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Filosofía y Estudios

Ética Generales
TEMA 4

LAS PARADOJAS FILOSÓFICAS

Las Paradojas vienen del griego para, contra o fuera, y doxa, opinión. La expresión daría al
sentido de encontrar aquello que es contrario a una opinión habitual. La paradoja es la
expresión que afirma un problema filosófico que es sorprendente, al afirmar algo que es
razonablemente contrario a la opinión común.
Las paradojas nos llevan a afirmaciones que nos llevan a un absurdo o afirmaciones
contradictorias a las que se llega por razonamientos aparentemente correctos. Es muy amplio
el sentido que abarca una paradoja, lo cual hace casi imposible dar un concepto estricto. Así
vemos que desde un simple enunciado sorprendente hasta auténticas contradicciones
irreductibles vemos como ejercicio del pensamiento lógico en filosofía y ciencia.

En esta sección del manual te presentamos algunos ejemplos de paradojas y dilemas éticos
que te permitirán comprender la complejidad del pensamiento racional argumentativo, no se
trata aquí de usar el lenguaje para vender lo que pretendemos ni ganar en una discusión; el
esfuerzo es conquistar lo más importante para todo ser humano que está vivo y no sólo ser
esclavo o medio de algo, se trata de descubrir la verdad. (Daniel Cárdenas Canales).

La paradoja del mentiroso

«Epiménides, el cretense, dice "todos los cretenses son mentirosos"». ¿Miente Epiménides o
dice la verdad? La paradoja es que si miente dice la verdad y si dice la verdad, a la vez,
miente, lo cual hace que la frase nos lleve a un absurdo o un sinsentido.
Muchos pensadores del mundo antiguo han tratado de resolver la paradoja sin conseguirlo.
Por ejemplo, Filetas de Cos murió por no haber sabido darle solución, según reza su epitafio:

Soy Filetas de Cos.


El Mentiroso me hizo morir
y las noches de insomnio que tuve por su causa.

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La paradoja del barbero


En un cierto pueblo hay un hombre, así dice la paradoja, que es un barbero. Este barbero
afeita a todos y sólo a aquellos hombres del pueblo que no se afeitan a sí mismos. Pregunta:
¿se afeita el barbero a sí mismo?
Todo hombre de este pueblo es afeitado por el barbero si y sólo si no es afeitado por sí
mismo. Por lo tanto, en particular, el barbero se afeita a sí mismo si y sólo si no se afeita a sí
mismo. Nos encontramos con una dificultad si decimos que el barbero se afeita a sí mismo y
nos encontramos con otra dificultad si afirmamos que no lo hace. [...]

La conclusión es demasiado absurda para darla por buena en ningún instante.


¿Qué hemos de decir con respecto al razonamiento que tiene lugar en la demostración de esta
conclusión inaceptable? Afortunadamente este razonamiento descansa sobre ciertas hipótesis.
Se nos pide que nos traguemos una historia acerca de un pueblo y de un hombre que afeita a
todos y solamente a aquellos hombres en el pueblo que no se afeitan a sí mismos. Ésta es la
fuente de nuestra dificultad. Si aceptamos esto, acabaremos afirmando, absurdamente, que el
barbero se afeita a sí mismo si y sólo si no se afeita a sí mismo. La conclusión adecuada que
es preciso inferir consiste precisamente en que no existe tal barbero. Nos encontramos
confrontados nada menos con lo más misterioso que los lógicos han llamado durante un par
de miles de años reducción al absurdo. Demostramos la inexistencia del barbero suponiendo
que existe y deduciendo el absurdo de que se afeita a sí mismo si y sólo si se afeita a sí
mismo. La paradoja es simplemente la demostración de que ningún pueblo puede contener tal
hombre que afeita a todos y solamente a aquellos que no se afeitan a sí mismos.

Willard V. O. Quine: Paradoja, p. 224, en Matemáticas en el mundo moderno, Selecciones de


«Scientific American», Blume, Madrid-Barcelona 1974, p. 224-233.

Los Dilemas éticos


Los dilemas éticos se aprecian hoy en día como una especulación que no tienen implicancias
prácticas ni deliberativas, sino son simples expresiones de consuelo o consejeros que no
suponen toma de decisiones. Los cierto que la ética es inherente a la conducta humana y toda
actividad de un ser humano es consciente y, en consecuencia, éticamente juzgable. Un dilema
es una paradoja orientada a la toma de decisiones que repercutirá sobre la persona o conjunto
de personas que se vinculan con su decisión. En el mundo social contemporáneo donde la
ideología del individualismo no nos permite ser consciente de las implicancias de nuestras
decisiones y lo hacemos guiados por un pensamiento mágico religioso o irracional
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por la propagandas de medios de manipulación mental. En este sentido, te presentamos dos
ejemplos de toma de decisión basadas en dilemas donde lo racional y deliberativo constituyen
el fundamento de una decisión.

