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Inversiones

Factores que afectan nuestras decisiones de inversión

Factores que afectan nuestras decisiones de inversión

En el mundo de las inversiones, cada decisión tiene el potencial de generar ganancias o


pérdidas importantes. Implica enfrentarnos con distintos factores, tales como los cuatro
“villanos” de la toma de decisiones que plantean los autores Chip y Dan Heath.

Como toda ciencia, la de la economía basa sus postulados esenciales en supuestos teóricos, siendo el de la
racionalidad económica uno de los más importantes. La racionalidad económica consiste, fundamentalmente,
en el hecho de que los agentes económicos - finalmente, individuos - persiguen maximizar su ingreso y
minimizar sus costos.
Sin embargo, en múltiples estudios han surgido experimentos de una corriente económica relativamente nueva
llamada la economía del comportamiento. Estas investigaciones muestran enormes evidencias de que este
supuesto no siempre se cumple, pues existen muchos elementos del cerebro humano y sus emociones que
generan actos inconscientes de irracionalidad económica. Este fascinante tema tiene enormes implicaciones
cuando hablamos de inversiones.
Si el éxito de las inversiones radicara en aprender cómo valorar una empresa y cómo sacar un valor presente
neto, tal vez la cantidad de personas que sacarían provecho de la inversión en acciones y bonos sería mayor.
Sin embargo, cada decisión de inversión –ya sea de corto o largo plazo- está influida por la mente de las
personas. Así, muchas veces se toman decisiones racionales y muchas otras veces, no.
El efecto del comportamiento en la economía ha sido ampliamente estudiado en las últimas décadas. Las
investigaciones entregan algunas pistas sobre los errores comunes que se cometen al invertir. En esta unidad
buscamos conocer tres puntos clave en el proceso de invertir, que tienen en común el aspecto sicológico de la
persona que se enfrenta a las inversiones:

La toma de decisiones y el efecto emocional de las pérdidas.

El concepto de riesgo y las herramientas existentes para controlarlo a la hora de invertir.

La disciplina del trading, entendido como la actividad profesional de comprar y vender inversiones.

Inversiones

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Inversiones
Factores que afectan nuestras decisiones de inversión

Toma de decisiones y efecto emocional de las pérdidas


El objetivo de todo inversionista es maximizar sus ganancias, lo que implica, al mismo tiempo, minimizar su
riesgo de perder. En el cumplimiento de ese objetivo, el inversionista se enfrenta a una infinidad de decisiones y
reflexionar sobre su manera de decidir puede hacer una gran diferencia en sus resultados.
En efecto, la primera decisión a la que se enfrenta es ante la simple alternativa de no hacer nada. Muchas veces
en situaciones de mercado adversas, muy volátiles o muy planas, no hacer nada - es decir, dejar los recursos
invertidos al cero-, puede ser lo más aconsejable. Y, en ese caso, el inversionista siente que cumple el objetivo
de minimizar sus pérdidas y riesgo.
Si, por el contrario, el inversionista opta por movilizar su dinero hacia alguna alternativa de inversión, surgen
diversos caminos de actuación. Por ejemplo, puede enfrentarse solo al mercado o puede optar por contratar a
alguien para que lo asesore. Y si decide invertir, tiene a mano diferentes alternativas: puede hacerlo en títulos
de renta fija, renta variable, fondos, derivados, entre otras opciones. Si decide, por ejemplo, invertir en renta
variable, debe pensar en cuánto dinero debe invertir, en qué sector de la economía debe hacerlo, en qué tipo
de acción (privilegiada, ordinaria), etc. Así, el abanico de posibilidades es inmenso.
Toda toma de decisiones, por simple que sea, responde a un proceso lógico, que empieza con una situación en
la que se presentan dos o más posibilidades, seguida de una evaluación de objetivos, alternativas, ventajas y
desventajas y la determinación de la mejor de todas.
Existen varios métodos aplicados para hacer el proceso más eficiente. Por ejemplo, un proceso intuitivo que ha
sido encontrado en la correspondencia de Benjamin Franklin, consiste en trazar una línea vertical en una hoja
de papel y dividir los “pro” y los “contra” de las opciones y asignarle a cada una un número determinado
correspondiente a su importancia para nosotros. Posteriormente, el método invita a eliminar alternativas
utilizando la siguiente lógica: si hay dos alternativas del mismo peso en cada lado, eliminarlas ambas. Si hay un
“pro” igual a dos “contras”, eliminar las tres y si hay dos “contras” iguales a tres “pro”, eliminar las cinco.
Después de un par de días de considerar el resultado de este proceso de eliminación de opciones y si nada
nuevo surge, Franklin sugiere tomar la determinación.
Este método de decisión, que utilizamos de forma instintiva aunque sin la hoja de papel ni todo el proceso de
eliminación, es recurrente porque tendemos a imaginar que el pensamiento cuantificable posee la llave para
analizar todo lo que tiene importancia. Cada uno de los pesos que otorgamos a los pro y contra de las
alternativas, en definitiva, correspondena una cuantificación racional, una traducción al mundo de los números
de nuestros valores y creencias. Sin embargo, este proceso, pese a ser intuitivo, genera decisiones que pueden
estar influenciadas por nuestra emocionalidad y nuestra falta de información.

