Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Serendipity
Serendipity
Sinopsis
Aclaración
Playlist
Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Agradecimientos
Sobre la Autora
SINOPSIS
Un secuestro accidental.
Una mujer que habla demasiado.
Un hombre con un toque de maldad.
Para Alessia Devine, hoy debía ser un día más de trabajo en el hotel de lujo al que
llamaba hogar: estresante, caótico y lleno hasta los topes de huéspedes que no
reconocerían el sentido común o la cortesía común ni, aunque les mordiera el
trasero que ella debía besar.
Lo que no esperaba era ser secuestrada en pleno día, y menos por la mafia italiana.
¿Y qué era eso de que todos sus hombres parecían modelos?
Alto, moreno y peligroso, su corazón dio un vuelco cuando lo vio por primera
vez, y lo supo.
Este trabajo es de fans para fans, ningún participante de ese proyecto ha recibido
remuneración alguna. Por favor comparte en privado y no acudas a las fuentes
oficiales de las autoras a solicitar las traducciones de fans, ni mucho menos
nombres a los foros o a las fuentes de donde provienen estos trabajos.
Serendipity no se parece a ningún otro libro o historia que haya escrito hasta
ahora. Tiene ciertas situaciones que pueden ser demasiado para algunas
personas, pero en mi opinión, no es un romance oscuro. De nuevo, el nivel de
oscuridad es subjetivo para cada persona, y lo que puede ser oscuro para ti, puede
no serlo para mí.
Sinceramente, me he divertido mucho escribiendo esta historia. Surgió de
la nada y tuve que ponerla por escrito. Debo decir que esta es la historia más ligera
que he escrito, y sólo espero que disfruten de esta breve novela.
Tiene un elemento de insta-atracción, así que, si eso no es lo tuyo, tal vez
este no sea un libro para ti. Y antes de que preguntes, no, Nico y Alessia no están
relacionados con ninguno de mis otros libros, al menos no todavía.
Por favor, considera dejar una reseña si te acaba gustando, y feliz lectura.
Se sentía como en casa.
CAPÍTULO 1
TODO ESE DISCURSO DE QUE TU VIDA pasa por delante de tus ojos cuando te
enfrentas a un final inevitable, o cuando te estás muriendo, es una chorrada. Lo
único que pasaba por mi mente cuando me pusieron una bolsa negra en la cabeza
era que realmente iba a matar a alguien hoy y luego pedir una pizza. Mi estómago
no paraba de rugir, como si llevara dos días sin comer y no un par de horas.
Okey, tenía dos cosas pasándome por la cabeza: también necesitaba orinar.
No ayudó que el conductor, quien fuera, condujera como si estuviera en el
plató de «Rápidos y Furiosos».
Tenía las manos delante de mí, atadas con algo, al igual que las piernas,
mientras estaba sentada en el frío y duro suelo de la furgoneta. Hablaban entre
ellos, pero no podía entender ni una sola palabra.
Sonaba a italiano, pero descifrar lenguas extranjeras era lo último de lo que
tenía que preocuparme.
De lo que tenía que preocuparme era de si iba a vivir o no. Intenté pensar
en quién querría secuestrarme, pero aparte de aquel huésped del año pasado que
me amenazó con tirarme una maceta porque no quise darle una mejora de gratis,
todos los demás me querían o tenían sentimientos encontrados.
Uno de los secuestradores levantó la voz de repente. Antes de que pudiera
girar la cabeza para seguir la dirección de la que procedía, la furgoneta se detuvo
repentinamente y caí en picada hacia un lado, cayendo de cara al suelo.
Maldita sea.
—Mierda —gritó uno de ellos, su voz sonaba mucho más cerca de lo que yo
querría.
Gemir en el suelo y aguantar la vejiga no era lo que había previsto para este
día cuando me desperté. Antes de que pudiera levantarme del suelo, un par de
manos fuertes me agarraron por la parte superior de los brazos y me volvieron a
levantar hasta sentarme.
No habló, no pronunció una sola palabra, pero pude sentir su presencia
demasiado cerca para mi gusto.
—Si no quieres que empiece a patalear y gritar, te sugiero que te alejes de
mí, amigo.— Sentía la boca como papel de lija, mi estómago se contrae y gemía,
y mi vejiga amenazaba con estallar en cualquier momento.
—No es por arruinar el momento de damisela-indefensa y toda esa mierda,
pero ¿podemos parar en la gasolinera o algo así? A menos que quieras que orine
aquí en el coche.
Un gemido colectivo resonó en la furgoneta en cuanto las palabras salieron
de mi boca. No pensé que los hombres fueran tan mojigatos ante la sola mención
de las funciones corporales normales. Antes de que pudiera preguntar y,
probablemente, meterme en un agujero más profundo con ellos, la puerta
corrediza por la que me sacaron antes se abrió con un silbido, dejando que el aire
fresco se infiltrara en el vehículo.
No tenía ni idea de cuánto tiempo habíamos conducido, pero debió de ser
el suficiente para salir de la ciudad. Cuando me levantaron, me sacaron al exterior
y me quitaron lo que fuera que me había atado a las piernas, no pude oír los
sonidos familiares de los coches zumbando por Ventus City, ni pude oler el aire
rancio y húmedo.
—¿Dónde estamos? —pregunté, aunque sabía que ninguno de ellos
respondería. Empecé a preguntarme si siquiera entendían el inglés. A juzgar por
el gemido de antes, probablemente sí.
—Cállate y camina —dijo una voz a mi lado derecho, los dos sujetándome
entre ellos, como si pudiera correr ahora mismo. Con el estado de mi vejiga, lo
más lejos que podría llegar sería el arbusto más cercano.
