mismo tiempo, se apasionaba con el estudio de las
dificultades de comunicación entre norteamericanos y británicos.
© Editorial UOC 96 Representación y cultura audiovisual...
Durante la Segunda Guerra Mundial, Margaret Mead analizó los recelos y malenten-
didos que se producían entre ingleses y norteamericanos en el uso de la lengua. Mien-
tras que para los británicos el término colaboración significaba que las dos partes
implicadas en una tarea debían compartir las cargas por igual, los norteamericanos
entendían el término más en el sentido de una transacción comercial en la que uno
de los socios aporta el capital y el otro, las ideas, pero no necesariamente implicán-
dose por igual en su materialización. Los ingleses protestaban airadamente cuando
sus aliados aludían constantemente a la expresión colaboración mutua, ante la sorpre-
sa de los norteamericanos, que no entendían el motivo de su enojo.
Bateson escribía:
“Un cuadro, un poema o un sueño pueden dar una imagen extremadamente falsa del
mundo real, pero en la medida en que el pintor o el poeta sea un artista, y en la medida
en que tenga un control total sobre su medio, el producto artístico debe informarnos
necesariamente sobre el propio hombre. De la misma forma, esta película, en la medida
en que es una obra de arte integrada […] debe informarnos sobre la psicología de sus
creadores y contarnos quizás más de lo que ellos pretendían contar. Sin embargo, no
es posible saber en ningún caso si los creadores de la película eran plenamente cons-
cientes, parcialmente conscientes o no eran conscientes de lo que hacían y, por lo tan-
to, esta cuestión no se plantea en el análisis. En el análisis, la película no se trata como
un mero sueño u obra de arte individual sino también [porque ha sido creada por un
grupo y con vistas a la atracción popular] como un mito. Le hemos aplicado la clase de
análisis que el antropólogo aplica a la mitología de un pueblo primitivo o moderno”.
M. Mead; R. Metraux (1953). “G. Bateson”. The Study of Culture at a Distance. The
Study of Contemporany Western Cultures (vol. 1, pág. 332-333, 1943-1945). Nueva
York: Berghahn Books, 2000.
Muchos de los miembros del Institute for Intercultural Studies estaban acos-
tumbrados al trabajo de campo: Geoffrey Gorer entre las comunidades del Hima-
laya, y Margaret Mead y Gregory Bateson en Nueva Guinea. Habían trabajado en
microsociedades, intentando caracterizar los patrones de comportamiento de las
comunidades que estudiaban desde la creencia de que el aprendizaje de una len-
gua vincula a un niño a la visión particular del mundo que tiene su cultura. Lo
novedoso era la introducción de la fotografía y el cine como herramientas analí-
ticas, y no sólo como registro documental.
En sus investigaciones consideraban que, de la misma forma que se adquiere
la lengua materna, se adquiere el carácter nacional. En este sentido, y a partir
del desarrollo de nociones como motivación, temperamento o deseos, intenta-
ban inferir los patrones de comportamiento nacional, los estereotipos culturales
o la correspondencia entre sociedad y enfermedad.
Ya en 1928 Mead había publicado su primera obra Coming of Age in Samoa, a
la cual seguirían Growing up in New Guinea (1930), Sex and Temperament (1935),
y más tarde, Cultural Patterns and Technical Change (1953) en torno al impacto
cultural sobre el individuo. Mead, influida por las tesis psicoanalíticas de las in-
vestigaciones de Eric H. Erikson, intentaba vincular la psicología y la forma en
que los niños asimilan las características de la cultura en que crecen, con el ob-
jetivo de entender cómo actúa este marco cultural en el desarrollo de su perso-
nalidad. Este objetivo, propio de la Escuela de Antropología Norteamericana de
Cultura y Personalidad, constituyó un primer intento por aproximar el análisis
de la cultura, la personalidad y la historia en un proceso de investigación común
en que la cámara asumía un papel fundamental.
Así es cómo entre 1936 y 1938 Margaret Mead y Gregory Bateson llevaron a
cabo en Bali una investigación audiovisual sin precedentes en la historia de las
ciencias sociales. Con la financiación del Comité para el Estudio de la Demencia
Precoz, y con el objetivo de profundizar en la etología de la esquizofrenia, Mead
y Bateson se desplazan a Bali para investigar el trance como comportamiento
culturalmente instituido. Bateson filmará más de seis mil metros de película y
realizará unas veinticinco mil fotografías. Mientras tanto, Mead entrevistaba a
las mujeres y a sus hijos, con el propósito de estudiar el crecimiento y la relación
© Editorial UOC 98 Representación y cultura audiovisual...
con la madre, recogiendo datos a partir de los cuales Bateson desarrolló su no-
ción de “doble vínculo” en el estudio de la esquizofrenia.
M. Mead y G. Bateson trabajando en una cabaña típica mientras viven entre los Iatmul de
Nueva Guinea en el año 1938. Margaret Mead, Gregory Bateson, and Highland Bali (pág. 42).
Chicago/Londres: The University of Chicago Press.
8. Resulta de interés señalar que los rituales filmados por Bateson y Mead se celebraban de noche
pero por problemas técnicos como la necesidad de luz, decidieron realizar la filmación de día.
Este hecho, unido a que Mead pagase para la celebración del ritual, aunque justificado con la
institución local del patronazgo, suscitó bastantes críticas sobre el rigor de las investigaciones
desarrolladas en Bali.
© Editorial UOC 99 Capítulo II. Imágenes de la diferencia
“Es significativo que toda percepción –toda percepción consciente– tiene las característi-
cas de una imagen. Un dolor está localizado en algún sitio; tiene comienzo y fin, una ubi-
cación, y se destaca de lo que lo rodea, a manera de trasfondo. Éstos son los elementos
componentes de una imagen. Cuando alguien me pisa un dedo del pie, lo que vivencio
no es su pisar mi pie sino mi imagen de su pisar mi pie, reconstruida a partir de los infor-
mes neurales que llegan a mi cerebro algo después de que el pie del otro se ha depositado
sobre el mío. La experiencia de lo exterior siempre está mediada por determinados órga-
nos sensoriales y vías neurales. En tal medida, los objetos son creación mía, y mi expe-
riencia de ellos es subjetiva, no es objetiva. No es trivial, empero, advertir que muy pocas
personas, al menos en la cultura occidental, dudan de la objetividad de datos sensoriales
tales como el dolor o como sus imágenes visuales del mundo exterior. Nuestra civilización
tiene profundas raíces en esta ilusión. Esta generalización parece ser válida para todo lo que
ocurre entre mi acción, a veces consciente de dirigir un órgano de mis sentidos hacia cierta
fuente de información y mi acción consciente de derivar información de una imagen que
‘yo’ creo ver, oír, palpar, gustar u oler. Hasta un dolor es ciertamente una imagen creada”.
G. Bateson (1979). Espíritu y Naturaleza (pág. 42). Buenos Aires.: Amorrortu, 1993.
“Si la fotografía es sólo un complemento para otras disciplinas que utilizan los méto-
dos de observación (una extensión de la memoria visual, de alguna manera), repre-
senta una ayuda absolutamente indispensable en el registro del comportamiento
proxémico. La fotografía inmoviliza las acciones y permite al investigador reexami-
nar las secuencias tantas veces como lo desee [...] El aparato fotográfico así como las
fotografías, son útiles extraordinariamente complejos y refinados. En proxémica, la
fotografía ha sido utilizada como modo de registro y rememoración y como herra-
mienta pedagógica. Se ha revelado igualmente muy útil para estudiar de qué modo
los sujetos estructuran su propio mundo perceptual.”
Revelar la mirada
El experimento de Adair y Worth reveló que las imágenes tomadas por los chicos
y chicas de una escuela o por los reclusos de una prisión nos pueden ayudar a en-
tender cómo es la realidad de su mundo –a partir de cómo lo representan–, y hasta
qué punto llega a ser real frente a la realidad de los otros. Si aceptamos que todo
análisis es siempre una construcción, una síntesis del mundo, adaptada a la lógica
de su autor, un acto fotográfico, fílmico, deberá entenderse también como un
acontecimiento sujeto a una determinada mirada, a una determinada conceptu-
alización de la realidad. Con peligrosa frecuencia descuidamos este hecho creyen-
do que la cámara registra aquello que Lumière prometía a los espectadores de su
cinematógrafo, “la realidad tal como es”, olvidando que lo importante no es que
nos empeñemos en entender las cosas “tal como son”, sino en entenderlas “tal
como son vividas” (B. Guarné, 1997).
Más allá del uso de la cámara como herramienta de ayuda para la memoria
y la descripción del antropólogo, o como mero registro para preservar aquellas
formas culturales que parecen condenadas a extinguirse, Worth y Adair tuvie-
ron el acierto intelectual de proponer que los Navajos captasen su propia mirada
© Editorial UOC 103 Capítulo II. Imágenes de la diferencia
sobre su propio mundo, y evidenciaran, así, que la cámara nunca resulta inde-
pendiente del cámara. En este sentido, cuando los Navajos observaban películas
sobre su vida cotidiana, eran capaces de distinguir aquellas imágenes filmadas
por un cámara Navajo de las filmadas por un cámara no Navajo.
Tres navajos.
Fuente: S. Worth; J. Adair (1997). Through Navajo Eyes. Albuquerque: University of New México Press.
S. Worth (1980). “Margaret Mead and the shift from ‘Visual Anthropology’ to the
‘Anthropology of Visual Communication’”. Studies in Visual Communication (núm. 6,
pág. 21). Philadelphia.
3. Significar la diferencia
Desde esta perspectiva, tener conocimiento del otro implica dominarlo, ejer-
cer nuestra autoridad sobre él, negarle la autonomía a partir de la idea de que su
existencia sólo es posible tal y como la hemos pensado. En este sentido, tene-
mos que entender el estereotipo como una práctica discursiva que sustantiviza
una supuesta característica del otro, trazando su imagen a partir de la fijación,
repetición y naturalización, de ciertos rasgos considerados esenciales.
El estereotipo debe ser entendido, pues, como un instrumento de violencia
simbólica que construye una narrativa del otro a partir de fijar y repetir lo que
por otro lado nunca podrá ser probado, hasta el punto de presentarlo como algo
natural. Recordemos por ejemplo, los mitos de la insaciable sexualidad del ne-
gro, o del servilismo absoluto de la mujer oriental, incuestionablemente acepta-
dos como obvios y evidentes.9
El estereotipo es, por lo tanto, una estrategia representacional que implica una
clasificación especial e interesada de los individuos, una demarcación en categorías
que tiene por objetivo subsumirlos jerárquicamente, clasificarlos a partir de crite-
rios ideológicos, morales y políticos generalmente no explicitados.
9. Ver en esta misma obra el apartado 3 del capítulo VI, “La mirada fetichista. Representación y
alteridad en el imaginario occidental del africanismo” de Blai Guarné.
© Editorial UOC 106 Representación y cultura audiovisual...
En su estudio, Said (1978) señala como de los escritos de filósofos, historiadores, en-
ciclopedistas y ensayistas se infiere que la “característica es igual a la designación”,
trazando una clasificación fisiológica y moral que llegará a ser de uso frecuente en las
obras de pensadores como Linné, Montesquieu, Jonson, Blumenbach, Soemmerring,
o Kant. En estas clasificaciones las características fisiológicas y morales se distribuyen
más o menos equitativamente: el americano es rojo y colérico; frente al asiático que
es amarillo, melancólico y rígido; o el africano, que es negro, flemático y laxo. Este
tipo de designaciones acumularán un gran poder durante todo el siglo XIX, aliadas
con el estudio genésico del carácter. En este sentido, en las obras de Vico o Rousseau,
por ejemplo, la fuerza de la generalización moral es ponderada con la precisión me-
diante la cual figuras espectaculares, prácticamente arquetípicas –como las del hom-
bre primitivo, los gigantes o los héroes– son mostradas como la génesis de cuestiones
relativas a la moral, o a polémicas de tipo filosófico e incluso lingüístico.
3.1.1. La fantasía
Tal y como hemos visto, los sistemas representacionales llegan a ser regíme-
nes de verdad, a partir de la paradoja de basar –como hace el discurso colonial–
su realismo en la fantasía en torno al otro, en el sueño, en el delirio fijado, re-
petido y naturalizado. La fantasía es, pues, un elemento capital en la formula-
ción del estereotipo.
© Editorial UOC 107 Capítulo II. Imágenes de la diferencia
De este modo Oriente –en tanto que invención europea de seres exóticos, ex-
periencias singulares, recuerdos y paisajes persistentes– se convierte en una especie
de deja vu, en un lugar al cual volver después de haber estado ya imaginariamente,
en una geografía que sólo podrá ser percibida como real a partir de su representa-
ción imaginada.
El imaginario orientalista
Said señala como bajo el velo del orientalismo se oculta inmutable un universo de
sueños e imágenes, de delirios y terrores, que van desde La Odisea de Homero, o Los
persas de Esquilo, a la sensualidad que rezuma La flauta mágica y El rapto del serrallo
de Mozart, a las descripciones de las campañas de Napoleón, al lujo de las obras de
Delacroix, y a la retahíla de historias en torno a Cleopatra, Salomé y San Juan Bautis-
ta, o Salambó contra San Antonio de las obras de Flaubert y Renan, hasta los sueños
monumentales de la Aída de Verdi.
la animalización del otro, del meridional de sangre caliente y deseo sexual voraz. Es
este un mundo dominado por la virilidad, en el que las mujeres aparecen como crea-
ciones de la imaginación masculina, expresan una sensualidad ilimitada, son más o
menos estúpidas y sobre todo se caracterizan por su servilismo (E. Said, pág. 211).
“En todas sus novelas Flaubert asocia Oriente con el escapismo de la fantasía sexual.
Emma Bovary y Fréderic Moreau padecen por lo que no tienen en sus vidas tristes (o
atormentadas) y burguesas, y lo que desean de forma consciente se les presenta fácil-
mente en sus sueños diurnos en forma de clichés orientales: harenes, princesas, prín-
cipes, esclavos, velos, bailarinas y bailarines, sorbetes, ungüentos, etc.”
E. Said (1978). Orientalisme. Identitat, negació i violència (pág. 188). Vic: Eumo, 1991.
Siguiendo esta idea podríamos decir que el mismo Edward Said es un hombre
atrapado en la fantasía sobre su identidad como árabe, abocado a la indetermi-
nación de aquél a quien han sido arrebatadas las raíces, cuya presencia se cons-
truye desde la falta de la propia identidad. Said es un emigrante árabe en Estados
Unidos, un palestino que enseña literatura inglesa, un “oriental” en el corazón
del Imperio de Occidente (B. Ashcroft; P. Ahluwalia, 1999).
E. Said (1978). Orientalisme, Identitat, negació i violència (pág. 37). Vic: Eumo, 1991.
El interés crítico sobre su objeto de estudio nace en parte por las propias ca-
racterísticas identificadoras de Said, como en el caso del jamaicano de cultura
británica Stuart Hall, autor de numerosos estudios sobre cultura e identidad,
que nace de la conciencia de tener la identidad del que viene de fuera, del que
no encaja en la sociedad donde vive (K.H. Chen, 2000).
Para Said, en el mundo electrónico y posmoderno hemos asistido a un re-
fuerzo de las fantasías estereotípicas mediante las cuales se examina a Oriente.
La televisión, las películas y todos los recursos de los medios de comunicación
han contribuido a intensificar la imagen articulada por la demología académica
e imaginativa del siglo XIX de un “Oriente misterioso”. Esto resulta especialmen-
te cruento en las noticias que nos describen Oriente Próximo, hasta el punto de
afectar a nuestra percepción del conflicto arabeisraelí, y del Islam mismo: tene-
mos una percepción sumamente politizada, prácticamente estridente, y por ello
cualquier análisis desapasionado resulta casi imposible.
© Editorial UOC 109 Capítulo II. Imágenes de la diferencia
“Además, no es necesario decir que como ahora Oriente Medio está tan identificado
con la política de las Grandes Potencias, la economía del petróleo y la dicotomía sim-
plista que califica a Israel de libre y democrática y a los árabes de perversos, totalita-
rios y terroristas, las eventualidades de algo como una visión clara de lo que se dice
al hablar de Oriente Próximo son de una pequeñez deprimente.”
E. Said (1978). Orientalisme. Identitat, negació i violència (pág. 37). Vic: Eumo, 1991.
E. Said (1978). Orientalisme. Identitat, negació i violència (pág. 331). Vic: Eumo, 1991.
“Por lo tanto, la construcción del discurso colonial es una articulación compleja de los
tropos del fetichismo –metáfora y metonimia– y las formas de identificación narcisista y
agresiva disponibles para lo Imaginario. El discurso racial estereotípico es una estrategia
de cuatro términos. Existe un vínculo entre la función metafórica o enmascaradora del
fetiche y la elección de objeto narcisista y una alianza opuesta entre la idea metonímica
de falta y la fase agresiva de lo Imaginario. Un repertorio de posiciones conflictivas cons-
tituye al sujeto en el discurso colonial. Por lo tanto, la adopción de cualquier posición,
dentro de una forma discursiva específica, en una coyuntura histórica particular, siempre
es problemática –el sitio tanto de la fijeza como de la fantasía. Proporciona una “identi-
dad” colonial que es representada –como todas las fantasías de originalidad y origina-
ción– enfrente y en el lugar de la ruptura, y amenaza desde la heterogeneidad de otras
posiciones. Como forma de escisión y creencia múltiple, el “estereotipo” requiere, para
su significación exitosa, una cadena continua y repetitiva de otros estereotipos. El proce-
so por el cual el “enmascaramiento” metafórico se inscribe en una falta que se debe ocul-
tar da al estereotipo tanto su fijeza como su cualidad fantasmática –las mismas viejas
historias de la animalidad del Negro, la inescrutabilidad del coolie o la estupidez de los
irlandeses deben contarse (compulsivamente) de nuevo y de forma renovada, y cada vez
son gratificantes y terribles en modos distintos”.
H.K. Bhabha (1983). “The other question: the stereotype and colonial discourse”. En:
J. Evans; S. Hall (ed.) (1999). Visual Culture: the reader (págs. 375-376). Londres: SAGE/
The Open University.
© Editorial UOC 111 Capítulo II. Imágenes de la diferencia
La ambivalencia del estereotipo del colonizado nos abisma así en una rela-
ción más turbadora todavía: bajo su representación domesticada y rea se enmas-
cara (siguiendo el análisis lacaniano del estadio del espejo) la identificación
imaginaria –narcisista y agresiva– que surge del encuentro de uno mismo con la
imagen del otro, en una mirada de reconocimientos y renegaciones simultánea-
mente entrelazados por la huella perturbadora de la falta, de la ausencia.
La mirada fetichista
Se trata del traumático retorno del estereotipo del que nos habla Bhabha
(1983), el retorno alienante de la imagen del otro y, al mismo tiempo, con-
frontante con nosotros mismos, como amenaza ineliminable de la objetiva-
ción de la pulsión escópica. La diferencia singularizada en el cuerpo del otro
enmascara metafóricamente su desconocimiento. Su cuerpo se convierte así
en el escenario fetiche de las fobias y los terrores que asedian el esquema ra-
cista. La falta de conocimiento del otro se disfraza bajo un velo de fantasía,
cuya represión inconsciente, el tabú, constituye un elemento clave en un
juego ambivalente de proyecciones e interproyecciones, de identificaciones
metafórico/narcisistas y metonímico/agresivas entre colonizador y coloniza-
do. De este modo, el estereotipo racista permeabiliza nuestras mentes con un
sistema de representación, con un “régimen de verdad”, estructuralmente si-
milar al realismo, en el cual el aspecto llega a ser fundamental para identifi-
car al otro.
El objetivo del discurso colonial es constituir al colonizado en una población
de tipos degenerados por su origen racial, que justifique su conquista y el esta-
blecimiento de sistemas de administración e instrucción colonial. Colonizador
y colonizado son visiblemente y comprensiblemente dos realidades antitéticas.
En éstas, el sujeto colonizado es fijado en tres niveles –raza, cultura e historia–,
desmenuzado, fetichizado en tres categorías desde las cuales se articula el encua-
dernado entre el conocimiento y la fantasía, el poder y el placer que conforma
el régimen de visibilidad y discursividad (fetichista, escópico, imaginario) des-
plegado por el discurso colonial.
Como hemos visto más arriba, sabemos por la obra de Foucault que las téc-
nicas y los mecanismos de poder construyen al sujeto, lo sustantivan actuando
en un cuerpo inscrito simultánea y conflictivamente tanto en la economía del
placer y el deseo como en la economía del discurso, la dominación y el poder.
La misma noción de sujeto resulta inseparable del juego de relaciones que for-
man el binomio poder/saber. El cuerpo se convierte así en la evidencia incon-
trovertible de la animalidad, del primitivismo e inferioridad del colonizado, en
la coartada incontestable para su segregación, en la prueba desde la cual inferir
supuestos patrones de comportamiento característicos de su inferioridad, que,
corroborables a cada palmo de su piel, permitan ejercer formas racistas y autori-
tarias del control político.
© Editorial UOC 113 Capítulo II. Imágenes de la diferencia
3.2.1. El estigma
“Debería pues, advertirse que el manejo del estigma es un rasgo general de la socie-
dad, un proceso que se produce donde quiera existan normas de identidad [...]. Se
puede sospechar por consiguiente que el rol del normal y el rol del estigmatizado son
partes del mismo complejo, recortes de una misma tela estándar.”
H.S. Becker (1963). Los extraños: Sociología de la Desviación (pág. 41). Buenos Aires:
Tiempo Contemporáneo, 1971.
H.S. Becker (1963). Los Extraños: Sociología de la Desviación (pág. 18). Buenos Aires:
Tiempo Contemporáneo, 1971.
H.S. Becker (1963). Los Extraños: Sociología de la Desviación (pág. 15). Buenos Aires:
Tiempo Contemporáneo, 1971.
© Editorial UOC 116 Representación y cultura audiovisual...
“[...] Los grupos sociales crean la desviación al hacer las reglas cuya infracción constituye la des-
viación, y al aplicar tales reglas a ciertas personas en particular y calificarlas de marginales.
Desde este punto de vista, la desviación no es una cualidad del acto cometido por la per-
sona, sino una consecuencia de la aplicación que los otros hacen de las reglas y las san-
ciones para un “ofensor”. El desviado es una persona a quien se ha podido aplicar con
éxito dicha calificación; la conducta desviada es la conducta así llamada por la gente.”
H.S. Becker (1963). Los Extraños: Sociología de la Desviación (pág. 19). Buenos Aires:
Tiempo Contemporáneo, 1971.
H.S. Becker (1963). Los Extraños: Sociología de la Desviación (pág. 13). Buenos Aires:
Tiempo Contemporáneo, 1971.
También desde las teorías de la reacción social, Edwin Lemert introducirá una
distinción conceptual en la noción de desviación social, a partir del análisis de
cómo el individuo desviado organiza subjetivamente su conducta hasta el punto
de transformarla en roles para la actuación. Lemert distinguirá así entre la desvia-
ción “primaria” y “secundaria”. La desviación primaria puede entenderse como
la respuesta del individuo frente a una situación de necesidad extrema que lo im-
pele a cometer un acto delictivo, o a infringir las normas sociales. A partir de la
identificación de este individuo como desviado se inicia un proceso progresivo de
desviación, la “desviación secundaria”, en el cual la identidad desviada de éste se
verá crecientemente reforzada por la reacción que la sociedad dará a sus actos, al
encerrarlo en instituciones totales de castigo y control.
nes totales sobre la vida de sus internos, de los enfermos mentales. Las institu-
ciones totales –como la prisión, el campo de concentración o el hospital
mental– eliminan la distinción entre el lugar de trabajo y la residencia, entre el
tiempo productivo y de ocio. En éstas un gran número de individuos son segre-
gados de la sociedad, y obligados a llevar una rutina cerrada y fuertemente ad-
ministrada de sus vidas.
Goffman señala cómo, paradójicamente, la misma enfermedad que justifica
el encierro se convierte en el efecto de la propia institución, de sus estrictos me-
canismos de control y vigilancia, y de la disolución de los límites sociales y es-
paciales que caracterizan la vida cotidiana en el exterior.
Son, pues, las mismas instituciones sobre las cuales recae la finalidad de erradicar
la desviación las que contribuyen a definirla, a reproducirla y perpetuarla, en un
proceso de envilecimiento, de degradación y destrucción de la persona interna.
“La percepción de estos colores y de las relaciones triádicas y diádicas del cosmos y de la
sociedad, tanto directas como metafóricas, derivan de la experiencia psicobiológica pri-
mordial –experiencia que sólo puede alcanzarse desde la inter-mutualidad humana. [...]
Al representar estas ‘fuerzas’ o ‘hilos de vida’ mediante los símbolos del color en contex-
tos rituales, los hombres han debido sentir que podían controlar o domesticar esas fuer-
zas con fines sociales, pero las fuerzas y símbolos son biológica, psicológica y lógicamente
anteriores a las clasificaciones sociales en mitades, clanes, tótems sexuales y demás [...]
Sólo a través de la abstracción, a partir de estas configuraciones primarias, han podido
surgir los restantes modos de clasificación empleados por la humanidad.”
V. Turner (1967). La selva de los Símbolos (págs. 100-101). Madrid: Siglo XXI, 1990.
Arnold Van Gennep (1909) formuló por primera vez una forma común en
todas las ceremonias de transición, que iría de la separación del iniciado10 a
su reintegración social, pasando por un estadio intermedio de liminaridad. En
su descripción de los ritos de paso, Van Gennep señaló cómo los umbrales sim-
bolizan el inicio de nuevos estados.
En los ritos iniciáticos, las fases liminares –de tránsito entre el estado que se
abandona y la adquisición del nuevo, entre la infancia y la edad adulta, por
ejemplo– se definen por el peligro inherente que caracteriza a toda indetermi-
nación, por la incertidumbre de aquello que se intuye pero que todavía no ha
sucedido. Pensemos en las bromas sobre el peligro “de quedarse plantado en el
altar” el día de la boda, o los tabúes en torno al cuerpo del difunto antes de la
ceremonia de inhumación.
Precisamente para incidir en esta situación de desorden que caracteriza todo
estado de indeterminación, se expulsa a los iniciados de su comunidad de ori-
gen, y se les prescribe una conducta antisocial, deliberadamente aberrante, en
la cual deben asaltar, robar y violar el orden social establecido. Su comporta-
miento llega a ser la pertinente expresión de la situación marginal en la cual se
encuentran, al límite de la sociedad, segregados de su orden. Superado este es-
tadio, su reinserción en el mundo será sancionada públicamente y evidenciará la
situación de aquel que ha entrado en contacto con el peligro.
Los individuos que transitan de una fase a otra, de un territorio geográfico a
otro, atraviesan necesariamente un espacio de indeterminación, de liminaridad,
la frontera del margen. Su existencia puede verse afectada dramáticamente en este
paso si el grupo en que deben ingresar no desea su incorporación, si, de hecho,
los prefería ausentes, socialmente muertos, desconocidos, o condenados al olvido
y la ignominia.
El peligro reside en la misma transición entre un estado y otro, y si resulta
tan peligroso es precisamente porque esta transición no implica en sí misma un
estado, no tiene sustancia, sino que se parece más a un estadio que se diluye es-
pesamente, como la miel pegajosa.
El individuo que debe cambiar de fase no sólo se encuentra él mismo en pe-
ligro, sino que puede contagiar este peligro a los otros. Pensemos, si no, en el irre-
sistible atractivo de la Lolita de Nabokov que precipita a su amante hacia el
desastre con el mal de su belleza. O en la fascinación que despierta el inquietante
encanto de la pubertad de Tadzio en Muerte en Venecia, tan sólo desequilibrado
por una sombra de enfermedad levemente intuida en la palidez de sus dientes.
Sus víctimas son personajes que, arrastrados por la liminaridad de sus objetos de
deseo –dos seres intermedios, mitad niños, mitad adultos–, se acabarán convir-
© Editorial UOC 121 Capítulo II. Imágenes de la diferencia
11. En este sentido el antropólogo francés Marc Augé plantea que “si los inmigrantes inquietan
tanto (a menudo tan abstractamente) a los residentes en un país, es en primer lugar porque les
demuestran a estos últimos la relatividad de las certidumbres vinculadas con el suelo: es el emi-
grado el que los inquieta y los fascina a la vez en el personaje del inmigrante”. M. Augé (1992). Los
“no lugares”. Espacios del anonimato (pág. 121). Barcelona: Gedisa, 1998.
