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EL BUSCÓN (QUEVEDO)

Habitualmente, “El Buscón” se adscribe al género de novela picaresca, aunque esto presenta
algunas dudas. La organización de “El Buscón” abandona el modelo constructivo de otras
novelas picarescas anteriores (Lazarillo, Guzmán…) para, frente a la estructura basada en
relaciones de causa-efecto, volver a la sarta de episodios independientes y aun contradictorios.
Estas contradicciones en las que cae Quevedo son falta de esfuerzo constructivo que depende
de la independencia de casos que componen el libro y de que el autor conserva las formas y
planteamientos de la novela picaresca pero elimina o altera la función que esos elementos
poseían en la estructura de base.

Las diferencias con la picaresca son claras. Primero, la narración de una vida desde un punto
de vista unificador, por ejemplo desde el futuro como en el Lazarillo, no existe en nuestra
obra: Pablos no alcanza una situación desde la que pueda contar y juzgar su propia vida; en
consecuencia la doble perspectiva desaparece. Sin embargo, sí que hay una alternancia de
criterios, pues Pablos a veces habla como él mismo, como el personaje y otras veces es
utilizado por Quevedo para censurar y ridiculizar al propio Pablos o a las figuras con que se
topa. De esta forma hay una contradicción insalvable: la forma autobiográfica propia de la
novela picaresca se mantiene, pero las causas que la motivan y la función que cumple son
distintas que las de sus modelos, queda reducida, simplemente, a una narración en primera
persona gramatical.

También hay una falta de progresión interna del protagonista o de la relación de este y el
mundo. Pablos es un simple relator de hechos, así la progresión de la novela reside en la
importancia creciente de las aventuras, pero no en la personalidad del narrador. Tampoco
parece que los delitos cometidos o vistos por Pablos obren un cambio en su manera de actuar
y, en consecuencia, motive las actuaciones posteriores. Además, hay una serie de escenas que
no se relacionan de ninguna manera con el protagonista, Pablos actúa de cronista divertido y
un tanto irónico.

Quevedo se centra en la narración de acciones y aventuras, pero reduce al mínimo las causas
que las provocan y el resultado o consecuencia que acarrearán.

Es cierto que a lo largo de la novela aparecen algunos motivos paralelos, repeticiones que
podrían entenderse como elementos de unión, creadores de coherencia en el libro. Aunque lo
más aceptado es que la redacción de la obra fue apresurada y asistemática, con numerables
incongruencias o contradicciones, sí que es cierto que hay algunos planteamientos que se van
repitiendo con distintos personajes o distintas resoluciones a lo largo de la obra. En algunos
casos estos paralelismos muestran que Pablos ha aprendido y ha pasado de víctima a verdugo.
El estilo tampoco está muy cuidado, hay anacolutos, olvidos… por ejemplo, después de haber
huido Pablos de la casa de su tío el verdugo recuerda que le había dejado una carta y vuelve
apresuradamente sobre ella. Hay formulaciones del tipo “dejo de contar” o “no diré”, etc. que
no sirven para abreviar la narración, sino para retomar el hilo de algo que se había olvidado o
para enlazar de mala manera dos partes del texto. En general, Quevedo usa los datos en el
momento en que le sirven para montar la escena, pero luego se olvida de ellos (por ejemplo,
en un momento Pablos dice que ha soñado con su padre y sus hermanos, pero al presentar a la
familia anteriormente solo había hablado de un hermano).

Quevedo utiliza magistralmente tipos ya explotados por autores anteriores, como el de los
pupilajes y malas comidas o el de los dómines y los maestros inútiles.
Quevedo, a pesar de escribir la novela en primera persona, no organiza la historia de su
personaje de manera que funcione como motivo central de la obra: no es el protagonista el
punto de referencia respecto al cual adquieren sentido los demás factores presentes en el
texto: la significación y el valor de lo que Pablos hace u observa no depende de que sea él y no
otro pícaro cualquiera quien actúe y contemple.