Estuve a punto de cruzar las rodillas y caminar así hasta que me dejaran
usar el baño.
Las puertas se abrían y se cerraban, llegaba un coche, los hombres hablaban,
ahora podía entender que era italiano, pero nadie me dirigía la palabra.
—De verdad, como que realmente, necesito un baño —protesté de nuevo—
. Por favor, señor secuestrador. Lo juro, sólo necesito orinar. El té helado que bebí
antes ya se está deslizando, y no estoy segura de cuánto tiempo podría...
—Cazzo1 —escupió el mismo tipo de antes—. Te vamos a llevar al puto
baño.— Si antes no estaba segura de que hablaban en italiano, su acento lo
confirmó.
Ahora cerré la boca, sintiendo algo más que energía hostil en la habitación:
estaban nerviosos. Yo también lo estaría si secuestrara a alguien en pleno día y lo
arrastrara a una furgoneta. No tenía ni idea de por qué me habían cogido o qué
querían hacer conmigo. Estaba bastante segura de que no era material para el
tráfico de personas. Espera, ¿había una lista de control que tenían cuando
secuestraban a la gente?
—Tengo una pregunta.
—No —respondió bruscamente.
Cielos, está bien. Sólo trataba de ser amigable.
Se abrieron otras puertas y, ni siquiera un segundo después, la capucha
negra que me pusieron en la cabeza desapareció, permitiéndome por fin respirar
1 Mierda en italiano.
bien. Parpadeó, y luego parpadeó un poco más, mientras mis ojos se adaptan a la
luz deslumbrante de la habitación... no, del baño.
Un suelo de mármol con paredes de color azul oscuro y una bañera que
ocuparía la mitad de mi sala de estar estaban frente a mí. Me quedé boquiabierta
como un pez en tierra firme.
Esto definitivamente no era lo que esperaba.
—Ve entonces —ladró—. Querías usar el baño.
Me di la vuelta, dispuesta a mandarle a la mierda, pero se me trabó la
lengua cuando vi su cara y luego la del hombre que estaba en la puerta.
—Mierda —murmuré.
—Eres...— balbuceé.
Ojos marrones oscuros se estrecharon hacia mí; toda su cara se frunció en
un ceño. Pero ni siquiera eso podía quitar el hecho de que parecía haber salido de
una portada de GQ... no, los dos.
—¿Estoy muerta? —Solté. No había forma de que alguien tan sexy pudiera
estar metido en actividades criminales.
—No, no lo estás, pero podrías estarlo si no dejas de hablar y empiezas a
orinar —respondió el Señor GQ Uno, con los brazos cruzados sobre el pecho. Mis
ojos se centraron en los abultados músculos de sus brazos.
Entonces caí en la cuenta: esperaba que orinara con él en la habitación.
Una risa histérica brotó de mí, subiendo desde mi pecho, a través de mi
garganta, y resonando alrededor de nosotros en el gigantesco baño. El ceño
fruncido que llevaba se profundizó, acentuando las líneas alrededor de sus ojos.
—¿Esperas que orine contigo en la habitación?
—Espero que te calles, pero sí.— Asintió con la cabeza—. Sólo sigue con
esto ya.
—No estoy segura de quién te crió, pero no voy a orinar delante de dos
hombres que ni siquiera conozco.
—Entonces no conseguirás orinar en absoluto —replicó.
—Amigo.— Me reí—. Puedes salir del baño y dejarme orinar en paz, o me
voy a orinar yo misma en cuanto salgamos de aquí, lo que significa que tendrás
que ser tú quien limpie el desastre. Así que, voy a orinar de una manera u otra,
pero depende de ti cómo va a suceder.
Ese tic que tuve antes con nuestro director de compras, lo veía ahora en uno
de sus ojos.
Quizá me golpeé la cabeza cuando me caí en la furgoneta. Estaba
demasiado calmada por la situación que se presentaba.
—Bien —murmuró, con la ira escrita en él—. Tienes un minuto.— Eso es
todo lo que necesitaba.
Los dos salieron, manteniendo la puerta entreabierta. Corrí hacia el retrete
de la esquina, tanteando el botón y la cremallera de mis pantalones, maldiciendo
al mismo tiempo. No era precisamente fácil quitarse los pantalones con las manos
atadas.
—Maldita sea —maldije cuando finalmente me bajé los pantalones y me
senté en el asiento del inodoro, casi gimiendo por el alivio instantáneo.
Miré a mi alrededor, tratando de encontrar cualquier cosa que pudiera usar
como arma, pero este baño estaba tan vacío como podían estarlo. Aparte del rollo
de papel higiénico y un dispensador de jabón, no había nada más.
Sin embargo, una cosa me molestó: ¿quién llevaría a su secuestrado a un
baño tan bonito?
—Tienes cinco segundos, Alessia —ladró el gruñón. Tiré rápidamente de la
cadena y empecé a subirme los pantalones cuando entraron furiosos. —Ya está.
—¿Qué carajos, hombre?— Mis pantalones estaban a medio camino,
pegados a mis rodillas, y no era capaz de subirlos más con las cuerdas que me
ataban las muñecas—. No te matará llamar a la puerta.
—Y no te mataría darte prisa. Vamos.— Se acercó y empezó a desatarlas
cuerdas en mis muñecas.
—Súbete los pantalones. El jefe está casi aquí. No puedo esperar a ver lo
que te va a hacer.— ¿Esa sonrisa que llevaba en la cara? Esa mierda me recordaba
al idiota de esta mañana, y las suaves y violentas palabras volvieron a mi cabeza.