© Editorial UOC 122 Representación y cultura audiovisual...
Surge así la “acusación de brujería”, como la forma de control allí donde éste
resulta difícil de ejercer, como en el caso del estigma, de las alógicas, de los di-
sentidos sociales, allí donde los individuos intermedios, los in-between, se erigen
como una amenaza antisocial. Ser acusado de brujería comporta ser señalado
como el causante del desorden, como el agente de la contaminación social, ser
implicado en el proyecto de sembrar el mal a escala cósmica. La brujería designa
el desorden oculto en la sociedad, un desorden manifiesto en los efectos que
provoca, al invertir el orden legítimo y entregarlo al caos. La imagen del brujo
aparece en todas las culturas bajo el aspecto del enemigo enmascarado, aquel
que resulta tan cercano como difícil de identificar.
La acusación de brujería
“El lugar de lo abyecto es ‘el lugar en el que el significado se derrumba’, ... el lugar en
el que ‘no estoy’. Lo abyecto amenaza a la vida; debe ser ‘excluido radicalmente’...
del lugar del sujeto viviente, expulsado del cuerpo y depositado en el otro lado de una
frontera imaginaria que separa al yo de lo que amenaza al yo... Lo abyecto se puede
experimentar de varias formas –una de ellas está relacionada con funciones biológicas
del cuerpo, la otra se ha inscrito en una economía (religiosa) simbólica... Lo último
en abyección es el cadáver. El cuerpo se protege a sí mismo de desperdicios corporales
como excremento, sangre, orina y pus expulsando estas substancias igual que expulsa
comida que, por la razón que sea, el sujeto encuentra repugnantes. El cuerpo se libera
de éstas y del lugar donde caen para poder continuar viviendo”.
B. Creed (citando a J. Kristeva) (1995). “Horror and the carnivalesque: the body-
monstrous” (pág. 149). En: L. Devereaux; R. Hillman. Fields of Vision. Berkeley:
University of California Press.
“La santidad requiere que los individuos se conformen con la clase a la cual pertene-
cen. Y la santidad requiere igualmente que no se confundan los géneros distintos de
las cosas [...] la santidad significa mantener distintas las categorías de la creación. Im-
plica por lo tanto la definición correcta, la discriminación y el orden.”
Andi, un juego mediático con el acrónimo ADN, parece destinado a llamar la ansie-
dad social; y es que Andi ha sido diseñado y concebido para que las partes de su cuer-
po se iluminen según las reacciones químicas previstas en el laboratorio. Como el
OncoMouseTM, un ratón de laboratorio diseñado genéticamente para desarrollar cán-
cer del que nos hablara Donna J. Haraway, Andi franquea con su existencia las dico-
tomías entre lo cultural y lo natural, lo animal y lo humano, lo tecnológico y lo
orgánico, que construían la realidad tal como la entendíamos.
“Un cyborg es una criatura híbrida, compuesta de organismo y máquina. Pero se trata
de máquinas y de organismos especiales, apropiados para este fin de milenio. Los
cyborgs son entes híbridos posteriores a la Segunda Guerra Mundial compuestos, en
primer término, de humanos o de otras criaturas orgánicas tras el disfraz no escogi-
do de la ‘alta tecnología’, en tanto que sistemas de información controlados ergonó-
micamente y capaces de trabajar, desear y reproducirse. El segundo ingrediente
esencial de los cyborgs son las máquinas, asimismo aparatos diseñados ergonómica-
mente como textos y como sistemas autónomos de comunicación.”
D.J. Haraway (1991). Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza (pág. 62).
Madrid: Cátedra, 1995.
12. Acuñado como concepto –‘cybernetic organism’– por Manfred Clynes (1961) y Nathan Klie en su
investigación sobre la adaptación del cuerpo humano al medio espacial a partir de componentes
exógenos, la noción de ‘cyborg’ fue desde sus inicios desarrollada en los ámbitos de la robótica y la
teoría de la información, constituyendo, asimismo, un auténtico lugar común en la literatura de
ciencia ficción.
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Resumen
Capítulo III
El imaginario
Invención y convención
Marta Selva Masoliver
Anna Solà Arguimbau
Introducción
1. El imaginario
G. Bachelard (1958). El aire y los sueños (pág. 9). México: Fondo de Cultura Económica.
to. En esta segunda acción el niño actualizaba el proceso completo del juego
cuando manipulaba un carrito de madera atado a una cuerda que sostenía con las
manos. El sonido prolongado, mencionado anteriormente, se complementaba con
una exclamación de alegría, aquí (da), cuando recuperaba el carrito tirando de la
cuerda. El juego completo era la desaparición y la aparición, que Freud interpretaba
como una simbolización de las desapariciones ocasionales de la madre.
“Hallábase el mismo (el juego) conectado con la más importante función de cultura
del niño, esto es, con la renuncia al instinto (renuncia a la satisfacción del instinto)
por él llevada a cabo al permitir sin resistencia alguna la marcha de la madre. El niño
se resarcía en el acto poniendo en escena la misma desaparición y retorno con los ob-
jetos que a su alcance encontraba.”
S. Freud (1974). Más allá del principio de placer. Obras completas (vol. VII, pág. 2.511).
Madrid: Biblioteca Nueva.
B. Bettelheim (1988). Psicoanálisis de los cuentos de hadas (pág. 21). Barcelona: Grijalbo.
© Editorial UOC 134 Representación y cultura audiovisual...
“La novela, en el sentido proverbial, nunca pretendió ‘captar’ ni ‘presentar’ nada real.
Pero tampoco se muestra como un inútil simulacro, puesto que, aunque la realidad
le sea para siempre inaccesible, sin embargo la toca, también siempre, en el punto de-
cisivo, al representar el deseo real de cambiarla. Quien ‘urde novela’ expresa, por ello
mismo, un deseo de cambio [...]. En oposición al héroe trágico o épico, que sufre por
el orden del que es testigo, el ‘urdidor de novelas’ es, en sus mismos designios, un au-
tor del desorden, un hombre que desprecia las calidades y las categorías [...], un espí-
ritu enamorado de la libertad, decidido a no inclinarse ante lo irreversible, rebelde a
los clichés así como a las categorías preestablecidas.”
M. Robert (1973). Novela de los orígenes y orígenes de la novela (pág. 31). Madrid: Taurus.
1. Ver: Sigmund Freud (1908/1972). Obras completas (vol. IV: Novela familiar del neurótico). Madrid:
Biblioteca Nueva.
© Editorial UOC 135 Capítulo III. El imaginario
“En este sentido, la novela no es más que un género ‘edípico’ entre los demás, salvo
que –y para la literatura no es ésta, ciertamente, una diferencia que deba ser despre-
ciada– en lugar de reproducir un fantasma en bruto según las reglas establecidas por
un código artístico preciso, imita a un fantasma novelesco de entrada, un esbozo de
relato que no es sólo el inagotable depósito de sus futuras historias sino la única con-
vención cuyos límites acepta.”
M. Robert (1973). Novela de los orígenes y orígenes de la novela (pág. 54). Madrid: Taurus.
“Para Claude Lévi-Strauss los mitos son, sencillamente, los instrumentos de la super-
vivencia del hombre como ser pensante y social. Es a través de los mitos como el
hombre comprende el sentido del mundo, como lo experimenta de una forma cohe-
rente, como afronta su presencia irremediablemente contradictoria, dividida, ajena.
El hombre se encuentra enredado en contradicciones primarias entre ser y no ser,
masculino y femenino, joven y viejo, luz y oscuridad, comestible y tóxico, móvil e
inerte. No puede, dice Lévi-Strauss, resolver estas formidables antítesis enfrentadas
mediante procesos puramente racionales. En los dos polos del tiempo concebible se
encuentra enfrentado primero con el misterio de sus orígenes y luego con el misterio
de su extinción [...]. Sólo los mitos pueden articular estas antinomias universales, en-
contrar explicaciones metafóricas para la escindida situación del hombre en la natu-
raleza. El hombre es, en la visión de Lévi-Strauss, un primate mitopoético, un primate
capaz de elaborar y crear mitos.”
El mundo del imaginario se asocia así al universo mítico. Esta capacidad poéti-
ca, definidora del ser humano, es valorada también por Gaston Bachelard desde
sus estudios epistemológicos sobre la racionalidad de la ciencia y, muy especial-
mente, al considerar la función creadora de la imaginación como punto de partida
© Editorial UOC 139 Capítulo III. El imaginario
G. Bachelard (1958). El aire y los sueños (pág. 10). México: Fondo de Cultura Económica.
“Así, tantos trabajos pluridisciplinares convergentes en esta mitad del siglo XX han
permitido levantar un rico balance heurístico de los estudios sobre lo imaginario, y
extraer los conceptos clave de un nuevo acercamiento metodológico de las represen-
taciones del Universo, una ‘mitodología’. Pluralismo taxonómico, tópico y dinámico
permiten aprehender con una precisión mensurable las cuencas semánticas que arti-
culan ‘lo propio del hombre’, que es lo imaginario. Este último se define como la in-
eludible representación, la facultad de simbolización de donde todos los miedos,
todas las esperanzas y sus frutos culturales emanan de manera continuada desde hace
un millón y medio de años aproximadamente, desde que el Homo erectus se ha levan-
tado sobre la tierra.”
“Toda sociedad (como todo ser vivo o toda especie viva) instaura, crea su propio mun-
do en el que evidentemente está ella incluida [...] es la institución de la sociedad lo
que determina aquello que es ‘real’ y aquello que no lo es, lo que tiene un sentido y
lo que carece de sentido. [...] Sería superficial decir que toda sociedad ‘contiene’ un
sistema de interpretación del mundo. Toda sociedad ‘es’ un sistema de interpretación
del mundo; y aún aquí el término interpretación resulta superficial e impropio. Toda
sociedad es una construcción, una constitución, creación de un mundo, de su propio
mundo. Su propia identidad no es otra cosa que ese ‘sistema de interpretación’, ese
mundo que ella crea.”
C. Castoriadis (1998). Los dominios del hombre (pág. 69). Barcelona: Gedisa.
2. La Escuela de los Annales fue iniciada después de la Segunda Guerra Mundial por Lucien Febvre
y Marc Bloch.
© Editorial UOC 145 Capítulo III. El imaginario
“Estoy totalmente de acuerdo con esto. Añadiría que no creo que queden, entre
los historiadores actuales, muchos que sigan adoptando el punto de vista del po-
sitivismo de hace cincuenta o sesenta años, cuando con el auge de las ciencias
exactas se consolidaba el sentimiento de que era posible llegar a un conocimiento
escrupulosamente verdadero de lo que había ocurrido en el pasado, que era posi-
ble crear una ‘historia científica’. Verdaderamente estoy convencido de la inevi-
table subjetividad del discurso histórico, en cualquier caso, lo estoy totalmente
del mío. Esto no quiere decir que no haga todo lo que puedo por aproximarme a
lo que podríamos llamar la “realidad”, en relación a esta construcción imaginaria
que es nuestro discurso [...] estoy convencido de que el discurso histórico es el
producto de un sueño, de un sueño que, sin embargo, no es totalmente libre, ya
que las grandes cortinas de imágenes de las que está hecho se deben colgar obli-
gatoriamente con los clavos que son las huellas del pasado. Pero entre estos clavos
el deseo se insinúa. [...] Los impulsos del deseo se introducen en el propio trabajo
del historiador, en diversos niveles. En primer lugar en la escritura propiamente
dicha, en la manera de escribir la historia, en la manera de transmitir la experien-
cia personal [...]. Pero los impulsos también entran en juego en las opciones “teó-
ricas”, en el establecimiento de lo que llamamos una problemática, en la manera
de seguir una pista, en el impulso que lleva a aventurarse hacia tal o cual tema.”
G. Duby (1988). Diálogo sobre la historia. Conversaciones con Guy Lardreau. Madrid:
Alianza Universidad.
© Editorial UOC 146 Representación y cultura audiovisual...
M. Foucault (1970). La arqueología del saber (pág. 10). México: Siglo XXI.
“Una historia que no sería aquélla de lo que pueda haber de cierto en los conocimientos,
sino un análisis de los “juegos de verdad”, de los juegos de falso y verdadero a través de
los cuales se constituye como experiencia, es decir como poderse y deberse ser pensado.”
M. Foucault (1984). Historia de la sexualidad (vol. II: El uso de los placeres, pág. 10).
Madrid: Siglo XXI, 1987.
sobre todo, formas de subjetividad, aquéllas por las cuales los individuos se re-
conocen como sujetos sexuales o sujetos de deseo.
En este cruce indispensable entre las ciencias sociales y la historia, Jean
Starobinski tiene una especial relevancia como historiador de la cultura ca-
paz de vincular la multiplicidad de elementos que intervienen en la determi-
nación de los fenómenos culturales. Sus estudios, preferentemente centrados en
artistas, literatos y pensadores de los siglos XVII y XVIII, siguen la trayectoria de
un concepto o de una metáfora a través de la reconstrucción de su historia, de
sus relaciones y variaciones. La riqueza y variedad de sus estudios constituyen
una nueva relación de la conciencia con el mundo.
En relación con el imaginario destacamos su estudio “Jalones para una historia
de la imaginación”, un artículo publicado en una recopilación de escritos bajo el
título La relation critique. En este artículo, analiza la función de la imaginación lite-
raria en relación con las diferentes concepciones que se han desarrollado sobre la
imaginación a lo largo de la historia del pensamiento.
“La imaginación literaria no es sino el desarrollo particular de una facultad mucho más
general, inseparable de la actividad misma de la conciencia. El problema corresponde por
derecho a filósofos y psicólogos: la teoría literaria, como en otros muchos casos, recurre
a una noción nacida del dominio propio de la literatura, y cuyo valor desborda el campo
de la creación literaria. Si el término carece de especificidad y exige ser más precisado, tie-
ne al menos la ventaja de describir aquello que relaciona el acto de escribir con los datos
fundamentales de la condición humana: contribuye a establecer un vínculo necesario
entre la teoría más general de la conciencia y la teoría de la literatura.”
“Si en toda vida práctica existe necesariamente una imaginación de lo real, vemos como
también subsiste, en el mayor desorden de imágenes, una realidad de lo imaginario.”
lectivamente. Igual que los recuerdos, que no importa si se ajustan a los hechos
reales o no, las imágenes pueden ser consideradas como pautas referenciales de
nuestra existencia e instrumentos de identificación que intervienen poderosa-
mente en la configuración de las mentalidades.
“[...] si el signo tiene propiedades comunes con algo, ese algo no es el objeto, sino el
modelo perceptivo del objeto.”
U. Eco (1982). “Semiología de los mensajes visuales”. En: Análisis de las imágenes
(pág. 37). Barcelona: Ediciones Buenos Aires.
© Editorial UOC 149 Capítulo III. El imaginario
“[...] que la forma autorice el significado con el que se le inviste y que el contexto fije
el significado de manera adecuada.”
La convención regula todos nuestros procesos figurativos, desde los que se cons-
truyen por analogía con la cosa representada hasta los más alejados de los modelos
perceptivos y que actúan como símbolos o alegorías. De la misma forma, el proce-
dimiento técnico de la producción de las imágenes no invalida esta convenciona-
lidad, como muy bien podemos comprobar en el registro fotográfico.
La convencionalidad de las imágenes es un principio determinante de los
mecanismos de significación que la constituyen. El grado de semejanza o ico-
nocidad se expresa como un “efecto de realidad”, es decir, como un efecto de
lenguaje en tanto que resultado de una determinada organización de su materia
expresiva. Estos elementos significantes se vinculan a una significación según
unos códigos culturales que actúan como punto de referencia en el intercambio
comunicativo.
En consecuencia, el grado de realidad que supuestamente se atribuye a cier-
tas imágenes, como la pintura figurativa o la fotografía, no es consustancial a
las mismas imágenes, sino que es el resultado de una convención. Siempre hay
mediación entre la imagen y su referente, hay una subjetividad que construye o
interpreta su significado según unas codificaciones culturales y unas preferencias
individuales.
Todas las imágenes son representaciones ilusorias, presencias imaginarias de
las cosas que sustituyen y significan. La significación cultural de las imágenes es
un fenómeno complejo que debe interpretarse en vista de las aportaciones teó-
ricas que hemos expuesto anteriormente: desde las teorías de la percepción fun-
damentadas en las determinaciones biológicas y psíquicas del ser humano hasta
las disciplinas que han valorado los modelos perceptivos teniendo en cuenta el
contexto cultural o social en que actúan y se desarrollan.
Mirar una imagen no es una actitud mecánica o pasiva, no es un simple re-
gistro perceptivo, sino una operación en la que intervienen procesos intelectua-
les, como han demostrado la teoría de la forma (Gestalt) respecto a los esquemas
© Editorial UOC 150 Representación y cultura audiovisual...
3. La convención
cio de conocimiento, del propio común, a otro lugar donde podemos convivir,
aquél en el que podemos compartir un sistema de significaciones. La segunda
definición nos amplía el sentido del término convención y nos conduce a enten-
derla como un pacto en relación con unas pautas establecidas arbitrariamente,
mediante las cuales podemos entendernos frente a determinadas acciones,
hechos o cosas.
La convención sólo tiene sentido, pues, si hay pacto –y, por lo tanto, legiti-
mación– y si hay costumbre. Esta última condición es la que con frecuencia
convierte la convención en una operación naturalizadora, es decir, que acaba
sobreponiéndose al objeto, cosa, hecho o acción que denomina y formando una
misma cosa.
Las dos acepciones de la palabra convención, la referencia etimológica y la de-
finición apuntada, nos llevan a entender la convención como un acuerdo que
nos permite pactar algunas formas de nombrar, entender y estar en el mundo.
Esta operación se encuentra totalmente inscrita en los procesos de asimilación
de las operaciones del lenguaje oral y escrito en cada lengua, y también ha aca-
bado por organizar las maneras de entender la representación mediante las
imágenes.
Además, la convención juega en dos sentidos paradójicamente opuestos. Por
un lado, universaliza el concepto que genera (por ejemplo, la señal de dirección
prohibida, entendido por todas las personas de un entorno cultural determina-
do); y por otro lado, lo estrecha, es decir, lo reduce a la significación que la con-
vención propone, sin demasiada posibilidad de tener en cuenta, desde la propia
convención, otras acepciones consustanciales a la expresión dirección prohibida.
Las convenciones operan según una normativización interna que las con-
vierte en un lenguaje, entendido como facultad de comunicarse con otro recep-
tor mediante un sistema de signos interpretables por él o ella. Desde esta
perspectiva podemos entender el significado de lo que, por ejemplo, funciona
como convención social y que ha normativizado los comportamientos de los
colectivos humanos en todas sus variantes y en todas las épocas.
Desde el terreno de las convenciones sociales podemos acercarnos a otro as-
pecto que más adelante recuperaremos en relación con el imaginario social pro-
movido desde los medios de comunicación. Al pautar los comportamientos y
exigir el cumplimiento de sus normas, estas convenciones interactúan en la pro-
pia experiencia de vida de las comunidades y la configuran de otra forma.
© Editorial UOC 152 Representación y cultura audiovisual...
Por otro lado, en su estudio L’ordre du discours (El orden del discurso), Michel
Foucault introduce la consideración de la convención y de la representación como
productoras de conocimiento por sí mismas, teniendo en cuenta, tal y como se
menciona en el texto de Juan Benet, el conjunto de referentes y contextos en los
que éstas funcionan en el tiempo. Es decir, en la historia (y la cultura) y en su por-
venir, situando en un lugar móvil, por lo tanto, los significados que vehiculan.
Así pues, una convención que funciona en un momento determinado puede ser
totalmente incomprensible un tiempo después por falta de uso o por pérdida pro-
gresiva de capacidad significante. Por ejemplo, en el libro Los usos amorosos del
dieciocho en España, Carmen Martín Gaite estudia el lenguaje de la seducción
© Editorial UOC 153 Capítulo III. El imaginario
creado por medio de las diferentes posiciones en que las mujeres colocaban sus aba-
nicos. Actualmente, por razones culturales e históricas, este lenguaje ha dejado de
tener ninguna posibilidad de comunicar. Hoy, la seducción pasa por otros códigos.
En aquel tiempo, si una mujer quería dar a entender que deseaba a alguien o acep-
taba una cita, debía responder a las reglas de aquel lenguaje para ser entendida.
Según Ferdinand de Saussure, el lenguaje, y las convenciones son lenguaje,
son un fenómeno social. No pueden ser un tema individual porque no pueden
construir sus reglas individualmente. Sus orígenes residen en la sociedad, en la
cultura, en los códigos compartidos, en los sistemas de lenguaje, no en la natu-
raleza ni en los individuos.
Mímesis es una palabra griega que significa ‘imitación’ y que encontramos en los filó-
sofos griegos en dos contextos distintos:
C. Metz y otros (1970). Lo verosímil (pág. 28). Buenos Aires: Editorial Tiempo
Contemporáneo.
Análisis de un spot
El análisis del spot de un coche de la marca Toyota nos puede hacer comprender las
estrategias que se ponen en juego a la hora de hacer publicidad de un producto.
En primer lugar, el spot publicitario es un producto que se vende a sí mismo. Debe ser
atractivo a los ojos de los consumidores y, por lo tanto, se construye con el objetivo
de crear un relato gratificante para el público.
El spot se dirige al público consumidor desde un nivel de discurso que de hecho obvia
las cualidades del producto, en este caso un coche, y mediante la asociación de las ideas
y las imágenes crea una persuasión de consumo que se fundamenta en la seducción.
En el spot lo que en realidad se vende no es el coche sino una serie de valores asocia-
dos directamente al producto: conceptos como libertad, potencia, autenticidad y
capacidad de seducción.3
La voz en off es muy ilustrativa de los valores que se venden, conductas e ideas que
en la sociedad capitalista son muy valoradas y, por lo tanto, deseables:
“Un buen día recibes una llamada y algo te dice que es el momento de romper con la
rutina que está empequeñeciendo tu cerebro, se acabó, adiós, adiós, adiós. Te sientes
como un niño con zapatos nuevos y dejas a los cotillas de tus vecinos y los aburridos
concursos de televisión. Te sientes mejor, eres el rey. Y entonces la gente te mira y no
sabes por qué te miran, pero a ti qué más te da. Lo has logrado, eres diferente y ellos no,
me oyes, eres diferente y ellos no. Nuevo Toyota, rebélate. Toyota, piensa en rebelde.”
El escenario, el decorado donde transcurre la acción del spot, puede dividirse en dife-
rentes espacios, con una fuerte carga simbólica. En un primer momento se sitúa en
un paisaje polar, de donde emerge el personaje central. Después aparecen distintos
paisajes de transición por donde vemos que viaja con el coche, hasta llegar a un oasis.
Los escenarios se sitúan en dos polos contrapuestos: el polar y el desértico, unidos por
la velocidad del coche. El paisaje polar, frío y solitario, y el oasis, cálido y símbolo de
fertilidad en el desierto. Son espacios naturales abiertos, símbolos de libertad, y a la
vez hostiles y duros, utilizados para sobresignificar la idea de superación.
3. Nos referimos a una exageración ostensible de las necesidades del consumidor o de las excelen-
cias de los productos anunciados.
© Editorial UOC 159 Capítulo III. El imaginario
Hay un personaje central masculino, joven, blanco, de clase media alta, ac-
tivo y decidido, que, por el proceso de identificación, pasa a ser el destinata-
rio del producto. Éste recibe una llamada y no duda en ir a la búsqueda de la
persona que le necesita.
En el ejemplo de Toyota vemos que durante el relato aparecen diferentes per-
sonajes secundarios que ilustran lo que dice la voz en off y los paisajes por donde
pasa. Al final destaca un personaje femenino que abraza al protagonista. Ella es
la persona que lo reclamaba. Se nos muestra en un primer plano, en el que ve-
mos que es de una belleza exótica resplandeciente. No hace ni dice nada, sim-
plemente representa la idea de trofeo sexual e ilustra el poder de seducción que
pueden tener los hombres que adquieren este coche.
En una sociedad en la que se valora el individualismo y el éxito personal por
encima de otros valores colectivos, el spot está construido para vender estos va-
lores, valores que vienen reforzados por el producto, un coche, objeto deseado
porque es un signo de estatus.
Gran parte de los ejemplos que hemos ido exponiendo parten de un recono-
cimiento implícito: el del juego entre imagen y narración, entre la capacidad de
las imágenes para representar, para referirse a contextos reconocibles, y su capa-
cidad para narrativizar lo que representan. “Una imagen vale más que mil pala-
bras”. Éste es uno de los tópicos más comunes con el que se ha popularizado una
idea falsa o equivocada en lo que respecta al poder de las imágenes. Porque en
todo caso, deberíamos hablar de la capacidad de las imágenes para traernos mil
palabras. Sin las palabras, o los conceptos, las imágenes no comunican. Si no so-
mos capaces de leer y nombrar lo que las imágenes nos dan, éstas quedan mudas,
no comunican. Incluso las experiencias más abstractas, aquellas que remiten a
las sensaciones o puramente a las percepciones formales, si no despliegan un len-
guaje comunicador, traducible, no tienen valor, no generan significado.
Esto no quiere decir que el estatuto de operatividad de la imagen deba estar
siempre vinculado a un saber anterior que las denomine. Puede desencadenar,
de hecho debe desencadenar, nuevas percepciones para ser más rica en su dis-
© Editorial UOC 160 Representación y cultura audiovisual...
se promueven a partir de los finales felices forman parte de nuestro imaginario, del
mismo modo que los escenarios reproducidos, los encuentros amorosos, los rituales
de seducción y otras constantes del universo narrativo.
Incluso en uno de los lugares en los que el estatuto de realidad parece estar más
preservado, como en los filmes documentales, el peaje narrativo parece obligado y
podemos descubrir un planteamiento, un nudo y un desenlace según el modelo aris-
totélico más clásico descrito en La poética. Cualquier alteración de estas leyes, que
han acabado siendo propias del espectáculo visual contemporáneo más hegemóni-
co, acaba procurando al producto documental un descabalgamiento de los circuitos
de exhibición mayoritarios y, por lo tanto, su viaje hacia el ostracismo o el elitismo.
Cuando un texto audiovisual –como el caso de muchos reportajes o docu-
mentales– se define como un trabajo de investigación, debería ser posible incluir
en su exposición algunos de los interrogantes que se planteen durante el proceso
de indagación. Sin embargo, lo más habitual es que, si el documentalista o reali-
zador se encuentra con algún hecho difícilmente explicable o que no concuerda
con la hipótesis planteada inicialmente, recurra a convenciones narrativas con
el objetivo de hacer invisible esta carencia. Una oportuna utilización de la voz
en off o la imposición de una operación de montaje naturalizadora serán sufi-
cientes para dar la sensación de completo.
De esta manera, con mucha frecuencia, los esquemas narrativos propios de
la ficción interfieren los trabajos rigurosos de investigación antropológica o so-
ciológica. Y de este modo, también, el imaginario no sólo se nutre de imágenes,
sino también del proceso de ordenación narrativa de éstas.
Cuando no se quiere pagar este peaje, el producto queda reservado a públicos
especializados, que por el contexto son capaces de convivir con los conflictos
que plantean las premisas del análisis. Implícitamente, estos productos no sólo
cuestionan la convención representacional naturalizadora de las imágenes, sino
también el mismo sentido de la articulación narrativa convencional.
Planteemos ahora el caso de dos películas sobre el mismo tema, el holocaus-
to, en el que se hacen evidentes dos posiciones: la que pacta con las dinámicas
narrativas naturalizadoras y la que utiliza esquemas que implican su discusión.
Se trata de La lista de Schindler de Steven Spielberg y el documental Shoa, de
Claude Lanzmani (1975-1985).
La lista de Schindler muestra desde la ficción escenas terribles que se organi-
zan como documento de denuncia del exterminio de los judíos en los campos
de concentración nazis. Por medio de la figura de Oskar Schindler, el filme rinde
© Editorial UOC 163 Capítulo III. El imaginario
Los estudios teóricos desde las diferentes disciplinas sociales han desarrolla-
do una serie de trabajos que, utilizando la heterodoxia analítica, la interdiscipli-
nariedad, y capitalizando fructíferamente las remodelaciones metodológicas del
último cuarto del siglo XX, aparecen como relecturas o reinterpretaciones de fe-
nómenos culturales, explicados convencionalmente desde posiciones que no
aclaraban con la suficiente complejidad el alcance revelador de éstos.
