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ESCULTURA COLONIAL

La escultura colonial consta de relieves y de estatuas. Los

relieves adornan la fachada y el interior de las iglesias.

En un principio, son relativamente sencillos, inspirados en

los grabados de los libros religiosos escritos en Europa,

son motivos vegetales o geométricos y se vuelven a

encontrar de un lugar a otro porque son los mismos

artesanos quienes los producen.

Posteriormente, con el desarrollo del arte barroco

mexicano, los relieves se complican y se multiplican hasta

cubrir las bóvedas, los domos y las fachadas. Involucran

personajes en todo tipo de posiciones y, a veces se percibe

claramente la influencia de los cánones nativos: la cara es

grande, los rasgos son indígenas.

El corte de la piedra, inicialmente plano (superficie) y

vertical (lados) va adquiriendo volumen y redondez. En los

interiores, las formas, moldeadas o esculpidas en estuco,


se cargan de los colores típicos del barroco: oro, blanco,

rosa y azul claro. Expresan el poder del conquistador y una

fe alegre.

En América Latina un profundo sentido decorativo

caracterizó a la escultura ornamental, presente en los

interiores y exteriores de las numerosas iglesias barrocas.

En lo que respecta a la escultura en particular, fueron

muchas las figuras que llegaron desde Europa, en especial

las realizadas en madera policromada. Uno de los aportes

que ofreció el arte local, fue el uso de técnicas

indígenas, como por ejemplo el uso del maguey, planta de la

que se extraían varillas, que, una vez atadas, se les daba

forma y cubiertas por un lienzo, era trabajadas como si se

tratase de madera.

En escultura, la influencia de la escuela sevillana,

especialmente de Juan Martínez Montañés, evoluciona a un

arte centrado en la iconografía religiosa de la Semana

Santa y la Navidad. El arte colonial alcanzó su apogeo

durante el siglo XVIII destacando los adelantos que se

produjeron en escultura, donde las mascarillas permitieron

la fabricación rápida de rostros y los bastidores o

armazones de madera facilitaron las tallas.

Desde mediados del siglo XVIII, las clases altas y más

cultas de las colonias fueron lentamente transformando su


mentalidad debido a la propagación de las ideas de la

ilustración francesa y las manifestaciones artísticas

fueron cambiando su finalidad estrictamente religiosa.

En escultura, se tallaron gigantescos retablos en madera,

que se cubrió con hoja de oro, ornada con imágenes

manieristas estofadas, combinadas con pinturas al óleo

sobre tabla, salidas de los pinceles de Simón Pereyns,

Andrés de la Concha, Juan de Arrué, los Baltasar Echave y

otros, que crearon obras de inspiración medieval pero con

influencias de las escuelas flamenca e italiana.

Los retablos, a mitad de camino entre la escultura y la

arquitectura, ofrecieron grandes obras durante el

colonialismo. Jerónimo de Balbás, una de las figuras más

destacadas, es el autor de uno de los más famosos, el de

los Reyes, presente en la catedral de México y del retablo

del altar mayor de la iglesia del Sagrario.

La imaginería popular se desarrolló en Guatemala, con

Quirio Cataño y Juan de Chávez, en Quito, con Bernardo

Legarda, y en Lima destacó la fuerte influencia sevillana

llegada a través de las obras de Martínez Montañés. Influjo

al que se uniría, al igual que sucediera en la pintura, el

grabado.
Durante el siglo XVIII destacó la labor realizada por el

indígena Manuel Chili, conocido como Caspicara, entre cuyas

obras resalta El Descendimiento, ubicado en la catedral de

Quito (Ecuador) o su Cristo Yacente.

Otro de los creadores más importantes, fue el brasileño

Antonio Francisco Lisboa, llamado Aleijadinho (el

lisiadito). El ejercer como arquitecto y escultor hizo que

su obra formara parte de un estilo que pregonaba la

escultura como parte integrante de la arquitectura.

También es de reseñar el legajo testamentario de Bernardo

Legarda, autor del tipo icónico consistente en representar

a la Inmaculada con alas.

Es necesario destacar también las esculturas de las

misiones de los jesuitas y los franciscanos de la zonas

fronterizas de Argentina (provincia de Misiones), Bolivia

(Chiquitanía y Moxos), Paraguay (departamento de Misiones e

Itapúa), oeste de Brasil y noreste de Uruguay. Aunque


algunas imágenes no se distinguen del resto de la escultura

colonial, hubo talleres locales con mano de obra indígena

que hicieron tallas que dan a sus creaciones un

característico aire ingenuo y popular debido a su

esquematismo, falta de proporciones y sobrio sentido de la

forma.

Esculturas religiosas coloniales

Origen

Todos los países de América Latina.

Características

Estas esculturas provienen de iglesias y conventos y se

realizaron en la época colonial (siglos XVI, XVII y XVIII).

Suelen ser producciones de taller y obras de autores

desconocidos que presentan una cierta uniformidad. Se

diferencian sin embargo las escuelas quiteña y cuzqueña, de

gran influencia en toda América.


Están hechas en maderas nobles como el cedro y pueden medir

entre 27 cm y 1,7 m de alto en el caso de las imágenes de

tamaño natural. Representan vírgenes, santos, ángeles,

arcángeles, Cristos crucificados, Niños Dios y figuras de

nacimientos o pesebres.

Están policromadas, generalmente sobre fondos de lámina de

oro o plata, con colores específicos: los ángeles y el Niño

Jesús de un rosa vivo imitando la piel, arcángeles con

indumentaria romana con motivos florales de colores

variados, la Virgen con manto azul o verde, San José con

manto rojo, etc. Los rostros, manos y pies son de un rosa

nacarado de apariencia brillante, y a veces mate. Los

vestidos suelen presentar adornos florales y vegetales.

La mayoría están hechas de una sola pieza. Algunas imágenes

pueden presentar vestidos de tela sobre el vestido tallado

o bien sobre un cuerpo sin tallar (son las imágenes "de

vestir" que, a veces, han perdido los trajes y presentan el

aspecto de muñecos). Los vestidos pueden ser también de

tela encolada, policromada y estofada.

En algunas ocasiones las imágenes poseen peanas y

accesorios de plata como coronas o alas y pueden llevar

adornos de cuentas o pelo natural. Algunas presentan

rostros fríos al tacto pues están hechos de mascarillas de

plomo pintadas de color piel y con ojos de vidrio.

Merecen una mención especial las esculturas de las misiones

de los jesuitas y los franciscanos de la zonas fronterizas


de Argentina (provincia de Misiones), Bolivia (Chiquitanía

y Moxos), Paraguay (departamento de Misiones e Itapúa),

oeste de Brasil y noreste de Uruguay. Aunque algunas

imágenes no se distinguen del resto de la escultura

colonial, hubo talleres locales con mano de obra indígena

que hicieron tallas que presentan un especial aire ingenuo

y popular debido a su esquematismo, falta de proporciones y

sobrio sentido de la forma.

Urgencia de la situación

Estas imágenes nos permiten comprender la formación del

pensamiento y el desarrollo artístico americanos, ya que

hubo aportes locales. La poca conciencia de su importancia,

la escasez de inventarios y las insuficientes medidas de

seguridad en museos e iglesias son una grave amenaza.

Muchas formaban parte de retablos, complejas composiciones

con pinturas y esculturas que cubrían las paredes sobre los

altares, que se desmiembran y destruyen. Son frecuentes los

robos, en especial en zonas apartadas como las antiguas

misiones.

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