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Consumirse

en vano

Miguel Ángel Martínez Barradas / El mundo iluminado

www.elmundoiluminado.com

El amor es una cárcel. Sus barrotes aumentan su rigor en proporción a nuestras pasiones. El
amor, no el místico, sino el humano, nos enloquece. El deseo aumenta nuestros desvaríos y así,
más pronto que tarde, nos lleva a cometer actos de los que después, con toda seguridad, nos
arrepentiremos. El amor empieza siempre de la misma manera, sin embargo, llega un momento
en el que se transforma la duda, los celos, el error y la mentira.

El amor mata y todos caen en su trampa, incluso aquellos espíritus de los que menos
sospecharíamos como son, por ejemplo, los de las monjas. Citemos a tres. La lista la encabeza
Santa Teresa de Jesús, monja española del siglo XVI que escribió encendidos poemas para su
enamorado Cristo, leamos: «Esta divina prisión, del amor en que yo vivo, ha hecho a Dios mi
cautivo, y libre mi corazón; y causa en mí tal pasión ver a Dios mi prisionero» ¿No es una
declaración sumamente atrevida decir que Cristo es prisionero de Santa Teresa?

La segunda monja es la mexicana sor Juana Inés de la Cruz, del siglo XVII. Ella tiene
una extensa serie de poemas amorosos; leamos unos versos sueltos: «Amor empieza por
desasosiego, solicitud, ardores y desvelos; hasta que con agravios o con celos apaga con sus
lágrimas su fuego.»

También del siglo XVII, pero de Portugal, está sor Mariana Alcoforado, cuya única obra
conocida es una que lleva por título “Cartas de amor de una monja portuguesa”. Leamos unas
líneas: «Una pasión en la que tenía tan deliciosas expectativas sólo puede darme hoy una mortal
desesperación. ¿Este abandono habrá de privarme por siempre de contemplar esos ojos en que
veía tanto amor? ¿Cómo es posible que los recuerdos de tan dulces momentos se hayan tornado
tan amargos? Al leer tu última carta, siento que me consumo en vano.»

Tres monjas, tres países, tres amores distintos, pero la misma cárcel del corazón. ¿Cómo
es posible que ni siquiera las esposas de Cristo, el más perfecto amante, hayan podido resistirse a
las pasiones mundanas? Ya lo dijimos antes, el corazón a todos nos empuja hacia la ilusoria
realidad de las pasiones. ¿Es dolorosa? Sí, pero a fin de cuentas por ella nos hacemos más
humanos, a pesar de que parezca que el amor no es más que un continuo consumirse en vano.
(Lea el texto completo en el sitio web de El Heraldo de Puebla)

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