El estructuralismo es la primera escuela de pensamiento latinoamericano como
tal. Existían economistas pero no estaban avocados a la realidad latinoamericana. Surge en los años posteriores de la Segunda Guerra Mundial.
Después de su independencia en el siglo XIX América Latina venía
desarrollando su economía modestamente en base a exportaciones de productos primarios. En general, las exportaciones de unos pocos productos primarios han alimentado un crecimiento económico más intenso que el del periodo colonial, pero las exportaciones no han crecido tanto como en otros países de condiciones similares (Canadá, Australia), ni tampoco han generado encadenamientos notables con el sector no exportador.
El enfoque estructuralista se desarrolla en la CEPAL (Comisión Económica para
América Latina y el Caribe), influenciada por los trabajos del economista argentino Raul Prebisch. Para Prebisch, el problema central de las economías latinoamericanas es su heterogeneidad estructural: en ellas conviven sectores de productividades muy diferentes. Junto a unos pequeños brotes de industria intensiva en capital y altamente productiva, junto a algunas explotaciones agrarias de rasgos similares y orientadas hacia la exportación, convive un amplio sector de agricultura tradicional orientada hacia el mercado interno: una agricultura muy intensiva en mano de obra y cuya productividad es bastante reducida. Para Prebisch, esta heterogeneidad estructural marca la trayectoria económica de América Latina. Como los vínculos entre los sectores económicos son débiles, se demuestra difícil que el progreso de los sectores líderes se transmita al resto de sectores. Esto no sólo dificulta el crecimiento económico, sino que también genera la desigualdad que caracteriza a América Latina. Como la población se ocupa en empleos con productividades muy diferentes entre sí, también existe una diferencia fuerte entre los salarios que perciben unos y otros grupos sociales.
Prebisch examina lo que ocurre cuando una economía de estas
características entabla relaciones comerciales con una economía ya desarrollada, que ha logrado ya un cierto grado de homogeneización de su estructura productiva. Prebisch emplea el término “periferia” para referirse a la primera y “centro” para referirse a la segunda. Entre centro y periferia existen ciertas diferencias. Primero, los productores del centro, organizados en empresas monopolísticas u oligopolísticas, a menudo gozan de poder de mercado, mientras que los productores de la periferia tienden más bien a ser precio-aceptantes (como bien se ha comprobado durante los duros años de la gran depresión y la contracción del comercio global de productos primarios). Segundo, en la periferia continúa habiendo mano de obra excedente (es decir, mano de obra subempleada y cuya productividad marginal tiende a cero), mientras que en el centro el propio proceso de desarrollo ha ido eliminándola. Tercero y último, la mano de obra del centro está organizada en sindicatos, mientras que la mano de obra de la periferia no. El punto central de las recomendaciones estructuralistas es la estrategia de “industrialización por sustitución de importaciones” (ISI). Los gobiernos deben levantar barreras arancelarias sobre las importaciones de productos industriales. De ese modo, el espacio dejado libre por las importaciones será cubierto por las industrias nacionales. Al fomentar el carácter industrial de la estructura económica nacional, podrán obtenerse ganancias dinámicas que estaban ausentes en condiciones de especialización agrícola.
Un aspecto relevante de esta planificación es el manejo de los precios: si,
en una economía de mercado, los precios envían señales para que los empresarios decidan realizar unas u otras inversiones, entonces una forma de transformar la estructura de las economías latinoamericanas puede ser alterar dichas señales en beneficio del proceso de ISI. A través del control de los precios y de los tipos de cambio (en el fondo, un tipo especial de precio: aquel que regula el intercambio entre la moneda nacional y el resto), el Estado puede enviar señales favorables a la inversión en empresas industriales que lideren la ISI. Según Prebisch, cuando centro y periferia comercian, la mayor parte de las ganancias de productividad son apropiadas por las empresas y los trabajadores del centro. Como las empresas del centro gozan de poder de mercado, no se ven forzadas a rebajar sus precios al compás del aumento de la productividad, como sí deben hacer las empresas de la periferia con objeto de competir contra sus rivales. Una parte de esas ganancias de las empresas del centro son beneficios para sus propietarios, y otra parte va a los trabajadores de dichas empresas. Como estos trabajadores están sindicados, consiguen con mayor facilidad que los de la periferia que las ganancias de productividad de sus empresas tengan efecto sobre sus salarios. Además, como en el centro ya se ha agotado la mano de obra excedente, los sindicatos gozan de una buena posición negociadora para lograr estas alzas salariales. En la periferia, en cambio, la persistencia de mano de obra excedente, dispuesta a trabajar por salarios de subsistencia, y el escaso desarrollo del movimiento sindical debilita la posición negociadora de los trabajadores. El resultado es que las empresas y trabajadores del centro se benefician más de todos aquellos cambios globales que provoquen un aumento de la productividad, ya sea la difusión de una nueva tecnología o el establecimiento de nuevas redes comerciales entre centro y periferia.
