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Sociología

Max Weber

Poder
El concepto de poder significa la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro
de una relación social, aún contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de
esa probabilidad. El concepto de poder es sociológicamente amorfo.
Dominación
Por dominación debe entenderse la probabilidad de encontrar obediencia a un
mandato de determinado contenido entre personas dadas; por disciplina debe entenderse
la probabilidad de encontrar obediencia para un mandato por parte de un conjunto de
personas que, en virtud de actitudes arraigadas, sea pronta, simple y automática. La
disciplina encierra el concepto de una “obediencia habitual” por parte de las masas sin
resistencia ni crítica.
Asociación de dominación

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La situación de dominación está unida a la presencia actual de alguien mandando
eficazmente a otro. Esto es una asociación de dominación, en la que los miembros de esta
están sometidos a relaciones de dominación en virtud del orden vigente. Una asociación es
siempre en algún lado asociación de dominación por la simple existencia de su cuadro
administrativo.
Asociación política
Una asociación de dominación debe llamarse asociación política cuando su
existencia y validez, dentro de un ámbito geográfico determinado, estén garantizados de un
modo continúo por la amenaza y aplicación de la fuerza por parte de su cuadro
administrativo.
Estado
Por estado debe entenderse a un instituto político de actividad continuada, cuando
su cuadro administrativo mantenga con éxito la pretensión al monopolio legítimo de la
violencia para el mantenimiento del orden vigente.
Caracteriza hoy formalmente al estado el ser un orden jurídico y administrativo
cuyos preceptos pueden variarse del cuadro administrativo y el cual pretende validez de
toda acción ejecutada en el territorio a que se extiende la dominación. Ese carácter
monopólico del poder estatal es una característica tan esencia de la situación actual como lo
es su carácter de instituto racional y de empresa continuada.
Tipos de dominación
Las formas de legitimidad
No toda dominación se sirve del medio económico, ni toda dominación tiene fines
económicos. Toda dominación sobre una pluralidad de hombres requiere de un modo
normal un cuadro administrativo, es decir, la probabilidad, en la que se pueda confiar, de
que se dará una actividad, dirigida a la ejecución de sus ordenaciones generales y mandatos
concretos por parte de un grupo de hombres cuya obediencia se espera.
En lo cotidiano domina la costumbre y con ella intereses materiales, utilitarios, tanto
en esta como en cualquier otra relación. Pero la costumbre y la situación de intereses, no
menos que los motivos puramente afectivos y de valor, no pueden representar los
fundamentos en que la dominación confía. Entonces se les añade otro factor: la creencia en
la legitimidad. La legitimidad de una dominación debe considerarse sólo como una
probabilidad, la de ser tratada prácticamente como tal y mantenida en una proporción
importante.
Existen tres tipos de dominación legítima. El fundamento primario de su legitimidad
puede ser:
De carácter racional: descansa en la creencia en la legalidad de ordenaciones
estatuidas y de los derechos de mando de los llamados por esas ordenaciones a ejercer la
autoridad (autoridad racional). Se obedecen las ordenaciones impersonales y objetivas
legalmente estatuidas y las personas por ellas designadas, en méritos éstas de la legalidad
formal de sus disposiciones dentro del círculo de su competencia.
De carácter tradicional: descansa en la creencia cotidiana en la santidad de las
tradiciones que rigieron desde lejanos tiempos y en la legitimidad de los señalados por esa

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tradición para ejercer la autoridad (autoridad tradicional). Se obedece a la persona del señor
llamado por la tradición y vinculado por ella por motivos de piedad, en el círculo de lo que
es consuetudinario.
De carácter carismático: descansa en la entrega extracotidiana a la santidad,
heroísmo o ejemplaridad de una persona y a las ordenaciones por ella creadas o relevadas
(autoridad carismática). Se obedece a la persona carismáticamente calificada por razones de
confianza personal en la revelación, ejemplaridad o heroicidad, dentro del círculo en que la
fe en su carisma tiene validez.

Louis Althusser

Acerca de la reproducción de las condiciones de producción


La condición final de la producción es la reproducción de las condiciones de
producción. Para existir, toda formación social, al mismo tiempo que produce y para poder
producir, debe reproducir las condiciones de su producción:
 Las fuerzas productivas
La reproducción de la fuerza de trabajo se opera, en lo esencial, fuera de la
empresa. Esta se asegura dándole a la fuerza del trabajo el medio material para que se
reproduzca: el salario. El salario figura en la contabilidad de la empresa, pero no como
condición de la reproducción del material de la fuerza de trabajo, sino como “capital de
mano de obra”. Sin embargo, no basta con asegurar a la fuerza de trabajo las condiciones
materiales de su reproducción para que se reproduzca como tal. Esta debe ser competente
y calificada; esta reproducción de la calificación de la fuerza de trabajo tiende a asegurarse
no ya “el lugar de trabajo”, sino por medio del sistema educativo capitalista y de otras
instancias e instituciones.
Rol de la escuela
En la escuela no solo se aprenden técnicas y conocimientos (habilidades), sino que
también se aprenden las reglas del buen uso, es decir de las conveniencias que debe
observar todo agente de la división del trabajo, según el puesto que esta “destinado” a
ocupar: reglas de moral y de conciencia cívica y profesional, lo que significa en realidad
reglas del respeto a la división social-técnica del trabajo, y en definitiva, reglas del orden
establecido por la dominación de clase.
La reproducción de la fuerza de trabajo no sólo exige una reproducción de su
calificación sino, al mismo tiempo, la reproducción de su sumisión a las reglas del orden
establecido, es decir una reproducción de su sumisión a la ideología de dominante por
parte de los agentes de la explotación y la represión, a fin de que aseguren también “por la
palabra” el predominio de la clase dominante.

