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Muchedumbres de gentes y montañas de mercancías, que se marchaban y que llegaban,

decenas y decenas de veces en el espacio de veinticuatro horas, daban lugar en aquel


sitio a una fermentación que no se apaga nunca.
Hasta las casas mismas parecían disponerse a empaquetar sus cosas y salir de viaje.
Miembros magníficos del Parlamento, que, poco más de veinte años antes, habían
tomado a chacota, regocijándose con las disparatadas teorías del ferrocarril expuestas
por los ingenieros, a los que habían hecho pasar muy malos momentos con sus
divertidas preguntas en las comisiones, se encaminaban ahora, reloj en mano, hacia el
Norte […].
Las triunfantes locomotoras se alejaban noche y día con estruendo o avanzaban
mansamente hasta el final de la jornada, arrastrándose igual que dragones amaestrados,
hasta meterse en los lugares que tenían asignados y que estaban calculados con
exactitud matemática para recibirlas y permanecían allí, estremeciéndose y
borboteando, haciendo retemblar los muros, igual que si se despojasen con la
convicción secreta de las grandes posibilidades encerrades en ellas, e insospechadas
aún, y con los ambiciosos designios no acabados todavía de realizar. […]
Charles DICKENS, Dombey e hijo, 1846-1848

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