El objetivo de todo inversionista es maximizar sus ganancias, lo que implica, al mismo tiempo, minimizar
su riesgo de perder. En el cumplimiento de ese objetivo, el inversionista se enfrenta a una infinidad de
decisiones y reflexionar sobre su manera de decidir puede hacer una gran diferencia en sus resultados.
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Factores que afectan nuestras decisiones de inversión

Cómo combatir a los villanos de la decisión


En su libro “Decisive”, los autores Chip y Dan Heath describen cuatro “villanos” de la toma de decisiones, que
nos atacan a la hora de tomar decisiones de inversión:

El primero es la tendencia a analizar pocas opciones. De acuerdo con los autores, los seres humanos
tenemos la tendencia de simplificar la cantidad de alternativas que surgen frente a nosotros, lo que hace
que las soluciones que proveamos a los problemas que se nos presentan sean, por lo general, bien
pocas.

La tendencia a buscar confirmación de nuestros juicios previos, es decir, la tendencia a darle mayor
peso a aquellas alternativas en las que nuestros propios juicios y valores tienen algún reflejo, pero que
no necesariamente van a representar el mejor resultado.

La emoción de corto plazo, que nos hace inclinarnos hacia algunas alternativas más que hacia otras y
nos inhibe de ser totalmente objetivos.

El exceso de confianza que mostramos cuando vemos el panorama que nos depara la opción que más
nos genera emociones de corto plazo y confirmación de nuestros juicios previos. De cierta forma
tendemos a ver el mundo más agradable cuando imaginamos lo que pasará luego de que nos inclinemos
hacia una alternativa más que hacia otra.