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La reproducción de la clasificación de la fuerza de trabajo se asegura en y bajo las
formas de sometimiento ideológico, con lo que reconocemos la presencia eficaz de una nueva
realidad: la ideología.
 Las relaciones de producción existentes
Las relaciones de producción están aseguradas, en gran parte, por el ejercicio del
poder de Estado en los aparatos de Estado, por un lado (represivo) de Estado, y por el otro
los aparatos ideológicos de Estado.
El rol del aparato represivo de Estado consiste esencialmente en tatno aparato
represivo, en asegurar por la fuerza (sea o no física) las condiciones políticas de
reproducción de las relaciones de producción que son, en última instancia, relaciones de
explotación. El rol de la ideología dominante, la de la clase dominante, se asegura de la
“armonía” entre el aparato represivo de Estado y los aparatos ideológicos de Estado y entre
los diferentes aparatos ideológicos de Estado.
Todos los aparatos ideológicos de Estado, sean cuales fueren, concurren al mismo
resultado: la reproducción de las relaciones de producción, es decir, las relaciones
capitalistas de explotación. Cada uno de ellos concurre a ese resultado único de la manera
que le es propia.
Con el aprendizaje de algunas habilidades recubiertas en la inculcación masiva de la
ideología de la clase dominante, se reproduce gran parte de las relaciones de producción de
una formación social capitalista, es decir, las relaciones de explotados a explotadores y de
explotadores a explotados. Naturalmente, los mecanismos que producen este resultado vital
para el régimen capitalista están recubiertos y disimulados por una ideología de la escuela
universalmente reinante.
¿Qué es una sociedad? Infraestructura y superestructura.
Según Marx la estructura de toda sociedad está constituida por “niveles” o “instancias”
articuladas por una determinación específica: la infraestructura o base económica, y la
superestructura, que comprende dos “niveles” o “instancias”: la jurídico-política (el derecho y
el Estado) y la ideología (las distintas ideologías, religiosa, moral, jurídica, etc.). De esta
forma lo que pasa en la superestructura es determinado por lo que ocurre en la base
económica.
Althusser plantea que a partir de la reproducción resulta posible y necesario pensar
en lo que caracteriza lo esencial de la existencia y la naturaleza de la superestructura.
El Estado
En la tradición marxista el Estado es concebido explícitamente como aparato
represivo. El Estado es una “máquina” de represión que permite a las clases dominantes
asegurar su dominación sobre la clase obrera para someterla al proceso de extorsión de la
plusvalía. Dentro de la denominación de “aparato de Estado” se incluye también al ejército,
que interviene directamente como fuerza represiva de apoyo. El aparato de Estado, que se
define como fuerza de ejecución e intervención represiva “al servicio de las clases
dominantes”, en la lucha de clases librada por la burguesía y sus aliados contra el
proletariado, es realmente el Estado y esto define su “función” fundamental.
Aparatos ideológicos de Estado

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Se designa con el nombre de aparatos ideológicos de Estado cierto número de
realidades que se presentan al observador inmediato bajo la forma de instituciones distintas
y especializadas. Existe una pluralidad de aparatos ideológicos de Estado, que además en su
mayoría provienen del dominio privado.
La distinción entre lo público y lo privado es una distinción interna del derecho
burgués, valida en los dominios donde el derecho burgués ejerce sus “poderes”. No alcanza
al dominio del Estado, pues éste está “más allá del Derecho”: el Estado, que es el Estado de
la clase dominante, no es ni público ni privado; por el contrario, es la condición de toda
distinción entre público y privado. De todas maneras, poco importa si las instituciones que
los materializan son “públicas” o “privadas”; lo que importa es su funcionamiento.
Los aparatos ideológicos de Estado funcionan masivamente con la ideología como
forma predominante pero utilizan, secundariamente y en situaciones límites, una represión
muy atenuada, es decir simbólica.
Si los aparatos ideológicos “funcionan” masivamente con la ideología como forma
predominante, lo que unifica su diversidad es ese mismo funcionamiento, en la medida en
que la ideología con la que funcionan, en realidad está siempre unificada, a pesar de su
diversidad y sus contradicciones, bajo la ideología dominante, que es la de “la clase
dominante”. Ninguna clase puede tener en sus manos el poder de Estado en forma duradera
sin ejercer al mismo tiempo su hegemonía sobre y en los aparatos ideológicos de Estado. Los
aparatos ideológicos de Estado pueden no sólo ser objeto sino también lugar de la lucha de
clases, y a menudo de formas encarnizadas de lucha de clases.
El aparato ideológico dominante en la sociedad capitalista actual es el aparato
escolar, reemplazando a la Iglesia.

Michel Foucault

Foucault no habla de poder como conjunto de instituciones y aparatos que


garantizan la sujeción de los ciudadanos en un Estado determinado. Plantea que por poder,
hay que comprender, primero, la multiplicidad de las relaciones de fuerza inmanentes y
propias del dominio en que se ejercen, y que son constitutivas de su organización. El poder
no es una institución, y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos
estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una
sociedad dada.
Omnipresencia del poder: no porque tenga el privilegio de reagruparlo todo bajo su
invencible unidad, sino porque se está produciendo a cada instante, en todos los puntos, o
más bien en toda relación de un punto con otro. El poder está en todas partes; no es que lo
englobe todo, sino que viene de todas partes.
El poder no es algo que se adquiera, arranque o comparta, algo que se conserve o se
deje escapar; el poder se ejerce a partir de innumerables puntos, y en el juego de relaciones
móviles no igualitarias.

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El poder viene de abajo: es decir, que no hay, en el principio de las relaciones de
poder, una oposición binaria y global entre dominadores y dominados, reflejándose esa
dualidad de arriba a abajo y en grupos cada vez más restringidos, hasta las profundidades
del cuerpo social. Las grandes dominaciones son los efectos hegemónicos sostenidos
continuamente por la intensidad de todos esos enfrentamientos.
Las relaciones de poder no están en posición de exterioridad respecto de otros tipos
de relaciones, sino que son inmanentes. Las relaciones de poder son a la vez intencionales y
no subjetivas.
Donde hay poder hay resistencia, y no obstante, ésta nunca está en posición de
exterioridad respecto del poder. Los puntos de resistencia están presentes en todas partes
dentro de la red de poder. Dentro de las relaciones de poder hay que analizar los
mecanismos del poder.
Reglas del poder
1) Regla de inmanencia: entre técnicas de saber y estrategias de poder no existe
exterioridad alguna, incluso si poseen su propio papel específico y se articulan una con otra,
a partir de su diferencia.
2) Reglas de las variaciones continuas: se trata de buscar el esquema de las
modificaciones que las relaciones de fuerza implican. Las “distribuciones de poder” o las
“apropiaciones de saber” nunca representan otra cosa que cortes instantáneos de ciertos
procesos, ya de refuerzo acumulado del elemento más fuerte, ya de inversión de la relación,
ya de crecimiento simultáneo de ambos términos. Las relaciones de poder-saber no son
formas establecidas de repartición sino “matrices de transformaciones”.
3) Regla de doble condicionamiento: ningún “esquema de transformación” podría
funcionar sin inscribirse al fin y al cabo, por una serie de encadenamientos sucesivos, en una
estrategia de conjunto. Inversamente, ninguna estrategia podría asegurar efectos globales si
no se apoyara en relaciones precisas y tenues que le sirven, si no de aplicación y
consecuencia, sí de soporte y punto de anclaje. La familia no reproduce a la sociedad; y
ésta, a su vez, no la imita.
4) Regla de la polivalencia táctica de los discursos: poder y saber se articulan por
cierto en el discurso. Y por esa misma razón, es preciso concebir el discurso como una serie
de segmentos discontinuos cuya función táctica no es uniforme ni estable. Existe una
multiplicidad de elementos discursivos que pueden actuar en estrategias diferentes. El
discurso transporta y produce poder; lo refuerza pero también lo mina, lo expone, lo torna
frágil y permite detenerlo. No existe el discurso del poder por un lado y, enfrente, otro que
se le oponga. Los discursos son elementos o bloques tácticos en el campo de las relaciones
de fuerza; puede haberlos diferentes e incluso contradictorios en el interior de la misma
estrategia; pueden por el contrario circular cambiando de forma entre estrategias opuestas.

