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Historia del Arte

Arte Primitivo
Los pueblos primitivos, los más próximos al momento en el que emergió la humanidad, iniciaron
sus manifestaciones artísticas pintando a sus presas —bisontes, mamuts y renos— en paredes de
cuevas y rocas, cuyos primeros vestigios se localizaron en el siglo XIX en España y el sur de
Francia.

Se cree que estas representaciones no eran para contemplarse sino para ser usadas
como objetos poderosos, para que los animales verdaderos sucumbieran al poder de la imagen.
Sin embargo, esta creencia es una mera conjetura. Desde este punto de vista, en los orígenes, no
se trataba de si la pintura y la escultura eran bellas o no según nuestros criterios actuales, sino de
si éstas podían ejecutar la magia requerida dentro de su contexto.

Egipto: Tierra de Maestros y Discípulos

Algunos de los retratos hechos en la cuarta dinastía del Imperio antiguo son considerados como
las obras más bellas del arte egipcio.
Debido a estas creencias, cualquier persona que se consideraba respetable —faraones y nobles de
la casa real— tomaba previsiones para su vida de ultratumba.

No debes olvidar que aunque estas esculturas o retratos no eran para contemplarse –pues su
función era mantener viva a la persona representada– su manufactura demuestra una regularidad
geométrica y aguda observación de la naturaleza.

Las pinturas y relieves, por otra parte, representaban la vida real concentrándose en la perfección
más que en la belleza misma. De esta forma, la misión del artista era representar todo en su
aspecto más peculiar, insertando lo que se consideraba más importante para caracterizar a una
persona o una escena.

Las normas que rigen todo el arte egipcio —el estilo— confieren a cada obra un efecto de
equilibrio y armonía: dan un lugar específico a cada pintura, estatua y forma arquitectónica. Este
estilo, aprendido por los artistas desde la más temprana juventud, consistía en hacer las estatuas
sedentes con las manos apoyadas sobre las rodillas, a los hombres más morenos que las mujeres y
a las divinidades con sus características específicas. Por ejemplo, Anubis, el dios de la muerte, era
representado con cabeza de chacal o como un chacal.

En Mesopotamia —como nombraban los griegos al valle en donde se encontraban los poderosos
imperios en el Cercano Oriente, entre ellos Egipto— el poder de la imagen también era central:
había precisión y simetría, pero eran menos rígidos que en el arte egipcio.

Las representaciones de esta zona, al igual que las de los asirios por ejemplo, son como crónicas
gráficas de distintos eventos: las campañas del rey, el ataque a una fortaleza, la multitud de
muertos y heridos de una guerra, a la manera de un noticiero, sólo que de hace dos mil años.

Ahora, puedes explorar las piezas egipcias exhibidas en el Museo de Arte Metropolitano de Nueva
York (MET).

En esta sala, te acercaste a las manifestaciones artísticas que se dieron en Egipto, entre las que se
identifican las pirámides (sepulturas creadas para defender los cuerpos sagrados de los faraones y
conservar sus almas).

Como viste, en la cultura egipcia lo que hoy consideramos como arte no era creado para
contemplarse sino para mantener vivo lo representado. Por otra parte, en Mesopotamia, tenían
un especial cuidado de la imagen: las representaciones creadas eran crónicas de distintos eventos,
a través de ellas se podía transmitir lo que ocurría.

El faraón Amenofis IV o Akenatón, de la decimoctava dinastía, rompió con


muchas de las costumbres consagradas a lo largo de los siglos. Primero,
porque sólo adoraba a un dios supremo: Atón, cuya representación era un sol
lanzando sus rayos. Luego, porque las pinturas que encargó no tenían la rigidez
de las representaciones faraónicas anteriores, pues se hizo retratar con su
mujer, Nefertiti, jugando con sus hijos bajo la bendición del sol, acercándose a
una representación muy fiel de su vida cotidiana. Su sucesor, Tutankamón,
siguió ese moderno estilo de la religión de Atón, aunque no por mucho tiempo,
ya que restauró las antiguas creencias.
Se cree que esta reforma artística se debió a la influencia del arte y el talento
de la isla de Creta, cuya visión, digna de replicar, tenía sentido de movimiento y
suavidad en el trazo de sus líneas

Grecia: La revolución en la historia del arte

De todas las ciudades-estado griegas, Atenas fue la más importante para la historia del arte, pues
fue cuna de una revolución artística.

Los griegos basaron su arte en la perfección, contemplación y observación de las cosas —a


diferencia de los egipcios quienes lo hicieron en el conocimiento—:

 Escultura en Grecia: Los escultores empezaron a tener nuevos modos para representar la
figura humana y cada innovación era retomada por otros y perfeccionada por sus propios
descubrimientos. De tal forma que mientras un escultor descubría las proporciones que el
cuerpo debía tener si observaba desde cierta perspectiva, otro encontraba el modo
correcto de esculpir un torso, y un tercero la importancia de las expresiones faciales.
 Pintura: La pintura se encontraba en los jarrones, vasos o floreros de cerámica y aunque
en el siglo VI a. C. la influencia del método egipcio era evidente en sus figuras de perfil y
con los ojos vistos de frente, estas representaciones no eran tan rígidas y precisas como
las de los egipcios. Para el año 500 a. C. aproximadamente, se dio un vuelco en la pintura:
los artistas se aventuraron, por primera vez en toda la historia del arte, a pintar un pie
visto de frente y obras en escorzo, o sea, el efecto de dibujar un cuerpo en posición
oblicua o perpendicular a nuestro nivel visual.

El descubrimiento en las formas naturales y el escorzo se dio en paralelo con el florecimiento de


uno de los periodos más extraordinarios para el hombre, pues es cuando empiezan los
cuestionamientos acerca de las tradiciones y leyendas antiguas, se busca entender la naturaleza
de las cosas y se da el surgimiento de la ciencia, la filosofía y el teatro como lo conocemos hoy en
honor a Dionisos (el dios del vino, inspirador de la locura ritual y el éxtasis). Sin embargo, los
artistas que trabajaban para vivir, se afanaban como vulgares braceros y no eran considerados por
los ciudadanos acomodados e intelectuales como miembros dignos de la sociedad griega, aun
cuando a diferencia de los asirios y egipcios, éstos sí participaban en los asuntos de gobierno, que
era democrático.
A partir de entonces diversas obras contribuyeron al perfeccionamiento del conocimiento del
cuerpo humano en movimiento. El templo de Olimpia, por ejemplo, estaba rodeado de estatuas
de atletas victoriosos dedicados a los dioses. En las estatuas se notaba la extraordinaria holgura y
facilidad para resolver los problemas de una representación convincente y, por lo tanto, la libertad
recién descubierta para plasmar el cuerpo humano en cualquier posición o movimiento. Esto, a su
vez, podía reflejar la vida interior de las figuras representadas. El gran filósofo Sócrates
recomendaba representar “los movimientos del alma” mediante la observación exacta de la
manera como “los sentimientos afectan el cuerpo en acción”

Del siglo IV al I a. C.

A partir del periodo comprendido entre 520 y 420 a. C. las obras empezaron a apreciarse por su
belleza, dejando en segundo plano sus funciones políticas o religiosas.

En esta época había diversidad de escuelas artísticas y la libertad era un principio básico en la
creación.

En la arquitectura, diversos estilos empezaron a ser utilizados conjuntamente. Por ejemplo, el


Partenón se construyó en estilo dórico, pero en los edificios posteriores se introdujo el jónico —
columnas menos fuertes y robustas, pero ornamentadas con volutas a los lados—.

Con la pintura y escultura pasó lo mismo, se combinaron trazos y esculpidos suaves, naturales, que
representaban muy bien el movimiento y el cuerpo humano.

El gran artista de ese siglo fue Praxíteles, responsable de la creación de la diosa del amor, Afrodita.
Su estilo se caracterizaba por ser sugestivo y suave, mostrando cuerpos sin rigidez, llenos de gracia
y belleza, en los que la simetría y la perfección imperaban.

Los griegos idealizaban tanto la naturaleza que en un punto sus obras alcanzaron equilibrio entre
lo modélico y lo individual. Este arte clásico, sin duda, representaba el ideal de belleza occidental
del cuerpo humano y sus movimientos (los rostros parecían inexpresivos, pero en realidad seguían
el principio de los movimientos del alma de Sócrates). Una de las obras más famosas y ejemplo de
esto es la Venus de Milo.

Hacia finales del siglo IV a. C. esta inexpresión del rostro fue desapareciendo poco a poco y los
artistas aprendieron el carácter particular de la fisonomía y practicaron el retrato en el sentido
actual del término.

Con el imperio fundado por Alejandro Magno, el gran conquistador de Macedonia, el arte griego
vivió un momento de gran expansión y su lenguaje plástico, predominante en diversas latitudes de
oriente

—Alejandría, en Egipto; Antioquía, en Siria y Pérgamo, en Asia Menor— evolucionó a lo que hoy se
conoce como periodo helenístico, donde “el espíritu griego en las artes y las ciencias” era lo más
importante para la educación de las familias acaudaladas.

En la arquitectura, el lujo se hizo presente con el estilo corinto, al añadirse follaje a la volutas
jónicas en espiral, que dieron lugar a magníficas y esplendorosas construcciones.
Las obras escultóricas de mayor renombre también fueron creadas en este periodo (por ejemplo,
El grupo de Laocoonte), lo que provocó que los ricos empezaran a interesarse por coleccionar
obras de arte y pagar precios exorbitantes por ellas dando lugar al periodo en que los artistas
dejan de verse como simples artesanos.

En esta sala, pudiste observar cómo los griegos basaron su arte en la perfección, contemplación y
observación de las cosas.

En esta época, se crearon nuevas formas de representar la figura humana, cada una de las cuales
mejoraba la anterior contribuyendo al perfeccionamiento del conocimiento del cuerpo humano en
movimiento.

Con el arte griego, las obras empezaron a apreciarse por su belleza, dejando de lado sus funciones
políticas o religiosas, lo que provocó que los griegos se interesaran en coleccionar arte.

Roma: El nuevo heredero del arte y los maestros arquitectónicos.

Cuando los romanos empezaron a conquistar el mundo, las realizaciones artísticas más
sobresalientes estuvieron en la arquitectura civil —carreteras, acueductos y baños públicos—, lo
que dio un nuevo giro a la importancia y encomienda que se pedía a los artistas.

La construcción más famosa fue el Coliseo que conjuntaba los tres estilos griegos: el primer piso es
una variante del estilo dórico; el segundo, jónico; el tercero y el cuarto tienen unas semicolumnas
corintias.

