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García Márquez.
El ejemplar que Gabo le dedicó a Mario Vargas Llosa se realizó cinco años después
de su aparición y cuatro años antes de la famosa pelea que los separó para siempre,
la dedicatoria dice:
La entrega de este libro por parte de Vargas Llosa a la biblioteca regional tiene una
condición, que no pueda ser leído hasta después de su muerte, es sabido que Vargas
Llosa acostumbra a hacer anotaciones en los márgenes mientras lee un libro, escribe
con lapicero sus críticas y al final pone un juicio de valor que va refrendado con una
calificación entre cero y 20. Esas anotaciones son las que él no quiere que se
conozcan mientras viva.
En 1971 Vargas Llosa escribió el ensayo "Historia de un deicidio", una obra crítica y
rigurosa sobre el conjunto de la obra que hasta ese entonces había escrito García
Márquez, pero también un testimonio de admiración que le tenía a Gabo, el libro fue
parte de su tesis doctoral en la Universidad Complutense, donde no solamente hace
gala de un conocimiento profundo de su obra, sino de la vida del autor, sus lecturas
preferidas y sus "demonios".
La amistad entre estos dos genios de la literatura empezó epistolarmente hasta que se
conocieron en Venezuela donde se encontraron para la entrega del Premio
Internacional de Novela Rómulo Gallegos el 4 de Agosto de 1967 en Caracas que le
fuera entregado a Vargas Llosa y donde pronunciara uno de sus más famosos
discursos "La literatura es fuego“.
En 1967 Mario Vargas Llosa y Gabo nuevamente se encontraron, pero esta vez en
Lima en la Universidad Nacional de Ingeniería para la conferencia "La novela en
América Latina”, aprovechando su estadía Gabo bautizo al mayor de los hijos de
Vargas Llosa. A propósito de la publicación de Cien años de soledad, en ese entonces
Vargas Llosa escribió un entusiasta artículo para la Revista Amaru N° 3, que en uno
de sus párrafos escribe:
"Un día de 1965, cuando viajaba de la ciudad de México a Acapulco, García Márquez
"vio", de pronto, la novela que venía trabajando mentalmente desde que era un
adolescente. "La tenía tan madura que hubiera podido dictarle allí mismo el primer
capítulo, palabra por palabra, a una mecanógrafa", confesó. Se encerró entonces en
su escritorio, provisto de grandes reservas de papel y cigarrillos, y ordenó que no se lo
molestara con ningún motivo durante seis meses. En realidad, estuvo 18 meses
amurallado en esa habitación de su casa. Cuando salió de allí, eufórico, intoxicado de
nicotina, al borde del colapso físico, tenía un manuscrito de 1.300 cuartillas (y una
deuda casera de 10 mil dólares).
En el canasto de papeles quedaban unas cinco mil cuartillas desechadas. Había
trabajado durante un año y medio, a un ritmo de ocho horas diarias. Cuando Cien años
de soledad apareció editada [Gabriel García Márquez, Cien años de soledad. Editorial
Sudamericana, 1967, Buenos Aires], unos meses más tarde, un público voraz que
agotó veinte mil ejemplares en pocas semanas, y una crítica unánimemente
entusiasta, confirmaron lo que habían proclamado los primeros lectores del
manuscrito: que la más alta creación literaria de los últimos años acababa de nacer".
Después de una nutrida y entrañable amistad entre los futuros nobeles de la que tanto
se ha escrito, esta acabo un 12 de febrero de 1976, en el vestíbulo del Palacio de
Bellas Artes de la Ciudad de México, donde Vargas Llosa respondió al saludo de
García Márquez con un certero puñetazo en el rostro que lo dejo tendido en el suelo y
las palabras: "¡Esto, por lo que le hiciste a Patricia en Barcelona!". Después del
puñetazo a los dos días del golpe García Márquez busco al fotógrafo Rodrigo Moya
para que inmortalizara su ojo morado, "para la historia" dijo Gabo.