Se trata, en suma, de orientarse hacia una concepción del poder que reemplaza el
privilegio de la ley por el punto de vista del objetivo, el privilegio de lo prohibido por el
punto de vista de la eficacia táctica, el privilegio de la soberanía por el análisis de una
campo múltiple y móvil de relaciones de fuerza donde se producen efectos globales, pero
nunca totalmente estables, de dominación. El modelo estratégico y no el modelo del
derecho.

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Es necesario pensar al instinto no como un dato natural, sino como una elaboración
todo un juego complejo entre el cuerpo y la ley, entre el cuerpo y los mecanismos culturales
que aseguran el control sobre el pueblo.
¿Cómo podríamos intentar analizar el poder en mecanismos positivos? Podemos
encontrar en el Capital que existen varios poderes. Por poderes, quiere decir, formas de
dominación, formas de sujeción que operan localmente. Se trata siempre de formas locales
de poder, que poseen su propia modalidad de funcionamiento, procedimiento y técnica.
Todas estas formas de poder son heterogéneas. No podemos entonces hablar de poder, si
queremos hacer análisis del poder, sino que debemos hablar de los poderes o intentar
localizarlos en sus especificidades históricas y geográficas. Entonces aparece una segunda
preocupación, una segunda necesidad; encontrar un mecanismo de poder tal que al mismo
tiempo que controlase las cosas y las personas hasta en sus más mínimos detalles, no fuese
tan oneroso ni esencialmente predatorio, que se ejerciera en el mismo sentido que el
proceso económico.
Rol de la escuela
En otro lugar en el cual vemos aparecer una nueva tecnología disciplinar es en la
educación. Fue primero en los colegios y después en las escuelas secundarias donde vemos
aparecer esos métodos disciplinarios donde los individuos son individualizados dentro de la
multiplicidad. El colegio reúne millares de escolares y se trata entonces de ejercer sobre
ellos un poder que será justamente mucho menos oneroso que el poder del preceptor que
no puede existir sino entre alumno y maestro. Clasificar a los individuos de tal manera, que
cada uno esté exactamente en su lugar, bajo los ojos del maestro o en la
clasificación/calificación o el juicio que hacemos sobre cada uno de ellos.
Técnicas de individualización del poder
Disciplina es, en el fondo, el mecanismo del poder por el cual alcanzamos a
controlar en el cuerpo social hasta los elementos más tenues por los cuales llegamos a tocar
los propios átomos sociales, esto es, los individuos.
La tecnología individualizante del poder es una tecnología que enfoca a los
individuos hasta en sus cuerpos, sus comportamientos; se trata de una especie de anatomía
política, de anátomo-política, una política que hace blanco en los individuos hasta
anatomizarlos. El siglo XVIII descubrió esa cosa capital: que el poder no se ejerce
simplemente sobre los individuos entendidos como sujetos-súbditos, sino que aquello sobre
lo que se ejerce el poder es la población.
Una población posee una natalidad, una mortalidad, una población tiene una curva
etária, una pirámide etaria, tiene una morbilidad, tiene un estado de salud, una población
puede perecer o al contrario puede desarrollarse. El descubrimiento de la población es, al
mismo tiempo que el descubrimiento del individuo y del cuerpo adiestrable, para Foucault,
otro gran núcleo tecnológico en torno al cual los procedimientos políticos se transformaron;
se inventó en ese momento, en oposición a la anátomo-política, la bio-política.
Es en el nacimiento de la bio-política donde surgen cuestionamientos relacionados
con la reproducción de la población, las cuestiones de salud, la higiene pública, etc.

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Por lo tanto, hay dos grandes revoluciones en la tecnología del poder:
descubrimiento de la disciplina y descubrimiento de la regulación, perfeccionamiento de
una anátomo-política y perfeccionamiento de una bio-política.

La vida se hace a partir del siglo XVIII, objeto de poder, la vida y el cuerpo. Antes
existían sujetos, sujetos jurídicos, a quienes se les podía retirar los bienes, y la vida además.
Ahora existen cuerpos y poblaciones. El poder se hace materialista.

Henri Lefebvre

Es sabido que el término “ideología” procede de una escuela filosófica que tuvo
influencia e importancia en Francia. Para los filósofos de esta escuela hay una ciencia de las
ideas, es decir, de los conceptos abstractos, que estudia su génesis y puede reconstruirla
íntegramente a partir de sensaciones. Esta ciencia de las ideas se denomina ideología, y los
filósofos que profesan esta doctrina se denomina a sí mismos ideólogos.
Marx transformó el sentido del término. La palabra se convirtió en peyorativa. No
designaba solamente una teoría explicativa, sino la cosa misma a explicar. Para Marx y
Engels, el objeto estudiado se convierte en un conjunto de representaciones características
de una época y de una sociedad. El primer sentido del término no desaparece.
Transparencia quiere decir presencia, y se distingue de la representación hasta el
punto de oponerse a ella.
Así, para Marx, la conciencia (social) que nace de una praxis solamente es un fiel
reflejo de la misma en situaciones muy definidas: cuando la propia praxis no se rodea de
velos místicos y las relaciones entre los seres humanos siguen siendo directas, sin
intermediarios “opacos”. Las praxis sociales, en estructuras sociales y modos de producción
determinados, producen representaciones. Estas representaciones hacen que aumente o
disminuya la falta de transparencia de una sociedad. La realidad social, es decir, los hombres
y los grupos humanos en sus interacciones, produce apariencias, que más que otra cosa son
ilusiones sin consistencia alguna. Las apariencias tienen una realidad, y la realidad trae
consigo apariencias.
La mercancía tiene un carácter místico: existe sólo para los seres humanos, en sus
relaciones, y , sin embargo, existe fuera de los seres humanos, pesa sobre sus relaciones, e
incluso, los lleva por el camino de la cosa (abstracta). La no transparencia (la opacidad) de la
sociedad, es, pues, un hecho social, o más bien socio-económico. Solamente la praxis
revolucionaria, que articula la teoría (verdadera) y la acción (práctica verificadora), restablece
las condiciones de una transparencia alterada durante un largo período histórico. La praxis
revolucionaria elimina las condiciones de las representaciones ilusorias, producto de las
condiciones que se pretendía que explicaban. Ser consciente impone a la conciencia una
diferencia por relación a sí misma: lo refleja y lo percibe de manera distinta a como es. Estas

