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PACIDIUS PHILALETHI' Filosofia primera sobre el movimiento No hace mucho he tenido ocasién de defen- der ante ilustres varones que el método socratico de la discusién, tal como aparece en los Dislogos platénicos, me parece excelente, puesto que con un lenguaje familiar inculca poco a poco la verdad cen los espiritus y asf va apareciendo el orden mismo de la reflexién, que procede de lo conocido a lo desconocido, con tal de que cada uno, al ser inte- rrogado adecuadamente, responda lo que él cree que es la verdad, sin sugerencias de nadie. Ellos me rogaron que intentara resucitar, con la presentacién, de alguna prueba, este tema de tanta utilidad, que demuestra, incluso por la experiencia misma, que la semilla de las ciencias esté en todes las mentes. Durante largo tiempo me excusé, convencido como. estaba de que ofrece mayor dificultad que la que se puede creer. En efecto, es facil escribir didlogos, como lo es hablar a la ligera y sin orden, pero lograr en una conversacién que la verdad brille emer- giendo poco a poco de las tinieblas y cue nazca con naturalidad la ciencia en los espiritus no lo puede conseguir sino quien, antes de pretender ensefiar a 1 Enel margen: Escrito en el barco en el que viajé desde Inglaterra a Holanda, Octubre, 1676, En el margen: Filosofia primera sobre el movimiento. Sigue mas abajo. Se tra aqut sobre Ia naturaleza del cam- bio y del continuo en cuanto estén en el movimiento. Queda por tratar todavia no s6lo sobre el sujeto del movimiento, para que quede claro a cual de las dos cosas que cambien de sitio entre s{ hay que adscribir el movimiento, sino también sobre la causa del movimiento o fuerza motsiz, 45 otros, haya ordenado con sumo cuidado su propio tazonamiento. Viendo que me resistfa a sus ruegos, tnis amigos me buscaron las vueltas con artima- fas, pues sabian. que desde huefa tiempo estaba yo sep efionando sobre el movimiento y que tenia el tema preparado. ‘Se habfa presentado por casualidad un joven de ilustre familia, y por afiadidura cutioso y vido de aprender, quien en su més tierna juventud se habfa hecho un nombre brillando en la milicia por sus hechos gloriosos. Como hubiera madurado su juicio con los aftos, se habfa dedicado a estudiar los elementos de la Geometrfa para sumar el arte y la docttina al vigor de su espiritu, y se lamentaba con frecuencia de su desconocimiento de la Mecanica y de qué pocas y vulgares cosas se encontraban, en la mayor parte de los escritores dedicados a este arte, acerca del levantamiento de pesos, y de las que lla. man las “cinco potencias”. Se quejaba de que, por el contratio, no se establecen los fundamentos de una ciencia més general y de que no se dan reglas uficientemente precisas acerca del golpe y del choque, del aumento y disminucién de las fuerzas, de la resistencia del medio, del rozamiento, de los arcos tensos, de la fuerza que laman elastica, del curso y movimiento ondulatorio de los liquidos, de la resistencia de los s6lidos, ni de otros temas Corrientes, similares a estos. Los amigos me trajeron a este joven y lo adoctrinaron para que yo me fuera deslizando paulatinamente y quedata enredado en el género de conversacién que yo habia alabado tantas veces; y les salié tan bien que, agotados todos los vanos subterfugios, encendido el deseo de todos, me determiné finalmente a complacerlos. 