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INDICE

Sinopsis
Aclaración
Playlist
Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Agradecimientos
Sobre la Autora
SINOPSIS

Un secuestro accidental.
Una mujer que habla demasiado.
Un hombre con un toque de maldad.

Para Alessia Devine, hoy debía ser un día más de trabajo en el hotel de lujo al que
llamaba hogar: estresante, caótico y lleno hasta los topes de huéspedes que no
reconocerían el sentido común o la cortesía común ni, aunque les mordiera el
trasero que ella debía besar.

Lo que no esperaba era ser secuestrada en pleno día, y menos por la mafia italiana.
¿Y qué era eso de que todos sus hombres parecían modelos?

Pero su cerebro no registró el peligro, al menos no hasta que él entró en la


habitación.

Alto, moreno y peligroso, su corazón dio un vuelco cuando lo vio por primera
vez, y lo supo.

Ser secuestrada era la menor de sus preocupaciones.

SERENDIPITY es un libro independiente. No es un romance oscuro, pero tiene


escenas que podrían no ser adecuadas para todos los lectores.
ACLARACIÓN

Este trabajo es de fans para fans, ningún participante de ese proyecto ha recibido
remuneración alguna. Por favor comparte en privado y no acudas a las fuentes
oficiales de las autoras a solicitar las traducciones de fans, ni mucho menos
nombres a los foros o a las fuentes de donde provienen estos trabajos.

¡¡¡¡¡Cuida tus grupos y blogs!!!!!!


PLAYLIST
A diferencia de las listas de reproducción de mis libros anteriores, debo
decir que ésta es la más ligera, y probablemente también la más corta.
Puedes encontrar la lista de reproducción completa en Spotify.
Shivers - Ed Sheeran
Cásate Conmigo - Silvestre Dangond, Nicky Jam
Turn Me On - Kevin Lyttle
E.T. - First to Eleven
Animals - Maroon 5
R U Mine? - Arctic Monkeys
Dark Horse - Our Last Night
Devotion - Hurts, Kylie Minogue
Move Your Body - Sia
My Love (Radio Version) - Kuba Oms
Heart Attack - TeraBrite
Eyes For You - The All Ways
Kiss the Devil - Bel Heir
My Juliet - Live My Last
My Forever (Reez Remix) - Mandy Jiroux
A todos nosotros, a los que nos devolverían en cinco minutos después de ser
secuestrados.
Nota de la Autora

Serendipity no se parece a ningún otro libro o historia que haya escrito hasta
ahora. Tiene ciertas situaciones que pueden ser demasiado para algunas
personas, pero en mi opinión, no es un romance oscuro. De nuevo, el nivel de
oscuridad es subjetivo para cada persona, y lo que puede ser oscuro para ti, puede
no serlo para mí.
Sinceramente, me he divertido mucho escribiendo esta historia. Surgió de
la nada y tuve que ponerla por escrito. Debo decir que esta es la historia más ligera
que he escrito, y sólo espero que disfruten de esta breve novela.
Tiene un elemento de insta-atracción, así que, si eso no es lo tuyo, tal vez
este no sea un libro para ti. Y antes de que preguntes, no, Nico y Alessia no están
relacionados con ninguno de mis otros libros, al menos no todavía.
Por favor, considera dejar una reseña si te acaba gustando, y feliz lectura.
Se sentía como en casa.
CAPÍTULO 1

MI OJO ESTABA TEMBLANDO.


Y no ese pequeño y simpático tic que se ve en los dibujos animados, o en
esas chicas bonitas de las películas que parecen estar ligeramente molestas. No,
no. Empecé a contar hasta diez, hace aproximadamente quince minutos, y lo supe,
simplemente lo supe, que no importaba lo que hiciera, no importaba cuántas
respiraciones profundas hiciera, iba a estrangular a este hijo de puta. Pero una
estrangulación suave, todavía necesitaba este trabajo.
—¿Entiendes?
Lo entendí. Lo entendí las primeras quince mil veces que repitió la misma
mierda, pero el ego de este hombre era del tamaño del Monte Everest y parecía
crecer a medida que pasaba el tiempo. El problema no era si yo entendía, sino él.
Necesitas este trabajo.
Necesitas este trabajo.
—Entendido —murmuré. Si sobrevivía hoy sin que me despidieran, iba a
conseguir uno de esos trofeos, o me iba a emborrachar esta noche, una de esas
dos cosas. Ya podía sentir el ardor en la garganta por todo el vodka con arándanos
que iba a tomar está noche. Ya no tenía ganas de seguir discutiendo con una
persona que no podía entender las cosas simples.
Nuestro director de compras seguía de pie frente a mí, con una sonrisa de
oreja a oreja, porque ambos sabíamos que no podía replicarle nada. Mi jefe estaba
de vacaciones, y mi expediente de recursos humanos era más grueso que
cualquier otro.
Realmente no era mi culpa. La gente a menudo me molestaba. No, molestar
era una palabra suave para las emociones que corrían por mis venas cuando no
eran capaces de hacer el trabajo por el que se les pagaba. ¿Iniciar sesión en el
sistema, y hacer clic en un maldito botón que literalmente tenía la descripción si
solo se cernían sobre él?
Así que, sí, mi boca me metió en bastantes problemas. Y te juro que nuestra
directora de RRHH corría hacia el otro lado cada vez que me veía.
Pero este cabrón delante de mí... No se merecía mi lengua viperina. Se
merecía un puñetazo en la garganta.
Ya podía ver la portada de la revista Hotelier Monthly: «Alessia Devine»,
una Gerente de oficina, arrestada por agresión. Sí, mi madre estaría muy
orgullosa. Por otro lado, mi hermano menor probablemente me chocaría los
cinco.
Pero hoy no era un buen día para que me arresten o me despidan, así que
me mordí la lengua. Sonreí a Jonas, dando un paso atrás, luego dos, tres y cuatro,
acercándome lentamente a la puerta de salida. La mitad de la oficina nos miraba
a los dos, sin duda esperando que explotara.
—Que tengas un buen día.
Podía ser amable, aunque cada palabra goteaba sarcasmo.
No esperé su respuesta antes de atravesar la puerta y empezar a marchar
por el pasillo poco iluminado, inhalando y exhalando. Inhalando y exhalando.
Maldito pedazo de mierda.
Pensaba que trabajar en un sector orientado a las personas y a la atención al
cliente sería duro debido a nuestros clientes, pero no. Me sorprendió que no
sufriera un aneurisma después de todos estos años. Por eso no podía dejar de
fumar, bueno, por eso y porque no quería hacerlo.
La gente pasaba a mi lado, otros asociados, y yo intentaba mantener una
sonrisa en mi rostro, aunque estaba bastante segura de que tenía un aspecto
psicótico. No es de extrañar que la mayoría pasara corriendo a mi lado sin
mirarme.
De todos los días para que se tomará un día libre, Nina tuvo que tomárselo
hoy cuando necesitaba a alguien con quien despotricar. Olivia estaba corriendo
por todo el hotel con el equipo de Calidad. Mariana probablemente estaba
corriendo de restaurante en restaurante para comprobar si todo estaba listo para
la visita del Corporativo mañana, y Eric estaba de vacaciones. El resto de mis
colegas no eran del tipo al que pudiera decirle que quería cometer un homicidio
hoy.
Saqué mi teléfono y gemí cuando vi tres llamadas perdidas y dos mensajes
en la pantalla. Por las llamadas perdidas, pude ver que era el equipo de nuestro
centro de llamadas que intentó contactarme antes, y también pude ver por qué.
Un huésped, alojado en la Suite Espectacular, se quejaba de las vistas y
pedía hablar con el gerente lo antes posible. Por supuesto que sí, porque nuestro
equipo de marketing tardó todo un año en responder a un puto correo electrónico
para cambiar la descripción en nuestra página web. No importaba que
tuviéramos constantemente el mismo dolor de cabeza, repetidamente. No
importaba que hoy no fuera el día para tratar con un huésped que no apreciaba
que le mintieran sobre las vistas.
Podría haberle llamado ahora, pero cuando miré la hora, ya eran las cuatro.
Cuando mi estómago empezó a rugir, gritando porque no había conseguido
comer hoy, tecleé que me pondría en contacto con él en quince minutos.
La cafetería ya estaba cerrada, pero había un pequeño y agradable bistró
frente al hotel donde podía tomar un sándwich rápido, un café y un cigarrillo, y
luego regresar.
Un huésped que se quejaba podía esperar un par de minutos, pero mi
estómago no podía. Además, el hecho de que me diera hambre no era un
espectáculo agradable de ver, y prefería no arriesgarme a que me llamaran de
nuevo a Recursos Humanos porque otro «copo de nieve» que trabaja con nosotros
no podía soportar que le dijeran que había hecho un mal trabajo.
Al pasar junto a la oficina de seguridad al salir, saludé a Hisham y comencé
a subir las escaleras, dispuesta a respirar aire fresco. La entrada de nuestro
personal estaba en la parte trasera del hotel, pero casi todas las oficinas se
encontraban en la zona del sótano, aparte de nuestro departamento de alimentos
y bebidas, así como las habitaciones.
El zumbido de los coches, el aire fresco y cálido, y la gente que pasaba por
la calle fueron lo primero que golpeó mis sentidos. Ni siquiera me importaba la
suave humedad que empezaba a acumularse en la zona con la llegada del verano.
Al menos ya no tenía que parecer un oso polar, con quince capas de ropa encima,
porque los inviernos en Ventus City eran un completo desastre.
El cartel de Danny's Bistro era visible desde este lado y cuando empecé a
caminar hacia el comienzo de la carretera principal. Casi podía saborear el
sándwich de mozzarella que iba a pedir, con pechugas de pollo frescas, y el
aderezo justo para que mi estómago cantará aleluya.
Culparía a mi hambre de no haber oído la furgoneta blanca que venía del
otro lado de la calle. También culpaba a que estaba cabreada, agotada y, en
definitiva, completamente distraída por el letrero de neón de Danny's Bistro por
no haber oído la que puerta se abría. No fue hasta que alguien me agarró por
detrás que finalmente me di cuenta de lo que estaba pasando.
Tres hombres con capuchas negras y equipo táctico, como si fueran a la
guerra, salieron de la nada. Dos de ellos tiraban de mí hacia atrás, mientras que
uno de ellos no dejaba de escudriñar la calle como si alguien fuera a saltar y
empezar a luchar contra ellos.
Me golpeó como un mazo en el pecho: me estaban secuestrando.
CAPÍTULO 2

TODO ESE DISCURSO DE QUE TU VIDA pasa por delante de tus ojos cuando te
enfrentas a un final inevitable, o cuando te estás muriendo, es una chorrada. Lo
único que pasaba por mi mente cuando me pusieron una bolsa negra en la cabeza
era que realmente iba a matar a alguien hoy y luego pedir una pizza. Mi estómago
no paraba de rugir, como si llevara dos días sin comer y no un par de horas.
Okey, tenía dos cosas pasándome por la cabeza: también necesitaba orinar.
No ayudó que el conductor, quien fuera, condujera como si estuviera en el
plató de «Rápidos y Furiosos».
Tenía las manos delante de mí, atadas con algo, al igual que las piernas,
mientras estaba sentada en el frío y duro suelo de la furgoneta. Hablaban entre
ellos, pero no podía entender ni una sola palabra.
Sonaba a italiano, pero descifrar lenguas extranjeras era lo último de lo que
tenía que preocuparme.
De lo que tenía que preocuparme era de si iba a vivir o no. Intenté pensar
en quién querría secuestrarme, pero aparte de aquel huésped del año pasado que
me amenazó con tirarme una maceta porque no quise darle una mejora de gratis,
todos los demás me querían o tenían sentimientos encontrados.
Uno de los secuestradores levantó la voz de repente. Antes de que pudiera
girar la cabeza para seguir la dirección de la que procedía, la furgoneta se detuvo
repentinamente y caí en picada hacia un lado, cayendo de cara al suelo.
Maldita sea.
—Mierda —gritó uno de ellos, su voz sonaba mucho más cerca de lo que yo
querría.
Gemir en el suelo y aguantar la vejiga no era lo que había previsto para este
día cuando me desperté. Antes de que pudiera levantarme del suelo, un par de
manos fuertes me agarraron por la parte superior de los brazos y me volvieron a
levantar hasta sentarme.
No habló, no pronunció una sola palabra, pero pude sentir su presencia
demasiado cerca para mi gusto.
—Si no quieres que empiece a patalear y gritar, te sugiero que te alejes de
mí, amigo.— Sentía la boca como papel de lija, mi estómago se contrae y gemía,
y mi vejiga amenazaba con estallar en cualquier momento.
—No es por arruinar el momento de damisela-indefensa y toda esa mierda,
pero ¿podemos parar en la gasolinera o algo así? A menos que quieras que orine
aquí en el coche.
Un gemido colectivo resonó en la furgoneta en cuanto las palabras salieron
de mi boca. No pensé que los hombres fueran tan mojigatos ante la sola mención
de las funciones corporales normales. Antes de que pudiera preguntar y,
probablemente, meterme en un agujero más profundo con ellos, la puerta
corrediza por la que me sacaron antes se abrió con un silbido, dejando que el aire
fresco se infiltrara en el vehículo.
No tenía ni idea de cuánto tiempo habíamos conducido, pero debió de ser
el suficiente para salir de la ciudad. Cuando me levantaron, me sacaron al exterior
y me quitaron lo que fuera que me había atado a las piernas, no pude oír los
sonidos familiares de los coches zumbando por Ventus City, ni pude oler el aire
rancio y húmedo.
—¿Dónde estamos? —pregunté, aunque sabía que ninguno de ellos
respondería. Empecé a preguntarme si siquiera entendían el inglés. A juzgar por
el gemido de antes, probablemente sí.
—Cállate y camina —dijo una voz a mi lado derecho, los dos sujetándome
entre ellos, como si pudiera correr ahora mismo. Con el estado de mi vejiga, lo
más lejos que podría llegar sería el arbusto más cercano.
Estuve a punto de cruzar las rodillas y caminar así hasta que me dejaran
usar el baño.
Las puertas se abrían y se cerraban, llegaba un coche, los hombres hablaban,
ahora podía entender que era italiano, pero nadie me dirigía la palabra.
—De verdad, como que realmente, necesito un baño —protesté de nuevo—
. Por favor, señor secuestrador. Lo juro, sólo necesito orinar. El té helado que bebí
antes ya se está deslizando, y no estoy segura de cuánto tiempo podría...
—Cazzo1 —escupió el mismo tipo de antes—. Te vamos a llevar al puto
baño.— Si antes no estaba segura de que hablaban en italiano, su acento lo
confirmó.
Ahora cerré la boca, sintiendo algo más que energía hostil en la habitación:
estaban nerviosos. Yo también lo estaría si secuestrara a alguien en pleno día y lo
arrastrara a una furgoneta. No tenía ni idea de por qué me habían cogido o qué
querían hacer conmigo. Estaba bastante segura de que no era material para el
tráfico de personas. Espera, ¿había una lista de control que tenían cuando
secuestraban a la gente?
—Tengo una pregunta.
—No —respondió bruscamente.
Cielos, está bien. Sólo trataba de ser amigable.
Se abrieron otras puertas y, ni siquiera un segundo después, la capucha
negra que me pusieron en la cabeza desapareció, permitiéndome por fin respirar