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representaciones ilusorias de la realidad, cuyo carácter ilusorio viene exigido por esa misma
realidad, se refieren ya a la naturaleza y a las relaciones del hombre con la naturaleza, ya las
relaciones entre los seres humanos mismos. La ideología se reduce pues a una
representación errónea de la historia. Toda ideología es un conjunto de errores, de
ilusiones, de mixtificaciones, explicables a partir de lo que deforma y transpone: la historia.
El estudio de las ideologías da lugar, pues, a una crítica radical y a una explicación
histórica exhaustiva. La moral, la religión, la metafísica y los restantes aspectos de la
ideología, las formas correspondientes de la conciencia, sólo tienen una apariencia de
independencia. Carecen de historia; carecen de desarrollo, es decir, no poseen autonomía
alguna por relación a la producción y a los cambios materiales entre los seres humanos. No
es la conciencia lo que determina la vida, sino la vida lo que determina la conciencia. Hay
sólo dos maneras de comprender la historia. O bien se parte de la conciencia y la realidad
escapa, o bien se parte de la vida real y a la vez se llega a ella y se explica esta conciencia
que carece de toda realidad.
“Donde termina la especulación sobre la vida real empieza la ciencia real, positiva: la
representación de la actividad práctica, del proceso de desarrollo práctico de los hombres”
Este proceso se basta a sí mismo. Posee en sí la realidad y la racionalidad.
La ideología, una vez relacionada con sus condiciones reales, deja de ser
enteramente una ilusión y una completa falsedad. ¿En qué consiste? En una teoría que
ignora sus presuposiciones, su base y su sentido, que pervive sin una relación real con la
acción, es decir, que carece de consecuencias o cuyas consecuencias se apartan de lo
esperado y de las previsiones. El fundamento se convierte en algo verdaderamente histórico
y sociológico: se trata de la división del trabajo y, también, del lenguaje.
El lenguaje es tan antiguo como la conciencia. No hay conciencia sin lenguaje, pues
el lenguaje es la conciencia real, práctica, que existe para otros hombres, y que, por tanto,
existe también para el ser que se haya convertido en ser consciente. El lenguaje no es
solamente el medio o el instrumento de una conciencia preexistente, descubre Marx. Es el
medio natural y social a la vez de la conciencia; es la existencia de esta. La conciencia, ligada
indisolublemente al lenguaje, es, pues, una obra social. La conciencia humana comienza con
una conciencia animal, sensible. De la naturaleza, y ellos a pesar de ser ya social. Esto da
lugar a la primavera mixtificación: la religión de la naturaleza; disfraza las todavía
elementales relaciones sociales de relaciones naturales, e inversamente. Semejante
“conciencia tribal” no se libera de su tosquedad y de su ilusión inicial más que con el
acrecentamiento de la productividad, con el perfeccionamiento de los instrumentos y el
aumento de las necesidades y de la población. Entonces la división del trabajo, que al
principio era sólo biológica, se convierte en división técnica y social. Las divisiones del
trabajo se suceden y se superponen unas a otras. En lo que se refiere a la formación de las
ideologías, la división más importante es la que separa el trabajo material del trabajo
intelectual, la acción creadora y la acción sobre los seres humanos por medio de
instrumentos no materiales, entre los cuales figura ante todo el lenguaje mismo. A partir de
este momento, la conciencia puede liberarse de la realidad y construir abstracciones, teoría
pura. Las representaciones elaboradas sustituyen a la conciencia inmediata, de la que se usa
y abusa a la vez, que permanecía a nivel de lo sensible o de lo natural. Estas
representaciones constituyen teorías. No se trata de representaciones flotantes aisladas, sino
de ideas a las que los “ideólogos” tratan de dar una forma coherente. Los individuos que
actúan en la praxis, con sus medios de acción, pesan sobre la conciencia. Hay que tener en

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cuenta, para comprender las ideologías, todo lo que ocurre en las altas esferas de las
sociedades consideradas.
Características de las ideologías
a) Parten de una determinada “realidad”, pero se trata de una realidad parcial y
fragmentaria, pues la totalidad se le escapa a la conciencia por el hecho mismo de las
condiciones limitadas y limitativas de esta conciencia; el movimiento y la historia escapan a
las voluntades en las condiciones en que estas voluntades intervienen.
b) Las ideologías refractan la realidad a través de las representaciones ya existentes,
seleccionadas por los grupos dominantes y admitidas por ellos.
c) A la totalidad real, la de la praxis (de la cual parten, mutilándola) sustituyen pues
una totalidad abstracta, irreal, ficticia. Las proporciones, por decirlo así, de realidad y de la
irrealidad que entran en las ideologías varían según las épocas, las condiciones y las
relaciones de clase. Toda gran ideología tiende hacia la mayor generalidad: hacia la
universalidad.
d) Las ideologías poseen, pues, este carecer doble: general, especulativo y abstracto
por una parte, y, por otra, representativo de intereses definidos, limitados y particulares.
Las ideologías, consiguientemente, ignoran sus exactas relaciones con la praxis: por
una parte, sus condiciones y sus postulados¸ por otra, sus consecuencias. Al mismo tiempo,
las ideologías no pueden separarse de la praxis. Las representaciones ideológicas son
siempre instrumentos en la lucha de los grupos y de las clases. Pero sólo intervienen
eficazmente disfrazando los intereses y los objetivos de estos agrupamientos y elevándolos
al nivel de la totalidad y la universalidad.
e) Al tener un punto de partida y de apoyo en la realidad (la praxis) o, más bien, en
la medida en que lo tienen, las ideologías no son enteramente falsas. Según Marx, es
conveniente distinguir entre la ideología, la ilusión y la mentira, o bien entre la ideología, el
mito y la utopía. En la historia de las ideologías, las representaciones ilusorias y engañosas
se mezclan a veces de modo indescifrable con los conceptos, a los que sirven de vehículo, a
los que recubren, a los que ahogan o bien, por el contrario, a los cuales permiten aparecer.
Sin embargo, elaboran conceptos nuevos, destinados a integrarse en el conocimiento y en
la praxis revolucionaria, y entre ellos el concepto del movimiento dialéctico.
f) Las ideologías implican, pues, abstracciones no científicas, mientras que los
conceptos son abstracciones científicas. Pero no permanecen en la nube de la abstracción.
Retornan hacia la praxis, aunque ahora es preciso especificar como. Intervienen dos
maneras: mediante la coerción y mediante la persuasión. La conciencia social, conciencia de
una praxis múltiple y contradictoria, cambia sólo por este camino: mediante la adquisición
de palabras y de locuciones nuevas que eliminan las estructuras periclitadas del lenguaje. EL
lenguaje no suscita lo que los hombres han de decir. Lo que los hombres dicen procede de
la praxis: del trabajo y de la división del trabajo, de los actos y de las luchas reales. Las
ideologías constituyen la mediación entre la praxis y la conciencia (es decir, el lenguaje). La
teoría verdadera, es decir, la teoría revolucionaria, debe también formar su lenguaje, hacer
que penetre en la conciencia social; encuentra condiciones favorables cuando una clase
ascendente está madura para percibir ese lenguaje nuevo y para recibir los nuevos
conceptos. El pensamiento y el lenguaje no forman una espera independiente. EL problema
posee, pues, aspectos múltiples: el lenguaje existente, las ideologías, la praxis, las clases y su
acción. Marx intenta situar el lenguaje en la praxis, por relación a las ideologías, a las clases,
a las relaciones sociales. El lugar del lenguaje es importante, pero en absoluto decisivo.

