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1.

Diversidad cultural

La diversidad cultural es, en fin, el hecho fundamental que determina tanto las

nuevas corrientes pedagógicas como las políticas educativas multiculturales e

interculturales. Es el factor central de la gestión de la multiculturalidad.

La cuestión de la diversidad cultural se introduce por primera vez en la agenda

política a principios del siglo XX. Es a partir de ese momento cuando un grupo de

expertos estadounidenses, inicialmente muy reducido, comenzó a elaborar teorías

multiétnicas o interculturales para facilitar la integración de los inmigrantes con

diferentes culturas étnicas en la sociedad estadounidense. En aquella época, pocos

políticos reconocieron la importancia de esta tarea. La diversidad cultural, sin embargo,

ha logrado atraer la atención de políticos y pedagogos a partir de la segunda mitad del

siglo y hoy es un lugar común en toda aproximación al campo de la política y de la

sociedad, cualquiera que sea el aspecto de los mismos que se vaya a abordar.

El debate sobre la educación multicultural y sus diferentes enfoques se orquesta

en torno a la concepción y a la implantación del término diversidad cultural (Olneck,

1990). En los estudios multiculturales, la elaboración e implantación de este concepto se

hizo con relación a las distintas microculturas tradicionalmente marginadas.

El término diversidad cultural, en la terminología utilizada en la actualidad por

expertos y profesionales de las teorías multiculturales, abarca todos los aspectos de la

diversidad humana, desde la diversidad étnica hasta los minusválidos, pasando por los

más diversos grupos sociales, mujeres, homosexuales, etc.; en realidad, cualquiera

grupo en busca de la igualdad de trato o la justicia social (Sleeter y Grant, 1987).

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Las acciones pedagógicas vinculadas a la diversidad cultural se fundamentan en

distintas percepciones dogmáticas e ideológicas de este concepto. El enfoque

antropológico asocia la diversidad cultural con un conjunto de manifestaciones tales

como la comida, las tradiciones lingüísticas y la expresión externa de una cultura. Este

enfoque, característico de las tradiciones de la filosofía multicultural norteamericana de

los años 70 y 80 del siglo XX, no busca en ningún momento un cambio social, y el

componente cultural ligado a las cuestiones de identidad y de diferenciación de

colectivos sociales se mantiene en el ámbito puramente descriptivo, con una

metodología etnológica.

Más tarde, se desarrolla ya, tanto en Norteamérica como en Europa, todo un

aparato teórico que ve en la diversidad cultural un factor de una enorme transcendencia

social, de carácter irreversible, que requiere un análisis profundo de sus elementos

distintivos, de sus posibles consecuencias y la concepción de políticas específicas

destinadas al tratamiento de la cuestión. Se trata, pues, de analizar –no meramente de

describir– la identidad de los individuos y de los diferentes grupos de los que forman

parte, y de hacerlo en relación con la sociedad de acogida, en cuyo seno han de

integrarse. Con esta perspectiva, las nuevas concepciones teóricas del fenómeno de la

diversidad cultural y, desde luego, de la educación multicultural, abogan por políticas de

reconocimiento, de integración, y por el cambio social.

En esta línea, la labor que han desempeñado –y que siguen desempeñando–

organizaciones internacionales tales como el Programa de las Naciones Unidas para el

Desarrollo (PNUD), y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la

Ciencia y la Cultura (UNESCO), ha sido determinante a la hora de reivindicar el peso

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que la diversidad cultural ha de tener en las políticas gubernamentales y, muy

especialmente, en las políticas educativas.

Sin embargo, la gran aportación tanto del PNUD –como la de la UNESCO– a

esta materia es el desarrollo del concepto de la diversidad cultural dentro de un marco

jurídico, concibiéndola como un derecho: el derecho a la libertad cultural. Algo que se

manifiesta con toda evidencia tanto en el mencionado Informe sobre Desarrollo

Humano 2004 del PNUD, como, muy especialmente, en la Declaración Universal sobre

la Diversidad Cultural de la UNESCO. Se trata, sin embargo, de un derecho que lleva

consigo también una limitación –como todos los derechos fundamentales–, que debe ser

subrayada, y es que el derecho a la diversidad cultural exige el respeto de los mismos

derechos fundamentales entre los que se integra, como parte de un sistema. Así, como

establece también el ya mencionado Art. 4 de la Declaración Universal sobre la

Diversidad Cultural, «Nadie puede invocar la diversidad cultural para vulnerar los

derechos humanos garantizados por el derecho internacional, ni para limitar su

alcance».