Si bien esta combinación ejerció un enorme influjo sobre los arquitectos posteriores, las
creaciones más duraderas fueron los arcos del triunfo que erigieron por todo el imperio —Italia,
Francia, el norte de África y Asia— que utilizaban las órdenes para enmarcar y acentuar el gran
paso central, por ello la principal característica de la arquitectura romana fue el arco.
Los romanos se convirtieron en grandes expertos en el arte de abovedar en virtud de todos los
recursos técnicos que empezaron a dominar. Cabe recordar que la bóveda es un elemento
constructivo que sirve para cubrir el espacio comprendido entre dos muros o una serie de pilares
alineados. En este sentido, el Panteón o templo de los dioses es un claro ejemplo del uso de
bóvedas y es el único templo de la Antigüedad clásica que sigue siendo lugar de adoración.

Los romanos tomaron de los griegos lo que más les servía para aplicarlo a sus propias necesidades
en los estilos arquitectónicos, en las crónicas de guerra y triunfos (plasmadas por la plástica) y en
los buenos retratos con expresión de vida. La diferencia entre estas obras es que las romanas
tenían mayor verosimilitud y eran menos halagadoras que los trabajos de los griegos.

Por ejemplo, los retratos o bustos fueron hechos para que los emperadores —Pompeyo, Augusto,
Tito, Nerón, Vespasiano— fueran contemplados con solemnidad por el pueblo. Ante ellos, la
tradición dictaba que cada romano quemara incienso en señal de fidelidad y obediencia. Los que
no seguían esta costumbre eran perseguidos, como en el caso de los cristianos.

Tanto romanos y griegos representaron a sus héroes y dioses de forma bella. Sus conquistas
expandieron su arte y con ello ayudaron a los indios a crear una imagen de su salvador: las
primeras estatuas de Buda, con su expresión de profundo sosiego, se realizaron en la región
fronteriza de Gandhara.

El judaísmo fue otra de las religiones orientales que aprendió a representar su historia sacra para
instruir a los creyentes. Aunque su ley prohibía la creación de imágenes —por temor a la idolatría
—, las colonias hebreas de las ciudades orientales decoraron las paredes de las sinagogas con
temas extraídos del Antiguo Testamento para relatar la narración sagrada de manera visible.

En esta sala, observaste que en las construcciones romanas destaca el uso del arco y la bóveda. A
diferencia de las manifestaciones artísticas griegas, que daban mayor importancia a la
verosimilitud de las expresiones que a la belleza de éstas. Romanos y griegos compartieron una
misma época en la creación de obras artísticas, expandiendo y compartiendo su arte y las formas
de creación de éste.

Debido a las guerras, invasiones y revueltas, el virtuosismo del periodo helenístico se fue
perdiendo poco a poco para dar paso a un arte más expedito con nuevos efectos en el que hay
más realismo en los rasgos, en especial en los surcos de la frente y el área alrededor de los ojos. El
momento marca el nacimiento de la cristiandad y el fin del mundo antiguo.

El Bizancio: El replanteamiento del arte

En 311 d. C., el emperador Constantino estableció la religión cristiana como la oficial del Estado,
confiriéndole el mayor poder del reino.

Los nuevos templos se construyeron como grandes salas de reunión, al estilo de las basílicas de la
época clásica: construcciones empleadas como mercados cubiertos y tribunales públicos de
justicia, con bajos compartimientos en las paredes laterales en cuyo extremo solía haber un
espacio para un estrado semicircular en el que el juez o presidente de la asamblea tenía su
asiento. Tenían un altar, conocido como coro, y la sala principal o central donde se congregaban
los fieles, como nave.
La decoración de estas basílicas generó muchas disputas. Fue una época en la que se replanteó
qué imágenes debían ser utilizadas en la religión. Uno de los primeros consensos entre los
cristianos fue oponerse al naturalismo de las estatuas, pues se parecían a las imágenes talladas y a
los ídolos que estaban condenados por la Biblia, así que fueron descartadas.

La pintura corrió con otra suerte pues, en el siglo VI, el papa Gregorio el Grande —quien tuvo una
gran relevancia para la historia del arte—, impulsó mucho las creaciones de este tipo al considerar
a la pintura como una herramienta importante para el conocimiento

El arte de esta época empezó a verse con un fin útil, a expresarse con claridad y sencillez realzando
lo estrictamente esencial. Todo aquello que se desviara de este fin era omitido. Por lo tanto, las
representaciones eran rígidas, sin movimiento ni expresión —contrario al orgullo del arte griego
que persistió hasta la época romana—, y eran pintadas en posición frontal. Al observar estas
obras, podría pensarse que la técnica de los artistas era muy pobre. Pero el problema nunca fue la
técnica, pues los artistas dominaban varias, sino que querían que sus obras fueran sencillas, al
grado de darles un aire infantil.

Los artistas dejaron de hacer descubrimientos acerca de cómo representar un cuerpo o crear una
ilusión de profundidad, aunque lo descubierto antes no se perdió para siempre —la iglesia
bizantina conservó las ideas y el acervo del arte griego en el estilo utilizado en los rostros,
actitudes y vestiduras—, sino que se adecuaron en el empleo de utilidad del arte en las iglesias,
confiriéndole un lugar muy importante a las tradiciones.

Oriente: La prohibición de las imágenes y el papel de la meditación

Con la prohibición del uso de las imágenes en la religión de Medio Oriente se empezó el uso del
arabesco, una ornamentación de la tracería que utilizaba esquemas decorativos, maravillosas
líneas y colores.

Estos diseños sutiles y la riqueza de sus gamas cromáticas fueron impulsados por Mahoma, cuyo
imponente estilo musulmán se puede apreciar en la construcción de la Alhambra —palaciego y
fortaleza que alojaba al monarca y a la corte del reino Nazarí de Granada—.

Las sectas musulmanas posteriores no repudiaron tanto las imágenes, pero siguieron con la norma
de que éstas no debían tener ninguna significación religiosa. El ejemplo más claro fueron las
ilustraciones de las historias, fábulas y novelas realizadas por los persas e indios en el siglo XIV,
que al igual que el arte bizantino, mostraban escaso realismo.
En el arte chino, por su parte, la religión también jugó un papel importante. Su estilo en la pintura
presentaba curvas sinuosas y formas redondeadas; la escultura parecía entrelazarse y girar, pero
era firme y sólida.

El arte era visto de manera análoga a la del papa Gregorio el Grande, es decir, para recordar al
pueblo los grandes ejemplos de virtud de las edades doradas del pasado. No obstante, en China el
impulso más grande para el arte vino del budismo con un estilo más lleno de vida.

Los artistas fueron muy respetados y utilizaron en sus procesos creativos la meditación —el
pensamiento y la reflexión acerca de la misma verdad sagrada por muchas horas—. Así, meditaron
sobre las cosas naturales, el entorno, su contexto y pintaron con gran devoción las montañas, los
bosques y el agua para tener puntos de apoyo en sus reflexiones profundas.

Las pinturas se hacían sobre rollos de seda que se guardaban en hermosos estuches, y sólo se
desenrollaban para ser contempladas y meditadas en momentos apacibles. Los más hermosos
paisajes del arte chino en los siglos XII y XIII fueron hechos bajo este precepto.

La iglesia: El estilo románico

En el siglo XII, los nobles y los obispos se convirtieron en los nuevos señores feudales en Inglaterra.
Su poderío pronto empezó a ejercerse a través de la construcción y fundación de monasterios y
abadías con estilo normando o románico que transformaban ciudades enteras o sus alrededores.
Por los que aún quedan, se sabe que son construcciones muy sólidas caracterizadas por arcos
semicirculares que descansan sobre pilares macizos, con muy poca ornamentación y muchas vigas
o nervios cruzados entre los pilares para sostener las enormes bóvedas que las caracterizan. Estas
imponentes construcciones fueron concebidas para combatir en la tierra las fuerzas oscuras, hasta
la hora que sonara el triunfo en el día del juicio final. Era el principio de la iglesia militante.

La decoración de estas iglesias fue muy cuidada en cada uno de sus detalles, pues tenía que haber
una relación clara entre el mensaje y la imagen u ornamento. Todo debía cumplir con este sentido,
lo que posicionaba al arte como un instrumento aleccionador religioso.

Fue muy común entonces el asesoramiento de los teólogos sobre los artistas en las diversas
inscripciones latinas que tenían el objetivo de explicar la función y sentido de cada uno de los
elementos; por ejemplo, en las pilas bautismales encontradas en Bélgica, en donde el tema central
era el bautismo de Cristo, las dos figuras que aguardaban en la orilla del río Jordán para recibirlo,
eran los ministros angélicos, y así eran inscritos como angelis ministrantes.

Lo mismo sucedía con los toros esculpidos sobre la base; no eran simples ornamentos, sino que
tenían una explicación y origen bíblico: “Hizo el mar de metal fundido, de diez codos de borde a
borde. Era enteramente redondo, se apoyaba sobre doce bueyes…” (Gombrich, 2011, p. 118).

Por las cruzadas, había un mayor contacto con el arte de Bizancio por lo que muchos artistas
trataron de emular las imágenes sagradas que existían en las iglesias de Oriente; sin embargo, el
arte medieval aún influenciado por los mismos métodos de simplificación y rigidez de oriente vivió
un momento de experimentación en la pintura que dio como resultado complejas formas de
composición y diferente manejo cromático —gracias a lo que las enseñanzas de la Iglesia pudieron
ser visibles—.
El estilo gótico

El estilo gótico se dio a partir del descubrimiento de que los muros macizos —existentes entre
pilar y pilar que habían utilizado las construcciones románicas para sostener las vigas de las
bóvedas— eran innecesarios.

Para este estilo, lo único que se requería eran delgados pilares, estrechos nervios, enormes
ventanales y suplantar los arcos semicirculares por los arcos apuntados (es decir, lograr que dos
segmentos del arco se encontraran en un mismo punto). El resultado de la aplicación de estos
elementos juntos fue la construcción de una iglesia completamente nueva en la segunda mitad del
siglo XII, cuya insignia se encuentra en el norte de Francia.

A diferencia de las imponentes iglesias antiguas —que ofrecían protección contra los ataques del
mal—, las nuevas catedrales proporcionaban a los creyentes un reflejo del otro mundo, de las
glorias que tendría el cielo, a través de un ambiente más cálido donde los pilares, las tracerías en
oro, los nervios y vidrios llenos de color eran tan hermosos, que el conjunto era digno de
contemplación total. Muchas de estas iglesias además contaban con esculturas que parecían ser
pilares que salían de la misma armazón arquitectónica, solemne y férrea, y que eran símbolos del
Antiguo Testamento: Abraham, Moisés y Melquisedec, entre otros. Una de las construcciones más
emblemáticas de este estilo es Notre Dame, en París.

