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El proyecto político de Cristianos por el Socialismo

1. Introducción

En este parcial buscaremos analizar el movimiento de Cristianos por el Socialismo


(CpS) en Chile. CpS es un colectivo de sacerdotes y laicos, católicos y protestantes, que
se conformó en Chile entre 1971 y 1973. El objetivo de este grupo era participar en el
proceso de construcción del socialismo, que se había inaugurado el año anterior con la
victoria electoral de la Unidad Popular (UP), con el socialista Salvador Allende como
candidato presidencial. Pero antes de abordar el proyecto de CpS nos parece necesario
analizar más brevemente una experiencia anterior, de la que CpS se nutre, que es el
movimiento Iglesia Joven.
Tras las diferentes experiencias de los cristianos junto a los marginados urbanos en sus
luchas cotidianas, el proceso de apertura y cambio generado por el Concilio Vaticano II
y la Conferencia de la CELAM en Medellín en 1968, surge en los católicos
posconciliares la necesidad de reformar la estructura jerárquica de la institución
eclesiástica. Con el comienzo de la “vía chilena al socialismo” se le suma al
compromiso por el cambio en la Iglesia Católica la necesidad de participar junto al
pueblo en un proceso de transformación social.
Entendemos a las organizaciones sociales de raíz cristiana –entre ellas, CpS, pero
también podría ser el Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo– como un
movimiento social, diferentes de la “Teología de la Liberación”, que se va a elaborar
posteriormente a partir de prácticas anteriores. Retomamos la denominación de
“cristianismo liberacionista” que Michael Löwy emplea para referirse a estos
movimientos sociales (Löwy, 1999: 10). La práctica de compromiso social que tienen
estos movimientos sociales cristianos es previa a la reflexión teológica que llevaron
adelante algunos de ellos a partir de su propia praxis.
El eje que vamos a analizar del movimiento CpS (y la Iglesia Joven) es el político, y en
menor medida incluiremos algún análisis sobre la dimensión económica. A lo largo de
su desarrollo como colectivo podremos encontrar diferentes etapas a partir del diferente
papel desempeñado por el aspecto político.
2. El antecedente: la Iglesia Joven

El origen del movimiento CpS tiene un antecedente en la Iglesia Joven, un movimiento