Para cerrar este análisis sobre la diversidad cultural y con el objeto de concluir

con la elaboración de una definición operativa, acudimos al concepto propuesto por

Ferrer Juliá (2004), el cual, a su vez, se basa en la concepción de Niessen y Kruyt,

(2007: 27). Así, Ferrer Juliá (2004) define la diversidad cultural de la siguiente manera:

“En primer lugar el término (de la diversidad cultural) se refiere a la

diversidad de la cultura, en general, y no exclusivamente como la

consecuencia de los movimientos migratorios y de las comunidades

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minoritarias asentadas. En segundo lugar, cuando el término se aplica a

los inmigrantes y a las minorías acentúa el valor y no los problemas que

van asociados con ser diferente. Tercero, la diversidad reconoce los

procesos simultáneos de la homogenización cultural (una cultura global)

y la diversificación (culturas nacionales y locales). Cuatro, subraya el

hecho de que las personas normalmente (y cada vez mas) poseen

múltiple identidades, son miembros de múltiples grupos y tienen

múltiples afiliaciones culturales. Quinto, la diversidad trata sobre la

afiliación voluntaria y menos sobre las afiliación prescritas. Sexto, la

diversidad trata de resolver de una manera creativa la dicotomía de los

valores universales y particulares y la cultura. Finalmente, los valores

comunes compartidos por la sociedad civil sustentan el concepto de

sociedades diversas.”

2. Diversidad cultural y Sociedad multicultural

Pero, ¿cómo se vincula está última definición de la diversidad cultural con la

realidad multicultural que nos concierne?

La mayoría de los Estados son hoy en día culturalmente diversos. Ya a finales de

la última década del siglo XX, los 184 Estados independientes del mundo contenían

más de 600 lenguas vivas y 5.000 grupos étnicos (Kymlicka, 1995). Un informe más

reciente, elaborado por el sociólogo Jan Niessen para el Consejo de Europa, precisa que

un total de 125 millones de personas (el 2% de la población mundial) viven hoy fuera

de su país de nacimiento. De ellos, el 57% se concentra en los países del mundo

desarrollado, mientras que el 52% se mantiene en el área de los Estados en vías de

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desarrollo (Niessen, 2000). La diversidad cultural es hoy, pues, un hecho incontestable

y generalizado, no sólo por la conformación histórica de los Estados, sino también por

los procesos de migración masiva.

El hecho de la diversidad cultural, pues, pone en evidencia la necesidad, cada

vez más urgente, de políticas que atiendan los retos que ésta plantea en cada sociedad.

El desarrollo de una política multicultural –que sitúa el factor de la cultura en el seno de

la relación Estado-ciudadano– en contextos democráticos de igualdad y participación

requiere un esfuerzo especial. Este esfuerzo consiste, por un lado, en romper con las

viejas tradiciones políticas que trataban el fenómeno de la diversidad basadas en dos

concepciones programáticas: la superioridad de la cultura de acogida o mayoritaria, y

establecimiento de relaciones entre los grupos mayoritario y minoritarios basadas en los

principios de equidad y reconocimiento.

Hoy, a diferencia de lo ocurrido en el pasado, la conflictividad entre los distintos

grupos sociales se produce principalmente sobre la base de la reivindicación de la

propia identidad cultural y la necesidad del reconocimiento institucional de la misma.

Es, por tanto, necesario el desarrollo de políticas que tengan en cuenta esta nueva

realidad –multicultural– y que no se conformen con el mero reconocimiento de su

existencia, sino que busquen soluciones de integración basadas en el valor propio de la

pluralidad; no sólo en el respeto, sino en la promoción de los diferentes grupos

culturales. La necesidad del replanteamiento de las relaciones entre los diferentes

grupos sociales sobre esta nueva base es, pues, el nuevo gran reto que afrontan hoy los

gobiernos de los Estados desarrollados.

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Aspectos como los derechos lingüísticos, la autonomía regional, la representación
política, el currículo escolar e, incluso, los símbolos nacionales, son hoy objeto de
debate. Tal y como señala Kymlicka (1995), estos aspectos no son ya símbolos
inmutables de la identidad social –mayoritaria–, sino que se encuentra hoy sometidos al
embate de la nueva realidad y, por lo tanto, cuestionados y sujetos a la evolución misma
de la sociedad a la que representan. Se trata, pues, de dar nuevas respuestas éticamente
defendibles y políticamente viables a las nuevas realidades sociales.