Después del 1200, muchas y magníficas catedrales surgieron en Francia, Inglaterra, España y
Alemania. En ellas había esculturas con más expresión y vida en donde se representaba el dolor,
pero también la serenidad y bienaventuranza. Esta representación de lo emotivo y la veracidad en
el tema sagrado se volvió muy importante, así que numerosos avances técnicos se hicieron para
mostrar fluidamente la estructura del cuerpo bajo los pliegues del vestido, sobre todo en las
manos y pies de la Virgen y de Cristo bajo sus vestidos.

Así, la escultura adquirió una renovada importancia en la construcción de las catedrales del siglo
XIII, época en la que Francia fue el país más rico e importante de Europa y su universidad el centro
intelectual del mundo occidental.

Los pintores, por su parte, tenían la más importante labor de iluminar manuscritos y mostrarnos
emoción intensa y armonía en la escena completa de sus figuras. El propósito no era representar
la realidad, sino lograr conectar al fiel o espectador con esa imagen, pues era claro que los
conocimientos de los artistas de esta época sobre el cuerpo humano eran mayores a los que
tenían los pintores del siglo XII.

El aprendizaje y educación de un artista medieval consistía en ser primero aprendiz de un maestro,


para instruirse y ocuparse de los detalles menores de un cuadro, para después empezar a
representar apóstoles o vírgenes que ilustrarían escenas inéditas.

No existía el retrato como hoy lo conocemos, más bien dibujaban figuras convencionales, les
añadían el emblema de su función —una corona y un cetro para un rey; una mitra y báculo para
un obispo— y le agregaban su nombre y, aunque sí sabían de proporciones, prescindían de ellas
por no considerarlas importantes.
En Italia surge la obra del escultor Nicola Pisano, creador de la famosa torre de Pisa, quien estudió
a los clásicos y emuló a los maestros franceses.

Los pintores se inspiraron y tomaron como guía el arte bizantino, lo que les permitió cruzar la
barrera que separaba la escultura de la pintura. El máximo representante en este campo fue el
genio Giotto di Bondone; sus pinturas murales o frescos daban la sensación de ser estatuas. Con él
resurge la ilusión de crear profundidad sobre una superficie plana cambiando el concepto de la
pintura, pues ahora parecía que todas esas imágenes religiosas estaban sucediendo frente a los
ojos del espectador, lo que le dio mucho respeto y notoriedad.

El refinamiento.

A partir del siglo XIV, Europa comenzó su transformación. Sus antiguas ciudades poco pobladas
empezaron a ser importantes centros comerciales en los que había comodidad y lujo. Los
burgueses, que estaban cada vez más independizados de la Iglesia y de los nobles, comenzaron a
mostrar sus riquezas en la corte de los poderosos.

La arquitectura empezó a evolucionar del gótico al estilo ornamental y las iglesias dejaron de ser
prioridad para dar lugar a los puentes, palacios, edificios particulares y puertas de acceso a la
ciudad, entre otros.

La escultura, por su parte, dejó de ser tan monumental, para convertirse en pequeñas creaciones
de marfil o metal que regularmente servían para el culto privado.

La pintura cambió radicalmente, gracias al influjo del arte italiano y de Giotto; comenzó a tener
gradualmente la combinación de la observación fidedigna y la representación graciosa cuando se
plasmaban diversas escenas de la vida cotidiana. Florencia y Siena fueron cuna de grandes
pintores que no rompieron de tajo con la tradición medieval —de la que tomaron el arte de situar
a los personajes en una escena—, sino que hicieron de ella su génesis para la evolución.

Las ideas y los artistas viajaron de un centro a otro, por lo que fue más fácil dispersar el arte.
Gracias a Bohemia, el influjo de Italia y Francia llegaron hasta la Inglaterra de Ricardo II, que
comerciaba con Borgoña, lo que hizo posible que se desarrollara un mutuo intercambio conocido
como estilo internacional. Las características de este estilo era hacer uso de la observación, por la
cual se desarrolló el naturalismo, y tener la misma complacencia por las cosas delicadas y bellas
del entorno, que también se pusieron al servicio del arte religioso.

Has llegado al final del primer tema del curso. Hasta aquí revisaste la crónica del arte visual y sus
manifestaciones desde la época primitiva hasta el siglo XIV aproximadamente.
Uso de la perspectiva y de la realidad.

Época de innovaciones

Durante la segunda mitad del siglo XV en Italia y el norte de Europa, con los nuevos
descubrimientos de los artistas italianos y flamencos de la primera mitad del siglo XV, el arte no
sólo servía para plasmar temas sagrados de manera sugestiva, sino también para reflejar
fragmentos del mundo real dando lugar a la experimentación y el uso de nuevos efectos
sorprendentes.

Fue así como surgieron varias tendencias o escuelas de pintura concentradas en Italia, Flandes y
Alemania —con individualidades manifiestas en Florencia, Siena, Dijon, Brujas, Viena y Colonia—;
en la arquitectura, la revolución de Brunelleschi evolucionó con el florentino Leon Battista Alberti
que empleó, para la construcción de casas, una red de pilastras y entablamentos, sin variar la
estructura del edificio, suavizando el arco apuntado y utilizando elementos clásicos en un contexto
tradicional, lo que proporcionó nuevos elementos a la construcción.

 Lorenzo Ghiberti (1378-1455): Fue el pintor florentino más sobresaliente. Mezcló lo nuevo,
lo viejo y las formas tradicionales góticas y modernas. En sus cuadros ofrecía sólo una
alusión a la profundidad, pues sus figuras principales destacaban en fondos neutros. Le
siguieron fra Angelino (hermano Angélico, 1387-1455) y su discípulo Benozzo Gozzoli,
Paolo Uccello, Andrea Mantegna y Sandro Botticelli (1446-1510).
 Paolo Uccello (1397-1475): El uso de la perspectiva en esta época, permitió la construcción
de escenarios verosímiles sobre los que se plasmaban figuras sólidas y reales, con
geometría, cuyos nuevos problemas —el uso de la luz, la sombra y el aire para suavizar los
duros perfiles—, no estaban dominados.
 Benozzo Gozzoli (1421-1497): Fue el responsable de cubrir los muros de la capilla privada
del palacio Medici. Para este trabajo utilizó los nuevos recursos de encanto y alegría, a
través de representaciones pintorescas, fastuosas y llenas de colorido.

En ese momento se pensaba que con el triunfo del descubrimiento de la perspectiva y el estudio
de la naturaleza se resolverían las dificultades del arte. Sin embargo, cada evolución representaba
también dificultades nuevas: al adoptarse el nuevo concepto de hacer un cuadro como si fuera
espejo de la realidad, el nuevo problema fue cómo distribuir las figuras, ya que éstas no se
agrupaban de forma armónica y no destacaban tampoco con claridad al tener un fondo neutro,
sobre todo en las piezas que se hacían para los retablos de la iglesias. Una de las soluciones fue
empezar a rivalizar con la naturaleza, tomándose libertades, como lo hizo Botticelli, para conseguir
siluetas graciosas, realzar la belleza, armonizar el dibujo (época que se conoce como el
Quattrocento) y dejar de poner fondos neutros. Cuando se daban estos cambios en el arte, se vivía
al mismo tiempo el fin de la Edad Media.

Transición en el norte de Europa

La escultura, la arquitectura y la pintura en el Renacimiento se fueron desarrollando en paralelo


fuera de Italia, aunque en el norte de Europa, en donde estaban los maestros nórdicos, la
arquitectura permaneció fiel a la tradición gótica haciendo de la práctica del arte una cosa de uso y
costumbre más que de ciencia.
 Jan van Eyck (1395-1441): Pintor flamenco que convertía un cuadro en un espejo de la
naturaleza. Sus descubrimientos se empleaban en los temas más tradicionales.
 Stefan Lochner (1410-1451): Pintor alemán que aprendió los recursos de Jan van Eyck y
fue un poco más allá en su arte: plasmó en sus obras un encanto sencillo, lo que resultó en
representaciones cautivadoras y fáciles de comprender.
 Hugo van der Goes (1440-1482): Es uno de los más grandes artistas flamencos de la
segunda mitad del siglo XV. A diferencia de Jan van Eyck, mostró su parte más
atormentada llenando su arte de intensidad, sentimientos de culpa y ataques de
melancolía. Se sabe, por algunos detalles de su vida personal, que estas expresiones
coincidían con su cotidianidad.

A mediados del siglo XV, la invención de la imprenta tuvo enormes efectos en el desarrollo del
arte. Las primeras impresiones quedaban como los sellos actuales de caucho y después se
empezaron a utilizar técnicas de reproducción con grabado en madera o xilografía para pequeñas
series de dibujos que se reunirían después para formar un libro.

Cuando Johannes Gutenberg inventó moldes con letras movibles, se empezaron a combinar textos
impresos con grabados en madera para ilustrarlos, aunque en realidad era un procedimiento tosco
de impresión de dibujos que no permitía mostrar el dominio de los maestros en cuanto a los
detalles y sus facultades de observación.

La solución fue la sustitución de la madera por el cobre y esta técnica permitió que las
ilustraciones quedaran como si fuera el negativo del grabado en madera. Uno de los más grandes
maestros del grabado del siglo XV fue Martin Schongauer, procedente de la región francesa que
hoy conocemos como Alsacia, quien procuró expresar los pequeños detalles, así como las texturas
de los objetos en sus trabajos

Esplendor del Arte Italiano

Con el inicio del siglo XVI, se inaugura el periodo más grande y famoso en el arte italiano: el
Cinquecento, época que vio surgir a grandes maestros. Leonardo Da Vinci, Miguel Angel, Ticiano,
Rafael, Holbein, Giorgione

Fue un periodo de muchos descubrimientos, de ampliación de horizontes en el arte y de los


mecenas, en donde los artistas se volcaron hacia las matemáticas para estudiar las leyes de la
perspectiva y el estudio de la anatomía para la representación del cuerpo humano.

Existían en Italia muchas cortes pequeñas que necesitaban erigirse sobre magníficos edificios,
acompañados de mausoleos, frescos o exquisitas pinturas para perpetuar el propio nombre y
dotar de valor y prestigio a esas construcciones mientras se viviera. Los artistas renombrados eran
muy asediados para diversos trabajos. Así que, a diferencia de las etapas anteriores, los artistas
imponían sus condiciones.

