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CRISTO

ES NUESTRA SABIDURIA

Lectura bíblica: 1 Co. 1:30

La Biblia declara que Cristo es nuestra vida de muchas maneras. No obstante, el


significado de la expresión “Cristo es nuestra vida” no es tan simple. Veamos 1
Corintios 1:30. Podemos dividir este pasaje en dos secciones. La primera dice: “Mas
por El estáis vosotros en Cristo Jesús”. Esto se refiere a la relación que nosotros
tenemos con Cristo. La segunda dice: “El cual nos ha sido hecho de parte de Dios
sabiduría”. Esto se refiere a la relación que Cristo tiene con nosotros. Dicho de otra
manera, este versículo muestra que nosotros estamos en Cristo, y que Cristo está en
nosotros. Debemos prestar atención a estos dos aspectos. Algunos cristianos dan
énfasis al primer aspecto, y otros, al segundo. Si somos parciales y damos énfasis a
uno de los dos, esto nos ocasionará problemas y afectará nuestra vida cristiana.
Debemos tener un conocimiento apropiado de ambos. Debemos saber que estamos
en Cristo y que El está en nosotros.

Dios nos dio al Señor Jesús, no como maestro ni como modelo, sino para que sea
nuestra vida; de tal manera que Su vida se manifieste por medio de nosotros. Si no
tenemos la vida de Cristo, no podemos ser cristianos. Sin embargo, si la tenemos y
no sabemos cómo llegó a ser nuestra, no podemos manifestarla. ¿Cómo puede
Cristo ser nuestra vida? Esta es una pregunta muy importante. El Señor Jesús es
Dios y a la vez hombre. Entonces, ¿cómo puede El ser nuestra vida? Esto parece
imposible. Nosotros no podemos solucionar este problema, pero Dios sí puede. El
puede hacer lo que el hombre no puede. Dice 1 Corintios 1:30 que Dios hizo esta
obra. Si no fuera así, Cristo no habría podido ser nuestra vida. La primera parte de
este versículo dice: “Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesús”. Esto indica que la
primera parte de la obra fue llevada a cabo por Dios. Y añade: “El cual nos ha sido
hecho de parte de Dios sabiduría”. Esta segunda parte de la obra también fue
realizada por Dios. Nosotros no podemos hacer que el Señor Jesús sea nuestra
sabiduría; El “nos ha sido hecho sabiduría de parte de Dios”. Por lo tanto, el hecho
de que Cristo sea nuestra vida, es algo que Dios mismo ha logrado. Nada de esto
sería posible si Dios no lo hubiera hecho. Sin El no podemos hacer nada. Dios hizo
que Cristo sea nuestra vida.

ES OBRA DE DIOS
QUE ESTEMOS EN CRISTO

Dios desea que Cristo sea nuestra vida. Pero ¿qué hizo para lograr esto? El primero
nos puso a nosotros en Cristo y luego puso la vida de Cristo en nosotros. Dios
primero estructura nuestra relación con Cristo. Si no tenemos una relación con
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Cristo, no podemos tenerlo como nuestra vida. Primero nosotros somos puestos en
Cristo y luego Cristo en nosotros. Este es el orden en que Dios actúa.

¿Por qué nos puso Dios en Cristo? Porque somos pecadores y tenemos la vida
adámica. Así que, para que Dios pueda darnos una vida nueva, primero debe
eliminar este problema. Pero Dios no puede llevar a cabo esto en nosotros
directamente, porque si lo hiciera, moriríamos. Si Dios eliminara los pecados
directamente en nosotros, moriríamos eternamente.

Por un lado, Dios quiere poner fin a nuestros pecados y a nuestra vida adámica; y
por otro, no desea que muramos. ¿Qué hizo entonces? Nos puso en Cristo por
medio de la operación de Su poder. Como resultado, todo lo que Dios hizo en Cristo
resolvió nuestra situación. Todos nosotros estamos incluidos en Cristo, y todo lo
que Dios hizo en El, llega a ser Su obra en nosotros. Cuando Dios juzgó a Cristo, el
resultado fue el mismo que si nos hubiera juzgado a nosotros directamente. Esta es
la verdad bíblica básica con respecto al Señor Jesús como nuestro salvador.

Dios le dijo a Adán en el huerto de Edén que si desobedecía Su mandato y comía


del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, recibiría el juicio. ¿En qué
consistía este juicio? Dios le dijo a Adán: “Porque el día que de él comieres,
ciertamente morirás” (Gn. 2:17). Comer del fruto que Dios prohibió es pecado, y
cuando uno peca, muere. La muerte es el castigo por el pecado. Si un hombre peca,
será castigado. “Porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. Esto
significa que todo aquel que peca, muere. El hombre no debería pecar, porque el
resultado del pecado es muerte. El pecado es un hecho inevitable, y el resultado
ineludible es muerte. ¿Qué se debe hacer entonces? Por un lado, Dios tiene que
eliminarnos por completo; y por otro, tiene que darnos vida. Esta es la única
manera en que podemos ser salvos. Gracias al Señor que El estableció la salvación
para nosotros. Esta incluye el envío de un salvador para que muera en nuestro
lugar. Por eso Cristo nació para morir por nosotros. Sin la carne, no podría haberse
realizado la muerte substitutiva. Cristo se hizo carne, y de esta manera fue posible
que muriera por nosotros. Por medio de Su muerte llevó sobre Sí mismo nuestro
castigo, lo cual produjo nuestra salvación. ¿Cómo pudo Cristo morir por nosotros?
Lo pudo hacer porque Dios nos puso a todos nosotros en El. Esta enseñanza bíblica
es crucial. No podemos comprender cómo ejerció Dios Su poder y autoridad para
ponernos en Cristo. Todo lo que sabemos es que 1 Corintios 1:30 nos dice
claramente que por El estamos en Cristo Jesús. “Por El [Dios]” significa que es Dios
quien lo hizo.