—¿Ah, sí? Bueno, tu jefe puede besarme el culo por lo que me importa.
Y ahí, señoras y señores, fue el momento en que supe que la había cagado.
CAPÍTULO 3
HUBO MOMENTOS EN MI VIDA en los que me dije: ¿realmente tenía que decir
eso? O, no debería haberme comido ese último trozo de chocolate. O, no debería
haber comprado estos pantalones porque mi trasero se ve demasiado grande en
ellos. Pero ninguno de esos momentos podría compararse con éste. En cuanto esas
palabras salieron de mi boca, supe que, o bien iba a acabar muerta y mi cara iba a
estar esparcida por toda la ciudad, o bien me iban a meter en una especie de
mazmorra con sólo pan y agua para sobrevivir.
No conseguí parpadear antes de que me lanzara al aire y me echara por
encima de su hombro, con los pantalones por los tobillos y la cara pegada a su
espalda.
—¿Es un mal momento para decirte que yo también tengo hambre? —
pregunté mientras me llevaba a Dios sabe dónde. Un gruñido fue todo lo que
obtuve mientras íbamos de una habitación a otra, toda la sangre de mi cuerpo se
iba lentamente a mi cabeza—. ¿A dónde me llevas? Es una mazmorra, ¿no?
—Jesús, ¿alguna vez cierras la boca?
—En muy raras ocasiones.— Sonreí contra su espalda—. Pero cuando estoy
estresada, suelo hablar... Mucho.
—No me digas.
—Es tu culpa, ¿sabes? Me secuestraste en medio de mi descanso para comer.
Mi día ya era una mierda, y ahora esto. Sólo espero que usen una de las fotos más
favorecedoras cuando pongan mi cara por toda la ciudad. Mi madre cree que
todas mis fotos son bonitas, pero créeme, no lo son.
—¿Por qué tendrían que usar tu foto en toda la ciudad? —preguntó,
abrazándome con fuerza a su hombro.
—¿Porque me secuestraron y nadie sabe dónde estoy?
Estuve a punto de añadir duh, pero decidí no hacerlo. ¿Estaba hablando en
serio con esto, o?
—Bien —refunfuñó.
—No, pero de verdad. ¿Qué vas a hacer conmigo? Si no vas a matarme
ahora mismo, siento que debo decirte que sería una esclava terrible.
—Me pregunto por qué.
—¿Verdad? Hablo demasiado y me río en momentos inapropiados. Por
ejemplo, hace unos años, mi amiga me dijo que no podía ir a la escuela porque
había perdido su conejo. Me eché a reír, porque ¿cómo coño se pierde un conejo
de casa? Le pregunté si lo habían encontrado, a lo que me contestó que se había
muerto. ¿Cómo iba a saber que lo decía en serio?
—Dios. —suspiró.
—Realmente no quieres venderme. Ni siquiera soy tan guapa. Quizá si
durmiera más, si comiera mejor y cuidara mi salud en general, pero no tengo
tiempo para eso.
—En serio, cállate —gritó.
—No hasta que me digas qué vas a hacer conmigo.
Pasó un minuto, un minuto demasiado largo, porque, maldita sea,
necesitaba saberlo. Si iba a morir hoy, al menos merecía saberlo de antemano.
—Vamos a hacer un video de ti, y luego se lo vamos a enviar a tu padre.
¿Mi padre?
—Si no está de acuerdo con nuestros términos, bueno, Principessa 2 ,
entonces podrías morir.
Espera, espera, espera. Espera, carajo. ¿Mi padre? ¿Edward Devine? ¿El
mismo padre que desapareció de mi vida hace quince años?
Empezó a bajar las escaleras mientras yo reflexionaba sobre lo que había
dicho.
—Y… mi padre.— Me aclaré la garganta—. ¿También es parte de tu grupo?
—No te hagas la tonta, Alessia. Ambos sabemos que no lo eres.— Sí, sabía
que no era tonta, pero sus declaraciones anteriores no tenían sentido.
Mucha gente pensaba que era italiana por mi nombre de pila, pero eso y mi
amor por la pasta eran las dos únicas cosas italianas que tenía. Ni siquiera parecía
italiana, por el amor de Dios.
—De acuerdo, de acuerdo, realmente no estoy tratando de tomarte el pelo
aquí, pero...— Hice una pausa—. Creo que me has confundido con otra
persona.— No había otra explicación.
En cuanto esas palabras salieron de mi boca, me bajó del hombro y me puso
frente a él, con las piernas temblando por la posición en la que me tenía. Me
agaché para subirme los pantalones cuando empezó a hablar de nuevo.
—¿Cómo te llamas?
Me enderecé y me abroché los pantalones, sacudiendo primero la pierna
izquierda y luego la derecha, intentando que la sangre fluyera, sin dejar de
mirarle. Ojalá hubiera tenido una cámara para capturar este momento, porque
estaba ahí, escrito en su cara: la han cagado.
—Alessia. —sonreí.
2 Princesa en italiano.
—Alessia, ¿qué?— ¿Muy impaciente?
—Alessia Devine.— Mi sonrisa se extendió aún más ante su expresión de
horror—. ¿Ahora puedo comer algo? ¿Por favor?
—Cazzo —tronó, dándome la espalda.
Supongo que no fui la única que tuvo un día de mierda.
CAPÍTULO 4
3 Al contrario, en francés.
—¿Alguna vez dejas de hablar, Tesoro? —preguntó, y no era la primera
persona, ni sería la última.
—Sólo cuando veo a Legolas 4 en la televisión —sonreí—. No, espera.