En donde se hizo más manifiesto el conflicto entre las exigencias de los clientes y los ideales del
artista fue en el terreno de la arquitectura, ya que los arquitectos renacentistas aspiraban a la
simetría perfecta y a proyectar los edificios por la belleza de sus proporciones, sus interiores o por
la armonía de su conjunto.
Los grandes del arte

Leonardo da Vinci

El primer gran maestro. Aprendiz del gran pintor y escultor Andrea del Verrocchio que hizo
grandes obras, como la estatua ecuestre que le dio fama por la expresión del jinete de osado
desafío. En ese prestigioso taller florentino fue donde Da Vinci se inició en las técnicas de trabajar
y fundir metales, preparar cuadros y estatuas y se inició en el estudio de las plantas y animales
aprendiendo el uso de las leyes ópticas de la perspectiva y el empleo cabal de los colores.

Para el genio de Leonardo, quien dominó diversos campos y realizó aportaciones en casi todos
ellos, el papel del artista era explorar con precisión e intensidad el mundo visible. Así que estudio y
observó diversos temas que le generaron interés: los secretos del cuerpo humano a través de
muchas disecciones, las leyes del oleaje y las corrientes marinas, el vuelo de los pájaros e insectos,
que más tarde lo inspirarían a hacer una máquina para volar, el crecimiento de los árboles y la
armonía del sonido, entre otros asuntos.

En el plano de la pintura dejó muchos cuadros sin terminar y algunos concluidos se encuentran en
muy mal estado de conservación. Dentro de sus obras más famosas destacan: La mona lisa (la
Gioconda), La ultima cena.

En La Gioconda (la alegre, en español), Leonardo puso al rostro sombras suaves que dejaron, de
forma deliberada, incierta su expresión. Por ese motivo es difícil saber con certeza cómo está
mirando el personaje. Pero no es sólo la vaguedad lo que da esta sensación sino que, como
puntualizó E. H. Gombrich en su análisis sobre la pintura, los dos lados del rostro no coinciden y
esto se aprecia en el paisaje del fondo en el que el horizonte parece más bajo a la izquierda de la
figura, que a la derecha. Así, cuando focalizamos la mirada en el lado izquierdo del cuadro, “la
mujer nos parece más alta o más erguida que cuando lo hacemos del lado derecho. Y su rostro,
parece modificarse con ese cambio de enfoque, porque tampoco las dos mitades se corresponden
con exactitud” (Gombrich, 2011, p. 228). Con esta pieza Leonardo demostró su gran capacidad
para infundir vida a los colores, siluetas y gestos. Fue un gran hombre de ciencia y también un
artista prodigioso.

Miguel Ángel Buonarroti

Formación: Empezó su formación a los trece años en el taller de uno de los principales maestros
de Florencia de finales del Quattrocento, el pintor Domenico Ghirlandaio (1449-1494) y fue ahí
donde aprendió todos los recursos técnicos del oficio para la pintura de los frescos y el arte del
dibujo.

Perfeccionamiento: Perfeccionó su arte con el estudio de las obras de los grandes maestros del
pasado —Giotto, Masaccio, Donatello—, y de los escultores griegos y romanos que podía apreciar
en la gran colección de los Médicis.

Aciertos: Uno de sus grandes aciertos, y que lo separó del resto de los artistas, es que se esforzó
en dominar la anatomía humana haciendo disecciones y dibujando modelos, hasta que el cuerpo
humano y sus movimientos le parecieron un problema resuelto.
Encargos: A los treinta años ya era uno de los maestros más destacados de la época y por ese
mismo motivo en 1506 recibió el encargo del papa Julio II de erigir un mausoleo en Roma que
fuera digno del jefe de la cristiandad. Esto lo motivó a irse a vivir seis meses a Carrara, en donde
estaban las canteras, para comprar y elegir sus piezas de mármol, y aunque a su regreso el
proyecto e interés del papa ya se habían enfriado, tiempo después regresó a Roma, para recibir
otro encargo de él: pintar parte de la Capilla Sixtina que ya antes se había adornado gracias a las
majestuosas manos de Botticelli y Ghirlandaio, entre otros.

Si bien el arte principal de Miguel Ángel era la escultura, se encerró cuatro años en la capilla para
pintar un enorme fresco en el techo, echado de espaldas y mirando hacia arriba.

Esta pieza no sólo había representado un gran esfuerzo físico, sino una parte intelectual y artística
impresionante que demostró el poder del genio. En la bóveda que se eleva entre los cinco
ventanales, a cada lado de la capilla, Miguel Ángel colocó imágenes gigantescas de los profetas del
Antiguo Testamento. Los pintó como mujeres y hombres poderosos, sentados en profunda
meditación, leyendo y escribiendo, y entre las pinturas puso una gran cantidad de detalles, figuras
a manera de estatuas y otras llenas de juventud y belleza.

Miguel Ángel fue muy minucioso y pintó, desde diversos ángulos, el cuerpo humano con singular
maestría; sin embargo, una de sus más grandes contribuciones fue la gran visión que tuvo para
representar el acto de la creación en donde pintó a un Dios haciendo surgir, con poderosos
ademanes, la vida del hombre, la vida animal, las plantas y los cuerpos celestes con mucha fuerza
y fluidez.

Cuando concluyó su gran obra en la Capilla Sixtina en 1512, prosiguió con el proyecto del
mausoleo de Julio II, enfocándose en adornarlo con estatuas de cautivos, como se había hecho en
los monumentos funerarios romanos. Miguel Ángel trató siempre de concebir sus figuras como si
hubieran estado dentro de un bloque de mármol. Su tarea de escultor consistía, como él mismo
dijo, “en quitarle al bloque lo que le sobraba, suprimir de él lo necesario para que surgieran esas
figuras de sus entrañas” (Gombrich, 2011, p. 238).

Venecia

Otro gran sitio del arte después de Florencia fue la próspera ciudad de Venecia, cuyo comercio la
mantuvo siempre en estrecha relación con Oriente. Y aunque adoptó el estilo renacentista
tardíamente, cuando lo hizo, su arquitectura tuvo un esplendor y magnificencia comparables a los
de las grandes ciudades mercantiles del periodo helenístico.

Fue el lugar de los retablos, las miniaturas y los esmaltes con coloraciones verdaderas —colores
puros y preciosos—, en donde destacaron el oro y el azul intenso. Y aunque el color en los cuadros
no les parecía algo que enriqueciera adicionalmente a la obra, sí estaba considerado como uno de
los medios más importantes para conjugar dentro de un esquema unificado, las figuras y las
formas diversas en un cuadro.

Uno de los pintores que más destacaron en esta región fue Giorgone, quien utilizó los esquemas
de color para armonizar sus cuadros. Su obra más famosa fue La tempestad y aunque no se sabe
bien qué representa (si alguna escena tomada de algún escritor clásico o una alusión a algún
poema griego) era claro que le gustaba ilustrar asuntos idílicos, pastoriles y recurrir
constantemente a la belleza de Venus y de las ninfas.

El mejor discípulo de este descubrimiento fue Ticiano, el más famoso de todos los pintores
venecianos, cuyo manejo del color igualaba a la maestría de Miguel Ángel en el dibujo. En su
cuadro Madonna con santos y miembros de la familia Pesaro, Ticiano revivió la tradición de
retratos de donantes —retrato de una pintura más grande u otra obra que muestra a la persona
que encargó y pagó la imagen— pero de un modo completamente diferente. Su mayor fama se
debió a sus retratos.

Hemos concluido el segundo tema de nuestro curso. Es de destacar la época del Renacimiento en
el arte visual, por sus innovaciones. Época en la que surgen grandes artistas que hasta el día de
hoy son reconocidos, tales como Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Rafael, Ticiano, Giorgone.
También hemos de reconocer algunas ciudades destacadas en las cuales las manifestaciones
artísticas se dieron en mayor medida, especialmente en Italia, como Florencia y Venecia.
La Europa Catolica, el protestantismo y el barroco

El desdén por la armonización sencilla y las composiciones complejas

Durante el siglo XVI, el pintor de la isla griega de Creta, Domenikos Theotokopoulos, El Greco, llegó
a Venecia y al conocer el trabajo de Tintoretto quedó fascinado. Algunos le atribuyen ese hecho a
que en realidad no había recibido ninguna educación en la corrección del dibujo y que al igual que
su predecesor, sintió la necesidad de plasmar los temas religiosos de manera distinta, llenos de
pasión y agitación. Tras su estancia en Venecia se estableció en Toledo, España, donde pudo
realizar su arte sin exigencias de dibujos correctos y naturales, pues en esa zona persistían aún
ideas medievales sobre el arte.

Así se inauguraba un periodo cuyas características más importantes eran el énfasis en la luz y el
color y un profundo desdén por la armonización sencilla para dar paso a las composiciones más
complejas.

Sin embargo, para muchos el arte había pasado por una crisis, como consecuencia del Manierismo,
y debía reorientarse. Los dos nuevos artistas que aparecieron en escena y que se alojaron en
Roma, el centro del mundo artístico en aquella época, y cuyo interés era superar las
artificiosidades de la época, fueron Annibale Carracci, de Bolonia y Michelangelo de Caravaggio, de
un pequeño pueblo cercano a Milán. El primero estuvo influenciado por el arte veneciano, y el
segundo por la sencillez y belleza de las obras de Rafael.

Nicolás Poussin: El más grande de los maestros académicos fue el francés Nicolás Poussin, quien
estudio minuciosamente las esculturas clásicas para inspirarse en su belleza y poderlas plasmar en
su visión de inocencia y dignidad en composiciones simples que tenían una gran sabiduría artística
detrás.

Claude Lorrian: La misma emoción de belleza nostálgica de Poussin es la que hizo famosas las
obras del francés italianizado, Claude Lorrain (1600-1682), cuya obra demostraba que fue un gran
maestro de la representación realista de la naturaleza —en donde los árboles tenían un lugar
estelar—, con cuadros en donde pintaba la luz dorada y el aire plateado que ponderaban su deseo
de mostrar lo sublime y bello de su entorno.

El gran pintor nórdico

El gran pintor nórdico fue el flamenco Pedro Pablo Rubens, quien no formaba en realidad parte de
ningún grupo o movimiento, pero que tenía la herencia de los artistas de los Países Bajos que
empleaban todos los recursos artísticos para poder representar la textura de las telas, los cuerpos
animados, pintar lo más fielmente posible todo lo que observaban y exponer el tema de la belleza
desde otros criterios menos rígidos.