1 Mierda en italiano.
bien. Parpadeó, y luego parpadeó un poco más, mientras mis ojos se adaptan a la
luz deslumbrante de la habitación... no, del baño.
Un suelo de mármol con paredes de color azul oscuro y una bañera que
ocuparía la mitad de mi sala de estar estaban frente a mí. Me quedé boquiabierta
como un pez en tierra firme.
Esto definitivamente no era lo que esperaba.
—Ve entonces —ladró—. Querías usar el baño.
Me di la vuelta, dispuesta a mandarle a la mierda, pero se me trabó la
lengua cuando vi su cara y luego la del hombre que estaba en la puerta.
—Mierda —murmuré.
—Eres...— balbuceé.
Ojos marrones oscuros se estrecharon hacia mí; toda su cara se frunció en
un ceño. Pero ni siquiera eso podía quitar el hecho de que parecía haber salido de
una portada de GQ... no, los dos.
—¿Estoy muerta? —Solté. No había forma de que alguien tan sexy pudiera
estar metido en actividades criminales.
—No, no lo estás, pero podrías estarlo si no dejas de hablar y empiezas a
orinar —respondió el Señor GQ Uno, con los brazos cruzados sobre el pecho. Mis
ojos se centraron en los abultados músculos de sus brazos.
Entonces caí en la cuenta: esperaba que orinara con él en la habitación.
Una risa histérica brotó de mí, subiendo desde mi pecho, a través de mi
garganta, y resonando alrededor de nosotros en el gigantesco baño. El ceño
fruncido que llevaba se profundizó, acentuando las líneas alrededor de sus ojos.
—¿Esperas que orine contigo en la habitación?
—Espero que te calles, pero sí.— Asintió con la cabeza—. Sólo sigue con
esto ya.
—No estoy segura de quién te crió, pero no voy a orinar delante de dos
hombres que ni siquiera conozco.
—Entonces no conseguirás orinar en absoluto —replicó.
—Amigo.— Me reí—. Puedes salir del baño y dejarme orinar en paz, o me
voy a orinar yo misma en cuanto salgamos de aquí, lo que significa que tendrás
que ser tú quien limpie el desastre. Así que, voy a orinar de una manera u otra,
pero depende de ti cómo va a suceder.
Ese tic que tuve antes con nuestro director de compras, lo veía ahora en uno
de sus ojos.
Quizá me golpeé la cabeza cuando me caí en la furgoneta. Estaba
demasiado calmada por la situación que se presentaba.
—Bien —murmuró, con la ira escrita en él—. Tienes un minuto.— Eso es
todo lo que necesitaba.
Los dos salieron, manteniendo la puerta entreabierta. Corrí hacia el retrete
de la esquina, tanteando el botón y la cremallera de mis pantalones, maldiciendo
al mismo tiempo. No era precisamente fácil quitarse los pantalones con las manos
atadas.
—Maldita sea —maldije cuando finalmente me bajé los pantalones y me
senté en el asiento del inodoro, casi gimiendo por el alivio instantáneo.
Miré a mi alrededor, tratando de encontrar cualquier cosa que pudiera usar
como arma, pero este baño estaba tan vacío como podían estarlo. Aparte del rollo
de papel higiénico y un dispensador de jabón, no había nada más.
Sin embargo, una cosa me molestó: ¿quién llevaría a su secuestrado a un
baño tan bonito?
—Tienes cinco segundos, Alessia —ladró el gruñón. Tiré rápidamente de la
cadena y empecé a subirme los pantalones cuando entraron furiosos. —Ya está.
—¿Qué carajos, hombre?— Mis pantalones estaban a medio camino,
pegados a mis rodillas, y no era capaz de subirlos más con las cuerdas que me
ataban las muñecas—. No te matará llamar a la puerta.
—Y no te mataría darte prisa. Vamos.— Se acercó y empezó a desatarlas
cuerdas en mis muñecas.
—Súbete los pantalones. El jefe está casi aquí. No puedo esperar a ver lo
que te va a hacer.— ¿Esa sonrisa que llevaba en la cara? Esa mierda me recordaba
al idiota de esta mañana, y las suaves y violentas palabras volvieron a mi cabeza.
—¿Ah, sí? Bueno, tu jefe puede besarme el culo por lo que me importa.
Y ahí, señoras y señores, fue el momento en que supe que la había cagado.
CAPÍTULO 3

HUBO MOMENTOS EN MI VIDA en los que me dije: ¿realmente tenía que decir
eso? O, no debería haberme comido ese último trozo de chocolate. O, no debería
haber comprado estos pantalones porque mi trasero se ve demasiado grande en
ellos. Pero ninguno de esos momentos podría compararse con éste. En cuanto esas
palabras salieron de mi boca, supe que, o bien iba a acabar muerta y mi cara iba a
estar esparcida por toda la ciudad, o bien me iban a meter en una especie de
mazmorra con sólo pan y agua para sobrevivir.
No conseguí parpadear antes de que me lanzara al aire y me echara por
encima de su hombro, con los pantalones por los tobillos y la cara pegada a su
espalda.
—¿Es un mal momento para decirte que yo también tengo hambre? —
pregunté mientras me llevaba a Dios sabe dónde. Un gruñido fue todo lo que
obtuve mientras íbamos de una habitación a otra, toda la sangre de mi cuerpo se
iba lentamente a mi cabeza—. ¿A dónde me llevas? Es una mazmorra, ¿no?
—Jesús, ¿alguna vez cierras la boca?
—En muy raras ocasiones.— Sonreí contra su espalda—. Pero cuando estoy
estresada, suelo hablar... Mucho.
—No me digas.
—Es tu culpa, ¿sabes? Me secuestraste en medio de mi descanso para comer.
Mi día ya era una mierda, y ahora esto. Sólo espero que usen una de las fotos más
favorecedoras cuando pongan mi cara por toda la ciudad. Mi madre cree que
todas mis fotos son bonitas, pero créeme, no lo son.
—¿Por qué tendrían que usar tu foto en toda la ciudad? —preguntó,
abrazándome con fuerza a su hombro.
—¿Porque me secuestraron y nadie sabe dónde estoy?
Estuve a punto de añadir duh, pero decidí no hacerlo. ¿Estaba hablando en
serio con esto, o?
—Bien —refunfuñó.
—No, pero de verdad. ¿Qué vas a hacer conmigo? Si no vas a matarme
ahora mismo, siento que debo decirte que sería una esclava terrible.
—Me pregunto por qué.
—¿Verdad? Hablo demasiado y me río en momentos inapropiados. Por
ejemplo, hace unos años, mi amiga me dijo que no podía ir a la escuela porque
había perdido su conejo. Me eché a reír, porque ¿cómo coño se pierde un conejo
de casa? Le pregunté si lo habían encontrado, a lo que me contestó que se había
muerto. ¿Cómo iba a saber que lo decía en serio?
—Dios. —suspiró.
—Realmente no quieres venderme. Ni siquiera soy tan guapa. Quizá si
durmiera más, si comiera mejor y cuidara mi salud en general, pero no tengo
tiempo para eso.
—En serio, cállate —gritó.
—No hasta que me digas qué vas a hacer conmigo.
Pasó un minuto, un minuto demasiado largo, porque, maldita sea,
necesitaba saberlo. Si iba a morir hoy, al menos merecía saberlo de antemano.
—Vamos a hacer un video de ti, y luego se lo vamos a enviar a tu padre.
¿Mi padre?
—Si no está de acuerdo con nuestros términos, bueno, Principessa 2 ,
entonces podrías morir.
Espera, espera, espera. Espera, carajo. ¿Mi padre? ¿Edward Devine? ¿El
mismo padre que desapareció de mi vida hace quince años?
Empezó a bajar las escaleras mientras yo reflexionaba sobre lo que había
dicho.
—Y… mi padre.— Me aclaré la garganta—. ¿También es parte de tu grupo?
—No te hagas la tonta, Alessia. Ambos sabemos que no lo eres.— Sí, sabía
que no era tonta, pero sus declaraciones anteriores no tenían sentido.
Mucha gente pensaba que era italiana por mi nombre de pila, pero eso y mi
amor por la pasta eran las dos únicas cosas italianas que tenía. Ni siquiera parecía
italiana, por el amor de Dios.
—De acuerdo, de acuerdo, realmente no estoy tratando de tomarte el pelo
aquí, pero...— Hice una pausa—. Creo que me has confundido con otra
persona.— No había otra explicación.
En cuanto esas palabras salieron de mi boca, me bajó del hombro y me puso
frente a él, con las piernas temblando por la posición en la que me tenía. Me
agaché para subirme los pantalones cuando empezó a hablar de nuevo.
—¿Cómo te llamas?
Me enderecé y me abroché los pantalones, sacudiendo primero la pierna
izquierda y luego la derecha, intentando que la sangre fluyera, sin dejar de
mirarle. Ojalá hubiera tenido una cámara para capturar este momento, porque
estaba ahí, escrito en su cara: la han cagado.
—Alessia. —sonreí.

2 Princesa en italiano.
—Alessia, ¿qué?— ¿Muy impaciente?
—Alessia Devine.— Mi sonrisa se extendió aún más ante su expresión de
horror—. ¿Ahora puedo comer algo? ¿Por favor?
—Cazzo —tronó, dándome la espalda.
Supongo que no fui la única que tuvo un día de mierda.
CAPÍTULO 4