¿Qué significa estar en Cristo? Explicaré esto con un ejemplo. Pekín produce entre
sus artesanías cierta clase de cajas barnizadas, las cuales contienen otras cajas de
menor tamaño. Cada caja contiene otra que embona perfectamente en su interior.
Exteriormente hay una sola caja; pero cuando uno la abre, encuentra otra más
pequeña adentro, y luego otra. Esta es la forma en la que nosotros estamos en
Cristo. Estar en Cristo, contrasta con el hecho de que El está en nosotros. Como

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descendientes de Adán, todos estábamos en él. Adán es como la caja grande, y


nosotros las cajas pequeñas. Todas las cajas pequeñas salieron de esa gran caja.
Todos nosotros procedemos de él. Cuando se abre una caja, adentro se hallan
muchas otras. Ponemos muchas cajas dentro de una, y sólo vemos una. Desde
nuestra perspectiva, vemos muchos hombres individuales; pero desde la
perspectiva de Dios, todos somos un solo hombre en Adán. Debido a que todos
nosotros estábamos en Adán, “la desobediencia de un hombre” constituyó muchos
pecadores. Y puesto que somos uno en Adán, todos nosotros estamos condenados.

Dios nos salvó según este mismo principio. El nos puso a todos en Cristo, y “por la
obediencia de uno solo, los muchos serán constituidos justos”. Puesto que somos
uno en Cristo, todos hemos recibido la justificación de la vida (Ro. 5:18-19). Dios
nos ve a todos como una sola persona en Adán. De la misma manera, nos ve a todos
como una sola persona en Cristo. Adán es como una caja grande, y Cristo como una
segunda caja grande. Dios nos sacó de la primera y nos puso en la segunda. Somos
uno en la primera gran caja, la cual representa a Adán, y también en la segunda, la
cual representa a Cristo. La Biblia llama al Señor Jesús “el segundo hombre” y
también “el postrer Adán” (1 Co. 15:47, 45). El Señor Jesús es el último Adán, y
Dios nos puso en El.

Cuando Jesús de Nazaret vivía en la tierra, era un solo individuo, pero cuando fue a
la cruz, Dios nos incluyó a todos nosotros en El1. Por lo tanto, cuando Cristo fue
crucificado, aquella cruz no fue sólo Su cruz, sino también la nuestra. Puesto que
Dios nos puso en Cristo, la cruz ya no es sólo Suya; es una cruz de la que participan
todos aquellos que están en El. Si Dios no nos hubiera puesto en Cristo, no
tendríamos nada que ver con la cruz. Pero lo hizo, y por lo tanto, estamos
estrechamente relacionados con ella. Agradezcamos y alabemos a Dios porque
cuando Cristo fue crucificado fuimos incluidos en El. Su experiencia en la cruz llegó
a ser la nuestra. Esto es lo que Romanos 6:6 quiere decir cuando declara: “Nuestro
viejo hombre fue crucificado juntamente con El”.

Si no estuviéramos en Cristo, no podríamos ser crucificados juntamente con El.


Con base en esto alguien dijo: “Si no estamos en Cristo, no podemos morar en El”.
Este es un concepto espiritual y bíblico. Debemos recordar que para andar con El,
debemos andar en El. Si primero no estamos en El, no podemos andar con El. Esta
es nuestra fe fundamental, la cual debemos entender claramente.

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Al hablar de la vida del Señor en la gloria, podemos decir que Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación
del mundo (Ef. 1:4). En ese entonces, el pecado no existía y la vida era Cristo. Después de que El murió y
resucitó, impartió esta vida en quienes creen en El y estableció con ellos una relación personal. Cuando Cristo
fue crucificado, la vieja creación fue juzgada. En ese momento Dios nos puso en El y nos unió a El (Ro. 6:3-6).
Aunque el pecado ya había entrado en el hombre, la muerte de Cristo lo eliminó. La muerte y la resurrección de
Cristo (1) pusieron fin al pecado y al viejo hombre, que habían sido introducidos por medio de Adán, y (2) nos
dieron la vida eterna que existía desde antes de la fundación del mundo. En este librito damos énfasis al Cristo
de Romanos 6; no hablamos del Cristo de antes de la fundación del mundo.
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“Mas por El estáis vosotros en Cristo Jesús”. Esto es algo exclusivamente realizado
por Dios. Como nosotros no sabíamos esto, era necesario que la iglesia predicara el
evangelio para que lo llegáramos a oír. La iglesia anuncia al hombre el hecho
estremecedor de que Dios puso a la humanidad en Cristo. Por lo tanto, cuando el
Señor Jesús fue crucificado y juzgado por Dios, el hombre también fue juzgado en
El. Esto significa que el juicio sobre Cristo llega a todos los hombres, puesto que
están relacionados con El. Este es el evangelio. El evangelio nos dice que Dios hizo
algo en Cristo y que nos incluyó en El. Cuando Dios juzgó a Cristo, también nos
juzgó a nosotros con El. Dios resolvió el problema del pecado y del yo. Gracias a
Dios que morimos en Cristo. Esta es la razón por la que Romanos 6:11 dice: “Así
también vosotros, consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo
Jesús”.

Hemos muerto en Cristo Jesús. ¿Qué debemos hacer después de conocer este
hecho? Después de creer en este hecho, debemos expresarlo de alguna manera.
Esta es la razón por la cual al creer en el Señor y ser salvos, deseamos ser
bautizados. ¿Qué significa el bautismo? Es ser incluidos en Cristo Jesús y en Su
muerte (Ro. 6:3-4). Dicho de otra manera, Dios nos puso en Cristo, pero nosotros
tenemos que manifestar esto a otros. Nuestro bautismo muestra la manera en que
fuimos puestos en Cristo. Cuando somos sumergidos en el agua, ¿nos quedamos
ahí? No, salimos rápidamente. Salir del agua significa que hemos resucitado con
Cristo. Por lo tanto, emerger del agua atestigua que El resucitó; o sea, que nuestro
bautismo es la confirmación de la obra que Dios realizó por nosotros en Cristo. Es
una representación espiritual que expresa físicamente lo que Dios hizo por
nosotros en Cristo.

