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Universidad Michoacana de San Nicolis de Hidalgo Directorio. Dra. Silvia Figueroa Dr. Medardo (Coordinador General de Est Seerearia de Difusion Dr. Gerard Director Comisién Espaiiola de Historia de las Relaciones Internacionales Dr. Juan Cat Castafares ESPANA Y MEXICO. DOSCIENTOS ANOS DE RELACIONES, 1810-2010 Agustin Sénchez Andrés Juan Carlos Pereira Castafiares (Coorpinapores) (Coleccién Bicentenario de la Independencia 12) \stitucional para la Conmemoracin del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolucion Mexicana Instituto de Investigaciones Histéricas Universidad Michoacana de San Nicolas de Hidalgo Comision Espafola de Historia de las Relaciones Internacionales México, 2010 la Independencia el Centenario dela Espafiola de Historia de las Relaciones Intermacio-| rales, 2010 622 p23 em. (Bicentenatio de la Independencia: 12) Incluyebibliografiae indice ISBN Obra Completa: 978-607-424-127-3, ISBN Volumen: 978-607-424-199-0 1. México ~ Relaciones internacionales ~ Espaia ~ 1810-2010. 2 Espatia— Relaciones exteriores ~ México ~ Siglo XIX-XXI Disefo de portada: Ite! Alvares. res: Hugo Silva Bedoll ceicin: Agustin Simchez Andrés y Juan Carlos Pereira Castafares INDICE La historia de las relaciones entre México y Espafia. Un estado de la cuestién Agustin Sdnchez Andrés y Juan Carlos Pereira Castaitares El imaginario napole6nico en la Nueva Espafia después de Ia invasion francesa a la Peninsula Ibérica, 1808-1810 Sara Niinez de Prado ulos transatlénticos. La relacién entre Antonio Puigblanch y Pablo Llave Salvador Méndez Reyes Corresponsales hispanos del biblidgrafo mexicano Joaquin Garcia Icazbalceta Rivas Mata Hispanéfobos vs hispan6filos. La historia como arma de lucha politica en. 1821-1867 .o” ylas relaciones internacionales de Espafia en la 1844-1856) Almudena Delgado Larios Significados de las intervenciones espafiolas en México, 1857-1862 Antonio Inarejos Mucfioz Los empresarios culturales espaiioles decimon6nicos en México através de la historiografia mexicana Lilia Vieyra Séinchez 6 125 167 209 235 \das: México y Espafia en las mediaciones jedad de Naciones (1932-1935) nda del exilio espafiol Carlos Sola Ayape 1939, las bases de la fractura politica del exilio republicano en Méx Jonge de Hoyos Puente Angel Herren Lopez ‘ éxico y el exilio espa José Francisco Mejia Flores Elexilio filos6fico de 1939 y la imaginacién del segundo descubrimiento Antolin Sanchez Cuervo Los flujos migratorios de Mé: a (Oscar Hugo Pedraza Rendém, José César Lenin 269 313 347 381 47 439 457 489) 519 537 565 587 PROLOGO Pedro Pérez Herrero Universinap De ALCALA 'RAS bastantes afios de investigacién académica se ha logrado reunir Ta amplio conocimiento en torno a las relaciones entre México y spafia durante los siglos x1x y xx. Como queda demostrado en el exce- lente y documentado estudio introductorio que realizan los coordinado- res de la obra, Agustin Sanchez Andrés (umswt) y Juan Carlos Pereira Castaiares (vow), en las dltimas décadas se ha avanzado mucho en el conocimiento de los temas centrales de las relaciones entre los dos paf- ses. El presente volumen tiene varias virtudes. La primera es la selec- de los temas de estudio. Desde un comienzo el lector comprueba s destacados especialistas en historia de las relaciones internacio- 's que coordinan la obra entendieron correctamente que el libro no debfa citcunscribirse exclusivamente a estudiar las relaciones diplométi- cas o comerciales entre Espafia y México, sino que debfa entenderse en ‘un marco més amplio que abordara las relaciones entre ambas socieda- des desde una perspectiva de andlisis interdisciplinar. El segundo acierto la seleccién de los autores de diversos paises encargados de escribir los distintos articulos que conforman el libro. Un primer bloque de la obra est4 compuesto por los capitulos dedi- caclos a analizar las telaciones entre México y Espafia durante la primera id del siglo xix. Sara Ntinez de Prado (unjc) estudia de forma precisa naginario napolednico en la Nueva Espafia después de I francesa a la Peninsula Ibérica en el periodo 1808-1810. Salvador s (uNaw) analiza la relacién que existié entre Antonio Puigblanch y Pablo de la Llave, poniendo de relieve de forma acertada que las ideas liberales discurrieron en el espacio hispénico atlantico a comienzos del siglo xc en multiples direcciones, generdndose un espacio de reflexion ton HISPANOFOBOS VS. HISPANOFILOS. LA HISTORIA COMO ARMA DE LUCHA POLITICA EN MEXICO, 1821-1867" Tomas Pérex Vejo Escvea NACIONAL Dé ANTROFOLOGIA & Histonia-INAH_ La Historia como arma de lucha politica 1 conflicto politico mexicano posterior a la independencia tuvo un fuerte componente identitario, de definicién del ser nacional. Un debate importante ya que en esos afios la nacién se convirti6 en s Ainico y excluyente de soberania politica y, como consecuencia, de macién del ejercicio del poder. Los nuevos Estados encontraron su legi- timidad en la existencia previa de naciones con caractertsticas “naturales” propias convirtiendo la identidad nacional en sujeto politico, algo que antes nunca habia sido. La naturalizacién de la nacién permitia afirmar la legitimidad Estado, el derecho de una comunidad a constituirse en identidad ca soberana, pero también determinar el derecho a gobernar de los dife- rentes grupos politicos que pugnaban por la conquista del poder. No todos tenfan la misma legitimidad. Si la naci6n era una realidad objetiva, con intereses propios, los partidos politicos serfan més 0 menos legitimos en funcién de que permitiesen o no el cumplimiento de éstos. Definir “el ser nacional” se convertfa asf en el centro mismo de la lucha por el poder. En el caso de México se enfrentaron dos visiones contrapuestas sobre el ser de la nacién. Para una, que voy a llamar conservadi marca de identidad més intima y definitoria era su cardcter espafiol; para otra, que voy a llamar liberal,’ la esencia de México estaba en su pasado eee ntras que lo espafiol era lo: ajeno y extrafio a la naciona- Para os , de inch Fiamente, una fuerte doss de hi aha pal