46 A Carino (este era el nombre del recién Ile- gado) me lo presents Tesfilo, un anciano preparado para tratar sobre todos los temas con notable com- petencia, quien, habiendo pasado la flor de la vida fn los negocios, toda vez que habia adquirido rique- tas y honores, se habfa decidido a dedicar el resto al sosiego del espiritu y al culto de la Divinidad. Hombre de sélida piedad por un cierto sentido inte- rior, impulsado por el deseo del bien comiin siempre que brillaba Ia esperanza de acrecentarlo, no perdo- rnaba ni riqueza ni esfuerzo. Tenia yo una estrecha amistad y un trato agradable con él. Casualmente mantenfamos por entonces conversaciones sobre la Repitblica y sobre los falsos documentos histsricos, que habfan corrompido la simplicidad de los hechos con relatos ficticios de sus causas, cosa que él con profusién de datos demostraba habia sucedido en asuntos en los que él mismo habfa tomado parte. Cuando advert que habia venido con él el célebre Galucio, un experto en experimentos y muy entendido en las propiedades singulares de los cuer- pos, digno de admiracién sobre todo por su pericia en medicina y muy conocido por sus éxitos cuantas veces habia sido solicitado por los amigos, por més que siempre habfa aplicado los remedios ajeno al nombre, a la profesion de médico y a todo afin de lucro. Por esta razén y con el benepkicito de Te6filo cambié el rumbo de la conversacién de la Repiblica ala Filosofia. Pacidio.~ Lo que dices, Teéfilo, de la historia civil, corrompida por los que por meras conjeturas se imaginan causas ocultas de los acontecimien- tos mas importantes, es lo mismo de lo que se "1 queja nuestro amigo Galucio que se hace, y con més peligro, en la historia natural. Galucio. Ciertamente, con frecuencia he manifes tado mi deseo de que las observaciones natura- les y principalmente las historias de las enfer- medades se nos presentaran desnudas y libres de opiniones, como son las de Hipécrates, y no acomodadas a las opiniones de Aristételes, de Galileo, 0 de cualquier otto autor reciente. La Filosofia podra resucitar por fin cuando se le pongan fundamentos sdlidos Teéfilo— No dudo de que la via de los experimentos es un camino real, pero si el razonamiento no lo allana caminaremos despacio y estaremos todavia en los comienzos, después de muchos siglos. En efecto, son muchas las excelentes observaciones que tenemos, reunidas por los médicos, muchos hermosos experimentos nos han trasmitido los quimicos, y los hotdnicos y los anatomistas nos han ofrecido abundancia de cosas; y me admiro de que los filésofos no se hayan aprovechado y no hayan sacado de ellas toda la utilidad que se puede sacar. Si lo hubie- sen hecho quizé tuvieran en sus manos muchos medios que echan en falta Pacidio. Pero en los hechos naturales todavia no disponemos de un arte por medio del cual se deduzca todo lo que se puede deducir de los datos, como, siguiendo un cierto orden, se da en la Aritmética y en la Geometrfa. En efecto, los geémetras, al plantear un problema, ven si tienen los datos suficientes para su solucién ¢, insistiendo en algin camino trillado y ya establecido, estudian todas las condiciones 48 Carino. Sia mi, inexpe del problema hasta que de ellas se deduaca de manera esponténea lo que se busca, Cuando Jos hombres hayan aprendido a hacer esto en la filosoffa natural (y lo aprenderén cuando se decidan a reflexionar), se admirarén quiza de que durante mucho tiempo hayan ignorado tantas cosas, lo que no se debe atribuir a la desidia 0 ceguera de los que nos han precedido, sino a la falta de tn verdadero método, que es lo tinico que aporta luz 10 en tales temas, me per mites dar mi opinidn, sostendré que de la Geo- metria a la Fisica hay un paso dificil y que hace falta una ciencia del movimiento que conecte Ta materia con las formas, la especulacién con Ta praxis, cosa que aprendi en algunos experi- mentos de mi aprendizaje castrense, En efecto, fracasé muchas veces probando méquinas de nueva invencién y ciertos aparatos prome- tedores porque los movimientos y las fuerzas no podfan ser representados y sometidos a la imaginacién, como pueden ser las figuras