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llorando, Pedro le pregunta por qué estas llorando y ella le responde que se había
quedado muy impresionada y que quería la ajorca de oro que tenía la Virgen del
Sagrario, patrona de Toledo. Él le dijo que era capaz de hacer cualquier otra cosa, otro
delito, pero robarle a su santa patrona no. Pero después, de tanto ver a su amada sufrir,
decide aceptar.
En la noche ya estando en la catedral de Toledo, Pedro subió a la primera grada de la
capilla mayor y pudo ver la tumba de los reyes. Se acercó al altar y comenzó a subir. La
imagen de la Virgen estaba iluminada por una lámpara. Pedro sintió un temor; así que
cerró los ojos para no ver el rostro de la Virgen y le saco la ajorca de oro, la cual era una
ofrenda del obispo y que valía una gran fortuna. Pedro ya tenía la ajorca de oro en la
mano, pero le daba miedo abrir los ojos y ver la imagen.
Cuando al fin los abrió, un grito sordo salió de su boca. Miró a su alrededor y la iglesia
estaba llena de estatuas de santos, monjas, ángeles, demonios, etc. (todas adornaban la
catedral) avanzando hacia él, así que ya no pudo resistir más y se desmayó.
Al siguiente día vinieron los encargados de la iglesia y encontraron a Pedro a los pies del
altar y ente sus brazos la ajorca de oro y Pedro, al ver que se acercaban, dijo en dirección
a la Virgen: “¡Suya, suya!”. Pedro había enloquecido.