A continuación mencionamos tres casos:
La caída de la hoja. Arthur Hacker, 1902. Fuente: B. Dijkstra (1994). Ídolos de la perversidad (pág. 100).
Barcelona: Debate / Círculo de Lectores.
© Editorial UOC 166 Representación y cultura audiovisual...
“Estas pinturas debían sugerir una perversa combinación de intensa necesidad sexual y
abyecto desamparo en las mujeres representadas de tal guisa. Sólo queda una vía para
unirse a estas criaturas: hemos de descender a su nivel, convertirnos en parte de su mun-
© Editorial UOC 167 Capítulo III. El imaginario
Este autor, buscando las relaciones de estas imágenes con su contexto histórico,
llega a la conclusión de que aquellos cuerpos representados en aquellas actitudes
compulsivas o extasiadas, abandonados en medio de la naturaleza, pueden ser in-
terpretados como la visualización característica de la preocupación masculina, que
desarrolló también a finales de siglo la idea de que las mujeres habían nacido ma-
soquistas4 y que su deseo oculto era el de ser violadas o golpeadas.
De esta manera, la autoridad “científica” proporcionaba el argumento nece-
sario para validar las conductas agresivas contra las mujeres por parte de una
cultura patriarcal que empezaba a experimentar los trastornos de las primeras
manifestaciones de discrepancia de las mujeres en lo que respecta a los papeles
que se les había atribuido tradicionalmente.
Es decir, la aparición de estos temas antifemeninos en las pinturas actuaba
como discurso velado de la expresión masculina que traducía, así, sus miedos
en la pérdida de poderes sobre el cuerpo de las mujeres. Tal y como dice Dijkstra,
el recurso a la verdad científica, del mismo modo que ha llegado a ser en otros
casos de prepotencia de unos grupos humanos sobre otros, los estudios sobre la
sexualidad femenina y el desarrollo del concepto de masoquismo de aquella
época, se convirtió en la justificación actualizada de la opresión del patriarcado
contra las mujeres. Las pinturas observadas en el trabajo de Dijkstra fueron uno
de sus instrumentos de divulgación.
4. El término masoquismo fue inventado por Richard von Krafft-Ebing, que en su obra Psychopathia
Sexualis (1886) lo definía como “el deseo de sufrir dolor y ser sometido por la fuerza”, y que lo rela-
cionaba con los héroes de un escritor de la época, Leopold von Sacher-Masoch, caracterizados por
la búsqueda constante de maltratos físicos. El término, sin embargo, era atribuido consustancial-
mente a la naturaleza femenina.
© Editorial UOC 168 Representación y cultura audiovisual...
Por su lado, Valerie Walkerding propone una reflexión sobre el papel de los
medios de comunicación de masas y su relación con el imaginario que permite
un nuevo modelo de lectura.
A partir de una fructífera propuesta de análisis elabora un dibujo innovador de
los mecanismos de interacción entre discursos culturales –como el cine– y clases po-
pulares, consumidoras de un tipo de productos mediáticos que con frecuencia se
consideran enajenantes. Walkerdine discute el desprecio de que han sido objeto las
películas o programas para grandes audiencias por parte de los estudios de la comu-
nicación y propone una aproximación más abierta que integra, sobre todo, su ex-
periencia, tanto personal como académica, de la cual ha extraído su posibilidad de
acceder a unas aspiraciones (de ascenso o movilidad social, de construcción emo-
cional, etc.) que precisamente son negadas en otras experiencias sociales, como por
ejemplo la educación, tanto familiar como escolar.
Walkerdine, y con ella gran parte de las creaciones teóricas de los actuales estu-
dios culturales, confraterniza con la idea de que las teorías elaboradas por el deter-
minismo comunicacional, o desde éste, impiden visibilizar una gran parte de las
aportaciones que esta cultura visual –más allá de su propia intención– ha podido
promover en los sectores sociales consumidores de ésta. Aportaciones que hacen re-
ferencia a la aceptación de la capacidad de los sujetos para hacer de mediador o dia-
logar entre su experiencia, también resultado de un conjunto de mediaciones
culturales, y la propuesta que pueda provenir de la construcción imaginaria.
En las sociedades contemporáneas, las imágenes difundidas por los medios de
comunicación adquieren un papel de memoria colectiva, memoria formada por ex-
periencias mediáticas, que con su constante proliferación han poblado el imagina-
rio de muchas personas de personajes creados básicamente por estos medios, los
cuales no transmiten o difunden acciones o particularidades reales de éstos, sino
que los construyen, como si se tratase de personajes de ficción.
Uno de los casos más emblemáticos es el de Lady Di, Diana de Gales. Su histo-
ria, elaborada con una proliferación de imágenes sin precedentes, corresponde a
la irrupción de una leyenda, construida a los ojos del público paralelamente al tra-
yecto de su vida pública y privada. Desde su aparición en el marco de la familia
real inglesa, hasta su muerte en un trágico accidente en 1997, su vida tuvo un co-
rrelato en imágenes, correspondientes o no con la verdad de su existencia. Esta
narración, generadora de poderosos vínculos de identificación, sobre todo entre
la población femenina, se mantuvo en plena vigencia entre las audiencias multi-
© Editorial UOC 169 Capítulo III. El imaginario
culturales durante los quince años que duró su actividad pública. La mujer feliz
que consigue casarse con el príncipe, la mujer traicionada por la infidelidad de su
marido, la mujer moderna que se libera del vínculo matrimonial y se ocupa de
causas humanitarias. Todos estos papeles, representados por Diana, se convirtie-
ron en una trasposición narrativa –similar a la que se produce en la literatura po-
pular– de la fortuna o la desventura de muchas existencias reales, para las cuales,
los episodios de la vida de Diana fueron escenarios virtuales en los que sublimar
las propias angustias, expectativas o frustraciones.
Los personajes de las obras de esta autora, mujeres interpretadas por sí misma,
aparecen dotados de algunas de las características de los estereotipos propios de los
© Editorial UOC 172 Representación y cultura audiovisual...
medios de comunicación de masa de la época. Los atributos del ama de casa, las po-
siciones de invitación sexual, la fragilidad, las expresiones de felicidad, la pasividad,
y otros lugares comunes del repertorio de la imaginería femenina, están colocados de
manera que la puesta en escena desestabiliza su significado convencional: los coloca
en escenarios o situaciones inapropiadas o inesperadas para las pautas del arquetipo.
Las mujeres de Cindy Sherman son las máscaras que no ocultan del todo lo
que cubren, sino que se muestran y revelan al mismo tiempo el significado o la
vaciedad de significado de su existencia como construcciones arbitrarias.
Resumen
Capítulo IV
Modos de representación
Sujeto y tecnologías de la imagen
Marta Selva Masoliver
Anna Solà Arguimbau
Introducción
1. La fotografía
Al igual que aquella técnica creada por los arquitectos y pintores renacentis-
tas, la representación fotográfica plasma en dos dimensiones no sólo las apa-
riencias reconocibles de las cosas o las personas, sino también la sensación de
profundidad y de volumen, es decir, las tres dimensiones.
En la perspectiva, el cálculo geométrico fundamentado en las líneas de fuga
y en la escala de tamaños era una forma de presentar la realidad que situaba al
espectador en un punto de mira privilegiado correspondiente al centro, lugar o
coordenada ideal en que confluyen estas líneas estructurales, y que contribuía
a entender la representación como un universo cerrado y acabado en sí mismo.
“De un cuerpo real, que se encontraba allí, han salido unas radiaciones que vienen
a impresionarme a mí, que me encuentro aquí; importa poco el tiempo que dura
la transmisión; la foto del ser desaparecido viene a impresionarme al igual que los
rayos diferidos de una estrella. Una especie de cordón umbilical une el cuerpo de
la cosa fotografiada a mi mirada: la luz, aunque impalpable, es aquí un medio carnal,
una piel que comparto con aquel o aquella que han sido fotografiados.
R. Barthes (1990). La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía (págs. 142 y 152). Barcelona:
Paidós Comunicación.
“Mediante las fotografías cada familia construye una crónica de sí misma, un conjun-
to de imágenes portátiles que atestigua la solidez de sus lazos. Importa poco cuáles
actividades se fotografían siempre y cuando las fotografías se tomen y aprecien. La
fotografía se transforma en rito de la vida familiar en el preciso instante en que la ins-
titución misma de la familia, en los países industrializados de Europa y América, em-
pieza a someterse a una operación quirúrgica radical. A medida que esa unidad
claustrofóbica, el núcleo familiar, se distanciaba de un grupo familiar mucho más vas-
to, la fotografía acudía para conmemorar y restablecer simbólicamente la continuidad
amenazada y la borrosa extensión de la vida familiar. Esos rastros fantasmales, las fo-
tografías, constituyen la presencia vicaria de los parientes dispersos. El álbum fotográ-
fico familiar se compone generalmente de la familia en su sentido más amplio, y con
frecuencia es lo único que ha quedado de ella.”
“Lo que suministra la fotografía no es solo un registro del pasado sino una manera
nueva de tratar con el presente, según lo atestiguan los efectos de los incontables billo-
nes de documentos fotográficos contemporáneos. Si las fotografías viejas completan
nuestra imagen mental del pasado, las fotografías que se toman ahora transforman el
presente en imagen mental, como el pasado. Las cámaras establecen una relación infe-
rencial con el presente (la realidad es conocida por sus huellas), ofrecen una visión de
la experiencia instantáneamente retroactiva. Las fotografías brindan formas paródicas
de posesión: del pasado, el presente, aun el futuro.”
“Todas las artes están fundadas en la presencia del hombre: tan sólo en la fotografía
gozamos de su ausencia. La fotografía obra sobre nosotros como un fenómeno ‘natu-
ral’, como una flor o un cristal de nieve en donde la belleza es inseparable del origen
vegetal o telúrico. Esta génesis automática ha trastocado radicalmente la psicología
de la imagen. La objetividad de la fotografía le da una potencia de credibilidad ausen-
te de toda obra pictórica. Sean cuales fueren las objeciones de nuestro espíritu crítico
nos vemos obligados a creer en la existencia del objeto representado, representado
efectivamente, es decir, hecho presente en el tiempo y en el espacio. La fotografía se
beneficia con una transfusión de realidad de la cosa a su reproducción. Un dibujo ab-
solutamente fiel podrá quizá darnos más indicaciones acerca del modelo, pero no po-
seerá jamás, a pesar de nuestro espíritu crítico, el poder irracional de la fotografía que
‘nos obliga a creer en ella’.”
La revista Life, que la publicó como una de las fotografías más importantes del año,
realizó, sin embargo, una curiosa operación para contrarrestar el trastorno emotivo.
Publicó al mismo tiempo otra imagen de la misma niña, sonriendo, después de haber
seguido tratamiento psíquico y un trasplante de piel. El comentario de esta segunda
fotografía acababa diciendo:
“[...] las heridas de la niña ya se han cerrado y ya ha vuelto a la escuela. Sus recuerdos
están escondidos detrás de su tímida sonrisa.”
“De acuerdo con la versión usual, lo que hizo la fotografía fue usurpar al pintor la ta-
rea de suministrar imágenes que transcriban la realidad con precisión. Weston insiste
en que ‘el pintor tendría que estar profundamente agradecido’, pues como tantos fo-
tógrafos anteriores y posteriores a él considera que la usurpación es en verdad una li-
beración. Al apropiarse de la tarea de retratar de manera realista, hasta entonces
monopolizada por la pintura, la fotografía dejó a la pintura en libertad para su gran
vocación modernista: la abstracción. [...] Las fronteras del nuevo territorio adquirido
por la fotografía inmediatamente empezaron a expandirse, pues algunos fotógrafos
rehusaban limitarse a esos triunfos ultrarrealistas con los cuales los pintores no po-
dían competir. Así, de los dos famosos inventores de la fotografía, Daguerre nunca
concibió la idea de ir más allá del marco de representación del pintor naturalista,
mientras que William Henry Fox (1800-1877) advirtió de inmediato la capacidad de
la cámara para aislar formas normalmente imperceptibles para el ojo desnudo y jamás
registradas por la pintura.”
2. El cine
La capacidad del cine para reproducir la duración de las cosas potencia el rea-
lismo de la imagen fotográfica pero al mismo tiempo el carácter ilusorio de este
efecto de realidad que posibilita también el desarrollo del ámbito subjetivo de
la visión. Estos espectros, estas sombras proyectadas en la pantalla, que son vi-
vidas como reales, señalan la importancia de la subjetividad en el fenómeno
perceptivo de la visión.
“Si tiendo a sustituir el término lenguaje por el de modo de representación no es sólo por
la carga ideológica (naturalizante) que el primero implica. Porque si bien he llegado
a adoptar en algunos aspectos la metodología semiótica, sigo pensando que este sis-
tema de representación institucional es demasiado complejo y demasiado poco ho-
mogéneo, tanto en su funcionamiento global cuanto por los sistemas que construye
[...] para que incluso metafóricamente la palabra lenguaje sea apropiada.”
3. La cineasta Lois Weber y D.W. Griffith, entre otros creadores, pusieron las bases de las nuevas
convenciones de la representación cinematográfica. El filme de Griffith, El nacimiento de una nación
(1915), se ha considerado como la referencia ejemplar de la nueva técnica discursiva.
© Editorial UOC 188 Representación y cultura audiovisual...
Lois Weber.
Fuente: A. Acker (1991). Reel women (pág. 6).
Londres: B.Y. Batsford.
sonajes individuales que actúan como agentes causales, dotados de una identidad
clara. Las causas naturales o las sociales pueden servir de catalizadoras o condicio-
nes previas para la acción, pero la narración se centra invariablemente en causas
psicológicas personales: decisiones, elecciones y rasgos caracteriales.
Entre la variedad de personajes narrativos destaca siempre la acción del pro-
tagonista, que se convierte en el agente causal principal, y por consiguiente, en
el lugar privilegiado de la identificación del público. Su deseo marcará la trayec-
toria del relato, que se desarrollará de acuerdo con las dificultades que encuen-
tre para alcanzar la finalidad que desea.
La obligación de actuar, de mostrar su carácter por medio de la acción, es uno
de los rasgos relevantes de los personajes protagonistas, mayoritariamente, los
héroes masculinos. La necesidad de decidir lo más conveniente y de elegir el
momento más oportuno para realizarlo se convierte en un imperativo ético irre-
nunciable para estos personajes.
El tipo de acción y sus consecuencias son muy variadas, pero la exigencia de ac-
tuar es indispensable para poder adquirir este carácter (ethos) ejemplar, cuya virtud,
tal y como formula Aristóteles, sólo puede expresarse mediante las acciones.4 Los
sentimientos y los afectos intervienen en sus decisiones, pero nunca pueden con-
vertirse en determinantes del desenlace final, que siempre debe guiarse por esta
“recta razón” que caracteriza al hombre virtuoso.
En relación con el deseo del espectador, la narración clásica despliega una serie
de estrategias muy elaboradas encaminadas a facilitar la identificación con los per-
sonajes y con el relato. No se trata simplemente de ver, sino de “ver por medio de”
o “ver con”, es decir, ocupar el lugar del personaje y vivir por medio de él las expe-
riencias de sus acciones. El espectador ya no ocupa un espacio exterior a la repre-
sentación, tal y como ocurría en las películas de los hermanos Lumière, sino que su
mirada es conducida al interior de la representación, en el que puede recorrer con
una libertad total el espacio y el tiempo de su universo diegético.
Esta “mirada encantada”, en palabras de Noël Burch, recorre la geografía de
la acción guiada por la cámara, que le permite observar la escena representada
desde posiciones diferentes. En cada momento se nos muestra lo que tiene lugar
4. En la Ética a Nicómaco Aristóteles nos recuerda que su estudio se centra en las acciones, en el
cómo realizarlas, “pues ellas son las principales causas de la formación de los diversos modos de
ser” (Aristóteles [1985]. Ética nicomaquea; Ética eudemia. Madrid: Gredos).
© Editorial UOC 190 Representación y cultura audiovisual...
de la forma más conveniente, según las leyes de la intriga, pero este espacio to-
talmente fragmentado (la suma de todos los planos) se compone de tal modo
(mediante los raccords), que es contemplado como un todo coherente gracias a
la lógica que impone en el orden narrativo.
El espacio cinematográfico es una construcción artificial que no tiene nada
que ver con el espacio del rodaje, ni con las posibilidades naturales de la visión,
pero es contemplado con total comodidad gracias al deseo de ver de los especta-
dores, movilizados eficazmente por la narración. De esta forma, se consigue ho-
mogeneizar la discontinuidad y construir un todo coherente en el que el sujeto
espectador se pueda orientar y situar fácilmente.
El tiempo de la historia también experimenta alteraciones según la intriga,
pero estas manipulaciones del orden de los hechos y de su duración en la trama
del relato se subordinarán siempre a la lógica causal de los acontecimientos.
Por ejemplo, los saltos en el tiempo, los saltos atrás (flash backs), con fre-
cuencia están motivados por los recuerdos de un personaje, pero su función
no es restringir el punto de vista, sino que se utilizan como elementos retó-
ricos de la narrativa para conseguir determinados efectos en el espectador
(suspense o sorpresa). Muchas veces, estos recuerdos no respetan las conven-
ciones de la narración en primera persona, sino que incluyen hechos que el
personaje que recuerda no puede haber presenciado ni conocido. Esto, según
Bordwell, demuestra la vinculación del punto de vista de un personaje con
la cadena causal en marcha, es decir, las informaciones que nos proporcio-
nan los recuerdos del personaje deben ayudar a crear expectativas que los
acontecimientos futuros resolverán.
En lo que respecta a la duración, el cine clásico muestra los hechos impor-
tantes para el progreso narrativo y omite (deja en la elipsis) todos aquellos que
no se consideran significativos para comprender la historia. Los intervalos silen-
ciados quedan codificados como una serie de signos de puntuación que sirven
para orientar al espectador en el desarrollo temporal de la historia.
Las unidades de tiempo, lugar y acción y su estructuración narrativa repro-
ducen a pequeña escala la utilizada globalmente en el filme. Cada secuencia fa-
cilita una serie de informaciones que complementan las que se han ofrecido
anteriormente, o bien abren nuevas expectativas que se completarán con las su-
cesivas. Las secuencias pueden mostrar diferentes líneas de acción que se pue-
den alterar (montaje alternado y paralelo) para intensificar la emoción de la
© Editorial UOC 191 Capítulo IV. Modos de representación
“[...] el clásico no desconfía del lenguaje, cree en la suficiente virtud de cada uno
de sus signos... No es realmente expresivo: se limita a registrar una realidad, no a
representarla.”
J.L. Borges (1999). “La postulación de la realidad”. En: Discusión (págs. 86-87).
Madrid: Alianza Editorial, Biblioteca Borges.
Los principios básicos del cine clásico que hemos expuesto quedan claramente defi-
nidos en esta síntesis que nos ofrece Bordwell:
“[...] La historia como base de la película, la técnica como una hebra imperceptible,
el público bajo control que entiende la trama y la clausura completa del final.”
“¿Qué es la imagen fílmica (comprendido el sonido también)? Una trampa. Hay que
darle a esta palabra su sentido analítico. Estoy encerrado con la imagen como si estu-
viera preso en la famosa relación dual que fundamenta el imaginario. La imagen está
ahí, delante de mí, para mí: coalescente (perfectamente fundidos su significado y su
significante), analógica, global, rica; es una trampa perfecta: me precipito sobre ella
como un animal sobre el extremo de un trapo que se parece a algo y que le ofrecen; y,
por supuesto, esa trampa mantiene en el individuo que creo ser el desconocimiento
ligado al yo y a lo imaginario. En la sala de cine, por lejos que esté, estoy aplastando
mis narices contra el espejo de la pantalla, ese ‘otro’ imaginario con el que me iden-
tifico narcisistamente (dicen que los espectadores que prefieren ponerse lo más cerca
posible de la pantalla son los niños y los cinéfilos); la imagen me cautiva, me captura:
me quedo como pegado con cola a la representación y esta cola es el fundamento de la
naturalidad (la pseudo-naturalidad) de la escena filmada (cosa que ha sido preparada
con todos los ingredientes de la ‘técnica’).”
R. Barthes (1986). Lo obvio y lo obtuso. Imágenes, gestos, voces (pág. 353). Barcelona:
Paidós.
“El inconsciente masculino tiene dos caminos para escapar de la ansiedad de la cas-
tración: la preocupación por la reaparición del trauma original (investigando a la mu-
jer, desmitificando su misterio), contrapesada por la devaluación, castigo o salvación
del objeto culpable (un camino tipificado por los asuntos del film noir); o el rechazo
total de la castración a través de la aceptación de un objeto fetiche, de tal manera que
se convierta en tranquilizadora antes que en peligrosa (por ello la sobrevaloración, el
culto a la estrella femenina).”
L. Mulvey (1988). Placer visual y cine narrativo (pág. 14). Valencia: Centro de Semiótica
y Teoría del Espectáculo / Fundación Instituto Shakespeare / Instituto de Cine y RTV.
El filme describe un día de la vida de un ama de casa que, además de sus actividades
rutinarias relacionadas con la limpieza, la compra, la elaboración de alimentos y el
cuidado de su hijo, practica la prostitución durante el día en el mismo espacio domés-
tico. El procedimiento utilizado por la directora es filmar en plano secuencia, sin mo-
vimientos de cámara, y con una frontalidad hierática, todas las tareas que realiza la
protagonista (hacer las camas, preparar la mesa, preparar el pastel de carne, lavar los
platos o pelar las patatas), sin omitir ni un segundo de su realización y filmar los lar-
gos momentos en que la protagonista está sin hacer nada.
A. Kuhn (1991). Cine de mujeres. Feminismo y cine (págs. 179-180). Madrid: Cátedra
(Signo e Imagen, 25).
© Editorial UOC 199 Capítulo IV. Modos de representación
El argumento de La rosa púrpura del Cairo (Woody Allen, 1984) ilustra con acierto la
dinámica de atracciones que se crea entre la pantalla y el sujeto espectador.
A propos de Nice (Jean Vigo, 1929) es un ejemplo de cine documental que pone
de manifiesto los aspectos que el medio cinematográfico introduce en lo que res-
pecta a la percepción representativa. La movilidad de la cámara genera un reperto-
rio amplísimo de puntos de vista sobre el conjunto de la ciudad, que ofrecen
multitud de visiones sobre la estabilidad, la fugacidad, las particularidades huma-
nas, los elementos arquitectónicos, la diversidad de actividades y otros elementos
propios de la cultura urbana; incluso las visiones surrealistas que pueden surgir de
asociaciones fortuitas de elementos de diferentes contextos.
© Editorial UOC 200 Representación y cultura audiovisual...
bajo el predominio de la cultura patriarcal, que en este caso ha marcado con más
contundencia que nunca, por las pocas disidencias permitidas, el predominio de un
punto de vista androcéntrico en la mayoría de los temas y tratamientos.
El público cinematográfico, los públicos de todas las generaciones del siglo XX,
de este modo no sólo han compartido las influencias ideológicas, sino también
los sueños y los deseos más íntimos. Las realidades de estos colectivos, creadas o
enriquecidas por las dinámicas establecidas entre las narraciones cinematográfi-
cas y el imaginario social, se han ido construyendo, pues, mediante este juego de
mediación en el que la actividad mental individual y colectiva es el punto de in-
tersección entre la realidad objetiva o subjetiva y su representación.
Por este motivo el cine ha sido tantas veces denominado la fábrica de sueños,
calificativo que pone de relieve su capacidad para expresar esta dimensión su-
rrealista de los individuos.
Edgar Morin, intelectual francés dedicado a las ciencias sociales y también a la
teoría y práctica del cine, dedicó una de sus obras a las relaciones entre el cine y el
imaginario. Se trata de un texto, que él denomina ensayo de antropología, publicado
en 1972, pero que todavía hoy ilumina las particularidades del juego comunicativo
inaugurado por el cine. El fragmento que reproducimos corresponde a su final:
Al fin, por primera vez, mediante la máquina, a su semejanza, nuestros sueños son pro-
yectados y objetivados. Son fabricados industrialmente, compartidos colectivamente.
Vuelven sobre nuestra vida despertada para modelarla, nos enseñan a vivir o no vivir.
Nos los volvemos a asimilar, socializados, útiles, o bien se pierden en nosotros, nos
perdemos en ellos. Ahí están, ectoplasmas almacenados, cuerpos astrales que se nu-
tren de nuestras personas y nos nutren, archivos del alma... habrá que intentar inte-
rrogarlos; es decir, reintegrar lo imaginario en la realidad del hombre.”
E. Morin (1972). El cine o el hombre imaginario (pág. 251-253). Barcelona: Seix Barral.
© Editorial UOC 203 Capítulo IV. Modos de representación
“Es evidente que el público acude a las salas de proyección consciente de la irrealidad
de las historias narradas, lo que no es obstáculo para que termine identificándose
completamente con el relato, simulando no ser consciente de ello durante la proyec-
ción. En este sentido, el espectador acude al cine para gozar del espectáculo audiovi-
sual, conociendo el juego del lenguaje que el discurso fílmico articula.
[...]
La mirada del espectador, en nuestro universo iconográfico, ha pasado a ser una mi-
rada cautiva esclavizada por la tiranía de la imagen que puebla, no sólo nuestro en-
torno sociológico y cultural, sino especialmente nuestro universo simbólico y
nuestros más íntimo sueños inconscientes.”
J.M. Company; J.J. Marzal (1999). La mirada cautiva. Formas de ver en el cine contempo-
ráneo (págs. 52 y 73). Valencia: Generalitat Valenciana.
© Editorial UOC 204 Representación y cultura audiovisual...
3. La televisión
6. Gilbert Cohen-Séat: fundador del Instituto de Filmología de París. Con el término iconosfera moderna
se refería al entorno imaginario creado por el cine, la televisión, la publicidad y todas las creaciones
audiovisuales paralelas que incrementaron la densidad icónica de las sociedades urbanas.
© Editorial UOC 205 Capítulo IV. Modos de representación
“[...] a la vez que los espacios ejemplares de la intimidad son violentados a través de
la introducción en su interior de lo público espectacular –es decir de lo pseudo-públi-
co, todo un amplio segmento del discurso televisivo [...] se vuelca a la representación
de los espacios y las relaciones de intimidad construyendo, así, una pseudointimidad
espectacular.”
Los ejemplos que podríamos poner son muchos –entre los cuales, Malalts de tele
(TV3), programa en el que los presentadores, una mujer y dos hombres, simulaban
ser una familia que veían la televisión y una vez a la semana la comentaban públi-
camente–, porque ciertamente hay una franja de las programaciones que promue-
ven esta experiencia vicaria de intimidad (concursos, talk shows, telenovelas, etc.)
mientras ofrecen un escenario similar al que funcionaba en el terreno del mito.
De esta forma, a partir de esta simulación ritualizada por parámetros muy pa-
recidos a la “idea” de comunidad presentada por los rituales religiosos, la tele-
visión propone una cohesión social imaginaria a partir de la reactualización de
las funciones del mito. Según lo define la autora mencionada, este modelo tele-
visivo vendría a ser una propuesta “compasional”.
La participación aparente que propone la televisión nos permite advertir que
la desaparición de los programas religiosos podría deberse, entre otras cosas, a
los efectos de suplantación que han implicado los talk shows en el ordenamien-
to moral que propone la función mítica, como ejemplo precisamente de la re-
elaboración de éste.
© Editorial UOC 207 Capítulo IV. Modos de representación
La frase “Eres una más de esta familia” es un ejemplo de la forma en que la presenta-
dora se propone implícitamente como la representante de un colectivo de espectado-
res/as, que estamos en el otro lado de la persona que relata su desagradable
experiencia, y que se constituye en cabeza de una familia virtual –que sólo parece exis-
tir durante el tiempo que dura el programa– y que presumiblemente, según indica la
expresión, piensa, además, de manera uniforme hacia la víctima como es bueno que
lo haga toda la familia.
dad, como elemento estructurador de los discursos o programas, sino con la ca-
pacidad de generar, aunque sea de forma puntual, sucesivas conexiones.
La televisión dominante asume, pues, su condición de fragmentaria y, por lo
tanto, insiste en profundizar en la eficacia de este sistema.
Las interrupciones que produce la publicidad, las interrupciones en los infor-
mativos y la misma forma fragmentaria en que se dan las noticias, la fragmen-
tación de las historias en las series o soap operas proponen una relación con las
audiencias en tanto que consumidoras de fragmentos más que en activos agen-
tes participativos de procesos comunicacionales.
