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Los hijos de los shinobi

(Por Diego Ávila Jacobo)

Durante el exilio…
No es cuando cae la noche y regresan del campo,
que lloran los niños.

Tomados de la mano, siempre cuidan el sendero,


ante la oscura entrada de la cabaña, evaden el peldaño de la puerta,
evitan tocar la campana y entran directo al comedor.

En la mesa, bajo la tenue luz del fogón, a través de las risas


aún comparten la cena, mientras hacen sombras de animales,
en la pared, y le cuentan a los padres la aventura vespertina,
que ya pasó, y los planes de mañana en la colina.

Pueden faltar las velas, pero no la conversación.

Es en la habitación de cada uno donde adviene la sombra,


en el silencio de las cobijas, donde emerge el llanto,
y en la separación de las recámaras, donde yace la memoria
de haber tenido luz en casa.

Es inútil,
los niños ya se criaron en la oscuridad:
los tiestos se ven mejor con las manos
y la luz más resplandeciente no viene
de la lumbre, sino de lo compartido.

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