Ahora bien, en el mundo de las inversiones, cada decisión tiene el potencial de generar ganancias o pérdidas
importantes. Para combatir el primer punto, el análisis de pocas alternativas, es preciso entender que siempre
habrá más opciones de las que estamos acostumbrados a ver o que conocemos. Por ejemplo, el inversionista
puede evaluar mercados diferentes al financiero. Puede incluso invertir en bienes raíces, a través de fondos
financieros dedicados a ello, sin tener que hacer papeleos o trámites engorrosos. Si piensa en renta variable,
seguramente tenderá a pensar que la mejor alternativa está en su país de origen, aunque en estos tiempos
varios países ofrecen acceso fácil y económico a sus mercados de capital. En fin, es importante hacer una
evaluación del propio conocimiento de todas las alternativas disponibles. Si no se cuenta con el conocimiento
necesario se puede acudir a páginas de internet o a expertos en la materia, pero lo que no puede ocurrir es que
el inversionista se quede con la alternativa más obvia.
Un caso típico es la persona que ha logrado constituir sus ahorros y está convencido de que la inversión más
segura es un depósito a término fijo (CDT), el que normalmente ofrece tasas muy bajas de rentabilidad a
cambio de un nivel de riesgo igualmente moderado. Es posible que esa sea la mejor opción. Sin embargo, en la
mayoría de los casos, el inversionista llega a esa conclusión simplemente por desconocimiento de alternativas
que, ofreciendo niveles de riesgo similares, tienen rentabilidades mayores.
Sobre el segundo punto, la tendencia a buscar confirmación de los juicios, el profesor Robert Schiller, premio
Nobel de Economía, cita un experimento en el que se toma a varias personas que han comprado automóvil
recientemente y les ofrecen una revista con anuncios de diversas marcas y de diversos productos. Ante la
pregunta de cuál es la publicidad que más les llama la atención, una abrumadora mayoría se refiere a la
publicidad de los autos que han adquirido recientemente. Esto es inconsciente: en el ejercicio, la persona que
hace las preguntas se identifica como alguien de la revista que hace una encuesta sobre sus anunciantes;
nunca se refiere al tema de los carros.
La aplicación de este experimento al mundo de las inversiones es interesante, pues confirma que en muchos
casos, las personas tienen previamente decidida la opción que más les llama la atención y, en muchos casos,
sólo utilizan las alternativas de inversión y los conceptos profesionales para buscar una confirmación de lo
previamente decidido.
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Factores que afectan nuestras decisiones de inversión

El ejemplo típico se da cuando un inversionista, por su trabajo o su historia, tiene un amplio conocimiento de las
inversiones de renta fija y un conocimiento más limitado de renta variable. Se ha podido demostrar que este
inversionista tiende a ponderar mucho más las ventajas de las inversiones en renta fija y las desventajas de las
de renta variable. Su preferencia por la renta variable, contrario a lo que él considera conscientemente, no
responde tanto a su familiaridad o seguridad frente a la renta fija, sino que corresponde a un sesgo inconsciente
que lo lleva a buscar en todo la confirmación de su decisión más recurrente.
Por otro lado, el tercer “villano” de las decisiones, es tal vez de los factores más aplicables al tema de las
inversiones, siendo éste un mundo en el que la volatilidad, la cantidad inmensa de noticias, la implicación de
cambiar notablemente la vida ante una ganancia y/o una pérdida importante, son factores que generan efectos
emocionales todo el tiempo. Por ello, es normal que estando relacionados con este mundo, seamos presas
fáciles de las emociones de corto plazo.
Así, es muy probable, por ejemplo, que si una persona ha tenido ganancias importantes de forma reciente,
tenga más laxos sus parámetros de riesgo, invierta más de lo que debería, o en más activos de los que maneja,
pues considera - de forma inconsciente - que los factores que generaron estas ganancias pueden ocurrir de
nuevo de forma fácil. En estas circunstancias es muy normal que las personas cambien sus planes de inversión,
inviertan mucho más de lo que realmente están dispuestos y pueden arriesgar.
La importancia de este tercer factor es que ocurre lo contrario si lo que se ha producido recientemente es una
pérdida importante. El inversionista pierde confianza, se aproxima a su actividad con miedo, sin la objetividad
requerida para estudiar las alternativas y eventualmente pierde oportunidades.
Sobre el efecto emocional de las decisiones, y particularmente de las decisiones de inversión, vale la pena traer
a colación un estudio de Kahneman y Tversky, de hace más de 30 años. Estos dos economistas del
comportamiento publicaron un artículo con su teoría del “prospecto” en la que estudian cómo hace la gente para
tomar decisiones en entornos de incertidumbre.
En el artículo demuestran cómo la percepción del valor de las cosas es relativamente pequeña cuando las
personas van ganando, y enorme cuando van perdiendo. Dicho de otro modo, ganar un dólar de más nos
genera un poco más de satisfacción, mientras que perder un dólar nos genera una enorme decepción que
tiende a incrementarse. Cuando ya estábamos felices de ganar 30 dólares, el dólar 31 nos produce sólo un
poco más de felicidad, mientras que si ya estábamos frustrados de ir perdiendo 5 dólares, el dólar 6 nos
produce una frustración enorme.
Otro ejemplo típico es la sensación que surge de encontrarse o de perder un billete: la satisfacción de
encontrarse un billete de, digamos, 10 mil pesos, es menor a la frustración de perder ese mismo billete. En
últimas, las pérdidas económicas en los negocios relacionados con inversiones son parte habitual del negocio
en sí, pero nuestra condición humana hace que perdamos el foco cuando nos enfrentamos a pérdidas y
utilidades sustanciales por cuenta de su efecto emocional. En el material adicional, el sicólogo Harold Gómez
ofrece una reflexión sobre este tema.
Por otro lado, es importante también considerar el efecto del cuarto villano, es decir, la sobrestimación de
nuestra confianza respecto de la opción que más nos atrae. Ya se ha visto cómo en muchos casos las
decisiones que tomamos no han considerado todas las alternativas y, en consecuencia, sólo logran confirmar
nuestros propios sesgos o nuestras emociones de corto plazo. En este punto conviene reflexionar sobre la
cantidad de argumentos con los que nos llenamos para justificar las decisiones y el positivismo “artificial” con el
que valoramos el futuro incierto que podría producir la vida después de la decisión imperfecta que tomamos.
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Factores que afectan nuestras decisiones de inversión