“... con un texto se puede dialogar y conversar; con un flujo indiferenciado de datos
y noticias se juega o se limita a actos descoordinados de consumo.”
caso del material realizado para la Pager Tigre Televisión que en el año 1988 elaboró
Martha Rosler titulado Born to be Sold: Martha Rosler reads the strange case of baby
S/M (o $M), ‘Nacida para ser vendida’: Martha Rosler lee el extraño caso del bebé S/M
(o $M). Este material examina el tratamiento que la televisión comercial hizo de un
caso de maternidad de alquiler, muy famoso en EE.UU., en el cual la madre natural
intentó retener a su hija. La realizadora asume los roles de los diferentes participan-
tes y demuestra que los sistemas de clase y género se ponen de manifiesto mediante
las convenciones mediáticas televisivas que se sobreponen al cuerpo de la mujer.
El Gran Hermano
El título del programa es una alusión al personaje de George Orwell que,
en su obra 1984, representa el poder controlador de todos los actos
de los individuos de la sociedad descrita. A la manera de un dios,
está representado por un ojo que todo lo observa.
Fuente: foto de Gloria Rodríguez. El País (El País Semanal, 2000, junio,
núm. 1239, pág. 60).
cena. Entre estos programas probablemente los que más credibilidad acaban te-
niendo son los programas informativos.
Nuestra visión de las cosas se altera con las imágenes que nos ofrece la tele-
visión, pero su efecto más determinante consiste en la modificación de los víncu-
los que mantenemos con la realidad. Las nuevas imágenes que pueblan nuestro
universo social y mental ya no actúan como médiums, como signos que permi-
ten elaborar un discurso sobre las cosas. Las imágenes han suplantado la reali-
dad y se han transformado en presencia pura de lo que es y acontece.
Citando a Baudrillard, podemos decir que ya no estamos en el drama de la
alienación, en la escisión entre la realidad propia y aquélla en la que nos veía-
mos inmersos mediante las imágenes, sino que vivimos en el éxtasis de la comu-
nicación, es decir, la confusión entre la realidad y su representación, entre la
imagen y su referente.
a un nuevo consenso con el medio. En algunos casos, incluso podemos acabar per-
diendo la credibilidad en la misma experiencia y sustituyéndola por la que propone
insistentemente la televisión.
Las fronteras entre lo real y lo ficticio o televisivo tienden a desdibujarse en
este flujo comunicativo dotado de una continuidad aparentemente interconec-
tada de manera constante.
En esta operación, la televisión no sólo funda la realidad de presente, sino que
gracias a la certificación que instituyen sus mecanismos de persuasión verosímil
funda memoria personal, a veces por encima de la memoria de la experiencia direc-
ta. Una memoria configurada y articulada por un sistema enunciativo que insiste
en su condición de espectáculo que se ofrece a nuestros ojos.
“[...] a los ojos de los espectadores, presuntos testigos de una guerra de la que nada vieron,
la Guerra del Golfo tuvo la apariencia de un juego de vídeo con tema bélico que demos-
traba el carácter preciso y ‘limpio’ de la acción occidental. La guerra se ofrecía de la única
forma posible para que fuese aceptada: como imágenes de un videojuego que al ser emi-
tido por televisión adquiría automáticamente su estatuto de real.”
“Una falsa calle de pueblo norteamericano, un falso saloon, un falso Mississipi, perso-
najes de Disney que están en todos estos falsos lugares, un falso castillo y La Bella
Durmiente del Bosque componen la decoración de una ficción de los cuentos euro-
peos, había sido llevada a la pantalla y ahora vuelve a esta tierra para hacerse visitar:
imagen de imágenes de imagen.”
Podríamos decir que, en algunos casos, nos hemos acostumbrado tanto a ver
mediante la cámara televisiva que nuestra referencialidad pertenece más a la
imaginería audiovisual que a otras formas culturales o sociales de relación con
el mundo. En este patrimonio de imágenes, el terreno entre la ficción y la reali-
dad con frecuencia se confunde o, dicho de otra manera, la experiencia de la
realidad y de la ficción puede acabar siendo la misma.
Esta reflexión, que el autor desarrolla a partir del análisis de la aparición “re-
gulada” del colectivo gay en el escenario de consumo de la publicidad televisiva,
se convierte en indicador de la operación de visibilidad de la diferencia, en este
caso sexual, pero que podríamos extender a todo el conjunto de políticas mul-
ticulturales.
“El reconocimiento panóptico también exige otras condiciones específicas: una política
gay radical, subversiva y directa será difícilmente recompensada, mientras que otra más
cordial, conformista y sin diferencias amenazadoras en su ‘estilo de vida’ será, por el con-
trario, bienvenida. La vigilancia participatoria puede ser consensual y no recurrir directa-
mente a la coerción, pero, en última instancia, remite a la disciplina y a la integración, y
no a la rebelión ni a la resistencia, por lo que tanto la diferenciación como la fragmenta-
ción sirven justamente para tal fin.”
“La cuestión esencial es, por supuesto, que la televisión no es uniforme; los modos
de destinación varían según los diferentes géneros de programas, así como también
varían los modos de representación, de manera tal que el modelo de texto/lector
único que podría ser apropiado (tal vez) en caso de un largometraje, no necesaria-
mente lo será cuando se ofrece un programa de variedades para la hora del té. En-
tonces, la cuestión no sería tanto establecer si el modelo de “lectura” se aplica a la
televisión (como tal), sino más bien cuándo, en qué situaciones, para qué categorías
de atención y en relación con qué tipos de programas puede aplicarse este modo de
manera provechosa.
[...]
© Editorial UOC 222 Representación y cultura audiovisual...
D. Morley (1996). Televisión, audiencias y estudios culturales (pág. 298). Buenos Aires:
Amorrortu Editores.
Marie Gillespie (1998). “Media Minority Youth and the Public Sphere”. En: Zeitschrift fur
Erziehugs-Wissenschaft (vol. I, págs. 73-89). Berlín: Leske & Budrich Opladen. Citado en:
Archivos de la Filmoteca (junio 1999). Valencia: Filmoteca de la Generalitat Valenciana.
“El hombre está inscrito en las tres dimensiones del tiempo cronológico: el pasado,
el presente y el futuro. Es evidente que con la emancipación del presente corremos el
riesgo de perder el pasado y el futuro al convertirlo todo en presente, lo cual es una
amputación del volumen del tiempo.”
P. Virilio (1997). El cibermundo, la política de lo peor (pág. 80). Madrid: Cátedra (Teorema).
© Editorial UOC 226 Representación y cultura audiovisual...
P. Virilio (1997). El cibermundo, la política de lo peor (pág. 80). Madrid: Cátedra (Teorema).
© Editorial UOC 228 Representación y cultura audiovisual...
M. Castells (1998). La era de la información; economía, sociedad y cultura (pág. 372). Madrid:
Alianza (Cita final: N. Postman (1991). Divertirse hasta morir. Barcelona: Tempestad).
Saber que el mundo alrededor de nosotros es vasto, tener consciencia de ello, aunque no
nos movamos por él, es un elemento de libertad y de la grandeza del hombre. Howard
Hughes que dio la vuelta al mundo en varias ocasiones, llegó a un estado de inercia men-
tal y de pérdida de relación con el mundo. En él fue por tanto patológico. Fue un hombre-
planeta e identificó el mundo con un cuerpo hasta el extremo de no querer ya moverse
de su Desert-inn, su casa de Las Vegas, y de morir como un enfermo mental. La amenaza,
y éste es el gran sofisma, es tener en la cabeza una Tierra reducida.”
P. Virilio (1997). El cibermundo, la política de lo peor (pág. 44). Madrid: Cátedra (Teorema).
Esta referencia a H. Hughes nos permite comentar una de las posiciones crí-
ticas no sobre el mundo del ciberespacio, sino sobre la propuesta totalizadora
de algunas apologías que se presentan en relación con esta nueva tecnología.
Concretamente, las relacionadas con los conceptos de apropiación del mundo
y de la aparente reducción de distancias asociada a la velocidad ciberespacial
mencionada.
Román Gubern, otro investigador comunicacional que ha explorado desde
el punto de vista teórico el ciberespacio, contesta a esta apreciación y la sitúa en
un espacio de reflexión más amplio.
© Editorial UOC 230 Representación y cultura audiovisual...
“Con la RV se maximiza lo que Paul Virilio ha llamado ‘el golpe de estado informáti-
co’, que ha suplantado la realidad por sus apariencias. Pero esto ha ocurrido habitual-
mente en los dos últimos milenios de la historia del arte occidental, aunque con
medios más artesanales ya a escala más reducida. La confusión entre vida real y fic-
ción (y aquí hay que recordar de nuevo a aquel que no sabía si había vivido algo o lo
había visto en televisión) ha sido eficazmente preparada por varias décadas de cultura
cinematográfica, televisiva y publicitaria, y abonada por una presión mediática hacia
el culto narcisista del ‘look’ personal, un ‘look’ que no es otra cosa que la imposición
de una ficción embellecedora a una experiencia personal insatisfactoria. A partir de
esta premisa, no ha de extrañar que los medios se hayan convertido en biombos arti-
ficiales poco inocentes para ocultar los aspectos menos gratos de la realidad. Y que la
RV sea la expresión más congruente de una cultura social hipercónica que tiende a
valorar más el parecer que el ser, el ‘look’ que la identidad.”
R. Gubern (1996). Del bisonte a la realidad virtual. La escena y el laberinto (págs. 175-176).
Barcelona: Anagrama.
Sin embargo, ¿qué es el cyborg? Para Donna J. Haraway, sería una subjetivi-
dad resultante del conjunto de interacciones que propone el nuevo sistema. El
cyborg, nueva identidad, pues, amplia y polimórfica, superaría el modelo dico-
tómico de sociedad orgánica, que confronta naturaleza y tecnología, y que fue
propuesta por el sistema de pensamiento surgido de la industrialización.
El polimorfismo que atribuye Donna J. Haraway al nuevo sujeto se inscribe
en diferentes tipos de operaciones de sentido constitutivas de las nuevas iden-
tidades mucho más flexibles que ya no responden a las oposiciones binarias
cuerpo/alma, alter/ego, materia/espíritu, emoción/razón, natural/artificial...,
blanco/negro..., hombre/mujer..., lo cual produce una inversión de las polaridades.
“Las máquinas de finales del siglo XX han tornado totalmente ambigua la diferencia entre
lo natural y lo artificial, la mente y el cuerpo, el desarrollo interno y el diseño externo, y
muchas otras distinciones que se aplicaban a los organismos y a las máquinas. Nuestras
máquinas están inquietamente vivas, y nosotros mismos terriblemente inertes.”
D.J. Haraway (1991). Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza (pág. 258).
Madrid: Cátedra. Feminismos.
Esta reflexión, hecha en el seno de una cultura que se transforma cada día, da
como posibilidades de pensamiento una propuesta de superación que establecerá
© Editorial UOC 232 Representación y cultura audiovisual...
nuevos marcos en los que se definirá el concepto de identidad. Como dice Manuel
Castells, estos nuevos entornos mediáticos o bien pueden ser una amenaza, y
constituir el instrumento ideal para una total exclusión de aquellos grupos sociales
que no podrán aprovechar sus posibilidades informativas o creativas por situación
cultural o económica, o bien pueden permitir las expresiones de los cambios cul-
turales implícitas en los movimientos de resistencia a la globalización, al patriar-
cado, al neocapitalismo, a la insostenibilidad y a otros fundamentalismos.
© Editorial UOC 233 Capítulo IV. Modos de representación
Resumen
Capítulo V
El circuito de la cultura
Comunicación y cultura popular
Josep Lluís Fecé Gómez
Introducción
Desde la década de los ochenta, pero sobre todo durante la de los noventa,
las ciencias sociales y humanas han vivido la irrupción de un campo interdis-
ciplinario que en el mundo anglosajón se conoce como Cultural Studies (estu-
dios culturales). No se trata de una disciplina nueva, sino de un campo de
investigación interdisciplinario que explora las formas de producción y circu-
lación de los significados en nuestras sociedades. Desde la perspectiva de los es-
tudios culturales, la producción de los significados, de los discursos que
regulan las prácticas significantes de la sociedad, manifiestan el papel del poder
(o los poderes) en la regulación de las actividades cotidianas de las formaciones
sociales. En este sentido, los estudios culturales no representan únicamente
una nueva aproximación a la interpretación de textos (literarios, mediáticos,
etc.), sino, básicamente, la introducción en esta interpretación de cuestiones
como, por ejemplo, el género o las diferencias y desigualdades sociales, raciales
o culturales.
© Editorial UOC 237 Capítulo V. El circuito de la cultura
b) El otro fenómeno que incidió en las raíces de los estudios culturales fue la
corriente de investigación denominada cultura y civilización que partía de la cons-
tatación de que los procesos de industrialización y de urbanización habían vuelto
a definir la categoría de cultura. La mayor parte de los investigadores de la época
entendían la cultura como lo que es común y compartido; por lo tanto, asumie-
ron su papel de defensores de esta cultura común en un momento en el que las
desigualdades sociales (y culturales) no hacían más que aumentar.
Hay que tener en cuenta el peso de la tradición en esta cultura común; las
costumbres del pueblo y también las obras del pasado podían desaparecer a ma-
nos de la civilización, entendida como un proceso de masificación y atomiza-
ción de los individuos. Así pues, la cultura común es un objetivo que sólo puede
conseguirse gracias a la intervención de una elite que intente acercar esta cultu-
ra a las clases menos favorecidas. A grandes rasgos, éstos son los principales
planteamientos de los trabajos de Richard Hoggart, E.P. Thompson y Raymond
Williams que comentamos a continuación.
E.P. Thompson (1963). The Making of the English Working Class (pág. 51). Nueva York:
Vintage. (Citado en R. Grandi, 1995, págs. 108-109).
© Editorial UOC 241 Capítulo V. El circuito de la cultura
“Tenemos que distinguir tres niveles de cultura [...] Existe la cultura vivida en un de-
terminado tiempo y espacio, únicamente accesible a todos aquellos que viven en este
tiempo y este espacio. También hay la cultura impresa o conservada en los museos,
desde el arte hasta otros acontecimientos: la cultura de un periodo. También hay,
como factor que conecta la cultura vivida con la cultura de un periodo, la cultura de
la tradición selectiva.”
S. Hall (1980). En: S. Hall; D. Hobson; P. Willis. Culture, Media, Language (citado
en R. Grandi, 1995, pág. 111). Londres: Hutchinson.
Hall (1980) y The Nationwide Audience: Structure and Decoding (1980) de David
Morley. Los dos trabajos muy influyentes, como decíamos, en el campo de la co-
municación de masas y, más concretamente, en el terreno de la recepción.
Ambos trabajos, pero especialmente “Encoding/Decoding”, parten de la idea
de que cada texto define sus significados de acuerdo con su contexto, por medio
de un proceso colectivo de construcción del sentido. Dicho de otro modo, el
texto no ofrece un sentido definido y acabado, más bien facilita al destinatario
una propuesta que debe ser interpretada por este destinatario. El significado del
texto nace de la confrontación de este mismo texto y de su destinatario, una
confrontación que desemboca en una negociación de sentido que depende, por
un lado, de la posición que el texto asigna al destinatario y, por el otro, de la
posición que asigna el contexto social.
Esta idea contradice la idea generalizada según la cual los usuarios de los me-
dios de comunicación (espectadores, lectores) serían juguetes en manos de estos
medios que, por otro lado, reproducen la ideología de las clases dominantes. No
puede hablarse alegremente de “manipulación” o de influencias determinantes.
Aunque la estructura del texto es transmisora de ideología dominante, debemos
tener en cuenta que entre el texto y el público se establece una dialéctica nego-
ciadora que depende de las situaciones sociales implicadas en el proceso de re-
cepción. En este sentido, podemos hablar de tres tipos de lecturas:
tor recordando que entre uno y otro hay una relación asimétrica: el primero tiene
el poder de “codificar” (producir), mientras que al segundo sólo le queda la posi-
bilidad de interpretar. A partir de entrevistas a un grupo de espectadores elegidos
según su clase social, es decir, utilizando métodos cualitativos, Morley aporta da-
tos empíricos que confirman las tesis de Hall, sobre las lecturas dominante, nego-
ciada y de oposición, expresadas en el mencionado “Encoding/Decoding”.
A partir de los años ochenta, los estudios culturales son “exportados” a Es-
tados Unidos y, sucesivamente, a Australia, a los países asiáticos como por
ejemplo la India o Japón y, más recientemente, a América Latina; con esta in-
ternacionalización empieza también la desvirtuación de unas investigaciones
que, como decíamos en el subapartado “Historia y orígenes”, pretendían estu-
diar la relación entre cultura y poder, y que también concebían la actividad
intelectual como una práctica política. Algunos de los principales impulsores
de esta corriente crítica, como por ejemplo Grossberg, Nelson y Treichler, con-
sideraban que la internacionalización de los estudios culturales podía compor-
tar una serie de peligros:
Grossberg, L.; Nelson, C.; Treicher, P. (ed.) (1992). Cultural Studies (pág. 114). Londres:
Routledge. (Citado en R. Grandi, 1995, pág. 110).
© Editorial UOC 246 Representación y cultura audiovisual...
En efecto, durante los últimos diez años, han proliferado los cursos, congresos y
las publicaciones que se colocan dentro del ámbito de los estudios culturales. Igual-
mente proliferan, especialmente en el mundo anglosajón, departamentos de estu-
dios culturales, la mayor parte de los cuales han nacido de los departamentos de
lengua y literatura. De hecho, muchos de los recientes estudios literarios, basa-
dos en las corrientes postestructuralistas y deconstructivistas, se presentan den-
tro de este nuevo campo. Como señala Stuart Hall, la institucionalización de los
estudios culturales en Estados Unidos ha tenido como consecuencia la exclu-
sión de las cuestiones del poder, de la historia y de la política:
S. Hall (1982). “The Rediscovery of Ideology: The Return of the “Repressed” in Me-
dia Studies”. En: M. Gurevich; T. Bennett; J. Curran; J. Woolacott (ed.). Culture,
Society and the Media (pág. 285-286). Londres: Routlegde. (Citado en R. Grandi,
1995, pág. 112).
“Una actividad cultural y una crítica genuina han de originar un trabajo político del
intelectual orgánico que no se pueda confinar al ámbito académico [...] la teoría debe
presentarse como un conjunto de conocimientos coyunturales, contextualizados y
localizados, que se han de discutir de modo dialógico, como si se tratara de una acti-
vidad que siempre piensa en su intervención en un mundo en el que dicha interven-
ción crea una cierta diferencia, en el que determina cierto efecto. En definitiva, una
actividad que comprenda la necesidad de modestia intelectual.”
S. Hall (1982). “The Rediscovery of Ideology: The Return of the ‘Repressed’ in Media
Studies”. En: M. Gurevitch; T. Bennett; J. Curran; J. Woolacott (ed.). Culture, Society
and the Media (pág. 286). Londres: Routlegde. (Citado en R. Grandi, 1995, pág. 112.)
R. Barthes (1977). Image, Music, Text (pág. 155). Glasgow: Fontana. (Citado en V.
Nightingale, 1999, pág. 10).
1) Cultura. Hay que recordar que dentro de los estudios culturales, por cul-
tura no entendemos el conjunto de las obras de arte o del pensamiento, sino
más bien: un conjunto de prácticas, representaciones, significados y costumbres
de una determinada sociedad. Dicho de otra forma, la cultura tiene que ver con
los significados sociales compartidos, es decir, con las diferentes maneras en que
una determinada sociedad da sentido al mundo.
© Editorial UOC 249 Capítulo V. El circuito de la cultura
También hay que añadir que la relación entre cultura y significación tiene
una gran importancia en la obra de dos autores, igualmente muy influyentes
dentro de los estudios culturales: Pierre Bourdieu y Jean Baudrillard.
Pierre Bourdieu (1979) piensa que la sociedad está formada por un conjunto
de estructuras que organizan la distribución de los medios de producción y el
poder entre los individuos y que determinan las prácticas sociales, económicas
y políticas. Sin embargo, en toda sociedad hay una serie de actos que parecen
no tener demasiado sentido si los analizamos desde una óptica pragmática: bai-
lar, maquillarse, regalar. Si pensamos que estas prácticas están muy relacionadas
con el desarrollo del consumo en nuestras sociedades, no puede extrañarnos
que esta concepción haya tenido una gran influencia en los estudios culturales.
Según Bourdieu, la sociedad se estructura a partir de dos tipos de relaciones: las
fuerzas que corresponden a los valores de uso y de cambio y unas relaciones de
sentido que organizan la vida social.
Jean Baudrillard (1972) habla de cuatro tipos de valores en la sociedad. Ade-
más de los valres de uso y de cambio, Baudrillard habla de valor signo y de valor
símbolo. Por ejemplo, tomemos un coche, que obviamente tiene un valor de
uso, transportar personas de un lugar a otro, y un valor de cambio, su precio. En
un análisis de un anuncio de pastas Panzani, Roland Barthes mostraba que en
la fotografía donde aparecían unos paquetes de pasta, una lata, unos tomates,
unas cebollas, unos pimientos en el interior de una red semiabierta, donde do-
minaban los tonos amarillos y verdes sobre un fondo rojo, tenía diferentes sig-
nificados. De este modo, el signo “Panzani” aparecía no sólo como el nombre
de una marca, sino también como representación de la “italianidad”; la imagen
de los alimentos aludía a unos rasgos determinados de la cultura mediterránea;
la disposición de los productos Panzani dentro de la red, junto a las verduras,
intenta atribuir a los primeros “la frescura” o la “naturalidad” de los segundos...
Convendremos, pues, que esta imagen y también la marca Panzani tienen unas
connotaciones, es decir, que van asociadas a toda una serie de implicaciones
simbólicas: no es lo mismo un utilitario que un coche deportivo o de lujo, hay
diseños que se consideran más apropiados para la gente joven, etc. Muchos de
estos elementos significantes no hacen que el coche, el motor, lleve a cabo me-
jor su trabajo, no tienen nada que ver con su valor de uso, pero sí con el de cam-
bio, ya que añaden otros valores que no son los del uso. Estos elementos tienen
que ver con los valores signos asociados a este coche.
© Editorial UOC 250 Representación y cultura audiovisual...
Baudrillard postula que, además de los valores signos, hay valores símbolo. Vol-
vamos al ejemplo del coche. En tanto que signo, este coche (pongamos que sea de
lujo) puede ir asociado a otros objetos, aunque su valor de uso no sea el mismo: una
vivienda de lujo, un equipo de alta fidelidad para el coche, etc. El valor símbolo tie-
ne que ver con los rituales o también con las prácticas sociales. El valor de uso y de
cambio están relacionados con la materialidad del objeto; en cambio, los valores
signo y los valores símbolo se refieren a la cultura, a procesos de significación.
En definitiva, podemos decir que la cultura, entendida dentro de los estudios
culturales, tiene los atributos siguientes:
a) Las reglas a partir de las cuales hablamos de las cosas –y excluye otras for-
mas de hablar.
b) Los “sujetos” que personifican el discurso –el loco, el artista, el periodista–
con los atributos que supuestamente deben tener estos sujetos.
c) Las formas en que los conocimientos sobre unos conceptos determinados
–la locura, el periodismo, las naciones– adquieren el carácter de “verdad” en un
determinado momento histórico.
d) Las prácticas institucionales de estos sujetos –los tratamientos médicos, la
aplicación de las leyes–, cuya conducta se regula de acuerdo con estas prácticas.
En definitiva, para Foucault, el discurso regula todo lo que puede decirse bajo
determinadas condiciones sociales y culturales, así como quién puede hablar,
cuándo y dónde. Como podemos ver, el concepto de discurso está directamente
relacionado con el de poder. Desde la perspectiva foucaultiana, el ejercicio del
poder no consiste simplemente en el uso de la fuerza con que un grupo puede
dominar a otro, sino también, y sobre todo, en nuestras sociedades, en la capaci-
dad de controlar, por medio del discurso, los procesos a partir de los cuales puede
generarse cualquier forma de acción social.
© Editorial UOC 252 Representación y cultura audiovisual...
3) Identidad. El debate sobre la identidad es, sin duda, uno de los principales
hilos conductores de las investigaciones sobre los medios de comunicación. Aun-
que dentro de los estudios culturales hay muchas corrientes y discusiones, pode-
mos decir que las aportaciones más recientes sobre el tema coinciden en una cosa:
las identidades no son construcciones estables; al contrario, es el resultado de una
serie de relaciones (entre personas, instituciones, situaciones sociales, etc.). La
identidad está estrechamente vinculada a las actividades sociales en que el indi-
viduo está implicado.
B. Anderson (1983). Imagined Communities (pág. 16). Londres: Verso (trad. cast.
Comunidades imaginadas. México: Fondo de Cultura Económica, 1991).
En nuestros días la televisión es una de las fuentes principales sobre las cuales se cons-
truye la nación; pensemos, por ejemplo, en la regulación de la experiencia de la si-
© Editorial UOC 253 Capítulo V. El circuito de la cultura
Otro autor, Philip Schlesinger (1987), ha sostenido que el tema de los “efec-
tos” que producen los medios de comunicación (especialmente la televisión) en
las identidades culturales o nacionales se plantea incorrectamente. Según Schle-
singer, deberíamos invertir los términos y en vez de partir de una serie de obje-
tos concretos y definidos a priori, las culturas nacionales, para investigar los
“efectos” que los medios producen sobre estas culturas, deberíamos abordar, en
primer lugar, el problema de la identidad y preguntarnos por la importancia que
podrían tener los medios de comunicación en la constitución de esta identidad.
Dado que la representación tiene una dimensión social, necesita unas reglas
o convenciones. El estudio de estas reglas y convenciones es una de las princi-
pales cuestiones que hay que tener en cuenta. Estas reglas no son objetos mate-
riales, sino el resultado de unas convenciones sociales que pueden traducirse en
prácticas (culturales, estéticas, profesionales, etc.).
5) Recepción. Hay que distinguir entre diferentes conceptos que, a su vez, ha-
cen referencia al problema más general de la recepción. En primer lugar, se supone
que un determinado texto cultural no tiene un único significado; este último de-
pende, más bien, de su lector. Ahora bien, este lector puede ser considerado como
un tipo de producto del texto; con otras palabras, como un tipo de construcción
© Editorial UOC 254 Representación y cultura audiovisual...
ideal o como un sujeto empírico. Si, finalmente, no podemos hablar tanto de signi-
ficación del texto, sino de interpretación, deberemos tener en cuenta los elementos
(sociales, culturales, ideológicos, etc.) que de alguna forma determinan esta interpre-
tación. Al hacerlo, ya no tenemos en cuenta a un lector (teórico o empírico), sino
una entidad social y cultural: los públicos. En definitiva, para los estudios culturales,
la significación se produce en la interrelación del texto y de los lectores (espectado-
res, públicos). En el caso de nuestras sociedades parece claro, por lo tanto, que el mo-
mento del consumo también es un momento de producción de significados.
En nuestros días, el debate sobre la cultura popular está muy vinculado, hasta el
punto de confundirse, a la idea de cultura de masas y, por extensión, al debate sobre
la importancia sociocultural de los medios de comunicación. En efecto, el peso so-
cial, cultural, económico y político de los medios de comunicación, unido al cre-
ciente proceso de comercialización de la cultura y del ocio, no ha hecho sino
incrementar los estudios, los debates o las polémicas sobre la cultura popular. Esto
no significa que estas discusiones sean un hecho totalmente nuevo. Por ejemplo,
P. Burke (1978) sugiere que la idea moderna de cultura popular debe asociarse a
formas de conciencia nacional de las burguesías del siglo XIX, formas que podemos
encontrar en obras de intelectuales, poetas y escritores que reclamaban una cultura
popular entendida como cultura nacional. En este contexto, el pueblo aparece
como una entidad mítica y la cultura popular se equipara a la tradición.
En cualquier caso, hoy día cuando los investigadores sociales hablan de cul-
tura popular se refieren, generalmente, a una gran cantidad de textos de nuestra
cotidianeidad: películas, programas de televisión, música pop, etc. Lo popular
no es un problema de contenidos o de cantidad, sino del uso de estos textos que
hacen los públicos. Se trata de un espacio de lucha para la construcción de los
significados, ya que lo que es popular transgrede los límites del poder cultural y
evidencia la arbitrariedad de clasificaciones como “alta y baja” cultura.
© Editorial UOC 256 Representación y cultura audiovisual...
