Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Andre Barbault Saturno
Andre Barbault Saturno
André Barbault
Cuando viene el segundo retorno cíclico de la sesentena, se pasa a los hijos de los
hijos siendo abuelo/a, mientras que desaparecen sus propios progenitores; es
también la edad del retiro, de perfecta concordancia saturnina. Así se presenta, en
escorzo, el escenario genérico de la ciclicidad saturnina. Esta última
interpretación, se la podría haber pensado antes, ya que es por demás evidente.
Herodoto decía ya saber por medio de los sacerdotes egipcios que un siglo
comprende tres generaciones y este ritmo treintanario es, con el ciclo lunar
femenino mensual, el más sorprendente de los ciclos psico-socio-históricos. ".... la
mayoría de los sociólogos e historiadores europeos están de acuerdo con Quetelet,
en treinta años de generación sucesiva...", declara nuestro gran sociólogo francés
Gaston Bouthout en su clásico "Tratado de Sociología". Podríamos seguir con
parecidos argumentos, lo importante es que tenemos aquí verdaderamente, el
símbolo vuelto, es el caso decirlo, carne y hueso, ¡un Saturno descendido en la
tierra!
Cuando se da el caso que el psicoanálisis da cuenta del carácter del individuo que
oralmente fue satisfecho, pinta un cuadro de buen vivan, consumista
despreocupado, expandido en la alegría que dilata y la simpatía cálida: una réplica
típica del jupiteriano. En individuos no satisfechos, el cuadro no puede ser más
saturnino: el tono gris de un humor huraño y una falta de ímpetu: un ser más bien
lento y poco dado al esfuerzo, menos inclinado a crecer que a protegerse y a
replegarse en sí mismo. Aprovechemos para evocar algunos estados similares
asociados al astro: esterilidad, delgadez, restricciones, carencias, penurias, el
hambre, la pobreza; la falta, resumiendo, percibida como pérdida. Para acabarlo
de decir, la familia de los quejosos.
Pero, muy a menudo el Saturno que nos habita es vivido inconscientemente y más
que nada, lo padecemos. Es él que nos hace volver psíquicamente al estadio oral de
nuestra primera infancia. Tal tipo de regresión choca al tejido afectivo del ser. Este
se encuentra ante un problema de avidez, tendencia captadora sujeta a bloquearse
o a salir de la opresión bajo los aspectos de un Jano original anorexia/bulimia.
Por los golpes de hoz saturninos, el abandónico tiene en efecto, dos maneras de
actuar: como renunciante y como reivindicante. El primero, acepta el abandono, se
resigna a largar prenda, soportando el desapego como una falta que hay que
olvidar, una pérdida a esponjar; se vuelve maduro de forma precoz, hasta el punto
de ser a veces demasiado viejo desde muy pequeño; anoréxico afectivo, toma el
camino del desapego personal y es, a su manera, una roca. Chupándose el dedo y
aferrándose al delantal materno, el segundo es un mal destetado que se engancha
obstinadamente, fijado a lo que quiere obtener, queriendo llenar un vacío, y
"llenándose". El contrariamente es un ser que no sale de la infancia, bulímico, con
problemas maternos, algo larvoso, muy a menudo un alma a la deriva, expuesta al
naufragio interior.
A los primeros los conocemos bien, pero ¿hemos examinado bien a los segundos?
Lo que distingue esencialmente a las dos ramas de esta misma familia, donde está
muy claro el clivaje sobriedad-intemperancia, es una polarización soli-uraniana,
activa y seca entre los primeros, luni-neptuniana, pasiva y húmeda entre los
segundos.
* - el anoréxico - el bulímico
* - el renunciador - el reivindicador
* - el distanciado - el aferrado
* - el indiferente - el celoso
* - el insensible - el hipersensible
* - el asceta - el buen vivan
* - el dimisionario - el que va hasta el límite
* - el escéptico - el fanático
* - el verdugo - el indolente
* - el desesperado - el libertino
* - el impersonal - el egocéntrico
* - el desinteresado - el cupido
* - el sobrio - el intemperante
etc.
Así tenemos entre las mujeres saturninas, una que lo quiere todo, la ávida Simone
de Beauvoir, y una que renuncia a todo, la asceta Simone Weil.
Estos dos polos interfieren como la noche y si bien el saturnino corriente no está
alineado automáticamente alineado sobre la totalidad de una u otra de estas
columnas, cada cual teniendo una composición mezclada que lo personaliza, como
la piel rayada de una cebra. Es así que en el renunciamiento, a veces hay avidez,
como el gusto del martirio, verdadera sed de sufrimiento de la saturnina Teresa de
Lisieux. Si bien esta avidez viene de un lado reivindicador, es por ejemplo
frecuente de ver la ambición - aspiración superior de apagar una sed de existir -
dominar en el renunciador, que sabe, a distancia, darle un carácter impersonal. Lo
mismo, esta vez en el fracaso, con la esclavitud de la avaricia - pecado capital de
Saturno - fruto de una introyección donde el ser se coagula sobre el tener, el avaro
estando por identificación, fosilizado sobre su tesoro, último sustituto de su
biberón. Entre lo sórdido de la avaricia y la grandeza de la ambición, la avidez
tiene más de una vuelta en su saco para satisfacerse, porque ella también lo mismo
hace al verdugo del trabajo - una bulimia de trabajo - que al ocioso parásito, al
celoso invasor y devorador, al conservador, al coleccionista, el erudito, etc.,
hambrientos de toda clase.
De todos los cuerpos celestes del septenario tradicional, Saturno es el astro que
tiene los más extremos contrastes de valores. Se debe a su disposición de Jano, este
dios de doble cara que dio nombre al décimo satélite del planeta. ¿Que hay más
alejado, cualitativamente, que el mendigo, supremo mal destetado, suspendiendo
su miserable vida cotidiana por el acto de hacerse nutrir por los otros, y el
anacoreta, tan distante de sus necesidades, librados de ellos mismos en un
desapego supremo?. Inmensa también es la fosa que separa lo mejor de lo que
procura intelectualmente y lo peor de lo que él desencadena instintivamente. Es a
él que le debemos las cimas de la vida del espíritu y los más altos edificios del
pensamiento en todas las esferas de la cultura. Si está en lo más alto, al mismo
tiempo se lo encuentra en lo más bajo. Es él que nos hace ceder a nuestros más
viejos demonios interiores. Nada más apropiado, por ejemplo, que su disonancia
con Marte-Plutón para deshumanizar al ser haciendo regresar sus pulsiones
agresivas al estado arcaico, de un "la edad de piedra", dados a los estragos de una
devastación monstruosa, el superyo habiendo movilizado contra el yo toda la
energía salvaje del eso.. La elevación y la caída...
Pues sí, hablar de Saturno no es como para alegrarse, y hacerlo, sobre todo en el
lenguaje vetusto de los antiguos y frente a un Júpiter gran Zorro, dispensador de
felicidades, este maléfico genio del mal, gran maestro de los sufrimientos y artista
del dolor que encadena a sus víctimas a la rueda de la infelicidad...
-....¡revelémonos contra Saturno! - no puede más que indisponer y llama, estoy de
acuerdo, a una saludable reacción. Dejo a otros la tarea de ir más allá de esta
oración fúnebre. Pero atención. ¡Que no se escamotee este realismo bajo ningún
pretexto! ¿Qué cara pone usted ante el golpe de una pérdida de dinero, una pena
de amor, un fracaso profesional o una enfermedad, esas banalidades saturninas
negativas?
www.astrofaes.org