NO ESTABA SEGURA de si debía reír o simplemente llorar, sentada aquí en la


celda que parecía más agradable que nuestra zona de fumadores en el hotel. En
cuanto se dio cuenta de lo que estaba pasando, el Señor Gruñón GQ sacó su
teléfono y empezó a gritar a alguien en italiano mientras yo seguía de pie,
apretando una mano contra mi estómago.
Mi estómago ya ni siquiera gruñía, sino que se rindió por completo, lo que
me hizo sentir débil y de muy mal humor.
No los habría matado darme un sándwich o algo así. A estas alturas, me
conformaría con un trozo de pan.
Pero en cuanto terminó su llamada, se volvió hacia mí y mi cara sonriente,
y empezó a guiarme hacia una de las celdas. Así que aquí estaba yo, sentada sola,
hambrienta, cabreada y cansada. Estaba pensando en echarme una siesta, pero
sabía que no sería capaz de cerrar los ojos con el estómago vacío.
Así que esperé.
Y esperé.
Y esperé, pero ninguno de ellos regresó para ver cómo estaba.
No tenía mi teléfono conmigo, ya que me lo quitaron cuando me metieron
en la furgoneta, así que no pude ver qué hora era. Extrañamente, esperaba que el
pánico se apoderara de mí, que el miedo me diera una patada en las tripas, pero
nada de eso ocurrió. No pude evitar preguntarme si era porque estaba harta de
mi vida tal y como estaba, o si era porque no había dormido más de dos horas la
noche anterior.
Fuera lo que fuera, era útil, y sólo esperaba poder mantener la calma.
La mayor pregunta ahora era: ¿me dejarían ir una vez que se dieran cuenta
del error que habían cometido?
Cuando me levanté esta mañana, pensé que iría a trabajar, sufriría otro día
agotador y luego iría al pub que todos frecuentamos. Pero parecía que el destino
tenía otros planes para mí, y esa perra sí que sabía cómo jugar.
Por si fuera poco, últimamente no podía dejar de pensar si esto era lo que
realmente quería de la vida. Trabajar en turnos de doce horas, que me llamaran
en mis días libres, cuando los tenía, rodeada de gente que me irritaba, y pasar las
noches emborrachándome.
Hace años, tenía un plan. Un bonito plan que sonaba muy bien sobre el
papel, pero que cuando se hizo realidad, fue una mierda. Para colmo, ahora mi
madre me preguntaba constantemente si había encontrado novio y si iba a tener
nietos antes de morir.
Como sí pudiera. No tenía tiempo para comer la mayoría de los días, y al
final del día, lo único que ansiaba era una cama y un sueño decente.
Ya me ganaba la vida hablando con la gente. Si tuviera que hablar con otro
ser humano por la noche cuando lo único que quería era mantener la boca
cerrada, me pegaría un tiro en la cabeza.
Un escalofrío me recorrió y me apreté más la chaqueta del traje, frotándome
las manos por los brazos, intentando entrar en calor. Puede que hiciera más calor,
pero aquí, en el sótano, la temperatura era lo suficientemente baja como para
congelarme los pezones.
Al menos podría haberme dado una manta. No fue mi culpa que no fueran
capaces de rastrear a la persona correcta para secuestrar. Quiero decir, ¿cómo
diablos fue posible que me confundieran con una princesa de la mafia? ¿No
estaban estas cosas cuidadosamente planeadas, con la gente que querían
secuestrar siendo observada y toda esa mierda?
Si mi padre fuera un pez gordo, sería normal que tuviera un conjunto de
guardaespaldas y, sobre todo, no saldría por la entrada del personal. Diablos, me
quedaría en el maldito hotel.
¿Qué tan estúpidos pueden ser?
Me latía la cabeza, me castañeteaban los dientes por el frío y mi estómago
lloraba de hambre. Si ese mismo idiota volvía, le iba a dar un puñetazo en la
garganta.
Al diablo con las consecuencias.
Levanté las piernas y empecé a bajar la cabeza a la dura superficie de la
cama cuando las luces automáticas del pasillo frente a las celdas se encendieron,
iluminando toda la zona. Los pasos resonaban a mi alrededor, pero a estas alturas
ya no me importaba lo que me hicieran.
Cerré los ojos y crucé los brazos sobre el pecho, llevando las piernas hacia
el estómago, tratando de conservar algo de calor. Si decidían no matarme, el frío
lo haría definitivamente.
Mi sistema inmune no era lo suficientemente fuerte como para resistirlo. Mi
médico ya me dijo que los resultados de mis últimas pruebas no eran tan buenos,
y que, si quería vivir lo suficiente como para ver canas en mi cabeza, tendría que
cambiar algo.
Es más fácil decirlo que hacerlo.
Los pasos se acercaban cada vez más hasta que se detuvieron justo delante
de mí celda. Mantuve los ojos cerrados, aunque me mataba no ver quién estaba
allí.
Más vale que no sea la misma persona que me trajo aquí. Puede que no
llevara ningún arma y que mi fuerza no fuera nada comparada con la suya, pero
aún llevaba mis tacones, y estos podían infligir un daño importante si se usaban
adecuadamente.
—Ambos sabemos que no estás durmiendo —dijo, pero no era el mismo
tipo de antes.
Esta voz era más profunda, grave, pero al mismo tiempo tranquilizadora,
envolviéndome en su abrazo.
—Sí, y los dos sabemos también que prefiero tener los ojos cerrados que
mirar a cualquiera de ustedes —repliqué. Una pequeña risa resonó a nuestro
alrededor. ¿Se estaba riendo? Maldita sea, no quería abrir los ojos, pero al mismo
tiempo me moría por ver quién estaba allí.
—No bromeaban cuando me dijeron que no nos tenías miedo.
—Creo que ahora mismo estoy demasiada hambrienta y demasiada
cabreada para tenerte miedo. No hay espacio en mi cabeza para todo eso.
Además… —Abrí los ojos y casi me tragué la lengua, porque ¡¡¡¡joder!!!!.
Literalmente, ¡¡¡joder!!!.
—Además, ¿qué? —sonrió, despertando mis ovarios, todo mi cuerpo.
Mis ojos conectaron con los suyos oscuros, inamovibles, suspendidos en el
aire. Como si un millar de soles me iluminaran de repente, mi piel ardió, el frío
que sentí antes se olvidó hace tiempo, mientras él me escaneaba perezosamente
de la cabeza a los pies.
Sentí esos ojos como si fueran sus dedos acariciando mi piel. Todavía
mantenía esa sonrisa en su rostro, pero sus ojos... Dios mío.
Un infierno de emociones me atravesó, dejándome sin palabras. Algo que
no había ocurrido en mucho tiempo.
—¿El gato te ha comido la lengua?— Su voz bajó, adquiriendo un tono
ronco que pude sentir en mis huesos.
Peligro. Su nombre debería ser peligro, con esos ojos oscuros, y el pelo
igualmente oscuro, más largo por arriba y más corto por los lados, y ese maldito
traje que le quedaba como una segunda piel.
Trabajé con hombres que llevaban traje. Los veía a diario, y a la mayoría de
ellos les sentaban de maravilla, pero este tipo... Era el tipo de hombre que no
necesitaba ajustarse al traje; el traje tenía que ajustarse a él.
—Yo sólo...— Me quedé sin palabras mientras me incorporaba y caminaba
hacia la puerta de la celda—. Lo siento, mi cerebro ha tenido que reiniciarse,
porque ¿qué carajo?
La sonrisa que llevaba antes desapareció de repente, y una mirada
inquisitiva se apoderó de su rostro.
—Sólo tengo una pregunta, si no te importa.— Un asentimiento fue todo lo
que obtuve antes de continuar—. Cuando estás reclutando gente para esta banda,
mafia, grupo, como carajo quieras llamarlo, ¿uno de los requisitos es parecer un
sueño húmedo? Porque, ¡¡¡joder!!!
Mis ojos recorrieron sus anchos hombros, el borde afilado de su mandíbula
que daría mi ovario izquierdo por morder, para luego aliviarlo con un beso, luego
sobre el cabello oscuro en el que me encantaría envolver mis manos, y finalmente
aterrizando en el labio inferior lleno, mis dientes hormigueando por la necesidad
de hundirlos en él.
—Lo siento, ¿qué?— En cualquier otra situación, me habría reído de la
mirada perpleja y confusa de su cara, pero ahora mismo, estaba tan confundida
como él.
—Quiero decir, mírate. Si me dices que eres gay, podría llorar. Ni siquiera
tendrás que matarme. Simplemente me pondré a llorar y moriré de tristeza.
Sus ojos se abrieron de par en par y una de sus cejas se alzó antes de que la
sonrisa volviera a aparecer.
—Definitivamente no soy gay, Tesoro.
—Vale, vale, entonces estoy definitivamente en el juego —murmuré,
ganándome otra de esas sonrisas—. No es que sea tu tipo o lo que sea, pero ya
sabes, tengo que soñar de vez en cuando.
—Hmm.
—¿Puedo tocarte? —Lo miré—. Si alguna vez me dejas ir de aquí, a menos
que me muera de un resfriado antes de eso, quiero decirles a mis amigas que
toqué al hombre más sexy del mundo.
—¿Crees que soy caliente?
—Sabes que eres caliente. No hace falta toda esa mierda de «creo que soy
ordinario».
—Au contraire3, Tesoro. No creo que sea ordinario en absoluto. Pero tú
tampoco lo eres.
—¿Quién? ¿Yo?— La risa brotó de mi pecho, y apreté la frente contra los
barrotes de la celda, cerrando los ojos—. Lo más interesante que me ha pasado en
los últimos cuatro años es, literalmente, este secuestro, e incluso con esto, no era
yo la que debía ser secuestrada.

3 Al contrario, en francés.
—¿Alguna vez dejas de hablar, Tesoro? —preguntó, y no era la primera
persona, ni sería la última.
—Sólo cuando veo a Legolas 4 en la televisión —sonreí—. No, espera.
También Ryan Reynolds y Chris Hemsworth. Ese otro tipo, ¿cómo se llamaba? —
murmuré, tratando de recordar—. Ah, sí, Tom Hiddleston.— Volvió esa mirada
confusa, pero divertida, y decidí continuar.
—Hay toda una lista. Suelo callarme con ellos, cuando estoy comiendo o
cuando estoy tratando de convencerme de que no me estrangulen suavemente.
—¿Estrangulación suave?— Se atragantó—. ¿Qué demonios...?
—Sí, estrangulamiento suave.— Me encogí de hombros—. Ya sabes, lo
suficiente para dejar claro tu punto de vista, pero no lo suficiente para matarlos.
Podría magullarlos, pero también les recordará que no deben molestarte más.
Por un segundo, se quedó allí, mirándome como si me hubieran crecido dos
cabezas; no me sorprendería que así fuera, para ser completamente sincera. Una
risa estruendosa salió de él, asustándome a mí y a los otros dos chicos que estaban
detrás de él.
Se miraron el uno al otro y luego a él. Por millonésima vez, deseé tener mi
cámara conmigo para poder grabar estos momentos.
—¿Qué te pasa?— Su pregunta me hizo sonreír.
—Hay una lista, ya sabes. No es súper larga, pero la hay. La pregunta más
importante aquí es, ¿qué te pasa? ¿Quién secuestra gente como parte de su
trabajo?
—Yo no...

4 Personaje del Señor de los Anillos de Tolkien.


—¿Es un trauma de la infancia? ¿Tenías algún problema entonces? Si es así,
conozco un gran terapeuta que podría ayudarte a superarlo.
—Seguro que sí.
—Además, ¿por qué tu gente no me alimenta ya? Me han secuestrado, me
han hecho pasar hambre, me han metido en una celda fría, y ahora estamos
hablando en lugar de comer. A menos que quieras matarme, entonces puedo dar
unos pasos hacia atrás, para que la sangre no manche tu traje. Estoy bastante
segura de que cuesta más de lo que gano.
—No voy a…
—Pero como, si vas a matarme, ¿puede ser algo que sea un poco más
rápido? Esta vida ya fue una completa mierda, un circo para ser muy honesta
contigo. Así que, si voy a morir, ¿puede ser rápido? No sé mucho de armas, pero
sé que, si me cortan la arteria, puedo desangrarme súper rápido…
—¿Quieres dejar de hablar? —dijo de repente—. No voy a matarte. Ni
ahora, ni mañana, ni dentro de veinte años. Quiero hablar contigo, para entender.
—¿Para entender? —repetí como un loro.
—Sí, para entender.
—¿Qué quieres entender exactamente?
Esos ojos ardientes recorrieron mi pecho y luego volvieron a mi cara antes
de responder de nuevo.
—Todo.
—Mhm— Asentí con la cabeza—. Entonces, ¿no quieres matarme?— Tenía
que estar segura.
—No —exhaló, la molestia brotando de cada centímetro de su cuerpo—. No
voy a matarte, Tesoro.
—¿Tortura tal vez?
—Tampoco voy a torturarte.
Tenía un aspecto sincero, parecía molesto y divertido a la vez, pero
realmente no podía entender por qué seguía aquí entonces.
—De acuerdo, te creo.
—¿Lo haces?
—Aparentemente, sí, pero no le des demasiada importancia. Mi hermano
suele bromear con que nuestra madre me dejó caer demasiadas veces de cabeza
cuando era niña, y por eso soy como soy.— Me aparté de los barrotes, dándome
cuenta de que no sé su nombre.
—¿Cómo te llamas? Estoy bastante segura de que ya sabes todo lo que hay
que saber sobre mí, pero yo no sé una mierda de ti. No creo que seas uno de los
guardias, o lo que sea que sean, y tus zapatos son más brillantes que mi futuro,
así que...
—Eres realmente algo, ¿lo sabías?
—Sí, algo muy hambrienta —refunfuñé—. Entonces, ¿tu nombre?
Uno de los guardias se acercó a él y le entregó una llave similar a la que el
otro guardia utilizó cuando me encerró aquí. Con pasos cuidadosos y sus ojos
puestos en mí, se acercó a los barrotes y abrió la puerta, entrando.
Era más fácil respirar con él al otro lado de la barrera, porque así, torciendo
el cuello para encontrar sus ojos, estaba en todas partes. Inhalé, arrepintiéndome
inmediatamente, cuando su colonia picante me hizo cosquillas a mis sentidos,
despertando algo dentro de mi pecho.
Joder, era demasiado pronto para empezar a desarrollar el síndrome de
Estocolmo.
Una de sus manos se posó en mi sien, su rostro tronó cuando me estremeció
al tocar la tierna piel.
—¿Qué ha pasado aquí?— Su voz bajó una octava, arrastrándome cada vez
más a su órbita.
—Me caí —casi susurré, sin confiar en mi propia voz. Se suponía que era
una mujer fuerte, independiente e inquebrantable, pero aquí estaba. Me
temblaban las rodillas, mi corazón latía a mil por hora y sabía que, si él se
inclinaba para reclamar mis labios con los suyos, yo se lo permitiría.
Puede que me pelee por un momento o dos, pero no mentía cuando decía
que esto era lo más emocionante que me había pasado en los últimos años.
Bajó la cabeza, acercándose a mi oído, su aliento jugando con los mechones
sueltos de mi pelo y haciéndome cosquillas en el cuello.
—Me llamo Nico, Tesoro. Nico Romano.
—Encantada de conocerte.
—Hmm, el placer es todo mío.— Apretó su mejilla contra la mía, su rastrojo
rozando mi piel—. Ahora, ¿te gustaría venir conmigo a mi apartamento para
discutir esto?
No estaba segura de haber asentido. Ni siquiera estaba segura de sí
respiraba en ese momento, pero cuando se puso a mi lado y puso su brazo en la
parte baja de mi espalda, empujándome lentamente hacia la salida, el primer
hilillo de miedo apareció en mi pecho, haciéndome pensar de verdad.
¿Estaba a punto de vender mi alma al diablo?
CAPÍTULO 5