de renovación de la estructura jerárquica eclesial. Este colectivo de sacerdotes,
religiosos y laicos intenta que se apliquen los resultados del Concilio Vaticano II en la
Iglesia católica chilena. Su aparición pública comienza a partir de la toma de la Catedral
de Santiago el 11 de agosto de 1968 para denunciar la “estructura de poder, de dominio
y de riqueza en la que se ejerce a menudo la acción de la iglesia; la mentalidad y las
organizaciones que condicionan y desvirtúan la labor de la jerarquía eclesiástica”
(Camilliotti, 1972: 120). Esta denuncia tiene un carácter profético-apocalíptico, dirigida
hacia la Iglesia chilena. Pero no se denuncia la jerarquización solamente como un mal
en sí mismo, sino como una estructura que impide el compromiso de la Iglesia con el
pueblo, los pobres, los oprimidos.
Esta crítica recupera la concepción de poder como diaconía, como servicio, que había
llevado adelante el Jesús histórico y que había transmitido a “los Doce” (Dri, 1987: 221-
223). Esta concepción revolucionaria del poder se desprende de la relectura de los
pasajes bíblicos (así como también de otras bases de la doctrina católica, como la
tradición, la vida de apóstoles, santos y Papas, y los documentos conciliares) que relatan
la práctica de Jesús: la respuesta de Jesús frente a la demanda de Juan y Santiago de
sentarse a su derecha e izquierda en el Reino de Dios. En el comunicado de la Iglesia
Joven, “Por una iglesia servidora del pueblo” (Camilliotti, 1972: 119-129), citan los
versículos de Mateo 25,40: “En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de
estos más pequeños, que son mis hermanos, lo hicieron conmigo”, y Juan 13,15: “Les
he dado un ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes”. Los verdaderos
seguidores de Jesús serían los que demuestran su compromiso con los pobres en la
“acción decidida, valiente y generosa, destinada a cambiar las condiciones de vida de
una masa latinoamericana” (Camilliotti, 1972: 121).
La toma de la Catedral fue simultánea al Congreso Eucarístico de Bogotá, que contó
con la presencia del Papa Pablo VI. Parte del comunicado de la Iglesia Joven critica, en
este contexto, la visión de ayuda desde arriba hacia los pobres, la caridad, la limosna y
el “verbalismo”. La preocupación y el “espíritu evangélico” deben demostrarse en
hechos, acciones. Nuevamente recurren a un pasaje bíblico para justificar esta posición:
Santiago 2,15-16: “Si a un hermano o una hermana les falta la ropa y el pan de cada día,
y uno de ustedes les dice: „Que les vaya bien; que no sientan frío ni hambre‟, sin darles
lo que necesitan, ¿de qué les sirve?”.
La Eucaristía es la práctica del reparto del pan. Un símbolo de la nueva economía, la
economía del don, propia del Reino de Dios y de la Confederación. Una economía que
se basa en compartir, y no en acumular. Esto significa que hay que cambiar
necesariamente las relaciones sociales. La Iglesia Joven reclama dejar de lado los
privilegios que tiene la institución eclesial para comprometerse con la liberación de los
oprimidos. Es necesaria la conversión, la metanoia, tomar parte junto a los pobres. No
se puede recordar a Jesús en la Eucaristía si los pobres viven en la miseria, si tienen
hambre, si hay desigualdad e injusticia. La Eucaristía muestra también la comunidad y
el servicio, que las relaciones entre los hombres ya no deben ser relaciones de
dominación, ni económica ni política.
Más allá de esta idea de conversión, hay una similitud entre la posición de la Iglesia
Joven con el movimiento zelote. Los zelotes eran un movimiento antiimperialista,
contemporáneo al movimiento de Jesús, que no buscaban eliminar el sacerdocio, sino
“purificarlo”. En este sentido, se puede plantear que era un movimiento reformista (Dri,
2004: 176-178). La Iglesia Joven no busca tampoco abolir la institución eclesial, sino
transformarla y utilizarla para cambiar las estructuras injustas. Esta transformación
“desde arriba” es diferente a la que va a practicar el movimiento antiimperial de Jesús.

3. Cristianos por el Socialismo

En abril de 1971 se llevó adelante una jornada en la que participaron ochenta


sacerdotes. El resultado de esta es el “Manifiesto de los ochenta”1. Este comunicado
muestra el surgimiento de un grupo de cristianos que decide participar en la
construcción del socialismo. El año anterior, a partir de un proceso de radicalización y
movilización de las clases populares chilenas durante la segunda mitad de la década de
1960, el candidato socialista Salvador Allende había accedido a la presidencia a partir
de la Unidad Popular, una alianza de partidos de izquierda, con el Partido Socialista
(PS) y el Partido Comunista (PC) a la cabeza. A partir de las elecciones, algunos

