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El bosque de las Gracias y sus pasatiempos.
Raíces de la antropología económica

Paz Moreno Feliu

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COLECCIÓN ESTRUCTURAS Y PROCESOS


Serie Antropología

©Editorial Trotta, S.A., 2011


Ferraz, 55. 28008 Madrid
Teléfono: 91 543 03 61
Fax: 91 543 14 88
E-mail: editorial@trotta.es
http://www.trotta.es

©Paz Moreno Feliu, 2011

ISBN: 978-84-9879-234-8
Depósito Legal: S. 1.219-2011

Impresión
Gráficas Varona, S. A.

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CONTENIDO

Introducción......................................................................................... 11

EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL


1. Variaciones en torno al capitalismo.................................................. 21
2. La ideología económica y la representación de la sociedad............... 45
Contrapunto l. Pasatiempos indianos.................................................... 71

11
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA
3. Rupturas antropológicas.................................................................. 113
4. Principales orientaciones teóricas..................................................... 145
Contrapunto 11. Pasatiempos marginales ... .. .. ..... ..... .. ....... .. .... ... ..... .. ... .. 171

III
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES
5. Economía política y circulación de bienes ....................................... . 193
6. Las instituciones del intercambio: comercio, mercado y dinero ....... . 219
Contrapunto 111. Pasatiempos recíprocos ............................................. . 243
IV
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS
7. Las mercancías y el consumo ........................................................... . 263
8. El trabajo, la naturaleza y el dinero ................................................. . 283
Contrapunto IV. Pasatiempos satánicos ............................................... .. 303

Bibliografía .......................................................................................... . 335


fndice general ...................................................................................... . 355

7
la....
INTRODUCCIÓN

La razón q~o para que fuessen tres, es porque la una


haze la gracia y da el don, la otra le recibe, y la tercera
buelve la paga del beneficio recebido. Pintávanlas jóvenes
donzellas, porque la memoria del beneficio recebido por
ningún tiempo se ha de envejecer; riéndose, por el gozo,
contento y alegría con que hemos de dar; y como las dos
dellas estén bueltas de rostro para quien las mira, la otra
está de espaldas, dándonos a entender que de la gracia que
recibiéramos, hemos de dar muchas gracias y reconocerla
manifiestamente, y del beneficio y gracia que nosotros hi-
ziéremos hemos de olvidarnos, por no dar en rostro con
qué al que le recibe.
Sebastián de Covarrubias, Las Gracias''

No recuerdo bien qué antropólogo ironizaba sobre los distintos enfoques


de la antropología y de la economía, señalando que a los economistas les
gusta realizar sus análisis a partir de modelos en los que las condiciones
se mantengan siempre igual (el célebre ceteris paribus de sus manuales),
mientras que a los antropólogos les entusiasma exponer tantas variacio-
nes, que, al final, sus modelos solo muestran que las diferencias socio-
culturales entre unos pueblos y otros son de tal calibre y tan cambian-
tes, que cada etnógrafa 1 podría convertir el caso que ha estudiado en

Tesoro de la lengua castellana o española [1611]1998, edición de Martín de Ri·


quer, Barcelona, Alta Fulla, ad litteram.
1. Dado que los gramáticos no han considerado oportuno revisar ninguna norma
de las que afectan a la concordancia de los sustantivos masculinos <<de toda la vida» cuan-
do se aplican a una mujer, ni las del género de los plurales referidos a hombres y mujeres,
y que el recurso a utilizar la @ me abruma y el de duplicar (los antropólogos y las an-

.
11
EL BOSQUE DE LAS GRACIAS Y SUS PASATIEMPOS

una excepción cultural. O, como diagnosticara con gracia Mary Douglas,


los antropólogos sufrimos de un mal llamado <<entritis>> (among-itis), que
consiste en que, cuando alguien se aventura a lanzar una proposición de
alcance general, automáticamente salta toda la cohorte antropológica
señalando que <<entre los Kwakiutl>> 2 , <<entre los Tepoztecos>> o <<entre los
jubilados de Benidorm>> no se cumple el recién formulado <<universal».
Ambas tradiciones aparecerán en las páginas de este libro, aunque
su objetivo está en las antípodas de presentar una confrontación entre lo
que le puede echar en cara una antropóloga a un economista y la respues-
ta contundente que este le daría. Sin embargo, hay que reconocer desde
el principio que, haciendo honor a su fama, la antropología ha cuestio-
nado la aplicación universal de ciertos principios que muchas escuelas
económicas consideran la columna vertebral de sus propuestas teóricas
y este cuestionamiento aparecerá, como no podría ser de otro modo, en
ca,si todos los capítulos.
El bosque de las Gracias y sus pasatiempos presenta algunos de los
problemas centrales que han configurado uno de los subcampos de estu-
dio clásicos de nuestra disciplina: la antropología económica, nombre o
alias académico asignado a lo que también podríamos denominar econo-
mía política antropológica. Como ocurre tantas veces en la antropología,
existe una tensión entre el etnocentrismo de una categoría que reprodu-
ce la ideología de nuestra sociedad -si entre nosotros es fundamental
la economía, también tiene que serlo para el conjunto de los pueblos que
consideramos otros- y la manera en que a partir de las investigacio-
nes y formulaciones teóricas se han agrupado como especialidad diversas
cuestiones que presentan una cierta unidad temática. Esta tensión nos
obliga a situar adecuadamente el doble contexto en que se originan los
problemas que vamos a tratar en este libro.
En la Inglaterra de finales del XVIII se consolidó una nueva forma de
representar la sociedad y su modelo de hombre -el individuo- que
aparece ligada a la gran transformación no solo política, social y econó-

tropólogas, o los estudiantes y las estudiantes) alarga innecesariamente las frases, en este
libro utilizaremos los plurales al azar: unas veces en masculino y otras en femenino. El ,~
principio que aplicamos es el mismo que se sigue cuando, si en una reunión hay ocho an- :++
tropólogas y dos antropólogos, hablamos en masculino de los <<antropólogos», ocultando ;
la presencia de antropólogas. En este texto, como ya he hecho en otros, cuando se habla
de antropólogas incluimos también a los antropólogos.
2. Las distinciones del castellano entre entidades políticas, pueblos y gentilicios si-
guen las clasificaciones lingüístico-políticas europeas. Sin embargo, su peculiaridad las invali-
da para albergar bajo sus reglas a otros pueblos carentes de Estado, de nación o de cualquier
otra definición política occidental específica. Al presentar estas categorías indiferenciadas,
sus nombres, ya sean Kwakiutl, Nuer o Bemba, indican tanto la «nación», el «territorio» y
el <<grupo étnico>> como su gentilicio. Para evitar confusiones y usos etnocéntricos, escri-
biremos sus nombres con mayúsculas.

12

j
INTRODUCCIÓN

mica, sino también cultural e ideológica que supuso el surgimiento tanto


de la categoría económica3 , como del credo liberal, cuyas aplicaciones
-la mano invisible que se oculta en las descripciones convencionales
dellaissez-faire es la paradójica intervención estatal- acabarían por trans-
formar los fundamentos con que hasta entonces se había ejercido el poder,
el dominio y el control de unas sociedades sobre otras, de unos grupos
sociales sobre otros y del modo en que esas sociedades se apropiaban y
explotaban los recursos de la naturaleza.
El segundo contexto, de ámbito más restringido -se trata de la for-
ma!Ción de las especialidades académicas antropológicas-, refleja cómo,
a finales del siglo XIX, se llevó a cabo una división intelectual del tra-
bajo en cada una de las disciplinas de las ciencias sociales: como si se
tratase de una especie de Tratado de Tordesillas, la demarcación insti-
tucional de las fronteras del saber, en su forma de titulaciones universi-
tarias, otorgó etpasado a la historia y a la arqueología; el espacio, a la
geografía; las8ociedades industriales contemporáneas a la sociología y
el estudio de los pueblos <<salvajes>> o <<primitivos>>, que la expansión co-
lonial y de los mercados iba encontrando en los lugares más recónditos
del planeta, quedó como objeto de estudio de la antropología. A su vez,
nuestra disciplina, siguiendo el modelo de las ciencias naturales de for-
mar especialidades separadas, fue adjudicando los indiferenciados <<usos
y costumbres>> que descubría en los <<pueblos primitivos>> a unos campos
temáticos -política, economía, religión, lingüística- que reproducían
la división funcional de las sociedades occidentales y de sus aparatos de
gobierno (Moreno Feliu, 2010b: 57-59).
Sin embargo, al señalar la relevancia de estos dos contextos para in-
troducirnos en la antropología económica, no pretendemos separar dos
ámbitos -uno basado en lo peculiar de la expansión occidental y su agre-
siva globalización, y otro vinculado a la intrahistoria de la antropología
y sus hallazgos sobre la moral de la reciprocidad- como si fuesen dos
mundos aparte: <<el civilizado>> que cuenta con el capital como motor eco-
nómico y <<el primitivo>> que mantiene como motor simbólico y social la
gracia del don y de los regalos. Ambos mundos participan de una mis-
ma dinámica porque forman parte de la conjunción histórica en que se
+ dieron los sucesivos encuentros o encontronazos con unos pueblos que
;· los europeos del momento habían considerado genuinamente <<primiti-
VOS>>. Antes de seguir, para evitar malentendidos, sería conveniente pun-
tualizar las razones por las que, a pesar de que la antropología actual
ha descartado el significado que le habían otorgado los antropólogos y
folcloristas del XIX, todavía recurramos -entre comillas- al término

3. El término <<economía>> lo habían creado pocos años antes los fisiócratas franceses.

13
EL BOSQUE DE LAS GRACIAS Y SUS PASATIEMPOS

<<primitivos». Para ello, nada mejor que las atinadas consideraciones del
antropólogo Ignasi Terradas:
Ni la tradición etnológica ni la de la antropología social y cultural han conse-
guido hallar un término más unívoco para designar esas sociedades. A veces
se han utilizado calificaciones carenciales como <<ágrafas>> o <<sin Estado>>
que no dicen nada de positivo y evocan un evolucionismo unilineal (hacia la
escritura o el Estado) a menos de que se esté hablando de la situación peri-
férica de estas sociedades respecto a un Estado o dominio político análogo.
Nosotros retenemos el término, primero, para saber de qué estamos ha-
blando y, segundo, para intentar hablar de ello de acuerdo con la tradición
etnográfica. Criticamos la noción de primitivo como poco desarrollado o
poco sujeto a cambios históricos, pero retenemos el concepto, sobre todo,
para significar que en determinadas sociedades se da el contexto holístico
o de mayor fusión entre instituciones o actividades que en otras sociedades,
como la nuestra, se hallan más diferenciadas (económicas, morales, jurídicas,
religiosas, familiares, terapéuticas, políticas, artísticas ... ) (Terradas, 2008: 37).

Es innegable que la expansión colonial europea dio pie a una inter-


sección entre las historias globales y las microhistorias locales de pue-
blos tan dispares como los propios europeos metidos a colonos, los indios
Kwakiutl que vieron cómo las ceremonias e intercambios del potlatch
cobraban nuevas dimensiones desde que comerciaban con los agentes
de la Hudson's Bay Company, o los innumerables africanos que, con-
vertidos en esclavos, se vieron trabajando en plantaciones situadas en
las otras orillas del Atlántico.
El azúcar, producido en los ingenios coloniales, endulzaría infusio-
nes como el té o el café -adquiridas en el comercio con el lejano Orien-
te- y transformaría el desayuno de casi todos los pueblos europeos y
de todas sus clases sociales. Desayunar un café, un chocolate con pica-
tostes o un té azucarado es el resultado de un complejo entramado de
conexiones en el que, como bien ha señalado Eric Wolf, <<las sociedades
y culturas de todos esos pueblos experimentaron cambios profundos. Es-
tos cambios afectaron no solo a los pueblos considerados portadores de
la historia 'real', sino que han afectado también a las poblaciones que
los antropólogos han llamado 'primitivas' y que por lo común han estu-
diado como si fuesen sobrevivientes prístinos de un pasado intemporal.
Su historia también está constituida por los procesos mundiales que la
expansión europea puso en marcha>> (Wolf, 1995: 465). No quiere de-
cirse que las interconexiones establecidas a lo largo del proceso hayan
homogeneizado todas las culturas o eliminado el holismo que, como han
insistido siempre las antropólogas, acompaña a las obligaciones del don
o a las relaciones de reciprocidad. Se trata de reconocer que si quere-
mos analizar y comparar sociedades, no podemos partir de una ficción
que nos las represente como si cada una de ellas hubiese sido alguna vez

14
INTRODUCCIÓN

una bola de billar esférica, compacta, resistente y cerrada en sí misma


-para utilizar la imagen de Tomás Pollán- y no el resultado de una
pluralidad de elementos diversos, de fragmentos culturales heterogéneos,
llegados de diversas procedencias, cuya combinación hace que las iden-
tidades sociales estén continuamente transformándose.
Estas son las razones por las que el libro, articulado en cuatro partes,
va en la dirección opuesta a la tradición iniciada por los tratados evolu-
cionistas de los primeros antropólogos, quienes, fieles a su creencia en
una mejora progresiva del género humano\ nos mostraban escalonada-
mente los estadios atravesados por la humanidad desde los distantes y
aislados pueblos <<primitivos>> y <<salvajes>> hasta llegar a la civilización oc-
cidental con su dominio colonial ejercido sobre esos mismos <<primitivos
aislados>>, su religión monoteísta, sus leyes, sus organizaciones políticas
estatales, sus instituciones matrimoniales, su industria y sus contratos y
códigos mercantiles.
Existe una cierta tendencia a considerar que el etnocentrismo, subya-
cente a la ideaoeprogreso, tiene su lugar por excelencia en los estadios
a partir de los cuales los viejos evolucionistas establecían la comparación
entre distintas sociedades. Sin embargo, la misma idea se manifiesta al
realizar comparaciones en las que interviene una escala temporal, que,
a menudo, encierra falacias similares a las que nos encontramos en la
perspectiva espacial.
No considerar el surgimiento de la economía -como ciencia de com-
portamiento y como esfera independiente del resto de la sociedad- como
un fenómeno reciente, característico de la ideología moderna, es un exce-
lente ejemplo, como veremos, de la utilización atemporal y etnocéntrica
de ciertas categorías. Rafael Sánchez Ferlosio mostraba en una de Las
Semanas del jardín cómo la confusión con que se presenta la linealidad
temporal del progreso proviene de una trampa retórica, que consiste en
convertir un número cardinal-como, por ejemplo, cuando constatamos
que el suceso X ocurrió en la fecha Y- en uno ordinal a partir del cual
insertamos lo acontecido en una escala valorativa de superación del pa-
sado. Pongamos un ejemplo hipotético: imaginemos que el28 de marzo
de 2011 ha ocurrido un suceso atroz, cuyo relato en los programas de
entretenimiento televisivo obligara a los presentadores, a sus estrellas del
comentario y a sus televidentes anónimos, a escenificar la necesidad ur-
gente de replantearse en qué mundo vivimos y cómo debiera reaccionar
la sociedad ante los peligros que nos acechan. En ese hipotético caso, bien
pudiera ocurrir que una de las comentaristas se llevase las manos a la ca-
beza mientras exclamase: <<iY que esto pase en pleno siglo xxi!>>, como

4. Eran fieles al modelo que a partir de Lovejoy denominamos «la gran cadena del ser».

15
EL BOSQUE DE LAS GRACIAS Y SUS PASATIEMPOS

si hubiese alguna razón para que en el año 2011 no sucediesen sucesos


truculentos.
Ese comentario hipotético -pero no improbable- encierra la con-
versión de una cifra cardinal (es decir, de la serie uno, dos, tres ... ) en la
ordinal de la que nos advertía Ferlosio. Si decimos que el suceso ocurrió
el 28 de marzo de 2011, estaríamos datándolo en una fecha presente en
nuestro calendario. Pero, el comentario <<que esto pase en pleno siglo XXI»,
solo tiene sentido si sobreentendemos que el paso del tiempo presupone
un orden de progreso ascendente, plasmado en una contabilidad moral o
intelectual de los indicadores temporales, que tratase las cifras como si
fuesen ordinales5 • De esa forma, la comentarista estaría dando a enten-
der que ese horrible suceso podría haber sido el pan nuestro de cada día
en los siglos que nos precedieron, pero que tras la progresión moral e
intelectual de la humanidad -aunque solo sea la de aquella parte de la
humanidad antecedente de <<nuestra>> cultura- alcanzada en la centuria
vigésimo primera, el suceso se ha convertido en intolerable.
La falaz utilización ordinal de los números cardinales está presente
en muchos estudios que pretenden aplicar la ideología económica, domi-
nante en nuestra sociedad, a otras. Pensemos en qué se basan la mayor
parte de las teorías sobre la modernización y el desarrollo o los análisis
-y las recetas- neoliberales que atribuyen la pobreza extrema que su-
fren muchas sociedades poscoloniales al atraso económico, impropio del
siglo XXI, de quienes viven, se nos dice, como si estuviesen en la <<Edad
Media>>. También es falaz pretender explicar el pasado de otras socieda-
des, incluidas las occidentales, cuya representación ideológica no coinci-
día con los presupuestos económicos de la nuestra, a partir de las catego-
rías con las que nos representamos la nuestra.
Para evitar este tipo de problemas, aquí, como decíamos, seguiremos
una senda inversa: si el capitalismo ha construido una nueva concepción
del lugar que ocupa la economía en la sociedad, como han señalado con
distintos matices antropólogos como Mauss, Polanyi o Dumont, nuestra
tarea inicial nos obliga a indagar en qué consiste lo excepcional de un
sistema que, convertido en la auténtica configuración ideológica de
nuestra época, ha sentado la base de muchas categorías y paradigmas que
todavía hay quien aplica, como si fuesen universales, a todas las épocas y
lugares de las distintas culturas humanas.
La primera parte del libro, titulada <<El árbol genealógico del capital»,
se inicia planteando como primer problema en qué consistieron esas in-
novaciones occidentales: el surgimiento e interpretación de la categoría
económica y las variantes del capitalismo, examinadas a partir de varias

5. Es decir, perteneciente a la serie primero, segundo, tercero, etcétera.

16
INTRODUCCIÓN

viñetas etnográficas. Como contraste, la segunda parte, <<Antropología y


economía>>, se inicia exponiendo las rupturas antropológicas que supusie-
ron las obras y los enfoques pioneros del Ensayo sobre el don de Marcel
Mauss y La gran transformación de Karl Polanyi para, posteriormente
exponer las principales orientaciones teóricas que se han ocupado de la
economía política de las sociedades que presentan una esfera económica
indiferenciada del resto de las instituciones sociales. En la tercera parte,
<<La circulación y el intercambio de bienes>>, abordamos éliversos proble-
mas que los antropólogos han encontrado en los mecanismos sociales
que intervienen en la circulación y el intercambio de bienes: el don y
sus tres obligaciones, la reciprocidad, así como la tríada del intercambio:
las formas institucionales del comercio, del mercado y del dinero. La últi-
ma parte, <<Las mercancías ficticias>>, analiza, desde la perspectiva del con-
sumo, la entrada del mundo de los bienes en el mercado y concluye
con el estudio de aquellas mercancías que, al no haber sido consideradas
nunca en otras sociedades como tales, K. Polanyi había denominado fic-
ticias, es decir, lit1erra, el trabajo y el dinero.
Cada una de las cuatro partes se cierra con un apartado denomina-
do <<Contrapunto>>, cuyo sentido es recordar que el tratamiento sistemá-
tico realizado en los capítulos precedentes no agota la complejidad de las
cuestiones suscitadas. Según el diccionario de María Moliner, la palabra
«Contrapunto>>, en música, se refiere a la melodía añadida a otra como
acompañamiento. Esa es nuestra pretensión: un capítulo que comple-
mente a los otros, que abra nuevas perspectivas y que invite a las curio-
sas lectoras a participar con distintas voces, como si se tratase de una
discusión coral, en las dificultades a las que nos enfrentamos.
Antes de finalizar esta introducción, me gustaría agradecer a todos
los miembros del Grupo de Estudios sobre la Reciprocidad (GER) 6 las
nuevas perspectivas que me han aportado los seminarios, discusiones y
talleres que hemos realizado a lo largo de estos años 7 • También a Luis
Otero como fotógrafo de cabecera y al personal del Arquivo Municipal
de Betanzos por permitirme acceder a sus fondos gráficos de El Pasa-
tiempo.

6. http://www.ub.edu/reciprocitat/GER_WEB _ CAS/Presentacion/GER_Presen-
tacion.htm.
7. Gran parte de las páginas que siguen tiene su origen en los siguientes proyec-
tos de investigación, dirigidos y coordinados por Susana Narotzky: La reciprocidad como
1'11curso humano (PB 98-1238); Culturas de la responsabilidad en los ámbitos económico
)' politico: moralidad, reciprocidad y circulación de recursos (BSO 2003-06832) y Formas
d~ regulación de la responsabilidad económica y política: entre la formalidad y la infor-
malidad (MICINN Programa Nacional de Ciencias Sociales, Económicas y Jurídicas. SEJ
2007-66633SOCI).

17
EL BOSQUE DE LAS GRACIAS Y SUS PASATIEMPOS

Estoy segura de que los apoyos y ánimos que me han hecho llegar
mis amigos, así como la asombrosa paciencia de que hacen gala Suso y
Áurea, merecerían como contraprestación que no existiese ningún error
en este libro: pero, en el reparto de favores que han hecho las Gracias a
mí, me ha tocado en suerte que todos los que aparezcan sean exclusiva-
mente obra mía, a pesar de las ayudas y comentarios que me han hecho
llegar quienes, como Ana Rodríguez, lgnasi Terradas, Ubaldo Martínez
Veiga, Carlos Solís, Susana Narotzky, Juan Aranzadi, Manolo Fraijó o
Beba Picado, han leído partes del texto.

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18
I

EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL


A
1

VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO

LAS VIDAS PA~LS DE LA ECONOMÍA Y DEL SISTEMA DE MERCADO


/
Al comparar la nuestra con otras sociedades, historiadores económicos
y antropólogos, como Karl Polanyi o Louis Dumont, han destacado que
la aparición de los dos elementos peculiares de la ideología moderna -el
individuo como valor y la economía como esfera autónoma- estable-
cen una discontinuidad radical no solo con las culturas estudiadas tradi-
cionalmente por los antropólogos, sino también con la forma en que los
pensadores clásicos -incluido Aristóteles para quien oikos no era más
que la administración de la casa- se habían representado la organiza-
ción institucional de sus sociedades.
Por las razones que acabamos de señalar en la Introducción, el pro-
blema inicial del que nos ocuparemos en esta primera parte del libro es
averiguar en qué ha consistido y cómo se ha desarrollado el proceso que
ha llevado a nuestra sociedad a seguir un camino peculiar y excepcional.
Es un análisis que posee interés intrínseco, pero que también nos pon-
drá en guardia ante la pretensión etnocéntrica de aplicar a otras culturas
presentes o del pasado -e incluso, como veremos, a la nuestra propia-
las representaciones ideológicas con las que nos interpretamos a noso-
tros mismos.
El término <<economía», derivado del griego oikos, significaba en la
Grecia clásica el cuidado de la casa y, por extensión, las normas y me-
dios para que el padre de familia -o, en su falta, el pariente masculino
más próximo-llevase a cabo una buena administración del patrimonio
doméstico. Su utilización para referirse a uno de los sentidos que hoy le
damos a esta palabra -el estudio de la producción, distribución y con-
sumo de bienes y servicios dentro del sistema de mercado- no aparece
hasta bien entrado el siglo xvm, cuando en varios países de Europa se

21

A
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

había iniciado un triple proceso: 1) la constitución novedosa de un cam-


po de estudio independiente que los fisiócratas franceses, como Quesnay,
habían denominado <<economía» 1 ; 2) el surgimiento de una nueva repre-
sentación ideológica de la sociedad que acabaría por considerar que ese
campo económico era autónomo con respecto a la religión, a la política
y a la moraF; 3) por último, los distintos procesos políticos, económicos,
tecnológicos y sociales que en la Inglaterra de finales del XVIII, primero,
y en otros países europeos -con una extensión en sus colonias- o ame-
ricanos, después, configurarían una sociedad cuyas clases dirigentes ba-
sarían su razón de ser en la búsqueda del beneficio económico, derivado
de una nueva y rupturista concepción de la riqueza; mientras dejaban
atrás la ideología y las relaciones tradicionales en las que hasta enton-
ces se había fundamentado el ejercicio del poder sobre los hombres. Por
ejemplo, antes de que se impusiese el concepto burgués de propiedad, en
la mayoría de las sociedades agrarias, los paquetes de derechos 3 sobre la
tierra y su compleja y fragmentaria noción de <<propiedad>> no solo no
permitían que se enajenaran como si fuesen un bien corriente en una com-
praventa -aunque sí podrían transferirse como parte de una donación,
de una herencia, o de una dote-, sino que tal venta sería culturalmente
inconcebible (Congost, 2007).
Para comprender la radicalidad de este cambio, que muchos pensa-
dores sociales de la época, entre ellos Marx, habían señalado, nada mejor

l. Las lectoras que deseen seguir un desarrollo de las teorías económicas clásicas,
tal y como las formulan los historiadores de la economía, podrán consultar, además de
Dowd (2000), a Naredo (1996), Galbraith (1989), Napoleoni (1974) o la monumental
historia económica de Schumpeter (1982).
2. Bernard Mandeville, en su Fábula de las abejas (1714), postula que vicios priva-
dos, tales como el consumo de bienes de lujo, no dar limosnas o no compartir las cosas,
generan virtudes públicas porque repercuten en la producción, en el comercio internacio-
nal y en las finanzas. No es de extrañar que M. Mauss al final del Ensayo sobre el don -en
el apartado <<Conclusiones económicas y sociológicas»-, sitúe con precisión el momento
del triunfo utilitarista y de la <<noción del interés individual», característicos del capitalis-
mo, en la Fábula de las abejas.
3. La tierra trabajada por los campesinos europeos, por ejemplo, solía estar bajo
un régimen de enfiteusis, como era el caso de los foros gallegos, que no se abolieron hasta
pasado el primer cuarto del siglo xx, mediante el que se cedía por un tiempo -la vida de
tres reyes, por ejemplo- el dominio útil de una finca a cambio de un canon o foro que
la familia campesina tendría que pagar. De esta forma, los «derechos>> sobre la tierra se
fragmentaban entre quienes tenían el dominio directo y el útil. Pero cualquiera de estos
dominios no equivalía a lo que entendemos, desde la adopción en casi todos los países eu-
ropeos del código napoleónico, por <<propiedad». Otros problemas derivados de la forma
de «propiedad» tradicional serían el de quién tenía los derechos, si la familia -como parte
de un linaje- o la persona que -transitoriamente- los disfrutaba; así como la imposibi-
lidad que existía en muchas sociedades antiguas de que un mercader con dinero pudiese
adquirir ningún derecho sobre los símbolos de estatus y poder, como pudiera ser la tierra,
montar a caballo, vestirse con ropas de seda o lucir joyas en público.

22
VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO

que reproducir el resumen que hace de su propia tesis el antropólogo


francés, antiguo alumno de Marcel Mauss, Louis Dumont:

En las sociedades tradicionales en general, la riqueza inmobiliaria se distingue


con nitidez de la riqueza mobiliaria: los bienes raíces son una cosa; los bienes
muebles -el dinero- otra muy distinta. En efecto, los derechos sobre la tie-
rra están imbricados en la organización social: los derechos superiores sobre
la tierra acompañan al poder sobre los hombres. Estos derechos, esa especie
,..de <<riqueza», al implicar relaciones entre hombres, son intrínsicamente supe-
riores a la riqueza mobiliaria, despreciada como una simple relación con las
cosas. [... ] Con los modernos se produce una revolución en este punto: roto
el lazo entre la riqueza inmobiliaria y el poder sobre los hombres, la riqueza
mobiliaria adquiere plena autonomía, no solo en sí misma, sino como la for-
ma superior de la riqueza en general, mientras que la riqueza inmobiliaria se
convierte en una forma inferior, menos perfecta; en resumen, se asiste a la
emergencia de una categoría de la riqueza autónoma y relativamente unifi-
cada. Únicamel)te a partir de aquí puede hacerse una clara distinción entre
lo que llama.m6s <<político» y lo que llamamos <<económico>>. Distinción que
las sociedades tradicionales desconocen (Dumont, 1982: 16-17).

El asentamiento de la economía política como ciencia descriptiva del


nuevo campo de estudio, aunque con ambiciones normativas sobre qué
políticas debieran seguirse de sus hallazgos, fue muy rápido en Inglate-
rra. Autores como Adam Smith, Malthus y Bentham habían establecido
en los alrededores del cambio de siglo los pilares de la economía polí-
tica clásica. Poco después, hacia 1817, se les unirían las contribuciones
de David Ricardo (Dowd, 2000; Naredo, 1996).
No mucho más tarde, a mediados del siglo xrx (1850), John St. Mill
ya había publicado la síntesis de la nueva ciencia económica y Marx y
Engels, el Manifiesto comunista: <<Tomadas en su conjunto, las aporta-
ciones de Smith, Malthus y Bentham, seguidas de las de Ricardo, Mill y
Marx, establecieron las bases de los argumentos que hasta la actualidad
apoyan o se oponen al mantenimiento, propagación, reforma o disolu-
ción del capitalismo>> (Dowd, 2000: 4).
La consolidación de la ciencia económica transcurre en paralelo a la
aparición de una sociedad cuyos cambios también se aceleraron desde
finales del siglo XVIII. Al indagar cómo se produjo esta gran transforma-
ción, varios autores, entre ellos Burbank y Cooper (2010), señalan que, en
realidad, debiéramos distinguir analíticamente dos fenómenos distintos:
por una parte, los procesos históricos concretos, con variantes locales y
regionales, que darían lugar a la aparición de una nueva sociedad, ca-
racterizada por una nueva forma de concebir la riqueza y el poder sobre
los hombres. Como consecuencia de esta ruptura surgiría un nuevo
modo de producir ligado a la creación de nuevos mercados de bienes,
algunos sin precedentes históricos, como, por ejemplo, los tres que Po-

23
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

lanyi consideraría mercancías ficticias -puesto que no se habían creado


para su venta- como la naturaleza (la tierra), el trabajo o el dinero (Po-
lanyi, 1944). Por otra parte, el segundo fenómeno por considerar sería el
largo proceso ideológico mediante el cual la gente no solo los aceptó, sino
que consideró que tales mercados eran <<naturales>> y <<universales>>.
Evidentemente, los procesos históricos y el ideológico están inter-
conectados; pero, por propósitos expositivos, en este primer capítulo
esbozaremos el contexto y algunas de las causas que explican sus oríge-
nes en la Inglaterra de finales del XVIII, así como sus variantes en otras
sociedades, y de la mano de Eliza Kendall percibiremos en esta primera
viñeta etnográfica cómo era la vida de las mayoritarias clases desfavo-
recidas en la primitiva sociedad industrial. Mientras que en el siguiente
capítulo nos ocuparemos de algunas de las claves del proceso ideológico
y de sus novedades rupturistas. También destacaremos cómo tres autores
clásicos de las, por entonces, nuevas ciencias sociales -economía políti-
ca, sociología y antropología- sentaron las bases para analizar y com-
prender las sociedades resultantes de ambos procesos.

EL CAPITALISMO: ESCALAS Y VARIACIONES CULTURALES

Existe un notable baile de fechas y lugares a la hora de abordar los orí-


genes y las características propias del capitalismo. A veces, hay autores,
como, por ejemplo, el propio Max Weber (1984 [1922]; 1991 [1923]),
que parecen -o pretenden- inferir la presencia de un capitalismo inci-
piente en instituciones como el comercio, las monedas, los mercados o
ciertas formas de operaciones bancarias en la Antigüedad grecorromana
y en las ciudades medievales italianas o en las de la Liga Hanseática de
la misma época. Otros autores de tendencia continuista asocian sus orí-
genes con el extraordinario desarrollo del mercantilismo, de la riqueza
y del consumo en la Holanda del siglo xvn (Schama, 1991). En realidad,
si se establece una línea continuista entre la existencia de la tríada co-
mercio-mercados-dinero con el capitalismo, lo que habría que explicar
es cómo este no surgió en otros lugares (Clark, 2007), como, por ejem-
plo, en los avanzados mercados asiáticos del siglo XVIII, pregunta que,
con razón, se plantean estérilmente -no deja de ser una investigación
basada en un contrafáctico- historiadores como Pomeranz (2000).
Sin embargo, hay varias razones -antropológicas y sociohistóricas-
que nos inclinan a desechar tal imagen continuista.
Según coinciden la mayoría de los estudios antropológicos, la inne-
gable e importantísima presencia del comercio en muchas sociedades
-antiguas y <<primitivaS>>- no se corresponde con datos que avalen que
existiese un sistema de mercado que, como el presente, abarcase toda

24

,
A
VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO

la producción, la distribución y el consumo de bienes: se trata de so-


ciedades que no contemplaban que todas esas instituciones estuviesen
dotadas de una unidad sistémica y que, como ya hemos señalado, según
la jerarquía interna que regía en la mayoría de ellas, los comerciantes
y sus prácticas carecían de la importancia y del rango que las gentes de
esas mismas sociedades otorgaban a otras transacciones que formaban
parte de procesos políticos, de parentesco o religiosos. Poco a poco, a lo
largo de estas páginas iremos desentrañando cómo la antropología eco-
nómica ha analizado qué ocurre en otras sociedades cuando no existe la
especificidad institucional de lo que llamamos <<economía>>.
Por otra parte, la falta de precisión a la hora de definir los rasgos
distintivos del capitalismo provoca tanto confusión con otros proce-
sos históricos, notablemente con el mercantilismo, con el colonialismo
o con el imperialismo, como una presentación del nuevo sistema de
mercado como si se tratara de una especie de <<nube de palabras>> 4 en
la que ciertos té;n:fuos aparecen más grandes o más pequeños, más cita-
dos o menos: úudades, migraciones, Revolución Industrial, Inglaterra,
suburbios, mercado, riqueza, clases, burgueses, trabajadores, pobreza, ex-
plotación, resistencia, individualismo posesivo, mercancías, máquinas de
vapor, fábricas textiles, algodón, colonialismo, imperialismo, naciona-
lismo y así un largo etcétera.
El capitalismo no es solo una forma peculiar de intercambio bajo
contrato -una especie de mercantilismo llevado a sus límites-, o un
sistema de producción caracterizado por utilizar las máquinas de vapor
y una división del trabajo en la que se produce un constante intercambio
entre quienes compran la fuerza de trabajo pagando un salario y quienes
la venden, aunque ambos elementos sean cruciales para entender el siste-
ma: es indudable que con la forma mecanizada y fabril de producción de
bienes, el comercio y la expansión de los mercados alcanzan una dimen-
sión desconocida hasta entonces o que, como señala el antropólogo Eric
Wolf, un rasgo distintivo del capitalismo consiste en que las transacciones
de trabajo sean una relación asimétrica entre clases (Wolf, 1995: 428).
Pero cuando ampliamos la escala regional o nacional para abarcar sus
auténticas dimensiones planetarias, tendremos que situar al capitalismo en
el contexto más amplio de tres desarrollos políticos, económicos y técni-
cos que reforzaron su expansión, su forma de explotar los recursos -in-
cluyendo la naturaleza y el trabajo- y su tendencia a formar oligarquías;
a la vez que estos mismos desarrollos se reforzaron con el capitalismo
(Wolf, 1995; Dowd, 2000: 4; Hobsbawm, 2001). Nos estamos refiriendo

4. Una <<nube de palabras» (word cloud) es una representación visual de las palabras
que conforman un texto, donde el tamaño de la fuente es mayor para las palabras que
aparecen con más frecuencia.

25

,;¡
A
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

al colonialismo, tanto en la versión imperialista de sus orígenes como en el


actual de la globalización; a la industrialización como parte fundamental
del proceso que Weber definía como racionalización, y al papel del nacio-
nalismo como engranaje cultural de las «comunidades imaginarias», surgi-
das con la nación-Estado, entidad política en que se enraízan las distintas
variedades de <<la gran transformación>> (Anderson, 1993; Dowd, 2000).
Por todo lo expuesto hasta ahora resultará comprensible que, inde-
pendientemente de su utilidad, no sea fácil encontrar una definición del
capitalismo -o, en la denominación de Polanyi, del sistema de mercado
autorregulado- que resulte satisfactoria. Sin embargo, parece oportu-
no en este momento delimitar provisionalmente su campo de aplicación,
apoyándonos en un concepto de <<andar por casa>> que nos permita tran-
sitar por las páginas del libro con más comodidad. El antropólogo Eric
Wolf, inspirándose en un Marx que aparece difuminado por las contex-
tualizaciones etnográficas, abstrae, a partir de cómo se moviliza el trabajo
social en distintas sociedades, tres modos de producción: uno basado en el
parentesco, otro en la captación de tributos por parte de una élite diferen-
ciada de la gente común, y, por último, el capitalista en cuyas relaciones
sociales, «los dueños de los medios de producción, compran la fuerza de
trabajo de unos trabajadores a quienes se les ha apartado de sus propios
medios de producción y dependen de los salarios para su subsistencia. [... ]
A su vez, las relaciones capitalistas están entrelazadas con las nociones
del individuo libre capaz y deseoso de establecer relaciones contractuales
con otros. Estas nociones del individuo como un agente libre se con-
jugan con sus variantes: el concepto de contrato social, el de la sociedad
como producto de la interacción entre los ego y los alter, el del mercado
de mercancías e ideas, o el del terreno político como si estuviese constitui-
do por el continuo plebiscito de los votantes individuales>> (Wolf* 5).
Sin embargo, a pesar de esta demarcación, el capitalismo es un fe-
nómeno tan complejo -abstracto y concreto al mismo tiempo-, que
no podemos descuidar las correlaciones que nos indiquen con precisión
'1 a qué tipo de proceso, a qué escala o a qué variaciones locales y cultura-
1

les nos referimos en un momento histórico concreto. A partir de sus orí-


genes europeos, su expansión planetaria lo dotó no solo de una escala
que muchos llaman global (Moreno Feliu, 2010b: 74-79), sino también
de diversos modelos o variaciones culturales que nos inclinan a inter-
pretar que el capitalismo no es un fenómeno genérico ni ahistórico 6 • Es

5. Los autores marcados con asterisco(*) remiten a la antología de textos recogi-


da en el volumen Entre las Gracias y el molino satánico ('2011), cuyo índice figura al final
de este libro.
6. Desde la perspectiva que hemos adoptado, carece de sentido la persistencia de cier-
tas tesis históricas, derivadas del evolucionismo unilineal, que analizan el capitalismo basán-

1~ 26

11
VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO

decir, aunque haya muchos rasgos compartidos, los procesos seguidos


por distintas sociedades, en distintos momentos, distan mucho de ha-
ber sido o de ser homogéneos: otros países siguieron derroteros distintos
a los de la Inglaterra victoriana, como muestra el caso estadounidense,
donde la esclavitud como sistema de explotación laboral dominante en
las plantaciones sureñas de algodón chocaba con la formacióp en el nor-
te de un mercado de trabajo libre, según los preceptos dellaissez-faire;
el alemán, cuya tradición prusiana y su novedad nacional haría que el
Estádo marcase la marcha de la vida económica y crease instituciones
públicas -todo el sistema de enseñanza- que consiguieron que sus ciu-
dadanos no quedaran tan desasistidos como lo fueran los ingleses tras la
eliminación de las leyes de Pobres; o sin ir más lejos, el modelo chino
actual que está llevando a cabo una expansión mundial a partir de una
mezcla de tradiciones culturales, confucianas y maoístas, que aglutinan
capitalismo de EstadJi explotación de los recursos sin límites medioam-
bientales o un si~yrtía de fábricas-dormitorios (Chang: 2009) que niega
a los trabajadores derechos que en otros países capitalistas se consideran
elementales.
En otras palabras, lejos de considerar el capitalismo o el sistema de
mercado un bloque homogéneo y estanco, tenemos que analizarlo par-
tiendo de sus variaciones, de un modo similar a la posición que mantie-
ne Hobsbawm (2011), quien en su último libro lo mismo que desentra-
ña las variedades del socialismo, representa al capitalismo como si fuese
un paquete que contuviese varios modelos posibles, desde el que llama
«fundamentalista>> del mercado hasta los más imbricados en distintas
regulaciones políticas que suelen dar estabilidad al sistema después de
las grandes crisis.

EL PROCESO HISTÓRICO EN INGLATERRA:


CERCADOS, COLONIAS Y RESISTENCIA DIFUSA

En un magnífico libro sobre la compleja ramificación de las políticas co-


merciales, coloniales y agrarias en la Inglaterra posterior al siglo xvn,
Linebraugh y Rediker (2005), siguiendo la tradición de relacionar el ca-
pitalismo con descripciones sacadas de las doctrinas, racionalizaciones
o prácticas religiosas y mitológicas, observaron que la aparición incipien-
te de las nuevas instituciones que acabaríamos llamando del mercado,
coincidieron con la moda entre las élites comerciales inglesas de utili-
zar como ornamento reproducciones de Hércules luchando contra la

dose en las carencias de los distintos países con respecto al modelo: así se explica el «atraso
económico» porque en un lugar X no había habido burguesía o Revolución Industrial.

27
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

Hidra de siete cabezas. Ambos historiadores consideran la popularidad


de estas imágenes una representación de la lucha que llevaban a cabo
esas mismas élites para conseguir que el Parlamento emitiese leyes que
cambiasen la estructura agraria inglesa y que fuesen favorables a que el
dominio marítimo inglés desarrollase una nueva expansión colonial que
les permitiese extender el comercio ultramarino más allá de los asenta-
mientos en enclaves costeros.
Según la interpretación de Linebraugh y Rediker, el viejo dios Hér-
cules se convirtió en el símbolo pionero de una racionalidad económica
que legitimaba la expansión planetaria, la expropiación y las nuevas for-
mas de dominio; mientras que la Hidra -a quien Hércules había vencido
en su segundo trabajo- encarnaría la oposición al héroe: <<Los mismos
gobernantes que utilizaban la imagen de Hércules descubrieron en la Hi-
dra policéfala un símbolo antitético de desorden y resistencia, una fuerte
amenaza a la construcción del Estado, del Imperio y del Capitalismo>>
1
(Linebraugh y Rediker, 2005: 15).
1:11 La oposición Hércules-Hidra acabaría por simbolizar el buen gobier-
no que querían ejercer las élites y la resistencia a él de de una heterogénea
11,11¡ 1
multitud de grupos sociales que vivían en las distintas costas atlánticas:
1 1

Con el símil de las numerosas cabezas cambiantes del monstruo designa-


ron de una manera u otra a plebeyos desposeídos, criminales deportados a
¡1
las colonias, trabajadores ligados por contratos de servidumbre temporal,
radicales religiosos, piratas, trabajadores urbanos, soldados, marineros y es-

~1
clavos africanos (Linebraugh y Rediker, 2005: 16).

1 Se trata de una buena manera de representar los notables cambios


11111
que se avecinaban y que desde la perspectiva abanderada por Hércules
podemos centrar en los siguientes aspectos:
1) En el campo inglés se abandonaron los cultivos orientados a la
subsistencia de la familia campesina, debido a las leyes que permitieron
cercar los terrenos comunales y que los terratenientes se beneficiasen de
1¡1'1
una nueva forma de explotación ganadera.
,! El cercado de los comunales puede considerarse un largo proceso,
iniciado en el último periodo Tudor, continuado en la época de Cromwell
1
y de los Estuardos, y que se consolidó definitivamente con las autori-
zaciones parlamentarias del siglo xvm. Como señala Dowd (2000), a su
conclusión, la política de cercados se había llevado por delante millares
1111 de pequeñas explotaciones campesinas, para dejar paso a gigantescos lati-
fundios: entre dos mil y tres mil propietarios se repartieron el 75 o/o del

~
total de las tierras cultivables de Inglaterra.
Estos procesos de desposesión, una de las causas más relevantes de
la terrible pobreza padecida por los trabajadores ingleses, no pasaron in-
advertidos a K. Polanyi (1944), quien opuso las medidas que desalojaron
11 :

28

lili
VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO

a los campesinos de sus campos de cultivo -la colaboración activa del


Estado y sus agentes en las políticas que llevaron a una nueva clase de
terratenientes a apropiarse de los terrenos comunales, poniéndoles cer-
cas y desforestando el campo- a la pretensión dellaissez-faire neolibe-
ral de que el sistema de mercado hubiese sido un desarrollo inevitable
o que hubiese surgido por sus propios medios. El propio Polanyi en La
gran transformación comparaba el resultado de esas medidas estatales
que llevaron a la desposesión y al éxodo a la población rural inglesa -ar-
tesarü y campesina- con la destrucción cultural que sufrieron muchos
pueblos aborígenes ante el avance colonial: no se trataba solo del ham-
bre y de la violencia ejercida contra ellos, sino del doloroso desconcierto
ante la pérdida de la seguridad y de los principios y valores que hasta
entonces habían dota1? de sentido a su forma de vida. Conviene insistir
en este punto porq~ frente a otros autores que describen la destrucción
a partir de los aspettos económicos, para Polanyi, la <<situación de muer-
te viviente>> provÓcada en muchas culturas nativas por el dominio colo-
nial no se debe a la explotación económica en el sentido aceptado del tér-
mino en que explotación significa la ventaja económica de un socio a costa
del otro, sino que es la indigencia cultural y la destrucción de todo su
sistema de vida lo que provoca una gran mortandad (Polanyi, 1944: 225).
Del mismo modo, el punto común entre los estragos coloniales y la situa-
ción de las clases desposeídas inglesas consistió en que el sistema de cerca-
dos las convirtió <<en los indígenas arrancados de su tribu y degradados
de su época>> (ibid.: 224). De hecho, la expropiación de los campesinos
ingleses coincidió con la expansión colonial que significó, también, la
difusión de los mecanismos que destruirían la vida que habían llevado
hasta entonces irlandeses, africanos, isleños del Caribe y nativos norte-
americanos. El modelo de esclavitud en las colonias se nutriría también
de los deportados forzosos (los expropiados del campo ingleses conver-
tidos en vagabundos o mendigos, entre ellos, miles de niños huérfanos o
abandonados) bajo el sistema de servitud temporal (Painter, 2010).
2) Sin poder explotar los terrenos comunales, los pequeños campe-
sinos, que hasta entonces habían vivido de una agricultura de campos
abiertos, se vieron obligados a buscar otra forma de sustento. Su disper-
sión, que coincidió con la elaboración de leyes terribles contra los vaga-
bundos y los pobres, creó una gran masa7 de personas, desvinculadas de
sus parroquias nativas, de pobres internados en asilos-talleres de trabajo

7. La reproducción de esta gran masa de pobres sentaría las bases de las preocupa-
ciones de Malthus y la obsesión de las élites por el alarmante número de hijos que tenían
los miembros «genéticamente» peor dotados de la sociedad: en el discurso inglés, las clases
bajas sufrían estigmas similares a los que tenían los afroamericanos en la sociedad estadouni-
dense.

29
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

forzoso y de errabundos que contribuirían al crecimiento de las ciuda-


des, al aumento de trabajadores pobres, desposeídos de cualquier medio
de subsistencia que no fuese la venta por un salario de su propio trabajo.
Esta sería la base de las primeras migraciones laborales que nutrirían de
trabajadores las fábricas del nuevo sistema industrial. Con las condicio-
nes tan terribles que se vivían en Inglaterra, tras los grandes cambios en las
comunicaciones, muchos británicos emigrarían y se asentarían en otros
lugares en busca de una mejor forma de vida.
3) Desde el punto de vista espacial, la expansión mundial del capi-
talismo sería inexplicable sin los grandes movimientos de gentes de unos
lugares del planeta a otros en busca de trabajo. Las migraciones de las
que hablamos podían darse dentro de un mismo país, como, por ejem-
plo, el éxodo comarcal desde las parroquias rurales a las ciudades del
1' Lancanshire y de otros distritos industriales para trabajar en las nuevas
fábricas situadas en sus periferias. También existió un tráfico de traba-
jadores de unos países a otros, como fue el caso de los irlandeses que
se asentaron en las regiones inglesas más activas en la nueva cultura in-
dustrial. Por último, la parte más llamativa del movimiento migratorio
del siglo xrx estuvo formada por una multitud de personas que se ale-
jaron por completo de sus lugares natales y tras interminables travesías
cambiaron Europa o Asia por América, África o Australia (Wolf, 1995;
Hobsbawm, 2003; Bayly, 2004). En el «Contrapunto 1» seguiremos de
cerca algunas historias de estos movimientos migratorios.
Los dos aspectos más visibles de esta dolorosa destrucción del te-
jido social -la del campo inglés y la de la expansión colonial- serían
un desarraigo cultural del que, para bien y para mal, surgirían poste-
riormente otras combinaciones de las series culturales antiguas y nuevas,
que acabarían por configurar nuevas relaciones de clase y étnicas, nuevos
conflictos y nuevas formas de vida en múltiples lugares del planeta.
Siguiendo la analogía de Linebraugh y Rediker, todo el proceso an-
terior sería la racionalización simbolizada por Hércules. Ahora bien,
¿qué ocurría con la Hidra?, ¿qué resistencia -si hubo alguna- opu-
sieron todas estas gentes que perdieron o sufrieron una transforma-
¡, ción radical en su modo de vida y en los medios de que disponían para
su sustento?
Es cierto que hubo revueltas, en forma de motines, a lo largo del
~ 111
1 siglo xvm, que han sido analizadas, entre otros autores, por E. P. Thomp-
son. Pero, para los cambios que se avecinaban, no alcanzaron la radi-
calidad que una mirada retrospectiva pensaría encontrar. ¿por qué? La
cuestión está clara: la gente percibía los cambios -el empeoramiento
de sus condiciones de vida, la pérdida de derechos, su expulsión de los
campos-, pero ignoraba la dirección y, como dicen los economistas ac-
tuales, el carácter sistémico que tendrían.
'l¡i
1¡'1
30
11
1

1 !,
VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO

Conviene no confundirnos pensando que las protestas estarían for-


malmente articuladas y tendrían una clara definición y repercusión en
términos políticos y de clase, como si formasen parte de los hábitos iden-
titarios de ciertas capas de la población. Una lectura romántica y retros-
pectiva tendería a asociar la resistencia con una labor de zapa, previa a
un gran estallido social, que, solemos identificar con la palabra <<revolu-
ción», cuyos referentes serían claramente políticos.
Sin embargo, las revueltas existentes tenían un carácter difuso que
encaja con la iudefinición del proceso. Sin pretender establecer una ti-
pología cerrada, porque los aspectos difusos de la resistencia se acom-
pañaban por una gran fluidez entre las categorías, podemos agruparlas
en función de la expresión pública de la protesta en tres grupos:

La economía moral /

Al estudiar los motines que se dieron en muchos lugares ingleses durante


el siglo xvm, E. P. Thompson acuñó el término <<economía moral>> para
referirse a la serie de obligaciones y responsabilidades que tenían los go-
bernantes o los señores tradicionales con la multitud y que evitaban que
se pusiese en peligro la subsistencia, o se traspasasen ciertos límites sin
redistribuir o rebajar el precio de los alimentos.
No se trata de que Thompson opusiese sin más la economía moral a la
economía de mercado, como si se tratase de alternativas (Cohen, 2002).
El motín de subsistencia del siglo XVIII fue una forma compleja de ac-
ción popular directa, bien organizada y con claros objetivos: partían de
una visión tradicional de las normas y obligaciones sociales ante las subi-
das desmesuradas de alimentos y el hambre que sufrían. Lo que analiza
Thompson es que la economía moral representa una forma ideológica,
que está presente en lo que Eric Wolf denomina el <<modo tributario>>,
porque la legitimidad de ese tipo de poder se basa en una idea de justicia
que obliga a los gobernantes o señores a garantizar el sustento de los que
están bajo su mando.
Sin embargo, estos principios tradicionales sobre la justicia se vería
bien pronto que eran incompatibles con los principios del mercado, que
exigían una sociedad que diese su adiós a las limosnas (Clark, 2007),
porque la nueva economía tendría que liberarse de los imperativos mo-
rales y de las obligaciones del don (Thompson, 1995: 230). Este es el
motivo por el que, según E. P. Thompson, <<el avance de la nueva econo-
mía política de libre mercado supuso también el desmoronamiento de
la economía moral de aprovisionamiento. [... ] La economía 'moral' de la
multitud tardó más tiempo en morir: es recogida en los primeros mo-
linos harineros cooperativos, por algunos de los socialistas seguidores
de Owen, y subsistió durante años en algún fondo de las entrañas de la

31
EL ÁI\BOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

Suciedad Cooperativa Mayorista. Un síntoma final de su desaparición es


que hayamos podido aceptar durante tanto tiempo un cuadro abrevia-
do y 'economicista' del motín de subsistencias, como respuesta directa,
espasmódica e irracional al hambre; un cuadro que es en sí mismo un
producto de la economía política que redujo las reciprocidades huma-
nas al nexo salarial» (Thompson: 1995: 292-293 ).
Los debates sobre la economía moral han sido muy importantes en
la antropología económica, sobre todo desde que la elaboración que de
este concepto hiciese James Scott (1976, 1985) en el sureste asiático se
aplicase a muchas revueltas campesinas en distintos puntos del globo.
La preocupación y la respuesta dada por las culturas locales a nue-
vos problemas sociales -por ejemplo, las violaciones de derechos de los
pueblos indígenas como consecuencia de las políticas que permiten a las
empresas trasnacionales explotar los recursos, o el impacto medioam-
biental de las nuevas redes de producción y consumo de alimentos- así
como las diferentes escalas de responsabilidad social ante las diversas y
contestadas concepciones de la justicia mantienen vigente la vitalidad
y las discusiones antropológicas en torno al concepto de economía mo-
ral (Zigon, 2008: 70-75).

Milenarismo y disidencia religiosa

Al igual que ocurriría más tarde con diversos movimientos socialistas y


anarquistas, gran parte de la resistencia frente al nuevo sistema forma-
ba parte de movimientos religiosos disidentes, muchos de los cuales se
oponían no solo a los poderes existentes, sino a cualquier tipo de domi-
nio o ley8 : en las llamadas religiones del Libro -y también en el budis-
mo- siempre ha habido grupos que han considerado que su práctica o
su manera de entender la religión no precisaba acatar las leyes. Desde
el siglo xvn varios grupos religiosos, incluso los calvinistas, habían sido
acusados de ser antinomistas. También lo serían los cuáqueros, debido a
su rechazo al sacerdocio especializado, así como a su manera de valorar
la iluminación del espíritu frente a los evangelios: rechazaban las auto-
ridades legales y sus leyes cuando eran inconsistentes con la iluminación
interior otorgada por gracia divina.

1¡¡ 8. El antinomianismo, de anti-nomos, anti-ley, es un término acuñado por Martin


Lutero, quien era muy crítico con este tipo de disidentes religiosos. Si bien el término data
de la Reforma, en la Antigüedad varias sectas gnósticas no aceptaban seguir las leyes. Poste-
¡ ~ i
riormente, Johannes Agricola (1525) mantendría que el lugar de la ley eran los tribunales,
no la iglesia. Su posición fue el origen de la obra Contra los antinomistas (1539), en la que
Lutero consideraba que una interpretación tan extrema de la sola fide (solo la fe era ne-
cesaria para la salvación) pondría en peligro la propia existencia de las iglesias cristianas.

32

.
VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO

Otros grupos contrarios a las leyes y acusados de ser antinomistas


eran los anabaptistas, los ranters y los levellers surgidos en la Inglaterra
del xvn (Hill, 1991; Thompson, 1994).
La mayoría de estos grupos disidentes se opusieron y participaron
activamente en todas las protestas, que solían acompañar de aspectos
milenaristas 9 más que políticos (Cohn, 1985; Aranzadi, 2000: 143-162).

Protestas políticas y sindicales


""
En la visión de la resistencia que ha elaborado una cierta épica occiden-
tal, con claras connotaciones románticas, surgidas de una idealización
de las revoluciones burguesas, se nos suele representar en libros y pe-
lículas a los resiste.nfs como si fuesen una gente consciente del domi-
nio que un grupo }í~gemónico -ya fuesen funcionarios de un Estado,
miembros de una! clase o invasores de una nación extranjera- ejerce
sobre ellos, lo 9úe les llevaría a organizar uno o varios movimientos de
protesta encaminados a dar una respuesta en términos políticos a quie-
nes les dominan.
Sin embargo, como señalan los Comaroff (1991), muchas situaciones
históricas de este tipo son equívocas, porque los modos de resistencia
recorren un amplio espectro, en uno de cuyos umbrales estaría la <<protes-
ta organizada», con movimientos de disidentes específicos que cualquier
occidental etiquetaría no solo como «políticos», sino como la «respuesta»
apropiada. En el otro umbral, habría diversas manifestaciones de rechazo
o gestos que pondrían en cuestión, ridiculizarían o intentarían saltarse
informalmente los poderes hegemónicos. Más a menudo, según los Co-
maroff, el rechazo se situaría a medio camino entre lo articulado y lo
tácito, la protesta abierta y la indirecta.
Es cierto que con la primera sociedad industrial aparecieron varios
movimientos reformistas, claramente sindicales (Trade Unions), antima-
quinistas como los luditas o políticos, como el cartismo, grupo vigente
entre 1838 y 1852, que enviaría varias peticiones al Parlamento (The
People's Charter), solicitando, entre otras medidas, el sufragio de todos
los varones mayores de veintiún años y que los obreros pudiesen par-
ticipar en la vida política, para lo cual sería necesario que se aboliese la
obligatoriedad de ser propietarios para poder elegir o ser elegidos miem-
bros del Parlamento.

9. Resulta interesante que las informaciones reales que tenemos sobre las protestas
provienen de sus oponentes religiosos. Así, parte de las críticas lanzadas contra disidentes
como W. Blake, se entremezclan de acusaciones malintencionadas sobre sus <<escandalo-
sos» hábitos de vida, como, por ejemplo, que en sus casas practicaban el nudismo para
demostrar que mantenían la pureza anterior a la caída.

33

..&.
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

Lo cierto es que, como resumía el caso inglés el gran historiador


C. Hill, en los primeros movimientos de resistencia o de protesta re-
sulta equívoco <<diferenciar política, religión y escepticismo general»
(Hill, 1991: 14), entre otros motivos, porque incluso los posteriores mo-
vimientos sindicalistas, socialistas y anarquistas suelen haber mezclado
también elementos muy diversos (Hann, 1993).

Disidencia difusa

Por último, antes de concluir estas breves notas sobre las diversas prác-
ticas de resistencia, sería conveniente que nos adentrásemos en las res-
puestas de la gente a la gran transformación -dada la coincidencia entre
la apropiación de los comunales y de la expansión colonial- desde una
perspectiva transcultural y aclarar cuál podría ser el sentido analítico de
la palabra <<resistencia». En este sentido, me gustaría traer a colación el
planteamiento que realizaran los Comaroff (1991) en su estudio de la
frontera sur de Tswana cuando se habían establecido allí misioneros no
conformistas a finales del xrx.
En su monografía comprobaron que no existía una confrontación
entre dos partes -misioneros/Tswana-, sino que lo que se produjo fue
un auténtico esfuerzo para adecuarse a la comprensión de un mundo cam-
biante:

Esto parece ser un fenómeno general. Al iniciarse el proceso de coloniza-


ción, ocurra donde ocurra, el asalto en las culturas y sociedades locales no
es el sujeto de «consciencia>> o <<inconsciencia>> por parte de la víctima, sino
de reconocimiento -reconocimiento de lo que ocurre con varios grados de
incoherencia y de claridad (Comaroff, 1991).

Esto les lleva a formularse varias preguntas que han tenido respues-
tas muy variadas en la práctica: ¿es necesario que un acto tenga una
consciencia y una articulación explícitas para considerarse <<de resisten-
cia>>?, ¿se aplicaría el término a las intenciones subyacentes en muchos
actos sociales?, ¿qué requiere la resistencia para ser tal: conciencia, ser
colectiva, una visión de la justicia, actos de cooperación, acción social
organizada?
En la realidad cotidiana de las gentes encontramos muchas manifes-
taciones que no asociamos con la resistencia, o lo que se considera tal en
Occidente, y sí con otras prácticas que son una forma tácita de resisten-
cia, pero que nos producen una cierta perplejidad. Por ejemplo, tras la
colonización, muchos de los conversos al cristianismo en muchas partes
del globo están convencidos de que los blancos tienen una <<segunda Bi-
blia>>, un arma secreta, con ritos ocultos y exclusivos de los que emana
su poder económico, político y militar. Las acusaciones de los Bemba

34

,, ' ...
VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO

de Zambia de que los Padres Blancos practicaban vampirismo, que he


analizado en otro lugar, condensan las relaciones de trabajo asalariado,
la segregación racial, y el distinto poder, otorgado por unos y por otros,
según su percepción cultural, a la eucaristía. Como había resumido el
antiguo administrador colonial del distrito, Thomas Fox-Pitt:

Mientras las iglesias de las misiones estuvieron abiertas tanto para los euro-
peos como para los africanos, la sospecha tenía poco apoyo, porque todos
.¡;¡odían comprobar que los europeos bebían vino y comían pan, como ellos
mismos. Pero cuando los europeos de la ciudad empezaron a congregarse
en iglesias separadas, excluyendo a los africanos de sus servicios religiosos,
creció la sospecha de que las ceremonias que celebraban eran diferentes y
mucho más amenazantes. Más o menos por la misma época en la que se
estableció la primera ba!fera racial [en las iglesias del Cinturón del Cobre],
los africanos comenzar?n a acusar a los europeos de ser banyama, los hom-
bres de la carne, que 9apturaban a los africanos para comérselos y beberse
su sangre (Fox-Pitt, en Moreno Feliu, 2010 b: 110-111).

LA INMERSIÓN ETNOGRÁFICA DE ENGELS

Puede resultar paradójico que el interés de los antropólogos por las <<notas
etnográficas>> de Marx (Krader, 1988), por el reconocimiento a Morgan 10 ,
por la reconstrucción de los modos de producción (Clammer, 1985) o por
cómo interpretar el <<modo de producción asiático>> (Sofri, 1971; Llobe-
ra, 1980) para dilucidar si Marx y Engels eran evolucionistas unilineales
o multilineales, vaya acompañada por la ausencia de reconocimiento a
los estudios concretos que, sobre todo Engels, llevó a cabo en las ba-
rriadas obreras de Manchester, muchos de cuyos datos impregnan varios
libros de El Capital. Sin embargo, estos estudios muestran muchísimos
más puntos de confluencia con la investigación etnográfica actual que
las reconstrucciones de estadios que han acaparado la mayor parte del
interés antropológico 11 •
En este sentido, históricamente, la mayoría de los antropólogos al
estudiar a Marx y Engels ha sido víctima de un proceso que ha llevado a
invertir el auténtico interés etnográfico: la aportación más interesante

10. El interés que despertaban los primeros antropólogos, encuadrados en la división


del trabajo intelectual evolucionista con historiadores, lingüistas históricos y arqueólogos
como «científicos del origen», es común a todos los interesados en las sociedades contem-
poráneas, tal vez como influjo de «la gran cadena del ser». Lo mismo se puede observar en
Kropotkin.
11. Tal vez se deba simplemente a la evolución interna del canon antropológico. Sin
embargo, conviene notar que su manera de abordar los orígenes de la desigualdad despertó
el interés, por el tratamiento que había hecho sobre las mujeres, de antropólogas feminis-
tas como E. Leacock o C. Sacks.

35

...
'1
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

a la antropología de Engels no resulta del papel que tanto él como Marx


le asignaron como ciencia de los orígenes 12 , sino de las descripciones de
Manchester y de Salford -lugar donde estaba asentada la fábrica cuya
titularidad Engels compartía con su socio-, que tendríamos que reco-
nocer como un trabajo pionero en la antropología urbana e industrial
(Parry, 2009). La razón de esta distorsión hay que verla en la firmeza
con que se asentó la división del trabajo que se hiciera en el xrx de las
ciencias sociales: un reparto de saberes entre la geografía, la historia, la
sociología y la antropología (Moreno Feliu, 2010b).
La última biografía publicada hasta la fecha de Engels (Hunt, 2011)
continúa la clásica tradición de presentárnoslo como un personaje di-
vidido en dos mitades: una de militante comunista, otra de empresario
capitalista. Como en aquel relato alegórico de !talo Calvino, El vizconde
demediado 13 , en una de sus facetas 14, se nos muestra a Engels como un fiel
seguidor de Marx, coautor del Manifiesto comunista, editor de El Capi-
tal, autor de varias obras, entre ellas El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado, aunque su aportación intelectual, a menudo, apa-
rezca rebajada a la labor de un mero publicista o divulgador de la obra
del maestro. Junto a esta militancia y dedicación intelectual, se cuela, sin
saberse muy bien cómo asimilarla, su otra mitad, la de un hombre del
mundo de la industria 15 , inmerso en la cultura textil de Manchester, don-
de tras cumplir el programa de aprendizaje al que le había mandado su

12. Pensemos en obras de Marx incluidas en los Grundrisse, como Las formaciones
económicas precapitalistas (2004) o en la célebre de Engels El origen de la familia, la pro-
piedad privada y el Estado, comparadas con sus propias aportaciones a la economía polí-
tica del capitalismo o a la antropología urbana.
13. El vizconde demediado, forma parte de la trilogía Nuestros antepasados. En este
relato Italo Calvino cuenta la historia del vizconde Medardo de Terralba, a quien, en el
transcurso de una batalla contra los turcos, una bala de cañón había divido en dos mi-
tades, una formada por el lado izquierdo y otra por el derecho del antiguo vizconde. El
'i resultado inesperado de la escisión del vizconde Medardo de Terralba fue la aparición de
dos seres independientes: el malvado Gramo, salvado en el campo de batalla por los mé-
dicos militares, y el altruista Buona, cuyas heridas habían curado unos ermitaños. Cuando
ambos vizcondes regresan a sus propiedades -uno al castillo, otro al bosque-, las gentes
con quienes se relacionan encuentran a ambos igualmente inquietantes: a uno por su per-
versidad; al otro, por su bondad ilimitada.
' 1

14. En ellas siempre sale a relucir la ayuda de todo tipo que le presta a Marx o su
1¡'11
vida cotidiana en la cuna de la Revolución Industrial, emparejándose con una obrera irlan-
desa, fuera de las normas vigentes.
15. Tampoco es el único caso: Robert Owen, socialista de los llamados por Marx y
llj:¡''.1,:li! Engels utópicos, con el dinero obtenido como empresario puso en marcha muchos proyec-
1
tos de cooperativismo obrero, además de sus experiencias en New Lanark como comu-
:1 ll. nidad industrial modelo, donde las fábricas textiles no eran incompatibles con casas bien
·1
1
construidas y espaciosas para los obreros o la prohibición del trabajo infantil, mientras
¡
creó todo tipo de centros sociales, educativos para niños -también el primer jardín de
l¡ infancia-, sanitarios, cajas de ahorros cooperativas, etcétera.

''11.111
¡,1
36
,, i 11
1

¡l
..,¿
VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO

padre desde Alemania, afianza su papel durante más de veinte años como
socio de la fábrica textil, mientras, según su propia confesión, disfruta-
ba del champán y de las aristocráticas cacerías del zorro (Hunt, 2011):
al igual que el vizconde demediado, sus ideas políticas no interferirían
en su irreprochable labor como capitalista, aunque nadie nos aclara si
esta doble faceta causaba inquietud entre capitalistas y comunistas. Pero
¿existía realmente esta separación radical?, ¿no había correspondencias
entre ambas mitades?, ¿no sería posible relacionar lo que veía en las
fábriéas de Manchester con su percepción social de lo que había de con-
denable en ellas?
Cuando el joven Engels llega a Manchester, queda tan impresionado
por el medio social que le rodea, que escribe su primera obra conocida:
situación de la clase obrera en Inglaterra. Su interés centraP 6 era ana-
lizar ese todo llamado capitalismo y cómo el triple proceso de concen-
tración del capital, polarización del sistema de clases y la urbanización
galopante se podía observar en una de sus regiones clave como era el
Gran Manchester de ese momento histórico preciso: la economía política
hegemónica y sus interpretaciones, la sociedad burguesa, la desposesión
de los trabajadores en la división de clases, el sistema fabril, el modo de
vida de los obreros ante la pobreza extrema y la falta de alternativas del
sistema, los problemas de salud y alcoholismo, la miseria que sufrían las
mujeres y sus hijos, así como un larguísimo etcétera presente con todo
detalle en su obra. El análisis se basa en la conjunción de diversos infor-
mes sanitarios, gubernamentales, industriales y periodísticos con ciertos
datos empíricos a pie de calle, obtenidos, elaborados e interpretados por
Engels mismo. Describe las fábricas, lo que queda de la antes potente
clase de artesanos o la explotación de modistas y costureras. También
cuenta el papel de los diversos intermediarios y las consecuencias de la
externalización (Hobsbawm, 2011: 89-100).
Su labor de reconstrucción de cómo malvivían los trabajadores en
ese sistema está basado en su búsqueda de la realidad. Su objetivo y el
«método>> de recoger datos; lo reconocería como algo muy cercano cual-
quier etnógrafo: Engels se nos presenta como una especie de Malinows-
ki entre los nativos del Manchester de la Revolución Industrial. Así, ya
en el prólogo dedicado a los obreros, les dice:

He vivido bastante tiempo entre vosotros, de modo que estoy bien informa-
do de vuestras condiciones de vida; he estudiado los diferentes documentos
oficiales y no oficiales que me ha sido posible obtener; este procedimiento

16. Es importante notar que su libro escrito en 1845, cuando Engels tenía veinticin-
co años, no sería traducido al inglés hasta que saliera la edición americana en 1886. Este
hecho da cuenta de la relativa oscuridad en que habían trabajado Marx y Engels.

37

,¿
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

no me ha satisfecho enteramente; no es solamente un conocimiento abs-


tracto de mi asunto, yo quería veros en vuestros hogares, observaros en vues-
tra existencia cotidiana, hablaros de vuestras condiciones de vida [... ]. He
aquí cómo he procedido: he renunciado a la sociedad y a los banquetes, al
vino y al champán de la clase media, he consagrado mis horas de ocio casi
exclusivamente al trato con simples obreros, me siento a la vez contento y
orgulloso de haber obrado de esa manera (Engels, 1892: 2).

LA SOCIEDAD DEL CAPITALISMO INDUSTRIAL

11
Precisamente, la labor etnográfica de Engels ha dado pie al antropólogo
Ignasi Terradas (1992) a plantear una investigación inversa a la que es-
,1.1¡'.111
taban iniciando los antropólogos ingleses buscando primitivos exóticos
por las distintas colonias del Imperio. ¿Qué ocurriría si nos adentráramos
'1
,,
,, 1
en aquellos suburbios insalubres, si nos interesásemos en cómo vivían las
personas insignificantes que formaban las clases más numerosas del país
1 )l¡ que regía aquel vasto imperio?, ¿qué nos aportaría investigar el corazón
industrial, la característica genuina e innovadora de aquella misma socie-
'¡' 1

dad en la que otros investigadores sociales, los antropólogos, ordenaban


en sus gabinetes datos dispersos sobre la <<cadena del progreso humano>>
1
que les enviaban viajeros, misioneros, militares o comerciantes desde las
cuatro esquinas del Imperio colonial?, ¿qué nos dirían todos esos estudios
,¡¡
sobre las consecuencias de la cima de la civilización que se podían obser-
·.1111'
! ,,
var en la vida cotidiana que llevaban las gentes que poblaban, como una
amenaza malthusiana, las barriadas trabajadoras de las ciudades?
A partir del hallazgo en un canal, con el rostro cubierto como si
1

'1¡¡ la hubiesen ejecutado, del cuerpo sin vida de Eliza Kendall, una joven
de dieciocho años que se había suicidado por la prisión que le espe-
raba al no poder pagar las deudas contraídas para <<ganarse la vida>>,
'1 no encontramos en el texto de Terradas las claves psicológicas de una
autodestrucción: lo que ha destruido a Eliza es un orden social, un sis-
11.' tema que había considerado que el trabajo era una mercancía y que
desde 1834 había abolido las diversas leyes de Pobres, que hasta entonces

1
habían proporcionado subsidios a los de cada parroquia y habían evitado
11!.!111 el trabajo forzado o la servitud a muchos de ellos. A partir de esa fecha
1
,, se suprimieron los subsidios y se habilitaron los asilos como talleres de
trabajo forzoso, en los que hombres y mujeres -también los casados- it
estaban separados para evitar la amenaza malthusiana, tan temida por
las clases dirigentes.
En cierto sentido, los asilos cumplían el vacío, dejado tras la indepen-
dencia de las colonias norteamericanas, de dónde llevar a todos aquellos
pobres que, como los niños huérfanos o los adultos condenados -por
deudas o por robos de subsistencia-, cumplían su pena en las colonias

11'
!~1¡' 38

l
', 1

1 ¡

,,,:111
VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO

americanas después de que la Corona los vendiese a particulares como


esclavos o siervos 17 (Painter, 2010).
El trabajo <<libre>>, que Eliza Kendall estaba obligada a intercambiar
por un salario, en la realidad estaba compuesto por trabajos forzosos,
una amplia red de subcontratas para abaratar costes, empleo fluctuan-
te, desempleados sin perspectivas y reducción de salarios, es decir, un
conjunto de condiciones miserables que convirtieron en un imposible
«ganarse la vida>> .
...

LA ANTIBIOGRAFÍA DE ELIZA KENDALL

------y;-hace unos años Ignasi Terradas (1992) aplicó el término antibiografía


para referirse a varios personajes literarios 18 y a quien en vida se llamó
Eliza Kendall, una joven trabajadora, cuyo suicidio figura en una de las
notas a pie de página de La situación de la clase obrera, aunque Engels
había omitido su nombre.
Eliza Kendall no escribió su historia ni, que se sepa, habló fuera del
círculo familiar de sus hermanas sobre sus deudas ni sobre su determina-
ción. Otros -testigos, periodistas, comentaristas-lo harían en su nom-
bre: a falta de sus palabras, contamos con el relato de la concatenación
de acciones que acabaron con ella.
La antibiografía, al señalar la negación o la ausencia biográfica de
un personaje que se considera irrelevante, apunta la necesidad de recons-
truir el sentido social y expresivo de su vida:

La antibiografía nos revela el silencio, el vacío y el caos que una civilización


ha proyectado sobre una persona, haciéndola convencionalmente insignifi-
cante. [... ] La antibiografía no escribe la vida de una persona, pero nos ha-
bla de ella. Nos habla de lo que se hace en contra de su vida, a su alrededor
y sin contar con su vida. La antibiografía es un conjunto de producciones
culturales y actitudes sociales que promueve a personajes y a símbolos o em-
blemas a las personas que se tienen por insignificantes, a las personas cuya
biografía no merece la pena escribirse porque no puede tenerse por original

1
o significativa (Terradas, 1992: 13).

17. En su magnífico análisis sobre la creación del concepto neutro de «blancos», ex-
cluyendo una larga historia de conflictos y una larga época en la que casi todos los escla-
vos eran «blancos>>, N. Painter, al señalar la confluencia que se dio en América entre la
esclavitud procedente de África y los penados ingleses e irlandeses, recuerda que quien
se convertiría en prototipo del Horno economicus, Robinson Crusoe, antes del naufragio
en la isla que da origen a la novela había sido tratante de esclavos y él mismo un esclavo
durante dos años en Salé, Marruecos (2010: 38).
18. En el mismo libro, traza la antibiografía de la Margarita de Goethe y de la poesía
de Leopardi.

39
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

Como decíamos, su suicidio es el desencadenante de que la historia de


Eliza Kendall ocupe una extensa anotación en la edición que Henderson
y Chaloner (1958) hiciesen del libro de Engels La situación de la clase
obrera en Inglaterra. El celo de los dos historiadores les llevó a buscar el
nombre de un ser insignificante, cuyo registro histórico también había
sido insignificante, como se desprende de las expresivas palabras de Ignasi
Terradas: <<La presencia de Eliza Kendall en la historia escrita de la civili-
zación occidental se reduce a una nota a pie de página» (1992: 11).
Henderson y Chaloner revisaron las fuentes de Engels para mostrar
sus exageraciones, aunque en este caso, como constata Terradas, no pa-
rece que la parquedad de Engels ocultase una descripción sesgada. Así es
cómo dieron con la noticia antibiográfica sobre Eliza que se había publi-
cado el día 31 de agosto de 1844, en la sección <<Accidents, Offences, In-
quests, etC.>> 19 del diario, simpatizante del movimiento cartista, Northern
Star. Convertida en noticia periodística, nos cuentan que Eliza había na-
cido en septiembre de 1825 en Deptford, pueblo próximo a Londres que
poseía una pujante industria de astilleros y un activo comercio fluvial.
Allí vivía en una de las barriadas más pobres de la localidad, dedicada,
como el resto de las mujeres de su familia, a coser camisas. Su padre, del
que no se habla mucho en la crónica, había sido un obrero empleado en
compañías dedicadas al desguace de barcos, pero, en ese año de crisis,
había perdido el trabajo y con él, su salario de ocho chelines semanales
-el alquiler de la vivienda familiar costaba cinco chelines-. De suma-
dre solo nos dicen que había muerto tres años antes.
En las épocas buenas el trabajo de las cuatro hermanas Kendall con-
sistía en confeccionar unas burdas camisas, que realizaban con telas ba-
ratas y bastas adquiridas en los saldos. A veces les encargaban camisas
mejores que cobraban a tres peniques por pieza. Ocupando toda la jor-
nada, cada hermana podía producir ocho camisas de las bastas al día, lo
que suponía obtener unos cuatro chelines a la semana por persona.
En épocas de crisis, como el año 1844, los ingresos de la familia ha-
bían mermado considerablemente: el padre estaba en paro, y solo dos
de las cuatro hermanas tenían trabajo a tiempo completo.
La precariedad de ingresos les obligó a racionar los alimentos para
poder afrontar la renta de la casa: decidieron comer algo en el desayuno
y convertir el almuerzo y la cena en una sola comida a las seis de la tarde,
<<así la familia Kendall empezaba a cumplir escrupulosamente con la moral
malthusiana: reducir su capacidad para vivir y reproducir la vida para no
11

¡11
ofender al proceso de acumulación de capitales>> (Terradas, 1992: 21).

1

19. Accidentes, delitos, instrucciones judiciales, etc. El titular de la noticia, Horrible


1' :¡
Case - Suicide from Distress.
:11111

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1: 1
40

, , Jlli .
VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO

Al generalizarse la crisis, Eliza y sus hermanas por el tipo de cliente-


la que tenían -trabajadores pobres que eran los primeros en quedarse
en paro y sin jornal- casi no podían subsistir. Para llevar a cabo su <<ex-
ternalizado>> trabajo, tenían que adquirir previamente, por su cuenta, la
pasamanería, que solo cobrarían al vender las camisas. Pero, al romperse
la cadena, no les quedaba más remedio que empeñarse varias veces, po-
niendo como garantía las futuras camisas, con el fin de obtener peque-
ños préstamos que les permitieran continuar con la confección, vender
las éamisas y cobrarlas.
Sin las cortapisas parroquiales, sindicales, políticas o sociales que exis-
tían en otros países, o que los trabajadores conseguirían más adelante que
reconociesen en Inglaterra, ellaissez-faire aplicado al trabajo de la cos-
tura obligaba a que estas trabajadoras se endeudasen para subsistir, pero,
también, en el caso de las que hacían los trabajos externalizados, tenían
que pedir créditos a corto plazo para poder realizar las propias tareas
laborales. Como señala Terradas, su cadena de endeudamiento permi-
tía a los intermediarios que les suministraban el material quedarse con
más valor marginal de sus unidades de trabajo (Terradas, 1992: 21) 20 •
Las hermanas Kendall vendían las camisas que cosían a un matrimo-
nio de intermediarios, los Norman. Este matrimonio trabajaba para una
compañía que adquiría tejidos en un almacén londinense y los distribuía
para su confección a un taller en el que trabajaban unas doscientas em-
pleadas. La misma empresa que vendía la materia prima, era propietaria
del taller, pagaba los salarios de las obreras y, además, adquiría la ropa
confeccionada. El trabajo de los Norman consistía en vigilar todo el pro-
ceso y beneficiarse de la diferencia entre el precio del material y la venta
de la ropa, confeccionada en el taller, a los mismos proveedores. Pero,
para ganar más, ellos mismos practicaban la misma externalización y la
misma forma de evitar riesgos (putting out) que hacía con ellos la empre-
sa que les había contratado como intermediarios: los Norman buscaban
otras trabajadoras, como las hermanas Kendall, que al cobrar todavía
menos que las empleadas del taller, les reportaban más beneficio al ven-
der las camisas a la empresa.
Así transcurría su vida, hasta que llegó el verano de 1844, cuando,
sin saber bien por qué, Eliza tuvo un altercado con una mujer que la de-
nunció. El juez condenó a Eliza a pagar las costas del juicio en un plazo
de quince días so pena de ir a la cárcel: tres chelines, el trabajo de cinco
días completos, que ahora, en plena crisis, no podría conseguir.

20. En el «Contrapunto 11» explicamos sucintamente los principios básicos del mar-
ginalismo.

41

.t
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

Para pagar las costas, Eliza había tomado dinero del que tenían para
pagar el alquiler, y como no encontraba trabajo, no le quedó más reme-
dio que empeñar de nuevo la pasamanería de unas camisas para poder
pagar la casa. Jenny, su hermana mayor, le había pedido un chelín al case-
ro para evitarle la cárcel.
Un día antes de que acabase el plazo, se presentó el casero que les
reclamó dos semanas de alquiler (diez chelines) más el otro chelín que
le había prestado a su hermana. Asustadas ante su posible reacción, las
hermanas querían evitar a toda costa que su padre conociese el círculo
angustioso en que se encontraban. Ese mismo día Eliza y su hermana
Mary Ann se fueron a Londres a buscar trabajo: necesitarían, al menos,
la producción de cinco días para poder hacer frente a los pagos que les
vencerían al día siguiente.
A las cuatro de la tarde su otra hermana, Jane, salió preocupada a
buscarlas sin encontrarlas. Pasadas las nueve de la noche regresaron Eliza
y Mary Ann, pero durmieron en el patio, para evitar a su padre. A las
cinco de la mañana se levantaron para dar un paseo por los canales. Se
cruzaron con un trabajador, mientras Eliza le confesaba a su hermana
que no le quedaba más remedio que entregarse a la policía e ir a la cárcel.
A las seis y cuarto de la mañana de ese 21 de agosto, cuando pasea-
ban por el puente de Deptford, repentinamente Eliza sacó un pañuelo,
se tapó con él la cara, se lanzó al canal y acabó con sus dieciocho años
de vida; Mary Ann quiso rescatarla, pero se hubiese ahogado también si
no hubiese intervenido el trabajador con quien se habían cruzado mien-
tras deambulaban por los canales.
Dos horas después aparecería su cadáver. En el juicio que siguió para
esclarecer su muerte, su padre declaró que ignoraba los problemas de
sus hijas y que todas ellas habrían sido unas buenas criadas domésticas,
1

'
pero que nunca habían podido pagar las cantidades empeñadas para po-
der hacer las camisas, porque <<trabajaban sin cesar en un círculo vicio-
so de deudas, empeños y amenazas>>.
Al preguntarles el juez cómo subsistían con su padre en paro, las her-
manas fueron contando, en voz muy baja, los hechos que con toda sim-
patía recogía el Northern Star y que establecían que el último acto de
Eliza había consistido en taparse su joven rostro:
1

,,:1!
!11

Ante la historia, Eliza Kendall parece haber muerto con un gesto de pudor
frente a los abusos, las pretensiones y el embrutecimiento de una época, la
¡:¡11, de los orígenes de la civilización occidental contemporánea. Una civiliza-
ción con proyectos y realizaciones que han hecho ocultar el rostro a más de
una Eliza (Terradas, 1992: 27).
11:
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42
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VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO

La antibiografía de Eliza nos suscita una serie de preguntas que po-


demos resumir en una de las que se había hecho al principio del texto el
propio antropólogo: <<¿Pueden los indicios de una vida marginada decir-
nos más acerca de toda una época que las más razonadas explicaciones
históricas y las biografías más completas?» (1992: 14).
En su interesante prólogo, Joan Frigolé vincula la presentación que
realiza Terradas del caso de Eliza a una importante tradición antropoló-
gica, consistente en abstraer una situación social de relevancia general, a
parfir de la exposición monográfica de un caso particular, que bien pu-
diera pasar inadvertido por su nimiedad o marginalidad, pero que nos
muestra da lógica y el funcionamiento de todo el sistema>> (Frigolé, en
)'erradas 1992: 7). Sistema que en su puesta en marcha en Inglaterra,
tras haber convertido el trabajo en una mercancía, lanzaba a la gente a
«ganarse la vida>>, como si la vida fuese su objetivo.
En la realidad, lo que nos encontramos es que la búsqueda del be-
neficio -auténtico objetivo- subordinaba la vida de los otros, su man-
tenimiento y su reproducción social: <<la vida, una cierta vida, se mantie-
ne solamente si el orden social es frenado en sus excesos, como pone
en evidencia la antibiografía de Eliza>> (Frigolé, 1992: 8) o como diría
Karl Polanyi en La gran transformación, para mantener la vida frente
al mercado, fue necesario que la sociedad se dotase de mecanismos de
auto defensa.
El presentimiento de la existencia de Eliza permite trazar un análi-
sis general de la sociedad industrial de Inglaterra con relevancia en dos
campos distintos.
En primer lugar, en el antropológico. Terradas invierte la práctica
de la tradición antropológica británica al buscar en el centro del sistema
capitalista la misma especificidad cultural que los primeros antropólo-
gos atribuían a los pueblos primitivos que habían caído bajo su dominio
colonial. Algo parecido a lo que L. Dumont haría en su comparación
del Hamo hierarchicus con el Hamo aequalis 21 : plantearse un viaje de
ida y vuelta en torno a los conceptos utilizados por los antropólogos
para referirse al <<orden>> social y cultural en unos y en otros lugares
(Narotzky, 2002: 72-75).
En segundo lugar, a partir de la declaración de los testigos en el juicio,
Terradas ha contextualizado la sociedad en la que se desarrolló la breve
vida de Eliza, cómo era el sistema político-legal o cómo se organizaba
la resistencia y las reivindicaciones reformistas, como ilustra el cartismo,
movimiento que recoge en su periódico Northern Star la historia de Eliza
o el testimonio de Pilling, un obrero vinculado al cartismo, que refiere

21. Véase más adelante, capítulo 2.

43

&
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

-en su declaración en otro juicio en el que se le acusaba de haber apoya-


do una huelga- dilemas sobre el suicidio que nos parecen bastante simila-
res a los que habían marcado el camino de Eliza (Terradas, 1992: 35-40).
También nos resulta interesante destacar que el trabajo de las her-
manas no tenía nada que ver con esa imagen del primer capitalismo in-
dustriaF2 -que el propio Engels compartiría- que lo relaciona con
las máquinas de vapor, con la Revolución Industrial o con la cultura
fabril. La descripción del caso marginal cobra sentido porque confluye
en el largo proceso que haría que la conversión del trabajo en mercan-
cía fuese una de las características innovadoras y distintivas del sistema.
Hoy, en medio de las situaciones laborales que la desregulación actual
vuelve a consentir en casi todas las variantes del capitalismo, podríamos
situar a Eliza en un taller que produjese para las redes de intermediarios
de la economía sumergida; pero también como <<empresaria autónoma>>
en la versión actual del putting out o externalización y eliminación de los
riesgos laborales, trabajando en su casa para cualquier firma conocida del
textil y rapiñando chelines no para el alquiler, sino para el alquiler total
que supone una hipoteca por cuarenta años. También veremos más ade-
lante cómo otras Elizas en la Indonesia actual entran en trance, poseídas
por los espíritus, en la cadena de montaje de la fábrica donde trabajan,
o cómo las trabajadoras en las fábricas-dormitorios chinas imitan la vida
que, en la época de Eliza, llevaban las pobres recluidas en los asilos.
El sistema varía, pero muchos sectores, basados en la proliferación
de intermediarios que, como los Norman, añadían eslabones a la cadena
de contratas o subcontratas23 , pueden reflejarse en espejos múltiples que
reproducen en otra época y en otros lugares una imagen comparable a
la que nos mostró el Northern Star de las hermanas Kendall.
Por último, resulta indudable que la antibiografía no nos lleva a cono-
cer la vida real de una persona. Sin embargo, a partir de la anotación de su
muerte, asistimos al contexto social e ideológico de su época: en el capita-
lismo no se trataba de una mera innovación económica, sino que se con-
virtió en el escenario político, moral y cultural en que transcurre la vida
cotidiana de las personas. Por ello, como señala Terradas, la antibiografía
de Eliza nos conduce <<a la Economía Política y al liberalismo, al roman-
ticismo y al radicalismo, al marxismo y al conservadurismo>> (1992: 15).
1

22. Nos referimos, claro está, a su trabajo mismo que, como resulta evidente, está
1 1
incrustado en una cadena que sería incomprensible sin tener en cuenta el impacto de la
Revolución Industrial: las telas, imprescindibles para la confección de las camisas, sí que
1
provenían de los telares industriales, como seguramente también los salarios y el modo de
vida de los obreros que adquirían las camisas.
23. Esta es una situación muy corriente en sectores como el textil o la construcción.

44
2

LA IDEOLOGÍA ECONÓMICA
Y LA REPRESENTACIÓN DE LA SOCIEDAD

EL LUGAR DE LA ECONOMÍA EN LA SOCIEDAD

Debemos a Karl Polanyi que haya planteado como uno de los problemas
analíticos más relevantes de la antropología económica la necesidad de
averiguar y comparar el lugar que ocupa la economía en las distintas so-
ciedades no solo desde el punto de vista de las instituciones concretas
existentes, sino también desde el de la representación que de ella hacen
quienes viven en esa sociedad. Muchos antropólogos que pretendían bus-
car una respuesta a ese problema se encontraron con que la imagen que
tiene la gente de otras culturas de lo qué es la economía no se corres-
ponde con el papel inequívoco que ocupa en la nuestra.
Uno de los antropólogos que, tras investigar el sistema de castas
en la India, consideró necesario contrastar el modelo indio con el nues-
tro ha sido Louis Dumont, quien examinó el Hamo aequalis a partir
de lo que había averiguado en la India sobre el Hamo hierarchicus:
los términos en los que establece la comparación -jerarquía/igualdad y
holismo/individualismo- son el resultado de las configuraciones ideo-
lógicas que según su análisis aparecen como dominantes en cada una de
las sociedades.
Esto no significa que aislar la noción de jerarquía como eje estructu-
rante del sistema de castas no haya recibido críticas o generado contro-
versias entre los antropólogos dedicados al estudio de la sociedad india.
Por ejemplo, N. B. Dirks (1987) pone en duda que en todo momento
el dominio religioso englobe el político: las castas pueden interpretarse
también en clave política.
A su vez, la antropóloga G. G. Raheja (1988) en su etnografía sobre
«dar y recibir» en una aldea del norte de la India, cuestiona las dicoto-
mías que Dumont había establecido entre estatus y poder y entre puro

45
1'
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL
1

e impuro como claves interpretativas del sistema de castas. A partir


de su investigación llega a la conclusión de que para comprender la
estructura de las castas en la escala local resulta más relevante que
la noción de jerarquía, la de centralidad ritual, tal y como se manifiesta
en las ceremonias de nacimiento, matrimonio y muerte, o en otras ce-
lebraciones rituales agrícolas y astrológicas para evitar diversos males que
Raheja vincula a los diversos circuitos de donaciones y contradonaciones
que afectan a todas las gentes de la aldea.
También es cierto que estas interpretaciones de las castas se produ-
cen en una escala analítica diferente a la que utiliza Dumont en su análi-
sis comparativo de las categorías. Por ejemplo, cuando aplica el término
<<ideología», no se refiere a historias concretas ni quiere significar una
especie de engaño opuesto a la verdad o a la racionalidad filosófica y
científica 1• Tampoco un desarrollo secular, político o moderno del pa-
pel que habían tenido en otras épocas ciertas doctrinas religiosas, sino
que parte de la siguiente definición: <<llamamos ideología al conjunto de
las ideas y valores -o representaciones- comunes en una sociedad o
corrientes en un medio social dado>> (1977: 28). Aunque pueda resul-
tar un poco vaga frente a los datos que buscamos en las etnografías,
es inevitable que sea así, porque los elementos que Dumont reconoce
como componentes de una ideología se suelen presentar de forma im-
plícita, como si fuesen tan <<evidentes>> o «naturales>> que no necesitasen
ningún tipo de cuestionamiento o de análisis: la labor del antropólogo
radica en sacarlos a la luz.
Tanto la definición, como su vaguedad o la <<naturalidad>> -rayana
con el etnocentrismo- con que la gente acepta sus presupuestos, aproxi-
man el concepto de <<ideología>> al de <<cultura>> de la tradición antropoló-
gica estadounidense, como bien reconoce y matiza el propio Dumont:
La <<ideología>> en general es bastante semejante a lo que la antropología ame-
ricana llama <<cultura>> por oposición a <<sociedad>>, pero con una importan-
te diferencia. En efecto, para desprender la significación comparativa de la
ideología es esencial hacerles su sitio a los rasgos sociales no ideológicos,
que, en la concepción americana, caerían del lado de la <<sociedad», fuera,
por tanto, del análisis de la <<cultura» (1982: 19).

1. Dumont es tajante en este punto: la relevancia de la definición recae en su natu-


¡,,1!¡, raleza social, no en que sea verdadera o falsa. E ilustra el punto con el siguiente ejemplo:
«que la Tierra gira alrededor del Sol es una proposición científica, pero la mayor parte de
,i nuestros contemporáneos la admiten sin ser capaces de demostrarla». Así que la misma
proposición forma parte del corpus científico y de nuestra cosmogonía, de cómo nos re-
presentamos culturalmente el mundo, por lo que «se la puede legítimamente tomar como
una parte integrante de la ideología global, como un elemento que mantiene ciertas rela-
1,1 ciones con otros elementos de la ideología» (Dumont, 1977: 29).

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LA IDEOLOGÍA ECONÓMICA Y LA REPRESENTACIÓN DE LA SOCIEDAD

En otras palabras, a pesar de la aparente complicación de la formu-


lación de Dumont, si quisiéramos llevar a cabo un estudio holista de los
procesos económicos que tienen lugar en nuestra sociedad, tendríamos
que integrarlos analíticamente como un componente tanto de nuestra
sociedad como de nuestra cultura, por difusa -y a veces sin sentido-
que sea la vieja distinción funcionalista entre «sociedad>> y <<cultura>>.
A partir del contraste entre los valores de jerarquía e igualdad, Du-
mont opone la ideología holista que está presente en el sistema de castas
de la 1ndia, tal y como la estudia en su obra Hamo hierarchicus, a nuestra
ideología individualista que analiza en Hamo aequalis. ¿Qué entiende por
esos términos? Si seguimos el propio glosario que elabora como un apéndi-
su libro Ensayos sobre el Individualismo (Dumont, 1987: 277-279),
---------veremos que denomina ideología holista a aquella que valora la totalidad
social e ignora o subordina al individuo humano, concepto -el del indi-
viduo como valor- que solo cobra sentido pleno en la ideología indi-
vidualista moderna2 , que se caracteriza -como oposición al holismo-
por valorar al individuo e ignorar o subordinar la totalidad social:
En la concepción holista, las necesidades del hombre como tal son ignora-
das o subordinadas, mientras que, por el contrario, la concepción indivi-
dualista ignora o subordina las necesidades de la sociedad. Pues bien, entre
las grandes civilizaciones que el mundo ha conocido, ha predominado el
tipo holista de sociedad. Incluso da la impresión de haber sido la regla, con
la única excepción de nuestra civilización moderna y su tipo individualista
de sociedad (Dumont, 1987: 14).

Como señala la antropóloga Verena Stolcke (2001), el enfoque com-


parativo y estructural que realiza Dumont opone el individualismo -con
sus valores igualitarios- al holismo -con sus valores jerárquicos- por-
que cada una de las configuraciones ideológicas mantiene una lógica se-
mejante en la forma de relacionar los valores y las prácticas en las que
se lleva a cabo el englobamiento 3 del contrario.

2. Algunos elementos del individuo como valor aparecen en ciertos aspectos extra-
mundanos presentes en algunas religiones, fundamentalmente en el cristianismo y en el
renunciante budismo. Las sociedades medievales cristianas, como veremos enseguida, tenían
una ideología holista, sobre todo en las relaciones entre los vivos, pero, como la salvación
en el otro mundo es individual, el modelo puede considerarse un precedente del concepto
moderno de individuo: a partir del momento en que los componentes extramundanos del
<<individualismo cristiano» se convirtiesen en intramundanos (Dumont, 1987).
3. Según Dumont, al presentar un par de opuestos en una escala jerárquica, como, por
ejemplo, puro-impuro, en tanto que principios estructurantes de la casta, la relación entre
ambos se establece en términos en que el situado en la escala superior engloba a su oponen-
te. De hecho, <<Dumont entiende por jerarquía no una cadena de mando o de individuos de
dignidad decreciente, sino una relación de 'englobamiento de su contrario'» (Stolcke, 2001).

47
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

Volveremos, más adelante, a estas distinciones, pero de momento re-


sulta imprescindible exponer con una viñeta etnográfica -en este caso
histórica- en qué consiste una sociedad con ideología holista.
Tradicionalmente, muchos antropólogos para ilustrar el holismo, se
suelen referir a la Grecia de la Antigüedad, tal vez siguiendo el estereotipo
occidental de que aquellos ciudadanos griegos lo hicieron todo antes y
mejor que los demás pueblos. Por ejemplo, son muchos quienes, a partir
de las obras de Aristóteles, casi trazan una correspondencia entre los estu-
dios académicos actuales y los temas centrales de sus obras: lógica, políti-
ca, física, biología, metafísica, ética. Sin embargo, y a pesar del magnífico
título que le diera Polanyi a su célebre artículo <<Aristóteles descubre la
Economía>> (Polanyi*), lo que nos muestra Polanyi es la ausencia de eco-
nomía, o de lo que nosotras entendemos por economía, en la Antigüe-
dad: una administración de la casa, un cálculo de las equivalencias, una
distinción entre mercados externos -en Atenas, sobre todo el del gra-
no, era el principal objeto de la política exterior y del comercio de do-
naciones- e internos, pero que en ningún caso pertenecían a un sistema
de mercados formador de precios: por el contrario, los precios tenían
que ser justos y el buen ciudadano no podía ignorar que solo bajo cier-
tos mecanismos y reglas se podían obtener beneficios legítimos. Como
sobre Aristóteles y la <<economía» contamos con el magnífico análisis de
Polanyi, de lectura imprescindible para todas las interesadas, vamos a
detenernos en un estudio paralelo que mantiene ciertas continuidades
con las ideas de Aristóteles sobre el precio justo -aunque pertenezca a
una sociedad totalmente distinta-. Nos referimos al holismo presen-
te en la configuración ideológica de la Europa medieval, y del sentido
aglutinador de la caridad cristiana, cuyos orígenes ya se vislumbran en
los Padres de la Iglesia, pero que mantuvo su vigencia en los países ca-
tólicos hasta finales del siglo xvn.
Al tratar un periodo tan extenso, es importante recalcar y no olvidar
que no nos interesa analizar un segmento cronológico, sino la representa-
ción social de ciertos principios ideológicos: de ningún modo queremos
dar a entender que esa longue durée se correspondiese con que cualquiera
de las sociedades concretas hubiese permanecido estática, sin cambios,
innovaciones culturales y conflictos durante todos esos siglos. Nuestra
tarea no es realizar una historia medieval, sino mostrar cómo el marco
1111,
de referencias a partir del que la gente interpretaba su cultura formaba
1

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111
parte de una ideología holista.
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LA IDEOLOGÍA ECONÓMICA Y LA REPRESENTACIÓN DE LA SOCIEDAD

LA CARIDAD CRISTIANA FRENTE A LA USURA

Las investigaciones de los historiadores medievales van en una dirección


similar a lo que llevamos dicho hasta ahora: es cierto que los escolásti-
cos, fuese cual fuese la conjunción que hicieran de la revelación cristia-
na con su interpretación de Aristóteles\ volvieron a prestar atención al
comercio, al dinero, al valor y sus paradojas o al beneficio como forma
de riqueza; pero, como sostiene Anita Guerreau-Jalabert5 , estos elemen-
tos; tal y como se encontraban en la realidad, estaban incrustados en una
sociedad, cuya identidad quedaba englobada en el concepto de cristian-
dad6, vocablo que señalaba que la adscripción religiosa y la política eran

Los valores presentes en el sistema se basaban en unos principios de


origen religioso, pero que afectaban a la sociedad como un todo. Dichos
principios oponían la práctica de la caritas al lucro y a la usura, que solo a
veces aparecían como un componente marginal en ciertos contratos, que
dejaban claro que la ganancia <<económica» estaba subordinada a otros
valores.
¿cuál era la base de la caritas como virtud teologal y por qué legiti-
maba la prohibición o la restricción de la usura 7 ?, ¿por qué encontramos
en la caritas el fundamento del rechazo a la obtención de riqueza me-
diante el cobro de intereses en los préstamos de dinero?, ¿qué matices se
desarrollaron para aceptar una proporción justa -el precio justo- del
interés?, ¿qué significaba caritas 8 para la cristiandad?