PASÉ SU NOMBRE POR MI LENGUA, saboreando cada letra, dejando que sonara
en mi cabeza como una canción que no podía sacar de mi mente. Sabía a peligro,
a todo lo que no debería hacer, pero mientras me llevaba fuera del sótano hacia
lo que supuse que era una de las habitaciones, no pude evitar pensar en mi vida
y en todo lo que había conseguido hasta Sí, tenía una gran carrera. Con sólo
veintiocho años, ya era gerente de una oficina de servicio al cliente, escalando
cada vez más alto, pero ¿era realmente feliz? ¿Era esto lo que quería que fuera mi
vida: trabajar hasta la muerte y luego salir a beber o ir a casa a dormir?
No podía creer que este vacío dentro de mi pecho fuera todo lo que iba a
haber cuando pensara en mi vida. No podía creer que la emoción, la felicidad y
la aventura con las que solía soñar fueran sólo eso: sueños. ¿Cuándo me permití
dejar de soñar?
¿Cuándo me perdí tanto en el trabajo y en lo que los demás esperaban de
mí que olvidé lo que quería?
Cuando era adolescente, siempre me imaginaba lo que sentiría si fuera libre,
libre de expectativas, libre de las construcciones sociales que nos asfixian a todos,
libre de la gente que no me conoce realmente.
Pasamos junto a un gran espejo en el pasillo. Nico me miró y, por primera
vez en mucho tiempo, me detuve y me miré de verdad. Mi pelo rubio arena estaba
enredado por los acontecimientos del día, mis mejillas hundidas y mis ojos... Mis
ojos no tenían esa chispa que me prometí que nunca perdería.
Curiosamente, aunque me secuestraron, me metieron en el sótano y no me
dieron de comer, aquí sentí una libertad que no tenía en el mundo exterior.
—¿En qué estás pensando?— vino de mi lado derecho y miré en la misma
dirección, mis ojos chocaron con los de Nico.
—La vida.— Me encogí de hombros—. Y las hamburguesas, para ser muy
honesta. No creo que entiendas la gravedad de la situación.
—¿Te refieres a tu secuestro? —preguntó, luchando contra la sonrisa en su
rostro.
—No, mi hambre —resoplé—. Estoy a cinco minutos de arrodillarme para
masticar tu pierna.
Algo pasó por su cara, algo que me gustó más de lo que quería admitir, y
su voz bajó una octava cuando volvió a hablar.
—Puede que tenga otras ideas para ti y tus rodillas.
Mi cara ardía como un fuego abrasador, y no tenía que mirarme para saber
que me ponía roja como un tomate. El problema de una tez pálida era que nunca
nos sonrojábamos de esa forma tan bonita, en la que el enrojecimiento solo
aparecía en pequeños círculos en las mejillas.
No, oh no. Cada vez que me sonrojaba, hasta la frente se me ponía roja.
Si hacía cualquier tipo de ejercicio, parecía que estaba a tres minutos de un
ataque al corazón, y no, no era bonito
—Yo… —tartamudeé, sin encontrar pensamientos ni palabras coherentes.
Se acercó más, haciéndome inclinar el cuello para mirarle a la cara. Lo que
vi allí fue algo que apreciaría para siempre.
Este hombre alto, oscuro y peligroso me deseaba, eso era evidente. Y yo
también le deseaba a él.
Si no fuera por el fuego que ardía en sus ojos, amenazando con devastarnos
a ambos, su cuerpo contaba una historia propia.
—Uh, ¿es tu cuchillo o estás en realidad, verdaderamente feliz de verme?
—sonreí, amando la confusión y las preguntas que aparecían en su rostro
perfectamente esculpido.
—Porque como dije antes, si vas a matarme, ¿podrías alimentarme primero?
Soy un humana malhumorada. Imagínate lo malhumorada que estaría si muriera
con el estómago vacío.
—No tienes filtro, ¿verdad?
—No, los filtros están sobrevalorados. La vida es mucho más divertida
cuando no sabes qué esperar de una persona.
—O mucho más peligroso.
—Ehh, míralo como quieras, pero el punto de la historia es que, si quisiera
parecer normal, probablemente mantendría la boca cerrada. Pero, normal...
—Está sobrevalorado. Realmente lo está, Tesoro. Envolvió su mano
alrededor de la mía, y por muy jodido que sonara, se sintió como un ajuste
perfecto—. Vamos. Hay una hamburguesa con tu nombre escrito.
—¿Con pepinillos?— Le miré con los ojos entrecerrados—. Porque si no
tiene pepinillos...
—¿Hay gente que come hamburguesas sin pepinillos? —preguntó,
sonriendo. Pude ver el hoyuelo que asomaba en su mejilla izquierda y, joder, este
hombre era demasiado peligroso para estar vivo.
Y no porque estuviera en la mafia, o porque probablemente tuviera una
colección de cuchillos y pistolas, sino ese hoyuelo. Ese maldito hoyuelo.
—Creo que estoy enamorada de ti —solté y me arrepentí inmediatamente.
Tal vez tenga que empezar a filtrarme porque, ¿qué carajo?—. No lo hagas —
amenacé cuando se volvió hacia mí, agarrando mi mano con más fuerza.
—No he dicho nada.
—No tenías que hacerlo. Puedo ver tus ojos, Nico.
—Mhm, ¿y qué te dicen mis ojos?
Que quieres follarme, quería decir. Que quieres destrozarme, consumirme,
abrazarme y dejarme ir al mismo tiempo. Pero no expresé ninguno de esos
pensamientos porque no estaba segura de poder detenerlo si intentaba algo.
Estaba privada del contacto humano, del amor y la pasión que consumen,
y una vez que alimentas a un perro hambriento, nunca se irá. Sabía que, si
probaba esta fruta prohibida, mi vida aburrida sería la que dejaría con gusto por
él.
—Nada. No dije nada.
—Mentirosa.
—No estoy mintiendo.
—¿No? Entonces tienes miedo.
—¿Perdón? —resoplé—. No tengo miedo.
—Hmm, lo que tú digas, Tesoro, pero sé lo que veo en tus ojos.
La curiosidad mató al gato, y la mía me mataría a mí.
—¿Y qué es?
—Que, aunque te haya secuestrado...
—Tus matones lo hicieron —interrumpí.
—Como iba diciendo… —me lanzó una mirada—. Aunque te haya
secuestrado y te tenga aquí, aunque sepa que no eres la verdadera heredera que
debían llevarse, ese miedo en tus ojos no es porque pienses que pueda hacerte
daño. Está ahí porque tienes miedo de lo que podrías sentir, aquí, conmigo.
Me tragué la piedra alojada en mi garganta, odiándolo y admirando que
pudiera ver lo que yo había mantenido oculto durante tanto tiempo.
Tenía miedo, por mucho que quisiera negarlo. Estaba jodidamente
aterrorizada, porque exponerme nunca fue una opción. Era más fácil ir por la vida
si nunca permitía que la gente se acercara lo suficiente como para hacerme daño.
Era un modo de vida solitario. Solitaria y a veces aterradora, porque no
podía dejar de pensar que un día miraría atrás y detestaría todo lo que hacía,
porque nada me hacía feliz.
—¿Estoy en lo cierto?
—Prefiero no decirlo.
—Mhm, no tienes que hacerlo, pero está bien. Si te hace sentir mejor.— Se
inclinó hacia mi oído mientras nos deteníamos frente a otra puerta—. Tú también
me aterrorizas, Tesoro. Pero este miedo es el tipo de miedo que llevaría con gusto
en mi pecho, si consiguiera ver esa cara sonrojada tuya todos los días.
Vaya por Dios.
¡La madre que te parió!
¿Qué se supone que debo decir a eso? No, Señor Gánster caliente, preferiría
que no lo hicieras porque no necesito que me acaricien. Sí, eso no estaba
sucediendo.
Empujó la puerta antes de que pudiera responder, y todas las
preocupaciones que tenía flotando en mi cabeza desaparecieron cuando mis ojos
se centraron en la mesa, cubierta con un paño blanco y dos platos con
hamburguesas y patatas fritas cuidadosamente colocadas a un lado.
Mi estómago volvió a protestar, mientras él me empujaba suavemente hacia
el interior de la habitación, manteniendo su mano en la parte baja de mi espalda.
Incluso con la camisa y la chaqueta cubriendo mi cuerpo, podía sentir el calor de
su mano, penetrando a través del material, llegando hasta mi piel.
—Continúa.— Bajó la barbilla—. He traído esto para que lo comas, no para
que lo mires.
No tuvo que decírmelo dos veces. Atravesé la pequeña distancia que nos
separaba de la mesa en cuestión de segundos y saqué una silla, acomodándome
en un lado de la mesa en lugar de la cabecera. Sinceramente, ni siquiera me
importaba dónde me sentara.
—Se ven tan bonitas.
—Estoy seguro de que son más deliciosas que bonitas. Si no te gusta, por
favor, dímelo.
—¿Por qué?— ¿Iba a matar al chef porque no me gustaban las
hamburguesas?
—No, no, ni siquiera vayas por ahí, Alessia. Puedo ver las ruedas girando
en tu cabeza. Lo que sea que estés pensando es probablemente lo más alejado de
la verdad. Además, nadie ha muerto.
—Todavía.
—El punto es que nadie ha muerto ahora, así que por favor sienta tu trasero
y come. Pueden oír tu estómago protestando en Los Cabos.
Podría haber discutido con él, podría haberme negado a comer, pero en
lugar de eso, me lancé, cogiendo una hamburguesa con las dos manos y
llevándomela a la boca. Ese primer bocado, ese éxtasis que recorre las venas,
siempre fue mi favorito.
—Oh, Dios —gemí alrededor de la hamburguesa, tomando el primer,
segundo y tercer bocado, masticando lo más rápido posible—. Esto es
jodidamente bueno.
—¿Verdad?
—Sin embargo, podría necesitar secuestrar a tú chef. Sabe hacer
hamburguesas, y eso es todo lo que necesito en la vida.
—Quiero decir, podrías, pero estoy bastante seguro de que sabes cómo
hacer una hamburguesa tú misma.— Si no estuviera masticando en ese momento,
me habría reído.
—Nico, me las arreglo para quemar las palomitas de bolsa. Ya sabes, ese
tipo de palomitas que sólo tienes que meter en el microondas, y voalà5, ya las
tienes. Y las quemé en el microondas. Ahora imagina lo que pasaría si realmente
cocinara. Eso es un peligro de incendio para todo un edificio.
—Entonces, ¿no cocinas? —preguntó, tratando de mantener una mirada
seria.
—Mira.— Tragué rápidamente y me limpié la boca con una servilleta que
había sobre la mesa—. Podría, no digo que no pueda, pero deberíamos
asegurarnos de tener una ambulancia frente al edificio, así como bomberos.
—¿Tan malo es?— Se sentó, mirándome fijamente, y la patata frita que
tragué se fue de repente a donde no debía.
Oh, no.
No, no, no, no.
Mis pulmones se agarrotaron, mi garganta empezó a cerrarse y estaba
bastante segura de que mi cara empezó a parecerse a un tomate. Eso de que toda

5 Listo, en francés.
mi cara se ponía roja cada vez que me sonrojaba no ocurría sólo cuando me
sonrojaba.
Me llevé la mano a la garganta cuando empezó la tos, y mis ojos empezaron
a lagrimear. En serio, esto no podía estar pasando.
—Joder.
Podía oírle, pero no podía verle, ya que mi visión se volvía borrosa y me
dolía el pecho. Me agaché, tratando de toser el trozo que se había alojado en mi
garganta.
—Respira por la nariz, Alessia.— Su voz llegó desde mi lado derecho, justo
al lado de mi oído, al mismo tiempo que su palma se posaba entre mis omóplatos.
Es más fácil decirlo que hacerlo.
Sentí como si todo mi pulmón izquierdo se hubiera apagado con la
siguiente tos, y antes de que me diera cuenta, me había levantado, realizando la
maniobra de Heimlich6. Me rodeó con sus brazos, sus manos se colocaron debajo
de mi pecho, justo encima de mi estómago, presionando y presionando y
presionando, hasta que el trozo que me estaba ahogando salió volando,
aterrizando justo encima de la hamburguesa a medio comer.
Durante un minuto, lo único que pude oír fue su respiración constante y la
mía entrecortada. Mis oídos zumbaban mientras la sangre corría por mi
organismo. El corazón me retumbó en el pecho y entonces me di cuenta de que
no me había quitado las manos de encima, sujetándome con fuerza contra su
pecho.
Me di la vuelta lentamente, sus brazos se aflojaron lo suficiente como para
permitirme moverme, y luego se volvieron a apretar cuando mi pecho se apretó

6 Procedimiento de primeros auxilios usado cuando una persona se está ahogando.


contra su estómago. Levanté la cabeza y lo miré, notando por primera vez una
pequeña cicatriz debajo de su ojo izquierdo.
—Tú —tartamudeé—. Me has salvado.
—Lo hice.
—Yo…
Pero no llegué a decir nada más, porque antes de que pudiera comprender
lo que estaba sucediendo, mi visión se nubló, apareciendo manchas oscuras en la
periferia, y no tenía nada que ver con mi sesión de asfixia.
—¿Me has drogado?
Todo se volvió negro.
CAPÍTULO 6

ESTABA EN EL PRADO rodeada de cachorros Golden Retriever, acariciando su


suave pelaje, revolcándome entre la hierba con ellos, cuando el sonido que antes
no existía empezó a resonar por el prado, asustando a los cachorros, haciéndolos
huir de mí.
Tic-Tac.
Tic-Tac.
Tic-Tac.
Los cielos azules empezaron a volverse grises, y las nubes oscuras entraron
desde el oeste, precipitándose hacia la pradera, trayendo consigo una sensación
siniestra.
Tic-Tac.
Tic-Tac.
Tic-Tac.
Los truenos surcaron el cielo, seguidos de las primeras gotas de lluvia que
cayeron sobre mi cara, y antes de que pudiera levantarme y empezar a correr tras
los cachorros que ya no se veían, la oscuridad se apoderó del prado, las sombras
se acercaban cada vez más y más...
Podía sentirlo tocando mi piel, mis brazos desnudos y mi cara. Los susurros
del viento me ponían la piel de gallina, mi nombre era como una plegaria en las
alas de los cuervos que aparecían de la nada.
Alessia...
Alessia...
Alessia...
—Dejadme en paz —grité con todas mis fuerzas, gritando al viento, a la
oscuridad que me rodeaba, pero no me escuchó. Inmóvil, enmudecida,
finalmente me alcanzó como una avalancha en una montaña, y en un segundo me
consumió, toda envuelta en su oscuro capullo.
—Alessia —llamó una voz familiar, haciéndome abrir los ojos.
A diferencia del prado y de la oscuridad que se me venía encima, la luz me
dio la bienvenida, una luz cegadora, y cerré los ojos una vez más, luchando contra
el dolor de cabeza que empezaba a aparecer.
—¿He muerto? ¡joder! —pregunté, levantándome lentamente, con una
mano sobre los ojos.
—Lo siento, ¿qué?
—Quiero decir que hay demasiada luz para que esto sea el Infierno, y
aunque me sorprenda que haya acabado en el Cielo, estoy algo contenta.
—No has muerto.
—¿No?— Me quité la mano de los ojos, entrecerrando los ojos a la figura
sentada a mi lado. Nico.
—Entonces, ¿por qué coño hay tanta luz?
Estaba luchando contra una sonrisa, podía verlo, y no hizo nada para
apaciguar el gremlin7 que se despertaba dentro de mí. Dios, mis vecinos y todos
mis amigos sabían lo malhumorada que era por las mañanas, sobre todo si tenía
que despertarme con una luz cegadora apuntando hacia mí.
—¿Porque es de día?— ¿Me estaba preguntando a mí? Su tono alegre no
ayudaba en absoluto.