y los cuerpos. Asf pues, siempre que conce- bia en mi mente la estructura de un edificio © la forma de una fortificacién, al principio ayudaba 2 mis ideas indecisas con pequefios médulos hechos de madera o de otra materia después, avanzando un poco, me contentaba con unos dibujos trazados en un plano para representar los cuerpos s6lidos; fina'mente alcaneé poco a poco tal facilidad de imaginar que mentalmente me figuraba todas las cosas independientes de todo ntimero, y todas sus. partes representadas en vivo y las contemplaba 49 Pacidio. como si las tuviera ante los ojos. Pero cuando se trataba del movimiento todo mi cuidado y diligencia resultaban indtiles, y nunca pude conseguir que me fuera posible captar con mi imaginacién las razones y causas de las fuerzas ni juzgar el resultado de las maquinas; pues me quedaba siempre en el comienzo mismo, por- que me daba cuenta de que en el primer ins- tante, de algtin modo, debta suceder lo que en todo el tiempo restante. Admitia yo que estaba fuera de mi alcance el razonar sobre los puntos Y momentos concretos. Por lo cual, habién- dome quedado sin razones, quedaba reducido a mi propia experiencia y a la experiencia ajena; experiencia que, sin embargo, nos ha fallado muchas veces siempre que tomamos por ver- daderas las causas falsas de lo que habfamos experimentado y después extendiamos el argu- mento a lo que nos parecfa semejante. Cosas muy interesante nos cuentas, Carino, y por eso me es facil pensar cudnto se puede esperar de ti, si fueses rectamente guiado, puesto que estoy acostumbrado a valo- rar ingenios, Me alegro, pues, infinitamente de que hayas aprendido por tu propia expe- riencia que las fuerzas y el movimiento no son cosas sometidas a la imaginacién, lo cual tiene mucha importancia en la verdadera filo- sofia. Y es muy cierto Io que dices sobre la necesidad que tenemos de una doctrina del movimiento en la filosofia natural; pero esto no se opone a lo que dije antes, a saber, que lo primero es establecer la Logica. Pues la ciencia de las razones generales inmersa en medio de 50 Galucio. Pacidio.— Encontraréis en él la naturaleza, como decfan los antiguos,! es decir en figuras (que son de suyo incorrupt bles y eternas), como si hubieran asumide un cuerpo, constituye la Geometrfa. Ella asociada a las cosas caducas y coruptibles constituye la ciencia misma del cambio, o del tiempo de los movimientos, de la fuerza, de la accién. ‘Ast pues, como muy bien ha dicho un egregio fildsofo de nuestro siglo, que la Geometria es Légica Matemética, yo me atreveré a decir que Ja Foronomta es la Logica Fisica. Carino.— Me hards un gran favor, Pacidio, si en este tema me das alguna luz. Hace tiempo que nos vienes prometiendo miento. Ha lle- atisfagas nuestras tus reflexiones sobre el mo gado el momento de que f expoctaivas,a no se que quieras que abamos a la fuerza el cofre donde guardas tus cunder- nos. arbones en ver del tesoro que dicen; en lugar de una obra cla- horata, hojas sueltas y huellas de reflexiones apresuradas, mal expresadas y conservadas a veces s6lo por Ia memoria. Por eso, si espera- bis de m¢ algo digno de vosotros tendriais que haberme seftalado la fecha. Te6filo Después de tantas interpelactones el deu- dor debe estar preparado, si no quiere adquirir mala fama. 2 Cf Aristételes, Metaphisica I 6, 989 b 14-18:19, 991 b 27-29; 112, 997 a 34- b3, 12-14, 998 a 7.9. 3° Enel margen: Galileo. 51 Se ha constituido entre nosotros una reflexi6n, Por lo demas, Carino, la responsabi- Galucio. sociedad para buscar la verdad. Peto sabes, lidad es tuya. Pacidio, que la acci6n en favor del socio no va Carino.~ 2Y eso por qué? més all de lo que puedes hacer. Y cudnto sea Feiiio.