4. No existía ninguna continuidad con la Grecia clásica. Los escolásticos vivían en


una sociedad bien distinta a la del filósofo.
5. Agradezco a la historiadora del CNRS Anita Guerreau-Jalabert la paciencia con
la que me explicó la relevancia de la caritas en la sociedad medieval. También a Ana Ro-
dríguez, del CSIC, por introducirme en los fascinantes trabajos de los historiadores del
Medievo, por pasarme investigaciones que pensaba que me podían interesar y por acertar
siempre.
6. Los judíos tenían un estatuto especial. La coexistencia de las tres religiones en
los reinos ibéricos es un caso particular, que ya hemos tratado en otro lugar (Moreno Fe-
liu, 2010b).
7. La usura -de la que en el Medievo se solía hablar en plural- no es sinónimo
de interés ni de beneficio, sino del lucro relacionado con el préstamo del dinero, porque,
como señala Le Goff (1987), la usura aparece cuando no hay producción o transformación
material de bienes concretos, en una concepción según la cual el dinero es considerado
infecundo. Santo Tomás de Aquino, en la misma línea que Aristóteles, afirma: «la moneda
fue inventada principalmente para los intercambios; de manera que su uso primero y pro-
pio es ser consumida, gastada en los intercambios. Por consiguiente, es injusto en sí recibir
un pago por el uso del dinero prestado; en eso consiste la usura» (Le Goff, 1987: 41-42).
8. A veces existe cierta confusión sobre si el término agape -para referirse al amor-
sería intercambiable por el latino caritas (o su versión helenizada charites). En los textos
medievales y renacentistas que hemos manejado la virtud se denomina caritas. También
en la Inglaterra reformada, la Biblia del rey Jaime no utiliza agape, sino caritas. Por otra

49
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

Carecemos de diccionarios medievales, pero dado que, según los his-


toriadores, la representación ideológica del orden social de la que la ca-
ritas es un valor fundamental se mantuvo en los países católicos hasta
finales del xvn, podemos indicar la definición que da Covarrubias en el
primer diccionario de la lengua castellana (1611):

CARIDAD, latine charitas, vale dilección, amor, según algunos, haziendo dife-
rencia de la dicción escrita con h, aspiración o sin ella, charitas ve! caritas.
Según los teólogos, charitas est rectissima animi affectio qua diligitur Deus
propter se, et proximus propter Deum. Vide Sanct. Thom. 3 Sententiarum
dist. 27 9 • También se toma vulgarmente caridad por la limosna que se haze
al pobre, a la cual nos mueve el amor y la compassión del próximo, en orden
a Dios, como está dicho.

La medievalista francesa Anita Guerreau-Jalabert considera que la ca-


ridad, cuyos inicios se situarían en la patrística, fue la virtud por exce-
lencia durante varios siglos. Su vigencia en los países que mantuvieron el
credo católico -desde la época de Lutero, las confesiones protestantes
seguirían otros derroteros- se extendería hasta el siglo xvn. Como re-
presentación ideológica de la sociedad, la caridad se articulaba a partir
de los tres principios teológicos siguientes: en primer lugar, la caritas es-
tablecía una ecuación con Dios (Deus est caritas)1°; en segundo, la caritas
como don que partía del Espíritu Santo era gratuita 11 y universal. Por
último, la caridad era una virtud relacional, que se basaba en el vínculo
que une a Dios con los hombres 12 , y que, por tanto, ocupa un lugar cen-
tral tanto en la teología cristiana como en la organización social, porque
moldeaba las relaciones entre Dios y los hombres y entre los hombres
y su prójimo. La primacía que, desde el punto de vista antropológico,
tiene la caridad frente a las otras virtudes teologales -fe y esperanza-

parte, la evolución del término en castellano no deja dudas sobre el origen de la palabra
caridad.
9. Es decir, Covarrubias se apoya en Tomás de Aquino para definir teológicamente
la caridad como la disposición para amar a Dios y al prójimo, en el mismo sentido que
expondremos en el texto.
10. La idea aparece ya en la primera Epístola de Juan (4, 8 y 4, 16) o en san Agustín.
11. Gratuita, de gracia, en el sentido que le da Covarruvias como «el beneficio que
hazemos o que recebimos, y assí dezimos: Yo os hago gracia de tal y tal cosa; y el que recibe
;:1 la gracia la acepta por tal. Oponese en cierta manera a justicia, porque lo que yo os saco
'1¡:¡1 por justicia y tela de juycio, ni grado ni gracias». Es decir, la gracia, que se obtiene porque
1¡1 sí, tiene un código no solo distinto, sino opuesto al de la justicia que se obtiene como parte
1
de un derecho reconocido. Universal porque el cristiano -término que, como valor, en el
Medievo sería similar al moderno de ciudadano- tendría que practicar la caridad con
:,¡,1' todos sus prójimos, incluidos sus enemigos.
12. Como se manifestaría en la encarnación que sería un don gratuito del Hijo por
,¡'11 el Padre y un don de Cristo por sí mismo.
1

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50
¡l,l¡
,!
LA IDEOLOGÍA ECONÓMICA Y LA REPRESENTACIÓN DE LA SOCIEDAD

proviene de este carácter de establecer relaciones con todo el prójimo,


de forma que su práctica afecta a toda la sociedad cristiana.
Como consecuencia, la caridad se convirtió, según la formulación de
Guerreau-Jalabert, en la madre de todas las virtudes cristianas 13 , porque
<<el amor de todos por todos que circula entre los hombres por interme-
dio de Dios» (2000: 34) llegaría a ser uno de los principios aglutinantes
no solo para los teólogos, sino para la sociedad como un todo.
La caridad estructuraba principios sociales de los que emanaban mu-
clias normas de comportamiento, que, pese a su extraño sonido para los
oídos modernos, configurarían las instituciones clave o más relevantes
para acercarnos a aquella sociedad holista, en la que lo político, lo reli-
L---------gloso y lo económico formaban un todo indiferenciado.
Ahora bien, no hemos de presumir que la articulación social siguie-
se un principio monolítico, porque sin abandonar su lugar central, en
distintos momentos controvertidos aparecieron nuevos elementos que
ampliaban la concordancia entre el horizonte ideológico y las innova-
ciones sociales. Por ejemplo, como ha señalado Le Goff (1985, 1987),
en el siglo XIII se introdujeron grandes cambios en la noción de pecado, en
la práctica de la confesión o en el propio nacimiento del purgatorio, que
permitieron que, desde los valores ideológicos que daban consistencia al
sistema, se tolerase o se abriese un camino ambiguo para expiar los peca-
dos relacionados con ciertas formas de lucro o con el cobro de intereses.
En la práctica se trató de una aproximación que mitigaba las dificultades
que suponía para los comerciantes coordinar los valores cristianos con la
organización de las nuevas rutas y el surgimiento de nuevas instituciones
del comercio, como las ferias, la banca y los monopolios mercantiles de
las ligas germanas o de las ciudades italianas. La introducción de nuevos
matices sobre el precio justo permitiría negociar y cobrar intereses sin
que se resquebrajase el peso de la caridad.
La caritas entraba de lleno en el día a día de las instituciones a través
de las cuales circulaban los bienes más relevantes. Por ejemplo, entre las
prácticas derivadas de la caridad hemos de contar tanto la limosna, cul-
tivada a gran escala durante todo el periodo, como la inmensa cantidad
de riqueza, en su sentido del poder ejercido sobre los hombres -tie-
rras y siervos-, que en forma de fundaciones se transfería a iglesias y
conventos, en gran parte como donaciones pro anima 14 • De la ecuación

13. Caritas enim causa est et mater omnium virtutum (Pedro Lombardo, Senten-
tiae, III, 23, 9) o caritas est mater omnium virtutum et radix, inquantum est omnium vir-
tutum forma (Tomás de Aquino, Summa theologica 1-2 q. 62, a. 4). Ambas citas proceden
de Guerreau-Jalabert (2000: 36).
14. Es decir, desde el punto de vista del donante lo que se pretende con estas grandes
donaciones es salvar su alma y la de sus familiares en la otra vida, anticipando su salida del

51

......
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

establecida entre la caritas y Dios -como ya habíamos señalado, Deus


est caritas- se sigue que al ejercitarse entre los hombres, por medio de
la limosna a los pobres o las fundaciones, la caritas se convertía en el
agradecimiento a Cristo que un inferior le debía por los beneficios re-
cibidos, es decir, en una relación antidoraP 5 • De forma que la caridad
1

1 hacia el prójimo recalcaba simultáneamente el carácter jerárquico de la


11!1¡ relación y la transferencia de gran parte de los bienes a su representante
en la tierra, es decir, a la Iglesia. Las donaciones a los santos seguían las
mismas reglas.
illl!
De esta forma, la caritas con el prójimo, practicada por señores y re-
yes, pero también por el común de la gente; ponía en manos de clérigos,
obispos o abadesas, como especialistas de oficio, la producción, admi-
nistración y redistribución de gran parte de las riquezas que circulaban
por toda la sociedad: desde el cuidado y atención de huérfanos, pobres,
peregrinos y enfermos, a su papel de intermediarios y mediadores en con-
flictos, o a su ejercicio de administradores de las grandes fundaciones que
configuraban lo más parecido en aquel mundo a las corporaciones de
negocios actuales -abadías, monasterios, catedrales e iglesias-:

La circulación privilegiada de las limosnas a través de la institución eclesiás-


tica (o de fundaciones estrecha y notoriamente asociadas a ella) se apoya
en la equivalencia entre Cristo, Iglesia y pobres [... ] La iglesia en la tierra,
·:~¡ representante de Cristo que la ha engendrado en la cruz; a los clérigos, de-
bido a su renuncia a las riquezas materiales y a su opción de pobreza volun-
taria a imitación de Cristo, se los define como pauperes Christi 16 • Por eso,
todo don a la Iglesia es a la vez don a Cristo y a los pobres; lo que quiere
decir que se concibe como limosna (Guerreau-Jalabert, 2000: 53).

1!:" Aunque no vamos a detenernos en la relación que establece Le Goff


11[11
(1985, 1987), entre el nacimiento del purgatorio y la usura, sí queremos
señalar que el abandono de la polaridad cielo-infierno, al adoptarse en
el siglo XIII una posición intermedia y pragmática -el purgatorio-, per-
;'111 mitió encontrar una solución a los pecados más graves, entre los que se
:~1
i',¡¡
contaba la usura en su doble faceta: los usureros pecaban contra Dios
al robar o apropiarse del tiempo, que era un don divino y gratuito, pero
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también contra su prójimo por cobrar intereses en una comunidad de
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hermanos. Es imprescindible entender que el pecado del usurero -robar
el tiempo que pertenece a Dios y al prójimo- equivale a la pretensión,
1 !'
1
1

111

Il purgatorio. A partir del siglo xm los comerciantes de los burgos que se habían enriquecido
continuarían la tradición de las grandes familias nobles y harían enormes provisiones a las
fundaciones.
15. Véase su definición más adelante, en el epígrafe titulado «La amistad, la antidora
111':¡'11 1 \'
y la jerarquía».
1
16. Es decir, los pobres de Cristo.
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1: i
LA IDEOLOGÍA ECONÓMICA Y LA REPRESENTACIÓN DE LA SOCIEDAD

saltándose la economía moral, de controlar y dominar a los otros (Mo-


reno Feliu, 2010a): a pesar del aura abstracta que lo rodea, el tiempo
-entonces y ahora- es una variable fundamental para calcular el in-
terés.
Por otra parte, como del purgatorio solo se saldría hacia el cielo, su
existencia de estado liminal reforzaba la unión entre piedad familiar y
caridad: los vínculos entre los miembros difuntos de una familia y los
vivos dejaban en manos de estos últimos las obligaciones de parentesco
-en fo;ma de limosnas y donaciones a la Iglesia- que permitieran a
sus parientes salir del purgatorio.
Ni)lúe decir tiene que esas riquezas inmensas, puestas en circulación
a partír de la caritas, también generaban enormes tensiones y conflictos,
que se manifestaban con el mismo carácter holista que encontramos en
la sociedad de la que surgían 17 • Del mismo modo que la caritas partía de
una situación jerárquica y legitimaba la desigualdad, si esta sobrepasa-
ba las proporciones adecuadas, también daba argumentos a la economía
moral para legitimar las revueltas y motines de la multitud. De cuando
en cuando -aunque, a menudo, coincidía con épocas de hambrunas,
tras malas cosechas, pestes o guerras- surgían grupos sociales que cues-
tionaban la santidad o la legitimidad de que la Iglesia institucional, regi-
da por los pauperes Christi oficiales, fuese cada vez más poderosa frente
a los príncipes, frente a los clérigos de a pie o frente a la multitud de
desposeídos. La historia medieval está llena de enfrentamientos entre mo-
narcas y señores con los eclesiásticos, así como de los numerosos seguido-
res de movimientos disidentes medievales, nacidos de distintas interpre-
taciones de la doctrina cristiana, que buscaban entre sueños milenaristas
una parusía que reparase las desigualdades desproporcionadas existentes
entre los distintos estamentos de los hijos de Dios. La caritas en su face-
ta de principio estructurante estaba tan presente en la poderosa Iglesia
como en los movimientos de resistencia de los descontentos por la falta
de equidad tras las -según ellos- poco evangélicas apropiaciones de
los bienes repartidos graciosamente entre todos los hermanos en Cristo
(Stock, 1987; Cohn, 1985).
Sin embargo, la propia Iglesia también sabía canalizar esta tensión
a su favor. En los momentos en los que de verdad se ponía en tela de
juicio su poder, por ejemplo, en el siglo XIII, la asimilación y el respal-

17. Desde un punto de vista <<moderno» estas luchas medievales serían inclasifica-
bles: hablaban de la resistencia política, de la redistribución de la riqueza o de las eleccio-
nes morales en términos que para nosotras evocan una extraña mezcolanza de escato-
logía cristiana, interpretaciones de preceptos religiosos, regulaciones gremiales, jerarquías
políticas o un acceso desigual a los recursos derivado de las reglas de parentesco, de las de
herencia y de la ideología del género.

53
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

do a figuras carismáticas próximas a los disidentes -pensemos en san


Francisco de Asís y sus seguidores mendicantes- lograba que los fieles
volviesen al redil. San Francisco rechazaba la riqueza eclesial y preten-
día vivir bajo la pobreza que predicaba el evangelio; pero el resultado
mundano de su orden ilustra lo que Max Weber había llamado la para-
doja del ascetismo: un tipo de movimientos que acaban por generar la
riqueza que rechazan (Max Weber, 1984).

LA AMISTAD, LA ANTIDORA 18 Y LA JERARQUÍA

Llegados a este punto, estaría bien que diésemos un paso más en la con-
textualización de la caritas para adentrarnos en esa serie de principios
que, utilizando un lenguaje religioso, estructuraban las relaciones de po-
der y sus resortes en las instituciones jurídico-político-morales. En un
fascinante libro sobre la gracia en el campo del derecho, el historiador
portugués Antonio Hespanha (1993) señala cuáles eran las palabras cla-
ve del momento, para usar la expresión de Raymond Williams, es decir,
aquellas que poblaban los discursos cultos sobre la sociedad. A menudo se
trataba de lecturas que hicieran los escolásticos a partir de las definiciones
de Aristóteles, pero su campo semántico -la gracia como argamasa de las
relaciones sociales- era una versión cristiana de las siguientes nociones:
amistad (amicitia), liberalidad (libera/itas), caridad (caritas), magnificen-
cia (magnanimitas), gratitud (gratitudo) y servicio (servitium). ¿Qué sig-
nificaba la amistad o, más bien, cómo afectaba la relación <<ser amigo
de>> en las transacciones con interés o préstamos? ¿cómo se oponía la
gracia al interés o a la usura?
En su análisis de un texto de mediados del xvn, Tratado de mutuo y
usura, obra de un oscuro y anónimo moralista sevillano, el jurista B. Cla-
vero (1991: 7-11) encuentra un perfecto resumen de cómo se aplicaba
la doctrina en lo que serían los últimos tiempos de la Escolástica hispa-
11¡(' na. La importancia de este manuscrito radica en que, al tratarse de unos
'i
apuntes o notas para elaborar discursos, desvela cuáles eran las reglas
1

que se tenían en cuenta y cómo las normas prestatarias quedaban supe-


ditadas a otro tipo de derechos. La obra representa también el fin de la
época de la cristiandad, ante la división en distintas iglesias de lo que
había sido en todo Occidente una unidad. Por otra parte, la expansión

18. Antidora, significa, como señala María Moliner, «la obligación natural de corres-
ponder a los beneficios recibidos». Una de las mejores explicaciones de en qué consistía la
antidora la formularía con toda precisión don Quijote al liberar a los galeotes: <<De gente
bien nascida es agradecer los beneficios que resciben y uno de los pecados que más a Dios
ofende es la ingratitud» (Clavero, 1991: 189).

54
iJI¡
.......
LA IDEOLOGIA ECONÓMICA Y LA REPRESENTACIÓN DE LA SOCIEDAD

colonial y la práctica mercantilista de la época hacía apremiante una solu-


ción mundana de la regulación de préstamos, intereses y las limitaciones
a la usura, que ya no se expresaría en lenguaje religioso.
Pero no nos adelantemos. En principio, según el opúsculo, había usu-
ra cuando existía lucro en los contratos llamados de mutuo, es decir, de
préstamo. Conviene destacar -por los saltos en el tiempo- que esta
misma característica ya la había señalado Le Goff para el siglo xm: <<en
el caso del préstamo a interés, en el caso del mutuum, hacer producir
dinero al dinero prestado es ir contra la naturaleza» (Le Goff, 1987: 42).
Pero <<si el locro no se da inmediatamente por el mutuo, sino por amistad
o agr#miento, no es usura» (Clavero, 1991: 8). Es decir, por usura
no se entendía una regla objetiva que definiese cuándo la tasa de interés
dejaba de ser <<aceptable» para convertirse en usura, sino que se detecta-
ba la presencia de usura cuando el prestamista tenía la intención mental
de obtener ganancias a partir del mutuum 19 •
Con las mismas cifras no habría usura si mediaba la amistad o la gra-
cia, aunque hubiese lucro. Y, como señala Clavero, a la inversa: <<Sin gra-
titud ni amistad, sin su clase de libertad, todo es usura» (1991: 8).
Nos movemos en un terreno extraño y tenemos muchas lagunas,
pero esta nueva interpretación de la lógica inherente a la caridad -con
obligaciones parejas, como veremos, a las del don de Mauss- nos da
nuevas pistas para entender el uso de términos que nos son familiares
-amistad, amor, gracias, préstamo-, pero que cuando los autores de
la época los combinan para describirnos su papel en el interés o en la
usura -lo que Clavero llamaría la gramática de la caridad-, nos resul-
ta dificilísimo entender de qué nos hablan.
Así, para poner un último ejemplo de una época medieval anterior,
pero que concuerda con el texto analizado por Clavero, en bastantes

19. Esta visión de la usura en la que la intención está por encima del precio al que se
había hecho el préstamo, no es más que una extensión de los cambios en la confesión y en
la noción de pecado que, según Le Goff, se habían introducido en la Iglesia a partir de la
obligación, acordada por el IV concilio de Letrán (1215), de que todo cristiano confesase
una vez al año, en Pascua Florida. A partir de entonces se introduce, junto con el purgato-
rio, una nueva justicia penitencial: el penitente debe realizar un examen de conciencia,
es decir, explicar su pecado aportando datos sobre todas las circunstancias (familiares,
sociales, profesionales e intencionales) y el confesor debe conseguir el reconocimiento, la
contricción del pecador, es decir, que el penitente distinga los grados de gravedad de los
distintos pecados: «Los pecadores que mueran en estado de pecado mortal irán al lugar
tradicional de la muerte, del castigo eterno, el infierno. Aquellos que mueren cargados
solo de pecados veniales pasarán un tiempo más o menos prolongado de expiación en un
lugar nuevo, el purgatorio, y una vez purificados, purgados, abandonarán el purgatorio
para entrar en la vida eterna, el paraíso ... a más tardar en el momento del juicio final>>
(Le Goff, 1987: 17). En los exempla de confesiones, analizados por Le Goff, los casos de
usura ocupan un lugar primordial.

55
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

lugares, los contratos de préstamo (mutuum) no solo no mencionan el


interés, sino que -independientemente de lo que ocurriese en la reali-
dad20- se presentan como mutuum gratiae et amoris, causa veri mu-
tui et amoris, racione amicabilis mutui. Estas fórmulas, como señala
Guerreau-Jalabert, que <<permiten definir el préstamo como gratuito>>
(2000: 61, nota 67), nos están indicando que las relaciones descritas no
son equiparables a lo que nosotros llamamos un préstamo ni al interés
que tendríamos que pagar como precio del dinero. Lo que aparece en
la práctica es la existencia de una jerarquía de valores que subordina-
ba ciertas reglas, precisamente aquellas que a partir de nuestro presente
ideológico interpretaríamos como <<las de verdad>> por parecer las más
<<económicas>>, a otros campos normativos, como, por ejemplo, el de la
antidora estudiado por Clavero.
Ahora bien, regresemos a la pregunta inicial: ¿A qué se refieren los
escolásticos cuando hablan de <<amistad>>?
En principio, por amistad (amicitia), siguiendo a Aristóteles (20 10} 21 ,
hemos de entender los vínculos políticos entre aliados, es decir, aquellos
que no se basaban en la violencia. La naturaleza política de la amistad
radica en que fundamenta y puede legitimar tanto las relaciones relevan-
tes para el funcionamiento de un gobierno, como todas aquellas que se
dan entre personas que ocupan lugares desiguales en la jerarquía social,
:~1
:1111 como, por ejemplo, gobernante y gobernado, padre e hijo, marido y mu-
,¡1111
li, jer o benefactor y beneficiado. Se trata de relaciones muy extendidas en
unas sociedades en las que, desde Aristóteles, como señala Hespanha

20. Bien pudiera ocurrir que la fórmula que recalca que el préstamo (mutuum) se ba-
saba en la gracia y en el amor o en la amistad para no incurrir en usura, resultase una tapa-
dera que ocultase que el prestamista cobrase intereses. Porque de las prohibiciones expresas
no se sigue que no hubiese transgresiones: un ejemplo sería el adulterio, prohibido, pero
probablemente practicado. Por otra parte, existían muchos matices que impedían el recha-
zo universal del beneficio. Es muy ilustrativo el inicio de la exposición de Tomás de Chob-
ham sobre la usura, que transcribe Le Goff: «En todos los otros contratos puedo esperar y
recibir un beneficio (lucrum), pues si te he dado algo, puedo esperar un contra-don (anti-
dotum), es decir, una réplica del don (contradotum), de modo que puedo esperar recibir,
puesto que yo fui el primero en darte. Lo mismo ocurre si te di en préstamo mis vestiduras
o mis muebles, y entonces puedo recibir por ellos un precio. iPor qué no ocurre lo mismo
si te di en préstamo dinero mío (denarios meas)?». Le Goff le responde: «Todo está allí:
11

!1!
'11
esa es la concepción del dinero en la doctrina y la mentalidad eclesiásticas de la Edad Me-
,1,

1111
dia, condición que constituye la base de la condenación de la usura» (Le Goff, 1987: 27).
11!11
Lo cierto es que carecemos de datos sobre este último periodo. Si el análisis no fuese
sobre los principios, estableceríamos muchas distinciones temporales y regionales en la
larga historia de la prohibición de la usura: sabemos que muchos de los prestamistas no
eran cristianos, sino banqueros judíos; pero también que en el siglo xvn había muchos cris-
tianos cada vez más metidos en el comercio y en la expansión mercantilista.
21. Los aspectos de la amistad en Aristóteles que estamos analizando en estas páginas
'1 provienen de la Ética a Eudemo (el Libro VII trata de su naturaleza política y de la amistad
desigual) y de la Ética a Nicómaco.
' 111'

56

1~
111'11'11

,,,,.1,¡1:
LA IDEOLOGÍA ECONÓMICA Y LA REPRESENTACIÓN DE LA SOCIEDAD

(1993: 157), <<la amistad desigual -más la estructura conceptual y el


código de comportamiento que de ella derivan- inspiran más o menos
directamente todas las formas cultas de imaginar las relaciones de pa-
tronazgo y clientela desde la Edad Media hasta nuestros días» 22 .
El sistema se articulaba en torno a la idea de que la desigualdad je-
rárquica no superase ciertas proporciones, de tal forma que las políticas
concretas procedentes de los intercambios sociales lograsen resultados
armónicos para el orden social establecido. La representación ideológica
del principio motor, la caridad, legitimaba la jerarquía porque se basaba
en la desigualdad entre Dios (y su representante, la Iglesia) y los hom-
bres, .~imétcaen entre quien da la limosna y quien la recibe, que
queda obligado a responder con gratitud al beneficio recibido: el código
de la antidora establecía, por una parte, que todos los hombres estaban
obligados a Dios y a la Iglesia; por otra, que los inferiores debían corres-
ponder con gratitud a sus superiores.
La amistad desigual se expresaría en las virtudes apropiadas, en fun-
ción de la posición social que se ocupase en la relación. Así, la parte supe-
rior tendría una conducta basada en la liberalidad (liberalitas)-caridad
(caritas)-magnificencia (magnanimitas) con un amigo inferior, que se vería
obligado a corresponder con la gratitud (gratitudo) o el servicio (servi-
tium). La variación más importante introducida por la Escolástica cris-
tiana frente a la descripción aristotélica de las virtudes en la polis es que
la caridad toma el relevo de lo que en el mundo clásico había sido la
virtud de la liberalidad (como justo medio aristotélico), y su refuerzo,
la magnificencia.
Lo que resulta interesante es que todas estas prestaciones-contrapres-
taciones en torno a las relaciones sociales, la jerarquía y sus virtudes -ya
se trate del don, de la gratitud o de la retribución- estuviesen sujetas a
distintos códigos de regulación, es decir, configuraran, como dice Hes-
panha, un orden, aunque «falta por considerar mejor la naturaleza del
mismo y su relación con el orden del derecho».
Contamos, para reforzar todo lo dicho hasta ahora con la <<gramáti-
ca de la caridad» que nos brinda B. Clavero (1991: 187-189) en su análisis
de la antidora. A partir de la caridad -ese amor común equivalente a
Dios- se establecen, por medio de la gracia, unas relaciones asimétricas:
ya fuese en la amistad, en los vínculos con los príncipes o con los seño-

22. El problema de cómo tasar la equivalencia de las prestaciones y contraprestacio-


nes en una relación de amistad desigual se resuelve, según Aristóteles, estableciendo una
proporción según la posición social que se aplicará de distinto modo al tipo de amistad: en
la amistad virtuosa se mide la intención, pero el inferior tendrá que amar más que el supe-
rior; en la amistad por interés, los resultados materiales se contrapondrían a la sumisión
polftica del inferior.

57
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

res, los inferiores tenían que corresponder, pero nunca podrían alcanzar
la equivalencia. Ya se expresase en términos de amistad, de parentesco
-con la familia doméstica o la religiosa- lo que se desprende es una
sociedad <<de patronazgos y clientelas>>, en la que <<Mercado y Estado,
con la singularidad de las mayúsculas, ni siquiera están en el horizonte
de esa cultura>> (ibid.: 194 ). Puede, como señala Clavero, que todo el
sistema nos suene a la práctica del clientelismo23 , del <<amiguismo>> o sim-
plemente de un intercambio de favores que desde la perspectiva actual
denominaríamos corrupción política, pero no nos confundamos porque
<<puede que materialmente representen unas conductas similares, pero
históricamente no conforman unas mismas realidades. No se las puede
equiparar. Son dos sistemas distintos. [... ]Tampoco se ha asistido a la con-
cepción y gestación de novedades económicas, ya se diga globalmente
del capitalismo, ya concretamente de su elemento bancario. Entre uno
y otro sistema habría ulteriormente de producirse una sustitución, gran
transformación o simple revolución que a su vez se diga>> (ibid.: 195).

LA RUPTURA MODERNA: IDEOLOGÍA ECONÓMICA E INDIVIDUALISMO

Las últimas palabras de Clavero -llenas de guiños a Polanyi- nos intro-


~1'
j¡i, ducen en un nuevo problema. Ya nos miremos en el pasado de la caritas,
11<1! en el espejo de la jerarquía india, o en cualquier otra de las sociedades que
llamemos holistas, lo que vemos no se parece en nada a lo que encontra-
mos entre nosotros. Ni los principios estructurantes, ni la predominancia
que ocupa la economía en nuestra sociedad, ni el modelo de hombre -el
individuo- parecen tener una continuidad clara con los modelos ante-
riores. Toda sociedad reconoce la existencia de individuos empíricos; la
novedad de la que habla Dumont proviene de considerar a ese individuo
como un valor moral, independiente, autónomo, como si fuera una mó-
nada leibniziana:

Corrientemente designamos mediante la expresión <<hombre individual» (o


«individuo>>) dos cosas muy diferentes que es absolutamente necesario dis-
tinguir:
1) El sujeto empírico de la palabra, el pensamiento, la voluntad, mues-
tra representativa de la especie humana, tal como se encuentra en todas las
sociedades.
'1¡1'1'1
2) El ser moral, independiente, autónomo y, por ende (esencialmente)

~ no social, tal como se lo encuentra ante todo en nuestra ideología moderna


del hombre y de la sociedad (Dumont, 1982: 19).

23. Puede resultar interesante la lectura del artículo de Joan Frigolé sobre el caci-
il¡l quismo (Frigolé*).
11¡

1 '1.¡1¡ 58
: 111['1

..&
LA IDEOLOGÍA ECONÓMICA Y LA REPRESENTACIÓN DE LA SOCIEDAD

Ese individuo en el segundo sentido de Dumont, que maximiza, si-


gue estrategias y representa la esencia del ser humano, no deja de ser una
representación ideológica propia de nuestra cultura del presente, frente
a la que, como decía Wolf, <<los individuos de la vida real, que pueblan
los distintos escenarios culturales que conocemos, se construyen distinti-
vamente a partir de ancestros, padres, parientes, hermanos, modelos de
rol, espíritus guardianes, animales poderosos, memorias anteriores a su
nacimiento, sus propios sueños, espíritus reencarnados o dioses que se
asiéntan en sus cabezas y les conducen como si fuesen jinetes divinos>>
(Wolf, 1988: 760); o, como ya había advertido Dumont en su libro sobre
las cas~<lo hombres no han dejado de ser seres sociales el día en que
ellos se han concebido de una manera contraria>> (Dumont, 1970: 302).
La representación ideológica de nuestra propia sociedad es el resul-
tado de un largo proceso, detalladamente estudiado por Dumont, en el
que por primera vez se habría segregado lo religioso, lo político, lo mo-
ral y lo económico de lo que había sido una sociedad holista, un todo
social indiferenciado. ¿cómo se produce el proceso?, ¿quiénes o qué nos
indica que algunos cambios marcaban una dirección ideológica?
Para averiguarlo, en su libro Hamo aequalis, Dumont analiza el sur-
gimiento de la categoría económica en las obras del fisiócrata francés
Franc;:ois Quesnay (la economía); del filósofo empirista inglés John Locke
(emancipación de lo político e individuo posesivo); del polemista satírico
Bernard Mandeville (economía y neutralidad moral); de quien muchos
consideran el primer padre, por algo se llamaba Adán, de la economía,
aunque fuese profesor de moral, Adam Smith (la teoría del valor-traba-
jo), y del filósofo, sociólogo, economista político y activista Karl Marx
(su teoría sociohistórica).
Sin embargo, la preocupación de Dumont no se centra en los auto-
res, sino <<en las sucesivas configuraciones de ideas. Una configuración
estudiada en un autor particular puede que no sea especial de él, puede
que la haya tomado de otra fuente; ello solo afectaría secundariamente
al argumento en la medida de que lo que se trata en primer lugar es de
la configuración en sí misma>> (Dumont, 1982: 52).
Es decir, no se trata de dar un repaso, a la manera de un manual
escolar, a los pensadores enumerados ni de buscar una anticipación y
una coherencia inexistentes en los propios autores en el momento en que
escribían. La propuesta intelectual de Dumont consiste en explorar, des-
de sus primeros indicios, cómo se ha configurado esa ruptura que al cabo
se ha convertido en nuestra peculiaridad cultural, con el fin de que lo-
gremos entender -como antropólogas interesadas en la comparación
entre sociedades- por qué nuestra sociedad considera que el <<indivi-
duo>> o el <<mercado>> son tan <<naturales>>, que llevan <<toda la vida>> entre
los humanos.

59

&.
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

Por ejemplo, en el análisis que Dumont realiza de Locke (1982: 71-82)


nos encontramos con una doble novedad en torno a la nueva configura-
ción social del individuo, aunque esa novedad esté rodeada de un vago
entramado teísta de lo social.
La primera innovación que podemos distinguir es la ligazón que el
filósofo establece entre el individuo y su capacidad de ser propietario 2\
lo que llevaría a varios autores a hablar en Locke del <<individuo posesi-
VO>>. Pero el fundamento de la propiedad -aquí está la segunda e impac-
tan te novedad- es el trabajo, no las necesidades:

Basar un derecho en las necesidades de la persona procede de una idea de


justicia social o distributiva; basarlo en el trabajo de la persona procede
de una idea del individuo como una entidad contenida en sí misma, me-
tasocial. En los dos casos podemos hablar de un derecho, pero el derecho
remite, respectivamente, a un principio social o a un principio individual
(Dumont, 1982: 76).

La sociedad en Locke se presenta como el terreno de interacción de


los derechos privados de los individuos frente al Estado: el Gobierno es
limitado y existe solo por el consentimiento de los gobernados. ¿cuál
•1
.,,,!1 es el fundamento de ese consentimiento? A pesar de que considera la
:111
religión un asunto privado, su teísmo avala que los hijos de Dios puedan
:111 vivir como hermanos según la razón, porque la sociedad es una socie-
,1~: :! dad de hermanos, cada uno individualmente con derecho a la propiedad
'1
como hijo de Dios.
Dumont considera que la posición de Locke encierra un dilema: los
hombres son libres para seguir sus propios intereses como individuos; pero
Dios representa la única garantía para que no surjan conflictos entre ellos:

Para Locke era posible una sociedad compuesta por una yuxtaposición de
individuos abstractos solo porque en los límites concretos de la sociedad
podría subsistir la moralidad, dado que la cristiandad garantizaba el indivi-
duo como ser moral (Dumont, 1982: 59).

Cuando Adam Smith se enfrenta al mismo problema, vuelve a surgir


la misma dificultad. En Teoría de los sentimientos morales (1997) desa-
rrolla la idea de que la gente convive en sociedad porque depende de
111
la consideración de los otros: la configuración del yo individual surge
1 de unos espectadores externos que buscan acomodarse a los deseos di-
vinos. Esta es la razón por la que muchos autores identifican la <<mano
11 '
invisible del mercado>> con la providencia.

24. Aunque en Locke el concepto de «propiedad» tiene todavía muchas «limitacio-


11
nes» si se compara con lo que sería años más tarde (Congost, 2007).

60

al
¡1!¡
11 !¡
'1
LA IDEOLOGÍA ECONÓMICA Y LA REPRESENTACIÓN DE LA SOCIEDAD

Sin embargo, esta ligazón teísta entre los individuos no se manten-


dría mucho tiempo: desaparecerá al adentrarnos en el siglo XIX, como
constataría Nietzsche al registrar la muerte de Dios. Después de Locke o
Adam Smith ya no volvemos a encontrar los valores morales que crean
yínculos sociales garantizados por un Dios al que, como ironiza el an-
tropólogo Eric Wolf, <<se ha enviado al retiro y -según se dice- vive
felizmente en Buenos Aires>> (1988: 755).
A partir del siglo XIX, el nuevo artificialismo político resultante de
représentar la vida política como si no tuviese su fundamento en lo so-
cial, sino en la atomización individual, dejará la idea de sociedad subsu-
mida en ~ncepto de nación; o más bien, se concibe que la sociedad
de individuos y del mercado queda encarnada en los valores y proyec-
tos de la nación-Estado.

EL FETICHISMO DE LAS MERCANCÍAS.


EL LIBERALISMO ECONÓMICO COMO UTOPÍA Y LA ÉTICA PROTESTANTE

Como hemos visto hasta ahora, la mayoría de los investigadores están


de acuerdo en que Inglaterra fue el primer país en el que surgió tanto
el sistema como gran parte de su configuración ideológica. Fuesen cua-
les fuesen los cambios paulatinos que favorecieron su génesis, hemos de
estar de acuerdo con el economista Douglas Dowd (2000: 3-16) en que,
una vez puesto en marcha, el proceso fue muy rápido: antes de 1750,
podríamos identificar, sabiendo lo que venía después, algunos elementos
que nos indicarían de forma embrionaria la presencia de lo que sería el
capitalismo e incluso la de unos intérpretes que, poco después llamaría-
mos economistas. Cincuenta años más tarde, hacia 1800, el capitalismo
industrial en Inglaterra era un fenómeno irreversible.
Otros investigadores que se centran en el análisis de la ruptura, como
Tribe (1977), sitúan la consolidación en el primer tercio del XIX, cuando se
produce un declive de los precios agrícolas frente a la pujanza industrial.
Muchos autores (tanto economistas liberales como aquellos marxis-
tas que establecen una relación causa-efecto entre la base y la superestruc-
tura) defienden un determinismo tecno-industrial que considera que las
innovaciones y cambios materiales aportados por la llamada Revolución
Industrial fueron los factores desencadenantes del proceso; otros inves-
tigadores, que rechazan expresamente el determinismo económico, se
han interesado, como hemos visto, en la ideología social tal y cómo
se ha manifestado a partir de los cambios que dejaron atrás la ideología
holista, y otros, en las luchas y conflictos históricos generados por los
antagonismos entre distintos sectores sociales. De todas las controver-
sias existentes hemos decidido, para terminar este capítulo, centrarnos

61

al
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

en tres interpretaciones del sistema -las de Marx, Weber y Polanyi-


que han sido particularmente relevantes y fructíferas en la antropología
económica.

El fetichismo de las mercancías

Marx 25 dividió su actividad en dos campos distintos: por una parte, como
intelectual, se había impuesto la misión de explicar el funcionamiento del
capitalismo; por otra, como activista político, rechazaba profundamen-
te el sistema que estudiaba.
Marx sintetiza tres tradiciones intelectuales: la de Malthus, Ricardo
y el resto de representantes de la economía política inglesa; la del socia-
lismo francés, sobre todo en la versión de Proudhom y la de la filosofía
alemana clásica (Hegel y Feuerbach), origen de su concepción de la dia-
léctica como un proceso de transformación constante.
Así como la obra de Marx aparece como un diálogo crítico con los eco-
nomistas políticos, con los filósofos alemanes y con los representantes de
los movimientos políticos contrarios al capitalismo, nadie posterior pue-
de ignorar sus aportaciones. Las discusiones de otros intérpretes pueden
considerarse, a su vez, diálogos críticos con Marx (Palerm, 1980: 17-33),
porque, como señala Dwod, nadie ha producido una obra sobre el capi-
'li'
',¡,,
talismo del alcance de la de Marx:
'"'111
:,
'', No quiero decir que Marx tuviese razón en todo o que hubiese estudiado
todo lo necesario: ni lo hizo ni hubiera podido hacerlo sobre su propia épo-
ca, para no hablar de la nuestra. Lo que sí logró fue socavar la superficie, que
muestra una apariencia dispersa del proceso capitalista y presentarlo como
un todo orgánico, compuesto por <<partes entrelazadas>> y relacionadas diná-
micamente, dotado de grandes poderes, grandes necesidades, y -se quie-
ra o no- grandes consecuencias positivas o negativas (Dwod, 2000: 86).

En Marx la especie humana se caracteriza por su interacción con el


mundo natural y también por su interdependencia de los procesos histó-
ricos (Morris, 1991: 204; Narotzky, 2004: 102-104). Los humanos son
seres sociales, dotados de una historia natural (Roseberry, 1997: 30-31)
y de una naturaleza histórica: la historia es una creación de la producti-
vidad humana, porque una sociedad se caracteriza por un modo de pro-
ducción concreto en un momento histórico concreto, a partir del cual

¡:' 25. Karl Marx (1818-1883) es una figura cuya vida bastante oscura poco tiene que
1

ver con el papel que cumplió tras la Revolución de 1917, en compañía de su amigo y co-
1,
laborador Friedrich Engels (1820-1895). Auténticos personajes icónicos -casi fetiches-
¡:lj de las políticas llevadas a cabo en los países comunistas donde se les erigieron y derribaron
multitud de estatuas.
11'!

62
'11
LA IDEOLOGÍA ECONÓMICA Y LA REPRESENTACIÓN DE LA SOCIEDAD

se explicarían otras instituciones de esa sociedad, como las jurídicas o


las ideológicas (lo que se conoce como supersestructura).
Pero será en El Capital, libro editado y publicado póstumamente por
Engels, donde al criticar la preponderancia de la propiedad privada en
la sociedad burguesa, y al denunciar la inversión entre sujeto-predicado,
cuando Marx considere el fetichismo, prácticamente intercambiable con
su noción de alienación, como una de las características principales del
sistema: se,sustituye el aspecto social de los seres humanos por las ca-
ráct~ísi as de las cosas; mientras que las cosas aparecen dotadas de los
atribu s sociales o humanos (Prólogo de Colletti a Marx, 1975: 37).
sta misma idea la desarrollaría en El fetichismo de las mercancías
(Marx'f). Marx no se contenta con criticar o utilizar categorías religio-
sas como las usadas en el «misticismo lógico>> de Hegel, o la «Santísi-
ma Trinidad» (capital, tierra y trabajo) de la economía política, sino que
quiere explicar la lógica del capitalismo con referencia al fetichismo o
misticismo que le atribuye a la realidad social.
Una mercancía es un elemento fácil de definir («aparece a primera
vista como algo obvio, una cosa trivial»), pero se trata de algo que en
realidad se nos presenta de forma extraña, como si fuese un fenómeno
religioso creado por los dioses o como si procediese de otro mundo y
no del resultado del trabajo humano 26 •
A lo largo de la historia, los hombres han realizado todo tipo de ob-
jetos y artefactos: pero esos objetos, por útiles que sean, no son mer-
cancías, a no ser que circulen, que se intercambien en el mercado. Por
ejemplo, una silla realizada por el trabajo de un artesano, a pesar de su
utilidad, solo sería una mercancía en una tienda donde estuviera expues-
ta. Sin embargo, a partir de esta exposición ya no vemos el trabajo que
costó hacerla, sino que la silla está en la tienda como si hubiese aparecido
por arte de magia para que la compremos: como si tuviese vida propia,
ha pasado de ser un objeto útil salido de las manos de un artesano, a ser
un objeto para intercambiar, una mercancía.
Cuando la producción se encamina al mercado, el valor de los objetos
no proviene de su utilidad -su valor de uso-, sino de su capacidad para
intercambiarse por otros bienes -su valor de cambio-. Paralelamente, el
trabajo de quien los hizo se valora por su capacidad para generar bienes
intercambiables, de tal modo que el propio trabajo se convierte también
en una mercancía que se puede comprar y vender. Las relaciones sociales
que fundamentan el trabajo se transforman en el capitalismo en una rela-
ción material entre cosas, de tal forma que nos olvidamos o sustituimos
las relaciones entre los seres humanos por una relación entre mercancías.

26. El trabajo en Marx es siempre una relación social.

...
63
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

¿Qué nos dicen los economistas que son las mercancías? Según Marx,
como los economistas burgueses han olvidado por completo las relacio-
nes sociales existentes en el trabajo humano -fuente del valor de las
mercancías-, describen la producción de bienes como si se tratase de
objetos que son independientes de las personas.
En otras formaciones sociales, por ejemplo, durante la época medie-
val europea, nadie negaba que el trabajo humano, explotado a partir de
las relaciones de dominio y sumisión feudal, fuese la base de toda la pro-
ducción de los objetos que utilizaba la gente. Muchos otros sistemas,
según Marx, también han primado la producción para el uso frente a la
producción para el cambio; pero en ninguno se ha negado que la base
de toda producción fuese el trabajo humano.
Por el contrario, en los tratados de economía política da la impre-
sión de que se nos describe la circulación de bienes como si un velo nos
los ocultase y nos los presentase no solo como si fuesen independientes
de los seres humanos que los han hecho, sino como si viviesen gober-
nados por otras <<leyes», en las que el capital y sus fetiches tuviesen un
valor de por sí y no el que la gente les da a través de su trabajo.
Marx, que se había interesado mucho por las religiones primitivas y
sus modos de <<explicar>> el mundo (Palerm, 1980: 13-17), utiliza frases
como <<el carácter místico de una mercancía>>; o <<todo el misterio de las
:1'
11,,
mercancías, toda la magia y necromancia que rodea los productos del
trabajo, que están en la base de la producción de mercancías>> con el fin
de constatar que no se trata de un velo interpuesto por los economistas
burgueses para impedirnos comprender el <<proceso de la vida social>>,
sino que, dando un paso más, considera que la idea de que en el capita-
lismo las mercancías acaban por tener una vida propia es más fácil de
comprender utilizando este tipo de expresiones.
A principios de los años ochenta, el antropólogo Michael Taussig
(1980) interpretaría, a partir de la tesis de Marx sobre el fetichismo de
las mercancías, ciertos rituales centrados en los espíritus <<dueños>> de la
riqueza que hay en las montañas de Oruro, donde están las minas de
estaño bolivianas, que había estudiado la antropóloga June Nash (1997
[1979]) o el contrato con el diablo que, para aumentar la productividad
de los cultivos de plantaciones y, por tanto, el salario de los jornaleros
agrícolas, realizan los campesinos del valle del Cauca colombiano, don-
de él mismo había realizado un trabajo de campo (Taussig, 1980).
,¡,
La etnografía de Nash, cuyas aportaciones recoge Taussig, presenta
un completísimo estudio de las minas de estaño que abarca su historia
local, nacional e internacional {la explotación minera, las terribles con-
diciones laborales y los importantísimos movimientos sindicales y políti-
:1¡1' i' cos de los mineros), así como su impacto en la política nacional boliviana
¡¡, desde 1941.
1 i¡l'lli
64
,1'111,
LA IDEOLOGÍA ECONÓMICA Y LA REPRESENTACIÓN DE LA SOCIEDAD

Aunque no es un estudio de comunidad, Nash no descuida la des-


cripción de la estructura interna de los pueblos, las relaciones de paren-
tesco o las de género: resulta fascinante su estudio de las estrategias que
liguen las mujeres de los mineros para obtener un papel más decisivo
en su casa, en la comunidad y en las organizaciones obreras. Tampoco
descuida el engarce de las redes de reciprocidad en los diferentes ámbi-
tos de actuación.
Uno de.Jos aspectos centrales de la monografía radica en el análi-
sis,..de la presentación cultural -ideológica- que se hace de la tierra,
de sus spíritus. y de los rituales propiciatorios que la gente tiene con
ello , como si formasen parte de lo que Marx -con el lenguaje de la
antropología de su época- habría considerado una forma primitiva de
fetichismo.
El título de su libro, Comemos las minas y las minas nos comen a
nosotros, se refiere a cómo un minero expresaba la especial interacción
que las gentes de Oruro, en su mayoría de origen Quechua y Aymará,
aunque también quedan algunos Urus que le dieran el nombre a la ciu-
dad (Wachtel, 2001), mantienen con las deidades de la tierra: existe un
espíritu femenino, la Pachamama, responsable del ciclo agrícola y de la
fertilidad en general, que se asocia en el culto católico con la Virgen Ma-
ría, aunque en las minas de Oruro, según mis datos, se conoce como la
Virgen del Socavón27, y otro masculino, Supay, Huari o El Tío, señor de
las montañas, custodio de los tesoros minerales y encargado a su capricho
de repartir la suerte -buena o mala-. Su imagen sentada preside to-
das las minas, escudriñando con sus ávidos ojos, inyectados en sangre,
todas las actividades de los mineros, cuya vida o muerte en el inte-
rior de la mina depende del cumplimiento o incumplimiento de los pac-
tos, de los ritos propiciatorios y de las prohibiciones 28 de su señor, El Tío.
Dado su carácter caprichoso, cuando está enojado El Tío se come la
vida de algún minero o cambia las vetas de mineral de sitio y las reem-
plaza a su antojo. Una discrepancia entre mineros y patronal se produce

27. En Oruro la patrona oficial de la época del virreynato, la Virgen de la Candela-


ria, cuya fiesta era el día 2 de febrero, acabaría por convertirse en el siglo xvm en la Virgen
del Socavón, festejada por los mineros con El Tío durante el Carnaval. Este cambio de de-
nominación y de fecha está relacionado con el seguimiento que tuviera en Oruro la rebelión
de Tupac Amaruc II, que coincidió con el Carnaval de 1781, aunque Nash no profundiza
en la revuelta (Nash, 1979: 1) ni en la importancia que toda la gente de Oruro a quienes
pregunté le dan a la Virgen del Socavón -no a una vaga Virgen María- como «fetiche
opuesto-complementario» a Supay.
28. Una de las más importantes es que las mujeres no entren jamás en la mina: si
alguna lo hace, El Tío se cobrará la vida («se comerá>>) de algún minero. Sin embargo,
]une Nash nos dice que gracias a sus relaciones de compadrazgo -era madrina de algunos
hijos de mineros-, ella sí entraba y comprobaba -frente a la oposición de los patronos-
las miserables condiciones laborales de sus compadres mineros.

65

¿
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

cuando los gerentes de la empresa consideran agotado el mineral de una


explotación: frente al posible cierre, los mineros hacen rituales a El Tío
para que vuelva a colocar el estaño en un sitio visible.
Tales rituales propiciatorios -incluso se le sacrifican llamas en el in-
terior de la mina- más que rendirle culto, pretenden establecer inter-
cambios con El Tío, tanto colectivamente, para que los humanos puedan
disponer del mineral, como buscando la suerte individual para lo que se
le dan cigarrillos, coca o licores a esta figura históricamente cambiante
incluso en la manera de vestir: en el periodo colonial iba como si fue-
se un inquisidor o un corregidor; posteriormente, cuando las empresas
capitalistas estadounidenses dominaron la explotación, se viste como si
fuera un gringo con un sombrero de cowboy; al nacionalizarse la mine-
ría, aparece como un minero más; por último, cada CarnavaF9, el día de
su fiesta, brillan -re-lucen a lo Lucifer- sus ropajes dorados.
El Tío es una figura moralmente ambigua -asociada por los misio-
neros católicos con Lucifer, aunque, según Nathan Wachtel, en la cos-
mogonía andina, Supay se refería al espíritu de los muertos, quienes, <<al
parecer eran concebidos no como esencialmente malos, sino más bien
como ambivalentes>>, tal cual eran las deidades del panteón andino-:

Su culto, tal como era practicado por los indios, fue interpretado como dia-
:11'
ill<
bólico, de modo que el término Supay quedó cargado con un nuevo signi-
ficado, conservando al mismo tiempo su ambivalencia. [... ] Dicho de otra
manera, las relaciones entre ellos y los hombres continúan conformándose
a las reglas del intercambio, confirmadas de igual modo por el culto al diablo
de las minas (El Tío), comprobado en la actual Bolivia. Ignoramos en qué
época se desarrollaron estos ritos eminentemente <<diabólicos>>, pero se mani-
fiestan como una reversión irónica de la evangelización: el diablo occidental
entró en las relaciones andinas de reciprocidad (Wachtel, 2001: 555-556).

Como acabamos de decir, Pachamama-Socavón y Supay- Lucifer se


celebran públicamente en Carnaval, día en que El Tío-Lucifer resplan-
dece con sus ropas de gala como el oro, igual que lo viene haciendo desde
que la lejana <<insurrección andina>> 30 que bajo el liderazgo de Túpac Ama-
ru 11 y de Túpac Katari estuviera a punto de conseguir en 1781-1782
la independencia de toda América del Sur, excepto Venezuela, como seña-

29. Aunque Nash le dedica a todo el ciclo festivo y especialmente al Carnaval, don-
de se homenajea en las calles a la Virgen del Socavón y a El Tío, un fascinante capítulo
(1997: 125-147), no tiene en cuenta la atracción turística y de curiosos a las festividades
y danzas de la Diablada, que han sido consideradas recientemente por la UNESCO obras
1
maestras del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad (mayo de 2001).
30. Oruro se sumó por completo -también sus patricios- a la revuelta, que allí co-
rl¡
1,., incidió con las fechas del Carnaval. Los mineros bajaron a las calles de la ciudad a sus
,1[1
protectores, la entonces Virgen de la Candelaria del Socavón y El Tío.

1,

66
:1
LA IDEOLOGÍA ECONÓMICA Y LA REPRESENTACIÓN DE LA SOCIEDAD

laremos en el <<Contrapunto 1» (Szeminski, 1974: 9-60; Pérez, 1977:


109-126).
Michael Taussig (1980) en su libro reinterpreta los datos aportados
por June Nash y los une a los suyos sobre las transformaciones de los
antiguos campesinos de Cauca en obreros agrícolas de plantaciones, don-
de los trabajadores que sobrepasan a los otros en producción y en ga-
nancias son acusados en las murmuraciones y cotilleos locales de haber
pactado con el diablo. Según Taussig, el pacto, rechazado tanto por los
dúeños de~as plantaciones como por los trabajadores, nunca afecta ni
a las ~res ni a los pequeños propietarios que realizan otros rituales
propiciatorios con la tierra, sino solo a varones que trabajen por un sa-
lario en las plantaciones.
Frente a la presencia pública de El Tío tanto en el trabajo, en las huel-
gas o en las celebraciones festivas que nos ha transmitido Nash, en todo
su tiempo de estancia en Cauca, Taussig nunca encontró a alguien que
reconociese haber pactado con el diablo, a pesar de lo cual en la zona
se habla constantemente de pactos y se decía que quienes lo han hecho
arrastran castigos y penalidades, como que solo podrán gastar su bene-
ficio en lujos inútiles, en un consumo socialmente estéril. Según Taussig,
en ambos pactos -en el andino, rodeado de ambigüedad social, y en el
31
de Cauca , del rechazo unánime-, tanto los mineros como los cam-
pesinos <<fetichizan>> la tierra como si fuese una cosa animada, que da
sus frutos (vegetales o minerales) para usarlos -no cambiarlos- en una
vida social presidida por las relaciones de reciprocidad. También, según
su interpretación, en ambas comunidades estos intercambios recíprocos
se contraponen al tipo de explotación y a las prácticas capitalistas de las
minas o de la agricultura comercial, donde el modelo salarial coincide
con lo descrito por Marx como «fetichismo de las mercancías>>.
Conviene destacar que June Nash, en el prólogo a la segunda edi-
ción de su libro (1997: xxiii-xxxix), descarta la interpretación de Taus-
sig, porque percibe en ella una linealidad evolutiva entre el fetichismo
pre-capitalista y el capitalista; asimismo considera que la ambigüedad
de El Tío como elemento cultural andino no se corresponde etnográfi-
camente con las acusaciones de pactar con el <<diablo>> de los jornaleros
agrícolas de Cauca.
Sin embargo, a pesar de la pertinencia de los matices y de las dis-
tinciones de Nash, me parece que Taussig no planteaba como condición

31. En Cauca, las acusaciones de pacto también forman parte de un entramado de


envidias, que podríamos asociar a la típica imagen de que lo bueno está limitado y que
quien se hace rico tiene que ser por medios extraordinarios (Foster). Pero el rechazo a los
pactos con el diablo también <<defiende» las relaciones de las mujeres y el modelo campe-
sino como algo distinto del modelo salarial de las plantaciones.

67

l
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

necesaria la existencia de una evolución unililineal que, a semejanza de


los viejos estadios, presentase un modelo universal de progreso fetichis-
ta: su comparación se refería a las diferencias existentes entre los viejos
fetiches que canalizaban las relaciones sociales interpersonales existentes
en lo que Marx llamaría una formación social concreta y el cambio de
las estructuras de poder y de relaciones entre la naturaleza, las personas
y las cosas que caracteriza al capitalismo.
Resulta indudable que los rituales propiciatorios, los intercambios
recíprocos y el papel de El Tío en las minas coexisten con unas relaciones
con los patronos que les pagan sus salarios siguiendo la misma lógica del
capital que Marx había simbolizado en su formulación del fetichismo de
las mercancías. Como sintetiza atinadamente la antropóloga Susana
Narotzky, la búsqueda de protección de mineros y campesinos refleja el
choque entre el fetichismo que podemos llamar clásico, para evitar tér-
minos con connotaciones evolutivas como pre-capitalista o primitivo,
<<donde las cosas están vivas porque incorporan relaciones interpersona-
les y, en consecuencia, producen y reproducen la trama social, y el 'fe-
tichismo de las mercancía', donde las cosas parecen tener vida propia,
independientemente de las relaciones entre las personas y la naturaleza,
y están disociadas de los productores, usuarios y contextos previos>>
(Narotzky, 2004: 103).
A fin de cuentas, la monografía de Nash traza magistralmente el mun-
do contradictorio en que se mueven los mineros para satisfacer sus ne-
cesidades y cumplir con sus obligaciones sociales y rituales en el ámbito
familiar o en el comunitario de sus organizaciones colectivas, mientras
que la explotación de las minas les enfrenta a una lógica muy distinta.

La ética protestante

Otras interpretaciones clásicas sobre el impacto inicial del capitalismo,


más que preocuparse por los desencadenantes, se centraron en averiguar
qué motivos tenían las personas para que sus acciones contribuyesen
a que se realizasen esos cambios. Así como Marx encontró en las cate-
gorías de la religión primitiva una forma de explicar el funcionamiento
de las mercancías, Max Weber encontró en ciertas manifestaciones de la
religión una guía para la acción que siguieron muchos de los primeros
capitalistas (Roth, 1995).
Uno de los temas centrales en la obra de Max Weber 32 fue la relación
existente entre los valores compartidos por los practicantes de las grandes

32. Max Weber (1864-1920) escribió sobre diversos problemas de las ciencias so-
ciales que hoy asociaríamos con la política, economía, religión o filosofía, aunque actual-
mente se le suele considerar un sociólogo.

68

,¡¡""
LA IDEOLOGÍA ECONÓMICA Y LA REPRESENTACIÓN DE LA SOCIEDAD

religiones (hinduismo, judaísmo, cristianismo, islamismo, confucianismo


o budismo) con cierto tipo de actitudes relacionadas con el espíritu con
que se abordaba la vida -económica, social, o política- mundana. Es
importante recordar que Weber bajo el término genérico «capitalismo>>
engloba todas las relaciones comerciales que se habían dado en todo el
mundo, al menos desde que existieran ciudades-Estado. Así, distinguirá
varias clases de capitalismo en función de sus metas: los botines bélicos,
el préstamo ele dinero o la realización de diversas empresas comerciales.
LO qu~s<>nidera específicamente moderno es el <<capitalismo racio-
nal>> q~ige que se lo diferencie de todas las formas anteriores; si bien
Weber no lo consideraba solamente desde un aspecto económico, sino
como una Weltanschauung, como una visión del mundo: <<para Weber,
el rasgo distintivo del capitalismo no era la racionalización del trabajo
libre, ni tampoco la conversión del trabajo (y la tierra) en mercancías,
sino su ethos o 'espíritu'>> ((Morris, 1995: 86).
La tesis central de su libro La ética protestante y el espíritu del capi-
talismo (2001 [1904-1905]) mantiene que la ética del trabajo que desa-
rrollaron ciertas sectas protestantes, particularmente los calvinistas y los
pietistas, int1uyó en el surgimiento de este tipo de capitalismo moderno
en los países del norte de Europa. ¿cómo tuvo lugar esta confluencia?
Para los calvinistas la salvación en la otra vida estaba determinada
y solo la conocía Dios. Sin embargo, los fieles podrían interpretar el éxi-
to mundano en los negocios como si fuese un anticipo de la gracia de
ser uno de los escogidos, de ser uno de los predestinados por Dios para
salvarse.
Weber mantiene que, a un número considerable de protestantes, su
devoción religiosa, en lugar de hacerles rechazar el mundo, como ocurre
en muchas otras religiones, les llevó a jugar un papel activo en el co-
mercio, en la creación de empresas y en la acumulación de riquezas para
invertir, porque buscaban señales que les indicasen si Dios les favorecía.
El antropólogo B. Morris (1995) destaca que ese espíritu religioso po-
dría haber conducido a la gente a un fatalismo que negase todo tipo de
actividad, pero <<para Weber no era eso lo que había pasado; al contra-
rio, la doctrina había generado un sentimiento de 'ansiedad religiosa'.
En orden a contrarrestar el fatalismo y a inducir autoconfianza, se reco-
mendaba una actividad terrenal intensa>> (Morris, 1995: 88).
Según Bourdieu la base de tal actitud descansa en la creencia calvi-
nista en que Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos y en la exalta-
ción de la responsabilidad individual (esa ética que hace a un pobre res-
ponsable de su pobreza, o a un parado de no trabajar, etc.). La sociedad
estadounidense ha llevado al límite lo que Weber había llamado <<espíri-
tu del capitalismo>>, una revolución ética, cuya encarnación paradigmática
eran, por una parte, Benjamín Franklin y su concepción de convertir en

69

.!
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

deber el crecimiento del capital y, por otra, el culto al individuo (Bour-


dieu, 2003: 25).
Como señala Bourdieu, Weber considera que Franklin expresaba en
sus escritos el espíritu capitalista, cuyas virtudes -honradez, puntuali-
dad, laboriosidad, austeridad y contención- tendrían que mover a la
acción a todos los miembros de la sociedad.
La tesis de Weber es una de las teorías clásicas que pretenden explicar
el éxito de un tipo determinado de acciones en una época de grandes
cambios. Sin embargo, es importante tener en cuenta que Weber no esta-
blecía una relación causal, sino que señala la ética protestante como una
de las <<afinidades electivas>> que condujo hacia el capitalismo. De hecho,
también indica más vías, como la racionalización general que se estaba
produciendo en toda Europa. Por otra parte, no ignoraba que muchos no
creyentes o indiferentes buscaban el beneficio económico igual que lo
pudiera hacer un calvinista.

El liberalismo económico como utopía

Otros autores apuntan al papel del Estado como elemento fundamental


de la <<gran transformación>>, debido a que fue precisamente la legislación
que sustituyó viejas leyes por otras nuevas el origen de los cambios en
illi
:1111
cadena, cuyo resultado sería una concepción utópica de la sociedad,
definida por un mercado autorregulador para el que todos los compo-
nentes sociales, como el trabajo, la tierra o el dinero, habían pasado a
ser mercancías. El principal representante de esta perspectiva dentro de
la antropología y la historia económica es Karl Polanyi, cuya obra ana-
lizaremos en el capítulo 3.
Polanyi consideraba la sociedad engendrada por el liberalismo econó-
mico una representación utópica, porque, según su tesis, jamás ha existido
un mercado autorregulado: en contra de lo que dicen sus proponentes,
el análisis de sus orígenes y de cómo funcionan sus instituciones muestra
que la regulación de todo el sistema procede de la intervención estatal
continua y planificada.


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Contrapunto I

PASATIEMPOS INDIANOS

//

LAS MIGRACIONES DEL SIGLO XIX

Las enormes migraciones, de carácter casi planetario, ocurridas entre la


segunda mitad del siglo xrx y el primer cuarto del xx tuvieron su origen,
como señala Eric Wolf (1995: 436-443 ), en el gran momento expansi-
vo del capitalismo que reubicó a un gran número de personas\ que con
mejor o peor fortuna buscaban una vida con más oportunidades que las
que les deparaba el medio social en el que habían nacido. Tales procesos
migratorios no cobrarían su auténtica dimensión hasta años más tarde,
cuando se hicieran patentes los cambios sociales, económicos, étnicos y
culturales generados por el asentamiento en nuevos países de una hetero-
génea multitud de grupos humanos que habían abandonado sus lugares
de origen (Hobsbawn, 2003; Bayly, 2004).
No se puede considerar que las sucesivas oleadas migratorias fue-
sen una respuesta mecánica a la oferta y demanda de un mercado de
trabajo situado a miles de kilómetros: todavía nos falta por estudiar
la microhistoria de las pequeñas aldeas y pueblos, y cómo sus gentes
vivieron el proceso que acabaría por articular una complejísima red de
conexiones que abarcaba tanto intermediarios oportunistas como redes
de apoyo solidarias formadas por parientes, amigos y vecinos. Lo que

l. Naturalmente, como ocurre en todas las migraciones, no se asentaba la <<fuerza


del trabajo>> en abstracto: se desplazaban hombres y mujeres, en general muy jóvenes, re-
presentantes de las variadas culturas campesinas europeas o asiáticas, que, carentes de las
destrezas laborales más apropiadas para triunfar en el nuevo país, las iban adquiriendo
sobre la marcha. Pero también emigraban profesores, comerciantes, artesanos, obreros cua-
lificados, sacerdotes, artistas, escritores y un largo etcétera de personas que servían como
puente y facilitaban a los recién llegados nuevos recursos y a veces una reconstrucción de
los valores culturales dominantes en el país dejado atrás.

71

A.
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

sí sabemos es que la combinación de factores como los recién enumera-


dos con el ansia de cambiar de suerte que se experimentaba en muchas
poblaciones locales, permitió a muchas personas dejar atrás la vida tal
y como la habían conocido muchas generaciones de campesinos y ar-
tesanos.
Las relaciones que surgían de la intersección entre lo global y lo local
estaban presentes en las prácticas que configuraban unas corrientes migra-
torias, cuyas dificultades se iniciaban en el momento mismo de tramitar
la salida del lugar de origen y de conseguir dinero para el pasaje. Se
suele olvidar que, para emigrar, la gente necesitaba el permiso de las au-
toridades de su propio país y antes de que se extendiesen ciertos precep-
tos del liberalismo económico, este era difícil de obtener: por ejemplo,
en España no se reguló claramente la movilidad de los ciudadanos hasta
la Constitución de 1869 y aún después, <<durante el periodo de migra-
ciones masivas, las restricciones apuntaron sobre todo a los potenciales
conscriptos militares. Los hombres que tenían entre dieciocho y veinti-
trés años debían depositar 6.000 reales de vellón (60 libras esterlinas,
equivalentes a cuatro veces el valor del viaje en barco a Buenos Aires a
mediados del siglo XIX) o encontrar a alguien que les reemplazara en el
,,, servicio militar antes de partir>> (Moya, 2004: 32).
,:1!
Si bien los pasajes no eran asequibles a los más pobres, la industria
:1
,lh de la emigración consolidó la fortuna de los intermediarios que, al de-
cir de Hobsbawm, <<obtenían sus beneficios acumulando ganado humano
en las bodegas de los barcos de las compañías navieras, que estaban an-
siosas por llenarlas>>. Otros agentes buscaban trabajadores en los cuatro
puntos del globo para satisfacer las demandas de patrones en las Amé-
ricas, África o Australia necesitados de mano de obra sin cualificar, ya
fuese para construir ferrocarriles, trabajar en minas insalubres o realizar
las grandes obras públicas de la época:

[Los patronos] pagaban a los intermediarios, que, a su vez, recibían las peque-
ñas sumas de hombres y mujeres desvalidos, que se veían forzados a atravesar
la mitad de un continente extraño[ ... ) Nadie controlaba a estos empresarios
de la migración, si exceptuamos algunas supervisiones de las condiciones de
los barcos tras las terribles epidemias a finales de la década de 1840. Era
del dominio público que detrás de ellos había personas influyentes (Hobs-
bawm, 2003: 208-209).

Las estrategias de quienes querían embarcar hacia América variaban


según las distintas posiciones y medios de que disponían: había polizones,
escapados sin papeles, labradores cuya familia había empeñado sus bienes
para cubrir los gastos, marineros que se quedaban en tierra al llegar al
destino, o quienes pagaban el pasaje con las remesas que los ya asentados
en América enviaban a sus casas para ayudar a los jóvenes de la familia. Al
i
1 '

72
'\1'
PASATIEMPOS INDIANOS

margen de la reciprocidad entre parientes y de los turbios negocios de los


agentes trasnacionales, en las propias sociedades de origen se crearon
un sinfín de intermediarios locales, muchos con ambiciones de conver-
tirse en caciques o en <<señoritos rentistas>>, que prestaban dinero -a al-
tísimos intereses- sobre las escasas tierras o bienes que tenía la familia
del futuro emigrante. No entiendo bien por qué no se ha estudiado de
forma generalizada este fenómeno, hermano de la emigración masiva.
St;.. trata de un tema recurrente en la memoria del pasado que aflora en
todos los trabaj,0s de campo que he realizado en Galicia y que nos habla
de una transflrmación en la estructura de la propiedad de la tierra, una
vez rescatadÓs los foros. La resolución del préstamo aporta datos sobre
los conflictos soterrados que se encuentran en muchos lugares gallegos y
casi no presenta variaciones narrativas: si la familia que había <<embarga-
do>> los bienes para que uno de sus jóvenes emigrase, había logrado reunir
el dinero antes de la fecha de devolución pactada, el prestamista desapa-
recía alegando disculpas como que se había embarcado en misteriosos
viajes o que sufría unos cuadros infecciosos que le habían obligado a
hospitalizarse en Santiago o en A Coruña. En cualquier caso, le resulta-
ba imposible recibir a nadie que pretendiera pagarle una deuda: cuando
regresaba y recibía a la familia, las tierras hipotecadas ya habían pasado
a ser de su propiedad. Esta transferencia de bienes a través de la usura
y el engaño se prolongaba en la manera en que se ejercía el control po-
lítico sobre la gente común.
Así pues, asentarse en el lugar de destino dependía de muchas va-
riables: las políticas migratorias concretas en ese momento, el tipo de
intermediarios utilizados y las relaciones de parentesco o sociales -del
país de origen y de las que hiciesen en el nuevo- que le permitirían a
cada inmigrante una mejor o peor entrada en las redes de trabajo del
nuevo mundo.
Las distintas fases regionales de la expansión capitalista y el tipo
de políticas de los distintos países de abrir o cerrar fronteras nos per-
miten distinguir tres grandes corrientes migratorias en el siglo xrx
(Wolf, 1995: 438-439). La primera, relacionada con la expansión in-
dustrial en los países europeos, que se había iniciado, como hemos
visto, en Inglaterra, tenía como característica principal que los traba-
jadores cambiaban de lugar, pero sin recorrer grandes distancias. Se
~ trataba de un gran éxodo del campo a las fábricas, pero manteniendo
'll

un carácter regional, como reflejan, por ejemplo, los datos de naci-
miento y movilidad en Lancashire durante la primera mitad del siglo
(Wolf, 1995: 439-445).
Otras regiones seguirían pautas similares: así, en Bélgica o en ciertas
comarcas de Prusia, familias enteras de antiguos campesinos se asentaban
en los núcleos industriales. También participaban de estas migraciones las

73

l
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

mujeres solteras que generalmente se colocaban como criadas domésticas


hasta que se casaban o accedían a otros empleos urbanos.
Posteriormente, la necesidad de mano de obra no solo para las
fábricas, sino también para construir las nuevas infraestructuras, fa-
voreció el desplazamiento de trabajadores de unos países europeos a
otros.
Por último, se calcula que desde 1800 hasta 1914, más de cincuenta
millones de europeos cambiaron de continente y se instalaron en Améri-
ca del Norte y del Sur, en Australia, en África del Sur y en otros lugares
de los trópicos, donde se encontrarían con un número altísimo de emi-
grantes de origen africano, chino, hindú, turco, ruso o prácticamente
de cualquier lugar del planeta. Es cierto que no resulta fácil calcular o
separar los distintos contingentes de emigrantes, porque, en la prácti-
ca, había un flujo constante de personas que iban y venían de un lugar
a otro:

A mediados del siglo XIX se sitúa el comienzo de las mayores migraciones


humanas de la historia. Sus detalles exactos son difíciles de calibrar, pues las
estadísticas oficiales, allí donde las hubo, no registraron todos los movimien-
"'1
tos de hombres y mujeres en el interior de cada país o incluso entre Estados:
Jll
el éxodo rural hacia las ciudades, la migración entre regiones y de ciudad a
:11: ciudad, la travesía de los océanos y la penetración en las zonas fronterizas, el
:1111
flujo de individuos que se trasladaban de acá para allá, de un modo aún más
difícil de explicar (Hobsbawm, 2003: 202).

Es muy importante recalcar que esta inmensa migración no era una


cuestión europea. En cualquier región del planeta encontramos dis-
tintas manifestaciones del mismo fenómeno. Así, en el Caribe, sabemos
que miles de gallegos llegaron a Cuba, pero igualmente lo hicieron mi-
llares de chinos, que habían cruzado continentes y océanos. Guayana
y Trinidad se poblaron de indios, que también se asentarían en casi
todos los países del este y del sur de África. Ante esta complejidad,
los distintos grupos étnicos que buscaban un lugar en los nuevos paí-
ses <<usaron diferentes formas culturales para construir lazos de paren-
tesco, amistad, afiliación religiosa, interés común y asociación política
con vistas a maximizar, en competencia recíproca, el acceso a los re-
cursos>> (Wolf, 1995: 459).
En este sentido, podemos considerar que la posición que irían ocu-
pando los recién llegados de los distintos países dependía en gran par-
te de su situación con respecto a otros grupos de emigrantes, de los
momentos del ciclo de crecimiento del país receptor, de sus vínculos
culturales -tanto en el viejo como en el nuevo país- y de la estrategia
que emplearían frente a otros grupos competidores. Por ejemplo, si había
paisanos que ya se habían situado en el nuevo mundo, los contactos, el

¡ 11:
1
74

l!lilo,l
PASATIEMPOS INDIANOS

parentesco, las redes informales, el tipo de trabajos en que se habían espe-


cializado o en qué ciudades y en qué barrios vivían explica que muchas
veces gentes procedentes de una comarca próxima compartiesen en el
nuevo país las redes de trabajo, residencia y ocio.
En el caso de la emigración gallega, a partir de estas redes de cohe-
sión, surgidas como oposición a las de otros grupos étnicos rivales, se
crearía un asociacionismo cívico, de proporciones inimaginables en la
propia Galicia, que llevaría a la creación de instituciones culturales, soli-
d{rias, de socorro mutuo y de ocio específicas -los Centros Gallegos 2-
que, a pesar de no/estar exentas de conflictos internos, reforzarían las re-
laciones informáÍes mantenidas o creadas en el nuevo país (Moya, 2004).
Cada vez conocemos mejor los procesos sociales mediante los cua-
les se canalizaron las grandes migraciones de los gallegos durante ese pe-
riodo: cómo las personas corrientes -a veces hombres o mujeres solas,
otras, a través de redes familiares, que les reclamaban, si las condicio-
nes y las leyes de agrupación familiar lo permitían (Moya, 2004; Ruy
Farías, 2010)- superaron su escasa escolarización, su adaptación a los
claroscuros de los momentos expansivos del capitalismo y a una sociedad
urbana, que, excepto por las redes y nuevas asociaciones que formaban
con parientes, vecinos y compatriotas en su misma situación, les enfren-
taba a un mundo nuevo, con nuevos conflictos, nuevas reglas, nuevas
clases, nuevas gentes, nuevas moralidades, nuevos gustos, nuevas formas
de expresarse en otro idioma y nuevas oportunidades. Algunos -muy
pocos- lograrían hacerse muy ricos y volverían a sus lugares natales, ya
maduros, con la ambigüedad que suele acompañar a quienes traspasan
las fronteras sociales.

EL REGRESO DE LOS INDIANOS

Entre mediados del XIX y el primer tercio del siglo xx, el regreso a Galicia
desde las Américas -después de haberlas hecho- de los llamados india-
nos -un grupo heterogéneo de hombres y mujeres que habían acumulado
grandes fortunas en el lugar al que habían emigrado- ha dado lugar a una
narrativa que nos presenta su periplo americano como si fuesen las tres
etapas de un rito de paso 3 : una primera fase de salida más o menos difícil

2. Según el país -Cuba, Argentina, Uruguay, Venezuela o Brasil- y el número de


emigrantes en la ciudad, el Centro Gallego común coexistía con otros centros que atraían
a quienes defendían otras políticas o procedían de una parroquia, de una comarca, de un
partido judicial o de una ciudad concreta (Núñez Seixas, 1994).
3. Los ritos de paso señalan el tránsito entre diversos estatus a lo largo de la vida
social, como, por ejemplo, el nacimiento, el matrimonio o el paso de edad. Según el aná-
lisis de Van Gennep (1910) poseen una estructura formada por tres fases: un periodo de

75
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

de un joven, gallego parlante, pobre, labrador o con un oficio vinculado


a la organización social campesina, apenas escolarizado; seguida por un
periodo intermedio -que suele permanecer en la sombra- de <<lucha y
superación» en el nuevo país y, por fin, la reincorporación, mediante un
regreso triunfal, a su aldea o pueblo natal, convertido en un indiano. El
término <<indiano» tiene una connotación tan clasista como lo era la so-
ciedad que lo creó: no parece que los emigrantes retornados lo utilizasen
para referirse a sí mismos. Más bien surge de una clasificación que preten-
día establecer, desde el exterior, una identidad que se tradujese en un es-
tigma que, quienes habían detentado tradicionalmente el poder, hubiesen
lanzado contra ellos, contra su fortuna, contra sus lujos, contra las casas
caprichosas y reñidas con el buen gusto que edificaban o contra la mo-
vilidad social que habían conquistado y pretendían mantener a su regreso.
Desde un punto de vista estructural, el éxito de los indianos y ame-
ricanos retornados -con el primer término nos referimos al caso excep-
cional de una minoría de millonarios; mientras que el segundo, ameri-
canos, lo aplicamos a un número más abundante de retornados, cuyos
más modestos medios les permitían adquirir una casa, unas tierras o abrir
un pequeño negocio- dotaba de una nueva dinámica a unas poblaciones
cuya movilidad social se mantenía secularmente estancada. El ejemplo
de los retornados se convertiría en un estímulo para quienes querían emi-
:lli
:111 grar y un motivo de admiración y respeto de los campesinos o trabaja-
dores ante los bienes conseguidos, los materiales nobles utilizados para
construir sus casas o ante sus políticas de donaciones: la superioridad
<<cultural>> que se atribuían a sí mismos los miembros de la élite tradicio-
nal ante los indianos ricos se contraponía, como si fuese un negativo, al
asombro ante la exhibición de nuevas ideas y riqueza que mostraban sus
partidarios entre las clases populares.
Este fenómeno -todavía más presentido que investigado- parece
corresponderse con las matizadas observaciones del historiador Núñez
Seixas de que si bien no se puede considerar a todo emigrante retorna-
do un progresista o un millonario, desde 1915 el análisis de las directi-
vas de las sociedades agrarias, obreras o nacionalistas muestra que <<los
elementos más radicales en lo social solían ser emigrantes retornados,
que habían adquirido en América ideas 'avanzadas' que ahora abandera-
ban en Galicia, sobre todo a nivel local (municipal) y comarcal>> (Núñez
Seixas, 1994: 189)
Antropológicamente, la figura del indiano se asemeja a la del nuevo
rico, que ha logrado su fortuna sin salir del país, porque, desde el punto

separación en que se deja atrás el antiguo estatus, otro intermedio o de transición, marca-
do por la ambigüedad, y un tercero de reincorporación a la vida social.

76
PASATIEMPOS INDIANOS

de vista de la rigidez del sistema de clases dominante en ese momento


histórico concreto, la situación de ambos grupos se caracterizaba por la
ambigüedad, por la descolocación, en el sentido en que Mary Douglas
(1973) caracteriza las rupturas de los tabús y el traspaso de los límites
sociales: ya no compartían las preocupaciones cotidianas de sus viejos
amigos y parientes que seguían anclados en las culturas campesinas o
trabajadoras de las que ellos mismos habían sido miembros en su infan-
cia; pero las carencias qúe les achacaban los selectos grupos de la vieja
aristocracia agraria ~e las finanzas asentadas -su falta de instrucción
formal, de modaleV, o de relaciones sociales convenientes-les impedía
su integración plina en otros grupos más acordes con el modo de vida
que habían alcanzado tras su éxito en América o en la explotación de
sus negocios en España.
En general, la respuesta de los indianos a estas ambigüedades es tan
heterogénea como lo es su consideración como grupo social. Conocen
los conflictos, las miserias y a la gente de su localidad natal, pero tam-
bién otras formas de organizar la vida política, cultural y económica
que han aprendido en sus viajes, primero, como pobres que habían emi-
grado con un pasaje de tercera o en las bodegas del barco; más tarde,
como ricos que disfrutaban del lujo y de las visitas culturales que la joven
industria del turismo ponía a su alcance. Están orgullosos de sí mismos,
de lo conseguido, de su visión del mundo, de su riqueza, que en bastan-
tes casos les lleva a hacer partícipes de ella a sus conciudadanos. A su
retorno algunos se inclinan por emular la vida ociosa de casino que ha-
bían contemplado desde la lejanía en sus años infantiles (Veblen, 2002
[1899]) y otros pretenden utilizar su saber práctico para trasformar esa
vida provinciana, conscientes de que no les había dejado ningún lugar,
ni a ellos ni a miles como ellos (Núñez Seixas, 1994).
Ahora bien, la estratificación en cualquier sociedad se caracteriza por
los mecanismos existentes para que se lleve a cabo su reproducción social.
La ambigüedad que supone el ascenso económico y no social de los in-
dianos en una sociedad estancada -casi sin clases medias- puede consi-
derarse transitoria, en función de las variadas estrategias a su alcance en
sus alianzas matrimoniales, ya fuese buscando casamientos que uniesen el
dinero con la clase, ya aliándose con indianos o nuevos ricos similares
a ellos mismos. Las situaciones de las siguientes generaciones, en cuan-
to a su reproducción social, son muy variadas: muchos consolidaron su
ascenso económico en términos de estatus, pero también otros muchos
descendientes acabaron por desaparecer de las historias locales, proba-
blemente sumergidos en el anonimato de las grandes ciudades.
En cualquier caso, la mayoría de estos indianos, al regresar a su lo-
calidad natal con la inmensa fortuna lograda en el otro lado del océano,
se construyen una gran mansión que sigue una estética indiana -se tra-

77
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

ta de una plasmación arquitectónica de los mundos que han conocido


quienes las erigen, en profundo contraste con el canon reaccionario de
<<buen gusto» que ostentan las provincianas <<clases elevadas>> locales-.
No es necesario sustentar todas las tesis de Bourdieu para reconocer que
tras el gusto <<se ocultan relaciones entre grupos que mantienen a su vez re-
laciones diferentes, a veces antagónicas, con la cultura, según las condi-
ciones en las que han adquirido su capital cultural y los mercados en los
que pueden alcanzar de él un mayor provecho>> (Bourdieu, 1988: 9-10).
En el capital cultural de los emigrantes retornados pesa mucho el haber
carecido de instrucción formal y haberla adquirido sobre la marcha en
el nuevo país. Pesa tanto que muchos de ellos realizan donaciones, en-
caminadas a beneficiar a las clases populares con las que ellos mismos
se identifican, que paliarían el desolador panorama español en las polí-
ticas de instrucción pública o en la atención asistencial: la fundación de
innumerables escuelas, hospitales o lugares donde huérfanos, ancianos
e impedidos encontrasen cuidados y sustento son uno de los aspectos
socialmente más visibles del regreso a casa de los indianos.
Es indudable que este afán por las donaciones estaba generalizado
entre los emigrantes gallegos del XIX, porque en él participaron tanto los
1111
,111
pocos enriquecidos, como una multitud anónima, que a través de sus aso-
ciaciones locales en América, enviaba colectivamente los fondos necesa-
~1'
:111, rios para que sus antiguos convecinos no sufriesen las carencias que ha-
bían tenido ellos cuando cruzaron el Atlántico. Las fundaciones con que
cubrieron gran parte de la geografía gallega4 destacan por su relevancia
social, ya que fueron un factor decisivo en el declive del analfabetismo
(Núñez Seixas, 1994; Malheiro Gutiérrez, 2006).
En conclusión, la distinción entre las formas tradicionales de perte-
necer a una clase social y las nuevas formas de adquirir riqueza y poder,
mantenía en situación ambigua a los indianos cuando regresaban como
millonarios a sus lugares natales. Las familias de clase alta tradicionales 5
mostraban el rango, mantenido durante varias generaciones a través de su
casa y de los objetos emblemáticos que habían heredado. Los indianos,
recién llegados a la riqueza, suplían la ambigüedad social beneficiando
a los demás con su propia riqueza y consagrando su vida doméstica y la
de sus hijos a traspasar las fronteras y a mostrar la superioridad de sus

4. Las aportaciones de los emigrantes gallegos suplieron la parquedad de servicios


sociales en las décadas previas al decisivo impulso que daría la Segunda República a las
instituciones de instrucción y al reconocimiento de otros derechos que asociamos con el
bienestar de los ciudadanos (Núñez Seixas, 1994; Malheiro, 2006).
5. Probablemente, como se desprende de las distintas estrategias de asimilación, al-
gunos miembros de esas familias <<tradicionales>> también tenían o habían tenido relacio-
nes con la emigración a América.

78
PASATIEMPOS INDIANOS

1logros frente a la carencia de las élites provincianas en cuanto a expe-


rriencia, viajes, saber vivir y capacidad de moverse por el ancho mundo
(Veblen, 2002 [1899]).
Tal vez, en las complejas respuestas a esa ambigüedad social haya
que buscar alguna de las causas por las que tantos hombres que se hicie-
ron riquísimos mostraban en público su filantropía, su contribución al
bien común. Al mismo tiempo que distribuían generosamente parte de su
fortuna y construían sus ~sa, exhibían las nuevas formas de consumo:
las ropas, los coches, lo~ criados, las colecciones de objetos, a veces ad-
quiridos en los viaje~Úrístco de la familia. En cierto sentido es como
si a través de esas ~rategis combinadas pusiesen sus adquisiciones pri-
vadas y sus donaciones públicas a trabajar para incrementar el estatus
social de sus dueños, de forma comparable a como ponían a trabajar el
capital que con su trabajo habían logrado reunir en el mundo de la emi-
gración transoceánica.

EL BETANZOS DE LOS HERMANOS GARCÍA NAVEIRA

Entre los indianos gallegos que llevaron a cabo una política de donaciones
más completa, generosa y socialmente relevante, pocos pueden competir
con los hermanos don Juan y don Jesús García Naveira, quienes, ade-
más de anticiparse a la creación de una especie de estado del bienestar en
miniatura, son los artífices de una obra singular, El Pasatiempo, que se
convertirá a partir de ahora en el objeto de este primer contrapunto.
Juan García Naveira (1849-1933) había nacido en el barrio de la Ri-
beira, situado entre el exterior de la muralla y los dos ríos que forman
la ría de Betanzos. Era el mayor de cinco hermanos de una familia de
labradores 6 • Sabemos que acude a la escuela durante poco tiempo, pues
pronto queda huérfano de padre, por lo que debe dedicarse a trabajar
las fincas de la familia. En 1869, es decir, a los veinte años, emigra a Ar-
gentina, instalándose en Buenos Aires, donde a los dos años, en 1871, se
reunirá con él su hermano Jesús (1853-1912). Un tercer hermano y su
medio hermano también emigrarán mucho más tarde, pero las fuentes
no nos aportan datos sobre ellos (De la Fuente García, 1980 y 1999).
Está claro que los hermanos García Naveira compartían con milla-
res de emigrantes de aquella época los orígenes socioculturales que les
atribuye Hobsbawm:

6. Eran tres hermanos y una hermana, Juan, Jesús, Ricardo y Antonia. Tras enviu-
dar, la madre volvería a casarse con el hermano de su difunto esposo y tendría otro hijo
llamado Eduardo. De los cinco, solo la hermana no emigraría: se casaría en Monforte,
donde tuvo dos hijos: uno de ellos se casó con su prima Águeda, la hija de Juan.

79
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

Como la mayoría de los europeos eran de origen rural, también lo eran la


mayoría de los emigrantes. El siglo XIX fue como un gigantesco mecanismo
para los campesinos desarraigados. La mayoría de ellos iban a las ciudades, o
por lo menos, escapaban a las actividades rurales tradicionales para encon-
trar el mejor modo de vida posible en un nuevo mundo, extraño y temible,
pero, al menos, ilimitadamente esperanzador, donde se decía que las calles
estaban pavimentadas con oro, aunque los emigrantes raramente recogían
algo más que unos centavos (Hobsbawm, 2003: 204-205).

Suele ser una constante en las biografías de los pocos emigrantes que
encontraron el empedrado de oro, que sus primeros años americanos
permanezcan en penumbra. En el caso de los hermanos Juan y Jesús igno-
ramos cuáles fueron sus primeros pasos en Buenos Aires: cómo llegaron,
cuáles eran sus redes de contactos, con quiénes se relacionaron allí, en qué
y para quién trabajaron, cómo adquirieron sus destrezas en el comercio
o cómo lograron su particular <<acumulación primitiva del capital>>.
En cambio, todas las fuentes coinciden en señalar que ambos herma-
nos se esforzaron en adquirir la instrucción de la que carecían, recurrien-
do a clases nocturnas, lecturas y viajes, así como que en un tiempo récord
iniciaron múltiples negocios que pronto fructifican: establecimientos mer-
;1
1
cantiles, firmas importadoras en el ramo textil, inversiones en terrenos en
'W
la Pampa húmeda que enseguida multiplican su valor por la creación de
;¡¡, una vía de ferrocarril que atraviesa las propiedades, empresas comerciales,
financieras, agrícolas y ganaderas. Enseguida también, ambos hermanos
García Naveira se casarían en Argentina con mujeres de origen vasco 7 •
En 1893, ya con una considerable fortuna, Juan retorna a Galicia
instalándose definitivamente en Betanzos; mientras su hermano Jesús fija
su residencia en Madrid, aunque pasa temporadas en Buenos Aires y
en Betanzos. En esta ciudad, Juan construiría su casa y ambos llevarían
a cabo una amplia labor filantrópica, tanto conjuntamente (Lavadero
público gratuito y un Patronato benéfico para la construcción del Asilo
de Ancianos y de las escuelas que llevan sus nombres) como por separa-
do. Así, Juan construiría otro lavadero público en Las Cascas; un refugio
para, en el lenguaje de la época, <<niñas anormales>>, el Sanatorio de San
Miguel el acondicionamiento y mejora del Hospital de San Antonio y el
parque de El Pasatiempo, objeto de este trabajo. Por su parte, Jesús, que
fallecería en un accidente en Argentina en 1912, donaría otras escuelas
(Escuelas Municipales Jesús García Naveira), la Casa del Pueblo y dejaría
a las fundaciones conjuntas diversos legados testamentarios8 • Al mismo

7. Según muchos historiadores de la emigración, los vascos en Argentina ascendie-


ron enseguida en la escala social.
8. El seguimiento más exhaustivo sobre la suerte de las distintas fundaciones se en-
cuentra en De la Fuente García (1999).

80
PASATIEMPOS INDIANOS

tiempo, canalizan para sus fundaciones generosos donativos de otros


betanceiros emigrantes en la Argentina y de diversas instituciones del
partido judicial (Rodríguez Crespo, 1983; De la Fuente García, 1999).
En su obra cumbre, el Parque-Jardín El Pasatiempo, Juan propone
tomo ejemplo su modelo práctico de ascensión social, su visión del mun-
do, la necesidad de la instrucción que él ha tenido que adquirir por sus
propios medios, el deseo de que gracias a él sus conciudadanos se sobre-
nnngan al clasismo y al clientelismo político en que se basa el dominio
las viejas clases altas españolas. Estamos pensando en uno de los men-
sajes que mandó inscribir e~El Pasatiempo: <<Usted que le gusta viajar y
que tiene conocimientos y¡ína educación que se separa elevándose de la de
las clases elevadas de España, sacaría gran provecho y gusto visitando todo
este país de Oriente>>, en el que sintetiza dos temas distintos: la necesidad
de que sus conciudadanos, como individuos, se eleven por encima de las
clases dominantes de España y una indicación de las evidentes relacio-
nes de don Juan con la masonería; relación que esclarece buena parte
del contenido e intención de El Pasatiempo, a la vez que proporciona
luz sobre el final de esa inscripción: <<Sacaría gran provecho visitando
todo este país de Oriente>>, chocante en un parque situado hacia Occi-
dente, y en un país -sea Galicia o España- que es el más occidental
del continente. El mensaje resultaría contradictorio a no ser que sepa-
mos el guiño que supone el término <<Oriente>> para designar las logias 1
de provincia y la interpretación de todo lo que de genuinamente mar;on ( 1
contiene la praxis cotidiana y formativa de don Juan con respecto a sus
' ·~
l
obreros, su propio proyecto y el pequeño tributo que rinde a Salomón
en uno de sus estanques.
Una última reflexión, procedente del universo maussiano, cerrará
este capítulo sobre las donaciones de los hermanos García Naveira. La
mayoría de los antropólogos han opuesto las sociedades sin mercado,
caracterizadas por carecer de una esfera económica independiente, a
la sociedad de mercado, como sinónimo del capitalismo; en otros tér-
minos, han considerado antagónicas la moral del don, característica
de las primeras, con la de los intercambios bajo contrato, propios de
las segundas.
Sin embargo, el mundo del don con sus obligaciones persiste todavía
entre nosotros. Recordemos las conclusiones morales con las que Mauss
finalizaba el Ensayo sobre el don en las que intentaba aplicar las enseñan-
zas de su análisis comparativo a las sociedades contemporáneas, donde
en ciertos circuitos todavía perviven las obligaciones de regalar, de acep-
tar los regalos y de devolverlos. Su intención explícita era reforzarlas
como tales sociedades, frente a la debilidad introducida por la ideología
de que entre nosotros <<todo se puede comprar y vender>>:

81
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

Por fortuna, todavía no clasificamos todo en términos de compra-venta. Las


cosas tienen todavía un valor sentimental, además de su valor venal, supo-
niendo que haya valores que se puedan considerar solo de este tipo. Tene-
mos algo más que una moral de mercaderes.

¿cómo propone Mauss extender la moral del don? Obligando a los


ricos, si no lo hacen libremente, a compartir, a sufragar con sus bienes
los gastos de todos:
En primer lugar, regresamos, y es necesario regresar, a las costumbres del
<<gasto noble>>. Es necesario que, al igual que ocurre en los países anglosajones
y en muchas otras sociedades contemporáneas, ya sean salvajes o muy civili-
zadas, los ricos vuelvan -libremente o a la fuerza- a considerarse como una
especie de tesoreros de sus conciudadanos. Entre las civilizaciones antiguas 9
-de las que venimos nosotros- algunas tenían jubileos (de deudores), otras,
liturgias (deberes) tales como las coregias y triarquias, las syssitias (comidas
en común), y el edil y las personalidades del consulado estaban obligados a
gastar. Deberíamos remontarnos a leyes de ese tipo.

Como si le hubiesen dado una vuelta a Mauss, en cuanto a los re-


celos que le despiertan las prácticas del mercader en aquellos años en
los que la sociedad sufría los estragos de un liberalismo que parecía
apoderarse de todos los recursos y relaciones humanas, los hermanos
l García Naveira aprendieron, una vez ricos, a utilizar su moral de merca-
J!¡
deres como si, efectivamente, fuesen los tesoreros de sus conciudadanos.
Pero ¿discrepan mucho de Mauss? Este concluiría su discurso diciendo:
De un extremo a otro de la evolución humana, no existen dos tipos de sabi-
duría. Por tanto, adoptemos como principio de nuestra vida el que ha sido y
será siempre un principio: salir de uno mismo, dar, libre y obligatoriamente.
No nos arriesgamos a equivocarnos. Un bello proverbio maorí dice:
Ka Maro Kai atu
Ka Maro Kai mai
Ka ngohe ngohe.

Da tanto como tomas y todo irá muy bien (Mauss*).

La experiencia de los hermanos García Naveira les llevó a buscar


caminos sincréticos en los que se encontrasen las Gracias y Mercurio:
tal vez aportaron el tipo de solución que buscaba Mauss para aplicar la
moral del don a una sociedad dominada por el mercado.

9. Mauss enumera diversos ejemplos de sociedades antiguas en las que los ricos te-
nían la obligación de sufragar los gastos ceremoniales o redistributivos públicos. Por ejem-
plo, coregias, del griego khoros, coro, yago, conducir: se refiere a la donación que realiza-
ba un ciudadano griego para costear la enseñanza y los trajes de los que formaban el coro
en los festivales dramáticos.

82
PASATIEMPOS INDIANOS

Su gran obra, El Pasatiempo, nos ofrece un relato de su vida adulta


dividida en dos partes: primero, bajo la estela de Mercurio, dios de las
comunicaciones y del comercio al que nunca dejaron de honrar en sus
monumentos, consiguieron una gran fortuna; después, bajo la estela de
las Gracias-Charites, que ellos tiñen de piedad, desplegaron en su Betan-
zos natal una política de donaciones que el propio Mauss hubiese reco-
nocido como gasto noble: varias escuelas laicas para niños y niñas; la-
v~deros10 para aliviar el trabajo de las mujeres -tanto de las lavanderas
profesionales como de cualquieya que lavase en los ríos-; asilos para
ancianos en un sistema carente !de pensiones de jubilación, hospitales,
centros de atención y cuidado, la Casa del Pueblo, para los trabajadores
y sus representantes sindicales. En resumen, sus donaciones les aproxi-
maron bastante al proverbio Maorí, fuera lo que fuese lo que hubieran
obtenido en Buenos Aires.
A la muerte de don Juan, en 1933, quien sería el último alcalde re-
publicano de Betanzos, Tomás López Da Torre 11 escribió un sentido
obituario:

Frente a la típica sordidez del capitalismo local, destacó su generoso despren-


dimiento ininterrumpido. Dignificó el dinero. Su vida, en Betanzos, fue una
maravillosa lección de amor al terruño y al prójimo. De trato llano y modes-
to, sin afectación, se complacía en la relación amistosa con los humildes. Pró-
digo millonario, a nadie lastimó con sus riquezas, antes procuró aliviar con
ellas las dolencias y desigualdades humanas. En pocas ocasiones podrá decirse
con mayor justicia: <<El pueblo está de luto» (Rodríguez Crespo, 1983: 47).

•\,

10. El lavadero cubierto se distribuía en dos plantas: en la primera, donde podían


lavar hasta veintidós mujeres al mismo tiempo, había dos filas de puestos para adaptarse
a las variaciones de las mareas del río Mendo. Asimismo, como destaca Rodríguez Cres-
po, <<dispone de una lareira, para que las usuarias puedan calentar la pota de la comida y
templarse en tiempo de invierno» (1983: 67). La segunda planta servía para secar la ropa
cuando llovía, mientras que la zona con césped que rodeaba el edificio servía para clarear
y secar la ropa en los tendales al aire libre.
11. Abogado socialista, sería fusilado el1 de octubre de 1936 en el Campo da Rata
(A Coruña) a los 35 años (Torres Regueiro, 2006).

83
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

PASANDO EL TIEMPO: PRETENSIONES DESCRIPTIVAS 12

Don Juan García Naveira centrará buena parte de sus esfuerzos en la


construcción de un jardín-parque denominado El Pasatiempo, siendo esta
su obra más personal y original. El Pasatiempo consistía en un sorpren-
dente conjunto de jardines inspirados en los románticos ingleses y en los
renacentistas o manieristas italianos, que contaba también con un peque-
ño zoológico, invernaderos y una zona de representaciones iconográfi-
cas de tipo ilustrado, ocupando todo ello una extensión aproximada de
novecientas áreas. Estaba convenientemente alejado -unos cuatrocien-
tos metros- del centro urbano.
El Pasatiempo fue concebido como una zona de esparcimiento -el
propio nombre insiste en la idea de ocio-, el terreno en el que se cons-
truye es en su mayor parte pantanoso, una zona de juncales y marismas
que fueron rellenadas y acondicionadas canalizando las aguas 13. La rea-
lización de este parque-jardín, de titularidad privada y disfrute público,
ocupará gran parte de la vida de don Juan desde su vuelta a Betanzos
en 1893, pudiendo afirmarse que hacia 1914 el parque está práctica-
mente terminado, aunque hasta 1933 -fecha de su muerte- don
Juan no dejará de ampliar sus diseños y de comprar nuevas huertas
que perfilan y enriquecen su coherente, aunque irregular, configura-
J ción.
11
::1!11. Ahora sabemos que la manera de plasmar en el parque sus ideas
'lli'•':::., carecía de un proyecto fijo, porque don Juan, para utilizar la clásica dis-
''"'
tinción de Lévi-Strauss en el capítulo primero de El pensamiento salva-
je (Lévi-Strauss, 1975), se identificaría mejor con el bricoleur -aquel
que construye a partir de combinaciones de las distintas series de ob-
jetos culturales que van llegando a sus manos- que con el ingeniero-
arquitecto, quien solo utiliza los medios necesarios para alcanzar sus
fines, que se concretan en ejecutar un plan previo e inmutable. Por este
motivo, hasta la muerte de su autor, el parque se nos presenta como
una construcción permanente, que va incorporando -mediante su com-

12. Aunque he intercalado algunas notas suyas en todo este apartado y en el final,
Ogni pensiero vola, las descripciones de El Pasatiempo son obra de mi hermana Belén.
Me he limitado a realizar algunas observaciones previas y correcciones sobre sus apuntes,
1 ¡!¡' pero he respetado su estilo y su buen humor narrativo. La base bibliográfica que Belén había
11 consultado era fundamentalmente la siguiente: Cabano, Pato y Sousa (1986 y 1992); De
1 la Fuente García (1980); Rodríguez Crespo (1983); Seoane (1957). Yo he añadido algunas
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publicaciones posteriores, como la reedición en gallego del libro de R. Borondo (2010)
11'1 ·.1¡:¡11
o las aportaciones de De la Fuente García (1999), Torres (2006) y otros habituales del
1, '111 Anuario Brigantina.
11 • . 1r 13. Hasta la primera mitad del XIX la zona de marismas - 0 Carregal- era comunal.
Cuando don Juan comienza a adquirir huertas, había sido parcelada y vendida a distintos
,l,! 1.'11
propietarios.
1¡1¡

11·
84
11'1·¡1

,¡,, ,,l
PASATIEMPOS INDIANOS

pra- más terrenos en los que tendrían cabida nuevas y variopintas


interpretaciones culturales.
El Pasatiempo se inscribe en los planes de donaciones de don Juan,
pero, en este caso, por su especial diseño y trascendencia, más que como
. una institución caritativa -entendiendo por tal una visión moderna,
desincrustada como hoy sería una ONG, de los principios que hemos ana-
lizado en el capítulo segundo-, hay que asociarla con la práctica de la
cultl;!ra del trabajo tal y como la c2'cibió donJuan en su faceta de autor
de la propia obra realizada.
En su libro The Country an the City, Raymond Williams (1973:
30-31), al analizar uno de los temas centrales de la poesía pastoril rena-
centista -la celebración de la riqueza rural como una asociación entre
naturaleza y providencia, a partir de la que se ensalza compartir los ali-
mentos con toda la comunidad, incluso con los pobres-, se detiene en
buscar qué se oculta tras esa advocación a compartir, qué virtud, si la
caridad cristiana, la responsabilidad, o la vecindad está detrás de esta
poesía que intercambia la mitología clásica con la cristiana, el campo con
el Paraíso y la Edad de Oro con el Edén. Recuerda entonces una cita de
Rosa Luxemburg, en la que consideraba que cierto ideal del cristianismo
primitivo, cuyos primeros adeptos romanos eran miembros de las clases
bajas, de poseer las cosas en común, pertenece al ámbito de la caridad,
porque su pretensión es consumir en común, no trabajar o producir bie-
nes en común: <<Los proletarios romanos no vivían de su trabajo, sino
de las limosnas que les distribuía el Gobierno. Así que las demandas de
los cristianos de propiedad colectiva no se relacionan con los medios
de producción, sino con los de consumo>> 14 • En la interpretación de Wi-
lliams, la versión de la caridad cristiana expresada como comunidad de
consumo (la Cena, compartir el pan y la fiesta como consumación so-
cial), se mantuvo aun después de que los cambios introducidos en la
sociedad por el capitalismo la hubiesen relegado a ser una visión social
periférica o incluso dañina para los más desfavorecidos.
En cambio, aplicando la distinción de Rosa Luxemburg a las dona-
ciones generales de los hermanos, podemos establecer que estas se diri-
gen casi siempre a favorecer la reproducción social -escuelas, asilos,
lugares de cuidado-, mientras que la donación de don Juan en El Pa-
satiempo tiene también que ver con su manera de entender el trabajo:
gran parte de sus días los llenaban las relaciones que mantiene con los
hombres que trabajaban, edificaban y compartían su obra:

14. Williams tomó esta cita de Rosa Luxemburg (Williams, 1973: 30-31) del libro
de A. Cunningham, Catholics and the Left (1966: 83-84), quien la extrajo de la obra de
Luxemburg Socialism and the Churches.