7 Criatura mitológica de naturaleza malévola, popular en la tradición de países de habla inglesa.


—¿Te estás riendo de mí?
—Nunca lo haría.— Por supuesto, nunca lo haría, sólo que esa última frase
sonaba tan ahogada como parecía. Se esforzaba por no reírse.
—Te estás riendo mucho de mí.— Me alejé un centímetro, pero él tenía otras
ideas. Conseguí alejarme menos de un centímetro, cuando sus manos se posaron
en mis caderas, tirando de mí hacia atrás, justo en su regazo.
Mis manos se posaron en sus hombros y mi cara se alineó con la suya. Su
aliento se mezcló con el mío, nuestros labios estaban a escasos centímetros.
Debería haberle temido, ¿verdad? Ya debería haber intentado huir, pero
aquí estaba, sin aliento, con el corazón palpitando y los labios hormigueando por
la necesidad de besarlo. Enredó su mano en mi pelo, la segunda aún apoyada en
mi cadera, y me acercó.
Sus ojos brillaban con fuego enloquecido.
Quería arder por ello. Quería probar la locura porque eso es lo que era:
pura locura.
Síndrome de Estocolmo, allá voy.
Muchas veces he bromeado con mis amigos diciendo que, si alguna vez me
secuestraban y el secuestrador acababa teniendo un aspecto, bueno, como este,
me quedaría. Ni en un millón de años habría pensado que todas esas bromas que
contaba se convertirían un día en realidad.
—¿Qué estoy haciendo aquí, Nico? —pregunté, sin aliento, aterrorizada,
pero no de él. De alguna manera, él no me asustó. No me hizo sentir insegura.
—No lo sé —contestó con voz ronca, como si él también luchara contra esa
atracción entre nosotros—. Sólo sé que se siente bien tenerte aquí conmigo. Nunca
nada se ha sentido tan bien.
—Sin embargo, me has drogado.— Ya no era una pregunta. Lo supe desde
el momento en que me desperté: el recuerdo del incidente de la asfixia, yo en sus
brazos tan vívido como sus ojos frente a los míos.
—Te drogué. Viéndote allí en esa celda del sótano, oyéndote hablar, viendo
lo valiente, y tal vez un poco loca, que eres, simplemente debía tenerte.
—¿Significa esto que soy tu prisionera?
—No, Tesoro. Esto significa que soy tu prisionero, y si decides irte, no te lo
impediré. Movió el mechón de pelo suelto que caía sobre mi cara—. Pero espero
que decidas quedarte.
Aunque parezca una locura, una parte de mí quería quedarse. Era una
locura, lo que estaba sugiriendo, pero en el fondo de mis huesos, se sentía bien.
Él se sentía bien.
Este extraño con ojos que podían ver demasiado, y manos que cuidaban
más que herían, se sentía como en casa. Algo que no había tenido en mucho
tiempo.
No era infeliz, pero tampoco era feliz. Estaba en un punto intermedio,
atascada en el limbo, pasando por encima de los movimientos. En el fondo, sabía
que no estaba completa. Siempre sentía que me faltaba algo, o alguien. Había
pasado años persiguiendo una felicidad falsa, el éxito, sólo para sentirme vacía
cuando alcanzaba todo lo que creía que quería tener.
Nada era suficiente.
Ni una carrera brillante, ni un apartamento en un edificio increíble, ni
mucho menos la cantidad de dinero que empecé a ganar. ¿Qué sentido tenía
cuando me sentía vacía por dentro?
Sentirse vacía era una emoción tan extraña. Un minuto estabas sonriendo,
riendo, sintiéndote bien, y en el siguiente, todo tendía a desaparecer,
derrumbándose como un castillo de naipes. Te sentías peor que antes, porque
sabías que la felicidad que creías sentir no era más que el reflejo de las reacciones
y acciones de los demás, y no lo que tú sentías de verdad.
No quería sentirme así. No quería llorar hasta quedarme dormida porque
había algo malo en mí, cuando en realidad, en todos estos años, nada se ha sentido
más bien que estar aquí con él.
—¿Qué pasa con mi vida? ¿Mi familia? No quiero que piensen que fui
secuestrada y asesinada. No quiero que vivan con el trauma de no volver a hablar
conmigo nunca más. Sé que son una banda o algo así, pero quiero tener a mi
hermano en mi vida. Quiero poder visitarlos y que ellos me visiten.
—Tesoro…
—No, no, ese es mi ultimátum. Si voy a quedarme contigo, y no puedo creer
que lo esté considerando, estas son las cosas que necesito. Además, necesito
trabajar. No sé en qué, definitivamente no en el hotel, porque Dios sabe que voy
a matar a alguien si tengo que lidiar con otro imbécil que no consiguió su ascenso
de categoría, pero algo... ¿Te estás riendo de nuevo?
—¿Quién? ¿Yo? Nunca.
—Tu cara de póker apesta.
—Sí, pero sólo contigo.— Me rodeó con sus manos, abrazándome con
fuerza—. Estos ultimátum tuyos, no parecen ultimátum en absoluto. La verdad
es que no quiero que pierdas el contacto con tu familia y no quiero que sientas
que no tienes el control.— Arqueé una ceja, odiando y amando a la vez la sonrisa
que se extendía por su rostro.
—De eso se trata, ¿no? ¿De control?
—Tal vez —murmuré.
—Tesoro —susurró—. Quiero darte el mundo. Quiero verte feliz, haciendo
lo que sea que quieras hacer. Pero también quiero estar ahí, cogiendo tu mano.
Nunca imaginé que querría tener una relación seria. Nunca tuve todos estos
pensamientos corriendo por mi cabeza, pero ahora, contigo, lo quiero todo.
Quiero que estemos juntos, que pasemos juntos por esta vida, y cuando tenga
ochenta años, canas y muchos menos dientes de los que tengo ahora, quiero que
tú seas la persona que empuje mi silla de ruedas.
—¿Ochenta? Hombre, eso es mucho, mucho tiempo. ¿Estás seguro de que
no te vas a aburrir conmigo?
—No, me preocupa más que te aburras de mí.
Reflexioné sobre ello durante un segundo, pensando en todas las veces que
había deseado que alguien me abrazara así, que me dijera que me quería. Imaginé
lo que se sentiría al ser querida, deseada, protegida, y tuve la sensación de que
podría ser esto.
Pero, siempre había un pero.
—¿Podría pensarlo? —pregunté, odiando la desilusión que brillaba en sus
ojos—. Me estás pidiendo que cambie toda mi vida, y que me mude a donde sea
que estemos ahora, para estar contigo. ¿Nos conocimos ayer?
—El tiempo es sólo un concepto, Tesoro. Podrías conocer a una persona
toda tu vida, y aun así no se sentiría así. Pero lo entiendo, y voy a darte tu espacio,
aunque no quiera otra cosa que tumbarte y lamerte por todas partes.—
Jo.der
««Por ahora, voy a alimentarte, y luego voy a mostrarte los alrededores.
Creo que te puede gustar esto.
Tragué saliva, intentando controlar mi expresión, pero el calor de mis
mejillas y mis oídos me decían que me estaba sonrojando como una virgen de
dieciséis años.
Pero no iba a esconderme de él. Si realmente me quería, tendría que
acostumbrarse a mí y a mis reacciones.
—¿Comida, dices?— Esbozo una sonrisa, agarrando mí cuello.
—Sí, y créeme, este desayuno es algo que no querrás perderte.
Mi estómago decidió empezar a gruñir en ese momento, y aunque tenía
millones de preguntas sobre este lugar y por qué me drogó, tendrían que esperar.
Por ahora.
—Entonces guíe el camino señor. Ambos sabemos cómo me pongo cuando
tengo hambre.
CAPÍTULO 7

ME TOMÓ DE LA MANO mientras caminábamos hacia el comedor, mientras yo


admiraba la arquitectura y los colores que adornaban los pasillos de su casa.
Aunque, a decir verdad, esto se parecía más a una mansión que a una casa
normal. En la construcción de este lugar se utilizaron tipos de arquitectura gótica
y renacentista, entrelazados con la tecnología moderna. No pude evitar soñar con
vivir en un lugar así. Siempre me ha gustado la historia, el arte y la arquitectura,
y este lugar lo tiene todo.
—¿Cuándo se construyó esta casa? —pregunté mientras bajábamos la gran
escalera.
—No estoy muy seguro. Cuando la compré, estaba en ruinas. El agente
inmobiliario no sabía la fecha exacta de construcción, pero definitivamente no
pertenecía a este siglo.
—Así que la reconstruiste.
—La mayor parte. Utilicé la misma estructura y traté de igualar el estilo
arquitectónico. Por supuesto, no todo se pudo salvar, pero lo intenté.
—Es hermosa.
—Realmente lo es, casi de otro mundo.— Levanté la vista hacia él y vi que
me miraba. Era extraño cómo las palabras de una persona podían significar
mucho más. La forma en que te miraban, la forma en que se comportaban decía
más que mil palabras sin sentido que otras personas habían dicho durante tu vida.
Sentí que me ahogaba, que me perdía en su mundo y en sus palabras, y en
la forma en que me cogía la mano como si fuera lo más preciado que hacía en su
vida. Me desconcertaba que las manos que probablemente conocían la muerte y
la sangre pudieran ser tan suaves y gentiles.
Pero esta asfixia... Sabía que me levantaría si se lo pedía. Tenía el
presentimiento de que trataría de darme todo, sólo si se lo pedía, pero tenía miedo
de pedirlo.
Tenía miedo de que lo que fuera ese sentimiento dentro de mi pecho, fuera
sólo una ilusión que mi mente había creado. Me aterrorizaba que fuera sólo un
sueño, y que muy pronto me despertara sola en mi cama, con sólo el recuerdo de
un hombre alto, oscuro y peligroso que quería retenerme con él.
Y tal vez estaba loca por no temerle, pero mi vida aburrida y sin color daba
más miedo que toda una mafia.
No tenía miedo de él, sino de mí. ¿Y si aceptaba su oferta y él decidía que
yo no era suficiente? ¿Y si no era lo suficientemente adorable o bonita para estar
en su vida?
¿Y si sólo quería retenerme porque aún no me tenía?
¿Y si un día me despertara odiándome por haberlo aceptado?
Pero, si me negara a quedarme, ¿qué pasaría si me arrepintiera el resto de
mi vida?
—¿En qué estás pensando? —preguntó cuando doblamos la esquina y
entramos en una sala con una larga mesa de comedor. Los platos y los cubiertos
ya estaban preparados para dos.
—Nada y todo, ¿sabes?— Solté su mano y me dirigí hacia la silla del lado
derecho desde la cabecera de la mesa, y la retiré, acomodándome—. Estoy
pensando en ti, en esto, y en lo loco que es incluso pensar en quedarme.
—Pero ¿Estás pensando en quedarte?
Se sentó en la cabecera de la mesa, desplegó la servilleta y la colocó en su
regazo.
—Sí, pero tengo preguntas.
—Entonces pregunta.
Parecía tan seguro, tan convencido de ello, y yo odiaba no poder tener los
mismos sentimientos.
Un cocinero, vestido con un uniforme blanco y un delantal negro, entró en
la sala, llevando dos grandes bandejas, y se acercó a la mesa, colocando los platos
cubiertos frente a nosotros. Se limitó a saludar a Nico con la cabeza y se apresuró
a salir de la habitación, mientras Nico levantaba las tapas, dejando ver pastelillos
y huevos estrellados en el plato.
—¿Eres el jefe de esto, sea lo que sea?
—Lo soy —respondió sin dudar, colocando un par de croissants en mi
plato—. Y esta cosa, como te gusta llamarla, se llama mafia. Creo que mi nonno
se revolvía en su tumba cada vez que llamabas banda a nuestro negocio
familiar.— Se rió y dio un mordisco a uno de los croissants, mirándome fijamente.
—¿Nonno?
—Mi abuelo.
—Ah. Y esto, el negocio familiar, ¿implica matar gente?
No estaba segura de cuál era mi postura ante el asesinato, y quizá mi brújula
moral dejó de funcionar en el momento en que entré en este mundo, pero si la
gente inocente no sufría, podía ignorar todo lo demás.
—Así es, Tesoro, pero la famiglia8 trabaja con honor. Prometemos no dañar
a los inocentes e indefensos. Diablos, la mitad de mis soldati9 eran niños sin hogar
cuando los encontré y los acogí. La mayoría de ellos no tenían familia, no tenían
ningún lugar al que ir. Estaban hambrientos, golpeados, casi moribundos.
Maldita sea. Cuando lo decía así, era difícil discutir con él todas las razones
por las que no debía quedarme.
—Bien. ¿Y qué pasa con los niños y las mujeres?
—No los tocamos, cara mia10.
—¿Pero ustedes me secuestraron?
—No, pensaron que estaban secuestrando a Alessia Morreti, que no es ni
mucho menos inocente. Ha estado involucrada en chantaje, extorsión, así como
en tráfico de personas, y su padre es aún peor. Por lo tanto, la gente inocente no
es el objetivo. ¿Soy un santo? Por supuesto que no. Pero nunca he pretendido
serlo. ¿Estoy involucrado en cosas que harían vomitar a un hombre normal? Sí, lo
estoy. En mi duodécimo cumpleaños, mi padre me regaló mi primer cuchillo, y
nunca miré atrás. Y un día, cuando tengamos hijos...
—¿El qué?
—Niños, Tesoro. Creo que estás familiarizados con el concepto, ¿o tengo
que explicarte cómo funciona?
—Sé muy bien cómo funciona el hacer niños, pero...
—Tesoro —murmuró y cogió mi mano colocada encima de la mesa—. Eres
mía tanto como yo soy tuyo. En mi mundo, cuando encuentras a alguien que te
hace cantar la sangre, y tu corazón se eleva, nunca lo dejas ir. Y sí, creo que, si te