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Por otra parte, la ideología no pesa desde fuera sobre las consciencias individuales,
pues no es exterior a la vida real de los individuos. Las ideologías proporcionan el lenguaje
de la vida real, y consiguientemente no ejercen la presión coercitiva de lo social sobre lo
individual en el sentido de la ideología de Durkheim. Vista desde fuera, la ideología aparece
como un sistema cerrado y coherente. Vista desde dentro, se presenta a la fe, a la
convicción, a la adhesión. El individuo se entrega a la ideología y cree encontrarse a si
mismo en ella. En lugar de realizarse, se pierde, se aliena. El poder de las ideologías defiere
pues del poder de las “representaciones colectivas”.
Toda una sociedad, e incluso todo el poder, deben ser aceptados. Que no existe
sociedad alguna basada en la violencia pura es cosa que Marx y Engels repitieron muchas
veces. Todas las formas sociales han tenido una razón de ser en el crecimiento y en el
desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones sociales. La ideología obtiene pues
la aquiescencia de los oprimidos, de los explotados. La ideología les representa de una
manera que les arranca, además de las riquezas materiales, la aceptación o incluso la
adhesión “espiritual”.
Semejante situación no puede estabilizarse definitivamente, a pesar de que el
objetivo de la ideología sea este. Aparecen otras formas de consciencia y otras ideologías e
inician el combate. Solamente una ideología puede luchar contra otra ideología. Y así, el
“consenso” obtenido por una ideología en su época dorada se convierte en polvo. Se
disuelve ante la ideología, que lleva consigo una crítica de lo que existe y el proyecto de
algo nuevo.
Caracteres sociológicos de toda ideología
La ideología puede entrar en lo vivido, y ello a pesar de ser irreal y formal, a pesar
de ser parcial por la relación a la realidad humana tomada en su totalidad. De una manera
de ver el mundo, y de vivir una praxis, que es ilusoria y eficaz a la vez, ficticia y real.
La ideología explica y justifica cierto número de acciones y de situaciones que
necesitan verse explicadas y justificadas, y ellos tanto más cuanto que son absurdas e
injustas.
Otro carácter de la ideología es que es susceptible de ser perfeccionada. Una
ideología puede tener una “problemática”, pero sin que ello afecte a sus fundamentos. Se le
cambia, modificando los detalles, pero sin tocar lo esencial. La ideología permite despreciar
a quienes no la adoptan y naturalmente condenarlos. Se trata de una pseudo-totalidad, que
se encierra en sí misma a partir del momento en que tropieza con sus límites internos y
externos, los límites y las resistencias exteriores, En suma, se trata de sistema.
La apropiación de la naturaleza por los hombres se producía dentro del marco de la
propiedad, es decir, de la apropiación privativa por los grupos privilegiados, con exclusión
de otros grupos existentes en el seno de la sociedad o exteriores a ella, e implicando una
tensión y una lucha interminable.
A partir de la praxis revolucionaria consciente se articulan dialécticamente el
pensamiento y la acción, y la consciencia “refleja” la praxis, es decir, se constituye como
reflexión sobre la praxis. Hasta ese momento, el conocimiento tiene precisamente como
carácter el de no “reflejar” lo real, esto es, la praxis, sino de transponerlo, mutilarlo,
mezclarlo con ilusiones: ser una ideología.
La ideología, plenamente desarrollada, se ha convertido en un arma, y en un arma
manejada conscientemente en la lucha de clases: es una representación mistificadora de la
realidad social, de su movimiento, de sus tendencias ocultas, de su futuro. La ideologización
extrema va acompañada de una cierta “desideologización”. Pero este fenómeno negativo

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no lleva consigo la superación de la ideología; permite recrudecimientos bruscos,
adaptaciones, resurgimientos. La “desideologización”, por disgusto y pérdida de confianza
ante los excesos ideológicos, no es más que una caricatura de la transparencia que debería
realizar la praxis revolucionaria en relación con la elaboración teórica iniciada con la obra de
Marx.