85
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

Podía vérsele todos los días laborables salir de su casa a las nueve de la
mañana, con zamarra y zuecos 15 , dirigiéndose a la puerta de la Alame-
da, salvo que lloviese torrencialmente 16 • Allí le esperaban sus obreros y
otros trabajadores en situación de paro. En compañía de todos, hablan-
do con unos y otros, se dirigía a la obra que en cada momento estaba
construyendo, que él mismo no solo financiaba, sino que también dirigía
y vigilaba. [... ] A sus obreros les pagaba un jornal equitativo y advertía
a todos que, si encontraban otro trabajo mejor retribuido, debían aten-
derlo, ya que, caso de cesar, él se lo proporcionaría de nuevo (Rodríguez
Crespo, 1983: 37-38).

En la construcción de El Pasatiempo llegaron a trabajar, durante un


periodo de altísimo desempleo, hasta doscientos obreros de Betanzos,
para quienes las obras sirvieron como taller de formación. Una de las
grandes carencias de las investigaciones sobre El Pasatiempo radica en
que desconozcamos la cultura del trabajo generada en su edificación,
o que ignoremos la autoría de ciertas obras que permanecen nebulo-
samente anónimas, tal vez como consecuencia de los prejuicios de la et-
nografía e historiografía decimonónica, todavía existentes en algunos
ámbitos de nuestro país 17 • Cierto que el diseño, la escritura del parque,
era de don Juan, pero ¿quiénes eran aquellos anónimos obreros que
J dieron forma, gracia y color a sus propuestas?
j El propio don Juan, a pie de obra, organizaba con el capataz Fran-
~¡, cisco Sanmartín Murias el trabajo en equipo, las labores de manteni-
' ' ljloIIJ''¡1 ,~
miento de jardines y especialmente el tratamiento de nuevos materiales
de construcción como el cemento Portland 18 • Asimismo, los trabajos se
interrumpían diariamente durante unas horas destinadas a clases para
adultos en las escuelas que había fundado (lectura, escritura, aritméti-
ca y cultura general).

15. Es decir, con la ropa que usaban los trabajadores. La oposición zapato-zueco
de madera simbolizaba en Galicia el calzado de las distintas clases, de modo similar a
como, en la misma época, en otros lugares con un clima más seco se haría entre zapato-
alpargata.
16. Según cuenta Rodríguez Crespo, para calcular cuánto llovía antes de levantarse,
tenía una lata colocada estratégicamente en su ventana que, según el ruido que hiciese la
lluvia, le permitía decidir si seguir en la cama porque ese día no se podía trabajar o irse a
! 'illlll¡' la obra.
1 1,1
17. Nada más desolador en la mayoría de los museos etnográficos españoles cuando
observamos que la etiqueta «popular» significa que la convencional distinción entre ar-
~ tista y artesano impide que se rinda tributo a quien la hizo, si el ceramista, carpintero o

Yl[¡
'
1' '1 ' '1 '

cantero queda clasificado como miembro de la «artesanía popular». Irónicamente, en la


ficha de adquisición del objeto suele aparecer el nombre, apellidos y cargo del etnógrafo,
historiador o funcionario que realizó la compra o la donación.
18. Los materiales utilizados fueron, indistintamente: mármol, piedra, cemento, con-
chas, azulejos, guijarros, botellas, vegetación, etcétera.
~l,i
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86
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'i' 1 ,,
PASATIEMPOS INDIANOS

El Pasatiempo, <<capricho de indiano», como es calificado en una de


las obras que manejamos para la elaboración de este trabajo (Cabano Váz-
quez, Pato Iglesias, Sousa Jiménez, 1992), pasó a ser una o tal vez <<la»
idea fija de don Juan, auténtica obsesión/ para su creador, cuyos viajes

para su parque. 1
f
al extranjero vienen determinados por la 1húsqueda de nuevos elementos

Dentro de El Pasatiempo existían d s áreas claramente diferencia-


das: <;)Jardín, terreno llano ganado a 1 junquera y marisma, que ocu-
paba la mayor parte de la extensión del conjunto, y el Parque Ilustrado,
zona organizada en cinco niveles o terrazas que se amoldaban a la falda
de la montaña, también llamado <<Parque Enciclopédico>>.

El jardín

Comenzaremos por hacer un recorrido tal como podría realizarse en los


años treinta antes de la muerte de su creador y la posterior decadencia,
en parte desencadenada por la guerra civil y la larga postguerra. Aunque
Betanzos no fuese frente de guerra, durante unos meses de 1939 se habi-
litó un campo para prisioneros republicanos, entre los que se encontraría
el entonces anarquista Vicente Ferrer (De la Fuente, 2004), en una fá-
brica del barrio de La Magdalena, lindante con El Pasatiempo. Por otra
parte, en la postguerra, el hambre, el paro, las leyendas siniestras y la
especulación se aliaron para que desapareciesen tuberías, altorrelieves,
surtidores, fuentes y estanques, dejando dramáticas fracturas en muchos
de los elementos, cuando no haciéndolos desaparecer totalmente. No
hay que olvidar que el parque era de titularidad privada, pero de dis-
frute público. Esta decadencia consentida durante décadas -¿no era su
expolio una declaración de principios en contra de la estética indiana?,
como parece indicar De la Fuente (1999)-llevó al parque a un estado
paupérrimo, como refleja la denominación popular de Horta de Don Juan
que sugiere parcelas de cultivo antes que un jardín de sus características.
A partir de 1986 el Ayuntamiento de Betanzos adquirió los terrenos e
inició paulatinamente su restauración actual que da una idea limitada
de lo que fue: para la descripción del paseo que vamos a hacer por El
Pasatiempo nos basamos en colecciones fotográficas de la época y en las
reconstrucciones bibliográficas que hemos citado.
Tras cruzar el río, pararíamos en la Casa Taquilla para comprar la
entrada y tal vez alguna de las postales (postales sin las que buena parte
de este trabajo sería imposible). El dinero recaudado por estos concep-
tos estaba destinado al mantenimiento del Asilo de Ancianos que, como
sabemos, habían fundado los hermanos García Naveira. Tras adquirir la
entrada y siguiendo un paseo arbolado, flanqueado por la versallesca verja
de hierro forjado y remates dorados, llegaremos hasta la entrada princi-

87
1 EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

pal. Ante ella y siguiendo la tradición que recomienda situar leones ve-
1
lando las entradas, encontramos dos leones de mármol de Carrara, uno
al acecho y el otro dormido 19 • Nuestras fuentes insisten en señalar los
tremendos quebraderos de cabeza que provocó el traslado de los leones
desde el puerto de A Coruña (la reproducción fue realizada en Italia)
hasta Betanzos. Incluso hubo que reforzar la estructura del puente sobre
el río Mendo, como quien tuviera que transportar un barco a través de
una montaña en medio de la jungla: algo de «Fitzcarraldo>> sí tiene este
empeño de don Juan por domar las ciénagas, que finalmente se venga-
ron devorando bajo la maleza lo que fuera aquel original conjunto de
arquitectura, escultura, cerámica y jardinería.
Ya dentro del recinto, a la izquierda, había un paseo ajardinado,
y, a la derecha, paralela a la verja de entrada, discurría una avenida
emparrada llamada de los Emperadores porque, sobre unos pedestales
de cemento Portland, se distinguía una docena de bustos de empera-
dores romanos, copias en mármol de los existentes en el Museo del
Capitolio de Roma.
Esta parte del jardín se organizaba radialmente en torno a un grupo
ti;¡
escultórico: la estatua en mármol de Carrara que representa a los herma-
.111! nos García Naveira (Cabana, Pato y Sousa, 1992). Ambos aparecen de pie,
J fraternalmente abrazados, mientras don Jesús, parece señalar algo con el
:J¡
brazo. A sus espaldas observamos un taburete con libros; en el lomo de
~!1· 1 1¡~ uno de ellos destaca la inscripción <<COPIADOR>>; este era el libro en el
,¡~.:1
que se copiaban todas las cartas y telegramas expedidos y recibidos por
los comerciantes, entiéndase, por tanto, que están representados como
miembros activos del comercio y por ello, en el pie de la escultura aparece
el caduceo de Mercurio simbolizando el comercio y las comunicaciones.
Este grupo obedece al deseo de don Juan de perpetuar su memoria y
ofrecer un homenaje a su hermano Jesús, fallecido en accidente en 1912.
Más adelante hemos de insistir en el simbolismo de este monumento.
Continuando el paseo desembocamos en una zona más amplia y de
carácter distinto; de inmediato encontramos la Fuente de las Cuatro Esta-
ciones. Se trata de una fuente de cemento, de planta octogonal, con cuatro
figuras alegóricas de las estaciones del año. La obra, realizada por artis-
:1 tas locales, es copia de la fuente Louvois de París del año 1884, obra del
escultor Klagman, situada en la entrada de la Biblioteca Nacional.

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19. Estos leones son una reproducción ampliada de los que vigilan el mausoleo del
papa Clemente XIII en el Vaticano, realizados por el escultor neoclásico italiano Antonio
ill 1,111'
Canova en 1792. Juan conoció estos leones en un viaje realizado en 1899 en compañía de
,, 1'1'''.' su hermano Jesús y de un amigo que también acababa de regresar de la Argentina -Rogelio
'1 1
Borondo-, quien escribiría una crónica de este viaje. Actualmente custodian la entrada del
111 11
1
santuario de Covadonga en Asturias. La reja cierra y abre el acceso a un pazo de Bergondo.
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PASATIEMPOS INDIANOS

El protagonista de esta parte del jardín es, obviamente, el agua: en


el centro un gran estanque, conocido como el Estanque de los Papas, ya
que la balaustrada que recorría y cerraba su perímetro contenía la colec-
ción completa de los bustos de los Papas desde san Pedro hasta Pío X;
fueron realizados en cemento a partir de un grabado comprado por don
Juan en su visita al Vaticano. Sorpend~tm, a partir de un único
molde se realizaron los 265 bustos, infroduciendo pequeñas variantes
en sus rasgos físicos y atributos. En el medio de la hilera de bustos había
una 'fuente de cemento con una estatua del Sagrado Corazón de Jesús.
En el centro del estanque, una figura femenina semidesnuda -estas fi-
guras que aparecían profusamente en todo el parque, tenían el rostro,
repartido en las distintas composiciones, de cada una de las dos hijas de
don Juan- con una jarra de tipo renacentista sobre el hombro; tal y
como describe un visitante de 1923, <<en el centro de las aguas hay una
figura algo oriental, quizás muy desvestida para los ojos que la miran>>,
refiriéndose, sin duda irónicamente, a la severa mirada de todos los Pa-
dres de la Iglesia. El estanque se realizó en cemento, estaba decorado con
infinidad de conchas, guijarros y teselas, y en sus orígenes estaba rodea-
do de máximas morales de las que se conservan dos inscripciones: Es
FÁCIL CRITICAR, DIFÍCIL EJECUTAR y, como si don Juan buscase la concordia
entre la masonería, la ilustración republicana y una de las múltiples va-
riantes del socialismo cristiano: jESUCRISTO FUE EL PRIMER SOCIALISTA.
El escenario se completaba con diversos juegos de agua, fuentes, plan-
tas acuáticas, patos y cisnes. La zona que rodeaba el estanque estaba den-
samente arbolada (plátanos, arces, palmeras, camelias, drácenas, tejos y
otros) con el fin de aislarlo del resto.
Más adelante, un paseo arbolado separaba el jardín de la marisma,
y un canal regulaba el caudal de un pequeño afluente del Mendo, canal
que al mismo tiempo era estanque y que llevaba a la Fuente de la Indus-
tria y del Progreso: una victoria alada clásica a la que una rueda dentada
convierte en una moderna alegoría del progreso industrial. Muy cerca
de esta y rematando el frente del canal, encontramos una composición
en cemento llamada la Fuente de Neptuno y Anfítrite, en la que cada
uno de ellos, sentados en una gran concha, se identifica mediante la ex-
hibición de sus atributos típicos.
Una de las fuentes bibliográficas que utilizamos -S. de la Fuente-
cita un estanque japonés con mosaicos del que, sin embargo, no encon-
tramos ninguna otra referencia.
Si atravesáramos este canal por medio de un puente de madera, lle-
garíamos al parque zoológico donde se exhibían peces, aves, lobos, cier-
vos, gamos, monos e incluso un yak siberiano regalo de Alfonso XIII.
A espaldas de Anfítrite y Neptuno, encontramos un grupo escultó-
rico que representa a la Caridad. El grupo, realizado en mármol por un

89
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

artista italiano, reproduce escultóricamente el cuadro de Benito Crespi


La caridad romana, que se encuentra en el Museo del Prado y que narra
la historia de un hombre condenado a morir de hambre en la cárcel, que
recibe las visitas de su hija -que acaba de ser madre- y que aprovecha
dichas visitas para alimentarle dándole de mamar. Filia patrem mamma
nutriens en expresión de Valerio Máximo, quien considera esta historia
un ejemplo de piedad filial, y que con este mismo sentido aparece ya
en un viejo fresco de Pompeya. La alegoría de la Caridad-Piedad, re-
creada por muchos pintores clásicos y barrocos, se había convertido en
una imagen muy conocida en el siglo XIX gracias a la popularidad alcan-
zada por un grabado de Le Grand impreso en el Real Establecimiento
Litográfico de Madrid: observamos que en este grabado la hija apoya
la mano sobre la cabeza del anciano padre y, sin embargo, en nuestro
grupo escultórico encontramos un elemento insólito justo en la mano
de la hija: se trata del micrófono de un teléfono. Elemento realmente
rupturista en el, por lo demás, clásico grupo, y que tras el estupor ini-
cial, nos lleva a preguntarnos quién puede estar al otro lado del aparato.
Retrocedemos en nuestro plano hasta casi la entrada del jardín, donde
teníamos el primer grupo escultórico que representaba a los hermanos
García Naveira, y observamos que la mano de don Juan sostiene un au-
ricular con el que mantiene su conversación con la Caridad. Solo nos
J falta seguir la dirección del brazo de don Jesús para saber hacia dónde
J
indica: el Asilo de Ancianos Desamparados, obra conjunta de los her-
~'1·. manos García Naveira.
'1":~
Este singular montaje supone un auténtico despliegue del sentido que
don Juan le otorga a la caridad, entendida a partir de la alegoría de la
piedad filial y de la vejez: la estatua muestra una injusticia histórica, re-
mediada en el grupo escultórico por la piedad individual de la hija con su
padre, mientras que los hermanos señalan la solución social que espera
a los viejos desvalidos de Betanzos: la fundación benéfica de un moder-
no asilo de ancianos. ¿puede imaginarse una más original exhibición de
performance perpetrada y perpetuada?
El grupo de la Caridad estaba rodeado de árboles y, entre estos y el
llamado Invernadero de Abajo 20 , se hallaba una de las escenas más cele-
bradas del jardín: se trata del jardín-dormitorio, que es una copia realiza-
,,
da en mirto del propio dormitorio de don Juan. Consta de dos camas,
,' ropero, sillas, mesa de noche, chaise-longue y tocador; al lado de cada
una de las camas aparecen los bustos de don Juan y de su mujer, copia
1

1¡1

1¡!1 en cemento de los bustos de mármol que en 1904les había esculpido en


1¡,'

20. El invernadero, realizado en cristal con armazón de hierro al estilo de los del
i!lll Museo de Historia Natural de París, tenía un paso superior para contemplar plantas, flores
y árboles.
,1¡1',

11,1,1: 90
PASATIEMPOS INDIANOS

Roma el artista Bricoli y que aún se conservan en el asilo. Al otro lado


de la avenida podía contemplarse, también en mirto, el jardín-comedor
con bustos de su hermano Jesús y de una hija de Juan, llamada Águeda,
que era quien realizaba gran parte de los;bocetos de las obras que se lle-
vaban a cabo. j
En realidad, la reproducción tienr.una gran coherencia: los jardines
suelen rodear una gran casa, cuyo interior se vislumbra desde el exterior.
Así que, en estos, la solución que don Juan encuentra para la ausencia
déla casa viene dada por la exhibición vegetal del propio universo do-
méstico, representado por la reproducción del dormitorio y del come-
dor, en el propio jardín.
También existía -cómo no- un laberinto del que no quedan hue-
llas. En torno a fuentes, como la Florentina o alrededor de estatuas
--como la de Mercurio o del Comercio realizada en bronce- se orga-
nizaban otros pequeños espacios ajardinados.
Según algún cronista de la época parece que había también una
avenida de los Álamos por la que <<transitaban>> escritores como Dickens,
Milton, Dante o Cervantes. Sin embargo, ni existen fotografías ni queda
claro si estos escritores aparecían retratados o si se trata de algún tipo
de evocación (Cabano, Pato y Sousa, 1992: 39).
Esta parte baja del jardín se cerraba con una reja que en su parte oc-
cidental lindaba con el camino público. Para salvarlo y mantener unidas
las dos partes de El Pasatiempo, don Juan construyó un paso elevado que
arrancaba de un delicioso pabellón asentado sobre una plataforma de
piedra de sillería, con una rotonda circular desde la que unas escaleras
de hierro conducían al primer piso y daban acceso a un pasadizo sobre
el camino vecinal. El Pabellón tenía planta octogonal, tejado de zinc y
tres plantas; en su interior, parece que se ubicaba un auténtico museo de
curiosités (entre ellas, había desde un billar hasta un gaiteiro, pasando
por <<Preciosidades de la Pampa», o cabezas disecadas de panteras, tigres
o cocodrilos), además de cumplir con la ya citada función de comunicar
con la otra parte del jardín, más conocida como El Parque Enciclo-
pédico.

El Parque Enciclopédico

Ese camino vecinal llamado del Carregal que atravesaba El Pasatiempo


no solo supone una separación legal-que lo es, en tanto público frente
a particular- ni tan solo una diferenciación topográfica -que también
lo es, pues al elevarnos abandonamos el terreno que don Juan hurtó a
la marisma-, sino que sobre todo supone el abandono del jardín para
entrar en la arquitectura del parque. El parque llamado Enciclopédico
o Ilustrado consiste en una zona de unas ochenta áreas organizada en

91
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

terrazas escalonadas sobre la falda del monte. Un juego de desniveles,


escaleras, muros de contención, balaustradas, grutas, pasadizos y estan-
ques, todos ellos cargados de inserciones arquitectónicas y altorrelieves.
Además, su especial situación hizo que sea la única parte de El Pasatiem-
po que aún conserva su estructura y buena parte -aunque deteriora-
da- de su ornamento.
Es en esta zona del parque donde la imaginería del universo de don
Juan despega definitivamente. Asistiremos a un fantástico despliegue crea-
tivo estructurado en cinco niveles de altura, a pesar de la existencia de
pequeños niveles intermedios, que evocaremos siguiendo la ruta pro-
puesta por Cabano Vázquez, Pato Iglesias y Sousa Jiménez (1992).
La entrada a esta zona del parque podía realizarse o bien desde el
paso elevado que partía del Pabellón octogonal, o bien desde el propio
Camino del Carregal; esta última consistía en un ascenso gradual siguien-
do el muro de contención del parque. En este muro incluyó don Juan tres
irónicos motivos que venían a reforzar el propio muro: una imagen de la
Piedra del Tandil ·-famosa piedra movediza del Tandil, <<maravilla natu-
ral» al decir de las guías turísticas argentinas, que por las paradojas del
destino se derrumbó estrepitosamente en 1912, dos años después de su
inclusión en el parque, mientras aún se mantiene el artificioso muro de
don Juan-. El segundo motivo representa la Torre inclinada de Pisa, y
J el tercero, la primera trepidante locomotora. No es en absoluto casual
j
esta provocación a las leyes del equilibrio pues, como veremos con el
~:1
'tl~" caso del León Colosal, don Juan tenía una especial predilección por es-
'-:~lt ,,,
tos guiños pícaros y afortunados contra las reglas de la gravedad.

Primer nivel

Este primero es el más amplio de los cinco. Aun así, existen escaleras que
conducen a diversos pasadizos que descienden a grutas situadas debajo de
este primer nivel. Se trataba de todo un laberinto subterráneo de cuevas
y pasadizos que incitaban al juego y a la sorpresa de entrar en un mundo
oscuro y desconocido. Había varios itinerarios posibles, así como varias
entradas posibles. De ellos destacamos el de la Boca de Hades que permi-
te entrar en las entrañas de la tierra tras descender al estanque de la cueva
' !1! y esperar allí a que baje el nivel del agua. Otros pasadizos conducían a
l'¡!, las Catacumbas, donde don Juan incrustó algunos sepulcros auténticos de
:,lli tumbas medievales antropomórficas. Reciclaje de tan vetustos caballeros
,,'ril realmente chocante. Todos estos pasadizos incluían, además, relieves de
111111 ,,
figuras humanas y de animales que provocaban sorpresa o pánico porque
'1' ·,1
sus ojos de vidrio brillaban en la oscuridad.
:1:]111, En caso de entrar directamente desde la pasarela que partía del Pa-
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bellón aterrizaríamos casi directamente en el pretil del Estanque de la
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PASATIEMPOS INDIANOS

Gruta. Se trata de un estanque de cemento, revestido de todo tipo de


conchas que buscan aumentar sus efectos irisados al reflejarse en el agua.
Un altorrelieve de cuatro hipopótamos da p'}So a una gran representación
hidráulica, hecha posible mediante un sens{llo dispositivo consistente en
. una llave de paso, situada en una fuente ~on forma de barril en una es-
calera próxima, que lograba regular el nÍvel del agua para sumergir los
hipopótamos, al mismo tiempo que una ballena, también realizada en
conchas, llenaba su gran boca de agua para alimentarse. Un camello en
uno"de los muros descendía hacia el estanque para beber, mientras más
arriba un dromedario subía la escalera de vuelta. Muy cerca de estas en-
contramos un elefante.
Casi pegado a este estanque descubrimos otro más pequeño en el
que destaca la tremebunda reproducción de la Boca del Hades, realiza-
da a imitación del manierista Jardín de Bomarzo. Unos pasadizos subte-
rráneos permiten observar esta boca desde una pequeña cueva situada
al nivel del agua.
Además de estos dos estanques, destaca en este primer nivel otro
bastante mayor llamado Estanque del Retiro, recubierto de conchas
y con una barandilla de hierro. Este estanque venía anunciado por dos
fuentes tipo Wallace, copias en cemento de las existentes en París, muy
de moda en aquella época -había varias en Barcelona y aunque sin
cariátides o Gracias, en ellas se inspira la de Canaletas-. En el centro,
una isla con un gran templete que vagamente puede recordar la Fuen-
te de los Inocentes de París. Alrededor de la isleta están amarradas cua-
tro embarcaciones. Sabemos por el libro de Borondo (2010 [1900]),
que don Juan estaba muy interesado en la historia de la navegación, que
se detuvo varias veces en el Museo Naval de París y que su pasión por
los temas navales le llevó a que El Pasatiempo contase en este gran
estanque con representaciones de canoas de indios, carabelas, vapo-
res y galeones. Entre dos de las embarcaciones se distingue la Torre
de Hércules, símbolo de A Coruña y también de una de sus empresas
comerciales en la Argentina. Asimismo, aparecen en las paredes del es-
tanque otros medios de transporte como un dirigible y dos automóvi-
les. En el lado opuesto nos esperan unas cuevas con estalactitas entre
las que vuelve a aparecer, con el rostro de una de sus hijas, la estatua
clasicista de una joven sentada y semidesnuda.
También en este caso existía un camino alternativo de acceso a las
cuevas a través de pasadizos subterráneos. A la isleta central se llegaba
a través de un pequeño puente que comunicaba con una escalera de dos
rampas, en la que aparecen el <<árbol de la Virgen>> que la familia había
contemplado en Matariyé (Egipto) y el árbol de Guernica con la Casa
de Juntas en segundo plano; tal vez, un guiño a su esposa vasca y a su
consideración de árbol que amparaba una resolución democrática de los

93
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

conflictos. Ambas reproducciones están basadas en postales compradas


durante sus viajes.
En definitiva, son tantos los elementos que podríamos recoger, que
por no extendernos más en la descripción, solo destacaremos la repro-
ducción del uso horario en los diferentes lugares del mundo. Tras su-
bir la escalera del estanque y encabezada por caracteres chinos, encon-
tramos la siguiente inscripción, algo críptica, que refleja el espíritu que
presidió la construcción de este recinto: <<USTED QUE LE GUSTA VIAJAR Y QUE
TIENE CONOCIMIENTOS Y UNA EDUCACIÓN QUE SE SEPARA ELEVÁNDOSE DE LA DE
LAS CLASES ELEVADAS DE ESPAÑA, SACARÍA GRAN PROVECHO Y GUSTO VISITANDO
TODO ESTE PAÍS DE ÜRIENTE>>.
Más arriba destacan las palabras PATRIA, LIBERTAD, IGUALDAD, LEGALI-
DAD, flanqueadas por dos estatuas que representan a la Patria y a la Repú-
blica: una nueva muestra del ideario político republicano de don Juan que
se completa con la inscripción ESPAÑA MONÁRQUICA Y SUS 18 HIJAS REPUBLICA-
NAS acompañada del escudo de cada una de las repúblicas. Conviene des-
tacar el tono irónico de esta inscripción -el decadente presente español,
que acaba de perder las últimas islas de su antiguo imperio, contrasta con
la vitalidad de su descendencia.
Delante de esta inscripción, la Fuente de la Agricultura. Debajo, unos
relieves que describen una escena de vida campesina; otra de un duelo,
J en la que, según algunas fuentes, se reprueba esa forma de resolver los
j
conflictos y, según otras, se evoca un episodio de la vida de don Juan;
~'1.
'1":~. ' 111
el sacrificio del descendiente del Inca, Tupac Amaru 11, muestra el cruel
"" 1
descuartizamiento 21 de este personaje en 1781 como castigo por haber
dirigido una gran insurrección en Perú.

2 L La representación de El Pasatiempo se ajusta a la terrible sentencia contra él y


toda su familia ejecutada en Cusco en 1781: «Debo condenar y condeno a José Gabriel
Tupac Amaru a que sea sacado a la plaza principal y pública de esta ciudad, arrastrado
hasta el lugar del suplicio, donde presencia la ejecución de las sentencias que se dieran a
su mujer Micaela Bastidas, sus dos hijos Hipólito y Fernando Tupac Amaru, a su cuñado
Antonio Bastidas y algunos de los otros principales capitanes y auxiliadores de su inicua
y perversa intención o proyectos; los cuales han de morir en el propio día, y concluidas
estas sentencias, se le cortará por el verdugo la lengua y después amarrado o atado por
cada uno de sus brazos y pies con cuerdas fuertes y de un modo que cada una de estas se
pueda atar o prender con facilidad a otras, que pendan de las cinchas de cuatro caballos,
para que puesto de este modo o de suerte que cada uno de estos tire de su lado, mirando
a otras cuatro esquinas o puntas de la plaza, marchen, partan o arranquen a una voz los
caballos, de forma que quede dividido su cuerpo en otras tantas partes; llevándose luego
este, luego que sea hora, al cerro de Piccho, a donde tuvo el atrevimiento de venir a inti-
midar, sitiar y pedir que se le rindiese esta ciudad, para que allí se queme en una hoguera,
que estará preparada, echando sus cenizas al aire, y, en cuyo lugar se pondrá una lápida de
punta que esprese [sic] sus principales delitos y muerte, para solo memoria y escarmiento
de su execrable acción: su cabeza se remitirá al pueblo de Tinta, para que estando tres
días en la horca, se ponga después en un palo, a la entrada más pública de él; uno de los
1'

1:'
94
PASATIEMPOS INDIANOS

Si en un principio Tupac Amaru había liderado una revuelta fiscal


dirigida contra la administración arbitraria/de los chapetones o españoles
peninsulares del periodo borbónico, al fl,Óal se convertiría en una autén-
tica revolución que pretendía la inde{>endencia de toda América del
Sur (excepto Venezuela) y la abolición de la esclavitud (Szeminski, 1974;
Pérez, 1977). Su representación en El Pasatiempo, al igual que el fusila-
miento de Torrijas, parece un tributo que don Juan rinde a la memoria
de los luchadores que habían perdido la vida defendiendo las libertades.
,.. Por último, aparece una representación de <<Cristianos en el Circo>>,
otra muestra de héroes perseguidos y asesinados por poderes tiránicos,
basado en un cuadro de Géróme.
Además de otros relieves de menor envergadura, destaca el titu-
lado <<La paz por el arbitraje>>, que hace referencia a las sociedades y
ligas de paz existentes antes de la Gran Guerra y que defendían un ar-
bitraje internacional para la solución, mediante tratados firmados, de
los diversos conflictos entre los países. Otra reproducción, copia de un
cuadro de Murillo, representa a santa Isabel de Hungría curando a los
enfermos. Subiendo las escaleras, en el mismo muro, encontramos en un ',11

gran relieve <<Fusilamiento de Torrijas>>, copia del cuadro de Gisbert.


Al final de la escalera, en un balcón, una escenificación de la Sentencia
de Jesús.
En el exterior del muro nos encontramos una de las obras más atrac-
tivas de El Pasatiempo: un moderno buzo que descubre un tesoro en el
fondo del mar, mientras que en la escalera descubrimos la estación de
un funicular. Y levantada sobre un pedestal cilíndrico de piedra, alrede-
dor del cual giraban dos escaleras, la Fuente de Cupido: tres amorcillos )
y el propio Cupido armado de arco y flechas.
La fuente se realzaba con dos jarrones de mármol que reproducen
unos originales de Versalles. A continuación, bajo arcadas, los escudos
de las provincias argentinas y de la capital, Buenos Aires, del que se re-
produce el famoso obelisco de la Avenida del9 de Julio: homenaje al país
en que hicieron su fortuna, sin que se olvidaran del poema épico Martín
Fierro, al que dedica dos reproducciones en altorrelieve de las escenas <<La
carretera acampada>> y <<El adiós del gaucho>>. Por último, un gran panel de
relojes que muestra las distintas horas en los distintos países del mundo,
tomando como referencia un reloj de mayores dimensiones que marca la
hora de Buenos Aires.

brazos al de Tungasuca, en donde fue cacique, para lo mismo; y el otro para que se ponga
y ejecute lo mismo en la capital de la provincia de Carabaya: enviándose igualmente, y
para que se observe la referida demostración, una pierna al pueblo de Livitaca, en la de
Chumbivilcas, y la restante al de Santa Rosa» (Anexo, en Szeminski, 1974).

95
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

Segundo nivel

Se puede acceder a este segundo nivel a través de unas escaleras situadas


a la derecha de la Gruta de la Recoleta (esta gruta de estalactitas pre-
senta en su entrada una jirafa y un medallón con el perfil de don Juan, y
elementos como fosilizados en su interior). El segundo nivel está cons-
tituido por una amplia terraza ajardinada.
Lo primero que encontramos en el muro de la derecha es el Árbol
Genealógico del Capital -imagen que también estaba representada en
el patio de las Escuelas-. Este árbol presenta, en forma esquemática, una
moral práctica individual que determina los deberes para con uno mismo,
basándose en el emparejamiento de valores, siempre uno masculino con
uno femenino: ENTENDIMIENTO Y VOLUNTAD; CARÁCTER Y RECTITUD; ORDEN Y
PREVISION; TRABAJO Y ECONOMÍA conducen al AHORRO, mientras el HONOR y
la FIRMEZA llevan a la CoNSTANCIA, y esta última y el AHoRRO generan el
CAPITAL. Sobre el Árbol del Capital se yergue el grupo escultórico, bas-
tante deteriorado actualmente, que representa a Eros y Psique.
El muro del fondo alberga las escenas más orientales del parque y un
recuerdo de las grandes obras públicas de los antiguos imperios y de la
'"''
tecnología punta del día. Comencemos por el <<Viaje a Egipto>>, que don
,111
Juan hizo en 1910 en compañía de su mujer y su hija Águeda. Sus recuer-
J dos fotográficos dieron lugar a unas postales impresas que enviaron a
j
sus amistades. Además, don Juan compró postales de los monumentos
egipcios más característicos. Inspirándose en ambos elementos -fotos
y postales- compuso en El Pasatiempo este gran panel en cemento: ob-
servamos las palmeras y el aeroplano que aparecía en las postales de El
Cairo, reproducido antes de que ningún aeroplano real sobrevolara el
suelo gallego. Con ello don Juan recoge, como señalan Cabano Vázquez,
Pato Iglesias y Sousa Jiménez (1992), la moda existente entre algunos
pintores -Rousseau el Aduanero o los futuristas italianos- de poblar
los cielos de sus cuadros con aeroplanos, globos o dirigibles.
Siguiendo la fascinación oriental (Said, 1990), se reproduce la mez-
quita de Mohamed Alí, visitada en el mismo viaje a El Cairo, la pirámi-
de de Keops o la Muralla China. El contraste con lo moderno lo pone el
relieve del Canal de Panamá, en cuya construcción habían muerto tantos
pobres emigrantes, y cuya inauguración en agosto de 1914 se consideró
un avance histórico de la navegación. Estos grandes relieves están se-
parados con la reproducción en cemento Portland de troncos y ramas
de árbol que aportan a las fastuosas obras imperiales una cierta sensatez
irónica de modestia rústica. El muro de relieves remataba con una ori-
ginal cornisa hecha con cascos de botellas que se continuaba con una
barandilla compuesta por ramas entrelazadas.

96
PASATIEMPOS INDIANOS

l"ercer nivel

La entrada al tercer nivel se realiza a travé~e


un pesado pórtico de piedra
y cemento que conducía a una gran gnyta artificial. Esta gruta, de plan-
~ compleja y laberíntica, posee estalactitas artificiales, realizadas en ce-
mento y que en ocasiones servían para ocultar los pilares de hierro que
sostienen el techo. Don Juan se inspiró en Barcelona, donde quedó fasci-
nado por la arquitectura de Gaudí y especialmente por el Parque Güell,
cO'etáneo de El Pasatiempo. La utilización de cemento Portland aumenta
la evocación de Gaudí que nos sugieren los pilares arborescentes y la
impresionante terraza de este tercer nivel.
El laberinto de cuevas, que quedan en penumbra gracias a las grie-
tas y respiraderos que desde el techo dejan pasar un poco de luz, nos
sorprende con la presencia de mesas y bancos de piedra y con la colo-
cación estratégica de algunos tiranosaurios encaramados en recovecos
inesperados. Sobre la terraza destaca el Colosal León que domina todo
el conjunto y que, según las fuentes, fue construido como venganza y
burla ante la incredulidad de algunos betanceiros que pensaban que
estas grutas artificiales iban a derrumbarse. El león estaba estratégi-
camente situado al apoyar sus patas traseras en la pared de atrás y las
delanteras en la barandilla, con lo que su peso no recaía sobre la bó-
veda de las cuevas. En la parte más elevada de la terraza se levantaba
un mirador <<chinesco>> desde el que se podía contemplar todo el con-
junto del parque.

Cuarto y quinto nivel

El paso se realizaba a través de una galería subterránea. Estos niveles ca-


recen de la profusión decorativa de los anteriores, pues están práctica-
mente inacabados. Ello nos da idea de cómo procedía don Juan con su
parque. Primero compraba el terreno, luego lo cerraba e iba poblándolo
con relieves, jardines, fuentes y esculturas, al parecer sin un plan previo,
haciendo honor a su papel de bricouleur (Lévi-Strauss, 1975).
Todavía se conserva una escalera que comunica las dos terrazas y las
dos estatuas que flanquean dicha escalera. La de la derecha es una figura
femenina con traje gallego y la de la izquierda parece una alegoría de
la Justicia. Por último, hay un grupo escultórico que representaría una
escena doméstica: don Juan en zapatillas jugando con uno de sus nietos
sentado en sus rodillas.

97
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

LOS PARQUES Y JARDINES COMO HECHO SOCIAL TOTAL

Nos hemos acostumbrado a vincular los estudios sobre parques y jardines


a la arquitectura, al diseño, a la estética o a la historia del arte; los asocia-
mos con unos libros espléndidos, llenos de magníficas ilustraciones, que
nos trazan unas historias fotográficas en las que tienen cabida tanto los
jardines imaginados de las grandes culturas de la Antigüedad como la re-
construcción, a partir de planos y ruinas, de los romanos, los refrescantes
paraísos nazaríes, la sobriedad zen, o los juegos renacentistas y manieristas.
La Ilustración trasplantada a la jardinería parece, incluso, que nos obliga
a que tomemos una posición ideológica entre la exaltación geométrica de
los franceses y el paisajismo naturalista de los ingleses, como si fuese una
nueva versión de aquellos manuales del bachillerato que mostraban un
enfrentamiento entre empirismo y racionalismo, entre Descartes y aquel
Hume que, años más tarde, despertaría a Kant de su sueño dogmático.
Menos veces hemos interpretado los jardines bajo el prisma que pu-
diera seguirse de un Marcel Mauss que nos los mostrase como un hecho
social total. Sin embargo, el diseño o la propia idea de un jardín solo tiene
sentido si lo consideramos como un componente de múltiples institucio-
•Id" nes y valores socioculturales. El jardín, como apreciara Sombart (1979),
,11'
forma parte, a veces, del consumo de lujo restringido a unas élites corte-
J sanas, que, ya consolidadas, ensalzan los alrededores de sus casas; otras,
J
es la carta de presentación de las riquezas de una clase social en ascenso.
~1· ..
' 11',¡,111111 En muchos lugares, los jardines plasman las ambiciones y la movilidad
•"~ ' 11 :
social; en otros, son una representación del poder central, que hace gala
de la multitud de bienes que puede exhibir; por último, tras la era de
las revoluciones burguesas y la caída de las monarquías, los jardines
de los antiguos palacios se abren para que los disfruten los ciudadanos,
a la vez que su nueva titularidad pública sirve como propaganda a favor
del nuevo régimen. ·
En cualquier caso, los jardines siempre muestran el gusto, la ideo-
logía y ciertas prácticas no solo de su autor, sino de la cultura en la que
surgen. Es decir, están incrustados en la forma de vida general de una
sociedad y por ello muestran la concepción ideológica del poder y cómo
se expresa en la política, en la economía, en la religión, en la estratifica-
ción social, en la estética, en las prácticas mágicas o en las ideas filosófi-
'
cas sobre la naturaleza. Dos ejemplos explicarán las conexiones insospe-

t' chadas entre los jardines y diversas manifestaciones de la cultura:


Tras producirse en Inglaterra lo que Karl Polanyi ha llamado <<la gran
'1 transformación>>, una de las rupturas que indicaba el despegue de una
:,.·i' :
··.¡\,' 1 nueva clase se produjo cuando los comerciantes y artesanos ingleses, para
quienes su casa-tienda había representado, en la cultura urbana de los
1 1

'i ' '


viejos burgos, el lugar de trabajo, de consumo, de identidad y de activi-

98
PASATIEMPOS INDIANOS

dad tanto de los hombres como de las mujeres ,tfe la familia, decidieron
separar el negocio del hogar. /
A partir de entonces, las nuevas clases comerciales asumen una nue-
va división ideológica del género que acabaría por extenderse -como
. ideal- a las distintas clases sociales y por transformar la percepción his-
tórica del lugar de las mujeres en la cultura occidental: los hombres se
dedicarán a la tienda en la ciudad y las mujeres, aisladas en sus nuevas
casas en el <<campo>> 22, a su hogar, al que incorporan el gran jardín de los
aris(ócratas, pero transformado en una miniatura, como si se ensalzara
el abandono del incómodo lujo que practicaban las élites, por el confort
doméstico de las nuevas clases medias.
Por otra parte, la extensión de medios de transporte como el tren y
la bicicleta facilitarían que esas mismas clases medias pudiesen emplear
su ocio en realizar excursiones y paseos que acabarían por convertir
ciertos entornos naturales, como escenarios pintorescos abiertos al pú-
blico, en el ideal paisajístico del jardín inglés (Solnit, 2000), complemen-
tario del idílico y manejable jardín familiar de las nuevas urbanizacio-
nes. Porque, como lo hubiese expresado Bourdieu (1988), los nuevos
gustos manifestaban una nueva codificación ideológica que se aplicaría
tanto a la naturaleza como a las ciudades, a la estratificación social o a
las relaciones de género.
En el segundo ejemplo, observaremos cómo hay un momento en la
historia europea en que la de los parques resulta inseparable de la expan-
sión colonial y de los nuevos valores de la Ilustración: la botánica que tan
importante papel jugará en los nuevos jardines se desarrolla, por una par-
te, gracias a que las plantas traídas de las colonias acabaron por conver-
tir los parques, sus viveros y sus invernaderos en lugares experimentales
para aclimatar especies exóticas; por otra, este desarrollo sería imposi-
ble sin la publicación de inmensas colecciones de libros de horticultura,
de cuidado de los cultivos, o de planos y diseños de jardines.
Para concluir, y volviendo a El Pasatiempo, es importante señalar
que el parque siempre ha sido un reflejo de la ambigüedad social a la que
nos hemos referido, cuando analizamos la rigidez de clases y el difícil
acomodo de los emigrados retornados, llamados peyorativamente india-
nos que, según las clases elevadas, mostraban su falta de distinción en
los caprichos que se permitían con su dinero 23 •

22. Se estaba iniciando la urbanización de las periferias de las ciudades y con ella la
mujer se transformará en proveedora de la familia en el hogar.
23. En este sentido resulta interesante la tesis que mantiene Mariño Espiñeira (1999)
sobre el tour europeo que emprendiesen los hermanos en el otoño de 1899 con su amigo
Rogelio Borondo, según se ha indicado, quien escribiría una crónica del viaje. Según Ma-
riño, el libro hay que interpretarlo como una acción propagandística que acreditase a los

99
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

Las fuentes nos hablan de· protestas ante la contundencia estética de


las casas de los García Naveira 24 o las expresiones despectivas y las ri-
sitas ante la obra de don Juan. Nadie mejor que un gran artista -Luis
Seoane- para mostrar su exasperación ante la ignorancia y los prejui-
cios incapaces de apreciar una obra excepcional que en los años cincuen-
ta padecía el abandono, los robos, el vandalismo y su parcelación para
cultivar lúpulo, durante el breve lapso de tiempo en que su explotación
resultó rentable para los agricultores locales. Tras comparar la creación
de don Juan con la de Cheval, Seoane denuncia el desapego que hay de-
trás del expolio:

Esta obra sufrió ya grandes mutilaciones con la complacencia estúpida de


los encargados de su custodia y de las autoridades de la ciudad de Betanzos
que nunca vieron más que capricho en el ensueño creador de los hermanos
García Naveira, por otra parte, los únicos filántropos que tuvo durante años
la ciudad. Motivo de risa para <<señoritos>> y apacibles y semianalfabetos mer-
caderes que no presintieron la correspondencia estética entre estos relieves
de cemento y algunas de esas estatuas, con la labor de los picapedreros en
1::
muchos cruceros de Galicia (Seoane, 1957).
,,.¡
)11

J EL JARDÍN ESCRITO
j

~'1·
'tl~ En varios capítulos de su maravilloso ensayo Wanderlust (2000), Re-
~
' " ,1 !1 '
becca Solnit rememora una larga tradición europea que hacía que
la gente anterior al siglo XIX -si consideramos ese siglo como el de la
universalización de la escritura- al acudir a los templos o claustros
de los monasterios y abadías, no solo identificara esculturas, pinturas
o vidrieras, sino que las interpretara como si fuese una lectura sobre
ciertos momentos de la vida de Cristo, de los santos, de las virtudes
e incluso de la mitología antigua. Como se partía de fuentes escritas,
de comunidades textuales según nos ha enseñado de forma convincente
Brian Stock (1987, 1996; Goody, 1985, 1990), cada figura represen-
taba una historia, que combinada con varias secuencias, podía leerse
como si fuese un capítulo de las Escrituras o una de las historias de
santidad de la Leyenda Dorada.

hermanos «Como personalidades cultas, de hombres de mundo>> (1999: 438), de tal forma
que nadie en Betanzos cuestionase su legitimidad como promotores del parque.
24. Tal vez debido al entorno urbano en que las construyeron. Por ejemplo, la casa
1 ', de don Juan, edificada en el solar en el que se habían levantado dos casas, dio lugar a varios
1 1

1 1
litigios, alguno de los cuales se falló en su contra (Rodríguez Crespo 1983: 36-37). La
11.1
espectacular de su hija Águeda se demolió a principios de los años setenta del siglo xx, sin
que se hubiese protegido como bien cultural o singular (Erias Morandeira, 2007).
1,,,1
100

,,.1
PASATIEMPOS INDIANOS

" Otro ejemplo, sin remontarnos a época~n hemos conocido de


primera mano, nos aproximará a la persistencia de este tipo de narra-
tivas. Todavía se mantiene en la mayoría de los templos católicos una
representación de la muerte de Cristo -desde su prendimiento hasta
IU resurrección- que se conoce como viacrucis o estaciones de la cruz
(Solnit, 2000: 68).
Originalmente, las estaciones son una recreación, similar a la de los
nacimientos navideños, divulgada por los frailes franciscanos entre los
sigrós XIV-XV, para trasladar a cada iglesia la peregrinación que duran-
te las cruzadas hacían los caballeros cristianos por los santos lugares. El
cristianismo está tan anclado en la escritura que, como observa Solnit,
posee una facilidad asombrosa para convertir en portátil -transporta-
ble- cualquier suceso relevante de su doctrina. Así, gracias al éxito de
las estaciones, los fieles ya no necesitan estar en Jerusalén para rememo-
rar los sucesos, que según la descripción de los evangelios, habían suce-
dido hace dos mil años. Les basta con peregrinar alrededor del templo,
imaginándose e identificándose con la abstracción que catorce cuadritos
hacen de los sucesos más dramáticos de la vida de Cristo:

El tiempo pertenece al pasado, el lugar está en otro sitio, pero andar e


imaginar son medios adecuados para introducirse en el espíritu de estos
sucesos [... ]. En el momento en que las estaciones de la cruz se han con-
vertido en una secuencia de cuadros existentes en cualquier iglesia, los
devotos trazan un camino que ya no atraviesa un lugar, sino una historia.
Las estaciones están situadas a lo largo de las naves de las iglesias para
que los fieles puedan dirigirse a Jerusalén, a la historia central de la cris-
tiandad (Solnit, 2000: 69).

En algunos lugares de países con tradición católica, como Galicia


y el norte de Portugal, las estaciones también están al aire libre, for-
mando parte del paisaje cultural de una montaña escarpada en cuya
cima hay un pequeño santuario. Así, simbólicamente, la imaginación
de los devotos les lleva a peregrinar hasta el Gólgota, mientras con sus
pasos participan de los catorce capítulos de historia sagrada narrados
en las estaciones.
Estas estructuras narrativas de las que hablamos, no son solo reli-
giosas -como veremos en las composiciones de los jardines- o perte-
necientes al pasado: a Solnit le gusta señalar que el Paseo de las Estrellas
en Hollywood Boulevard, donde los turistas se recrean leyendo las hue-
llas de las distintas figuras de la pantalla, no deja de ser una contribu-
ción contemporánea a este género.
Todas hemos participado de este mismo fenómeno en los parques.
Desde el Renacimiento, la lectura de las imágenes, ya no en versión cris-
tiana, sino en la mundana o en la recreación de la mitología clásica, la

101
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

encontramos en los jardines, donde, además de pasear, podemos leerlos 25 ,


<<porque sus fuentes y esculturas convierten el jardín en un espacio tan
literario como una biblioteca>> (Solnit, 2000: 74).
Cuando se subordina la representación literaria -en la que parti-
cipaban tanto diseñadores como paseantes- a especialidades artísticas
actuales, definidas a partir de la concepción moderna de la <<arquitectura
de jardines>>, se pierde por completo el sentido de la composición:

Hoy Bomarzo es para muchos un gabinete de cosas raras. Para los contem-
poráneos de Ariosto y Tasso no debía de resultar nada extraño el que en
medio del sacro hosco surgiesen de repente una gigante, o una tortuga de
dimensiones extraordinarias, un dragón u otros monstruos; o el que una casa
encantada estuviese inclinada o que sucediesen otras cosas extrañas. Uno
podría contar entonces con que de la casa salieran gritos de socorro de una
mujer secuestrada, y les hubiese parecido algo obvio si un Orlando o un
Ruggiero 26 se hubiesen precipitado a la casa para entablar una lucha con los
magos orientales (Enge y Schroer, 1992: 97).

En muchos de estos jardines leemos las representaciones históricas,


mitológicas o de poder que nos transmiten sus estatuas, sus laberin-
Ji'"'" tos, sus colecciones variopintas y su ornamentación vegetal (Muker-
J ji, 1990). Así, según Solnit, los jardines de la Villa d'Este en Tivoli
j evocaban en bajorrelieves la Metamorfosis de Ovidio; los de Versalles,
~'1. cuyo eje va de este a oeste, disponían las esculturas, fuentes, imágenes
' 11'' '..
1,~:!'• de Apolo como deidad solar y los arreglos botánicos para exhibir el
poder del rey Luis XIV, el Rey Sol; los ejemplos serían interminables,
porque pocos son los jardines clásicos que carecen de un diseño lite-
rario. De hecho, en los parques cabían todos los géneros, con conce-
siones a la actualidad de cuando fueran creados, como, por ejemplo,
el jardín inglés de Stowe que, siguiendo la moda del siglo XVIII, se con-
cibió como un panfleto político.
Lord Cobham (1697-1749) un importante miembro del Partido Li-
beral (Whig) alojó las reuniones del llamado Country Party en su man-
sión y mandó diseñar a los arquitectos más vanguardistas del momento
(Vanbrugh, Bridgeman, Gibbs y Kent) un jardín que plasmase su oposi-
ción al Gobierno de Robert y Horace Walpole, durante los reinados de

,,
; 1',
25. Esta lectura, aunque tenga alguna relación, difiere de la célebre apreciación de
Galileo, según la cual «la naturaleza está escrita en lenguaje matemático». Galileo parte
de una metáfora elíptica, que significa que la propia naturaleza tendría que considerarse
un libro. Aquí no nos referimos a la naturaleza, sino al diseño, expresamente como narra-
ción, de ciertos lugares. Vincular el diseño arquitectónico a la lectura también nos aproxi-
ma, en cierto sentido, a la concepción clásica de la memoria, tal y como nos la ha contado
Francis Yates (1974).
26. Ruggiero es un personaje del Orlando furioso de Ariosto.
1

102

J
/
PASATIEMPOS INDIANOS

I y Jorge 11, pertenecientes a la casa de Hannover. ¿cómo un jardín


interpretarse como un panfleto? Ya hemos señalado la exaltación
!lftOnarquica de Versalles, pero Stowe se centró en la lectura, en clave
política, de varios pasados mitológicos para contrastarlos con la sordidez
presente: el eje principal del parque ocupaba el lugar de los Cam-
Elíseos, el más allá clásico, atravesado por el Styx, el río muerto del
a cuyas orillas se alzaba el Templo de la Antigua Virtud, y varías
1.-,muuas dedicadas a grandes figuras de la Antigüedad griega como el poe-
Homero, el legislador Licurgo o el filósofo Sócrates. Como contraste
con tales figuras, el Templo de la Nueva Virtud se construyó como si
fuesen unas ruinas que simbolizasen la decadencia del presente bajo la
dinastía Hannover, mientras que en la otra orilla del río, el Templo del
Honor del Noble Británico, circular como una tumba romana, estaba
rodeado, entre otros, de los bustos de Isabel I, de Guillermo III de Oran-
ge, de los filósofos Francis Bacon y John Locke, de William Shakespeare
y de John Milton o de Isaac Newton. En el punto más alto, el Templo
de los Sajones o Templo Gótico, pretendía enaltecer el pasado libre de
la nación. Al final del Valle del Elíseo, en la Casa de la Amistad, lord
Cobham se reunía con los Boy Patriots para criticar al Gobierno (Enge
y Schroer, 1992: 204-211).
Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) había muerto en el castillo de Er-
menonville rodeado por el jardín filosófico, inspirado en su obra, que ha-
bía diseñado su amigo el marqués de Girardin (Terradas, 1990: 309-315).
En una isla artificial del jardín, la Isla de los Álamos, estuvo la tumba de
Rousseau, hasta que se trasladaron sus restos al Panteón de París.
El Jardín de Ermenonville era, en palabras del antropólogo Ignasi
Terradas 27, <<un compendio de filosofía y costumbres morales de la Ilus-
tración»:

Los ideales fisiócratas, el paisajismo escenográfico de los motivos humanos


neoclásicos, el jardín filosófico o de retiro y meditación, el jardín inglés in-
terpretado en naturalismo rousseauniano, incluyendo casas pintorescas de
labranza y otros edificios para labores agrícolas; el museo <<natural» de la fi-
losofía, o el encuentro en un parque ajardinado, de inscripciones y alego-
rías poéticas y filosóficas [... ] El parque filosófico de Girardin es cemen-
terio, lugar de recreo de contemplación o reverie, de observación botánica,
de complacencia agrícola, de trasiego campesino y de visita internacional
(Terradas, 1990: 312).

Contaba con campos de cultivo, con una granja experimental habita-


da por una familia campesina que vivía allí, prados, bosques, <<el desierto»

27. Le agradezco a Ignasi Terradas que me llamara la atención sobre Ermenonville


como jardín filosófico.

103
¡

EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL


1

1
,l
donde Rousseau gustaba retirarse a meditar y un templo de la filosofía
-inacabado- dedicado a Montaigne, que estaba rodeado por columnas
que evocaban a otros filósofos representados por un lema: Newton, Lu-
cem; Montesquieu, lustitiam o Rousseau, Naturam.
La inscripción que Girardin había colocado a la entrada del parque
resumía lo que podríamos llamar el espíritu universalista y naturalista
de la Ilustración:

El jardín, el gusto y el uso


Puede ser francés, inglés o chino,
Pero el agua, el bosque y el prado,
La naturaleza y el paisaje,
Son de todo país, de todo tiempo:
Por eso en este lugar salvaje,
Todos los hombres serán amigos,
Y todos los lenguajes admitidos
(Terradas: 1990: 313).

Hemos visto cómo en distintos jardines europeos su diseño original


,,, expresaba narraciones mitológicas, dramáticas, poéticas o filosóficas, cu-
1 ,,,

""' yos códigos eran conocidos tanto por sus autores como por sus paseantes,
11
porque, como concluye Rebecca Solnit, <<si una narrativa es una secuencia
J de sucesos relacionados, entonces estos jardines esculturales convierten
j
~% ese mundo en un libro, situando los sucesos en un espacio real, alejado,
'lq·~ 11 para 'leerlos' mientras se pasea ; al mismo tiempo que convierten Versalles
' l.. ,~! 111' 1
1 y Stowe en libros de propaganda política>> (Solnit, 2000, 75).

YA SABEMOS: OGNI PENSIERO VOLN'

La omnipresencia del afán narrativo es tan manifiesta en El Pasatiempo


que incluso se clasifica29 el género literario que su autor quería recrear:
la enciclopedia.
Don Juan reconoce hasta tal punto la tradición a la que pertenece su
jardín que, según Cabano, Pato y Sousa, le hace un guiño a la secuencia
narrativa de las estaciones:

El grupo [de la Sentencia de Jesús] es deudor de los Viae Crucis al aire libre
que en esta época comienzan a representarse en diversos lugares, entre los
i'
1! !111

28. <<Todo pensamiento vuele [quede atrás al entrar en el Hades]». El célebre Ogro
1 del Sacro Basca di Bomarzo, como Boca del Hades, tiene grabado en su labio superior esta
11l
il¡ referencia al Inferno de Dante.
29. No nos queda muy claro que fuese Luis Seoane el primero en utilizar el término
«enciclopédico».
1'
'¡1·
:·:
104
1

¡,,,li
PASATIEMPOS INDIANOS

que habría que señalar Lourdes, primera «estación>> bendecida en 1900 y que
Don Juan había conocido (Cabano, Pato y Sousa, 1992: 49).

Al igual que antes que él habían hecho cientos de diseñadores y ar-


quitectos clásicos de jardines, don Juan mantiene la tradición de asimilar
su parque ilustrado a un libro escrito (Mukerji, 1990). El autor no esca-
tima intercalar pinceladas autobiográficas en la narración: nos cuenta,
con muchas dosis de humor, el mundo hostil en que su hermano y él
habían triunfado, el mundo en el que vivía ahora retirado con su fami-
lia, disfrutando de sus rentas y con el deseo de honrar la memoria de su
hermano fallecido, y los mundos exóticos que había conocido gracias
al éxito. Como hombre pobre, emigrante casi analfabeto al llegar a la
Argentina, y vencedor sobre todas las dificultades quería que, al leer su
obra, los demás aprendiesen de sus experiencias.
El libro-parque establece una conexión entre el modelo de exempla
en el que don Juan inscribe su autobiografía y lo necesaria que es la ins-
trucción para quienes quieran seguir su camino, frente a las atrasadas,
ignorantes y cerradas <<clases elevadas de España>>. Su libro se dirige preci-
samente a aquellos individuos 30 <<que se elevan por encima de las clases
elevadas>> para obtener el conocimiento mercantil, político, ilustrado y
práctico del mundo moderno y de las virtudes que sustentan el triun-
fo. Virtudes, por otra parte, bastante similares a las que Max Weber
atribuyó a Benjamin Franklin, como representante por antonomasia del
espíritu del capitalismo y que los de Betanzos nos detallan en un árbol
genealógico que, como guía práctica de la conducta, mostrará al cu-
rioso y paseante lector el camino para alcanzar el capital, que ya Marx
había descrito en El fetichismo de las mercancías (Marx*) y que bien pu-
diera interpretarse como el equivalente religioso moderno del árbol del
conocimiento del bien y del mal.
El Pasatiempo podría considerarse una representación paisajística de
la moral que don Juan considera necesaria para lograr la armonía indi-
vidual, económica y social. La recurrencia a la caridad, al comercio y a
la piedad en forma de grupos escultóricos ilustra o prepara al visitante
para enfrentarse al parque enciclopédico: la Caridad-Piedad represen-
tada en el triángulo comunicativo tiene por vértices la piedad filial de la
Caridad Romana, la fraterna de los dos hermanos, uno ya fallecido; y
el bien común buscado en sus donaciones sociales, concretamente en el
edificio del asilo 31 , contiguo al que albergaba las escuelas.

30. Individuos como valor, en el sentido de Dumont.


31. Da la impresión de que la virtud que destaca don Juan, más que la caridad, es la
piedad, base religiosa de muchos pueblos, como los chinos, los Tallensi o los romanos que
practicaban el culto a los antepasados. El sentido más conocido entre nosotros deriva de la

105
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

La tesis de El Pasatiempo es que las Gracias coexisten armónicamente


con Mercurio, artífice del triunfo de su autor y deidad de un comercio
que se presenta como garante de los acuerdos y arbitrios internacionales
pacíficos. La plasmación de esta armonía estaría en el grupo escultórico
anterior, cuyos nexos los establece Mercurio, porque la base para que
las Gracias-Charites hayan podido desempeñar su misión, proviene de
Mercurio, a través del capital acumulado en el comercio. Así se simbo-
liza en el grupo escultórico: los personajes principales serían los libros
de contabilidad, el sello de Mercurio, y el teléfono como canal de co-
municación entre don Juan, la Caridad Romana y el Asilo; mientras que
los secundarios serían las Hermanas de la Caridad, representadas en un
medallón en la estatua de la Caridad, y la Fundación que regía <<racio-
nalmente>> el asilo y que se alimentaba, para cerrar armónicamente el
círculo, con la venta de entradas de El Pasatiempo.
Todo lo referido a las representaciones de Mercurio-Comercio y a
las de trabajadores, pescadores, la agricultura, la industria como progreso
alado y especialmente aquel Árbol Genealógico del Capital nos conduce
a la idea de que para que se produzca la emancipación humana, tal y
como se preconiza en los movimientos ilustrados, es imprescindible la
aparición del individuo, como sujeto autónomo que pueda practicar esas
,
1 virtudes presentadas esquemáticamente en el árbol y vivir en un sistema
político cuyos grandes valores sean la patria, la libertad, la igualdad y la
~ legalidad, tal y como se defiende en otro de los muros de El Pasatiempo
'"a~ donde don Juan rinde tributo a quienes, como Tupac Amaru 11 o Torri-
"1111::
jas, habían perdido la vida defendiendo esos valores.
En la concepción del mundo que, como compendio de todas sus otras
donaciones, don Juan dejó escrita en El Pasatiempo, ese mismo sujeto
con capacidad de superar el estancado sistema de clases dominante en la
España de la Restauración tendría que buscar una triple emancipación:
la individual, a través de los viajes y de una instrucción que le propor-
cionase conocimiento del mundo; la económica, a través de la obtención
de capital, y la política, a través de un sistema que garantizara los va-
lores que, como ocurría en Argentina y en las otras hijas democráticas
de la España monárquica, representaba la República: un camino conver-
gente con el papel que la ideología moderna otorga, según L. Dumont
1
1!
(1987), al individuo como valor.
Interpretar El Pasatiempo como hecho social total-si se quiere, con
un guiño al enciclopedismo ilustrado y otro al autobiográfico- nos ale-

pietas romana, esto es, los deberes y obligaciones que la familia estaba obligada a guardar
con sus ancestros, y en sentido amplio, para con la propia familia como garante de los víncu-
los existentes entre los miembros vivos y los ya fallecidos. En otro lugar he desarrollado un
análisis comparativo de los principios subyacentes a la piedad (Moreno Feliu, 1999).

106
PASATIEMPOS INDIANOS

ja de reducirlo a una interpretación kitsch o nai've. La posibilidad existe,


si tenemos en cuenta ciertas características estéticas: así, el irrealismo de
algunas dimensiones -que pasan de la miniaturización al gigantismo-,
la profusión de elementos en ciertos lugares, los materiales que el gusto
del momento calificaría como no-nobles, sobre todo el cemento Port-
land, o la utilización de souvenirs y reproducciones fotográficas. Otro
aspecto que apoyaría una interpretación de ese tipo sería la abundancia
de curiosités o caprichos, que inclinarían el parque a una búsqueda de
lo exótico o de cierto ludismo familiar de tintes casi propagandísticos.
Luis Seoane, en el ya citado artículo publicado en 1957, relacionó
El Pasatiempo con el El Palacio Ideal realizado por Ferdinand Cheval
en Hauterives (Dróme, Francia). Este es sin duda el ejemplo más cerca-
no en el tiempo -en parte son coetáneos-, aunque pensamos que no
coinciden en propósitos, ni en concepción, ni desde luego en magnitud.
El palacio de Cheval fue realizado entre 1879 y 1912 basándose en di-
bujos y fotografías de templos orientales, libros de viajes, enciclopedias
y en la Exposición Universal de París de 1878. Cheval, que según con-
fiesa no era ni albañil, ni escultor, ni arquitecto sino cartero, realizó esta
obra con sus propias manos combinando nuevos materiales industriales
como el vidrio o el cemento, con piedras, conchas, caracolas, etc. André
Malraux en 1968, un año antes de dimitir como ministro de Cultura,
declaró el Palais Idéal monumento histórico-artístico y manifestó que se
trataba de <<la única arquitectura naif del mundo>>; aparte de lo exagera-
do de esta última afirmación, no nos sorprende en absoluto el gesto de
Malraux dado su particular interés por los <<museos imaginarios>> y todo
tipo de representaciones de lo irreal.
Sin embargo, siempre pensamos que tal caracterización -nai've o
kitsch en sentido absoluto e ignorando los matices que venimos seña-
lando- resultaría, además de empobrecedora, radicalmente traidora,
porque en realidad el término kitsch, cuya ventaja no es otra que ser una
especie de cajón de sastre para aplicar a muchas obras carentes de un
orden estético definido o que no se adaptan a un canon, también tiene
connotaciones de <<mal gusto>>, de una cierta chabacanería, que vuelve a
señalarnos, esta vez en el terreno de la creación, la ambigüedad antro-
pológica de figuras como las de los nuevos ricos. Algo similar nos ocurre
cuando se define El Pasatiempo como ecléctico o como un capricho: tér-
minos que permanecen anclados en una ideología del gusto que, como
hemos visto, manifiesta una posición anti-indiana por los motivos que
ya hemos expuesto en su momento.
En realidad, la proliferación de objetos más que como síndrome de
horror vacui tiene relación con la moda de las exposiciones universales, las
ferias internacionales, los grandes almacenes o la creación de museos, que
presentaban ante un público, ansioso de novedades, auténticas fuentes de

107
EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

curiosités en un momento en el que los mercados acercaban a los recién


nacidos individuos-consumidores una magnitud de bienes -corrientes
y exóticos- que despertaban auténticas pasiones coleccionistas.
Más interés tendría la relación que se produce entre la Mímesis -ya
que en todo momento El Pasatiempo se abastece de ejemplos que en un
sentido muy particular podríamos llamar <<clásicos>> 32- y la Inventio
(pensemos, por ejemplo, en todo el montaje de la Caridad) que se re-
suelve en la búsqueda de un lector, como sujeto-espectador que se deje
llevar por las emociones imprevistas que un paseo por El Pasatiempo
proporciOna.
Tampoco podríamos olvidar que la interpretación enciclopédica de
don Juan excluye totalmente la <<ruina» y en este sentido hay una búsque-
da de plenitud, de orden absoluto, que, sin embargo, y dada la forzosa
limitación, conduce a una consideración de la cultura como un concepto
totalmente a-histórico, basado en la fragmentación de motivos y expe-
riencias que, a pesar de que parten de un universalismo ilustrado, termi-
nan por conducirnos a una concepción absolutamente fragmentaria de la
realidad.
Por último, El Pasatiempo parece presentar a la vez las dos caras de
.1''"'
lo moderno. En una se muestra una vía ascendente del progreso lineal
de lo humano hacia la racionalidad; resaltamos, por poner un ejemplo,
1
todas esas ilustraciones de los medios de transporte -automóviles, di-
•1~ rigibles, aeroplanos, funicular, e incluso aquel buzo, que nosotras ya no
'~"
sabemos si en nuestra imaginación responde más a Verne que a Hergé-.
~w
11 ~ En la otra, aparece la imposibilidad de contener el <<lado oscuro» que
nos invita a dejar atrás todo pensamiento: ese universo de catacumbas
con auténticos sepulcros medievales, las cuevas y grutas, plagadas de figu-
ras de ojos brillantes que pretenden asustarnos y atemorizarnos, o aquella
impresionante reproducción de la Boca del Infierno, que ciertamente
incita a dejarnos devorar, tal vez dulcemente, por la vorágine.

32. Decimos que El Pasatiempo aporta una lectura particular de lo clásico, dado todo
lo no-clásico, en sentido de orden, aquí incluido. Pero en don Juan no parece existir nin-
gún empeño en que lo no-clásico sea algo ajeno a las referencias clásicas.

108
PASATit:Ml'O·BETANZOS

PASAT!EMPO·BETANZOS

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3

RUPTURAS ANTROPOLÓGICAS

La antropología económica sería inexplicable sin la consideración que


nos merecen sus dos figuras clásicas, Marcel Mauss y Karl Polanyi, a quie-
nes debemos que, de forma independiente, rompieran con los discursos
dominantes hasta entonces en la economía y en otras ciencias sociales.
Ambos nos presentaron otros mundos, los del don y los anteriores a La
gran transformación, que, a pesar de su ambigüedad conceptual, hicieron
posible que nuestros estudios acabaran por constituir un corpus académi-
co distintivo.
Esta doble ruptura coincidió con dos momentos dramáticos del pa-
sado reciente europeo: en el caso de Marcel Mauss, el adiós simbóli-
co de la Gran Guerra a la civilización que había dotado al comercio,
durante casi todo el siglo XIX, de un rostro pacífico 1, fue uno de los
desencadenantes de la escritura (1923-1924) y publicación (1925) del
Ensayo sobre el don; mientras que Karl Polanyi situaría los orígenes
políticos y económicos de nuestro tiempo 2 -el tiempo que simboliza-
ba tanto el triunfo de Hitler en Alemania como los planes quinquena-
les soviéticos o el New Deal en unos Estados Unidos destrozados por
la Gran Recesión- en la desaparición de dos pilares políticos y dos
económicos que habían acompañado el apogeo de la expansión mun-
dial del sistema de mercado, los grandes cambios culturales, étnicos,

l. Durante la expansión del sistema de mercado -es decir, en el siglo xrx- si esta-
blecemos la cronología entre el final de las guerras napoleónicas y la primera mundial, el
único episodio bélico, la guerra franco-prusiana, apenas duró un año, como había notado
Polanyi en La gran transformación. La creencia en que el mercado y el comercio funciona-
rían como una especie de «Contrato social» de aplicación internacional, mundial o global,
que evitaría los episodios del pasado la hemos encontrado plasmada en uno de los murales
de El Pasatiempo que don Juan había titulado apropiadamente La paz por el arbitraje.
2. Este es el subtítulo de La gran transformación.

113
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

demográficos y sociales provocados por su asentamiento planetario y


la nueva forma de riqueza que había generado. Esos cuatro pilares,
cuyo estudio llevaría a Polanyi a revisitar la Inglaterra de Ricardo, habían
sido el Estado liberal, el equilibrio de poderes, el patrón oro y el mer-
cado autorregulado. Su fin -así empieza La gran transformación-lo
había certificado la adopción de políticas estatales, como las de Hitler,
Stalin o Roosevelt, que regulaban la <<economía>>, después de que los
mercados especulativos y los desmanes financieros hubiesen provoca-
do el colapso del sistema, cuyas consecuencias en la vida de la gente
que no vivía en Wall Street, pero que se enfrentaba al desempleo, la
pobreza y los embargos por deudas, fue ver cómo todos los días de su
calendario se habían transformado en un martes negro 3 permanente.
La importancia de ambos autores es tal que les he dedicado este
capítulo casi monográfico, que terminará con una viñeta etnográfica
de la que se desprende una de las enseñanzas fundamentales de am-
bos: la necesidad de seguir una perspectiva holista, ya sea mediante
la noción maussiana de hecho social total o la de incrustación de Po-
lanyi.
¿Qué significa el tratamiento de <<clásicos>> que les damos? Empe-
,,
1'
cemos por aclarar una cuestión: este capítulo no será una hagiografía
de san Mauss o de san Polanyi. Muy al contrario, si los consideramos
1
1 clásicos es porque su manera de plantear los problemas han estimula-
1
11·
do a un sinfín de antropólogas a seguir buscando nuevas perspectivas
'•1"'
analíticas que no ignoran, pero sí modifican, las suyas. En otras pala-
':lllll•
" j~: bras, los hemos leído, discutido, refutado sus datos, criticado y todavía
nos despiertan el mismo interés que les encuentran otros académicos
que se han agrupado en torno al M.A. U. S.S. (Mouvement anti-utilita-
riste dans les sciences sociales) 4 o que han creado el Instituto de Econo-
mía Política Karl Polanyi5 •
En definitiva, lo que proponemos aquí es presentar su obra en el con-
texto no de su época concreta -que también-, sino en otro más fructí-
fero que nos permita vincular sus escritos con las hipótesis, refutaciones,
polémicas y nuevas formulaciones que han generado y todavía generan
tanto en nuestra disciplina como en las otras ciencias sociales.

3. El martes 29 de octubre de 1929 pasaría a ser conocido como «martes negro»


(también había habido un jueves negro y un lunes negro -24 y 28 de octubre de 1919-)
tras la caída de Wall Street que daría inicio a la larguísima Gran Depresión.
4. http: //www.revuedumauss.com/.
5. http: //artsandscience.concordia.ca/polanyi/.

114
RUPTURAS ANTROPOLÓGICAS

MAUSS Y POLANYI 6

Los artífices de las primeras formulaciones -aunque hayan escrito sus


obras en distintos años y desde distintas perspectivas- de las teorías
del don y de la reciprocidad, es decir, Mauss y Polanyi, caracterizaron
· las complejas relaciones sociales en las que se insertan como opuestas
a las existentes en las sociedades capitalistas modernas en dos aspectos:
1) se trata de relaciones sociales frente a las de contrato; 2) son relaciones
socWiles entre las personas y los bienes frente a las mercancías. Estas dis-
tinciones entre el bloque reciprocidad-relaciones sociales, por una parte,
y contrato-mercancías, por otra, han marcado el sendero teórico seguido
por la mayor parte de los análisis antropológicos posteriores, porque nos
indican la especificidad de los dones y de las relaciones de reciprocidad
frente a las del mercado.
En la formulación de ambos autores podemos desentrañar una do-
ble vertiente: la utilización de la comparación entre otras sociedades 7 y
la suya propia, ese viaje de ida y vuelta, como base de las. formulaciones
teóricas, y la relación entre el rechazo al sistema capitalista y el análisis
histórico-etnográfico de cuáles habían sido las bases y las consecuencias
sociales de este sistema.
Esto hace que en ambos autores los conceptos de don o de reciproci-
dad aparezcan ligados tanto a sus propias concepciones morales y políti-
cas, que, evidentemente, son inseparables de lo que ambos consideraban
problemático en sus propias sociedades, como a la descripción analítica
de estas relaciones sociales en otro tipo de sociedades. La doble vertien-
te aparece con toda nitidez en el caso de Mauss, quien en la última parte
del Ensayo sobre el don (escrito entre 1923 y 1924, pero publicado en
el número de I:Année de 1925, que rendía un piadoso homenaje a todos
los miembros del grupo de Durkheim fallecidos en la guerra), expone
un modelo de socialismo corporativo 8 , en el que debería reinstaurarse
la moral del don, uniendo así su proyecto político a las distintas for-
mas del don analizadas en la primera parte. Es importante recordar que
frente a Durkheim, cuya única incursión en el activismo político había
sido su participación en el caso Dreyfus9, Mauss, que gustaba presentar-

6. Las obras comentadas de Polanyi y Mauss son La gran transformación y Ensayo


sobre el don, respectivamente.
7. No olvidemos que con los datos de los años veinte, básicamente los recogidos
por Malinowski, Boas y Thurnwald.
8. Mauss, como establece en sus Escritos políticos (1997), había viajado a Rusia en
los inicios del régimen soviético, pero le defraudó y le escandalizó lo que veía. Desde en·
tonces rechazaba por completo la vía elegida por los bolcheviques.
9. Tras la humillante derrota en la guerra franco-prusiana, la élite política francesa
puso en marcha, a imitación del modelo prusiano, un programa de enseñanza pública ac-
cesible y obligatoria para todos los ciudadanos. Durkheim sería uno de los grandes popes

115
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

se como ciudadano Mauss, no solo era militante socialista, sino que,


como ha estudiado Marcel Fournier (2006), promovía cooperativas
obreras, había sido uno de los fundadores del periódico I;Humanité,
daba clases en I;École Socialiste y en las recién formadas universidades
populares. También emprendía viajes para ayudar a cooperativistas de
otros países, además de escribir en diversos folletines, entre los que
destaca Notes Critiques, según el sociólogo Lukes, una especie de An-
née socialista, donde publicaban los miembros del grupo más activos
y otros intelectuales de izquierdas como Léon Blum, alguna vez el pro-
pio Durkheim, Fauconnet, Simiand, Levy-Bruhl, Gernet, Hertz, Halb-
wachs, e incluso el crítico e ignorado en I;Année, Van Gennep. Estas
actividades y la decidida defensa que hacía Mauss de su autonomía para
participar en las políticas socialistas y cooperativistas, provocaban el
malhumor, cuando no la ira, de su tío Émile Durkheim, que le escribía
unas cartas horribles, acusándole de dilapidar su herencia sufragando
cooperativas obreras, de perder el tiempo y de abandonar sus tareas
científicas (Fournier, 2006; Liebersohn, 2011).

MAUSS Y EL ENSAYO SOBRE EL DON

Marcel Mauss abrió un nuevo campo de estudio a los antropólogos: el


de los complicados sistemas de donaciones y contradonaciones que se
producen en distintos sistemas sociales y que todos, como en la cita de
,,.
')1'1
Covarrubias que encabeza la Introducción de este libro, reconocemos
ti ~ en las palabras gracia, regalos, presentes, dones o dádivas. Se trata de
un estudio comparativo de cómo y por qué se intercambian regalos en
diferentes sociedades primitivas, arcaicas, y que incluso persisten en la
nuestra de manera restringida.
Sin embargo, contrariamente a lo que se suele interpretar, el objeto
del ensayo no es la reciprocidad como tipo estructural; de hecho, Mauss
tan solo en dos ocasiones usa el término recíproco, porque, como ve-
remos más adelante, los movimientos de bienes que analiza en algunos
casos pueden clasificarse como recíprocos, pero en otros pertenecen a
otro tipo de relaciones.
Desde un punto de vista etnográfico, Mauss no incluye en su mues-
tra ejemplos significativos de sociedades carentes de mecanismos formales
que canalicen la transmisión del liderazgo: casi no se ocupa de los pue-
blos más «igualitarios», como ciertas bandas de cazadores-recolectores
o algunos de los horticultores que practican una agricultura de tala y que-

,,
que pusieron en marcha las ideas de la escuela laica republicana, pero su papel era el de
dllli
<<experto científico» nombrado por el Gobierno, no una actividad resultante de su militan-
¡l."i!l'lli cia política (Lukes, 1984).
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116
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ülli.L
RUPTURAS ANTROPOLÓGICAS

ma (itinerante) y donde las relaciones sociales se basan más en compartir


que en cumplir las obligaciones del don. Conviene tenerlo en cuenta,
porque sus principales datos provienen de sociedades de rango (ya sean
de jefaturas tipo la de los Kwakiutl 10 , de grandes hombres como los Tro-
briand, o de las sociedades históricas de los imperios <<arcaicos»). Por eso,
el don también forma parte de las relaciones redistributivas de los jefes,
del comercio de regalos entre autoridades y jefes ciánicos o de las an-
tidorales de la amistad desigual, que hemos visto en el capítulo anterior
como uña de las bases de lo que actualmente conocemos como relacio-
nes patrón-cliente y de clientelismo político.
El tema central del Ensayo es la circulación de los dones, las obli-
gaciones entre los grupos que dan, reciben o los devuelven y el am-
plio espectro de relaciones sociales que entablan las partes entre sí y
que, a la larga, legitiman la creación de alianzas, redes de ayuda mutua,
desigualdades, procesos competitivos o las múltiples identidades de los
distintos grupos.
Mauss denomina al sistema un <<hecho social total» porque no se re-
fiere a una institución que tenga un carácter particular, sino que las ca-
denas de prestaciones y contraprestaciones son al mismo tiempo políti-
cas, jurídicas, económicas, de parentesco, morales, religiosas, de etiqueta
y estéticas. En todas las sociedades hay numerosos intercambios que se
producen bajo la forma de regalos voluntarios, aparentemente fruto
de la generosidad, pero que, contemplados como una totalidad social, se
hacen, se reciben y se devuelven obligatoriamente.
¿por qué consideramos el Ensayo innovador y parte de una rup-
tura? Porque la existencia de estos intercambios desmonta la ilusión
de que haya existido nunca una <<economía natural», como los prime-
ros economistas conjeturaban, sin fundamento empírico, cuando, para
justificar el modelo del mercado, necesitaban un primer estadio evo-
lutivo que diera cuenta de la disposición natural al trueque de toda la
especie humana. En contra de esa necesidad, la ruptura que supone
la obra de Mauss proviene de su afirmación de que los intercambios
que siempre ha habido en todas las sociedades no lo eran meramente
de bienes y riquezas, de objetos útiles económicamente, sino de una
mezcla extraña de intercambios que se daban entre distintas colecti-
vidades, no entre individuos, y que incluían invitaciones a banquetes,
prácticas rituales, reglas de etiqueta, servicios militares y de trabajo,
alianzas matrimoniales con mujeres o varones de otros grupos, danzas
o fiestas ceremoniales.

1O. Las tipologías que ordenan a los grupos humanos según la «subsistencia>> pro-
ducen paradojas como que los pueblos de la costa noroeste de Norteamérica, clasificados
como cazadores-recolectores, sean sociedades de rango.

117
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

La circulación de riquezas es solo uno de los términos de un intercam-


bio más general y permanente que, como afecta al resto de las institu-
ciones, genera lo que Mauss denomina prestaciones totales: cada regalo
es parte de un sistema en el que, además de lo intercambiado, el honor
del que da se comunica con el del que recibe. Sin embargo, la existen-
cia del don no remite a una visión benéfica -digna del buen salvaje ilus-
trado y romántico- de la sociedad donde se produce, contrapuesta a
la destrucción cultural que representaba el sistema de mercado 11 : el don
forma parte de las sociedades, enlaza grupos y forma parte de alianzas,
pero también de rivalidades, conflictos y desigualdades.

Las tres obligaciones del don

Mauss establece que la obligación de dar, la obligación de recibir y la


obligación de devolver forman parte de la vida social, a la vez que esta-
blecen la dimensión de la comunidad: sin una moral de responsabilidad
universal con los extraños no hay obligaciones.
Incluso las ofrendas y sacrificios a los dioses expresan una situación
análoga, aunque más compleja que la encerrada en la fórmula del do ut
des: se ofrece algo a cambio de algo. Los dones a los dioses y a los huma-
nos <<compran>> la paz, alejan los malos espíritus e influencias y se insertan
1 también en una cadena de prestaciones y contraprestaciones.
1
1~
¿cuáles son los fundamentos de las tres obligaciones? Mauss -como
'1 :.l~ había señalado Lévi-Strauss en la Introducción que escribiera al libro An-
. !r·~, tropología y sociología (1971)- había dado dos explicaciones sociológi-
cas, o si se quiere antropológicas, a la obligación de dar y a la obligación
de aceptar los dones. Como resume Godelier*, «uno está obligado a dar,
porque el dar obliga a la otra parte y uno está obligado a aceptar, porque
rechazar un don es quizás entrar en conflicto con el que lo ofrece>>.
Sin embargo, a la hora de explicar la obligación de devolver el re-
galo, Mauss abandona la sociología y la antropología, para recurrir a una
explicación melanesia, que había dado el sabio Tamati Ranaipiri al et-
nólogo Elsdon Best:
Voy a hablaros del hau 12 ••• El hau no es el viento que sopla. De ninguna ma-
nera. Suponga que usted posee un artículo determinado (taonga) y que me

11. Como ya hemos comentado en otros lugares, el rechazo o el horror ante el siste-
ma capitalista no es patrimonio de los pensadores que se oponían a él porque políticamen-
te se situasen a la izquierda. Los cambios terribles que presenciaron, el adiós definitivo a un
pasado, sin duda idealizado, hacía que también lo denostaran pensadores conservadores.
Recordemos que incluso Max Weber acabaría por llamar a la sociedad con racionalidad
capitalista <da jaula de hierro» (Mitzman, 1976).
12. La palabra hau significa lo mismo que la latina spiritus, el aire y el alma, o con
más precisión, al menos en ciertos casos, el alma y el poder de las cosas inanimadas y ve-

118

,¡J
RUPTURAS ANTROPOLÓGICAS

lo da. Me lo da sin ponerle un precio fijo. No negociamos nada. Yo le doy este


artículo a una tercera persona, que después de un tiempo decide darme algo
como pago (utu) 13 y me hace un regalo (taonga). Este taonga que me da es
el espíritu (hau) del taonga que he recibido de usted y que yo le he dado
a él. Los taonga que he recibido por el taonga (que usted me había dado)
debo devolvérselos a usted. No sería justo (tika) por mi parte guardarme los
taonga para mí mismo, independientemente de que sean apetecibles (rawa)
o no (kino). Debo dárselos porque tienen un hau 14 del taonga que usted me
..- dio. Si yo me guardase estos taonga me podrían acontecer varios males, in-
cluso la muerte. Esta es la naturaleza del hau, del hau de la propiedad perso-
nal, del hau del taonga, del hau de la selva. Kati ena (ya es suficiente lo que
hemos hablado de este tema).

Es decir, Mauss recurre a una categoría nativa -el hau- para dar
cuenta de las obligaciones místicas de devolver el objeto, según la cual el
espíritu del donante permanece en el objeto donado. Como señalan en
sus textos respectivos Godelier* y Terradas*, este dualismo daría pie a
Annete Weiner (1992), quien había hecho trabajo de campo desde finales
de los setenta y lo había continuado en los años ochenta en las Trobriand,
a interpretar sus nuevos e importantísimos datos sobre muchos aspectos
en los que Malinowski no había reparado, en el sentido de que en la cir-
culación del don muchos bienes son inalienables (Weiner, 1992), por lo
que circulan bajo el principio paradójico de que se da algo, pero como
la identidad del antiguo dueño con el objeto permanece, en realidad,
lo que se ha puesto a circular en la donación guarda el espíritu de su
antiguo poseedor. O, en palabras de Weiner, se trata de «la paradoja de
dar, mientras se guarda». '~,.

La interpretación que hace Weiner de la tercera obligación -la de


devolver el regalo-parece sugerir que lo que quisiesen los actores -se-
gún critican con razón Mark Mosko e Ignasi Terradas*- fuese en rea-
lidad librarse de la moral de la reciprocidad o de las obligaciones del
don, porque cuando Weinar insiste en que hay bienes inalienables, está
introduciendo elementos del contrato y del individualismo posesivo en
las relaciones del don:

Siguiendo la crítica que Mark Mosko hace a Weiner, podemos decir que la
paradoja de Inalienable Possessions es la de comenzar criticando la noción
de reciprocidad de Mauss-Malinowski (que Weiner nunca define en el sis-

getales. La palabra mana, reservada para los hombres y los espíritus, se aplica con menos
frecuencia a las cosas que en Melanesia.
13. La palabra utu expresa la satisfacción por las venganzas de sangre, las compensa-
ciones, repagos, responsabilidades, etc. También designa el precio. Es un concepto com-
plejo que se aplica a la moralidad, al derecho, a la religión y a la economía.
14. He hau. La traducción de las dos frases ha sido resumida por Elsdon Best, cuyo
texto estoy siguiendo.

119
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

tema del don tal como Mauss insistió), atribuyéndole un etnocentrismo que
vendría a coincidir con la ideología del contrato. Y una vez dicho esto Wei-
ner la sustituye también con alcance universal con el <<guardar mientras se
da>> en una visión mucho más afín al individualismo posesivo, tan o más et-
nocéntrico (capitalista) que el contractualismo recíproco (Terradas*; Mos-
ko, 2000).

El problema es complejo y no todos los antropólogos excluyen la


dualidad. Por ejemplo, Susana Narotzky mantiene que las dos hipótesis
para explicar la naturaleza de las obligaciones, se refieren a series de fe-
nómenos distintos:

Se ofrecen dos hipótesis: primero, que las relaciones sociales que existen
entre las personas se expresan en el vínculo material del don; segundo, que el
objeto material transferido como don incorpora de tal manera la(s) persona(s)
de su(s) poseedor(es) anterior(es), que tiende hacia el dador y crea así un
campo que fuerza la devolución del don. Por un lado, el don se basa en nor-
mas simétricas que regulan los movimientos de transferencia: dar-recibir y
devolver-recibir. Esta simetría se define como reciprocidad. Por el otro, la
fuerza que impulsa el movimiento se basa en la naturaleza del don, donde
los objetos y las personas, las relaciones materiales y sociales (y espirituales)
no pueden disociarse (Narotzky, 2004: 71).

.
1
1
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Es indudable que el modelo mismo es el causante de esta tensión
interpretativa, de difícil resolución sin salirse del universo maussiano.
')11"'
1 ~: 1

Bases etnográficas del Ensayo

Aunque recurre a muchos autores, las bases principales de Mauss son


los trabajos del etnógrafo alemán Richard Thurnwald sobre los Ba-
naro, los de Boas sobre los Kwakiutl y los de Malinowski sobre los
isleños Trobriand.
Como ya sabemos (Moreno Feliu, 2010b; Martínez Veiga, 2010),
<<el nuevo método>> supuso una ruptura con el pasado de los investi-
gadores evolucionistas de gabinete en cuanto a la forma de obtener
datos y realizar trabajos de campo, porque los investigadores, obli-
,¡ gados por la Primera Guerra Mundial en los casos de Thurnwald y
,'!
de Malinowski, pasaron mucho tiempo sin abandonar los poblados
! que estudiaban, o, como era el caso de Boas, mantenían, además de
su presencia, un contacto importantísimo con su amigo-informante
llf1'1
,¡,
nativo, George Hunt.
En un reciente libro, Harry Liebersohn (2011) hacía notar que estos
1111

·',
investigadores, a quienes podríamos llamar notarios del don, no fueron
capaces de encajarlo o practicarlo en sus trabajos de campo:
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RUPTURAS ANTROPOLÓGICAS

antropólogos fundadores preferían pagar en dinero -o su equiva-


local- la información o los artefactos. Boas pagó en efectivo los
de la costa noroeste que adquirió y los servicios de George Hunt.
Thurnwald estableció como regla evitar los dones y mantener relaciones
«de negocios>> con sus ayudantes; incluso armó un buen lío cuando le qui-
regalar una chaqueta a su informante Yomba. Malinowski regateaba
, con los isleños y le preocupaba, como si fuese un turista, si le engañaban
(2011: 139).

A'11inguno de los tres se les ocurrió integrarse en algún circuito del


ni considerar sus experiencias <<económicas>> en el campo un tema
y de interés permanente en la antropología.
Paradójicamente, quien comprendería la importancia de los hallaz-
etnográficos sería Marcel Mauss, que vivía en París, alejado de los
IIClanesios o de los indios del noroeste americano, porque, según Líe-
los durkheimnianos -todos en general, pero Mauss en partí-
por sus vínculos familiares con Durkheim y personales con todo
grupo- constituían en la Francia republicana una comunidad del don
elaborada como los circuitos de conchas o los intercambios de man-
tas descritos por Malinowski o Boas>> (2011: 140).
Sea como fuese, los datos con los que Mauss tejió su ensayo fueron
fundamentalmente los suministrados por Malinowski y Boas para los dos
casos que analiza con más detalle: el kula y el potlatch en los que Mauss
encuentra como elementos comunes las tres obligaciones y como ele-
,mentos específicos la forma de establecer la competencia: agonística en
el caso del potlatch, y la complejidad de todas las relaciones que conflu-
yen en el intercambio de dones en las Trobriand.
En el noroeste americano, entre pueblos cazadores-recolectores riquí-
simos -tanto por su medio ambiente como por las relaciones comerciales
con los viajantes de la Hudson's Bay Company- como los Tlingit, los
Haida, o los Kwakiutl, aparece un sistema de prestaciones sociales total
que se diferencia de otros intercambios de regalos por su violencia, exa-
geración y antagonismo. La alianza que se establece entre dos fratrías se
basa en unas relaciones que tejen un complejo sistema de intercambios
al que aplicamos el nombre potlatch (palabra procedente de los Tsinuk
que significa alimentar, consumir) para expresar una prestación total, que
Mauss denomina agonística, caracterizada por una rivalidad exasperada
y una inmensa destrucción de riqueza. El carácter extremo del potlatch
se había multiplicado tras la llegada de los comerciantes europeos, con
quienes todos estos pueblos tenían unos excelentes acuerdos comercia-
les (Wolf, 1999: 69-132).
Su descripción del kula, palabra que significa círculo, como el mo-
vimiento que forman los bienes que se intercambian entre las distin-
tas islas, proviene de Malinowski (1961 [1922], 1971 [1926]). Los

121
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

intercambios kula son de carácter noble, reservados a los jefes, y per-


fectamente distinguibles del comercio (que, como veremos, también
se da en las Trobriand). Para Mauss es el caso extremo del intercambio
de dones.
La forma completa del anillo kula, cuyas auténticas dimensiones no
llegó a captar del todo Malinowski, cubre extensivamente todo el archi-
piélago Massin (Leach y Leach, 1983): el viaje en canoas de estos argo-
nautas por las distintas islas forma una circunferencia de más de setecien-
tas millas marinas.
El intercambio es solemne. Los objetos intercambiados (vaygu'a) son
de dos clases: mwali, brazaletes, y soulava, collares hechos de conchas de
spondylus rojo. Los vaygu'a siguen un movimiento circular: el mwali cir-
cula de oeste a este, mientras que el soulava viaja de este a oeste. Su circu-
lación es constante y no se deben guardar durante mucho tiempo. Los
que intercambian son socios hereditarios.
Cada vaygu'a posee un nombre, una personalidad y una historia.
También hay una expresión simbólica del matrimonio del mwali (fe-
menino) con el soulava (masculino). El kula es solo una parte de una
'1,;¡
red total de prestaciones de distinto tipo, porque se acompaña de otros
"
intercambios (gimwali) similares al comercio, que ya no tienen lugar
entre socios.
1 Las transferencias de bienes seguían la moral de la reciprocidad al
'~ ,. <1[
asociarse con los parientes y con las asociaciones hereditarias, mientras
que el jefe era el foco de la redistribución política al utilizar los ñames
')1111',
il,,¡;ll y otros bienes donados por los hermanos de sus esposas -también por
el resto de sus aliados- en celebraciones públicas y en pagar las expe-
diciones kula.

La moral del don en la sociedad de mercado

Por último, nos interesa destacar aquí el hecho de que para Mauss no
resultase problemático establecer en las conclusiones del Ensayo (en el
apartado titulado precisamente conclusiones morales) un vínculo direc-
to entre el análisis del don en las sociedades <<primitivas>> y arcaicas y
el proyecto político-moral de revitalizar este mismo tipo de relaciones,
que han persistido, incluso, en la Europa de los años veinte:

Es posible extender estas observaciones a nuestras propias sociedades. Una


parte importante de nuestra moral y de nuestra vida se ha estacionado en
esa misma atmósfera, mezcla de dones, obligaciones y de libertad. Felizmente
no está todavía todo clasificado en términos de compra y venta ... Tenemos
otras morales además de la del mercader (Mauss'').

122
RUPTURAS ANTROPOLÓGICAS

A partir de aquí, Mauss defiende una nueva moral fundada en el


respeto mutuo y en la generosidad recíproca, proponiendo diversas
15
medidas a fin de asegurar la redistribución de la riqueza amasada :
adopción de una legislación de seguridad social (contra el paro, la en-
f~rmeda, la vejez), creación de cajas de seguridad social en las em-
presas, medidas para limitar la especulación y la usura, y el desarrollo
de la solidaridad cooperativa. Para ello no hay sino que regresar a <<la
alegría de donar en público, el placer de gastar generosamente en las
artes,'1as satisfacciones de la hospitalidad y de las fiestas privadas o
públicas. La seguridad social, las atenciones de la mutualidad, de la
cooperación, del grupo profesional, de todas aquellas personas mo-
rales que el derecho inglés registra como Friendly Societies valen más
que la simple seguridad personal que el noble garantiza a su vasallo,
más que la vida rastrera que permite el salario diario acordado por
la patronal, e incluso, más que el ahorro capitalista, cuya base es un
crédito cambiante>> (Mauss*).
Todas esas medidas (que se pueden ver como políticas, pero también
como fundamento moral de la política, que según el toque positivista de
la concepción durkheimniana, estaría avalada por la ciencia etnográfi-
ca), surgen de una concepción del don como valor moral. ¿Qué entiende
Mauss por este valor moral que configura la política? y ¿qué concepción
de la moral hay tras la consideración del don como valor?
Durkheim transmitió a sus discípulos unas ideas sobre la moral
que oscilan entre dos polos: a veces, se presenta como un sinónimo
de lo social y otras como el aglutinante necesario para que en una so-
ciedad actual, laica, que carece (tras la Revolución francesa) de insti-
tuciones intermedias entre el Estado y el individuo, surja una arena
que tenga sentido para la participación de los ciudadanos en la vida
pública. Como sinónimo de lo social, la moral entraría de lleno en lo
que Evans-Pritchard llamaba <<metafísica sociológica>> de Durkheim,
una de cuyas principales manifestaciones era que lo social era simultá-
neamente demasiado amplio (no solo los individuos quedan engloba-
dos en su conjunto, sino que ni siquiera la divinidad se diferencia de
la sociedad) y demasiado restringido (la sociedad nunca se presenta
como una entidad empírica formada por grupos culturales históri-
cos). Aunque Mauss introdujo muchos matices, es indudable que la
doble concepción de la moral está presente en toda su obra. Por una

15. No olvidemos que cuando escribía Mauss, no se pagaban impuestos por la ri-
queza y sus rentas, y solo vislumbraban un «estado del bienestar>> quienes luchaban por
un reparto justo de la riqueza según las necesidades de los distintos grupos sociales. Sin
embargo, Mauss, que había realizado un viaje a Rusia en los primeros años de la revolu-
ción, rechazaba por completo el régimen soviético.

123
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

parte, la moral se confunde con lo social cuando analiza el papel que


como fundamento de la sociedad tenía el <<triángulo de las normas>>
(jurídicas, morales y religiosas), cuya descripción coincidiría con los
hechos sociales totales. Por otra, cuando considera los mismos funda-
mentos en la sociedad moderna sin religión (es importante notar el
ateísmo no solo de Mauss, sino de prácticamente todo el grupo) y las
normas son jurídicas y morales, el socialismo se convierte en uno de los
aglutinantes morales de la sociedad. En este mismo sentido podemos
considerar que Mauss otorgó la categoría de valor a la reciprocidad
como un intento de construir el fundamento de una nueva moral para
una sociedad en busca de instituciones intermedias (como las cooperati-
vas, por ejemplo) específicamente necesarias en Francia porque, tras el
abandono de los gremios como consecuencia de la Revolución fran-
cesa, la base social constaba solo de dos polos: individuo (portador de
derechos) y el Estado.
Un socialismo, como también lo había considerado Durkheim, cen-
trado en la necesidad de una <<reorganización moral y económica de la
industria, mediante la recreación sistemática de los grupos ocupacio-
'IJI
nales, supervisados por el Estado pero independientes de él>> (Durk-
heim, citado en Lukes, 1984: 325), ya que la <<anomia procede de que,
en ciertos puntos de la sociedad hay falta de fuerzas colectivas, es decir,
1
1 de grupos constituidos para reglamentar la vida social>>. Esta es, según
,~ ,. ' 11
Mauss, <<la ideé maftresse de la obra específicamente política y moral
de Durkheim>>. A partir de la posición de Durkheim, Mauss nos pro-
')1~.
r~l pone que la reciprocidad como valor puede servir como argamasa de
las relaciones sociales.
Sobre estas consideraciones políticas la mayoría de los antropó-
logos han pasado tan de puntillas, que su transcendencia dentro de la
obra de Mauss solo ha quedado aclarada tras la reciente edición de
sus Écrits politiques (1997), a cargo de su biógrafo canadiense Marcel
Fournier.
Si, como señala I. Terradas (Terradas'') las bases empíricas e interpre-
tativas de los datos etnográficos de Mauss son problemáticas, su corola-
rio de elevar la reciprocidad a valor moral que sustentaría un futuro
socialista de las sociedades europeas nos presenta también un sinfín
de problemas (¿¡a reciprocidad como voluntarismo político?), que en
gran parte surgen del establecimiento por parte de Mauss de la com-
i
paración en unos términos que le permiten establecer una continui-
1

dad entre el papel de la reciprocidad en las Trobriand y el que tendrá


lllll en la sociedad del futuro, sin tener en cuenta las diferencias entre ambas
!!i sociedades.
l:'!li

!1111'
124

~ 1

11
RUPTURAS ANTROPOLÓGICAS

KARL POLANYI Y LA GRAN TRANSFORMACIÓN

Muy distinta es la posición del otro artífice (o sistematizador) de la teoría


de la reciprocidad. Polanyi establece su análisis comparativo partiendo de
la discontinuidad radical entre el capitalismo y el resto de las sociedades
conocidas. Para mostrar esta excepcionalidad, Polanyi, y este es uno de sus
grandes logros, se decanta por la comparación activa de nuestra cultura
con las otras, incluyendo en <<otras>> la propia occidental antes de que
hubiese surgido el liberalismo económico. mn qué consiste esta compara-
ción? No en generalizar a partir de oscuros ejemplos etnográficos e his-
tóricos agrupados en tipologías (como se le interpretará muy a menudo),
sino en haber incorporado previamente al propio análisis la considera-
ción de que la sociedad moderna es un sistema peculiar y que la idea de
economía misma es una novedad propia de ella, pero desconocida en
otras sociedades. Quiere ello decir, como señala Dumont, que la ori-
ginalidad de Polanyi consiste en haber comparado la sociedad moderna
con las no modernas tras establecer entre ambas una discontinuidad ra-
dical: los fenómenos económicos, que para nosotros están separados del
resto de la sociedad, en las otras están incrustados en las instituciones.
De esta discontinuidad,' que teóricamente supone la ruptura con la li-
nealidad evolutiva que todavía podemos rastrear en Mauss, es de donde
surgirán las comparaciones con otras culturas plasmadas en los célebres
capítulos cuarto y quinto de La gran transformación, que con el tiempo
darán lugar a la formulación explícita de las tipologías de las formas de
integración y sus correlaciones institucionales.