panofla ya que lo espafiol form: ‘ aha ae i de Mé para los segundos, por el contrario, una oll icional tenfa que ser necesariamente hispandfoba, Espaiia era el otro, el enemigo que habfa imy Lee pedido, y seguta impidiendo, ser ala nacién lo Este debate tuo, como ocurre en otros muchos campos de la vida decimonénica, un fuerte componente historiogréfico. Las razones hi : iografico. Las razones de unos tacidn de la histori aspectos del pasado “ ides rhispnias asa el papel de lurid en a cones dela Independencia esuceden en ls prnerasdcdes de viaindependente esde muy pronto sobre istoria compartida con Espa (Cott ae Jona Independencia) se convirtié en uno de los temas de Ssensin mas enconados. Noes neces precisa gue, a psi de istoriogrfico, o quizss mejor debido a él, ico sobre el pac os etme ie Politico y no de una discusién efudieo-acalll , in histérico-poltica” titula José Maria To ; sn ct mel una serie arco periodico sobre a historia dea indepenenci ical a fines de la dca de los cuaentaen El Monitor Republican y EIS a Exams hablando dela forma en aque se conste ua con colectiva no de historia en sentido estricto.* Una construccin social que se apoya en un saber a transmiten, icumulado il eee y mediante el cual se transmit ‘ue asf como las polémicas sobre los mas diversos 1850, Js es vie ima instancia, en una determinada interpre- _ Para el andliss de este saber histérico y de la forma como fue cons- fo y difundido no importan tanto los libros de historia como otras ves de comunicacisn social més inmediatas y de mas amplia difusi6n, ivicos pronunciados con motivo: de la conmemoracién de la sJependencia y revistas y periédicos principalmente. En los primeros, erales y conservadores expusieron, a veces con gran extensin y deta- sus interpretaciones sobre la conquista, la colonia y la independen- ‘en los segundos, no s6lo se reprodujeron fntegros muchos de estos cursos, permitiendo una lectura mas reposada y una mayor difusion, (que, ademés, se publicaron largos y eruditos articulos en los que se texponfan y debatéan los mas variados aspectos de la historia nacion: En unos y otros, también en los libros de historia aunque aqui nos interese menos, los temas de debate se focalizaron en torno a una serie de t6picos: la comparacién entre la conquista y colonizacién espafiolas y anglosajonas, la herencia de a colonia sobre el México independiente, el juicio sobre la conquista, la bondad o maldad de la independencia,... en definitiva un interminable juicio hist6tico visto no s6lo desde perspecti- vas ideol6gicas distintas sino también desde las cambiantes condiciones hist6ricas de cada momento. No es lo mismo, obviamente, el uicio sobre el pasado en la euforia de la declaracién de la independencia que el que se hace después de la entrada de las tropas norteamericanas en la capital pais y la perdida de los territorios del norte. Leyenda rosa/leyenda negra: la polémica sobre la Conquista La polémica historiografica sobre la Conquista resulta, en un principio, de una gran simplicidad. Para los conservadores, que se asumifan como herederos de los conquistadores espaiioles, “somos los retofios de la raza la Conquista era el principio de la nacioné lidad mexi- positivo; para los liberales, por el contra- de los indigenas, jo de tres siglos de conquistador cana y, por lo tanto, un hecho rio, que se asumfan como descendientes morales representaba la muerte de la nacién mexicana y el ii 1863 arene erery desgracias a los que el grito de Dolores habria puesto suceso hist6rico profundamente desgraciado. Dos coneiliables sobre las que se va a debatis, y a combatir, durante buena parte del siglo x1x. Sélo a partir de la década de los cincuenta hace su aparicién una especie de corriente integradora en la que la Conquista empieza a ser vista como el inicio de la fusién de dos pueblos, origen a una nueva nacionalidad. Son los primeros atisbos del nacimiento del mito del mestizaje de tanta importancia posterior. ‘Uno de los primeros debates piblicos sobre la legitimidad de la conquista tuvo lugar en septiembre de 1844, el mes de las fiestas patrias fue especialmente proclive a este tipo de discusiones, entre los periédi- 0s El Imparcial y El Siglo xrx. El primero, después de afirmar que la con- uista “fue el suceso més digno de alabanza de cuantos desde que Dios lo hizo ha presenciado el Universo”, justifica ésta en que gracias ala llegada de Cortés a los indigenas “se les ensefié a comunicar con sus semejantes, ya vivir como racionales y no como bestias, como cuando dorméan mu- jeres y hombres revueltos en la misma pieza’. La respuesta del segundo se limit6 a afirmar que nada justificaba la conquista de un pueblo por ‘otro y que donde se habfa visto “que la conquista de una naci6n se justi- fique con averiguar que los hombres y mujeres duermen todos revueltos en una misma pieza”.° El debate vuelve nuevamente a la prensa, y précticamente con los ‘mismos argumentos, a finales de 1852, ahora de la mano de El Omnibus y El Siglo x1. La posicién del periédico conservador se resume en la afire macién de que “Espafia al conquistar la América no sélo obré en justcia, sino que hasta cierto punto tuvo obligacién de hacerlo”.’ La justicia venia dada porque Los pueblos que lo habitaban eran barbaros y feroces; desconocian el derecho de gentes, y ponian en olvido los principios ingénitos al hombre, de la ley natural; mantenian entre si guerras continuas y sangrientas sin Imparcaly la historia de México” El Ss 18 terial. La conqusta de México pork espaol 1852 844. hasta cero punto obligato Om £1281 mas objeto, que hacer prisioneros a quienes matar; su religion era excesi- ‘vamente atroz y cruel, exigiendo a menudo sacrificios humanos; los tor- ‘mentos que daban a sus cautivos eran horrorosos; se alimentaban de carne human, devorando a los nifios y a los prisioneros en sus festines; por dltimo, eran un obstéculo invencible para la cvilizacin del pats. La obligacién, porque Espafia era en ese momento la potencia que a en mejor situacién para acometer una empresa de estas caracte- -as. La conquista de América habfa sido una misién civilizadora a la que Espatia se habia visto obligada por su situacién en el momento del Jescubrimiento y as conquistas formaban parte, con todo derecho, de la historia de la humanidad. Los propios mexicanos habfan conquistado antes alos Cultuas, los cuales habfan subyugado antes alos Chichimecas y Otomies, y asf sucesivamente, “si en los mexicanos se reconoce dere- cho para dominar a otras tribus, y reducielas a una terrible esclavitud ‘por qué no se ha de reconocer lo mismo a los espaftoles, para establecer sobre todos leyes justas y equitativas?”