En general, los estructuralistas son partidarios de un Estado activo en la
consecución del desarrollo económico. Los estructuralistas consideran que la superación del atraso latinoamericano requiere un Estado fuerte y activo. Incluso en aquellos países y sectores en los que las empresas estatales sean menos imprescindibles, el Estado aún tendrá que desempeñar un papel activo a través de la planificación indicativa del proceso de ISI.
Prebisch y los estructuralistas son, sin embargo, muy conscientes del
peligro que acecha a la ISI: que el desarrollo orientado hacia el interior, receloso de la globalización, termine creando un tejido industrial poco competitivo. Un tejido industrial que, protegido por los aranceles y el resto de medidas distorsionadoras de las señales del mercado, sea incapaz de cumplir el papel histórico que los estructuralistas le asignan: sacar a América Latina del atraso. Por ello, los estructuralistas son enemigos de la autarquía nacionalista y firmes partidarios de la integración económica latinoamericana. Los estructuralistas saben que, en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, los principales sectores industriales operan con rendimientos crecientes, por lo que son más competitivos cuanto mayor es el mercado al que abastezcan.
A lo largo de la década de 1960, los estructuralistas reflexionan de manera
más sistemática sobre los estrangulamientos que pueden pesar sobre el desarrollo de la ISI. Reclaman entonces reformas encaminadas a eliminar tales estrangulamientos. Una de sus piedras de toque es la reforma agraria. La agricultura representa en su interior el problema central de las economías latinoamericanas: la heterogeneidad estructural. La tierra está muy desigualmente distribuida y, en consecuencia, grandes latifundios intensivos en capital conviven con minifundios intensivos en mano de obra. Los estructuralistas reclaman la reforma agraria en virtud de dos principios: primero, la obtención de mayores grados de equidad (es decir, justicia social para con los pequeños campesinos y los jornaleros sin tierras); y, segundo, para aumentar la demanda de productos industriales como resultado del aumento de los niveles de vida de las poblaciones rurales desfavorecidas. Otra reforma reivindicada por los estructuralistas es la reforma fiscal, con objeto de expandir la capacidad de gasto del Estado (y alimentar así sus intervenciones de fomento de la ISI) y aumentar el grado de progresividad del sistema fiscal. Esto último serviría para mejorar la distribución de la renta y, por tanto, no sólo se justifica en términos de justicia social sino también en términos de ensanchamiento del mercado interno de bienes de consumo.
En el fondo, el proyecto de la ISI tiene una dimensión política
profundamente transformadora. En las décadas posteriores a la independencia de las repúblicas latinoamericanas, se consolidan por todas partes Estados relativamente débiles. Estos Estados tienen una capacidad financiera y política limitada, y actúan por lo general como órgano de representación de los intereses de los grupos más favorecidos por el desarrollo agroexportador: los terratenientes y los comerciantes de importación-exportación. La gran depresión supone la ocasión idónea para que los gobiernos ganen peso dentro y fuera de América Latina y, en cierta forma, el proyecto estructuralista de ISI muestra a los Estados deseosos de fortalecerse una forma de hacerlo: romper su alianza con los terratenientes y los comerciantes de importación-exportación y sellar una nueva alianza con la burguesía industrial (si es que existe algo así; si no, puede crearse) y con una parte de la clase media y la clase obrera (que pueden ser atraídas al proyecto ISI por sus posibles efectos positivos sobre el nivel de vida del conjunto de la población, en contraste con un modelo agroexportador que hasta entonces ha beneficiado principalmente a las clases dominantes tradicionales).
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