— Porque ce ves 0 ccscfut 2 ti mismo, pues lo que puedes 1o confiamos a tu lealtad, para en esto consiste el método socratico. jue veas que somos liberales. Sin duda nos ; 5 ° e stile RASS con unm:eolisaén oe Carino.~ ;Cémo podré aprender de quien no sabe? partes. Procura solamente que no te hayatnos Pacidio.— De ti aprenderés, no de un ignorante. Pues trafdo en vano a Carino, que esté avido de sabes muchas mas cosas que las que recuerdas. Yo tinicamente te daré ocasién de recordar lo que sabes y de ahé deducir lo que no sabes y, como decfa Sécrates, te asistiré como partero, tds gravido y a punto de dar a luz saber. Carino.— Yo uno mis peticiones a las de mis amigos yno pido una obra terminada o una exposicién continua, sino instrucciones que surjan fortui atique tamente, segtin lo vaya permitiendo la ocasién Carino.— Dificil cosa me pides, que exprese con de la conversaci6n. palabras la ignorancia que de alguna manera encubro con mi silencio. Teéfilo— Recuerda, Pacidio, que con frecuencia nos Galucio— Si creemos a Pacidio, td mismo te admira- has recomendado los didlogos socréticos; nada se opone a que ahora por fin aprendamos su rés de tu ciencia. utilidad con un ejemplo, a no ser que quiz Carino.- Para mf Pacidio es una gran autoridad, tengas a Carino en menos que a Fedén y Alci- pero est mas presente en mf la conciencia de biades, a los que, creo yo, no les va a la 2aga ni mi mismo. en ingenio, ni en coraje, ni en fortuna. Pacidio— Todavia, Carino, no has experimentado Pacidio— Veo que habéis venido preparados ¢ ins- todo lo que puedes por ti mismo; alguna vez truidos para asediarme. {Qué he de hacer? hay que probar fortuna para saber en cusnto Mientras uno actia conmigo de acuerdo al debes considerarte. derecho, otto se lanza al asalto de mi lentitud Teffilo— Bien, Carino, haz el favor de no interpo- con tuegos que no son menos dignos de ser nerte entre tu utilidad y nuestro placer. tenidos en cuenta. Sea como mandais. Me entrego a vuestra voluntad. Pero, sea cual sea el resultado, el riesgo sera vuestro; y no quiero prejuzgarlo, bien por mis opiniones (que, con la prisa, en verdad, ni siquiera puedo recor dar), bien por el método socrético, que exige Carino. Os haré caso, pero a riesgo de que la opi- nidn que de mi haydis podido tener, por defi- ciente que fuera, ciertamente pueda empeorat mucho con este experimento, Pero es de inge- 4 Cf. Platén, Theaetus 148 e 6-149 a fu. 151b 7-c 1 52 53 nuos el no querer equivocarse. Asf pues, sopor- taré ficilmente que penséis de mé lo que soy en realidad, con tal de que me ayudéis en mis vacilaciones y me deis ocasién de progres ct. Pacidio— Lo haremos en la medida de nuestras posibilidades, Respéndeme, por favor, sélo a esta pregunta. Puesto que nos hemos propuesto tratar sobre el movimiento, pregunto, Carino, {qué piensas que es el movimiento? Carino. {Cémo puedo decir al principio lo que apenas pensaba descubrir con mucho esfuerzo més adelante? Pacidio.~ {Es que no has pensado alguna vez sobre el movimiento? Carino.— Es como si me preguntaras si he hecho uso de mis sentidos y mi razén. Pacidio— Dinos pues, ;qué se te ha ocurrido cuando has pensado en el movimiento? Carino. — Es dificil resumir esto enseguida y expli- carlo asf de repente. Pacidio— Inténtalo, no obstante; no hay peligro de equivocarse, pues da lo mismo cualquier « que digas que entiendes por movimiento, con tal de que més adelante no introduzcas algo que no esté contenido en esta primera nocién que has tomado. Carino. El tener cuidado de esto es casa tuyais yo pienso que el movimiento es cambio de lugar, Y afirmo que el movimiento esta en el cuerpo que cambia de lugar. Pacidio.- Bien, Carino, obras con generosidad y nobleza, pues enseguida nos muestras lo que 54 yo apenas confiaba sacaros después de muchas preguntas. Procura ahora que el provecho sea todo para ti Carino.