El rechazo: fundamentos analíticos

Como consecuencia de la subida de Hitler al poder, Polanyi, ya un ma-


duro investigador de 47 años, abandona el continente y se establece pri-
mero en Inglaterra y después en Estados Unidos.
En el primer país donde estuvo trasterrado repartiría su tiempo en-
tre la enseñanza de cursos que hoy llamaríamos de «matrícula abierta>> y
la recogida de datos sobre la Revolución Industrial y el pensamiento li-
beral. El resultado de estas investigaciones quedará plasmado en La gran
transformación, su obra clave, y de la que a nuestro entender derivarán
todas las posteriores. Para comprender el alcance de este complejo li-
bro debemos dejar claro que la transformación a la que Polanyi llama
<<gran>> no es otra que el surgimiento de una nueva situación como con-
secuencia del derrumbe de una civilización excepcional; es decir, el objeto
de estudio central no es el inicio, también analizado retrospectivamente,
sino el final de una época. Las señales que indicaban este final de época
surgieron repentinamente por doquier: el abandono del patrón oro en

125
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

Gran Bretaña, los planes quinquenales soviéticos, el New Deal ameri-


cano, el colapso de la Liga de las Naciones y, tal vez la más dramática
y radical de las señales, el surgimiento de Hitler en Alemania. Precisa-
mente Polanyi escribió este libro para explicar el porqué de la Segun-
da Guerra Mundial (que él denomina de Hitler) mostrando cuál era la
gran transformación que se estaba viviendo, esto es, el fin de una época
que se había distinguido por una ideología única: la que estableció a la
economía como un sistema separado y autónomo del resto de las ins-
tituciones sociales y que gravitaba sobre el mercado como mecanismo
institucional definido.
La gran transformación analiza dos transformaciones de carácter
inverso. Lo que podríamos llamar la re-socialización de la economía
(como consecuencia de la crisis de los años treinta) y el análisis de los
orígenes innovadores del sistema de mercado como des-socialización
de la economía. Globalmente, la innovación había consistido en una
nueva forma de pensar la sociedad: una serie de fenómenos sociales
que siempre se habían considerado inmersos en las relaciones socia-
les existentes (ecológicas, familiares, políticas, jurídicas o morales) se
disociaron del resto de la sociedad (o bien se des-socializaron), cons-
tituyéndose en una esfera aislada, distinta y determinante del resto de
la misma.
La economía, su modelo de hombre -el individuo- y la idea de
,.
1¡ ganancia como norma explícita de actuación, son el fruto innovador
de esa concepción utópica que se define institucionalmente mediante la
existencia del mercado autorregulador para el que todo se convierte en
mercancía, incluso aquello que no lo había sido nunca en ninguna época
ni en ninguna sociedad conocida: el trabajo, la tierra y el dinero. Una
de las consecuencias de considerar mercancías estos tres elementos es la
reducción a términos de contrato de todas aquellas relaciones no contrac-
tuales, que son el fundamento de una sociedad. Por ello, según Polanyi,
su tratamiento como mercancías no hace sino poner en marcha un me-
canismo destructor de la sociedad.

El doble movimiento

Por doble movimiento Polanyi entiende la puesta en marcha de dos prin-


cipios organizativos en la sociedad, cada uno con fines institucionales
específicos, que movilizan fuerzas sociales específicas y que cuentan con
sus propios medios.
El primero de ellos es el principio del liberalismo económico cuyo
fin institucional es el establecimiento del mercado autorregulador. Las
fuerzas sociales que lo pusieron en marcha, fueron las clases mercantiles
aliadas con el Gobierno. Sus métodos (ellaissez-faire y el libre cambio),

126
RUPTURAS ANTROPOLÓGICAS

analizados históricamente, se confunden con la cosa misma que preten-


dían establecer.
El segundo principio organizativo sería un principio de protección
de la sociedad (autodefensa) frente a los efectos destructivos del libera-
lismo económico. Su pretensión es conservar lo que el otro principio
destruye, es decir, la conservación del hombre, de la naturaleza y de la
organización productiva.
El análisis de cómo se había iniciado este proceso tan innovador
stempre estuvo sujeto a controversias, aunque todas ellas se pueden
resumir en la postura adoptada ante la tesis que Polanyi denomina <<del
doble movimiento>>. Según los liberales, ellaissez-faire fue un aconteci-
miento natural, y toda la legislación restrictiva posterior, el producto
de una resistencia planificada, de una «conspiración antiliberal>>; según
Polanyi, ellaissez-faire se abrió camino merced a la intervención esta-
tal continua y planificada, mientras que la respuesta contra el mercado
autorregulador a partir de 1860, fue una autodefensa realista, pragmá-
tica y espontánea de la sociedad. Es decir, Polanyi, al estudiar la pre-
tensión del liberalismo sobre la <<naturalidad>> del proceso económico,
,,.
encontró en el discurrir de los sucesos la paradoja de la intervención
estatal planificada, justamente lo contrario a lo pregonado por los de-
fensores del mercado autorregulador, del que podemos decir que, si
bien su <<naturalidad>> y <<autorregulación>> fueron ideológicas, como
muestra La gran transformación, sus efectos para la sociedad resultaron
devastadores. La destrucción del tejido social como consecuencia del ·~
mecanismo de mercado en la Inglaterra del XIX solo se puede enten-
der, como ya hemos visto, comparándola con el vacío cultural produ- 1 ¡11

cido por el colonialismo en otras culturas.

La incrustación y las formas de integración

La idea misma de economía (como tratará abundantemente en sus escri-


tos posteriores y que no es sino la clave de su radicalismo comparativo
al mantener la tesis de la excepcionalidad de Occidente) es reciente. En
otras sociedades lo que llamamos fenómenos económicos se presentan
incrustados en una amalgama de instituciones sin distinguirse como algo
específico. Como señalaban los Bohannan en su libro sobre los Tiv (1968),
la palabra «incrustado>>, tal como la utilizaba Polanyi, es un modo gráfi-
co de explicar, no que el parentesco y la producción estén inextricable-
mente relacionados, sino que están institucionalmente indiferenciados.
Esta idea de incrustación, en cierto sentido, puede verse pareja a la con-
sideración de Mauss del don como hecho social total.
Ya en el célebre capítulo cuarto de La gran transformación, Polanyi
presentaba una correlación entre las distintas variables de las formas de

127

J
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

integración que, siguiendo a Gregory (2009: 136), podemos establecer


en el cuadro siguiente 16 :

TIPO RECIPROCIDAD REDISTRIBUCIÓN CASA BúSQUEDA


DE CONDUCTA DE BENEFICIO

Relaciones Incrustación Incrustación en Indiferente: Relaciones


sociales en la familia jefaturas territoria- podría ser familia sociales
y parentesco les, tribus, patriarcal, asenta- incrustadas
ciudades-Estado, miento en aldeas, en la economía
despotismo, o o casona señorial
feudalismo
Patrones Simetría Punto Central «con Autarquía: Mercado au-
institucionales muchas variantes «propio de una torregulado
históricas que vida económica 1834-1931
llegan casi a característica
nuestros días)> de una agricultura
avanzada»

Es interesante notar que el concepto de casa, como una entidad au-


tárquica, inspirada en la oikos aristotélica, en el evolucionista alemán Bü-
cher y en los primeros estudios sobre los campesinos, desaparecerá de
la tipología en sus años americanos.
La formulación del concepto de reciprocidad contrasta con lo que
1 hemos visto en Mauss. Polanyi lo incluye en la tipología de las formas
1

1~ ,. "'
de integración, donde se establece de forma limitada, casi como un tipo
ideal, a partir de la noción de Richard Thurnwald, realmente interesado
.
')'!:', ,,,,
en el sistema sexual de los Banaro, y sus repercusiones en el parentesco,
de simetría entre las partes (Liebersohn, 2011: 115-122).
¿cómo interpretaremos la tipología? A pesar de algunas críticas
posteriores, su utilidad radica en que las formas de integración son lo
suficientemente elásticas como para permitirnos eliminar la tensión del
modelo que hemos visto en Mauss cuando, con la noción de hau, osci-
laba entre la explicación sociológica y la generalización de una elabora-
ción nativa: a partir de Polanyi, la reciprocidad, como ha señalado Algazi
(2000), puede considerarse un concepto construido por los expertos, una
de las formas de integración; pero también un modelo de lo que son o de-
berían ser las relaciones sociales apropiadas en cada cultura; un modelo
variable a partir del cual la gente establece, entre otras cosas, una visión
de la moralidad.
Aunque parezca una debilidad teórica, si nos alejamos de una utili-
zación mecánica y sociocéntrica de los conceptos, hemos de reconocer
que esta visión dual ha permitido a la antropología disponer de una he-

16. Las fechas del mercado que da Gregory se basan en la tesis de La gran transfor-
mación. También Keith Tribe propone una fecha concreta de inicio (Tribe, 1977).

128

li
RUPTURAS ANTROPOLÓGICAS

rramienta teórica ambivalente y compleja que nos ha permitido analizar,


en distintas culturas, tanto las relaciones sociales <<armónicas>> y <<bené-
ficas>>, como las que se producen en ámbitos sociales llenos de tensión,
manipulación, diferencias extremas de poder e injusticias.
Otras tipologías vinculadas a la de Polanyi, como la famosa de
M. Sahlins -hecha a partir de Gouldner y Service- sobre los distintos
tipos de reciprocidad (Sahlins*), se han enriquecido de la misma dualidad.
La-falsa polémica de los años americanos

En el contexto antropológico, Polanyi comienza a ser conocido académi-


camente en la última parte de su vida, cuando, tras abandonar el continen-
te europeo y las islas Británicas se traslada a Norteamérica (1947-1964).
Durante este periodo, su quehacer se dividió entre las enseñanzas de His-
toria Económica que impartía en la Universidad de Columbia 17, donde
contribuyó, como un viejo maestro, a la formación intelectual de un nu-
trido grupo de alumnos y colaboradores, entre los que se cuentan Pearson,
Dalton, Bohannan, Sahlins, Nash, Belshaw, Neale, o Leeds; y a la realiza-
ción de varias investigaciones, tanto teóricas como empíricas, pero siem-
pre comparativas en el sentido antes señalado, que tienen su origen en al-
gunas de las tesis no plenamente desarrolladas de La gran transformación.
El impacto que produjo en el mundo académico la publicación de
la obra colectiva Comercio y mercado en los Imperios antiguos (1957)
y la inclusión de su artículo <<Anthropology and Economic Theory>> en
la recopilación de textos de M. Fried (1959) despertó el interés por las
posiciones de Polanyi en figuras tan dispares como Finley y Oppenheim,
1
o, posteriormente, en los marxistas franceses Meillassoux y Godelier. "
La difusión americana de las tesis de Polanyi generó también varias
polémicas académicas: por una parte, la de la aplicabilidad universal de
la teoría económica (el estéril debate entre formalistas y substantivistas
que veremos en el capítulo cuarto) y, por otra, la discusión del llamado
principio de escasez.
La postura de Polanyi ante estos debates parte de que si la tesis central
de La gran transformación era la excepcionalidad del sistema de merca-
do, consecuentemente, las elaboraciones teóricas realizadas por la ciencia
económica para describir este utópico sistema desligado de su sociedad
son también excepcionales, frutos de una nueva forma de pensar carac-
terística de una sociedad concreta, y, por tanto, no se pueden aplicar uni-
versalmente.

17. Aunque trabajaba en Nueva York, Polanyi tenía su residencia en Canadá porque
su esposa Ilona -que había militado en los años veinte en el Partido Comunista húngaro-
tenía vetada la entrada en los Estados Unidos de la caza de brujas (McRobbie y Polanyi
Levitt, 2000).

129
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

Polanyi rechaza explícitamente el capitalismo por sus efectos des-


tructores para con la sociedad y el medio ambiente, lo que explica, en
parte, su actualidad entre los partidarios de diversos movimientos eco-
logistas y entre los críticos de la globalización. Pero el interés por la obra
de Polanyi debiera estar más ligado a los análisis en los que relaciona la
utopía liberal con los terribles problemas de su época que a haberse <<an-
ticipado» a nuestros tiempos. La conversión de Polanyi en un profeta
proviene de las relecturas que se han hecho de su obra para analizar las
sucesivas crisis provocadas por las políticas neoliberales aplicadas desde
los años ochenta (Gray, 2000; McRobbie y Polanyi-Levitt, 2000; Can-
giani, Maucourant, Caillé y Laville, 2008).
Actualmente, el interés que despierta entre economistas como el pre-
mio nobel Joseph Stiglitz, autor del prólogo a la última edición ameri-
cana (traducción española: México, Fondo de Cultura Económica), no
es menor que el que despierta en sociólogos, que, como veremos, se han
interesado por el concepto de embedded y por su tesis sobre <<el doble mo-
vimiento» (Beckert, 2009). Por otra parte, en el campo de la antropología
económica (Isaac, 2005; Hann y Hart, 2009) es indudable que muchos
estudios sobre las sociedades postsoviéticas del este de Europa se han
planteado a partir de una discusión crítica con las tesis de Polanyi. Mere-
cen destacarse por su especial interés los análisis del blat: se trata de un
sistema de relaciones informales, comparable al de los enchufes hispanos
1~ ;¡!'
o al guanxi chino (Smart, 1993; Yang, 1994) que, envuelto en un com-
~ 'l¡

'')111"'.
plejo lenguaje de eufemismos, configura una institución sumergida, pero
''¡11,
!['
omnipresente en la sociedad rusa. Estas redes personales y de contactos
informales tienen una larga continuidad histórica, que algunos estudio-
sos encuentran ya en la época medieval (Lovell, 2000). Sin remontarnos
tanto en el tiempo, a través del blat circulaba gran parte de la riqueza en
la Rusia soviética: casi era el canal exclusivo que daba acceso a bienes y
servicios escasos que sin esos contactos resultaban inaccesibles.
En la actualidad el blat ha incrementado su importancia en casi to-
dos los contextos en que su presencia era corriente (Ledeneva, 1998):
el sistema de favores -una forma especial de reciprocidad, que en unos
casos se muestra como soborno, en otros, como pagos de obligaciones
clientelares, y en muchos otros, como una forma fluida de reciprocidad
negativa- es una puerta de acceso a las instituciones formales, ya sean
empresas, los mercados o las distintas instancias del Gobierno.

EL HOLISMO COMO ENFOQUE:


LA INCRUSTACIÓN DE LA ECONOMÍA EN LA SOCIEDAD

Todas las ciencias sociales trabajan con una serie de conceptos bastan-
te pedestres, como si dijéramos, de andar por casa, como, por ejemplo,

130
RUPTURAS ANTROPOLÓGICAS

los de cultura, sociedad, ideología o individuo que sin duda alguna son
ambiguos (Gofman, 1998) y solo adquieren precisión dentro del marco
de referencias teóricas que los sustenten. Sin embargo, como hemos de-
fendido al explicar las formas de integración, nos resultan casi siempre
útiles para entendernos y nos permiten utilizarlos sin recurrir a unas ex-
plicaciones largas, tediosas y pedantes sobre sus connotaciones históricas,
el sentido aceptado en las distintas orientaciones teóricas y sobre cada
hornada de antropólogos que al rechazarlos proponen -periódicamen-
té- una revisión crítica que permita reintroducirlos en una nueva diná-
mica explicativa (Wolf, 1988: 752-754).
Pues bien, si hay un concepto de este tipo asentado en el ámbito de la
antropología económica es el de incrustación (embedded) en la formula-
ción de Karl Polanyi. A estas alturas ya habrá quedado claro que su base es
la consideración de que la economía se ha convertido en Occidente en un
fenómeno independiente o aislado del resto de las instituciones sociales,
mientras que en el resto de las sociedades, los fenómenos económicos
aparecen incrustados o imbricados (embedded) en el resto de institucio-
nes sociales. ;,!

Si bien la referencia inicial pertenece claramente a Polanyi, el pro-


pio concepto de embedded (traducido como incrustación o sinónimos)
ha sufrido, como dice el sociólogo económico Jens Beckert (en Hann y
Hart, 2009), una gran transformación al ser <<redescubiertO>> y populari-
zado por otros científicos sociales.
Uno de los problemas que sufren los términos que se ponen de mo-
da18 es que, según ascienden en el mundo de la jerga, pierden aquellas
connotaciones que nos permitían usarlos para andar por casa, porque, a
pesar de su vaguedad, nos servían para entender de qué estábamos hablan-
do. Por raro que parezca -o a mí sí me lo parece- hay varios conceptos
procedentes de la antropología económica, como, por ejemplo, recipro-
cidad, economía política o incrustación que han pagado su tributo a la
moda para acabar por referirse a no sabemos qué. Por ejemplo, en la
última invasión de Irak, el ejército norteamericano llevaba un número
de periodistas embedded en sus unidades, palabra que la prensa aquí tra-
dujo como empotrados.
Pierre Bourdieu (2003: 13) resumía atinadamente el sentido clásico
que le damos al término en la antropología económica:
La ciencia que llamamos <<economía» se sustenta en una abstracción inicial
que consiste en disociar una categoría particular de prácticas, o una dimen-

18. Las modas y las jergas, como había observado sabiamente Klemperer (2001) en
un contexto muy diferente, siempre han estado presentes en todas las sociedades y en to-
das las disciplinas: según el momento, cualquier análisis antropológico que se precie habrá
sido estructural, procesual o reflexivo.

131
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

sión particular de cualquier práctica, del orden social en el que toda prác-
tica humana está inmersa. Esta inmersión, algunos aspectos o algunos efec-
tos de la cual se manifiestan cuando hablamos, siguiendo a Karl Polanyi, de
embeddedness, obliga, incluso cuando, debido a los propios requerimientos
del conocimiento, no nos queda más remedio que tratarla de otro modo, a
concebir cualquier práctica, empezando por la que se puede ver, de la forma
más evidente y estricta, que es <<económica>>, como un <<hecho social total»,
en el sentido de Maree! Mauss.

Otros sociólogos, como Barber (1995), han pretendido hacer una


historia del concepto con el objeto de contribuir a precisar su significa-
do, dado el uso contrapuesto que ha adquirido en campos tan diversos
de la sociología como la inmigración, el cambio social o los estudios de
redes. Así, Granovetter (1985) comenzó a reelaborar su aplicabilidad a
las sociedades industriales en su artículo <<Economic Action and Social
Structure: The problem of Embeddedness>>, tras estudiar las redes sociales
en las que, según comprobó, se sustentaban los negocios de los comercian-
tes chinos en Indonesia. Granovetter no se contenta con establecer que las
'''Ji
redes de las relaciones personales tienen un gran peso para realizar nego-
cios, sino que mantiene que el cultivo de las relaciones personales entre
comerciantes y clientes llega a tener igual o mayor peso que las propias
transacciones comerciales. Las relaciones de negocios, en lugar de se-
guir la doctrina neoliberal que las consideraría únicamente económicas,
\ ~:' en el sentido de la búsqueda del beneficio y, como tal, separadas de la
·' sociedad y de la cultura, no solo parten del conocimiento personal, sino
')lli'l
1~,
i 111' que forman parte de relaciones a largo plazo (embedded in concrete, on-
going systems of social relations) (1985: 487). Sin embargo, Cangiani en
la introducción que realiza a la última recopilación de ensayos de Karl
Polanyi, le reprocha a Granovetter la distorsión que supone su utiliza-
ción tan particular del concepto:

Para Polanyi se trata de establecer la particularidad de la organización social


capitalista, donde la economía ha llegado a ser autónoma, ya no esta <<in-
crustada>> en la sociedad [... ]. El objeto de los análisis de Granovetter es com-
pletamente distinto. La <<historia>> y la <<sociedad>> en las que quiere <<incrustar>>
el comportamiento económico son la historia de las relaciones personales y
las <<relaciones sociales>> establecidas en nuestros días entre individuos en los
barrios y en las comunidades étnicas, en los colleges y en los country clubs
¡',1 (Cangiani: 2008: 29).
¡11!

:·,,¡'
1!¡ No se trata de que en las redes económicas que analiza Granovetter
.1( no aparezcan fenómenos de parentesco o religiosos a través de los que
se establezcan los contactos de negocios, sino de que su escala -indivi-
!"'

dualista y microsociológica- no se corresponde con la global en la que
Polanyi planteó la relevancia del concepto. Como concluye Cangiani, <<Su
" 111/¡:.!,

'',¡ ¡1
132
'i'lill
' 1 ~ 1 !

,¡~ .• 1 '1
RUPTURAS ANTROPOLÓGICAS

referencia a Polanyi es inapropiada y engañosa>>, porque no solo con-


vierte en irrelevante la diferencia que Polanyi había establecido entre el
«sistema de mercado>> y las organizaciones institucionales de la econo-
mía, sino que las <<redes sociales>> de los negociantes no dejan de ser un
mecanismo institucional que trabaja para el mercado.

EL DOMINIO ECONÓMICO EN LA ALCOBA

El término <<incrustación>> no significa que se produzca una interrelación


de diversas instituciones, sino que tanto las instituciones como las estra-
tegias en las que las gentes buscan no solo su sustento, sino también la
reproducción de su modo de vida, están hasta tal punto incrustadas en
distintas formas de normas, valores y obligaciones socioculturales que
las instituciones <<económicas>> serían incapaces de darnos cuenta de los
procesos y de cómo tienen lugar.
Para no ir a sociedades lejanas, la siguiente viñeta etnográfica sobre
el celibato nos ayudará en un caso a comprender cómo se mantiene y
perpetúa la desigualdad, y en otro, cómo la falta de reproducción social
de una de las formas de vida que había sido más duradera entre noso-
tros no puede significar más que su final.
Recordemos que Karl Polanyi, en su primera tipología de las formas
de integración, había incluido <<la casa>>, siguiendo un poco los estadios
que había elaborado el etnólogo, sociólogo y economista alemán Karl
Bücher 19 (1847-1930).
La casa, como ideología y como concepto, la asociamos a una de
las formas más duraderas de explotación agrícola en muchos lugares
del planeta: los campesinos, cuyas casas han sido consideradas unida-
des de identificación, de producción y de consumo (Moreno Feliu*;
Martínez Veiga, 2011). A finales de los años sesenta, es decir, en el
periodo en que más estudios etnográficos se estaban realizando, se in-
trodujeron en el análisis de los campesinos las ideas del economista
agrario ruso Chayanov (1974 [1925]) según la interpretación que de
ellas realizara el antropólogo M. Sahlins, que las había resumido pom-
posamente como ley de Chayanov: <<La intensidad del trabajo en un
sistema de producción doméstica para el consumo varía inversamente
a la capacidad de trabajo de la unidad de producción» (Sahlins, 1984;
Narotzky, 2004: 173-184 ). Es decir, como la casa campesina es a la
vez unidad de producción y de consumo, la relación entre ambas se
establece en función del número de miembros de la familia, que va-
ría según su ciclo vital, presuponiendo que la intención del grupo no

19. Véase cuadro en el capítulo 4.

133
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

es obtener beneficios sino satisfacer las necesidades de la casa. En las


épocas en las que la familia tiene un número de trabajadores propor-
cionalmente más alto, cada uno de ellos deberá trabajar menos para
que se alcance el nivel deseable de autosuficiencia.
Sin embargo, esta perspectiva homogénea de la «familia campesina>>
presuponía una linealidad entre producción y consumo, y una homoge-
neidad en el grupo doméstico que algunos trabajos etnográficos cuestio-
narían, porque su análisis cortoplacista no ha sido capaz de dar cuenta
de las <<grandes transformaciones>> que se producen en su seno.
Lo cierto es que a partir de estas ideas, muchos antropólogos se han
centrado en el estudio de los grupos domésticos: cómo se toman las deci-
siones económicas y cómo se organizan internamente los grupos domés-
ticos, qué estrategias utilizan en los matrimonios y cómo se transmiten
los bienes a las siguientes generaciones. El fenómeno de la herencia es en
todos ellos fundamental. En primer lugar, porque en las casas campesi-
nas residen varias generaciones, y no es lo mismo un reparto igualitario
de tierras entre todos los herederos (dispersión del patrimonio) que la
elección de uno de los hijos como heredero o heredera preferente, que
reproduce el ciclo productivo al llevar a la casa a su cónyuge e hijos.
Vamos a presentar dos situaciones etnográficas distintas que serían
de difícil análisis sin la noción de incrustación y que, como nota común,
tienen que ver con la manera en que se articula la reproducción social.
\ ~1" 1
El celibato, es decir, la soltería de un grupo social concreto, ha existido o
~1:' existe en distintas sociedades por muchos motivos, que, a menudo, aso-
;11>.
• •1' ciamos con un requisito imprescindible para ejercer ciertas posiciones
religiosas, como, por ejemplo, ocurría con las vestales o con los sacerdo-
tes católicos. Pero también lo encontramos en ciertas situaciones socia-
les, que, en momentos históricos determinados, «producen>> un número
inusitado de solteras o de solteros, con o sin hijos.

El celibato en Galicia y en el norte de Portugal

Uno de los casos que mejor ilustra hasta qué punto los fenómenos eco-
nómicos se encuentran incrustados en otras instituciones como puedan
ser las prácticas reproductivas, la estructura social y los modelos ideo-
lógicos en que se insertan las relaciones de género, es el análisis de las
causas del alto número de los llamados hijos «naturales>> y su papel en la
microhistoria de muchas localidades gallegas.
1 1

El número de ilegítimos en la Galicia campesina era un fenómeno de


! gran relevancia social que muestra, simultáneamente, cómo las socieda-
des y las prácticas sociales nunca siguen un solo modelo de relaciones de
género y hasta qué punto permanecen incrustadas en complejas variables
1

socioeconómicas.

134
RUPTURAS ANTROPOLÓGICAS

Mientras que las tasas de natalidad y fecundidad en Galicia, son, al


menos desde el siglo xvm, inferiores a las del resto de España, el núme-
ro de hijos nacidos de madres solteras era uno de los más altos de toda
Europa (Livi Bacci, 1968; Bertrand, 1992). Según datos aportados por
.Bertrand (1992), el número de ilegítimos en la provincia de A Coruña
sobre el total de nacidos vivos en 1880 era un 11 %; un 9,8% en Lugo,
un 8,9% en Pontevedra y un 5,9o/o en Ourense. El porcentaje continúa
siendo muy alto en el pasado siglo: más de un 10% del total de naci-
mieñtos vivos en 1920; nivel que continua hasta la década de los años
cincuenta. Todavía en los años sesenta era un 9o/o {la media española era
un 4%).
Según los datos aportados por Bertrand (1992), en contra del este-
reotipo, no parece tratarse de un fenómeno exclusivamente rural por-
que el número de ilegítimos hasta 1950 es siempre más alto en las capi-
tales de provincia que en los conjuntos provinciales. El propio Bertrand
señala que las cifras de las capitales, al estar allí las inclusas y hospicios,
pueden recoger datos del medio rural, aunque la cuestión que se plan-
tea, una vez más, es cómo o qué pertinencia tiene establecer en Galicia
una distinción entre lo rural y lo urbano como si fuesen dos mundos
aparte sin relación entre sí. No es este el lugar para insistir en la false-
dad de tal apreciación, pero la fluidez de bienes y personas, el tipo de
asentamientos, la ausencia de «fronteras>> definidas y la inexistencia de
una gran capital obliga a considerar un continuo las interacciones entre
el mundo rural y el urbano.
El alto número de ilegítimos está ligado, paradójicamente, a los me-
canismos culturales que regulaban la tasa de crecimiento en Galicia. La
baja fertilidad era una medida adaptativa frente al riesgo de dividir las
tierras en el paso de una generación a otra. No nos interesa ahora re-
calcar las diferencias entre zonas de transmisión preferente matrilineal,
patrilineal o con partición de la herencia (partixas) porque, en general,
se puede decir que todas las normas de preferencia buscaban la conti-
nuación de la casa, de la explotación de las tierras beneficiando a uno
de los hijos o hijas (Moreno Feliu*).
El sistema establecía una jerarquía interna entre el hermano o la her-
mana millaradas, que tenían acceso a un simbólico «mercado matrimo-
nial>> y el resto de los hermanos, que ocupaban una posición secundaria
y solo podían permanecer en la casa (trabajando para ella), mantenién-
dose célibes (Lisón, 1979).
Es importante recaléar que desde el punto de vista de los recursos
disponibles, la comparación entre casas dista mucho de ser igualitaria.
Las alternativas al celibato doméstico para los varones no millaradas eran
el celibato eclesiástico, es decir, el sacerdocio (en general para hijos de
casas grandes), casarse fuera de la casa, aunque su falta de tierras les co-

135
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

locaba en una situación muy desventajosa en el circuito matrimonial, o


la emigración.
En el caso de las mujeres permanecer soltera en la casa era la <<op-
ción>> más extendida, aunque tampoco hay que subvalorar el empleo fe-
menino de mujeres solteras como domésticas, costureras -bien traba-
jando en pequeños talleres en la casa, bien yendo a coser y remendar
a las casas de los vecinos-, jornaleras en la Galicia costera empleadas
en fábricas de conservas y la emigración a las ciudades o, un poco más
tarde, a otros países.
La tasa de soltería en Galicia, tanto de hombres como de mujeres,
ya era altísima en tiempos premigratorios porque el celibato no fue una
consecuencia de la emigración, sino una de sus causas: las oleadas de
emigración masculina a América -que hemos visto en el <<Contrapun-
to 1»- provocaron un aumento del porcentaje de mujeres solteras, no
la aparición de la soltería. Así, por ejemplo, en 1900 (Bertrand, 1992),
cuando ya se han hecho notar los efectos de la emigración americana,
un lOo/o de los hombres y un 25o/o de las mujeres gallegas son célibes.
,,,¡
1,,' El celibato femenino puede considerarse constante durante todo el
siglo XIX tanto en el campo como en las ciudades (las cifras son simila-
res, lo que concuerda con los datos de hijos ilegítimos en las ciudades);
se mantiene alto durante este siglo y solo comienza a disminuir en los
años setenta (aunque en 1970 un 19o/o de la población femenina gallega
•• está soltera), como también lo hará el número de ilegítimos .
~ r·~, Si el acceso a las explotaciones agrarias excluía del circuito matrimo-
~:r" nial a casi todos los no mil/orados, no es de extrañar que la nupcialidad
fuese muy baja. Según Bertrand (1992), comparando los datos de Galicia
con los del resto de España, la tasa de quienes habían contraído matri-
monio entre 1900 y la década de 1930 es entre un 10 y un 20o/o inferior.
Otra de las técnicas corrientemente utilizadas en Europa para con-
trolar los nacimientos, la de los matrimonios tardíos, también se utili-
zaba en Galicia más que en el resto de España, debido a que la trans-
misión de la herencia, o al menos el control de la explotación, también
era tardía. El hijo o la hija mil/orados tenían la obligación de atender y
cuidar a sus padres en la vejez, pero, salvo excepciones puntuales, las
propiedades solo pasaban a sus manos a la muerte de los padres.
La conexión entre la ideología de la casa con el sistema de transmi-
sión de la tierra, la división del trabajo según el género que incluía una
alta participación femenina en las tareas agrícolas, la adaptación a los
distintos momentos del ciclo doméstico y reproductivo, y el estableci-
miento de las alianzas matrimoniales, excluyendo a la mayor parte de los
hijos/as del sistema matrimonial legítimo, configuró una rígida jerarquía
dentro y fuera de las casas, no solo entre hombres y mujeres sino tam-
bién entre mujeres.

136
RUPTURAS ANTROPOLÓGICAS

Todos estos elementos, es decir, celibato femenino, baja nupcialidad,


matrimonios tardíos, herencias tardías, papel activo de las mujeres en el
trabajo y una fuerte jerarquización de las relaciones sociales, que son ge-
nerales en toda Galicia, dieron como consecuencia una tasa de fertilidad
muy baja y un alto número de ilegítimos. Sin embargo, los porcentajes
de ilegítimos varían de unas zonas de Galicia a otras, e incluso de unas
parroquias a otras. Se dan tanto en zonas matrilineales como patrilinea-
les, en zonas con un índice muy alto de emigración y en zonas donde la
incidencia era menor o escasa, en zonas rurales y en zonas urbanas. Ber-
trand (1992) intentó conjugar estas variables, es decir, considerar el nú-
mero de ilegítimos ligado al desequilibrio de sexos como consecuencia
de la emigración a América y a la existencia de zonas de Galicia en las que
la heredera preferida de las casas es una de las hijas, pero no encontró
resultados muy prometedores: hay zonas sin emigración y patrilineales
con porcentajes muy altos de hijos de soltera (por ejemplo, Guntín o
Guitiriz) y zonas matrilineales con un número muy bajo (Boiro, A Guar-
da, Illa de Ons).
No existe un estudio global y comparativo de las variaciones intro-
ducidas en los modelos de género por estas prácticas sociales, ni de su
diversificación siguiendo la jerarquía establecida desde la casa a través
de las distintas clases sociales. Sin embargo, un porcentaje muy alto de
madres solteras ocupaban los lugares más bajos de la jerarquía desde el
punto de vista del acceso a los recursos básicos (domésticas, jornaleras
sin tierras, hijas o hermanas solteras en zonas patrilineales, hermanas no
mil/oradas). Por otra parte, la importancia del trabajo femenino en las
explotaciones agrarias y la consideración de los hijos como <<seguro» para
la vejez facilitaron que la mayoría de las madres solteras continuaran vi-
viendo y trabajando en la casa matriz sin convertirse en proscritas socia-
les. Por ejemplo, en zonas matrilineales, ser madre soltera no es incompa-
tible con ser mil/orada porque tener un hijo no excluye de la herencia:
Kelley (1991) reconoce que en Ézaro las madres solteras pueden o bien
constituir una casa o bien heredar.
La aceptación y el lugar social ocupado por las madres varía no solo
localmente sino de caso a caso, como también lo hacen los discursos sobre
la aceptación: un porcentaje muy significativo de madres solteras solo
tiene un hijo (Méndez, 1988; Bertrand, 1992), aunque también existen
casas que cuentan con varias generaciones de madres solteras.
Si bien la tasa de ilegítimos gallega no tiene parangón posible con la
del resto de España, sí lo tiene con diversas zonas portuguesas de condi-
ciones estructurales e ideológicas muy similares a las gallegas. Por ejem-
plo, no se aprecian muchas diferencias con la situación analizada por
Bretell (1986) en Lanheses (noroeste de Portugal) y quien explica la alta
tasa de ilegítimos conjugando las cuatro variables que ya conocemos de

137
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

Galicia: matrimonios tardíos (pospuestos hasta la partición de la herencia


en muchos casos), elevada tasa de soltería (incluida la femenina), emigra-
ción masculina, y el trabajo agrícola de la mujer y su lugar en el sistema
de herencias. De todos los grupos sociales, criadas y jornaleras canali-
zaban las tasas más altas de soltería femenina y de hijos ilegítimos20 • Sin
embargo, también hay madres solteras en Lanheses que, tras cuidar a
sus padres en la vejez, habían recibido la mi/lora.
También concuerda el estudio que el antropólogo Brian O'Neil rea-
lizara en una aldea de Tras-os-Montes, casi fronteriza con la provincia de
Ourense (O'Neill, 1984), donde correlaciona el alto número de madres
solteras con las desigualdades sociales existentes como consecuencia del
sistema de transmisión de las tierras, el momento en que se recibe la he-
rencia, y la exclusión de un alto número de hombres y mujeres del cir-
cuito matrimonial. O'Neill encuentra que la oposición entre patrimonio
y matrimonio que caracteriza el sistema, da cuenta de los dos aspectos
sociales más significativos de Fontelas: el alto número de célibes y el alto
número de ilegítimos.
Fontelas es el nombre bajo el que Brian O'Neill ha ocultado celosa-
mente el auténtico de una pequeña aldea campesina, casi fronteriza con
la provincia de Ourense, sita en algún lugar de la región portuguesa de
Tras-Os-Montes. El clima de Fontelas es frío y húmedo. Los habitantes
de Fontelas viven de una agricultura mixta, cuyos principales productos
'1 -centeno, patatas y castañas- se combinan con algo de pastoreo.
·~r Fontelas reúne dos de las condiciones clásicas para llevar a cabo una
1',,. . ,, investigación, según <<el modelo de la foto fija>> (Moreno Feliu, 2010b) de
comunidad: su pequeño tamaño (187 habitantes repartidos en 57 casas) y
la ilusión de aislamiento (durante los dos años de estancia del antropólogo
no había electricidad ni, por tanto, medios audiovisuales de comunicación
-solo el párroco disponía de un televisor a pilas- ni tampoco una escue-
la oficial, cuerpos administrativos o industrias locales). Sin embargo, la
conclusión más llamativa de la investigación es una revisión crítica de la
literatura antropológica sobre pequeñas comunidades ibéricas. Obras tan
dispares como la clásica portuguesa Rio de Onor de J. Días (1953),
las monografías de S. Tax Freeman (1970), Christian (1972) o Brandes
(1975) coinciden en considerar las distintas comunidades por ellos estu-
diadas como <<socialmente igualitarias>>. Pero ¿qué se entiende por estruc-
tura social igualitaria?, ¿que <<un hombre con setenta cabezas de ganado
bovino vive, según las apariencias, de manera exactamente igual a uno que
posea ocho>>? (Christian, 1972: 19, citado en O'Neill, 1984: 26). Lo que

20. Bretell también presta atención a un subgrupo de madres solteras que habían uti·
!izado el embarazo como estrategia para casarse sin lograrlo.

138

~ .
RUPTURAS ANTROPOLÓGICAS

se desprende de la situación de Fontelas, casi sin ligazones con el mundo


<<exterior>> es la dinámica interna que preside las relaciones jerárquicas
entre los grupos sociales; el evidente aislamiento <<no nos debe llevar a
la conclusión errónea, aunque sea atractiva, de que los campesinos de
una aldea de montaña tan pequeña estén necesariamente viviendo vidas
de paraíso comunal o de <<Ígualitarismo>> (O'Neill, 1984).
Tomando como eje de la investigación la cuestión de la «igualdad>> (re-
calcada por tantas monografías) y la de la diferenciación social y económi-
cá entre los campesinos (recalcada por ellos mismos), el caso de Fontelas
nos da una respuesta negativa en tres aspectos fundamentales que -como
se verá- se entienden mejor a partir de la noción de «incrustación>>.

l. Posesión de la tierra. En primer lugar, el análisis de las tierras y


su distribución entre las distintas casas muestra con toda nitidez que la
tierra no está uniformemente repartida y que es precisamente este el cri-
terio en torno al cual se clasifica a los distintos grupos de Fontelas en:
propietarios (cuatro casas que poseen de 30 a 51 ha, en total un 33,2%
del total de las tierras de Fontelas); lavradores abastados (siete casas que
tienen de 20 a 30 ha); lavradores (catorce casas que poseen de 6 a 20 ha);
jornaleiros, que es un término con referencia al pasado, ya que en la ac-
tualidad solo quedaban cinco hombres trabajando asiduamente al jornal
y pequenos agricultores, compuesto por las treinta y una casas restantes
que poseen de O a 6 ha y que está básicamente formado por los descen-
dientes de los antiguos jornaleros.
2. Trabajos cooperativos. El análisis de la organización de los ideo-
lógicamente «igualitarios>> trabajos de cooperación entre las distintas ca-
sas muestra una vez más la estructura jerárquica como eje en torno al
que se realizan las distintas tareas.
3. Bastardos, solterones y amancebados. El fenómeno más llamativo
de Fontelas a lo largo del tiempo es el alto número de hijos ilegítimos,
solteros, matrimonios tardíos y uniones fuera del matrimonio. Como le
decía el párroco al antropólogo, refiriéndose a sus primeros años en Pon-
telas -se había hecho cargo de la feligresía en 1964-, su primera tarea
fue <<!impar>> y <<civilizar>>, <<estava toda a aldeia a viver em pecado>>.
Ninguno de estos grupos pueden presentarse como si formasen par-
te de una <<subsociedad marginal>> o analizarse como grupos residuales,
sino que, al contrario, ocupan un papel muy relevante en la configura-
ción de la siempre presente jerarquía social de Fontelas.
El análisis detallado de los Registros Bautismales muestra que en el
año 1870, de 688 bautizados, 326 eran ilegítimos (es decir, un 47,4%).
Sin embargo, tan solo un 1,2% de las propietarias y un 3,1 de las lavra-
doras tenían hijos de soltera, frente a un 53% de jornaleiras. El resto de
las madres solteras que figuran en el registro han sido clasificadas bajo el

139
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

término de <<domésticas», lo que no nos permite desentrañar su posición


social y económica con toda nitidez.
En la década que va de 1910 a 1919 el porcentaje de ilegítimos sube
a un 73,6%. Los datos históricos muestran que tan alto número de ilegí-
timos solo descienden durante la década de los años sesenta, cuando co-
mienza una intensa emigración a Francia y Alemania. Así, las cifras bajan a
un 23,4%, y en las de los setenta, a un 7,4°/o. De todas formas, incluso en
el año en que se realizara el estudio, más de una tercera parte de las muje-
res de Fontelas ha tenido al menos un hijo de soltera a lo largo de su vida.
Esta presencia de ilegítimos se conjuga con un porcentaje muy alto
de célibes, tanto entre hombres como entre mujeres. Así, en 1971, entre
los habitantes de más de 15 años había 33 hombres solteros, 30 casa-
dos y 4 viudos; y entre las mujeres, 35 solteras, 32 casadas y 9 viudas.
Por otra parte, la edad media de matrimonio para los hombres se sitúa
en 33,2 años y en las mujeres, en 31,0.
¿Qué tienen que ver estos datos sobre hijos de madres solteras, sol-
terones y edad tardía en los matrimonios con la clasificación social en
función del acceso desigual a las tierras de labranza? La desigualdad en-
tre los grupos se analiza a través de las estrategias matrimoniales y de la
transmisión de propiedades de una generación a otra:

Existe una tensión estructural entre estas dos fuerzas. Las estrategias domi-
nantes procuran conservar indiviso el patrimonio y mantener una gran fuerza
-. ~r: de trabajo dentro de la casa natal durante tanto tiempo como sea posible.
11''
.t,,, Cada matrimonio trae consigo el peligro de la dispersión de las personas y la
• 1~" ' división del patrimonio en la segunda y tercera generación (O'Neill, 1984).

El análisis de lo que han hecho las casas de Fontelas durante varias


generaciones muestra cómo se conjuran los peligros de la dispersión me-
diante el papel secundario que se da a las relaciones de afinidad frente
a las de filiación, de la oposición entre matrimonio y patrimonio: res-
tricción de casamientos, residencia natolocal (después del matrimonio
cada esposo continua viviendo por un tiempo y trabajando en su casa de
origen), no existen dotes y la herencia nunca se reparte al casarse sino al
morir los padres. Por otra parte, aunque el sistema portugués de heren-
cia es legalmente igualitario, las casas favorecen a uno de los hijos frente
a los otros, lo que, en la práctica, produce un número muy alto de solte-
ros y de hijos ilegítimos (cuyas madres suelen ser jornaleras que ocupan
el estrato más bajo de la jerarquía social): el único proceso por el que se
resuelve la contradicción fundamental de la sociedad entre la igualdad
l,i
legal de los consortes y la desigualdad práctica entre los herederos fa-
'

'1
1
vorecidos y los coherederos secundarios es a través de relaciones ilícitas
entre estos últimos y las madres solteras; el resultado final sería lo que
1

O'Neill denomina una <<clase bastarda>>.


1:
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140
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RUPTURAS ANTROPOLÓGICAS

La intersección entre los modelos de género con la estructura y


prácticas sociales está inserta en una compleja red cultural en la que el
concepto de incrustación resulta una herramienta necesaria, porque la
soltería de los campesinos -relacionada con la herencia- puede indi-
~arnos que estamos ante una situación social completamente distinta a
la que acabamos de exponer.

El celibato masculino en el Bearne francés

Dos meses después de que falleciese el etnólogo y sociólogo francés


Pierre Bourdieu salió a la calle su última obra (2004), en realidad, una
recopilación actualizada de tres artículos que en distintos momentos de
su vida había escrito sobre los enormes cambios ocurridos en la vida
campesina de su pueblo, en la región francesa de Bearne. Frente a las
distintas interpretaciones de los artículos, el título del libro, su intro-
ducción, que puede leerse como una autobiografía intelectual, y las citas
insisten en aproximarnos a la descripción de cómo se sitúan las parejas
y los curiosos en un baile, cuya pista se convierte, según Bourdieu, en
el escenario del <<choque de civilizaciones>> (2004: 113), que tiene lugar
entre unas parejas que bailan al estilo urbano y un grupo numeroso de
campesinos en su treintena que <<de pie, al borde de la pista, formando
una masa oscura, observa en silencio. Como impulsados por la tenta-
ción de participar en el baile, de vez en cuando avanzan, con lo que
reducen cada vez más el espacio adjudicado a las parejas que bailan. Son
los solteros. Están todos, no falta ninguno. Los varones de su misma edad
que ya están casados, no van al baile>> (2004: 111).
Este es el tema recurrente de un libro que el propio Bourdieu había
considerado su Tristes Trópicos particular. Según nos cuenta, el origen
de la investigación parte del descubrimiento que hiciera de la soltería
masculina, a raíz de los comentarios de un viejo compañero, un día en
que ambos miraban la foto de los alumnos de su antigua clase, y su amigo
despiadadamente señalaba a más de la mitad de los niños que aparecían en
la foto como <<incasables>>. A partir de ese momento se dedicó a recopilar
datos sobre la soltería masculina -y sus cambios- en el mundo rural de
su pueblo 21 • En el primer artículo -tal vez el más célebre- Bourdieu
equilibra las recopilaciones estadísticas con historias de vida de los céli-
bes, algunas tan próximas al investigador como la de aquel compañero
suyo, que <<retirado con su madre en una casa espléndidamente cuidada,

21. Que yo sepa, el primer antropólogo que dio cuenta de un fenómeno similar en
España fue Martínez Veiga (1985) cuando constató que en El Riego un porcentaje muy
alto de agricultores eran célibes, y que eran frecuentes los grupos domésticos formados
por un hermano y una hermana solterones.

141
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

había inscrito en la puerta del establo las fechas de nacimiento de sus


terneras y los nombres de mujer que les había puestO>> (2004: 14).
En la larga secuencia de datos históricos anteriores a 1914, el matri-
monio era un asunto de la familia que podía recurrir como casamenteros
a ciertos intermediarios -parientes, el cura o incluso vendedores am-
bulantes-. Lo que se buscaba en los matrimonios era la reproducción
del linaje y evitar que se dividiese la explotación. La solución bearnesa
pasaba por primar al varón sobre las mujeres, y al primogénito sobre
los otros hermanos (o hermanas, si no había hermano varón, hereda-
ba la hermana primogénita) que recibía la explotación íntegra. La dote
para las otras hermanas o hermanos ponía en peligro o era contradictoria
con la búsqueda de mantener unido el patrimonio: realmente, se daba
cuando uno o una de los segundones lograba casarse con una heredera
o heredero primogénito.
Las bodas reflejaban y reproducían la jerarquía social, basada en el
acceso diferenciado a los recursos: salvo excepciones, se esperaba que se
casasen siempre los primogénitos, mientras que los segundones, sobre
todo si procedían de familias numerosas y pobres, tenían restringidas sus
posibilidades: estaban condenados a permanecer solteros o solteras en
su casa matriz, realizando trabajos agrícolas y de vez en cuando traba-
jando como jornaleros. Su otra salida era emigrar.
Esta situación fue cambiando progresivamente: tras la inflación de
'1 •r::· los años veinte se redujo la importancia de las dotes; la mejora de trans-
111''
portes y el crecimiento urbano fomentó todavía más la emigración de los
'~1•;" segundones, pero sobre todo de las mujeres, a las ciudades más próximas.
Esta emigración no rompía con las visitas al pueblo, que poco a poco fue
incorporando muchos valores urbanos. Las oportunidades de las mujeres,
su movilidad laboral y su mayor independencia -si se casaban con otro se-
gundón o con un trabajador urbano, su matrimonio ya no era un asunto de
familia-, además de ser las <<dueñas>> de su casa desde el primer día, po-
dían residir en la ciudad o en el pueblo, libres del dominio o de los cuida-
dos dispensados a los suegros o padres que ataban a quienes se casaban con
los primogénitos. La importancia de la emigración femenina, el rechazo a
la falta de movilidad de los herederos, y a la mayoría de edad retardada
acabarían por invertir el celibato tradicional de los segundones a los pri-
mogénitos, que permanecían en el campo con sus padres. Si antes los ma-
trimonios reflejaban la posición, la diferencia social, ahora era espacial:
una creciente oposición pueblo/aldeas o caseríos aislados. El nuevo celiba-
to de los herederos se basa en la distinción entre ser de pueblo o de caserío,
il donde estos últimos están desfavorecidos (2004: 110). Este es el sentido
! 1[
de describir el baile como el resultado de un <<choque de civilizaciones>>.
1 ¡'¡ El libro tiene dos lecturas distintas: una sobre la evolución de las
1 .!1 posiciones sociológicas de Bourdieu y otra sobre el tratamiento holista
' 1'1

1 1

142

L.
RUPTURAS ANTROPOLÓGICAS

del problema del celibato de los primogénitos -herederos- bearneses


similar al que se da en los pueblos aragoneses separados de Bearne por
los Pirineos.
Desde el punto de vista de la primera lectura, nos da la impresión de
. que los artículos publicados en fechas bien distintas (1962, 1972 y 1989),
analizan siempre los datos sobre su pueblo -oculto bajo el seudónimo
«Lesquire>>- recopilados para el primero de ellos, <<Celibato y condi-
ción campesina>>.
"Es interesante recordar cómo en Tepoztlán (México) O. Lewis y
R. Redfield describieron de forma opuesta las relaciones entre los tepoz-
tecos. En este caso, aunque no llegue tan lejos, merece la pena seguir las
variaciones del propio Bourdieu según cambia su paradigma interpreta-
tivo: en el primer artículo más sociólogo que etnógrafo, Bourdieu toma
el papel de observador -una postura que los antropólogos americanos
llamarían etic- y sus datos son de carácter empírico, con un gran des-
pliegue de tratamiento estadístico. En el segundo, <<Las estrategias matri-
moniales en el sistema de las estrategias de reproducción>>, escrito tras
su ruptura con el estructuralismo de Lévi-Strauss, introduce la historia
como forma de romper con -por decirlo así- su pasado sincrónico, al
tiempo que abomina del uso en los estudios sobre parentesco del concep-
to jurídico-etnológico de reglas y defiende -como les habrá quedado
claro en el propio título- el de estrategia, así como su célebre noción
de habitus, es decir, el conjunto de esquemas generativos, socialmente
estructurados, a partir de los cuales las personas perciben el mundo y
actúan en él: estos esquemas sobre cómo obrar, pensar o sentir son es-
tructurantes de las formas en que ciertos signos -el cuerpo, el baile, el
vestido- se asocian a la posición social.
El tercer artículo, <<Prohibida la reproducción: la dimensión simbó-
lica de la dominación económica>>, reinterpreta los datos sobre la solte-
ría como parte de los cambios producidos en el mercado simbólico de
bienes, ante la creciente homogeneidad francesa o incluso mundial, y
que <<habían condenado a una repentina y brutal devaluación a quienes
tenían que ver con el mercado protegido de los antiguos mercados ma-
trimoniales controlados por las familias>> (2004: 14-15).
En el caso de Bearne, el celibato de los herederos varones y la emigra-
ción de las mujeres suponía también la falta de reproducción de una for-
ma de sustento que había caracterizado no solo al pueblo, sino una forma
de vida que, a pesar de las variaciones regionales, casi todos los euro-
peos -desde la familia polaca (Thomas y Znaniecki, 2004) hasta la casa
rural gallega- han asociado con la vida rural.
Resulta significativo que el adiós al modo de vida campesino, del que
se habían despedido hacía mucho los ingleses, cuando los cercados de
las tierras comunales les llevaron a una vida de pobreza e incertidum-

143
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

bre, se haya correspondido en el mundo académico con el cambio de


nombre que en el año 2001llevaría al clásico ]ournal of Peasant Studies,
fundado en 1971 en pleno vigor de las tesis próximas a Chayanov sobre
la familia campesina, a rebautizarse como ]ournal of Agrarian Change
(Gregory, 2009: 143). Ese cambio de nombre de la revista, como si se
tratase de una nueva ceremonia de bautismo explicada por sus editores
en el número correspondiente, simboliza el certificado de defunción de
una forma de vida en la que muchas generaciones habían trazado un
vínculo ambivalente en el que expresaban las relaciones entre la natu-
raleza y el significado de su vida social y personal.

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144

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PRINCIPALES ORIENTACIONES TEÓRICAS

No es una pretensión nuestra hacer una historia de la antropología eco-


nómica, pero sí ordenar y contextualizar los problemas fundamentales
que han surgido y surgen en este campo de estudio. Para ello, vamos a
seguir las investigaciones más fructíferas en las principales tradiciones an-
tropológicas, pero sin considerarlas como algo estático, porque siempre
han existido importantes intercambios entre ellas (Moreno Feliu, 2010b).
También esbozaremos una sociología de la disciplina que nos per-
mita comprender las dinámicas que llevan a abandonar ciertos paradig-
mas polémicos y a adoptar nuevos enfoques que en la antropología eco-
nómica actual adoptan un cierto eclecticismo frente a las clasificaciones
dogmáticas de los manuales. Para empezar, conviene notar que ciertos
términos, que cualquier antropólogo asocia con la antropología econó-
mica, como, por ejemplo, formalista, se combinan con otros y se inser-
tan en las orientaciones teóricas de carácter general vigentes en la an-
tropología como un todo. Así, por ejemplo, la tipología de las formas de
integración de Polanyi para algunos autores se aproxima implícitamente
a posiciones evolucionistas 1 (Hann y Hart, 2011), mientras que otros
antropólogos las incorporan a estudios con un enfoque estructuralista o
marxista. De modo similar, la perspectiva de la ecología cultural se suele
acompañar de un evolucionismo plurilineal yuxtapuesto a una interpre-
tación funcionalista de fenómenos como el potlatch, la demografía, o la
explicación del tabú de la vaca sagrada en la India (Vayda, 1961; Fried-
man, 1974; Harris, 1980; Martínez Veiga, 2010).

l. Aunque Polanyi descartase expresamente que fuesen etapas de desarrollo. Las for-
mas de integración no son excluyentes entre sí, sino que coexisten en muchas sociedades:
entre nosotros hay ámbitos restringidos con relaciones de reciprocidad; el Estado sigue
políticas redistributivas, y la mayor parte de nuestra vida «económica» transcurre en el
sistema de mercado.

145
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

En el capítulo anterior, nos hemos ocupado monográficamente de


Mauss y Polanyi. En este, los restituiremos -los <<reincrustaremos>>- a
las tradiciones en las que su obra ha resultado más relevante e incorpo-
raremos una descripción de las orientaciones teóricas que han resulta-
do más fructíferas en la antropología económica. Ahora bien, no se tra-
ta de que nos portemos, a la hora de plantear y estudiar los problemas,
como si estuviésemos clasificando mariposas -por seguir la analogía de
E. R. Leach, 1971- y procediésemos a confeccionar una ficha en la que
anotáramos ciertas categorías -<<características>> de las personas y de los
problemas que investigan- antes de clavarles un alfiler y colocar todo
en una vitrina antropológica con su cartelito correspondiente. Etique-
tas como <<materialista>>, «simbolista••, <<marxista estructural>>, <<substan-
tivista••, <<melanesista>> y <<africanista••, o definir las investigaciones de una
antropóloga concreta como si estuvieran dedicadas a analizar <<procesos
de toma de decisión>>, «las escalas de la globalización>> o «la persisten-
cia de la economía moral y de la reciprocidad en el capitalismo tardío••,
de poco pueden ayudarnos si nos quedamos en una mera clasificación
carente de matices.

LA ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA
EN LOS PRIMEROS MODELOS EVOLUCIONISTAS
..
•'1' En primer lugar, hay que constatar la escasa relevancia de nuestro cam-
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po de estudio en las obras de los evolucionistas o difusionistas del siglo
XIX pertenecientes a alguna de las cuatro tradiciones. No existen obras
pioneras de antropología económica comparables a la de Morgan para
el parentesco, la de Tylor para la cultura, o la de Frazer para los estudios
sobre magia y religión.
Tan solo la tradición francesa de la escuela de Durkheim se sale un
poco del molde, porque aunque mantiene una secuencia evolutiva, que
Mauss asumiría de forma implícita, su modelo está muy alejado de lo
que hacían los evolucionistas estrictos de las otras tradiciones, como ya
hemos visto en otro lugar (Moreno Feliu, 2010b). De hecho, la única
continuidad intergeneracionalla encontramos entre los franceses: Mauss
con Durkheim, por una parte; y, a pesar de que la Segunda Guerra Mun-
dial supuso una aparente demora en que apareciesen sus investigaciones,
Mauss con Lévi-Strauss y Louis Dumont, por otra.
El Cuadro 1 refleja las escasas cadenas de influencias entre los postu-
lados de los primeros antropólogos y los de siguientes generaciones. Sin
embargo, conviene que destaquemos varios aspectos llamativos.
Excepto en los casos de Durkheim y del etnólogo, economista y so-
ciólogo alemán Karl Bücher (1976 [1893]), uno de cuyos estadios, el de

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1 146

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PRINCIPALES ORIENTACIONES TEÓRICAS

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147
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

la casa autárquica, sería recogido por el agrarista ruso Chayanov (1974


[1925]) en los años veinte y a través de Marshall Sahlins incorporado a
los estudios de los ciclos domésticos de la familia campesina, no apre-
ciamos ninguna otra contribución específica que tuviese relevancia en
las generaciones siguientes de antropólogos. Cabe destacar que Polanyi
en la primera tipología de las formas de integración aplicaría el concep-
to de casa autárquica al oikos griego (Gregory, 2009), aunque posterior-
mente lo descartaría.
El aspecto más llamativo que se desprende de los primeros esque-
mas es que las sociedades que habían situado en los estadios inferiores
de la evolución -ya fuese en la versión noble o bestial de los <<salva-
jes»- parecían subsistir, penosa o felizmente, sin que supiesen «explo-
tar>> la naturaleza y sus recursos, como sí sabían los colonizadores que
trasladaban su dominio y sus empresas a esos territorios «vírgenes>> por
donde vagaban los «salvajes>>.
Si en un principio esta casi ausencia nos pudiera parecer anómala,
dada la pretensión de explicación universal de toda la historia natural y
social de la humanidad que buscaban los evolucionistas, no debiera extra-
ñarnos, cuando la analizamos desde la doble perspectiva del peso ideoló-
gico de ese individual Horno economicus formado a la imagen y semejanza
de Robinson Crusoe (Bartra, 1997), cuya arena de actuación era la eco-
nomía en el sentido que ya hemos examinado detalladamente y la del im-
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pacto de los distintos tipos de dominio colonial bajo el que se desarrolla-
ban las complejas e impactantes relaciones entre primitivos y civilizados.
Conviene aclarar que al establecer estadios económicos similares o
que se correspondieran con los antropológicos de salvajismo, barbarie
y civilización (Martínez Veiga, 2010), los antropólogos tuvieron una es-
pecie de dejadez de funciones y permitieron que los economistas libera-
les2 establecieran los siguientes: una primera fase de economía natural,
una forma espontánea de subsistir con lo que regala la naturaleza, que
aparece más o menos ligada al salvajismo; una segunda de economía del
trueque relacionada con la barbarie de las tribus y, por último, el merca-
do que, al corresponderse con la civilización, ya estaría desarrollado en
los imperios antiguos, sobre todo en el mundo grecorromano.
Al basarse de manera implícita en los presupuestos de los economis-
tas, los etnólogos del XIX crearon una gran confusión al equiparar la sub-
sistencia -caza, recolección, horticultura- y las técnicas y herramien-
tas materiales de que se servían con la economía natural de los salvajes.

2. El peso del corpus económico se dejaría notar también en otros autores pione-
ros, como el funcionalista británico R. Firth, autor de una de las mejores investigaciones
de campo entre los Tikopia (1939), o la recopilación comparativa de distintos datos rea-
lizada por el boasiano M. Herskovitz (1940).

148
PRINCIPALES ORIENTACIONES TEÓRICAS

Resulta sorprendente la obsesión en esa equiparación, como muestra la


abundancia de datos sobre la «cultura material>> en torno a la subsistencia
(flechas, hachas de piedra, vasijas) frente a la ausencia de noticias -tal vez
porque corresponderían al siguiente estadio del trueque- sobre cómo las
. personas de estas sociedades compartían los alimentos e intercambiaban
sus bienes, hasta que Mauss, interpretando las informaciones de Mali-
nowski, Boas y Thurnwold, las dotara de relevancia teórica, al tiempo que
daba lugar a que se estableciera un extraordinario corpus etnográfico. De
hecfío, Mauss insiste a lo largo de su ensayo en que el don desmonta por
completo la presunción de que alguna vez hubiese existido algo que se
pudiera identificar con la «economía natural>> (Mauss*).
Es cierto que otra orientación teórica posterior -la de la ecología
cultural- se ocuparía de entender la interacción de las distintas socie-
dades humanas con el medio ambiente y las formas de aprovisionarse.
Pero, a pesar de que muchos ecólogos culturales mantienen posiciones
evolucionistas multilineales, a partir de los modelos de Julian Steward y
Leslie White 3 (Martínez Veiga, 2010), resulta difícil trazar una línea de
continuidad entre sus investigaciones y las pinceladas de brocha gorda
decimonónicas sobre la subsistencia.
Lo anterior, es decir, esa magnificación de la subsitencia\ no signi-
fica que nadie hubiese tratado otras cuestiones relevantes, que, pasado
el tiempo, llegarían a tener influencia en otros campos y a través de ellos
en la antropología económica. Recordemos que muchos de los primeros
antropólogos partían de una formación jurídica que les llevaría a plantear
en sus estadios cuestiones relacionadas con el mundo legal. Por ejem-

plo, uno de los problemas considerados cruciales a finales del XIX, y 1 1

hasta cierto punto ignorado después, fue el del tipo de propiedad de los
bienes de capital (privada o comunal) que llevaría a otros pensadores a
preguntarse por el origen de la desigualdad y su relación con la estruc-
tura y composición de los agrupamientos familiares.

3. En]. Steward, Theory of Culture Change. Methodology of Multineal Evolution,


Urbana, University of Illinois Press, 1955; y en L. White, The Evolution of Culture, Nue-
va York, McGraw Hill, 1955 y la traducida La ciencia de la cultura. Un estudio sobre el
hombre y la civilización, Buenos Aires, Paidós, 1964 (orig. 1949), se formula una nueva
postura evolucionista de la que se alejan muchos de los prejuicios etnocéntricos de los
primeros antropólogos. Las discrepancias entre Steward y White sobre la evolución son
analizadas por M. Sahlins en su artículo «Evolution: Specific and General», publicado en
el libro Evolution and Culture, recopilado por Sahlins y Service, Ann Arbor, University of
Michigan Press, 1960, en el que conceptualiza la evolución de dos formas: por una parte,
los sistemas incrementan su complejidad y adaptación general y, por otra, los nuevos tipos
culturales inician un proceso de adaptación a su entorno específico.
4. Todas las orientaciones teóricas se ocupan de las formas sociales en que los dis-
tintos pueblos se aprovisionan y producen sus recursos: en lo que insistimos es en negar
que la <<subsistencia>> fuese la <<economía>> de los pueblos sin mercado.

149
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

La gran admiración que la obra de Margan produjo en Marx, En-


gels o Kropotkin proviene precisamente del tratamiento sistemático que
el antropólogo dio al análisis de las formas de propiedad. Como ya he-
mos visto (Moreno Feliu, 2010b: 52), Margan basó su distinción entre
societas (<<sociedad primitiva>>) y civitas (<<sociedad civilizada>>) -para-
lela a la distinción de Maine entre estatus y contrato, o a la de Tonnies
entre comunidad y sociedad- en el tipo de relaciones de propiedad im-
perantes en cada una de ellas.
En parte por motivos ideológicos (entre ellos, la recogida de las ideas
de Morgan por Marx y Engels y su formulación del «Comunismo pri-
mitivo» como un estadio universal), pero también por el rechazo global
al evolucionismo por parte de los autores del particularismo histórico,
como, por ejemplo, Lowie, esta problemática dejó de ser tratada siste-
máticamente en antropología durante muchos años y no se consideraría
crucial en los grandes debates de la antropología económica, como ve-
remos al tratar el mantenido entre formalistas y substantivistas.
La reintroducción posterior de estos problemas es fruto tanto del in-
terés de antropólogas feministas (como Leackock, 1978, o Sacks, 1975)
por la desigualdad entre los géneros, como del de las diversas corrientes
más o menos inspiradas en Marx que surgieron a partir de los años se-
tenta del siglo xx.
Al igual que ocurrió con Margan, Marx y Engels, otro <<padre» de las
ciencias sociales ignorado durante las décadas centrales del siglo xx fue
•if,, Max Weber, primer autor de una distinción entre el significado formal y
substantivo de economía, y cuya influencia en antropología económica
se haría notar a través de su discípulo R. Thurnwald, cuyos datos de
su pionero estudio sobre los Banaro (1916) fueron incorporados, como
hemos visto en el capítulo anterior, a los análisis de Mauss y Polanyi.
Por otra parte, es innegable que este último conocía la obra de We-
ber (de hecho, Weber había sugerido que el comercio externo precede
al interno, o que el uso del dinero como medio de cambio se originó
en la esfera de mercado externo) y que la influencia de Thurnwald, pri-
mer autor en formular la relación entre actitudes de reciprocidad y la
presencia de instituciones simétricas en el propio Polanyi, debería haber
conducido a una clara identificación de <<la gran transformación>> con la
<<jaula de hierro>>.

EL IMPACTO ETNOGRÁFICO EN LAS CUATRO TRADICIONES

Como ya hemos visto en el capítulo anterior, el cambio de paradigma


evolucionista y su sustitución por el funcionalista coincidió con la nueva
forma de plantearse los trabajos de campo por parte de investigadores

150
PRINCIPALES ORIENTACIONES TEÓRICAS

como Franz Boas en la antropología norteamericana, Malinowski en la


británica y, hasta cierto punto, Richard Thurnwald en la alemana, si bien
su militancia en sociedades eugenéticas y su proximidad al partido nazi
acabarían por llevar su carrera académica por otros derroteros (Wein-
reich, 1946).
La tradición francesa, centrada hasta la Gran Guerra en Durkheim,
y después en su sobrino Maree! Mauss, tardaría más en incorporarse a
los trabajos de campo, en parte, porque Mauss, consecuente con sus prin-
cipios, rechazaba participar en las políticas coloniales francesas.
Sin embargo, es importante destacar la fluidez de influencias mutuas
. entre las cuatro tradiciones que, como hemos visto y hemos plasmado
en el Cuadro 2, formaron un auténtico circuito de donaciones y contra-
donaciones muy apropiado para presentar el don como hecho social total.
A partir de entonces, ninguna monografía de la época clásica, aque-
lla que hemos llamado de la foto fija en otro lugar, para significar los
estudios de comunidad que caracterizaron las investigaciones antropo-
lógicas entre los años treinta y los setenta del siglo pasado, dejó de dedi-
car un espacio al cambiante lugar de la economía en la sociedad.
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LA ANTROPOLOGÍA ECONÓMICA EN LA ACADEMIA

La antropología económica se asentó plenamente como especialidad aca-


démica después de la Segunda Guerra Mundial. No quiere ello decir,
como hemos señalado repetidamente, que tras el impacto de la obra de
Mauss, Malinowski, Boas y Thurnwald, los antropólogos no se hubie-
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sen interesado por los problemas más relevantes de la disciplina: autores
como R. Firth (1939) y sus estudios sobre la economía de los Tiko-
pia o el discípulo de Boas, M. Herskovits (1940), pueden considerarse
precursores de las cuestiones que formularían con más precisión la ge-
neración siguiente de antropólogos. Tampoco podríamos mantener que
las monografías basadas en los trabajos de campo no dedicasen uno o
varios capítulos a una información etnográfica relevante sobre los dis-
tintos tipos de intercambios o sobre la división del trabajo.
La ruptura que supusieron las obras de Mauss y Polanyi tuvo un im-
pacto desigual y relativamente tardío: a pesar de la buena acogida que los
funcional-estructuralistas británicos dispensaban a las obras de Mauss y
del magisterio que ejercía en la etnología francesa de los años treinta
o el predicamento que continuaría teniendo en todo el estructuralismo
francés, las penalidades sufridas con la ocupación nazi de París5 y el co-

5. A pesar de que, según se dice, sus alumnos no le abandonaron a su suerte, Mauss


como judío no podía dar clases, ya que le habían expulsado de su cátedra, le habían requi-

151

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ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

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152
PRINCIPALES ORIENTACIONES TEÓRICAS

lapso nervioso que sufrió terminaron con su vida profesional justo en


los años cuarenta. Polanyi, por más interés que tuviera en comparar las
instituciones de los pueblos «primitivos>> con otras, no pertenecía a nin-
guna de las cuatro tradiciones antropológicas, aunque a partir de los años
cincuenta su influencia se dejase notar en todas ellas.
De esta forma, la antropología económica se asentaría definitivamen-
te con la llegada a la universidad de la generación que había combatido
en la Segunda Guerra Mundial. El hecho de que los principales proble-
m~s de la disciplina entrasen a formar parte del corpus académico en
torno a los años cincuenta supuso que durante varios años gran parte de
las formulaciones teóricas (ya fuesen a favor, en contra o distorsionadas
por la interpretación americana, que durante estos años no se centró en
las tesis de La gran transformación) estuviesen dominadas por las ideas de
K. Polanyi y por su distinción de dos significados en el término económi-
co: uno formal y otro substantivo {Polanyi*). A partir de esta definición
los antropólogos se agruparían en dos escuelas rivales: la formalista, que
defendía que las herramientas utilizadas por los economistas se podrían
aplicar a cualquier sociedad porque la economía puede analizarse inde-
pendientemente de la estructura y de las instituciones sociales. Por tanto,
los estudios de la antropología económica debieran centrarse en estudiar
cómo la gente de otras culturas maximiza sus beneficios personales bu·s-
cando su interés individual, cómo funcionan la oferta y la demanda o
cómo se toman decisiones económicas <<racionales>>. Por el contrario, la
escuela substantivista niega que en otras sociedades se puedan aplicar
las categorías que se utilizan en el análisis de las economías capitalistas,
porque la economía está incrustada en otras instituciones sociales y no 1 ..

puede estudiarse separada de la estructura social. Los factores que en-


tran en juego para recolectar, producir o repartir los recursos tienen que
ver con el parentesco, con la estructura política y con la organización de
las prácticas y rituales religiosos.
Sin embargo, desde la perspectiva que adoptamos aquí, el debate sus-
citado por esta distinción supone, al contrario de como se suele inter-
pretar en los manuales de antropología, una incongruencia teórica del
propio Polanyi: se aísla la economía, como objeto de estudio <<substan-
tivo>>, creándose así una esfera económica (supuestamente desligada del
concepto moderno) en un universo de relaciones sociales que él mismo
había caracterizado (y de hecho, así las analiza) por su indefinición, por
estar incrustadas en un complejo entramado de instituciones sociales. La
distorsión que esto provocó es una de las causas de que Polanyi aparezca

sado sus libros y no podía investigar ni entrar en lugares públicos, como parques y jardines,
museos, universidades o bibliotecas (Fournier, 2006).

153

j
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

en los manuales de antropología no por las contribuciones de su obra


maestra, La gran transformación, sino como el principal exponente del
«substantivismo», corriente teórica antropológica que, por otra parte, se
asimila a la institucionalista entre los economistas (Hart y Hann, 2009),
cuando, a pesar de que Polanyi coincidiese en muchos aspectos con es-
tos, sus orígenes intelectuales, el tipo de comparaciones llevadas a cabo
y sus planteamientos teóricos son diferentes.

LA POLÉMICA ENTRE FORMALISTAS Y SUBSTANTIVISTAS:


ENCUENTROS Y DESENCUENTROS

Aunque en casi todos los campos de estudio específicos que se han ido
configurando en antropología ha habido discrepancias, controversias y
polémicas, tal vez haya sido en la antropología económica donde estas
se han mostrado más agrias, duraderas y estériles. Para la mayor parte
de los antropólogos no dedicados a los problemas de nuestro campo de
estudio, este se caracteriza por haber librado durante los años sesenta y
setenta una batalla encarnizada entre dos bandos entregados a un deba-
te sin final: por una parte, los formalistas y, por otra, los substantivistas.
No es nuestro propósito aquí seguir los pasos -tan viciados- de lapo-
lémica (Polanyi*, Burling'f), pero creemos que una de las descripciones
más reales que de ella se han hecho nos la brinda el siguiente texto de
'¡ F. Cancian:
',.
1',,
Los formalistas dicen que la economía es el estudio de la asignación de re-
cursos escasos a fines alternativos. Es decir, es el estudio de economizar, o el
modo en el que la gente maximiza las satisfacciones personales. Los econo-
mistas poseen teorías acerca de cómo la gente hace esto, dicen los forma-
listas, y no hay ninguna razón para pensar que estas teorías no son lo sufi-
cientemente generales como para no ser aplicables al estudio de sociedades
no occidentales [... ] No, replican los substantivistas, la teoría económica se
basa en el estudio de las economías de mercado en las que ambas partes que
intervienen en una transacción intentan maximizar el beneficio, y esto no
ocurre en las sociedades no occidentales, por tanto, la teoría no es lo suficien-
temente general y no se puede aplicar a sociedades no occidentales. Debemos
estudiar las configuraciones únicas de las sociedades no occidentales, esto
es, sus instituciones. El objeto de la antropología económica es el estudio de
las instituciones que proveen las necesidades materiales para la existencia
humana.
Pero, responde el formalista, no se puede probar que el hombre no oc-
cidental no maximice, porque claramente está sujeto a varias clases de es-
casez, aunque solo sea a la escasez de la energía humana; y, por tanto, debe
adecuar medios escasos para obtener fines alternativos. Y, además, los bie-
nes <<materiales>> y <<no materiales» se intercambian a menudo, así que no se
puede sostener vuestra definición de antropología económica.

154
PRINCIPALES ORIENTACIONES TEÓRICAS

Cualquier espectador pensará: <<Sí, pero si todo el mundo maximiza y


no se pueden separar las esferas de bienes materiales y no materiales, la an-
tropología económica sería el estudio de toda la conducta humana, y eso
parecería extraño. Yo creía que era una subdisciplina de la antropología»
(Cancian *).
Aunque el texto anterior pueda parecer una caricatura, utiliza las mis-
mas expresiones y argumentos que dominaron durante los años sesenta
y setenta las páginas de los más famosos artículos de antropología eco-
ñómica.
Al final, aunque hay quienes buscan vencedores y perdedores (Wilks,
1996: 3-13 ), las confusiones metodológicas, ideológicas, etnocéntricas
y las discrepancias con los estudios etnográficos llevaron a la mayor par-
te de los antropólogos a un rechazo de los términos de la polémica.
Por otra parte, la visión de la economía (o más bien de la teoría mar-
ginalista, como veremos en el <<Contrapunto Il») que se desprende de la
polémica es chocante y sorprendente: aparece como si fuera una ciencia
homogénea que diese respuestas uniformes a todo tipo de situaciones y
, Kl
en la que un Keynes plantease las cosas igual que un Hayek. Sin embar-
go, en economía, la polémica de los antropólogos sería equiparable a la
que mantuvieran marginalistas e institucionalistas 6 • Por otra parte, la ex-
plícita distinción entre microeconomía y macroeconomía -los forma-
listas identificaban todo el campo de la economía, incluidos los restos
de la economía política clásica, con la microeconomía utilizada en la ges-
tión de empresas- son buenas pruebas de que desde un punto de vista
teórico no existe el acuerdo que suponían los antropólogos formalistas.
Como señalaba el metodólogo de la antropología D. Kaplan, <<en princi-
pio debería ser posible deducir las proposiciones de la macroeconomía
de las proposiciones y axiomas básicos de la microeconomía. Pero no lo
es, en gran medida debido a que la microeconomía es formal y deductiva,
mientras que la macroeconomía es predominantemente empírica e in-
ductiva>> (Kaplan, 1976).
Si a todos estos problemas le añadimos el de la génesis del concepto
económico como un fenómeno separado del resto de la sociedad, ya sea
buscando una configuración ideológica como hace Dumont, ya analizan-
do histórica y comparativamente las intersecciones de varias sociedades,
será fácil comprender que no son las proposiciones básicas de la ciencia
económica, propia de un sistema social determinado, y la inseparable
ideología económica de nuestra sociedad la pauta más idónea para es-
tudiar sociedades: a fin de cuentas el prototipo del Hamo economicus

6. Veblen, que había utilizado ejemplos del potlatch para su teoría de la clase ocio-
sa, fue particularmente influyente entre los institucionalistas y en toda la tradición ameri-
cana de historiadores económicos.

155

..
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

utilizado en los discursos economizantes -Robinson Crusoe- es un per-


sonaje de ficción.
Las posturas teóricas y los problemas estudiados se han ampliado, y
hay discusiones más complejas que las planteadas en esos años. En la In-
troducción a su libro La economía de la Edad de Piedra (1972), M. Sahlins
sitúa su obra en el contexto de la polémica formalistas-substantivistas,
tomando postura por la orientación substantivista aunque participan-
do en <<la batalla>> con algunas herramientas usadas por los formalistas y
con conceptos inspirados o reminiscentes de Marx (como, por ejemplo
«modo de producción doméstico>>).
Sahlins, basándose en los presupuestos ideológicos y políticos de la
polémica, cree inevitable su adscripción clara a uno de los bandos porque
se trata de «una elección entre la perspectiva de los negocios, pues para
el método formalista las economías primitivas deben considerarse ver-
siones subdesarrolladas de la nuestra, y un estudio cultural que por prin-
cipio respeta a las diferentes sociedades por lo que son>> (Sahlins, 1972).
Sahlins, en el momento de publicar su libro, no veía una conclusión
académica feliz que encontrase una fórmula cortés del tipo <<la respuesta
está en un lugar intermedio>>. Pero, se equivocó. Se encontró una res-
puesta a la mal planteada polémica: apartarla del centro del escenario.
Y si efectivamente Sahlins tenía razón en que no había lugar intermedio
entre formalistas y substantivistas, lejos de ellos, abonado el terreno por
•• t:,,
el aburrimiento de una polémica sin final, había un gran campo sembra-
•f',.,,,
do de eclecticismo por explorar.

UN FINAL ETNOGRÁFICO DE LA POLÉMICA.


EL ABANDONO DE LA AGRICULTURA EN FUENTERRABÍA (PAÍS VASCO)

Como siempre ocurre en la antropología, la dinámica entre las discusio-


nes teóricas y las investigaciones sobre el terreno aglutinaron las nuevas
perspectivas y reagruparon los problemas por estudiar mostrando cómo
ambas posturas -la formalista y la substantivista- tenían posibilidades
de comunicación entre sí si planteaban los presupuestos teóricos, las per-
cepciones de cómo la gente se representa a sí misma y a su sociedad, y
las investigaciones de otro modo.
Un ejemplo evidente de las reflexiones anteriores nos lo muestra la
excelente monografía que sobre la historia agrícola y económica del mu-
nicipio vasco de Fuenterrabía llevó a cabo el antropólogo norteameri-
cano D. Greenwood.
El estudio abarca la evolución de los caseríos desde 1920 hasta 1969.
En los años veinte, la población de Fuenterrabía era de 5.206 habi-
tantes, de los que un 35% (1.932) vivía en 256 caseríos -como casas
campesinas, eran unidades de residencia, producción y consumo- cuyas

156

!L.
PRINCIPALES ORIENTACIONES TEÓRICAS

actividades agrícolas y ganaderas se orientaban hacia la autosuficiencia.


La venta de frutas, sidra y terneras proporcionaba los ingresos necesarios
para pagar la renta (solo el 23% eran propietarios, el resto eran arrenda-
tarios, aunque la mayoría transmitían los arriendos a las nuevas genera-
ciones), los impuestos o productos, como ropa, sal o chocolate.
A partir de los años veinte, el desarrollo industrial de la zona -so-
bre todo en la cercana población de Irún- y del turismo provocaron
que los campesinos de Fuenterrabía dieran un giro modernizador a su
producción, lograsen una excelente comercialización de sus productos
y obtuviesen una alta rentabilidad de la agricultura. Sin embargo, a pe-
sar de la alta rentabilidad, en 1969 había un 34o/o menos de caseríos que
mantuviesen una explotación agraria; la superficie cultivada había dis-
minuido, como también lo había hecho la población rural que se había
reducido a menos de la mitad (878), mientras que la población del mu-
nicipio casi se había duplicado (10.027 habitantes).
Es decir, en un periodo de 49 años la demanda de productos agrí-
colas había convertido los caseríos, que en los años veinte orientaban
su producción hacia la autosuficiencia, en empresas altamente rentables;
pero simultáneamente había disminuido el número de habitantes ru-
rales, el número de caseríos habitados y la extensión de tierra cultivada.
¿cómo se explica esto?, üechazaban la riqueza que por primera vez pro-
porcionaba el campo?
Greenwood señala que la industrialización y el turismo que han gene-
rado la rentabilidad agrícola provocaban paradójicamente la desapari-
ción de la agricultura. ¿por qué? Greenwood encontró tres causas fun-
damentales: 1 ·1

1) La mayor parte de los jóvenes abandonaron los caseríos y la agri-


cultura porque preferían trabajar en industrias y comercios, a pesar de
que ganaban mucho menos que en la explotación del caserío.
2) La alta demanda de productos agrícolas provocó que aparecie-
sen empresas agrícolas, vinculadas a una agricultura industrial, que ope-
raban a gran escala y en competencia con los agricultores.
3) El turismo y la especulación sobre los terrenos susceptibles de con-
vertirse en solares urbanos habían puesto la tierra fuera del alcance de
los caseríos.
Es decir, los caseríos, a causa de su propia fuente de riqueza, habían
perdido parte de su fuerza laboral, lo cual resultaba muy grave al tra-
tarse de explotaciones familiares: sin relevo generacional, muchas de las
explotaciones se fueron abandonando. Las que seguían, como no podían
invertir en tierras, centraron todas sus inversiones en la maquinaría, en
mejorar los abonos y en la tecnología agraria.
Generalmente, el abandono de las explotaciones agrarias se explica
por las mejores oportunidades económicas que ofrece la ciudad o la in-

157
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

dustria, pero Greenwood muestra claramente que como en Fuenterrabía


era más rentable el trabajo agrícola que el fabril y urbano, una explicación
«formalista>> no sería de utilidad. Por ello, recurre al análisis de factores
culturales tales como la organización interna de los grupos domésticos,
el sistema de herencias y la penetración de la ideología urbana sobre la
dignidad del trabajo, el desprestigio de la agricultura como actividad, y
la concepción de que <<el campo no tiene futuro>>.
El grupo doméstico del caserío está formado por los padres y sus
hijos de los que en cada generación se nombra a un solo heredero, que
residirá allí con su esposa e hijos. Los otros hijos pueden permanecer en
la casa mientras están solteros, pero tienen que abandonarla si se casan.
Como la transmisión de bienes solo se produce a la muerte de los padres,
el heredero, frente a sus hermanos que trabajan en fábricas (en esos años
no había dificultad para encontrar trabajo), no alcanzará la mayoría de
edad social hasta los cuarenta o cincuenta años: tanto él como su esposa
tienen que vivir subordinados a las decisiones de los padres.
En unión del cambio ideológico y de la complejidad de los procesos
de toma de decisión económica, la falta de independencia de los herede-
ros es una de las causas fundamentales que explican el abandono de los
caseríos por parte de las nuevas generaciones.
Las conclusiones del estudio de Fuenterrabía muestran cómo una
perspectiva «formal>> de elección racional no es suficiente para explicar las
~:'>
complejas causas que hacen preferir un trabajo menos rentable, y replan-
1
•ui'' tean muchos de los supuestos implícitos en las teorías imperantes hasta los
('
t¡ •.
1[1'').,,,
años sesenta sobre la ideología de la «modernización» de la producción y
comercialización agrícola, o qué inquietudes no económicas de la gente
puede haben en las migraciones rurales a las ciudades.
Una postura similar a la de Greenwood se desprende de la inves-
tigación realizada por Frank Cancian (1972) en Zinacantán (Chiapas,
México). El objeto de estudio era analizar cómo se tomaban las decisio-
nes económicas en una situación de incertidumbre. Se trataba de averi-
guar cómo los campesinos se iban a adaptar a los cambios introducidos
por los planes de modernización que el Gobierno mexicano había pro-
gramado entre 1957 y 1966.
Cancian constató las graves limitaciones de la teoría microeconómica
al no tener en cuenta variables socioestructurales como es el caso de la es-
tratificación, que en Zinacantán está vinculada al sistema religioso-festivo
!¡, de cargos (mayordomías), en el que los aspectos sociales y económicos
:j son difíciles de separar. Ambos autores concluyen que las variables uti-
lizadas por formalistas y substantivistas han de ser yuxtapuestas o arti-
culadas con otras.
,¡ A conclusiones similares llegaron muchos otros estudios etnográficos,
a los que habría que añadir aportaciones o nuevos planteamientos de pro-
l
¡
158

t
,,'
PRINCIPALES ORIENTACIONES TEÓRICAS

blemas procedentes de otras corrientes teóricas, como es el caso de la


ecología cultural, el marxismo estructural o, posteriormente, de los estu-
dios de género. Todo ello desembocó en un progresivo desplazamiento
de la polémica como tal y en un reagrupamiento de corrientes teóricas
en función de los problemas por estudiar y de la incorporación de in-
vestigaciones procedentes de otras ciencias sociales.

MÁS ALLÁ DE LA POLÉMICA:


EL PROBLEMA DE LAS ESCALAS Y DE LA GRAN NARRATIVA

Un problema subyacente al planteamiento de los problemas y a las discu-


siones teóricas es que la demarcación de los campos de estudio en torno
a los que se configura la especialidad de la antropología económica es
muy dispar. Existen numerosos trabajos tanto teóricos como etnológicos
que tienen por objeto el análisis de los distintos modos de producción,
distribución y consumo de bienes y servicios, así como la articulación
de las instituciones y redes de intercambio locales con el sistema econó-
mico global. Otras investigaciones se han centrado en el análisis de los "'
mecanismos que intervienen en los procesos de toma de decisión, es decir,
determinar cuáles son las variables que hacen posible o limitan esas de-
cisiones: las estrategias adaptativas a un medio ambiente determinado,
la demografía, la tecnología disponible, la transmisión de información
y conocimientos, los modos de apropiación o la estratificación social son
algunos ejemplos de la complejidad social en la que se inscribe todo pro-
ceso de toma de decisión.
El análisis de las instituciones que intervienen en los procesos dis-
tributivos y de circulación y las distintas relaciones de reciprocidad e in-
tercambio ha caracterizado distintivamente muchas investigaciones antro-
pológicas. Otros estudios han analizado el contraste entre la economía,
considerada como una esfera autónoma, tal y como la representa la ideo-
logía moderna, y las prácticas sociales en que se definen variables como
el trabajo o el mercado y han cuestionado el etnocentrismo y androceo-
trismo existente en muchas categorías <<económicas».
Por último, muchos autores han incorporado al campo de estudio
antropológico, el impacto ambiental, político y económico de los grandes
cambios sociales contemporáneos, como, por ejemplo, el estudio de las
causas y patrones de las grandes migraciones y el subsiguiente asentamien-
to urbano de un incesante número de personas casi siempre procedentes
de poblaciones campesinas o las relaciones del llamado sector informal o
economía sumergida con distintos elementos del sistema de mercado, así
como los cambios en las estructuras productivas y en el consumo.
Tal variedad de temas y niveles de análisis crea serias dificultades para
delimitar el campo de estudio o, al menos, para distinguir las distintas

159
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

escalas que intervienen en esa delimitación. Parte del problema provie-


ne de la concepción holista de la disciplina, que pretende establecer las
interrelaciones presentes e históricas entre fenómenos tales como la con-
figuración ideológica de una sociedad dada, la adaptación al medio, la
organización de la subsistencia, el sistema del parentesco, las relaciones
recíprocas o el ejercicio del poder.
Esta visión holista hace que muchas de las investigaciones de los
antropólogos difieran de lo que hacen otros científicos sociales, porque
cuando, por ejemplo, investigan temas específicos de nuestra propia so-
ciedad desde una perspectiva comparativa, la antropología acaba por
relativizar la representación que nos hacemos de nosotros mismos como
individuos pertenecientes a una sociedad formada por varias esferas au-
tónomas, una de las cuales es la económica; representación que no con-
cuerda ni pertenece al mismo nivel que los estudios concretos que se
realizan sobre nuestra propia sociedad.
Por otra parte, la ruptura del planteamiento clásico de los estudios de
comunidad -del modelo de la «foto fija>>- que arranca de la llamada
crisis de los años setenta, a la larga supuso la ampliación de los campos
teóricos, de investigación y de análisis. Actualmente, ya no buscamos pri-
mitivos sin contaminar, como si el contexto colonial que los había crea-
do como «objetos de estudio>> hubiese sido una anécdota que hubiese
permitido encerrar entre paréntesis a multitud de pueblos. Todos estos
cambios han modificado no solo la percepción de lo <<diferente>>, sino
\ ,,',',

•('
también las técnicas de investigación .
f,, La llamada «observación participante>> ya no constituye la única fuen-
·1 ~.'
te de datos, porque el trabajo de campo convencional se complementa
1

con el uso de métodos y técnicas procedentes de otras disciplinas que


estudian similares problemas -la historia colonial, la sociología, la or-
denación estadística, etc.-, que a su vez afectan al planteamiento teóri-
co exclusivamente antropológico al incorporar y asimilar estrategias de
investigación y problemas provenientes de otras ciencias sociales.
Por otra parte, en un campo como el de la antropología económica,
las unidades de estudio y análisis siempre son más amplias sincrónica y
diacrónicamente que las unidades de observación: aunque como hiciera
Cancian se estudie una comunidad campesina en Chiapas relativamente
aislada, este aislamiento siempre será relativo, por las relaciones de
dependencia con el exterior, por el flujo recíproco con otras comuni-
dades, por sus relaciones con los mercados a los que vende los produc-
tos o por la situación política nacional e internacional.
En relación con este problema de las escalas que acabamos de for-
mular, merece la pena que abordemos un último problema que afecta
a todas las ciencias sociales y que, en parte, proviene del efecto que los
vaivenes de las modas tienen en las ciencias sociales. Existen oscilaciones

160
PRINCIPALES ORIENTACIONES TEÓRICAS

pendulares como reacción a la tensión existente entre lo que podemos


llamar la gran narrativa, frente a la narrativa fragmentaria de la realidad.
Hay momentos en los que los paradigmas explicativos presentan una
escala máxima, omnicomprensiva, de la sociedad. Por ejemplo, los evolu-
cionistas decimonónicos crearon un cuerpo unificado de conocimientos
que abarcaba generalizaciones sobre todos los pasos dados por la huma-
nidad desde que la pequeña Lucy -aunque aún no tuviese nombre-
puso un pie en la Tierra hasta que la reina Victoria pusiese el otro en la
a:badía londinense donde la coronaron emperatriz de la India.
Poco después, el péndulo habría de girar y las corrientes del parti-
cularismo histórico y del funcionalismo nos acercarían pequeñas joyas
etnográficas en miniatura de las que había desaparecido todo contexto
político que nos permitiera engarzarlas en las grandes transformaciones
fraguadas por el impacto que los distintos tipos de colonialismo tenían
sobre esas mismas sociedades (Cooper, 1996).
Una nueva y rapidísima oscilación pendular nos ha arrastrado a va-
rios modelos de gran narrativa -las distintas recreaciones antropológi-
cas del marxismo, las de los teóricos del sistema-mundo, de la globali- ·~
zación o, en nuestra disciplina, sistematizaciones antropológicas como
las de Harris o la síntesis de Eric Wolf- que conviven con las excesivas
fragmentaciones que hiciera la variopinta tribu de los posmodernos en
sus pasados años de gloria. Ahora, bajo el mantra de la globalización pa-
rece haber desaparecido todo lo relacionado con lo local (1. Moreno'').
A pesar de las oscilaciones pendulares, el estudio sistemático de las
sociedades humanas conduce a una cierta acumulación de los conoci-
mientos, que nos lleva a descartar que la gran narrativa y las miniaturas
etnográficas deban presentarse como alternativas excluyentes. Sabemos
que nuestro interés por conocer esos mundos que pueblan las microhisto-
rias locales, aparentemente insignificantes, en las que las personas con-
cretas se relacionan con otras cotidianamente, encaja con la necesidad
que tenemos de averiguar su articulación con otros procesos que tam-
bién son locales, pero cuyo mayor alcance nos permitirá comprender
cómo las miniaturas etnográficas, de apariencia fragmentaria, se integran
en la gran narrativa de los grandes procesos históricos.

ORIENTACIONES TEÓRICAS ACTUALES

Hoy muy pocos antropólogos se encuadrarían a sí mismos bajo las vie-


jas etiquetas de formalistas o substantivistas, aunque el trasfondo de la
polémica -la cuestión de la escasez, por ejemplo, o el reconocimiento
ideológico del determinismo económico o de la inexorabilidad del merca-
do- permanece en muchas de las nuevas formulaciones como si fuese
un fantasma o un demonio familiar.

161
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

A pesar de que podamos agrupar las distintas corrientes en distintos


grupos, hemos de precisar que las delimitaciones o fronteras entre ellos
son bastante fluidas.
Las técnicas de análisis (construcción y replanteamiento de modelos
comparativos, cuantificación, etc.) son utilizadas por antropólogos per-
tenecientes a cualquiera de las orientaciones teóricas, aunque sí varía la
escala en que se sitúan las investigaciones. A pesar de la mezcla ecléctica
de herramientas y técnicas de trabajo, hay elementos que nos permiten
establecer las siguientes orientaciones diferenciadas:

1. Orientación culturalista

No se trata de meros <<substantivistas evolucionados>>. Han recogido


muchas de las aportaciones generales de los ecólogos culturales y de los
marxistas, lo cual se ha visto acompañado por un nuevo planteamiento
del estudio de la producción, partiendo de la composición de los grupos
domésticos. Sin embargo, no han abandonado su interés por las institu-
!" ciones más ligadas a la distribución (intercambio, dinero y mercados).
Muchos se han abierto al estudio de problemas específicos de las socie-
dades industriales, como, por ejemplo, las distintas modalidades de tra-
bajo, entre ellas, la economía informal, y han discutido la relevancia de
utilizar conceptos como el de <<capital social>> (Narotzky*)
No obstante, continúan existiendo autores que no han abandonado
'~:·,.
1 •,¡[:, la problemática general sobre la propia definición de economía y la apli-
1'
')•,,. cabilidad de las categorías económicas, ya no solo a las sociedades primi-
•1 ) ......
tivas y arcaicas sino también a la nuestra propia. Así, Sahlins ha tratado
este problema señalando las dificultades que tienen tanto el utilitarismo
como la teoría de la praxis para aprehender las diferencias entre culturas
(1976). Uno de los más célebres culturalistas, Stephen Gudeman (2008),
considera que la tarea fundamental de la antropología económica es com-
prender la diversidad y variabilidad de lo económico en las sociedades
humanas. Como la manifestación cotidiana aparece en los modelos lo-
cales, a través de su análisis Gudeman concluye que el funcionamiento
real debe poco a los modelos de los economistas. En sus últimos trabajos
(Gudeman, 2008) retoma la tesis de Polanyi sobre el doble movimiento
para enfrentar dialécticamente modelos locales, como, por ejemplo, la
mutualidad con el mercado (Gudeman, 2009).
¡ 2. Estudiosos de la teoría de toma de decisión

Muestran, como los antiguos formalistas, una clara preferencia por ana-
1' lizar las teorías de la elección racional, tomando como punto de partida
11 la conducta del productor individual; pero no descuidan los aspectos ins-
!1 162

~l.
PRINCIPALES ORIENTACIONES TEÓRICAS

titucionales, ni el contexto global de las economías, como ilustran los


trabajos de Sutti Ortiz (1983).
Han incorporado también ciertos estudios de los ecólogos cultura-
les, a partir del análisis de variables tales como la fertilidad del suelo, el
crecimiento demográfico, el sistema de asentamiento o las técnicas de
producción que subyacen o causan sistemas de racionalidad. Un ejem-
plo significativo sería B. Orlove (2005), que ha articulado su perspectiva
inicial (ecología procesual) con una combinación de diversas estrategias
deínvestigación: la toma de decisión está influida por las constricciones
ambientales y hay ecos de la economía política en su interés por establecer
los vínculos entre las poblaciones locales y los sistemas más amplios.

Estudio de caso: El Paso (Costa Rica)

Un buen ejemplo de este tipo de análisis nos lo aporta la monografía de


Peggy Barlett sobre una pequeña comunidad de Costa Rica, El Paso.
Los agricultores de El Paso cultivaban tradicionalmente maíz y ha-
bas con técnicas de tala y quema. La presión demográfica en sus ciento
veinte años de historia es muy alta y ha agravado la escasez de tierras.
Según estimaciones de Peggy Barlett, la población se duplica cada trein-
ta años: actualmente la media de hijos vivos por familia es de 6, 1. Esto
ha originado que la mayor parte de los agricultores no tenga tierra sufi-
ciente para dedicarla al barbecho tradicional, con lo que la fertilidad del
suelo ha decaído y es necesario utilizar fertilizantes químicos. Una de las 1
decisiones adoptadas por muchos de estos agricultores es plantar tabaco,
un cultivo nuevo en El Paso que aunque necesita una inversión de tra-
bajo superior al maíz y las habas, además de tener riesgos muy altos, tiene
la doble ventaja de que su beneficio también lo es y necesita poca tierra.
Muchos otros pasanos se han inclinado por plantar café, una cosecha que
necesita relativamente poco trabajo, y que, a pesar de las fluctuaciones
en el precio, se comercializa bien.
Los cambios recientes en los sistemas de comunicación y de comer-
cialización de productos para el mercado de exportación norteamericano
han abierto una nueva posibilidad para los agricultores con más tierras:
dedicarlas a pasto para ganado y así exportar la carne.
Sin embargo, dados los problemas demográficos y la escasez de tierra,
las nuevas posibilidades económicas han incrementado la estratificación
social. El aumento de las tierras para pasto, que tradicionalmente eran
arrendadas a los agricultores sin tierra, ha tenido una doble consecuen-
cia: una explotación rentable para los ricos, y un aumento de la pobreza
y dependencia de los sin tierra, que son un tercio de la población.
Peggy Barlett ha dividido las casas de El Paso en cinco estratos socio-
económicos (agricultores sin tierras, herederos, y propietarios pequeños,

163
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

medios y grandes) y ha analizado los procesos de toma de decisión en


cada uno de ellos mostrando cómo las unidades mínimas estudiadas (uso
del trabajo de la familia, cantidad de tierras, nueva tecnología y capital
que invertir) están ligadas a un macronivel en el que se hace evidente la
dependencia de los pasanos del resto de las fuerzas nacionales e interna-
cionales que inciden directamente (nueva tecnología, créditos agrícolas,
etc.) en la estructura de sus decisiones agrícolas.
Por último, P. Barlett sitúa sus datos sobre El Paso en el más amplio
contexto de la problemática general del desarrollo en los países del Ter-
cer Mundo, mostrando las dificultades globales existentes.

3. Antropología marxista

En su célebre artículo sobre las variedades de marxismo en la antropo-


logía, W. Roseberry (Roseberry*) traía a colación la distinción que ha-
bía realizado R. Firth entre el marxismo cerebral de los estructuralistas
franceses y el visceral de ciertos antropólogos norteamericanos agrupa-
dos, por entonces, bajo la novedosa etiqueta -para los antropólogos-
de economía política, a pesar de la larga historia que tiene esta categoría
entre los economistas.
En una línea similar, aunque de carácter general, Perry Anderson
(1976) había señalado la existencia de dos tradiciones en el marxismo
\ . ,,. occidental, que pudieran resultar útiles para comprender el peso y la
' ,.,.,., '•1: época relativamente tardía en que el marxismo configuró una orienta-
ción teórica relevante en las ciencias sociales en general y en la antropo-
logía económica en particular.
Según Anderson, hasta los años veinte del siglo xx, los seguidores
de Marx habían sido mas bien activistas políticos, cuyo principal interés
radicaba en combatir los efectos del capitalismo en las clases trabajado-
ras. Se trataría de una tradición política, entre cuyos seguidores estarían
el colaborador de Marx, Engels, Labriola, Kaustsky, Lenin, Rosa Luxem-
burgo Trotsky (Anderson, 1976).
Pero a partir de esa época, mientras en Rusia se consolidaba un mo-
delo de sociedad que posiblemente Marx nunca se hubiese imaginado,
en la mayoría de los países occidentales (Alemania, Italia, Francia), el
marxismo se asentó en ámbitos académicos, con seguidores tan diversos
como Lukácks, Lefebvre, Marcuse, Korsh, Colletti o Althusser. El giro
que dieron estos académicos, en su mayoría filósofos (Anderson, 1976;
Morris, 1991: 216), consistió en pasar del activismo y de la economía
política a aplicar el análisis marxista a la estética, la teoría cultural y la
realización de discursos interpretativos y exegéticas.
En el caso de la antropología, además de reconocer el interés de Marx
,¡ (y de Engels) por las investigaciones etnográficas de su época, el mar-

164
PRINCIPALES ORIENTACIONES TEÓRICAS

xismo ha inspirado tres diferentes enfoques teóricos en la antropología


económica (Roseberry*): el llamado marxismo estructural, la economía
política y las teorías sobre el sistema mundo.
A partir de los años ochenta existe una clara preferencia por utilizar
el término economía política, etiqueta multiuso que, en sentido estric-
to, ya no es sinónima de marxismo, sino que engloba a investigadores
influidos por diversas perspectivas dentro y fuera del marxismo, como,
por ejemplo, ciertos historiadores británicos, que recalcan la importan-
cia de la agencia; los estudios feministas y sus análisis del género en las
unidades domésticas; la nueva historia cultural o diversas perspectivas
de la ecología cultural.

