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El silencio que me habita

Para empezar este rato de oración, cierro los ojos. Noto mi cuerpo, tal vez tenso,
después de todo un día de trabajo, actividad, preocupaciones. Tal vez descansado.
Intento relajarlo. Voy respirando lenta y profundamente.
Escucho. Tomo conciencia de cada sonido que percibo. ¡Cuántos sonidos se nos pasan
por alto cada día! ¡Cuánto ruido de fondo!
Me paro a escuchar mis pensamientos. Aunque estoy en silencio, por mi cabeza pasan
multitud de pensamientos veloces: conversaciones, tareas, preocupaciones, ideas,
sueños... Al tomar conciencia de ellos intento con cuidado posponerlos para otro
momento.
Y miro hacia dentro, escucho mi interior. Ese lugar que tantas veces sepultamos con
ruido, tareas, ocupaciones. Ese lugar donde habita el Señor, y dónde me invita a
encontrarme con Él.
Tomo conciencia de su presencia en mí. En este silencio me habla Dios.

Petición:
“Presencia misteriosa que me habitas, deja que descanse junto a ti este rato.
Dame el don del silencio interior para que pueda encontrarme contigo.”

1 Re 19, 9-13
Allí se metió en una cueva, donde pasó la noche.
Y el Señor le dirigió la palabra: —¿Qué haces aquí, Elías?
Respondió: —Me consume el celo por el Señor, Dios Todopoderoso, porque los israelitas
han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y asesinado a tus profetas;
sólo quedo yo, y me buscan para matarme.
El Señor le dijo: —Sal y ponte de pie en el monte ante el Señor. ¡El Señor va a pasar!
Vino un huracán tan violento, que descuajaba los montes y resquebrajaba las rocas
delante del Señor; pero el Señor no estaba en el viento.
Después del viento vino un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto.
Después del terremoto vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego.
Después del fuego se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el
manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva.
Entonces oyó una voz que le decía: —¿Qué haces aquí, Elías?
Dios mío, no te manifiestas en la tormenta impetuosa, ni en el terremoto o en el fuego
devorador, sino en el “susurro de una brisa suave”. Si traslado estos momentos a mi vida
personal, ¿dónde te encuentro?

Te comunicas con Elías, entonces profeta fugitivo que ha perdido la paz, a través de este
signo humilde. Vienes al encuentro de un hombre cansado, que pensaba haber fracasado
en todos los frentes, en la brisa de su alma, con ese hilo de silencio sonoro hace volver a su
corazón la calma y la paz.
¿Escucho mi interior también cuando me siento cansado, pequeño, fracasado, o me lleno
de ocupaciones, pensamientos, prisas, ruidos para evitar encontrarme?
¿Cómo me miras Señor en esos momentos? ¿Cómo te diriges a mí?

Señor, cuando te encuentro como Elías en el susurro de una brisa suave, ¿dónde me llevas?

Si queréis orar mejor, tenéis que orar más...


La oración nos ayuda a conocer y a cumplir la voluntad de Dios...
Dios es amigo del silencio. Tenemos que encontrar a Dios, pero a Dios no podemos
encontrarlo ni en el ruido ni en la agitación...
Si de verdad queremos orar, por encima de todo tenemos que disponernos a escuchar,
porque el Señor habla en el silencio del corazón.
Santa Teresa de Calcuta.

Terminamos la oración dedicando unos minutos a estar en silencio, a entrenar a


nuestro corazón a estar receptivo y alerta, para escuchar la voz imperceptible de Dios.
Callados por dentro, contemplando nuestra interioridad, que es templo de Dios
donde nos habita.

Canción: “Busca el silencio”


Busca el silencio,
ten alerta el corazón,
calla y contempla

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