También Ryan Reynolds y Chris Hemsworth. Ese otro tipo, ¿cómo se llamaba? —
murmuré, tratando de recordar—. Ah, sí, Tom Hiddleston.— Volvió esa mirada
confusa, pero divertida, y decidí continuar.
—Hay toda una lista. Suelo callarme con ellos, cuando estoy comiendo o
cuando estoy tratando de convencerme de que no me estrangulen suavemente.
—¿Estrangulación suave?— Se atragantó—. ¿Qué demonios...?
—Sí, estrangulamiento suave.— Me encogí de hombros—. Ya sabes, lo
suficiente para dejar claro tu punto de vista, pero no lo suficiente para matarlos.
Podría magullarlos, pero también les recordará que no deben molestarte más.
Por un segundo, se quedó allí, mirándome como si me hubieran crecido dos
cabezas; no me sorprendería que así fuera, para ser completamente sincera. Una
risa estruendosa salió de él, asustándome a mí y a los otros dos chicos que estaban
detrás de él.
Se miraron el uno al otro y luego a él. Por millonésima vez, deseé tener mi
cámara conmigo para poder grabar estos momentos.
—¿Qué te pasa?— Su pregunta me hizo sonreír.
—Hay una lista, ya sabes. No es súper larga, pero la hay. La pregunta más
importante aquí es, ¿qué te pasa? ¿Quién secuestra gente como parte de su
trabajo?
—Yo no...
PASÉ SU NOMBRE POR MI LENGUA, saboreando cada letra, dejando que sonara
en mi cabeza como una canción que no podía sacar de mi mente. Sabía a peligro,
a todo lo que no debería hacer, pero mientras me llevaba fuera del sótano hacia
lo que supuse que era una de las habitaciones, no pude evitar pensar en mi vida
y en todo lo que había conseguido hasta Sí, tenía una gran carrera. Con sólo
veintiocho años, ya era gerente de una oficina de servicio al cliente, escalando
cada vez más alto, pero ¿era realmente feliz? ¿Era esto lo que quería que fuera mi
vida: trabajar hasta la muerte y luego salir a beber o ir a casa a dormir?
No podía creer que este vacío dentro de mi pecho fuera todo lo que iba a
haber cuando pensara en mi vida. No podía creer que la emoción, la felicidad y
la aventura con las que solía soñar fueran sólo eso: sueños. ¿Cuándo me permití
dejar de soñar?
¿Cuándo me perdí tanto en el trabajo y en lo que los demás esperaban de
mí que olvidé lo que quería?
Cuando era adolescente, siempre me imaginaba lo que sentiría si fuera libre,
libre de expectativas, libre de las construcciones sociales que nos asfixian a todos,
libre de la gente que no me conoce realmente.
Pasamos junto a un gran espejo en el pasillo. Nico me miró y, por primera
vez en mucho tiempo, me detuve y me miré de verdad. Mi pelo rubio arena estaba
enredado por los acontecimientos del día, mis mejillas hundidas y mis ojos... Mis
ojos no tenían esa chispa que me prometí que nunca perdería.
Curiosamente, aunque me secuestraron, me metieron en el sótano y no me
dieron de comer, aquí sentí una libertad que no tenía en el mundo exterior.
—¿En qué estás pensando?— vino de mi lado derecho y miré en la misma
dirección, mis ojos chocaron con los de Nico.
—La vida.— Me encogí de hombros—. Y las hamburguesas, para ser muy
honesta. No creo que entiendas la gravedad de la situación.
—¿Te refieres a tu secuestro? —preguntó, luchando contra la sonrisa en su
rostro.
—No, mi hambre —resoplé—. Estoy a cinco minutos de arrodillarme para
masticar tu pierna.
Algo pasó por su cara, algo que me gustó más de lo que quería admitir, y
su voz bajó una octava cuando volvió a hablar.
—Puede que tenga otras ideas para ti y tus rodillas.
Mi cara ardía como un fuego abrasador, y no tenía que mirarme para saber
que me ponía roja como un tomate. El problema de una tez pálida era que nunca
nos sonrojábamos de esa forma tan bonita, en la que el enrojecimiento solo
aparecía en pequeños círculos en las mejillas.
No, oh no. Cada vez que me sonrojaba, hasta la frente se me ponía roja.
Si hacía cualquier tipo de ejercicio, parecía que estaba a tres minutos de un
ataque al corazón, y no, no era bonito
—Yo… —tartamudeé, sin encontrar pensamientos ni palabras coherentes.
Se acercó más, haciéndome inclinar el cuello para mirarle a la cara. Lo que
vi allí fue algo que apreciaría para siempre.
Este hombre alto, oscuro y peligroso me deseaba, eso era evidente. Y yo
también le deseaba a él.
Si no fuera por el fuego que ardía en sus ojos, amenazando con devastarnos
a ambos, su cuerpo contaba una historia propia.
—Uh, ¿es tu cuchillo o estás en realidad, verdaderamente feliz de verme?
—sonreí, amando la confusión y las preguntas que aparecían en su rostro
perfectamente esculpido.
—Porque como dije antes, si vas a matarme, ¿podrías alimentarme primero?
Soy un humana malhumorada. Imagínate lo malhumorada que estaría si muriera
con el estómago vacío.
—No tienes filtro, ¿verdad?
—No, los filtros están sobrevalorados. La vida es mucho más divertida
cuando no sabes qué esperar de una persona.
—O mucho más peligroso.
—Ehh, míralo como quieras, pero el punto de la historia es que, si quisiera
parecer normal, probablemente mantendría la boca cerrada. Pero, normal...