4. Ecología cultural

Las poblaciones humanas habitan en un entorno ecológico determina-


do que está formado por elementos abióticos (el tipo de tierra, el agua,
el relieve, el clima, etc.) y bióticos o elementos vivos del que también
forman parte los grupos humanos que lo habitan. El estudio de los pro-
,,.,
cesos adaptativos al entorno se basa en el análisis de la articulación en-
tre ambas clases de elementos, que siempre se presentan formando una
compleja red de interrelaciones, de la que, dada su complejidad, es muy
difícil-y menos a corto plazo- definir o medir su grado de adaptación.
Sin embargo, en la ecología cultural, asumiendo una homeostasis, se han
estudiado las relaciones entre las técnicas de producción, la fertilidad
del suelo, el crecimiento demográfico y los sistemas de asentamiento y
emigración de las poblaciones humanas.
En general, se puede decir que la mayor parte de los ecólogos cul-
turales presentan un grado muy alto de optimismo al sugerir que las
sociedades se adaptan a las barreras ecológicas por medios culturales o
institucionalizados, porque un proceso adaptativo no es algo estático,
sino que forma parte de una larga historia en la que las acciones de un
grupo humano determinado explotan un conjunto de variables, algunas
limitantes: como establece la ley del mínimo de Liebig, ningún grupo se
adaptará a los medios, sino a los extremos, y otras que aportan nuevas
oportunidades adaptativas (Vayda y Rappaport, 1968; Hardesty, 1979;
Martínez Veiga, 1978 y 2010).
Como el concepto de adaptación incluye no solo los elementos abió-
ticos, sino también ciertas variables y estrategias sociales e institucionales,
es imprescindible el análisis de estas últimas para definir tanto las estrate-
gias utilizadas en el proceso como las fronteras del sistema. Por ejemplo,
un campesino no cultivará unos productos determinados basándose solo
en las características físicas y en la fertilidad de la tierra, en el balance hí-
drico y en el clima, sino que estará también limitado por la interacción de

165
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

factores tales como el tipo de explotación, la estructura de posesión


de la tierra, el pago de rentas o impuestos, la mano de obra disponible y
precisa para obtener un cultivo, la composición y organización interna
de su grupo doméstico, las inversiones que realice, la tecnología existente,
la obligación social de cumplir con las organizaciones ceremoniales de su
comunidad y, en última instancia, la necesaria interrelación con los cam-
bios políticos y económicos que esté atravesando la sociedad. La articula-
ción de todas estas variables define el contexto en el que el campesino y
su familia toman decisiones tan dispares como la orientación de su pro-
ducción en función de las demandas del mercado, o de las necesidades de
subsistencia del grupo doméstico, o explora otras oportunidades como
puedan ser, por ejemplo, abandonar la agricultura y emigrar al suburbio
de una gran ciudad.
La gama de trabajos realizados por los ecólogos culturales es muy
amplia y variada. Tal vez M. Harris haya sido el más conocido defensor
del determinismo tecno-ambiental de nuestra época, como muy a las cla-
ras reflejan sus obras (1978, 1980, 1982).
'· Muchos otros antropólogos han combinado ciertos presupuestos de
la ecología cultural con otros campos de investigación. Así, por ejemplo,
Martínez Alier (1992) y Dolors Comás (1998) han combinado proble-
1, mas de la antropología económica con diversos presupuestos y problemas
\ suscitados por las investigaciones en el campo de la ecología política; o
ti:~\· '
'1
José Luis Malina y H. Valenzuela (2007) han intentado aplicar diversos
l
t•
• Yl,~ aspectos de la teoría de redes a problemas de la ecología cultural rela-
'),,
•r),.,,, tivos a cómo diversas poblaciones se abastecen de recursos primarios.

Tipologías de apropiación de recursos

La ecología cultural se ha preocupado mucho por sistematizar las dis-


tintas formas en que las poblaciones humanas interactúan con la natu-
raleza a la hora de obtener los recursos. Sin embargo, muchos estudios
han mostrado la distorsión introducida por la utilización de las escalas
evolutivas de forma simplista. Por ejemplo, ya desde la publicación de
los libros de Sahlins (1972) y de Boserup (1967) se han abandonado los
criterios de productividad per cápita a la hora de determinar el grado
de complejidad cultural.
De todas formas, como veremos en el siguiente capítulo, las tipologías
pueden ser un instrumento útil para pensar en conexiones cruciales (como
diría Wolf), pero no para presentar lo que muchos han ambicionado: eta-
pas evolutivas. La clasificación más conocida de las elaboradas por la eco-
logía cultural distinguiría los siguientes tipos, aunque no hemos de inter-
pretarlos de forma monolítica como si estuviesemos utilizando los viejos
modelos decimonónicos sobre <<la subsistencia» (Martínez Veiga, 2010).

166
1
11
PRINCIPALES ORIENTACIONES TEÓRICAS

Los cazadores-recolectores. Desde el punto de vista de los modos de


aprovisionamiento (Narotzky, 2004, 2005) se ha modificado la rigidez
de la división entre pueblos que recolectan los alimentos, mediante la
caza, la pesca y una gran variedad de productos silvestres tales como
frutas, verduras, setas, tubérculos, mariscos, huevos, insectos o miel, y
pueblos productores de alimentos que parten de varias técnicas de domes-
ticación de animales y plantas (desde las más simples, como la horticul-
tura, a la agricultura intensiva con arado o a los sistemas de irrigación).
Subyacente a la dicotomía nos encontramos un evidente modelo evolucio-
nista, basado en la medida de la <<mayor o menor>> complejidad cultural,
una de cuyas ambiciones teóricas sería el establecimiento de correlaciones
exactas entre estos modos de subsistencia y el tipo de instituciones pre-
sentes en estas sociedades. Así, los cazadores-recolectores estarían orga-
nizados en bandas nómadas sin liderazgo fuerte, con una adaptación no-
table a sus ambientes ecológicos, serían igualitarias (con solo distinciones
de género y edad}, con organizaciones de parentesco flexibles y fluidas,
con un claro predominio de la reciprocidad generalizada y, mediante un
comportamiento de <<resistencia generalizada>>, estarían aislados de otros
pueblos y de la marcha de la <<historia>> desde hace unos 12.000 años.
Sin embargo, las cosas distan de ser tan simples: es cierto que mu-
chos pueblos de cazadores-recolectores reúnen varias de las característi-
cas reseñadas, pero las sociedades de este tipo que conocemos en la ac-
tualidad han sido expulsadas por otros pueblos (agricultores, pastores o
capitalistas) a las zonas más marginales del planeta, tales como desiertos,
tundras, terrenos montañosos o selvas tropicales, lo que nos impide ex-
trapolar su <<ejemplo>> a cómo habría sido la Tierra en tiempos prehistó-
ricos cuando la mayoría de las sociedades era de cazadores-recolectores.
Las intersecciones con otros pueblos (ya fuesen vecinos horticulto-
res, agentes comerciales europeos o colonizadores) han sido constantes.
Muchos de ellos han vuelto a la caza-recolección después de haber aban-
donado otros modos de subsistencia, sobre todo agrícolas o de trabajo
asalariado en minas, por ejemplo. Por último, pueblos como los indios
del noroeste americano, que eran cazadores-recolectores en tierras y ríos
muy ricos, eran sociedades de rango, con intercambios complejísimos
como el potlatch y con una capacidad de comerciar con los europeos
elevadísima. Todo lo anterior quiere decir que debemos <<poner en su
sitio>> las correlaciones y la rigidez de las tipologías, olvidarnos de los
presupuestos eurocéntricos del <<buen salvaje>> y tener en cuenta el am-
plísimo grado de variedad en las sociedades humanas, aunque utilice-
mos una serie de tipologías orientativas.
Los horticultores. Los cambios fundamentales que supuso el abando-
no de la caza-recolección por la horticultura han sido objeto de estudio
por parte de arqueólogos, demógrafos, ecólogos y antropólogos duran-

167
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

te el último cuarto de siglo. Las nuevas perspectivas (llenas de polémicas,


porque, como ya indicamos en el apartado anterior, las distinciones entre
cazadores y horticultores no son tan drásticas como mantenían al prin-
cipio muchos ecólogos culturales) han tenido la virtud de abandonar la
visión monolítica que hasta hace poco se tenía de la llamada <<revolu-
ción neolítica».
Una de las <<agriculturas>> más estudiadas ha sido la denominada de
<<tala y quema», <<itinerante» o de <<barbecho», según los distintos autores.
Técnicamente se usa el término <<horticultura» para referirse a esta agri-
cultura de subsistencia cuyas técnicas básicas son la utilización de peque-
ñas parcelas de tierra durante una temporada y herramientas simples.
La caza y la pesca contribuyen de forma importante a la dieta.
Los pastores. Si bien la característica fundamental del pastoreo par-
te de su clasificación como productores, las diferencias (como ilustra el
caso de los Nganasan del norte de Siberia o el de los Cheyenes, que tras
abandonar la horticultura, se convirtieron en pastores a caballo dedica-
dos a la caza y al comercio) con los cazadores-recolectores es muy tenue.
La característica nómada del pastoreo, su adaptación a diversos hábitats
y sociedades, su utilización del ganado como riqueza y capital producti-
vo y sus relaciones (no siempre pacíficas) con los campesinos, con otros
pastores y con las sociedades estatales hacen de los pastores más que una
categoría homogénea, un paquete de variabilidad.
A menudo, los pastores poseen una organización social del tipo de
•(:::'
1 •,¡¡[;;· linaje segmentaría que facilita las fusiones y fisiones de varios grupos para
1'

'" •1'') .... ,,


guerrear, tanto en su modalidad de rapiña como en la de conquista o
defensa frente a un enemigo común.
Recordemos que casi todos los Estados del Viejo Mundo, como Egip-
to, Bizancio, Rusia o China, donde la Gran Muralla fue una construcción
defensiva frente a los pueblos nómadas, vivieron largos años de su histo-
ria sujetos a ataques y al temor de ser conquistados por pueblos pastores.
Sin embargo, la misma estructura social y política que les facilitaba la
conquista, se mostraba inestable para consolidar el poder conquistado.
A su vez, muchos de estos pueblos pastores que tienen una larga his-
toria de relaciones con otros Estados, han mostrado una resistencia feroz
a perder su independencia tribal o a ser dominados. De hecho, una de las
zonas clásicas de pueblos pastores (Afganistán y partes de Pakistán, Irán
y otras zonas del Asia Central) donde desde el siglo xrx varias potencias
coloniales intentaron realizar el llamado <<gran juego», continúan en la
actualidad en situación de resistencia bélica casi permanente.
F. Barth ha ejercido una gran influencia en los antropólogos que es-
tudian pueblos pastores con una organización política centralizada. En su
obra sobre los Basseri (1961), analiza el doble equilibrio que los pastores
deben conseguir: por una parte, los pastos señalan un límite máximo al

168
PRINCIPALES ORIENTACIONES TEÓRICAS

total de animales que una zona puede soportar; por otra, el sistema nó-
mada de producción y consumo define un límite mínimo del tamaño del
rebaño necesario para cada grupo doméstico. También ha estudiado las
pautas de emigración que siguen los Basseri, que recorren anualmente
unas trescientas millas, desde los territorios de pasto de las estepas del
sur de Far en invierno, a los pastizales de montaña al norte en el vera-
no (Barth, 1981). Por último, también ha tratado (1964) los problemas,
c,..omunes a todos los pueblos pastores, de que el capital productivo de
los Basseri sean no las tierras, sino los propios rebaños, y el tipo de or-
ganización social caracterizada por la presencia de un líder autocrático
-khan- que de hecho regula las rutas migratorias.
Campesinos y agroindustria. Pese a la gran variedad de ecotipos y di-
ferencias sociales e históricas, muchos antropólogos encontraron varios
rasgos ecológicos y sociológicos más o menos generales en estas socieda-
des, donde podían hacer estudios en pequeñas comunidades siguiendo
técnicas tradicionales, aunque sin plantearse seriamente las implicacio-
nes de los procesos históricos y de la incrustación de estas sociedades en
el mundo global. A partir de los años ochenta, la mayor parte de estos
estudios <<casi autónomos» en la antropología anterior quedan teórica-
mente incorporados a diversas perspectivas de la economía política.
El primer problema que se plantea es el de la propia definición de
campesinado (Wolf, 1971; Martínez Veiga, 2010) al encontrarse las so-
ciedades agrarias -como tipos ideales- entre dos polos: la producción
a pequeña escala inclinada hacia la autosuficiencia del grupo domésti-
co7, que es a la vez la unidad de producción y consumo, y la agricultura
a gran escala orientada al mercado (Martínez Veiga*). Al mismo tiempo,
las poblaciones rurales, partícipes de los mercados mundiales de alimen-
tos, siguen manteniendo la ideología campesina que las presenta como
comunidades relativamente <<autónomas», que forman parte de estructu-
ras políticas estatales en las que mantienen una posición de subordina-
ción social, política y económica.
Sociedades industriales. El estudio etnográfico de las sociedades in-
dustriales, sobre todo en relación con los problemas políticos medioam-
bientales (Milton, 1996) y laborales, se ha incorporado tardíamente a
los estudios de nuestra materia.

7. Sobre la familia campesina, el gran clásico es A. V. Chayanov, La organización de


la unidad económica campesina, Buenos Aires, Nueva Visión, 1974 (orig. 1925). Como se
sabe, M. Sahlins reformuló lo que él llama <<ley de Chayanov» en su Stone Age Economics.
Un buen comentario a la teoría de Chayanov es el artículo de B. Kerblay, <<Chayanov and
the Theory of Peasantry as a Specific Type of Economy», también incluido en la utilísima
recopilación de T. Shanin. La misma noción de ciclo familiar, pero desarrollada por un an-
tropólogo, se encuentra en la Introducción de M. Fortes al libro editado por J. Goody, The
Developmental Cycle in Domestic Groups, Cambridge, Cambridge University Press, 1958.

169
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

A todas las razones que hemos apuntado (Moreno Feliu, 2010b) para
explicar que los antropólogos no se interesasen hasta hace relativamente
poco tiempo, salvo excepciones como puedan ser las investigaciones de
l. Terradas, por estudiar diversos problemas de las sociedades industriales
y sus procesos afines como la urbanización, las migraciones internacio-
nales o los problemas medioambientales, habría que añadir la arraigada
creencia occidental de que la historia se mueve en una secuencia pre-
ordenada de progreso, que en el momento de la primera industrializa-
ción alcanzaba su cima tecnológica en la Revolución Industrial, de un
modo similar a como hoy lo haría en la visión neoliberal de la globaliza-
ción. En lugar de asumir la existencia de un mundo policéntrico (Pome-
ranz, 2000: 4 ), el eurocentrismo de este tipo de modelos llevó a muchos
científicos sociales a trazar escalas evolutivas sobre la <<modernización»
en las que la clasificación de las naciones en atrasadas, subdesarrolladas,
tercermundistas o en vías de desarrollo nos indicarían los tramos que les
aguardan hasta llegar a ser como los países del G8.
También es cierto, como recuerda Parry (2009: 293-295), que insti-
tutos de investigación como el Rhodes-Livingston y la Escuela de Mán-
chester (Schumaker, 2001) habían producido una riquísima literatura
etnográfica sobre Zambia y el Cinturón del Cobre en la que se mostraba
cómo la <<identidad tribal africana>> podía considerarse un fenómeno es-
pecíficamente urbano y moderno (es decir, de la época colonial), rela-
ti,,':·, cionado con la necesidad que experimentó la masa de extraños, proce-
1
,. • ~
dentes de toda la región central y sur de África, que trabajaban en las
'"·1') '""• industrias y en las minas, de dotarse de identidades específicas. Aunque
otros autores también relacionen la necesidad de establecer identidades
precisas con las propias tipologías clasificatorias que usaba la burocracia
de la administración colonial (Mamdami, 2001; Cooper, 2005).
No obstante, a pesar de sus aciertos a la hora de tratar fenómenos
históricos específicos, la llamada Escuela de Mánchester (Martínez Vei-
ga, 2010) sí asumió según Parry (2009) un cierto etnocentrismo que les
hizo considerar los fenómenos de la industrialización en las colonias afri-
canas como si perteneciesen a un modelo único, de tal forma que se-
gún Ferguson (2006, 2009), que ha reestudiado los mismos lugares en
la actualidad, habían tratado el Cinturón de Cobre zambiano como si lo
que estuviese ocurriendo allí durante la época colonial reprodujese los
mismos fenómenos que se habían vivido en los suburbios de Birmigham
un siglo antes.

170

1
Contrapunto 11

PASATIEMPOS MARGINALES .
.NOCIONES DE ECONOMÍA MARGINALISTA O NEOCLÁSICA:
UNA APROXIMACIÓN A LOS MODELOS
ECONÓMICOS SUBYACENTES A LA DISCUSIÓN
ENTRE FORMALISTAS Y SUBSTANTIVISTAS 1

Las páginas que siguen son una breve exposición de algunos de los mode-
los, gráficos y vocabulario que tanto fascinaron a los antropólogos forma-
listas, cuando pensaron que podrían aplicarse, sin problemas, al estudio
de otras sociedades. Pido disculpas de antemano si el texto sufre de un '~
abuso de jerga (que les será familiar a través de los <<analistas» que nos
explican la «economía», <<la utilidad marginal», <<la oferta y la demanda» ·~
o incluso «la mano invisible» del mercado, en todos los medios). Esta
breve guía (espero que comprensible) intenta ayudar a quienes tengan
curiosidad por saber qué teorías y modelos hay detrás de la polémica j
entre formalistas y substantivistas. ¡ ~
He puesto en negrita muchos de los términos y teorías más relevan-
tes, en los que, tal vez, debería haber profundizado más, pero este con-
trapunto no pretende ser un curso intensivo de economía neoclásica en
1
cuatro páginas 2 •

ECONOMÍA NEOCLÁSICA

La llamada economía neoclásica o marginalista es el resultado, como


nos recuerdan los antropólogos Chris Hann y Keith Hart (2011), de
las formulaciones independientes de varios economistas, notablemente

l. La idea de incluir estas notas sobre los formalistas y su interés en la concepción


marginalista proviene de mis años en la Universidad de Londres, donde, tanto en University
College como en la London School of Economics, seguí varios seminarios, cuyo objetivo
era determinar en qué modelos económicos estaban interesados estos antropólogos. Como
siempre encontré útiles las sesiones que aproximaban los términos y gráficos básicos a una si-
tuación etnográfica ideal, he decidido incorporar estas notas como contrapunto a la parte II.
2. Para una exposición más detallada y mucho más completa de los postulados de la
economía y de la microeconomía, además de las referencias a las teorías económicas que
aparecen en el texto, están disponibles varios recursos en la red.

171
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

de William Jevons y Alfred Marshall en Manchester y en Cambridge,


Carl Menger 3 en Viena y Léon Walras en Lausana. Todos estos autores
desviaron el interés político-social de la economía política clásica a los
cálculos que haría un abstracto Horno economicus. Se conocen como mar-
ginalistas porque, como veremos más adelante, concebían el valor como
el cálculo del incremento marginal que se producía según fuesen los bie-
nes totales que tuviese el Horno economicus en cuestión, de modo que
<<un dólar resulta más valioso para algmen que solo tiene diez que para
un millonario>> (Hann y Hart, 2011: 3 7).
La economía neoclásica parte de la definición formal de la economía
que había popularizado sir Lionel Robbins: es la ciencia que estudia la
conducta humana como una relación entre unos medios -que son esca-
sos y tienen usos alternativos- y los fines que se pretende conseguir. Los
economistas neoclásicos ocultaban su sesgo ideológico atribuyéndose el
papel de expertos en la buena marcha de las empresas, de tal forma que
con ellos la economía se convierte en la aplicación de unas técnicas
que les permiten saber economizar, maximizar e incrementar lo que antes
~ ,!:~ ~
se llamaba eficiencia y que ahora, sin saberse bien por qué, el aggiorna-
miento ideológico prefiere que se denomine <<excelencia>>.
,,,1
Históricamente, como señala el gran economista Douglas Dowd 4
(2000: 82-83), frente a las formulaciones de la economía política clásica
1~ 1 de Smith o de Ricardo, que habían surgido como un alegato a favor del
ti.~;,' : cambio en una época de grandes novedades sociales, políticas y económi-
•,. •d,l, cas y que, por tanto, mantenían una postura crítica y reivindicativa frente
'·t).,,,! a los restos de prácticas feudales y mercantilistas, la economía neoclásica
aparece en un momento en el que estos economistas consideran que el
capitalismo industrial, sobre todo en Inglaterra, ya está plenamente con-
solidado. Por ello, como indica Dowd, sus modelos -económicos y su
percepción, claramente ideológica, de que la sociedad no es más que un
club de consumidores- pueden considerarse conservadores en el pleno
sentido de la palabra.
Su ámbito de interés -restringido a la microeconomía- se centra
en el funcionamiento del libre comercio y de mercados particulares, so-
bre todo los relacionados con las empresas5 , y la demanda individual,
basada en la racionalidad de las elecciones.

,11

¡'1 3. Los discípulos de Carl Menger, L. von Mises y F. Hayek han sido la inspiración
1
1
,,
ideológica de las políticas neoliberales puestas en marcha desde la época de R. Reagan y
de M. Thatcher.
4. Douglas Dowd (1919-) ha sido catedrático de Economía Política en las universi-
dades de Cornell, John Hopkins y Berkeley. Tras su retiro de las universidades americanas
vive en Italia, donde imparte clases en la Universidad de Bolonia.
S. Presuponen que funciona una competición perfecta entre ellas.

172
1 1ili
L
PASATIEMPOS MARGINALES

En este sentido, la economía neoclásica nos presenta una teoría for-


mal de la toma de decisiones racionales, que se podría aplicar a cual-
quier tipo de acción (como señala críticamente Cancian en su artículo
incluido en Moreno Feliu *). Esta definición formal solo se transformará
. en parte de una teoría <<económica>> al matizar que la teoría formal de
la acción racional la aplicaremos a procesos claramente definidos como
«económicosé. Siguiendo la definición, la economía formal plantea los
problemas económicos como problemas de toma de decisión óptima, es
decír, como problemas (expresados en términos de funciones matemáti-
cas) de maximizar o minimizar los esfuerzos para alcanzar unos objeti-
vos sujetos a una serie de restricciones.
La economía formal introduce una serie de deducciones lógicas deri-
vadas de postulados y supuestos matemáticos, que se interpretan en térmi-
nos de decisiones humanas (porque ha establecido en su definición que
la optimización se consigue mediante la acción decidida de individuos y
grupos humanos). Sin embargo, es importante destacar que los mismos
modelos matemáticos pueden también utilizarse en sistemas puramente
físicos, como, por ejemplo, en determinar el flujo máximo de corriente
en una red de circuitos eléctricos. De hecho, el modelo general del equi-
librio competitivo, que veremos más adelante, presenta afinidades con
la mecánica newtoniana.

TEORÍA NEOCLÁSICA ELEMENTAL DE LA ELECCIÓN DEL CONSUMIDOR

Presuponemos condiciones de competición perfecta. Esto significa que


suponemos que existe <<un gran número>> de compradores y vendedores
que realizan transacciones entre sí, de tal modo que ningún individuo
sería capaz de influir en los precios del dinero o en las ratios de true-
que o de intercambio, haciendo variar el nivel de oferta o de demanda
de cualquier bien. También presuponemos que los agentes individua-
les de una economía perfectamente competitiva serían <<tomadores de
precioS>>, es decir, que las proporciones en las que un bien se inter-
cambia por otro se determinan en el exterior del modelo que estamos
presentando (trataremos más adelante cómo se determinan). También
presuponemos que el individuo-actor es un átomo, una especie de mó-
nada leibniziana, un ser aislado que definimos independientemente de
sus relaciones sociales (véase Dumont y la creación del individuo mo-

6. Ponemos «economía» entre comillas para tener presente la dificultad de aislar la


categoría de lo «económico». Por otra parte, hay muchos procesos de toma de decisión
que no tienen nada que ver con la «economía>>, como apuntaba el propio Polanyi. Por ejem-
plo, todo el campo de la moral está lleno de elecciones entre el bien y el mal, que son
ajenas a la descripción marginal de la elección.

173
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

derno como prototipo de la ideología económica). Por último, el mo-


delo de la competitividad perfecta también presupone que las decisio-
nes se toman en condiciones de seguridad o certeza absoluta: quienes
toman las decisiones lo hacen conociendo instantáneamente y a un
coste cero toda la información sobre los precios de todos los bienes
disponibles.
Una vez supuestas todas esas condiciones que exige el modelo -en
la vida real sería mucho suponer-, vamos a imaginarnos que somos an-
tropólogos formalistas como los Burling, Cook o Schneider de la época
de la polémica y vamos a inventarnos un caso etnográfico (completa-
mente imaginario) para ilustrar cómo funcionaría el modelo. Supon-
gamos un «individuo» de un poblado de Nueva Guinea que tiene una
piara de cerdos y que no desea comérselos, sino intercambiarlos por
otros bienes.

OBSERVACIONES SOBRE EL EJEMPLO HIPOTÉTICO


" i,~:.

Esta mera formulación hipotética en una investigación real ya nos plan-


tearía un sinfín de cuestiones substantivas muy importantes, como, por
ejemplo, dado que no hay individuos como valor y que quienes cuidan
los cerdos son las mujeres, como ilustra el libro sobre los Sembanga
~)
Maring, Cerdos para los ancestros (Rappaport, 1987), ¿qué determina
'• el tamaño de una piara de cerdos que mantiene un grupo doméstico?,
'•, ¿cómo están compuestos los grupos domésticos?, ¿cómo es la división
l"'),,,.,"'tl
del trabajo según el género? o ¿cuándo y quiénes en un grupo domés-
tico concreto deciden intercambiar?, ¿con quién, cómo y por qué?, et-
cétera.
Existe un abismo entre los textos «formalistas>> de la polémica y las
investigaciones llevadas a cabo por los propios autores que se adscribían a
esa orientación teórica. Por ejemplo, la magnífica monografía de R. Firth,
Primitive Polinesian Economy (Firth, 1939) parte de datos substantivos
sobre los Tikopia, que no concuerdan con las declaraciones programáti-
cas del propio Firth.
Ignoremos las observaciones anteriores, porque estamos siguiendo
los presupuestos formalistas de la polémica. Así que los cerdos de nues-
tro individuo de Nueva Guinea son equivalentes al dinero {para todo
uso) que cualquiera de nosotros lleva a una tienda cuando va a comprar.
Nuestro individuo podría cambiar sus cerdos por ñames, por frutas, o
por cualquier otro producto, es decir, tendría tantas alternativas como
quisiese. Pero, para poder representar la situación de elección en un grá-
fico sencillo, vamos a suponer que está interesado en intercambiar los
cerdos por dos tipos diferentes de productos: o bien por unas conchas

1 174
PASA TI E M POS MARG 1NA LES

de molusco que tienen mucho éxito y prestigio entre otros miembros del
poblado, o bien por un producto comercial-en el sentido de que no se
ha producido en la «comunidad»- como, por ejemplo, chapas metáli-
cas para arreglarse el tejado de su cabaña.

EL MODELO MICRO ECONÓMICO

.-
Suponemos que el objetivo de nuestro individuo de Nueva Guinea es
maximizar su utilidad. Sus fines son escoger la combinación de conchas
y de chapas que le aporte la máxima satisfacción. Pero tiene unos me-
dios escasos con los que alcanzar su objetivo: un número limitado de
cerdos que, bajo las condiciones de competitividad perfecta que hemos
establecido al principio, pueden intercambiarse por conchas o por cha-
pas mediante una proporción fija sobre la que el comprador no puede
influir, porque es un elemento ya determinado, dado que nuestro indi-
viduo es un <<tomador de precios» (a partir de ahora nos referiremos a
las proporciones fijas del intercambio como <<precios» sin preocuparnos
de las discusiones que tendríamos sobre los precios en una situación real).
En resumen, el problema de nuestro individuo es maximizar con restric-
ciones, en este caso, con restricciones presupuestarias.

MAXIMIZACIÓN DE LA UTILIDAD

Vamos a detenernos en su problema. El supuesto fundamental de la teo-


ría neoclásica (marginalista) de la elección del consumidor es el de la
utilidad marginal decreciente. Se trata de un postulado psicológico que
los manuales de economía ilustran con el ejemplo de lo que nos ocurre
cuando saciamos el hambre o la sed: las primeras gotas de agua que bebe
una persona sedienta le producen mucha satisfacción, pero cuando la
sed comienza a remitir, la satisfacción, que se alcanza en cada trago, dis-
minuye. Además de en los ejemplos del hambre o de la sed, también po-
demos pensar en los rendimientos decrecientes de la agricultura, cuando
se incrementa la cantidad de trabajo para cultivar una parcela de tierra,
cuya extensión no varía.
El supuesto de la utilidad marginal decreciente sostiene que cuan-
to mayor es la abundancia de un bien, menor es la satisfacción adicio-
nal que reporta cada unidad extra (marginal): para un sediento cada
nuevo trago de agua reporta una satisfacción menor que el anterior.
La satisfacción total sigue aumentando, pero en proporciones decre-
cientes. Si el consumidor obtiene una cantidad cada vez mayor de un
bien, llegará un momento en que la satisfacción adicional que obtenga

175
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

de cada nueva unidad de ese bien, será inferior a la que le proporciona-


ría obtener una unidad de otro bien. En nuestro ejemplo hemos estable-
cido que nuestro individuo se enfrenta a un par prefijado de <<precios>>
para obtener conchas o chapas metálicas en términos de cerdos. Vamos
a establecer que por un cerdo obtiene (no vamos a decir «compra>> por-
que nos meteríamos en el mundo del comercio, que, como veremos más
adelante, es una institución mucho más antigua que la del sistema de
mercado) una concha o diez planchas de chapa. ¿cuándo podemos ase-
gurar que nuestro individuo ha obtenido la máxima satisfacción posible
de la combinación de conchas y de chapas que ha escogido? La res-
puesta del modelo es contundente: en el momento en que nuestro in-
dividuo ha realizado <<demandas>> de cada bien y ha alcanzado el punto
en que las utilidades marginales por cada cerdo gastado son iguales. O
explicado en otras palabras: si, por ejemplo, las conchas proporcionan
más utilidad marginal por cerdo, el consumidor incrementará su satis-
facción general empleando los cerdos en obtener más conchas que en
adquirir chapas. Lo que establece el principio de utilidad marginal de-
creciente es que si empleamos los cerdos para obtener conchas, llegará
un momento en que la adición de más y más conchas proporcionará
menos satisfacción total que la que perdemos al haber sacrificado la
obtención de chapas. En ese momento, la ratio de utilidad marginal
del cerdo-precio por conchas debe ser igual a la ratio de utilidad mar-
\ ' ginal del cerdo-precio por chapas. La elección óptima (utilidad-maxi-
1
1'
mización) se produce en una posición de equilibrio conductual: dado
'·· ¡') "\1 su objetivo básico y sus recursos en cerdos (presupuesto), además de
sus gustos y preferencias, el individuo no tiene incentivos para modifi-
car su conducta. Mientras los <<precios>> permanezcan iguales, siempre
hará la misma elección en situaciones idénticas.

UNA EXPOSICIÓN GRÁFICA

Resulta más fácil expresar todo lo anterior en gráficos que, además,


nos permitirán especificar la mejor elección del consumidor, sin uti-
lizar la noción de utilidad cardinal, es decir, sin considerar que las sa-
tisfacciones puedan medirse y compararse en términos de valores nu-
méricos absolutos (por otra parte, la obsesión por las medidas puede
resultar bastante absurda: ¿qué sentido tiene cuantificar si a alguien le
gusta más ir al cine, a un concierto o ver la televisión en términos de
unidades contables de placer y dolor?). La economía moderna, salvo
en un caso 7, considera la utilidad en sentido ordinal. De todas formas,

7. La excepción sería la Teoría de Juegos iniciada por Von Neumann y Morgensterm.

176
PASATIEMPOS MARGINALES

tampoco necesitamos complicarnos la vida con la noción de utilidad,


porque lo único que nos interesa de la utilidad ordinal es que presupone
que los actores establecen rangos entre los bienes en términos de prefe-
rencias. Así, ahora vamos a considerar que nuestro individuo de Nueva
Guinea tiene unas preferencias preordenadas completas con respecto a
todas las posibles combinaciones de conchas y chapas. Es decir, cuando
se le presenten dos combinaciones cualesquiera, debe decidir si prefiere
la combinación A, la B o si le resultan indiferentes. Las condiciones
del modelo son un poco más estrictas porque suponemos que su pauta
total de preferencias en términos de la serie total de combinaciones
posibles, está 1) fijada de antemano y 2) es consistente. Al ser consis-
tente, también es transitiva: si A es preferida o equivalente a B y B es
preferida o equivalente a C, entonces A también debe ser preferida o
equivalente a C.
Si en otro alarde de imaginación establecemos que las conchas y las
chapas se pueden subdividir infinitamente, entonces, podemos trazar una
curva continua entre aquellas combinaciones que le resultan indiferen-
tes a nuestro individuo (curva de indiferencia). Dado que los puntos de
la curva son equivalentes en términos de preferencias, las curvas repre-
sentan las series de todas las combinaciones que portan niveles de utili-
dad idénticos (aunque no podamos medirlos en unidades absolutas), así
que las curvas de indiferencia también pueden denominarse curvas de
<<equi-utilidad>>. También se puede apreciar en el diagrama (Gráfico 1)

Gráfico 1
Conchas '
''
'
''
'
''
''
''
'
''
'

2,5
1
f------------+--------- .
··-- ........ ,

i i ...............

1 1
----------¡-----------------+------------------

2,5 Chapa
metálica

177
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

que estas curvas son convexas con respecto al origen (en términos téc-
nicos son series estrictamente convexas), porque la teoría asume la ley
de sustitución, también conocida como el supuesto de la tasa decrecien-
te de la sustitución marginal. Este supuesto establece que cuanto menos
[más] se obtiene de uno de los bienes, más [menos] se desearía descartar el
otro para obtener una unidad extra del primero. O, en otras palabras, la
utilidad marginal de un bien más escaso se incrementa en relación con
un bien más abundante. En el gráfico de nuestro ejemplo, esto se refleja
en que las combinaciones (5;1), (1;5) y (2,5; 2,5) son todas equivalen-
tes, aunque la argumentación se refiere solo a la inclinación (es decir, la
forma) de las curvas. Para obtener 2 unidades de chapa en lugar de 1,
nuestro individuo tendría que sacrificar 2 unidades de concha. Pero, a
partir de este nivel, solo tendría que sacrificar un 1,5 más para duplicar
sus posesiones de chapa. (Como ya se habrá percibido, la <<ley>> se deri-
va del mismo supuesto psicológico en que se basa la utilidad marginal
decreciente.)
Podemos trazar un número infinito de curvas de indiferencia (Grá-
.\11:111 fico 2) en el espacio definido por nuestro gráfico. Lo que debería que-
darnos claro es que a medida que nos alejamos del origen, cada curva
sucesiva representa un nivel superior de satisfacción total, dado que

\ '·1,'.
el consumidor obtiene más de ambos bienes cada vez que llega a una
curva supenor.
~.:, .. Gráfico 2
'•li~.
'···()"")

11:

!: !11
¡,¡

iJ Hay una salvedad: si el consumidor alcanza un punto de saciedad


cuando ya ha tenido bastante de todo, la curva de indiferencia sería así:

178
111
!1
1
jilll
I.Ollll.i ... t
PASATIEMPOS MARGINALES

Gráfico 3

_,m

Sobrepasado el punto S el incremento de consumo de los bienes re-


duce la utilidad.
En este caso, la solución del problema de la «elección racional>>, que
definiremos más adelante, no funciona: los neoclásicos, como había cri-
ticado Polanyi, cuando construyen el modelo normativo de una econo-
mía competitiva, asumen que las necesidades son ilimitadas:

LA ELECCIÓN DEL CONSUMIDOR IMAGINARIO DE NUEVA GUINEA

Recordemos que nuestro individuo consumidor de Nueva Guinea tiene


una cantidad de cerdos limitada («medios escasos>>). Podemos mostrar
cómo afecta a sus elecciones dibujando una restricción presupuestaria
(Gráfico 4). Se enfrenta a unas tasas de cambio de 1:1 (para cerdos-con-
chas) y de 1:10 (cerdos-chapas). Supongamos que en total tiene 5 cerdos.
Si gastase todos los cerdos en conchas, obtendría un total de 5, o alter-
nativamente, podría adquirir 5O planchas de chapa si gastase los 5 cer-
dos en obtener ese bien. Si trazamos una línea entre estos dos puntos
limitantes, el gráfico nos mostraría su restricción presupuestaria: puede
alcanzar una combinación de bienes que caiga en la línea o en el interior
(entre la línea y el origen).
Como asumimos que gasta todos los cerdos en la transacción, la com-
binación que elija caerá en la línea, no en el interior. ¿Qué escogerá?
Su mejor elección (racional) será una combinación que se sitúe en la cur-

179
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

Gráfico 4

E = Punto de tangencia
1
1
1
1 1
\
1 \
1
Conchas 1
''
\
'
\
\
\
' ' .........
~
''
''
''
',,
',, --- ~

' ' ',, ,'~


1
\
\
\
',,
---
2 1-- ------------------\-
'
''
''
''
' ,,,,.. _____ ......

30 Chapa metálica
~'i:tl

va de indiferencia más alta que pueda, dados sus recursos porcinos, su


l. presupuesto. Como partimos del supuesto de que las curvas son curvas
\ (convexas), solo habrá un punto en el que la restricción presupuestaria
1
sea una tangente de la curva de indiferencia, el punto E en el gráfico,
•:1'.ri,)¡¡'
.,.
que representa la combinación de 2 conchas y 3 O planchas de chapa.
'·.(),,) Cualquier otra combinación caería en un punto más bajo de la curva de
indiferencia y, por tanto, aportaría menos satisfacción que 2/30, o bien
no sería una alternativa factible dado que su presupuesto es de 5 cerdos.
Así que <<el modelo>> en cierto sentido <<predice>> la elección que hará
nuestro individuo. Pero ¿en qué sentido?

DIFICULTADES PARA APLICAR EL MODELO EN LA REALIDAD

Solo podremos predecir el punto en la línea presupuestaria que escoge-


rá el consumidor si conocemos su gama de preferencias. Sin tal cono-
cimiento, la predicción sería imposible. Muchos autores han señalado
que la idea de las preferencias preordenadas no se da empíricamente en
la realidad. Muchos otros también rechazarían por completo el supues-
to de transitividad en las preferencias de la gente real (pero estas críticas
no destruirían los principios básicos de la teoría, tal y como se presentan
en formulaciones más complejas). Por otra parte, la teoría realiza ciertas
predicciones adicionales sobre cómo la gente respondería, por ejemplo, a
las alteraciones o cambios en los precios. Es más, como veremos ense-

180
PASATIEMPOS MARGINALES

guida, proporciona el apoyo lógico a la teoría de la demanda de la eco-


nomía neoclásica.
Sería imposible determinar su relevancia para analizar la racionali-
dad de la conducta real {lo que a nosotras nos interesa, es decir, lo que
.hace la gente real en el mundo real), a menos que hayamos establecido
empíricamente la constancia de las preferencias preordenadas durante
toda la situación de cambio. Sin embargo, es fácil observar que las pre-
ferencias de la gente cambian según cambian las situaciones. Volvamos
a núestro individuo de Nueva Guinea y supongamos que estuviese eli-
giendo entre conchas y ñame: podría darse el caso de que escogiese en
distintas ocasiones combinaciones distintas de conchas y ñames, contando
con los mismos cerdos y sin que hubieran variado los precios. Por ejem-
plo, supongamos que el ñame y las conchas se intercambian por cerdos
solo cuando va a iniciarse un festín ceremonial. Casi siempre, mediante
las redes de parentesco, sus familiares le proporcionarían los ñames y solo
tendría que adquirir en el intercambio una cantidad adicional pequeña,
así que con los cerdos intentaría obtener una cantidad superior de con-
chas que utilizaría para arreglarse en la ceremonia y ostentar su riqueza
ante sus invitados. Pero en otra ocasión podríamos observar que la misma
persona a cambio de los cerdos adquiere muchos ñames y pocas con-
chas. ¿por qué? Vamos a imaginarnos que tanto en su casa como en la
de sus parientes la cosecha ha sido pésima y ha decidido que ir menos
arreglado a la ceremonia es preferible a dejar hambrientos a los invita-
dos, a pesar de que hubiera podido mantener la preferencia anterior. Este
ejemplo hipotético, pero muy probable, nos muestra las dificultades de
considerar fijas las «preferencias preordenadas>>.
Evidentemente, el modelo básico que hemos expuesto y el ejemplo
anterior son demasiado simples ante los modelos que utilizan los eco-
nomistas, pero a nosotras nos sirven para ilustrar el problema con que
nos encontramos al usar y mostrar la relevancia del concepto formal
de racionalidad y de maximización de la utilidad, especialmente como
partes de un modelo estático.
Las preferencias preordenadas no explican nada sobre el mundo ni
sobre los individuos concretos, en caso de que existan en la realidad:
a lo más que llegan es a formular una descripción 8 • Es cierto que en el

8. El planteamiento del problema es distinto en la Teoría de Juegos de Von Neu-


mann, que sí permite contrastar si los jugadores adoptan la mejor estrategia, dado que
el modelo mismo especifica, sin ambigüedades, las reglas y los saldos del juego y el fin
que se busca es obtener siempre las mayores ganancias monetarias posibles. En el artículo
de Sutti Ortiz, «La estructura de la toma de decisión entre los Indios de Colombia», en
R. Firth, Temas de Antropología Económica, México, FCE, se encuentra un intento de mos-
trar la «racionalidad» de las decisiones entre los indios Páez.

181
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

modelo el individuo racional escogerá su alternativa preferida. Pero 2qué


nos explica eso?
Volvamos a nuestro ejemplo inicial de las conchas y las chapas me-
tálicas para comprender mejor el alcance de estas dificultades. Suponga-
mos que en la comunidad de Nueva Guinea todos los individuos están
eligiendo entre ambos bienes y que de los 100 miembros de la comu-
nidad, 1 O adquieren una mezcla de ambos, 60 solo escogen conchas
y 30, solo chapas metálicas. Según el modelo diríamos que 90 perso-
nas tienen curvas lineales de indiferencia; según los datos diríamos que
la mayoría de la comunidad no quiere tejados de chapa y que treinta
personas no quieren conchas. Pero como antropólogos no sería muy re-
levante tratar esta pauta de elecciones como el resultado de los gustos
y preferencias individuales, sino que tendríamos que introducir otros
elementos. Supongamos, por ejemplo, que tanto las conchas como las
chapas son símbolos de estatus, pero que estas últimas las utilizan per-
sonas que quieren manifestar su <<modernidad>>, mientras que las con-
chas las adquieren personas que no quieren alejarse de la <<tradición>> (los
' que adquieren ambos bienes pretenderían participar en los dos mundos).
Hay muchas situaciones de este tipo en el mundo real, pero un análi-
sis antropológico que se limitase a observar que la <<maximización de la
utilidad» está encaminada al <<prestigio de la construcción>>, expresado
en los códigos alternativos de <<ser modernos» o de <<ser tradicionales»,
11,,;\ no nos llevaría muy lejos a la hora de explicar nuestra comunidad de
Nueva Guinea. Tendríamos que analizar los procesos de cambios socio-
'·. 1""),.,,, económicos e ideológicos significativos, las escalas de los antagonismos
y conflictos políticos, cómo se establecen las distinciones de género, las
obligaciones entre parientes, las relaciones sociales de las personas y de
los grupos entre sí y cómo afectan a fenómenos tales como la distribu-
ción de ingresos, los modos de controlar el trabajo en esa comunidad y
la microhistoria de las relaciones coloniales.
Esta crítica a la pobreza explicativa del modelo se aplicaría igual-
mente a otras orientaciones teóricas que también adoptasen un mode-
lo simplón, o para entendernos mejor, <<economizante>>, a la hora de
analizar la conducta social. Es cierto que los formalistas han destacado
que la maximización de la utilidad se aplica tanto a valores inmateriales
como a las satisfacciones materiales. Pero el problema antropológico real
1
es explicar de dónde proceden esos valores, por qué son esos concre-
tos, cuáles son las relaciones en las que cobran sentido, es decir, cómo se
han establecido como tales, y cómo y por qué cambian en el tiempo. Lo
único que nos dicen los gráficos que hemos elaborado antes es que las
¡1'1 elecciones y preferencias podrían estar tanto psicológica como socio-
1.1 lógicamente determinadas, pero nos dejan las preguntas importantes
sin respuestas.

182

L !1¡
PASATIEMPOS MARGINALES

Formalmente, un economista neoclásico nos podría dar una respuesta


-legítima: el modelo de la elección del consumidor en una economía per-
fectamente competitiva no pretende explicar la conducta real de las
personas en el sentido tan concreto en que se plantean las investigacio-
nes antropológicas. Lo admitimos. Pero entonces también sería legítimo
que las antropólogas nos preguntásemos cuáles son los propósitos del
modelo y para qué sirve:

-No necesitamos las recetas de todas las agencias de valoración


de los distintos organismos internacionales para darnos cuenta de que
la función más clara del modelo es no~mativ. El mismo tipo de análi-
sis de la <<elección racional» de nuestro nativo de Nueva Guinea puede
aplicarse a la <<maximización del beneficio» de una empresa que se en-
frente a las restricciones del coste de producción. La totalidad del siste-
ma económico puede representarse como varias series de mercados de
mercancías, considerando como tales el trabajo, las materias primas y
los productos del capital (también podríamos incluir el comercio inter-
nacional, los mercados financieros y los Gobiernos). 'lt!
El equilibrio general de todo el sistema se alcanza cuando todos los
mercados están ajustados, es decir, cuando no quedan vendedores con
bienes sin vender ni compradores que quieran comprar bienes de los que
no se dispone. Donde haya un mercado de trabajo (es decir, en el mo-
delo de producción capitalista), esta condición, conocida como ley de
',j
Walras, debiera aplicarse también a ese mercado de trabajo: aunque suene ·~
a un mal chiste, cuando asistimos a despidos porque las empresas fun-
cionan como oligopolios que externa/izan sus contratos o se cambian de
·~
lugar en busca de mano de obra barata, el desempleo involuntario debe 1

ser cero. En realidad, la antibiografía económica de Eliza Kendall es una


1
ilustración de la práctica y la teoría marginalista y de la apropiación
por intermediarios, que contribuían a que su trabajo fuera parte de la
externalización de la industria textil, de las unidades de utilidad de su
productividad laboral:

Eliza Kendall no experimentó el capitalismo a través de una productividad


tecnológica ni de una relación salarial sencilla. No trabajaba en una fábrica
ni bajo un control empresarial directo (Terradas, 1992: 44).

- La economía neoclásica pretendía probar que si el sistema de pre-


cios funciona adecuadamente, si cada individuo busca sus intereses per-
sonales egoístas (el beneficio y la maximización de la utilidad), el equi-
librio general de la economía dellaissez-faire será socialmente óptimo,
en el sentido del óptimo de Pareto: la eficiencia óptima del sistema se
alcanza cuando no es posible mejorar la situación de un individuo sin

1S3

j
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

empeorar la de otro. Sin embargo, hay que tener en cuenta que esta defi-
nición del óptimo de Pareto no se refiere al bienestar social, considerado
como el bien común de una sociedad, sino que es relativa a la distribu-
ción de la renta, porque el óptimo de Pareto sería lógicamente consis-
tente en una situación en la que el 1 o/o de la población viviese en el lujo
y el 99o/o restante, en la miseria.
- Otra función del modelo, como ya hemos indicado, es sustentar
la teoría de la demanda en relación con el precio: la crónica neoclásica
del funcionamiento de los mercados formadores de precios, la ley de la
oferta y la demanda y la <<mano invisible>> de la competición que tanto
ha fascinado a los antropólogos formalistas.
- Para aclarar esta función, vamos a regresar a nuestro ejemplo de
Nueva Guinea y vamos a suponer que el <<precio en cerdos>> de las plan-
chas de hierro <<cuesta» el doble, mientras que el número de cerdos de
nuestro consumidor permanece estable. Puede adquirir 5 conchas pero
solo 25 planchas de hierro. Así que ahora tenemos que alterar la restric-
ción presupuestaria en el eje horizontal (Gráfico 5).
\ li:;~t

1'~(
Gráfico 5

\ 1

~.'} 1

' /,¡[)¡:;
'•
'(),,")

Antigua restr.icción
presupuestana
Nueva restricción presupuestaria

¿cómo escogerá ahora?, ¿dónde está el nuevo punto de equilibrio?


Claramente, la curva de indiferencia se ha alargado, es decir, se ha redu-
cido su utilidad total. Su renta real se ha visto reducida por la subida de
precio de las planchas de hierro, ya que solo podría adquirir la cantidad
anterior sacrificando una gran cantidad de conchas con respecto a su an-
tigua posibilidad de consumo. Este es el efecto en la renta de un cambio

184
PASATIEMPOS MARGINALES

"'"PClOS (recordemos que al consumidor le interesa la renta real, el


adquisitivo). En segundo lugar, las planchas de hierro son más ca-
con respecto a las conchas, así que si las conchas son sustitutos de las
de hierro, podemos esperar que nuestro consumidor de Nueva
haga una sustitución relativa de las más baratas conchas por las
•am:nas de hierro (piensen, por ejemplo, qué le pasaría al consumo de
tras una subida del precio del vino). A esto se lo llama el efecto
•stitución: el consumo relativo de un bien sustitutivo relativamente más
se incrementa con una subida de precio.
Estas proposiciones establecen el principio de que la cantidad de un
concreto demandado por los consumidores siempre se relacionará
con su precio, de tal modo que podemos trazar una curva de demanda
para cada bien (Gráfico 6) relacionando la cantidad con el precio, que
ie inclinará a la derecha.
Gráfico 6

Cantidad
Curva de oferta

Curva de demanda

p• Precio

Hay algunas excepciones a la inclinación a la derecha de la curva


de demanda reconocidas por los neoclásicos. En general se relacionan
con los efectos en la renta del movimiento de precios. Supongamos que
estamos estudiando la conducta de gente muy pobre que subsiste prin-
cipalmente gracias a un producto como el pan o las patatas. Si el precio
del pan sube y su renta disponible permanece constante, puede que estas
personas aumenten el consumo de pan y disminuyan el de otros pro-
ductos, más caros, como, por ejemplo, la carne o la leche. Como su ren-
ta real ha caído, su solución es consumir más pan, porque la carne sería
una fuente nutritiva relativamente cara. Si comprasen carne, tendrían que

185
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

reducir su consumo de pan a un nivel insuficiente para la subsistencia. Al


final, si siguiese disminuyendo su renta, cada vez les costaría más adqui-
rir pan. Esto es lo que sucedió en Irlanda al comienzo de la gran ham-
bruna de 1845, cuando las pésimas cosechas incrementaron el precio de
las patatas, o el tipo de decisiones que tomaron las hermanas Kendall,
cuando solo dos de ellas tenían trabajo: no solo sustituyeron alimentos,
sino que reordenaron las comidas diarias para suprimir algunas 9 •
También podemos examinar los motivos de un vendedor (o produc-
tor) de un bien y trazar una curva de oferta que tendrá una configura-
ción opuesta a la curva de demanda: a mayor precio, mayor deseo de
vender. La renta de las ventas se incrementa con el precio por unidad
de lo que se vende; la renta real del vendedor se incrementa si los pre-
cios de los bienes que compra permanecen constantes.
La intersección de las dos curvas define el punto de equilibrio en el
que la cantidad demandada iguala la cantidad ofertada en los mercados
de este bien.
Esta feliz situación se logra en un precio simple (p*), el precio del
\. i:~ ~Ir.•, equilibrio. Si rige otro precio habrá o un exceso de oferta o un exceso
de demanda en el mercado.
Según la teoría neoclásica del equilibrio competitivo, el funciona-
miento del mercado -que, como ya hemos indicado, nunca tiene en
cuenta la existencia de oligopolios- asegura que a lo largo del tiempo
\
1

1 los precios se ajustarán hasta que alcancen este nivel de equilibrio. En


•,)> ,, la economía como un todo tendrá que existir al menos una serie en
t.n',~·l
...
.
1 J,¡,
equilibrio de precios relativos para todos los productos acabados, me-
. '),~
dios de producción y trabajo (salarios) para asegurar que se cumple la
ley de Walras. Si los productores se encuentran con stocks de bienes
sin terminar, entonces bajarán el precio hasta que los logren vender.
En este sentido, la «ley de la oferta y la demanda>> se convertiría en un
mecanismo de ajuste.

LAS CONSECUENCIAS SOCIALES DE LAS POLÍTICAS NEOCLÁSICAS

A los economistas neoclásicos les gusta presumir de que mantienen el Es-


tado al margen de los procesos económicos, porque el mercado funciona
perfectamente sin regulaciones externas. Sería inútil contrarrestar tal pre-
supuesto ideológico recordándoles todas las leyes sin cuyo cumplimiento
difícilmente se mantendría el disfrute privado de las propiedades.
Un repaso por las políticas aplicadas en distintos países nos lle-
varía a las mismas conclusiones a las que llegó Polanyi, cuando en La

9. Véase el capítulo 1 de este mismo libro.

186

L,
,, 1'

'. 11
PASATIEMPOS MARGINALES

gran trasformación explica cómo las políticas de intervención estata-


les, planificadas y continuadas, están en el origen dellaissez-faire, de
la acumulación de riqueza y de la expansión de sus burbujas. Cuando
estas estallan, los economistas suspenden el liberalismo, mientras pi-
.den que sea el Estado quien pague y haga pagar a sus ciudadanos los
desperfectos sistémicos.
Además de que podemos -y debemos- cuestionar los problemá-
ticos presupuestos en que, como hemos indicado, se sustenta la teoría
neoélásica y su modelo de competición, hemos de recalcar que, como
señala Dowd (2000: 85), los neoclásicos no suelen tener en cuenta ni
los cambios tecnológicos ni la complejidad de la sociedad -con los pro-
cesos concretos que en ella tengan lugar- porque consideran que las
sociedades o no existen o son irrelevantes para la teoría: parece casi una
caricatura, pero a veces da la impresión de que lo único importante en
sus informes es que haya muchos números y que cuadren.
En su estudio sobre la crisis económica que se inició en 2008 con
la quiebra de la banca Lehman Brothers, tras haber sido galardonada
por las empresas de calificación de riesgos con todas las estrellas mi-
che/in de la excelencia económica, el keynesiano R. Skidelsky, al buscar
explicaciones a la obsesión de muchos economistas por utilizar mode-
los matemáticos complejos, cuando son incapaces de describir -no
hablemos de predecir- adecuadamente la situación económica, recu-
rre a una elocuente cita del economista Robert Waldmann: <<Tengo una
visión de cómo la gente puede dedicar tanto esfuerzo a desarrollar las
implicaciones de supuestos que casi nadie entre la gente corriente de-
jaría de considerar absurdos si los entendieran>>. En este inicio, el pro-
fesor de la Universidad de Roma no se aleja mucho de lo que llevamos
expuesto, pero lo interesante es cómo Waldmann 10 , para explicar la
obsesión numérica de los neoclásicos, solo encuentra un argumento
en la propia formación académica:

Los economistas de agua dulce 11 utilizan instrumentos matemáticos difíci-


les. Los estudiantes de programas de licenciatura de agua dulce tienen que
aprender muy deprisa una enorme cantidad de matemáticas. No es posible
hacerlo si no se dejan de lado todas las dudas en cuanto a la validez del plan-

10. Robert Waldmann en Angry Bear blog, 27 enero 2009: http: //angrybear.blogs-
pot.com/background-on-fresh -water-and -sal t.h tml.
11. Waldmann y Skidelsky denominan economistas de «agua dulce>> a los formados
en las universidades norteamericanas de los Grandes Lagos, sobre todo la escuela neoclá-
sica y conservadora creada por M. Friedman en la de Chicago. Los economistas de <<agua
salada» serían los formados en las universidades de la costa (Este y Oeste), quienes, en ge-
neral, mantienen unas posiciones más keynesianas o ciertos equivalentes norteamericanos
a la socialdemocracia.

187
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

teamiento. Una vez que se ha hecho la enorme inversión es sicológicamente


difícil decidir que ha sido un despilfarro. De ahí que la escuela consiga nue-
vos discípulos obligando a los estudiantes a seguir cursos extremadamente
difíciles ... Si mi información está al día, los inocentes que vienen de fuera
son la sangre nueva de la economía de agua dulce (Skidelsky, 2009: 51).

No hace mucho, el antropólogo David Graeber se explicaba que las


teorías del valor hayan dejado de ser preocupaciones fundamentales en
la teoría económica de manera bastante similar a la de Waldmann:

Podríamos decir que la economía comenzó su andadura con una serie de


reflexiones sobre el origen y la naturaleza del valor en la sociedad humana.
Pero esos tiempos ya hace que pasaron. Actualmente, la tendencia de los eco-
nomistas es limitarse a producir modelos matemáticos de cómo los actores
económicos asignan recursos escasos a la búsqueda del beneficio o cómo los
consumidores clasifican sus preferencias; no preguntan qué es lo que esos
actores pretenden conseguir en la vida o por qué los consumidores quieren
consumir lo que consumen. Este tipo de preguntas, que lo son sobre el va-
'' lor, las han abandonado en favor de los antropólogos, los sociólogos o los
filósofos (Graeber, 2005: 439).

Si en el plano académico hay esta confluencia en las interpretacio-


nes, en el de las políticas económicas defendidas por los neoclásicos, con
•.:;\ su obsesiva imposición de que las empresas y las finanzas se desarrollen
• •j¡::J,'" sin barreras o sin regulaciones, existe un mayor acuerdo entre los dis-
tintos analistas que las sitúan en los orígenes de las peores crisis sufridas
''· 0,¡1

(), . ,~
por la gente bajo el sistema capitalista.
En 1944, cuando todavía no había finalizado la Segunda Guerra
Mundial, tuvieron lugar tres acontecimientos dispares: los dos prime-
ros fueron la publicación de The road to Serfdom de Hayek y La gran
transformación de Karl Polanyi; el tercero, las reuniones de Bretton
Woods, mantenidas ese mismo año, donde se sentaron ciertos con-
troles institucionales que habrían de regular el funcionamiento de las
finanzas internacionales, mediante la creación de instituciones como
el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, para que no
se volviese a repetir la Gran Depresión y sus consecuencias. Los dos
artífices de Bretton Woods -M. Keynes y Harry Dexter White- com-
partían la opinión de que la gran crisis financiera, el sufrimiento que
desencadenó entre amplísimos sectores sociales o el desempleo ma-
sivo de los años treinta se podría evitar para las generaciones futuras
regulando y aumentando los controles sobre las finanzas internacio-
nales.
A partir de finales de los setenta, las políticas desregularizadoras
-iniciadas en la Gran Bretaña de Thatcher y en los USA de Reagan-

188

1
h
PASATIEMPOS MARGINALES

inspiradas por el rebrote neoliberal, basado explícitamente en Hayek,


se camuflaron bajo una gran campaña de propaganda que repetía por
muchos canales el mensaje de que estaba en marcha una globalización
inevitable, determinada por un cambio tecnológico que nos llevaría a
la «sociedad del conocimiento», pero que, para alcanzarla, se necesita-
ba que las sociedades volviesen a adherirse a los principios neoliberales
«Ortodoxos».
Estas políticas provocaron dos cambios importantes en el sistema fi-
fianciero internacional. El primero, fue un incremento de la movilidad
internacional del capital, como consecuencia de haber desregularizado
o eliminado los controles asentados en Bretton Woods. El segundo fue
un inmenso incremento en los mercados globales del comercio de di-
visas, de los futuros y de otros productos <<derivados», conocidos con
oscuros nombres que no lograron ocultar que estallasen las distintas bur-
bujas especulativas en que se basaban.
En la devastadora crítica a las consecuencias de las políticas neo-
liberales que han ido eliminando las reformas y mecanismos de con-
trol impuestos tras la Gran Depresión 12 que realizara hace más de diez
años 13 , el economista Douglas Dowd (2000: 81-86) mantiene que lo que
subyace a las recetas políticas neoclásicas es la doble creencia en que el
mercado es la mejor guía para las políticas económicas y que los mer-
cados se ajustan al modelo, es decir, son perfectamente competitivos,
aunque los datos no apoyen tal interpretación. Según las conclusiones
de Dowd, la teoría neoclásica <<no trata de economía, sino que presenta
un elaborado disfraz ideológico, que como tal resulta mucho peor que
si fuese inútil. Se le permitió que sirviera como guía de la política eco-
nómica hasta los años treinta. Después de haberla dado por muerta, hoy
vuelve a recorrer el mundo. Considerando los costes sociales y humanos
pagados en el pasado, a los que ahora habría que añadir también los
medioambientales, consentir que persista bordea la locura y la crimi-
nalidad» (2000: 85-86).
Diez años después, las palabras de Dowd suenan como una profe-
cía que nadie se paró a escuchar, en aquellos días en que la exuberancia

12. Se refiere a las políticas que, como acabamos de decir, se iniciaron bajo el manda-
to Reagan-Thatcher, pero que continuaron con Bush padre, Clinton o Bush hijo. Como
ocurriera en los años treinta, la serie de crisis financieras, cuya gravedad ha aumenta-
do progresivamente hasta el derrumbe financiero del 2008, ha vuelto a provocar un
incremento notable del desempleo, una desconfianza en los organismos de regulación
financiera como el FMI o el BM, ha sembrado dudas en las capacidades de la acción polí-
tica frente a las altas finanzas y ha exigido una paradójica intervención de rescate por parte
de los Estados, que ha permitido reforzar las políticas que casi llevaron el sistema a su
colapso.
13. Es decir, antes de que se desencadenase la crisis mundial iniciada en el año 2008.

189
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

financiera y quienes habían perpetrado impunemente el inside job 14, de


anular las medidas reguladoras, aplicadas con éxito tras la Gran Depre-
sión como autodefensa de la sociedad frente a las pretensiones insacia-
bles de los <<mercados>>, acabarían por alejar de nuestros bolsillos, una
vez más, el señuelo del cuerno de la abundancia.

\ ~: ' ~;1

~\ '

'~l:!,i
'· 'r¡.)

14. Inside Job, dirigida por Caries Ferguson (2010), es un premiadísimo documental
cinematográfico que, mediante entrevistas a catedráticos de Teoría Económica, banqueros
de Wall Street o directores de las agencias evaluadoras, expone la desmesura de la indus-
tria financiera y cómo ha logrado corromper a académicos, instituciones reguladoras, po-
líticos en el Gobierno y ciudadanos encantados de participar en las burbujas enmascaradas
como <<capitalismo popular>>.

190

L.
III

LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES


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5

ECONOMÍA POLÍTICA Y CIRCULACIÓN DE BIENES

USO Y ABUSO DE LA ETIQUETA <<ECONOMÍA POLÍTICA»

Al generalizarse en otras subdisciplinas antropológicas el uso del térmi-


no <<economía política>> (Roseberry''), se han perdido las raíces iniciales
que habían dotado de un cierto sentido teórico a esta perspectiva: en
un principio lo que la caracterizaba era haber vuelto a introducir en la
antropología norteamericana el interés por cómo se organizaba la pro-
ducción y la reproducción social. Desde este punto de vista, la etiqueta
de <<economía política>> se aplicaba a una concepción de la antropología
económica y de la política que reconociera la imposibilidad de separar
ambos campos, pero que al mismo tiempo conectara con el marxismo
estructural de los años setenta y ochenta, que tanto en Francia como
en Inglaterra había puesto sobre la mesa una lectura marxista-estruc-
turalista de los datos etnográficos sobre diversas sociedades africanas 1 •
Esta nueva interpretación -el marxismo cerebral de Firth- bus-
caba que la noción de modo de producción, por ejemplo, dejase de
ser una explicación tecnológica de la vida social para que se aplicara
en resolver cuestiones como cuál era la naturaleza de las relaciones de
producción en sociedades donde el trabajo se organizaba a partir del pa-
rentesco. De esta forma, se abandonaban las viejas relaciones determi-
nistas entre base y superestructura: los sistemas de parentesco expre-
san tanto los derechos sobre la propiedad de los medios de producción
-se hablaba incluso de un modo de producción del linaje- como
su articulación ideológica (Hinders y Hirst, 1975; Godelier, 1977;
Robothan, 2005; Martínez Veiga, 2010).

1. Excepto Godelier, que había trabajado en Melanesia, la mayoría de los antropó-


logos franceses de esta escuela eran africanistas.

193
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

Por otro lado, antropólogos como Eric Wolf, cansados de la vía


muerta en que se había convertido el particularismo boasiano, con-
tribuirían a situar el campo de la economía política en la búsqueda de
conexiones entre los procesos en los que se entrecruzan las gentes lo-
cales con sus colonizadores. En este sentido, Wolf inserta en una gran
narrativa las interconexiones de las distintas sociedades que interac-
túan en los mismos procesos históricos, aunque tengan distintos modos
de producción, de distribución de bienes o distintas representaciones
ideológicas del poder
La gran ventaja de la economía política radicaba en que permitía
que todos los estudios de la antropología económica que llevaban tiem-
po presentando una visión fragmentaria de las relaciones entre un sis-
tema social y la circulación de bienes volvieran a contar con una gran
narrativa. Sin embargo, el éxito de la etiqueta hará que este sentido de
la economía política coexista con su utilización abusiva en tantos con-
textos, que ha acabado por perder su especificidad a la hora de agrupar
y analizar los problemas.
":::lbl •1!

,~r':!
LIMITACIONES DE LA CADENA DE PRODUCCIÓN,
DISTRIBUCIÓN Y CONSUMO

f) Un vistazo general a los estudios más célebres de la antropología eco-


'/,¡[),;,,:, nómica nos mostrará que en su gran mayoría han estado orientados al
'·.(),,,)
1

análisis de los diversos modos de distribución (reciprocidad, redistribu-


'·11 ción e intercambios) frente a los otros dos elementos de la tríada clá-
sica de los economistas, es decir, frente a la producción o al consumo.
Tal vez esto sea así debido al carácter incrustado de las instituciones en
las propias sociedades estudiadas, por ejemplo, en el potlatch, hómo
podríamos separar el consumo de la producción o de la circulación
de bienes y servicios en sus festividades ceremoniales?, ¿qué significa
<<producción>> si se trataba de pueblos cazadores-recolectores?, ¿cómo
diferenciar la acumulación de bienes de los rangos que caracterizaban
al sistema político? o ¿cómo aislar el sistema de rangos del comercio
con los representantes de la Hudson's Bay Company, cuyo resultado
había sido el aumento exponencial de mantas y otros bienes para des-
truir en las ceremonias y así aumentar el poder de un jefe frente a sus
competidores?
La imbricación de elementos de la producción, de la distribución
111'' y del consumo en las instituciones de parentesco, en las políticas, en
¡1!1' los sacrificios o en las ideas de esa sociedad sobre la moralidad ha lle-
vado a muchos antropólogos a reemplazar esa cadena por el estudio
de los procesos de aprovisionamiento, cuya ventaja radica en que aú-
11! 1

' !
194

IL
ECONOMÍA POLÍTICA Y CIRCULACIÓN DE BIENES

nan las relaciones de producción, distribución, apropiación y consu-


mo (Narotzky, 2005) al tiempo que nos permiten tener en cuenta la
riqueza de variedades que encontramos localmente e integrarlas en un
contexto más general.
Esta sustitución no proviene de una moda caprichosa: parece que
ni siquiera entre nosotros, donde una de las definiciones de la econo-
mía parte de la consideración de producción, distribución y consumo
como fenómenos separables, y donde estamos acostumbradas a seguir
unáclasificación tajante de los fenómenos según su pertenencia, tiene
sentido establecer en la práctica esta separación.
Es decir, el problema no surge solo en la tradición antropológica
que se ha decantado más por la distribución, que por la producción o
el consumo, aunque partamos de una visión holista que convierte los
tres aspectos del proceso en indistinguibles, sino que, como señala Su-
sana Narotzky, <<la división conceptual entre producción/distribución/
consumo oscurece el carácter complejo de la mayoría de las relacio-
nes económicas»:
''1
El debate del trabajo doméstico poríe de relieve que el trabajo adscrito al
ámbito del «consumo>> podría tener claras implicaciones en el ámbito de 1,
la <<producción>>. Para mostrar con más nitidez que la división concep-
tual producción/consumo actúa como un instrumento ideológico de los
modelos económicos <<objetivos>> de políticos y académicos es útil echar
un vistazo a ciertas actividades relativas al «consumo>> que, a diferencia
del trabajo doméstico, producen directamente plusvalías acumuladas en
empresas capitalistas. El caso del auto-montaje, de los muebles del tipo
·''
<<hágalo usted mismo>>, es un excelente ejemplo de cómo las compañías
de muebles transfieren el trabajo <<productivo>> al «consumidor>>, de quien
extraen algo parecido a la plusvalía sin ni siquiera entran en una rela-
ción de trabajo/capital. [... ] En este ejemplo vemos cómo actividades eti-
quetadas como consumo, que se explican como medios de adquirir unos
bienes que de otra manera serían inasequibles desde la perspectiva del
aumento de la calidad de vida -es decir, desde el incremento del nivel
de consumo- están directamente relacionados con la organización de
la producción y con unas formas particulares de explotación (Narotzky,
2004: 209).

O como concluía el sociólogo G. Ritzer (1996) su análisis sobre la


facilidad con que los restaurantes de comida rápida han conseguido
extender sus prácticas de poner a los clientes a trabajar en otras re-
des comerciales, como las de supermercados, almacenes de muebles,
gasolineras, compañías telefónicas o bancos, si bien estos, más perfec-
cionados que otras empresas, han logrado cobrarnos comisiones por
hacer nosotras mismas la labor de los antiguos cajeros:

195
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

Si consideramos la totalidad de estas actividades, podemos advertir que


se está creando una tendencia de amplio alcance. El moderno consumi-
dor está perdiendo una cantidad cada vez más significativa y mayor de
tiempo y energía realizando trabajos no pagados para un buen número
de empresas (Ritzer, 1996: 61-63).

Solo tenemos que registrar actividades tan cotidianas como la com-


pra en un supermercado o llenar el depósito de gasolina para darnos
cuenta de cómo, cada vez más, pagar como clientes para adquirir una
amplia variedad de bienes y servicios equivale a participar como tra-
bajadores sin salario y sin seguros sociales en los procesos de produc-
ción y distribución de las mercancías.

MODOS DE PRODUCCIÓN, DE APROVISIONAMIENTO


E INSTITUCIONES AFINES

En su libro Europa y las gentes sin historia (1995), el antropólogo Eric


\,:::!1:111'1!
Wolf ha mostrado cómo la mayoría de las sociedades y culturas que
,~r": 1
han constituido el objeto de estudio por excelencia de la antropología
y que en los manuales al uso aparecen clasificados como bandas, tri-
bus, jefaturas y Estados 2 , lejos de ser las entidades estáticas y originales
1 -como si fuesen consecuencia de procesos evolutivos independien-
tes o autónomos- que nos habían transmitido tradicionalmente los
' )'.,¡~·•4 antropólogos, habían surgido, se habían transformado o eran en gran
'·.
• lf¡l•'¡

f) •.•.) ,,, parte producto del contacto con la expansión occidental por todo el
globo, iniciada a finales del siglo xv y consolidada varios siglos des-
pués, con el avance espectacular del capitalismo.
Como reconocía el propio Eric Wolf en otro artículo en el que re-
sumía su tesis: «llegué al convencimiento de que los hombres y mu-
jeres que llamamos Indios de las Praderas, o los cultivadores de opio
Kachin, eran copartícipes de procesos en los que también intervenían
los trabajadores del textil ingleses, los esclavos de Jamaica y los trafi-
cantes de esclavos del África Central. La validez de estas perspectivas
recientes también pondrá en cuestión el modo en que hemos cons-

1 ¡

2. Por seguir la clasificación de Fried y Service, aunque ambos rechazaban el con-


cepto de <<tribu» y relativizaban las otras categorías. Todas estas clasificaciones responden
a la búsqueda de una tipología de instituciones políticas que nos permitiera marcar un
' 1 umbral evolutivo que oscilase entre las sociedades con una estructura social más iguali-
taria, como las bandas, pasando por las de rango, como las jefaturas, hasta llegar a las je-
1,:1
rárquicas, estructuradas en torno a la división en clases, que caracterizan a los Estados. El
interés último sería averiguar las causas del origen del Estado a partir de los seis modelos
prístinos.

196

11.
ECONOMÍA POLÍTICA Y CIRCULACIÓN DE BIENES

truido los conceptos que aplicamos a nuestras unidades de análisis»


(Wolf, 1988: 753).
Estas observaciones de Eric Wolf no significan que a partir de los
distintos dominios coloniales las «culturas primitivas» hayan dejado
de existir, sino que estas sociedades, tal y como las hemos conocido,
no son ajenas a esos mismos procesos históricos.
De hecho, lejos de la clasificación ideológica que sobre su <<salva-
jismo improductivo>> hicieran los pueblos que se estaban apropiando
dé sus recursos, las primeras noticias que nos han llegado de ellos pro-
vienen precisamente de sus conquistadores y colonizadores, al igual
que había ocurrido con otras expansiones como las de la Antigüedad
grecorromana (Palerm, 1982): esto tendría que bastarnos para dejar de
considerar que las categorías que les aplicamos: <<bandas>>, <<jefaturas>>,
etc., representen fases independientes de <<desarrollo>>, porque muchas
de estas sociedades -desde sus identidades étnicas a sus ceremonias
rituales más representativas- no han respondido de manera pasiva a
la expansión colonial que desde finales del siglo xv hizo creer a los eu-
ropeos que habían llevado la Historia -con mayúscula- a los otros '1
pueblos del globo, como si fuera la otra cara de su capacidad de des-
trucción. 1,

El proceso que describe Eric Wolf es innegable y añade una ma-


yor dificultad a la construcción de tipologías generales que, desde una
perspectiva holista, nos sirvan teórica y etnográficamente para compa-
rar y representar las formas específicas de la diversidad cultural. Casi .'1
no hay libro de antropología económica en el que no se establezcan
correlaciones en función de las sociedades estudiadas y la orientación
teórica del estudio concreto. Así, por ejemplo, los antropólogos que
parten de presupuestos de la ecología cultural combinados con los del
evolucionismo multilineal (pensemos, por ejemplo, en Marvin Harris
o en Richard Lee) trazarían una tipología evolutiva en la que relacio-
narían el sistema de energía alimentario con la densidad de población
y la tecnología disponible, para establecer, en función de la mayor o
menor complejidad de los subsistemas presentes en las poblaciones es-
tudiadas, una clasificación de la subsistencia en bandas de cazadores-
recolectores, horticultores, pastores, etc., como hemos visto en el ca-
pítulo anterior.
En general, a mi parecer, las tipologías más útiles son aquellas que
no contienen un exceso de casillas y nos proporcionan una orientación
general, como, por ejemplo, la clásica de Eric Wolf (Wolf'', Cuadro 1)
que mantiene el término modo de producción para agrupar, como se-
ñala Wilks (1996), la base de la economía política de cualquier socie-
dad.

197
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

Cuadro I

MODO DE PRODUCCIÓN MODO DE PRODUCCIÓN MODO DE PRODUCCIÓN


CAPITALISTA TRIBUfARIO DEL PARENTESCO

El poder sobre los hombres El poder se basa en el control Poder restringido '
1

se basa en el control político. a la movilización 1

de la riqueza. de las relaciones sociales.


• Los capitalistas controlan • La producción se organiza • El trabajo esta inmerso
los medios de producción. a través de mecanismos en las relaciones sociales
políticos, no económicos. de consanguinidad
• Los trabajadores no tienen y afinidad.
acceso a los medios • Cierta centralización
de producción. del poder que tiene que • Búsqueda de alianzas.
articularse con los poderes
• Los propietarios acumulan locales a la hora • La acumulación, si la hay,
1

el excedente con el cual de controlar el excedente. proviene del control


aumentarán su expansión. de los aliados o
• Justificación ideológica de los botines de guerra.
de la jerarquía.

.. :::illll''ll Una ventaja de la tipología de Wolf es que se corresponde con las


que hacen de los medios de intercambio tanto Polanyi (formas de inte-
.~ ... ··¡' gración: reciprocidad, redistribución e intercambio de mercado) como
Sahlins, aunque, evidentemente, esta última esté restringida a los tres
tipos de reciprocidad: generalizada, equilibrada y negativa (Sahlins*).
1
Con la misma intención que Eric Wolf, es decir, la de convertir

' f;\

',
'ji[,~;¡.!
f),,)
una tipología en una herramienta más útil al incorporar las diferen-
tes instancias que caracterizan la forma de movilizar y apropiarse los
recursos en una sociedad dada -no meramente la técnica utilizada,
• ·tl11
como en los modelos de subsistencia-, otros autores prefieren utili-
zar la noción de aprovisionamiento porque es más inclusiva que la de
modos de producción, ya que, como defiende Narotzky (2005), obli-
ga a considerar conjuntamente las relaciones de producción, distri-
bución, apropiación y consumo, al tiempo que parece dar una visión
más holista a la hora de enfrentarnos con las formas no mercantiles
de obtener y transferir los recursos. Por ejemplo, a partir de la com-
binación de varias fuentes, aunque siguiendo a Chase-Dunn y Hall
(1997: 42-44), el antropólogo J. Eades (2005: 34) (Cuadro II) ha
elaborado la siguiente tipología que combina las categorías clásicas
del parentesco y de la antropología política con los que él considera
los modos dominantes 3 de acumulación y aprovisionamiento de re-
1;¡
cursos.
': 1

11

3. Es decir, pueden coexistir con otros, al igual que ocurría con las formas de inte-
gración de K. Polanyi.

198
ECONOMÍA POLITICA Y CIRCULACIÓN DE BIENES

Cuadro JI

MODO DOMINANTE TRIBUTARIO MODO DOMINANTE


MODO DOMINANTE CAPITALISTA
(Estado, ciudades) BASADO EN EL PARENTESCO

• El subsistema centrado en • Estados prístinos (Meso- • Sin Estado, sin clase:


Europa desde el siglo xvu'. potamia, Egipto, valle del - recolectores sedentarios,
Indo, valle del Ganges, horticultores, pastores
• Sistema-mundo global China, México -sistemas de gran-hombre.
moderno.
... precolombino y Perú).
• Jefaturas (hay rangos,
• Imperios primarios, fruto pero no hay Estados).
de la unificación mediante
conquista de varios Estados
autónomos previos (Agade,
Antiguo reino de Egipto,
Magahda, Chou, Teotihua-
can, Huari).

• Sistema-mundos multicéntri-
cos compuestos de imperios,
Estados y regiones periféri-
cas (Oriente Próximo, India,
China, Mesoamérica, Perú). ••
• Sistema-mundos basados 1,
en Estados comerciales, en
los que aparece la lógica de
las mercancías, pero siguen
siendo tributarios (sistema
mundo afro-euro-asiático, , 1
incluyendo las regiones
centro de Roma, India
y China) .

Por otra parte, la propia Narotzky (2005: 82) (Cuadro III), basán-
dose en Warde, en Edgell y Hetherington desarrolla una tipología en la
que correlaciona cuatro formas de aprovisionamiento -de mercado, es-
tatal, comunal y doméstico- con los campos correspondientes de res-
ponsabilidad y de motivaciones.
Sea cual sea el alcance de las tipologías, muchas clasificaciones
vinculan la circulación de bienes con las instituciones con las que se
correlacionan con más frecuencia: con lo que llevamos dicho hasta
ahora ya podemos sospechar que prácticas como compartir, a la mane-
ra de la reciprocidad generalizada de la tipología de Sahlins (Sahlins*),
están vinculadas con la esfera del parentesco; las de redistribución con
la existencia de autoridades formales, con un cierto grado de centrali-
zación política; mientras que la complejidad del sistema de mercado se

4. Ya hemos visto en el capítulo 1 cómo muchos autores consideran el capitalismo


un desarrollo suave a partir del mercantilismo, con lo que antedatan su aparición.

199
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

Cuadro III: APROVISIONAMIENTO (S. Narotzky)

PROVISIÓN MOTIVACIÓN RESPONSABILIDAD MUTUA EXPERIENCIA /


RESPONSABILIDAD

Mercado Interés Intercambio/contrato Cliente 1 consumidor

Estado Justicia Derechos civiles Ciudadano

Comunidad Solidaridad Reciprocidad Proximidad social 1


equilibrada prójimo

Grupo doméstico Amor Reciprocidad Familia 1 parentesco


generalizada

corresponde con una variedad tan amplia de instituciones como lo es el


capitalismo, al que ya es hora de que lo tratemos analíticamente en la
dirección que le indicaba en una reciente entrevista5 E. Hobsbawm al
\ ~ ,b'l ··lt biógrafo de Engels T. Hunt, cuando le respondió lo siguiente sobre los
países <<emergentes Bric>> -Brasil, Rusia, India, China-:
•''
Creo que existe un riesgo en considerar, como hacen los neoliberales y los
partidarios del libre mercado, que existe un solo tipo de capitalismo. El ca-

'
1 pitalismo es, si lo prefieres, una familia con una variedad de posibilidades,
desde el capitalismo controlado por el Estado en Francia al libre mercado de
;,';'1' Estados Unidos. Por tanto, es erróneo creer que el surgimiento de los países
•,.
1
1.l~>i
'• ' Bric es sinónimo de la generalización del capitalismo occidental. No lo es:
'),,) '~ la única vez que uno de ellos importó el fundamentalismo del libre merca-
do ocurrió en Rusia y se convirtió en un fracaso absolutamente trágico.

LA CIRCULACIÓN DE BIENES

Las distintas formas de transferir bienes y servicios mantienen y refuer-


zan varios vínculos sociales que acaban por configurar conductas que un
observador externo tacharía de cooperativas-competitivas o socialmen-
te armónicas-antagónicas.
Se suelen asociar estas transferencias con el intercambio y con las
distintas formas de transmitir los diversos derechos sobre la propiedad,
como hemos visto en el análisis del don, que caracteriza a las sociedades
en las que la mayoría de los bienes y servicios circulan a través de las
relaciones sociales, sobre todo, siguiendo las líneas de parentesco. Pero
antes de exponer una tipología de la circulación de bienes, parece opor-

5. Eric Hobsbawm y T. Hunt, «A conversation about Marx»: The Guardian, 16 de


enero de 2011.

200

lL
ECONOMÍA POLÍTICA Y CIRCULACIÓN DE BIENES

tuno resumir con una viñeta etnográfica la enorme variabilidad existente


en cómo se define y articula la propiedad, y bajo qué instituciones socia-
les se lleva a cabo esa circulación.

La «propiedad personal» entre los mongoles

La antropóloga Caroline Humphrey (2002) se ha interesado por ave-


riguar en qué consiste y cómo circula la llamada <<propiedad personal»
"'entre un pueblo como el mongol que durante casi todo el siglo xx ha
visto restringido o prohibido no solo la noción que más se aproxima a
lo que nosotros llamamos propiedad privada, sino que ha visto alterada
por las leyes comunistas los derechos sobre pastos y sobre rutas que for-
maban parte de la <<propiedad familiar» en que se basaba la noción de
riqueza en una sociedad de pastoreo nómada (Humphrey, 1999).
En realidad, tanto su religión -el budismo mezclado con prácticas
chamanísticas- como el régimen comunista -vigente desde los años
veinte hasta los noventa del siglo xx- que les impuso legalmente un
sistema colectivista que prácticamente prohibía la propiedad privada y
chocaba frontalmente con la posesión familiar de derechos sobre pastos
y sobre el ganado, establecieron un doble contexto restrictivo -uno mo-
ral y otro legal- que desautorizaba la acumulación individual de objetos
(Humphrey, 1999).
En su estudio, C. Humphrey analiza durante los años ochenta -to-
davía bajo el régimen comunista- el papel de los rituales mortuorios
para deshacerse de la <<propiedad personal» de los difuntos; propiedad
que formaba parte de lo que Humphrey denomina metafóricamente <<una
constelación» formada por las diversas relaciones que las personas esta-
blecían con los objetos.
El objetivo de estos rituales fúnebres no era dividir la herencia -ya
que los ancianos mongoles realizan los acuerdos entre herederos, las
transmisiones y las cesiones de derechos en vida-, sino establecer las re-
laciones de la persona difunta con las cosas materiales, sobre todo con
aquellas con las que había mantenido un contacto prolongado e inten-
sivo a lo largo de su vida.
En este sentido, los rituales debieran desvelar lo que podríamos lla-
mar el carácter de la persona difunta -en cuanto al aprecio o renuncia
que había tenido con las cosas-, por lo que la relación con los objetos
en cuestión se plantea más en términos morales que legales.
La muerte en el budismo forma parte de la <<eterna verdad», por-
que liga las reencarnaciones anteriores de una persona con las futuras: el
buen morir budista consiste en permitir que esa rueda siga su curso. El
sentido de los rituales fúnebres consiste en que la persona que sabe que
va a morir se separe de las cosas que más estimaba, que distribuya entre

201
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

familiares y conocidos lo que Janet Hoskins (Hoskins, 1998) denomina


<<objetos biográficos>>:

Cuando una persona cae mortalmente enferma, según me han dicho, se des-
prende de las posesiones valiosas como anillos, relojes o collares, o mejor
dicho, la persona moribunda pide que se las quiten y se las entreguen a los
parientes apropiados. Se dice que en presencia de estos objetos valiosos una
persona no puede morir, porque el deseo la ata a este mundo. Se les qui-
tan tales tesoros para pacificar al moribundo, para permitirle morir (Hum-
phrey, 2002: 67).

Sin embargo, Humphrey señala la creencia local en que el espíritu


(süns) del difunto permanece vinculado a un «objeto refugio», que nadie,
ni siquiera la persona moribunda, sabe cuál es. Ese objeto desconocido
con el que el süns mantiene un apego tan extraordinario que le impide
abandonar el mundo, podría ser, por ejemplo, el abanico de avivar el
fuego, unas gafas, una libreta, en fin, cualquier cosa cotidiana que en sí
no es valiosa, pero que se ha convertido a través del uso en algo «hiper-
\l::ii''"l¡' personal».
,11(11'1'1"
Por eso, cuando muere alguien, la familia va a consultar al astrólogo
que tendrá que averiguar cuál era el objeto refugio concreto, para des-
hacerse de él alejándolo del círculo de la familia que tiene que donarlo,
venderlo o ponerlo a disposición de cualquier extraño que se lo lleve:
(;¡ '1
para romper el vínculo de apego con la persona difunta es necesario que
' "1,~. ese objeto salga del ámbito familiar. Se trata de una respuesta social a la
'·. noción de bienes «inalienables» inversa a la interpretación del hau que
f).,,,)·tl'l
hacía Anette Weiner y que hemos discutido en el capítulo tercero.
Entre los mongoles las cualidades del finado impregnan los objetos
cotidianos que más hubiese usado. Como el difunto para morir bien se
ha desprendido de todos sus bienes, se inicia con ellos un nuevo circuito
porque esos objetos, que pueden hacer partícipe al nuevo dueño de las
cualidades más estimables que había tenido en vida la persona fallecida,
se han convertido en valiosos:

Por ejemplo, una familia mongola conocida mía se reía muchísimo cuando,
tras su muerte, les robaron el orinal de un pariente anciano. La razón era
clara: el orinal había adquirido la cualidad de <<vida larga>> que había disfru-
tado el anciano (Humphrey, 2002, 68).

Todos los viejos objetos personales circulan entre familiares y veci-


nos a través de varias vías -robados, dados o vendidos- a la muerte de
una persona, porque transmiten las cualidades que había tenido en vida.
La excepción la marcan los derechos transmitidos en la herencia como
«propiedad familiar» y ese «objeto refugio» que por su exceso de relación
! 1

" 1!·

11
202
L~.,
ECONOMÍA POLÍTICA Y CIRCULACIÓN DE BIENES

tiene que salir fuera del círculo familiar y de allegados para desaparecer
del circuito de intercambios.
La asociación entre unos objetos y un familiar difunto puede -como
señala Humphrey- que sea universal. Lo que ya no lo es son los resul-
tados que a partir de esa idea se producen en las distintas sociedades.
Hemos visto cómo las propiedades personales6 entre los mongoles
llevaban adheridas las relaciones que habían tenido con su dueño an-
terior y daban ocasión a robos, donaciones o distribuciones de bienes.
Aho1'a vamos a sistematizar en una tipología comparativa los acuerdos
institucionales que canalizan cómo y cuándo ciertos bienes o recursos
cambian de manos.

TRANSACCIONES DE UNA SOLA DIRECCIÓN

Comparados con los intercambios de dones o con los de mercado, es in-


dudable que se ha prestado muchísima menos atención a los numerosos
casos y al amplio espectro de transferencias unidireccionales (Pryor, 1977; hl
Hunt, 2005), que a pesar de su relevancia social, ni se han estudiado sis-
temáticamente ni se ha reflexionado sobre las anomalías que introducen
en las tipologías y clasificaciones más utilizadas.
Por ejemplo, ¿por qué han resultado invisibles las transacciones del
cuidado 7 de niños, enfermos, ancianos y de todos los miembros de la
familia que llevan a cabo habitualmente las mujeres de los grupos do-
mésticos?
Como señala Susana Narotzky (2004: 207-216), el debate en torno
al trabajo doméstico de las mujeres en su faceta de amas -o proveedo-
ras- de casa, nos presenta un problema a la hora de clasificar o separar
sus actividades como productoras y distribuidoras de bienes y cuidados
para la familia del de su consumo personal de esos mismos bienes.
El cuidado en el ámbito doméstico es una transferencia de servicios
unidireccional muy peculiar, porque <<no es un servicio material concreto
-como cuando se atienden las necesidades de un niño-, sino un estado
general de atención, de conciencia frente a las necesidades de los miem-
bros de la casa» (De Vault, 1991). Este cuidado que según lo describen

6. Sería interesante comparar la noción de propiedad personal -moral- con la


legal de propiedad privada.
7. Ha habido quien ha interpretado el cuidado de los niños como un intercambio
recíproco de cuidados pospuesto porque el niño adulto cuidará a sus padres ancianos en
la vejez. Pero como nota Hunt (2005), no lo es porque no todos los hijos cuidarán a los
padres ancianos -en muchas culturas suele ser solo una hija, en otras una nuera- y, sin
embargo, en la casa una persona -generalmente mujer- cuida a todos los miembros de
la familia.

203
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

las mujeres consume tiempo y energía, es el tipo de trabajo más <<invi-


sible>>. Nos referimos a tareas tales como planificar, hacer la comida -es
decir, hacer que todos participen en ella y la disfruten-, reunir infor-
mación, evaluar y elegir las compras, seguir la pista a los productos y en
general controlar las necesidades de todos los miembros del hogar. Según
lo definía una mujer: <<estar con las antenas siempre desplegadas» (De
Vault, 1991: 55-57, en Narotzky, 2004).
En una sociedad como la nuestra, la mayor parte de este trabajo, ya se
clasifique como productivo o como parte del consumo, podría sustituir-
se por servicios que están a la venta en el mercado o que forman parte
de los servicios sociales del Estado (Contreras y Espeitx, 2001; Molina y
Alayo, 2001). Es decir, existe un mundo exterior al ámbito doméstico,
donde mediante la redistribución o la compra-venta se accede a estas
prestaciones, y otro doméstico donde estos mismos cuidados se obser-
van hasta tal punto a través de la ideología del género y la de la familia
-están incrustados en esas instituciones-, que su aspecto <<económico>>
queda tan invisible como el trabajo de las propias amas de casa: desde el
\:::11111 punto de vista de quién proporciona el cuidado en el ámbito doméstico,
este es un buen ejemplo de una transacción de una sola dirección.
..,,'11
Muchas otras transferencias, imprescindibles para poder seguir
un modo de vida, como, por ejemplo, la herencia de la casa, tierras,
1 ~ animales, herramientas y maquinaria entre los campesinos tienen un ele-
mento de ambigüedad a la hora de clasificarlas. Si se analiza desde la
' • ~1), ' ...,1~: perspectiva del cuidado cómo circulan los bienes agrícolas de generación
'·'r¡.,.,) en generación, se incrementa su ambivalencia, ya que su apariencia uni-
' ,~ direccional puede presentársenos como si fuese una auténtica renta del
afecto (Narotzky*).
También son unidireccionales las limosnas a una institución -como
la caridad medieval y las fundaciones donadas a la Iglesia que analizamos
en el capítulo segundo- o las relaciones filantrópicas que hemos estudia-
do detalladamente en el <<Contrapunto Ih, dedicado a los hermanos Gar-
cía Naveira. Más complejo resulta el entramado actual de las ONG, que
son inseparables de la expansión del liberalismo económico (Bretón*).
Por último, hay dos casos controvertidos, que seguiremos en sendas
viñetas etnográficas, porque según su contexto pueden formar parte de
transferencias de una sola dirección o clasificarse en los dos umbrales
de la tipología de Sahlins {Sahlins*), es decir, la reciprocidad generalizada
o la reciprocidad negativa.
Nos referimos, por una parte, al debate de si la manera de compartir
1
la carne de la caza de los cazadores-recolectores del desierto del Kala-

1

hari es unidireccional o forma parte de una cadena total de reciprocidad


'11
generalizada; y, por otra, al carácter sistemático y continuo de ciertos
robos que los sitúa en el contexto de la reciprocidad negativa (Moreno
,,i ¡,

204

í
L
ECONOMÍA POLÍTICA Y CIRCULACIÓN DE BIENES

Feliu* y Moreno Feliu, 2010a). Hay otros casos de robos, como los me-
dievales de las reliquias de los santos, en los que la intención de quienes
se los habían encargado a ladrones profesionales era hacerlos públicos
para que todos los fieles -los suyos y los de las ciudades rivales- se en-
terasen. Los actos llevados a cabo para conseguir las reliquias en oscu-
ras transacciones unidireccionales por encargo se acompañaban de una
campaña de propaganda, cuyo fin, por raro que nos suene, era legitimar
el valor de las reliquias robadas (Geary, 1990, 1991).
...
Furta Sacra

Para entender estos complejos robos, hemos de contextualizar la impor-


tancia del culto a los santos en la cristiandad medieval. Existe una línea
divisoria 8 entre el culto dispensado a los santos y el de las figuras principa-
les del cristianismo, cuyos cuerpos están en el cielo y, por tanto, no parti-
cipan de la novedad frente a otras religiones que supuso el cristianismo al
venerar la tumba y no los lugares de nacimiento o de vida (Brown, 1983).
Frente a Cristo y la Virgen, carentes por definición de reliquias 9, las tum-
bas de los santos, donde se encuentran sus restos mortales o reliquias, se '1
convirtieron en lugares de peregrinaciones y celebraciones locales .
Aunque es indudable que el culto adopta formas dispares y existen
notables diferencias regionales e históricas, sí se puede observar la pre-
sencia constante de ciertos elementos centrales que dotan de sentido las
creencias en el poder de los santos, sobre todo en su facultad de realizar
milagros, tanto aquellos que podemos considerar actos de poder del pro-
pio santo, como la protección frente a los males, o como los que son expre-
siones de un reparto de gracias, tales que las curaciones (Wilson, 1983).
Las ofertas, peticiones y promesas, casi pactos con lo sagrado, crea-
ban vínculos de obligaciones mutuas entre los santos y sus seguidores
que quedaban refrendadas en una especie de código de conducta en el que
se castigaba el incumplimiento de los compromisos. Este es el sentido
de los rituales en los que se humillaba la imagen del santo que no había
estado a la altura o las historias de terribles venganzas del santo que en-
viaba todo tipo de calamidades a quienes no habían cumplido sus prome-
sas tras haber recibido los favores solicitados.
Resulta indudable la vitalidad económica que suponía para un tem-
plo o una comunidad religiosa la existencia de reliquias milagrosas, aun-
que es muy probable que, como sostiene B. Ward (1987), los milagros

8. No nos referimos a las distinciones teológicas entre adoración, dulía e hiperdu-


lía, sino a las antropológicas que son observables en el culto.
9. A no ser las secundarias, como ropas, dientes de leche del Niño Jesús, el santo
prepucio, espinas, restos de la cruz, sábanas y sudarios o cualquier objeto que hubiese esta-
do en contacto con ellos.

205
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

sean consecuencia y no causa del culto, porque en la época medieval los


mira no se consideraban sucesos extraordinarios, sino que tal y como
estaba articulada la religión, formaban el día a día de una visión general
del mundo cuya verdad radicaba en la consistencia del propio milagro
con su contexto.
La religión en esa sociedad holista integraba las políticas encamina-
das a mantener cultos poderosos que fuesen, como diría Weber, econó-
micamente pertinentes: podemos decir que no solo el do ut des presidía
las relaciones originarias entre el santo y sus seguidores, sino que también
había elementos económicos entre estos y los administradores del culto.
Por eso, el mundo medieval, lleno de luchas entre comunidades ri-
vales por poseer objetos capaces de realizar milagros, como pudieran ser
los restos mortales de los santos o al menos algunas reliquias, dio lugar
a una intensa circulación de estos bienes excepcionales -eran objetos y
habían sido personas- ya fuesen como regalos, compra-venta o incluso
robos. Cualquiera de las formas de adquirirlas necesitaba mucha propa-
ganda -como relato de una translatio o como parte de una hagiogra-
' ~ ~b,·l!<:¡ fía- para demostrar su autenticidad.
A diferencia de otros objetos, como, por ejemplo, un manuscrito o
,/
un cuadro, las reliquias carecen de significado si las tomamos aislada-
mente: un libro siempre se puede leer o un cuadro contemplar, pero una
~ tibia de un santo solo se distingue de la tibia de un muerto cualquiera
si forma parte de una codificación: la reliquia debe ir acompañada de
i ' <i''·IIJ ,·•·., '
,,
10¡1·'¡,1,
ciertas convenciones, como, por ejemplo, estar en un relicario con ins-
1 •,.
1 ,,
cripciones o que hubiese un documento o una tradición que identificase
1 f),) ·1~ esa tibia con un santo concreto (Geary, 1990).
Precisamente la dificultad de obtener pruebas escritas y la rivalidad
entre ciudades, abadías, catedrales e iglesias fomentó los robos de re-
liquias. Según aumentaban las comunidades textuales, esto es, aquellas
que podían leer, discutir e incluso falsificar documentos (Stock, 1987),
también lo hacía la popularidad del robo como procedimiento para in-
troducir el culto a un santo y atraer fieles, donaciones y limosnas. Hurtar
una reliquia en un lugar lejano o a unos religiosos rivales que ya tuviese
incorporado un culto y unos fieles que le reconocían su valor evitaba la
necesidad de probar documentalmente su autenticidad: por paradójico
que nos parezca, que el robo fuese conocido y explicado a la comunidad
de futuros seguidores del santo era una garantía de que la reliquia era
verdadera.