Cuando Cristo fue crucificado, Dios nos incluyó en El y terminó así con nuestro
viejo hombre, el cual estaba en Adán. Dios puso fin a Adán. Esa cuenta se liquidó y
se cerró. Anteriormente nos encontrábamos en Adán, y la única forma de ser
librados de él era la muerte. Al estar unidos a Cristo en Su muerte, somos
terminados y librados de Adán. Este es el primer aspecto de la obra de Dios. El
segundo aspecto consiste en poner a Cristo en nosotros. En 1 Corintios 1:30 dice:
“El cual nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría”.

“NOS HA SIDO
HECHO DE PARTE DE DIOS...”

Ya dijimos que estamos en Cristo. Ahora hablemos de Cristo en nosotros. ¿Cómo


puede estar Cristo en nosotros? El está en nosotros debido a Su resurrección.
Puesto que el Señor Jesús resucitó y ahora es el Espíritu Santo (no es simplemente
un hombre, sino un hombre en el Espíritu), puede estar en nuestro interior. El
Señor dijo que Su carne es verdadera comida y Su sangre verdadera bebida.
Nosotros podemos comerle (Jn. 6:53-56). Si El continuara siendo un hombre tal
como lo fue cuando estuvo en la tierra, no podría ser nuestra comida. Nosotros
comemos el fruto del árbol de la vida; no el árbol mismo. Es imposible comerse un

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árbol. De la misma forma, no hay manera que una persona entre en otra. Cuando el
Señor Jesús estuvo en la tierra, El fue como el árbol de la vida; no podía entrar en
nosotros. Si el Señor Jesús no hubiese resucitado y sólo fuera el Jesús que vivió en
la tierra, permanecería siendo igual. Lo mismo sucedería conmigo, no habría
manera de recibirlo. Por muy santo y precioso que sea Jesús de Nazaret, si sólo es
un hombre, es imposible que entre en nosotros. Pero gracias al Señor que hoy El no
es sólo un hombre. Por morir y resucitar como el Espíritu Santo, ha venido a ser el
Señor a quien podemos recibir. El Espíritu Santo es el propio Señor en otra forma
(Jn. 14:16-20). Otro nombre del Espíritu Santo es “el Espíritu de Jesús” (Hch.
16:7). También es llamado “el Espíritu de Cristo” (Ro. 8:9). Cuando el Señor Jesús
llegó a ser el Espíritu, vino a ser el Señor a quien posemos recibir. Si no hubiera
llegado a ser tal, no lo podríamos disfrutar. Cristo resucitó y llegó a ser el Espíritu
Santo. Cuando recibimos al Espíritu Santo, recibimos a Cristo. De la misma
manera, cuando recibimos al Hijo, recibimos al Padre. Cuando los hombres de
antaño veían al Padre, veían al Hijo. Lo mismo sucede ahora; cuando los hombres
conocen al Espíritu, conocen al Hijo. El Señor Jesús resucitó y es el Espíritu Santo.
Por lo tanto, podemos recibirlo como vida. Todos los que han recibido al Señor
Jesús, han recibido esta experiencia divina, sea que lo entiendan o no.

Dios nos ha puesto en Cristo y ha hecho que El sea nuestra sabiduría. Ninguna de
estas dos cosas las llevamos a cabo nosotros. Así como no podemos entrar en Cristo
por nuestro propio esfuerzo, de la misma manera, no podemos poner a Cristo en
nosotros. Sólo Dios puede llevar a cabo estas cosas.

Cristo nos ha sido hecho de parte de Dios sabiduría. ¿Qué significa esto? Primero
quiero hacer notar la puntuación de la segunda parte de 1 Corintios 1:30. Nótese los
dos puntos después de las palabras “hecho de parte de Dios sabiduría”. Esto
significa que la sabiduría incluye los siguientes asuntos: justicia, santificación y
redención. En 1 Corintios 1—3 se mencionan la sabiduría de Dios y la del hombre.
La sabiduría es el tema central, mientras que la justicia, la santificación y la
redención, explican cómo Cristo llega a ser nuestra sabiduría.

¿Qué significa este versículo? Para poder entenderlo, primero debemos saber lo
que es la vida. Supongamos que una tentación viene y lo provoca a usted. Sabe que
debe ser paciente. ¿Pero de dónde sale esta paciencia? La vida la provee. Usted
debe tener vida para poder usar dicha paciencia. Si no tiene vida, si está muerto, no
puede ser paciente. La paciencia la suministra y la sustenta la vida. Sabemos que no
es bueno ser perezoso y quisiéramos ser diligentes. Si uno es diligente, su vida lo
hace diligente. Supongamos que alguien se encuentra en apuros y deseamos
mostrarle amor y ayudarlo. ¿De dónde sale tal amor? Es la vida la que nos compele
a amar. Por lo tanto, la reacción interna que se produce cada vez que nos
enfrentamos con estas situaciones, proviene de nuestra vida. A cada momento de
nuestra vida nos enfrentamos con situaciones y con exigencias del mundo exterior
que nos obligan a reaccionar. El origen de estas reacciones es la vida. Sin la vida, no

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podemos reaccionar. Sólo reaccionamos cuando hay vida. Momento a momento


nuestra vida actúa.