1
El “Manifiesto de los ochenta” se puede leer en el anexo documental de la historia de CpS de Pablo
Richard, teólogo chileno y dirigente del mismo (Richard, 1976: 211-214). También disponible en la
antología Cristianismo: doctrina social y revolución (Cavilliotti, 1972: 131-134).
cristianos liberacionistas comenzarían a tener una militancia activa en los partidos
políticos de izquierda.
CpS no incluye sólo a sacerdotes, sino también a laicos, no solamente a católicos, sino
también a protestantes. Es un movimiento ecuménico (oikouménē: literalmente “tierra
habitada”, significa “todo el mundo”), inclusivo, que retoma la apertura universal del
Templo que profetizaban Jeremías e Isaías y Jesús practica al echar a los mercaderes del
Templo.
Los “ochenta” apoyaban de manera colectiva el proceso iniciado por el gobierno de la
UP. Aunque no todos formaban parte de estructuras partidarias, tenían claro que los
cristianos debían tomar una posición activa en la vida política. Aparece acá la necesidad
de la organización colectiva, porque la lucha no es individual, sino que quienes se
reconocen como seguidores de Jesús tienen que conforman un movimiento propio, pero
que se pueda relacionar y militar junto a los demás (como las diferencias del Jesús
histórico con los zelotes y bautistas, participan juntos en la toma del Templo en
Jerusalén). Por lo tanto, a partir del “Manifiesto de los ochenta”, los religiosos van a
comenzar a conformar grupos con una definición política “partidaria” (teniendo en
cuenta que la militancia partidaria de los sacerdotes fue en los diferentes partidos de la
UP, así como también en la Democracia Cristiana y el Movimiento de Izquierda
Revolucionaria) más clara que los miembros de la Iglesia Joven. Estos se habían
limitado a dar una lucha dentro de la institución jerárquica de la Iglesia. Pero la “vía
chilena al socialismo” generó la necesidad de un mayor compromiso en los cristianos,
que no era sólo el cambio en la institución eclesial, sino una mayor participación en los
asuntos políticos del país. Ya no tiene valor la interpretación de Marcos 12:17 (“Lo que
es del César devuélvanlo al César, y lo que es de Dios a Dios”) que separaba la religión
del poder político, sino que los cristianos que buscar tienen que buscar implantar el
Reino de Dios y la justicia de una sociedad basada en el “don” (Dri, 2004: 180-182).
Esto lleva a un cambio en el tipo de compromiso de los cristianos, que rompen los
prejuicios partidistas y se integran para formar parte del proceso de transformación que
se está produciendo.
La posterior conformación de CpS responde a estas nuevas necesidades de los cristianos
liberacionistas: dejar de restringir solamente a la crítica profética al interior de la iglesia
para hacer hincapié en la construcción de una nueva sociedad, acompañando el proceso
de cambio: “la crítica debe realizarse desde dentro del proceso revolucionario y no
desde fuera de él” (Richard, 1976: 214). Para CpS, sus acciones eran la concreción de la
“opción por los pobres”, definida por la Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano (CELAM) en Medellín en 1968: “se descubre que los pobres no son
individuos, sino clases sociales explotadas por otras” (Castillo, 1977: 267). Esta
experiencia lleva necesariamente a una praxis política concreta. No basta simplemente
con la denuncia, sino que “optar por el pobre es tomar partido por una clase y participar
en su lucha” (Castillo, 1977: 267).
Es interesante observar que además del cambio social, de una economía nueva, para
ellos el socialismo “debe generar nuevos valores que posibiliten el surgimiento de una
sociedad más solidaria y fraternal en la que el trabajador asuma con dignidad el papel
que le corresponde” (Richard, 1976: 212). Estos “valores socialistas” están
profundamente ligados a “valores cristianos”: sobre todo, la solidaridad, que debería
primar en las relaciones entre los hombres y mujeres en un “sistema de deuda-don”.
Los miembros de CpS no ven al cristianismo y al marxismo como incompatibles, como
habían sido considerados por mucho tiempo. Al contrario, ellos plantean una necesaria
confluencia y animan a ambos a dejar de lado los prejuicios con respecto al otro para
encarar “una acción común por el proyecto histórico que el país se ha dado” (Richard,
1976: 213).
Más allá de apoyar las medidas tomadas por Allende hasta ese momento, plantean la
necesidad de la movilización social para enfrentar la resistencia de las clases
dominantes que, en el proceso de construcción del socialismo, verían reducidos sus
privilegios. Esta lectura es muy interesante pensando en los siguientes años del gobierno
de Allende: la alianzas entre poderes locales y el imperialismo norteamericano, el lock-
out patronal, las marchas fascistas; y, frente a todo esto, el surgimiento de las
organizaciones de poder popular con una relativa autonomía del gobierno, que sin
embargo, no iban a poder resistir al golpe de Estado. La confianza de CpS no está
depositada en el cambio político “desde arriba”, en lo que podía hacer Allende y la UP.
La transformación de la sociedad sólo es posible “desde abajo”, luchando en y con el
pueblo, la multitud, los pobres y oprimidos. Aunque parezca más simple hay que evitar
las “tentaciones” de utilizar el poder para transformar las relaciones sociales. Las
tentaciones que Marcos relata que Jesús enfrentó en el desierto están en relación a esta
liberación del pueblo “desde arriba”, utilizando el mismo poder que tienen las clases
dominantes, o sea un poder opresor y una lógica de acumulación. Sin embargo, la
liberación de los oprimidos sólo puede lograrse con una lógica totalmente difundir: con
las “Diez Palabras”, el amor a Dios y al prójimo, que significa compartir; y con una
concepción del poder radicalmente diferente: el poder como diaconía, servicio, del que
ya hablamos y que es comparado con un “grano de mostaza”, la más pequeña de las
semillas pero que, igualmente, transforma toda la sociedad (Dri, 1987: 213-221).
El manifiesto desató un conflicto con la jerarquía por la identificación que establece con
una posición política partidaria. El apoyo que CpS lo brindó a la Unidad Popular fue
criticado por los obispos porque provenía de un colectivo de sacerdotes. En cambio, los
obispos plantean que sí se pueden tener una preferencia política individual (Amorós,
2005: 113). No obstante, esta situación no era la que ocurría generalmente entre el
Episcopado chileno y la DC, ya que el partido recibía un apoyo político claro de parte
de la jerarquía católica. Esta crítica apuntaba realmente al apoyo brindado a un gobierno
socialista, del cual la jerarquía eclesial tenía, al menos, “reservas”. De hecho, los
religiosos reformistas dentro de la iglesia, posteriormente van a plantear que el
Episcopado no buscó influir en la campaña presidencial de 1970, justificando el
“silencio”, y que la relación con el gobierno de Allende no había cambiado con respecto
a gobernantes anteriores (Oviedo Cavada, 1979: 144-148). Esta actitud de la jerarquía es
comparable a la corriente de los fariseos en los tiempos de Jesús.
La jornada de abril “no decide fundar ningún movimiento específico (…) únicamente se
eligió un comité coordinador” (Richard, 1976: 54). No querían crear un grupo político
de cristianos, paralelo a los partidos, ni tampoco una iglesia paralela. En septiembre se
reunió el comité elegido, y ante la posibilidad de ser un movimiento amorfo, se decide
crear una estructura mínima: un comité ejecutivo, un secretario general y un
secretariado. Aunque en un comienzo no era lo previsto se organizó una mesa
coordinadora y se dividieron a los miembros en las diferentes regiones. La organización
del movimiento comienza a ser vista como necesaria, y ésta implica diferentes niveles
de organización, así como también los tenía el movimiento de Jesús.