Cuando se le pregunta a un inversionista recurrente de depósitos a término fijo sobre el futuro de sus
inversiones, rara vez se plantea la posibilidad de que pueda conseguir un retorno más alto o que el banco al
que lleva sus depósitos pueda eventualmente caer en desgracia. Este mecanismo de “confianza
sobreestimada” (una traducción del término en inglés “overconfidence”) ha sido demostrado por varios
científicos del comportamiento, a través de diversos experimentos que muestran cómo existe una tendencia
general a considerar que el individuo siente que entiende mucho mejor el mundo en el que está de lo que
realmente lo entiende.
En su clase de Yale, el profesor Schiller, previamente mencionado, realiza un experimento en el que el 80% de
su clase le ofrece un dato aproximado de la población de la tierra, y sólo el 5% se acerca al total de su masa o
de la cantidad de idiomas existentes en el planeta. Ante la primera pregunta, que es un dato generalmente
conocido, los estudiantes se sienten confiados por llegar a un dato muy cercano al real. Tan confiados que
ofrecen respuestas para las otras dos que, por su parte, no son datos tan fáciles de definir como el de la
cantidad de habitantes del planeta. Su “overconfidence” los lleva a plantear cualquier número que les parece
más o menos cercano a la realidad.
La confianza sobreestimada tiene efectos importantes en el mundo de las inversiones, no sólo porque en
muchas ocasiones el mismo inversionista cree que tiene la razón en la elección de sus inversiones, sino porque
además transfiere esa exageración en la confianza sobre sí mismo hacia quienes considera “genios”, personas
que representan la sabiduría, la inteligencia, el éxito de las inversiones. No es raro escuchar en Colombia
frases como que Shakira es la mejor cantante del mundo o que Gabriel García Márquez es el mejor escritor de
todos los tiempos. No es que no sea cierto, pero estos juicios tienden a ser una proyección de la confianza
sobreestimada.
En este mismo sentido, basta recordar el episodio de Bernard Madoff, tristemente célebre inversionista que
logró captar más de 50 mil millones de dólares, provenientes de personas que lo consideraban un genio. Sin
embargo, más que un genio, fue una persona que captó todo ese dinero para constituir una especie de
“pirámide” en la que los dineros que entraban iban pagando las utilidades de los dineros que estaban ahí por
mucho tiempo. Lo sorprendente es que la confianza general en su genialidad era tan extendida que la justicia
duró más de nueve años en investigarlo por su manera fraudulenta de tratar los dineros del público.

El efecto maximizado de esta confianza sobreestimada puede llevar a otro asunto muy estudiado en diversos
ámbitos de la economía y es el efecto contagio. Este efecto llevó, por ejemplo, a que en Holanda del siglo XVII
una demanda exagerada de tulipanes hiciera que el costo de un solo tulipán superara el sueldo de años de un
artesano o varias toneladas de carne. Éste es totalmente irracional, pero puede presentarse.