El dilema del prisionero


A ti y a mí nos han arrestado por traficar con droga y nos han puesto en celdas separadas.
Cada uno de nosotros se entera, a través del propio abogado, que el fiscal del caso ha decidido
plantear las cosas de la siguiente manera (y nosotros tenemos suficientes motivos para creer
en la información que nos dan):

1. Si callamos, el fiscal tendrá que abandonar el cargo de tráfico de drogas por falta de
pruebas, y tendrá entonces que acusarnos del delito mucho menor de posesión de armas: en
este caso nos tocará un año de cárcel.
2. Si confesamos, nos van a tocar cinco años de cárcel a cada uno.
3. Si uno calla y el otro confiesa, el que confiesa quedará libre (por haber declarado como
testigo de la acusación), pero al otro le caerán 10 años de cárcel.
4. A cada uno de nosotros se nos hacen saber los puntos 1-4.
¿Cuál es la manera racional de actuar? Introducimos en la historia dos puntos más:
5. A cada uno de nosotros le interesa lograr la menor sentencia condenatoria posible.
6. Ninguno de los dos posee información alguna sobre la conducta probable del otro, excepto
lo que se afirma en la cláusula (5) y que el otro también es un agente racional.

Hay una tendencia clara a razonar en favor de la «confesión». Simplemente: hagas tú lo que
hagas, para mí es mejor confesar. Porque si callas y yo confieso, consigo lo que más quiero:
quedar libre. Y si confiesas, salgo mejor confesando también yo (5 años) que callando (10
años). [...]
Si uno no confiesa y el otro si, representa el hecho de que, en esta opción, yo voy a prisión
por 0 años, mientras que a ti te tocan 10; o a la inversa. Cuanto menor sea el número del lado
izquierdo del par, mejor me salen a mí las cosas. Es fácil ver que
«confesar» domina sobre «callar». Confesar, comparado con callar, me ahorra 5 innecesarios
años si tú confiesas, y uno si no confiesas.
Dado que tú y yo nos hallamos en idéntica situación, y [por (6)] somos ambos racionales,
presumiblemente razonaremos de la misma manera, por lo que llevaremos a cabo la misma
decisión. De modo que si, para mí, es racional confesar, para ti también lo es; pero en este
caso iremos ambos a prisión por un período de 5 años. Si los dos callamos, iremos a la cárcel
por sólo un año. Una actuación supuestamente racional nos asegura, al parecer, un resultado
que es peor para ambos de lo que podríamos obtener.
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Desde esta perspectiva, la acción racional, en determinadas circunstancias, lleva a peores
resultados que otras maneras de actuar. Y aunque esto sea lamentable, no es tan
paradójico como parece: todos sabemos juegos irracionales que pueden tener éxito. Lo
que puede decirse que resulta paradójico es que se trata de un caso en que el fracaso
de la racionalidad en producir el mejor resultado no es una cuestión de suerte, sino que
es una consecuencia previsible e inevitable del supuestamente llamado razonamiento
racional. ¿Cómo, en este caso, puede ser racional ser
«racional»? La supuestamente inaceptable consecuencia del aparentemente aceptable
razonamiento es que la acción racional puede ser prevista como causante de un resultado
peor sumamente probable.
Si esto es una paradoja, la respuesta correcta, pienso, es negar que la consecuencia sea
realmente inaceptable. Que sea inaceptable proviene al parecer de que, si actuásemos
ambos de determinada manera, las cosas nos podrían ir mucho mejor que si siguiéramos
los supuestos dictados de la racionalidad. De aquí que la racionalidad no sea la mejor
guía para saber cómo actuar, por cuanto actuar de la otra manera nos procuraría un mejor
resultado para ambos. El problema con esta sugerencia es que cualquier guía para actuar
ha de estar disponible en el proceso de adopción de decisiones por parte del agente. Para
podernos guiar por la idea de que las cosas nos van a ir mucho mejor si ambos
permanecemos en silencio que si ambos confesamos, necesitaríamos saber, ambos, que el
otro va a guardar silencio. Lo que es racional hacer debe decirse con relación a lo que
sabemos. Si no sabemos, está claro que actuar racionalmente puede no llevarnos al mejor
resultado. En nuestro caso, la ignorancia propia se refiere a que no sabemos qué va a
hacer el otro; y esto, más que cierto fallo de la racionalidad, es el causante de una
decisión que no es la óptima.

R.M. Sainsbury. Paradoxes, Cambridge University Press, Cambridge 1988, p.


64- 66.

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