—Está sobrevalorado. Realmente lo está, Tesoro. Envolvió su mano
alrededor de la mía, y por muy jodido que sonara, se sintió como un ajuste
perfecto—. Vamos. Hay una hamburguesa con tu nombre escrito.
—¿Con pepinillos?— Le miré con los ojos entrecerrados—. Porque si no
tiene pepinillos...
—¿Hay gente que come hamburguesas sin pepinillos? —preguntó,
sonriendo. Pude ver el hoyuelo que asomaba en su mejilla izquierda y, joder, este
hombre era demasiado peligroso para estar vivo.
Y no porque estuviera en la mafia, o porque probablemente tuviera una
colección de cuchillos y pistolas, sino ese hoyuelo. Ese maldito hoyuelo.
—Creo que estoy enamorada de ti —solté y me arrepentí inmediatamente.
Tal vez tenga que empezar a filtrarme porque, ¿qué carajo?—. No lo hagas —
amenacé cuando se volvió hacia mí, agarrando mi mano con más fuerza.
—No he dicho nada.
—No tenías que hacerlo. Puedo ver tus ojos, Nico.
—Mhm, ¿y qué te dicen mis ojos?
Que quieres follarme, quería decir. Que quieres destrozarme, consumirme,
abrazarme y dejarme ir al mismo tiempo. Pero no expresé ninguno de esos
pensamientos porque no estaba segura de poder detenerlo si intentaba algo.
Estaba privada del contacto humano, del amor y la pasión que consumen,
y una vez que alimentas a un perro hambriento, nunca se irá. Sabía que, si
probaba esta fruta prohibida, mi vida aburrida sería la que dejaría con gusto por
él.
—Nada. No dije nada.
—Mentirosa.
—No estoy mintiendo.
—¿No? Entonces tienes miedo.
—¿Perdón? —resoplé—. No tengo miedo.
—Hmm, lo que tú digas, Tesoro, pero sé lo que veo en tus ojos.
La curiosidad mató al gato, y la mía me mataría a mí.
—¿Y qué es?
—Que, aunque te haya secuestrado...
—Tus matones lo hicieron —interrumpí.
—Como iba diciendo… —me lanzó una mirada—. Aunque te haya
secuestrado y te tenga aquí, aunque sepa que no eres la verdadera heredera que
debían llevarse, ese miedo en tus ojos no es porque pienses que pueda hacerte
daño. Está ahí porque tienes miedo de lo que podrías sentir, aquí, conmigo.
Me tragué la piedra alojada en mi garganta, odiándolo y admirando que
pudiera ver lo que yo había mantenido oculto durante tanto tiempo.
Tenía miedo, por mucho que quisiera negarlo. Estaba jodidamente
aterrorizada, porque exponerme nunca fue una opción. Era más fácil ir por la vida
si nunca permitía que la gente se acercara lo suficiente como para hacerme daño.
Era un modo de vida solitario. Solitaria y a veces aterradora, porque no
podía dejar de pensar que un día miraría atrás y detestaría todo lo que hacía,
porque nada me hacía feliz.
—¿Estoy en lo cierto?
—Prefiero no decirlo.
—Mhm, no tienes que hacerlo, pero está bien. Si te hace sentir mejor.— Se
inclinó hacia mi oído mientras nos deteníamos frente a otra puerta—. Tú también
me aterrorizas, Tesoro. Pero este miedo es el tipo de miedo que llevaría con gusto
en mi pecho, si consiguiera ver esa cara sonrojada tuya todos los días.
Vaya por Dios.
¡La madre que te parió!
¿Qué se supone que debo decir a eso? No, Señor Gánster caliente, preferiría
que no lo hicieras porque no necesito que me acaricien. Sí, eso no estaba
sucediendo.
Empujó la puerta antes de que pudiera responder, y todas las
preocupaciones que tenía flotando en mi cabeza desaparecieron cuando mis ojos
se centraron en la mesa, cubierta con un paño blanco y dos platos con
hamburguesas y patatas fritas cuidadosamente colocadas a un lado.
Mi estómago volvió a protestar, mientras él me empujaba suavemente hacia
el interior de la habitación, manteniendo su mano en la parte baja de mi espalda.
Incluso con la camisa y la chaqueta cubriendo mi cuerpo, podía sentir el calor de
su mano, penetrando a través del material, llegando hasta mi piel.
—Continúa.— Bajó la barbilla—. He traído esto para que lo comas, no para
que lo mires.
No tuvo que decírmelo dos veces. Atravesé la pequeña distancia que nos
separaba de la mesa en cuestión de segundos y saqué una silla, acomodándome
en un lado de la mesa en lugar de la cabecera. Sinceramente, ni siquiera me
importaba dónde me sentara.
—Se ven tan bonitas.
—Estoy seguro de que son más deliciosas que bonitas. Si no te gusta, por
favor, dímelo.
—¿Por qué?— ¿Iba a matar al chef porque no me gustaban las
hamburguesas?
—No, no, ni siquiera vayas por ahí, Alessia. Puedo ver las ruedas girando
en tu cabeza. Lo que sea que estés pensando es probablemente lo más alejado de
la verdad. Además, nadie ha muerto.
—Todavía.
—El punto es que nadie ha muerto ahora, así que por favor sienta tu trasero
y come. Pueden oír tu estómago protestando en Los Cabos.
Podría haber discutido con él, podría haberme negado a comer, pero en
lugar de eso, me lancé, cogiendo una hamburguesa con las dos manos y
llevándomela a la boca. Ese primer bocado, ese éxtasis que recorre las venas,
siempre fue mi favorito.