Era diestro en el manejo de los pinceles y el color, las figuras y los ropajes, así como en el
ordenamiento de composiciones a gran escala. Todos sus contemporáneos pintaban en cuadros
pequeños y él trajo de Italia telas enormes, con las que decoraría iglesias y palacios, y para
utilizarlas en la composición de figuras de amplia escala y que con eso se potenciara el efecto del
conjunto mediante la luz y los colores.
Gracias a la combinación en la creación de grandes composiciones y su capacidad para infundirles
energía, Rubens adquirió fama y su pintura se volvió casi un monopolio que destacaba la realidad,
en donde sus figuras no presentaban el ideal de belleza clásica o la esbeltez en las mujeres.

Vivió en una época en donde las tensiones sociales y religiosas de Europa culminaron con la
terrible Guerra de los treinta años y una guerra civil en Inglaterra. Por una parte, estaban los
monarcas absolutos y sus cortes, sostenidos por la Iglesia católica y, por otra, los protestantes de
las nacientes ciudades mercantiles. En los Países Bajos también estaba marcada esta diferencia, ya
que Holanda era protestante y Flandes, leal a España, católico.

Como pintor del ámbito católico, Rubens tuvo una posición única, pues pintó encargos para los
jesuitas de Amberes, los virreyes católicos de Flandes, los reyes Felipe III de España y Carlos I de
Inglaterra, así como para el rey Luis XIII de Francia y María de Médicis. Sin embargo, aún con su
posición excepcional como huésped ilustre —viajaba constantemente a los lugares de los
monarcas para realizar los cuadros—, y que le encargaban delicadas misiones políticas y
diplomáticas, siempre tuvo el tiempo suficiente para seguir siendo un artista y elaborar destacadas
obras de arte.

Uno de los discípulos y colaboradores más famosos Rubens fue Anton van Dick, quien adquirió
todo el virtuosismo de Rubens para captar la textura de las cosas, tanto de las telas, como del
cuerpo humano. Como no fue un hombre sano, se cree que esto afectó para que en sus cuadros
predominara constantemente la languidez y la ligera melancolía, y el hecho de convertirse en el
pintor de cámara de Carlos I fue uno de sus grandes recursos artísticos para que varios
aristócratas, que cultivaban los refinamientos cortesanos, quisieran inmortalizarse de la misma
manera que el rey.

Diego Velázquez

Coetáneo de Van Dick, el estilo español de Diego Velázquez estaba asociado al de Caravaggio, con
profundo apego al naturalismo, observación objetiva de la realidad y una armonía intensa en el
conjunto representado en sus cuadros. Con permiso de Rubens, obtuvo autorización para
trasladarse a Roma y estudiar los cuadros de los grandes maestros. Fue miembro muy respetado y
famoso de la corte de Felipe IV en donde su principal tarea era pintar retratos del rey y los
miembros de la familia real. Uno de sus cuadros más famosos en el que se incluye pintando es Las
meninas.

Sala 2: El triunfo del protestantismo, la pintura del retrato y la especialización.

Holanda en el siglo XVII

La división de Europa en católicos y protestantes afectó al mundo del arte, en particular a la


pintura que tuvo una continuidad gracias a los retratos.

El primer maestro destacado de la Holanda libre fue Frans Hals, quien supo transmitir el espíritu
de alegría de un grupo de personas en sus cuadros a los que parecía haber captado en momentos
determinados para que éstos reflejaran la idea de una cuna aristocrática y modales refinados, pero
de manera casual, en la que los gestos, las actitudes, las luces y las sombras jugaban un papel
fundamental.
Los pintores de la Holanda protestante, a diferencia de los maestros del Medievo y el
Renacimiento, tuvieron que pintar primero sus cuadros para tratar de venderlos después a un
público comprador muy exigente. La opción fue la especialización; varios artistas holandeses
trabajaron temas marinos, como Simon de Vlieger que pudo plasmar con medios
maravillosamente sencillos y modestos la atmósfera del mar.

Rembrandt Van Rijn

El pintor más grande de Holanda y uno de los mayores que han existido fue Rembrandt van Rijn,
hijo de un acomodado molinero de la ciudad universitaria de Leiden. A la edad de 25 años, se
mudó a la opulenta ciudad de Ámsterdam en donde hizo una carrera rápida como pintor de
retratos. Se casó con una joven rica, compró una casa, coleccionó obras y empezó una etapa de
trabajo arduo. Cuando murió su esposa, su popularidad como pintor también decreció y empezó a
llenarse de deudas. Terminó sin casa y sin su colección de obras. Su segunda esposa e hijo lo
salvaron de la ruina total y fue así como en la última etapa de su vida pintó sus últimas obras
maestras. Murió solo y en la miseria total.

Rembrandt reivindicó el derecho del artista de dar un cuadro por terminado cuando éste hubiera
logrado su propósito. Muchas de sus obras, sobre todo los retratos, mostraban a verdaderos seres
humanos: su expresión, a través de la mirada fija, describía sufrimiento o alegría y lo mismo hizo
con las ilustraciones de las escenas bíblicas, intentando penetrar en el espíritu de sus episodios y
representando, lo más fielmente que pudo, la forma en que debieron desarrollarse.

Rembrandt también fue un extraordinario grabador. Utilizó la técnica de aguafuerte, es decir, en


vez de hacer laboriosas incisiones en la plancha, ésta se cubría con barniz y se dibujaba sobre ella
con una aguja para que en esos trazos desapareciera el barniz, dejando la lámina al descubierto
para después introducirla en un ácido que atacaba las partes libres de barniz. El resultado era un
dibujo en aguafuerte que podía imprimirse como otro grabado cualquiera y en ellos, al igual que
en sus pinturas, ponderaba la verdad y sinceridad por encima de la belleza y la armonía, pues
“Cristo había predicado entre pobres, tristes y hambrientos, y la pobreza, al igual que el hambre y
las lágrimas no eran cosas bellas” (Gombrich, 2011, p. 308).

 Jan Steen reforzó la corriente del amplio conocimiento de la naturaleza humana en


escenas de la vida campesina, la vida popular y el goce vital.
 Jacob van Ruisdael, quien con sus efectos de luz y sombra sobre los árboles, fue un
especialista en las escenas de bosques pintorescos. Junto a Jan Steen fueron los dos
artistas que inauguraron la siguiente generación que se centró en poner a la naturaleza en
el centro, a manera de espejo, y pintarla como si fuera el reflejo de sus emociones,
resaltando “la belleza pura del mundo visible”, donde el tema, en realidad, era secundario.
 El más grande de esos maestros fue Jan Vermeer van Delft, cuyas obras no presentan
escenas de gran importancia. Con él la pintura de género perdió el último vestigio de
ilustración con gracejo. Sus cuadros son realmente composiciones de naturalezas muertas
y seres humanos en los que logra captar con precisión los colores y las formas con
suavidad como si hubiera sido un fotógrafo que descubre la sosegada belleza de una
escena sin complicaciones
Los artistas holandeses fueron sin duda una parte importante en la división de Europa en católicos
y protestantes que necesariamente influyó en el arte. Te hemos mostrado la obra y características
de algunos de ellos como Frans Hals, Simon de Vlieger, Jan Steen, Jacob van Ruisdael y Jan
Vermeer, pero es sin duda el arte de Rembrandt el que más destaca: es hasta nuestros días uno de
los artistas más reconocidos.

Sala 3. El barroco y su fastuosidad en Italia.

Segunda mitad del siglo XVII e inicios del siglo XVIII

En la primera mitad del siglo XVII, el Barroco se desenvolvió totalmente y su estilo más pulido se
observó en la cúpula, las torres de los lados y la fachada de las iglesias, en donde se emplearon la
pompa y la ostentación de las piedras preciosas, el oro y el estuco para evocar una visión de la
gloria celestial de manera más concreta que en las iglesias medievales

El arte de decorar las iglesias mediante el trabajo conjunto de los arquitectos, pintores y escultores
fue para lograr un efecto general impactante. En ese empeño, la teatralidad fue un recurso
supremo de decoración, tarea principalmente desarrollada por el artista Gian Lorenzo Bernini, un
consumado retratista.

Sin embargo, muchas de las obras carecían de sentido si se pensaban fuera del lugar para el que
habían sido creadas. Así que tras el completo desarrollo del Barroco, en el que todos los artistas
colaboraron obteniendo algún efecto determinado, la pintura y la escultura, como artes
independientes, decayeron tanto en Italia, como en toda la Europa católica.

En el siglo XVIII, los artistas italianos fueron unos grandes decoradores de interiores, famosos en
toda Europa —por su habilidad en los estucos y sus grandes frescos—, capaces de transformar
cualquier salón de un castillo o un monasterio. Uno de los más famosos fue el veneciano Giovanni
Battista Tiepolo, que desplegó, en un palacio de Venecia, con alegres colores y vestidos suntuosos
la representación del banquete de Cleopatra.

Sin duda, aunque contemplar estos frescos resultaba agradable, éstos no poseían los valores de las
creaciones más sobrias de épocas anteriores. Y esto era el símbolo fehaciente del inicio del fin de
la gran edad del arte italiano. Sólo la pintura y el grabado de panoramas sobrevivieron como los
únicos elementos capaces de crear nuevas concepciones para el naciente siglo XVIII.

Sala 4. El barroquismo en las grandes construcciones europeas y el poder del Arte.

Finales del siglo XVII y primera mitad del XVIII (Francia, Alemania y Austria)

La Iglesia católica descubrió el poder del arte para impresionar y esta concepción fue aplicada
también por reyes y príncipes de Europa del siglo XVII para ampliar su poderío e incrementar su
influjo en el espíritu de la gente. El rey Luis XIV de Francia invitó a Gian Lorenzo Bernini a París
para colaborar en el proyecto de su palacio, pues dentro de su programa político tenía un claro
interés por la ostentación y la magnificencia de la realeza.

Y aunque no lo llevó a cabo, el palacio que se convirtió en el símbolo de su inmenso poder fue el
amplísimo Palacio de Versalles.
Versalles marcó la pauta para que cada príncipe del sur de Alemania y cada monasterio de Austria
o España quisiera poseer una edificación de impresionante magnificencia. Esas concepciones
tuvieron un impacto muy grande en la arquitectura de principios del siglo XVIII, pues las
proyecciones de las nuevas construcciones incluían a las artes para conseguir el efecto de un
mundo artificial y fantástico que en general resultaban extravagantes y con la capacidad de
transformar el aspecto de ciudades y paisajes de la Europa católica. Así, las ideas del Barroco
italiano y francés se fusionaron en el estilo más osado y consistente en Austria, Bohemia y el sur
de Alemania.