.® La tnica objecién que cabfa era que la tarea de civilizar a América no se hubiera hecho por métodos persuasivos y no de conquista, pero tal como reconocia el propio El Silo ‘0%, a propésito de los indios barbaros "Una dolorosa experiencia de mds rescientos atios ensefia que es imposible la civilizacién de estas tribus” por medios pacificos. No era tampoco aplicable el que se habfa forzado la soberanfa de los mexicanos ya que la mayoria de éstos apoyaron a Cortés por lo que “el guerrero castellano no hizo otra cosa que obsequiar la voluntad general haciendo que triunfase”.” La respuesta de El Siglo xmx se limit6 a asentar que jamés podria probarse que un pafs tuviese derecho, y menos obligaci6n, a conquistar a otro, aunque estaba dispuesto a admitir que Espafia habfa actuado de acuerdo con el espiritu de la época. La idea de la historia como progreso cra parte intrinseca del bagaje cultural del liberalismo decimonsnico y, dlesde este posicionamiento, resultaba dificil argumentar en contra de la expansi6n de una supuesta ra26n universal confundida con Europa. No cera lo mismo describir en emotivos discursos los sufrimientos de indige. ‘nas concretos que argumentar en un discurso abstracto la defensa de civilizaciones diferentes de la europea. El multiculturalismo no formaba parte todavia de la agenda politico-ideolégica de la época. La vuelta al poder de Santa-Anna en 1853 dio paso a una visién de la Conquista especialmente benévola. En los discursos y oraciones civicas de esos afios se suceden los elogios a Cortés, convertido en “el ilustre hidalgo de Medellin"®’ o en el “admirable Cortés"! que haba hecho caer “los altares que el paganismo levantara a Tonantzin y_ Huitzilipochtli, y alzarse sobre sus escombros la Cruz del Gélgota”.! Ine cluso cuando se reconocen actos de crueldad y excesos ya no se atribue yen al instinto sanguinario y feroz de los espafioles sino que “tales excesos deben de considerarse como un rasgo fisonémico de la raza humana”. Finalmente, “cuando un pueblo culto subyuga a otro barbaro” se ve “en necesidad de emplear medios duros y violentos [...] pero esos males son ‘como los que parece hacer el labrador que rompe, tala y arrasa las males zas y troncos de un terreno”.!* Las conquistas formaban parte de la historia de la hum: de la més remota antigtiedad y no se podia reprochar a Cortés lo que no se reprochaba a otros conquistadores, “los estados que conquisté Cortes, habfan sido conquistadores de otros”. Hasta en el mismo siglo x1x, “noe tros preparamos la conquista de las tribus birbaras, que destrozan nues- t1os Estados fronterizos”. Cortés habia actuado, ademas, con el apoyo de numerosos aliados que habfan preferido su gobierno al de los aztecas. Incluso sus crueldades no habfan sido mayores que las cometidas en la independencia, “si hoy compareciera Cortés para ventilar en el tribunal. de la flosofta, la razén de la conquista y de la independencia, ide qué le acusarfamos que no nos acusai acre eT —— Pero fue también este mismo afio de 1853 cuando vio la luz El Andhuac, poema épico de Rodriguez y Cos, con una visién extremada- sente critica sobre lo que la conquista habia sido y significado, que po- drfa resumirse en la idea de que América nada debfa a los espafoles, un tenjambre de bandidos cuyo tinico objetivo fue el saqueo del imperio de Moctezuma. El poema merecié una larga respuesta de El Universal que acus6 al autor de ignorar tanto las aportaciones de Espafia, “su religiGn, su idio- ma, sus costumbres, su civilizacién, su raza, en una palabra”,'° como el tes6n y la constancia de los conquistadores. Hay, como ya se ha dicho, una tercera corriente, més 0 menos visible en funcién de las coytunturas politicas, que aboga por tna especie de visién de compromiso. Aztecas y espaiioles habrfan sido igualmente heroicos y la nacién mexicana debia enorgullecerse de ambas herencias. Es la que aparece, por ejemplo, en la introduccién de José Fernando Ramitez a la Historia de la Conquista de México de Prescott editada pot Cumplido cuando pide un juicio de familia por alguien que sea descen- diente de conquistadores y conquistados. En 1851 Epitacio de los Rios, en el discurso pronunciado en la ‘Alameda de la Ciudad de México con motivo de la celebracién del 16 de septiembre, habla de “los innumerables trabajos” y “las hazafias con que en tiempo de la conquista, se distinguieron los nobles aztecas y los va- mntes espafoles” y equipara la conquista con la independencia. Ambas ccundas en hombres ilustres y acciones sorprendentes por sti magni- Es cierto que més adelante se refiere a ls faltas “muy graves” co- rmetidas por los espafioles en tiempo de la conquista “que empafian en cierto modo el brillo de su gloria” y de que “no supieron manejarse con la raza conquistada” pero esto habia que atribuirlo “al espfritu las tenden- cias de la época a que pertenecfan’."” Hay una clara voluntad de asumir ina versiGn integradora del pasado de la nacién: la conquista como un roceso de integracién. Los primeros atisbos, como ya se dijo, del mito del mestizaje que tanta importancia posterior habrfa de tener. eens Noes el tinico, afirm: semejantes se pueden espigar por esos mismos afios en otros textos, “los mexicanos hemos heredado la nobleza Estandarte Nacional lleva la argumentacién més lejos al hablar de una fraccin de it dos o a la que acepté mercedes de los conquistadores pero sin mezclarse frente a los conquistadores y exigié de ellos la igualdad que como sefora del territorio tenfa derecho”. Era de la mez- la de estos indigenas orgullosos y de los espaiioles de los que