Kropotkin en el Kalahari: los cazadores-recolectores y la ayuda mutua

Durante los primeros tiempos del discurso antropológico, los cazadores


'1 eran el prototipo de los primitivos más primitivos de los humanos; po-

1
206

L
ECONOMÍA POLÍTICA Y CIRCULACIÓN DE BIENES

dríamos decir que eran una especie de <<primitivos profesionales>>. Baste


recordar cómo los estadios inferiores de todas las tipologías decimonó-
nicas estaban poblados por unas hordas de salvajes, inasimilables para
las empresas coloniales, que ideológicamente tanto podían encarnar el
«buen salvaje>> como <<la lucha de todos contra todos>> hobbesiana. Su
durísima vida transcurría en un vagabundeo permanente para procurar-
se el sustento, acuciados por la escasez, el hambre y la penuria.
Estos estereotipos desaparecieron de forma progresiva según se iban
estudiando este tipo de sociedades. En 1965 hubo una célebre reunión
de especialistas en Chicago que dio lugar a la más clásica recopilación de
artículos sobre cazadores-recolectores, Man the Hunter, editada por Ri-
chard B. Lee e Irven DeVore (1968), donde se recogen las aportaciones
de distintos antropólogos, de forma que podemos seguir el desarrollo
de las sesiones del histórico simposio.
A partir de esta obra el debate sobre los cazadores dio un giro co-
pernicano: lejos de la imagen hobbesiana de lucha de todos contra to-
dos, de hambre permanente y de brutalidad, se constató que el número
de horas que la mayoría de las sociedades de cazadores dedicaba a la
subsistencia era muy baja (dos o tres diarias) y que estaban mucho mejor
alimentados que los pueblos granjeros vecinos. El resto del tiempo lo
pasaban jugando, haciéndose visitas y en celebraciones.
Estos datos hicieron proclamar a Sahlins, parafraseando el título de
un célebre libro del economista Galbraith, que los cazadores, mejor adap-
tados al medio ambiente y social que sus vecinos sedentarios o que no-
sotros, los occidentales, eran los únicos humanos que vivían en la autén-
tica sociedad de la abundancia y del ocio.
Desde la época dorada de Man the Hunter, los cazadores-recolec-
tores han sido objeto de varias polémicas, muchas de ellas centradas en
los pueblos bosquimanos o San del desierto del Kalahari (Martínez Vei-
ga, 2010: 135-233). Según el foco de atención podemos dividir las con-
troversias en tres grandes grupos:
1. En primer lugar, hubo un debate entre los antropólogos que se-
guían una orientación teórica evolucionista-ecológica, como Richard
Lee (Stiles, 1992; Barnard, 1993b) y los llamados revisionistas, como
E. Wilmsen (1989), Wilmsen y Denbow (1990, 1992), que negaban el
carácter <<prístino» de las sociedades de cazadores-recolectores al con-
siderarlas dominadas por varias sociedades agro-pastoralistas (Barnard,
2004).
En su monografía E. Wilmsen aporta muchos datos sobre las re-
laciones históricas que los San mantuvieron con otros pueblos, de tal
forma que a partir de estas relaciones se puede reconocer el carácter
interdependiente que tenían, así como la formación de grupos dispersos
en cazadores-recolectores tras haber abandonado otras formas de subsis-

207
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

tencia. Wilmsen (1989) 10 concluye que frente a la perspectiva de R. Lee


y otros, los San del Kalahari han mantenido contacto con pueblos pas-
tores, cultivadores y capitalistas y que sus antepasados ni siempre habían
sido cazadores ni habían habitado los mismos lugares.
2. El segundo debate, el de la <<igualdad>>, tiene dos facetas: el igua-
litarismo en general de estos pueblos y el específico de las relaciones en-
tre los géneros dentro de estas sociedades consideradas habitualmente
igualitarias.
En parte, siguiendo la estela de Engels, y las aportaciones de la
antropología del género, una parte de los estudios de los cazadores-
recolectores se ha centrado en el análisis de asimetrías entre los géneros
que ya había planteado E. Leackock (1978) mucho antes.
Dada la obsesión de los primeros ecólogos culturales en contabilizar
el gasto energético y las calorías que consumían, los primeros enfoques
sobre estas cuestiones se centraban en el estudio de la división del tra-
bajo según el género en las bandas: hombre cazador/mujer recolectora
(Linton, 1973 ), y quién aportaba más a la dieta (las mujeres), pero quién
obtenía más <<prestigio>> repartiendo carne (los hombres). Una buena pers-
pectiva sobre el debate se encuentra en Endicott (1999) 11 •
3. Pero el debate que queremos abordar en este capítulo es el que
versa sobre si la práctica entre los cazadores-recolectores de compartir
la caza igualitariamente es semejante o no a la reciprocidad generalizada
de la tipología de M. Sahlins (Sahlins''), dado que no parecen seguir las
obligaciones del don.
Uno de los máximos especialistas en los pueblos del Kalahari, Alan
,,., Barnard (1993a, 2004), ha lanzado una nueva propuesta interpretati-
va, basándose en la importantísima -y descuidada- noción de ayuda
mutua que formulara el geógrafo, anarquista y príncipe ruso Pyotr Kro-
potkin (1842-1925). A diferencia de otros científicos sociales del xrx,

1 O. E. Wilmsen, Land Filled with Flies: A Political Economy of the Kalahari, Chi-
cago University Press, 1989; D. Stiles, «The Hunter-Gatherer 'Revisionist' Debate>>: An-
thropology Today, 8/2 (1992), así como en E. Wilmsen y J. Denbow, <<Paradigmatic his-
tory of San- speaking peoples and current attempts at revision»: Current Anthropology,
31(5) (1990): 489-524.
11. Sally Linton, «Woman the Gatherer: MaJe Bias in Anthropology», incluido
en Women in Perspective: A Cuide for Cross Cultural Studies, Urbana, University of Illi-
nois Press, 1973. El célebre debate originado tras la publicación del artículo ya clásico de
E. Leacock, «Women's Status in Egalitarian Society: Implications for Social Evolution»:
Current Anthropology, 19/2 (1978); 247-275, abrió paso a que el estudio de las relaciones
de género se analizasen a partir de su inserción en el contexto general de las sociedades
estudiadas y de los cambios y transformaciones que experimentaban en sus encuentros
con otros pueblos. El artículo de K. Endicott, «Gender Relations in hunter gatherer socie-
ties» (1999), publicado en The Cambridge Encyclopedia of Hunter-Gathererers recoge las
perspectivas actuales.

208
ECONOMÍA POLÍTICA Y CIRCULACIÓN DE BIENES

Kropotkin tenía una impresionante experiencia de campo como conse-


cuencia de los años que había trabajado como geógrafo y explorador
del ejército zarista en el este de Siberia y en el norte de Manchuria 12 • De
hecho, ha sido notable su influencia en la antropología británica: tanto
en Radcliffe Brown como en la primera gran aportación británica a la
antropología política: los African Political Systems de Meyer Fortes y
Evans-Pritchard o en la monografía de este último antropólogo, Los
Nuer. Sus tesis han mantenido interés para algunos antropólogos en to-
d'as las tradiciones, como Pierre Clastres en la francesa (Clastres, 1974;
Morris, 2004; Graeber, 2004).
Kropotkin se oponía por sus experiencias y observaciones geográ-
ficas en lugares extremos del planeta al darwinismo social, a la imagen
ideológica del salvaje, tanto al bestial de la guerra hobbesiana de todos
contra todos como al que vive en estado de naturaleza roussoniana, y a
que los <<salvajes>> fuesen tan <<salvajes>> como aparecían en los relatos et-
nográficos. Su libro La ayuda mutua se basa, como ya había hecho en los
informes sobre Siberia, en los resultados de las investigaciones del zoó-
logo ruso Kessler 13 sobre la adaptación y la evolución tomando como •t
rasgo la cooperación. En el tercer capítulo de su libro La ayuda mutua
entre los salvajes muestra, apoyándose en relatos etnográficos de la época,
que los pueblos que no compiten entre sí tienen más posibilidades de
sobrevivir y lo ilustra con los relatos que hicieran los primeros euro-
peos que se asentaron en Sudáfrica sobre los bosquimanos, quienes a
pesar de no utilizar ninguna tecnología compleja, repartían toda la carne
que cazaban, al igual que hacían otros pueblos pastores vecinos cuan-
do mataban alguna pieza de su ganado. Se trataba de sociedades cuyas
relaciones sociales se basaban en compartir y en mostrar buena voluntad
con los otros. Según Kropotkin, que lo había experimentado en Asia Cen-
tral, este tipo de principios sociales son fundamentales para sobrevivir
ante una naturaleza hostil (Kropotkin, 2008: 54-76). Para Alan Barnard
(1993a, 1993b, 2004) resulta curioso que muchos años después la discu-
sión entre los especialistas, el llamado <<debate Kalahari>>, continuara la
senda que había abierto Kropotkin: la discusión se centra en si las relacio-
nes fundamentales entre cazadores-recolectores se basan en compartir
o en la reciprocidad generalizada.

12. En su libro Memorias de un revolucionario (2010) cuenta sus viajes de exploración


por Siberia y su emoción ante el descubrimiento que hizo sobre el curso de los ríos asiáticos,
que obligó a que se cambiasen todos los mapas que hasta entonces se habían hecho.
13. Kessler, decano de la Facultad de Ciencias de San Petersburgo, había presentado
en un congreso de ciencias naturales ruso de 1880 una ley que denominaba «Ley de la
Ayuda Mutua», según la cual para la evolución era tan o más importante la cooperación
entre individuos de la misma especie que la competición. Esto concordaba con las exhaus-
tivas observaciones siberianas de Kropotkin.

209

....
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

A pesar de que un especialista tan cualificado en los cazadores-


recolectores como Woodburn (1998) sostiene que entre los Hadza de Tan-
zania no se puede hablar de reciprocidad, sino de compartir porque nadie
se queda sin una ración equitativa de carne, Barnard considera que la base
de los repartos no proviene de los cálculos de quién aporta qué y quién
consume qué, sino de un sistema social que favorece la responsabilidad
mutua como base de las relaciones sociales. Por eso, no le resulta con-
tradictorio que haya grupos de bosquimanos que además de compartir,
tengan relaciones de reciprocidad generalizada entre parientes próximos
y el hxaro, equivalente a la reciprocidad equilibrada, entre parientes le-
Janos.
Según Barnard (2004) el debate del Kalahari adolece de un mal plan-
teamiento porque en las discusiones parece que compartir, la reciproci-
dad generalizada o el hxaro son mecanismos <<típicamente bosquimanos
o un modo de intercambio característico de los cazadores-recolectores»
(2004: 8), cuando la forma Khosian de organizar la vida, que él ha es-
tudiado durante años, está llena de aparentes contradicciones que son
"1,~: la base de su flexibilidad, de su capacidad adaptativa, de sus redes de
responsabilidad social y de una fortaleza en las relaciones de parentesco

: (r" que comparten con otros pueblos pastores de la zona, que, como bien
había visto Kropotkin, sería con quienes deberían establecerse las com-
paraciones porque parece existir un continuo entre cazadores, pastores
y jornaleros.
'V~:,Ict Alan Barnard también nos recuerda que <<no debemos idealizar ni
el estilo de vida de los cazadores-recolectores por la importancia que
t)...)
le dan a la ayuda mutua ni la transición a la producción y el almacena-
' "' miento de alimentos. En todos los casos que hemos mencionado tanto
compartir como la reciprocidad son estrategias para conseguir en parte
el bienestar social y en parte el bienestar material» (Barnard, 2004: 12).

EL INTERCAMBIO DE DONES

A pesar de que ya le llevamos dedicadas muchas páginas a lo largo del


libro y de que la reciprocidad será objeto del <<Contrapunto III», no me
resisto a recalcar algunos aspectos importantes del intercambio de regalos.
Se trata de una actividad multidimensional -holista- centrada en
la transferencia de bienes entre dos grupos de personas o entre las per-
sonas y ciertos seres espirituales. Pero esta transferencia tiene repercusio-
nes morales porque obliga a saber cuáles son los valores que de acuerdo
con la cultura en cuestión hay que cumplir.
Por otra parte, son intercambios que reflejan y contribuyen a consti-
tuir las relaciones sociales. Esta es la razón por la que no es contradicto-

210
ECONOMÍA POLÍTICA Y CIRCULACIÓN DE BIENES

rio que permitan a los actores expresar sus ambiciones, ya que constituyen
los campos sociales en los que se configuran las relaciones de poder, pero
también su percepción sobre la propia moralidad de los intercambios.
Por último, merece la pena destacarse que como el circuito de dona-
ciones-contradonaciones casi nunca es inmediato, se producen ciclos de
prestaciones que acaban por convertirse en relaciones casi permanentes
-o incluso hereditarias- entre los grupos de socios.

Lá circulación de riqueza en las islas Trobriand

El reestudio que realizara Annette Weiner (1980, 1988, 1992) de lasTro-


briand suministra unos fascinantes datos sobre la circulación de distintos
tipos de riqueza que tienen en cuenta las distintas esferas de intercambio
y la participación en ellas de las mujeres -olvidadas por Malinowski-
que nos ayudarán a situar las prestaciones totales de Mauss en lo que
podríamos denominar la longe durée trobriandesa al permitirnos seguir
las relaciones entre mujeres, hombres, clanes y espíritus a través de las
generaciones. '1
En principio, los distintos circuitos por los que circulan los bienes
en las Trobriand pertenecen a tres esferas distintas: una de subsistencia,
otra de bienes de prestigio, dividida en dos subesferas, una de bienes de
prestigio de las mujeres y otra de bienes de prestigio de los hombres;
mientras que la tercera esfera sería la del kula.
A la esfera de subsistencia pertenecen los ñames, los objetos corrien-
tes y los cerdos, que ocupan una posición ambigua porque, en ciertos
casos, pueden elevarse a la esfera de prestigio. Los ñames podían utili-
zarse como un medio de cambio entre los objetos pertenecientes a la es-
fera de subsistencia. Pero también constituían un medio de pago, como
si fuesen un impuesto, por servicios políticos o de parentesco, sobre todo
en pagos funerarios y matrimoniales. Además, como el jefe total tenía
una esposa nominal en cada poblado, el hermano de cada una de sus
esposas le debía realizar un pago anual en ñames.
Algunos objetos clasificados en el circuito de subsistencia podían as-
cender e intercambiarse por bienes de prestigio de las mujeres y que eran
de dos clases: fajos hechos con hojas de plátano y faldas también con-
feccionadas con tejido de plátano. Estos bienes de las mujeres podían
entrar en la esfera de subsistencia, pero nunca en la del kula o en la de
prestigio de los hombres.
Una mujer estaba obligada a regalar faldas de plátano a la esposa
de su hermano, durante las ceremonias matrimoniales, y ambos bienes,
fajos y faldas, eran un modo de pago funerario.
Como una mujer y su esposo reciben anualmente ñames del hermano
de la esposa, cuando moría alguien de su matrilinaje (del de la esposa),

211
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

el esposo debe conseguir fajos de plátano 14 como pago mortuorio, y así


contribuir, en unión de otros parientes y socios con obligación de efec-
tuar pagos funerarios, a que se liberara el espíritu del muerto (baloma) y
pudiese ir a la isla de Turna. Una vez en la isla, el difunto se recrearía en
un espíritu niño, waiwaia, que de vuelta a las aguas de Kiriwina entraría
en el cuerpo de alguna de las mujeres del matrilinaje, cuando siguiese el
ritual de bañarse en el mar o cuando otra mujer de su matrilinaje hubie-
se pronunciado un hechizo.
Según las ideas Trobriand sobre la procreación, la fecundación se pro-
duce en el mar, gracias a estos espíritus: el esposo de la madre es pater
de sus hijos, no genitor, porque no interviene en la concepción 15 (Wei-
ner, 1978, 1988: 53-57). Al nacer el bebé recibirá de la madre el nom-
bre -asociado al espíritu- que había llevado esa persona ya fallecida
del linaje. De esta forma, los pagos funerarios están vinculados a <<rege-
nerar en el tiempo la identidad matrilineal>> (Weiner, 1988: 54).
Cuando los bienes recibidos como pago se redistribuyen, repartidos
i¡ como regalos entre los participantes -que pueden ser más de quinien-
~
~li,'IO tos-, se están marcando <<las redes intergeneracionales que vinculan a
• esposas con esposos, a los padres con los hijos, a los parientes keyawa 16
con los parientes keyawa y a los parientes transclánicos con los parien-
1 (' tes transclánicos. En el centro de esta corriente que tiende la mano a

~.
través de los límites maritales, del linaje, del clan y de las generaciones
estarán una mujer y su hermano -la relación primaria que constituye
cada matrilinaje.
,,.) Entre los bienes de prestigio masculino se contaban las hojas de hacha
de piedra, vasijas de arcilla, colmillos de verraco, ciertas canoas, cinturo-
'"" nes de conchas, conjuros mágicos y servicios de los hechiceros. Las hachas
servían como pago matrimonial, como dinero de sangre por homicidios o
como medio de los pagos funerarios que acabamos de tratar.

14. El esposo tenía que adquirir los fajos mediante pagos o conversiones entre las
distintas esferas. También se intercambian productos manufacturados procedentes de fue-
ra de la isla. La necesidad de adquirir inmensas cantidades de fajos de plátanos hacía que
los objetos «occidentales» se incluyesen en los circuitos desde la época colonial.
15. Es decir, en las ideas Trobriand sobre la concepción, al no intervenir los varones,
esta es -como decía E. Leach (1969)- virginal. La fecundación tiene lugar al bañarse
la mujer en el mar. El feto se forma con la sangre de la mujer y la del espíritu ancestral
que adquiere la identidad matrilineal de la madre. No olvidemos que hasta el siglo XIX
muchas de las ideas occidentales sobre la concepción se basaban en Aristóteles, que, como
señala Weiner, mostraba una inversión de las ideas de los Trobriand: toda la contribución
provenía del varón, mientras que la mujer solo servía como receptáculo para que creciese
el feto.
16. Keyawa es un término que designa las relaciones recíprocas que se establecen entre
el ego, la madre de la esposa de su hijo y el hermano de la madre o entre la madre del
esposo de la hija y el hermano de la madre, cuando pertenecen al mismo clan.

212
ECONOMÍA POLÍTICA Y CIRCULACIÓN DE BIENES

Estos bienes podían descender de categoría y cambiarse por cerdos


en la esfera de subsistencia: pero nunca podían intercambiarse por los
fajos y las faldas de plátano de las mujeres. Tampoco queda claro que
pudiesen ascender y convertirse en bienes del kula.
Esta última -la del kula- ya sabemos por Malinowski en qué con-
sistía: intercambio con socios hereditarios de los tesoros de los hombres,
brazaletes y collares; aprovechando los vínculos también había inter-
cambios comerciales de alimentos y materias primas. Lo que resul-
t:f'interesante es que algunos objetos kula podían convertirse en objetos
intercambiables por cerdos (descendiendo así a la subsistencia) o podían
usarse para cumplir obligaciones de los hombres en la esfera doméstica de
prestigio (pagos matrimoniales o dinero de sangre).

La conversión de las mercancías en regalos

Es importante recordar que la mayoría de los antropólogos se adhiere a


una dicotomía que separa la moral del don de los principios legales del
contrato tal y como están presentes en la circulación de mercancías. ,,
Estas últimas, como tipo ideal, estarían relacionadas con la raciona-
lidad económica, mientras que los dones lo estarían con las relaciones
sociales y con una ideología en la que la generosidad refuerza el honor
y el prestigio de los donantes, mientras coloca a los receptores, como
deudores, en una escala inferior.
Sin embargo, desde finales de los años ochenta varios antropólogos ,,,
(D. Cheal, 1988; D. Miller, 1987, 1993; Kopytoff, 1986, Carrier, 1990,
1991) que trabajaban en sociedades industriales cuestionaron la nitidez de
la dicotomía. Varios de estos antropólogos confluyen en la crítica desarro-
llada por Carrier (1990) de que el interés por analizar las relaciones socia-
les de la producción llevó a muchos estudios a desentenderse de lo que ha-
cía la gente con los objetos producidos. Es más, las pocas veces que se han
estudiado ha sido como parte del consumo y siguiendo la tesis de Veblen
(2002 [1899]) que relaciona los objetos de consumo con la demarcación
del estatus, es decir, con la representación pública de la identidad social.
Sin embargo, siendo lo anterior muy importante, Carrier mantiene
que también hay que analizar cómo la adquisición de objetos puede refle-
jar la identidad personal del donante en el entorno de las unidades do-
mésticas -la casa- y de sus relaciones. La gente puede comprar objetos
-mercancías-, pero, según ya había establecido Kopytoff (1989/1991),
un objeto no es una cosa neutral, sino que depende del tipo de relaciones
sociales de las que forma parte. ¿Qué ocurre con las mercancías en el ám-
bito doméstico? Pueden transformarse en dones o en regalos si las acom-
pañamos de ciertas ceremonias formales de intercambio: por ejemplo,
en regalos de navidad, de cumpleaños o los que acompañan a ciertos

213
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

ritos de paso (bautismo, bodas, comuniones). En las sociedades de mer-


cado como las nuestras, el envoltorio (sea paquete, sobre especial, lazos,
cintas, etc.) transforma el significado social del producto adquirido: en
medio del anonimato de la compra, la pregunta de un vendedor <<¿para
regalo?», nos da la pista del significado social que puede adquirir.
En cambio, hay otro tipo de productos que Carrier (1990) clasifica
como dones especiales que poseen un rango distinto al regalo de un obje-
to envuelto que había sido una mercancía. Se refiere a ciertos productos
domésticos, casi siempre alimentos que, al contrario de los regalos, no
necesitan envolverse para interpretarlos como dones, porque su pro-
pia confección mantiene una relación con el donante. Habitualmente se
trata de productos de un huerto, o de comidas cocinadas, como un
pastel que, según los estudios de Carrier, si hace falta, se cubren con
un papel de aluminio, pero no con los envoltorios de los regalos proce-
dentes de los circuitos comerciales.
Así como las <<sociedades del don>> han ido incorporando a las cere-
monias e intercambios de dones o de pagos sociales muchos objetos que
"161 1(1' en su origen calificaríamos como <<mercancías>> procedentes de la expan-

e
sión colonial, del trabajo asalariado y de las migraciones, también en las
'1~!
sociedades industriales y capitalistas la persistencia del don ha transfor-
1 mado la presentación de ciertas mercancías, mostrándonos que en las

l'f¡,l~" '
.
r)..) ,,.
prácticas sociales, incluso en la de nuestra sociedad, la oposición don/
mercancías es excesivamente restrictiva .

REDISTRIBUCIÓN Y MODELO TRIBUTARIO

Ya hemos visto esquemáticamente que la redistribución consiste en un


poder político formal que logra que parte de los excedentes locales lle-
guen en forma de tributos a sus arcas centrales, desde donde se redistri-
buyen o se construyen grandes obras públicas que afectan a las pobla-
ciones locales. En realidad, las cosas, como ocurría con la reciprocidad,
son mucho más complicadas: existe redistribución como parte de la moral
del don entre el jefe Trobriand y sus socios, o en el Kwakiutl que redis-
tribuye en los potlatch la riqueza que ha acumulado.
La centralización política que supone un acceso desigual a bienes,
servicios, rangos y honores es parte de las políticas de los Estados. Sa-
bemos que los Estados americanos anteriores a la conquista compartían
con los pueblos ibéricos que los colonizaron una forma de producción
y distribución tributaria (Moreno Feliu, 2010b). Pero vamos a mostrar
en una viñeta etnográfica cómo, fuera del esquema de las tipologías,
el modelo de Estado tributario era más complejo y estaba plagado de
tensiones entre las élites funcionariales y sacerdotales centrales, y las

214
ECONOMÍA POLÍTICA Y CIRCULACIÓN DE BIENES

IJ1Uua~;:.loces y otras instancias administrativas que luchaban por


11f1tener una cierta autonomía para que no se les escapase de las manos
.manejo de sus propios asuntos.
Las últimas investigaciones históricas introducen muchos matices so-
cómo eran las prácticas y conflictos presentes en las administraciones
· que llevaron a cabo la conquista y explotación colonial. La
monolítica que teníamos anteriormente proviene, según historia-
como Hespanha o Elliot, de las construcciones políticas nacionalis-
que se desarrollarían en el siglo XIX a ambos lados del Atlántico.
En las últimas décadas del siglo pasado, varios historiadores han
.,uestionado la imagen de centralización política, tanto de la metrópolis
de las colonias, que se había transmitido desde el siglo XIX (Hes-
1994 y 2007; Elliot, 1986 y 2006; Burbank y Cooper, 2010). Lo
nos interesa de esta revisión histórica es cómo reintegra la expan-
colonial a su contexto político. Es decir, cómo se describe la orga-
nización del Estado que llevó a cabo las conquistas y cómo se reflejaba
en los asentamientos coloniales lo que ocurría en la metrópolis: lejos de
encontrarnos ante un Estado absolutista -que no aparecería hasta bien 'Í
avanzado el siglo xvm- o de un imperio centralizado, lo que las nuevas
investigaciones nos desvelan es la existencia de diversos mecanismos ins-
titucionales, logísticos o de principios morales, que limitaban el poder
real al constreñir la voluntad (arbitrium) de los monarcas.
Es cierto que la casa de Austria homogeneizó su aparato burocrático
y se esforzó por aumentar el peso de la Administración y de la corte, pero
ese refuerzo coexistía con otros dispositivos políticos más antiguos, como
las garantías y derechos de los distintos reinos, de las cámaras municipa-
les, de las agrupaciones profesionales, del entramado de jurisdicciones
-regulares, señoriales y corporativas-, por no mencionar la doctrina,
la administración, las propiedades y las políticas eclesiásticas y sus dis-
tintas instancias. Como señalan Burbank y Cooper (2010: 219), duran-
te el siglo xvn en toda Europa la relación entre el dirigente, la gente y el
territorio seguía siendo ambigua y fluctuante.
El historiador portugués Manuel Hespanha califica la forma plural
de gobernar en los reinos ibéricos <<de la víspera del Leviatán>> (Hes-
panha, 1994), es decir, anteriores al modelo político de centralismo ilus-
trado introducido por los Barbones en el siglo xvm 17 , como un modelo de
monarquía corporativa, cuyo poder aparecía limitado por los siguientes
mecanismos (Hespanha, 2007: 2):

17. Hespanha recuerda la interpretación que hiciera Elliot (1986) de las políticas del
conde-duque de Olivares: su proyecto centralista fracasó ante la resistencia de las distintas
instituciones de la Administración plural de la época de los Austria, que vieron peligrar el
modelo político.

215
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

1. Los monarcas compartían su espacio político con otros poderes,


tanto pertenecientes a jerarquías inferiores (familias, comarcas,
corporaciones y universidades), como superiores (la Iglesia).
2. El derecho estaba configurado por las doctrinas legales comunes
en los países europeos (ius commune) y por las costumbres lo-
cales (consuetudines, usus, styli), si bien no estaba desligado de la
religión o de la moral. Del mismo modo, tampoco lo estaba lapo-
lítica, y mucho menos, los intercambios económicos, sometidos a
las leyes sobre la usura.
3. La actividad legal y política aparecía a menudo subordinada a pre-
ceptos y virtudes morales, como la gracia, la piedad, la merced o
la gratitud. A su vez, estas obligaciones morales formaban parte
de los vínculos sociales que obligaban a todos los miembros de la
sociedad a tener una conducta apropiada en las relaciones de pa-
rentesco, de vecindad, o de amistad, y que, en la vida práctica,
articulaban las complejas y tupidas redes formadas entre los miem-
bros de los linajes, de los grupos domésticos, de los gremios o en
.

¡\lili,'l('l': el compadrazgo. La compleja gama de deberes y obligaciones que
generaban estas relaciones estaban presentes, como ha estudia-
1 (:f'r'!''' do Clavero (1991) en las normas antidorales 18 que impregnaban
toda la sociedad.
'1 ' 4. Por último, los cargos de las distintas Administraciones reales go-

\\''i"f!,ilj¡¡,
~\. zaban de una amplia gama de derechos para ejercer sus compe-
tencias (jurisdictio) y contaban con leyes que los protegían inclu-
so de la injerencia real.
1').,~
Este nuevo planteamiento del modelo político permite analizar con
nuevas perspectivas el proceso colonial ultramarino y cuestionarse el
paradigma clásico: mxistía una separación radical metrópolis-colonia,
basada en la existencia de un plan de dominio específicamente colonial?
Los conquistadores ibéricos tenían un modelo vago, con elementos
reconocibles procedentes del discurso de la <<cruzada>>/reconquista con-
tra el infiel que buscaba aunar el dominio político-económico a la con-
versión religiosa de los vencidos. Otros elementos partían de proyectos
comerciales y de explotación de los recursos (minas o plantación), pero
carecían de un discurso y de una estrategia colonial, más allá de la de-
fensa de ciertos monopolios comerciales o religiosos.
Del mismo modo, institucionalmente no existía ni un modelo de le-
yes, ni de Administración ni de asentamientos únicos. El llamado <<dere-
cho de Indias» era una colección dispar de providencias legales, de objeto

18. Como hemos visto, el término griego antidora se refiere a la obligación moral de
corresponder a los beneficios recibidos.

216
ECONOMÍA POLÍTICA Y CIRCULACIÓN DE BIENES

y rango diferente, que lejos de constituir <<una brillante legislación im-


perial, lo que se desprende de las fuentes son unos retales humildes y re-
vueltos de situaciones y soluciones legales, que la historiografía tradicio-
nal definía como abusos, confusión legal e ignorancia, de modo similar a
como prejuzgaba las leyes aplicadas a los campesinos (ius rusticorum)»
(Hespanha, 2007: 9).
En realidad, la inconsistencia legal, las distintas instancias adminis-
trativas o la diversidad de regulaciones que se aplicaban a los municipios
éran un calco de la pluralidad existente en los propios países ibéricos.
Lejos de existir un plan único ejecutado por unos virreyes o gobernadores
que sustentaban un poder absoluto, la nueva interpretación de cómo se
ejercía el poder y cómo se regularon las colonias nos remite a a la exis-
tencia del <<Antiguo Régimen en los trópicos>>, con varios centros de poder
insertos en un entramado de complicadas negociaciones -un constante
toma y daca- entre los distintos agentes que operaban en los distintos
niveles.
La llegada de los colonos también mostraba una falta similar de plan
colonizador. Como ha mostrado Elliot (2006), lo único que pretendían
era sobrevivir, obtener riquezas y si podían regresar a sus pueblos, do-
nar riquezas a su iglesia parroquial, casarse o traer familiares de allí: en
este sentido no existía tampoco una separación radical entre metrópolis
y colonias.
Muy distinta era la situación de los colonizados -ya fuesen indios,
esclavos o pertenecientes a cualquiera de las castas-, pero tampoco para
ellos existía un paradigma único, sino una sociedad pluralista donde la
explotación y la coerción <<Se canalizaban mediante mecanismos muy
complejos y diversificados: transferencia de rentas, jerarquías simbólicas,
desigualdades legales que, a menudo, jugaban papeles divergentes y que
se contrarrestaban mutuamente>> (Hespanha, 2007: 21).
Solo después de Leviatán -que en el caso español coincidiría con
la legislación de los Barbones- se intentaría aplicar a las colonias las nue-
vas ideas de centralización política, que no llegarían a abrirse paso, ante
la persistencia de las viejas instituciones. Pero con ellas, al difundirse la
idea de un contrato social y la de derechos naturales, surgiría la pregunta
sobre quién era el pueblo y cómo se constituiría: la definición de nación
entroncaría con la independencia de las antiguas colonias.
Una última cuestión: si existen tantos datos sobre los límites del po-
der político de las monarquías <<anteriores al Leviatán>>, ¿cómo es que se
tardó tanto tiempo en cuestionar el modelo anterior?
La descripción imperial clásica presuponía la existencia de un plan
ordenado de conquista, asentamiento y dominio -similar a la visión que
se tenía de los imperios de la Antigüedad grecorromanos-llevado a cabo
por un gran imperio centralizado, con una burocracia monolítica que,

217
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

además de la Administración virreina!, se encargaría de recolectar los re-


cursos de la Corona y enviarlos a Sevilla.
En realidad, según historiadores como Hespanha, esta reconstruc-
ción forma parte de las ideológicas nacionalistas del XIX y su manteni-
miento se debe a lo bien que se acomodaba a las construcciones naciona-
les que tenían lugar en ambas orillas atlánticas. Así, el modelo centralista
en la España del XIX concordaba con las medidas que se estaban adop-
tando para cambiar el modelo de Estado con la supresión <<definitiva>> de
los ordenamientos particulares de que habían gozado los distintos reinos
peninsulares, además de permitirse la fantasía ideológica de presentar a
los <<conquistadores>> como «romanos>>.
Por contra, la mayoría de los países americanos que acababan de al-
canzar la independencia política en el siglo XIX se encontraban relatan-
do las bases históricas de cada una de las nuevas nación-Estado. En las
nuevas repúblicas, el modelo de un imperio político centralizado, que
había llevado a cabo la conquista y la explotación de recursos y gentes,
daba pie a interpretar el colonialismo español como un largo episodio
¡\ ¡¡¡¡{1''1
-socialmente ahistórico- de dominio extranjero.
Este discurso permitía a las nuevas naciones una <<externalización de
males>>, que dejaba limpias a las élites locales, que habían participado
1(' -como criollos, descendientes de los mismos conquistadores- en las
políticas coloniales, al tiempo que mantenía invisibles y apartados de la

\:~.,
arena política a los grupos más desfavorecidos y dominados.

1),,)
'~

218
6

LAS INSTITUCIONES DEL INTERCAMBIO:


COMERCIO, MERCADO Y DINERO

La literatura antropológica sobre la tríada comercio, mercado y dine-


ro ha seguido con ciertos altibajos la discusión abierta por K. Polanyi
(1944), bien manteniendo su paradigma, pero introduciendo noveda-
des etnográficas, bien refutándolo.
El punto de partida de Polanyi para estudiar la tríada comercio, di-
nero y mercado -que él denominaba a veces la tríada cataláctica o del
intercambio- consistía en establecer dos puntualizaciones:
• Pertenencia a un mismo sistema. Desde el punto de vista de los
datos etnográficos, históricos y arqueológicos de que disponemos no hay
ningún indicio que nos permita sospechar que los elementos de la tríada
formaban o irían a formar parte, alguna vez de la misma institución, como
indudablemente lo forman en la economía de mercado. En dicho siste-
ma, el comercio se muestra como el movimiento de bienes en el mercado
y el dinero como el medio de cambio que facilita dicho movimiento.
Pero al estudiar otras sociedades, al faltar esta unidad integradora,
no es extraño que las etnografías nos den cuenta de la coexistencia de
varias formas de comercio, varias esferas de intercambio, varios tipos y
usos de dinero, y la entrada de varias instituciones y de sus normativas
(morales, políticas, legales, de parentesco y religiosas fundamentalmen-
te) en las limitaciones impuestas a la circulación de bienes o en la forma-
ción de los varios niveles de precios existentes, además del mecanismo
de oferta y demanda que también puede estar parcialmente presente.
• Mercado y sistema de mercado. En contra de lo que afirmaban algu-
nos de sus críticos de la época de la polémica con los formalistas, Polanyi
nunca negó la existencia en otras sociedades de mercados como lugares
de intercambio. Lo que sí negó fue que en toda sociedad existiesen los
principios de mercado, formadores de precios, como los conocemos no-
sotros (Polanyi*; Bohannan y Dalton*). Esta segunda acepción se puede

219
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

considerar <<como una teoría cultural específica o como una ideología>>


(Applbaum, 2005: 282). Así, en oposición a las definiciones neoclási-
cas -que suelen ser normativas- los antropólogos suelen incorporar al
modelo factores no económicos o sencillamente incrustados en diversas
instituciones. Por lo mismo, al carecer de <<sistema», comercio, mercado
o dinero no son categorías unitarias, lo que significa que a diferencia del
<<sistema de mercado» no guardan relación ni con una concepción bur-
guesa de la propiedad (Congost, 2007) ni con las ideas liberales sobre la
libertad individual a la hora de comprar y vender.
Vamos a exponer -modificado- el modelo de Polanyi, advirtien-
do de antemano que él ilustraba las distinciones sobre los mercados o
sobre los comercios con sociedades históricas, que hemos intercalado con
datos etnográficos y que se trata de un modelo parecido a los <<tipos idea-
les» de Max Weber.

EL COMERCIO
,,llll,''0"1;

:r
K. Polanyi, siguiendo una línea teórica de gran tradición, en la que en-
contramos autores como Karl Marx, H. Schurtz o entre los antropólogos
R. Thurnwald, establece una distinción radical entre el comercio local y
el comercio de larga distancia. Ya el propio Max Weber había apunta-
do la independencia entre ambas formas de comercio e incluso sugería
\' \•~. •l~o,¡; ... que el mercado organizado y el uso del dinero como medio de cambio
habían surgido en la esfera del comercio extranjero. Polanyi, como de-
cíamos, recoge esta distinción evolutivamente (esto es, el comercio ex-
1).) '"' terno es anterior al comercio interno, y desde luego al mercado), y gran
parte de su análisis se basa en mantenerlos como entidades separadas:
Puede establecerse con bastante seguridad que la prioridad del desarrollo
externo del comercio, del dinero y de los mercados sobre el interno es un
fenómeno de validez general. En esta línea de investigación se han estable-
cido un número de hechos tales como la drástica separación de los merca-
dos externos e internos en Atenas, en las ciudades persas del siglo xvn a.C.,
en las ciudades de Dahomey de los siglos xvm y XIX (Polanyi, 1977: 78).

Y continúa Polanyi dando ejemplos de separaciones entre ambos tipos


de comercio para así poder realizar su análisis general, a partir del estudio
del comercio externo y las diversas instituciones que en él intervienen.
Sentada la separación entre comercio externo e interno, hay que te-
ner presente en todo momento que el comercio poseía una gran varie-
dad de formas, tanto desde el punto de vista institucional como desde el
de las distintas técnicas desarrolladas. Por ello, Polanyi establece sobre
el comercio una tipología ideal que da cabida a la gran riqueza de for-
mas que aparecen en distintas épocas y en distintas sociedades.

220
LAS INSTITUCIONES DEL INTERCAMBIO

El comercio es, según acuerdo casi generalizado, una forma de ad-


quirir bienes que no hay en un lugar. Esta definición implica, por una
parte, la adquisición de productos procedentes de fuera de una comu-
nidad dada y, por otra, transportarlos a ella desde un lugar distante. Una
de las características fundamentales de este tipo de movimiento de bienes
es la necesidad de establecer una red de relaciones bilaterales (siempre
tiene que haber al menos dos comunidades implicadas) que son por de-
finición de carácter pacífico. Por tanto, quedan excluidas del ámbito del
...comercio todas aquellas transacciones económicas unilaterales que eran
muy frecuentes en la Antigüedad (y tal vez en términos cuantitativos más
importantes que el comercio), en concreto nos estamos refiriendo a los
saqueos y a los botines de guerra.
Si es evidente que en el comercio dos comunidades intercambian bie-
nes, también lo es que los papeles de ambas en el intercambio no son
iguales: o las transacciones tienen lugar en un sitio neutral, o una de las
dos ha de llevar un rol activo, que implica tomar la iniciativa y correr con
los riesgos y negociaciones; mientras que la otra juega un papel pasivo,
en el sentido de que la comunidad receptora no participa de los procesos
de toma de decisión y asunción de los riesgos inherentes al comercio al
ser meramente una comunidad visitada por los comerciantes.
En cualquier caso, las actividades comerciales están inmersas en una
compleja red de relaciones sociales en la que destaca la presencia de ele-
mentos de carácter ritual-ceremonial y políticos. El papel destacado que
poseen estos elementos tiene repercusión directa en los mecanismos de
intercambio, por lo que, en general, no se puede decir que las razones
de cambio se produzcan meramente en el comercio, siguiendo automáti-
camente las así llamadas leyes de la oferta y la demanda, sino que dichas
razones de cambio con gran frecuencia se presuponen, bien por la fuer-
za de la tradición, bien por acuerdos políticos. La razón fundamental
es, evidentemente, la ausencia de un mercado <<autorregulado» que aísle,
aunque sea teóricamente, el comercio del resto de las variables sociales.

Tipología de factores institucionales del comercio

En ausencia de la homogeneización que supone el mercado, hay mu-


chos factores sociológicos, económicos, políticos y técnicos que han
de tenerse en consideración para estudiar las diversas variedades de
comercio existentes, puesto que su incorporación al análisis modifi-
ca sensiblemente los supuestos generales de que parten los partidarios
de una aplicación mecánica del modelo de intercambio dominante en
nuestra sociedad, sobre todo en relación con el <<beneficio económi-
CO» resultante de tal intercambio. Estos factores se pueden clasificar
en cuatro grupos diferentes:

221
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

l. Los comerciantes. Polanyi aísla dos tipos ideales de comerciantes


en función de los motivos (individuales definidos socialmente) de los ac-
tores para entrar en el comercio: por una parte, el factor o agente y, por
otra, el mercader. La característica más relevante del agente es que obte-
nía su beneficio no tanto en términos de <<ganancias económicas» definidas
en cuanto tales como en términos de reconocimiento de estatus. En este
sentido se puede afirmar que no obtenía ganancias sino donaciones de
su señor. El factor es un integrante fundamental del comercio adminis-
trado, un servidor del rey o del emperador. Por el contrario, la actividad
del mercader está alejada del carácter de <<servidor público>> del factor:
su beneficio era económico, no de estatus, y provenía directamente de
la transacción llevada a cabo. Desde el punto de vista social, la perte-
nencia a una clase alta es una característica básica del factor, mientras
que el mercader, excepto en casos excepcionales, pertenecía a una clase
muy baja, como, por ejemplo, los emporoi griegos o los metecos. Según la
reconstrucción histórica que realiza Polanyi, en la Antigüedad no existía
el que podríamos llamar comerciante-mercader de clase media. Solo en
,tl'~):j casos excepcionales (ciudades italianas, Europa del siglo XIX) se ha altera-
do esta regla general, ruptura que, de hecho, acompañó al surgimiento

' ('~!" histórico de un nuevo tipo de sociedad.


Por tanto, en el mundo arcaico, según esta reconstrucción ideal, los

'~ ·l~
tipos de comerciantes con que nos encontramos son: el factor, producto
de un sistema político centralizado, a medio camino entre el diplomá-
•1 ¡l,,' tico (como delegado del rey que era) y el comerciante-mercader, cuyas
'"""lil
1'),
ganancias no provenían directamente de las transacciones comerciales
)," llevadas a cabo sino que provenían de las donaciones (tanto en bienes
como en cargos o incluso en tierras) del rey. El tamkarum sumerio, los
comerciantes del valle del Nilo, o los funcionarios de los reinos de Áfri-
ca occidental (como los de Dahomey) serían un buen ejemplo. Ahora
bien, que el papel definitorio de este tipo de comerciantes sea el de <<co-
merciantes del rey>>, no excluye la posibilidad de que también organi-
zasen privadamente transacciones comerciales, el volumen de las cuales
está sujeto a controversias por parte de los distintos especialistas, dada
la oscuridad de los datos; sin embargo, fuese cual fuese la incidencia de
las transacciones privadas, estas no alteran las características generales
ya enumeradas del tipo de comercio llevado a cabo por el factor, ni su
posición dentro de la estructura social.
El segundo tipo de comerciante es el meteco o extranjero residente.
Todas sus ganancias provenían de las transacciones comerciales que efec-
tuaba. A esta categoría pertenecerían los metecos de las ciudades griegas,
los cambistas helenistas, el banquero trapezita, o los comerciantes del
valle del Indo. Uno de los fenómenos recurrentes que muestra la compa-
ración de mercaderes en distintas sociedades es su pertenencia a una clase

222
LAS INSTITUCIONES DEL INTERCAMBIO

social baja, como muestra el hecho de que, en general, no pudiesen poseer


propiedades inmobiliarias. El comercio llevado a cabo por los metecos
estaba regido y limitado por las regulaciones políticas de la ciudad.
Un tercer grupo de comerciantes estaba constituido por los extran-
jeros no residentes que participaban en el comercio activo. Muchas veces
eran miembros de comunidades que estaban especializadas en el comer-
cio, en el sentido de que toda la comunidad dependía del comercio para
su subsistencia. Ejemplos de estas comunidades los encontramos entre los
1enicios, los ciudadanos de Rodas y los vikingos dedicados al comercio
marítimo; los beduinos y tuareg especialistas en el tránsito de caravanas
por el desierto, o en comunidades políticamente descolocadas como los
judíos o los armenios.
2. Bienes. Las técnicas comerciales variaban según el tipo de bienes
que deseaban adquirirse. Es fundamental tener en cuenta que el comercio
(como la producción) no era un fenómeno continuo como ocurre en el
capitalismo. Tampoco desde el punto de vista de los bienes se puede ha-
blar de comercio en general, sino que cada rama de bienes intercambiados
respondía a unos planteamientos específicos en función de los productos
en cuestión. Como señala Chaudhuri en su libro sobre el comercio en el
océano Indico, el comercio premoderno desde el punto de vista de los
bienes estaba basado en tres factores determinantes:

Algunas comunidades poseían una ventaja tecnológica que no podía ser di-
fundida o copiada en otros lugares. Los bienes producidos bajo tales condi-
ciones estaban desde luego sujetos al racional de la consideración de precios.
En segundo lugar, los determinantes geográficos de la producción eran mu-
chas veces absolutos, y ciertas mercancías tenían fuentes de oferta únicas.
Por último, los gustos del consumidor y las convenciones sociales jugaban
un papel importante en la configuración de la demanda de artículos de lujo
muy valorados (Chadhuri, 1985: 17).

Este tercer factor, esto es, la demanda de productos lujosos, es fun-


damental para comprender los movimientos del comercio precapita-
lista. En muchas ocasiones nos encontramos con que los bienes inter-
cambiados no responden a <<necesidades>> sino a productos de lujo, y
en efecto, esta es una característica fundamental del comercio antiguo,
teniendo, además, en cuenta tanto el papel crucial que en él juegan
la reciprocidad, sobre todo en sus aspectos políticos de intercambios
de regalos entre gobernantes y los intercambios redistributivos para
la propia acumulación de excedentes, puesto que, tributos, tasas y do-
naciones eran el origen de la mayor parte de las transacciones comer-
ciales. Por todo ello, nunca debe subestimarse la importancia del mo-
vimiento de bienes suntuarios ni la consideración sociológica general
sobre el papel crucial de la circulación de bienes de prestigio entre las

223
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

élites de unas sociedades en las que la adscripción de estatus señala


una de sus notas distintivas.
3. Transporte. En un sistema de mercado, este integra también al
transporte en los mecanismos de oferta-demanda y precios. Pero en au-
sencia de dicho sistema, hay que combinar la propia tecnología del trans-
porte con la estructura social existente. No es lo mismo transportar pro-
ductos lujosos llegados de países lejanos por un territorio con una ruta
terrestre controlada militarmente por el ejército de un emperador, que
fletar un barco y exponerse a los abordajes piratas, máximo si tenemos en
cuenta que en el Mediterráneo, por ejemplo, la distinción entre un barco
pirata y un barco comercial tardó muchos siglos en producirse de forma
tajante.
Las técnicas de transporte estaban íntimamente relacionadas con el
tipo de bienes que se deseaba transportar. Desde este punto de vista, esto
es, en función de la naturaleza de los bienes, es necesario establecer una
distinción radical entre bienes que, como, por ejemplo, el ganado o los
esclavos, se pueden mover por sí mismos, y bienes, como las maderas,
··fl¡ll,ll''l,.i: las pieles o las piedras y metales preciosos, que no. A su vez, las rutas, me-
dios y modos de transporte dependían de factores tecnológicos, geográ-
,,
ficos y de la estructura político-social. Todo tipo de transporte, ya fuese
por mar, riberino o por tierra, estaba sujeto, además de a los avatares
climáticos, técnicos, etc., a los peligros de piratas y bandidos. Por ello,
1 (, el control sobre las rutas comerciales llevó muy a menudo aparejado un
'•iJt.f:~!l¡ desarrollo estrictamente militar, y al mismo tiempo era una fuente de
1
ingresos importante para los gobernantes debido a las tasas y tributos
IJ ) •f"!~ 1
que los comerciantes tenían que pagar para poder transportar sin peli-
gro de ataques sus mercancías.
4. Bilateralidad. Ya hemos señalado repetidamente que el comercio
de larga distancia implicaba el establecimiento de relaciones entre al me-
nos dos comunidades diferentes. Pero en estas relaciones estaban presen-
tes un gran número de factores extracomerciales tales como la política ex-
terior y la diplomacia de cada comunidad, que repercutían directamente
en el tipo de transacciones comerciales que se llevaban a cabo. Desde
este punto de vista, el tipo de contacto comercial entre dos pueblos se
puede clasificar en:
a) Comercio de donaciones. Está basado en relaciones de reciproci-
dad entre jefes o reyes, por lo que su organización cuenta con un fuer-
te componente ceremonial (prestaciones mutuas, embajadas o legados,
etc.). Los bienes intercambiados son muy a menudo componentes del
1, ¡
tesoro u objetos preciosos que circulaban solo entre las élites: esclavos,
oro, marfil, caballos, etc. Es una de las formas de comercio básicas en las
sociedades no capitalistas, sobre todo en aquellas en las que ya estaban
presentes procesos de centralización política.

224
!
LAS INSTITUCIONES DEL INTERCAMBIO

b) Comercio administrado o por tratado. Su existencia presupone


necesariamente un grado elevado de estabilidad y centralización políti-
ca. El tipo de relación establecida también presupone la existencia de
instituciones legales, porque los tratados han de tener una estructura for-
mal, aunque la forma varíe de sociedad a sociedad, y en algunos casos
los tratados sean implícitos y en otros explícitos. Todos los canales del
comercio o son gubernamentales directamente o controlados por el Go-
bierno y sus funcionarios. No es una forma comercial que deje mucho
hígar para la competición.
Si la forma institucional de intercambio característica del comercio de
donaciones era la reciprocidad, en el caso del comercio administrado lo es
la redistribución, tanto desde el punto de vista de la recolección de bienes
para exportar como desde el de la distribución de los importados (redistri-
bución doméstica). Uno de los objetivos básicos de este tipo de comercio
consiste en que el precio (mecanismos, medios, pagos) no varíen o al me-
nos fluctúen lo menos posible mediante mecanismos administrativos.
A menudo el comercio administrado cuenta con instituciones comer-
ciales peculiares como pueden ser, por ejemplo, los enclaves comerciales
de los puertos o incluso los templos religiosos. Estos enclaves refuerzan
el cumplimiento de las reglas o tratados existentes. La esfera ceremonial
también está presente en los procesos redistributivos, que son un com-
ponente fundamental de la estabilidad política.
e) Comercio de mercado. La forma de integración de comercio de
mercado se basa en un intercambio entre las partes. Las tierras y el tra-
bajo se han convertido también en mercancías. Su organización sigue
las líneas de la oferta y la demanda aglutinadas por los mecanismos de
precios. El mecanismo del comercio de mercado se adapta no solo a las
mercancías sino también a cada elemento del comercio (producción, al-
macenamiento, transporte, riesgo, crédito, etcétera).
Su existencia, relativamente reciente, presupone la de comercio y
mercados. El problema fundamental que plantea es averiguar cómo se
ha producido la unión comercio-mercado y dinero como una unidad
indisoluble, desde el momento en que el mercado es la forma de inter-
cambio dominante.

MERCADOS Y SISTEMA DE MERCADO

Polanyi, como hemos dicho al inicio, atribuye al término <<mercado>> un


doble significado: lugar de mercado, lugar físico, generalmente al aire
libre, donde se pueden adquirir, bien diariamente, bien con cierta perio-
dicidad (en función de la demografía y de los asentamientos espaciales),
productos necesarios. Cualquier arqueólogo o historiador puede estu-

225
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

diar sus restos empíricamente, porque los lugares de mercado han sido
frecuentes en muchas sociedades, sobre todo en las estratificadas.
El segundo significado se refiere al sistema de mercado, que sería una
construcción culturalmente específica vinculada con una representación
utópica de la humanidad. Como ha señalado recientemente el economis-
tajean Michel Servet (2009: 77), <<la ruptura fundamental de Polanyi con
la ortodoxia yace en su deconstrucción del concepto de mercado. Vere-
mos que divide esta categoría en dos lógicas antitéticas: 'el mercado' es
una creencia, no un concepto científico>>.
El mercado como forma sistemática y homogeneizadora de intercam-
bio cobra una nueva dimensión con el capitalismo, donde el resto de las
instituciones sociales llegan a girar en torno a él. Tierra y trabajo entran
a formar parte de los mecanismos de oferta y demanda. El riesgo ya no
es lo que hemos visto en otras formas de comercio, sino que se convier-
te en una función del propio mercado. El dinero y su oferta, así como
los créditos, se consiguen a través del mercado.
Tanto teórica como empíricamente es imprescindible mantener la dis-
,!I~U'il;: tinción entre mercados y sistema de mercado porque se trata de dos fe-
nómenos muy distintos. Conviene en este sentido traer a colación ciertas
~
observaciones generales que hacía S. Plattner en su introducción a varios
artículos (Berdan, Earle y Blanton) sobre los mercados en la Antigüedad,

'
1 que, aunque centrados principalmente en los Estados de la América pre-
hispánica, presentan los mismos problemas generales que los estudios
' 'l. (,·~"·¡1: de las formas económicas antiguas en otros lugares del globo:

'''),... " El mensaje subyacente en estos artículos es que la generalización a partir de


la existencia física de lugares de mercado, en una sociedad anterior a la con-
quista, de la serie total de funciones integradoras de mercado que se observan
en los Estados modernos capitalistas es simplista y probablemente errónea.
El intercambio existía dentro de y sin lugares de mercado, y los lugares de
mercado cumplían algunas funciones integradoras, pero la comprensión
de la naturaleza precisa de los sistemas económicos y sociales de los prime-
ros Estados debe venir de un conocimiento sólido de la producción rural y
de la distribución regional (Plattner, 1985: xvi).

Pero para estudiar la producción y distribución local y regional en


la Antigüedad, sigue siendo fundamental mantener la distinción de Po-
lanyi, porque según el presupuesto del que se parta, así serán las inves-
tigaciones, y en muchas de ellas aparece el intento dogmático de aplicar
mecánicamente los principios del sistema de mercado a los lugares de
mercado, eclipsándose así los fundamentos organizativos de otras socie-
dades no integradas en el capitalismo.
Teniendo en cuenta la distinción previa establecida, se puede decir
que desde el punto de vista institucional del cambio, el mercado no im-

226

1
LAS INSTITUCIONES DEL INTERCAMBIO

plica necesariamente un mecanismo de oferta y demanda {principio de


mercado). Es decir, el mercado sí implica necesariamente una situación de
intercambio, pero no estrictamente un sistema de mercado. En este senti-
do, sus elementos básicos son un lugar donde efectuar las transacciones,
los productos que intercambiar, una parte que oferta, otra que demanda y
unas razones de cambio (bien sistemas de equivalencias, bien dinero acep-
tado como medio de cambio), determinadas fundamentalmente por la
costumbre, la ley, la Administración y en parte por el propio mercado. El
hecho de que los precios dependan en gran parte de instituciones ajenas al
mercado marca una vez más la frontera entre las instituciones de mercado
y el sistema de mercado. En general, la institución de mercado tiene dos
modos de desarrollo independientes, relacionados con el comercio: por
una parte, el, posiblemente más antiguo, mercado externo definido como
el proceso de adquisición de bienes procedentes de fuera de la comuni-
dad; y por otra, el mercado interno o conjunto de formas de distribución
local que según el grado de centralización política existente utiliza distin-
tos mecanismos. Así, en los Estados más centralizados, como, por ejem-
plo, en los llamados hidráulicos, es fundamental el almacenamiento y la
redistribución central de bienes, mientras que en Estados menos centrali-
zados están más desarrollados los mecanismos de venta local de alimentos.

Tipos de mercados locales

Polanyi, siguiendo sus modelos históricos, ofrece tres formas de asenta-


miento de mercados locales, en función del tipo de organización políti-
ca y social existente:
1. Tipo ágora. Polanyi mantiene que en Grecia existía una separa-
ción radical entre el comercio externo e interno, cuyos orígenes eran
independientes. La distinción lingüística entre el comerciante local (ka-
pelos) y el exterior (emporos) discriminaba de hecho la localidad del
comercio, más que la venta al por menor frente a la venta al por mayor.
El producto fundamental que se adquiría mediante el comercio ex-
terno era, indudablemente, el grano. Atenas dependía del grano exte-
rior para mantener a su población. Aunque todos los estudiosos están
de acuerdo en este punto, las discrepancias sobre la cantidad de grano
importado son grandes, debido principalmente a la falta de datos con-
cretos sobre la tierra cultivada, la población y el consumo. Garnsey que
estima que la capacidad de producción de grano en la propia Ática era
muy superior a lo que normalmente se mantiene, calcula que en un año
normal el grano local autoabastecería tan solo a la mitad de su pobla-
ción. Sin embargo, todo parece apuntar que a partir del siglo v la depen-
dencia del exterior para adquirir grano era superior a esta estimación
(Garnsey, 1988; Redfield, 1986).

227
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

Los grandes productores-suministradores de grano para los atenien-


ses eran Asiria, Egipto, Siria, Libia, Ponto, Tracia y Sicilia. En la época
clásica el granero de Atenas fue Tracia y la región del Mar Negro.
Sin embargo, el comercio exterior de grano, fundamental como era
para la polis, era en parte comercio de donaciones de otros Estados a
cambio de alianzas político-militares, y en parte comercio administra-
do, como muestra que durante casi toda la historia se mantuvo el ideal
de precio fijo (5 dracmas) en el ágora, mediante el control de precios
por parte de la polis a pesar de que en el emporiun los precios oscilaban
y eran a menudo superiores.
Bastante parecida a la situación del grano en el Ática era la de otros
productos que también entraban bajo el comercio administrado, como,
por ejemplo, la madera necesaria para la construcción de navíos, pro-
ducto fundamental para mantener el poderío naval ateniense.
Es muy importante repetir una vez más que la posición social del
emparas era muy baja, ya que, generalmente, se trataba de extranjeros
residentes, dependientes de las leyes de la polis, por las que sus prácticas
·,~ 1 ':•

comerciales estaban reguladas y limitadas. En su última obra, Garmsley


matiza, acertadamente, el papel de los mercaderes, frente a los que los
consideran el prototipo del <<mercader libre» de la Antigüedad:

Es axiomático que el comercio en la Antigüedad estaba en manos privadas.


1 ., Las ciudades ni poseían barcos mercantes ni eran las empresarias de los que
j
•IJt,,,,
~,.'
navegaban en ellos. Pero no se sigue de ahí que no hubiese contactos entre
los Gobiernos y los comerciantes que proveían de artículos de primera ne-
j j ) '~" ·~ cesidad (Garnsey: 1988).

Y si en épocas normales los emporoi tenían restricciones (de acuerdo


con los tratados del comercio administrado) en épocas de crisis se ponían
en marcha, además, mecanismos redistributivos (por una parte de la polis
para con sus ciudadanos y, por otra, mediante el euergetismo apelando a
la generosidad pública de los ricos) y antiespeculativos (Garnsey, 1988).
No es de extrañar que en una situación tal de regulación política del mer-
cado, con canales para convertirlo en un mecanismo redistributivo, el
mercado griego, como dice J. Redfield, nunca encontrase su Adam Smith.
En contraposición al comercio externo, el mercado local tenía lugar
en el ágora, que era una institución social y política, además de lugar
de mercado local. Los productos a la venta eran fundamentalmente ali-
mentos, en muchos casos ya preparados para su consumo. En principio,
en el ágora no se vendían bienes procedentes de países lejanos.
Los comerciantes (kapeloi) no tenían el grado de especialización de
los emporoi. Muy a menudo el mercado local estaba en mano de mujeres,
a diferencia, una vez más, de los viajeros emporoi que eran varones.

228

1'
LAS INSTITUCIONES DEL INTERCAMBIO

En todo caso tenían que ser ciudadanos porque según las leyes de
Solón ningún extranjero podía vender en el ágora (aunque esta ley se
modificaría con el tiempo y un extranjero podía vender a condición de
que pagase impuestos especiales).
La dependencia del ágora de la política de la ciudad hacía que en
ocasiones excepcionales se convirtiese, como ya hemos dicho repetida-
mente, en un mecanismo redistributivo para los ciudadanos. Aunque esta
canalización del mercado se produjese en medio de grandes tensiones
políticas, y no como un mero ajuste automático.
Un lugar de mercado muy frecuente en toda la Antigüedad, pero del
que no se dispone de datos, debieron de ser los mercados ambulantes
que acompañaban a los ejércitos. Su importancia debe contemplarse des-
de una doble perspectiva: por una parte, la propia provisión del ejército
y, por otra, la disposición y reparto de riqueza que suponían los botines
de guerra.
2. Tipo puertas. El segundo de los tipos de mercado antiguos que
Polanyi identifica surgió en aquellos imperios cuya forma institucional
de integración era la redistributiva. Estos mercados estaban, precisamen-
te, en relación con la redistribución de alimentos. Por ello se situaban en
las puertas de los principales centros de almacenamiento, es decir, del
templo, de la ciudad o del palacio.
Más que en relación con la oferta y la demanda, las transacciones
estaban relacionadas, en un principio, con los impuestos y pagos de ren-
tas, mediante sistemas de equivalencias.
En cuanto a mercados externos faltan datos que expliquen, en el caso
de Mesopotamia, la evolución de los mercaderes-factores tamkarum. Se
sabe que en ciertas ocasiones llevaban a cabo transacciones comerciales
privadamente, pero se ignora cómo (ver Polanyi, 1981, donde compara,
o más bien aventura, una posible solución en las prácticas de los funcio-
narios mercaderes de África occidental en el siglo XVIII que a partir de
una cierta cantidad de productos que tenían que comerciar en nombre
del rey, podían vender el resto privadamente). Es decir, aunque la base del
poder del tamkarum fuese la del ser un funcionario real (encargado de
múltiples funciones, tanto mercantiles como diplomáticas), siempre ha-
bía lugar para que este llevase a cabo ciertas transacciones por su cuenta,
lo que no quiere decir en absoluto, como asume, por ejemplo, M. Sil-
ver (1985), que los mercados que surgían perteneciesen al sistema de
mercado autorregulado. Su crítica fundamental a Polanyi se basa en la
existencia de mercados (aunque la fuente de sus datos es muy confusa por-
que considera Egipto, Mesopotamia, Judea y el resto de países de la zona,
como una unidad) en la Antigüedad. Pero Polanyi, nunca negó la existen-
cia de mercados allí donde los hubiese, sino la presunción de la existencia
de un sistema de mercado. Una vez más, muchos de los datos de Silver

229
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

no son incompatibles con las tesis de Polanyi. Sí lo es, sin embargo, el


presupuesto general.
3. Tipo bazar. La última categoría, en su forma originaria es más si-
milar a los mercados griegos que a las puertas, porque aparecen nueva-
mente una parte que oferta productos y otra que los demanda.
Pero en los bazares, los productos a la venta no eran alimentos, sino
manufacturas vendidas por los pequeños artesanos, casi siempre extran-
jeros, en sus tiendas (no al aire libre). Sin embargo, a diferencia de lo que
ocurre en el sistema de mercado, estaba ausente el mecanismo único de
prectos.
Históricamente el bazar evolucionó hacia un mercado local de ali-
mentos una vez que desaparecieron los mecanismos redistributivos de
los grandes imperios y se difundió el tipo de mercado en principio ca-
racterístico de los griegos.
La riqueza de formas de comercio y mercados que se desprende de
todo lo anteriormente expuesto, teniendo en cuenta que empíricamente
se mezclaban varias de ellas, y sus evoluciones particulares, así como la
,ltll,,tl;:·
complejidad de sus siempre presentes interrelaciones con otras institu-
ciones (políticas, religiosas y de parentesco, principalmente), nos llevará
a plantearnos con una nueva luz cuál es el papel del tercer miembro de
la tríada del cambio -el dinero-. Sin embargo, es preciso mantener
en todo momento los orígenes independientes de cada uno de ellos, por-
1. que, como hemos visto más arriba, puede haber comercio sin dinero,
•1~,:.· o comercio sin mercado, y puede haber dineros especiales para usos
.. ) ~·
i¡it'

especiales. La homogeneización de los tres miembros de la tríada solo


~, ocurre en el sistema de mercado.

EL DINERO DE LA ISLA ROSSEL

La presencia o ausencia de dinero, que algunos antropólogos como


Beattie han considerado una mera cuestión de grado, no supone nin-
gún invento decisivo que transforme a una sociedad o mida su grado
de progreso. Tampoco las llamadas dificultades del trueque han supues-
to un apremio para «inventar>> tal objeto (como muestra el caso de los
fenicios, quienes, a pesar de su fama de ser el prototipo de comercian-
tes, carecían de dinero), sino que su presencia o ausencia está anclada
en el conjunto total de transacciones e intercambios incrustados en una
sociedad determinada. Al comparar los datos antropológicos e históri-
cos de que disponemos, no hay ningún indicio ni de que el origen ni el
uso de determinados objetos como dinero pertenezcan a un terreno que
pudiéramos definir como <<económico>>. Creo que una viñeta etnográfi-
ca sobre el dinero de la isla Rossel nos aproximará a los problemas y a

230
LAS INSTITUCIONES DEL INTERCAMBIO

la complejidad de los sistemas que los colonizadores llamaron <<dineros


primitivos>>.
Wonajo, la deidad-serpiente de los nativos pobladores de Rossel,
pequeña isla situada a unas doscientas millas al sudeste de Nueva Gui-
nea, repartió entre los isleños dos series de objetos -ndap y nko-
que han despertado tanto interés en la literatura antropológica des-
de que W. E. Armstrong las describiera bajo la denominación de «sistema
monetario>> en 1924, como el que tenían entre los isleños Rossel des-
'éle tiempos inmemoriales. La serie de objetos ndap, que circula entre
los hombres, consiste en pequeñas piezas individuales de unas conchas
pulidas, tal vez del molusco spondylus, cuyo color varía del blanco al
rojo anaranjado. La serie nko, que circula fundamentalmente entre las
mujeres, consiste en pequeños discos que se agrupan de diez en diez (a
diferencia de los ndap, no se contabilizan individualmente), hechos de
conchas de almejas gigantes. Los nativos de la isla Rossel clasifican la
serie ndap en veintidós categorías diferentes (aunque algunas de ellas
constan de hasta tres subcategorías), cada una con una denominación
y un valor determinado, siendo el menor el que Armstrong llama, para
simplificar, número 1 y el mayor el número 22. Si bien es cierto que la
<<traducción>> de los nombres de las categorías en números facilita a un
occidental la comprensión de tan complejo sistema, hemos de tener en
cuenta que, tal y como criticaba el antropólogo G. Dalton en un célebre
artículo (Dalton, 1967), introduce una grave distorsión porque parece
implicar que la relación entre las categorías numeradas del 1 al 22 es car-
dinal, esto es, que, por ejemplo, la categoría 18 vale 18 veces más que la
número 1, lo que, como veremos, no sucede. La paridad que se establece
entre los diferentes valores es muy compleja, porque ni el rango entre
ellos obedece a un sistema de múltiplos y submúltiplos ni las reglas que se
aplican a las conchas de las categorías inferiores, que circulan con relativa
fluidez, aunque cada denominación solo se utilice para fines específicos,
rigen para las superiores, sobre todo a partir de la número 15 donde
cada concha posee un nombre individual además del genérico. Existen
en toda la isla unas mil conchas ndap de las que solo 81 pertenecen a
las 8 categorías superiores. Este número permanece inalterado (no ol-
videmos su origen sagrado), aunque los jefes pueden incorporar nuevas
conchas a las categorías inferiores (de la 1 a la 7) que, aunque siguen
las mismas reglas que las conchas originales en cuanto a su utilización
en intercambios, pertenecen a un orden diferente. Las conchas de las
categorías superiores (a partir de la 18) tienen un carácter sagrado, se
transmiten patrilinealmente entre los jefes, se mantienen celosamente
guardadas, ocultas a la luz del sol, aunque los jefes tienen que prestarlas
al resto de los isleños porque son el medio de los pagos ceremoniales
más importantes. El circuito de préstamos, práctica tan habitual entre

231
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

los habitantes de Rossel que incluso cuentan con intermediarios espe-


cializados, se establece según el rango de las categorías del sistema ndap
siguiendo las reglas establecidas por la tradición que ha fijado el pago
específico para cada transacción.
Desgraciadamente, Armstrong no nos suministra información del uso
de las conchas en todos y cada uno de los intercambios, sino que solo
se detiene en algunos casos. Ahora bien, el uso específico de una categoría
determinada (y no de una superior o de una inferior) para cada transac-
ción concreta, hace que todos los isleños estén inmersos en una red cons-
tante de préstamos, cuya devolución se establece hasta la categoría nú-
mero 17, escalonando el rango en función del tiempo; es decir, si alguien
pide prestada una concha de la denominación 4, tendrá que devolver una
de la categoría 5 o de la 6 según el tiempo de devolución (medido según
las convenciones sociales Rossel, no aritméticamente), pero nunca una
suma de conchas <<equivalentes>> de categorías inferiores.
A partir de la denominación 17, las reglas cambian, porque hay que
devolver la misma unidad (ya hemos dicho que desde la denominación
,ltll,)•·l.i:: 15 en adelante todas las conchas tienen nombres individuales), más un
número determinado de conchas de categorías inferiores y de objetos ce-
remoniales valiosos, entregados previamente como sanción del préstamo.
La serie nko, de la que Armstrong casi no proporciona datos, está
agrupada en 16 categorías diferentes, relacionadas con el tamaño de
las conchas, que se rigen por reglas similares a las de las categorías in-
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feriores de las ndap. Aunque teóricamente son <<dinero>> de mujeres, en
la práctica, según Armstrong, circulan en ciertas transacciones con las
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ndap (aunque no mezcladas). La diferencia fundamental entre ambas
piezas de <<dinero>> radica en que las categorías superiores de la serie
ndap son consideradas sagradas, e instrumento de poder político de
los jefes y solo los valores inferiores circulan con cierta libertad, mien-
tras que toda la serie nko circula <<libremente>>. La separación social
entre ambas hace que las series ndap y nko no sean intercambiables.
Armstrong no aporta pruebas de que las conchas ndap y nko sean pa-
trón de valor o medio de cambio universales, pero parece evidente que
la clasificación general responde a los rangos sociales de los isleños,
y que todo el sistema de transacciones gira en torno a los pagos cere-
moniales en un contexto marcado por las relaciones de reciprocidad y
redistribución. Así, las categorías superiores, consideradas sagradas, y
poseídas por los jefes, se asocian con la adquisición de cerdos para los
festines, con pagos matrimoniales, como, por ejemplo, la categoría 18
que se utiliza en los pagos por esposas ptylibi (matrimonios polián-
dricos), o en compensaciones (el número 20 se utilizaba como pago
¡·! li compensatorio a la familia de un hombre que debía de ser muerto y
comido ritualmente a la muerte de un jefe).
'1
1

:1 232
LAS INSTITUCIONES DEL INTERCAMBIO

Armstrong concluye su estudio de la isla Rossel afirmando que el sis-


tema de conchas constituye <<una moneda en el sentido estricto de la pala-
bra. Sirve como medio de cambio y patrón de valor y no es deseada por
su utilidad en otros fines como podrían ser la decoración o la ostenta-
ción>> (Armstrong, 1981: 129).
Mientras que el pequeño resumen que hemos hecho del sistema de
transacciones en el que se inserta el uso de las conchas ndap y nko (a
las que de momento hemos evitado llamar <<dinero>>), parecía suminis-
trarnos datos sobre una diversidad de intercambios con elaborados sig-
nificados y reglas en un sistema social muy complejo, la conclusión de
Armstrong, que nos habla de un dinero por cumplir las funciones de pa-
trón de valor y de medio de cambio, nos abre la puerta de entrada a esa
terra incognita que solo parece ser inteligible si la pueblan las sombras
del Horno economicus. Esta sombra es la principal dificultad que hay que
salvar para realizar un estudio comparativo del dinero.
La conclusión de Armstrong sobre por qué las conchas de la isla Ros-
se! son dinero nos recuerda el diagnóstico general que hacía K. Polanyi
(1945) sobre ciertos estudios antropológicos e históricos: <<Jamás una
mala interpretación del pasado resultó tan acertada al profetizar el futu-
,,,
ro>>, tan en línea con la irónica caracterización de Heine del historiador
como profeta del pasado. 1,
Armstrong considera que las conchas ndap son dinero porque cum- .,1
plen dos funciones características de lo que nosotros llamamos dinero, 1
y, aunque es evidente que las funciones o usos del dinero no son ni su ,,,
definición ni su explicación, nos conviene detenernos en el examen de
los usos o funciones que se le atribuyen tradicionalmente al dinero:
l. Medio de cambio. Es un objeto que se acepta socialmente en pago
de bienes y servicios porque, debido a su aceptación general, el receptor
puede usarlo a su vez para propósitos similares. A esta función, ligada a
transacciones de compra-venta, le atribuyen los economistas modernos
una importancia radical y originaria en cuanto al desarrollo del dine-
ro. Así, M. Friedman la considera básica porque evita la llamada doble
coincidencia del trueque al posibilitar que la compra esté separada de
la venta.
Numerosos objetos se han utilizado en diversas culturas como me-
dio de cambio, dado que su carácter no se define por ninguna cualidad
intrínseca de los objetos sino por el tipo de relaciones en las que se usan.
Ahora bien, la mayoría de las culturas de las que tenemos datos anterio-
res a la penetración mundial del sistema de mercado hacían una distin-
ción radical entre las transacciones internas de bienes y servicios, que
circulaban a través de los canales de reciprocidad y redistribución con
más frecuencia y relevancia que de los comerciales; y de los intercambios
de comercio con otros pueblos en los que se impuso el uso de ciertos

233
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

objetos como medio de cambio, tal y como había apuntado M. Weber.


Ahora bien, la importancia real de la función de medio de cambio para
articular el origen, desarrollo y comportamiento de los diversos tipos de
dinero queda muy restringida por las variedades de comercio existen-
tes, la independencia del comercio exterior o a larga distancia, del inter-
no, la dependencia del comercio de las regulaciones políticas, la adquisi-
ción de bienes mediante los botines y tributos, así como la existencia de
modos de intercambio institucionalizados como son las varias formas
de reciprocidad y redistribución.
2. Patrón de valor. Según este uso, el dinero es el equivalente gene-
ral o unidad de cuenta en términos del que se miden y expresan los pre-
cios de bienes y servicios. Los precios son las cifras que expresan los nú-
meros de las unidades representando los equivalentes de varios bienes o
servicios. En este sentido está íntimamente ligado a los sistemas de pesos
y medidas existentes en una cultura dada. Conviene tener en cuenta, sin
embargo, que en muchas culturas las unidades patrón no son objetos
que se utilicen en las otras funciones porque son unidades ideales ca-
\ ¡¡J'0''1:¡:
rentes de existencia concreta, como ocurría con el buey en la época ho-
~1['! 1
1~
mérica o los esclavos y la <<onza» en el África occidental. Por otra parte,
1 no hay ninguna razón para asociar la existencia de un objeto que sea
( patrón de valor con el medio de cambio utilizado en transacciones de
compra-venta y no con otro tipo de intercambios más relevantes en mu-
chas sociedades, como pueden ser, por ejemplo, el pago de sacrificios,
el de tributos, las dotes y pagos matrimoniales, las compensaciones o el
,,.) <<dinero de sangre>>, transacciones todas ellas que se rigen por un patrón
"" ,, de valor socialmente definido.
3. Depósito de riqueza. Innumerables tesoros encontrados por los
arqueólogos dan cuenta de la importancia que en diversas culturas cum-
ple la función del dinero como medio de atesorar riquezas. Sin embar-
go, el hecho de que un objeto sirva para acumular riquezas, no define
al dinero, a no ser que el objeto reúna cierto grado de homogeneidad
ajustado a un patrón. Incluso entre nosotros, hay objetos que atesoran
riquezas, como, por ejemplo, las obras de arte, pero cuyo valor proviene
de su carácter único y excepcional que las desliga de lo que nuestra pro-
pia cultura considera dinero, sobre todo si se le da prioridad a la función
de medio de cambio. Este fenómeno es muy corriente en otras culturas,
donde el hecho de que un objeto atesore riqueza a menudo no coinci-
de con el patrón, o su propia consideración de bien valioso impide que
sea medio de cambio, como hemos visto que ocurría con las categorías
superiores de las conchas ndap en la isla Rossel, o como sucede en la
mayoría de las culturas pastoriles con el ganado.
4. Medio de pago y de pagos pospuestos. La mayoría de los antro-
pólogos que se han dedicado al estudio institucional del dinero en otras

234
LAS INSTITUCIONES DEL INTERCAMBIO

culturas consideran que el uso de ciertos objetos para efectuar pagos


(ya sean inmediatos o pospuestos) es el más relevante de todos para dar
cuenta de la necesidad de un patrón de valor y del propio dinero como
mecanismo mediador en la compleja interrelación que se establece entre
las diversas instituciones sociales presentes en la mayoría de los inter-
cambios. Desde esta perspectiva, la vinculación de los pagos con el entra-
mado de relaciones sociales generales de una sociedad dada hace que
la esfera del comercio y del medio de cambio se aleje notoriamente de
los"Drígenes del dinero. Por ejemplo, los sacrificios religiosos crean una
demanda casi ilimitada de excedentes tanto para pagar a especialistas por
efectuar ciertos ritos como para los sacrificios mismos o para pagar multas
por violaciones de preceptos. No es de extrañar que al igual que en
Rossel, en muchas otras culturas, el origen del dinero o de los objetos a
los que cabría llamar dinero sea sagrado.
Los intercambios matrimoniales van acompañados en la mayoría de
las sociedades por la transacción como pago (así, el llamado <<dinero de la
novia») de los objetos más valiosos de la comunidad: la institución del
dinero de sangre (Rosbapé, 1995), esto es, las recompensas a los familiares
de un fallecido por haberlo matado, y por extensión todas las compensa-
ciones, canalizadas mediante los procesos de justicia vindicativa, social-
'•:
mente establecidas por heridas o ataques a un grupo suponen la existen- '¡,
cia de un patrón de valor y de un medio de pago socialmente aceptado.
Por último, siempre según el grado de centralización política, los pa- ,,1
gos a la autoridad, tales como tributos, tasas, donaciones o multas, que
darán origen a la redistribución, en unión de las relaciones de pagos entre
distintas comunidades, vinculan directamente el desarrollo del dinero
con la función de un medio de pago y de un patrón de valor.
Desde el punto de vista de los objetos que se han considerado dine-
ro, cualquier cosa puede ser dinero si las convenciones de una sociedad
determinada contextualizan esos objetos en un circuito de relaciones so-
ciales que lo definan como tal. Objetos tales como pieles, ganado, sal,
conchas de moluscos (como el diwara, el wampum, el cauri o el ndap
de la isla Rossel), el té, diversos tipos de grano, el tabaco, armas, he-
rramientas, el plástico, las grandes piedras de Yap, dientes de animales,
cerdos, cuentas, monedas, polvo de oro, papel o metales al peso, se han
definido como dinero en un contexto institucional amplio, y, aunque si-
guiésemos el criterio absurdo de aislar los usos de las relaciones sociales,
es evidente que han cumplido varias de las funciones que acabamos de
enumerar. Sin embargo, al analizar qué funciones cumplían estos objetos
en otras sociedades, el panorama se complica, si lo que tenemos en men-
te es el dinero tal y como nosotros lo utilizamos, esto es, que el mismo
objeto cumpla, en teoría, las cuatro funciones: varias clases de objetos
distintos (casi nunca convertibles entre sí) servían específicamente a uno

235
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

o varios de los usos, de tal forma que, como decía Polanyi, la nota casi
general es que lo que se usaba para comprar no sirviese para pagar. Así,
por ejemplo, en muchas sociedades pastoriles, el buey era patrón de valor
y medio de pago, pero no medio de cambio; las grandes piedras de Yap
servían para atesorar riqueza, pero como medio de cambio se usaban los
cocos. Es decir, el dinero se usa de forma limitada no solo en cuanto al
cumplimiento de alguna de las funciones, sino en cuanto a la jerarquía
social interna, razón por la cual la mayoría de los dineros conocidos no
son medios de cambio universales.
Volviendo a nuestro ejemplo de la isla Rossel, las conchas de las cate-
gorías inferiores podrían considerarse medio de cambio (aunque Arms-
trong no nos proporciona datos sobre las relaciones y reglas sociales
concretas que limitan su aplicabilidad); pero es evidente que las de las
categorías superiores no son un medio de cambio, sino un medio de
pago ceremonial, matrimonial o político, y que, al contrario de lo que
concluía Armstrong, no hay un patrón de valor general. Por otra parte,
la circulación de las series ndap y nko no obedece solamente a su uti-
¡\ ¡¡10·1:);: lización restringida, sino que existe entre las categorías una distinción
de rangos, además de que una serie circule entre hombres y otra entre
mujeres. Dos consecuencias se desprenden de la limitación del uso del

'l·~o,¡ (
tfl'"·~

dinero a propósitos específicos: por una parte, no se cumple la ley de


Gresham, y por otra, si tuviera algún sentido, no se puede hablar de un
<<nivel de precios>>, sino de muchos.
Tal situación, aparentemente caótica, no es en absoluto peculiar al

~
dinero, sino que era análoga al funcionamiento de sistemas similares tam-
'" bién incrustados en otras instituciones sociales, como los sistemas de pe-
sos y medidas. Por ejemplo, en la misma Europa antes de la imposición
y extensión napoleónica del sistema métrico decimal, según muestra el
historiador W. Kula (1973), la misma medida de superficie variaba de
unas zonas a otras, e incluso en la misma zona, según la productividad
agrícola del suelo; el encarecimiento del grano provocaba no el aumen-
to del precio del pan, sino la disminución del peso; los comerciantes
utilizaban una medida para comprar y otra para vender. Pero volvamos
al dinero. La existencia del dinero o de objetos que podamos considerar
dinero no puede de ninguna manera confinarse al estudio de lo que este
es dentro de la economía moderna ni a la interpretación que a partir de
ella se haga de lo que es o no dinero en otras sociedades, al igual que un
historiador de la Antigüedad europea no puede contentarse con traducir
las medidas de otra época al sistema métrico decimal.
Ya hemos observado cómo en el sistema moderno que todos noso-
tros utilizamos el mismo objeto cumple las cuatro funciones, pero entre
ellas se ha establecido un orden jerárquico que aplicado a otras socieda-
des como se hace a menudo, pretende que se cumpla la <<profecía>> sobre

236
LAS INSTITUCIONES DEL INTERCAMBIO

los orígenes del dinero excluyendo todos los objetos, que en ausencia
de tal jerarquía y en presencia de las relaciones sociales, deberían con-
siderarse dinero.
La función prioritaria, en la que muchos autores basan la presencia
o ausencia de dinero en una cultura dada, no es otra que la de medio de
cambio. El origen del dinero, según esta concepción, habría surgido de la
necesidad de disponer de un medio que facilitase la tendencia o propen-
sión de los individuos <<en estado de naturaleza>> al trueque. La recons-
rrucción que se hace siguiendo un modelo evolutivo unilineal del origen
del dinero se ampara y surge de la jerarquización previa de las funciones
tal y como se ha establecido a posteriori en la ideología económica de
Occidente. Ocurre así la profetización del pasado y de las otras socieda-
des que ya hemos visto aplicar a Armstrong al decidir por qué el sistema
ndap era dinero.

DINEROS SIN MERCADO

Todos los ejemplos de dineros anteriormente expuestos nos conducen,


inevitablemente, a plantearnos la siguiente pregunta: ¿qué ocurre con
el dinero en ausencia de sistema de mercado? La respuesta no es fácil,
pero en las páginas que siguen intentaremos responderla.
Sea cual sea la definición que se tome de dinero, es evidente que exis-
ten notables diferencias entre lo que se entiende por dinero en nuestra
sociedad y las peculiaridades que han tenido otros dineros.
Ahora bien, hay que tener en cuenta que, tal y como expresaba K. Po-
lanyi en su más célebre artículo sobre el dinero, desde un punto de vista
formal, el dinero es como un sistema semántico similar a la lengua, a la
escritura o a los pesos y medidas. Sin embargo, estos sistemas difieren
entre sí tanto en los signos utilizados como en sus propósitos, tal como
se muestra en el siguiente cuadro:

Sistema Propósito Signo

Habla Comunicación Orales


Escritura Registros Ideogramas/visuales
Pesos, medidas Relaciones cuantitativas Objetos físicos
- Patrón de valor
- Medio de cambio - Objetos físicos
Dinero
- Atesoramiento - Unidades ideales
-Medio de

El dinero moderno, ideológicamente articulado en torno al uso de


medio de cambio (los otros usos se consideran derivados de este), perte-

237
LA CIRCULACIÓN Y El INTERCAMBIO DE BIENES

nece a un único sistema (si bien es cierto que hay monedas de metal y bi-
lletes d~ banco, ambos pertenecen al mismo sistema) y en teoría el mismo
objeto-dinero sirve para los cuatro usos (a pesar de que haya autores que,
como ]. Melitz, lo cuestionen), aunque por razones obvias no simultá-
neamente. Pero una de las característic,as de los dineros no capitalistas
es que el mismo objeto no existe para todos los usos. Por ejemplo, en
muchas sociedades pastorales el buey era patrón de valor y medio de
pago, pero no medio de cambio. En otras, los esclavos son un patrón
de valor (unidad ideal) y además funcionaban como unidad de cuenta,
pero los esclavos reales, en el caso de que entrasen en un circuito de
compra-venta, se vendían a precios variables. Sin embargo, en esa mis-
ma sociedad sería muy difícil que los esclavos fuesen medio de cambio,
función para la que se podría utilizar otro objeto, por ejemplo, el cauri.
Las grandes piedras de Yap sirven para atesorar riquezas, pero solo las
más pequeñas eran usadas como medio de cambio, ya que para este fin
se prefería utilizar otros objetos como los cocos, etcétera.
Para tener en cuenta esta complejidad, vamos a ordenar en una tipo-
\ 1'()":~ logía algunas de las distinciones antropológicas clásicas para examinar
con algunos ejemplos históricos, etnográficos o incluso del ciberespacio

'\
¡('~ 'l~,
cómo se relacionan los dineros con instituciones políticas, comerciales
o morales.
1 Dinero externo, dinero interno

l\\,·~ 1 Ci,l\ La segunda característica que podemos destacar en el dinero no capita-


) . ,,, lista está íntimamente relacionada con la existencia de esferas de inter-
cambio independientes, aunque esta vez relacionadas con el comercio.
Muchos pueblos distinguían paralelamente al mercado entre dine-
ro de uso externo e interno. Por ejemplo, en la Grecia clásica el dinero
local, usado en el ágora, estaba formado por pequeñas monedas de pla-
ta y bronce, mientras que el de uso externo, esto es, el usado para el
comercio exterior (stater) era de mayor tamaño. Pero la diferencia no
era solo de tamaño: las monedas de uso externo circulaban de acuerdo
con el valor del lingote, al contrario de lo que sucedía con las locales
cuyo valor se lo proporcionaba el sello de la ciudad, no el metal de que
estaban formadas.
Al pertenecer la circulación a esferas diferentes, no se daba la ley de
Gresham, es decir, que el dinero <<malo>> no desplazaba al <<bueno>>. Cuan-
do una ciudad tenía problemas <<financieros>>, el valor de las monedas de
circulación interna se alteraba o se grababan encima, como bien ilustran
dos casos extraídos del Pseudo Aristóteles (1984):

En cierta ocasión en que Dionisio de Siracusa necesitaba dinero, hizo una


acuñación de estaño y tras reunir a la asamblea, se aceptó la moneda de

238
LAS INSTITUCIONES DEL INTERCAMBIO

estaño como si fuese de plata; en otra ocasión que Dionisio había pedido
dinero a los ciudadanos (con la promesa de devolverlo), cuando estos pre-
tendieron recuperarlo, Dionisio ordenó bajo pena de muerte que le trajesen
todo el dinero que tenían en sus casas. Cuando lo hubo reunido reestampó
el sello de la ciudad, dando a cada dracma el valor de dos. De esta forma
pagó la deuda original (Pseudo Aristóteles, 1984: 2139-2140).

Ejemplos de este tipo, sobre todo en situaciones de emergencia, eran


cerrientes en toda Grecia (Polanyi, 1977). Hay que tener en cuenta que
el ágora, donde operaba el dinero interno, dependía de tal forma de la
esfera política que, cuando las circunstancias así lo exigían, se convertía
en un mecanismo redistributivo, como ilustran las radicales diferencias
de precio del grano en el emporio y en el ágora.
Aunque las monedas de uso externo e interno eran institucionalmen-
te distintas, en condiciones normales se podían intercambiar: este era el
principal y original papel del banquero trapezita, el cambio de monedas
sobre todo para realizar pagos.
En muchos otros casos las monedas se reservaban exclusivamente
para el comercio a larga distancia, mientras que su uso interno funda-
mental era para acumular riqueza. Esta situación, según estimaciones del
'~
historiador R. López, parece haber sido lo corriente en la Europa medie-
val, cuando la mayor parte de las transacciones locales se llevaban a cabo
'¡!
mediante trueque (aunque el trueque suele ir unido a un rígido sistema 1'
de equivalencias) y pagos en especie.

Dinero comercial y no comercial

El desarrollo de la ciencia económica ha hecho depender el origen o la


propia existencia del dinero de su uso como medio de cambio. Sin embar-
go, de los datos aportados por la etnografía y la historia no se desprende
que el dinero se originase exclusivamente (o incluso principalmente) como
medio de cambio. De ser así, el pueblo antiguo más célebre como comer-
ciante, el fenicio, hubiese sido de los primeros en acuñar monedas. Pero,
para asombro de los historiadores, no fueron los comerciantes fenicios
sino un pueblo pastoril, los lidios, los reputados como inventores de las
monedas entre los pueblos del Mediterráneo oriental. Los fenicios no
usaron monedas en su comercio externo hasta bien entrado el siglo v
antes de Cristo, y hay ausencia de monedas en el comercio interno. En su
colonia más famosa, Cartago, no se acuñaron monedas hasta el año 41 O
antes de Cristo, y su única finalidad era financiar operaciones militares
en Sicilia. Los fenicios llevaban a cabo las transacciones comerciales con
un sistema de equivalencias, entre los que destacaba el uso de metales al
peso como medio de cambio.

239
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

Para un antropólogo que quiera hacer comparaciones sobre el di-


nero (comparaciones evidentemente basadas en las relaciones y no en
los objetos) es imprescindible establecer una distinción entre dinero co-
mercial y dinero no comercial. Por dinero no comercial se entiende un
objeto con un grado razonable de homogeneidad empleado en diversas
transacciones sociales fundamentales que son ajenas al comercio, como
son los pagos matrimoniales, sacrificios religiosos y ceremoniales, dona-
ciones festivas, impuestos al poder político, multas, dinero de sangre, fu-
nerales, ofertas de paz, pagos a especialistas religiosos y ornamentos. Es
indudable que en esta distinción entre dinero comercial y no comercial
radica una cualidad fundamental del dinero no capitalista que ya hemos
visto «circular» en las páginas precedentes y que Paul Einzig (1966) de-
nomina el carácter dual que posee este tipo de dinero en cuanto a sus
usos monetarios y no monetarios. Por ejemplo, el ganado usado como
patrón, medio de pago y medio de acumulación de riqueza (más raramen-
te como medio de cambio) puede considerarse como dinero en muchas
sociedades, y de hecho así lo indican muchas referencias lingüísticas como
,ij'IJ~:! pecunia, caput, fee, rupic, etc. Pero al ser ganado al tiempo que dinero,
no se puede calcular nunca el volumen de <<dinero>> existente, porque es
¡('fl!~h
J. ., imposible trazar una frontera entre los usos monetarios y no moneta-
rios. Este carácter dual hace inaplicable, por ejemplo, la teoría monetaria
cuantitativa a muchos de los dineros no capitalistas.
1 .,.... Dinero activo y pasivo
. '~IGil En los intercambios de muchas sociedades, al tiempo que se realizan cierto
'''),lt !1''
tipo de transacciones comerciales, circulan ciertos dineros llamados pasi-
vos o pseudodinero que no están directamente implicados en los valores
de la transacción, pero sí la acompañan. Por ejemplo, el wampum entre
los lroqueses era un símbolo de la transacción porque representaba la
memoria histórica de la relación y la confianza entre las partes. A pesar
de su importancia era irrelevante la cantidad de wampum que se inter-
cambiase: se trataba de que se intercambiase.
Los intercambios de brazaletes del kula, que como sabemos acom-
pañaban al intercambio de otros productos, son otro buen ejemplo de
dinero pasivo. Es necesario destacar que este tipo de intercambios que-
dan a medias en la clasificación entre dinero comercial y no comercial,
pero de su existencia, bastante frecuente, no se ha desarrollado ninguna
teoría sobre el dinero.

Dinero para todo uso, dinero para usos especiales


Esta distinción se refiere tanto a la circulación restringida a ciertas esfe-
ras de intercambio de ciertos objetos como al hecho de que en muchas

240
LAS INSTITUCIONES DEL INTERCAMBIO

sociedades que no han pasado por el proceso homogenizador que su-


pone el Principio de Mercado, varias series de objetos diferentes sirven
para distintos usos que siguen como criterio no tanto la funcionalidad
de las transacciones, sino las ideas culturales sobre la moralidad del di-
nero y de los intercambios.
No queremos decir que la distinción de funciones sea irrelevante,
porque, como decía Polanyi, en muchas sociedades <<lo que vale para pa-
gar no vale para comprar>>.
"' La distinción entre dinero para todo uso y para usos especiales co-
bró una nueva dimensión tras la aportación teórica efectuada por Paul
Bohannan en su análisis de los Tiv, un pueblo de linaje segmentario de
Nigeria (Bohannan y Dalton*).
Los Tiv establecen un rango jerárquico entre los distintos obje-
tos. Para los Tiv, cuya economía es multicéntrica, los bienes intercambia-
bles caen dentro de tres esferas, en principio mutuamente excluyentes,
pertenecientes a una jerarquía moral. En el nivel más bajo de la jerarquía
se encuentran los bienes de subsistencia, los utensilios de uso doméstico
y algunas herramientas. Las transacciones de productos de esta esfera 1,
se hacían, o bien por donación o bien por compra-venta, siendo así la
esfera que se podría denominar <<de mercado>>.
La segunda esfera estaba constituida por los bienes de prestigio, tales 1,1
1
como esclavos, ganado, <<cargos rituales>>, varillas de latón (que podrían
¡''
considerarse patrón y medio de pago) y tejidos. El intercambio de los
bienes de esta esfera tenía lugar en situaciones ceremoniales. Un objeto
fundamental dentro de este grupo eran las varillas de latón, que además
de ser con el ganado, patrón de valor, funcionaban como medio de cam-
bio entre los productos de esta esfera. Pero no fuera de ella:

Dentro de la esfera de prestigio había un objeto que abarcaba todos los


usos monetarios, y al que a partir de eso podríamos considerar como mo-
neda de uso general, si bien no hay que olvidar que lo era dentro de unos
límites muy restringidos. Este objeto eran las varillas de latón, usadas como
medio de cambio dentro de la esfera. Dichas varillas servían igualmen-
te como patrón de valor (si bien no el único) dentro de aquella, a la vez
que como medio de pago. No obstante, la esfera como tal estaba radical-
mente separada de los bienes de subsistencia y de su mercado. A nadie se
le habría ocurrido vender un esclavo por comida; nadie, salvo en casos
de extrema necesidad, pagaría bienes domésticos con varillas de latón (Bo-
hannan, 1981: 191-192).

La esfera superior de la jerarquía Tiv estaba formada por los derechos


sobre personas (excluidos los esclavos que, como hemos visto, pertene-
cían a la categoría de prestigio), en especial los derechos sobre mujeres
y niños. El lenguaje de estos intercambios es el del matrimonio y el del

241
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

parentesco. En esta esfera, idealmente al menos, el precio de los dere-


chos sobre una mujer eran los derechos sobre otra mujer.
Partiendo de la clasificación jerárquica en tres esferas, había entre
los Tiv dos clases de intercambios:
Transferencias o intercambios de bienes pertenecientes a la misma ca-
tegoría, que eran moralmente neutros y se daban sobre todo dentro de
la esfera de subsistencia y de la de matrimonio.
La segunda clase de intercambio, las conversiones, se refiere a bienes
pertenecientes a distintas categorías, es decir, cuando la transacción no
era equilibrada. Evidentemente, la maximización se daba en las conver-
siones que se solían realizar con varillas de latón, que no podían conside-
rarse dinero para todo uso porque, «en primer lugar, no eran divisibles.
En segundo lugar, uno no podía recibir cambio de una varilla de latón
[... ] Las varillas de metal tenían algunos de los atributos del dinero pero
no todos. Dentro de la esfera de prestigio eran usadas como patrón de
equivalencia y como medio de cambio; eran también usadas como for-
ma de acumulación de riqueza y como medio de pago. En resumen, las
. ~1'0 varillas de latón constituían la moneda de uso general dentro de la esfera
de prestigio. No obstante, fuera de las esfera de prestigio -los merca-
,1 1 '1~ ,,
dos y el matrimonio eran las instituciones de intercambio mas activas
fuera de ellas- las varillas de metal cubrían tan solo una de las funcio-

\
., ~ 1 tiNI0
nes monetarias: el pago» (Bohannan: 1981, 195-196).

El dinero y las restricciones morales


'•
'')
4" El análisis de Bohannan muestra cómo se establece en la práctica la distin-
ción entre dinero para todo uso y dinero para usos especiales, distinción
que no afecta solo a la relación entre los objetos y las cuatro funciones
linealmente, sino a la jerarquía interna, y esta es la razón por la que lama-
yor parte de los dineros no son medios de cambio universales. En otras
sociedades distintas a los Tiv, además del rango entre esferas establecido
por Bohannan, hay que introducir como variables las relaciones de es-
tatus (hay bienes que solo circulan entre las élites, como, por ejemplo,
se desprende de la relación centeno-plata en Babilonia) y las relaciones
de género, como ilustra el caso de la isla Rossel con la clara distinción
entre dinero de hombres y dinero de mujeres.
Generalmente, la ideología liberal considera que si un objeto cum-
ple las cuatro funciones, es también dinero para todo uso. Sin embargo,
el dinero en ninguna sociedad entra en todas las relaciones sociales. Por
ejemplo, si lo relacionamos con la moralidad (Bloch y Parry, 1989), ve-
remos que incluso en la nuestra hay ciertas esferas de intercambios en
los que, independientemente de que haya sanciones formales, no está
bien visto utilizar dinero como pago, como, por ejemplo, en la mayoría

242
LAS INSTITUCIONES DEL INTERCAMBIO

de las relaciones sexuales, en el ejercicio de cargos políticos, o en el día


a día de ciertas profesiones en las que la moralidad no permite inter-
cambiar por dinero aprobados, sentencias judiciales o premios artísticos.
También establecemos límites morales en los intercambios que se dan en
circuitos recíprocos entre familiares o amistades. Si alguien va a pintar
su casa y lo ayudan los amigos, está bien que les invite después a unas
cervezas o a comer, pero mal que les pagase su ayuda a tanto la hora.
También entre nosotros existen dineros que solo se utilizan en cier-
tas,..prácticas y circuitos sociales restringidos, como ocurre, por ejemplo,
con los llamados dineros sociales (nominaines sociales), como los green
do/lar australianos, los franceses grain de se/, los italianos misthós, los
alemanes Talent, los mejicanos Tia/oc, los argentinos créditos, o los japo-
neses ecomoney, que se utilizan en sistemas locales de intercambio (LED),
relacionados con los bancos de tiempo (Sanz, 2001; Servet, 2009; Zeli-
zer, 2011) o también el intento de convertir la bitcoin en el dinero alter-
nativo -sin bancos ni Estado- de las redes de P2P.
Como señala Zelizer (2011: 318-327), más que de grandes innovacio-
nes se trata de extensiones modernas de viejas prácticas muy conocidas ,,,
desde el siglo XIX, como habían sido los cupones o monedas particulares
que circulaban en grandes almacenes y otras empresas norteamericanas
y que aumentarían su popularidad durante la Gran Depresión. También 1
'1
'
en las posguerras europeas estuvieron a la orden del día los cupones de 1

comida o las cartillas de racionamiento 1 • ,•


En todo caso, la novedad de los dineros sociales -en los que se mez-
clan distintos fenómenos, como puedan ser cupones relacionados con
el valor del dinero oficial, los registros de los intercambios de tiempo,
o los sistemas basados en el intercambio de mercancías- consiste en su
vigor dentro de movimientos alternativos <<que buscan escapar de lo que
los participantes consideran los efectos corruptos de las economías na-
cionales y globales» (Zelizer, 2011: 319).

DINERO AMARGO

Al pueblo Luo de Kenia (Shipton, 1989) la Biblia, los misioneros y la


conversión al cristianismo le llegó al mismo tiempo que los billetes de
banco: alrededor de 1900 los británicos decretaron que los impuestos
sobre las cabañas donde tenían su hogar -que los Luo acabarían por
considerar un impuesto sobre las mujeres, puesto que cada esposa te-

l. Tampoco estarían tan alejados otros «dineros» particulares de diversas empresas


como los cupones de descuento, las millas o kilómetros para los clientes favoritos de las
compañías aéreas, etcétera.

243
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

nía la propia con sus hijos- se pagasen en dinero. Desde entonces los
Luo están acostumbrados a utilizar billetes y monedas, pero eso no les
impide <<pagar la riqueza de la novia (bridewealth) en ganado o mantas,
redistribuir grano y carne en los funerales, y compartir recíprocamente
el trabajo, mientras que compiten por los beneficios del café, especulan
en los mercados de la tierra y alquilan trabajadores asalariados>> (Ship-
ton, 1989: 5).
Sin embargo, existe una tensión entre las nuevas formas de acumu-
lar e intercambiar bienes, en las relaciones de género y entre los ancia-
nos y los jóvenes, con los beneficios de la nueva riqueza que repercute
en la clasificación que hacen entre las recompensas o beneficios amargos
que se derivan de actividades económicas prohibidas o poco claras que
de alguna manera se asocian con la influencia del demonio cristiano.
Bajo el término pesa makech 2 , dinero amargo, los Luo clasifican un
tipo de dinero que es peligroso y diabólico para sí mismos, pero tam-
bién para su familia, porque se asocia con espíritus o con la divinidad,
y es necesario <<mantenerlo estrictamente apartado de transacciones que
tengan que ver con el bienestar y la riqueza permanente del linaje, sobre
todo del ganado y de las transacciones relativas al precio de la novia>>
(Shipton, 1989: 28).
¿A qué le llaman dinero amargo? Los Luo distinguen el dinero <<bue-
no>> del amargo o <<malo>> (véase cuadro}.
Es dinero amargo aquel que no ha costado ningún esfuerzo obtener,
como, por ejemplo, el que se encuentra, el que se gana en la lotería, o el
que se roba, que tiene peligros permanentes para quien lo gaste: entre
los Luo existe un <<espíritu del robo>>, inverso al del don maussiano que
causa daño a quien ha robado. También es amargo el pago a matones o
mercenarios por causar daños a otros.
El grueso del dinero amargo proviene de la venta de ciertos bienes
relacionados con el culto a los ancestros que según su moralidad tendrían
que ser, como diría A. Weiner, inalienables. Entre estos bienes destaca
en primer lugar la tierra. Los Luo tienen diferentes grados de derechos
sobre la tierra por ser miembros de un patrilinaje, por residir en una lo-
calidad, por haberla conquistado o por trabajarla. Las leyes coloniales
y post-coloniales abrieron un mercado de compra-venta de tierras, pero
para los Luo vender la tierra es como vender a los antepasados, una au-
téntica maldición.
Algo similar ocurre con el tabaco -que conocen desde el siglo XVI-
o el cannabis porque también se relacionan con los ancestros: su cultivo

2. Pesa significa dinero, mientras que makech, que no tiene traducción exacta, quie-
re decir amargo, cruel, perverso, peligroso.