8Familia en italiano.
9 Soldados en italiano.
10 Querida, en italiano.
quedas conmigo, que es lo que espero, algún día serás mi esposa y madre de mis
hijos. Así que no pongas cara de que te acabo de decir que Papá Noel no es real.
Necesito que entiendas que lo que te ofrezco no es sólo un rollo entre las sábanas,
en el que me voy a olvidar de ti, y esperarás no volver a verme. Te estoy
ofreciendo para siempre, y si me aceptas, te mostraré lo hermosa que puede ser
la vida cuando dos personas se aman y se cuidan.
¿Estaba a punto de llorar? Lo estaba. Lo estaba, joder.
Me dijo todas las palabras correctas, todas las cosas que quería escuchar
tantas veces, pero esa euforia se apagó rápidamente, tomada por el miedo y mis
propias inseguridades que siempre estaban ahí conmigo.
Aparté mi mano de la suya, colocándola en mi regazo, y miré el esmalte de
uñas desconchado de mi pulgar.
—Realmente no me conoces, Nico. Quiero decir, no fue como si hubiéramos
tenido un par de citas antes de que decidieras que querías tenerme para siempre.
De dónde vengo, las cosas así nunca terminan bien. Y quiero decir, no soy nada
especial, ya sabes. Mi vida es aburrida. Hablo demasiado, o no hablo en absoluto.
Tengo ansiedad por las cosas más estúpidas, pero soy extremadamente confiada
en las otras en las que se supone que debo tener ansiedad. No tengo ni idea de lo
que estoy haciendo en mi vida, pero también sé que lo que estoy haciendo ahora
mismo no es todo lo que se supone que tiene que ser. Y no me hagas hablar de la
colección de información inútil que flota en mi cerebro. Esa mierda podría darte
dolor de cabeza.
Se quedó callado un momento, y pensé que era el momento. Ahora era
cuando me iba a decir que era demasiado o demasiado poco; siempre era una cosa
u otra. Los hombres solían estar fascinados por mi rareza, al menos durante las
dos o tres primeras citas, pero cuando se daban cuenta de que mi cerebro
funcionaba en una longitud de onda completamente diferente, se distanciaban
hasta desaparecer por completo, dejándome atrás en las cenizas del futuro que
creía que podría tener.
—Entonces, ¿quieres hablar del Universo y de la creación, Tesoro? ¿Quieres
hablar de la mitología griega, romana y nórdica y de los poetas del tiempo
olvidado? ¿Quieres que te diga que lo que acabas de expresar me repugna? ¿Te
haría sentir mejor?
—No. Yo...
—Creo que eres hermosa. Creo que la forma en que funciona tu cerebro es
maravillosa. Ayer, sabías que estabas secuestrada. No tenías ni idea de dónde
estabas ni de quiénes éramos, pero no te pusiste histérica. Te mantuviste
tranquila, serena, porque eres fuerte.
—Creo que es porque tenía hambre y estaba cabreada.— Sonreí—. Si no, ya
habría apuñalado a uno de tus chicos.
—A pesar de todo, no lloraste, no suplicaste, excepto por la comida, por
supuesto —rió—. No te acobardaste frente a mí cuando era obvio que podía
romperte el cuello en cuestión de segundos y nadie sabría lo que te había pasado.
—Honestamente, me cegaste. Siendo todo un galán caliente ha reiniciado
mi cerebro, y estaba perdida.
—Alessia, puedo reconocer a una leona cuando la veo. Lo que he visto en ti
es algo que siempre he buscado en un compañera. Probablemente tienes más
pelotas que la mitad de mis hombres, y eso es decir algo, teniendo en cuenta que
la mayoría de ellos saben cómo matar a una persona sin pestañear.
—Eso es aterrador.
—Lo es, pero también te fascina. Te mueres por preguntar cómo, ¿verdad?
Bastardo.
—Tal vez.
—Y es por eso por lo que fuiste hecha para mí.
—O tal vez es sólo que vi demasiados programas y películas de crímenes, y
escuché demasiados podcasts de crímenes reales que no me aterran.
—Podría ser, pero ese no es el punto.
—Entonces, ¿qué sentido tiene, Nico?
—La cuestión es...
No llegó a terminar la frase. El cálido resplandor que entraba por las
ventanas desapareció, se bajaron las persianas de las ventanas y la luz roja y
abrasadora empezó a recorrer la habitación, mientras la alarma sonaba a nuestro
alrededor.
—Cazzo.— Saltó de su asiento y me sacó del mío, mientras un grupo de sus
hombres entraba en la sala, todos ellos con aspecto de estar preparados para la
batalla.
Nico ladró algo en italiano, mientras mi corazón latía al ritmo de la alarma.
Intentaba captar retazos de su conversación, pero me resultaba inútil porque no
conocía el idioma.
—¡Nico! —grité mientras me empujaba hacia uno de los hombres, pero ya
no me escuchaba. Este era el lado de él que pertenecía a la mafia y no a mí, ni a
nadie más.
Este era el lado que debía tener para poder liderar.
Se acercó a mí y me aproximó a él, acunando mi cara entre sus manos, con
una mirada de pura tortura y rabia en su rostro.
—Vendré a buscarte en cuanto me ocupe de esto, Tesoro. Ve con Daniele y
quédate con él. Nada de heroísmos ni de vagabundeos, por favor. Quédate quieta
y espera a que te recoja.
—Pero...
—No confíes en nadie más que en Daniele, ¿sí?— Depositó un beso en mi
frente, marcándome, sus manos sujetándome lo más fuerte posible, pero no era
dolor lo que sentía. Era angustia porque no sabía lo que estaba pasando. —Ahora
vete.— Suavemente, me empujó lejos de él, a los brazos de otro hombre.
—¡Nico! —grité tras él mientras desaparecía de la habitación, atravesando
una de las otras puertas.
—Joder.
—Vamos —pidió Daniele, rodeando con su mano la parte superior de mi
brazo. —Realmente tenemos que irnos.
—Pero Nico...
—Va a estar bien. Pero no lo estaremos si no nos alejamos de aquí.
Mis piernas empezaron a moverse por voluntad propia mientras Daniele
nos guiaba por la casa, por los pasillos que aún no había tenido oportunidad de
ver. Ni siquiera pude admirar el arte y la arquitectura del edificio mientras
íbamos de una habitación a otra. Él tenía su arma fuera, sujetándola con fuerza en
la mano que no me sujetaba a mí.
—¿Qué está pasando? —pregunté, sin aliento y más que cabreada. Ni
siquiera estaba despierta del todo, y ahora íbamos a toda prisa por la casa,
corriendo hacia Dios sabía dónde.
—Hubo una brecha en la seguridad. Alguien entró en las instalaciones.
Alguien que no debería estar aquí.
Joder.
—¿Esto sucede a menudo?
Me miró como si me hubieran crecido dos cabezas.
—No, no ocurre tan a menudo. Casi no ocurre en absoluto.
—¿Entonces por qué ahora?
La expresión de su cara no era la que quería pensar, pero tenía la sensación
de que no se trataba de un ataque al azar.
—Por aquí. —Me llevó rápidamente a través de otra puerta a la sala en la
que deseaba detenerme y admirar. Parecía ser una especie de salón de baile,
probablemente utilizado en el pasado para cenas de gala y fiestas. Pero ni siquiera
la belleza del salón de baile podía borrar los terribles sentimientos que corrían por
mis venas, ni el miedo y la ansiedad que se apoderaban de mi cuerpo.
Me sorprendió poder seguir corriendo, descalza y aterrorizada. Pero mi
miedo no era por mí, era por Nico y esa mirada frenética que tenía en su rostro.
Sea lo que sea, lo asustó lo suficiente como para que sus emociones se
reflejaran en su rostro.
No lo conocía lo suficiente, pero tenía la sensación de que no era el tipo de
hombre que mostraba sus emociones tan a menudo. El hecho de que me las
mostrara a mí lo decía todo.
Daniele se detuvo de repente, aumentando su agarre en mi brazo. Cuando
miré en la dirección de sus ojos, el corazón me dio un vuelco y las palmas de las
manos volvieron a humedecerse.
Un hombre, vestido de negro y con un pasamontañas en la cabeza, se
encontraba en la puerta que salía del salón de baile. Llevaba varios cuchillos en el
cinturón y en su mano izquierda tenía una pistola apuntando hacia nosotros.
—¿Vas a algún sitio? —preguntó el hombre. Daniele me empujó detrás de
él—. Y yo que pensaba que estábamos empezando a divertirnos.
—¿Quién es usted? —preguntó Daniele, apuntando con su propia arma al
desconocido.
Esto no iba a terminar bien; ya podía sentirlo. No quería morir antes de vivir
de verdad. No quería morir cuando mi vida apenas iba a comenzar.
—Suelta el arma y puede que te lo diga.
—Mala suerte, caramelo —respondió Daniele, apretando los dientes—. No
voy a preguntar de nuevo. ¿Quién eres?
Lo que sucedió a continuación quedaría grabado para siempre en mi
memoria. Estaba segura de que había un millón de cosas que podrían haber sido
diferentes, pero no lo fueron. Fue uno de esos momentos de «qué hubiera pasado
si» que me perseguiría durante años.
Daniele quitó el seguro de su pistola, pero antes de que pudiera apretar el
gatillo, el desconocido apretó el suyo, disparando a Daniele en el pecho. El
impacto le hizo tropezar de nuevo contra mí, haciéndonos caer a los dos al suelo,
en un montón de miembros y con la sangre manando de sus heridas.
—Puedes llamarme muerte —dijo el desconocido cuando Daniele y yo
aterrizamos en el suelo.
Me quité de encima a Daniele, horrorizada por el espectáculo que tenía
delante.
La sangre brotaba de cinco puntos de su pecho, creando un círculo rojo
alrededor de su cuerpo. Su tez oliva estaba pálida, demasiado pálida ahora, y los
ojos oscuros y seguros parecían asustados, frenéticos, suplicándome, pero por
qué no lo sabía.
—No, no, no —canté, acercándome a Daniele, presionando mis manos
contra dos de las heridas, pero eran demasiadas, y yo solo una—. Por favor, no te
mueras.
—Corre —se ahogó, con la sangre saliendo de su boca. —Sal de aquí.
—No, no puedo dejarte.
—Cazzo. Corre, Alessia.
—Deberías escucharlo —se unió a nosotros la voz del desconocido. Sus
pasos resonaron en la habitación—. No es que puedas ir muy lejos. No he venido
hasta aquí para irme con las manos vacías. Nico Romano va a saber cómo se siente
el verdadero dolor, y tú vas a ayudarme.
—Puedes irte a la mierda —dije mientras le miraba—. Sólo un cobarde
dispararía a un hombre con una máscara cubriendo su cara. Sólo un cobarde
entraría en la casa de alguien sin ser invitado, destruyendo la paz aquí.
—¿Paz? —Se rió—. Los Romanos no tienen esa palabra en su vocabulario.
Es a ellos a quienes deberías mirar así, llenos de odio, ira y desprecio, no a mí. Me
lo quitaron todo, y voy a devolverles el favor.
Se agachó y me levantó, alejándome de un Daniele sangrante.
—Suéltame.— Me agité y giré, tratando de liberarme de su agarre, pero era
demasiado fuerte para mí. En cuestión de segundos, me tenía cerca de la salida a
la que nos dirigíamos Daniele y yo—. Te voy a cortar la polla, cabrón.
—Tan sanguinaria, y decían que no te tenía más que unos días.
—No tengo que ser parte de la mafia para estar dispuesta a matarte por lo
que hiciste.
—¿Qué hice? —rió—. Deberías preguntarle a tu novio qué hizo antes de
empezar a hacer acusaciones. Oh, espera, no podría haberte dicho que sus
soldados masacraron a toda mi familia, dejándolos desangrarse a un lado de la
carretera como si nunca hubieran significado nada. Joder.
—¿Te prometió el mundo y la paz y todo lo que quisieras? ¿Te dijo que
dirigía el negocio familiar?
¿Este hombre pensó que Nico no me dijo toda la verdad?
¿Pero cómo pudo saber de mí? ¿Cómo nos encontró? ¿Por qué me llevaría
a mí cuando Nico me conocía desde hacía cuánto, cuarenta y ocho horas?
—Deberías soltarme —advertí, luchando por liberarse de su agarre.
—¿Debo hacerlo?
—Creo que deberías escuchar a la señora.— Un alivio instantáneo me
recorrió, haciéndome sentir mareada.
El desconocido nos dio la vuelta y me empujó frente a él, envolviendo su
brazo sobre mi garganta y presionando la pistola contra mi sien.
Y pensar que me quejaba de lo aburrida que era mi vida.
—Nico Romano —dijo el desconocido, con desdén y veneno en cada
palabra—. Me alegro de verte de nuevo.
CAPÍTULO 8