descendia la moderna nacién mexicana, no de los degenerados indigenas que ha- bfan sobrevivido aislados en sus comunidades hasta el momento presen- te. Un subterfugio ideolégico que permitia proclamarse a la vez descendientes del mundo prehisp4nico y abominar de los indios barba- 0s contemporéneos. Si la imagen de la conquista resulta relativamente compleja mu- cho més lo es la de su principal protagonista Hernan Cortés. Aqui, al menos en el discurso de las élites, quizés no tanto en el popular, la divie sign entre liberales y conservadores es, en la primera generacién del México independiente, mucho menos precisa y en muchos casos inexis- tente. Una especie de solidaridad criolla se establece entre unos y otros por encima de las divergencias ideol6gicas a la hora de escribir sobre el conquistador extremefo. Su figura es elogiada, obviamente, por un Alamén, administrador de las tierras de ino duque de Terranova y Monteleone, descendiente y heredero de Cortés, pero también por el liberal José Marfa Mora. Incluso el retrato final que de Cortés emerge en los escritos del siempre impredecible Carlos Maria de Bustamante es, a pesar del prehispanismo radical de este autor, relativamente positivo. Hay una especie de distanciamiento entre el personaje como héroe ro- mintico, sobre el que apenas habia disensiones, y las consecuencias de su obra hist6rica, sobre las que las divergencias eran mucho mayores. Por esto no es de extrafar que ninguno de los autores aquf citados se aleje demasiado del retrato que de Cortés hace Prescott en su Historia de la epee ‘Conquista de Méjico® en la que Cortés no es tanto un personaj como el protagonista de una saga romiintica. Las posturas se vuelven mucho mas nitidas en la segunda genera- cién liberal, la de los liberales puros quienes, con Ignacio Ramirez a la Cabeza, convierten ya sa Cortés, y parece que de manera definitiva, en in bandido sin moral y carente de cualquier grandeza heroica, pero esto jen entrada la segunda mitad del siglo x0x. La colonia y su herencia Elproblema del pasado colonial en el debate historiogrfico decimonénico mexicano abarca aspectos de tna gran complejidad, imposibles de anali- zar con el detalle que se merecen en un trabajo de estas caracteristicas. Explicar porque algunos de los insurgentes, y ya desde muy pronto, apues- tan por la idea de una nacién mexicana continuadora del mundo prehispanico, que esta reivindicacién la hagan unas élites blancas que poco o nada tenfan que ver con las antiguas civilizaciones ‘mesoamericanas, que lo hagan en espafiol y no en alguna de las mii ples lenguas indigenas y que éte se convierta finalmente en el proyecto hegeménico de construccién nacional de México es, sin ninguna duda, ‘uno de los fenémenos histéricos ms fascinantes a los que un historiador se puede enfrentar. No es esto lo que voy a exponer aqui sino sus conse- ‘cuencias. Una vez tomada esta decisién la Colonia se convertia en algo ajeno al ser nacional de México, que debfa ser estigmatizado y borrado de la memoria colectiva de la nacién. No era esta, por supuesto, la visisn de los conservadores. Para ellos el periodo virreinal habfa sido una. de las épocas més felices de la historia de la nacién. Ties siglos de paz y progreso ininterrumpidos en los que se hhabfan puesto las bases del surgimiento de una nueva nacionalidad. Pero volvamos a los liberales, para ellos el Virreinato s6lo repre~ sentaba el oprobio, la esclavitud y la explotacién econémica. Los discur- 0s y oraciones civicas del 16 de septiembre estan llenas de descripeiones © Willian H. Prescot, Histo del Congas de Majin, 1844, 11331 sobre una agricultura que s6lo producta para los propietarios eu tunas minas al servicio de la metrdpoli un comercio cuyos excesivor pre, cios impedfan alos mexicanos vestirse, una industria mezquina y misera, ble, una vida intelectual constrefida por la prohibicion de importer 08,.- Hasta ls escasas mejoras producidas bajo la dominacié espas jola habsan tenido lugar a pesar de los obstéculos de un sistema que se basaba “en laignorancia, yen la pobe 6 pucblo para escuchar los oradores, que lerefieren el iste estado de if colon espatolFonderarla pres yl tri del periods coll tea una final pot dbl, Seria tnt paraustifcar indepen lencia como para dsculpar los posbles horrores cometidos para sci ros mars esas posteores “ii strota de la conspiracién monérquicé 1 gn ined de condenayeciens det tpoascec dics de ee ao de Las de a Rosa ela Alameda de a Ciudad de Mésico xt lleno de sons condenatori ln insciabeavariia de metrpol, ala mala gestién de la mineria por las autoridades virreinal a la explotacin del pueblo, alos monopolios, ete. Nada muy novedoso, salvo la insistenci en la especial responsabilidad de los reyes en toden cron males yg, vim, he como obo no tant extgate zr erégnen coil ome moar las malades dela nan como ‘fm ection dln complejo que pues er debate , quits, de que existen no sblo diver temporales e ideol6gicas sino también espaciales en el ima aie camo sobre antigua mez, exe miso ato de 146 vente init fecha del 16 de septembre, dos oradores uno en la ciudad de Guadalajara y otto en la de Puebla, dibujan en sus discursos una imagen del pasado colonial completamente anttétcaala que Luis de la Rosa habia deopl gado en la Alameda de a ciudad de México. Sabas Séncher Hidalgo el ee tig as oe ae 1B4] eet ee EE dor de Guadalajara, hace un uténtico panegirico de un gobierno que habria reglamentado las actividades econémicas, “la mine- Comercio ultramarino y los gremios de artes mecénicas”; dotado al ‘ede obras piiblicas, “los puertos, la fortalezas, los caminos y puentes, scueductos y desagies, los templos, palacios y edificios piblicos,lle~ on en considerable parte, a competir con los més suntuosos en st sero"; desarrollado la enseftanza, “la instrucci6n primaria, la secunda- facultades tuvieron, escuelas, colegios y universidades”; facilica- Ja administracién de justicia, “sistemronse los enjuiciamientos en instancias, y credronse tribunales y jueces competentes para los “Taversos fueros”; creado tna hacienda péblica eficaz, “la hacienda pal Se sistema con sencillez, puntualidad y pureza";... Précticamente el retrato en negativo del discurso anterior. Las diferencias son demasiado emas como para responder sélo a una castalidad. Sobre todo si con- el orador de Puebla afirma practicamente tismo, ‘la justicia exige confesar, que la Espafia se mostré solfcita y sidadosa de nuestro bien y utilidad”.