Louis Althusser

Acerca de la ideología

Definición de ideología para Althusser: “un sistema (con su lógica y rigor propios) de
representaciones (imágenes, mitos, ideas o conceptos según los casos) dotados de una
existencia y un papel histórico en el seno de una sociedad dada”.
La ideología no tiene historia.
Una teoría de las ideologías se basa en última instancia en la historia de las
formaciones sociales, por lo tanto de los modos de producción combinados en ésta y de las
luchas de clases que en ellas se desarrollan.
No puede tratarse de una teoría de las ideologías en general, pues las ideologías
tienen una historia cuya determinación en última instancia se halla sin duda situada fuera de
las ideologías exclusivamente.
La tesis de que la ideología no tiene historia es en la ideología alemana una tesis
puramente negativa ya que significa a la vez;
1) La ideología no es nada en tanto que es puro sueño (fabricado no se sabe por
qué potencia, a menos que lo sea por la alienación de la división del trabajo, pero en tal
caso también se trata de una determinación negativa).
2) La ideología no tiene historia, lo cual no quiere decir en absoluto que no tenga
historia (al contrario, puesto que no es más que el pálido reflejo, vacío e invertido, de la
historia real), sino que no tiene historia propia.
Althusser sostiene que las ideologías tienen una historia propia (aunque esté
determinada en última instancia por una lucha de clases); y, por otro, sostiene al mismo
tiempo que la ideología en general no tiene historia, pero no en un sentido negativo (su
historia está fuera de ella), sino en sentido absolutamente positivo.
Es propio de la ideología el estas dotada de una estructura y un funcionamiento
tales que la constituyen en una realidad no-histórica, es decir omnihistórica. Están presentes
en lo que se llama la historia toda, como historia de las sociedades de clases.
Althusser toma las palabras de Freud diciendo que la ideología es eterna, igual que
el inconsciente, y agrega que esta comparación es teóricamente justificada por el hecho de
que la eternidad del inconsciente está en relación con la eternidad de la ideología en
general.
Tesis 1: la ideología representa la relación imaginaria de los individuos con sus
condiciones reales de existencia.
Comúnmente se dice de las ideologías religiosa, moral, jurídica, política, etc. que son
tantas “concepciones del mundo”. Se admite, a menos que se viva una de esas ideologías

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como verdad, que esa ideología de la que se habla desde el punto de vista crítico que esas
“concepciones del mundo” son en gran parte imaginarias, es decir, que no “corresponden a
la realdad”.
Se admite que aluden a la realidad, y que basta con “interpretarlas” para encontrar
en su representación imaginaria del mundo la realidad misma de ese mundo
(ideología=ilusión/alusión).
¿Por qué los hombres “necesitan” esta transposición imaginaria de sus condiciones
reales de existencia para “representarse” sus condiciones de existencia reales? No son sus
condiciones reales de existencia, su mundo real, lo que los “hombres” “se representan” en la
ideología sino que lo representado es ante todo la relación que existe entre ellos y las
condiciones de existencia. Tal relación es el punto central de toda representación ideológica
y por lo tanto imaginaria en el mundo real.
Toda ideología, en su formación necesariamente imaginaria no representa las
relaciones de producción existentes (y las otras relaciones que de allí derivan) sino ante todo
la relación (imaginaria) de los individuos con las relaciones de producción y las relaciones
que de ella resultan. En la ideología no está representado entonces el sistema de relaciones
reales que gobiernan la existencia de los individuos, sino la relación imaginaria de esos
individuos con las relaciones reales en que viven.
Tesis 2: la ideología tiene una existencia material
Cuando se refiere a los aparatos ideológicos del Estado y a sus prácticas, Althusser
dice que todos ellos son la realización de una ideología. En un aparato y sus prácticas,
siempre existe una ideología. Tal existencia es material.
Lo que pasa en los “individuos” que viven en la ideología, o sea con una
representación determinada del mundo cuya deformación imaginaria depende de su
relación imaginaria con sus condiciones de existencia, es decir, en última instancia, con las
relaciones de producción y de clase.
Mediante el dispositivo “conceptual” perfectamente ideológico así puesto en juego
(el sujeto dotado de una conciencia en que la forma o reconoce libremente las ideas en que
cree), el comportamiento (material) de dicho sujeto deriva de él naturalmente.
El individuo en cuestión se conduce de tal o cual manera, adopta tal o cual
comportamiento práctico y, además, participa de ciertas prácticas reguladas, que son las del
aparato ideológico del cual “dependen” las ideas que él ha elegido libremente, con toda
conciencia, en su calidad de sujeto.
La representación ideológica de la ideología está obligada a reconocer que todo
“sujeto” dotado de una “conciencia” y que cree en las “ideas” de su “conciencia” le inspira y
acepta libremente, debe “actuar según sus ideas”, debe por lo tanto traducir en los actos de
su práctica material sus propias ideas de sujeto libre. Si no lo hace, eso “no está bien”.
La ideología de la ideología reconoce, a pesar de su deformación imaginaria, que las
“ideas” de un sujeto humano existen o deben existir en sus actos, y si eso no sucede, le
proporciona otras ideas correspondientes a los actos que el sujeto realiza.
Esa ideología habla de actos: Althusser habla de actos en prácticas. Y destaca que
tales prácticas están reguladas por rituales en los cuales se inscriben, en el seno de la

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existencia material de un aparato ideologice, aunque sólo sea de una pequeña parte de ese
aparato.
Considerando sólo un sujeto (un individuo), que la existencia de las ideas de su
creencia es material en tanto esas ideas son actos materiales insertos en prácticas materiales,
reguladas por rituales materiales definidos, a su vez, por el aparato ideológico material del
que proceden las ideas de ese sujeto.
Las ideas en tanto tales han desaparecido, en la misma medad en que se demostró
que su existencia estaba inscrita en los actos de las prácticas reguladas por los rituales
definidos, en última instancia por un aparato ideológico. De esta secuencia se extrae el
término central del que depende todo: la noción de sujeto.
Tesis central: la ideología interpela a los individuos como sujetos.
La ideología solo existe por el sujeto y para los sujetos. O sea: sólo existe ideología
para los sujetos concretos y esta destinación de la ideología es posible solamente por el
sujeto: es decir, por la categoría de sujeto y su funcionamiento. La categoría de sujeto es la
categoría constitutiva de toda ideología, cualquiera que sea su fecha histórica, ya que la
ideología no tiene historia.
Es propio de la ideología imponer las evidencias como evidencias que no podemos
dejar de reconocer. La función de reconocimiento ideológico es una de las dos funciones de
la ideología como tal (su contrario es la función de desconocimiento). Esta función no nos da
en absoluto el conocimiento (científico) del mecanismo de este reconocimiento.
Toda ideología interpela a los individuos concretos como sujetos concretos, por el
funcionamiento de la categoría de sujeto. La ideología “actúa” o “funciona” de tal modo que
“recluta” sujetos entre los individuos, o “transforma” a los individuos en sujetos por medio de
esta operación muy precisa que llamamos interpelación, y que se puede representar con
algo más trivial y corriente interpelación.
La existencia de la ideología y la interpelación de los individuos como sujetos son
una sola y misma cosa. Lo que parece suceder fuera de la ideología pasa en realidad en la
ideología. Lo que sucede en realidad en la ideología parece por lo tanto que sucede fuera
de ella. Por eso aquellos que están en la ideología se creen por definición fuera de ella; uno
de los efectos de la ideología es la negación práctica por la ideología del carácter ideológico
de la ideología: la ideología no dice nunca “soy ideológica”. Es necesario estar fuera de la
ideología, es decir en el conocimiento científico, para poder decir “estoy en la ideología” o
“estaba en la ideología”. Esto quiere decir que la ideología no tiene afuera (para ella), pero al
mismo tiempo que no es más que afuera (para la ciencia y la realidad).
La ideología interpela, por lo tanto, a los individuos como sujetos. Dado que la
ideología es eterna, se debe suprimir la forma de temporalidad con la que se ha
representado el funcionamiento de la ideología y decir: la ideología ha siempre-ya
interpelado a los individuos como sujetos; esto equivale a determinar que los individuos son
siempre-ya interpelados por la ideología como sujetos, lo cual necesariamente nos lleva a
una última proposición: los individuos son siempre-ya sujetos. Por lo tanto los individuos son
“abstractos” respeto a los sujetos que ellos mismo son siempre-ya.
Estructura de una ideología