—Oh, Dios —gemí alrededor de la hamburguesa, tomando el primer,
segundo y tercer bocado, masticando lo más rápido posible—. Esto es
jodidamente bueno.
—¿Verdad?
—Sin embargo, podría necesitar secuestrar a tú chef. Sabe hacer
hamburguesas, y eso es todo lo que necesito en la vida.
—Quiero decir, podrías, pero estoy bastante seguro de que sabes cómo
hacer una hamburguesa tú misma.— Si no estuviera masticando en ese momento,
me habría reído.
—Nico, me las arreglo para quemar las palomitas de bolsa. Ya sabes, ese
tipo de palomitas que sólo tienes que meter en el microondas, y voalà5, ya las
tienes. Y las quemé en el microondas. Ahora imagina lo que pasaría si realmente
cocinara. Eso es un peligro de incendio para todo un edificio.
—Entonces, ¿no cocinas? —preguntó, tratando de mantener una mirada
seria.
—Mira.— Tragué rápidamente y me limpié la boca con una servilleta que
había sobre la mesa—. Podría, no digo que no pueda, pero deberíamos
asegurarnos de tener una ambulancia frente al edificio, así como bomberos.
—¿Tan malo es?— Se sentó, mirándome fijamente, y la patata frita que
tragué se fue de repente a donde no debía.
Oh, no.
No, no, no, no.
Mis pulmones se agarrotaron, mi garganta empezó a cerrarse y estaba
bastante segura de que mi cara empezó a parecerse a un tomate. Eso de que toda
5 Listo, en francés.
mi cara se ponía roja cada vez que me sonrojaba no ocurría sólo cuando me
sonrojaba.
Me llevé la mano a la garganta cuando empezó la tos, y mis ojos empezaron
a lagrimear. En serio, esto no podía estar pasando.
—Joder.
Podía oírle, pero no podía verle, ya que mi visión se volvía borrosa y me
dolía el pecho. Me agaché, tratando de toser el trozo que se había alojado en mi
garganta.
—Respira por la nariz, Alessia.— Su voz llegó desde mi lado derecho, justo
al lado de mi oído, al mismo tiempo que su palma se posaba entre mis omóplatos.
Es más fácil decirlo que hacerlo.
Sentí como si todo mi pulmón izquierdo se hubiera apagado con la
siguiente tos, y antes de que me diera cuenta, me había levantado, realizando la
maniobra de Heimlich6. Me rodeó con sus brazos, sus manos se colocaron debajo
de mi pecho, justo encima de mi estómago, presionando y presionando y
presionando, hasta que el trozo que me estaba ahogando salió volando,
aterrizando justo encima de la hamburguesa a medio comer.
Durante un minuto, lo único que pude oír fue su respiración constante y la
mía entrecortada. Mis oídos zumbaban mientras la sangre corría por mi
organismo. El corazón me retumbó en el pecho y entonces me di cuenta de que
no me había quitado las manos de encima, sujetándome con fuerza contra su
pecho.
Me di la vuelta lentamente, sus brazos se aflojaron lo suficiente como para
permitirme moverme, y luego se volvieron a apretar cuando mi pecho se apretó
8Familia en italiano.
9 Soldados en italiano.
10 Querida, en italiano.
quedas conmigo, que es lo que espero, algún día serás mi esposa y madre de mis
hijos. Así que no pongas cara de que te acabo de decir que Papá Noel no es real.
Necesito que entiendas que lo que te ofrezco no es sólo un rollo entre las sábanas,
en el que me voy a olvidar de ti, y esperarás no volver a verme. Te estoy
ofreciendo para siempre, y si me aceptas, te mostraré lo hermosa que puede ser
la vida cuando dos personas se aman y se cuidan.
¿Estaba a punto de llorar? Lo estaba. Lo estaba, joder.
Me dijo todas las palabras correctas, todas las cosas que quería escuchar
tantas veces, pero esa euforia se apagó rápidamente, tomada por el miedo y mis
propias inseguridades que siempre estaban ahí conmigo.
Aparté mi mano de la suya, colocándola en mi regazo, y miré el esmalte de
uñas desconchado de mi pulgar.
—Realmente no me conoces, Nico. Quiero decir, no fue como si hubiéramos
tenido un par de citas antes de que decidieras que querías tenerme para siempre.
De dónde vengo, las cosas así nunca terminan bien. Y quiero decir, no soy nada
especial, ya sabes. Mi vida es aburrida. Hablo demasiado, o no hablo en absoluto.
Tengo ansiedad por las cosas más estúpidas, pero soy extremadamente confiada
en las otras en las que se supone que debo tener ansiedad. No tengo ni idea de lo
que estoy haciendo en mi vida, pero también sé que lo que estoy haciendo ahora
mismo no es todo lo que se supone que tiene que ser. Y no me hagas hablar de la
colección de información inútil que flota en mi cerebro. Esa mierda podría darte
dolor de cabeza.
Se quedó callado un momento, y pensé que era el momento. Ahora era
cuando me iba a decir que era demasiado o demasiado poco; siempre era una cosa
u otra. Los hombres solían estar fascinados por mi rareza, al menos durante las
dos o tres primeras citas, pero cuando se daban cuenta de que mi cerebro
funcionaba en una longitud de onda completamente diferente, se distanciaban
hasta desaparecer por completo, dejándome atrás en las cenizas del futuro que
creía que podría tener.
—Entonces, ¿quieres hablar del Universo y de la creación, Tesoro? ¿Quieres
hablar de la mitología griega, romana y nórdica y de los poetas del tiempo
olvidado? ¿Quieres que te diga que lo que acabas de expresar me repugna? ¿Te
haría sentir mejor?