“En las lenguas y culturas latinas, la palabra ‘popular’ se refiere mucho más a la idea
de que la cultura se desarrolla a partir de la creatividad de la gente; no es algo que se
dé a la gente. Esta perspectiva desbarata las distinciones entre productores y consu-
midores de los artefactos culturales, entre las industrias culturales y los contextos de
recepción. Todos producimos una cultura popular y construir una cultura popular es
un ejercicio de poder cultural.”
J. Lull (1997). Medios, comunicación, cultura (pág. 100). Buenos Aires: Amorrortu.
Durante el siglo XX los debates sobre la cultura popular han girado en torno
a los temas siguientes:
“Una existencia llena de prodigios que no sólo superan los prodigios técnicos sino
que se ríen de ellos.”
1. Adorno (1941) consideraba la música popular y el jazz en particular como una manifestación
falta de originalidad y que no requería ningún esfuerzo a la hora de ser escuchada.
2. Desde una óptica en buena parte similar, el prestigioso cineasta italiano Roberto Rossellini defendió
en el año 1963 el papel que la televisión podía tener contra “la enajenación y estancamiento del arte
contemporáneo”. De hecho, Rossellini abandonó el cine para dedicarse exclusivamente a la televisión.
© Editorial UOC 258 Representación y cultura audiovisual...
Aunque una buena parte de los recientes trabajos sobre cultura popular se re-
claman influidos por el marxismo, son muy críticos con algunos de sus presu-
puestos principales. A pesar de todo, debemos considerar las contribuciones
que, desde el marxismo contemporáneo, se hacen a los estudios sobre cultura
© Editorial UOC 259 Capítulo V. El circuito de la cultura
jeres blancas y de clase media que utilizaron las emisoras del movimiento feminista para
promover un boicot a los productos que patrocinaban la serie. Se demuestra, de esta for-
ma, que la serie es el resultado de un conjunto de negociaciones sobre la definición de
los roles sexuales, de las relaciones heterosexuales, de la amistad femenina y, también,
del trabajo de la policía.
“La cultura popular, así entendida, no es una cultura impuesta por los teóricos de la
cultura de masas, ni algo que emerja desde abajo, espontáneamente, a partir de una
determinada cultura de oposición [...] Se trata más bien de un lugar de intercambio
entre ambas fuerzas; un lugar que, como ya he señalado, está marcado por la resisten-
cia y por su capacidad de englobar.”
J. Storey (1993). Cultural Theory and Popular Culture (citado en R. Grandi, 1995, pág. 122).
Edimburgo: Edinburgh University Press.
En términos generales, podemos decir que las teorías feministas piensan que
el sexo es uno de los ejes más importantes de la organización social y que ha ser-
© Editorial UOC 263 Capítulo V. El circuito de la cultura
vido para subordinar la mujer al hombre. Así pues, el sexo es un principio orga-
nizador de la vida social en el que las relaciones entre géneros están determinadas
por las relaciones de poder. Esta subordinación de las mujeres es perfectamente
perceptible en las instituciones y en las prácticas sociales, es decir, el poder mas-
culino y la subordinación femenina son fenómenos estructurales.
Una de las nociones más utilizadas desde las teorías feministas es la de pa-
triarcado, como concepto naturalizador de la dominación masculina. Según las
teorías feministas, el sexo y el género son construcciones sociales y culturales y
que no pueden ser explicadas exclusivamente en términos biológicos. Así pues,
la feminidad y la masculinidad no son categorías universales, sino construccio-
nes discursivas.
De todas formas, la teoría o teorías feministas distan mucho de ser un terreno
homogéneo; los estudios que siguen la tradición de la crítica literaria difieren de
aquellos que se refieren, por ejemplo, al consumo televisivo; las feministas ne-
gras creen que el movimiento feminista se ha construido a partir de una defini-
ción de mujer como blanca y que ha menospreciado las diferencias entre
mujeres blancas y negras. Veíamos, pues, que la teoría o la crítica feminista va
mucho más allá, como a veces se tiende a creer, de una crítica a la representa-
ción de las mujeres. De hecho, podemos decir que gran parte de la investigación
feminista dentro de los estudios culturales se centra en el consumo, es decir, pri-
vilegia el contexto sobre el texto:
“[...] En los últimos años se ha asistido en ambos campos [el feminismo y los estudios
culturales] a una convergencia hacia el tema del consumo cultural: la crítica literaria
feminista se está implicando cada vez más en el tema de la lectura, así como los estu-
dios culturales en el tema de la audiencia. El mayor énfasis del feminismo respecto al
reconocimiento de las diferencias entre mujeres y el haber cuestionado la noción de
espectadora femenina, asumida en muchos análisis textuales precedentes, representa
el influjo de ese paso de los textos a los contextos. Todo ello, unido al creciente efecto
del énfasis de los estudios culturales sobre la actividad y el contexto en los estudios
sobre los medios, ha producido esta superposición de intereses en el proceso de con-
sumo y de recepción.”
S. Franklin; C. Lury; J. Stacey (1991). “Feminism and cultural studies: pasts, pre-
sents, futures”. En: Off Centre: Feminism and Cultural Studies (pág. 177). Londres:
Harper Collins.
Uno de los trabajos más influyentes de las teorías feministas de los medios
de comunicación proviene del campo de la crítica cinematográfica. Se trata de
© Editorial UOC 264 Representación y cultura audiovisual...
Placer visual y cine narrativo, un texto que Laura Mulvey escribió en el año 1975
y que se enmarcaba dentro de la corriente semiótica/psicoanalítica de la crítica
cinematográfica. El artículo empezaba con una invitación a colaborar en la
“destrucción del placer espectatorial”, un paso necesario si las mujeres querían
tener poder sobre sus propias representaciones.
Actualmente, sin embargo, tanto en los trabajos sobre cine como en los que
se han hecho sobre la televisión, se ha pasado de analizar “las imágenes de la
mujer” a un creciente interés por “las imágenes para la mujer”. Esto puede com-
probarse en los estudios sobre televisión, los cuales intentaban mostrar la rela-
ción entre la interpretación del texto (en la mayoría de los casos, series de
televisión) y el género. Una de las investigaciones más influyentes sobre el tema
fue la que realizó Dorothy Hobson sobre la telenovela (soap opera) británica
Crossroads (1982).
Durante la emisión de esta serie, considerada de “bajo nivel” estético y téc-
nico, los productores decidieron eliminar a uno de los personajes centrales.
Frente a esto, el público presionó a los productores para que cambiasen de
idea. Hobson interpretó este hecho como un ejemplo de las relaciones entre
los distintos sujetos implicados en una serie: productores, programadores y
públicos. El trabajo de Hobson se centró en la relación existente entre las ac-
tividades profesionales vinculadas a la producción (guionistas, productores,
etc.) y la interpretación del público en el momento de la recepción. Para in-
vestigar el proceso de consumo, la investigadora adoptó un método cercano a
la ortodoxia etnográfica: Hobson veía los programas en casa de los componen-
tes de la muestra. Hobson aportó interesantes conclusiones, entre las cuales
hay las siguientes:
¿Por qué las mujeres se identifican con el personaje de Sue Ellen? Aunque se
trata de una mujer pasiva y completamente dependiente de su marido JR, a quien
detesta, las espectadoras se identifican con ella emocionalmente, sufren con ella.
El estudio de Ang también tiene en cuenta el hecho de que Dallas funciona
como un melodrama y, por tanto, conecta con unas formas de espectáculo po-
pular que gustan a las mujeres porque las consideran “suyas”.
velas dirigidas a ellas. En este sentido, las teorías feministas también se interesan,
desde su particular y diferenciado punto de vista, por la cultura popular.
El libro Orientalismo de Edward Said (1978) es uno de los textos clave del pen-
samiento poscolonial. En esta obra, Said defiende la idea según la cual Oriente
sería una construcción occidental (una forma de exotizar al otro). El orientalis-
mo es, pues, una perspectiva eurocéntrica que interpreta a Oriente a partir de
ciencias desarrolladas en Occidente. Así pues, este tipo de conocimiento es una
de las bases del poder de Occidente sobre Oriente.
Las teorías poscoloniales intentan demostrar la conexión “natural” del cono-
cimiento científico occidental y la opresión y, al mismo tiempo, se preguntan
si estos conocimientos y valores nacidos con la Ilustración (democracia, nacio-
nalismo, derechos ciudadanos, etc.) pueden ser adoptados en Oriente, especial-
mente si tenemos en cuenta que dejan fuera el tema de la raza y la etnicidad.
A partir de las ideas de etnicidad y racialización se pretende insistir en el he-
cho de que la raza es una construcción social y no una categoría universal o bio-
lógica. Las razas no existen fuera de las representaciones y han sido formadas a
partir de un proceso de lucha social y política.
Otro tema importante dentro del pensamiento poscolonial es el de la hibri-
dación. Con este término se intenta destacar que ni la cultura colonial ni la co-
lonizada pueden presentarse como fuerzas “puras”. En las culturas
metropolitanas como, por ejemplo, la norteamericana o la británica, este con-
cepto se utiliza para hablar de las culturas producidas por los latinoamericanos
o por los asianbritish.
En un influyente trabajo, Televisión, Ethnicity and Cultural Change (1995), Mary
Gillespie expone los resultados de una investigación realizada en Southall, un ba-
rrio popular londinense, básicamente habitado por comunidades indias y paquis-
taníes. El objetivo principal de la autora es explicar el papel de los medios,
principalmente de la televisión, sin descartar el cine y la música pop, en la cons-
trucción de la identidad de los jóvenes de la comunidad, la mayor parte, nacidos
en Reino Unido. Gillespie parte de la base de que la cultura no es una entidad es-
© Editorial UOC 267 Capítulo V. El circuito de la cultura
No hay duda de que el marco que acabamos de describir necesita unas teorías
sobre la “recepción”; unas teorías o aproximaciones que conciban al público o
públicos como un sujeto y productor de significado. Es probable que el sujeto
esté dominado, pero al mismo tiempo tiene una capacidad de respuesta y de re-
sistencia. En definitiva, una teoría crítica de la comunicación habla de un sujeto
© Editorial UOC 269 Capítulo V. El circuito de la cultura
“El reforzamiento puede concebirse como un circuito cerrado dentro del cual, los me-
dios de difusión (o los elementos de la comunicación de los medios de difusión) y las
audiencias están encerrados en un círculo de mutuo reforzamiento, el resultado del
cual es simplemente, el endurecimiento de las creencias y de los modelos de compor-
tamiento ya existentes.
Curran afirma que los medios sólo tienen influencia en la medida en que tra-
bajan al nivel de las predisposiciones ya existentes en la audiencia.
A partir de esta idea, los efectos de los medios nacen de la actividad humana
enmarcada en unas estructuras. Éstas ofrecen al público recursos para actuar, al
mismo tiempo que lo condicionan y lo limitan. Como resultado, las estructuras
sociales y, en nuestro caso, las instituciones mediáticas permiten el control de
la audiencia, pero también su autonomía.
© Editorial UOC 270 Representación y cultura audiovisual...
3. El circuito de la cultura
1) El primero sigue el modelo comunicativo de Laswell (que dice qué, por qué
canal y con qué efectos) y el marco teórico de la semiótica estructuralista. Su ob-
jetivo era descubrir y denunciar los mecanismos mediante los cuales la ideología
dominante se inserta en el proceso de comunicación y los efectos del mensaje. Se
trata de un modelo ahistórico combinado con un ingrediente ideológico centra-
do en la idea de manipulación y una concepción instrumentalista de los medios
como simples herramientas de transmisión ideológica.
De esta forma, los medios eran sometidos a juicios de valor según su uso:
buenos si se ponían en manos del proletariado y malos si estaban en manos del
poder. El resultado era una concepción omnipotente del poder.
“La gente de las sociedades modernas son complejas y contradictorias; los textos de
la cultura de masas son complejos y contradictorios; por lo tanto, la gente que los
consume produce significados complejos y contradictorios.”
M. Morris (1988). “Banality in cultural studies” (pág. 20). En: J. Storey (ed.). GAT is
Cultural Studies? A Reader. Londres: Edward Arnold, 1996.
Esto significa que los medios garantizan la hegemonía y reproducen los te-
mas y argumentos del debate social, pero estos temas y argumentos no perma-
necen fijos e inalterables, ya que grupos sociales, partidos políticos, etc., con sus
luchas, pueden cambiar, totalmente o parcialmente, los términos de los debates
sociales.
© Editorial UOC 274 Representación y cultura audiovisual...
“Los intelectuales siguen padeciendo un pertinaz ‘mal de ojo’ que los hace insensibles a
los retos que plantean los medios, insensibilidad que se intensifica hacia la televisión.”
J. Martín-Barbero y G. Rey (1999). Los ejercicios del ver: hegemonía audiovisual y ficción
televisiva (pág. 20). Barcelona: Gedisa.
Así pues, se critica la televisión desde de un discurso que lo único que pro-
pone es apagar el televisor. Según Martín Barbero (1999), es necesaria una crítica
que distinga la manipulación del poder y las maniobras comerciales del lugar
estratégico que ocupa la televisión en las dinámicas de la cultura cotidiana de
las mayorías en la transformación de las sensibilidades, en la forma de construir
imaginarios e identidades.
La identificación de cultura de masas con decadencia, vulgarización, abara-
tamiento de costes no es más que el reflejo de un etnocentrismo de clase. Un
etnocentrismo que niega la posibilidad de que pueda haber otros gustos con de-
recho a ser considerados como tales. Un etnocentrismo en el que una clase (o
unos grupos sociales dominantes) se autolegitima y niega a otros la existencia
de una cultura, desvaloriza cualquier otra estética, cualquier otra sensibilidad.
Un etnocentrismo que, en definitiva, confunde la palabra estética con unos de-
terminados gustos (los suyos) cuando, en realidad y desde los tiempos de la an-
tigua Grecia, significa ‘sensibilidad’.
Esto no quiere decir que no se tengan en cuenta las presiones que provienen
de los formatos tecnológicos y de las estrategias comerciales, pero con lo que no
estamos de acuerdo, como diría Barbero, es con lo siguiente:
J. Martín-Barbero; G. Rey (1999). Los ejercicios del ver: hegemonía audiovisual y ficción
televisiva (pág. 45). Barcelona: Gedisa.
Hasta ahora hemos visto la relación existente entre una teoría de la comuni-
cación que postula una cierta autonomía de los públicos respecto de los medios
y una visión de la cultura popular entendida como “cultura de las mayorías”.
Acabamos este apartado citando a dos autores muy influyentes en los estudios
culturales y, por lo tanto, en las investigaciones sobre cultura popular: Michael
de Certeau (1990) y John Fiske (1989). El primero propone:
“Estudiar las actividades o modos de hacer cotidianos, explicar las operaciones com-
binatorias o las que también componen (no exclusivamente) una cultura y deducir
modelos de acción característicos, que desarrollan los receptores, cuyo estatuto de do-
minados escondemos bajo el púdico nombre de consumidores.”
“La cultura popular nunca es dominante, porque siempre surge como una reacción
contra las fuerzas de dominación y nunca parte de ellas.”
J. Fiske (1989). Understandig the popular (pág. 127). Londres: Unwin Hyman. (Citado
en J. Lull, 1997).
“Los placeres populares deben ser siempre los de aquellos que están oprimidos, deben
contener elementos de oposición, de evasión, de escándalo, de ofensa, de vulgaridad,
de resistencia. Los placeres ofrecidos por la conformidad ideológica son asordinados
y hegemónicos, no son placeres populares y obran en oposición a éstos.”
J. Fiske (1989). Understanding the popular (pág. 127). Londres: Unwin Hyman. (Citado
en J. Lull, 1997).
El ejemplo del concierto pop nos lleva a la distinción ideada por De Certeau
entre estrategias y tácticas. El primer término hace referencia a la racionalidad po-
lítica, económica o científica; en el caso del concierto pop, a las estrategias de la
industria musical, mientras que la táctica está más relacionada con el uso de los
que no tienen acceso a estas estrategias. Esto significa aceptar que los objetivos
de los poderosos, de la industria, no siempre coinciden con los de los usuarios.
Tanto De Certeau como Fiske no definen la cultura popular en relación con
sus contenidos. Sin embargo, mientras que el primero la considera como una
forma de hacer, el segundo la ve como un lugar de enfrentamiento o de resis-
tencia y como un reflejo de posiciones sociales antagónicas. Nada que ver, pues,
con la vulgaridad.
La distinción entre estrategias y tácticas permite considerar el consumo como
objeto de estudio. En efecto, más que una práctica degradante, el consumo pue-
de ser considerado como una táctica: dicho de otra forma, las mayorías pode-
© Editorial UOC 279 Capítulo V. El circuito de la cultura
Hasta este momento, hemos ido viendo una serie de conceptos, de teorías y
de debates que nos permiten situar objetos cotidianos como por ejemplo las pe-
lículas, los programas de televisión, los cómics o los conciertos de música pop
dentro de la cultura popular. Estudiar estos objetos implica ir más allá de su sig-
nificado (por lo tanto, implica “ir más allá” del análisis textual), se trata más
bien de ver cómo estos significados se concretan en prácticas sociales. Una for-
ma de enfocar este estudio complejo, que incluye también el análisis de proce-
sos de producción y de recepción puede ser el circuito de la cultura, formulado
por Du Gay y otros (1997).
Antes de pasar a explicar el circuito de la cultura, será necesario que nos de-
tengamos en el concepto de articulación. Según Stuart Hall (1997), la sociedad
está constituida por un conjunto de prácticas complejas; cada una de éstas con
su especificidad, con sus modos de articulación. Una articulación es la forma de
la conexión que puede realizar una unidad de dos elementos diferentes bajo de-
terminadas condiciones. Por ejemplo, las cuestiones de género pueden conectar
con las de la raza en determinadas circunstancias. El circuito de la cultura es un
© Editorial UOC 280 Representación y cultura audiovisual...
Resumen
Los estudios culturales nacen en Gran Bretaña durante la década de los se-
senta y recogen las tradiciones de los estudios literarios, el marxismo, la antro-
pología, la sociología y la semiótica. Dentro de esta corriente no se considera la
cultura como el conjunto de las obras de arte o del pensamiento, sino los signi-
ficados y las prácticas sociales compartidos por una colectividad.
Desde este punto de vista, los estudios culturales constituyen, entre otras co-
sas, una teoría crítica de la comunicación, en la medida en que cuestionan los mo-
delos clásicos del emisor/receptor para incluir el estudio de la comunicación
dentro del estudio de la cultura. Esto significa, por lo tanto, estudiar la comuni-
cación a partir de las dinámicas sociales en que se produce. Los investigadores
de los estudios culturales consideran que la comunicación es un proceso asimé-
trico, es decir, los productores y los consumidores no se encuentran en el mismo
nivel; por lo tanto, se encuentra en una situación de desigualdad.
A partir de aquí surge el problema del poder. Para los estudios culturales, el po-
der no es simplemente una cuestión de fuerza, sino, básicamente, de negociación
y consenso entre los colectivos sociales implicados. En este sentido, critican las
ideas dominantes según las cuales la gente permanece indefensa frente al poder
absoluto de los medios. Sobre este punto, las distintas teorías de la recepción postu-
lan diferentes grados de autonomía de los públicos respecto de los medios.
A diferencia de las teorías hegemónicas de la comunicación, los estudios cul-
turales no hablan de sociedad de masas, es decir, de la sociedad que surge de la
industrialización y que se concreta en las ciudades. La “masa” sería un conjunto
de gente indiferenciada, fácilmente manipulable y que adopta acríticamente la
ideología de la clase dominante. La cultura de masas sería, por lo tanto, una cul-
tura industrializada y de baja calidad. Los estudios culturales constatan que el
tipo de producción capitalista que da origen a esta sociedad de masas ha pasado
a ser un modo de producción flexible que conduce a una segmentación de los
mercados y aumenta las desigualdades.
© Editorial UOC 285 Capítulo VI. Imágenes culturales
Capítulo VI
Imágenes culturales
Las formas de la identidad
Nora Muntañola Thornberg, Elisenda Ardèvol Piera,
Cristina Propios Yusta, Blai Guarné Cabello,
Marta Selva Masoliver, Anna Solà Arguimbau,
Josep Lluís Fecé Gómez, Joan Elies Adell Pitarch
Introducción
Nora Muntañola Thornberg
Elisenda Ardèvol Piera
“El indio radical, quien habla, se comporta y viste como en tiempos pasados, pasó en
la Ciudad de México, gracias al indigenismo oficial, de los circos a los museos. Así los
exhibe, en inexpresivos maniquís, el Museo Nacional de Antropología.”
Las imágenes culturales que surgen de los objetos expuestos en los museos
de antropología reiteran el protagonismo de las representaciones visuales y au-
diovisuales en las culturas contemporáneas en la construcción del conocimien-
to que tenemos del mundo que nos rodea y en el cual vivimos.
El transitar del ojo por las imágenes, de las que se desdobla el significado, nos
hace reflexionar, ver y construir a través de la información visual y textual las
infinitas posibilidades de la experiencia. Al estudiar las imágenes culturales, des-
pués de visitar un museo, nos damos cuenta de lo necesario que es reflexionar so-
bre cómo nos educan nuestras formas de mirar, tanto las instituciones educativas
y culturales, como las políticas y los medios de comunicación.
El objetivo de los museos de antropología es exhibir de forma científica y di-
dáctica piezas arqueológicas, objetos etnográficos, montajes e instalaciones de
contextos sociales que muestren una visión científica del origen y la historia del
ser humano.
Los antropólogos y los conservadores de estos museos intentan a través de
las exhibiciones, presentar un discurso objetivo, contextualizando a los seres
humanos, antiguos y contemporáneos, en su entorno biosocial y cultural, sin
aplanar la belleza estética de los objetos en exposición. El conjunto de las repre-
sentaciones visuales del anthropos forma nuestra memoria visual y nos ayuda a
ganar la batalla contra el olvido, pero también construye la imagen del presente,
nuestra identidad como especie.
Los museos de etnología, de historia natural o de antropología tienen una
gran influencia en la construcción de las identidades nacionales y regionales, ya
que conectan nuestro presente con el pasado histórico. Por esta razón, el discur-
so museográfico construye una revisión sobre la humanidad y su historia así
como sitúa nuestro lugar en ella. El estudio de los discursos museográficos sobre
antropología y etnología es clave para entender cómo una nación se ve a sí mis-
ma, entiende su pasado y se prepara para su futuro. De la misma manera, la re-
lación entre imagen y texto es primordial para dilucidar el papel de los museos
antropológicos y etnológicos en la representación de las civilizaciones humanas.
Las exposiciones antropológicas o etnológicas llevan implícito un discurso
museográfico que se expresa a través de la selección de objetos, su disposición y
su contextualización textual y visual. La disposición de las imágenes y los objetos
nos inducen a mirar de una forma interpretativa, nos proponen un discurso sobre
el pasado de la humanidad y sobre lo que significan nuestras tradiciones, costum-
© Editorial UOC 288 Representación y cultura audiovisual...
3. Ver textos y artículos de Enrique Serrano, Arturo Romano, José Antonio Pompa y Pompa y
Leonardo Manrique. INAH: 1998.
4. Ver Nestor García Canclini (2001). Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad.
Barcelona: Paidós (Estado y Sociedad, núm. 87).
© Editorial UOC 289 Capítulo VI. Imágenes culturales
nacionales hasta los años treinta de este siglo, dueños ‘naturales’ de la tierra y la
fuerza de trabajo de las otras clases, los que fijaron el alto valor de ciertos bienes
culturales: los centros históricos de las grandes ciudades, la música clásica, el sa-
ber humanístico. Incorporaron también algunos bienes populares bajo el nom-
bre de ‘folclor’, marca que señalaba tanto sus diferencias respecto del arte como
la sutileza de la mirada culta, capaz de reconocer hasta en los objetos de los
‘otros’ el valor de lo genéricamente humano” (2001, pág. 158). Esta ideología al
enfrentarse al pensamiento moderno construyó la imagen del “ser nacional”
mítico heredero de los valores simbolizados en los elementos fundacionales del
patrimonio cultural.
García Canclini reflexiona sobre la necesidad de continuar analizando el
cómo y el porqué del uso del patrimonio cultural en el discurso museográfico.
El patrimonio es un “repertorio fijo de tradiciones condensadas en objetos”; ne-
cesita un “almacén” donde se guarden estos objetos y unas vitrinas donde se ex-
pongan. El “museo es la sede ceremonial del patrimonio”; es en el museo donde
se teatralizan, ritualizan y monumentalizan las características de los elementos
del patrimonio para perpetuarlos y plasmarlos en la visión del público con una
mirada predeterminada que recrea los valores de la identidad nacional generada
por los dueños del control político, económico, religioso y cultural.
Un museo es un sistema ritualizado de acción social con un discurso que en
el caso de los museos de antropología lleva implícita una manera de conceptuar,
representar e interpretar el anthropos que sutilmente moldea la visión del ser hu-
mano científicamente comprobada y objetivamente representada, aceptada por
la disciplina antropológica y adecuada para la intencionalidad política del siste-
ma de gobierno imperante, que va a quedar plasmada en los ojos del público a
la que va destinada.
Maya Lorena Pérez Ruiz plantea un nuevo tipo de discurso museográfico
de manera innovadora, conceptualizada por otros ideólogos, entre ellos el
antropólogo mexicano Guillermo Bonfil Batalla, para entender lo que son
los museos de antropología como una ruptura de los esquemas tradicionales
de representación del otro. Esta perspectiva se actualizó en el Museo de Cul-
turas Populares, en México, concebido como un espacio de y para los secto-
res populares y subalternos. De esta manera se introdujeron nuevas formas
de ver al otro y de relacionarse con los otros. Este museo se propuso construir
© Editorial UOC 290 Representación y cultura audiovisual...
nuevas visiones de los denominados los otros por los sectores dominantes,
política, económica, social y culturalmente.
Pérez Ruiz llega a la conclusión de que es prácticamente imposible construir
“espacios museográficos y discursos ‘objetivos’, copiados o trasladados de la rea-
lidad, para reproducir mensajes únicos, textuales y libres de cualquier interpre-
tación subjetiva” y, continua, “aun dejando de lado esa intención ‘objetivista’,
la investigación ha constatado las dificultades para construir desde los museos,
discursos cuya coherencia esté presente en todas las fases de su producción cul-
tural, desde la obtención y exposición de los objetos hasta las tareas de difusión
y comunicación con sus públicos” (“Los otros como actores sociales en los mu-
seos, un reto contemporáneo”, 2002). Para esta autora, los discursos museográ-
ficos antropológicos o etnológicos deberían tomar en cuenta siempre lo que los
museógrafos consideran que se debe decir, de acuerdo con sus posiciones políticas
y las de los grupos institucionales, gubernamentales, estatales o regionales a los que
representan, lo que se quiere decir en un momento preciso de acuerdo a los objeti-
vos profesionales y académicos, lo que se quiere decir en relación al tema y a los
involucrados, lo que se dice a través del discurso textual contenido en las cédu-
las, catálogos, discurso museográfico y medios de difusión. Sin olvidarnos de la
necesidad de tener en cuenta lo que el público interpreta como mensaje en los
discursos semiótico-discursivos producidos por los museos.
Tanto la línea teórica de García Canclini como la de Pérez Ruiz y la de Haraway
han sido muy útiles en la lectura de la nueva propuesta de representación museo-
gráfica del anthropos que ofrece el MNA. La orientación teórica que se ha utiliza-
do y aún se usa en varios análisis sobre la representación y la interpretación del
pasado arqueológico e histórico de grupos indígenas latinoamericanos en mu-
seos de antropología es el análisis del discurso desde la semiótica5 y la arqueo-
logía del saber.6 Esta última es particularmente útil sobre todo para comprender
los problemas epistemológicos de la antropología física, ya que esta disciplina
antropológica necesita construir su propia identidad discursiva a partir de los
productos de las ciencias biológicas y sociales. En los museos de antropología,
del hombre o de historia natural, las secciones dedicadas a la historia ilustrada
7. En 1989, Donna Haraway escribió Primate Visions. Gender, Race and Nature in the World of Modern
Science. Londres: Routledge en el que la autora explica al detalle la historia y los anécdotas alrede-
dor de la elaboración de las colecciones de primates del Museo de Historia Natural de Nueva York.
Una visión sumamente crítica sobre los métodos utilizados por los científicos
8. Ver Aida Castilleja González y Enrique Serrano Carreto (2000). “Individuos, familias y poblaciones.
Reflexiones sobre epistemología y escalas de análisis”. INAH.
