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La fotografía es un procedimiento de fijación de trazos luminosos sobre una superficie preparada a

tal efecto. El estatuto icónico de la imagen fotográfica se fundamenta en esta naturaleza


fotoquímica: la luz incide sobre una sustancia o emulsión fotosensible provocando una reacción
que altera alguna de sus propiedades. Lo más común —aunque más adelante veamos otras
posibilidades— consiste en que la acción de la luz ennegrece unas sales de plata. Especificar el
alcance de un concepto amplio como el de fotografía, en cierto modo implica su limitación. Ernst
H. Gombrich, preguntado directamente, opina que «existen numerosos accidentes marginales a
propósito de los cuales es posible debatir si una cierta imagen es más o menos fotográfica; si
tienen, por ejemplo, un soporte técnico y una función social y artística, que se pueden describir
más que definir como fotográficas».1 De esta forma aparecen dos principales líneas de
acercamientos –que no de absoluta delimitación– al hecho fotográfico: por un lado un criterio de
génesis tecnológica (¿qué instrumentos y qué materiales se han empleado para llegar a la imagen
que llamamos «fotográfica»?), y por el otro, un criterio de funcionalidad (¿para qué han servido
históricamente y sirven aún las imágenes que llamamos «fotográficas»?).

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