Uno de los castillos más icónicos es el del arquitecto austriaco Lucas von Hildebrandt, construido
en Viena para el príncipe Eugenio de Saboya. Hildebrandt agrupó el edificio en siete cuerpos
distintos y lo adornó —sobre todo el pabellón del centro y los dos laterales—, con un fantástico
estilo decorativo que alcanzaba su máxima expresión en fiestas o recepciones cuando se
encendían todas las lámparas y podía observarse todo el esplendor que ahí se resguardaba.

El monasterio austriaco de Melk, sobre el Danubio, también fue otro de los edificios que usó de
manera análoga los efectos deslumbradores y ostentosos que podían lograrse con el arte.

Palacios, castillos, monasterios, entre otros, fueron construcciones que se destacan en esta época,
donde sin duda, lo visiblemente fastuoso era importante para las personas, tanto para los artistas
que los construían como para sus poseedores.

Sala 5. La edad de la Razón

Siglo XVIII: Francia e Inglaterra

Alrededor del año 1700, la Europa católica culminó con el Barroco. Los países protestantes no
pudieron evitar el influjo de esa tendencia avasalladora, aunque no la adoptaron del todo. Lo
mismo sucedió con Inglaterra en el periodo de la restauración, cuando la corte de los Estuardo
tenía la mirada puesta en Francia y aborrecía los gustos y perspectiva de los puritanos.

El arquitecto más prolífico de Inglaterra en esa época fue sir Christopher Wren, quien se dedicó a
reconstruir las iglesias de Londres después del incendio que había sufrido la ciudad en 1666. Sus
construcciones tuvieron un toque barroco al estilo de Borromini; aunque nunca estuvo en Roma
para adquirir esa influencia, tenía una sólida contención y sobriedad.

 Protestante o católico: La diferencia más importante entre la arquitectura protestante y la


católica, estuvo dentro de las iglesias: una iglesia anglicana tiene una sala sencilla en la
que la fe se manifiesta por la reunión de la comunidad, sin pretender evocar una visión de
otro mundo, sino simplemente recogernos en nuestros pensamientos. La católica, por su
parte, tiene grandes e imponentes naves llenas de arte que infunden miedo y culpa y que
evocan constantemente a otro mundo lleno de bendiciones después de la experiencia
terrenal.
 Extravagancias barrocas: Los arquitectos constructores del siglo XVIII rechazaron las
extravagancias del Barroco y se alinearon a las reglas sobre el gusto de la arquitectura
impuesta por el famoso italiano Andrea Palladio, quien destacaba las rígidas reglas del
estilo clásico, a diferencia de los arquitectos de la Europa católica, de una forma lisa y
sencilla.
 Buen gusto: En Inglaterra la norma del buen gusto era la norma de la razón de lord
Burlington y de Alexander Pope, quienes se oponían a los vuelos de fantasía de los diseños
barrocos y al arte cuya finalidad fuera producir una impresión abrumadora.
 Versalles: Versalles, por ejemplo, era condenado por absurdo y artificioso, pues un jardín
debía reflejar las bellezas naturales del entorno y fungir como elemento de
acompañamiento ideal para las construcciones.

El triunfo del protestantismo en Inglaterra y la hostilidad puritana hacia el lujo y las imágenes
comunicó a la tradición artística inglesa una gran severidad. La única intervención de la pintura era
para hacer retratos y la mayoría de ellos fueron hechos por extranjeros —Holbein y van Dyck—
cuando ya eran considerados grandes artistas en otros países. Los ingleses adinerados casi no
compraban cuadros o esculturas a los nativos, sino a los extranjeros reconocidos y una de las
principales razones, además del esnobismo, es que la gente no comprendía para qué servía un
cuadro.

William Hogarth: recompensas de la virtud y consecuencias del pecado

Joshua Reynolds: imitación de los grandes, normas del buen gusto.

Tomas Gainsborough (1727-1788), pintor y retratista inglés, fue su mayor rival. Aunque se
ocupaba menos por la creación, su pintura estaba llena de encanto, simplicidad, vivacidad y
espontaneidad. Fue casi un autodidacta que no consideró necesario estudiar a los grandes
maestros italianos y cuyo placer mayor estuvo en la representación de los paisajes, aunque su
producción estuvo concentrada en hacer retratos.

En Francia, donde los modelos de instituciones y el gusto inglés eran el referente, el mayor
retratista de la época no fue un pintor, sino un escultor, Jean-Antoine Houdon (1741-1828) y a él
se le unió Jean-Honoré Fragonard (1732-1806), un pintor de gran atractivo que siguió la tradición
de los temas referentes a la alta sociedad.

En el arte, ese cambio se dio con la edad de la razón en Inglaterra y tuvo que ver con la actitud del
artista respecto a los diversos estilos y no a uno solo, sobre todo en el terreno de la arquitectura
en donde se utilizaban los referentes del italiano Palladio, el renacimiento del estilo gótico —
gracias a Horace Walpole, hijo del primer ministro, que tenía gustos románticos y fantásticos—, la
influencia china, así como las normas de la arquitectura clásica, desde el siglo XV, que habían sido
tomadas de unas cuantas ruinas romanas de un periodo más o menos decadente. El resultado fue
que varios se empezaron a preocupar por encontrar el estilo verdaderamente correcto.

Sala 6. La ruptura contra la tradición.

En la pintura y escultura, la ruptura no fue tan evidente, aunque tuvo mayores consecuencias. Una
de las primeras dificultades, debido al énfasis puesto sobre los grandes maestros del pasado, fue
que los compradores se inclinaban por adquirir las obras antiguas más que encargar nuevas
creaciones a los artistas de su propio tiempo.

Para contrarrestar esto, las academias de París y Londres comenzaron a organizar exposiciones
anuales de las obras de sus miembros. Los artistas, por su parte, empezaron a buscar nuevos
temas para impresionar al público comprador. Muchas de las nuevas aportaciones vinieron de los
estadounidenses que llegaban a Inglaterra con el ánimo de tener nuevas experiencias. Ese fue el
caso de John Singleton Copley (1737-1815) que pintó un cuadro sobre Carlos I y la detención, en la
Cámara de los Comunes, de cinco de sus miembros. Era un episodio que se había sugerido a
Copley y que nunca se había pintado, un hecho histórico que al verse en el cuadro había generado
gran admiración.

La Revolución francesa dio un impulso enorme por la historia y por la pintura de los asuntos
históricos. Copley —que pintaba cuadros históricos con tensión romántica—, había buscado más
ejemplos haciendo renacer “la grandeza de Roma” con un estilo neoclásico.

El líder de este nuevo estilo fue el francés Jacques-Louis David (1748-1825) —artista del gobierno
revolucionario— que consideraba que vivía en tiempos históricos y que los acontecimientos
vividos eran dignos de atención por parte de los pintores, como lo habían sido los episodios de la
historia griega y romana.

Sala 6. Goya y Blake

Entre los artistas que desdeñaron los temas antiguos estuvo el gran pintor español Francisco de
Goya, quien había estudiado la tradición de la pintura española a través de Velázquez y El Greco,
con un estilo de cuadros de brillante colorido a favor de la grandiosidad clásica, pero
manteniéndose independiente de los convencionalismos del pasado.

Al igual que Rembrandt, produjo una cantidad importante de aguafuertes, la mayoría de ellos
mediante una técnica nueva denominada aguatinta —la cual permite grabar líneas y modificar las
manchas—, de temas desconocidos, como visiones fantásticas de brujas y apariciones espantosas
que estaban relacionadas con las acusaciones que él hacía contra los poderes de la opresión que
observó en su tiempo, así como de sus propias pesadillas. En realidad era la ruptura con la
tradición cuando los artistas se sintieron con la libertad de poder plasmar sus visiones y temas.

El ejemplo más sobresaliente de esta nueva dimensión del arte fue el del poeta y místico William
Blake, un hombre profundamente religioso que vivió encerrado en su propio mundo,
menospreciando el arte oficial de las academias y renunciando a aceptar sus normas. Algunos lo
creyeron loco, pero otros contemporáneos creyeron en su arte y lo liberaron de su miseria.

Vivió modestamente gracias a los grabados que hizo para ilustrar sus propios poemas y en algunas
ocasiones por pedimentos de otros. Es claro que Blake no se preocupó por la perfecta
representación de las figuras, porque el sentido de cada una venía de sus sueños y eso era tan
avasallador para él, que corregirlas le parecía superficial. Fue el primer artista, después del
Renacimiento, que se reveló conscientemente contra las normas establecidas por la tradición y fue
una gran figura del arte inglés de su época.
La evolución en las tradiciones

Sala 1. La contribución de los artistas francés del siglo XIX

El más destacado pintor tradicionalista en la primera mitad del siglo XIX fue Jean Auguste
Dominique Ingres (1780-1867), quien insistió en la necesidad de tener una absoluta precisión en el
estudio de lo natural y desdeñar la improvisación y el desaliño. De esta manera, ponía en primer
plano de importancia el modelado de las formas, la claridad de la composición y la perfección.

Pero el estilo de Ingres no fue bien acogido por muchos de sus contemporáneos, así que sus
adversarios se unieron al estilo de Eugène Delacroix (1798-1863). Él consideraba que el color era
mucho más importante que el dibujo, así como la imaginación en lugar de la inteligencia, por lo
que prefirió a Rubens y a los venecianos.

Delacroix, para enriquecer el tema de sus cuadros, viajó en 1832 al norte de África para poder
mostrar momentos diferentes y que al mismo tiempo fueran atractivos. En su estilo no mostraba
precisión en los contornos, ni desnudos modelados esmeradamente o composiciones forzadas, así
que no admiraba a Ingres, pero sí al paisajista francés Jean Baptiste Camille Corot (1796-1875) —
para quien el paisaje se convirtió en el tema del arte más importante en el siglo XIX—, que se
concentraba en plasmar la realidad lo más fielmente posible, sin concentrarse tanto en los detalles
como en la forma y tonalidad general de sus motivos

El siguiente gran cambio tuvo que ver con los convencionalismos para pintar paisajes, pues
tradicionalmente en las academias se enseñaba que los cuadros serios debían incluir también
personajes serios al estilo de los maestros holandeses. Y así lo hizo Jean-Francoise Millet en su
famoso cuadro Las espigadoras.

Era el principio del movimiento realista que coronó Gustave Courbet, cuya inspiración no venía de
la belleza sino de la realidad, haciendo que sus cuadros fueran una protesta contra los
convencionalismos de su época proclamando como principio fundamental el valor de la
sinceridad, contra las habilidades que se habían impuesto a lo largo de siglos de tradición en la
pintura.