© Editorial UOC 292 Representación y cultura audiovisual...
sociales hasta mediados de los años setenta. En ese momento, en gran parte debi-
do a la crítica feminista9 y a los diferentes discursos de liberaciones de las
minorías y grupos subalternos, diferentes científicos iniciaron una reflexión
teórica y metodológica de cómo se había interpretado y presentado la imagen
del anthropos desde las ciencias sociales y la antropología física. Actualmente
estamos experimentando una transformación en el discurso museográfico sobre
el hombre que admite que la experiencia humana es cambiante. La experiencia
vivida tanto de los museógrafos como del público al ver las representaciones del
ser humano debe de tomarse en cuenta desde el contexto interdisciplinario en
el que estamos situados al analizar el discurso museográfico antropológico.
Entre los que promueven el cambio hay una voz radical: Donna Haraway. En
su discurso teórico propone una serie de cambios totales en lo que se refiere a
cómo se había visto y mirado el anthropos hasta inicios de los años ochenta.
Para Haraway,10 el discurso feminista y los de liberación de grupos alternativos
y tradicionalmente marginados siguen conectados con las dualidades que influen-
cian las tradiciones occidentales. Es decir, que todos aquellos individuos que han
sido definidos y clasificados por los discursos dominantes como “los otros”, siguen
por medio de la lógica y la práctica de dominación, control y poder político íntima-
mente unidos a dicotomías como naturaleza/cultura, hombre/mujer, activo/pasi-
vo, bueno/malo, verdadero/falso, todo/parte, dios/hombre. Por ejemplo, y como
veremos a continuación, en la representación inicial del anthropos del MNA el suje-
to era sólo el Homo Sapiens Sapiens y no se tomaban en cuenta a otros homínidos,
ni un posible periodo de coexistencia de más de un “homo”, tampoco se analizaba
el papel de los ancianos, los adolescentes, las mujeres y los niños en la vida cotidia-
na de nuestros ancestros. Por esto, es clave entender que la retahíla de discursos do-
minantes y las dicotomías aceptadas por los mismos, siguen perpetuando sus
valores aunque, actualmente, en muchas representaciones del anthropos sea de
forma velada. En la reflexión de Haraway, el uno, o el sujeto,11 es el que no está
dominado, y lo sabe por su relación con el otro. El otro es el que sostiene el fu-
9. Leer Verena Stolcke (1992). “¿El sexo es para el género como la raza para la etnicidad?”. Mientras
Tanto (núm. 48); Verena Stolcke (1993). “Mujeres invadidas: la sangre de la conquista de América”.
Cuadernos Inacabados (núm.12). Madrid; Teresa de Lauretis (1987). “Strategies of Coherence: Narra-
tive Cinema, Feminist, Poetics, and Yvone Rainer”. En: Technologies of Gender: Essays on Theory,
Film and Fiction. Bloomington: Indiana University Press.
10. Donna Haraway, “Cyborg Manifest”, 2003.
11. Según Haraway, el sujeto es hombre, blanco y heterosexual.
© Editorial UOC 293 Capítulo VI. Imágenes culturales
discurso acrítico está representado por las antiguas colecciones del MNA, mien-
tras que la renovación12 se presenta como un gran salto hacia la aceptación de
una historia del México precolombino, menos etnocéntrica y más autocrítica.
En la anterior representación visual se ofrece un México antiguo basado en una
posición centralista y unidimensional; en las salas renovadas se nos presenta el
pasado precolombino como diverso y múltiple.
1.3. El MNA
12. La renovación de todas las salas del MNA se inició en 1998 y se finalizó en el 2003.
© Editorial UOC 295 Capítulo VI. Imágenes culturales
Murciélago zapoteca.
Foto: Anna Maria Dahm.
© Editorial UOC 298 Representación y cultura audiovisual...
Si entramos por la derecha nos encontramos con lo que hasta el año 2000 eran las
salas de introducción a la antropología, orígenes e introducción a Mesoamérica. Estas
tres salas resumían lo que hasta el año 2000 se consideraba la postura científica frente
a la evolución humana, a los orígenes del anthropos y a la forma de vida de los prime-
ros pobladores de las Américas. Las salas concluían con una visión panorámica sobre
las características de los primeros homínidos en todos los continentes y las teorías y
metodologías de antropología física y antropología cultural conocidas en los años se-
senta, según las cuales todos los seres humanos, aun teniendo cada uno de los grupos
concretos especificidades únicas, tienen una serie de necesidades que son universales
y cada cultura las resuelve de manera diversa pero igualmente valiosa.
Hasta el año 2000, el discurso museográfico ilustraba las dificultades, a través de
maquetas, instalaciones, murales, vitrinas, cedulas, y mapas, que habían superado
los indígenas mesoamericanos y cómo habían llegado a construir civilizaciones
complejas que tienen sus inicios en los primeros grupos de recolectores y cazadores
que llegaron a América procedentes de Asia a través del estrecho de Behring. Actual-
mente, al igual que antes de la renovación, la representación e interpretación de la
historia del anthropos están inscritas en el recorrido visual expuesto en las vitrinas y
las maquetas, así como en la narración simbólica y mitológica recreada en los mitos
de origen mesoamericano. El conjunto de fragmentos de mitos de origen, leyendas
e historias que se encuentran en las entradas de las salas y en las paredes de las mis-
mas siguen la idea, más adelante iconizada por Marguerite Yourcenar,13 de que la
historia del ser humano empieza con la primera narración sobre su propia historia,
es decir, que no habría historia sin cuento, sin leyenda, sin mito. Por esta misma
razón, cada sala está precedida de un fragmento de uno de los códices o grandes li-
bros del saber mesoamericano, por ejemplo, la tira de la Peregrinación, el Popol
Vuh o el Chilam Balam. La introducción a cada sala trata de puntualizar cómo ex-
plicamos los seres humanos nuestra existencia a través de los mitos de creación,
como el mito de origen, “La forma del mundo” de los tarahumara:14
En el principio nadie sabía cómo era la forma de la Tierra ni por qué el cielo estaba
allá arriba sin caerse. Los primeros que vivieron no sabían cómo explicarse esto. Por
más que esforzaban la mirada no alcanzaban a mirar donde terminaba el mundo ni
sabían qué detenía el cielo. Tomaron la decisión de mandar a los más fuertes y vale-
rosos a recorrer la tierra para saberlo.
Los enviados decidieron ir mas allá, fueron y escucharon la palabra del que es Padre,
les dijo que la tierra es circular como un tambor, y que el cielo es como una tienda de
campaña azul sostenida por columnas de hierro. Les explicó que si llegaban hasta
donde están las columnas tendrían que subir por ellas para alcanzar el sitio donde
está él, pero que nunca podrían regresar con los suyos.
En esta narración textual también se han renovado los paneles escritos, se han
añadido algunos nuevos y se les ha infiltrado movilidad y diversidad. En las salas
se combinan textos de literatura oral de los indígenas mexicanos con los paneles
y las instalaciones, mezcla que proporciona una visión holística de cómo vivían
y de dónde venían los primeros americanos. Así como trazan una red de continui-
dades entre los antiguos mexicanos y los pueblos indígenas actuales.
Si entramos por las salas situadas en el ala izquierda nos encontramos con las
piezas pertenecientes a las zonas extremas del país, las culturas del norte y de
los mayas. La sala maya está situada a la mitad del ala izquierda, y la majestuo-
sidad de los objetos expuestos hace que el público le dedique más tiempo para
disfrutar de los denominados por los europeizantes “los griegos de Mesoaméri-
ca”. El discurso científico expuesto en las salas introductorias justifica el orden
de los objetos y el contenido de las explicaciones de las cédulas, cuadros sinóp-
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15. Enrique Serrano, antropólogo físico mexicano encargado de la renovación de la sala Orígenes.
16. Enrique Serrano Carreto (1987). El hombre escindido. Apuntes para una historia de la antropolo-
gía física y sus objetos biosociales. México. Tesis de Licenciatura Escuela Nacional de Antropología
e Historia.
17. En el 2003, el discurso oficialista del gobierno mexicano busca renovar la representación de su
pasado.
© Editorial UOC 304 Representación y cultura audiovisual...
Para poder comparar el antes y el ahora de las salas sobre evolución humana,
diversidad, homínidos, primeros pobladores de las Américas e introducción a la
antropología, hay que ver cómo eran las salas Introducción a la Antropología,
Introducción a Mesoamérica y Orígenes, que son las que han sido sustituidas
por Introducción a la Antropología renovada y El Poblamiento de América. Las
dos primeras salas reestructuradas de la planta baja del museo cuentan cómo el
planeta Tierra se transformó en planeta “humano” y, específicamente, cómo se
dio esta revolución en Mesoamérica.
18. Ver Donna Haraway (1989). Primate Visions. Nueva York: Routledge.
19. El discurso político del partido del gobierno mexicano (PRI, partido revolucionario institucional)
con la meta de abrir México hacia Estados Unidos y afianzar al mismo tiempo su nacionalismo y
cohesión interna, sin olvidarse del centralismo mexica, es patriarcal, centrista y occidentalista.
© Editorial UOC 305 Capítulo VI. Imágenes culturales
Lucy.
Foto: Anna Maria Dahm.
© Editorial UOC 308 Representación y cultura audiovisual...
Estos procesos se presentan con base en una secuencia de las grandes eta-
pas temporales en las que se destacan aquellos momentos en que tuvieron
lugar la transición de los ecosistemas, los cambios de las especies, las varia-
ciones en la industria lítica o en las primeras evidencias de un comporta-
miento humano, como son las sepulturas y el arte rupestre. Se continúa con
una descripción de la evolución del lenguaje y la escritura, para terminar con
algunas representaciones de carácter etnográfico e histórico.
La perspectiva que se eligió, al recorrer la evolución de nuestra especie, es
la del cambio y la diversidad a través del tiempo. El guión académico definió
estos conceptos como los grandes ejes de análisis. A su vez, se articularon es-
tos tres ejes con los conceptos de hominización y humanización. El primero
corresponde a los procesos de adaptación y de permanencia de las tendencias
biológicas que compartimos con los demás primates y que en nuestra especie
se distinguen por la postura bípeda y el desarrollo del cerebro. La humaniza-
ción involucra todos aquellos fenómenos que, como la construcción de he-
rramientas, la vida en sociedad y, más adelante, el lenguaje y pensamiento
abstracto, constituyen características específicamente humanas.
La tierra, el clima y los primates es el primer tema, seguidamente se expli-
ca el inicio de la hominizacion con el género Australopithecus. Se analiza
también el papel que tuvieron en este proceso los cambios climáticos a nivel
mundial y en África en particular. La narración visual y antropológica del
surgimiento del género Australopithecus es el siguiente tema. El género Aus-
tralapithecus existió hace entre cinco y dos millones de años atrás y, a partir
de las evidencias anatómicas que, como el bipedismo, el tamaño y forma del
cráneo, y probablemente el uso y construcción de las primeras herramientas
líticas, son indicadoras del inicio de la hominización. El equipo se pregunta-
ba qué representaba un cráneo para el público o qué entendería un niño al
contemplar una gráfica o una tabla informativa. Por eso se le pidió al escul-
tor Reynaldo Velazquez que elaborara reconstrucciones de nuestros ances-
tros dando prioridad a la expresividad. Valorando la riqueza en la
expresividad y calidez de las piezas de Velázquez se insistió en una pulcritud
científica que no cayera en la rigidez inexpresiva.
© Editorial UOC 309 Capítulo VI. Imágenes culturales
Mural del cruce del estrecho de Bering de Iker Larrauri. Sala El Poblamiento
de América (en renovación).
Foto: Anna Maria Dahm.
20. Adrienne Zielhman. Comentarios sobre su artículo “Man the hunter, Woman the gatherer”,
UCSC, 1994. Entrevista de Nora Muntañola. Zielhman debate el que los hombres fueran los únicos
que cazaran y sobre todo que nuestros antepasados se alimentaran básicamente de carne. Sí
comían carne pero su dieta era mayoritariamente de hierbas y otros productos tanto insectos cómo
animales pequeños que constituían una gran parte de sus nutrientes. Además, según Zielhman
hay evidencias que demuestran que las mujeres que se encargaban de organizar y efectuar la reco-
lección también cazaban.
© Editorial UOC 313 Capítulo VI. Imágenes culturales
que fue objeto este experimento, hay que destacar que inició el camino que,
años más tarde, se extendería por muchos lugares del mundo: desde proyec-
tos de transferencias de medios audiovisuales a colectivos “ocultos” tras la
voz en off del cine etnográfico y los documentales, a la toma de conciencia
de la importancia del control de la propia imagen.
Los grabados, los dibujos de viajeros o las pinturas realizadas por los euro-
peos desde el siglo XVI, nos muestran cómo retrataron, y concibieron, los euro-
peos a los “indios” desde esa fecha. Más tarde el descubrimiento de la fotografía
y el cine, se sumaron a la invención de lo “indio”21 en el siglo XX. Esas imáge-
nes, como todas, son fruto de un contexto histórico, y nos dicen más de los eu-
21. El termino “indio” es una construcción social elaborada por los españoles durante el siglo XVI
para denominar a las poblaciones autóctonas del continente americano. Con este término se borró
la diversidad cultural al no reconocer las diferencias (lingüísticas, culturales, sociales, económicas).
La utilización de la palabra indio o indígena en las líneas que siguen debe entenderse como un
concepto amplio, y no como una unidad imaginaria compacta.
Jorge Hernández (1998). “La construcción de la categoría ‘indio’ en el discurso antropológico”. En:
La imagen del indio en Oaxaca. Instituto Oaxaqueño de las Culturas. Universidad Autónoma Benito
Juárez de Oaxaca. México.
© Editorial UOC 318 Representación y cultura audiovisual...
ropeos del momento que de los retratados o fotografiados. Son imágenes que
reflejan pero también refuerzan cierto imaginario social.22
Un análisis de estas imágenes nos permite ver cómo su utilización con fines
políticos ha sido, y es, uno de los factores que potencian y refuerzan determinados
estereotipos negativos sobre las culturas de los pueblos indígenas, y en general
sobre miembros de culturas no occidentales.
22. Emanuele Amodio (1993). Formas de alteridad. Construcción y difusión de la imagen del indio
americano en Europa durante el primer siglo de la conquista de América. Ediciones ABYA-YALA.
© Editorial UOC 319 Capítulo VI. Imágenes culturales
en manos de los realizadores indígenas tiene entre sus objetivos ofrecer una imagen
más positiva y alejada de los prejuicios impuestos a lo largo de la historia.
23. De modo breve podemos decir que este concepto define los criterios y las estrategias que los
gobiernos siguieron con el objetivo de integrar a las comunidades indígenas a la nación mexicana
desde una óptica paternalista.
© Editorial UOC 322 Representación y cultura audiovisual...
la semilla de origen del México de hoy. Es el pasado glorioso del que debemos sentir-
nos orgullosos, el que nos asegura un alto destino histórico como nación, aunque
nunca quede clara la lógica y la razón de tal certeza. El indio vivo, lo indio vivo, queda
relegado a un segundo plano, cunado no ignorado o negado; ocupan, como en el Mu-
seo Nacional de Antropología, un espacio segregado, desligado tanto del pasado glo-
rioso como del presente que no es suyo: un espacio prescindible.”
G. Bonfil Batalla (1990). México Profundo. Una civilización negada. México: Grijalbo/
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
24. Guillermo de la Peña (1995). “La ciudadanía étnica y la construcción de los indios en el México
contemporáneo”. Revista Internacional de Filosofía Política (núm. 6). Madrid, diciembre 1995.
© Editorial UOC 324 Representación y cultura audiovisual...
las ceremonias, las danzas. Se tiende a ver, a plasmar en imagen, los elementos
diferenciadores. La inmensa mayoría resulta folclorizante y se esfuerza por mos-
trar lo más “exótico”, o por el contrario mostrar la miseria para justificar su in-
tervención para el desarrollo. Obviamente, existen algunas excepciones.
La experiencia de Sol Worth y Jonh Adair, que ofrecieron la cámara a los in-
dios navajos de Estados Unidos, provocó una revisión radical de la forma de
concebir los documentales etnográficos en todo el mundo. Su aportación más
importante fue entregar la cámara a los nativos para que realizaran sus propias
películas e intentar, a partir del estudio de estas producciones, esbozar una teo-
ría que relacionara una determinada construcción de la imagen cinematográfica
con otros aspectos culturales. Enseñaron la técnica cinematográfica a un grupo
de indios navajos que no estaban acostumbrados al medio fílmico para que
ellos mismos realizaran sus propias películas, utilizando sus propios criterios du-
rante la filmación y la edición, partiendo de la idea de que la cámara no es un
“ojo” independiente de la mano de los seres humanos. No es objetivo en el sen-
tido en que no capta objetivamente la realidad, sino que la interpreta, hablando
a través de los ojos de la personalidad de quien maneja el aparato.25
Como afirma Elisenda Ardévol,26 la influencia de Worth supone un giro en
la comprensión del cine etnográfico. Proporciona entidad al cine como produc-
to cultural, que puede ser estudiado por sí mismo, e introduce la voz del nativo
como la única opción auténtica para representar una realidad cultural. A finales
de los sesenta y principios de los setenta, su propuesta fue acogida como una
revolución, ya que abría el acceso a la expresión cinematográfica a personas de-
finidas como usuarios, destinatarios o sujetos pasivos, ya fuera como receptores
de programas de la administración estatal o como receptores de los productos de
la industria cinematográfica. El cine podía servir para que grupos minoritarios pu-
25. Sol Worth y Jonh Adair (1997). Through Navajo Eyes. An Exploration in film comunication and anthro-
pology. The University of New Mexico Press.
26. Sol Worth (1995). “Hacia una semiótica del cine etnográfico”. En: Elisenda Ardévol y Luis Pérez
Tolón (Eds). Imagen y Cultura. Perspectivas del cine etnográfico. Biblioteca de Etnología. Diputación
provincial de Granada.
© Editorial UOC 325 Capítulo VI. Imágenes culturales
dieran hacer oír su voz ante la Administración o ante la sociedad mayoritaria. Las
películas de Worth y Adair tienen importancia porque, por primera vez, el cine se
pone al servicio de colectivos minoritarios para que lo utilicen y se presenten a sí
mismos en lugar de que otros realicen documentales sobre ellos.
En México, el Instituto Nacional Indigenista (INI) organizó en 1985 el Primer
Taller de Cine Experimental en una comunidad indígena, coordinado por Al-
berto Becerril y Luis Lupone. El taller se realizó con mujeres huaves, artesanas
tejedoras, de la comunidad de San Mateo del Mar, en Oaxaca. Como parte del
taller, se realizó un trabajo de reflexión colectiva sobre la imagen y la identidad
de las mujeres indígenas. El resultado de estos talleres son las películas Tejiendo
Mar y Viento de Luis Lupone, La vida de una familia Ikoods27 de Teófila Palafox y
Abuela cuéntame una historia de Elvira Palafox. Podemos decir que este primer taller
de cine experimental abre el camino, años más tarde, al Programa de Transferencia
de Medios Audiovisuales a Comunidades y Organizaciones indígenas del que
hablaremos más adelante.
Al hablar de cine y vídeo indígena debemos tener en cuenta que, bajo este
concepto aparentemente homogéneo, existen diversas formas de entender y
utilizar los medios audiovisuales. Sin embargo, se comparten algunos objetivos
y una problemática parecida. Los zapotecos de México, los indios hopis de Es-
tados Unidos o los waiapi de Brasil, por ejemplo, tienen en común como indí-
genas la pertenencia a culturas que han sido históricamente conceptualizadas
como “primitivas” y desvalorizadas por la cultura oficial de la nación. Por ello,
cuando utilizan medios de comunicación como el cine o el vídeo, no es de ex-
trañar que parte de su empeño consista en reivindicar su propia identidad con
orgullo y en contraposición a las imágenes de la sociedad “hegemónica”.
27. La vida de una familia ikoods (1987) plasma la vida cotidiana de los ikoods (conocidos como
huaves). Se puede ver el interés de las mujeres que filmaron en conservar imágenes de una vida en
vías de desaparición (tradicionalmente dedicados a la pesca y tejidos bordados). Porque aunque el
taller fue parte de un proyecto de cine propuesto por antropólogos –con sus intereses particulares–
en la película quedó reflejada la preocupación concreta de las mujeres que también registraron las
nuevas formas de vida que aparecen, reflejando el proceso de transformación de la comunidad de
San Mateo del Mar (Eli Bartra. “Tejiendo nuevas imágenes”. Hojarasca [1995, núm. 5]. México).
© Editorial UOC 326 Representación y cultura audiovisual...
Asumir ser indígena en países como México, por ejemplo, significa haber
vencido los prejuicios y estereotipos negativos que se les atribuyen a las perso-
nas de origen indígena. Indígena, como sinónimo de inferior en palabras como
“naco” derivada de totonaco, son de uso común. De igual forma, a los indígenas
se le denomina aún hoy como “gente de costumbre” para diferenciarlos de
blancos o mestizos, que son “gente de razón”.
La producción de películas, vídeos y también de programas de radio por
miembros de culturas indígenas va en aumento en América. El desarrollo de las
tecnologías audiovisuales permite al vídeo ir ocupando un lugar importante en
las posibilidades de comunicación e intercambio cultural entre las comunidades
americanas a partir de la década de los ochenta, a la vez que el cine realizado
por indígenas aumenta en Estados Unidos.28
Deberíamos preguntarnos por qué hablamos de cine y vídeo indígena y si
esta categoría es equivalente a la que utilizamos cuando hablamos del cine ame-
ricano, del cine europeo, el cine africano o el chino. Si el cine europeo aglutina
producciones audiovisuales tan diversas entre sí como el cine francés, el cine es-
pañol o el italiano, por ejemplo, no nos debe extrañar que el cine indígena sea,
en realidad, el término al que van a parar todas aquellas producciones audiovi-
suales de miembros de culturas indígenas, aunque estas culturas indígenas sean
muy diversas entre sí. Sin embargo, y sin que sea una contradicción con lo dicho
anteriormente, el propósito de este apartado es ver qué tienen en común estos
proyectos de cine y vídeo indígena, y explorar un caso en concreto: el vídeo in-
dígena en Oaxaca, México.
28. En noviembre del año 2001 se celebró en Ecuador el IV Festival de cine y Vídeo Indígena de las
primeras naciones ABYA YALA, organizado por la CONAIE. Un encuentro que los organizadores
definen desde 1994 como “un espacio de revalorización de las culturas indígenas desde su propia
óptica a través de la imagen”. A este festival asisten realizadores indígenas de todo el continente
americano que aprovechan la ocasión para debatir y compartir sus experiencias en los foros y
talleres que se realizan.
© Editorial UOC 327 Capítulo VI. Imágenes culturales
29. Adolfo Colombres (1998). “El cine y los medios audiovisuales: hacia una nueva oralidad de los
pueblos indígenas”. Voces y culturas: revista de comunicación (núm. 13, I semestre: “Cine, identidad
y cultura”). Barcelona.
30. En las comunidades indígenas de Colombia, Bolivia, Perú y otros países de centro y América
del Sur, piensan que la recuperación de espacios de poder debe ser frontal y han visto en los
medios de comunicación una salida para la denuncia y la crítica. Esta actitud tiene en el Nuevo
Cine Latinoamericano su deuda más evidente, pues fue desde el inicio un cine militante. En 1969
Jorge Sanjinés, autor de Teoría y Práctica de un Cine Junto al Pueblo, se preguntaba “¿A quien debe-
mos dirigirnos los cineastas? ¿a los blancos, que dominan el país, que han heredado de los con-
quistadores españoles el derecho que se han otorgado a si mismos a explotar? ¿a los mestizos o a la
mayor parte del pueblo?...”. Sanjinés pensaba que había que dejar de hacer cine a la “europea” y
cambiar para ser más adecuados a las formas de comprensión y expresión indígenas, en este caso
de aymaras y quechuas. La cita y los datos son de Jorge Sanjinés (1988). “Testimonio en Mérida”.
En: autores varios. Hojas de cine (vol. I). México: SEP-UAM-Fundación mexicana de cineastas.
© Editorial UOC 328 Representación y cultura audiovisual...
31. El argumento del Estado para no reconocer derechos específicos a los pueblos indígenas fue
desde 1917 la idea de que la nación debía conformarse por mexicanos de una sola cultura; se con-
sideraba que la pluriculturalidad podía debilitarla.
© Editorial UOC 329 Capítulo VI. Imágenes culturales
32. Daniela Cremoux (1997). Vídeo indígena, dos casos en la sierra mixe. Tesis doctoral. México D.F.
© Editorial UOC 333 Capítulo VI. Imágenes culturales
“Cuando hablamos de sueños que son distintos a los dominantes, se nos acusa de in-
mediato de ser retrógrados. Vemos ahí falta de imaginación. Quienes creen que el
suyo es el único camino, piensan que quienes no quieren seguirlo sólo pueden ir ha-
cia atrás. Sería bueno que se fijaran bien, podrían ver que no estamos regresando al
pasado, lo que además de estúpido es imposible; traemos de allá la tradición para en-
riquecerla constantemente. Por la experiencia que hemos tenido con las técnicas y las
instituciones modernas somos ahora muy cuidadosos y no las adoptamos sin antes
examinarlas bien, verlas con sentido crítico y mantenerlas bajo nuestro control.”
Cada vez es más frecuente filmar las bodas y los funerales en las comunida-
des indígenas. Pero, al grabar una boda no sólo se registra el día de la fiesta, sino
los preparativos meses antes, y se registra también quien participa. El control so-
cial que mediante el vídeo se realiza, al poder comprobar quién ha colaborado
en los trabajos comunitarios y quién no, implica más allá del registro como me-
moria un nuevo papel en la comunidad. Una vez más una herramienta ajena,
como el vídeo, se incorpora según sus propios criterios.
La concepción del tiempo, que se traduce en estas realizaciones, el dar cuenta
de todo el proceso, por ejemplo al grabar una fiesta tradicional, la preferencia
por las tomas largas, y el hecho de que la gente no quiera ver el material editado
argumentando que entonces se excluyen personas y hechos que ocurrieron du-
rante la grabación, podemos decir que son indicadores para pensar cómo el ví-
deo refleja elementos de la propia cultura.
Nos centraremos en los vídeos editados porque es aquí donde, teórica-
mente, el control por la propia imagen es más claro. En estos vídeos, como
productos acabados, es donde la selección de lo que se quiere mostrar puede
revelar lo que significa hablar de vídeo indígena en México. No debemos ol-
vidar que existe la posibilidad de mostrar lo que se espera de ellos a los “de
afuera”, pero también sería bueno pensar si es una estrategia útil para con-
seguir sus objetivos.
Una anécdota ejemplifica muy bien lo dicho anteriormente. En la comuni-
dad de Tamazulapan, en Oaxaca, Josefina, una mujer mixe que hospitalaria-
mente me recibió en su casa durante una semana, me preguntó antes de salir a
vender artesanía de barro a un lugar bastante turístico, a cuatro horas de su co-
munidad, y al que ella no había ido nunca, si yo creía conveniente que ella se
vistiera con el huipil, los huaraches y las cintas en el pelo, que identifican a las
mujeres mixes. Ella normalmente no viste de este modo, salvo en fiestas, pero
estaba segura de que a los turistas esa imagen les gusta más y, por lo tanto, ten-
dría más posibilidades de vender. Como dice Eric Wolf, cada cultura puede ser
leída como una especie de maletas llenas de significados, que se pueden abrir,
seleccionar y utilizar cuando los sistemas de interacción lo requieren. Esos sig-
nificados sólo necesitan ser activados en aquellas circunstancias que requieran
una interacción especial, tales como los rituales, las transacciones económicas
o la acción política.
© Editorial UOC 335 Capítulo VI. Imágenes culturales
Prácticas con la cámara. Taller de vídeo del CVI (Centro de Vídeo Indígena)
en la comunidad El Pipila. Istmo de Tehuantepec. Oaxaca (marzo de 1999).
Del mismo modo creo que podemos pensar que, en los vídeos editados, al
seleccionar lo que se quiere transmitir, los realizadores y realizadoras indígenas
permiten ver qué elementos se escogen para mostrar su realidad cultural, social
y económica.33 Los registros audiovisuales editados, aunque traten temáticas
distintas y cada uno tenga objetivos concretos, coinciden en que se realizan en
“beneficio de la comunidad” (algo confuso en la práctica) y en el marco de una
comunicación alternativa.