#* Resulta dificil de entender como el mismo afto y el mismo dia en México, de un lado, y Puebla y Guadalajara, de otro, se estén diciendo cosas completamente distintas. La respuesta quizés tenga que ver con la texistencia de una geograffa diferenciada en el imaginario mexicano s0- bre Espafia lo espafiol. La nacién se construye, ala vez, en el tiempo y mel espacio, no sélo con ritmos distintos sino también, posiblemente, con discursos diferentes en los distintos espacios geogréficos que seria init ydelimitar. No debe de ser casual que mientras en la Cit al pasado virreinal fueron cuidadosamente dificios piblicos, en la cercana dos de la corona de Castilla en. ideramos que Orozco y Berta, preciso de dad de México las referencias borradas a golpe de cincel en iglesias y e Puebla su catedral siga luciendo los escut todas sus fachadas. La invasin norte pasado colonial. En el proceso de introspe: vamericana supuso un giro en el debate sobre el scci6n al que se vieron aboca- ‘net que ver ondear la bandera norteamericana en el mismo corazén de Plaza de Armas de la Ciudad de México y a la perdida de mas o menos id del territorio nacional volvieron nuevamente los ojos hacia el pasado colonial. Frente al hecho de la amputacién territorial resultaba dificil condenar una sociedad que, al menos, habia sido capaz de mante- ner integro el solar de la patria. El periodo virreinal pasaba a ser visto bajo una nueva luz, més benévola, aunque siempre quedaba la posibili- clad de ver en el desastre actual el resultado de las semullas plantadas en los siglos anteriores. En junio de 1848 El Monitor Republicano publica una serie de arti- los de un espafol, Rivero, sobre lo que él llama la Guerra de México, El punto de partida es una visién extremadamente positiva de la socie~ dad colonial que en muchos aspectos habria estado “a una altura a que as demas potencias colonizadoras. Para probarlo no habia mas que po- ner “en paralelo con las nuestras las colonias inglesas, las francesas o las no habia sido la Colonia sino la forma en la que se habia llevado a cabo la Independencia. Uno de los argumentos mas queridos del pensamiento. conservador. Todos los males del pafs tenfan su origen en una indepen dencia prematura para la que éste no estaba todavia preparado. Los discursos liberales, por su parte, siguen con su encono contra el periodo virreinal. As{ Tornel seguiré insistiendo por esos afios, por ejemplo en el discurso de distribucién de premios en el Colegio de Mine- ria de 1849, en la imagen de un virreinato caracterizado por la esclavitud y las cadenas, la tiranfa y la opresiGn, los t6picos habituales del discurso liberal en las conmemoraciones del 16 de septiembre en la Alameda de ‘México. Resulta extrafia la acritud de este discurso en un politico por los dems bastante moderado, pero hay que considerar que es en gran parte respuesta al editorial de El Universal de ese mismo afio sobre el grito ores y en el que directamente se acusa a Hidalgo de bandido. Las palabras de Tornel dieron lugar a una pequefia polémica. El Universal respondié lamentando que alguien respetable hiciese afirma- mnes tan falsas “como prueba la historia de tres siglos, como lo confir- las leyes en que se consigné la libertad social de estas comarcas, la que gozaban los habitantes de la metr6poli”. Esta relectuta del pasado colonial a la luz del 47 culminarfa con la nen El Omnibus, a finales de 1852, de un largo articulo cuyo lo dice practicamente todo, “El régimen que establecié el go- o espafiol en América, fue el més humano y el més propio para su conservacién y engrandecimiento”.”* Una afirmacién sobre la que, ob- época colonial del Ensayo sobre la administracion priblica en México de a interesante por ser una especie de compendio del juicio de los liberales sobre el periodo colonial .e culpable de la mayoria de los males que todavia afligian al hho por la Nueva Espaiia, salvo explotar sus ingentes riquezas. En el puentes y caminos; la ma- nculto y despoblado; la mayorfa de la po- jo al monopolio, las alcabalas vel sistema de abastos; hospicios, hospitales y otros establecimientos de catidad dependiendo de benefactores privados y no del gobierno; la ins- gra, 19-1849, human yes propio trucci6n primaria abandonada; las cérceles s6lo focos de corrupcién moral ¥ de epidemias; la administraciGn municipal un caos; los consulados y el tribunal de mineria centros de malversacién y cohecho; la seguridad publica, dependiente del Juez de la Acordada, pasto de la arbi rariedad y de los excesos de sus funcionarios;... una especie de desastre generaliza- do del que tinicamente se salvaba la mineria, pero a consta del resto de: las actividades econémicas. Todo ello como resultado de una adminis. traci6n ineficiente, corrupta y explotadora. Sélo el establecimiento de intendentes y delegados a partir de las reformas borbGnicas, la habitual simpatia del liberalismo por las politicas ilustradas, habrfa mejorado un, poco tan cadtica situacién pero sin que fuese suficiente para corregir el anterior. Esta era la negra herencia de una colonia cuyo programa politico habfa sido, en palabras de un discurso cfvico de conmemoracién. de la independencia de ese mismo aio, “divisién de clases y razas; privie legios nocivos y odiosos para unos, ignorancia y servidumbre para el res- to”. Las consecuencias las seguia arrastrando la nueva nacién mexicana, No era ésta, como ya se ha dicho, la visién de los conservadores para los que la Nueva Espafia habfa visto pasar los trescientos afios del ‘contenta con los beneficios del orden ptiblico y los adelantos ‘materiales’. En el aspecto econémico “la agricultura, la minerfa, laine dustria progresaban de una manera admirable, bajo leyes sabias y ade- cuadas a las circunstancias de México"; en el social y px ‘0 los americanos, lejos de haber sido excluidos, tal como afirmaban los libera- ‘comenzaban ya a obtener los principales empleos piblicos”.