La tercera ola revolucionaria en el arte francés, después de Delacroix y Courbet, la hizo Édouard
Manet y sus amigos, quienes consideraron que la representación tradicional de la naturaleza
descansaba sobre una concepción errónea debido a la artificialidad que provocaba pintar en los
estudios los objetos con luces y sombras de otra atmósfera, pues para dar solidez y volumen
tenían que graduar.

Para Manet, pintar en el espacio natural, al aire libre, daba otros efectos, no sólo en la luz sino en
los movimientos. Inauguraba el Impresionismo, es decir, la impresión de una forma a través de
contornos que nos confunden, pues en la vida real nuestros ojos sólo pueden centrarse en un
punto quedando todo lo demás, aunque sepamos lo que es, como formas inconexas porque no
podemos ver todo al mismo tiempo con nitidez.

Uno de los que se unió a esta corriente para pintar fuera del estudio y sólo hacerlo frente a lo
natural fue Claude Monet, cuya obra Impresión, sol naciente fue la que inspiró a que se nombrara
“Impresionismo” a este nuevo estilo que fue muy mal acogido por la crítica de arte de la época,
que pensaba que sólo se trataba de tomar un pedazo de tela, color y pinceles, para embadurnar,
con manchas de pinturas al azar, un lienzo al que después firmaban con su nombre.

Monet inventó las series, es decir, pintar el mismo objeto con diferentes iluminaciones para
demostrar que la luz y el aire importaban más que la composición en un cuadro. En su famoso
jardín de Giverny pintó sus famosos estanques con nenúfares.

Los jóvenes artistas pertenecientes al impresionismo aplicaron sus nuevos principios no sólo a los
paisajes, sino a cualquier escena de la vida real que desearon pintar, como en el caso de Pierre
Auguste Renoir, quien se concentró en capturar la mezcla de colores y estudió el efecto de la luz
del sol en escenas con mucha gente, resultando cuadros muy poco convencionales y atrevidos
para la época, pues el descubrimiento fue que las sombras oscuras que había pintado Leonardo
para modelar, nombradas sfumato —suavizar o difuminar los contornos de las figuras mediante
sombras y colores—, nunca se producían a la luz del sol o el aire libre provocando nuevos
esquemas de color que más tarde fueron apreciados en la estampa coloreada japonesa a la que
varios artistas le encontraron mucha belleza, entre otras cosas, por presentar figuras cortadas por
el margen del grabado.

Edgar Degas fue el pintor de ese grupo que más se impresionó por esa posibilidad de que las
figuras de un cuadro no aparecieran siempre completas. Interesado principalmente por el diseño y
el dibujo, quiso plasmar la impresión del espacio y la solidez de la formas desde ángulos poco
utilizados. Uno de sus temas principales fue el ballet.

A Degas le importaba el juego de luces y sombras sobre las formas humanas, además de mejorar
la percepción de movimiento y espacio en el cuadro.

En el campo de la escultura el gran maestro de la época fue Auguste Rodin, quien se caracterizó
por desdeñar la apariencia superficial del acabado, dejándolo a la imaginación del espectador. Esto
generó cierta irritabilidad para un público que pensaba que era dejadez.

Sala 2. Las nuevas concepciones del arte finales del siglo XIX

Aunque se habían hecho grandes avances para generar el rompimiento con las formas
tradicionales de hacer arte, para finales del siglo XIX muchos de los artistas seguían insatisfechos.
Se necesitaba un nuevo arte y ese estilo fue arropado por el Art nouveau.

En la arquitectura se buscaron nuevos tipos de adornos y materiales que no estuvieran


relacionados con los antiguos sistemas de construcción —que ya estaban rebasados y que no
encajaban con el nuevo paisaje urbano—; para dar paso a la introducción de las líneas curvas y
dejar la simetría, elementos tomados del arte japonés, así como al uso del metal y el vidrio en las
nuevas edificaciones.

En la pintura, ese sentimiento de insatisfacción fue concientizado por Paul Cézanne miembro de la
generación de impresionistas a la que pertenecieron Manet y Renoir. Su estilo buscaba acercarse a
la apacibilidad y serenidad que presentaban los cuadros de Poussin, los que encontraba
maravillosamente armónicos, pues consideraba que al estilo impresionista le faltaba una
composición armónica y un equilibrio, por la falta de orden y claridad, porque si bien los cuadros
eran muy brillantes, también eran confusos.
Así que uno de los primeros problemas a los que se enfrentó Cézanne fue a pintar cuadros con
colores fuertes y brillantes y al mismo tiempo con esquemas diáfanos. Sin embargo, él sabía que
pintar grandes espacios con colores primarios puros perjudicaría la ilusión de la realidad, lo que lo
ponía siempre en situaciones de contrariedad. Al final tuvo éxito y pudo conciliar los recursos que
se utilizaban en el Impresionismo, combinándolos con la necesidad de orden que él requería en
sus obras.

Otro gran artista de la época fue el holandés Vincent van Gogh, que gracias a su hermano menor
Theo, quien trabajaba en una tienda de arte, se empezó a relacionar con el mundo del
Impresionismo. Su gran mérito es que fue un autodidacta virtuoso que había pintado con ahínco
sólo por 10 años, pues por uno de sus ataques de locura, se suicidó a la edad de 37 años.

Sus obras buscaron los mismos efectos vigorosos de las estampas coloreadas japonesas que tanto
admiraban los impresionistas, utilizando puntos, trazos de colores puros y pinceladas aisladas para
expresar su propia agitación. La intención era plasmar objetos cotidianos que nadie había
considerado como temas para pintar o escenas que ofrecieran un amplio campo de acción para un
estilo que no buscaba la reproducción fotográfica de la naturaleza. Así pintó varias de sus obras
maestras

Algo distinto le sucedió a uno de sus amigos, Paul Gauguin, al que Van Gogh atacó en uno de sus
periodos de locura. Gauguin consideraba que el arte estaba en peligro de volverse rutinario, por la
pérdida de intensidad y fuerza en el sentir, así como en la espontaneidad a la hora de expresarlo.
No fue el primero en enunciar estas preocupaciones, pero sí abrió un nuevo camino al pintar
temas exóticos en los que buscaba penetrar en el espíritu de los nativos (en su viaje a Tahití) de
acuerdo con su arte primitivo, en el que simplificaba los contornos de las formas empleando
colores fuertes, aunque no siempre consiguió la espontaneidad y la sencillez.

El arte moderno surgió de esos sentimientos de insatisfacción. Las soluciones que plantearon estos
últimos tres artistas se convirtieron en tres movimientos: Cézanne condujo al Cubismo, Van Gogh,
al Expresionismo y Gauguin, a varias formas del Primitivismo.
La época de la experimentación y triunfo de las vanguardias

El nuevo criterio para arriesgarse a nuevas disposiciones artísticas y despreocuparse de los estilos
prevalecientes empezó en el siglo XX con la arquitectura.

El primero en percibir esta importancia fue el estadounidense Frank Lloyd Wright (1869-1959),
quien puso preponderancia en la comodidad y en la proyección de la construcción por dentro, es
decir, en las habitaciones y no en la fachada de una casa, desdeñando la perfecta simetría. Es el
padre de la arquitectura orgánica —la construcción que se basa en las necesidades humanas y que
toma el carácter del lugar para fusionarse, como si fuera un organismo vivo—

Al principio de este estilo, las formas sencillas y limpias fueron ridiculizadas y tomadas con
hostilidad, pero con el tiempo ganaron terreno. Así, el alemán Walter Gropius (1883-1969),
convencido de que el arte y la ingeniería debían integrarse, fundó la escuela Bauhaus de Dessau —
en donde se incitaba a los alumnos a trabajar con la mayor creatividad posible, sin perder de vista
los fines a los que debían servir los proyectos—, lo que dio cabida al Funcionalismo, es decir, a la
creencia de que si algo conseguía responder a sus fines concretos, entonces sería bello por sí
mismo.

En el plano de la pintura y la escultura, la primera mitad del siglo XX rechazó la tradición occidental
debido a que los artistas de la época seguían viendo en el arte verdades a medias, en donde no se
separaba limpiamente lo que se veía, de lo que se sabía del objeto. Para muchos, esto significaba
un callejón sin salida, por lo que decidieron retomar e inspirarse en el arte hecho por los primitivos
(fetiches, máscaras tribales africanas y la escultura negra, entre otros) porque era expresivo, claro,
estructural y simple en su realización técnica. El resultado llevó a los artistas a hacerse inventores
procurando siempre la originalidad a través de la constante experimentación.

Sala 1. Expresionismo

Una de las corrientes experimentales fue el Expresionismo, epígrafe que se contraponía al


Impresionismo, cuyo primer artista explorador con éxito fue el pintor noruego Edvard Munch con
su obra El grito.

Esta corriente irritó al público porque veían en ella una naturaleza trastocada y sin ningún interés
por mostrar la belleza. Y es que los expresionistas pintaban el intenso sufrimiento humano, la
pobreza, la violencia y la pasión. Pintar objetos o figuras armónicas y bellas les parecía un acto de
profunda deshonestidad e hipocresía y así lo expresaban.

Una de las grandes artistas identificada profundamente con estos temas fue la alemana Käthe
Kollwitz, quien centró su obra en los problemas de la época, en donde los apuros de los obreros —
reflejo de un periodo de desempleo y revuelta social— inspiraron su trabajo en el que reforzaba
que la única salida para los pobres, los de abajo, era la revolución. De hecho, varios de sus colegas
pintores alemanes fundaron en 1906 una sociedad a la que llamaron El Puente (Die Brücke), cuyo
interés era provocar un cambio radical, una ruptura total con el pasado a través de los efectos
fuertes que habían observado que generaba la observación de las xilografías o carteles —
generalmente la cólera y el rechazo del hombre vulgar y la condena de los nazis que acabó con la
prohibición del arte moderno—.
Uno de los mayores exponentes de este estilo fue Oscar Kokoschka, cuyos dibujos no mostraban la
corrección convencional sino que, por el contrario, resaltaban las imperfecciones y la expresión de
los sentimientos se daba a través de una selección de líneas y colores plasmados en el cuadro. Si
bien su obra provocó indignación al principio, pudo desenvolverse sin la ayuda de explicaciones,
como uno de los grandes del Expresionismo.

Sala 2. Arte Abstracto

En el mismo camino de la experimentación, estuvo el pintor ruso Vasili Kandinsky al llevar a sus
cuadros el ideal de una música visual pura —expresarse sin ayuda de las palabras—. En sus obras
exhibía muy a menudo la representación de objetos que no se reconocían. Este estilo partía de su
convicción de que los colores puros tenían efectos psicológicos: un rojo brillante, por ejemplo, nos
podía provocar el mismo efecto que el toque de un clarín sin necesidad de enunciarlo
pictóricamente. Él inició lo que hoy se conoce como Arte abstracto.

