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“Y escribe al ángel de la iglesia en Esmirna: El primero y el postrero, el que estuvo

muerto y vivió, dice esto: Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero
tú eres rico), y la blasfemia de los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino
sinagoga de Satanás. No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo
echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis
tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.
El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venciere, no
sufrirá daño de la segunda muerte.” Apocalipsis 2:8-11.

Esmirna, considerada la más hermosa de todas las ciudades de la provincia de


Asia, era tan grande que podría haber tenido 200 000 habitantes. Fue fundada por
los griegos 3000 años a. C., destruida 600 años a. C. y 300 años después fue
reconstruida por Alejandro Magno.

Esmirna viene del vocablo mirra, que significa amargura. A esta ciudad se le
denomina con este nombre por su abundante cultivo de la mirra, una resina que se
extrae de la corteza de una planta y se utiliza para preparar perfumes y
medicamentos; es de sabor amargo, pero cuando se quema desprende un olor
agradable.

En el pueblo de Israel la mirra formaba parte del culto a Jehová y constituía uno de
los ingredientes del aceite sagrado (Éx. 30:23-25). Los magos del Oriente le
llevaron mirra al niño Jesús como obsequio (Mt. 2:11), posiblemente anticipando
que pasaría por muchas amarguras durante su vida. Al Señor Jesucristo le dieron
a beber vino mezclado con mirra, mas Él no lo tomó (Mr. 15:23); y para su
sepultura, Nicodemo llevó un compuesto de mirra y aloes (Jn. 19:39).

Esmirna fue una ciudad sumamente difícil para vivir como creyente en el Se- ñor
Jesucristo, debido a la hostilidad que sufrían por parte de la población judía y
gentil, así como de las autoridades del imperio romano. Un caso muy notorio fue el
de Policarpo, anciano de 86 años, discípulo del apóstol Juan y obispo de la iglesia
de Esmirna, fiel predicador del Evangelio al que amarraron a un poste para
quemarlo. Sus verdugos le ofrecieron conmutarle la pena si renunciaba a su fe
cristiana. Fue martirizado en la hoguera (155 d. C.).
Y escribe al ángel de la iglesia en Esmirna: El primero y el postrero, el que estuvo
muerto y vivió, dice esto: Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero
tú eres rico), y la blasfemia de los que se dicen ser judíos, y no lo son, sino
sinagoga de Satanás (vv. 8-9). Esmirna es una de las dos iglesias que el Señor no
reprende, porque tenía un pastor consagrado que guardaba y enseñaba la sana
doctrina.

Esta iglesia estaba compuesta por hermanos pobres en dinero y posesiones,


debido a que muchos de ellos posiblemente fueron despojados de sus bienes y de
sus fuentes de trabajo por causa de la opresión que sufrían.

Esta congregación estaba pasando por momentos de tribulación, aflicción,


angustia y persecución, pero el Señor le da ánimo y le dice que no es pobre, que
es rica en Él.

En Esmirna vivían muchos judíos y otros tantos iban a esa ciudad por razones
comerciales. Estos judíos tuvieron una actitud hostil y opositora hacia Cristo y su
Iglesia; se volvieron blasfemos al rechazarle; y convirtieron las sinagogas en
lugares donde reinaba el diablo.

No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de


vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días.
Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida (v. 10). La iglesia de
Esmirna entraría en una etapa de nuevos padecimientos y sufrimientos conforme
a lo dicho por nuestro Señor Jesucristo ( Jn. 16:33). El Señor les anima a
depositar confianza plena en Él, a no amedrentarse por nada, ni ante las
amenazas de muerte (Fil. 1:21). Al igual que el oro es probado al pasar por el
fuego (1 Pe. 1:7).

Nunca olvidemos que es necesario pasar por muchas pruebas y tribulaciones (Ro.
8:35-36) para cimentar nuestra fe y estar preparados para entrar en el reino de los
cielos (Hch. 14:22). La expresión “por diez días” es simbólica y posiblemente
implique la totalidad del periodo de sufrimiento, que no es corto ni largo, sino
completo; pues terminará como todo padecimiento.
Finalmente, la exhorta a permanecer en la fe hasta la muerte para recibir su
galardón por haber vencido. La corona es un símbolo de realeza, pero también de
recompensa, ya que antiguamente era llevada por reyes, conquistadores y atletas
victoriosos.

Versículo 11: El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que
venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte. Preste atención a esta frase: “lo
que el Espíritu dice a las iglesias”. Esto quiere decir que el Espíritu no solo se lo
dice a la iglesia de Esmirna, sino también a todas las iglesias.

Apreciado lector, si damos oído a las palabras de nuestro Señor, siéndole fiel a
pesar de cualquier dificultad que atravesemos, venceremos y no sufriremos “daño
de la segunda muerte”, suceso que se dará cuando los pecadores sean lanzados
en el lago de fuego después de comparecer delante de Dios en el juicio del gran
trono blanco (Ap. 20:11-14). Estos son los que murieron sin confesar su fe en
Cristo o que habiéndolo realizado no fueron fieles a Dios, cuyos nombres no están
escritos en el libro de la vida; por eso, la segunda muerte tiene potestad sobre
ellos. En cambio, nosotros, los verdaderos y fieles cristianos, no participaremos de
la segunda muerte, es decir, no iremos a la condenación eterna.

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