~ {Crees que hay que afiadir algo més? Pacidio.- No, ciertamente, cuando entendamos lo que has afirmado, Carino. {Pero qué hay més claro que el cambio, el cuerpo, el lugar, “estar-en”? Pacidio.— Perdona mi torpeza, que hace que ni siquiera entienda lo que a otros les parece cla- risimo. Carino. No lo tomes a broma, por favor Pacidio.— Te ruego, Carino, que te convenzas de que no hay nada més ajeno a mi manera de ser, y que confieso con sinceridad mis dudas. Carino. Intentaré explicarte mi opinién si me haces preguntas Pacidio.— Perfecto, ino crees que el estado de cam- bio es un estado de la cosa? Carino. Ast lo creo. i lio. {Un estado diferente del primer estado de ae cosa, antes del cambio, cuando todo estaba todavia en su estads primitivo? Carino.— Diferente, eso es. Pacidio.— {Pero diferente también de aquel estado- que existira después del cambio? Carino ~ Sin duda. Pacidio.~ Me temo que eso nos meta en dificultades. Carino. (Qué dificultades, por favor? Pacidio.~ {Me permites que ponga un ejemplo? 55 Carino.-No te es necesario mi permiso, Pacidio— {No es la muerte un cambio? Carino. Sin duda. Pacidio — Me refiero al acto mismo de morir. Carino. Y yo también. Pacidio.— (Vive el que esta muriendo? Carino.— Compleja cuestién. Pacidio.— O jesté muerto el que est muriendo? Carino. Veo que eso es imposible. Pues estar muerto significa que la muerte de alguien es cosa pasada. Pacidio.— Si para el muerto Ia muette es cosa pasada, para el vivo es algo futuro, del mismo modo que el que est naciendo no ha de nacer ya, ni ha nacido, , Carino.~ Asi parece. Pacidio.~ Por consiguiente, el que esta muriendo no Carino.~ Lo concedo. Pacidio.~ Mas parece que has concedido un absurdo. Carino.~ No veo ningtin absurdo. Pacidio— jAcaso la vida no consisie en un cierto estado? Carino.~ Sin duda. Pacidio.— Este estado existe 0 no existe ‘CarinoNo hay una tercera posibilidad. 56 Pacidio.— Las cosas en las que no existe este estado decimos que carecen de vida. Carino. Sea ast. Pacidio.— {No es el momento de la muerte aquel en. cel que uno comienza a estar privado de vida? Carino.- {Como no? Pacidio.~ {O en el que deja de tener vida? Carino.- Es lo mismo. Pacidio.~ Pregunto si en ese momento la vida est ausente o esta presente. Carino. Veo una dificultad, y no hay raz6n para decir una cosa y no la otra, Pacidio.— Por consiguiente no hay que afirmar nin- guna o hay que afirmar las dos. Carino.— Pero ahora si que me has cerrado esta salida. Pues veo enseguida que un estado esta necesariamente presente 0 ausente, y que no puede estar a la vez presente y ausente, ni no estar presente ni ausente. Pacidio.— jEntonces, qué? Carino. (Qué otto remedio me queda sino la duda? Pacidio.— Qué pasarfa si yo también dudara? Galucio— Asi nos dejas, Pacidio? Pacidio.- Con frecuencia he admitido que hay gran- des dificultades en torno a los principios. Galucio.~ Por qué nos has traido a este terreno tan resbaladizo, si no puedes sostenernos cuando vacilamo: Pacidio.~ Pero era de gran importancia el teconocer la dificultad 57 Teéfilo Si te conozco bien, Pacidio, no descansarés hasta quedar satisfecho, y no es hoy la primera ver que has insistido en estas cosas. Asi que ya es hora de que nos des a conocer tu opinién, Pacidio.— Si os hago caso, amigos, naufragaré en el puerto, antes de salir a alta mar. Te6filo.— Por qué? Pacidio~ Porgue viotarfa entonces las leyes del método socrético, que por vuestro consejo adopté desde el primer dia Te6filo— En verdad, eso no lo quisiera yo. Pacidio.~ Pot eso no debéis pedir mi opinién. Encontrar la verdad es coxa de Carino, ayu- lado de mis consejos, no preguntarmela una ver que yo la haya encontrado, pues no debe- mos privarle del fruto del método, ni del placer del resultado. Galucio.