Sala 3. Cubismo

El Cubismo es un estilo más radical que reformaba la representación buscando la solución del
conflicto que había estado presente entre el esquema y la solidez (el modelado y la incidencia de
la luz y las sombras sobre los elementos del tema), como resultado de haber dado prioridad al
esquema decorativo.

En 1905, un grupo de jóvenes denominados “salvajes” presentó una exposición en París. Su estilo
estaba caracterizado por un claro desdén por las formas de la naturaleza y por el uso de colores
violentos. El más famoso de ese grupo fue Henri Matisse, quien plasmó en su obra lo que veía ante
sí, como un esquema decorativo. Se inspiró en la gama de colores de los tapices orientales y de los
paisajes del norte de África.

Su cuadro de 1908, La mesa roja, tiene el efecto decorativo de los dibujos infantiles con colores
brillantes, una clase de “armonía en rojo” y lleno de artificio, lo que le dio mucha fuerza, pero a la
vez mucha debilidad.

Pablo Picasso, hijo de un profesor de dibujo y considerado un niño prodigio, empezó a pintar a la
edad de 19 años, cuando se mudó de Barcelona a París. Sus primeros temas fueron vagabundos,
gente de circo, mendigos, parias, pero los resultados no lo satisficieron, por lo que empezó a
estudiar el arte primitivo. Con este arte se dio cuenta que tenía la posibilidad de elaborar la
imagen de un rostro o de un objeto con unos cuantos elementos muy simples y esto era diferente
al ejercicio que habían practicado algunos artistas en la tarea de la simplificación (las formas de la
naturaleza a un esquema plano) de la impresión visual.

En su tarea de construir y tener un estilo propio, Picasso se preguntaba cómo podía pintar objetos
sencillos con volumen sin perder el sentido de profundidad y solidez. Para resolver este problema
se acercó a Cézanne, quien le aconsejó contemplar la naturaleza y traducirla en cubos, cilindros y
conos, es decir, en formas sólidas básicas. El resultado fue el retorno al arte egipcio, en donde los
objetos se dibujaban por el ángulo en que se advertía su forma más característica, pues los objetos
no aparecen ante los ojos de nuestra mente, como lo hacen ante nuestros ojos corporales.
Así que los cubistas empezaron a pintar temas familiares, con el fin de que el espectador pudiera
relacionar un objeto con otro (reconocer al objeto), dentro de los diversos fragmentos que
estaban presentes en el cuadro y así poder elaborar la idea de un objeto sólido tangible con unos
cuantos de sus fragmentos planos.

Picasso tenía una maravillosa facilidad para el dibujo y su virtuosismo técnico lo hizo buscar
siempre lo que era sencillo y sin complejidades. Él negaba que estuviera experimentando, pues la
pintura no podía explicarse por entero con palabras.

Los cubistas buscaron incesantemente nuevas soluciones a los problemas de la forma, pues la
forma siempre se presentaba primero y el tema después. Esta preocupación por la estructura
condujo a pensar que la pintura podía convertirse en una especie de construcción semejante a la
arquitectura.

Sala 4. Vanguardismo.

Piet Mondrian: El holandés Piet Mondrian (1872-1944), por ejemplo, construyó sus obras
basándose en elementos simples: líneas rectas y colores puros, con el objeto de mostrar un arte
claro y disciplinado que de algún modo reflejara las leyes de la naturaleza. Él fue el fundador del
Neoplasticismo y sus obras estuvieron íntimamente ligadas a estudios espirituales y filosóficos

Marc Chagall: Por su parte, Marc Chagall (1887-1985), pintor que llegó a París procedente de
Bielorrusia, fue uno de los más importantes representantes del Vanguardismo. Sus cuadros de
escenas y tipos de aldea tienen como característica el maravilloso aniñamiento del arte popular,
que pinta con ingenuidad y espontaneidad, adaptándose al ideal del hombre de la calle con temas
que éste pudiera comprender.

Sala 5. Surrealismo

Existía un grupo de artistas que se llamaban a sí mismos surrealistas. Este término fue acuñado en
1924 para expresar el anhelo de muchos jóvenes de crear algo más real que la propia realidad.
Muchos miembros habían quedado profundamente impresionados por los escritos de Sigmund
Freud, relativos a los estudios sobre los pensamientos que caracterizan el estado de vigilia,
llegando a la conclusión de que el arte no podía ser producido por el pensamiento consciente, sino
por el inconsciente y por los estados anímicos en los que puede salir a la superficie lo más
profundo de nuestro espíritu.

El pintor belga René Magritte (1898-1967) era un miembro destacado del grupo surrealista.

El español Salvador Dalí (1904-1989) fue uno de los principales pintores surrealistas que trató de
imitar la mágica confusión de los sueños, mezclando fragmentos insólitos e incoherentes del
mundo real, pintados con gran exactitud y obsesión.

Ésta fue una época en que los artistas sabían que no tenían que abrir los ojos y mirar a su
alrededor para pintar un objeto o figura real o imaginaria, sino tomar formas y colores y elaborar
la imagen requerida. Dalí, por ejemplo, dejaba que cada forma representara varias cosas a la par,
dándole muchos sentidos posibles a cada color y a cada forma.
La ampliación de la noción del arte.

El triunfo de las vanguardias

La ampliación de la noción del arte

El Arte, con mayúscula, ha significado muchas cosas distintas a lo largo del tiempo, por lo tanto no
puede hacerse referencia a un exclusivo tipo de arte. La pintura, por ejemplo, ha tenido muchos
momentos relacionados con la energía de las pinceladas sobre el lienzo: a veces hecha con sutileza
(Ticiano), otras con firmeza (Rubens) o simplemente con el virtuosismo y la maestría requerida por
la caligrafía hecha en el Lejano Oriente, la más respetada de todas las artes.

Uno de los artistas de estas nuevas manifestaciones artísticas es Jackson Pollock.

Manifestaciones como las de Jackson Pollock distan un poco de aquel arte clásico que revisamos
en los primeros temas pero no por ello dejan de ser arte. En este último tema, revisarás las
vanguardias que surgieron en el arte.

Sala 1. El arte Pop o pop art

El arte pop, o pop art, es un estilo que se caracteriza por el empleo de imágenes de la cultura
popular como los anuncios publicitarios, los comic books, los objetos culturales mundanos y del
mundo del cine. Es un movimiento que surge en oposición a la elitista cultura existente en las
bellas artes, que busca separarlas de su contexto, aislarlas o combinarlas con otras artes para
resaltar el aspecto banal o kitsch —arte pretencioso, pasado de moda o de muy mal gusto—, de
algún elemento cultural a través de la ironía.

Surge como una reacción a los entonces dominantes ideales del Expresionismo abstracto y repudio
al Dadaísmo, cuya característica fundamental fue la oposición al concepto de la razón instaurado
en el Positivismo, propugnando por la libertad del individuo, la espontaneidad, lo inmediato,
actual y aleatorio. El Dadaísmo cuestiona constantemente qué es el arte y está en contra del
Modernismo y las demás vanguardias.

El artista francés Marcel Duchamp (1887-1968) ejerció una fuerte influencia en la evolución del
movimiento pop. Adquirió fama y notoriedad a partir de escoger cualquier objeto ready-made (ya
hecho) y firmarlo para exaltar lo coyuntural, lo fugaz y lo contemporáneo en contraposición a la
sedimentación simbólica que él consideraba presente en las obras artísticas como consecuencia
del paso del tiempo. Para él, la creación tenía que ser el resultado de un ejercicio de la voluntad;
ésta por su parte, no tenía por qué ser resultado de la formación, preparación o talento.

A partir de 1911, se considera que Duchamp empezó a innovar (su cuadro Sonata es un referente)
y su consecuente repercusión estuvo ligada a la ampliación de la noción del arte.

Man Ray, seudónimo de Emmanuel Radnitzky (1890-1976), fue un artista estadounidense


modernista que pasó la mayor parte de su carrera en París. Su visión lo llevó a utilizar uno de los
nuevos elementos artísticos que rivalizaba con la pintura: la fotografía. Como pionero del
movimiento dadá y el surrealismo sus retratos fueron de vanguardia o avant-garde y reflejaron
una obra con ágil y humorística sensibilidad, así como una aproximación a lo irracional e
incongruente, provocando erotismo y escándalo. Su producción fue muy amplia y abarcó desde
pintura, fotografía, películas, objetos, collages, obra gráfica, hasta dibujos, diseño publicitario y
moda.

Sala 2. Expresionismo abstracto

El estadounidense Franz Kline (1910-1962) llamó a sus pinturas “formas blancas” en alusión a que
quería que se prestara atención tanto a las líneas provenientes de pinceladas, como al lienzo que
de algún modo quedaba transformado por ellas. Algunos artistas se empezaron a inclinar por los
lienzos de gran formato, donde lo único que resultaba impactante era la escala en sí; otros, en la
textura, rugosa o suave, que sustituía a la pintura ordinaria por otros materiales como la arena, el
barro o el serrín.

Sala 3. Op Art

En esta época, destacaron también los efectos ópticos de formas y colores que hoy conocemos
como op art —aunque es importante aclarar que si bien inician muchas experimentaciones en el
arte después de la Segunda Guerra Mundial (arte contemporáneo), muchos artistas dominaban los
procesos tradicionales, sólo que los utilizaban de una forma más atractiva y personal—.

El italiano Gino Morandi (1890-1964), por ejemplo, rechazó todos los movimientos que estaban de
moda para concentrarse en los problemas básicos que presentaba su oficio: pintar o grabar
naturalezas muertas en vasijas y jarras que tenía en su estudio. Esa búsqueda de perfección
provocó que otros artistas lo respetaran

Sala 4. ¿Qué provocaron las vanguardias?

Quentin Bell, un profesor que escribió sobre las bellas artes, apuntaba de forma muy acertada lo
que había provocado el proceso de experimentación
Aun así, las vanguardias triunfaron y artistas como el estadounidense Andy Warhol (1929-1987),
que combinaba distintas artes, adquirieron notoriedad mundial por su trabajo en la pintura, el cine
y la literatura gracias a una carrera respaldada por su hábil relación con los medios y por su papel
como gurús de la modernidad. Entre las obras más famosas e icónicas de Warhol se encuentran la
lata de sopa Campbell y el retrato de Marilyn Monroe.

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