Podemos hablar de cuatro tipos de vídeos: vídeo como memoria, vídeos pe-
dagógicos, vídeos de denuncia y vídeos informativos. (Aunque esta clasificación
sea muy sencilla, nos ayudará a comprender los objetivos y la función que cum-
plen estos vídeos).
33. La aparente paradoja que, tanto algunos antropólogos como cineastas plantean, en valorar la cul-
tura indígena con tecnología occidental carece de sentido. Las organizaciones indígenas que utilizan
el vídeo como forma de comunicación alternativa y los mixes, zapotecos, driquis, mixtecos, huaves,
chinantecos, etc que utilizan el vídeo desafían algunas categorías tan de moda hoy como identidad
tradicional o cine etnográfico. El vídeo indígena está en parte construyendo su identidad contempo-
ránea que integra modos de vida históricos y contemporáneos. Ver Faye Ginsburg (1992). “Indigenous
Media: Faustian Contract or Global Village?”. En: E. Marcus (ed.). Reading Cultural Anthropology.
Durham / Londres: Duke University Press.
© Editorial UOC 336 Representación y cultura audiovisual...
(1995), que difunde y promueve las prácticas curativas de los médicos tradi-
cionales en Chicaxtepec, Oaxaca. Buscando Bienestar (1997), que plantea una
recuperación de algunas tradiciones como una alternativa para mejorar su
presente y su futuro. Abriendo Brecha (1999), que une los esfuerzos de muchas
mujeres zapotecas, mixes y mixtecas para valorar el papel de la mujer y no
quedar al margen en las propias organizaciones indígenas.
suales por personas de culturas indígenas en México, trae consigo la idea de que
el uso alternativo de los medios está vinculado a la autonomía de los pueblos.
Plantear el vídeo indígena como una comunicación alternativa es resaltar su
contraparte: la existencia de un modelo de comunicación “oficial” para el cual
las poblaciones indígenas son un lastre. Los vídeos indígenas ponen de mani-
fiesto el deseo de un reconocimiento para acabar con la imagen negativa que los
medios masivos presentan.
Pero la difusión y la financiación de estos vídeos sigue siendo uno de lo pro-
blemas básicos que los realizadores indígenas afrontan. Su distribución en la te-
levisión mexicana es inexistente (a la vez que tienen una importante presencia
en festivales internacionales). Por otro lado, la recepción de estas imágenes por
sectores alejados de la problemática indígena es mínima. Debemos apuntar,
además, el hecho de que ver estos vídeos no quiere decir que se produzca un
cambio instantáneo en las actitudes y prejuicios hacia los pueblos indígenas.
Hay que distinguir, por lo tanto, lo que estos vídeos suponen en un contexto
local y lo que significan en otros contextos. El vídeo indígena permite al exhi-
birse en el contexto local valorar la propia cultura y reflexionar sobre el proceso
de transformación que en las comunidades se produce.
Es importante señalar que los vídeos indígenas pueden circular de mano en
mano, en foros y asambleas, y esta difusión aparentemente frágil tiene su im-
portancia en la transmisión de noticias, como por ejemplo en el conflicto de
Chiapas, que ha sido un impulso a las demandas de los pueblos indígenas, y
también a la utilización de los medios para “estar” presentes y hacer saber cuáles
son sus demandas y propuestas.
El cine y el vídeo indígena, que no indigenista, está de moda o, por lo menos,
tiene también su público lejos de los lugares donde se realiza. En muchos casos,
la difusión de estos vídeos se encuentra en una encrucijada. De los vídeos indí-
genas mostrados en un contexto local a su exhibición en la Ciudad de México,
a otro país o continente, un vídeo se va cargando de otros significados. A pesar
de que las imágenes transmiten un conjunto de conocimientos, situaciones y
sentimientos que recorren las trayectorias de los vídeos como un bloque, acaban
por convertirse en un objeto con vida propia en la mirada de los observadores.
Y estos nunca son los mismos, por lo que el vídeo, interpretado siempre desde
otros puntos de vista, será también siempre distinto. Parte del éxito que este
tipo de audiovisuales tiene fuera de México debemos verlo en relación a un in-
© Editorial UOC 339 Capítulo VI. Imágenes culturales
34. Procedente del sustantivo portugués “feitiço”, derivado de la forma verbal “feito”, participio
pasado del verbo “hacer”, “fabricar”.
© Editorial UOC 340 Representación y cultura audiovisual...
“Los negros de la costa oeste de África, e incluso los del interior, hasta llegar a Nubia,
a lo largo de la frontera egipcia, adoran a ciertas divinidades que los europeos deno-
minan fetiches, un término ideado por nuestros negociantes del Senegal basado en la
palabra portuguesa Fetisso [sic], es decir, un objeto fantástico, un objeto encantado,
divino u oracular, que proviene de la raíz latina Fatum, Fanum, Fari”.
“Puede decirse incluso que, al estar presente la cortina, lo que se encuentra más allá
como falta tiende a realizarse como imagen. Sobre el velo se dibuja la imagen. Ésta y
ninguna otra es la función de una cortina, cualquiera que sea. La cortina cobra su va-
lor, su ser y su consistencia, precisamente porque sobre ella se proyecta y se imagina
la ausencia. La cortina es, digamos, el ídolo de la ausencia [...] Ahí es donde el hombre
encarna, hace un ídolo, de su sentimiento de esa nada que hay más allá del objeto del
amor”.
35. Con la adquisición del lenguaje y la inscripción simbólica en la oposición “yo” - “otro” surgirá la
noción de individualidad en un proceso del que el incosciente dará cuenta durante el resto de la vida.
36. Freud ve en la producción del objeto fetiche una suerte de metonimia en oposición a la metá-
fora paterna y a la analogía de la amenaza de la castración.
37. J. Lacan (1998). Seminario 4. La Relación de Objeto. Barcelona: Paidós.
© Editorial UOC 342 Representación y cultura audiovisual...
La visión fantasmagórica que de lo velado expresa “el velo” ilustra las formas
sutiles que a menudo adopta la mirada fetichista, de una finura consonante con
la estructura en la que simbólicamente se despliega. En este sentido el fetiche,38
como “recuerdo encubridor” de una fase olvidada, pone en evidencia retroacti-
vamente, el “plus-de-jouir” como resto pulsional que explica la elección de ob-
jetos inertes que parecen animarse –en la mirada fetichista– de una vitalidad
ajena a su “valor de uso”.39
No escapará a nadie cierta homología entre la noción de “plus-de-jouir” y el
concepto de “plusvalía” tal como lo definiera Karl Marx. El propio Lacan así lo
argumentó al trazar una equivalencia –génesis de su inspiración– entre la trans-
formación fetichista que se registra en el paso de “valor de uso” a mercancía, y
la mutación que transfigura el objeto inerte a “plus-de-jouir”, como objeto-me-
dio de la satisfacción pulsional. Es en el último apartado de la primera parte de
El Capital, en “El carácter fetichista de la mercancía y su secreto”, donde Marx ex-
pone las implicaciones fetichistas del proceso de transformación del objeto en
mercancía.
El fetichismo de la mercancía constituye en la interpretación de Marx un
efecto inherente a la misma estructura productiva y de intercambio del régimen
capitalista. En Marx, “lo que adopta para los hombres la forma fantasmagórica
de una relación entre cosas es sólo la relación social determinada existente entre
aquéllos”. En este sentido, el fetichismo que se adhiere a las mercancías provie-
ne de la peculiar índole social del trabajo implicado en su producción, constitu-
yendo la expresión velada de una estructura concebida para ocultar a la mirada de
los propios productores su alienación en pro de la producción de la plusvalía, ha-
ciéndoles creer que el valor de las mercancías está en función de estas mismas y
que son, en efecto, intercambiables libremente.
Posteriormente, desde el Situacionismo, en el manifiesto fundacional de
este movimiento –La Sociedad del Espectáculo (1967)–, Guy Debord expondría
38. En la reflexión lacaniana el fetiche, como objeto simbólico en representación de la ausencia del
falo, surge como una de las posibles respuestas ante el complejo de castración que deriva del com-
plejo de Edipo. Esto genera la estructura perversa. El fetichismo se entiende así como una solución
perversa frente a la negación de la castración de la madre, como el velo que oculta esta castración y
permite imaginar el falo, haciendo existir al mismo tiempo la ausencia y la presencia de éste, la
castración y la negación, tal como se dan en la estructura perversa.
39. Para conocer esta cuestión más detalladamente consultar L. Erneta (2001). “Sutilezas del feti-
chismo”. En: Jacques-Alain Miller y otros. Perversidades (pág.47). Buenos Aires: Paidós.
© Editorial UOC 343 Capítulo VI. Imágenes culturales
G. Debord (1967). “Tesis 67”. La Sociedad del Espectáculo (pág. 69-70). Valencia:
Pre-Textos, 2002.
40. Ver capítulo II, “Imágenes de la diferencia. Alteridad, discurso y representación”, en esta misma
obra.
41. Tal como expone J.R. Llobera (1998). “Les polítiques d’identitat cultural: nacionalisme, etnicitat,
raça i multiculturalisme”. En: Antropologia Social. Barcelona: Editorial UOC.
© Editorial UOC 345 Capítulo VI. Imágenes culturales
Charles Darwin en el trabajo de campo que daría lugar a On the Origin of Species
by Means of Natural Selection (1859).42
Los grabados y las litografías de las ilustraciones tomadas en estos viajes contribu-
yeron a afianzar las imágenes míticas del primitivismo y la inferioridad natural del
otro, en un contexto científico que creía haber identificado en el concepto de “raza”
una sólida base para la clasificación de la diferencia humana (J.R. Llobera, 1998). Imá-
genes y tratados coadyuvaron así al desarrollo a todos los niveles –científico, político,
social y moral– del proyecto imperialista del colonialismo europeo.
La memoria de los siglos XIX y XX nos ha legado centenares de imágenes –físicas
y mentales– de exploradores de rifle humeante y mirada perdida en la lejanía, de
aventureros que contemplan ante sus ojos el mundo extendido, y el lugar de con-
quista y dominio que en él les ha sido reservado.
42. Tal como expone T. Ribera Tena (2001). “Sobre viatgers il·lustres i llibres de viatge il·lustrats”. En:
J.F. Mira; T. Ribera Tena. Catàleg de l’exposició “La cara dels altres. La imatge dels pobles ‘exòtics’ a l’Europa
dels segles XVIII i XIX. Col.lecció Joan F. Mira”. Valencia: Diputació de València, Consorci de Museus de la
Comunitat Valenciana, Museu de Prehistòria i de les Cultures de València.
© Editorial UOC 346 Representación y cultura audiovisual...
placer de verse cumpliendo el encargo civilizador –la “carga del hombre blanco”
en palabras de Rudyard Kipling– que le ha hecho merecer un lugar de superio-
ridad y dominio en el paisaje africano.
43. Ver en este contexto el documentado estudio de Terence Ranger “El invento de la tradición en el
África colonial”, publicado en Hobsbawn, E.; Ranger, T. (2002). La invención de la tradición. Barcelona:
Crítica.
© Editorial UOC 348 Representación y cultura audiovisual...
44. Una geografía, por desconocida e incógnita, inventada. El propio Freud (1926) establece en
este sentido una sorprendente analogía entre la feminidad y África, al caracterizar a la mujer como
“el continente negro” por la incógnita que implica su conocimiento. Incógnita metafóricamente
descrita como “primitiva” y “enigmática”, sumida en una oscuridad –como la jungla– impenetrable
a la exploración del hombre.
45. Como en el caso de los patronímicos de las cataratas Murchison y Ripon, nombres de dos
directores de la Royal Geographical Society.
© Editorial UOC 349 Capítulo VI. Imágenes culturales
Las palabras del historiador africano Elikia M’Bokolo expresan cruda y certera-
mente la grotesca voracidad de la mirada occidental hacia el territorio de conquista:
“Para los africanos del siglo XIX, Livingstone no ha sido más que un europeo de paso.
El tributo que le pagó a África puede parecer gravoso: ahí fue donde perdió a su hijo
y a su mujer, allí fue donde él mismo murió. Sin embargo [...] Livingstone no perte-
nece a la historia de África: pertenece a la larga historia de la colonización. A África
sólo le echó una mirada, perspicaz y duradera, desde luego, pero también excesiva-
mente cargada de herencias y de invenciones ideológicas”.
E. M'Bokolo, Explorations dans l’Afrique australe (citado por A. Hugon (1998). “Testi-
monios y Documentos”. La Gran Aventura Africana. Exploradores y Colonizadores
(pág.159). Barcelona: Ediciones B.
© Editorial UOC 350 Representación y cultura audiovisual...
46. La primera película sobre Tarzán fue realizada en 1918, pero no sería hasta la versión de 1930,
protagonizada por el campeón olímpico de natación Johnny Weissmuller cuando la adaptación
cinematográfica del personaje de Edgar Rice Burroughs se haría extraordinariamente popular.
47. Como señalamos en el capítulo “Imágenes de la diferencia. Alteridad, discurso y represen-
tación” en su estudio sobre representación y discurso colonial Homi K. Bhabha (1986) intro-
duce el concepto de ambivalencia como clave que articula la noción de estereotipo en torno a
dos polos antagónicos obsesivamente reproducidos. Bhabha entiende el estereotipo como una
estrategia discursiva en la que la producción y circulación de sujetos y signos se ve limitada a
una totalidad reconocible, la propia del repertorio de posiciones de poder y resistencia, de
dominación y dependencia que construye al sujeto de la identificación colonial (integrado
tanto por el colonizador como por el colonizado). Para Bhabha en el discurso colonial se pro-
duce un sistema de representación paradójica que, mientras por un lado connota rigidez, fijeza
y orden inmutable, por otro, revela desorden, degeneración y repetición demoníaca.
© Editorial UOC 353 Capítulo VI. Imágenes culturales
48. Sistemas a los que el etnólogo y literato vanguardista Michel Leiris se oponía en un lúcido
y emotivo discurso –“El etnógrafo ante el colonialismo” [1950]– de denuncia de las complici-
dades de la etnografía en la empresa colonial europea. Para Leiris, el etnógrafo es llamado a
convertirse en el abogado de las sociedades colonizadas en su tarea emancipadora de la injusti-
cia, el racismo y la segregación de las que son, por iniciativa y arbitrariedad metropolitana, víc-
timas cotidianas. Así escribe: “A nosotros que hacemos nuestra profesión del hecho de
comprender a las sociedades colonizadas a las cuales nos hemos atado por motivos a menudo
ajenos a la estricta curiosidad científica, nos corresponde ser como sus abogados naturales
frente a la nación colonizadora a la que pertenecemos: en la medida en que disfrutamos de la
mínima oportunidad de ser escuchados, tenemos que tomar en todo momento la posición de
defensores de estas sociedades y de sus aspiraciones, incluso si estas aspiraciones contrarían los
intereses considerados nacionales y son objeto de escándalo”.
M. Leiris (1950).”El etnógrafo ante el colonialismo”. El etnólogo ante el colonialismo (pág. 38). Barcelona:
Icaria, 1995.
© Editorial UOC 354 Representación y cultura audiovisual...
Este religado del que habla Bhabha encuentra en el caso de Saartje Baartman
(Sarah Baartman), también conocida como la “Venus Hotentote”, una represen-
tación tan paradigmática como ignominiosa por lo que respeta a los más prego-
nados valores occidentales.
A principios del siglo XIX Saartje Baartman, una mujer Khoi Khoi, fue llevada
a Londres desde Sudáfrica por un médico y un granjero boer con el propósito de
exhibirla como una curiosidad excepcional. Durante cinco años Baartman tuvo
el triste honor de ser la atracción y reclamo del Egyptian Hall, entre las mismas
cuatro paredes que albergarían años después la presentación en Londres de La
balsa de la Medusa de Theodore Géricault, o la proyección de la primera película
comercial británica (N. Mirzoeff, 2001).
Presentada como una bestia salvaje, en las primeras exhibiciones Baartman
evolucionaba encadenada dentro de una jaula sumiendo en el éxtasis de la
conmoción al público presente en la sala. La representación fantasmagórica –
de parada de los monstruos– de Saartje Baartman se hizo célebre a través de
centenares de ilustraciones, chascarrillos, piezas dramáticas, artículos de pren-
sa y tratados científicos.
La mirada europea del siglo XIX sólo era capaz de ver en su cuerpo la expre-
sión metonímica, maximizada, de una existencia aberrante. En ella, sus muslos
y nalgas prominentes resultaban inteligibles sólo como síntomas de la patología
que necesariamente debía larvar su cuerpo, como la evidencia patente de una
anomalía deformante (la esteatopigia). Los genitales de Baartman –deformados
ritualmente, el “delantal Hotentote”– fueron objeto de escrutinio por la comu-
nidad científica, escrupulosamente reproducidos en moldes de cera y yeso por
naturalistas, etnólogos50 y médicos, en lo que constituyó el delirio fetichista de
la disección de un cuerpo, el sentido y totalidad del cual resultaban tan negados
como su propia humanidad.
50. Véanse, en relación con este contexto histórico, los estudios sobre registro fotográfico e investiga-
ción etnográfica en las épocas victoriana, eduardiana y posteriores, de Edwards, E. (ed.) (1992). Anthro-
pology and Photography 1860-1920. New haven/London: Yale University Press; Kuklick, H. (1991). The
Savage Within. The Social History of British Anthropology, 1885-1945. Cambridge: Cambridge University
Press; y Stocking, G.W.Jr. (1991). Colonial Situations. Essays on the Contextualization of Ethnographic
Knowledge. History of Anthropology (vol. 7). Madison: The University of Wisconsin Press.
© Editorial UOC 357 Capítulo VI. Imágenes culturales
Cada fragmento de su anatomía deformada, corroboraba así lo que por otra par-
te era ya una evidencia para la mirada europea: la animalidad del otro, la bestialidad
natural de su existencia salvaje y primitiva, el insalvable abismo racial y sus diversas
formas de absoluta alteridad. No había duda, Saartje Baartman era más bestia que
humana. Fijémonos si no en las dos ilustraciones, una de la propia Baartman, y la
otra –de principios del siglo XVIII– representando un tipo ideal de mujer Hotentote.
Considerar su existencia no como la de un sujeto, como la de una mujer,
sino como la de un espécimen51 insólito, objeto del estudio científico, como la
de una colección de recortes, de fragmentos significativos por su rareza, consti-
tuía la coartada incontestable para materializar en la inspección y medida de su
cuerpo la expresión fetichista de un placer ilícito.
51. “La raza, la sexualidad y el género estaban ligados de forma inextricable a un sistema de clasifica-
ción que insistía en que estas categorías eran visibles en el cuerpo de Baartman, que fue considerada
como un espécimen más que como un individuo. Los genitales de Baartman se convirtieron en un feti-
che que testificaba la existencia de una importante diferencia racial y de género que, hasta cierto
punto, se sabía que era falsa pero que sin embargo se defendía de forma dogmática.” N. Mirzoeff
(2001). “Seeing Sex”. En: An Introduction to Visual Culture (pág.176). Londres y Nueva York: Routledge.
Traducción de Paula García Segura, Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica (2003).
© Editorial UOC 359 Capítulo VI. Imágenes culturales
“En el parque de Kagga Kamma, en Sudáfrica, un grupo de unas cuarenta personas cono-
cidas como bosquimanos, los Khoi Khoi, se han convertido en una atracción turística.
Los visitantes pagan cerca de ciento veinticinco dólares por pasar la noche, y luego siete
dólares más para ver a los Khoi Khoi, quienes son recompensados con una minúscula
parte de los beneficios (Daley, 1996). Saartje Baartman, la “Venus Hotentote”, procedía,
52. “El mito del colonialismo consistía en que la mujer africana era tan sexualmente lasciva que
incluso hubiera tenido relaciones con primates. La obsesión por Baartman y otras mujeres africa-
nas provenía de lo que Robert Young denominó ‘un deseo ambivalente e impulsivo en lo más pro-
fundo del realismo: una atracción libidinosa compulsiva, negada por una igual insistencia en la
repulsión’ (Young, 1995, pág.149).” N. Mirzoeff (2001). “Seeing Sex”. En: An Introduction to Visual
Culture (pág.180). Londres y Nueva York: Routledge. Traducción de Paula García Segura, Barcelona:
Ediciones Paidós Ibérica (2003).
© Editorial UOC 360 Representación y cultura audiovisual...
por supuesto, de estos individuos. Aunque los artistas e intelectuales contemporáneos su-
dafricanos han hecho una causa célèbre de la recuperación de los restos de Baartman de
París, otras personas siguen haciendo cola para disfrutar viendo cómo sus descendientes
desempeñan el papel de nativos.”
53. Tal como nos muestra Dennis O'Rourke (1987) en la reflexión ácida y brillante de su película
Cannibal Tours.
© Editorial UOC 361 Capítulo VI. Imágenes culturales
caza del rinoceronte, del elefante o del león en la inmensidad de la sabana afri-
cana, un nuevo territorio donde resignificar los viejos códigos de conducta de la
caza del zorro en la campiña inglesa. Se trata de la parodia de un episodio que
nos ha legado miles de fotografías de arrogantes cazadores blancos pisoteando el
cuerpo yaciente del animal cazado, apuntando orgullosos con su rifle un trofeo
a rememorar en la charla bajo las estrellas, en el cóctel a la luz de la hoguera del
campamento, antes de acostarse y seguir soñando.
54. Véase, en este sentido, la obra editada por Marzo, J.L.; Roig, M. (ed.) (2002). Planeta Kurtz. Cien
años de El Corazón de las Tinieblas de Joseph Conrad. Barcelona: Mondadori, con las contribuciones
de Chinua Achebe, Edward W.Said, Donato Ndongo-Bidyogo, Simon Njami, Jeanne Randolph,
Frank Westenfelder, Joan Bestard, Lomomba Emongo y Patrick Cloos.
55. Como ha analizado Mette Bovin (1998) a propósito de las representaciones mediáticas occiden-
tales de la belleza de los hombres WoDaaBe, ya comentadas en el capítulo II. “Imágenes de la dife-
rencia. Alteridad, discurso y representación”.
© Editorial UOC 363 Capítulo VI. Imágenes culturales
56. Tal como han estudiado Catherine Lutz y Jane Collins (1994) en su análisis de la representa-
ción de la alteridad en las imágenes publicadas en la revista National Geographic.
57. La negación permanece implícita en la mirada fetichista y en su juego entre la satisfacción y la
represión simultáneas. El fetichismo constituye así una estrategia para plasmar la expresión subya-
cente a lo tabuizado, desde la negación de su representación.
© Editorial UOC 364 Representación y cultura audiovisual...
58. Cabe recordar que la cineasta Leni Riefenstahl cautivada por imágenes como ésta, se libró,
huyendo de su pasado nazi, a la investigación visual entre los Nuba como un paso más en su estu-
dio del cuerpo y la fuerza que con la obra Olimpiad (película documental de las Olimpiadas de 1936
en Berlín) sabría llevar a cotas magistrales.
59. Como recogemos en el capítulo II, “Imágenes de la diferencia. Alteridad, discurso y representación”
(pág. 107), a propósito de la reflexión de Edward Said: “La fantasía de Oriente se asocia a la sensualidad,
a la lujuria, al sexo licencioso. De este modo, la exageración sexual se erige como característica en la
naturalización, en la animalización del otro, del meridional de sangre caliente y deseo sexual voraz. Es
este un mundo dominado por la virilidad, en el que las mujeres aparecen como creaciones de la imagi-
nación masculina, expresan una sensualidad ilimitada, son más o menos estúpidas y sobre todo se
caracterizan por su servilismo (E. Said, pág. 211)”.
© Editorial UOC 365 Capítulo VI. Imágenes culturales
60. “Bien entrado el siglo XVII la línea de separación entre los africanos y los simios estaba tan difu-
minada que se creía que mantenían relaciones sexuales entre ellos. Incluso en el año 1781, en
Notes on Virginia (Cuestión XIV), Thomas Jefferson consideraba un hecho objetivo la idea de que los
orangutanes constituían una referencia sexual para las mujeres negras”. J.R. Llobera (1998). “Les
polítiques d'identitat cultural: nacionalisme, etnicitat, raça i multiculturalisme”. Antropologia Social
(pág.47). Barcelona: Editorial UOC.
© Editorial UOC 366 Representación y cultura audiovisual...
Cabría pues preguntarse hasta qué punto no sigue residiendo en estos atributos
nuestra mirada fetiche de la alteridad cultural. Una mirada que escenifica ahora en
el destino turístico o en el rostro de la solidaridad un remozado imaginario africa-
nista de raíces coloniales, hecho a la medida de un mundo que no parece dispuesto
a ver más allá de “choques de civilizaciones”62 y fijas polaridades en las que al otro
–¿cómo no?– le ha sido reservado desde hace siglos el lugar de la más absoluta de las
indigencias.
Fuente: Fotografía de Roser Vilallonga extraída del artículo “Errantes por Barcelona.
Los subsaharianos buscan un techo de emergencia ante la falta de soluciones”.
La Vanguardia (miércoles, 8 de agosto, 2001).
62. Tal como oblicua y sesgadamente nos vaticinaba Samuel Huntington en The Clash of Civiliza-
tions (1996).
© Editorial UOC 368 Representación y cultura audiovisual...
4. El show de Truman
Marta Selva Masoliver
Anna Solà Arguimbau
El plató.
La ciudad.
Los nuevos núcleos urbanos parecen un gran decorado, porque han sido
configurados tomando como modelo las ciudades imaginarias creadas por el
cine y la publicidad. El producto de nuestras ficciones, que originariamente
“imitaban” la realidad, se ha materializado en el paisaje urbano. Las residencias
de vacaciones, los parques temáticos, las grande áreas comerciales y otros espa-
cios promocionados por la industria del ocio y del espectáculo son una repro-
ducción de los paisajes creados por la publicidad, la televisión y el cine. Según
Marc Augé, se ha producido una “ficcionalización de la realidad”, una puesta en
ficción de lo real, de la cual la televisión es un elemento esencial.
El autor reflexiona sobre la invasión de las imágenes en el mundo contem-
poráneo. Desde la antropología trata de entender los cambios que ha producido
el “nuevo régimen de la ficción”, que en su opinión caracteriza el mundo con-
temporáneo. Se pregunta sobre la creación de las imágenes, sobre los vínculos
que se establecen entre las imágenes y los sistemas simbólicos compartidos,
donde estas imágenes adquieren su significación, sobre su influencia social y los
mecanismos de su circulación. La ficcionalización del mundo que se está pro-
© Editorial UOC 372 Representación y cultura audiovisual...
apuntan las consecuencias que tienen los nuevos medios de comunicación, en-
tre los cuales se incluye la televisión, como intermediarios entre nosotros y el
mundo. Nuestra visión de las cosas se altera con las imágenes que nos ofrece la
televisión, pero su efecto más determinante consiste en la modificación de los
vínculos que mantenemos con la realidad. Las nuevas imágenes que pueblan
nuestro universo social y mental ya no actúan como médiums, como signos que
permiten elaborar un discurso sobre las cosas. Las imágenes han suplantado la
realidad y se han transformado en presencia pura de todo aquello que existe y
ocurre. Citando a Baudrillard, podemos decir que ya no estamos en el drama de
la alienación, en la escisión entre la realidad propia y aquélla en que nos vemos
inmersos mediante las imágenes, sino que vivimos en “el éxtasis de la comuni-
cación”, es decir, la confusión entre la realidad y su representación, entre la ima-
gen y su referente. La fascinación y la autorreferencialidad son los dos
componentes de la actual imagen televisiva, son las directrices que determinan
el tipo de información transmitida y el modo de comunicación utilizado. El pro-
blema no es ya la manipulación de la información, sino al contrario, la preten-
dida transparencia informativa “asegurada” por el directo televisivo.
turarse a vivir directamente las experiencias en que nos ofrece el mundo real.
Pero, ¿qué mundo real?.
Se han realizado varias películas que reflexionan sobre el poder manipu-
lador de las imágenes y de los medios de comunicación. Son películas que,
como en el caso de El show de Truman, actúan como metáfora de este nuevo
régimen de visibilidad que instaura el espectáculo televisivo. La pregunta
que todas formulan se refiere a los límites éticos de esta omnipotente mirada
que quiere mostrarlo todo. En este sentido, podemos recordar las siguientes
películas:
El gran carnaval (Billy Wilder, 1951). Esta película centra su crítica en el
mundo del periodismo. Su protagonista utiliza un accidente real en una
mina para fabricar la gran noticia que lo llevará a la fama. Su falta de escrú-
pulos no tendrá límites, hasta al punto de desencadenar un desenlace trágico
y amargo que se presenta con toda crudeza, sin paliativos ni concesiones al
público.