— Por favor, procura que empecemos a gus- tar los frutos de que hablas. Paco Lo intentarg ,en fin, haré esta pregunta ime, Carino, gerees que hay muertos que han vivido? Carino.— Eso es cierto, por mas vueltas que le demos. Pacidio.— {Termina alguna ver la vida? Carino.~ Termina. Pacido = Luego hubo un dltime momento de ta vida. Carino. Lo hubo. Pacidio— De nuevo, Carino, jerees que algunos que ahora estén muertos, vivieron? 58 Carino.— Esto es cierto también; bueno, es lo mismo que dijimos ante: Pacidio— Basta con que sea cierto. Luego el estado de muerto tiene comienzo, Carino. Tiene comienzo. Pacidio.— {Y hubo un momento primero o principio de tal estado? Carino.— Lo hubo. Pacidio.~ Me basta con que respondas a esto: si es Lo mismo el dltimo momento de vivir y el primer momento de no vivir. Carino. Si no hemos de afirmar més que lo que hemos comprendido con seguridad, no me atreverfa, en verdad, a afirmarlo. Pacidio.— Te felicito, Carino, por haber aprendido el arte de dudar, y no en grado minimo. Pues con esto, te lo confieso, quise hacer una prueba de tu juicio. Pero dime, por favor, ;qué te ha hecho tan cauto? Carino. Yo vefa que querias deducir que, en el mismo momento de vivir y no vivir, uno mismo vive y no vive. Y reconozco que esto es absurdo, Pacidio.~ Crees que hubiese sido correcta la deduc- cién? Carino. Pienso que no hubiera sido posible reba- tirla. Pacidio.— Entonces jqué piensas de una sentencia de a que se sigue necesariamente un absurdo? Carino. Que es absurda. 59 Pacidio.— Luego pueden seguirse inmediatamente dos momentos uno el de vivir, otro el de no vivir. Carino. {Por qué no? Puesto que pueden darse dos puntos. Cosa que me ha venido a la mente muy oportunamente poniéndomela de alguna manera ante los ojos. Sobre una tabla perfec- tamente plana AB pongase una esfera per- fectamente redonda C; es evidente que la esfera no coincide con el plano y que no tie- nen los extremos comunes, de lo contrario no se moverfa uno sin el otro. Es evidente, sin embargo, que no se da contacto sino en un punto, y que no hay ninguna distancia de un extremo o punto de la esfera d al extremo © punto de la tabla e. Luego los dos puntos d y e son simulténeos, aunque no sean un solo eG) Figura 1 Pacidio,— No se puede decir cosa més clara y perti- nente. Teofilo. Recuerdo que también Aristoteles* distin- gue el contiguo del continuo, de suerte que son continuas aquellas cosas que tienen un extremo comtin, y contiguas aquellas que tie- nen un extremo simultaneo. 5 Of Aristételes, Physica, V 3, 227 a 10-b2 60 Pacidio.- Por consiguiente, del mismo modo dire- mos con Carino que el estado de vivo y de muerto son solamente contiguos y no tienen extremos comunes. Carino.— Muy cortésmente me citas como autor de To que tu has hecho nacer en mi mente Pacidio— Ya te he dicho que tus opiniones te las debes a ti mismo, y las ocasiones a mf. Pero esto lo comprobaremos en temas més impor- tantes, si bien hay que avanzar gradualmente. Galucio.— Por consiguiente, permitirés que te pre- gunte si piensas que de todo esto puede dedu- cirse algo de importancia. Pacidio.- Me admiraria de que no hubieras pre- guntado esto hace tiempo, si no supiera que eres Galucio. Pues sé, por otra parte, que estas cosas parecen tontas o sin duda inditiles para hombres versados en el estudio de la naturaleza 0 en la luz de los experimentos. Pero supongo que estaris de acuerdo cuando consideres que, traténdose de principios, nada debe parecer de poca importancia. Galucio.— No soy tan ajeno a las cuestiones abs- tractas que no reconozca que los principios de todas las ciencias son temas delicados como los primeros hilos de un gran tapiz. Pero sabiendo que sueles ir preparando poco a poco el camino 4 cosas mayores, esperaba un cierto anticipo agradable que iluminase lo ya expuesto y lo que hemos de decir. Pacidio.