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La estructura de una ideología es siempre la misma. Si se considera que la ideología
religiosa se dirige a los individuos para “transformarlos en sujetos”, interpelando al individuo
para hacer de él un sujeto, libre de obedecer o desobedecer al llamado, es decir a las
órdenes de Dios: si obtiene el reconocimiento de que ellos ocupan exactamente el lugar que
ella les ha asignado como suyo en el mundo, una residencia fija. Resulta entonces que la
interpelación a los individuos como sujetos supone la “existencia” de otro Sujeto (Sujeto con
mayúscula), único y central en nombre del cual la ideología religiosa interpela a todos los
individuos como sujetos.
Se observa que la estructura de toda ideología, al interpelas a los individuos como
sujetos en nombre de un Sujeto único y absoluto es especular, es decir en forma de espejo,
y doblemente especular; este redoblamiento especular es constitutivo de la ideología y
asegura su funcionamiento. Lo cual significa que toda ideología está centrada, que el Sujeto
absoluto ocupa el lugar único del centro e interpela a su alrededor a la infinidad de los
individuos como sujetos en una dobla relación especular tal que somete a los sujetos al
Sujeto, al mismo tiempo que les da en el Sujeto en que todo sujeto puede contemplar su
propia imagen (presente y futura), la garantía de que se trata precisamente de ellos y de el.
La estructura especular redoblada de la ideología asegura a la vez:
1) la interpelación de los “individuos como sujetos,
2) su sujeción al Sujeto,
3) el reconocimiento mutuo entre los sujetos y el Sujeto, y entre los sujetos mismos,
y finalmente el reconocimiento del sujeto por él mismo,
4) la garantía absoluta de que todo está bien como está y de que, con la condición
de que los sujetos reconozcan lo que son y se conduzcan en consecuencia, todo irá bien.
Resultado: tomados en este cuádruple sistema de interpelación como sujetos, de
sujeción al Sujeto, de reconocimiento universal y de garantía absoluta, los sujetos “marchan”
en la inmensa mayoría de los casos con excepción de los “malos sujetos” que provocan la
intervención ocasional de tal o cual destacamento del aparato (represivo) de Estado. Pero la
inmensa mayoría de los (buenos) sujetos marchan bien “solos”, es decir con la ideología.
“Reconocen” el estado de ciertas cosas existentes, que “es muy cierto que sea así y no de
otro modo”.
Ambigüedad del término sujeto
En la acepción corriente del término, sujeto significa 1) una subjetividad libre: un
centro de iniciativas, autor y responsable de sus actos; 2) un ser sojuzgado, sometido a una
autoridad superior, por tanto despojado de toda libertad, salvo de la de aceptar libremente
su sumisión. Esta última connotación da el sentido de ambigüedad, que refleja el efecto que
la produce: el individuo es interpelado como sujeto (libre) para que se someta libremente a
las órdenes del Sujeto, por lo tanto para que acepte (libremente) su sujeción, por lo tanto
para que “cumpla solo” los gestos y actos de su sujeción. No hay sujetos sino por y para su
sujeción.
¿Qué implica realmente ese mecanismo del reconocimiento especular del Sujeto, de
los individuos interpelados como sujetos y de la garantía dada por el Sujeto a los sujetos si
aceptan libremente su sometimiento a las “órdenes” del Sujeto? La realidad de ese
mecanismo, aquella que es necesariamente desconocida en las formas mismas del

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reconocimiento (ideología= reconocimiento/desconocimiento) es efectivamente, en última
instancia, la reproducción de las relaciones de producción y las relaciones que de ella
dependen.

George Duby

Hacer la Historia
Nuevos problemas
Historia social e ideologías de las sociedades
La articulación de las relaciones sociales, el movimiento que hace que se
transformen se opera, así, en el marco de un sistema de valores, y la gente piensa por lo
común que este sistema de valores, y la gente piensa por lo común que este sistema orienta
la historia de estas relaciones. Efectivamente, gobierna el comportamiento de cada individuo
con respecto a los demás miembros del grupo en el que toma parte. Es este sistema de
valores que hace tolerar las reglas del derecho y los decretos del poder, o que las convierte
en intolerables. Es en él, finalmente, que residen los principios de una acción que pretende
animar el devenir del cuerpo social, que arraiga el sentido que toda sociedad atribuye a su
historia y hace que sus reservas de esperanza se acumulen. Los sistemas de valores, que de
diversas maneras transmiten los procedimientos de educación sin cambio aparente de una
generación a otra, no son, sin embargo, inmóviles. Poseen su propia historia, cuyo aire y
fases no coinciden con las de la historia del poblamiento y de los modos de producción.
Rasgos de la ideología
1. Aparecen como sistemas completos y son, naturalmente, globalizantes,
pretendiendo ofrecer a la sociedad, de su pasado, de su presente, de su futuro, una
representación de conjunto integrada a la totalidad de una visión del mundo.
2. Las ideologías, que tienen por primera función la de dar seguridad, también son,
claro está, deformantes. La imagen que procuran de la organización social se construye en
un encajonamiento coherente de inflexiones, desvíos, torsiones, en una puesta en
perspectiva, un juego de luces que tiende a velar ciertas articulaciones proyectando toda la
luz en otras, para servir mejor a unos intereses particulares.
3. Resulta de todo ello que, en una sociedad dada coexisten varios sistemas de
representaciones que, naturalmente una vez más, están en concurrencia. Estas oposiciones
son en parte formales y responden a la existencia de varios niveles o planos de cultura.
Reflejan sobre todo antagonismos que surgen a veces de la yuxtaposición de etnias
separadas, pero que siempre están determinadas por la disposición de las relaciones de
poder. Numerosos rasgos comunes aproximan esas ideologías, puesto que las relaciones
vividas de las que ellas dan la imagen son las mismas, y porque se edifican en el seno de un
mismo conjunto cultural y se expresan en los mismos lenguajes.