244
LAS INSTITUCIONES DEL INTERCAMBIO

tradicional tenía lugar en casas abandonadas que habían pertenecido al


linaje. La asociación del tabaco con los espíritus adquirió otro matiz ante
las condenas que hacían algunos misioneros fundamentalistas 3 , como los
adventistas, cuyos seguidores conversos asociaban fumar tabaco y can-
nabis con Satán, no con los espíritus de los antepasados. Esta ambigüe-
dad Satán-espíritus está muy extendida.
Desde hace años varias empresas multinacionales fomentan y com-
pran cosechas de tabaco, que como no están relacionadas con las casas
'"' abandonadas de los ancestros, es una venta neutral que da muchas ga-
nancias. Sin embargo, provoca muchos conflictos domésticos porque el
campo lo trabajan las mujeres, pero son los maridos quienes venden la
cosecha y se gastan todo el dinero.
Vender oro también produce dinero amargo, porque la facilidad con
que se obtiene en las minas permite asimilarlo a un producto de la tie-
rra y como tal entra en la esfera de los derechos de los antepasados. Es
lícito trabajar en las minas para las compañías multinacionales que las
explotan, no lo es vender a escondidas el oro.
Por último, el dinero obtenido por vender el gallo de la casa, ani-
mal que representa la sexualidad masculina y por extensión el patrilinaje,
no solo es amargo, sino que sería peligrosísimo utilizarlo para cambiarlo
por ganado en transacciones matrimoniales: circulan numerosas historias
sobre novias quemadas porque el ganado de la riqueza de la novia se ha-
bía conseguido con tabaco, o de esposas adúlteras como gallinas porque
procedía del gallo de una casa.
Si nos fijamos en los bienes cuyo intercambio produce el dinero amar-
go, comprobaremos que son todos de producción local, asociados con
los Luo mismos, con sus tierras y con los grupos de filiación.
Por contra, cuando el dinero procede de la mercantilización de la
tierra (no ancestral) o de las multinacionales -como las cosechas de taba-
co- no se clasifica como amargo ni reñido con la moral. Aunque, como
en tantos lugares africanos, la nueva riqueza es una fuente de tensión, acu-
saciones y conflictos en el grupo doméstico: dado que son los hombres
jóvenes -como individuos- quienes venden los bienes, se benefician
del trabajo de las mujeres -a quienes ocultan las ganancias- y dejan
atrás el control que los ancianos tenían sobre los bienes domésticos.

3. Es cierto que la Biblia no condena fumar tabaco o cannabis, pero había una in-
terpretación muy extendida del evangelio de Marcos 7, 20-21 (<<lo que del hombre sale,
esto contamina al hombre>>) que los misioneros asociaban con el humo del tabaco (Sagrada
Biblia, ed. de Bover y Cantera, Madrid, BAC, 1953).

245
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

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246
Contrapunto III

PASATIEMPOS RECÍPROCOS

DÉMOSLE OTRA OPORTUNIDAD A LA RECIPROCIDAD 1

Una reflexión sobre la reciprocidad es un asunto complejo y enrevesado,


por más que este concepto haya sido objeto de mucha atención, sobre
todo desde que Malinowski primero (1961 [1922], 1971 [1926]) y luego
Mauss (1968 [1923-1924]) se ocuparon de unas formas de interacción
social que conjugaban la circulación de objetos, de riqueza, con la crea- 1
1

ción de determinados lazos, determinadas obligaciones, entre las perso- ,.


nas. Hace poco Godelier (1996) ha vuelto a tratar el tema del <<don>>, 1

profundizando a partir de las ideas innovadoras de Weiner (1976, 1978,


1980, 1985, 1992) y planteando (contra Lévi-Strauss) que la produc-
ción de sociedad no es solo resultado del intercambio. Junto a las cosas
que se dan están las cosas que se mantienen fuera de la circulación, las
cosas que se guardan y cimentan la identidad.
La reciprocidad sigue siendo un concepto muy utilizado, un concep-
to que parece desvelar la razón de toda una serie de transferencias de re-
cursos (o lo que interpretamos como <<transferencias>>) no solo materiales
sino también intangibles como el prestigio, el poder, etc. Sin embargo, es
un concepto poco claro, que no se ha intentado definir detenidamente
desde los trabajos de Gouldner (1960) y Sahlins (1965). Más allá del
aura benéfica y acapitalista que lo rodea, no sabemos exactamente qué
es lo que aporta el concepto de reciprocidad a nuestros análisis antropo-
lógicos o históricos de la interacción social, de la aparición o transfor-
mación de instituciones, de la obtención y distribución de recursos, de
la aparición o consolidación de relaciones de poder, de la legitimación

l. El texto que incluimos forma parte del trabajo de Susana Narotzky y Paz More-
no Feliu, La reciprocidad olvidada: reciprocidad negativa, moralidad y reproducción social,
Hispania, CSIC, 2000.

247
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

de un orden social, de la experiencia y de la conciencia de una reali-


dad determinada por parte de los sujetos históricos.
ms útil el concepto de reciprocidad? ¿se diferencia de un concepto
general de intercambio? ¿cómo se resuelve el problema del valor? ml
núcleo del concepto es el equilibrio o el desequilibrio? ms central un
fetichismo de los objetos o de las personas? Estas no son sino algunas
de las preguntas que se van acumulando y dejando sin respuesta, entre
otras cosas porque, probablemente gracias a su indefinición, el concepto
funciona en el análisis del material etnográfico y parece aclararnos algo
de las vidas de estas mujeres y hombres a los que observamos debatirse
en su realidad. Creemos que esto no es suficiente. Quizás ha llegado la
hora, como propone Weiner (1980, 1992), de renunciar al concepto de
reciprocidad. Pero démosle antes una última oportunidad.

LA RECIPROCIDAD NEGATIVA EN FILIGRANA

¡,U•i,C)¡,
Vamos a plantear esta reflexión sobre la reciprocidad desde lo que po-
dríamos llamar <<el lado oscuro>> de esta fuerza social: la reciprocidad ne-
''".
gativa. Nos parece que la idea de <<tomar>> o <<quitar>> es una constante
implícita o explícita en el concepto de reciprocidad, tanto en la cons-
trucción teórica del concepto como en múltiples descripciones etnográ-
ficas e históricas. Pero, además, contrariamente a las posturas clásicas del
,, «contrato social>>, creemos que no hay que entender la reciprocidad ne-
'·~ ji
gativa como la ausencia o transgresión de relaciones de reciprocidad
. ,, en esencia benéficas para <<la>> sociedad. Lo verdaderamente interesante
nos parece precisamente la articulación entre fuerzas recurrentes de in-
teracción negativa y fuerzas de interacción positiva, entre el beneficio
y el maleficio (veremos una relación literal y muy clara en los estudios
etnográficos que analizan el aumento actual de la brujería en África cen-
tral y Sudáfrica, por ejemplo). La idea de reforzar el aspecto depredador
del concepto de reciprocidad pretende resaltar que esta faceta es parte
necesaria de la otra. Y que el valor analítico del concepto está en enten-
der los modos y lugares de esa articulación.

El subtexto de la reciprocidad

La reciprocidad se ha relacionado tradicionalmente con la estabilidad


social. Aparece ligada a la idea de contrato social; de hecho, parece ser
la fuerza que sustenta el contrato que transforma el infierno hobbesia-
no de individuos egoístas, enfrentados en una guerra de todos contra
todos, en «la>> sociedad. Adam Smith, por su parte, adapta el postula-
do político moral del contrato social al ámbito de las transferencias de

248
PASATIEMPOS RECÍPROCOS

bienes y, así, <<el>> mercado se convierte en analogía de la sociedad y el


intercambio en analogía del pacto. Además, del mismo modo que los
individuos se igualan en el pacto social que los une, los bienes se igua-
lan en el intercambio de mercado y el problema del valor se resuelve al
entrar todas las mercancías en relación las unas con las otras.
Estas reflexiones ilustradas sobre el origen de la sociedad siguen muy
presentes en el concepto de reciprocidad y otros ya lo han señalado (Wei-
ner 1985, 1992). Pero quisiéramos destacar dos cosas: la primera es el
necesario contrapunto de reciprocidad negativa presente en el <<estado
natural>> propuesto por la visión hobbesiana. El contrato social trascien-
de el caos de la atomización primitiva del egoísmo <<natural>> y, al tiempo
que crea la sociedad crea la moral, es decir, deberes y derechos de unos
hacia otros. El orden social no se puede disociar del orden moral. Pero
antes, solo caos y violencia: hay un antes y un después absolutamente
contrapuestos en este relato del devenir de la humanidad. La segunda
cosa destacable es que el pacto, el contrato, ese conjunto de dependen-
cias mutuas entre individuos libres, se convierte en el fundamento es-
tructural de la sociedad. Es decir, son fuerzas que estructuran la socie-
dad, no son manifestaciones esporádicas de afinidad.
Estas dos ideas se encuentran de forma más o menos explícita en
\ '
los primeros usos analíticos del concepto de reciprocidad (Durkheim, 1
1933; Malinowski, 1971 [1926]; Mauss, 1968 [1923-1924]; Polan- , 1
yi, 1971, 1977), así como también la tensión conceptual con el inter-
cambio de mercado. Reciprocidad es la fuerza institucionalizada que crea
cohesión social y remite a un orden moral. Así, aunque las acciones que
se observan implican generalmente a individuos en una interacción mu-
tua, reciprocidad no es meramente mutualismo; para que sea reciproci-
dad es necesario que la acción esté engastada en el orden institucional
de la sociedad. Polanyi (1971, 1977) insiste mucho en este extremo, por
ejemplo. Por otro lado, lo que desvela la presencia de esta fuerza es la
transferencia recurrente de recursos varios (objetos, servicios, personas,
saberes, poderes) entre las personas. Y aquí, la tensión con la idea de
intercambio (de mercado) va a ser constante. Si lo que observamos son
transferencias entre individuos, ¿en qué se diferencia la reciprocidad?
En que lo que impulsa la acción no es solo el interés (material) sino el
orden moral: nous verrons la mora/e et l'économie qui agissent dans ces
transactions 2 (Mauss, 1968 [1923-1924]). Pero el peso económico de la
relación se mantendrá muy presente y en muchos casos será predomi-
nante: la reciprocidad como una forma de distribución y circulación de
bienes, como una forma particular (no mercantil) de intercambio.

2. «Veremos la moral y la economía que actúan en estas transacciones».

249

j
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

Gouldner, Sahlins y Bourdieu: el continuo de la reciprocidad

Quizás los intentos más exhaustivos de sistematizar el concepto de re-


ciprocidad se hacen en la década de 1960. No vamos a hacer un análi-
sis pormenorizado de estos textos porque son bien conocidos (Gould-
ner 1960; Sahlins, 1965; Bourdieu, 1980) pero sí nos interesa resaltar y
comparar algunas cuestiones de sus perspectivas.
En un artículo fundamental, que sirvió de base a la posterior elabo-
ración de Sahlins sobre la reciprocidad, Gouldner define este concepto
como <<un intercambio de beneficios mutuamente contingente entre dos
o más unidades>> (1960: 164). También señala que las partes tienen, en
la relación de reciprocidad, deberes y derechos los unos con respecto a
los otros, pero no simplemente deberes y derechos «complementarios>>
(donde el deber de uno es la obligación de otro). La reciprocidad sería un
principio general de mutua dependencia y reconocimiento de una norma
moral compartida: <<beneficiarás a los que te benefician>> (1960: 170).
Sin embargo, lo más interesante de la propuesta de Gouldner es a, nues-
oO··Ii:: 11 , tro entender, su énfasis en las <<potencialidades disruptivas del poder>>.
Si es cierto que, como sus antecesores, parte del aspecto benéfico y esta-
bilizador de la reciprocidad, si insiste en la necesaria existencia de una
norma moral general de reciprocidad, es porque observa la importancia
que tienen las diferencias de poder en el grado de equivalencia o <<va-
riación cuantitativa>> de los beneficios intercambiados entre las partes.
,., Hasta el punto en que sitúa la reciprocidad en <<la clase más amplia de
'•'IJ
los intercambios desiguales>> (ibid.: 164 ), constituyéndose un continuo
~ . que va desde el intercambio de beneficios idénticos o iguales hasta el que
recibe beneficios sin dar nada a cambio. Este último extremo que el au-
tor asocia con la explotación, sería socialmente disruptivo porque vio-
laría unos valores morales compartidos (y universales): la norma de la
beneficencia recíproca (ibid.: 167). Y, en definitiva, esta norma frenaría
a los poderosos en su ejercicio de la explotación, inclinándoles a la redis-
tribución con el fin de preservar una determinada organización social,
que al fin y al cabo les beneficia:

La norma de la reciprocidad genera motivos para devolver los beneficios


aun cuando las diferencias de poder inviten a la explotación. De este modo,
la norma protege a la gente poderosa contra las tentaciones de su propio
estatus; motiva y regula la reciprocidad como pauta de intercambio, que
sirve para inhibir la emergencia de relaciones de explotación que socava-
rían el sistema social y los mismos arreglos de poder que hicieron posible
la explotación (1960: 174).

Quisiéramos destacar dos puntos: en primer lugar, que, en esta vi-


sión, los que no devuelven beneficios no son los débiles (pobres, etc.)

250

i
PASATIEMPOS RECIPROCOS

sino los poderosos. Y, en segundo lugar, que la idea de cohesión social


tradicionalmente ligada a la reciprocidad se ha desarrollado y aparece
ahora como una idea de reproducción social, de reproducción de un de-
terminado sistema de desigualdades, bastante próximo al planteamien-
to que hará Bourdieu (1980) unos años más tarde.
Sahlins (1965) va a desarrollar una tipología de la reciprocidad en
la que va a relacionar el grado de equilibrio o de equivalencia de los bene-
ficios intercambiados con la distancia social entre las partes, es decir, con
lá' intensidad y frecuentación de las relaciones sociales previas a los in-
tercambios. Al tiempo que contrapone el valor «Social>> al valor <<econó-
mico>> de los intercambios y los hace variar proporcionalmente también
en base a la distancia social entre las partes. En el modelo de Sahlins hay
una proyección espacial muy clara de la estructura social así como una
proyección socioespacial de la moralidad:

Tendencia de la moralidad, como la reciprocidad, a estar organizada secto-


rialmente en las sociedades primitivas. De forma característica, las normas
son relativas y situacionales en lugar de absolutas y universales (1965: 153 ).

Sahlins establece un continuo dentro de la clase de los intercambios


recíprocos directamente relacionado con la distancia social, que a su vez
tiene una expresión espacial muy clara. En el centro del continuo tene-
mos la reciprocidad <<equilibrada>>, en la que se establecen equivalencias
entre los bienes a intercambiar, pero los plazos de la doble transferen-
cia pueden ser flexibles dentro de unos límites, el valor económico de la
transacción es tan importante como el social, y la distancia social (y la
obligación moral) es media. Se daría entre miembros de distintos secto-
res tribales, como parte del establecimiento de relaciones de alianza, por
ejemplo. Entre individuos muy próximos socialmente, lo que prevaldría
es la reciprocidad <<generalizada>>, el don motivado por la necesidad del
receptor o por la simple generosidad desinteresada: el que puede da. Aquí
la obligación moral es fundamental y el intento de beneficiar generaliza-
do. El valor social del intercambio es el predominante y el espacio social
es el de la casa, la comunidad. Por último, la reciprocidad <<negativa>>
se establece en la mayor distancia social, entre desconocidos, tribus ene-
migas, etc. El objetivo es tomar sin dar nada a cambio y el interés econó-
mico es lo que motiva la acción. De este modelo nos interesa destacar la
idea de moralidad relativa proyectada espacialmente, sobre todo porque
plantea la posibilidad de distintas moralidades, frente a la idea de una
moral universal. Por otro lado, Sahlins, como Gouldner, integra la reci-
procidad <<negativa>>, pero, contrariamente a Gouldner, no la sitúa como
una fuente potencialmente desestabilizadora dentro de una sociedad, sino
como un tipo de interacción que ocurre en los márgenes de una sociedad,

251
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

en el exterior de una sociedad determinada, y que es posible porque la


moralidad relativa de esa sociedad queda en suspenso o bien invierte sus
normas. Para Sahlins, la variación en los polos de reciprocidad esta rela-
cionada con la distancia social y la moralidad sectorial, en lugar de con las
diferencias de poder. Para Gouldner, una moralidad universal atempera
las variaciones potencialmente disruptivas que generan las diferencias de
poder.
Pero Sahlins (1979), en un artículo posterior subraya la relación entre
determinadas formas de reciprocidad ligadas a las obligaciones de paren-
tesco y la capacidad de acumular recursos por parte de algunos individuos
que luego redistribuirán generosamente con el fin de ampliar y consolidar
el conjunto de sus seguidores y su prestigio regional. Esta descripción de
la creación y consolidación del poder de los grandes-hombres melane-
sios (1979: 274-277) señala la íntima relación entre los conceptos de
reciprocidad y de redistribución, hasta el punto de que la generosidad
del gran-hombre, en la que se basan la extensión y legitimación de su
.~l'i;: ¡,,
poder y de su prestigio exterior, depende de su capacidad de reclamar a
los allegados más próximos (parientes y aliados) recursos materiales para
poderlos hacer circular luego estratégicamente en las rondas de intercam-
bios ceremoniales. Sahlins señala la tensión que se puede crear entre el
gran-hombre y sus seguidores en la medida en que las posibilidades de
intensificación política están ligadas a la acumulación de un fondo para
la redistribución y esto a su vez depende de <<la capacidad de forzar una
mayor producción por parte de sus seguidores>> (1979: 276). Los lími-
"1',
',I~J ,! J

.. . tes entre reciprocidad generalizada y extorsión se hacen tenues y van a


distinguirse en definitiva en la posibilidad de remitirse o no a una mo-
ralidad compartida entre el gran-hombre y sus parientes. Lo interesante
aquí es la articulación entre formas de generosidad política y modos
de vehicular o legitimar peticiones sobre los recursos ajenos, y la tensión
entre aceptación y rechazo por parte de aquellos que contribuyen ma-
yoritariamente a la acumulación del fondo de recursos.
Bourdieu (1980), retomando las ideas que ya planteaba en su Es-
quisse d,une théorie de la pratique (1972), aporta otra gradación de las
reciprocidades. En su modelo, se pasa gradualmente de <<la simetría
del intercambio de dones a la disimetría de la redistribución ostentato-
ria que está en la base de la autoridad política>> (1980: 210). Aquí tam-
bién aparece la redistribución como un aspecto de la reciprocidad, pero
no tanto como una articulación sino como un desarrollo. Sin embargo,
lo que aporta Bourdieu es la idea de que <<a medida que nos alejamos
de la reciprocidad perfecta, que supone una relativa igualdad de si-
tuación económica, la parte de contraprestaciones que se aporta bajo la
forma típicamente simbólica de testimonios de gratitud, de homenajes,
de respeto, de obligaciones o deudas morales crece necesariamente>>

252
PASATIEMPOS RECÍPROCOS

(ibid.: 21 0). Esta transformación del capital económico en capital sim-


bólico permite reproducir los sistemas de dominación sobre una base
que oculta el interés material y legitima las relaciones de dependencia
económica como relaciones de orden moral. Es lo que Bourdieu ha
definido como el <<desconocimiento>> (méconnaissance) del sistema de
intercambio en los procesos de don. La forma del don, la gratuidad
del gesto, es el elemento distintivo fundamental de este desconocimien-
to que permite disimular la función interesada de los intercambios.
Bourdieu critica, por tanto, <<la construcción teórica que proyecta re-
trospectivamente el contra-don en el proyecto del don>> (ibid.: 191)
porque <<hace desaparecer las condiciones de posibilidad del descono-
cimiento institucionalmente organizado y garantizado que se encuen-
tra en el principio del intercambio de dones y, quizá, de todo trabajo
simbólico que tiene como objetivo transformar, mediante la ficción
sincera del intercambio desinteresado, las relaciones inevitables e ine-
vitablemente interesadas que imponen el parentesco, la vecindad o el
trabajo, en relaciones electivas de reciprocidad>> (ibid.: 191). De un
modo próximo a Gouldner, para Bourdieu también la reciprocidad en
su vertiente redistributiva de generosidad es un baluarte que permite
la reproducción social de relaciones de dominación y de explotación.
Partiendo del análisis de Bourdieu, Smart en su análisis de la relación
de guanxi en China contemporánea, relación fundada en el intercam-
bio de regalos y favores que, sin embargo, son parte reconocida del
establecimiento de relaciones económicas <<interesadas>>, cuestiona la
idea de <<desconocimiento>> del interés por parte de los sujetos. En el
caso del guanxi la formalidad de una práctica desinteresada del regalo
o del favor es un factor esencial para la producción de relaciones de
confianza que posibilitarán la acción interesada pero fuera del ámbi-
to de la obligación contractual mutua, situándola en el ámbito de la
amistad (Smart 1993). Por otra parte, deberíamos preguntarnos hasta
qué punto el proceso de producción de este desconocimiento está li-
gado a un discurso que se fragua en un campo de fuerzas eminente-
mente desigual (Algazi, 1998).

La ruptura con el concepto de reciprocidad

La obra de Weiner ha sido largamente comentada por Godelier (1996),


quien ha destacado la importancia de aquello que se guarda como factor
de identidad social, en oposición a la idea de que la sociedad se funda
exclusivamente en el intercambio. Lo que nos parece fundamental en
la obra de Weiner (1976, 1978, 1980, 1985, 1992) es cómo rompe con la
idea de mutualismo, de vinculación diádica (proveniente del substrato li-
beral contractual de la reciprocidad como base de la cohesión social),

253
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

que seguía, implícita o explícitamente presente en el concepto de reci-


procidad. Su visión es claramente la de la longue durée, la de la repro-
ducción social de sistemas de desigualdades (cf. también Collier y Yana-
gisako, 1989). Su análisis de la circulación de distintos tipos de riqueza
en las islas Trobriand nos muestra algo muy próximo a las prestaciones
totales de Mauss, pero dilatado en el tiempo, abarcando las relaciones de
dependencia durante generaciones, entre clanes, entre hombres, mujeres
y espíritus, a través de las posesiones que circulan, las que se dan para
crear lazos y las que se intentan guardar para establecer diferencias. Algu-
nas posesiones inalienables (por ejemplo, del clan matrilineal) también
se dan (por ejemplo, a un hijo, de otro clan), pero a la muerte del do-
nador serán reclamadas mediante riqueza mortuoria por las mujeres del
clan. Sin embargo, el hijo (donatario inicial) podrá intentar conservar
el uso de esas posesiones presentándose como sustituto de su padre si
asume determinadas responsabilidades. Ahora bien, todo este proceso
está ligado a la regeneración del clan a través de la liberación del es-
píritu del muerto para que pueda fecundar de nuevo a una mujer del
•IJ•Q:::C11, clan (Weiner, 1980). En definitiva, el valor absoluto de las posesiones
inalienables, las que crean y regeneran identidad y diferencia, las que
'" .. ~ ... ,
construyen el campo de fuerzas en el que se realizan los demás inter-
cambios desiguales, es autentificado en cosmologías particulares que
validan la diferencia y la jerarquía (Weiner, 1992: 102-103). Existen,
pues, unas «condiciones culturales particulares» (ibid.: 15 O) que estable-
¡·,J'~)Iil. cen el referente a partir del cual determinadas posesiones deben ser guar-
dadas mientras otras deben circular, todo ello con el fin de <<regenerar>>
flo "''' una sociedad y una cultura frente a las irrevocables fuerzas de transfor-
mación del tiempo. Lo que nos parece ver aquí, de nuevo, es la idea de
moralidad compartida (esas cosmologías que autentifican y validan un
orden social determinado) y la idea de reproducción social, esa «ilusión
de la reproducción>>, como decía Balandier, de la estabilidad y de la per-
manencia, que todas las sociedades construyen como parapetos contra
el vértigo del cambio permanente (Balandier, 1975: 209).
Pero aquí también, en filigrana, se completa la práctica del don, lo
que se da, con una negación: lo que no se da, lo que se guarda. No es que
responda a las definiciones de reciprocidad negativa existentes (Gould-
ner, 1960; Sahlins, 1965), pero sí podemos interpretar la retención como
,¡¡1
una cierta negación: lo que la gente intenta mantener fuera de la circu-

lación. Y también en este caso, se nos muestra cómo es necesario tener
en cuenta lo que se guarda para entender cómo se da.
' ".1
Si Godelier (1996) había señalado que a las dos acciones clave de DAR
1 1
y RECIBIR había que añadir la de GUARDAR, nosotras pensamos que hay una
cuarta acción clave en lo que podríamos llamar el complejo de la recipro-

~1
,1'11¡1

cidad y es la acción de QUITAR. Si ordenamos formalmente estas prácticas

254
PASATIEMPOS RECIPROCO$

en el sentido de la relación mutua que se establece entre los actores,


tenemos dos pares DAR-RECIBIR// QUITAR-PERDER y GUARDAR que no implica
relación inmediata entre sujetos humanos, pero si mediadora entre los
humanos y entre suprahumanos y humanos. Si pensamos en los sujetos
de la acción, tenemos otro orden: el activo DAR-QUITAR y el pasivo RECIBIR-
PERDER y GUARDAR como un activo que no implica un pasivo 3 • Si vamos
más allá del mutualismo y observamos estas relaciones y estas acciones
como procesos complejos de larga duración que tienen como objeto la
reproducción o transformación de sistemas de desigualdades sancionados
por órdenes morales (compartidos, enfrentados o ajenos), veremos con
mayor claridad la necesidad de incluir la reciprocidad negativa como par-
te integrante de estos complejos procesos de reciprocidad.

EL MARCO COMPARATIVO: BREVES CALAS ETNOGRÁFICAS

Reciprocidad y redistribución

Mauss (1968: 265) cita un proverbio Maori que dice: Donne autant que
tu prends, tout sera tres bien4 • Mauss cita este proverbio como colofón
de una parte de sus conclusiones (Conclusions de mora/e) en la que in-
tenta mostrar que la norma que obliga a la generosidad a aquellos que
tienen recursos debería recuperarse (ya está retomando fuerza, asegura)
para humanizar (moralizar) nuestras sociedades (regidas por los impe-
rativos del mercado). Sin embargo, obvia el orden lógico presente en el
proverbio: primero tomar, luego dar el equivalente. Pensamos que mu-
cho de lo escrito sobre redistribución, sobre la generosidad del jefe, ese
don que crea fidelidad mediante el endeudamiento, pasa por alto tam-
bién esta secuencia lógica. Para tener algo que dar, uno puede haberlo
producido directamente: este sería el caso de los huertos que el hombre
Trobriand cultiva para su hermana y cuyo fruto ofrece al marido de su
hermana (Malinowski, 1977 [1935]). Uno puede haber hecho que otros
lo produzcan para uno, por ejemplo, los frutos de la reserva del señor
feudal. Por último, uno puede quitárselo a otros, mediante robo, pillaje,
bandidaje, fraude, o bien por medios más «legítimos>> de desposesión.
Como muy bien señaló Sahlins (1979), el grado de persuasión o coac-
ción que pueda ejercer un determinado individuo con el fin de acumular
recursos para poder mostrar estratégicamente su generosidad dependerá
de otros factores de la organización social y en particular de la capacidad

3. Para un planteamiento ligeramente distinto de las relaciones lógicas entre reci-


procidad positiva y negativa, basadas en la dirección de la transferencia de bienes, véase
Gregory, 1994: 923.
4. La traducción al castellano sería: «Da tanto como tomas, todo irá muy bien>>,

255
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

de institucionalizar y fijar los sistemas de jerarquías en determinadas co-


yunturas históricas. En cualquier caso, para los contribuyentes al fondo
de redistribución, los límites entre reciprocidad, tributo y expolio son a
menudo ambiguos y van a depender sobre todo de la capacidad de los
sujetos históricos de compartir un orden moral hegemónico o de opo-
nerse a él. Como muy acertadamente señala White (1998) a propósito
de los dones de feudos en la Edad Media, en general, el buen señor de
unos era el mal señor de otros, porque para honrar a unos tenía que des-
poseer a otros (en general más débiles, por ejemplo, viudas y huérfanos)
y, por tanto, señala, la bondad y generosidad del señor era fundamen-
talmente un asunto de perspectiva: <<dar feudos estaba inevitablemente
contrapesado por tomar feudos» (1998: 18).
Una última observación respecto a la generosidad redistributiva. En
la perspectiva clásica, el don obliga al receptor, crea lazos de dependencia
y fidelidad, legitima el poder y construye, a través de la transformación
del capital económico en capital simbólico (como diría Bourdieu) un
orden moral que sustenta la jerarquía. Sin embargo, la redistribución
~.o;:l1 quizá legitima el poder y otorga autoridad moral, pero se construye
.....,1¡
sobre relaciones que ya son desiguales, que ya permiten a unos utilizar
el trabajo de otros, de una u otra forma, para acumular riqueza. Este
tipo de generosidad política se articula necesariamente con modos más
o menos institucionalizados, más o menos violentos, de reclamar re-
cursos ajenos. Y, en definitiva, es la capacidad (material o simbólica)
··¡;,¡¡il
de reclamar o de quitar la que funda la capacidad de dar. Los que dan
son los mismos que quitan.
,. ,.,.. Pero, además, esta capacidad de reclamar que podemos situar en el
campo de la reciprocidad negativa, está también presente en los ejem-
plos clásicos de reciprocidad generalizada, como son los de los grupos
de cazadores-recolectores. lngold (1986) lo ha señalado recientemen-
te, pero cualquier lectura atenta de monografías e incluso los ejemplos
que recoge Sahlins (1965) en su apéndice, son bien claros: la reciproci-
dad generalizada (ese dar al que lo necesita sin esperar nada concreto
a cambio, esa moralidad difusa del compartir) se inicia en la mayoría
de casos por peticiones o reclamaciones que (se nos dice) no pueden
ser rechazadas. En el inicio está la reclamación y la posibilidad de
':¡¡
reclamar se funda en el derecho a participar. Esto es interesante por-
1'' que permite comprender mejor la actuación de los individuos de estos
:¡¡:.1
1
grupos en casos de crisis agudas en los que se describe una actitud
puramente depredadora respecto, incluso, de los más próximos (Turn-
bull, 1973; Firth, en Sahlins, 1965): siguen reclamando pero como las
peticiones son rechazadas porque nadie tiene, quitan. En un ejemplo
de un gueto negro de Estados Unidos, Carol Stack (1975) describe
cómo las posesiones van circulando en una forma que podríamos lla-

256
PASATIEMPOS RECIPROCOS

mar de reciprocidad generalizada; pero aquí también a menudo el pro-


ceso es inverso: la gente <<toma prestado>>, <<pide>>, <<coge>>, <<quiere>> y
los requeridos ceden porque saben que ellos pueden hacer lo mismo,
porque todos participan de las mismas posesiones (what goes round,
.comes round5 ). Otras veces los familiares o amigos se adelantan a los
deseos de sus próximos: ,,¿Quieres esto?>>, preguntan, <<Si no, coge otra
cosa>> (1975: 42); pero el espíritu es el mismo, el derecho generalizado
a reclamar sobre las posesiones ajenas, el derecho a participar en un
fondo social común. Stack señala cómo el intento por parte de deter-
minadas parejas de privatizar sus recursos con el fin de <<transformar>>
su situación es boicoteado activamente por toda la red doméstica que
reclama insistentemente participar en esos recursos (1975: 108-120).
Las dinámicas de la reciprocidad <<generalizada>> y de la redistribu-
ción son, sin embargo, distintas. En un caso, las reclamaciones se ha-
cen en base a una diferencia instituida (por razones de parentesco, de
fuerza, de relación con el ámbito supranatural, etc.), mientras que, en
otro caso, se hacen en base a la participación común (relativamente in-
diferenciada) en unos recursos. Por supuesto, estas distintas lógicas están
refrendadas en un orden moral y no son excluyentes, de hecho, como
indica Sahlins (1978) pueden articularse perfectamente, o responder,
como sugieren Bloch y Parry (1989), a distintas esferas de <<economía
moral>>, Lo que nos interesa destacar es que en ambos casos existe una
acción de <<pedir>>, de reclamar que, explícita o implícita, no se puede
separar de la acción de <<dar>>.

Rebeldía, justicia y violencia

El tema de las protestas, más o menos violentas, más o menos organiza-


das, con intenciones más o menos reformistas o revolucionarias, de cier-
tos grupos respecto a un orden hegemónico considerado injusto ha sido
tratado en numerosas ocasiones (Hobsbawm, 1965; Thompson, 1971;
Moore, 1978). Barrington Moore (1978) ha señalado cómo la idea de
reciprocidad, de obligaciones mutuas (que no tienen por qué ser iguales),
parece necesaria para poder <<interpretar la sociedad humana como la con-
secuencia de algo más que la fuerza y el fraude perpetuo>> (ibid.: 506).
Apunta que la cooperación social tiene que ser «continuamente creada y
re-creada>> (ibid.: 5 07) y que en este proceso, la coerción, el fraude y la
fuerza juegan un papel importante, pero que, por otro lado, el discurso
de la reciprocidad por parte de los grupos dominantes es la mistificación
necesaria de las relaciones de explotación (ibid.: 508) (d. Algazi, 1998).

5. <<Lo que circula, vuelve>>.

257
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

La explotación ha sido previamente definida como relaciones sociales no-


recíprocas, con la consideración de la dificultad de utilizar una medida
de valor objetiva de las actividades sociales y, por tanto, de la contribu-
ción social de las partes. Para saber cómo van a reaccionar los sujetos
históricos, <<es siempre necesario descubrir cómo la propia gente juzga
su situación>> (Moore, 1978: 457). En este sentido lo que cuenta no es
la igualdad de la relación sino la valoración de la equivalencia en base
a un orden moral compartido (cf. Clavero, 1990), no importa tanto el
valor material (o simbólico) de lo que se transfiere sino la valoración mo-
ral de las transferencias, y esto a largo plazo y en relación con todo el
orden cosmogónico implicado en la continuidad de la sociedad. En este
contexto es donde toma sentido una noción de reciprocidad que sería,
según Moore, <<la idea fundamental detrás de las concepciones populares
de justicia e injusticia, de parcialidad e imparcialidad» (1978: 509). Se-
ría, entonces, la quiebra de esta <<moralidad compartida» que sustenta la
idea de una <<desigualdad justa» o de una <<igualdad proporcional», o bien
la percepción, por parte de un grupo, de que otro no actúa de acuerdo
1;)'(~
con el orden moral, lo que llevaría a la revuelta.
Hobsbawm (1965) ha mostrado cómo los rebeldes apelan siempre
a un orden moral, ya sea a un orden tradicional que consideran degene-
rado en el presente y pretenden reinstaurar, ya sea a un nuevo orden de
reciprocidades que consideran más justo. Por eso, los actos de robo del
bandido social, por ejemplo, no son considerados criminales por una par-
•'l),:f,ill· te de la sociedad, sino que son percibidos como reclamaciones legítimas
dentro de un proceso de redistribución justo. La reciprocidad negativa
,. .,.. aquí no responde, como decía Sahlins, a una distancia social (relaciona-
da con la frecuentación y el espacio físico), sino a una distancia moral.
Es la distancia moral entre las partes la que legitima y sustenta la acción
de <<quitar» para <<dar». Y es simplemente la perspectiva hegemónica de
los que detentan el poder la que la hace ver desde un ángulo exclusiva-
mente negativo.
La justicia vindicativa, expresada en la !ex talionis y en general en los
procesos de venganza de sangre, es un ejemplo claro de reciprocidad ne-
gativa institucionalizada en la que el conflicto se canaliza según una idea
de equivalencias que remite al orden moral de la sociedad, aunque este
pueda ser interpretado diferentemente por las partes en conflicto y de ahí
la necesidad de un mediador. Por eso las compensaciones por una vida hu-
mana, por ejemplo, son siempre proporcionales (ajustadas a los valores re-
lativos de víctima y ofensor) y no responden a un baremo universal. Aquí
también, sin embargo, la reciprocidad negativa compensatoria se torna a
menudo directamente en relación positiva (proceso de alianza matrimo-
nial) y el derecho a <<quitar» una vida se transforma en derecho a <<dar»
una nueva vida (Rosbapé, 1995: 99-130; Rouland, 1988: 324, 327). El

258
PASATIEMPOS RECÍPROCOS

sistema vindicatorio, por tanto, está basado en la reciprocidad y busca re-


ajustar una situación social momentáneamente desajustada, y lo hace en
base a un «conjunto de valores comunes a los grupos que participan»
en el sistema (Rouland, 1988: 322). Esta reciprocidad negativa no tiene
nada que ver con el caos hobbesiano, sino que es una parte fundamental
del orden social.
Hasta ahora hemos examinado distintos casos desde un punto de
vista estructural, sin tener en cuenta los procesos históricos concretos
en1os que se insertan estas reciprocidades. Un último ejemplo nos per-
mitirá plantear una visión más compleja. Estudios etnográficos recientes
(Comaroff y Comaroff, 1999; Geschiere, 1988; Fisiy y Geschiere, 1991;
Bastian, 1993) señalan el incremento exponencial de las acusaciones de
brujería y de actos de violencia asociados con la brujería en una amplia
zona de África central y Sudáfrica. Estos análisis muestran la relación
de estas prácticas con los nuevos procesos de acumulación de riqueza y
las nuevas formas de diferenciación social que aparecen con el impacto
colonial y con el modo en que el expolio colonial afectó las relaciones
sociales de los distintos grupos africanos (comercio de esclavos, siste-
ma de plantaciones, trabajo forzado en minas, etc. Curtin, 1990, 1992;
Wolf, 1982; Stichter, 1985). Pero también con los procesos poscolonia-
les de consolidación de Estados independientes que fomentaron nuevas
formas de diferenciación social, en particular, cuerpos funcionariales con
acceso a determinados recursos (como fondos internacionales de ayuda o '1
conocimiento de las nuevas normativas y procedimientos de registro de
la propiedad, a su vez un concepto moderno) y concentrados en centros
administrativos urbanos alejados de sus lugares de origen y de sus respon-
sabilidades comunitarias (Bastian, 1993; Besteman, 1996). Lo que desve-
lan estos casos es que las acusaciones de brujería parten de una creencia,
compartida entre acusados y acusadores, en la relación que existe entre
el control de una fuerza oculta supranatural y la acumulación de rique-
za, sobre todo de <<nuevas formas» de riqueza 6 • Pero lo que motiva las
acusaciones recíprocas entre los <<nuevos ricos» y sus parientes (incluso
o sobre todo los más próximos), linajes y vecinos de la comunidad de
origen (en general rural), es la quiebra de la moralidad compartida. Esta
quiebra queda patente en la negativa de estos <<nuevos ricos» a acceder a
las reclamaciones de redistribución de sus parientes y vecinos, que com-
porta al tiempo una negativa a refrendar un orden de autoridad espe-
cífico; por el contrario, los <<nuevos ricos» intentan subvertir ese orden

6. Relatos sobre cómo los brujos tienen que ofrecer la vida de un pariente a otros
brujos asociados que lo transformarán en un muerto viviente, trabajador fantasma en sus
campos de trabajo, con el fin de proporcionarles riquezas, están muy extendidos (Coma-
roff y Comaroff, 1999; Fisiy y Geschiere, 1991).

259
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

a su favor mediante la compra de honores. Estas reclamaciones, justas


según el orden moral de los unos, son desproporcionadas según el nue-
vo orden moral individualista, mercantilista y privatizador de los otros.
La quiebra del orden moral, sin embargo, forma parte integrante de la
transformación de los procesos sociales de producción, acceso y distri-
bución de la riqueza, que a su vez deben ser entendidos en un marco
de interacción social mucho más amplio (Wolf, 1982). La violencia de
las acusaciones de brujería (y de las prácticas que las acompañan) son
también formas de reciprocidad negativa que participan en estos proce-
sos de desestructuración y reestructuración de las relaciones sociales,
de sistemas de desigualdad y de un orden moral compartido que los
sustente.

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260
IV
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS
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7

LAS MERCANCÍAS Y EL CONSUMO

LA GLOBALIZACIÓN Y EL CONSUMO

La categoría consumo forma parte de dos distintas cadenas de signifi-


cado: por una parte, se trata de uno de los componentes de la tríada
que define la economía como la ciencia que estudia los fenómenos de
la producción, distribución y consumo; por otra, consumo ha llegado
a definir el tipo de sociedad en la que vivimos, en el sentido de que co-
bra una importancia similar a la que en otras épocas tuvo la producción:
como señala Bauman, los pobres han pasado de ser <<el ejército de reser-
va de mano de obra>> a «consumidores expulsados del mercado>>, porque
en nuestra sociedad se ha invertido el peso que antaño tenía la ética del
trabajo por la estética del consumo (Bauman, 2000: 55-56).
Como proceso ideológico, el consumo forma parte de las característi-
cas que el antropólogo Isidoro Moreno (1. Moreno*) atribuye a las nuevas
formulaciones del fundamentalismo del mercado que solemos condensar
en un concepto ambiguo como es el de globalización. Como antropólogas
tenemos la obligación de indagar las realidades sociales subyacentes a, en
palabras de l. Moreno, <<esta fase en el desarrollo del capitalismo y de la
ideología de la Modernidad que ha sido denominada globalización>>. Un
fenómeno tan importante social, política, económica e ideológicamente
como la globalización del consumo merece la pena estudiarse, compren-
der por qué se ha desarrollado de esta manera, qué variantes culturales
presenta, y cuáles son los contextos históricos e ideológicos que pode-
mos distinguir.
El consumo, en fin, presenta un abanico de elecciones posibles cuya
mera enumeración nos muestra la fragmentación y contradicción con que
lo envuelve la ideología de la globalización: una nueva forma de transitar
por los distintos estilos culturales; una aparente diversificación interna

263
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

según las categorías de género y edad; una homogeneidad «igualitaria>>,


como ocurre en el consumo de los refrescos de cola o las hamburguesas
<<asequibles>> para todo el mundo, y un marcador de fronteras de clase a
través de las categorías de la distinción.
Es probable que, aunque el consumo no sea uniforme en todo el pla-
neta, como forma de dominio -<<glocah-, en las sociedades contempo-
ráneas tenga más importancia en los complejos procesos de diferencia-
ción cultural, de «modernización>> y de <<occidentalización>> que el que
tuvo en su momento de apogeo el dominio colonial o el militar.

EL ANÁLISIS DEL CONSUMO EN LAS CIENCIAS SOCIALES

Por curioso que nos resulte, no ha habido un análisis riguroso y específico


del consumo hasta tiempos relativamente recientes. Resulta significativo
que el rechazo, la condena moral e ideológica del consumo como uno
de los elementos más perniciosos de la sociedad moderna -también ca-
.u~:;¡, i racterizada como de consumo de masas- se anticipase a su estudio.
En contra de lo que podría parecer, incluso en economía se tardó
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muchos años en plantear como problema a qué se refieren los deseos
por poseer bienes o cómo se generan. Tal vez se deba a que se presumía
que el consumo era un resultado automático de la producción, una ex-
tensión de la llamada ley de Say según la cual, <<la oferta crea su propia
.•,¡,¡,¡r:.
demanda>>. Es cierto que había estudios prácticos de tendencias, de cam-
bios en los gustos, pero pertenecían más bien a planteamientos especí-
,. "'' ficos de mercadotecnia.
En los estudios clásicos de antropología, la tendencia holista y la falta
de visibilidad de los excedentes en muchas sociedades ha hecho que casi
nunca se haya sentido la necesidad de separar analíticamente el consumo
del intercambio: el potlatch guarda una especialísima relación con el con-
sumo, sobre todo en su faceta de destrucción competitiva de bienes 1 ; las
grandes ceremonias insertas en las redes de reciprocidad casi siempre se
acompañan del consumo de los alimentos y las ropas y ornamentos más
preciados para lucir en los festines. Es probable que casi nunca tenga
sentido la separación, y que para bien o para mal, la mayor parte de los
antropólogos hn estudiado la producción y el consumo -o sus equiva-
lentes- a partir de la circulación. Desde los años ochenta -coincidien-
do con la ampliación definitiva de nuestro campo de estudio- algunos
antropólogos como Mary Douglas e Isherwood (1990) comenzaron a
investigar en este nuevo terreno, en el que pronto se desarrollarían in-

l. Estas ceremonias no solo dominadas por el consumo, sino por la emulación -lu-
chas agonísticas por destruir- han sido una de las inspiraciones de Veblen.
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1 ¡

264
LAS MERCANCÍAS Y EL CONSUMO

teresantes publicaciones como las de Appadurai (1991 [1986]) o Miller


(1987). Como casi todos los primeros antropólogos interesados en el
consumo eran culturalistas, su aportación teórica podríamos resumirla
en una definición -a veces exagerada- del consumo como un campo
cultural lleno de significados. Más que considerarlo integrado en distintos
procesos de la economía política antropológica, como haría, por ejemplo,
Mintz (1996), nos presentan una defensa del mundo de los bienes como
una fuente de recursos que dotan de nuevos significados a las sociedades
iñdustriales (Miller, 1987, 1995).
La perspectiva cultural que autores como Appadurai han adoptado
frente a las mercancías les han llevado a investigar el sentido que la gen-
te atribuye a sus relaciones con las cosas (Kopytoff, 1991), o cómo la
intersubjetividad propia de las relaciones culturales tiene cabida en los
objetos que configuran y dan sentido a la vida material.
En cuanto a la sociología clásica, tampoco se interesó especialmente
por el consumo, excepción hecha de la tesis de W. Sombart (1979 [1912])
o la de Veblen, en gran parte inspirada, como hemos dicho, en los estu-
dios de Boas sobre el potlatch, donde el consumo se presenta como un
elemento fundamental para establecer las escalas de estatus y de emula-
ción de las clases medias con respecto a las clases altas.
Pero, según Campbell (1987), la ausencia de explicaciones teóricas
en sociología se debe a que ni siquiera existe una teoría sociológica que
se ocupe del consumo actual: la mayoría de los autores, a su juicio, ni
siquiera lo han descrito, sino que lo han rechazado moralmente en pro-
clamas etnocéntricas y atemporales.
Entre los historiadores sociales hasta hace dos o tres décadas se pre-
suponía una cadena de desarrollo que consideraba el consumo un resul-
tado del capitalismo y de la Revolución Industrial. Sin embargo, a raíz de
la publicación del libro de Neil McKendrick, John Brewer y J. H. Plumb
The Birth of a Consumer Society (1982), se comienza a revisar la rela-
ción entre la Revolución Industrial y el surgimiento del consumo capi-
talista en la Inglaterra del siglo xvm, siglo en el que según los autores se
produce una revolución en el consumo.
Otros historiadores culturales, sobre todo estudiosos de los Países
Bajos, como S. Schama (1987), datan el despegue generalizado del con-
sumo en el siglo xvn, cuando analizan el conflicto que se planteaba
entre vivir de forma ascética según los principios religiosos o disfrutar
de las riquezas a mano de casi todos los ciudadanos de los Países Bajos,
como queda patente en la pintura detallista de los interiores flamen-
cos según la encontramos en las obras de Vermeer y otros artistas.
Por último, Colin Campbell (1987) le daría la vuelta a la conocida
tesis de Weber, al constatar que la misma gente cuyo ascetismo les llevaba
a practicar una ética del trabajo, llenaba sus casas de tantos bienes -los

265

....
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

historiadores culturales hablan de la <<revolución del consumo>>- que


para perplejidad de los historiadores económicos tecno-materialistas,
(1. Moreno'') parece indicarnos que la vertiente moderna del consumo
es un fenómeno anterior a la propia Revolución Industrial.
Es decir, por una parte, tenemos la ética protestante cuyas afinidades
electivas parecían hasta ahora encontrase en el mundo de la producción;
por otra, un notable cambio en las actitudes, valores y pautas culturales
de la gente: nuevas diversiones, nuevos hábitos de lectura, sobre todo
del género de las novelas, y el asentamiento del amor romántico.
Las clases medias que incrementaron su gusto por consumir bienes
en el siglo XVIII -como veremos más adelante- tenían que ser los mis-
mos puritanos ascéticos de Weber o, en todo caso, sus descendientes:

Las pruebas sugieren que la revolución del consumo se llevó a cabo exacta-
mente por las mismas secciones de la sociedad inglesa que tenían las tradi-
ciones puritanas más fuertes, esto es, las clases medias o comerciales, junto
con los artesanos y ciertas secciones de los pequeños terratenientes (Camp-
bell, 1987: 31).
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Campbell asocia la revolución del consumo del xvm a la masifica-


ción y popularidad del Romanticismo, cuyas imágenes todavía persisten
en la publicidad moderna. Por ejemplo, los anuncios de ciertos produc-
tos como la lencería femenina, los perfumes o los bombones se acom-
pañan de una atmósfera que los lectores o espectadores actuales todavía
·'IJ,!.il; identifican como <<romántica>>.
... Muchos interpretan tales imágenes como meros reclamos para vender
ciertos productos en la <<sociedad de consumo>>, pero la tesis de Camp-
bell no solo desafía esa interpretación, sino que, al igual que había he-
cho con Weber, considera necesario invertirla: el ingrediente romántico
es una de las claves explicativas del propio surgimiento y del desarrollo
del consumismo moderno. Es más, <<dado que el consumo puede deter-
minar la demanda, y la demanda, la oferta, se podría argumentar que el
Romanticismo mismo jugó un papel crítico que facilitó la Revolución
Industrial y, por tanto, el carácter de la economía moderna>> (1987: 2).

CONSUMO EN OTRAS SOCIEDADES: RANGO, CLASE, GÉNERO

Si bien es difícil -y bastante etnocéntrico-- proponer características


de un fenómeno no reconocible como tal en otras sociedades, no tanto
porque no se consumiese, sino por su carácter indiferenciado en varias
instituciones, si quisiésemos convertir el término <<consumo» en un con-
cepto experto y como tal, neutral, tendríamos que vincularlo -aunque
fuese como ejercicio- a las categorías de rango, clase y género.

266
LAS MERCANCÍAS Y EL CONSUMO

En los Estados antiguos las características del consumo van ligadas


a las desigualdades existentes, ya fuese en términos de rango, estatus o
clase. Algunas instituciones -como las religiosas o las políticas- cana-
lizaban la búsqueda de bienes distintivos mediante el comercio de larga
distancia.
Las élites político-religiosas de muchas sociedades, casi siempre esta-
tales o de rango, buscaban bienes que no había en el lugar y se los procu-
raban mediante el comercio externo que, organizado de distintas mane-
"ras, se centraba en la adquisición de bienes lujosos para que los dirigentes
disfrutaran del estilo de vida que Bourdieu ligaba a la distinción 2 , como
manifestación simbólica de pertenencia a una clase.
Este tipo de consumo no era homogéneo, sino que presentaba gran-
des fluctuaciones temporales y no siempre estaba vinculado al comercio
tal y como lo entendemos en la actualidad, es decir, como un elemento
más del sistema de mercado. Muy a menudo el comercio administrado,
de donaciones o los ambiguos botines de guerra, saqueos y piratería for-
maba parte de la política exterior de los Estados que llenaban por estos
medios las arcas del tesoro y conseguían más riquezas para construir los
edificios suntuosos que albergaban las instituciones religiosas y políticas
que representaban el poder del Estado, o que generaban alimentos para
redistribuir a la población y que constituían una parte fundamental del
binomio romano -paz y circo- para mantener el orden social.
La gente corriente, pequeños artesanos, ganaderos, agricultores o
campesinos casi autosuficientes, quedaba alejada de tales transacciones.
Como mucho realizaba pequeños intercambios en los mercados locales,
que, en sus días de venta de productos, se convertían en puntos de
encuentro de las familias campesinas y en lugares de venta de comi-
das cocinadas que se consumían en la calle: como han analizado entre
otros Polanyi en el caso de la Grecia clásica (1994), numerosos histo-
riadores en las ferias europeas medievales o los investigadores de los
zocos orientales, el comercio local estaba dominado por la adquisición
de bienes modestos y al por menor que se vendían en un auténtico
ambiente festivo, donde se intercambiaban cotilleos y se planificaban
alianzas y matrimonios.
La segunda variable a la que podemos ligar el pequeño consumo en
otras sociedades, la de género, deriva del papel de proveedoras domésti-
cas desempeñado por las mujeres en casi todas ellas. Este papel se refleja
también en el pequeño comercio local que, en muchas sociedades, a dife-
rencia de lo que ocurre en el comercio de larga distancia, está en manos
de mujeres vendedoras.

2. O para utilizar una expresión de P. Bourdieu, su habitus.

267
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

En general, se puede afirmar que también las sociedades europeas


seguían esta pauta general que hacía casi inexistente el consumo de los
trabajadores y pequeños agricultores, hasta que entre los siglos XVII y
XVIII (según los lugares) la acumulación de riquezas, que ligamos al co-
mercio ultramarino y al mercantilismo, hizo que en varios países o re-
giones europeos (Países Bajos, Gran Bretaña, ciudades de Alemania y de
Italia) se iniciase lo que llegaría a diferenciarse de las viejas formas de
adquisición de bienes de lujo.
Un cambio cultural de tal magnitud provocó una corriente de oposi-
ción moral en cuanto se formuló. Si examinamos los textos de la época,
podemos comprobar la unanimidad del rechazo precisamente por inmo-
raP a las tesis de Mandeville, quien en su sátira tan solo señalaba cómo
los vicios privados (consumo) beneficiaban al bien público:

De hecho, la intensidad de la oposición moral a tales perspectivas se mani-


festó en la recepción universalmente hostil que se le dio a la Fábula de las
abejas de Mandeville, publicada en 1724. Esta alegoría argumentaba que la
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búsqueda de vicios privados, tales como la avaricia, la prodigalidad, el orgu-
llo, la envidia y la vanidad estimulaban la demanda de artículos de lujo y al
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hacerlo, generaba empleo, incrementaba la riqueza y en general contribuía
al bien público. Fue condenado como un libro perverso e inmoral (Camp-
bell, 1987: 25).

LA REVOLUCIÓN DEL SIGLO XVIII


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,. ,,,, Si bien, como hemos dicho, hay autores que, al menos en ciertos luga-
res, la sitúan en el siglo XVII, la primera revolución del consumo 4 euro-
peo aparece consolidada a mediados del siglo XVIII, es decir, que precede
la revolución dual-política e industrial-, para usar la expresión de E.
Hobsbawm, que asociamos con los inicios del capitalismo. ¿Qué signos
nos indican la presencia de una <<revolución»?, ¿qué novedades o parti-
cularidades comerciales introducían? Podemos seguir sus pasos a través
de la observación de las siguientes variables:

3. Uno de los autores más críticos con Mandeville sería Adam Smith que, recorde-
mos, era profesor de Moral. Por otra parte, ya hemos visto cómo Dumont considera el
ensayo sobre las abejas el punto de inflexión que liberaría la economía de la moral.
4. Es cierto que, en general, al referirnos a revolución lo hacemos pensando en tér-
minos románticos, como un cambio dramático y sin vuelta atrás. El análisis de las revolu-
¡
,,11
ciones reales parece indicarnos que se encaminan por otros derroteros, como ilustran los
procesos políticos en Francia tras la caída de la monarquía borbónica. Aquí utilizamos el
término siguiendo a los estudiosos de diversas ciencias sociales, que desde los años ochen-
ta del siglo xx denominan así los cambios que estamos analizando.

lil 268
LAS MERCANCÍAS Y EL CONSUMO

El mundo de los bienes

En esta época, aparecen nuevos productos, cuyo consumo pronto se ex-


tendería entre todos los sectores de la población. Un ejemplo paradig-
mático sería el del azúcar, estudiado por el antropólogo Sidney Mintz
(1996). ¿Qué tiene de peculiar un producto tan corriente -para no-
sotras- como el azúcar? En primer lugar, su fascinante historia nos
da cuenta de que es un producto cuyas características lo hacen acree-
dór de ser el primer artículo que podríamos denominar «consumo de
masas>>, porque no se trata de un bien necesario para la subsistencia.
Además, su procedencia transoceánica 5 lo convertía en una mercancía
traída de las colonias que no se producía ni local ni regionalmente en
Europa. Esto significaba que su adquisición por cualquier clase social
no estaba sujeta a los intercambios que podían hacerse con los pro-
ductos locales: su circulación, canalizada por compañías monopolísti-
cas, exigía pagos en dinero.
Por otra parte, tanto las élites como los trabajadores que hicieron
del azúcar un producto de masas, asociarían su consumo bien pronto
con otros productos de las colonias como el café y el té, que, a su vez,
harían que en las casas apareciesen objetos para su servicio, como las
teteras y las tazas -la china- y nuevos muebles donde exhibirlos co-
nocidos precisamente como chineros.
Otros bienes que irrumpirían con fuerza entre las clases medias y
trabajadoras especializadas del siglo XVIII serían los muebles y enseres para
la casa (camas, colchones, armarios, mesas, sillones). También la llegada
de tejidos baratos, como el algodón procedente de la India, o el consu-
mo de adornos florales, como fue el caso de los tulipanes en Holanda,
que se convertirían en una de las grandes burbujas financieras europeas,
se extendieron de una forma desconocida hasta entonces.

El aparato del consumo

En el siglo XVIII se produce, según Stearns (2001), una explosión de tien-


das y de nuevas técnicas de venta, que irían dejando paulatinamente atrás
las ferias, mercados locales o los buhoneros tradicionales de venta am-
bulante, que, sin embargo, también se incorporarían a la venta de los
nuevos productos.
En los establecimientos comerciales aparecen, por primera vez, los
almacenes de coloniales o ultramarinos, especializados en las nuevas mer-
cancías como el azúcar, el té, el café o el cacao.

5. Aunque al principio sí estuviesen aquí las refinerías.

269
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

Hay un auge en general de todo tipo de tiendas, que exhiben, por


primera vez, los productos a la venta en los escaparates. Aparecen también
las primeras revistas de moda, que serían corrientes a finales del XVIII,
los anuncios publicitarios en los periódicos y los saldos para estimular las
ventas.

El mundo de las clases y del género

Al leer las obras de los historiadores culturales nos surge siempre una
pregunta: ¿cuánta gente participaba de este nuevo consumo? Según to-
dos los datos, parece indudable que bienes como el azúcar, el café o el
té, tenían, además de sus viajes desde las colonias hasta las metrópolis,
un componente interclasista que nos permite considerarlos como los pri-
meros productos de consumo de masas.
Pero ¿qué ocurría con otros productos?, ¿había un incremento del
consumo en todas las clases?, ¿cómo se distribuía?
Los datos que manejamos tienen una procedencia diversa, pero re-
.m::'ll,i, flejan, en general, los cambios de hábitos de las clases medias o de los
artesanos. Algunas investigaciones incorporan relaciones judiciales para
averiguar cómo se extendían los hurtos y las condenas por robos; otras,
la transmisión de objetos en los testamentos.
La mayoría de las fuentes procede de una rica muestra de anotaciones
de comerciantes, de periódicos y revistas o de los diarios que escribían
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los consumidores, y de ellos se desprende que las clases medias buscaban
imitar los estilos de la aristocracia o de las élites comerciales y políticas,
.. ' recurriendo a materiales más baratos, como el algodón indio o la arcilla
y la cerámica local, para tomar las nuevas infusiones.
Pero hay datos que avalan que en diversos momentos del siglo XVIII
los pequeños terratenientes y los artesanos acomodados adquieren pro-
ductos que denotaban la existencia de nuevas clases enriquecidas. Fuese
por imitación o por desarrollos particulares destacan en el consumo de
esta nueva clase dos aspectos: la búsqueda del confort y lo que ha veni-
do en llamarse la superación competitiva entre conocidos.
Las clases acomodadas -y sus imitadoras más modestas- se incli-
naban por el consumo de nuevos bienes que asociamos con la apariencia
estética personal y que antes eran una muestra exclusiva de distinción
aristocrática, como, por ejemplo, el gusto por los sombreros, corsés y
pelucas; los hombres tenían una auténtica obsesión por los relojes de bol-
sillo. En la cosmética, aparecen las primeras cuchillas de afeitar para los
hombres, y un sinfín de perfumes y cremas femeninos.
Pero además de los arreglos personales, el consumo y la nueva idea
de confort también se incorporaría a los objetos domésticos: proliferan
los muebles, los colchones, las vajillas, los cubiertos, las cristalerías, la

270
LAS MERCANCÍAS Y EL CONSUMO

ropa de cama y mesa y los espejos. Algunos industriales, como, por ejem-
plo, Wedgwood, pactan su producción con los nuevos comerciantes, a
quienes ofrecen objetos inspirados en épocas doradas del pasado, ya fue-
sen griegas o góticas.
Otros dos elementos que se incorporan al ámbito doméstico son los
instrumentos musicales, sobre todo, los precedentes del piano y los li-
bros, tanto los dirigidos a niños -no olvidemos la creencia ilustrada en
la mejoría de la humanidad mediante la educación- como a paliar el
... aburrimiento y la melancolía 6 de los adultos.
La relación entre género y los bienes de consumo doméstico se dio
sobre todo en los países protestantes del norte y centro de Europa -de
donde proceden la casi totalidad de los estudios consultados- donde un
cambio religioso -la abolición de los conventos y de las órdenes religio-
sas- y otro sociocultural -la desaparición de la vida campesina tradi-
cional, sobre todo en Inglaterra tras los cercados- dejaron a las muje-
res sin dos actividades de las que habían vivido desde la Edad Media.
Mientras que las mujeres de las clases trabajadoras iniciarían una peno-
sa andadura por los suburbios y asilos de las ciudades, las mujeres de
la clase media centraron su vida en torno al <<hogar» donde en la época
victoriana actuarían no solo como la reina del hogar, sino como la de-
mostración de las virtudes domésticas: de ahí el interés por los bienes de
la casa y los nuevos rituales domésticos (comidas, visitas e intercambios
de té o café), así como el despegue de la moda femenina.
Por último, este auge del consumo daría lugar a nuevos estableci-
mientos públicos, tanto de espectáculos, como los circos o las exhibicio-
nes científicas, sobre todo de electricidad, como de distracción, como
los cafés o los restaurantes, que, en las ciudades, principalmente después
de que la Revolución francesa reconvirtiese a los antiguos cocineros de
las grandes casas en una nueva forma de entender la gastronomía, muy
alejada de los viejos mesones para viajeros.
¿A qué se debió que esta revolución del consumo fuese anterior a la
Revolución Industrial, es decir, al cambio en el modo de producción?
Conviene recordar que el comercio es una institución más antigua -y
con formas diversas de llevarse a cabo- que el sistema de mercado. El lla-
mado mercantilismo fue una de estas formas del comercio, que coincidió
con un incremento de la navegación ultramarina y de la llegada de nue-
vos productos del Extremo Oriente que hizo posible la plata procedente
de las colonias hispanas en América y la fuerte demanda en China de este
metal (Wolf, 1995).

6. La melancolía, como ha estudiado el antropólogo R. Bartra, era la enfermedad


que acompañaba los primeros pasos del capitalismo.

271
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

Otras variables, además del dominio europeo en la producción y en


el comercio mundial, derivarían de los movimientos demográficos -en-
tre 1750 y 1800 se duplicó la población europea-; del asentamiento
de nuevos habitantes en las ciudades que llevaría a un crecimiento ur-
banístico desconocido, así como los cambios en la estructura de clases,
con la aparición de nuevos ricos, el mantenimiento de ciertos artesanos
y la proletarización de muchos otros. Pero también hay un marco inter-
pretativo más difuso, como puede ser la aparición de nuevas formas de
pensar la sociedad y la política derivadas de la Ilustración; de entender
el nuevo concepto de individuo, sus emociones y su expresión literaria,
es decir, el origen de un ethos que asociaremos más tarde con el Roman-
ticismo (Campbell, 1987) o con nuevas concepciones religiosas, como el
pietismo o el metodismo que, desde Weber, hemos ligado al capitalismo.

CONSOLIDACIÓN DEL CONSUMO: EUROPA-ESTADOS UNIDOS, 1850-1930

.u~:·¡, La segunda oleada de cambios en el consumo se iniciaría en la segunda


mitad del siglo XIX y se extendería hasta el primer tercio del siglo xx. En
este largo periodo, los cambios en el consumo -a diferencia de lo ocu~
rrído en el XVIII- incorporan los resultados y los nuevos modelos socia-
les derivados de la Revolución Industrial. Las variaciones fundamentales
con respecto a la primera expansión del consumo pueden concretarse en
los siguientes aspectos:
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" . El aparato del consumo

Cambios en el comercio y en la forma de vender

El equivalente de este periodo a la que fuese una de las grandes innova-


ciones del XVIII, la tienda con escaparate, sería la aparición de los alma-
cenes. Este nuevo tipo de comercio está incrustado en la nueva forma
de concebir y vivir la ciudad, ligada a un sistema público de transportes,
habitada por un alto número de recién llegados, ya fuesen emigrantes
procedentes del campo o de otros países, además de ser un principio acti-
vo en la expansión capitalista. Uno de estos almacenes pioneros se había
abierto en París en 1830 como si fuese un conjunto de tiendas de confec-
ción donde pudiese vestirse toda la familia. Poco a poco se extendería el
modelo, que iría incorporando otras secciones domésticas, como vajillas,
juguetes para los niños o muebles para la casa.
Los almacenes no se diferenciaban de las tiendas solo en el tamaño o
en el surtido de mercancías, sino que alteraban la manera en que estas se
colocaban: en las tiendas los productos estaban al alcance y bajo el con-

272
LAS MERCANCÍAS Y EL CONSUMO

trol de unos tenderos parapetados tras un mostrador; mientras que en


los almacenes, cada vendedor adjudicado a una sección se paseaba por
ella con la intención de <<ayudar» a una masa de clientes que se paseaban
por una exposición en la que todos los artículos se habían colocado a
su alcance. En cierto sentido, como señala Stearns (2001: 45-47), los
grandes almacenes seguían una organización similar a la de una fábrica
en la que la cadena de producción se hubiese transformado en una de
consumo.
El ambiente de los almacenes seguía las pautas de anonimato que
presidían muchas relaciones sociales en las nuevas ciudades; las depen-
dientas tenían órdenes de no mantener con los clientes otros lazos que
no fuesen los de las propias ventas y de procurar satisfacer las peticiones.
Otro de los índices de consumo que considera Stearns, el de los robos,
también alcanza un desarrollo espectacular, incluso se inventó una nueva
palabra, «cleptomanía>>, para referirse a personas de clase alta que no
podían resistir la tentación adquisitiva.
Al menos desde 1900, muchas compañías tenían equipos dedicados a
alterar un producto (cambiando colores, pequeños detalles de diseño,
etc.) para aplicar a otras mercancías los criterios de la moda en la ropa de
confección, que así presentaba novedades en la siguiente <<temporada».
Otras empresas, por ejemplo, las dedicadas a las bombillas eléctricas,
aplicaron desde los años veinte los principios de la obsolescencia plani-
ficada, consiguiendo que las cosas durasen cada vez menos y no se pu-
diesen reparar 7 •

Consumo y control del tiempo

Así como en la llamada revolución del consumo del XVIII habíamos des-
tacado el reloj de bolsillo, que tan importante papel jugaría en la nueva
construcción social del tiempo como una categoría homogénea, esta se-
gunda oleada también se ocupó del calendario, mediante la promoción
de <<fechas señaladas>> para los individuos (cumpleaños), madres, padres,
novios o la familia (Miller, 1993). En cada ocasión, familiares y amigos
debieran entregar un presente <<vestido de don», es decir, envuelto en pa-
peles y con adornos especiales: el resultado final, parafraseando a Susana
Narotzky (Narotzky''), sería la consideración social del regalo como una
ambigua mercancía del afecto.
Fiestas que habían sido celebraciones domésticas también quedaron
en manos de los comercios. Por ejemplo, según Stearns (2001) los al-

7. C. Dannoritzer (2010) ha dirigido el documental Comprar, Tirar, Comprar (Arte,


TVE, TVCatalunya), donde se expone y se ilustra con varios ejemplos el origen y la prác-
tica de la obsolescencia planificada o programada.

273
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

macenes neoyorkinos Macy's introdujeron en 1924 el desfile del Día


de Acción de Gracias con la intención de que esa fiesta sirviese de puente
entre el consumo de las vacaciones veraniegas y el inicio del ciclo navi-
deño (Miller, 2005: 351).
Los grandes almacenes atraían a mucha gente que iba a ver las no-
vedades expuestas para pasar el rato. La decoración de los escaparates
también contribuía a esa imagen de ofrecer continuamente <<lo último>>:
variaban según las estaciones, indicando a la gente la forma de vestir ade-
cuada en cada época del año, ya fuese para el veraneo u otras vacaciones
o para el periodo de actividad. El viejo principio campesino de que lo
<<que tapa el frío, tapa el calor>> desapareció ante el calendario de lo no-
vedoso, que era muy visible en los almacenes, pero que también estaba
presente en la producción de prendas confeccionadas.

La publicidad y nuevas formas de venta

Hacia 1870 ya había en los Estados Unidos varias agencias de publicidad,


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que, de forma experimental, irían estudiando las razones de los éxitos y
los fracasos del lanzamiento comercial de productos. Como industrias
.•.. ,,., secundarias, contratadas por estas agencias, la pintura y el dibujo pu-
blicitario tendrían un desarrollo extraordinario, porque el texto estaba
supeditado a la imagen que ya mostraba el cuerpo femenino mercantili-
zado en los cartelones publicitarios, a veces hechos por grandes artistas
como Toulouse-Lautrec, o en España, Penagos y Bagaría.
··q.c· ~.· Los mensajes, cambiantes en función del medio, también inundaban
,, .. las revistas y la prensa. En esta, el texto era mucho más relevante que
en los carteles, tanto que, a veces, se encargaba su realización a gran-
des literatos que atravesasen apuros económicos. Tal sería el caso, entre
nosotros, de Valle-Inclán (Gómez de la Serna, 2007 [1941]; Hormi-
gos, 2006), quien en 1900 compuso varias cuartetas para promocionar
unas sales estomacales, La Harina Plástica:
Retorciendo la filástica;
un cordelero enfermó
pero al punto se curó
¿cómo? Con la Harina Plástica.

En toda fiesta onomástica


yo os digo: icomed, bebed!
iAtracaos! Absorbed
la dosis de Harina Plástica.

Por encargo del mismo boticario también anunciaría el jabón de los


príncipes del Congo, que, como apostilla Gómez de la Serna, blanquea-
ba a todos los que lo usasen:

274
LAS MERCANCÍAS Y EL CONSUMO

Desde Toledo a Busdongo


desde la China al Japón
no hay nada como el jabón
de los príncipes del Congo.

El norteamericano Scott-Fitzgerald, que trabajó hacia 1920 para una


agencia de publicidad, tuvo un gran éxito con el anuncio que hiciera para
la lavandería Muscatine Steam de Iowa: We keep you clean in Muscati-
ne,-<<Con Muscatine irá como un pincel>> (Villanueva, s.d.). En Portugal,
el gran poeta Fernando Pessoa8 se encargaría en 1928 de la publicidad de
un refresco, la Coca-Cola, que pretendía introducirse en el país, pero que
el Gobierno dictatorial de Salazar prohibió y obligó a tirar al Atlántico
todo el cargamento que la compañía había enviado para la promoción.
El anuncio consistía en una sinuosa frase que resumía misteriosamente
los efectos del brebaje: Primeiro estranha-se, despois entranha-se.
Después de la intervención publicitaria de Pessoa, la dictadura de
Salazar se alinearía con la Pepsi, y la Coca-Cola no se volvería a vender
en Portugal hasta 1974; una consecuencia sorprendente de la Revolu-
ción de los Claveles. El argumento que había esgrimido el Gobierno de
Salazar, partía de un dilema formulado por el Ministerio de Sanidad, que
obligaba, en cualquier caso, a prohibir la Coca-Cola: si la bebida tenía
coca, era una sustancia estupefaciente ilegal; si no la tenía, se trataba de
publicidad engañosa. El anuncio de Pessoa se interpretó por las autori-
dades sanitarias como un reconocimiento de que la marca usaba coca, y
de que el poeta describía los síntomas de la intoxicación.
Por último, la irrupción en casi todos los hogares de nuevos medios,
como la radio, provocaría que la imagen ya no fuese la forma dominante
de difundir anuncios y haría que la voz, el canto y musiquillas pegadizas
acompañasen a la publicidad.
Por otra parte, se crearían otras formas de venta, en algunos casos,
asociadas a la popularización del crédito, como los pagos a plazos. En-
tre ellos, destacan la venta por catálogo; la irrupción publicitaria en las
nuevas instituciones públicas, como las escuelas, donde la idea de inculcar
buenos hábitos a los niños, como la higiene, se acompañaba con regalos
de pastillas de jabón; o, por último, casos paradigmáticos como el de las
compañías tabaqueras norteamericanas que, a modo de donación patrió-

8. Agradezco a unos antropólogos e historiadores portugueses que, en medio de


una conversación sobre el día a día durante la dictadura de Salazar, me contaron la la-
bor publicitaria y las experiencias poéticas de Pessoa con la bebida de Atlanta frente a
su heterónima Pepsi-Cola. Agradezco a los participantes en los varios días de seminario
sobre ]udeus e Árabes na Peninsula Ibérica: Encontro de Religioes, Diálogo de Culturas
organizado por la UNESCO y el Centro Nacional de Cultura de Portugal que tuvo lugar
en Monsaraz en 1994.

275
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

tica, regalaron todos los cigarrillos que fumaron las tropas estadouni-
denses durante la Primera Guerra Mundial, consiguiendo, de este modo,
una expansión sin precedentes del tabaco americano por toda Europa.

Bienes

La característica principal de este periodo -del que nuestra sociedad


actual puede considerarse heredera- fue la expansión total de los mer-
cados de bienes, tanto en la producción como en la circulación. El co-
mercio y la industria acercaban a un amplísimo público tanto productos
importados, por ejemplo, prendas de seda o alfombras orientales, como
los fabricados en todo Occidente, desde los fertilizantes o el caucho a los
cosméticos, los juguetes y libros infantiles. Continuamente se añadían
nuevos objetos a una cesta del deseo llena de nuevos productos, como
los tentempiés, las latas de conserva y refrescos como la Coca-Cola (Pen-
dergrast, 1998). Cada nuevo invento que triunfaba llevaba al usuario a
sentir que solo el mercado podría satisfacer las nuevas necesidades. Por
·'i~\lf! ejemplo, la bicicleta -que facilitó los desplazamientos en las grandes ur-
bes que iban anexionándose los antiguos núcleos rurales- exigía que las
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mujeres se quitasen el corsé y adquiriesen otro tipo de ropas para pedalear
y, además, favoreció la creación de clubes de ciclistas, según Hobsbawm
(1992: 290), vinculados a las nuevas libertades que tanto para hombres
como mujeres buscaban los simpatizantes de partidos y sindicatos de iz-
' 'Jj!l\0' ~·
quierda, como los fabianos británicos9 • La popularidad de las bicicletas
fue también inmensa y socialmente similar en Alemania o Francia, donde
11 ·~ ' se construyeron varios velódromos en las ciudades y se disputaban ca-
rreras cada vez más complejas y con más etapas, que culminarían en la
celebración del Tour de Francia (1903).
Evidentemente, el vehículo por excelencia sería el automóvil; en un
principio, destinado a miembros de las clases altas, pero que, en Estados
Unidos, a partir de la fabricación del Ford modelo T (1908), se conver-
tiría en un objeto asequible para las clases medias y los granjeros.
En Europa, cuando finalizó la Primera Guerra Mundial, el propie-
tario de una vieja fábrica de obuses, André Citroen, se desplazaría a
Estados Unidos para estudiar la cadena de producción y la organiza-

9. Movimiento socialista inglés, fundado en 1893, cuyo nombre proviene del gene-
11f ral romano Quinto Fabio Máximo, quien, durante la segunda guerra púnica, había usado
contra Aníbal Barca tácticas de desgaste, resistencia y sangre fría, que resultaron muy efec-
tivas. La propuesta de los fabianos consistía en buscar cambios graduales que condujesen
1 al socialismo, como, por ejemplo, convertir en públicos los medios de producción funda-

1 '1~ 1
mentales, que la sanidad y la educación se convirtiesen en derechos de todo ciudadano,
que se controlasen las operaciones financieras, o que se regulase el trabajo para impedir el
infantil y la explotación de los adultos.

276
¡:1111
LAS MERCANCÍAS Y EL CONSUMO

ción fabril, puesta en marcha por H. Ford 10 , que consistía en pagar


más a los obreros que en otras empresas, a cambio de que redujesen
el tiempo y los costes de producción mediante el trabajo en cadena. A
su regreso, construiría el primer coche europeo fabricado en serie, el
. Citroen A (1924 ). Unos años más tarde, F. Porsche idearía el Volkswa-
gen para satisfacer el encargo que le había hecho el régimen de Hitler
(Berghoff, 2001).

Comercio del ocio

Por primera vez se incorpora al consumo masivo una nueva esfera: la


del ocio, que bien podríamos diferenciar en dos grandes grupos:
1. Actividades. Como, por ejemplo, la práctica de deportes, que re-
querían comprarse un equipo; la música, practicada en la casa y que gira-
ría en torno al piano, o en agrupaciones amateurs, tipo bandas o peque-
ñas orquestas; el baile.
Se consolidan los cafés y restaurantes, incorporándose lugares y co-
midas para las clases trabajadoras, como los Fish and chips ingleses o los
puestos de hamburguesas en las ciudades norteamericanas, que se multi-
plicarían a partir de los años veinte.
Aparecen también los primeros paquetes turísticos para las clases altas
que realizaban el Grand Tour, con empresas especializadas como Thomas
Cook en Europa o American Express y la publicación de guías, como
las Baedeker, que habían usado los mismísimos García Naveira en su
búsqueda de pasatiempos por las ciudades y los jardines europeos (Bo-
rondo, 2010).
Las clases trabajadoras se apuntarían a las excursiones de un día a
las montañas o a la playa, que comenzaba de manera incipiente a atraer
bañistas. Los Gobiernos de los frentes populares de los años treinta, ga-
rantizaron a los trabajadores vacaciones pagadas, con lo que se iniciaría
el despegue del turismo de masas, solo interrumpido por la guerra y sus
secuelas inmediatas.
2. Espectáculos. Surge la que llegaría a denominarse <<industria del
entretenimiento>>, de la que habían disfrutado las clases altas y medias,
como la ópera, los conciertos o los teatros. Pero también aparecen otros
géneros más populares, como las producciones musicales conocidas, se-
gún el país, como vaudeville, music-hall, o en España, revistas y zarzue-
las, que generaban sus primeras estrellas.

1O. La célebre cadena de producción, característica del fordismo, está inspirada en


el funcionamiento de los mataderos de Chicago, si bien invirtiendo el orden: se trata de
aplicar la cadena del despiece de las distintas partes de la res a la producción.

277
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

Hacia 1900 el cine ya cuenta con un alto número de espectadores


que se incrementaría constantemente hasta que la popularización de la
televisión en las casas frenase la asistencia a los cines.
El segundo grupo de entretenimiento público tiene que ver con los
deportes, que entran en el consumo de masas hacia 1850. A diferencia
de las prácticas deportivas que los varones de las clases altas habían ad-
quirido en sus colegios y universidades -en algunos casos, como el tenis,
también lo jugarían las mujeres-, los hombres de las clases trabajadoras
se inclinarían por el fútbol en Inglaterra, casi toda Europa y América
Latina, mientras que en Estados Unidos, su equivalente sería el béisbol.
Originado, como el propio concepto moderno de deporte, en la In-
glaterra victoriana, el fútbol se convertiría también en un espectáculo
de masas en casi toda Europa que incorporaría tanto el juego como sus
rituales, sin que se sepa bien ni las causas de su éxito ni las de los proce-
sos miméticos en su expansión a otros países.
Lo que sí queda mucho más claro, según Hobsbawm, es el momen-
to en que empezó a atraer a la clase trabajadora y a adquirir esa peculiar
•"C\,,1111 estructura socioeconómica que lo diferenciaría tanto de otros deportes
"''lo,
asociados a la aristocracia y a las clases medias, por ejemplo, el críquet o
1, la hípica, como de aquellos otros que harían posible el <<ascenso>> social
de los pobres, como el boxeo:

[El fútbol] en un principio se desarrolló como deporte amateur para formar


el carácter de los alumnos de clase media que asistían a colegios de pago 11 ;
"1 jl,ft _:.·¡
pero, rápidamente (1880), se hizo proletario y profesional; el giro simbó-
h.,., lico decisivo -reconocido como una confrontación de clase- se produjo
tras la derrota de los Old Etonians 12 a manos del Bolton Olympic en la final
de la Copa de 1883. Al profesionalizarse, desaparecieron las figuras filan-
trópicas y moralizantes de los miembros de la élite nacional, para dejar la
dirección de los clubes en manos de empresarios locales y otros notables que
mantendrían una curiosa caricatura de las relaciones de clase del capitalismo
industrial, al convertirse en la patronal de una fuerza de trabajo, mayorita-
riamente proletaria, atraída por unos salarios más altos, por la oportunidad
de obtener beneficios extraordinarios antes del retiro (partidos de homenaje
a un jugador) y sobre todo por la fama (Hobsbawm, 1992: 288-289).

11. Sigo a Ferlosio («Borriquitos con chándah) quien sostiene que tanto los colegios
como lo que en ellos se aprende pertenecen siempre a la esfera pública. La oposición que
se suele hacer entre escuela pública/privada está mal formulada: «privada>> significa -en
ese contexto- «de pago>>, como en la frase «se educó en un colegio de pago>>. De esta for-
ma se mantiene el sentido que le daban los victorianos a las public schools, es decir, escuelas
públicas (frente a los tutores e institutrices domésticos) cuyas elevadas tarifas pagaban los
responsables de los futuros dirigentes del país.
12. Eton es la escuela de pago británica más elitista. Incluso el acento que distingue
1!1¡ la pertenencia a las clases altas se asocia a veces con Eton.

'1 ;1¡
278
LAS MERCANCÍAS Y EL CONSUMO

Muchas de las características actuales de este deporte ya estaban vi-


gentes entre 1870 y 1880: Liga, Copa, jugadores profesionales, ídolos
de unos hinchas que acudían a los partidos todos los sábados, rivalidad
ritual, a menudo entre dos equipos de una misma ciudad, cuando el nú-
mero de habitantes lo permitía: Manchester United/Manchester City; Li-
verpool!Everton; Español/Barcelona; Sevilla/Betis; Real Madrid/Atléti-
co o Inter/Milan.
La manera de competir en ligas, agrupadas en distintas categorías,
cÓnsiguió que el fútbol reforzase identidades en distintas escalas: locales,
regionales, nacionales e internacionales. Así, según Hobsbawm, el fút-
bol, a diferencia de otros deportes que también formaron parte del en-
tretenimiento de los trabajadores, permitía que <<los partidos del día die-
sen la oportunidad a cualquier par de trabajadores varones imaginarios
de mantener una conversación sobre el tema, en Inglaterra o Escocia,
y de que unos cuantos jugadores señalados fuesen una referencia para
todos>> (1992: 288).
Por último, cabe destacar que el giro que tomó la que ya podemos
llamar con propiedad, industria del entretenimiento, quedaría ensegui-
da reflejada en los florecientes periódicos, cuyas secciones más o menos
relacionadas con los anuncios -deportes, espectáculos- son una clara
adaptación al nuevo espíritu del consumo; como también lo sería el sen-
sacionalismo, las crónicas de sucesos, la incorporación de tiras cómicas
y la publicación de folletines de grandes autores que, cuando triunfa-
ban, terminarían publicados como libros.

Las nuevas formas de vida y el consumo

¿A qué se debió este tremendo auge? En primer lugar, a los resultados


de la llamada Revolución Industrial tanto en la producción como en la
distribución. Dado el ir y venir de mercancías y de personas a ambos
lados del Atlántico, del Pacífico y del Índico, los nuevos transportes y
la nueva producción aceleraron un tráfico que ya llevaba varios siglos
produciéndose. Todo esto contribuiría a que muchas personas se adap-
tasen a nuevas formas de vida y a diversificar el consumo en las siguientes
categorías:
- Clase. Aunque sigue habiendo mucha pobreza, desigualdad en
las rentas y privaciones, la búsqueda de medidas de autoprotección de
los trabajadores mediante sus asociaciones políticas y sindicales, las pe-
ticiones de reducción de jornadas y de aumento de salarios lograron
ciertas mejorías en la vida que tan terrible había sido en los primeros
años de la industrialización. Por otra parte, comienzan a asentarse las
clases medias, tanto en trabajos burocráticos como en la Administra-
ción.

279
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

Género: especialización en las compras. Además de las mujeres


que aparecen como las compradoras más visibles en los nuevos estableci-
mientos y los antiguos mercados, como auténticas especialistas en rea-
lizar las provisiones del hogar, hay que contar con un grupo de mujeres
jóvenes, las llamadas <<chicas modernas>> (Weinbaum, 2008), que, mien-
tras están solteras, trabajan como secretarias o en otros empleos que no
están bien pagados, pero que van al cine, bailan y adquieren los nuevos
productos.
- Especialización étnica. La llegada de numerosos inmigrantes de
origen europeo y asiático a otros países favorecería la aparición de más
productos, con una cierta especialización étnica. Uno de ellos, recorre-
ría los continentes: la fotografía. Así, por ejemplo, los judíos que llega-
ban a Norteamérica se sacaban fotos con gafas para que sus familiares
pensaran que su vida era muy próspera, mientras que los gallegos desarro-
llaron unas fotografías de difuntos con sus mejores galas para que sus
parientes en América conociesen las bajas en sus familias.
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LA PERCEPCIÓN DEL CONSUMO EN LAS COLONIAS

Hasta ahora nos hemos centrado en las metrópolis o en los nuevos paí-
ses independientes, pero ¿qué ocurría con este consumo en otras partes
del mundo?
'IJ;¡,a .:- Como observaran los Comaroff (1991) en su estudio sobre el esta-
blecimiento de misiones en Tswana, muchos pueblos o grupos de colo-
...... nizados llegaron a la conclusión de que ellos y sus sociedades eran vícti-
mas de un mal invisible, muy profundo y que su futuro podía depender
de acceder a la <<magia>> que hacía poderosos a los blancos para poder
contrarrestarla. Así, por ejemplo, muchos convertidos al cristianismo en
las misiones de todo el mundo están -o estuvieron- convencidos de
que los blancos se reservaban para sí mismos una segunda Biblia, una
segunda serie de ritos (ocultos) en los que basaban su poder.
Hemos visto en otra parte las acusaciones de banyama, de vampi-
rismo, que los Bemba de Zambia lanzaban contra los Padres Blancos.
También, la <<aparente y fantástica sinrazón>> de movimientos como los
cultos cargo procede de esta convicción.

Los cultos cargo: el regreso de los antepasados

En 1957 Peter Worsley (1980) publicaría un libro sobre los llamados cul-
tos cargo melanesios que independientemente de todas las controversias
que ha suscitado entre los estudiosos de los movimientos milenaristas,
nos interesa analizar ahora desde el punto de vista de la percepción que

280
LAS MERCANCÍAS Y EL CONSUMO

tuvo entre los melanesios la llegada para las distintas secciones de colo-
nos de bienes de consumo.
Cargo, una palabra pidgin que significa manufacturas comerciales,
es el nombre en el que se sintetizan varios movimientos de índole reli-
gioso-milenarista y política que Peter Worsley consideró una reacción
a la desintegración social melanesia traída por las sucesivas oleadas de
ocupación colonial.
Los melanesios tenían una creencia local según la cual los antepasa-
dos podían regresar en cualquier momento desde el más allá cuando las
cosas iban mal y restablecer la justicia terrenal, comportándose como
auténticos grandes hombres en redistribuir y repartir entre todos las ri-
quezas que habían acumulado en su retiro del más allá.
Con la llegada de los distintos pueblos colonizadores (alemanes, in-
gleses, franceses, australianos, japoneses o norteamericanos: según los
avatares de las grandes guerras), se establecieron diversas misiones que
dieron a los melanesios una educación exclusivamente religiosa que les
llevó a reinterpretar su situación con un nuevo enfoque: detrás de to-
dos los bienes que recibían los europeos por barco o más tarde por avión
(los cargo) había un <<secreto del cargo>> cuya clave la tenían los misione-
ros que, en unión del resto de los blancos, se apropiaban y no repartían
entre los melanesios los bienes que les estaban enviando sus antepasa-
dos. Un elemento muy importante de los culto cargo era la ausencia en
las islas de cualquier fábrica o de cualquier elaboración de la producción
local, de forma que la inmensa cantidad de bienes de todo tipo -ropas,
medicinas, adornos, aparatos- que recibían los blancos tuvieron desde
el primer momento para los melanesios un origen sobrenatural.
Desde finales del siglo XIX hasta después de la Segunda Guerra Mun-
dial hubo varios momentos en que con el activismo de los profetas loca-
les, en distintas islas, como, por ejemplo, en 1885 las Fidji; Buka, islas
Salomón, a principios de los años treinta, y numerosos puntos de Papúa-
Nueva Guinea durante y después de la Segunda Guerra Mundial, se
movilizó -de forma muy parecida a los movimientos milenaristas de
la tradición cristiana- esperando que los antepasados regresasen y les
diesen a ellos mismos los cargo, que los blancos se estaban apropiando
y no redistribuían o compartían con los isleños.
Estos movimientos, como ahora sabemos por muchas otras formas
paralelas de resistencia difusa, reflejan, en primer lugar, el rechazo de la
situación social que se vive (Worsley, 1957: 240-243), pero, al mismo
tiempo, buscan capturar la capacidad de los blancos de obtener bienes
sin que medie el trabajo y, por último, reinstaurar el orden de justicia
que suponía la redistribución de los grandes hombres.
En otros lugares, como han estudiado los Comaroff (1991) o Mam-
dani (2001), el intento de sobrellevar el orden colonial acabaría por es-

281
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

tablecer dinámicas de estratificación social en las que las nuevas élites


y la pequeña burguesía local asumirían los valores de la <<Modernidad>>
y se apropiarán de las ideologías, la distinción estética, la ortodoxia de
los discursos políticos y las formas de obtener riqueza y bienes que ha-
bía establecido la Administración colonial. Sin embargo, esta vía hacia la
Modernidad con su corrupción jurídica, política y empresarial, el estable-
cimiento de identidades étnicas siguiendo los modelos coloniales, el do-
minio burocrático, la creación de indiferencia frente a la responsabilidad
social y su nueva definición y reparto de la riqueza se ha visto acompa-
ñada por doquier de acusaciones de brujería, de pactos diabólicos y de
incumplimiento de las obligaciones que daban sentido a la vida de las
personas.

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282
8

EL TRABAJO, LA NATURALEZA Y EL DINERO

¿Acaso resplandeció el semblante divino


Sobre nuestras colinas nubladas?
¿Acaso se construyó Jerusalén aquí,
Entre estos sombríos Molinos Satánicos? 1
William Blake,jerusalem

POLANYI Y LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

En un famoso pasaje de La gran transformación, Karl Polanyi, evocando


a William Blake, se preguntaba cuál había sido el molino satánico que
había destruido el antiguo tejido social y roto la integración que has-
ta entonces había habido entre las sociedades humanas y la naturaleza
(Polanyi, 1944). Su respuesta nos remite a una de las tesis más contun-
dentes de su obra maestra: el trabajo, la naturaleza y el dinero se habían
convertido de forma ficticia en mercancías. ¿Qué significa exactamen-
te o qué entiende Polanyi * por <<mercancías ficticias>>? Ni más ni menos
que los elementos básicos de la producción, el intercambio y las finanzas
habían pasado a ser una recreación imaginaria de la creencia de que exis-
tía un mercado mundial en el que se condensaban varios elementos que
configuraban la utopía liberal (Servet, 2009). Es decir, la ficción se re-
fiere a la construcción utópica de lo que hemos llamado el principio de
mercado, el modelo económico que lleva en sí la manera en que nuestra
sociedad se representa a sí misma:
En esta ficción de la economía de mercado se apoya la atribución de un va-
lor <<económico>> a los derechos de propiedad y a los productos del trabajo,
cuando este valor en realidad es un producto de la imaginación. El carácter
imaginario de cada tipo de mercado (el mercado de trabajo, el mercado de la
propiedad, el mercado del dinero, y así sucesivamente) convierte en indis-
pensable el papel del Estado para el funcionamiento de lo que en realidad
son seudomercados (Servet, 2009: 78).

1. «And did the countenance divine 1Shine forth u pon our clouded hills? 1And was
Jerusalem builded here 1Among these dark Satanic Milis?»

283
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

Evidentemente, establecer el carácter ficticio de estas mercancías no


equivale a que minimicemos su eficiencia ni su lugar decisivo en cómo nos
representamos nuestra forma de vida bajo esas creencias tan arraigadas.
Estamos tan acostumbradas a la lectura neoliberal de cualquiera de
estas variables, por ejemplo, la del trabajo, que acabamos por incluirlas
en una tipología ideal implícita, según la cual existen correlaciones que
indican la evolución de los sistemas económicos en una dirección que ha
ido descartando la opresión característica de los sistemas económicos
antiguos, en los que la división social del trabajo arrojaría categorías
laborales forzosas como las constituidas por castas de intocables, siervos
o los diversos tipos de esclavos.
Por contra, el capitalismo habría sobrepasado a todas las otras so-
ciedades, porque pregona que tanto el trabajo como la tierra o el dinero
se han transformado en mercancías libres: desde un punto de vista le-
gal, se pueden comprar y vender sin que existan restricciones morales,
religiosas o políticas que impidan incluirlas en las transacciones econó-
micas habituales 2 •
·••t:l 1¡~! Sin embargo, contemplado el trabajo <<libre» desde la realidad de una
Eliza Kendall, vemos que su vida -alejada por completo del control de
los recursos que le hubiesen permitido ganarse el sustento- quedó trun-
cada cuando no logró vender esa mercancía-trabajo en el mercado.
Los grandes teóricos del capitalismo, Marx o Weber, por ejemplo,
estarían de acuerdo con que la <<gran transformación>> que vivieron fue
f!¡j ,,
precedida por la conversión del trabajo, la tierra o el dinero en mercan-
...
¡~- ,.¡.f

cías de un <<libre>> mercado: cada uno de ellos expresaría a su manera


una idea convergente con la de Polanyi .
Ahora bien, tras la noción de mercancías ficticias no tiene por qué
ocultarse un modelo en exceso simplista y romántico que estableciera
en pares de oposiciones, carentes de matices, una mera división entre
sociedades incrustadas/no incrustadas. A lo largo de este libro hemos vis-
to cómo las sociedades sin sistema de mercado establecen relaciones con
diversos agentes -comerciales, religiosos o coloniales- de sociedades
regidas por el principio de mercado.
También hemos seguido los pasos de la historia de su configuración
ideológica, desde que a partir de Locke comenzamos a escuchar la voz
del <<individuo posesivo>>.

2. Ya hemos visto con detalle el fundamento ideológico de la oposición medieval


entre caridad y usura, y las restricciones a la idea de que el dinero podría reproducirse
generando interés. También hemos señalado las limitaciones puestas por los distintos de-
rechos de distintos grupos a disponer «libremente» de las tierras. Por último, la incrusta-
ción del trabajo en los distintos sistemas sociales es la base de la tipología que separa el
modo de producción organizado a través del parentesco del tributario o del capitalista.

284
EL TRABAJO, LA NATURALEZA Y EL DINERO

A través de varias viñetas etnográficas hemos contemplado cómo este


modelo se ha expandido por todo el planeta, en gran parte debido a las
transformaciones que experimentaron muchas sociedades con las legisla-
ciones coloniales (Mamdani, 2001; Cooper, 2005) y cómo los distintos
pueblos no solo no han desaparecido asimilados, sino que han articula-
do una amplísima gama de respuestas culturales y sociales a las nuevas
y cambiantes situaciones.
Pero, es importante que no mezclemos en el análisis los procesos
""histórico-sociales con los ideológicos: la representación actual del mer-
cado configura hasta tal punto la manera en cómo pensamos nuestra for-
ma de vida que, por ceñirnos a un ejemplo concreto, da la impresión de
que de todas las distintas formas sociales que adoptan y han adoptado
los paquetes de derechos sobre las tierras (Congost, 2007), en realidad
solo consideramos <<razonable>> -una mercancía- la generada en Oc-
cidente hace dos siglos bajo la forma de <<propiedad>>. Como había esta-
blecido el antropólogo C. Hann (1998) en un libro en el que recopilaba
diversos artículos sobre la <<propiedad>> con la idea de replantear con
contenidos etnográficos actuales este clásico problema de la antropología
del siglo XIX, las formas de establecer derechos sobre las tierras, sobre
los ríos o sobre el entorno medioambiental <<han ido y venido>> desde
que existen las sociedades humanas y han sido mucho más diversas -en
unos momentos armónicas, en otros conflictivas- que lo que da a en-
tender la <<diseminación global de nuestro modelo>> (Hann, 1988: 1-47).
La gran riqueza de casos históricos y etnográficos, a pesar de las múl-
tiples versiones que adopta la narrativa de los procesos, nos muestra la
pertinencia general de la tesis de Polanyi, según la cual en distintos pun-
tos del globo tal conversión de la naturaleza en mercancía <<libre>> fue el
resultado de las políticas activas de los Estados que imponiendo nuevas
legislaciones lograban expulsar de las tierras de las que obtenían su sus-
tento a gentes tan dispares como los campesinos ingleses del siglo XVIII y a
mediados del siglo xx, a los campesinos de Cauca, cuyos antepasados ha-
bían sido liberados de la esclavitud en el XIX, o una variopinta representa-
ción de pueblos colonizados. En la mayoría de los casos estas expulsiones
van ligadas a procesos de proletarización de los antiguos campesinos,
artesanos o incluso «salvajes>> 3 de las colonias que al perder el control

3. Resulta importante destacar que en los distintos tipos de colonización, la clasifica-


ción ideológica de los «salvajes» llevaba a que algunos fuesen considerados irremediablemen-
te en estado de naturaleza y otros «aptos para el trabajo». Un ejemplo notorio lo constituye el
trato dado a las dos grandes minorías clásicas estadounidenses: los indios, colonizados según
el modelo del imperialismo ecológico (Mann, 2009; Moreno Feliu, 2010b: 146-150), fueron
o exterminados o encerrados en reservas; los afroamericanos -llevados a las Américas
desde África como esclavos- solo tenían sentido como componentes de la ideología del
trabajo.

285
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

de sus recursos no tuvieron más remedio para vivir que <<entrar en el


mercado>>.

EL BAUTIZO DEL BILLETE

En el valle del Cauca (Colombia) desde que se aboliera la esclavitud


en 1851, los libertos de origen africano cultivaban sus pequeñas parce-
las, de las que casi ninguno tenía título de propiedad. De vez en cuando
trabajaban a jornal para algunos agricultores vecinos. Su forma de vida
cambió bruscamente cuando hacia 1955 varias compañías se apropia-
ron de las tierras expulsando violentamente, incluso utilizando la fuerza
física, a los agricultores. Las antiguas parcelas se convirtieron en grandes
plantaciones de azúcar, donde estos antiguos campesinos, ahora jorna-
leros sin tierras, trabajaban por un salario para los nuevos propietarios
controlados por compañías trasnacionales.
Del antiguo censo de campesinos, solo 1/5 continúa con sus explo-
taciones en el campo: el resto vive en misérrimas chabolas próximas a
•"<l~! las <<urbanizaciones rurales>> de las que se rodean las plantaciones, cuyos
....,,
gestores se quejan de la indiferencia de estos nuevos proletarios agrícolas
... ante los incentivos que les ofrecen para obtener mejores salarios. Según
Taussig (1980), para los equipos directivos el rechazo a beneficiarse de los
estímulos salariales que les ofrecen no es sino una muestra de <<tradiciona-
lismo primitivo>> que permite que se les escape el tren del desarrollo.
·,~dlt ~·:;
Como ya hemos visto en el capítulo segundo, M. Taussig (1977, 1980)
había asociado al fetichismo de la mercancía -y a la distinción entre valor
".,,, de uso y valor de cambio-los innumerables rumores que circulaban en
el valle del Cauca de que algunos de estos varones, jornaleros sin tierra
y asalariados de las plantaciones, pactaban con el diablo un aumento de
su productividad y con ella, más ingresos: como si se tratara de un exem-
pla medieval, quien realizaba el pacto moría prematuramente tras sufrir
una terrible agonía. Además, el dinero que le proporcionaba el diablo
no servía como capital productivo que pudiera emplearse en adquirir
tierras o animales, porque el pacto transmitía la esterilidad del dinero
a la naturaleza, que dejaba de ser fértil. Quien había pactado con Satán
solo podría gastar los beneficios obtenidos en un consumo inmediato e
improductivo de mercancías lujosas, como ropas finas, licores o tabaco.
:, 1[!
Los campesinos que seguían trabajando sus parcelas nunca hacían
pactos con el diablo por no perder las cosechas de una tierra que se vol-
vería estéril; como tampoco las mujeres, porque dejarían de tener hijos.
11
Tanto unos como otras si buscaban ayudas mágicas, recurrían a los san-
tos y a las ánimas.
'1
'1 En el mismo valle del Cauca existe otra creencia paralela a la de los
1 pactos satánicos que parece ilustrar las transformaciones sociales que ge-

286
1

1
EL TRABAJO, LA NATURALEZA Y EL DINERO

neraron las mercancías ficticias (Polanyi*). Según la descripción etnográ-


fica de Taussig (1980: 126-139) existen algunos padrinos que durante la
ceremonia del bautizo, sin que nadie más que ellos mismos sean cons-
cientes, alteran el ritual de tal manera que, al final, el sacramento en
. lugar de la criatura lo recibe un billete de un peso: durante el ritual del
bautizo, cuando el sacerdote católico va a imponer el nombre al niño o
a la niña, el padrino o la madrina oculta en su mano un billete doblado
que será quien reciba el nombre.
"A partir de ese momento, el niño, como consecuencia de no haber
recibido el sacramento -sin que lo sepan sus padres o la comunidad-,
ha perdido su derecho a ir al cielo si muere, porque, como infiel, que-
dará eternamente en el limbo o en el purgatorio según cuál fuese la edad
de fallecido. Por el contrario, el dinero del padrino o de la madrina se
convierte en fértil, en productivo: el billete bautizado, que aunque cir-
cule anónimamente, tiene como nombre propio el que iba a recibir la
criatura, siempre retorna a su dueño, el padrino o la madrina, aportán-
dole mucho más dinero. ¿cómo lo hace? El dueño del dinero bautizado,
cuando acude a una tienda cualquiera, adquiere los productos que quie-
ra y paga con el billete al que, sin que nadie se entere, tendrá que llamar
tres veces por su nombre y formularle la siguiente pregunta: <<José, ¿te
vas o te quedas? José, üe vas o te quedas? José, ¿te vas o te quedas?».
Si todo va bien y no hay interrupciones, el padrino regresará a su
casa con la compra, mientras el billete pondrá la caja registradora en mo-
vimiento para juntarse con otros y regresará al padrino aportándole mu-
cho más dinero que el que había gastado en la compra.
En este caso del bautismo, Taussig aúna, en el discurso sobre el inter-
cambio, las tres mercancías ficticias de Polanyi: al igual que en los pactos
con el diablo, están presentes el trabajo asalariado de los padrinos y su
expulsión de la tierra. Pero, tras una ceremonia de bautismo manipulada
en la que se ha invertido la moralidad social, el dinero se ha converti-
do en productivo, porque ha usurpado, falseando el sujeto del sacramen-
to, la naturaleza4 del niño que sí que podrá generar vida cuando le llegue
la edad.
El bautizo del billete tiene como sustrato tanto la apropiación injus-
ta de la naturaleza al haber forzado las grandes compañías un cambio
en la estructura agraria local, como la transformación de la estructura
laboral, puesto que los trabajadores han pasado de ser campesinos que
trabajaban para sí mismos a proletarios que trabajan por cuenta ajena.
Pero también el bautizo del billete ha permitido que crezca y se multipli-

4. Según la descripción de Taussig, casi podríamos hablar de <<potencia>> aristotélica,


lo que nos hace echar de menos más datos sobre la génesis de las creencias que <<raciona-
lizan>> el bautismo del billete.

