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Me gusta cuando tus labios se posan sobre el café y entregan el sentido a las manos que cultivan

los granos al fundirse a través del viento como un festival de fragancias que endulzan las papilas
gustativas de los valles y océanos, cuando fluyes a través de las lágrimas que secaron colinas;
fundiéndonos en el silencio brevemente interrumpido por el gallo que asoma por el techo de la
cabaña y despierta al sol. Me gusta pensar que la naturaleza ha cruzado sus ramas para hacernos
coincidir y que ningún otro tiempo más idóneo que el actual hubiese sido más perfecto para forjar
una pequeña eternidad de puestas de sol derivadas en dos cuerpecitos bajo mantas observando
los volcanes que reflejan lo que somos; dos individuos colisionando por una vida que no nos
pertenece.

Dime, “vine a buscarte” y llévame, llévame muy lejos.

Di que viniste a buscarme y llévame.

Todas las noches sueño con un reencuentro idealizado entre las gotas de lluvia que se ciñen sin
medio bajo el ventanal que arrulla las pesadillas y las hace carne hasta que emergen por mi cuerpo
y se escapan entre las puntas de mis pies. Todos los días te sueño.

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