La muerte en directo (Bertrand Tavernier, 1979). Tavernier relata en clave
futurista una muerte retransmitida en directo por una importante cadena de
televisión. El realizador del programa se incorpora unas cámaras en sus ojos
para captar el momento de la muerte de una chica con quien establece una
relación afectiva para conseguir la finalidad que se propone. La película cues-
tiona todo acto de voyeurismo, tanto televisivo como cinematográfico, y
plantea la pregunta fundamental: qué filmar y, sobre todo, cómo filmarlo.
Network (Sidney Lumet, 1976). La guerra por las audiencias permite cual-
quier exceso en el mundo despiadado de la televisión. El presentador de uno
de los programas de máxima audiencia cae en desgracia y en su último show
hace una de las declaraciones más lúcidas que se han hecho sobre el mundo
del espectáculo televisivo.
Quiz Show (Robert Redford, 1994). Recreación de un hecho real que con-
mocionó a 50 millones de teleespectadores y telespectadoras de uno de los
programas-concurso de más éxito en Estados Unidos el año 1958. El escán-
dalo estalló al descubrirse que el popular concursante, Carl Van Doren, pro-
fesor universitario e hijo de un premio Pulitzer, tenía las respuestas
amañadas por los mismos ejecutivos de la cadena NBC, promotora del pro-
grama.
© Editorial UOC 379 Capítulo VI. Imágenes culturales
66. Este texto es parte de un trabajo escrito con Vicente Sánchez-Biosca y presentado en La Maison
des Sciences de l'Homme de París en el marco del congreso “Émigration et exil. Présences euro-
péennes au cinéma hollywoodien” (diciembre, 2000). Asimismo, el estudio de la figura de Antonio
Banderas se incluye en los trabajos del grupo de investigación, dirigido por el profesor Sánchez-
Biosca (Universidad de Valencia), Presencias españolas en el cine de Hollywood, en el que también
participan investigadores de la Universidad de Gerona, Universidad Autónoma de Barcelona y Uni-
versidad Carlos III de Madrid.
© Editorial UOC 380 Representación y cultura audiovisual...
revistas, los cómics, las estrellas de la canción y del cine, etc., constituyen
algunos de los objetos culturales a partir de los cuales esas generaciones
construyen sus identidades. En ese sentido, podemos decir que una canción
pop o una estrella del cine o de la música (a veces de ambos campos) es, des-
de el punto de vista cultural, una contradictoria combinación entre lo “au-
téntico” y lo fabricado; lo que para muchos constituye una forma peculiar
de expresión proporciona importantes ingresos a las industrias culturales y
del entretenimiento.
Stuart Hall y Paddy Whannel consideran que la música pop proporciona
un “realismo emocional”: los jóvenes se identifican con esas representacio-
nes colectivas y las usan como ficciones que construyen sus imágenes men-
tales del mundo (S. Hall y P. Whannel, 1964). Lo mismo podría decirse de las
estrellas de cine. Naturalmente, no ese planteamiento no implica admitir
que la música pop o las estrellas de cine cumplan o tengan necesariamente
una función liberadora, progresista o de resistencia a los valores dominantes,
pero no cabe duda que gracias a ese “realismo emocional” dicen mucho de
los universos culturales de quienes las consumen; a su vez, esos universos
culturales dicen mucho de las realidades sociales, políticas e ideológicas que
los producen. Si admitimos, de forma general, los planteamientos expuestos
hasta el momento, convendremos que la distinción entre alta y baja cultura
no nos será de gran ayuda para analizar críticamente objetos culturales como
la música pop, el cine o las estrellas.
Antonio Banderas
[www.antoniobanderasfans.com]
atractivo sexual. Ahora bien, fijémonos cómo, en el caso de Banderas, los pies
de foto hacen referencia a algunos de los rasgos, supuestamente latinos: “calien-
te, caliente, caliente” o “Antonio Banderas, tierno y salvaje”.
Pocos meses antes del estreno de Two much, producción española dirigida
por Fernando Trueba donde también intervienen como protagonistas Melanie
Griffith y Darryl Hannah, la prensa cinematográfica popular se refería así a Ban-
deras: “considerado por la prensa extranjera –caliente, caliente, caliente, la es-
trella más sexy de España o el homo-eroticus del cine español– como uno de los
más emblemáticos símbolos sexuales del momento, Antonio Banderas ya se ha
abierto camino en Hollywood” (Fotogramas, Abril de 1995).
Éste es un ejemplo de cómo, a través de las representaciones del cuerpo, en este
caso de una estrella, se vehiculan significados culturales, en parte impuestos por
las industrias culturales. Decimos, “en parte”, porque la “fabricación” de produc-
tos latinos no responde simplemente a una necesidad de la industria, más bien a
una realidad social y a unas luchas culturales (y también políticas) que las indus-
trias intentan ganar desde el imaginario. Antonio Banderas, como también Pe-
nélope Cruz, representan lo latino a través del cuerpo, es decir, del erotismo.
“Quiero construir un puente entre los Estados Unidos y España” (Antonio Banderas).
[http://banderas-mall.com/theatre/english.html]
“La mejor forma de resumir las características de Antonio que le han llevado al éxito en el teatro y en el cine
en tres continentes es mediante lo que han dicho los directores y actores que han trabajado con él. Estos
son algunos de los calificativos que han utilizado para describirlo:
enérgico erótico cautivador apasionado intuitivo audaz
poderoso refrescante sexy inteligente trabajador fascinante
vulnerable ingenioso carismático arriesgado atento sutil
versátil vivaz físico seductor potente adaptable
magnético atrevido divertido juguetón sensible generoso
encantador improvisador obstinado impulsivo impredictible entusiasta
Antonio Banderas es más que el “Latin Lover” y objeto de deseo DEFINITIVO... ¿no estás de acuerdo?
¡¡¡Caramba!!!”
Fragmento extraído de la página web de Antonio Banderas.
© Editorial UOC 391 Capítulo VI. Imágenes culturales
En aquella época, Banderas decide instalarse en Los Ángeles para probar for-
tuna en la industria norteamericana. Su primer trabajo en esta industria consis-
tió en una publicidad para una marca de ropa y donde aparece junto a la actriz
Laura Harris en una campaña que incluye una fotografía que aparece en ocho
revistas. La campaña es polémica, ya que sólo aparece su rostro escupiendo la
espuma de una lata de cerveza.
Poco después, el actor entra en contacto con el productor Peter Rolling, que
le propone trabajar en un proyecto basado en la adaptación de la novela de Isa-
bel Allende, De amor y de sombra, que por problemas financieros no se realiza
hasta 1993, cuando Banderas ya es un actor conocido en Hollywood. Después
de esta pequeña aventura norteamericana, Banderas vuelve a España y participa
© Editorial UOC 392 Representación y cultura audiovisual...
Curiosamente, las primeras imágenes de Los reyes del mambo remiten a las co-
reografías que popularizó años atrás otro español, Xavier Cugat. Por esta razón,
la película retoma una iconografía habitual del cine clásico de Hollywood para
referirse a la Cuba prerrevolucionaria.
© Editorial UOC 393 Capítulo VI. Imágenes culturales
Fotograma de la película
Los reyes del mambo (1992).
estrella de la canción?) y por Los Lobos, un grupo que en aquella época tenía
una importante proyección internacional (en parte gracias a la película La
Bamba, 1986).
Los estudios sobre el Star System se han circunscrito, hasta ahora, a los ámbi-
tos nacionales. Sin embargo, cabe pensar que, a pesar de evidentes especificida-
des, el Star System es, fundamentalmente, un fenómeno transnacional. Ello es
así porque las industrias culturales han entrado en un proceso globalizador.
Todo lo cual significa que:
67. Cuando hablamos de una distinción “histórica” nos referimos al hecho de que no se trata de
una distinción “natural”, sino que responde a una serie de intereses económicos e ideológicos
explicables históricamente.
© Editorial UOC 400 Representación y cultura audiovisual...
68. Capital cultural es un concepto introducido por Pierre Bourdieu que describe “la inadecuada
distribución de prácticas culturales, valores y competencias característico de las sociedades capita-
listas”, en la cual las diferencias de clases se definen no sólo por su capital económico sino por un
acceso diferencial al poder simbólico y al capital cultural.
© Editorial UOC 401 Capítulo VI. Imágenes culturales
Antes de hablar de la cultura hip-hop en los barrios y las ciudades del en-
torno de Barcelona, parece necesario realizar una breve explicación que ayu-
de a entender mejor qué es la cultura hip-hop y por qué ha sido considerada
por algunos teóricos como una de las renovaciones socioculturales más im-
portantes de las postrimerías del siglo XX.
Primero, hay que saber que el hip-hop es una cultura de la calle, un estilo de
vida cuya música (el rap) sólo es la punta del iceberg. El género musical básico
de la denominada cultura hip-hop, el rap, nació sobre los años ochenta como
música de protesta de los negros en los guetos de las metrópolis norteamerica-
nas. Como explica Anki Toner (1999, pág. 9), el rap es una técnica vocal, una
forma de hablar rítmicamente, que suele asociarse con un cierto tipo de música.
Por extensión (y de forma imprecisa), se suele hablar de “música rap” para refe-
rirse al tipo de música sobre el cual se recita rítmicamente. Años más tarde, ha
ido formando parte progresivamente de los hábitos de consumo musical de mi-
llones de jóvenes sin ningún tipo de distinción étnica o racial. El hecho de que
actualmente se trate de una música de difusión y de alcance casi mundial no nos
debe hacer olvidar que es una música que nació en el seno de los guetos negros
de Nueva York hace más de veinte años.
La historia de su nacimiento es muy sencilla. En cualquier rincón del Bronx
(o de cualquier otro barrio negro) se cortaba el tráfico de una calle, se enchufaba
el equipo de luz y de sonido a la corriente eléctrica pública, y se hacía pagar a la
gente del barrio una pequeña contribución simbólica para asistir a la fiesta, que
podía divertirse alejada de las luces y el glamour del centro de la ciudad. Los dos
héroes de la noche eran el DJ y el MC.69 El primero, con su colección de discos,
© Editorial UOC 402 Representación y cultura audiovisual...
“A finales de los años sesenta, en las calles de los guetos urbanos americanos, germina
una nueva cultura. Sus profetas explican en rimas con cadencia la miseria, la rabia y
el gozo del subproletariado negro. Los DJ y los rappers se convierten en los superhé-
roes de los barrios negros de Nueva York –Bronx, Brooklyn, Queens– y construyen las
bases de la generación hip-hop.”
69. El Master of Ceremonies. Denominación que se deba al acompañante del DJ (disc-jockey), encar-
gado de animar al público para que bailase. A medida que su papel se hizo cada vez más impor-
tante y empezó a escribir sus propios textos, al MC se le conoce como rapper.
© Editorial UOC 403 Capítulo VI. Imágenes culturales
70. El graffiti es la forma de arte urbano consistente en pintar lugares públicos o de propiedad ajena
con aerosoles. El tag es la firma de cada uno de los artistas que se convierte, por sí misma, en obra
de arte.
© Editorial UOC 404 Representación y cultura audiovisual...
En este sentido, pues, hay que subrayar la importancia que, para la cultura
hip-hop, tiene la posibilidad de la resignificación de los objetos, de los signos, de
los sonidos ajenos. De este modo, el uso de las zapatillas Adidas no significa sim-
plemente que los Run-DMC utilizan una determinada marca de ropa deportiva
multinacional, sino que va más allá, hasta el punto de que gracias a este proceso
de resignificación, estas mismas zapatillas (símbolo del capitalismo multinacio-
nal) se convierten en algo distinto, en un signo alternativo, con una posible sig-
nificación subversiva.
De la misma manera, si nos referimos al ámbito sonoro, el rap es concebido
esencialmente como música “pobre”, en el sentido de que está basada en la
reutilización de otras piezas musicales de cualquier tipo, según una técnica de-
finida como sampling, es decir, elección de una muestra de una canción concre-
ta, que es “robada” y reciclada hasta llegar a ser una nueva producción.
La metodología con la cual los DJ y los productores confeccionan las bases
para la música rap consiste, pues, en un continuo ejercicio de cut & paste, ca-
paz de hacer convivir, pues, fragmentos provenientes del soul, del techno, del
jazz o, incluso, del rock gracias a un montaje en loop,71 sobreponiéndolos o
alternándolos. La existencia de esta práctica de composición, por otro lado
fuente de complejas cuestiones legales relacionadas con los derechos de au-
tor por el hecho de utilizar músicas de otros, ha conseguido sacudir las reglas
del juego de la música popular contemporánea, especialmente en lo que res-
pecta a la música dance y a la cultura de clubs.72
“El rap es la CNN de los negros”, dijo Chuk D, el líder de Public Enemy.
© Editorial UOC 406 Representación y cultura audiovisual...
“... ha sido considerada como ‘la más popular e influyente forma de la música afro-
americana de los años ochenta y noventa’ [...] y ‘la más dinámica cultura popular
contemporánea y el receptáculo espiritual de la América Negra’. [...] El estudio del rap
es visto como el poseedor de la promesa de revigorización de los Black Studies en Es-
tados Unidos, mientras que algunos aspectos del rap y del hip-hop relacionados con el
pastiche, el collage y el bricolaje son mostrados para ejemplificar tendencias culturales
posmodernas. [...] Al mismo tiempo, la música rap ha estado sometida a fuertes con-
troversias, con sus méritos musicales y sociales ferozmente debatidos.”
R. Shuker (1998). Key Concepts in Popular Music (págs. 246-247). Londres: Routledge.
73. Si bien, por cuestiones de espacio, no podremos hablar de ello, no habría que olvidar que la
cultura hip-hop, tanto por los mensajes que se transmiten como por la misma actitud y gestualidad,
es marcadamente machista. Si bien no entraremos a analizar las razones y las consecuencias de este
hecho, sí que, como mínimo, hay que indicarlo.
© Editorial UOC 408 Representación y cultura audiovisual...
De este modo, si bien en el caso del rap parece absolutamente legítimo en-
tenderlo como la expresión de la continuidad de una tradición cultural afro-
americana, que puede retroceder en el tiempo, hasta los míticos cantos de
llamada y respuesta entonados en las plantaciones de algodón del sur de Estados
Unidos por los esclavos procedentes del África Negra; también parece lógico
que, precisamente porque arraiga en otra tradición, el hip-hop que se practica en
Europa no puede compararse literalmente al afroamericano. Sin embargo, sí que
es cierto que las ideas de “marginalidad” y de una “sociedad de grupo” consti-
tuyen una característica o un substrato común entre las dos tradiciones.
No es posible continuar pensando, pues, que los discursos que circulan por los
medios masivos de comunicación, como la música popular, son simples produc-
tos de una sociedad de consumo, sino que expresan cultura. Cultura entendida
como una forma de “usar” los textos, una forma de apreciación y de reacentua-
ción de los discursos sonoros y visuales que pone de manifiesto un proceso de in-
teracción, de conflicto y de compromiso entre los grupos dominantes y los
subordinados. Un proceso, parece claro, que revela una polémica y una lucha
para establecer el control sobre el potencial ideológico de la cultura popular pe-
ro, a un mismo tiempo, también permite reexplorar los cambios que se produ-
cen en la circulación de los signos en las sociedades contemporáneas.
A primera vista, puede parecer que todas estas reflexiones sobre el papel que
tiene la música en tanto que tecnología social que vehicula ideología, poder y
capital cultural no tiene demasiado que ver con el intento de descripción y aná-
lisis de la escena del área metropolitana de Barcelona. Pensemos, sin embargo,
que esta lógica también está presente en buena parte de los mensajes y del ima-
ginario que transmiten algunos de estos grupos de rap.
Si bien es cierto, como ya hemos apuntado, que lo que distingue el rap de otras
expresiones musicales es la manifestación de la identidad hip-hop y del orgullo de
los jóvenes negros que, contra la cultura de la oficialidad, se sienten portadores de
una cultura propia, también lo es que el rap ha roto con la identidad negra enten-
© Editorial UOC 409 Capítulo VI. Imágenes culturales
dida desde una óptica esencialista, restrictiva. Prescinde, en definitiva, del color de
la piel. Se convierte en la música de todos los marginados. Sin embargo, su éxito en
un ámbito mundial no deja de otorgarle cierto halo de ambigüedad.74
El rap es, a un mismo tiempo, y sobre todo en las grandes ciudades meridio-
nales de Europa (pienso en Marsella, Nápoles o Barcelona, entre otras), protesta
y disfrute, denuncia de la crisis de la sociedad opulenta y del capitalismo en sus
formas más “avanzadas”, pero también interés en integrarse a los circuitos co-
merciales de la gran industria musical. Del mito de la calle nunca provienen se-
ñales unívocas. Signos de impaciencia y de revuelta, cierto, pero también, y
simplemente, consumo de drogas, hedonismo desmemoriado de vidas a la de-
riva, un living on self-made, que oculta de mala manera la renuncia a cualquier
acción planificada (Ferrarotti, 1996, pág. 77).
La gran difusión que ha obtenido el hip-hop y el rap en un ámbito mundial
sólo puede entenderse gracias a esta explícita ambigüedad, que permite reinscri-
bir en situaciones y contextos culturales, sociales y étnicos diferentes su voca-
ción de rebeldía. Al mismo tiempo, sin embargo, actualmente el hip-hop es una
forma de hacer música lo bastante conocida y aceptada que puede asegurar, in-
cluso, la circulación de un producto musical en un ámbito planetario, sin nin-
gún tipo de dificultad de “comprensión”.
En cierta manera, la historia del hip-hop en el estado español ilustra a la
perfección la paradoja que el rap ha sufrido a lo largo de estos últimos años.
Desde el primer momento en que, bien entrados en la década de los ochenta,
se empezaron a tener noticias de seguidores del movimiento hip-hop y de la
música rap, el hip-hop español siempre ha dado la sensación de encontrarse
inmerso en un tipo de contradicción que ha perdurado hasta el presente.
Esta contradicción tiene mucho que ver, por un lado, con el deseo de aficio-
nados y seguidores de este tipo de música de crear una escena que, si bien
sabían por adelantado que nunca podría igualarse con la original afroameri-
cana, sí que fuera lo suficientemente digna como para poder afirmar que
también en España se hacía un rap “digno”.
74. Paul Gilroy, uno de los principales teóricos de las Black Cultures (‘culturas negras’), se hacía la
pregunta siguiente: “¿En qué sentido hoy el hip-hop puede ser definido como marginal? Aquellos
que afirman la marginalidad del hip-hop deberían ser obligados a ver qué entienden por centrali-
dad. La marginalidad del hip-hop es tan oficial como lo puede ser su exagerado desconocimiento.”
(Gilroy, 1995, págs. 41-42).
© Editorial UOC 410 Representación y cultura audiovisual...
Decíamos que no hacemos del todo nuestras estas palabras de Anki Toner
porque, de hecho, el rap demuestra, como todos los otros productos culturales,
que se trata de un artefacto con una ambigüedad múltiple: una inmediata y otra
más consciente, una articulada y otra situada en el nivel de la recepción. Por esta
razón, la lectura de sus mensajes y de sus sentidos podemos situarla en diferen-
tes niveles.
Uno de estos niveles de lectura es el que realizaremos de algunos grupos de
música rap que últimamente han aparecido en los barrios y en las poblaciones
© Editorial UOC 412 Representación y cultura audiovisual...
75. Los Chichos fueron los creadores, en los años setenta, de la denominada rumba madrileña. Se
trata de canciones en las que se narraba aspectos inéditos de la vida de los barrios marginales, y
también los nuevos problemas derivados del consumo y del tráfico de drogas. No debemos olvidar
que Los Chichos son los autores de la banda sonora de la película Yo, el Vaquilla.
© Editorial UOC 413 Capítulo VI. Imágenes culturales
“[...]
ahora me revuelco, me refuerzo,
canto sin ningún esfuerzo
porque soy el supercampeón,
chico, blanquito, pero no soy sajón,
ah, toma, nadie plancha la oreja
cuando Juan Solo al micro asoma
no hay competencia, tengo la esencia
para tapar tu idiota ciencia
[...]
Mi nombre es Griffi, ya sabes, el de la G
Yo y el señor P, a quien no se ve
Hip hop de puta madre,
[...]
pasando años, rayando plásticos,
fantástico, partiendo agujas
[...]
se aflamenca la melodía, arabesca,
echando raíz a ver si tú lo repescas,
compadre, olé,
lo que mejor te pone,
somos Sólo los Solo”.
En su propia página web, Sólo los Solo dicen que se sienten portavoces de lo
siguiente:
Frente a estos argumentos, parece posible afirmar que algunas de las manifes-
taciones rap y hip-hop producidas en el estado español y, más concretamente, sur-
gidas en las cercanías de la ciudad de Barcelona, constituyen una interesante
operación de contextualización de fragmentos de la cultura urbana contemporá-
nea y de experiencias sociales de unos colectivos que se sienten excluidos política
© Editorial UOC 415 Capítulo VI. Imágenes culturales
“[...]
Si esto es lo que estaba haciendo, ¡cabrones con más!
Aquí representando, en el micrófono,
te traigo el pedo en español,
Mucho Muchacho entró en acción.
Sí, sí, es simple. Simplemente
Mucho Muchacho en el MC sabe lo que dice,
sí, así que ponte en guardia, yo represento Barcelona
Dive Dibosso con su gente de San Andrés
CPV, Elements, La Madre, sí,
la madre que nos parió y no hay más perro que ladre.
Cosas nuestras, eyeyé, si no tienes ojos qué vas a hacer, hijo de puta,
y aquí Yizecoconute el loco, representando a mi gente [...].”
“Yo no provengo sólo del rap. En un tablao sabría qué hacer. El flamenco se puede
amoldar, y queda bien con el rap porque es una música negra más. De andaluz me
queda la esencia, mi manera de pensar y de vivir: eso no se olvida.”
“Tampoco soy un tirado, vivo en una casa. De protección oficial. De esas tipo cárcel,
de obra vista. Somos cinco y hace falta dinero cada mes. Mi madre limpia casas. Es-
© Editorial UOC 417 Capítulo VI. Imágenes culturales
“Que se agraven las condiciones de supervivencia en las periferias y en los guetos ur-
banos parece constituir una garantía de continuidad para el rap, medio de expresión
que brotó un día del polvo de la calle.”
Bibliografía
Presentación
Capítulo I
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Capítulo III
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Capítulo IV
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Capítulo VI
Bibliografía básica
Bibliografía complementaria
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azteca adj Grupo indígena de la meseta y del centro de México. También se les conoce
como nahuas (náhuatl es el nombre de su idioma), mexicas, mexicanos o mexicaneros. La
civilización y el Imperio Azteca, con capital en la ciudad actual de México de Tenochti-
tlán, era la gran oligarquía que controlaba gran parte de Mesoamérica cuando llegó Her-
nán Cortés.
sin.: mexica.
capital cultural m Pierre Bourdieu, que describe “la inadecuada distribución de prác-
ticas culturales, valores y competencias característica de las sociedades capitalistas”, en
la cual las diferencias de clases se definen no sólo por su capital económico sino por un
acceso diferenciado al poder simbólico y al capital cultural.
cibernético adj Teoría de la comunicación que entiende que todo efecto retroactúa so-
bre su causa. El término fue acuñado en la obra de Norbert Wienner Cybernetics (1948).
consumo m Práctica social por medio de la cual la gente, las mayorías, construimos nuestras
identidades (culturales, generacionales, sexuales, etc.) en una economía de mercado.
contexto m Proceso de investigación, según Velasco y Díez de Rada, por el cual sumi-
nistramos el contexto explicativo para hacer inteligible la realidad que observamos. Este
proceso se basa en el establecimiento de relaciones significativas entre los fenómenos so-
ciales y culturales analizados. Según Geertz, es el marco en el cual las acciones de los
agentes sociales tienen sentido. Según Bateson, es una delimitación simbólica (verbal,
gestual, espacial) que define el tipo de relaciones que orientarán la interacción (los obje-
tos de una sala de justicia crean el contexto para un determinado tipo de interacción, un
© Editorial UOC 434 Representación y cultura audiovisual...
juicio, y delimitan un tipo de acción social y no otro –el público no puede intervenir du-
rante el proceso).
convención f Aquello (costumbre, opinión o regla, etc.) que se establece por acuerdo
expreso o tácito, costumbre arbitraria. La convención no es otra cosa que una operación
de significados que, una vez establecidos, nos traen a otro espacio de conocimiento, del
propio común, a otro sitio donde podemos convivir, aquél donde podemos compartir
un sistema de significaciones. El sentido del término convención nos conduce a entender-
la como un pacto en relación con unas pautas establecidas arbitrariamente, mediante las
cuales podamos entendernos frente a determinadas acciones, hechos o cosas, un acuerdo
que nos permite pactar universalmente algunas maneras de nominar, de entender y estar
en el mundo.
descripción densa f Concepto desarrollado por Clifford Geertz para definir la tarea del
etnógrafo. La descripción “densa” se contrapone a la descripción “plana” siguiendo las
© Editorial UOC 435 Glosario
ideas del filósofo del lenguaje Robert Grile. La descripción densa incluye el sentido de la
acción y la perspectiva de los actores, es una descripción interpretativa.
desviación f Concepto de la sociología crítica y las teorías de la reacción social que hace
referencia a la singularización de aquellos individuos cuyo comportamiento se considera
que atenta contra las normas sociales.
différance f En la obra de Jacques Derrida, el término que utiliza para señalar la inesta-
bilidad del significado.
escopofília f El placer de utilizar a otra persona como objeto de estimulación sexual me-
diante la vista.
experiencia atípica f De la obra de Alfred Schütz, experiencia que no puede ser clasi-
ficada adecuadamente teniendo en cuenta el bagaje de nuestras experiencias significati-
vas anteriores.
experiencia vicaria f Experiencia que propone una vivencia por delegación. Experien-
cia no propia pero que hacemos nuestra.
huipil m Vestido tradicional que llevan las mujeres indígenas. Los colores o los tipos de bor-
dados de estos vestidos hacen posible reconocer en qué lugar o comunidad han sido tejidos.
© Editorial UOC 437 Glosario
identidad f Desde los estudios culturales, la identidad de los sujetos no es una pro-
piedad inmutable, se trata de una construcción discursiva y, por lo tanto, sujeta a los
cambios históricos.
indio –a m y f El término indio es una construcción social elaborada por los españoles
durante el siglo XVI para denominar las poblaciones autóctonas del continente america-
no. Con este término se borró la diversidad cultural al no reconocer las diferencias (lin-
güísticas, culturales, sociales, económicas).
maya adj Conjunto de grupos indígenas de la zona del Caribe y del sudeste del territorio
mexicano. En las épocas preclásica y clásica constituyeron un gran imperio y una exqui-
sita cultura. Se extendió del Caribe mexicano a Honduras y el Salvador, y todavía están.
mirada f Según John Berger, la mirada es el producto de la relación entre lo que ve-
mos y lo que sabemos o creemos saber. El hecho de ver es anterior al uso de la palabra,
y esta experiencia no puede ser nunca totalmente verbalizada. El hecho de ver tam-
poco es exclusivamente una reacción a los estímulos visuales externos. Nuestra visión
es activa, selecciona la forma de los fondos. Mirar es un acto selectivo.
mixteca adj Grupo indígena del sudoeste de la república mexicana, que comprende los
estados de Oaxaca, Guerrero y Puebla.
© Editorial UOC 438 Representación y cultura audiovisual...
política indigenista f Conjunto de los criterios y las estrategias que los gobiernos si-
guieron con el objetivo de integrar las comunidades indígenas a la nación mexicana des-
de una óptica paternalista.
práctica social f Según Pierre Bordieu, el concepto de práctica define la estructura tempo-
ral, la dirección y el ritmo como elementos constitutivos de su significado como acción so-
© Editorial UOC 439 Glosario
proxémica f Análisis del espacio, de su representación y de los usos sociales que se hace
del mismo.
scratch m Técnica utilizada por los disc-jockeys consistente en mover los discos sobre el
plato y producir ruido con éstos.
tolteca adj Civilización precolombina, del centro (Hidalgo) y sudeste de México (Tabasco).
universo diegético m Mundo ficcional, que funciona como imagen del mundo real, y
que el lector espectador construye a partir de los datos o ideas principales de un texto.