*! Las lamadas colonias no habian sido tales sino “reinos y provincias de aquende {os mares” en los que se habfan procurado con empeiio “los adelantos de las ciencias y de las artes”.* En estas condiciones se habia gestado “bajo. eater SEE ombra de una paz no interrumpida’ durante trescientos afios una % " ad en la que los “mexicanos, confundidos ya casi en raza y en ori ‘on los espafioles europeos, identificados con ellos en idioma, reli- por leyes sabias y justas [...] todos formaban yy costumbres, regidos as [J todos forma 1 pueblo magnénimo, leno de virudes.” Espa hab ido “durante tres siglos su historia con nuestra historia! ee Bee jue se afanaran alguns liberals en sus tenebrosos reas dela colonia habfa més que comparat la “sociedad mexicana del tiempo de Mocteruma con Ia sociedad mexicana de tiempes de Irigaray para darse cuenta del abismo existente entre ellas. La Colonia’ ae do, versién conservadora, sustitucién. de religiones barbaras y ee as por la cristiana; introduccién de nuevas semillas, anima a ‘rumentos de labranza; fundacién de ciudades, establecin a leyes; proteccién de los indigenas; y, en definitiva, la eam sci muda, osc ybérbar, en una nacin cuts, asladando a ella civilizacién del mundo antiguo”. Los resultados de trescientos afios de presencia espafiola se podfan resumir en: nck er tun idioma rico y sonoro, unas leyes sabias, una sociedad culta, ciudades, poblaciones menores, haciendas, campos cultivados, caminos, puentes suntuoss, tempos magnficos, colegio, hospitals y tants monumene tos de benefcenciay de gloria que seria obra muy pola enumerate Ju eran antes dea conquisa espaol os xpacis donde stn actualmente fundadas las ciudades de Veracruz [...] Oaxaca a Toluca y Queretaro, Guangiuto'y Morein, Gundalainr y Zacatecas Durango y San Las? Eran péramos deserts lenos de nopalsy de ‘otunos miserables aduares, con unas cuantas familias desnudas, espinos, Ilenas de espanto y miseria."* a ca promtin” 854 ee Se tl Ear Pde May io a 85 Cronos vs. Hiseancs izados por los conservadores para afite ar esta visién benéfica de la época virreinal fue la propia proclama de Independencia. La afirmacién de Iturbide el 24 de febrero de 1821 en Iguala de que: ‘Trescientosafios hace la América Septentrional de estar bajo la tutelade Y piadosa, heroica y magnénima, La Espafa la ceducé y engrandeci6, formando esas ciudades opulentas, esos pueblos hermosos, esas provincias yreinos dilatados, dejaba pocas dudas sobre el juicio que sobre este periodo habia hecho el que, para los conservadores, era, sin duda alguna, el auténtico padre de la nacién mexicana. Esta diferente vision alentard una larga polémica en la que préctie camente todos los aspectos relacionados con la Colonia van a ser sopesae dos yanalizados, desde la situaci6n de los indios hasta al nivel de desarrollo econémico, pasando por los logros literarios, la eficacia de la administrae cién virreinal o la bondad de las fundaciones piadosas. Siempre dentro de esta dicotomtfa ala que se ha venido haciendo referencia: o el infierno ol paraiso. Por su importancia me voy a centrar tinicamente en dos de estos aspectos, el de la situacién de los indios y el de las repercusiones de la moral del México independiente. El tratamiento que los nativos americanos haban tenido en el pe- lo colonial se convirtié desde muy pronto en uno de los centros de polémica entre liberales y conservadores. Una polémica que, como la ‘mayorfa de los debates sobre el virreinato, tenia importantes implicaciones afectaba al papel de los indigenas en la nueva nacién, icos més acuciantes del México del siglo x1% ¥ posiblemente también del xx. Para el discurso conservador la politica virreinal se habrfa caracte- rizado por su benevolencia hacia los vencidos, a los que habria dado libertad para dedicarse a la agricultura, al comercio ya las letras. Sise les habfa mantenido aislados y con derechos distintos a los de los espafioles m la abolicién de los ido de postracién y mi aria de las poblaciones indigenas. Es, obviamente, un discurso che Some tefid de simpatias por el Ancguo Regimen yeractario cual pba Je una universal de derechos ydebres: Indo Hameo son dfs en fncin desu petenecia una cols y spore versal ecoocimiento de cudadani No debe de serail ese mantenido con cierta intensidad por un periGdico como El eal al que El Siglo xx acusa continuamente de tener redactores ies carlistas. Ast en un artculo escrito con motivo de la celebra- “fe ln independencia del afio 1854 se afirma lteralmente que: ue Unit Las leyes dadas para la colonia fueron formadas con un cuidado paternal Ios indios, los vencidos, se vieron considerados fuera de todo limite, ya preservandoles de las acechanzas que les pudieran tender personas més avisadas, en cualquier linaje de contrataciones; ya aiskindoles de los ddominadores, para que no resistieran los efectos del mal trato y de la violencia; ya dejindoles cuanto les pertenecia, sin imponerles para el sostén del orden establecido, sino una gabela mezquina; ya, en fin, pro- porcionsndoles la instruccién en lo moral, las comodidades y la sae lidad en lo fisico, yforméndoles una vida, en cuanto se podia, e6moda y agradabl demas periddicos conservadores Pero no era solo El Universal : insstidn, una y otra vezen que “Is eyes antiguas eran més vent a especialmente ala raza indigena,y adn las misma eastas que las [+] rales’. Si algo habia caracterizado al gobierno monarquia espafola en América con respecto a los indgenas eran los cuidados paternales y humanitatios con los que habfan ia sr tanto por la administracién civil como, sobre todo, por la ec seem prueba estaba en la pervivencia, a diferencia de lo que ocurria eh la América anglosajonaadmirada por los iberales, de una numerosa poe: n indigena y mestiza. Era cierto que muchos de estos indigenas ados, pero no se podia acusar a los que se Haman habfan sido completamente ci 6 deem’ Uno wean ‘calculador, pero buen embrollas conquistadores espatioles de no haber logrado aquello