Dios nos dio a Cristo no sólo para que muriera en la cruz por nosotros, sino
también para que fuera nuestra vida. En principio, nuestra reacción a todas las
exigencias que se nos presentan proviene de nuestra vida; actuamos conforme a
nuestra propia vida. Si nuestra vida es suficientemente fuerte, podemos superar
cualquier situación que se nos presente, de lo contrario nos derrumbaremos.
Nuestra vida reacciona y se enfrenta con los asuntos externos. Pero Dios nos dio a
Cristo para que sea nuestra vida. Antes de recibir al Señor Jesús vivíamos por
nuestra cuenta. Pero después de recibirlo, Dios desea que El viva en nosotros y por
nosotros. Cuando el Señor Jesús se vuelve nuestra vida, ya no tenemos necesidad
de vivir conforme a nuestra vida original. El Señor Jesús no nos da mandamientos,
sugerencias ni enseñanzas que debamos llevar a cabo, sino que viene a sea nuestra
vida interna y lo hace todo en nuestro lugar, para que podamos vivir por Su vida.
Anteriormente reaccionábamos a las circunstancias con nuestra propia vida, pero
ahora debemos permitir que sea la vida de Cristo la que responda.

Ya que entendemos lo que significa que Cristo sea nuestra vida, pasemos al asunto
de que Cristo llega a ser nuestra sabiduría de parte de Dios. Hermanos, si ustedes
han sido creyentes por muchos años, deben saber contestar con claridad estas
preguntas cruciales. ¿Tienen una sabiduría aparte de la suya propia? ¿Han recibido
al Señor Jesús como su sabiduría? ¿Han tomado alguna vez al Señor como su
sabiduría? ¿Cuánto han llegado a conocer en realidad al Señor Jesús? La Biblia no
dice que el Señor Jesús nos da sabiduría, ni que Dios nos da la sabiduría del Señor
Jesús. Tampoco dice que aunque una vez éramos ignorantes, ahora podemos
entender y saber cómo hablar y actuar gracias a que Dios nos dio sabiduría. No, la
Biblia no dice esto; dice que Cristo viene a ser nuestra sabiduría de parte de Dios.
La frase “viene a ser” es muy importante, es la mejor expresión. Podemos tomar la
historia de Moisés y Aarón como un ejemplo de este hecho. Moisés tenía temor de
hablar a los israelitas debido a su falta de elocuencia. El usó el pretexto ante Dios
de que tenía dificultad para expresarse por causa de un defecto del habla. ¿Qué le
respondió Dios? Le dijo: “¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla
bien? ... él hablará por ti al pueblo; él te será a ti en lugar de boca...” (Ex. 4:14, 16).
¿Significa esto que cuando Aarón llegó a ser la boca de Moisés, éste se volvió
elocuente? No, Aarón sólo hablaba por él, pero Moisés siguió siendo el mismo (por
supuesto que Moisés habló en otras ocasiones). Cuando la elocuencia de Moisés
faltó, pidió a su hermano Aarón que hablara por él. Este es el significado de que
Aarón fuera la boca de Moisés. Aarón era la boca de Moisés, pero la elocuencia era
de Aarón, no de Moisés. Moisés necesitaba que Aarón hablara por él debido a que
él no se expresaba muy bien. Esto no significa que Moisés se volvió elocuente
cuando tomó a Aarón como su portavoz.

Con esto en mente, veremos lo que significa que Cristo llegue a ser nuestra
sabiduría de parte de Dios. No quiere decir que Dios nos ha hecho sabios; sino que,

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aunque somos ignorantes, permitimos que el Señor sea nuestra sabiduría. En un


principio, cuando se nos presentaban las exigencias del mundo, reaccionábamos
por nuestra propia cuenta. Pero ahora sabemos que no somos capaces de
enfrentarlas y que no debemos reaccionar por nuestra propia cuenta. ¿Qué
debemos hacer entonces? Debemos permitir que la vida del Señor reaccione por
nosotros. Este no es asunto de ser mejores por nuestros medios; sino de que el
Señor viva por nosotros. El habla de Moisés no mejoró cuando Aarón habló en su
lugar como vocero. El hecho de que Cristo sea nuestra sabiduría es comparable con
el caso de Aarón y Moisés. Supongamos que tenemos que hablar ante alguien. ¿Qué
haremos cuando no podamos expresarnos? Podemos pedir que otro hable por
nosotros. Ya que no podemos hablar, debemos permitir que otro lo haga en nuestro
lugar. Mientras él habla, nos callamos. Seguimos siendo los mismos. No debemos
pensar que una vez que Cristo viene a ser nuestra sabiduría, nos volvemos sabios.
Debemos recordar que aun cuando Cristo se sea nuestra sabiduría, seguimos
siendo incapaces de actuar por nosotros mismos2.

En Gálatas 2:20 dice: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” Este es un hecho que
nos muestra la forma en que el cristiano debe vivir. No debe hacer nada por sí
mismo, sino que debe permitir que Cristo lo haga todo por él. Dicho de otra
manera, es dejar que Aarón hable mientras Moisés permanece callado. Algunas
personas no son elocuentes y piden ayuda, pero mientras su vocero habla, ellas no
están satisfechas e interrumpen con frecuencia. Esto hace difícil hablar por ellas.
Cuando Moisés vio que no era capaz de hablar, tomó a Aarón para que fuera su
portavoz. Gracias al Señor que éste es el camino de la salvación. Dios no cambió la
boca de Moisés, sino que le dio una nueva boca. Dios no cambia las bocas de las
personas, sino que les da una nueva. El no transforma al hombre insensato en
sabio; sino que hace que Cristo mismo venga a ser su sabiduría. Hermanos, esto es
la salvación. Dios no transforma a hombres ignorantes en sabios; lo que hace es
lograr que Cristo llegue a ser su sabiduría; Cristo mismo vino a ser nuestra
sabiduría de parte de Dios.