—DIRÍA QUE ES AGRADABLE VERTE TAMBIÉN, pero teniendo en cuenta que no


puedo ver quién se esconde tras la máscara, me es imposible hacerlo.
Su voz era firme, sus ojos dirigidos al hombre que estaba detrás de mí, pero
podía ver sus manos, que se movían a los lados, y la furia encubierta que se estaba
formando en su interior.
—¿Quieres saber quién soy?— Me apretó más, pero el arma abandonó mi
sien. En menos de un segundo, el pasamontañas que llevaba cayó al suelo. No
pude girarme para verle la cara (no es que quisiera hacerlo) pero mirando a Nico,
pude ver la falta de reconocimiento por su parte.
—¿Se supone que te conozco?
—Hijo de puta —ladró el intruso, apretando de nuevo la pistola contra mi
sien—. No finjas que no te acuerdas de mí. Ambos sabemos lo que le hiciste a mi
familia, así que déjate de tonterías.
—Realmente me gustaría entretener tus delirios y tus ideas, pero no tengo
ni idea de quién eres tú o tu familia.
—Éramos —corrigió—. Quienes éramos. Soy el último miembro vivo de
ella. Y tú estás mintiendo. Te vi, hace años, en las cámaras.
—¿Me has visto? ¿En las cámaras?
—¡Sí, en las cámaras!— Apuntó a Nico con la pistola.— Estabas allí cuando
mataron a mi mujer y a mi hijo. Tú fuiste el que lo hizo.
—Siento mucho lo que le pasó a tu familia —empezó Nico, levantando las
manos por encima de la cabeza y dando un paso adelante—. Pero no tengo ni idea
de lo que estás hablando.
—¡Deja de mentir! Quédate donde estás o serás responsable de otra muerte
—amenazó, presionando de nuevo el cañón de la pistola contra mi cabeza.
—No querrás ver su bonita cabeza volando en pedazos.
—¿Crees que soy bonita?— Sonreí cuando lo único que quería hacer era
darle un puñetazo en la polla—. Cállate —advirtió, rodeando mi garganta con su
mano.
—Uuuuh, pervertido.— Me contoneé, tratando de distraerlo—. Me gusta.
—Cierra la boca, puta.
—Eso no es muy agradable. — Su arma recorrió desde mi sien, pasando por
mi mejilla, hasta llegar a mi boca. Cuando presionó el cañón contra mis labios,
supe que era el momento de callarme oficialmente.
—Te dije que te callaras, perra.
—No la toques —gruñó Nico desde el otro lado de la habitación, su voz
calmó algo muy dentro de mí.
—No te gustará mucho si le pasa algo.
—Ya te odio, y ahora sé cuál es tu debilidad. Ahora sé cómo herirte. Ahora
voy a hacerte sentir lo mismo que sentí cuando mataste a mi familia.
—Me siento como un loro, repitiéndome. Yo no maté a tu familia. No tengo
ni idea de quién eres, ni de quién era tu familia. Te prometo que hoy es el primer
día que te veo.
—Hace diez años, en el cruce de la calle Quinta y Carnegie en Ventus City.
Un niño y su madre fueron asesinados a tiros, en el acto, y nunca se encontró a
los culpables. No fue hasta que conseguí las imágenes de la cámara del
supermercado de enfrente que te vi allí, inclinado sobre la puerta. Entonces saliste
corriendo.
—Joder —Nico se pasó una mano por la cara, las emociones volvieron a
aparecer en su rostro.
—Yo no los maté…
—¡No me mientas! —tronó—. Te he visto con mis propios ojos.
—Me viste correr hacia su coche después de notar sangre en el parabrisas.
Me viste inclinarme sobre la ventana abierta, porque estaba comprobando el
pulso en el cuello de tu mujer. Me viste hacer lo mismo en el otro lado, porque tu
hijo también estaba allí. Pero no les disparé. Puede que sea un monstruo, pero
disparar a mujeres y niños inocentes no es lo que hago.
—Mentiras. Son todas mentiras.— El cañón presionó más, y en pocos
momentos, se deslizó por mis labios. El frío metal sabía a veneno en mi lengua, y
gemí cuando su mano apretó más mi cuello. Mis ojos se abrieron de par en par,
incapaz de respirar por la boca. Por primera vez en los últimos dos días, sentí
miedo.
Un miedo agobiante, que lo consume todo. Un paso en falso, un
movimiento equivocado, y él podría apretar el gatillo que me enviaría lejos de
este mundo para siempre.
—Sólo déjala ir, y luego podemos discutir esto entre los dos. Ella no te hizo
nada, y puedo probarte que no fui yo quien los mató. Puedo probarlo.
—No puedes. Nadie puede. Conozco a los hombres como tú. Venderías a
tu propia madre para conseguir lo que quieres, pero no voy a caer en esta mierda.
—No es una mierda cuando te digo la verdad.
Pude ver la angustia en el rostro de Nico, el miedo tan palpable como el
viento que lo envolvía, pero no dio un paso más.
Una lágrima solitaria corrió por mi mejilla, el horror de lo que iba a suceder
me sacudió hasta la médula.
—Tal vez debería llevarla conmigo.— Se inclinó y me mordió la oreja,
retirando finalmente el arma de mi boca—. Tal vez ella sea tu pago por lo que me
hiciste.
—No, por favor —suplicó Nico—. Ella no tiene nada que ver con esto. Nada
en absoluto.
—Aún mejor. Carne fresca, sangre fresca. Estoy seguro de que podría
divertirme con ella. ¿Te gustaría eso, cariño?
Su aliento olía a alcohol y mi reflejo nauseoso se despertó al pensar en las
cosas que me haría o podría hacer si esto se torciera.
—Haré cualquier cosa —gritó Nico—. Todo lo que quieras, sólo déjala ir.
Llévame a mí en su lugar. Haz lo que quieras hacer conmigo, pero no te la lleves.
—Ah, Nico —Se burló.
—Hubiera sido tan fácil, simplemente matarte, pero entonces serías libre, y
yo seguiría atrapado en este infierno. No, quitarte lo que más amas te haría más
daño que cualquier herida.
—Por favor —gimoteé, mientras me quitaba la pistola de la boca. No estaba
por encima de suplicar por mi vida. Puede que no fuera la mejor, pero era la única
que tenía. No estaba preparada para morir.
No estaba preparada para ser arrojada a la oscuridad.
—Shhh.— Apretó su nariz contra mi garganta, pero el arma ya no me
apuntaba—. Voy a cuidar de ti, no te preocupes.
Palabras sucias, toques sucios y hechos venenosos. No iba a terminar siendo
víctima de una violación o algo peor. Podía luchar. Había sobrevivido a cosas
peores, y él no iba a ser mi fin.
Mirando a Nico, intentando comunicarme con mis ojos, reuní toda mi
fuerza, enroscándola en mis entrañas, dejando que se extendiera por mi cuerpo.
Cuando se enderezó sólo lo suficiente como para que su cara se alineara con la
parte posterior de mi cabeza, me agaché un centímetro, y luego eché la cabeza
hacia atrás con toda la fuerza que pude reunir.
Un grito resonó en la habitación, sus manos se apartaron de mi cuerpo.
Corrí.
Corrí hacia Nico.
Corrí hacia el hombre que sería mi futuro.
Corrí mientras Nico sacaba su pistola, con la determinación brillando en sus
ojos, apuntando en mi dirección.
No necesitaba palabras. No necesitaba oírlas decir; simplemente lo sabía.
Me tiré al suelo cuando sonó el primer disparo, silbando en el aire, seguido
por el grito de dolor que no pertenecía a Nico ni a ninguno de sus hombres que
se coló en la habitación.
Oí el segundo y el tercero, y levanté la cabeza sólo lo suficiente para ver a
Nico avanzando, acercándose a donde yo estaba tumbada.
Sus elegantes y oscuros zapatos se detuvieron frente a mí, seguidos de sus
fuertes manos que rodearon mis brazos, levantándome. En cuanto me puse de
pie, respirando como si hubiera corrido una maratón, me acunó la cara entre sus
manos, con sus ojos buscando heridas por todas partes.
—Estoy bien —murmuré, cuando un gruñido salió de su boca y me acercó
más, apretando mi cara contra su pecho.
Rodeé su cintura con los brazos, agarrando su camisa por la espalda,
odiando los escalofríos que sacudían mi cuerpo. Odiaba sentirme impotente,
odiaba sentir que no había nada que pudiera hacer. Toda esta situación de hoy
me decía que había mucho más que aprender si quería sobrevivir en su mundo.
Pasó un brazo por debajo de mis rodillas, con el otro sujetó la parte superior
de mi espalda y me levantó como si no pesara nada.
—Uh, Nico —susurré, rodeando su cuello con mis brazos—.Todavía puedo
caminar. No me ha hecho daño.
—Sígueme la corriente, por favor.— Su mandíbula estaba apretada, sus ojos
evitaban los míos. Mientras subíamos las escaleras, mi mirada no se apartó de él.
Pero había algo mal, algo peor que lo que acababa de pasar, y no iba a
quedarme de brazos cruzados esperando a que empezara a hablar.
—¿Vas a seguir ignorándome o vamos a hablar de verdad?
Le salió una vena en la frente, pero no dijo ni una sola palabra, ni siquiera
cuando me tumbó en la gran cama que había en el centro del dormitorio
bellamente decorado, todo en tonos rojos y negros, con toques de blanco en la
alfombra y los cuadros.
—¿Nico?
—Alguien te va a traer algo de ropa hasta que haga todos los arreglos, y
luego podrás irte.
¿Irme?
—Lo siento, ¿qué?
—Me aseguraré de que también traigan zapatillas. Los zapatos que llevabas
ayer se perdieron, pero te enviaré un par nuevo cuando llegues a casa.
—Nico, habla conmigo —me levanté y empecé a caminar hacia él, pero dio
un paso atrás, metiendo las manos en los bolsillos, mirando al suelo.
—Haré que tres de mis chicos te acompañen a casa, así que definitivamente
estarás a salvo.
—Mírame, maldita sea.
—Y no te preocupes por los días perdidos en el trabajo. Hablaré con ellos al
respecto.
—¿Hablarás con ellos?— Me estaba poniendo jodidamente furiosa. Pensaba
que podía mandarme a casa así, cuando la mierda se desatara, porque estaba
demasiado aterrorizado para afrontar lo que acababa de pasar—. No quiero que
hables con ellos. Quiero que me mires.— Di otro paso hacia él y él dio otro hacia
atrás.
—Es mejor así, Alessia. No quiero pensar lo que podría haber pasado si...
—Pero no sucedió —argumenté.
—Sólo porque un psicópata pensara que podía entrar en tu casa y causar
estragos, no significa que puedas apartarte de mí. Sólo mírame, Nico. Me acerqué,
mientras él se quedaba quieto con las manos cerradas en puños—. Dime qué estás
pensando. ¿Por qué me mandas lejos? No quiero dejarte. No quiero volver a la
vida que odiaba. Por favor, habla conmigo.
Pero en lugar de hablar, en lugar de decir nada, se dejó caer de rodillas,
presionando su cara contra mi estómago, agarrándose a mí como un salvavidas,
como si fuera a desaparecer en cualquier momento.
—Nico —me atraganté.
—Lo siento —gruñó—. Siento mucho lo que ha pasado. Cuando te vi allí,
con sus manos sobre ti y su pistola presionando contra tu cabeza, creo que mi
alma se rompió un poco.
—Pero no pasó nada.
—Esta vez no ha pasado nada. ¿Pero qué pasará la próxima vez?
¿Realmente quieres vivir una vida llena de violencia y mirando por encima del
hombro todos los días? ¿Quiero que tengas esa vida?
—Nico...
—Sería egoísta de mi parte esperar que lo aceptes, así que te voy a dejar ir.
Voy a dejarte ir porque prefiero verte a salvo lejos de mí, que en constante peligro
por estar conmigo.
Enredé mis dedos entre los oscuros mechones de su pelo. Levantó la vista
hacia mí, con los ojos inyectados en sangre y la piel vacía de su color oliva.
—Estoy bastante seguro de que esto es lo que más querrías: ser libre.
¿Lo era? ¿Era realmente lo que más quería? Tal vez no estaría en constante
peligro una vez que estuviera lejos de él, pero ¿sería realmente libre, o estaría
encadenada con las cadenas de las expectativas sociales?
—Entonces —me aclaré la garganta, decidiendo ir en contra de su
decisión—. ¿Vas a estar bien cuando encuentre un novio y más tarde un marido,
y tenga sus hijos?
—Sí —gritó, pero no era conformidad lo que vi en su cara. Era pura rabia y
celos rojos y ardientes.
—Ah, entonces, cuando salga de aquí, ¿te parecerá bien que busque a otro
tipo, tal vez italiano, para rascarme el picor? Es que... ha pasado mucho tiempo,
y me siento realmente necesitada estos días.
—Alessia —gruñó, las campanas de alarma sonaron en mi cabeza, pero no
escuché. Iba a presionar todos sus botones.
—Quién sabe, tal vez me sienta generosa y se la chupe mientras estamos en
ello.— Sus manos se apretaron en mi culo, advirtiéndome—. Y tal vez me lama,
antes de que me folle mierd...
En un segundo, estaba en el suelo, y en el siguiente, yo estaba en el aire,
siendo llevado hacia la cama, riendo como una colegiala, porque finalmente,
joder, estaba entrando en razón.
CAPÍTULO 9

—NO MENCIONES a otro hombre en mi presencia, Alessia.