3. Multiculturalismo e Interculturalismo
Existen dos grandes enfoques en el tratamiento de la diversidad cultural: el

multiculturalismo y el interculturalismo, los cuales, a su vez, se manifiestan en el

campo de la educación en sendas corrientes doctrinales que se corresponden: la

educación multicultural y la educación intercultural.

El multiculturalismo podría ser definido como una concepción social que

pretende la integración de las minorías étnicas y culturales en un contexto sociocultural

plural, mediante su reconocimiento y respeto, y la aceptación misma de la realidad

social como una realidad sustantivamente diversa desde el punto de vista cultural. Y, en

esta línea, su correlato en el ámbito educativo, la educación multicultural, cabría ser

definida también como un instrumento o método de acción social que busca, a través de

la educación, la plena integración y progreso de los individuos en ese nuevo marco

social plural, mediante la enseñanza de la diversidad, de sus valores y aportaciones y

mediante su plena capacitación técnica e intelectual, a efectos de que todos gocen de la

misma igualdad de oportunidades.

La esencia del multiculturalismo se encuentra, por tanto, en la aceptación de la

diversidad social en sí misma, como una realidad y como un valor. En este sentido, la

relación que plantea entre las diversas minorías étnicas y culturales se basa en el mutuo

reconocimiento y respeto, y, desde luego, en el derecho de todos a la participación

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social y política, pero manteniendo los espacios propios de cada cultura. Se podría decir

así, desde un punto de vista teórico, que la gran aportación positiva del

multiculturalismo –si se le compara con las concepciones sociales de la diversidad

cultural previas–, es también, quizá, una de sus debilidades y también el punto en el que

se concentran todas sus críticas. Así, efectivamente, el argumento principal de la crítica

del multiculturalismo se basa en que esta concepción pone demasiado énfasis en el

respeto de la identidad diferenciadas de los grupos y de los individuos y, por tanto, en la

vinculación de los individuos a su grupo de origen

El multiculturalismo produce, como consecuencia, un desplazamiento del

individuo en favor del grupo étnico, cultural o religioso. A mayor abundamiento, el

multiculturalismo, al priorizar el respeto de las culturas minoritarias de la población

inmigrante, más que el diálogo y al convergencia entre todas ellas, dificultaría su

integración y, sobre todo, la de aquellos que vengan después, dado que el grupo operaría

como filtro, como barrera a la permeabilidad social y, por lo tanto, mantendría –si no

fomentaría– la marginación.

Interculturalismo

- Frente a esta concepción, pues, el interculturalismo –y su correlato en

el ámbito educativo, la educación intercultural– critica al

multiculturalismo, no tanto su defensa de la identidad de los individuos

y de los grupos de origen, ni, desde luego, su defensa del concepto de

igualdad ante la ley o del derecho al ejercicio pleno de la ciudadanía,

sino más bien la compartimentación social y la ausencia de interacción

entre los diferentes grupos sociales que supone. El interculturalismo, y

muy específicamente la educación intercultural, surgen en Europa, en

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Francia, y su trayectoria doctrinal y práctica es relativamente corta,

sobre todo si se le compara con la del multiculturalismo y, en este

sentido, carece aún del peso teórico alcanzado por el

multiculturalismo. Sin embargo, la educación intercultural, es hoy ya la

concepción de mayor aceptación en la doctrina continental europea.

Por otra parte, puede decirse que el interculturalismo se ha

desarrollado de manera casi exclusiva en el ámbito de la educación –

como educación intercultural.

El enfoque intercultural, pues, supone una alternativa a las propuestas

pedagógicas que tratan la educación desde planteamientos monoculturales. Parte de la

asunción de la complejidad humana –social e individual– y de la necesidad de

reflexionar y debatir continuamente el concepto de cultura (Aguado, 2003). Este

enfoque educativo –en realidad, esta pedagogía– se basa verdaderamente en una

relación dinámica de intercambio de valores, hábitos y percepciones, entre los

individuos, lo cual favorece la cohesión social. Por otra parte, la educación intercultural

enfatiza los valores universales y subraya lo que une a los individuos, más que lo que

les diferencia. En el fondo de esta concepción, pues, se encuentra el compromiso

educativo con la plena realización del individuo como persona y con el pleno ejercicio

de sus derechos de ciudadanía, desde la igualdad y el mutuo reconocimiento.