—No. Yo...
—Creo que eres hermosa. Creo que la forma en que funciona tu cerebro es
maravillosa. Ayer, sabías que estabas secuestrada. No tenías ni idea de dónde
estabas ni de quiénes éramos, pero no te pusiste histérica. Te mantuviste
tranquila, serena, porque eres fuerte.
—Creo que es porque tenía hambre y estaba cabreada.— Sonreí—. Si no, ya
habría apuñalado a uno de tus chicos.
—A pesar de todo, no lloraste, no suplicaste, excepto por la comida, por
supuesto —rió—. No te acobardaste frente a mí cuando era obvio que podía
romperte el cuello en cuestión de segundos y nadie sabría lo que te había pasado.
—Honestamente, me cegaste. Siendo todo un galán caliente ha reiniciado
mi cerebro, y estaba perdida.
—Alessia, puedo reconocer a una leona cuando la veo. Lo que he visto en ti
es algo que siempre he buscado en un compañera. Probablemente tienes más
pelotas que la mitad de mis hombres, y eso es decir algo, teniendo en cuenta que
la mayoría de ellos saben cómo matar a una persona sin pestañear.
—Eso es aterrador.
—Lo es, pero también te fascina. Te mueres por preguntar cómo, ¿verdad?
Bastardo.
—Tal vez.
—Y es por eso por lo que fuiste hecha para mí.
—O tal vez es sólo que vi demasiados programas y películas de crímenes, y
escuché demasiados podcasts de crímenes reales que no me aterran.
—Podría ser, pero ese no es el punto.
—Entonces, ¿qué sentido tiene, Nico?
—La cuestión es...
No llegó a terminar la frase. El cálido resplandor que entraba por las
ventanas desapareció, se bajaron las persianas de las ventanas y la luz roja y
abrasadora empezó a recorrer la habitación, mientras la alarma sonaba a nuestro
alrededor.
—Cazzo.— Saltó de su asiento y me sacó del mío, mientras un grupo de sus
hombres entraba en la sala, todos ellos con aspecto de estar preparados para la
batalla.
Nico ladró algo en italiano, mientras mi corazón latía al ritmo de la alarma.
Intentaba captar retazos de su conversación, pero me resultaba inútil porque no
conocía el idioma.
—¡Nico! —grité mientras me empujaba hacia uno de los hombres, pero ya
no me escuchaba. Este era el lado de él que pertenecía a la mafia y no a mí, ni a
nadie más.
Este era el lado que debía tener para poder liderar.
Se acercó a mí y me aproximó a él, acunando mi cara entre sus manos, con
una mirada de pura tortura y rabia en su rostro.
—Vendré a buscarte en cuanto me ocupe de esto, Tesoro. Ve con Daniele y
quédate con él. Nada de heroísmos ni de vagabundeos, por favor. Quédate quieta
y espera a que te recoja.
—Pero...
—No confíes en nadie más que en Daniele, ¿sí?— Depositó un beso en mi
frente, marcándome, sus manos sujetándome lo más fuerte posible, pero no era
dolor lo que sentía. Era angustia porque no sabía lo que estaba pasando. —Ahora
vete.— Suavemente, me empujó lejos de él, a los brazos de otro hombre.
—¡Nico! —grité tras él mientras desaparecía de la habitación, atravesando
una de las otras puertas.
—Joder.
—Vamos —pidió Daniele, rodeando con su mano la parte superior de mi
brazo. —Realmente tenemos que irnos.
—Pero Nico...
—Va a estar bien. Pero no lo estaremos si no nos alejamos de aquí.
Mis piernas empezaron a moverse por voluntad propia mientras Daniele
nos guiaba por la casa, por los pasillos que aún no había tenido oportunidad de
ver. Ni siquiera pude admirar el arte y la arquitectura del edificio mientras
íbamos de una habitación a otra. Él tenía su arma fuera, sujetándola con fuerza en
la mano que no me sujetaba a mí.
—¿Qué está pasando? —pregunté, sin aliento y más que cabreada. Ni
siquiera estaba despierta del todo, y ahora íbamos a toda prisa por la casa,
corriendo hacia Dios sabía dónde.
—Hubo una brecha en la seguridad. Alguien entró en las instalaciones.
Alguien que no debería estar aquí.
Joder.
—¿Esto sucede a menudo?
Me miró como si me hubieran crecido dos cabezas.
—No, no ocurre tan a menudo. Casi no ocurre en absoluto.
—¿Entonces por qué ahora?
La expresión de su cara no era la que quería pensar, pero tenía la sensación
de que no se trataba de un ataque al azar.
—Por aquí. —Me llevó rápidamente a través de otra puerta a la sala en la
que deseaba detenerme y admirar. Parecía ser una especie de salón de baile,
probablemente utilizado en el pasado para cenas de gala y fiestas. Pero ni siquiera
la belleza del salón de baile podía borrar los terribles sentimientos que corrían por
mis venas, ni el miedo y la ansiedad que se apoderaban de mi cuerpo.
Me sorprendió poder seguir corriendo, descalza y aterrorizada. Pero mi
miedo no era por mí, era por Nico y esa mirada frenética que tenía en su rostro.
Sea lo que sea, lo asustó lo suficiente como para que sus emociones se
reflejaran en su rostro.
No lo conocía lo suficiente, pero tenía la sensación de que no era el tipo de
hombre que mostraba sus emociones tan a menudo. El hecho de que me las
mostrara a mí lo decía todo.