—Sólo estaba...
Sus labios se apretaron contra los míos, cortando las palabras que iba a
decir, mi suministro de aire y la capacidad de pensar. Sus labios eran
contundentes, castigadores y posesivos, manteniéndome cautiva. Me besó como
si fuera a morir si no lo hacía.
Sus manos se enredaron en mi pelo, levantando mi cabeza más arriba,
atrapándome. Sabía que no había ningún otro lugar en el que prefiriera estar en
este momento. Mis pechos presionando contra sus abdominales, mis pezones
rozando la tela de la camisa que llevaba, me volvían loca.
—Nico —gemí mientras una de sus manos acariciaba un pezón, enviando
riachuelos de placer directamente a mi núcleo. Me besó suavemente junto a mí
boca, sobre la mejilla, bajando por la garganta hasta la clavícula y apartando la
camisa.
Apreté mis manos contra su pecho, acercándolo y alejándolo, delirando,
incapaz de comprender si lo quería más cerca o más lejos.
—No te besas como alguien que quieres enviar lejos.
—He cambiado de opinión —refunfuñó, empujándome suavemente hacia
la cama hasta que la parte posterior de mis rodillas chocó con el mullido colchón
y caí sobre la superficie afelpada.
Abrí las piernas mientras él se subía encima de mí, acariciando mi pierna
desde el tobillo hasta la cadera, su mandíbula apretando y soltando mientras sus
ojos recorrían todo mi cuerpo.
—Eres perfecta —murmuró mientras se zambullía, levantando mi camisa y
lamiendo su camino desde mi ombligo hasta mis pechos—. Hecha para mí, sólo
para mí.
—Oh, Dios —jadeé cuando sus labios se cerraron en torno a un pezón aún
cubierto por mi camiseta, mientras su mano descendía cada vez más, jugando con
el borde de mis bragas. Podía sentir sus dientes rozando la carne sensible y, en un
abrir y cerrar de ojos, se aferró a los dos lados de la camisa y la desgarró, dejando
al descubierto mi pecho desnudo.
El calor se acumuló entre mis piernas cuando se aferró al otro pezón,
mientras acariciaba el otro pecho. Arqueé la espalda, empujando mi pecho contra
su cara, ganándome un gruñido de satisfacción por su parte. Todo mi cuerpo
vibraba por la necesidad, por la urgencia de tenerlo, tomarlo y conservarlo para
siempre.
Podía intentar enviarme lejos, pero siempre encontraría el camino de vuelta.
Le miré, a sus ojos salvajes y su pelo oscuro, y supe que había encontrado
mi hogar.
Lo que sea que haya visto en mis ojos le hizo acercarse y apretar sus labios
contra los míos. Mis ojos se cerraron. Lo rodeé con mis brazos, mis piernas se
levantaron lentamente y se enroscaron en su cintura, manteniéndolo tan cautivo
como yo.
Pero estos sentimientos, estas sensaciones... no me importaría perderme en
ellos.
—Voy a devorarte, a consumirte, a hacerte gritar mi nombre.— Empezó a
besarme por todo el cuerpo, por el pecho, por el estómago, hasta llegar a mi
núcleo.
Apretó sus labios contra mi pubis, sin apartar sus ojos de los míos, y luego
levantó lentamente la tela con los dientes. Sus expertos dedos agarraron la tela de
mis caderas y empezaron a tirar de ella hacia abajo, dejándome completamente
desnuda ante él.
Cuando se levantó, pude ver la silueta de su polla presionando contra sus
pantalones negros, suplicando que la tocara para liberarse.
Me levanté y, antes de que pudiera protestar, enganché mis dedos en las
trabillas de su cinturón y lo acerqué a mí. Me incliné hacia abajo y besé el punto
entre su cadera y la parte interior del muslo, ganándome un fuerte grito de él.
—Tesoro…
—Shhh.— Entonces le di un suave beso en la polla por encima de la tela del
pantalón, y me recompensó con una retahíla de maldiciones en italiano que aún
tendría que aprender.
Al desabrocharle los pantalones y bajárselos por las piernas, empecé a
salivar cuando su polla salió, la vena púrpura de la parte inferior claramente
visible mientras subía casi hasta el estómago.
No perdí ni un segundo, la urgencia corría por mi torrente sanguíneo.
Rodeé la base con mi mano, bombeando lentamente hacia arriba y hacia abajo,
lamiéndome los labios mientras lo miraba.
Era largo y duro, con una cabeza rosada que rogaba ser besada, ser chupada
y adorada. Se me hizo la boca agua con solo pensar en todo lo que podía hacer.
Nico se quitó la camiseta, tirándola al suelo, y sus abdominales se
contrajeron con cada golpe que le di. Con cada segundo que pasaba, y el fuego en
sus ojos, la necesidad y el deseo tiraban de mi corazón. Bajé la cabeza y cerré mis
labios sobre su cabeza, mi lengua se enganchó en la vena que había visto antes.
—Joder, joder, joder —maldijo, enredando sus manos en mi pelo—. Más
fuerte, Tesoro. Apriétame más fuerte.
Obedecí.
Intenté rodearlo con mi mano, pero su tamaño lo hacía imposible. Con la
otra mano, le acaricié las pelotas, masajeándolas, amando los ruidos que
escapaban de él.
Mi cabeza subía y bajaba al ritmo de mi mano, mientras apretaba mis
muslos, anhelando la fricción, la liberación.
—Sí, eso es —alabó, maldijo y gimió. Me tiró del pelo, empujando mi cabeza
hacia abajo. No podía pensar en nada más que en él y en su placer. No quería
pensar en nada más—. Dios... Es suficiente, Tesoro. Pero no había terminado.
Coloqué mi mano detrás de sus pelotas, presionando en el punto intermedio,
mientras el chorro de semen se deslizaba por mi garganta.
—Maldita sea...
Gemí a su alrededor, mis papilas gustativas explotaron por su sabor. Sus
manos me apretaron el pelo y me empujó hacia atrás, alejando mi boca de su
polla.
—Ahora me toca a mí —gruñó mientras me empujaba hacia abajo en la
cama, yendo directamente a mi coño.
No tuve tiempo de reaccionar ni de adaptarme antes de que me lamiera
como un hombre hambriento, con su lengua girando alrededor de mi clítoris,
evocando todas mis terminaciones nerviosas. Me retorcí y me agarré a las sábanas
debajo de nosotros mientras él sumergía uno de sus dedos dentro de mí,
presionando contra las paredes de mi coño. Luego se unió el segundo dedo y el
tercero. Antes de darme cuenta, una avalancha surgió de mi vientre, arrancando
energía de todos los nervios de mi cuerpo, y estalló alrededor de sus dedos con el
grito que salió de mis labios.
Mi visión se oscureció por un segundo, mis ojos en blanco, mientras mi
cuerpo se levantaba involuntariamente de la cama, las sensaciones eran
demasiado fuertes para ser contenidas dentro de un cuerpo. Mi pecho subía y
bajaba. Me empezaron a pitar los oídos y pude sentir cómo subía más y más y
más, hasta que su cara se enfocó, justo delante de mí.
Podía sentir su polla encajada entre mis piernas, presionando el sensible
brote de nervios que había allí, y no estaba segura de poder soportar otra ronda
de esto.
La cara de Nico brillaba por mis jugos, su lengua se lamía el labio inferior,
y yo me sonrojaba de nuevo.
—Hola —murmuré, levantando la mano y acariciando su mejilla. Él se
acurrucó contra mi palma, cerrando los ojos, y se retiró lentamente y luego
empujó dentro de mí de un solo golpe.
Jadeé por la intrusión y mi cuerpo se adaptó a su longitud. El ardor fue
instantáneo, pero el placer que sentía mientras entraba y salía lentamente, sin
abandonar nunca mi cuerpo por completo, era más de lo que podía soportar.
—Nico —grité cuando tocó el punto dulce dentro de mí—. Por favor.
—Estás apretada, nena —gimió—. Demasiada apretada. Dios, no voy a
durar mucho.
Su cara se enroscó como si le doliera, mis paredes se apretaron alrededor de
él, mientras se frotaba sobre mi clítoris.
—Joder, joder...
—Por favor —rogué, y ni siquiera sabía para qué. Sólo sabía que la presión
empezaba a subir más y más en la boca del estómago. Mis piernas se enroscaron
en su cintura mientras él me levantaba, con sus manos en mis omóplatos y su cara
acurrucada en mi cuello. —Más rápido —le insté, arañando su espalda—. Sólo ve
más rápido.
—Cazzo.
Sus caderas golpeando, golpeando, castigando, duro y rápido, y ambos
subimos y subimos y subimos, hasta que la presa dentro de mí se rompió. Mi boca
se abrió, pero no salió nada. Me quedé sin palabras, incapaz de hacer nada más
que aferrarme a él mientras las sensaciones me inundaban.
Me agarró la nuca, gimiendo mientras se derramaba dentro de mí,
cubriendo mis entrañas. Sus caderas siguieron moviéndose incluso después de
que ambos termináramos, provocando pequeñas descargas de placer y
prolongando mi orgasmo.
—Eso fue… —empecé, incapaz de formar las palabras adecuadas.
—¿De otro mundo? —terminó por mí, todavía abrazándome con fuerza,
todavía acurrucado dentro de mí.
—Podría decirse que sí. —sonreí.
Suavemente, se retiró de mí, haciéndome estremecer por la sensación de
vacío que me dejó. Se bajó rápidamente de la cama y desapareció en el baño. Pude
oír cómo salía el agua y, un minuto después, reapareció de nuevo, con una toallita
en la mano.
Se apretó entre mis piernas, limpiándome. Si no hubiera decidido ya
quedarme con él y ver a dónde va esto, lo habría hecho después.
Miré entre sus piernas y sonreí, viendo que su polla empezaba a ponerse
dura de nuevo.
—¿Ya? —Me reí mirando su miembro.
—Nena, podría estar toda la noche y el día contigo.
CAPÍTULO 10

NO ESTABA BROMEANDO CUANDO DIJO QUE PODÍA IR TODA LA NOCHE Y EL DÍA.


Después de tres rondas y varios orgasmos alucinantes, me acosté junto a él,
con mi cabeza sobre su pecho y mi mano colocada justo encima de su corazón.
No pensé que me sentiría tan contenta, tan relajada, pero él me hizo sentir segura,
querida y mi corazón se abría un poco más cada vez que me miraba con nada más
que deseo y respeto.
—¿Sabías que te ruborizas hasta por el pecho? —me preguntó, con su voz
retumbando en el pecho justo debajo de mi oído.
—Lo hago —reí—. Una vez, mi amigo pensó que estaba teniendo un ataque
al corazón porque toda mi cara se puso roja al igual que mi pecho.
—No —rió—. ¿En serio?
—Oh, sí. Siempre envidié a esas chicas que se veían lindas cuando se
sonrojaban, porque yo nunca fui una de ellas. Las puntas de mis orejas se ponen
rojas. Diablos, incluso mis ojos empiezan a ponerse rojos.
—Quiero verlo.
—Casi lo hiciste ayer, pero logré controlarme.
Su pecho temblaba de risa, y me uní a él, amando lo fácil que era hablar con
él de cosas al azar.
Siempre tuve un problema a la hora de conectar con la gente. Podía encajar,
eso no era un problema, pero nunca sentí que perteneciera realmente a ningún
sitio. Era realmente como si me faltara una parte de mí, y me pasaba la mitad de
mi vida corriendo de un sitio a otro, buscándola, deseando sentirme completa.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —pregunté, temiendo los temas pesados,
pero sabía que debíamos tener esta conversación. Hace apenas un par de horas,
trató de enviarme como un paquete de Amazon.
—¿Qué quieres hacer?— ¿No era esa la pregunta del siglo? ¿Qué quería
hacer Alessia?
No había dudas en mí de que era allí donde debía estar. Tal vez acabaría
siendo la aventura de mi vida. Tal vez seguiríamos juntos y tal vez no, pero si no
lo intentaba, me arrepentiría el resto de mi vida.
Tal vez esto sería lo mejor que me había pasado.
—Creo que… —sonreí—. Creo que me gustaría quedarme, si todavía me
quieres.— Maldita sea, ¿y si cambiaba de opinión? Ahora que me tenía, podía
decir fácilmente que ya no me quería, al menos no en esa calidad.
¿Qué iba a hacer si decía algo así? No, ya sabía lo que iba a hacer.
Su polla estaba cubierta con una sábana endeble, y si no tenía cuidado, iba
a perderla.
—¿Es eso siquiera una pregunta?— Me levantó la barbilla y me miró—. Por
supuesto que te quiero. Hoy, mañana, cada noche y cada día. Dondequiera que
estés, te seguiré. Antes te di a elegir y si me hubieras dicho que querías irte, te
habría dejado. Pero ahora que te he tenido, ahora que te he probado, no te voy a
dejar ir. Lo siento, nena, pero estás atrapada conmigo.
—Eh —Me encogí de hombros—. Supongo que no eres tan malo.
—¿Perdón?
—Quiero decir, podría haber sido peor. Podrías haber sido viejo y calvo,
con las pelotas caídas y disfunción eréctil.— No estaba seguro de si se estaba
ahogando o riendo—. Al menos así, consigo tener un panecillo de semental
italiano.
—Panecillo de semental.
Ahí vamos, más asfixia.
—Sí, panecillo de semental. ¿Qué te parecen las orejas de gato? Acabo de
darme cuenta de que existe esa especie de gato llamada Ragamuffin. Pareces
bastante mimoso.
Sus ojos se abrieron de par en par, su boca se abrió de par en par, y yo
empecé a reír, escondiendo mi cara en su cuello.
—Tu cara. —resople—. Si tuviera una cámara, lo habría filmado.
—Tú... Tú sólo eres...
—¿Súper graciosa? ¿Impresionante? ¿Elegante? ¿Caliente como la mierda?
Irresi..
Me tiró encima de él y atrapó mis labios en un beso.
—Deja de hablar. Puede que tenga que darte unos azotes para cuando acabe
el día.
—Hmm.— Abrí mis piernas, frotándome contra su longitud.
—Puede que me guste.
—Tentadora.
—Tú empezaste. Pero tengo una pregunta seria.
—¿Cuál es?
—¿Cuánto tiempo voy a tener que fingir que estoy secuestrada? Mi madre
podría matarme si se entera de que no he sido secuestrada, sino que sólo estaba
siendo follada por un hombre caliente. Por mucho que no me guste mi trabajo, no
quiero que llamen a la policía y te metan en problemas.
—No lo sabes, ¿eh?
—De verdad, de verdad que no. Me gustas bastante, y si acabas en la cárcel,
no podría hacer esto.— Apreté mis labios sobre los suyos—. O esto —Lamí su
pezón y mordí suavemente la piel de su pecho. Sus manos agarraron mis caderas,
empujándome hacia abajo en su longitud.
—Puedes llamar a tu madre mañana, y yo hablaré con el hotel.— Nos hizo
rodar hacia un lado, con él ahora encima de mí, sujetando mis brazos por encima
de mi cabeza—. Esta noche, eres toda mía.
Señor, sí, señor.
No iba a escuchar ninguna queja de mi parte.
—¿Y mañana? —pregunté entre los besos, entre las suaves caricias y los
pequeños mordiscos.
—Mañana, empezaré a mostrarte mi mundo.

EL FIN
Por ahora
AGRADECIMIENTOS

Soy absolutamente terrible en esto, así que no tardaré mucho.


Serendipity vino a mí literalmente durante uno de esos días en los que no
sentía que estuviera haciendo lo suficiente como autora, y pum: Alessia y Nico
vinieron a mí y me robaron el corazón.
Como siempre, estaría perdida sin Stephanie. Desde el primer momento
hasta ahora, siempre está ahí, aunque le dé un millón de infartos cada vez que
digo que he hecho, una cosa.
A Zoe, muchas gracias por todo tu apoyo y por estar siempre ahí.
A una persona muy especial que apoyó la escritura de este tipo de historia:
Morgan. Muchas gracias por estar siempre ahí.
A mi Culto Reid, a mis Queens of Carnage y a todos los lectores de ahí fuera:
hace un año pensaba que tal vez habría diez personas dispuestas a leer mis libros.
Decir que me sorprende cada vez que alguien publica una reseña, una edición o
simplemente alaba mis libros sería quedarse corta.
A todos mis amigos autores, que siempre me apoyan, son honestos y, en
general, geniales: ya sabéis quiénes sois.
SOBRE LA AUTORA

L.K. Reid es una autora de romances oscuros, que odia a los lentos y a la
gente mala. Todavía está descubriendo todo esto de ser adulta, y en su opinión,
Halloween debería ser un día festivo. Tiene una pequeña obsesión por la
mitología griega y todo lo sobrenatural. La música tiene que estar encendida
desde que se despierta, durante todo el día y la noche.
Si no está escribiendo, se la puede encontrar leyendo, planeando próximos
libros y viendo películas de terror.
El culto Reid

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