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Estaba leyendo, en el parque.

En frente mío, del otro lado de la


calle había una obra en construcción, un edificio de departamentos.
Trataba de concentrarme en la lectura, pero no podía; como un
mosquito, escuchaba el ruido de la moladora, ese zumbido áspero,
que se interponía entre mí y el libro, de manera terca, obstinada.
Casi parecía que ese sonido insistiera en querer imponerse, como
queriéndome hacer entender la preeminencia que los hechos,
cotidianos, vulgares de la vida diaria tenían sobre mi libro sobre el
arte, sobre el ocio.
Me levantaba tarde, después del mediodía. Durante la noche
era el único momento en que tenía verdadera tranquilidad. A veces
olvidaba cerrar las ventanas antes de acostarme a dormir, y
entonces, apenas me despertaba, percibía ese rumor confuso que
me llegaba desde fuera. Una mezcla de diferentes sonidos: los
motores de los autos, colectivos, conversaciones de la gente
caminando por la vereda, los bafles de algún auto con música a
todo volumen, me imaginaba ese hormigueo fastidioso de todos los
días unos metros por debajo de mi habitación. En seguida me
levantaba y cerraba las ventanas; el silencio se hacía nuevamente y
sentía un alivio.
Después de desayunar me iba al parque, a leer. Me resultaba
difícil ese momento en que luego de bajar las escaleras debía salir
a la calle. Sentía una especie de golpe en el momento en que abría
la puerta de calle y escuchaba toda esa mezcla de ruidos de una
vez. Por un instante, hasta sentía el impulso de subir la escalera y
volver a entrar a mi departamento. Caminaba rápido esas cuatro
cuadras hasta alejarme del centro y empezaba a relajarme. Sin
embargo, sentía que los ruidos, incluso las conversaciones que
escuchaba mientras caminaba seguían de alguna manera resonando
en mi cabeza: la bocina del colectivo, la alarma de un auto, una
mujer paseando un perro conversaba con una pareja de jubilados y
les explicaba: “quien no lastima a un animal, nunca lastimaría a
una persona”
No soporto a los perros, su ladrido histérico, obstinado, inútil.
Pero soporto aún menos el sentimentalismo por los animales, los
sentimientos humanistas dirigidos hacia un cuadrúpedo.

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