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4. Globalizantes, deformantes, concurrentes, las ideologías resultan ser igualmente
estabilizantes. Éste es el caso de los sistemas de representaciones que se proponen
preservar las ventajas adquiridas por las capas sociales dominantes; lo que no es menos
verdad de cuantos, antagonistas, reflejan a los primeros, aunque invirtiéndolos. El miedo del
futuro hace que las ideologías se apoyen, naturalmente, en las fuerzas de conservación, de
las que se percibe que son en verdad dominantes en la mayoría de los medios culturales
que se yuxtaponen y se interpenetran en el seno del cuerpo social. No obstante, con mayor
solidez y frecuencia, el conservadurismo se apoya en la jerarquía social. Los estratos
dominantes, cuyos intereses son servidos por modelos ideológicos mejor armados que los
demás, se permiten, por lo general, el lujo de estimular las innovaciones en el dominio de la
estética y la moda. La tendencia al conservadurismo se ve acentuada, además, por el
movimiento que, en todas las sociedades, obliga a los modelos culturales a desplazarse
gradualmente desde las cumbres de la jerarquía social en que han tomado forma como
respuesta a los gustos e intereses de los equipos dirigentes, hacia medios progresivamente
más, amplios y más humildes, a los que fascinan y que trabajan para apropiárselos. Este
proceso de vulgarización continua va acompañado de una lenta deformación de las
representaciones mentales.
5. En las culturas en las que pueden escribirse la historia, todos los sistemas
ideológicos se fundan en una visión de esta historia. Son todos portadores de esperanzas.
Estimulan a la acción. Todas las ideologías son “prácticas” y contribuyen por eso mismo a
animar el movimiento de la historia.
Motivos de transformación de la ideología
a) Entre las relaciones vividas y la representación que la gente se hace de las mismas
existen relaciones bastante estrechas para que la segunda sufra bien o mal las repercusiones
de los cambios que afectan a las primeras.
b) En la rivalidad permanente que opone entre sí a las clases de edad o las
categorías separadas por intereses divergentes. Las ideologías tienen que adaptarse, para
resistir o vencer mejor. Frente a las ideologías adversas, se tienden o agilizan, se afirman o
disimulan, se camuflan bajo el velo de nuevas apariencias.
c) Ciertos sistemas ideológicos se transforman cuando el conjunto cultural que los
envuelve se halla penetrado por la influencia de culturas extrañas y próximas, de las que es
muy raro que se encuentre por completo aislado. La irrupción es a veces brutal, cuando
acompaña los trastornos políticos que la invasión o la colonización provocan. Con mayor
frecuencia es insidiosa y resulta de la fascinación que de lejos ejercen las creencias, las ideas
o las formas de vivir seductoras.

Resulta muy difícil la recogida de testimonios. En efecto, de la mayoría de los


sistemas ideológicos del pasado, no subsisten más que huellas fugitivas, alteradas,
vaporosas (ideologías populares). Se entiende, las de todos los medios sociales que no
tuvieron acceso por sí mismos a instrumentos culturales capaces de traducir en formas
duraderas una visión del mundo. Es igual el caso de las ideologías contestatarias, reprimidas
con frecuencia perseguidas hasta los vestigios más difusos que pudieran dejar en el
recuerdo. No pueden vislumbrarse más que a través de la represión de la que fueron
objeto. Exhumar los sistemas ideológicos del polvo del pasado impone detectas, ensamblar

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e interpretar una serie de signos dispersos. El historiador tiene que descifrar, descriptizar. Y
además, en el curso de esas operaciones, tiene que librarse, tanto cuando pueda, de las
presiones ideológicas de las que es prisionero él mismo. Pues en todas las civilizaciones y en
mayor parte del pasado histórico; las representaciones figuradas estuvieron cargadas en un
sentido más denso y de alcance más inmediato que la escritura. Fueron armas de defensa y
de agresión de especial eficacia.
Luego de haber detectado todos esos indicios, conviene reunirlos, para reconstruir
el sistema en su coherencia, en su ordenación formal, a partir de todas las huellas por él
dejadas. La máxima atención debe prestarse entonces a lo callado. Pues el peligro estaría
aquí, mucho más grave que en las investigaciones de historia económica, en interpretar el
silencio como una ausencia. Las omisiones forman, en efecto, un elemento fundamental del
discurso ideológico: esencial, su significación tiene que dilucidarse. Las ideologías son en
verdad envolturas, sistemas de representación cuyo fin es el de asegurar y proporcionar una
justificación de las conductas de la gente, lo que cuenta, son las formas, los esquemas y los
temas, y la observación tiene que situarse a ese nivel.
Etapas de la investigación
a) Las ideologías se presentan como la interpretación de una situación concreta.
Tienden por lo tanto a reflejar los cambios de las mismas. Pero tardan en hacerlo, pues son
por naturaleza conservadoras.
b) Un análisis tal de las distancias de temporalidad debe conducir naturalmente a los
historiadores de la sociedad a criticar los sistemas coherentes que constituyen las ideologías
del pasado, a desmitificarlas a posteriori haciendo ver, en cada momento de la evolución
histórica, cómo los rasgos que pueden vislumbrarse de las condiciones materiales de la vida
social se encuentran más o menos disfrazadas en el seno de las imágenes mentales.

Siempre existe un “intervalo enorme entre el intitulado oficial de un movimiento


político y religioso y la atmósfera que en el mismo reina; esta atmósfera, la viven los
participantes sin ser concebida, y no deja apenas huella escrita; escapa por ello a la
observación, pese a que es ella, mucho más directamente que las proclamaciones y las
declaraciones de principio, la que influye en las conductas. Las ideologías no son más que
“banderas”. Hay que admitir, en efecto, que la cobertura ideológica no engaña a nadie, que
sólo convence a los convencidos.
Los comportamientos se ven más directamente determinados por motivos
ideológicos dentro de ciertos cuadros en los que se establecen las relaciones sociales, en el
seno de lo que él llama las “instituciones”. Estos cuadros son, evidentemente, lugar de
tensiones vivísimas entre los principios y los intereses individuales. Las “instituciones”, en el
sentido que da Paul Veyne a este término, constituyen al campo en el que el historiador de
las ideologías tiene que aplicar en sus observaciones.
Las representaciones ideológicas procuran naturalmente, una imagen simplificada
de la realidad de la organización social, ignorando los matices, las superposiciones, los
recubrimientos; acusando por el contrario los contrastes y poniendo el acento en la
jerarquía y los antagonismos.

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