Daniele se detuvo de repente, aumentando su agarre en mi brazo. Cuando
miré en la dirección de sus ojos, el corazón me dio un vuelco y las palmas de las
manos volvieron a humedecerse.
Un hombre, vestido de negro y con un pasamontañas en la cabeza, se
encontraba en la puerta que salía del salón de baile. Llevaba varios cuchillos en el
cinturón y en su mano izquierda tenía una pistola apuntando hacia nosotros.
—¿Vas a algún sitio? —preguntó el hombre. Daniele me empujó detrás de
él—. Y yo que pensaba que estábamos empezando a divertirnos.
—¿Quién es usted? —preguntó Daniele, apuntando con su propia arma al
desconocido.
Esto no iba a terminar bien; ya podía sentirlo. No quería morir antes de vivir
de verdad. No quería morir cuando mi vida apenas iba a comenzar.
—Suelta el arma y puede que te lo diga.
—Mala suerte, caramelo —respondió Daniele, apretando los dientes—. No
voy a preguntar de nuevo. ¿Quién eres?
Lo que sucedió a continuación quedaría grabado para siempre en mi
memoria. Estaba segura de que había un millón de cosas que podrían haber sido
diferentes, pero no lo fueron. Fue uno de esos momentos de «qué hubiera pasado
si» que me perseguiría durante años.
Daniele quitó el seguro de su pistola, pero antes de que pudiera apretar el
gatillo, el desconocido apretó el suyo, disparando a Daniele en el pecho. El
impacto le hizo tropezar de nuevo contra mí, haciéndonos caer a los dos al suelo,
en un montón de miembros y con la sangre manando de sus heridas.
—Puedes llamarme muerte —dijo el desconocido cuando Daniele y yo
aterrizamos en el suelo.
Me quité de encima a Daniele, horrorizada por el espectáculo que tenía
delante.
La sangre brotaba de cinco puntos de su pecho, creando un círculo rojo
alrededor de su cuerpo. Su tez oliva estaba pálida, demasiado pálida ahora, y los
ojos oscuros y seguros parecían asustados, frenéticos, suplicándome, pero por
qué no lo sabía.
—No, no, no —canté, acercándome a Daniele, presionando mis manos
contra dos de las heridas, pero eran demasiadas, y yo solo una—. Por favor, no te
mueras.
—Corre —se ahogó, con la sangre saliendo de su boca. —Sal de aquí.
—No, no puedo dejarte.
—Cazzo. Corre, Alessia.
—Deberías escucharlo —se unió a nosotros la voz del desconocido. Sus
pasos resonaron en la habitación—. No es que puedas ir muy lejos. No he venido
hasta aquí para irme con las manos vacías. Nico Romano va a saber cómo se siente
el verdadero dolor, y tú vas a ayudarme.
—Puedes irte a la mierda —dije mientras le miraba—. Sólo un cobarde
dispararía a un hombre con una máscara cubriendo su cara. Sólo un cobarde
entraría en la casa de alguien sin ser invitado, destruyendo la paz aquí.
—¿Paz? —Se rió—. Los Romanos no tienen esa palabra en su vocabulario.
Es a ellos a quienes deberías mirar así, llenos de odio, ira y desprecio, no a mí. Me
lo quitaron todo, y voy a devolverles el favor.
Se agachó y me levantó, alejándome de un Daniele sangrante.
—Suéltame.— Me agité y giré, tratando de liberarme de su agarre, pero era
demasiado fuerte para mí. En cuestión de segundos, me tenía cerca de la salida a
la que nos dirigíamos Daniele y yo—. Te voy a cortar la polla, cabrón.
—Tan sanguinaria, y decían que no te tenía más que unos días.
—No tengo que ser parte de la mafia para estar dispuesta a matarte por lo
que hiciste.
—¿Qué hice? —rió—. Deberías preguntarle a tu novio qué hizo antes de
empezar a hacer acusaciones. Oh, espera, no podría haberte dicho que sus
soldados masacraron a toda mi familia, dejándolos desangrarse a un lado de la
carretera como si nunca hubieran significado nada. Joder.
—¿Te prometió el mundo y la paz y todo lo que quisieras? ¿Te dijo que
dirigía el negocio familiar?
¿Este hombre pensó que Nico no me dijo toda la verdad?
¿Pero cómo pudo saber de mí? ¿Cómo nos encontró? ¿Por qué me llevaría
a mí cuando Nico me conocía desde hacía cuánto, cuarenta y ocho horas?
—Deberías soltarme —advertí, luchando por liberarse de su agarre.
—¿Debo hacerlo?
—Creo que deberías escuchar a la señora.— Un alivio instantáneo me
recorrió, haciéndome sentir mareada.
El desconocido nos dio la vuelta y me empujó frente a él, envolviendo su
brazo sobre mi garganta y presionando la pistola contra mi sien.
Y pensar que me quejaba de lo aburrida que era mi vida.
—Nico Romano —dijo el desconocido, con desdén y veneno en cada
palabra—. Me alegro de verte de nuevo.
CAPÍTULO 8
EL FIN
Por ahora
AGRADECIMIENTOS
L.K. Reid es una autora de romances oscuros, que odia a los lentos y a la
gente mala. Todavía está descubriendo todo esto de ser adulta, y en su opinión,
Halloween debería ser un día festivo. Tiene una pequeña obsesión por la
mitología griega y todo lo sobrenatural. La música tiene que estar encendida
desde que se despierta, durante todo el día y la noche.
Si no está escribiendo, se la puede encontrar leyendo, planeando próximos
libros y viendo películas de terror.
El culto Reid