En su libro “Decisive”, los autores Chip y Dan Heath describen los siguientes
cuatro “villanos” de la toma de decisiones: tendencia a analizar pocas
opciones; tendencia a buscar confirmación de nuestros juicios previos;
emoción de corto plazo y exceso de confianza.
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Otros factores a considerar


Hay otros tres comportamientos que han sido estudiados de forma extensa y explican algunos otros factores
que nos distancian de la objetividad en la toma de decisiones de inversión:

1. La disonancia cognitiva: ésta se puede definir como un sesgo que nos impide admitir que estamos
equivocados a pesar de que las evidencias lo demuestran claramente. Ocurre todo el tiempo en el mundo de
las inversiones, cuando nos enfrentamos a situaciones como ésta: “como yo compré este activo, no quiero
venderlo aunque esté perdiendo, pues cuando lo compré tenía razón”.
2.- El anclaje (anchoring), de acuerdo con el cual, las personas tienden a tomar decisiones importantes
basadas en eventos que les llaman la atención, pero que pueden ser independientes del proceso en el que
están. El ejemplo típico es un experimento en el que hay una rueda de la fortuna que puede caer en cualquier
número al azar. A los que estaban presenciando el giro de la rueda se les hacía una pregunta ajena al
movimiento de la rueda, como “¿cuántos edificios hay en este barrio?”. Lo sorprendente es que, en muchos
casos, las personas respondían un número cercano al número que había caído en la rueda aunque las dos
cosas no tenían ninguna relación. En el mundo de las inversiones puede citarse a las personas que toman
decisiones de inversión por haber sido afectadas por eventos como la publicidad o una experiencia de compra.
Por ejemplo, alguien compró en BestBuy, lo atendieron bien, y comienza a considerarla una buena inversión y
por tanto compra sus acciones, sin analizar suficientemente la conveniencia de la inversión.
3. La representatividad heurística: ocurre cuando las personas tienden a hacerun énfasis exagerado en
ciertos patrones, que en su criterio podrían representar algo que pasó anteriormente. Un ejemplo: voy a vender
acciones de Apple, pues cada vez que saca un nuevo producto, su precio cae en los primeros días.
Por todo lo anterior, conviene distanciarse de la emocionalidad producida en el proceso de decisiones y
enfrentarse a él de una manera objetiva. Suena fácil, pero no siempre lo es. La mejor forma a veces es
considerar las opciones que nos resultan menos familiares desde una perspectiva académica. Dicho de otro
modo, y utilizando un ejemplo, si siempre me he sentido atraído hacia invertir en acciones, seguramente es
porque me siento más cómodo con este activo, porque conozco más de él o porque es el único en el que he
invertido antes. Sin embargo, puede ser que invertir en renta fija o derivados resulte más efectivo considerando
mi personalidad y manera de enfrentar el riesgo y las pérdidas.
Es preciso examinar una paradoja que surge ante el análisis de los factores que hemos visto hasta el momento.
Volvamos al ejemplo anterior: a pesar de que no analicé todas las opciones, de que además simplemente estoy
siendo llevado por mis emociones, confirmando mis juicios previos y viendo el futuro con una confianza
exagerada, optar por la renta fija me genera una sensación de seguridad. Puede no ser el mejor camino, pero
me siento seguro.
En este sentido, los académicos coinciden en afirmar que ante el desconocimiento del futuro, las personas
tienden a decidir en favor de las alternativas que les hacen sentir más seguras. Por ejemplo, muchas personas
optan por estudiar carreras administrativas, las que aseguran que el 80% de ellas obtendrán un trabajo seguro
al egresar, en lugar de carreras artísticas, donde el camino es mucho menos seguro, aunque eventualmente
mejor. Esta decisión, aunque está llena de los defectos que vimos y no necesariamente conduce al mejor
resultado, puede ser considerada racional, pues responde a una sensación igualmente valorada.

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