4. Conclusión

La experiencia de CpS duró hasta el golpe de Estado de Pinochet, ejecutado el 11 de


septiembre de 1973, con colaboración de Estados Unidos. En una reunión clandestina se
decidió desarticular el movimiento y acompañar la resistencia de las organizaciones de
base (Richard, 1976: 192-197). Podemos entender la situación del golpe como una
derrota al proceso revolucionario chileno, y también de la experiencia de CpS. Este
momento de derrota es asimilable a la muerte de Jesús y la dispersión de su
movimiento. CpS ahora estaba “en Jerusalén”, siendo perseguidos por el Imperio y sus
colaboradores locales. Es entonces que comenzó una nueva etapa de dispersión, pero
también siguiendo acompañando a los más pobres, que en definitiva eran quienes más
sufren la opresión del Imperio. Pero, a pesar de la dictadura y la represión sangrienta,
los cristianos iban a seguir comprometidos con la instalación del Reino de Dios y de una
sociedad radicalmente diferente. Tanto los militantes de base como sacerdotes de la
jerarquía jugaron un papel importante en el fin de la dictadura y en la difusión de la
represión y del incumplimiento de los Derechos Humanos, porque tenían fe en la
Resurrección.

5. Bibliografía

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Cuando hicimos historia. La experiencia de la Unidad Popular. Santiago de
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