La orientación intercultural, por tanto, aborda la diversidad cultural a partir

de procesos de la interacción, y no de acuerdo con los modelos

preconcebidos de grupos, culturas, religiones, procedencia nacional y otros

paradigmas que ofrecen una visión simplista, rígidamente fragmentada,

compartimentada, y, por lo tanto, distorsionada de la realidad social y del

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propio individuo, que es por naturaleza compleja, diversa y fluida. El

interculturalismo “trata de poner el factor étnico y cultural en su justa

medida e interconectarlo con otros muchos factores que condicionan las

relaciones entre grupos humanos, como los factores económicos, políticos,

de clase social, de edad, etc. Por otra parte, al considerar la diversidad

cultural como positiva, no considerada como un problema, sino como

expresión de la riqueza de la especie humana, no se exacerban las diferencias

sino que se buscan los elementos que pueden unir a los distintos grupos y

que permitirán la comunicación y el entendimiento intercultural.” (Sales y

García, 1997: 20).

4. Educación Intercultural

La educación intercultural, por tanto, subraya, sobre todo, el valor que aporta la

pluralidad y la diversidad cultural a los centros escolares y a los planes de estudio. La

educación intercultural supone una apuesta por una educación que procura equipar al

educando con la capacidad de participar de la creación de su propia cultura, más que ser

un mero receptor pasivo de la cultura de su comunidad de origen.

Por otra parte, la educación intercultural no es sólo una filosofía pedagógica,

sino que supone también la necesidad de un método y de una organización diferente de

la docencia.

La educación intercultural no puede ser limitada a una franja horaria específica

de actividad semanal, ni puede ser concebida como una asignatura independiente, sino

que es más bien una materia de corte transversal que supone el compromiso con una

serie de valores y actitudes que son fundamentales para el establecimiento de una

convivencia pacifica en el aula y en el centro escolar, en un medio culturalmente

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diverso: el respecto a la diversidad, la lucha contra el racismo y la xenofobia, la

igualdad de derechos y la participación. La educación intercultural, pues, es en esencia

un proceso de educación en valores y actitudes que involucra –ha de involucrar– a todos

los actores del proceso educativo, desde la propia dirección de los centros escolares, a

las familias de los alumnos, pasando por el conjunto del profesorado. Y el éxito o

eficacia de su impartición depende de la colaboración y empeño que pongan todos los

miembros de la comunidad escolar.

La educación intercultural sirve para preparar a los alumnos equipándoles con

los recursos necesarios para poder vivir y participar en una sociedad que es cada vez

más diversa y compleja. En este sentido, educación intercultural promueve las

condiciones que permiten el pluralismo social; conciencia a los niños de su propia

cultura y los capacita para comprender el hecho de que hay otras culturas y otros

sistemas de valores; desarrolla el respeto a los modos de vivir diferentes de los suyos,

de tal manera que puedan entenderse y apreciarse mutuamente; promueve el

compromiso con la igualdad y permite a los niños tener conceptos claros sobre los

prejuicios sociales y la discriminación; enseña a apreciar el valor de las semejanzas y las

diferencias; y, en fin, permite a los niños hablar por si mismos y articular sus propias

culturas e historias.

6. La cultura

“El conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos

que caracterizan a una sociedad o a un grupo social y que abarca, además de las artes y

las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las

tradiciones y las creencias.” (Preámbulo de la Declaración Universal de la UNESCO

sobre la Diversidad Cultural, de 2 de noviembre de 2001)

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Aunque existen diversos enfoques para la definición de cultura, tanto los

sociólogos como los antropólogos tienden a coincidir en tres características destacables

de la misma, que son las siguientes:

 La cultura engloba una herencia o una tradición social, y se transmite.

 La cultura se aprende, no es una expresión de la constitución genética del ser

humano.

 La cultura se comparte, lo que significa que es simultáneamente el producto

y el determinante de los sistemas de interacción social humana.

La conveniencia de la Cultura

«Nadie puede invocar la diversidad cultural para vulnerar los derechos humanos

garantizados por el derecho internacional, ni para limitar su alcance (

Declaración sobre la diversidad Cultural 2001)

“Sólo se podrá proteger y promover la diversidad cultural si se


garantizan los derechos humanos y las libertades fundamentales como la
libertad de expresión, información y comunicación, así como la
posibilidad de que las personas escojan sus expresiones culturales. Nadie
podrá invocar las disposiciones de la presente Convención para atentar
contra los derechos humanos y las libertades fundamentales proclamados
en la Declaración Universal de Derechos Humanos y garantizados por el
derecho internacional, o para limitar su ámbito de aplicación.” (
UNESCO Convención sobre la Protección y Promoción de la
Diversidad de las Expresiones Culturales,2005

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7. El educador y los valores de la sociedad
El papel que desempeñan las leyes, las políticas educativas y los mismos

educadores, a la hora, tanto de intervenir y de condicionar las tendencias de la cultura

dominante y, por lo tanto, de determinar sus valores, como a la hora de buscar la

integración y, por tanto, de condicionar las tendencias y valores de las culturas

mayoritaria y minoritarias. Si la educación es la nave que nos introduce en nuestra

cultura y, en última instancia, en la sociedad, los centros de enseñanza juegan un papel

primordial en la afirmación de las referencias culturales válidas de cada sociedad y, en

esta misma línea, también pueden determinar las relaciones entre los distintos grupos

culturales y su estratificación social.