que tampoco la independiente habia conseguid: ectores liberales, por el contrario, la administracién colo a de mantener alos indigenas aslados de la sociedad y sometidos a una permanente minoria de edad no habfa hecho sino com. Uibuir a su degradacién fisica y moral. Si “Ia especie humana para mej rarse fisica y moralmente, necesita, en. primer lugar de la libertad; en segundo lugar de cruzarse sus razas y en tercero del comercio extranjero ue las civiliza” ninguno de estos presupuestos se habfan cumplido a lo largo de los tres siglos de presencia espaftola y el resultado habia sido, no podia ser otro, las degeneradas masas de indios con los que la nueva naciOn tenfa que cargar. El fruto podrido de unas leyes que los privaban de las facultades de tratar y contratas, “lo que algunos llaman privile- gios”, y que impedfan que se mezclasen con otras razas, cuando “esta averiguado por los naturalistas que cruzando las razas [...] se mejoran L.-J. Un mulato no es tan débil como un blanco [...] ni tan estipido como un negro”. Peor atin, habfa sido una politica consciente con el objetivo el de “degradar y anonadar a la raza indigena” hasta reducirla a tun estado de incapacidad y de dependencia absoluta. Esta habria sido, por otra parte, la politica espafiola hacia todos los nacidos en América, pero mientras que los criollos “contrariando la politica de la metr6poli, y ‘oponigndose y luchando con sus mismos padres [espafioles]” lograron salir de este estado de dependencia, os indigenas siguieron sumidos “en elestado de ignorancia, de abyeccién y de abatimiento, a que los reduje+ ra la politica astutamente cruel de los conquistadores”.*? La raza indigena habia sido sistematicamente embrutecida y hue millada por el gobierno espafiol, reducida a un estado de tutela y minorfa permanente que habia tenido como consecuencia que “en cerca de tres siglos habia sido casi tan esclava como los Tlotas en Esparta”. Su civiliza- cién habfa sido destruida sin ser substituida por otra. Incluso el cristia- rismo que se les habfa ensefiado no dejaba de ser una supersticién que ocupaba el lugar de otra supersticién. cramiento del especie h 1848. Nowe. es paste queen ‘ {a tenido un efecto absolutamente nocivo sobre las n én. La herencia de la colonia en 1821 eran “mas de cuatro millones se Jecir tanto que Hidalgo se habia levantado para destruit Ia vieja sre ead como para defendera; y, por timo, a nadie se le escapaba el vmponente de guerra civil que la contienda habia tenido ni que la in- “lependencia habia sido hecha de manera literal por ls descendientes de Jos antiguos conquistadores. La ret6rica de un levantamiento de la vieja hacidn azteca que rompia las cadenas con las que la habfa aherrojado Cortés trescientos afios antes resultaba escasamente verosimil. Segufan vivos muchos de los jefes de Ia independencia, la mayorfa con rastos fisicos inequivocamente “espafoles”, y eran estos mismos “espafioles” Joe que segufan detentando el poder econ6mico y politico mientras que ‘nayorta de las masas indigenas del pas, los descendientes biologicos dela nacién liberada, segufan ocupando los estratos més bajos dela nue- va sociedad, en tna situacién de dependencia y explotacion econ6mica tue poco o nada se diferenciaban de Ta que se habia dado en ln época colonial. Tstas contradicciones son las que explican la sutileza de un debate que va a girar, basicamente, en torno a tres aspectos: quienes habfan Fee ea independencia, la oportunidad de éstaen el momento en el que se habfa Ilevado a cabo y los motivos que habian impulsado a los insur- gentes a iniciar una guerra tan sangrienta y destructiva Sobre lo primero, para los conservadores, no parece haber dema- siadas dudas, eran “los hijos de los que habjan sacudido el ominoso yugo hhabjan hecho flamear en las torres de la sarraceno, los hijos de los que “AThamnbra las ensezias de Castilla sobre la vencida media luna’ los que se 1451 —————————— sobre lo que esta asuncién de los mitos nacionales espafioles més rancios como propios sighficaba, el autor de este dscurso, que lo es también de mno nacional mexicano, firma acontinuaciOn que se nies ‘encontrar la causa de nuestra emancipacién en el odio a la raza yono puedo creer que sts corazones abrigaran una pasién. sus propios padres’. No “era la nacién conquistada, sino otra enteramente nueva” la que se habia levantado en 1810. La inde- pendencia no habfa roto las cadenas puestas por Cortés ala nacign azte- casino las que atenazaban a una nueva sociedad, fuerte y vigorosa, que poco o nada tenfa que ver con aquella derrotada trescientos afios ats, Para los liberales el asunto es més complicado. Todo su discurso tiende a basarse en una retérica de la venganza por lo ocurrido en la conquista, una forma de pedir cuenta de los agravios cometidos a los descendientes de los conquistadores y de restaurar la antigua nacién derrotada, lo que chocaba, en muchos casos, con su herencia genética y, en casi todos, con su filiacién cultural. Esto no serd dbice para que, a pesar de los reclamos de los conservadores sobre que la independencia no fue ni “obra exclusiva de la raza indigena, ni tuvo por objeto restaurar el imperio azteca conquistado por Cortés en 1522”, sean continuas, por parte de ls liberals, las invocaciones a la independencia como re- paracién de la conquista, como venganza por los tres sglos de explota- cin del virreinato y como fin de la explotacion de los indigenas: A la sola voz de independencia, se enardecia stibitamente en todos los cespiritus la memoria, siempre viva, de las atrocidades de la conquistas la memoria de tres silos de vejaciones einjusticias, de tres siglos de humi- lacin de la raza india, de tres sighos de privacién de tantos bienes que la civilizacién podfa haber derramado en México.” ss, El segundo aspecto, el de la ‘oportunidad de la independencia, es el que resulta més sorprendente. En el debate historiografico mexicano de Ibs cuarenta-cincuenta se lleg6 a cuestionar, no la independencia, pero sf la oportunidad del momento en que se habfa hecho y las consecuen- Tas que tuvo. Cuestionamiento que comen6 a ser visible a