Supongamos que tenemos que resolver un asunto que requiere sabiduría. Uno trata
de resolverlo de diferentes maneras, pero no lo logra. Su mente limitada queda
exhausta sin la solución. Entonces dice: “Señor, soy ignorante, si alguien no me
ayuda, no podré lograrlo. Sólo puedo confiar en Ti, hazlo por mí”. Una vez que uno
deposita su confianza en el Señor, El mismo lo guiará a hacer o decir lo que debe.
Tal vez uno no esté consciente de la sabiduría con que está actuando en tal asunto.
Pero posteriormente, cuando lo haya hecho, dirá: “Lo que hice fue algo que yo no
podría haber hecho por mi cuenta”. Esto no quiere decir que usted haya mejorado;

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Cuando Cristo vive en nosotros, El vive en nuestro lugar. Nuestra única responsabilidad es obedecerle sin
ofrecer ninguna resistencia. No obstante, obedecerle no produce ningún cambio intrínseco en nosotros. Por
supuesto, esto es sólo parte del cuadro completo. Por muchos años de obediencia y cooperación, y al ser llenos
de la vida de Dios, los atributos de Su vida gloriosa serán forjados en nuestra alma. Como consecuencia, se
desarrollará un nuevo carácter en nosotros. De este modo, nuestra constitución será transformada. Esta es la
obra del Espíritu Santo, la cual nos hace piedras preciosas, y además es la transformación de gloria en gloria en
la gloria del Señor, en la cual todas las partes de nuestra alma serán glorificadas (2 Co. 3:18)
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sino que el Señor mismo actuó como su sabiduría. Esto es lo que significa que
Cristo sea nuestra sabiduría. Antes teníamos que resolver solos los asuntos, aunque
no fuéramos capaces; pero ahora permitimos que Cristo sea nuestra sabiduría.
Debemos tener presente que no es la sabiduría de Cristo la que se convierte en
nuestra sabiduría, ni que Cristo nos da sabiduría con el fin de que nos volvamos
sabios, sino que El mismo llega a ser nuestra sabiduría. La sabiduría pertenece al
Señor y no a nosotros. Hermanos, si llegamos a entender la frase “Cristo es nuestra
sabiduría”, podremos vivir una vida apropiada delante del Señor.

Ya hemos dicho que Cristo llega a ser en nuestra sabiduría mediante tres asuntos:
justicia, santificación y redención. ¿Cuál es el significado de estos asuntos? Primero
hablaremos de lo que es la justicia.

Cristo ha sido hecho nuestra justicia

Para presentarnos delante de Dios se requiere justicia, la cual está relacionada con
Dios. Si no tuviéramos que presentarnos ante El, el asunto de la justicia no nos
preocuparía. Cuando hablamos acerca de Dios, pensamos en la justicia. Por
ejemplo, cuando tenemos compromisos sociales, pensamos en vestir
apropiadamente. De la misma manera, cuando un hombre se presenta ante Dios,
debe tener justicia, pues sin ésta, nadie puede ver a Dios. Debido a que la justicia es
fundamental en la vida cristiana, se relaciona con la forma en que nos presentamos
ante Dios cada vez que nos acercamos a Él. Si un creyente no ha resuelto este
asunto, no tiene una base sólida; duda acerca de la justicia y no puede acercarse a
Dios con confianza. Es posible que tenga un deseo genuino de crecer y avanzar en
el camino del Señor, pero vacila y experimenta altibajos, principalmente por causa
de su falta de claridad acerca de la justicia. La justicia es un asunto sencillo pero
fundamental. Hermanos, si no vemos claramente este asunto no tendremos paz y
siempre tendremos dificultades.

En muchas ocasiones nos sentimos inseguros de la manera en que podemos


acercarnos a Dios, y por eso tomamos nuestra buena conducta como justicia y base.
Algunos hermanos creen que sólo si actúan bien y observan buena conducta, están
en el marco de la justicia. Tales hermanos toman su conducta como justicia.

El día que Dios abra nuestros ojos, entenderemos que para El nuestra justicia no
tiene nada que ver con nuestra conducta y que éstas son dos cosas completamente
diferentes. La luz de Dios opera en nosotros como un cuchillo que separa nuestra
conducta de nuestra justicia. Anteriormente creíamos que cuando veníamos a Dios,
nuestra conducta era nuestra justicia. Pero ahora vemos que para acercarnos a
Dios, nuestra justicia es Cristo. Nuestra justicia ya no es nuestra conducta, sino
Cristo. Gracias al Señor que ante Dios nuestra justicia es Cristo. Podemos mejorar
nuestra conducta pero no nuestra justicia, pues ésta siempre es perfecta. Como
nuestra justicia es Cristo, podemos acercarnos a Dios por medio de ella. Nuestra

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conducta no está libre de transgresiones; pero damos gloria al Señor porque


nuestra justicia sí lo está, pues nuestra justicia es Cristo.

Debemos entender que el hecho de que Cristo sea nuestra justicia es la salvación
más grande. Dios ha resuelto el asunto de la justicia por nosotros. Debido a esto,
nuestra posición delante de El está segura. Hermanos, debemos tener buena
conducta y actuar bien. Además, debemos servir a Dios y ser diligentes en llevar la
cruz. Pero aunque nuestra conducta mejore cada vez más, nuestra justicia delante
de Dios no puede ser mejor. Los medios por los que somos dignos de presentarnos
ante Dios hoy, serán los mismos dentro de diez o veinte años; pues nuestra justicia
delante de Dios no es nuestra conducta, sino Cristo. Si alguien no recibe la
revelación de que Cristo es su justicia, no será capaz de acercarse confiadamente a
Dios. Necesitamos ver que la persona de Cristo es nuestra justicia. Debemos
recordar que cuando nos presentamos ante Dios, nuestra justicia no es nuestra
buena conducta, pues nuestra justicia no es una cosa sino una persona, Cristo.

Cristo ha sido hecho


nuestra santificación

Delante de Dios no nos justifica nuestra buena conducta. Sin embargo, no debemos
ser descuidados. Nuestra justicia delante de Dios está asegurada, pero ¿qué
debemos hacer con respecto a nuestra conducta y nuestro modo de vivir? Debemos
tener presente que Dios no sólo ha hecho a Cristo nuestra justicia, sino también
nuestra santificación, la cual tampoco es una cosa ni una condición, sino una
persona, Cristo. Dios ha hecho a Cristo nuestra santificación.