La educación en su globalidad, y la escuela –el período escolar– en particular,

determinan la idea que los individuos y los grupos tienen de ellos mismos y de su vida

social. La institucionalización de la educación y su control por parte del Estado ha

hecho de la escuela un poderosísimo agente socializador y ha establecido un medio con

capacidad para fomentar, legitimar o desacreditar la cultura existente.

8. Educación y socialización los dos enfoques sociológicos

Existen dos enfoques preponderantes sobre la escolarización y el proceso de

socialización reconocidos por sociólogos y educadores. El enfoque funcionalista

positivista preconizado por los representantes de la corriente dominante, percibe la

educación como un agente de cambio social y afirma que la educación genera desarrollo

económico. La educación se convierte entonces en una especie de inversión en capital

humano. Además del desarrollo económico, la expansión educativa es un requisito

indispensable en la política moderna, ya que permite crear ciudadanos participativos,

con una elevada conciencia política y un profundo compromiso con la orientación

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nacional. El enfoque crítico conflictivo considera la educación como un mecanismo de

control social utilizado por los grupos dominantes, como un instrumento eficaz para

controlar los recursos culturales y económicos. La educación, pues, sirve de sistema de

legitimación a través del cual se crean y reelaboran continuamente ideologías políticas,

sociales y culturales. Según el enfoque conflictivo, la educación es un factor de

conservación. Así como ambos enfoques difieren en su concepción de la educación

como fuerza institucionalizada dominante, ambos concuerdan en la influencia que ésta

ejerce en la vida del individuo.

9. Los principios educativos de Jhon Dewey

a) Participación. La educación es siempre inclusiva y significa desarrollo y crecimiento

personal. La educación tiene que ofrecer experiencias de participación en la vida del

grupo, de tal forma que aporten al desarrollo personal del educando de acuerdo con los

fines sociales marcados por la propia sociedad.

b) Conocimiento. Tanto los contenidos de la educación como las normas de la sociedad

son dinámicos. Su dinamismo se debe percibir no sólo como una característica sino,

más bien, como un valor. La necesidad de cambiar el tipo de experiencias educativas, o

sea, de modificar el cuerpo canónico de la educación, se debe al proceso de desarrollo

de la sociedad. Para Dewey la sociedad es cambiante y, por lo tanto, las necesidades de

la educación también lo son. Según él, es la única postura aceptable si queremos

respetar los códigos éticos establecidos por la democracia, o sea, respectar la igualdad.

c) Diversidad cultural Dewey afirma, en definitiva, que en la sociedad

culturalmente diversa, a menos que haya una voluntad conjunta y deliberada de

establecer los valores comunes, la sociedad no llegará a transformarse en comunidad.

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d) Comunidad. Para Dewey, el modo de crear una comunidad es establecer

comunicación entre sus miembros. Dewey no se refiere meramente a la comunicación

del lenguaje verbal, sino más bien a la comunicación en sus términos más amplios,

como un intercambio entre los miembros de un grupo que les hace conscientes de su fin

común. «La comunicación que asegura la participación en una inteligencia común –

dice– es la que asegura disposiciones emocionales e intelectuales semejantes, como

modos de responder a las expectativas y a las exigencias» (Dewey, 1995: 16). Se trata,

pues, de establecer un proceso de comunicación que permita la conciliación de

objetivos, creencias, aspiraciones y conocimientos. El conjunto de estos elementos es lo

que permite que una sociedad tenga una base común. Dewey denomina esta base como

inteligencia común. Sin la consolidación de ésta, no es posible establecer una

comunidad genuina. En última instancia, es la existencia de un fin común, el

reconocimiento del mismo y el interés de los miembros del grupo en su realización, lo

que determina la existencia de la comunidad. No basta, pues, vivir cerca en una

proximidad física o trabajar por un mismo objetivo, se requiere la consciencia del fin

común (Dewey, 1995).

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