- No puedo, Galucio, satisfacer ahora tu deseo, y no deberfa hacerlo aunque pudiese. No puedo, porque como los cazadores no siempre 61 persiguen una fiera cierta y determinada, sino que frecuentemente se contentan con la presa que les sale al paso, asf también nosotros, algunas veces nos vemos obligados a aceptar las verdades segin se nos presentan, nunca seguros de que serd una captura valiosa y, una vez hecho buen acopio de ellas, y finalmente efectuados los calculos, ya reconocidas y ordenadas nuestras tiquezas, albergar la esperanza de un tesoro mayor. Hay que afiadir que tan importante diélogo no depende de mi voluntad sino de la de Carino; mis preguntas han de acomodatse a sus respuestas. Y si pudiera ya ahota ponerte ante los ojos las previsiones de futuras conversaciones no deberia hacerlo, incluso segiin tu parecer, si me hicieras caso. En efecto, algunas veces nos alegramos de habernos equivocado; y es mayor el gozo de un buen resultado sino lo esperamos. Sabes que los charlatanes ambulantes consiguen satisfaccién del pablico cuando los espectadores miran hacia otra parte y ellos se sacan de las alforjas, como de la manga, una sorpresa. Galucio— Con esta esperanza no volveré a pregun- tarte nada més. Pacidio— Vuelvo a ti, Carino. Habfamos llegado a la conclusién de que es imposible el estado de cambio. Carino.— Asi es ciertamente, si se toma el momento del cambio por el instante del estado medio o comin. Pacidio.— Pero jacaso no cambian las cosas? Carino. (Quién lo niega? 62 Pacidio.— Luego el cambio es algo. Carino.- Ast es. Pacidio.- Algo distinto de aquello que hemos demostrado ser imposible, es decir, distinto de un estado momenténeo. Carino.— Algo distinto. Pacidio.— Luego jel estado de cambio exige el paso de algiin tiempo! Carino.— Parece que sf. Pacidio.— ;Acaso puede ser que algo exista en parte 0 no exista en parte? Carino. Esto hay que explicarlo con mayor clari- dad, Pacidio.— {Puede acaso la verdad de una proposi- cién crecer o decrecer en un cierto espacio de tiempo, del mismo modo que el agua se calienta o se enfrfa gradualmente? Carino.— En absoluto. Creo que una proposicién es toda falsa 0 toda verdadera de una vez; y ahora entienco la pregunta. Como cuando el agua esta caliente, aunque se caliente cada ver més, es necesario un instante para pasar de no caliente a caliente, 0 al revés, del mismo modo que en un instante se pasa de recto a oblicuo. Pacidio. Volvemos, por consiguiente, al estado instantdneo de cambio, que nos parecié ser imposible. Carino.— No sé cémo hemos vuelto a las dificultades de las que ya habfamos salido. Pacidio.~ Si las riquezas de dos hombres no difieren més que en un bolo {podria uno de ellos ser 63 tenido por rico sin que hagamos el mismo jui- cio del otro? Creo que no. — Luego la diferencia de un bolo no hace a tuno rico 0 pobre. Carino. Pienso que no. Pacidio.— Ni la suma o resta de un sélo sbolo hace al rico no rico o al pobre no pobre. Carino. Seguro que no. Pacidio.— Luego nadie puede pasar de pobre a rico 0 de rico a pobre, por mas dbolos que se le den o se le quiten. Carino ~ {Cémo es eso posible? Te lo suplico. Pacidio.— Supongamos que se le da un ébolo a un pobre gpor eso deja de ser pobre? Carino.— En absoluto. Pacidio.~ Démosle otro dbolo jahora deja de ser pobre? Carino.— Tampoco. Pacidio— Luego aunque le demos un tercer Sbolo no dejara de ser pobre Carino. Pacidio— Pues sucede lo mismo en cualquier otra cosa, Pues nunca con la suma de un dbolo dejara de ser pobre. Supongamos que deja de serlo en una milésima, todavia lo serd en nove- cientas noventa y nueve. Ciettamente un solo

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