Algunos cristianos tienen ciertos conceptos acerca de la santificación. Piensan que


Cristo les ayuda a ser santos. Esto implica que no son santos, pero llegarán a serlo
con la ayuda de Cristo. En 1 Corintios 1:30 se nos dice que Dios ha hecho a Cristo
nuestra santificación. No tenemos que tratar de santificarnos por nuestros propios
esfuerzos ni con la ayuda de Cristo, pues Cristo mismo es nuestra santificación.
Nuestra santificación es la persona de Cristo, no Su ayuda.

Otras personas piensan que la santificación se obtiene gracias a que Cristo les da el
poder para hacerlo. Oran pidiendo que el Señor les conceda tal poder, para así
poder santificarse. Pero la Palabra de Dios no dice esto, sino que claramente
establece que Dios ha hecho a Cristo nuestra santificación. Nuestra santificación es
un don, una persona, y no el resultado del poder de Dios. Si no tenemos esta visión,
no podremos ver la gran diferencia que existe entre estos dos conceptos; no es algo
que nuestra mente pueda entender. Si no tenemos la revelación, aun si pudiéramos
entender esto con nuestra mente, sería inútil. Necesitamos la luz de Dios para ver
que Cristo no nos ayuda a ser santos, ni nos da el poder para lograrlo, sino que El
es nuestra santificación.

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Otros cristianos creen que la santificación tiene dos aspectos: el poder de la


santificación y el fruto de ésta. Piensan que para que la santificación produzca
fruto, necesitan el poder. Si esta teoría fuera válida ¿en dónde quedaría Cristo? ¿A
un lado del poder, capacitándonos para que seamos santos? Lo que dice Dios en 1
Corintios 1:30 es totalmente diferente. Cristo no vino a ser nuestro poder de
santificación, ni tampoco a producir la santificación con Su poder; El mismo es
nuestra santificación. Tengo que exclamar ¡Aleluya! Cristo es nuestra santificación.
Si la santificación fuera una cosa, la Palabra de Dios nos diría que esa cosa es
Cristo. Hermanos, lo que consideramos una cosa es en realidad una persona
viviente. Nuestra santificación es una persona: Cristo.

Tomemos la humildad como ejemplo. Supongamos que yo soy una persona muy
orgullosa. Aunque estoy consciente de mi orgullo, no puedo humillarme por mí
mismo. Así que oro: “Dios, ten misericordia de mí; te ruego que envíes al Señor
Jesús a ayudarme para que yo pueda ser humilde”. Hermanos, ¿pueden ver que con
esta oración lo que pretendo es que Cristo me ayude a ser humilde? Dios no nos
salva de esta manera. Dios no le pide a Cristo que nos ayude a ser humildes, sino
que nos da a Cristo para que El sea nuestra humildad. Hermanos, ¿tiene poder el
Señor Jesús? Sí, todos sabemos que lo tiene. ¿Nos ha dado ese poder? Sí, por
supuesto que nos lo ha dado. ¿Entonces por qué seguimos siendo tan débiles?
Debemos entender que Dios ya nos dio todo el poder y que este poder es una
realidad, pero no podemos utilizarlo. Si por el poder del Señor intentamos ser
humildes, nos daremos cuenta de que no podemos lograrlo. Lo único que podemos
hacer es algo externo y considerarlo como humildad. Sin embargo, interiormente
sabemos que eso no es genuino. La Palabra de Dios nos enseña que nuestra
humildad no es el poder de Cristo, sino Cristo mismo.

¿Por qué decimos que la humildad es el Señor mismo? Porque en nosotros no hay
humildad ni la podemos producir por nosotros mismos. Aunque el Señor nos diera
el poder para humillarnos, aun así no podríamos ser humildes. Lo único que
podemos decir es: “Señor, Tu eres mi humildad. Te doy la libertad en mi vida para
que seas mi humildad”. ¿Cuál es el significado de que Cristo sea mi humildad?
Significa que deseo que Cristo me reemplace y exprese Su humildad en mí. Si
pedimos el poder de Dios para ser humildes, tal vez podamos humillarnos por
algún tiempo, pero tal humildad será sólo el resultado de un buen comportamiento,
de una buena actitud y de una buena intención; pero no será Cristo. Sin embargo,
cuando pedimos que el Señor sea nuestra humildad, acudimos a El y le decimos:
“Señor, no tengo ninguna humildad en mí mismo, y aun si me dieras el poder para
humillarme, no podría hacerlo. Por lo tanto, Señor, te pido que Tú seas mi
humildad, que Tú seas humilde por mí”. Después de acudir al Señor,
espontáneamente empezamos a ser humildes. Tal humildad no será una labor, sino
una persona viviente: Cristo mismo.

Tomemos el caso de la paciencia. Yo no tengo nada de paciencia. Mi paciencia es


Cristo. Esto mismo se aplica a la mansedumbre, pues tampoco puedo ser manso.

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Mi mansedumbre también es Cristo. Hermanos, ¿podemos ver esto? Dios ha hecho


a Cristo mi paciencia y mi mansedumbre. Todas nuestras virtudes son Cristo. Las
virtudes cristianas son diferentes de las virtudes humanas comunes. Estas son
individuales, pero aquéllas no son ni individuales ni fragmentarias, sino una
persona viviente: Cristo mismo. Nuestra virtud no es un conjunto de cualidades
sino una sola entidad. No son experiencias fragmentarias, sino una persona. Por lo
tanto, si no tenemos a Cristo, no tenemos nada.