finales de la década de los cuarenta cuando la intervencién norteamericana llev6 a plantearse, como yase ha dicho, sila independencia no abocaba al pats a fu desaparicién, absorbido por el expansionismo norteamericano, Hasta eas fechas, slo algunos periédicos espafioles en México, como por ejem- plo El Espanol en 1842, se habfan atrevido a preguntarse si, dados los Tnagros resultados politicos y econémicos obtenidos, haba merecido la pena la sangre derramada en la Independencia. En 1845 es un perisico francés, El Correo de Ultramar, el que afirma, referido a la situaci6n de México, que “no es todo provecho en las guerras de independencia’. Aunque en los propios sectores conservadores mexicanos es también perceptible, al menos ya desde mediados de esta década y coincidiendo on los intentos de restauracién mondrquica, el sentimiento de que en 1810 la nacién no estaba todavia preparada para la independencia y, sobre todo, que la guerra de independencia habia sido una rebeli6n ca6- 1a, sin objetivos precisos y definidos y bajo la direccién de unos caudi- los incapaces alos que se hacia responsables de las atrocidades y estragos ue el pais habia suftido. La invasién norteamericana de 1847 no hizo sino agudizar este sentimiento. El resultado més visible de la independencia parecta ser la pérdida de la mitad del territorio nacional y una sociedad en completa ancarrota social y moral.” A finales de 1851 es ya un periddico mexica- no, el conservador El Correo, el que se pregunta cual ha sido el saldo de Ja independencia para México: El cambio pues, nos ha ido fatal mos paz, riqueza, respetabilidad, todos éramos felices Hispanc vemos el miserable estado a que hemos venido; cuando a su sombs caiconttaib bay déimiembrado el treriavaniagadoetlcitill dernémbriclones, quick de prderlaiclonalldad, en concmuniill taen el interior, agobiados por la miseria mAs espantosa, sin consueloien lo presente, sin esperanza para el i porvenit [...}i la independencia?.° ne La respuesta a este i ' 2 ;qué hemos ganado?, a partir de los es Fe desde oe que se planten, rams que obvia: ads, Conclia atc re a ndepende rado un fracaso y que habfa llegado ora cde regan su proclamacién no habia sido un error. In afio después, con motivo una ver més de la 2 celebracién del de septiembre, otro periSdico conservador, El Omnibus, es todavia a el programa de las funciones que en él se celebran, indican lol primero asa stein esti yverdadeament deeper de pdblice,-anunciato degunio”Nada liabta que:cclebrar en: una Gil mérides que afos tras fio marcaba un escalin més en la decadencia a la nacién La larga sangriénen lucha por la independetcia y las deq cias que haba traido consigo se habian justifcado por ls bienes = pero !dénde easban or bienes prometidos! Para El Onnibs el panotl ma no pod set ms desl e omerio a, ogrculcu estancada, la industria sin futuro, la sociedad sin orden y si nado in headsets jaiigeechoy la cra nce por los indios barbaros y por las ambi j Se aoRe mbiciones de los Estados Unidos. Era el. {de qué le sirvié [a México] haber conqui aber conquistado su independencia? iLa ak ee sélo para usar mal de ella, y perderla al punto vergonzosamente? 1Se substrajo de la autoridad paterna, bajo la cual se le trataba como a hijo (e hijo muy considerado) -onsi para pasar al dominio de for que lo tratar4 como esclavo? ammo Se Fueron opiniones rechazadas violentamente por la prens iberal, El Monitor Republicano concluye uno de sus articulos de respuesta pre- vimdose qué culpa tiene de que ciertos entes quieran pasar por per- pero el sentimiento de crisis y desencanto debio de ser remente intenso en esos afios como para que incluso los propios Wiles acabasenjustficando la independencia por el valor de los hom- res que Ia llevaron a cabo y no por sus resultados: Nuestra independencia tiene sus mértires que la sancionaron con muerte en los campos de batalla, y con los sufrimientos inexplicables siinina muerte en el Cadalso, Nuestra independencia, enfin, fue proclae dee una manera heToica, que quizésno tiene ejemplo, Yen verdad, Ge de tan noble modo comienza no puede nunca ser un mal El tercer aspecto, el de los motivos para la independencia, afecta- ba casi exclusivamente a los conservadores. Para los liberales, la opresion iminacién espafiola sobre indios y criollos habfa sido de tal magni- ud, era tan evidente, que, quizés, lo Gnico que habria que explicar era porque no se habia producido antes. Habta sido la opresiGn politica, so- thalyreligiosa de Espafa la causa y el origen de Ia emancipacion. Para los Coneervadores, por el contrario, que negaban tanto la explotacion del indigena como la marginacin del croll, “Ilamado por la ley @ ocupat fos mismos puestos que sus padres, con las prerrogativas del vencedor de quien descendia, era legalmente igual a los sefiores del pat”, afirmar que la opresién espaftola habfa sido el origen del movimiento insurgente ay séle una muestra de ignorancia histérica. Pero si en el origen. del movimiento insurgente no estaban la opresién y la explotacion espaho- las cémo explicar y justificar una independencia que no sdlo habfa teni- lugar sino que, ademis, se consideraba positiva ynecesaria. En general para los conservadores los motivos tenfan que ver con Ja distancia, que haba hecho que una misma raza trasplantada a un suelo distinto hubie- rn acabado por adquirir costumbres, peculiaridades ¥ gustos distintos @ los de la raza de origen. La convivencia se habja ido haciendo cada vez 11494 ee ere eee eee eee wdrcace vs. Fiemieos ——_—___________ me y Eas leyes comunes cada vez eran menos adecuadas as necesidades del virreinato por lo p un gobi que se hizo necesario un gobi eeranoy propio Tet es que habia deseocdo en ur i le i ici te independencia que, quizés, podria haberse evitado si los mor a espafolesno hubiesen cerrado s coal lir América en reinos independk lie bajo el gobierno de personas de la familia real. Hubiera sido, segtn ena vision, posible y deseable una independencia pactada, de separacion mists, en Ta que las dos ramas de una misma familia habian seguida

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