Sí que respeta la norma de la novela picaresca al hacer que Pablos se dirija a un destinatario
anónimo, pero lo hace de forma muy distinta a cómo lo hace Lázaro. Pablos comienza con un
“Yo, Señor, soy de Segovia”, anteponiéndose él mismo al Señor a quien escribe, dándose valor.
Después empieza a hablar de su ciudad y su familia, de sus orígenes que no son precisamente
de alta alcurnia (otra característica compartida con la picaresca). El uso del “Señor” se diluye
después en la obra, pero con esa primera frase ya ha cumplido su función de marcar el
carácter de Pablos y de hacer ver al lector la posición señorial con la que ha de leer la obra,
burlándose así, Quevedo, de la naturaleza de Pablos.

El afán de Pablos de medrar socialmente es continuo, pero cada intento que hace le hace caer
estrepitosamente a en el fracaso. Aun así, Quevedo hace que Pablos no ceje en su empeño,
para poder mostrar al lector las tachas y defectos de los nobles, pero sobre todo con el fin de
provocar situaciones límite para el protagonista. En conclusión, Pablos nunca va a poder
medrar socialmente y la única solución que le queda es mudar de costumbres, lo que significa
renunciar al ascenso social.

La intención moral

La frase con la que se cierra la obra: “nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar,
y no de vida y costumbres” ha tenido numerosas interpretaciones, pero parece que es la
tópica coartada ideológica que consiste en separar la falsa de la verdadera nobleza en un plano
trascendente; se la hace así independiente de la social, e inoperante.

Algunos han críticos han detectado cierta tristeza en esa frase, pero Pablos no deja de ser un
pícaro que poco se avergüenza de sus delitos mientras permanezcan ocultos a los demás.
También podría haber una relación con la moral religiosa, pero en todo caso no sería nunca
sistemática y, en ocasiones, es incluso contradictoria, por ejemplo, la muerte de los alguaciles
a manos de un grupo, en el que se incluye Pablos, no tiene ninguna consecuencia a pesar de
ser un delito grave desde el punto de vista religioso o moral. Sin embargo, cuando Pablos o
cualquier otro, se hace pasar por caballero o por rico sin serlo aparece rápidamente el castigo.
Así pues, la intención moral parece bastante arbitraria, teniendo en cuenta además que no hay
un caso final.

Sentido y significación

La vida del Buscón no prueba ninguna tesis pero sí que refleja la ideología de su autor. Pablos,
mero observador en muchas ocasiones, es utilizado por Quevedo para criticar usos y tipos
practicados por el protagonista o no. El autor se erige en juez y absorbe la personalidad del
protagonista.

En la obra hay varios temas independientes, relacionados solamente por la forma


autobiográfica del relato. El tema de la nobleza es uno de los principales de la obra, con Pablos
intentando medrar socialmente pero fracasando constantemente. Próximo a este tema,
aparece el del dinero, que en Quevedo tiene varias facetas. El dinero no pertenece, como
debiera, a ninguna clase social y no da la nobleza, incluso en algunos casos puede desvirtuarla
por ser escala para la ascensión de trepadores. Solo ataca al dinero cuando desvirtúa la
naturaleza de las cosas. El tema erótico casi no aparece. El tema religioso es ambiguo, como el
del dinero, aparecen parodias de oraciones al mismo tiempo que el tratamiento de los galanes
de monjas se convierte en una admonición moral contra ellos.

Un tema de interés primordial en la obra, solo comparable al de la ascensión social, es el de los


tipos extravagantes o marginados presentados en su propia salsa. Cada una de las apariciones
de este tema bufonesco es un episodio completo y cerrado sobre sí mismo; no hay juicio de
valor social y se resuelve en un puro alarde de ingenio.

Ningún tema sigue una línea argumental progresiva, alternan en el libro sin orden fijo y sin
motivo aparente.

Que la intención y el sentido de la obra sean burlescos, no quiere decir que no haya un
mensaje serio subyacente, que es que nadie puede ascender a caballero desde la vileza, como
pretende Pablos, que ha abandonado su hogar sin ningún tipo de obligación, por voluntad
propia en busca de ese destino imposible.