Cuando tenemos a Cristo como nuestra vida interior, El responde a todas las
exigencias externas. Esta vida es una sola, pero según aparezcan las diversas
circunstancias, se manifiesta en diferentes formas. Cuando el orgullo se presenta,
Cristo se manifiesta como nuestra humildad. Si tenemos ansiedad, Cristo se
expresa como nuestra paciencia. Y si el celo se levanta, El se manifiesta en forma de
amor. De esta vida brotan todas las virtudes. Debido a que las circunstancias son
variables, la manifestación de esta vida también varía. A diario nos encontramos
con distintas situaciones, y el Señor responde a ellas expresando Sus diversas
virtudes. De aquí que las muchas virtudes del creyente no corresponden a su propio
comportamiento, sino a la respuesta de Cristo con Sus diversas manifestaciones.
Esto es lo que significa que Cristo fue hecho nuestra santificación.

Por lo tanto, la vida cristiana es un asunto que depende de cuánto sabemos de


Cristo, no de nuestra humildad ni paciencia ni mansedumbre. Todo depende de
Cristo. Cuanto más conocemos al Señor, más se manifiestan Sus virtudes en
nosotros. Los demás pueden pensar que tales virtudes son nuestras, pero nosotros
sabemos que son Cristo. Todas las virtudes del creyente son sólo Cristo. Hermanos,
cuanto más conozcamos a Cristo, más veremos que nuestras virtudes son el fluir de
El. La paciencia de la hermana Wang es Cristo y la paciencia del hermano Chang
también es Cristo. Ni el amor del hermano Chow, ni la mansedumbre de la
hermana Hu ni la humildad de la hermana Liu son virtudes diferentes; todas son
Cristo. Las virtudes manifestadas en distintas personas pueden ser diferentes, pero
todas ellas son Cristo. ¡Aleluya! ¡Todas nuestras virtudes son Cristo! Todo lo que
fluye de nuestro interior es Cristo. Las condiciones pueden variar, pero la provisión
interior es la misma. Las manifestaciones exteriores son diferentes, pero la
naturaleza intrínseca es la misma. Las virtudes cristianas no son producto de lo que
uno hace, sino el fluir de la vida de Cristo. Es Cristo reflejado en nosotros.
Hermanos y hermanas, una vez que comprendamos esto, levantaremos nuestro
rostro al Señor y diremos: “Antes trataba de ser cristiano por mis propios medios,
pero estaba equivocado. Señor, gracias porque ahora entiendo que Tu eres quien
debe actuar; eres mi santificación. Deseo que vivas y te expreses en mí”.

Cristo ha sido
hecho nuestra redención

Cristo no sólo ha venido a ser nuestra justicia y nuestra santificación de parte de


Dios, sino también nuestra redención. Redimir es pagar para recobrar algo, o

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libertar a alguien pagando un rescate. Existen tres elementos indispensables en


todo acto de redención. El primero es la persona redimida, el segundo es la persona
que redime y el tercero es el precio de esa redención. Todos los redimidos fueron
primeramente vendidos al pecado (Ro. 7:14) y esclavizados por éste. Pero el Señor
Jesús pagó el precio con Su sangre (Mt. 20:28; Mr. 10:45; 1 Ti. 2:6) y nos redimió
de la maldición de la ley (Gá. 3:13). Esto nos muestra que el Señor es nuestro
Redentor.

Sigamos un paso más adelante. El Señor Jesús no sólo es nuestro Redentor sino
también nuestra redención. Si únicamente fuera nuestro Redentor, permanecería
separado de los redimidos, a pesar de la cercana relación de gracia que existe entre
ambas partes, pues nos salvó. El Señor Jesús no sólo es nuestro Redentor, sino
también nuestra redención. Lo cual significa que al ser redimidos no nos unimos a
una cosa, sino a una persona. Cuando fuimos redimidos, el Señor se hizo uno con
nosotros; El y nosotros llegamos a ser uno. Nuestra redención es una persona.
Cuando lo experimentamos como nuestra vida, obtenemos redención, pues El es
esta redención. Nuestra redención es una persona que está unida a nosotros.

Cristo ha venido a ser nuestra redención. Por lo tanto, todos los que han sido
lavados por la sangre pueden acercarse confiadamente a Dios. Mientras Dios juzga
a los pecadores, El puede con justicia pasar de largo sin juzgar a aquellos que están
bajo la sangre del Cordero (Ex. 12:12-13; Ro. 3:25-26). Todos los redimidos han
experimentado una redención completa. Cuando Dios los mira, no ve a las
personas, sino a Cristo. Cristo es el Cordero sacrificado; Su sangre elimina delante
de Dios la lista de pecados del hombre. Cuando alguien se acerca a Dios por medio
de Cristo, Dios ya no lo condena, pues Cristo ha satisfecho, en lugar del hombre,
Sus justos requerimientos. Cristo sufrió el castigo por el pecado en lugar del
hombre. Por eso, cuando éste recibe a Cristo, obtiene la redención. Cuando Dios ve
a Cristo, ve la redención.

Cristo no sólo es nuestra redención ante Dios, sino también la redención en


nosotros. Cristo como nuestra redención interior está particularmente relacionado
con nuestro cuerpo. La redención interior no sólo nos libera de la ley del pecado en
nuestros miembros (Ro. 7:23; 8:2), sino que llega a ser la vida de nuestro cuerpo.
Romanos 8:11 dice: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús
mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también
vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. Esto no significa
que resucitaremos después de morir, sino que El dará vida a nuestros cuerpos
mortales hoy. En 2 Corintios 4:10-11 dice: “Llevando en el cuerpo siempre por
todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en
nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a
muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en
nuestra carne mortal”. Es digno de notarse que el versículo 11 parece una repetición
del versículo 10, pero en realidad no lo es. El versículo 10 dice que la vida de Jesús
se manifiesta en nuestro cuerpo, mientras que el 11 dice que la vida de Jesús se