El tono burlesco surge desde la posición superior de Quevedo, que ve a sus personajes como
meros juguetes y por tanto sus acciones no le importan, no ponen en jaque el orden social
establecido, simplemente son anécdotas de las que reírse, aunque algunas de ellas sean
totalmente condenables (asesinatos, timos…). El significado de esta actitud el autor podría ser
un reflejo de la actitud real de la clase dominante en ese tiempo: indiferencia ante lo ajeno y
cierta tolerancia y diversión ante los ridículos de las clases bajas. El lector, de forma casi
involuntaria, también adopta este punto de vista superior.

El tema del desengaño, muy propio del Barroco, también está presente en El Buscón. Tanto en
los casos que Quevedo aprueba como en los que rechaza los elementos que constituyen la
obra responden al mismo esquema: la no coincidencia entre apariencias y realidad, la
falsificación de las cosas, la inadecuación de teoría y práctica, la frustración de una expectativa.

Quevedo siempre criticará a los transgresores, a tipos o casos que van en contra del orden
social, pero nunca hará críticas de las leyes o de las reglas de las que dependen estos tipos. Por
ejemplo, critica a los nobles que no saben escribir, pero nunca a la nobleza en general. Un
estamento duramente atacado por Quevedo es el de los ministros y ejecutores de la justicia, lo
que, en definitiva, apunta contra el gobierno, sea esta o no la intención del autor (a quien se
ha acusado más bien de defender a las clases dominantes y al estado en el texto). La defensa
de la milicia es constante en Quevedo.

Nada de esto es crítica social, especialmente si entendemos por crítica social la que se refiere a
las relaciones entre clases y la correspondiente división en funciones: para Quevedo el orden
establecido no es algo problemático, su censura se dirige más hacia los que deciden ir en su
contra que hacia los que solo buscan modificarlo.

Pero Quevedo también se ocupa de problemas reales, de hecho, el punto de partida es el de


una realidad muy próxima: la división de la sociedad en clases, los intentos de algunos villanos
o pecheros de convertirse en hidalgos, las trapacerías de los ministros de justicia o de los
pícaros, las obras ridículas de algunos poetas… Pero Quevedo no trata de demostrar que
existen clases sociales, ni trata de describir cómo funcionan o las relaciones que se establecen
entre ellas, se limita a usar las situaciones de hecho para montar su juego sobre ellas.

Aristóteles, en su Poética, ya afirma que el fin último de la literatura es gustar al público.


Quevedo monta una obra destinada al placer del lector, para causarle risa y admiración.
Precisamente, el hecho de poder admirar una obra es lo que la transforma de mero
pasatiempo a obra importante y trascedente. Como es habitual en las obras de la época, el
lector ríe porque no se identifica sentimentalmente con los personajes o los casos presentados
y esto es así porque Quevedo crea tipos, no pinturas individuales. Con ello elimina la
posibilidad de compasión. Además, tampoco hay una intención moral o didáctica, por lo tanto
el lector puede limitarse a reír y pasarlo bien.

En la obra lo excepcional de los casos (hiperbólicos y totalmente hipertrofiados) se une a lo


excepcional del estilo. De esta excepcionalidad junto a los sorprendente de las anécdotas
nacen la comicidad y la admiración producida en el lector de la obra. Hay que tener en cuenta
que el concepto de humor que tenían en la época no es el mismo que tenemos hoy en día. Se
entendía risible lo ridículo, por romper la normalidad, al igual que lo feo o lo deformado,
especialmente si no llevaba a un daño excesivo y si se veía desde una posición superior a los
personajes, una posición con una ausencia de identificación. Además también se consideraba
que las buenas comedias tenían que producir admiración, y eso se conseguía mediante la
sorpresa o maravilla.

La forma que tiene Quevedo de presentar los casos, a parte de ser en sarta y haciendo
independientes unos de otros, también consiste en polarizar recursos. Quevedo elige un punto
de partida para su caso y utiliza a su alrededor todos los elementos que necesita para
intensificar o reforzar la situación, aunque tenga que deformarlos para hacerlos encajar en sus
intenciones.

Quevedo modifica la realidad para hacer literatura libre. A veces la trocea para elegir las partes
que le interesan, por ejemplo, en el episodio del garbanzo náufrago, son solo los dedos de
Pablos los que actúan, como si no fueran parte del todo del cuerpo del personaje.

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