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Cristo Es Nuestra Sabiduría WATCHMAN NEE

manifiesta en nuestra carne mortal. Puede ser que en muchos creyentes la vida de
Jesús se manifieste en sus cuerpos, pero no en su carne mortal. Hay una gran
diferencia. Muchos creyentes son obedientes y pacientes en tiempos de
enfermedad; y no se muestran ansiosos ni murmuran. Sienten la presencia del
Señor, y en la expresión, en la voz y en las acciones manifiestan las virtudes de
Cristo. La vida de Jesús se manifiesta en sus cuerpos por medio del Espíritu Santo.
Sin embargo, no saben que el Señor Jesús puede sanar sus enfermedades, ni que la
vida del Señor Jesús también afecta el cuerpo de humillación. Reciben gracia del
Señor para soportar el dolor, mas no reciben la sanidad. Tienen la experiencia del
versículo 10, pero no la del versículo 11. Hermanos, tenemos que darnos cuenta que
Cristo es la redención de nuestro cuerpo. El hecho de que nuestro cuerpo mortal
sea vivificado no significa que la naturaleza del cuerpo cambie, ni que nos volvamos
inmortales. La naturaleza del cuerpo permanece igual, pero una vida nueva
abastece y fortalece el cuerpo. Al principio, la vida natural era la fuerza de nuestro
cuerpo; pero ahora somos abastecidos por la vida de Cristo. Cuando la vida de
resurrección de Cristo sustenta nuestro cuerpo, lo capacita y lo fortalece para
actuar.

Es grandioso que Cristo venga a ser nuestra redención. Cristo como nuestra
redención no sólo llega a ser la vida de nuestro cuerpo, sino que además nos
proporciona una gran esperanza para el futuro, “la redención de nuestro cuerpo”
(Ro. 8:21-23; 1 Co. 15:50-54; Fil. 3:21). Un día Dios nos mostrará la forma en que
redimió la creación y la manera en que nos adquirió. En aquel día nuestros cuerpos
serán redimidos y la corrupción se vestirá de incorrupción; entonces no estaremos
más bajo la esclavitud de la corrupción, pues entraremos a la libertad de la gloria.
Los muertos serán resucitados y todos seremos transformados. Nuestro cuerpo de
humillación será transfigurado y conformado al cuerpo de la gloria Suya. Entonces
veremos que nuestra redención es Cristo. ¿Quiénes tienen la seguridad de que
participarán de la primera y mejor resurrección, y de que sus cuerpos serán
transfigurados en aquél día? Nosotros creemos y estamos seguros de esto porque
Cristo es nuestra redención.

En 1 Corintios 15:42-44 vemos que cuando un creyente muere, no es sepultado sino


“sembrado”. Todos sabemos que enterrar y sembrar son dos cosas completamente
diferentes. Por ejemplo, si enterramos un pedazo de cobre, éste no retoña. Pero si
sembramos un grano de trigo, después de algunos días retoñará. Cuando un
creyente muere, no lo enterramos como un pedazo de cobre; lo sembramos como
un grano de trigo, el cual un día surgirá de nuevo. Puede “retoñar” porque tiene la
vida de Cristo en su interior. La muerte no puede aprisionar esta vida, ya que la
vida de Cristo es la vida de resurrección, la cual está en los creyentes. Esta es la
razón por la un día resucitaremos. Cristo nos hará crecer porque El es nuestra
redención. La muerte no puede aprisionar a Cristo. Todo el que ha sido regenerado
tiene a Cristo en su interior, quien es su redención, y por lo tanto, heredará un
cuerpo resucitado e incorruptible, glorioso, fuerte y espiritual.

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WATCHMAN NEE Cristo Es Nuestra Sabiduría

Eso no es todo. Debido a que Cristo es nuestra redención, algunos creyentes no


experimentarán la muerte porque serán arrebatados. En cierta ocasión una niña le
preguntó a un predicador: “¿Se requiere mucha fuerza para ser arrebatado?” Es
normal que un niño piense así, pero nosotros sabemos que el arrebatamiento no es
lo que nosotros pensamos. Un creyente será arrebatado simplemente porque Cristo
está en él y es su redención.

La vida cristiana se basa en que Cristo es nuestra vida. El primer paso de nuestra
salvación es la regeneración, y el último es la redención de nuestro cuerpo; pero la
base es Cristo como vida. La relación que existe entre Cristo y nosotros es una
relación de vida, una relación inquebrantable. Cristo no está fuera de nosotros, sino
en nosotros como nuestra vida. Una relación en vida no se puede quebrantar. Si no
hemos recibido a Cristo como vida, nada nos une a El. Pero ya que lo hemos
recibido como nuestra vida, tenemos una estrecha relación con El. Cuando Adán
pecó, Dios inmediatamente salvaguardó el acceso al árbol de la vida poniendo
querubines y una espada encendida que se revolvía por todos lados (Gn. 3:24). Esto
se debió a que si Adán hubiese comido el fruto del árbol de la vida, habría entrado
en una relación perdurable con Dios. Agradecemos a Dios porque nuestra relación
con Cristo es una relación inquebrantable, una relación que Adán jamás tuvo. La
relación que existe entre Dios y nosotros no la quebranta ni el propio Dios. Esta
vida permanece en nosotros y nos conduce a la gloria y la eternidad. ¡Qué gran
poder y cuán gloriosa esperanza!

Que el Señor abra nuestros ojos para que veamos que Dios nos puso en Cristo e
hizo que fuese nuestra sabiduría, justicia, santificación y redención. Que el Señor
nos muestre que de todos los dones que nos ha concedido, ninguno es tan
maravilloso como Su Hijo. Ojalá veamos que Cristo no es un solo don, sino muchos.
Debemos aprender a conocer a Cristo como nuestra justicia, santificación y
redención, y debemos permitir que el Señor nos rescate de la ignorancia y las
tinieblas, para que entendamos que en la esfera espiritual solamente existe Cristo.

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