287
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

que el capital, como si fuese un hijo de Adán y Eva, porque el dinero ha


pasado de estéril a fértil. La idea de que el dinero era estéril -como la
naturaleza tras pactar con el diablo- tiene resonancias a lo que hemos
visto en Aristóteles o en santo Tomás, para quienes reproducirse está en
la naturaleza de las cosechas, de los animales o de las personas, pero no
en la de un medio de cambio como el dinero: el interés, el dinero ge-
nerado por el dinero es contrario a su naturaleza, excepto si se rompe
con la moralidad en que se sustenta la idea del bien común. Desafortu-
nadamente, Taussig no nos brinda las claves de por qué las ideas locales
parecen asemejarse tanto, incluso en la formulación, a las del dinero co-
rrelacionado con el principio del precio justo que habían formulado los
pensadores clásicos y escolásticos.

LA ECONOMÍA SUMERGIDA O INFORMAL

Frente al modelo ideal de representación del trabajo en el capitalismo,


•"Q,.,, cuyo análisis añade muchos matices a la <<libertad» del trabajador que
.
...,,
·~,!
vende su mercancía, la antropología económica ha estudiado numerosos
casos etnográficos como, por ejemplo, los esclavos sureños de las planta-
ciones norteamericanas, las azucareras del Caribe analizadas por Mintz
(1996), o incluso el papel de los prisioneros de campos de concentración
o de trabajo como mano de obra para las multinacionales de la época
'"410 ~!,
(Moreno Feliu, 2010a) en que los trabajadores no son <<libres» para ven-
der su trabajo en el mercado, sino que están en el sistema productivo a
1• .,.,
la fuerza, mientras que es la mercancía, como resultado del trabajo forza-
do, lo que circula. Si bien, en el caso del trabajo realizado en los campos
de concentración, la <<economía de guerra» dirigida por las autoridades
estatales había restringido la circulación de alimentos y bienes de nece-
sidad adjudicando cupones de consumo y también había supeditado la
producción a las necesidades de la industria de armamento.
Hay muchos otros ejemplos en los que las empresas evitan riesgos
-o el coste de reproducción de la fuerza de trabajo- utilizando el con-
trol parcial que los trabajadores puedan tener sobre los medios de pro-
ducción, como ocurre a menudo en la llamada economía sumergida o in-
formal (Martínez Veiga''). En este sector, los trabajadores combinan varias
estrategias, como pudiera ser multiplicar los recursos manteniendo una
i
,¡ explotación de pequeñas parcelas agrícolas o, como ocurre en la industria
1'11111 de confección, las empresas <<externalizan>> el trabajo a través de varias
redes de intermediarios, de modo que este se realiza no en las fábricas,
sino en las casas.
Un modelo que nos remite, por una parte, a la nueva definición de
lo local a partir de lo global (1. Moreno*) y, por otra, como señala Na-

288
EL TRABAJO, LA NATURALEZA Y EL DINERO

rotzky'', al viejo putting out system, cuyo funcionamiento hemos visto


en la antibiografía de Eliza Kendall.
El término <<economía informal>> fue acuñado por el antropólogo
Keith Hart en los años setenta del siglo pasado para dar cuenta de un
fenómeno que aparecía recurrentemente en muchas ciudades de los paí-
ses africanos en los que se había iniciado el proceso descolonizador tras
la Segunda Guerra Mundial: con la definición de trabajo que utilizaban
los organismos internacionales quedaban sin registrar como tal un nu-
m~ro altísimo de actividades que, de este modo, no eran tenidas en cuen-
ta por los economistas o por los planificadores del desarrollo (Martínez
Veiga'').
Las características básicas del sector informal son: autoempleo, ac-
ceso fácil al trabajo mediante redes de conocidos, apoyo en recursos y
redes sociales locales, además de una explotación intensiva del trabajo.
En realidad, bajo la denominación de economía informal nos refe-
rimos, por lo menos, a dos campos de problemas diferentes que muy a
menudo resultan indisolubles: por una parte, al análisis de los sectores
formal e informal y, por otra, al análisis de la producción subalterna, es
decir, de la producción y distribución de pequeñas mercancías que ocu-
pan una posición subordinada en la producción capitalista.
Lo que hoy denominamos <<economía informal>> o <<economía sumer-
gida>> no representa un fenómeno contemporáneo, como hemos podido
comprobar. Reflexionando sobre la tardanza en recogerse este tipo de
situaciones en los estudios etnográficos, la antropóloga E. Smith (1990)
hace notar que se trata de un fenómeno muy antiguo, que aparece, in-
dependientemente de las características básicas del modo de producción
existente en una sociedad dada, siempre que este es inadecuado para satis-
facer las necesidades de la población. Tampoco es urbano: el estudio de
Cerviá, o el de numerosas aldeas gallegas y pueblos valencianos confir-
man la adaptabilidad de unidades domésticas <<tradicionales>> ante este
tipo de producción. Tampoco es un fenómeno de países en desarrollo:
numerosos autores han reconocido cómo las grandes firmas del textil o
del calzado en países como Italia, Francia o España, se nutren de la cap-
tación de trabajadores <<autónomos>> o en <<cooperativas>> que les cosen
sus productos sin ser <<SUS>> empleados. Pero quizás quede más clara esta
especie de reconocimiento negativo (no se trata solo de un fenómeno
urbano, ni de países del llamado Tercer Mundo, etc.) que estamos ha-
ciendo con una viñeta etnográfica que nos llevará a un trabajo de campo
en un pueblo agrícola catalán.
La antropóloga Susana Narotzky ha realizado un estudio en Cerviá,
un pequeño pueblo leridano de 328 casas, en el que analiza la ideología
de la casa como elemento estructurante de la ideología de producción,
y cómo esta se ha transformado y mezclado en los últimos años con otras

289
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

ideologías: existe una ambivalencia entre la ideología tradicional de la


casa y la capitalista de la familia, definida como grupo doméstico ba-
sado en la reproducción. Casa y familia son expresiones ideológicas de
distintas organizaciones de la producción:

Los grupos domésticos campesinos son la unidad de referencia de la granja


y de la producción agrícola cuando se conceptualizan como <<casa>>; cuando
se conceptualizan como <<familia>> son la unidad de referencia de una unidad
de parientes centrada en un matrimonio cuyo objetivo es la reproducción.

Las actividades de los miembros del grupo doméstico adquieren un


significado diferente según se interpreten en el marco ideológico de la
<<casa>> o de la «familia>>.
La casa no es una unidad de residentes: hay herederos que forman
parte de la casa (<<trabajan para la casa>>), pero no residen en ella; ni es-
trictamente una unidad de producción: los jornaleros trabajan, pero no
pertenecen a la casa.
,¡ll(;\ 1111! Ideológicamente la casa es una unidad de producción-reproducción:
producción de bienes y reproducción de la fuerza de trabajo necesaria
para continuar la granja. El modo fundamental de organizar la reproduc-
ción es mediante la herencia, preferiblemente otorgada al varón primo-
génito (no se sigue estrictamente, pero alcanza un 53,2%). En los últimos
tiempos, hay una tendencia al incremento de herederas femeninas debi-
1
'Y,. do a los cambios demográficos y a la emigración. Los repartos igualitarios
1 ,~ ,, 1
entre todos los hijos son muy raros, solo se dan en casos en los que no
',. lt' hay testamentos o contratos matrimoniales.
Según el ciclo vital hay dos momentos fundamentales para la trans-
misión de los derechos de propiedad: entre los propietarios (no así entre
los jornaleros) en el momento de contraer matrimonio se hace un con-
trato notarial, como es frecuente en Cataluña, en el que se estipulan las
condiciones de la futura herencia. El contrato notarial se suele cumplir
y solo lo alteran circunstancias como la ausencia de descendencia, que
la pareja tenga un mal comportamiento con los ancianos, o que emigre
el heredero. También se incluye en este contrato la dote de la novia, los
cuidados que han de recibir los padres en la vejez y las relaciones con
los hermanos que no heredan así como su <<legítima>>. Solo tras la muer-
te de los padres se recibe plenamente la herencia.
Actualmente, trabajar para la casa se asocia con el cultivo del olivo
(el 76,9% de las tierras de Cerviá se dedican a este cultivo), el cereal
(12,5%) o la almendra (6,2o/o), es decir, con la explotación agrícola que
se identifica no con el trabajo común de los miembros del grupo domés-
tico sino con el de los hombres. A través de la ideología del género,
se puede considerar que el concepto <<casa>> se ha distanciado de la idea

290
EL TRABAJO, LA NATURALEZA Y EL DINERO

del grupo doméstico como unidad de producción y se ha acercado al de


división sexual del trabajo de la familia, definido en función del género.
Esto se expresa en la distinción entre <<jornal para la casa>> (claramente
el agrícola de los hombres) y malgastos, pequeñas cantidades de dinero
para gastos individuales de las mujeres.
Durante los últimos veinticinco años en Cerviá, un número cada vez
mayor de mujeres se dedica a coser en su casa o en pequeños talleres,
entrando en una red de trabajos informales para la industria textil. La
estructura que favorece la incorporación de las mujeres a las redes in-
formales es la de aquellas casas en las que hay más de una mujer adulta,
por tanto, el trabajo informal está en función de la composición de la
casa y del ciclo vital. Así, del total de casas con varias mujeres adultas
(131), el 51% se dedica a coser para fábricas textiles.
Numerosos gastos se satisfacen con el dinero obtenido por las mu-
jeres en sus trabajos informales, pero los ingresos que obtienen traba-
jando para empresas textiles se clasifican ambiguamente: bien se consi-
deran malgastos, bien se asimilan y se consideran un complemento de
los ingresos de la granja, de la casa, por tanto, de los hombres. <<Ellas lo
consideran alternativamente como trabajo y como ayuda, importante y
secundario. Y la racionalización que usan para explicar esas sensaciones
mezcladas son conceptos como la casa, la familia y las características de
la industria textil, tales como 'estar mal pagadas'>>.
Aunque pueda parecer paradójico, la granja se mantiene como em-
presa gracias a estos trabajos de las mujeres en el sector textil.

LA INTERDEPENDENCIA ENTRE LOS DOS SECTORES

Una de las críticas que se le suele hacer al modelo es que su evidente


dualismo -formal/informal- oscurece tanto las interrelaciones entre
ambos sectores como las relaciones de dependencia características del
mundo capitalista, sobre todo en países del Tercer Mundo donde las gran-
des migraciones rurales a la ciudad dejan a los recién llegados con pocas
alternativas que no sean entrar en ocupaciones como la pequeña pro-
ducción o la venta callejera.
La perspectiva local de la economía informal debe combinarse con
las culturas locales del trabajo (Moreno Navarro, 1997) y la situación
del país en cuestión dentro del sistema económico mundial. La antro-
póloga F. Babb ha realizado un estudio en el Perú, que se une a los de
todos aquellos autores que han destacado cómo el continuo aumento
de población procedente del medio rural en ciudades peruanas, sobre
todo en Lima o en el complejo comercial de la sierra Huancayo, va acom-
pañado de una incorporación masiva de estos nuevos inmigrantes a la

291
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

producción subordinada y al comercio ambulante. Estos vendedores am-


bulantes han sido tratados en algunas campañas oficiales de los Gobier-
nos peruanos como auténticos chivos expiatorios de todos los males que
aquejan al Perú: son estos <<intermediarios>> los <<responsables» de los altos
precios de los productos, que encarecen las mercancías y se enriquecen a
costa de los pobres, y otras acusaciones similares.
Sin embargo, de la investigación realizada entre 1977 y 1982 por
F. Babb en Huaraz, una ciudad pequeña de 45.000 habitantes situada
en el departamento de Ancash, se desprende un cuadro muy diferente.
Sus datos parecen coincidir con los aportados por otros investigadores
sobre la inmigración en las grandes ciudades, como Lima, aunque tie-
nen el interés añadido de ver la evolución de la vida en una pequeña
ciudad.
El casco antiguo de Huaraz había sido destruido por un terremoto en
1970. Desde entonces se ha reconstruido y su población aumenta cons-
tantemente. Muchos recién llegados incrementan las filas de los pequeños
vendedores que trabajan tanto en las calles como en el gran mercado al
,~oql aire libre o en los tres cerrados (dos de ellos construidos en los años seten-
ta). Si cuando se inició la investigación (1977), el número de vendedores
..,,11¡
,l era de 1.200, cinco años más tarde alcanzaba la cifra de 1.600.
Casi el 80% del total de vendedores son mujeres, aunque en el sec-
tor de la venta de frutas, hortalizas y alimentos cocinados, llegan a ser
el 96%. A pesar de las campañas del Gobierno, y de las horas dedicadas
·~, ••11 ~ti diariamente a preparar los productos y a venderlos, la ganancia que ob-
tienen las vendedoras ambulantes es muy baja, sobre todo si la contras-
" .. , .... tamos con la de los mayoristas. Así, por ejemplo, según estimaciones de
Babb, el beneficio diario que obtienen las vendedoras de frutas y hortali-
zas es de medio dólar, lo que equivale a la mitad del sueldo diario de un
trabajador agrícola varón. La mayoría de las mujeres considera un éxito
de ventas si pueden llevar diariamente algún alimento a casa.
Aunque solo una minoría vende los productos que cultivan o pro-
ducen ellas mismas, sería un error separar la producción de la distribu-
ción. La conexión entre ambas esferas es directa: las frutas y hortalizas
se limpian en las casas antes de llevarlas al mercado; las vendedoras de
aves las adquieren vivas, pero las venden ya desplumadas; las de granos,
los venden molidos; o las de tamales, ya preparados.
En el periodo que va de 1977 a 1982, Babb observó cambios sig-
nificativos en la situación de los vendedores ambulantes de Huaraz:
ya hemos mencionado el incremento de su número, a pesar de que
algunas vendedoras habían abandonado el mercado para trabajar como
criadas en casas, panaderías, etc., y de que la mayor parte de los vendedo-
res ofrecía menos productos y necesitaba más recursos aportados por la
propia familia para subsistir.

292

l_ ,¡¡1
EL TRABAJO, LA NATURALEZA Y EL DINERO

De todos los vendedores estudiados durante los cinco años que duró
la investigación, solo dos habían <<triunfado», es decir, habían dejado de
ser ambulantes: el dueño de un puesto de zumos de frutas, que tenía más
recursos y más educación formal que los otros vendedores, había con-
.vertido su puesto en un restaurante. El otro caso es el de una pareja sin
hijos que logró establecer su antiguo puesto de cosméticos en un local
acristalado dentro del mercado. Ambos <<triunfadores» eran muy critica-
dos por los demás vendedores, ya que circulaban rumores de que tenían
<<apoyos» en el mercado negro.
Pero el fenómeno más interesante observado por Babb es la pérdida
paulatina de autonomía de los vendedores, sobre todo de las mujeres,
en dos aspectos significativos:
1) La aparición de una jerarquía de vendedores entre los ambulantes
incrementaba notablemente las desigualdades internas. Así, por ejemplo,
el dueño de un puesto de comida contrató a una anciana como asistenta,
o un vendedor de ajo y chiles molidos que buscaba a otros para que le
moliesen los chiles.
El ejemplo más llamativo nos lo brinda un vendedor de emolientes
-jarabes- que había puesto a diez personas a vender sus productos en
las esquinas a cambio de una comisión, mientras él se quedaba en su casa.
Es decir, si bien en los cinco años de estudio había aumentado el núme-
ro de vendedores, sobre todo de helados, caramelos y bebidas, estos eran
asalariados de otros ambulantes que aunque no llegaban a ser mayoris-
tas, tenían capacidad para contratarles.
2) Establecimiento de redes interdependientes. El segundo cambio
observado se refiere al aumento de vínculos de dependencia con los sec-
tores formales del mercado nacional peruano, tanto con mayoristas, que
al garantizar créditos también contribuían a que disminuyera la autono-
mía de los ambulantes, como con fabricantes.
Por ejemplo, los vendedores de helados D. Onofrío estaban integra-
dos en una red de venta de alcance nacional que les proporcionaba la mer-
cancía. Muchos de los vendedores de tejidos, o de utensilios de cocina
hacían viajes periódicos a las fábricas de la costa para adquirir la mer-
cancía. El resto la obtenía de mayoristas que a menudo forman parte de
redes nacionales.
Las transformaciones observadas en los cinco años recalcan la inter-
dependencia de ambos sectores, el predominio de mujeres en posicio-
nes subordinadas y las pocas posibilidades que tienen los vendedores de
mantener un grado mínimo de autonomía dentro del sector informal.
En este sentido, muchos autores que continúan utilizando la distinción
formal-informal consideran que el factor fundamental de su persisten-
cia sería la interdependencia de ambos sectores: el formal depende del
informal para obtener bienes, servicios y mano de obra barata, mientras

293
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

que el informal obtiene del formal una buena porción de su clientela,


cierto tipo de ingresos, y servicios, etcétera.

EL CONTROL DEL TRABAJO

En realidad, como venimos planteando, una de las preguntas subyacen-


tes a las etnografías sobre el trabajo en el sistema de mercado es analizar
comparativamente en qué consiste <<el trabajo libre>> que se vende en el
mercado y en qué se distingue de otras formas de trabajo características
de otros sistemas sociales, algunos claramente forzosos como la esclavi-
tud o los asignados a las castas más bajas en este tipo de sistemas Uoy-
ce, 1987: 1-31).
Sin embargo, los análisis realizados (Durrenberger y Martí, 2006),
aun teniendo en cuenta las distintas escalas en las que se han llevado a
cabo las investigaciones, muestran muchos matices frente a las simplifi-
caciones dicotómicas, porque presentan un mundo laboral policéntrico:
•"Q~I por una parte, no existe el modelo uniforme <<occidental» frente al resto
••'!¡,
del mundo; por otra, coexisten en todas partes distintos modelos, por
·~ lo que no se pueden inferir de las características generales de lo que ocu-
'i·
rre en cada formación una homogeneidad que permitiese tratar cada una
de las configuraciones particulares como si fuesen arquetípicas.
1
Podemos seguir al antropólogo Jonatham Parry (2005, 2009) y ex-
.. ,q·~ ~'·1 plorar la evolución de los regímenes de trabajo en el capitalismo a partir
del control que se ejerce sobre los trabajadores. Así, comparado con el
' .... ,. t
trabajo en casa que llevaban a cabo campesinos y artesanos, muchos auto-
res, entre ellos el historiador E. P. Thompson (1969) o Lewis Mumford
(2006 [1934]), han incidido en recalcar lo necesario que fue que se pro-
dujese un cambio cultural sobre la percepción del significado social del
tiempo parejo al cambio de sistema laboral (Whipp, 1987). De hecho,
Mumford, al analizar el despegue del capitalismo británico, consideraba
que probablemente el reloj había sido más importante como regulador
del tiempo de trabajo que las máquinas de vapor.
Pero, además de las experiencias del primer capitalismo Uoyce, 1987),
el paso más significativo en el ejercicio del control, sobre todo si preten-
demos entender sus aplicaciones actuales, fue la gerencia científica promo-
vida por F. Taylor en la última década del siglo XIX. El taylorismo consistía
en dividir las tareas en crono-porciones de trabajo cada vez más peque-
1 1 i ñas, de forma que no fuese necesario que ningún trabajador se compor-
¡l¡l,li
tase en las fábricas siguiendo el modelo de los artesanos en sus talleres,
es decir, que estuviese pendiente de todo el proceso (Coriat, 1982). De
1

,1!
1'
esta forma el taylorismo abogaba por sustituir a los trabajadores espe-
cializados que conocían los procesos por otros sin especialización: así se

294
EL TRABAJO, LA NATURALEZA Y EL DINERO

lograría reducir los salarios de los obreros no especializados y con ellos


el coste laboral.
Henry Ford, en 1914, daría un paso más al establecer todos estos
pasos como una cadena de montaje -inversa a la de los carniceros de
los mataderos de Chicago (Coriat, 1982)-. Su primer paso consistiría
aparentemente en una mejora de las condiciones laborales al aumentar
el salario nominal de 2,5 a 5 dólares diarios.
Pero esta medida no era universal entre los trabajadores de la Ford.
l"or ejemplo, no afectaba a quienes llevasen menos de seis meses en la
empresa, ni a los jóvenes menores de veintiún años, ni mucho menos
a las mujeres que según Ford estarían mejor en casa que trabajando en
la Compañía (Coriat, 1982: 57).
Además, ganar los 5 dólares exigía una <<moral intachable>>, que en
la empresa se correspondía con prohibir el tabaco, el alcohol, el juego, ir
a los bares o las relaciones sexuales pecaminosas. Los infractores volve-
rían a estar a prueba durante seis meses, otra vez con el salario reducido
a 2,5 dólares diarios, hasta que los investigadores de Ford decidieran si
se habían enmendado y merecían continuar con el trabajo de los 5 dó- 1

'
lares diarios, o si se trataba de casos perdidos cuya única solución era
el despido.
Henry Ford, admirador y honrado por el régimen de Hitler, había
contratado a un grupo de sociólogos y psicólogos sociales para inves-
tigar desde el <<departamento de sociología>> de la empresa la conducta ' 1

de los obreros, incluyendo las prácticas de aseo diario de los trabajadores,


su frugalidad y cómo se gastaban el salario: los inspectores de la empresa
visitaban sus casas e incluso estudiaban concienzudamente los extractos
bancarios de los trabajadores. Los motivos de estas políticas empresa-
riales los había explicado J ohn Lee, director del <<departamento de so-
ciología>>:
Era fácil prever que cinco dólares diarios en manos de ciertos hombres po-
dían constituir un serio obstáculo en el camino de la rectitud y de la vida
ordenada, y hacer de ellos una amenaza para la sociedad en general; por
eso se estableció desde el principio que no podría recibir ese aumento nin-
gún hombre que no supiera usarlo de manera discreta y prudente (citado en
Coirat, 1982: 57).

Es decir, el five dollars day no solo excluía a todos los trabajadores


que hemos enumerado al principio, sino que existía un control constan-
te que permitía a la dirección retirar o posponer los beneficios salariales
por <<mala conducta» fuera del trabajo.
Los controles dentro de la fábrica aún eran más exhaustivos: los di-
rectivos habían impuesto un sistema de sanciones por diversos incumpli-
mientos y faltas, que en parte gravitaban sobre el sistema de organizar la

295
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

producción que conocemos precisamente como fordismo. Se trata de la


creación de las cadenas y líneas de montaje en las que no se permitía a
los trabajadores ni siquiera moverse de su sitio (<<andar no es una activi-
dad remuneradora>>, decía Henry Ford) para racionalizar -aumentar la
velocidad- la tarea asignada a cada obrero.
Con este sistema, en tres meses Ford lograría reducir a 1/3 el núme-
ro de trabajadores necesarios; un año después la productividad se había
incrementado un 50o/o. La conjunción de estas políticas supondría para
la gestión de la Ford una fuente de ahorro redonda.
Sin embargo, pronto aparecería resistencia por parte de los traba-
jadores que desembocaría en varias huelgas ante las que la dirección re-
accionaría contratando como agentes a boxeadores y gentes del hampa
(Parry, 2005: 148), de tal forma que la «gestión científica>> a la larga aca-
baría por crear más problemas que los que habían planificado sus dise-
ñadores.
Llegados a este punto, no estaría de más recordar que al comparar
los distintos significados sociales del trabajo, no pretendemos contrapo-
•••Q,,I¡ ner el mundo fabril a un modelo nostálgico rural o artesanal caracterís-
tico de una edad de oro perdida.
. ,~t' Hemos visto cómo lejos del fundamentalismo taylorista y fordista,
muchos trabajadores han preferido ganar su sustento en las fábricas y
en las ciudades que a hacerlo en el campo, como concluía el estudio de
Greenwood de Fuenterrabía o cómo en el caso de los solteros de Bear-
'·•41 ~. ne, estudiados por Bourdieu, las mujeres jóvenes con quienes en otra
época se hubieran emparejado habían emigrado a las ciudades buscando
'.,.f otro tipo de ocupaciones que les permitiesen una vida urbana en la que
encontraban más autonomía personal.
También hay un porcentaje altísimo de personas que trabajan en la
economía informal, que en cuanto tienen ocasión, buscan empleos en el
sector formal. Por último, muchas familias combinan distintas estrate-
gias que les permiten mantener un cierto modo de vida rural o artesanal,
mientras que otros miembros de la familia aportan dinero a la «Casa>>
procedente de su trabajo como asalariados en diversas empresas indus-
triales.
En contra de los viejos estereotipos sociológicos que consideraban
las fábricas el paradigma de una forma de entender la producción y la
tecnología, si la antropología económica sigue interesándose por anali-
zar las distintas escalas en que se insertan las industrias contemporáneas,
hemos de considerar que las fábricas representan también un espacio so-
cial en el que analizar su incrustación, como sugiere Mollona (2009),
es tan relevante como lo ha sido la de la casa o la de las aldeas rurales
en el estudio de los campesinos. Creo que Jonathan Parry sintoniza elo-
cuentemente con esta misma idea cuando desecha que los antropólogos

296
EL TRABAJO, LA NATURALEZA Y EL DINERO

permanezcan anclados en defender sin más una edad de oro primitiva


frente a las perversidades industriales:

Ha llegado el momento de que reconozcamos que para muchos proletarios


neófitos de muchas partes del mundo los campos no eran tan felices ni los
molinos tan sombríos ni tan satánicos (2005: 154 ).

L'AS NUEVAS ELIZA KENDALL EN LA CADENA DE MONTAJE EN INDONESIA

La posesión por espíritus ha sido estudiada desde muchas perspectivas


y en muchas culturas distintas. Casi podríamos seguir las tendencias an-
tropológicas en el tratamiento que se le da: las primeras interpretacio-
nes evolucionistas vinculadas a las creencias folclóricas; las explicaciones
funcionales, al orden social; las estructuralistas, más o menos inclinadas
hacia la semiótica que acabarían tratándola como si fuese un código de
significados ocultos; o las posmodernistas que la tratarían como una na-
rrativa dentro de un contexto que vagamente podríamos identificar con
la comunicación y la narratología. Lo que sí tendrían en común muchas
de las interpretaciones que dominaron los trabajos de los antropólogos
durante muchos años es que la posesión se asociaba a formas de expresar
conflictos -individuales o colectivos- en sociedades «tradicionales>>, ya
fuesen campesinas o indígenas: en la vida moderna esas «supersticiones>>
parecían no tener cabida.
Bien es cierto que en casi todas las sociedades los cultos de pose-
sión diabólica o por espíritus se suelen situar en los márgenes del poder
ejercido por los líderes masculinos porque solían afectar a mujeres que
presentaban, en línea con las distinciones de M. Douglas, anomalías o
ambigüedades sociales que dificultaban su clasificación.
A veces, cuando la posesión está vinculada a ciertos movimientos so-
ciales, los antropólogos la han considerado una forma de «resistencia>>
que cuestiona la legitimidad de los gobernantes. Por eso, en muchas mo-
nografías actuales se analiza dentro del marco de las disputas identitarias
poscoloniales o como una manifestación de las pugnas por la hegemonía
en la nueva arena política creada por los nuevos agentes sociales, las nue-
vas clases y el poder consolidado de los nuevos ricos frente a las obli-
gaciones del pasado con los parientes o con sus pueblos de origen. Por
ejemplo, el auge de las acusaciones de brujería y posesión por espíritus
que pueden llegar a convertir a una persona en una especie de zombi en
muchos lugares actuales de África se nos presenta como una manifesta-
ción de la Modernidad, de la descolonización y de la cimentación de una
nueva estructura social que reproduce, se reconozca o no, la existente
durante el colonialismo. Estas acusaciones africanas están relacionadas

297
LAS MERCANCIAS FICTICIAS

con el reparto de la riqueza, con el acceso desigual a los recursos, con


los nuevos asentamientos urbanos y con las nuevas formas de ganarse la
vida (Geshire, 1997; Comaroff, 1999; Narotzky y Moreno, 2002).
Pero no son solo los ejemplos africanos los que sitúan la posesión por
espíritus en un nuevo contexto. La monografía de Aihwa Ong nos las pre-
senta en el corazón mismo de la globalización neoliberal: en las Free Trade
Zone o zonas de libre comercio, también conocidas como zonas de proce-
samiento de exportaciones. Como indica Naomi Klein (2001: 245-276),
se trata del área industrial de un país en el que no tienen vigencia ni las ba-
rreras comerciales, ni las tarifas o cuotas habituales y se han rebajado los
impuestos y los trámites burocráticos para atraer negocios e inversiones
de empresas transnacionales. Son auténticas barriadas manufactureras que
utilizan mano de obra muy barata e intensiva, para transformar la materia
prima importada por la compañía en el producto elaborado -zapatos,
ropas, microchips- que la misma multinacional se encargará de exportar
y comercializar en sus establecimientos repartidos por el mundo.
Las zonas de libre comercio (FTZ en inglés) se sitúan en los lugares
,¡loQ~. <<más atrasados>> de países clasificados por los organismos internaciona-
les como <<en vías de desarrollo>>, entre los que se encuentra Indonesia,
,,,,,, Filipinas, Brasil, Honduras y muchísimos otros cuyo made in impregna
las etiquetas de nuestras compras cotidianas.
Este contexto fabril de las zonas de libre comercio indonesio le hace
formular a la antropóloga Aihwa Ong las siguientes preguntas:
...,~ il
¿por qué los espíritus toman posesión de mujeres malayas en la cadena de
.... ' montaje de las empresas multinacionales? Tanto los malayos educados a la
occidental como los fundamentalistas islámicos esperaban que las creencias
en espíritus desaparecerían cuando las mujeres del campo se viesen arras-
tradas a la vida urbana y a las «zonas de libre comercio>>. ¿Qué nos dicen las
visitas periódicas de los espíritus a las fábricas modernas sobre las experien-
cias de estas jóvenes campesinas que colocan microchips? (1987: 141).

En efecto, todas las fuentes indican que desde mediados de los años
setenta en que comenzaron a proliferar las zonas de libre comercio en el
<<ambiente impoluto de las cadenas de montaje de las fábricas malayas>>,
hay jóvenes obreras que comienzan a gesticular airadas y a gritar en el
momento en que sufren la posesión de ciertos espíritus vengativos. Los
jefes de planta, que viven continuamente posesiones similares, les dan
Valium y las envían a casa (Ong, 2009: 83-99).
Las preguntas que se hace Ong sobre las víctimas de estas posesiones
-las obreras de las fábricas o las alumnas de los colegios urbanos con
internado- han estado continuamente en la prensa indonesia que abor-
da la cuestión en términos biomédicos, denominándola -en inglés-
mass-hysteria y dándole el trato de una epidemia basada en supersticio-

1 298
!11
EL TRABAJO, LA NATURALEZA Y EL DINERO

nes aldeanas sin sentido, de forma que en sus crónicas las trabajadoras
o las estudiantes parecen haberse convertido en pacientes (1987: 204).
Los periódicos recogen las dificultades que estos males pueden cau-
sar a las empresas multinacionales, como, por ejemplo, un incidente de
gran escala ocurrido en 1978 en una fábrica americana situada en Sungay
Way <<que afectó a ciento veinte obreras de la sección de microscopios. La
fábrica tuvo que cerrarse durante tres días y tuvieron que contratar a un
sanador de espíritus (bomoh) para que matase allí una cabra. El director
"' americano se preguntaba cómo le explicaría al consejo de dirección que
'habían perdido 8.000 horas de producción porque alguien había visto
un fantasma'>> (1987: 204).
Otros periódicos consideran que las visitas continuas de los espíri-
tus a las fábricas se deben a la <<mala adaptación o transición>> de la vida
de las aldeas (kampung) a las cadenas de montaje. En el largo listado de
preguntas que se hacía Ong las últimas apuntan hacia la protesta, hacia
lo que hemos llamado resistencia difusa:

ms que la <<fetichización del mal>>, en forma de Satán, representa una crítica


a las relaciones capitalistas como había argumentado Taussig en su estudio de
los trabajadores de las plantaciones de Colombia?, ¿o la posesión por espí-
ritus representa protestas culturales contra actos de deshumanización? Atra-
padas entre la moralidad no capitalista y las relaciones capitalistas ¿se trata de
que las mujeres de las fábricas malayas alternan la sumisión y el autocontrol
con actos diarios de desafío en la cadena de montaje? (Ong, 1987: 141) .

No hay una respuesta a todas esas preguntas que pudiésemos consi-


derar como <<la respuesta>>, pero las fragmentarias que da Ong en su mo-
nografía nos llevarán a comparar esta viñeta etnográfica con otras que
hemos mostrado a lo largo de estas páginas en las que abordábamos la
complejidad de las respuestas existentes cuando las vidas locales tienen
que acomodarse a procesos globales cuyo sentido se ignora.
Entre los malayos rurales, practicantes de la religión islámica en una
sociedad que convive con prácticas hinduistas y animistas, existe la creen-
cia de que ciertos espíritus en situaciones de ansiedad personal, de impu-
reza o de ambigüedad social toman posesión de mujeres, a menudo ca-
sadas que acababan de tener un hijo. Cuando esto ocurría, se consultaba a
especialistas locales que averiguasen el origen del mal y lo solucionasen,
aunque desde los años sesenta casi no se hablase de ellos ante el auge de
los cuidados médicos de la salud y de la revitalización islámica.
El modo de vida en las aldeas estaba consagrado a la pesca o a la
venta de cosechas en una sociedad en la que las relaciones sociales y do-
mésticas hacían que las jóvenes se sintiesen seguras hasta que abando-
naran la aldea al casarse.

299
LAS MERCANCIAS FICTICIAS

Las cosas comenzaron a cambiar cuando a principios de los años se-


tenta, después de varias protestas y conflictos étnicos, el Estado elaboró
nuevos planes económicos que incluían el acceso de la gente rural a escue-
las locales y urbanas, y permitieron que se asentasen en el país empresas
multinacionales -americanas, europeas, australianas y japonesas- en las
zonas de libre comercio. Estas empresas, para ahorrar costes, querían em-
pleadas jóvenes, solteras y de las aldeas: en una década, más de 47.000
jóvenes rurales se colocaron en fábricas próximas a Singapur, donde rea-
lizarían tareas desconocidas y <<masculinas>>, según la clasificación local,
aunque para las extremadamente tayloristas cadenas de montaje, la dis-
ciplina laboral quiere que el cuerpo de las empleadas sea un mero <<ins-
trumento de trabajo>>.
Desde el momento en que abandonan la seguridad del entorno cam-
pesino y se convierten en semiproletarias que viven a medio camino entre
sus aldeas y las zonas de libre comercio, las jóvenes perdieron su pro-
tección porque la impureza cultural de las fábricas 5 y la ambigüedad de
su situación atraía a los espíritus. Este es el inicio de los episodios que
·•·u,l: analiza Ong.
La entrada en el mundo globalizado de las fábricas multinacionales
.,. trajo cambios en las estrategias de las casas campesinas: las familias reser-
vaban algunos de sus miembros para conseguir salarios en la emigración,
tanto en las zonas de libre comercio del país como en el extranjero.
Las dos innovaciones introducidas por las reformas estatales -la edu-
cación y las fábricas- transformaron tanto los planes de los padres sobre
•.. ,f ~· ¡,
el futuro de sus hijos e hijas, como el ritmo temporal, al modo señalado
,_ .,,, por E. P. Thompson, de las casas: <<en el momento en que el ritmo de
la vida en el kampung estaba regulado por la campana de la escuela y
el reloj de la fábrica, las adolescentes eran presionadas para que deja-
sen la escuela y trabajasen en fábricas para llevar un salario a sus casas>>
(Ong, 1987: 219), mientras que a los jóvenes se les presionaba para que
acabaran sus estudios, se convirtiesen en trabajadores de cuello blanco
y se integrasen en un buen circuito matrimonial.
Al igual que hemos visto en todos los casos de célibes forzosos, las
jóvenes enviadas por sus familias a trabajar a las fábricas para conseguir
salarios que permitiesen prosperar a sus hermanos y a alguna hermana
veían cómo ese mismo salario trazaba una desigualdad entre ellas y los
que se quedaban en las aldeas. Desigualdad que quedaría patente en que
el salario, fruto de su proletarización, las convertía en solteronas sin po-

5. Las condiciones sanitarias de los servicios higiénicos de tipo occidental no cui-


daban las precauciones tradicionales de las mujeres malayas ante la polución de la sangre
menstrual, por ejemplo, que atraía a los espíritus. En las posesiones siempre hablan de la
«suciedad>> de las fábricas para referirse a la impureza.

300
1
1 111
EL TRABAJO. LA NATURALEZA Y EL DINERO

sibilidades matrimoniales frente a las jóvenes que habían permanecido


en sus casas del kampung. Arrastraban una doble ambigüedad social y de
género, porque eran a la vez sospechosas según los modelos de género
del islam indonesio e incipientes trabajadoras en una cultura del trabajo
femenino en las fábricas todavía no consolidada: la posesión por los espí-
ritus puede contemplarse como la única expresión que pudiera tener una
reivindicación de justicia. Como concluye Ong: <<SU lucha para plantear
nuevas cuestiones y redefinir el significado de la moralidad representaba
'"'una petición de autodeterminación contra las agencias de poder y capi-
tal que tratan a los seres humanos como crudos recursos, instrumentos
desechables y sensibilidades fracturadas>> (Ong, 1987: 221).

301
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Contrapunto IV

PASATIEMPOS SATÁNICOS

EL LASTRE DE LOS ESCLAVOS: EL CIRCUITO DEL CAURI'

Los comercios del cauri que vamos a tratar están muy alejados de los
intercambios de <<baratijas» que parecen configurar nuestra imaginación
sobre lo que era el <<trueque>> entre <<blancos>> y <<primitivos>>. En efecto,
el que unas conchas de moluscos viajasen desde el Índico hasta Europa
no tiene, en principio, nada de extraordinario, sobre todo si tenemos en
cuenta que eran usadas como lastre por los barcos. Pero el hecho de que,
ya en Londres o Ámsterdam, estas conchas-lastre de cauri fuesen subasta-
das como mercancía y ansiadas ávidamente por comerciantes de diversos
países europeos (produciéndose así un curioso y poco conocido tráfico de
conchas intraeuropeo), para su posterior exportación al África occiden-
tal, donde se convertían en un medio fundamental para que los europeos
adquiriesen esclavos con destino a las plantaciones americanas, hace que
nos tengamos que apartar, necesariamente, de la idea de considerar este
viaje un modelo más o menos complejo de comercio primitivo.
Y así como este viaje era complicado, también lo es su análisis. Una
de las principales dificultades que nos plantea el estudio de los comercios
del cauri radica en el problema teórico general que supone el análisis del
comercio entre pueblos con sistemas económicos diferentes, si se pretende
evitar contar la historia desde el punto de vista de uno solo de los pue-
blos. Y la que podríamos llamar <<historia general del cauri>> mezcla en un
complejo entramado las islas Maldivas, europeos -especialmente portu-
gueses-, holandeses e ingleses, árabes (aunque hay controversias en las

l. Una versión previa de este Contrapunto se puede encontrar en Paz Moreno Fe-
Jiu, ¿E{ dinero?, Barcelona, Anthropos, 1991: 36-52, y en la primera edición de Entre las
Gracias y el molino satánico (2005).

303
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

cifras, parece que las antiguas rutas árabes se mantuvieron hasta finales del
siglo XIX), bengalíes y diversos pueblos del África occidental.
A pesar de que muchos autores lo hacen, es imposible describir todo
el tráfico del cauri como si perteneciese al mismo sistema, por la sencilla
razón de que no existía tal sistema. Por ejemplo, el cauri en su uso como
dinero en África occidental no era convertible para los árabes y euro-
peos que lo transportaban. O, significativamente, el tipo de transacción
realizado en las Maldivas no pertenecía al mismo sistema económico que
el realizado con el cauri en Londres o en Árnsterdam. Este hecho ha sido
señalado repetidamente por Polanyi, cuando ya desde un principio es-
tablece la notable diferencia existente entre el comercio africano, cuya
intención era importar bienes procedentes de países lejanos a cambio de
ciertos productos locales mediante una razón simple de unidad por uni-
dad, y el comercio europeo, que no era sino una actividad encaminada
a la exportación de diversos bienes de ultramar con los que se intentaba
conseguir el precio más alto reflejado en una ganancia monetaria. En pa-
labras de K. Polanyi:
.tl(,~
'11
Tanto los motivos como los bienes y el personal eran diferentes. Si [el co-
"'·~ mercio africano] se describe como un tipo de «comercio administrado>>, su
' ;~ muy diferente contrapartida europea ha de designarse como «comercio de
mercado>>, inclinado a la consecución de beneficio monetario a partir de las
diferenciales de precio (Polanyi, 1968: 162).

·•.. uff• Una de las máximas dificultades con las que nos encontramos al ana-
~ lf' ' 1 lizar el tráfico del cauri es, una vez más, la interpretación <<mercantilis-
ta>> a la que se ven sometidos muchos de los escasos y dispersos datos de
que disponemos. Por ejemplo, para muchos autores que se han ocupado
del cauri, este no deja de ser un dinero «primitivo>>, entendiendo por tal,
implícitamente, ciertas presunciones evolucionistas unilineales sobre el
«origen y desarrollo del dinero>> según las que la existencia del dinero (al
que en la práctica se confunde con las monedas) se deriva de su uso como
medio de cambio, y que, al tiempo, imaginan qué dificultades habría para
comerciar sin dinero en una economía de mercado (este punto de vista
es manifiesto, por ejemplo, en las investigaciones de Hopkins sobre la his-
toria económica de África occidental). Por otra parte, como en general
la mayoría de las obras que tratan sobre el cauri son macroestudios, no
suelen prestar atención a la utilización interna del cauri, a su dependencia
de las evoluciones de los poderes políticos locales y regionales ni a su
coexistencia con otros dineros ni al hecho de que fuese un dinero para
usos especiales. Las implicaciones que se siguen de estudios tan sesgados
son muy graves. Así, por ejemplo, en su monografía (excelente desde el
punto de vista del tipo de datos que se da y que son una referencia in-

l¡l:
111'
1

304
1,¡¡ !¡

1
PASATIEMPOS SATÁNICOS

evitable, que utilizaremos a menudo en las páginas que siguen), Marion


Johnson y Jan Hogendorn (1986) describen acertadamente la expansión
mercantilista europea que hay en el tráfico del cauri y la competición
entre varios países por monopolizar el mercado, pero ni siquiera mencio-
nan el problema fundamental de la parte africana, que es, desde luego,
el origen del tráfico, a saber: el porqué de la demanda de cauri en Áfri-
ca occidental, demanda que a nuestro juicio no se explica en términos
«económicos>> sino en términos políticos, sociales e ideológicos. En este
... sentido es necesario no pasar por alto el hecho de que hasta el siglo XIX
no se puede hablar estrictamente de colonialismo por parte de los eu-
ropeos en África, o al menos no en los mismos términos que emplearía-
mos para describir la situación unos años más adelante, ya que los Es-
tados de África occidental eran independientes políticamente y, además,
se trataba de Estados para los que comerciar con otros pueblos no solo
era una práctica habitual, sino que el propio comercio y las luchas por
su control son para cualquier investigador variables fundamentales para
analizar los procesos de centralización política locales. Los posteriores
imperios coloniales europeos de carácter territorial en África son, como
señala Curtin (2000), característicos de la era industrial.
Para explicar la demanda de cauri por parte de los Estados africa-
nos no hay que omitir el hecho de que el cauri comenzó a usarse como
dinero cuando las monedas metálicas ya estaban bien establecidas, y no
solo eso, sino que uno de los intercambios básicos de los árabes era el
de oro por cauri, y que en algunos lugares se mantuvo una paridad
oro (mithqual)/cauri durante mucho tiempo. Por consiguiente, el uso del
cauri no se debió al desconocimiento de sistemas de dinero más «evolu-
cionados>>, tomando por tales el desarrollo de nuestro propio sistema de
dinero, sino que desde un punto de vista antropológico, podemos decir
que la demanda de cauri tiene más que ver con el establecimiento de
reinos centralizados, con la concepción local de la riqueza, con el pago
de tributos y con el comercio local de alimentos que con presunciones
generales sobre el funcionamiento del mercado sin tener en cuenta la
presencia o ausencia del sistema de mercado. Incluso la propia desapari-
ción del cauri como dinero fue sobre todo una medida político-colonial,
cuyas consecuencias fueron con toda claridad más importantes desde el
punto de vista de su utilización como medio de pago de impuestos al
Estado o a las autoridades coloniales que como medio de cambio para
pequeñas compras. Es decir, en el momento en que los Estados europeos
dominaron territorialmente las sociedades africanas que habían utiliza-
do el cauri y rechazaron su uso para pagar tasas e impuestos, al tiempo
que introducían su dinero, el cauri desapareció como dinero.
En resumen, hemos de recalcar que no es extraño, sino mucho más
frecuente de lo que parece, la coexistencia de distintos sistemas de inter-

305
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

cambio interactuando en una misma red comercial. Hay muy a menudo


la presunción de que dos partes que mantienen un tráfico comercial lo
hacen por los mismos <<motivos>> o están comerciando lo mismo. Sin em-
bargo, no hay ninguna razón para presuponer que un intercambio im-
plique homogeneidad (de sistema económico, de técnicas, de motivos)
entre las dos partes. Y tener esto presente es fundamental para compren-
der la interpretación de los datos que ofrecemos a continuación, basados
en gran parte en los aportados por Johnson y Hogendorn (1986) en su
ya citada monografía.

LAS ISLAS MALDIVAS Y EL CAURI

El largo viaje hacia África realizado por las conchas del molusco que Ma-
rion Johnson y Jan Hogendorn denominan el dinero del tráfico de es-
clavos, comienza en las muy lejanas islas del archipiélago de las Maldi-
vas en el océano Índico. El cauri es un pequeño molusco gasterópodo de
''''-'·•11 concha blanca que habita en las aguas cálidas del Pacífico y del Índico.
~
..• Dos son las especies que nos interesan, el Cypraea maneta y el Cypraea
·~. ,,,, annulus. Existen enclaves de maneta en las islas Sulu, al sur de Filipinas
'1 (de donde, según parece, se exportaba a China y al resto del archipié-
lago filipino), y en Indonesia (Bima, Borneo y Sumatra); pero sin que
,¡.1i se sepa muy bien por qué la mayor concentración de Cypraea maneta se
' ~ ...tt » 1 :~ l,
encuentra en las islas Maldivas, desde donde se ha exportado durante
siglos y siglos a otros puntos de Asia, y, como veremos, a toda la región
t- •'' ,,,
de África occidental.
J ohnson y Hogendorn, tras pacientes y laboriosas horas de pesas y
medidas, pudieron comprobar que, comparadas con otros maneta, las
de las Maldivas son de menor tamaño, lo que supone una ventaja adi-
cional para su comercio, porque al ocupar y pesar menos se añade una
facilidad a su transporte, sobre todo al terrestre, de siempre muy peno-
so debido al volumen de la carga.
La otra especie, el Cypraea annulus (mucho menos apreciada como
dinero), es de mayor tamaño, se encuentra con gran abundancia en
las costas orientales de África (Zanzíbar, Mozambique y Tanganika).
Su uso monetario se desarrolló a partir de finales del siglo XIX, cuan-
1"' do algunos comerciantes alemanes comenzaron a exportar conchas de
annulus hacia África occidental donde, en algunos lugares, se acep-
taron mezcladas con conchas de maneta, ocasionándose, así, la gran
inflación del siglo XIX.
.1¡!1 Hay testimonios del uso del maneta (del cauri como dinero, o como
1!! adorno) en diversas y distantes entre sí zonas del mundo (Paul Ein-
zig, 1996): en China, Indochina, Tailandia y Birmania. Aunque hay dudas
!1'
11
306
1
PASATIEMPOS SATÁNICOS

sobre cuál era su uso exacto, también se han encontrado conchas de cauri
en Japón. En el Pacífico hay noticias sobre su uso en Hawái, Nueva Ca-
ledonia y Tahití. Incluso han aparecido conchas de cauri en excavaciones
arqueológicas de la Europa prehistórica. También en pequeña propor-
ción fueron importadas a América por la Hudson's Bay Company para
comerciar con los indios.
Pero los principales lugares en los que se utilizaba como dinero son
indudablemente Bengala y África occidental. En los dos sitios el cauri
...que se demandaba era el procedente de las Maldivas. En la India, prin-
cipalmente en Bengala y Orissa, no dejó de utilizarse el cauri hasta la
época colonial (aunque no se utilizaba, por ejemplo, en la costa Malabar
ni en Ceilán).
De la historia de las Maldivas, y sobre todo de aquellos aspectos
de su historia relacionados con el cauri y el comercio que generó, te-
nemos noticias procedentes del relato de diversos viajeros, primero de
los árabes (ya a mediados del siglo IX Sulimán al Tajir menciona la pro-
ducción de cauri y el monopolio real sobre el molusco), de los chinos
y más tarde de los europeos. De entre todos ellos, destacan por los va-
liosísimos datos que nos proporcionan y que nos permiten componer
la historia del cauri en las Maldivas, los relatos de tres observadores
viajeros llegados a las islas en distintas épocas y que nos legaron regis-
tros detallados sobre los usos sociales de tan fascinante molusco. Estos
son: Ibn Batuta que en el siglo XIV nos brinda una de las más interesan-
tes descripciones del cauri, porque Battuta, además de haber residido
durante dieciocho meses en las Maldivas, él mismo vio el cauri utili-
zado en Tombuctú y comprendió la magnitud del viaje realizado por
las conchas del molusco; Pyrard de Laval que estuvo en las Maldivas
de 1602 a 1607 y que realizó una descripción detallada de la forma de
vida en las islas, de su organización política y de la extracción del cauri,
y, por último, el funcionario colonial británico H. C. P. Bell (1879)
que estudió la impresionante estabilidad política del archipiélago: el
mismo sistema desde 1153 hasta comienzos del siglo xx, solo interrum-
pido por una ocupación portuguesa hacia 1500.
De la riqueza de datos aportados por estos tres observadores de pri-
mera mano, nos interesa destacar los siguientes aspectos del sistema so-
cial y de la producción y distribución del maneta en las Maldivas.

Aspectos técnicos de la producción del maneta

La extracción de los moluscos se llevaba a cabo mediante dos técnicas


fundamentales: a) lanzando al mar hojas de palmera a las que se adhe-
rían los moluscos (muy presente en los primeros relatos de los árabes) y
b) la que todavía se utiliza, que es una forma de marisqueo en la orilla

307
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

del agua. El marisqueo tenía lugar, en función de las mareas, dos veces
al mes coincidiendo con las lunas nueva y llena (tres días de trabajo en
cada luna). Una vez obtenidos los moluscos, las conchas se dejaban se-
car al sol, se <<enterraban>> en la arena y finalmente se lavaban. Cuando
estaban preparadas, se contaban y colocaban en grupos de 12.000 en
cestas (kotta).
La división sexual del trabajo parece haber oscilado a través de los
tiempos. Así, en la época de Pyrard, al igual que ocurre en la actualidad,
todas estas tareas eran llevadas a cabo por mujeres. Sin embargo, en las
épocas con más demanda (siglos xvm y XIX), parece ser que tanto hom-
bres como mujeres trabajaban en la <<industria>> del cauri.

El monopolio real

Lo que sí queda claro en todos los relatos (desde el primero de Suli-


man al Tajir en el siglo IX) es la estabilidad del sistema político de las
Maldivas y que el poder político central de las islas poseía el mono-
'"-~1 polio del cauri: todas las conchas eran entregadas al sultán. Este mo-
ij¡
nopolio era fundamental para la exportación a los enclaves comerciales
bengalíes, pero dicha exportación no escapaba en ningún momento al
control del sultán. De hecho, a lo largo de toda la historia del comercio
del cauri en las Maldivas pocos fueron los comerciantes que lograron
penetrar en el archipiélago, ya que la mayor parte de las enormes ad-
1 quisiciones que años más tarde realizarían los europeos se efectuaban a
''•lffl,
través de los enclaves comerciales tradicionales del Indico, no en las mis-
.. ., ... mas islas. La razón para esta pervivencia de las redes tradicionales ante
las nuevas relaciones mercantiles introducidas por los europeos hay que
buscarla en las peculiaridades del comercio administrado y en la impor-
tancia política que en él tienen los procesos redistributivos.
Las autoridades políticas adquirían mediante el cauri arroz, tejidos y
sal, que luego redistribuían entre la población. Por ello, lo mismo que era
estable el sistema político, siempre se mantuvo constante el comercio con
Bengala y Orissa (Balasore), que eran los principales enclaves suministra-
dores de arroz. La importancia del arroz dentro del sistema redistributivo
era tal que ya en fechas tardías del siglo XIX Hertz, un comerciante ale-
mán que posteriormente fue un pionero en la introducción del Cypraea
annulus en África occidental, fracasó en su intento de comerciar direc-
tamente con el sultán de las Maldivas, al igual que les había ocurrido a
los europeos de los siglos precedentes, porque el bien que este pretendía
adquirir era siempre el arroz de los mercaderes bengalíes, cuyo comer-
cio es una clave explicativa de la estabilidad política alcanzada a lo largo
de tantos siglos.

308
PASATIEMPOS SATÁNICOS

El dinero de las Maldivas

Así como se dice que nadie es profeta en su tierra, el propio cauri no


fue utilizado como dinero en las Maldivas. Aunque las informaciones de
los primeros tiempos son contradictorias y según algunos relatos parece
que circulaba como medio de cambio local, ya en la época de Pyrard no
se utiliza el cauri sino ellarin, que era una especie de anzuelo de plata
(también monopolizado por el sultán) que se cortaba en pedazos cuan-
" do se usaba como medio de cambio local. Desde el punto de vista inter-
no, el valor del cauri provenía exclusivamente del proceso de comercio
que les permitía obtener arroz y tejidos de algodón.

EL CAURI Y SUS RUTAS

La historia del tráfico del cauri se puede dividir en dos grandes perio-
dos: el previo a la llegada de los europeos, caracterizado por el uso de
dos rutas fundamentales: una casi local, la de Bengala, vital para las Mal-
divas debido al arroz, y una segunda que se dirigía al oeste, básicamente
monopolizada por los mercaderes árabes, y que transcurría por el golfo
Pérsico, a través de Amán y concluía en Venecia o en El Cairo, desde
donde conectaba con las rutas terrestres transaharianas, también con-
troladas por los mercaderes islámicos, y finalizaba en diversos puntos de
África occidental. En la época de Ibn Battuta este es el curso que habían
seguido los cauris de las Maldivas que él observó en Tombuctú. Estas
rutas islámicas ya en uso desde los primeros tiempos de la expansión
mercantil árabe continuaron utilizándose hasta bien entrado el siglo XIX.
Con la llegada de los portugueses a la zona se inicia un cambio abso-
luto en el comercio del Índico. Y a pesar de que, a partir de ahora nos
detendremos más detalladamente en las rutas abiertas por los europeos,
no debemos dejar de insistir en el hecho de que el tráfico de mercancías
por las rutas primitivas (sobre todo por la del este) se mantuvo activo al
mismo tiempo que se producía la gran expansión europea.
A diferencia de las islámicas que combinaban vías marítimas con te-
rrestres, la ruta marítima europea circumnavegaba África. Con respecto
al tráfico del cauri, hay que señalar diversos aspectos técnicos que obli-
gaban a que un cargamento de cauri tardara aproximadamente un año
en llegar a su destino final en África occidental. La tardanza se explica
en gran parte por motivos técnicos de la navegación, ya que el cauri se
utilizaba como lastre, aunque coexistían elementos comerciales funda-
mentalmente debidos al tráfico intraeuropeo de cauris.
A pesar de que las rutas marítimas de los barcos procedentes del
Índico hacia Europa pasaban necesariamente por las costas de África

309
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

occidental no se despojaban allí de su carga de cauri, sino que seguían


hasta Ámsterdam o Londres y desde allí las conchas del molusco em-
prendían un nuevo viaje a África, tras haber sido subastadas en dichos
centros comerciales. Esta demora se debía a que, como ya hemos se-
ñalado, el cauri se utilizaba como lastre, por lo que iba colocado en la
parte inferior del barco. Esta utilización como lastre de un producto
que era también mercancía no debe hacernos pensar que los costes de
transporte eran nulos en términos absolutos. Lo serían si la arena fuese
la única alternativa que utilizar como lastre, pero existían otras, como,
por ejemplo, la sal, siempre en demanda y también utilizada como di-
nero en muchas partes. De todas formas, el hecho de ir como lastre
y que los barcos llevasen otras cargas (algunas, como las especias, por
ejemplo, no tenían demanda en África y sí en Europa) implicaba que no
se podía ir alterando la colocación del cargamento durante las diversas
etapas de la ruta. Por otra parte, también influía en la duración de tan
largo viaje las especiales condiciones de vientos y corrientes (monzo-
nes) presentes en el Índico, que Chadhuri señala como un límite a la
·••>t.t'll navegación continua en este océano, factor que afecta indudablemen-
1, te al desarrollo del comercio.
... Una vez llegado el cauri a Londres o Ámsterdam se producía un trá-
'•
''ii,. fico intraeuropeo de las conchas, en el que intervenían países que, como
Francia, Portugal o Dinamarca, carecían de cauri de primera mano, y
l'j
l:j! las propias Inglaterra y Holanda. El interés de los comerciantes de estos
j: ,.... , , fli~ países por participar en la subasta de los cauris empaquetados en barri-
les se debía a que la demanda de cauri en los lejanos reinos de África
~ 11'' ' occidental convertía a estas conchas en el principal medio de cambio para
adquirir esclavos, cuya masiva utilización en las plantaciones america-
nas convertía a estos seres humanos en la mercancía más ansiada de
cuantas se producían en el continente africano.
Después de ser adquiridos en las subastas europeas, los cauris eran
embarcados, ya como mercancía, con destino a África occidental. En
este último viaje, raramente iban de lastre, y se solía comerciar con ellos
poco a poco en los enclaves costeros. Pero la historia en África es otra
historia.

LOS EUROPEOS Y EL CAURI

.
Sin entrar en los grandes problemas de la expansión europea en Asia
'!

r
..
(quizás una de las obras que mejor describen el proceso sea el libro de
Chadhuri, que, desgraciadamente para nosotros, no presta atención al
1

cauri), podemos observar un paralelismo entre la expansión de los paí-


ses europeos en el Índico y la que veremos en África occidentaL Así,
'il

310
PASATIEMPOS SATÁNICOS

tras los primeros tiempos de llegada y control por parte de los portu-
gueses, a partir del siglo XVII, holandeses e ingleses a través de la VOC
(Verenigde Oost Indische Compagnie, establecida en 1602) y de la EIC
(East India Company, que data de 1600, pero que no fue muy efectiva
hasta años más tarde), respectivamente, se convirtieron (en principio por
el control del comercio de especias) en competidores de los portu-
gueses en el Índico a los que pronto desplazaron a un segundo pla-
no. Holandeses e Ingleses fueron los verdaderos artífices del comercio
'"' transcontinental del cauri, juntos (pero no revueltos) lo configuraron
y lo convirtieron en el dinero de la esclavitud porque lograron canali-
zar la demanda africana de cauris con la europea de esclavos, asocian-
do ambos comercios. Por ello, cuando el comercio de esclavos creció
terriblemente en el siglo xvm, el asociado del cauri también lo hizo.
La irrupción de los holandeses en el tradicional comercio de cauri
está documentada desde la creación de la VOC en 1602. Desde esta época
arrebataron a los portugueses todo papel relevante en el comercio del
cauri, presidieron una época de estabilidad relativa en su tráfico e inten-
taron establecer un monopolio. Pero este monopolio o bien no se pro-
dujo como tal, o bien debe considerarse incompleto y temporal porque,
aunque los holandeses se convirtieron en <<protectores>> de las Maldivas
(frente a las otras potencias europeas), esto no implicó en ningún mo-
mento que consiguieran los cauris en las Maldivas mismas, debido a la
oposición del sultán que lo que pretendía era obtener arroz y tejidos y
no perder su papel central de redistribuidor ni su monopolio del comer-
cio tradicional. En cierto sentido, se puede decir que el tráfico de cauri
realizado por los europeos tuvo que adaptarse a los canales habituales
de comercio de las Maldivas. De hecho, los holandeses adquirían el cauri
en Ceilán y en los puntos tradicionales de Bengala y Orissa (Balasore),
lugares fundamentales para las Maldivas desde el punto de vista del abas-
tecimiento de arroz.
Si tenemos en cuenta la competición con otras potencias europeas,
tampoco se puede considerar que los holandeses consiguieran estable-
cer un monopolio porque, aun en los mejores años de control holandés,
los ingleses adquirían cerca de un 40% del total del cauri (al margen de
las pequeñas incursiones de otros países europeos como Francia o Dina-
marca). La competencia de ingleses y holandeses por el control comercial
del Índico concluyó a finales del xvm, época en la que el comercio ho-
landés del cauri puede considerarse en bancarrota.
Desde el siglo XVII, los ingleses adquirían el cauri en Bengala y Oris-
sa (Balasore). Las cantidades de cauri, de las que se tenga constancia,
importado a las metrópolis a lo largo del siglo XVIII y desde allí exporta-
das a África occidental, son significativas. Así, según datos de Johnson y
Hogendorn, las exportaciones desde los Países Bajos fueron:

311
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

Periodo Kg
1700 a 1710 680.771
1711 a 1720 968.771
1721 a 1730 908.932
1731 a 1740 913.142
1741 a 1750 1.043.485
1751 a 1760 499.578
1761 a 1770 562.697
1771 a 1780 476.316
1781 a 1790 680.826

En la última década, marcando claramente el declive holandés en el


tráfico desde los Países Bajos, tan solo se exportaron a África 18.233 kg
de cauris. Las cifras de las exportaciones desde Inglaterra reflejan clara-
mente la superioridad holandesa en el comercio del cauri, pero también
el fracaso holandés en su intento de establecer un monopolio. Las ex-
portaciones de cauri desde Inglaterra rumbo a las costas africanas fueron:

·•"ll.,,
.,,
1',, Periodo Kg
1700 a 1710 359.007
·~. 11¡¡
1711 a 1720 347.327
·:¡:
1721 a 1730 1.426.827
1731 a 1740 494.805
1

,,
,1¡ 1741 a 1750 506.219
,, '
1751 a 1760 159.799
'·~.f ~!;J
1761 a 1770 54.527
• , •• ¡'' 1771 a 1780 612.336
1781 a 1790 739.337
1791 a 1799 308.409

Pero a partir de 1796, con el control de Ceilán y la caída holandesa,


se puede considerar a los ingleses dominantes en el comercio del cau-
ri. Aunque, paradójicamente, el dominio británico va unido a la última
época del tráfico del cauri. El final del comercio transoceánico del cauri
se debió a tres factores fundamentales:
El primero fue la abolición <<legal» de la esclavitud en 1807, que re-
percutió en una notable baja en el comercio (una prueba adicional de la
ligazón cauri-esclavos). Así, Johnson y Hogendorn han encontrado que,
i:llli
1!
en marcado contraste con las cifras de años anteriores, en el año 1808
solo se exportaron desde Gran Bretaña (que a estas alturas controlaba
el tráfico), 1.168 kg de cauri; en 1809,2.489 kg; en 1810,5.841 kg; en
1811, 4.622 kg, y en 1812, 4.368 kg.
Sin embargo, el comercio de las Maldivas se recuperó en el perio-
do 1818-1840 debido a la demanda europea para usos industriales del
aceite de palma africano, y pronto se volvió a cifras similares a las de

312
PASATIEMPOS SATÁNICOS

la década anterior. Así, en 1834 se exportaron 90.765 kg; en 1835,


175.689 kg; en 1836, 229.478 kg; en 1837, 140.592 kg. Con el auge
del comercio de palma, las cifras se mantuvieron en términos similares a
los de estos últimos años hasta que la influencia de los otros dos factores
acabaron con el comercio del cauri. El segundo factor fundamental que
hundió definitivamente el milenario tráfico del cauri fue la gran inflación
provocada por la introducción en África occidental del Cyprea annulus
de Zanzíbar por parte de comerciantes alemanes. Aunque estrictamente
él annulus no desplazó al maneta (iban juntos combinados en las cuer-
das), y no fue aceptado en todas partes, la llegada masiva desbarató por
completo la estabilidad del cauri. La tercera causa que terminó con el co-
mercio del cauri fue el dominio colonial directo, y que las autoridades
coloniales no aceptasen el cauri para pagar impuestos. Esta prohibición
afectó tanto al uso político del cauri en tanto medio de pago de impues-
tos y tributos como a su utilización en el comercio local en tanto medio de
cambio (las autoridades coloniales introdujeron monedas baratas tanto
en la India como en África occidental).
A este tercer aspecto no se le dará la importancia debida si no se
considera el origen político de la demanda de cauri en África occiden-
tal. La política de las autoridades coloniales (puede considerarse común
por parte de las principales potencias coloniales, Inglaterra, Francia y
Alemania) está clara en los tres pasos del proceso: 1) decretos contra
la importación de cauri; 2) no se admite como medio de pago; 3) in-
troducción de monedas de bajo valor. Después de esto, el tráfico por el
que habían disputado varios países europeos en el Índico desapareció
definitivamente.

ÁFRICA OCCIDENTAL

Lo que se entiende convencionalmente por África occidental abarca una


superficie muy extensa del continente africano, con marcadas diferen-
cias ecológicas (desde las sabanas subsaharianas a las cuencas de los ríos;
desde las zonas selváticas del interior a las extensas costas del golfo de
Guinea), culturales y políticas (de las llamadas convencionalmente so-
ciedades acéfalas a Estados). Las distintas sociedades que poblaban esta
amplísima región poseen historias e influencias muy diferentes desde el
punto de vista de los contactos culturales (más o menos intensos según
los casos) que mantuvieron a lo largo de los siglos con otras socieda-
des, sobre todo con las islámicas. Las redes comerciales establecidas por
mercaderes árabes, regulares desde al menos el siglo x, son fundamenta-
les para explicar la propia África occidental, pero también la llegada de
oro a Europa y a los países islámicos del Mediterráneo durante nuestra

313
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

Edad Media. Por otra parte, los contactos con los árabes son decisivos
para comprender la <<islamización>> de algunos reinos de la zona y la crea-
ción de grupos poderosos de mercaderes islamizados como, por ejemplo,
los Hausa o el reino de Gonja.
Desde un punto de vista político, los Estados de África occidental
no se parecen en absoluto ni a los Estados despótico-hidráulico-asiáticos
(como se los quiera denominar), ni a sociedades de baja centralización
del tipo feudal europeo. No es de extrañar porque las condiciones se
presentan muy diferentes: no hubo en ningún momento una agricultura
intensiva, sino una agricultura de tala-quema, sin arado. Enfermedades
como la malaria o el paludismo hacían muy difícil la supervivencia del
ganado, como lo prueba el hecho de que, a pesar de todos los pueblos
que habitaban tan amplia zona, solo Tuareg y Fulani puedan considerarse
pastores. Pero, sin embargo, había sociedades centralizadas y complejas,
zonas con alta densidad de población y centros urbanos-administrativos.
Con algunas peculiaridades, como, por ejemplo, que el tipo de organiza-
ción de parentesco existente que unía por alianza y entremezclaba diversos
"' 'l·~ ,,, grupos no condujo, en general, como señala Goody (1971), a la creación
de estratos muy diferenciados, que generasen distintas <<subculturas>> de
"'\. forma comparable a lo ocurrido en otras sociedades estatales. Evidente-
~, mente, esto no se debe confundir con la inexistencia de desigualdades,
sino que estas se establecían mediante otros mecanismos articulados, en
,:! gran parte, mediante el parentesco. En palabras de Wolf:
'•.,. ,,,,
Los linajes controlaban el acceso a la tierra y a otros recursos; representa-
~ '' ' ' . ban unidades continuas de ascendientes y descendientes. Los ancianos ma-
nejaban estos linajes; también se encargaban de la concertación de alianzas
entre linajes mediante el intercambio de derechos por razón del matrimonio
sobre las aptitudes reproductoras de las mujeres y sobre su descendencia. En
esta adaptación el factor que escaseaba no era la tierra, sino el trabajo; los
derechos al trabajo se conservaban en acuerdos de parentesco que manipu-
laban los ancianos como representantes del linaje (Wolf, 1994: 251-252).

La existencia y pugna por el control de las rutas comerciales incre-


mentó las bases de la centralización política, caracterizada internamente
por la búsqueda de un equilibrio ideal de los diversos linajes locales en
torno a la figura real. Pero, sin duda alguna, en todas las sociedades es-
lllli
tatales funcionaba una red de impuestos, importantísima desde el punto
de vista del comercio y de los comerciantes. Controlar una ruta comer-
cial era una fuente de ingresos segura para el gobernante.
Si se aplicase el concepto de circunscripción de Carneiro al origen
de estos Estados, esta sería social-comercial y no estrictamente territo-
rial. Y citamos a Carneiro, porque la belicosidad era muy alta. Muchas
de las sociedades basaban su poderío en la eficacia guerrera, y muchas de

illll 314
PASATIEMPOS SATÁNICOS

las guerras tenían como objetivo el control de las rutas comerciales. Los
ejemplos serían innumerables: nadie podría explicarse, por poner un caso,
Dahomey, el monopolio real sobre armas de fuego y el control tan im-
portante para este reino del centro portuario de Wydah, sin las guerras.
Parece que, en general, se puede afirmar que el comercio es una variable
fundamental en la explicación de la centralización política de los reinos
de África occidental. Es decir, las luchas por el control de las rutas co-
merciales favorecieron la aparición de reinos centralizados.
"' A principios de este siglo se explicaban los orígenes de los Estados
secundarios en esta amplia zona de África como una mera consecuencia
del contacto con los árabes. Sin embargo, los procesos políticos eran mu-
cho más complejos. Para empezar, de los relatos de los primeros viajeros
árabes se desprende que ya existían organizaciones políticas complejas
cuando ellos llegaron allí. Existían ciudades, redes distributivas internas,
una agricultura desarrollada (al margen del arado y sus controversias),
Estados centralizados y sistemas de impuestos. Parece también probable
que la organización activa de las rutas comerciales de larga distancia fue
establecida por los pueblos del norte del Sabara, pero es indudable que
los Estados africanos tuvieron un papel activo, no tanto desde el punto
de vista del comercio, como del control político y militar de las rutas,
y este control (o la lucha por el control) favoreció los procesos de cen-
tralización política. Ejemplos significativos son los Ashanti que comer-
ciaban con los árabes su oro y nueces de kola. Desde el xvn los Ashanti
hicieron del oro un monopolio real y así controlaron la importación de
las armas de fuego. Mediante tratados diplomáticos con los vecinos, y
guerreando con los más lejanos, lograron desarrollar un dominio sobre
zonas tan alejadas como Acera al norte de la sabana, pero este dominio
no se refería tanto al <<territorio» como a las rutas comerciales. Daho-
mey, un Estado militar del siglo XVIII, también logró controlar mediante
incursiones bélicas las rutas comerciales; los Yoruba, Estado de origen
medieval ligado al tráfico del norte, se involucraron, en el XVIII-XIX, en el
control de las rutas del sur; Benín, primer Estado africano que intercam-
bió embajadores con un Estado europeo (con Portugal en el siglo xv1),
jugó un papel muy activo en el surgimiento de ciudades comerciales, etc.
Por todo ello, no es extraño que las principales rutas comerciales coin-
cidiesen con centralizaciones políticas.

ÁFRICA OCCIDENTAL Y LAS RUTAS COMERCIALES

La descripción que haremos de las formas de comercio existentes en Áfri-


ca occidental sigue las matizaciones establecidas por Polanyi, Bohannan y
otros, sobre las peculiaridades de cada uno de los miembros de la llamada

315
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

tríada cataláctica. Por consiguiente, la distinción básica la estableceremos,


una vez más, entre comercio interno y externo, ya que sobre el mítico
«comercio silencioso>> no se han encontrado ejemplos empíricos en esta
amplísima zona en la que las distintas variedades de comercio estaban
muy desarrolladas.

Comercio interno

Este tipo de comercio entre productores locales se podría definir como


un comercio de alimentos y de objetos cotidianos de cada zona, teniendo
en cuenta que existía una gran variedad de formas concretas en las que
se llevaban a cabo las transacciones, según la proximidad de los mercados
locales a los centros administrativos urbanos (que a su vez estaban, a me-
nudo, ligados a las rutas de comercio externo), a la periodicidad en que
se realizaban las transacciones y a la mayor o menor especialización de los
comerciantes (aunque en este tipo de comercio en general no se puede ha-
blar de especialistas). Sin embargo, a pesar de las variantes locales existen-
... ot.L••
~,. tes, el comercio interno posee ciertas características generales, como son:
" a) El tipo de productos intercambiados es bdsicamente local y de pro-
..... 11¡,
' '!11 ducción doméstica. Es muy ilustrativa en este sentido la lista que ofrece
·,¡ Hopkins de cuáles eran los objetos a la venta en el mercado local de Ejirin
1
en 1892, lista que parece bastante corriente en este tipo de mercados

'
,,
'
,1; (Hopkins, 1973: 55). Los artículos a la venta en esa fecha eran los siguien-
t' •''

\ '-·~ tes: alimentos: nueces asala, habas, semillas (benni y egusi), farina, caca-
huetes, algarrobas, maíz, okra, aceite de palma, pimiento/a, mantequilla
1
fltH
de shea, ñame, harina de ñame; materias primas: algodón, añil, semi-

lla de palma, potasa; ganado: patos, cabras, gallinas de Guinea, caballos,


palomas, ovejas y pavos; manufacturas: calabazas, tejido de algodón, va-
sijas, jabón e hilos. De esta lista de productos de venta local solo dos
(los de palma) eran relevantes para el comercio exterior, y desde luego
ninguno procedía del comercio de larga distancia. Es decir, se trata de
intercambios de productos locales.
b) Lugar del mercado y periodicidad. En los grandes centros urba-
nos el comercio (lugar de mercado) podía ser permanente y las ventas
diarias. En puntos con una población más dispersa, la periodicidad era
variable y tenía en cuenta los mercados locales existentes en distintos
puntos de la misma zona, siguiendo el principio formulado por Hop-
kins de que la <<proximidad espacial implica la separación temporal>>. Así,
no solían coincidir dos lugares de mercado próximos en la misma fecha, y
al tiempo, las gentes tenían acceso a los productos en distintas fechas
dentro de una distancia razonable.
e) Como casi se puede desprender de la lista de productos antes ex-
puesta, los bienes intercambiados provenían de los productos locales, y

316
PASATIEMPOS SATÁNICOS

como es corriente en casi todas las sociedades agrarias, los vendedores


eran casi siempre los propios productores, por lo que los comerciantes
solían ser no especializados, numerosos y muy a menudo mujeres.
d) Diversos objetos se utilizaban como medio de cambio, pero era
siempre dinero, dentro de las restricciones que suponen los medios de
cambio en dineros que no eran para todo uso. La existencia de dineros
menudos, tales como el propio cauri, estaban a la orden del día en mu-
chas zonas.

Comercio de larga distancia

El comercio de larga distancia es por completo independiente del co-


mercio interno que acabamos de ver, aunque la presencia de redes es-
tables de comercio local en África occidental ha sido interpretada por
algunos autores, como, por ejemplo, Hodder, como una consecuencia
de la existencia previa de las rutas de comercio externo, lo que explicaría
la mayor incidencia de los mercados locales en ciertas zonas de África
occidental.
El comercio a larga distancia se puede definir como la adquisición
pacífica de bienes que no hay en un lugar. Desde el punto de vista técni-
co implica que hay que adquirirlos (técnicas y mecanismos instituciona-
les del comercio) en un lugar lejano y que, por tanto, hay que transpor-
tarlos de un lugar a otro. Desde un punto de vista institucional (factores
sociológicos, económicos y políticos) entran en juego, como ya hemos
visto anteriormente, los siguientes aspectos sociológicos y técnicos:
a) Personal. Los comerciantes, a diferencia de los del comercio in-
terno, pueden estar constituidos por un grupo especializado, ya se trate
de un segmento social de una sociedad dada, ya de un pueblo especiali-
zado en comerciar, como, por ejemplo, los Mande o los Hausa, tan im-
portantes, además, como transmisores del islam, que obtienen beneficio
económico en el cambio, beneficio, en principio, independiente del es-
tatus que ocupan en su sociedad; o bien pueden ser funcionarios en los
que los soberanos delegan el cumplimiento y desarrollo de los tratados
políticos y comerciales dentro de un comercio administrado (vendrían
siendo comerciantes y diplomáticos), y cuyo beneficio repercutirá direc-
tamente en el estatus ocupado.
El comercio de la mayor parte de los Estados africanos era un comer-
cio administrado en el que el Estado ejercía un control político directo so-
bre la importación de ciertos productos, sobre todo los relacionados con
las guerras y con objetos que se utilizaban como dinero. Los comerciantes
que llevaban a cabo los intercambios eran un tipo especial de funcionarios
del Estado. Por ejemplo, los funcionarios batafo entre los Ashanti; en el
reino de Dahomey, el monopolio real sobre todo el comercio se canaliza-

317
LAS MERCANCIAS FICTICIAS

ba a través de unos funcionarios-comerciantes, o la organización de cara-


vanas en el reino Mossi, también era llevada a cabo por <<delegados» del
rey. De todas formas, a diferencia de lo que ocurría en el comercio local
ya se puede hablar de especialización, y en cualquier caso el comercio era
una de las más importantes fuentes de tributos para el Estado.
b) Bienes. En general se puede afirmar que el comercio estable de
África occidental era, desde el punto de vista de los bienes, un comercio
no continuo, ya que es evidente que una concepción social del tiempo
como un continuo, tanto desde el punto de vista de la organización de
la producción como de la distribución, es un producto del capitalismo,
único sistema en el que los relojes marcan el ritmo de la producción de
bienes.
Por ello, los intercambios, si bien eran estables, estaban sometidos
a un alto número de fluctuaciones. Hay que tener en cuenta que el in-
tercambio de bienes en ausencia del sistema de mercado no es indepen-
diente de formas institucionales como la reciprocidad y la redistribución,
... ~
,,;
o de los avatares políticos de Estados que intentaban controlar las rutas
y cobrar impuestos sobre ellas. A su vez, los productos específicos con
.... los que se comerciaba afectaban directamente a las propias rutas (no es lo
~, mismo transportar esclavos que oro).

.
Por otra parte, a menudo, los bienes intercambiados no eran pro-
!
ductos <<necesarios>> sino lujos para las élites, o instrumentos de impor-
,~ tancia política fundamental como el cauri o las armas.
·'-~ Los productos clásicos que entraban en los circuitos comerciales de
África occidental a través de las rutas árabes eran el oro (entre los si-
1
111' ~ ¡
glos XI y XVII África occidental fue el principal suministrador de oro para

los Estados árabes y a través de ellos para los europeos), nueces de kola
(un estimulante permitido para los mahometanos), marfil, pieles, plu-
mas de avestruz y los esclavos enviados al norte. Cauri, sal, armas, tex-
tiles lujosos, cuentas de cristal y diversos bienes de lujo para las élites
eran los productos que a cambio viajaban al sur.
e) Transporte. Íntimamente relacionado con el punto anterior, por-
que el transporte se realiza en parte según los bienes (de hecho, las con-
diciones del transporte y la duración de los viajes -la media solía ser de
setenta a noventa días- hacían imposible que se comercializaran productos
perecederos) }} en parte, según las rutas, medios y modos de transporte.
En el caso de Africa occidental hay una tajante diferencia entre los árabes
'"li~¡, y sus rutas (terrestres) y los europeos (marítimas) con la concomitante
importancia que alcanzaron las ciudades portuarias desde el siglo XVI.
1) Rutas terrestres árabes. La influencia de los mercaderes árabes ya
i' estaba establecida en el siglo IX y puede decirse que las rutas se mantu-
vieron hasta bien entrado el siglo XIX, aunque, de hecho, no está bien es-
tudiado el impacto de los europeos (desde que se establecieron en la costa)

318
PASATIEMPOS SATÁNICOS

sobre las antiguas rutas de comercio. Siempre se ha dicho que las grandes
rutas comerciales estaban dominadas por los árabes (y así lo hemos hecho
hasta aquí), aunque habría que hacer una precisión: árabe, muy a menudo,
lo que quiere decir es musulmán. Y a pesar de su evidente dominio, no se
sabe a ciencia cierta el papel jugado por otras comunidades como berebe-
res, judíos y ciertos africanos que también participaron activamente en las
rutas. No hay que olvidar que las clases mercantiles surgidas en Sudán
se convirtieron al islam. Los Mande, que eran musulmanes, expandie-
r<1b el islam a lo largo de las rutas. O los propios monarcas Hausa, que
se convirtieron en el siglo XIV y xv, y estos pueblos comerciantes de la
zona, a menudo, son englobados bajo la etiqueta de <<árabes>>.
Según Hopkins la red de rutas, llamadas árabes, de Oeste a Este
era la siguiente: de Ghana (no confundir con el Estado actual del mis-
mo nombre) a Mogador y Fez vía Awdaghost; de Tombuctú a Moga-
dor y Fez a través de Teghaza; de Tombuctú a Túnez y Trípoli, pasando
por Wargla, Ghadames y Ghat; de Kano a Túnez y Trípoli a través de
Agadés, Ghat y Ghadames, y de Bornu a Trípoli atravesando Bilma y
Murzuk. De las ciudades término de la ruta en el Sur, tales como Tom-
buctú, Kano y Kukawa partían otras rutas que unían distintas partes de
África occidental. Además, había otras rutas norte-sur que cubrían la
frontera Sabara-Sabana y otras este-oeste que unían la costa con puntos
estratégicos de la selva.
2) Rutas y asentamientos de los europeos. Los primeros europeos
que llegaron a África occidental fueron los portugueses (1450-1600).
Aunque su meta final era Asia, para llegar allí circumnavegaron África. Al
mismo tiempo, los portugueses estaban muy interesados en comerciar
directamente con Mali el oro, hasta entonces en manos árabes. Por ello
establecieron enclaves permanentes, como el de Mina (Costa de Oro), a
través del cual intercambiaban bienes con los Akan.
Fue en Mina donde los portugueses establecieron una primera pre-
sencia fija (fuerte de Sao Jorge da Mina, 1482) a la que posteriormente
habrían de añadirse otras fortalezas similares como las de Ashin, Shama y
Acera. Mediante estos enclaves lograron que casi un 10% de la produc-
ción mundial de oro fuese canalizado a través de Portugal. Sin embargo,
el hecho de que Portugal no fuese una nación manufacturera, obligó a los
portugueses a establecer relaciones comerciales con otros puntos de África
occidental para suministrar los productos demandados en Mali, princi-
palmente tejidos y metales. Este fue un factor decisivo para el estableci-
miento de relaciones con los pueblos de Benín y del delta del Níger. Pero
Benín era un reino muy poderoso para controlarlo y todos los intentos
portugueses de interferir en las rutas de comercio hacia el interior fraca-
saron (fuera de los enclaves costeros de la Costa de Oro los portugueses
no eran fuertes).

319
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

Una de las principales consecuencias de estas primeras relaciones


establecidas por los portugueses fue que su idioma chapurreado se con-
virtió en la lengua franca de toda la zona, así como también jugaron
un papel importante en la introducción de ciertos cultivos. La pauta
de asentamiento costero en enclaves de la costa, iniciada por los por-
tugueses, es seguida por otros pueblos europeos durante varios siglos,
condicionando el tipo de comercio que se estableció entre europeos
y autóctonos.
Los principales bienes que compraban los europeos eran esclavos
(cuya importancia merece un tratamiento aparte), oro, marfil, madera,
cera de abejas y especias, sobre todo pimienta.
Pronto, al igual que había ocurrido en Asia, holandeses e ingleses se
establecieron en las costas africanas sin adentrarse en el continente. Su
comercio lo estudiaremos sobre todo en relación con el tráfico de escla-
vos, principal producto que desde el siglo xvu adquirían en África, hasta
que ya en el siglo XIX, abolido el tráfico «legal>> de esclavos, el aceite de
palma fue un producto muy demandado por los europeos por sus utili.-
ttllt-l..._ zaciones industriales.
""''
··,,
Los artículos básicos que adquirían los africanos eran: cauri, tejidos,
armas de fuego, pólvora y herramientas; también sal, cuentas, barras de
hierro, ginebra y brandy, productos a los que habría que añadir los pro-
1 cedentes de las colonias americanas: ron y tabaco.
• ,t~ d) Bilateralidad. El contacto comercial entre dos pueblos se puede
·-... ~ clasificar de varias formas, pero aquí nos interesa destacar la parte activa
o pasiva jugada por los dos pueblos implicados. Es decir, quién tomaba
~ '. •". los riesgos a la hora de establecer la relación, cómo se reunían los bienes
y cómo se llevaban a cabo las transacciones (comercio de donaciones,
administrado o de mercado). Si bien se puede decir que, inicialmente, la
parte activa de las relaciones comerciales no era africana, el control po-
lítico africano sobre el comercio sí lo era. Ya hemos explicado la fuente
de tributos que originaba para los Estados la red terrestre. Lo mismo se
puede decir de la marítima europea, mediante el auge de ciudades portua-
rias tipo Wydah. En dichas ciudades solían existir barrios independien-
tes para extranjeros comerciantes.
El hecho de que los europeos no se estableciesen en el interior, im-
plicaba que la organización de bienes que exportar era íntegramente lo-
cal. Sin embargo, cuando los <<bienes» se convirtieron fundamentalmente
1,(11:11¡
en seres humanos esclavizados, las instituciones africanas preexistentes
que siempre se habían utilizado como mecanismos comerciales sufrieron
ellas mismas una transformación sin precedentes:

En el África occidental el tráfico [de esclavos] fortaleció Estados que ya exis-


tían, como Benín y causó el surgimiento de otros, como fueron los de Asan-

320
;'•11
PASATIEMPOS SATÁNICOS

te, Oyo y Dahomey. En el delta del Níger fundamentó la transformación de


patrilinajes ordenados conforme al parentesco y los convirtió en organis-
mos comerciales de captura, capitaneados por destacados empresarios. A lo
largo del Níger el tráfico aumentó el poder de los gobernantes tributarios
locales que acabaron dedicándose a este negocio, en tanto que en el interior
indujo a la formación de federaciones de linaje, como la de los Aro, basadas
en la caza de esclavos (Wolf, 1994: 281).

EL CAURI COMO DINERO

Es evidente que uno de los principales productos que entraban en los in-
tercambios comerciales con África occidental era el cauri. Las cifras de
importación que hemos expuesto con anterioridad muestran elocuente-
mente que la demanda por parte de los africanos de conchas de cauri era
intensa debido fundamentalmente a su uso como dinero. No quiere ello
decir que el cauri fuese un dinero para todo uso equiparable a lo que era
el dinero entre los europeos. El hecho de que el patrón de valor y uni-
dad de cuenta en la mayor parte de la zona fuese una unidad indivisible
(el esclavo) impedía que el propio cauri sirviese como medio de cam-
bio universal para las grandes transacciones realizadas con los europeos
(que por su parte no aceptaban el valor monetario del cauri) y obligaba
a la utilización de ciertos equivalentes artificiales (como, por ejemplo, la
barra de hierro o la onza) para poder realizar divisiones. Al margen de
estas consideraciones es indudable que los usos del cauri como dinero
han dado lugar a numerosas confusiones que, llegados a este punto, es
imprescindible destacar. Uno de los equívocos subyacentes en la obra de
muchos autores que versan sobre el cauri es el tratamiento del uso del
cauri en África desde un punto de vista esencialista, o fetichizando (si se
nos permite la expresión) el objeto mismo, como si el valor del dinero
fuese una cualidad intrínseca del objeto que se considera dinero. De tal
forma que se describe el cauri como dinero, pero dinero extravagante,
sobre todo en relación con el oro. Por ejemplo, el hecho de que el cauri no
fuese convertible para los árabes se considera algo «normal».
Siguiendo estas pautas, cuando se investiga sobre el origen del cauri
como dinero, se hacen referencias no a las relaciones concretas de otros
sistemas de dinero, sino a qué otras conchas podría haber (y de las que
podemos suponer que no tenían nada que ver con el cauri, como, por
ejemplo, las chimbus congoleñas), pero nunca con las relaciones socia-
les existentes entre los usos del dinero y el surgimiento de reinos políti-
cos centralizados que monopolizaban la importación y distribución de
las conchas, y que poseían un refinado sistema tributario en cauri. Al
observar los intercambios oro-cauri, la pregunta es siempre ¿por qué el
cauri?, pero nunca ¿por qué el oro?, cuando ambas cuestiones tienen

321
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

el mismo sentido, es decir, muy poco desde el punto de vista de lo que


es el dinero, que no se puede analizar a partir de los objetos concretos
utilizados, como si estos fuesen portadores intrínsecos de valor. Todo
el sentido de la investigación está en resaltar (y si se compara, es esto
lo que hay que comparar) las relaciones creadas. Es decir, el valor pro-
viene de una compleja interrelación de factores sociales (entre los que
se incluye, por supuesto, un sistema semántico-técnico de mediciones) e
institucionales, de donde proviene la confianza generada por el propio
sistema. Y son estas relaciones de carácter global las que hemos de aislar
y comparar y no los objetos mismos, que en sí no denotan ni la presencia
o ausencia del dinero, ni sus variedades ni su incrustación institucional.
Por consiguiente, el porqué del cauri tiene el mismo sentido que el por-
qué del oro: derivado de las relaciones sociales existentes. La confian-
za que nuestro sistema económico ha depositado en el oro (patrón du-
rante mucho tiempo en las relaciones económicas internacionales) hace
que no dudemos del valor del oro como algo inherente al oro y no a un
sistema que ha dotado de valor al oro.
'"~
'1 Es evidente que, desde el punto de vista de objeto material, el cauri
tiene algunas semejanzas con las ventajas de las monedas (aunque sus
'\\ inconvenientes sean diferentes). Los pros y contras del cauri como dine-
,¡ ro desde el punto de vista material son los siguientes: en primer lugar,
t''1
las conchas de cauri (frente al oro que no se presenta en unidades de
' ,,,:~ peso aceptadas) son unidades concretas reconocibles. Los distintos tipos
~ ..... ,~. de engarzado de las conchas hacen fácil la combinación de cantidades
superiores reconocibles dentro del sistema semántico al que pertenecen.
A diferencia del oro, que tiene connotaciones de circular para las éli-
tes, el cauri tiene un valor instantáneo (minute unit value). Otra de las
grandes ventajas del cauri es que no es posible falsificarlo (a diferencia
de las monedas) o desbastado, mientras que el oro, ya sea en polvo, mo-
nedas o lingotes, puede rasparse, alearse con otros metales, etc. Una de
las grandes ventajas del cauri desde el punto de vista del control político
1 1 es que su acumulación no pasa desapercibida (no es un tesoro fácilmen-
te camuflable). Como decía el rey Gezo de Dahomey, él prefería el cauri
al oro porque no se puede falsificar y porque con el cauri ningún hom-
bre puede ser secretamente rico (citado por Burton, Polanyi, 1966).
A pesar de todas las ventajas antes expuestas, el cauri presentaba un
gravísimo inconveniente: la cantidad de conchas que circulaban ocupaban
un tremendo volumen que implicaba grandes dificultades para su trans-
porte terrestre. De hecho, el valor del cauri difería en distintas comuni-
dades de África occidental en función de la distancia con respecto a las
rutas principales debido sobre todo a las dificultades y al encarecimiento
que suponía su transporte por tierra. Si este siempre fue difícil, con la
inflación de finales del siglo XIX, provocada por la llegada de conchas de

322
PASATIEMPOS SATÁNICOS

África oriental, los inconvenientes se agravaron hasta los extremos de


la anécdota de C. H. Robinson, relatada por Einzig: en el curso de una
expedición, uno de los caballos había enfermado y no podía proseguir el
viaje, pero <<no podíamos venderlo porque harían falta quince porteadores
para llevar su valor en cauris, a los que habría que pagar todo el dinero
que transportaban y una gran cantidad más>> (Einzig, 1966: 138-139).

El cauri en África

Los comienzos de la historia del cauri en África occidental permanecen


en la sombra.
Hasta hace pocos años existía la convicción de que el cauri llegaba
a África occidental vía mar Rojo, a través de Egipto. Hay autores como
Ph. Curtin que consideran Egipto como el punto central de donde se
exportaba a Venecia y desde allí se pasaba a las caravanas que cruzaban
el Sahara. Desde luego, las conchas de cauri no eran desconocidas para
el veneciano Marco Polo que cuando las encontró en sus viajes, las lla-
ma porcellani (de parco).
Fuesen cuales fuesen los puertos mediterráneos desde los que se em-
barcaran, lo que sí se sabe es que las conchas cruzaban el Sahara. Está
comprobado, en contra de lo que afirman algunos estudiosos como, por
ejemplo, J. Melitz, que el cauri nunca atravesó África de este a oeste,
sino que sus vías de llegada a África occidental seguían las rutas transa-
harianas de las que ya hemos hablado.
Los datos sobre utilización del cauri como dinero son antiguos. Ya
desde los siglos XI y XII en relatos de viajeros árabes como Al-Bakri, Al-
Zuhri e Ibn Sa'id se menciona la existencia de cauri en el Estado Songhay
y en otros puntos al sur del Sahara. En el siglo XIV Masakik Al-Absar de
Al-'Umari dice que todas las transacciones internas del imperio de Mali
<<tenían lugar con cauris importados por los mercaderes que obtenían
un beneficio considerable>>. Ibn Battuta (cuyo testimonio es doblemente
valioso porque describió tanto el uso del cauri en África como la reco-
gida del maneta en las Maldivas) también confirma su utilización en el
imperio de Mali. Es decir, cuando los europeos llegaron a África, el uso
del cauri era corriente en varias zonas: en el alto y medio Níger; en el
siglo XIV su uso se extendió al imperio Mali y a Gao, capital de Songhay,
Tombuctú, Jenna y probablemente el país de los Bambara estaban fami-
liarizados con el uso del cauri desde tan tempranas fechas.
De todas formas, es evidente que la gran expansión del cauri en África
occidental tiene mucho que ver con las condiciones de transporte ofreci-
das por los europeos, porque el transporte por tierra es mucho más caro
e inconveniente que por mar. Aunque los primeros contactos de los por-
tugueses en Benín no tuvieron nada que ver ni con los esclavos ni con el

323
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

cauri, pronto surgió un tráfico regular, y el cauri se comenzó a utilizar


en un mayor número de pueblos. Si antes del siglo XVI la zona de uso del
cauri incluía el curso medio del Níger, un enclave costero alrededor de
Benín y el reino Hausa (aunque existen dudas sobre la época en que los
Hausa comenzaron a servirse del cauri), a partir de los siglos xvn, XVIII
e incluso XIX se produjo una gran expansión, de tal forma que, aunque
hubo pueblos que nunca lo utilizaron, su uso, en muchos casos como un
acto de Estado deliberado, se extendía a Whyidah, Ardra, Lagos, Daho-
mey, Oyo, ljebu, además de su estabilidad como dinero en los reinos que
venían utilizándolo desde épocas más antiguas.

Cauri y sociedad

A diferencia de los informes globales sobre el tráfico europeo-africano


de cauri, no abundan los datos de las utilizaciones particulares de cauri
en los distintos pueblos concretos de la zona. No es desconocida la evi-
dente conexión entre el cauri y el poder político de los Estados de África
·~ occidental. Varios autores, como Bohannan o Polanyi, han conectado la
.. ,111
circulación del cauri con la construcción de los Estados. El papel del cauri
' ''1¡
·:¡¡ 1
como medio de pagos al Estado no debe ser minusvalorado. El propio
Paul Einzig señala que en Dahomey el valor del cauri fluctuaba en función
de la demanda de pagos políticos (tributos). Y era el comercio administra-

'~ 1', do de los Estados el encargado de importar las conchas del molusco. De
'-telll¡ hecho, todas las narrativas sobre el cauri que se están recogiendo actual-
mente en Benín (Austen, 1993; Gregory, 1996) recalcan, como veremos,
la ligazón del cauri tanto con la destrucción de vidas humanas para adqui-
rir riquezas como con su papel de instrumento de poder de los reyes.
Sin embargo, el cauri ni circulaba por igual entre los distintos gru-
pos de estatus, ni fue nunca un dinero para todo uso. Internamente, es
un claro ejemplo de la interdependencia que señalaba Polanyi entre las
instituciones económicas y la estructura de estatus: el cauri fue en el co-
mercio interno el dinero de los pobres, dinero válido para transacciones
cotidianas, de donde proviene su popularidad como medio de cambio
local y como medio de pago de tributos. Hay que tener presente que
el cauri siempre se utilizó con otros sistemas de dinero, y esto no es ni
raro, ni presupone quitarle importancia a todo lo que se lleva dicho has-
ta ahora sobre el cauri. Así, por ejemplo, en Dahomey en el siglo XVIII el
cauri se utilizaba internamente para los cuatro usos, pero el patrón de
valor eran los esclavos, que servían como unidad de cuenta para grandes
cantidades. Por tanto, como señala Polanyi, las grandes riquezas, los pagos
aduaneros de los extranjeros al rey o los tributos a soberanos extranjeros
se contaban en esclavos, pero solo en contadas ocasiones se pagaban en
esclavos, que no servían nunca como medio de cambio. Para las gran-

i
324
PASATIEMPOS SATÁNICOS

des transacciones se utilizaban otros objetos como complemento al cauri,


muy a menudo el polvo de oro.

Técnicas de contabilidad del cauri

En términos generales, el dinero forma parte de un sistema de conven-


ciones similar a los de escritura o a los de pesos y medidas. El cauri permi-
te diversos sistemas de contabilidad: peso, número y volumen, y todos
..- ellos se practicaban en función de su uso. Los kotta que salían de las
Maldivas eran empaquetados en barriles al peso en Europa, y así llega-
ban a África, donde se desarrollaron diversos sistemas de contabilidad.
Por ejemplo, en la zona norte el cauri se usaba fundamentalmente para
pequeñas transacciones internas, era una especie de «dinero de pobres>>,
calificación no extraña en la historia de los dineros desde los lejanos tiem-
pos babilónicos en que existía una paridad entre el centeno y la plata. En
estas zonas norteñas la unidad de cuenta era el mithqual de oro, difícil
de subdividir, aunque la existencia del cauri subsanó esta dificultad: por
ejemplo, en Tombuctú las sumas superiores a 3.000 conchas se pagaban
en mithqual, todas las inferiores, en cauri. El cauri se contaba en grupos
de cinco, agrupados en montones de 60, 80 o 90. Cada montón se llama-
ba un ciento. El más conocido de estos tipos de sistemas de cuentas del
cauri (por la perplejidad que despertaba entre los viajeros) era induda-
blemente el de los Bambara, donde el ciento de cauris eran 80. Ya en el
siglo XVIII Mungo Park anotó: <<Es curioso que cuando cuentan cauris le
llaman a 80, 100, mientras que con el resto de las cosas calculan según
la centena ordinaria>> Qohnson y Hogendorn, 1988: 115). Mage da la
mejor descripción de este sistema aparentemente decimal:
8 X 10 = 100
10 X 80 = 1.000
10 X 800 = 10.000
8 X 8.000 = 100.000
Es decir, que 100.000 = 64.000; 10.000 = 8.000, etcétera.
En esta época, los Bambara solo empleaban el cauri para pequeñas
transacciones, mientras que la unidad de cuenta para las grandes era el
esclavo.
Este tipo de contabilidad era corriente en toda la zona, por ejemplo,
para los Mandingo un ciento equivalía a sesenta.
Algunos autores explican esta aritmética en función de la base, así,
la centena Mandingo se basaría en la existencia de un sistema de base 6,
o la Bambara en uno de base 8, mientras que la centena de cien estaría
basada en un sistema de base 10. El problema de esta explicación está en
que esta aritmética solo se utilizaba para contar cauris y que para el resto

325
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

de las cosas, como ya notara Park, las centenas eran de cien. Por ejemplo,
los Bambara incluían en el ciento de nueces kola cien nueces y no 80;
por tanto, todo parece indicar que tal sistema de contabilidad se aplicaba
solo al cauri del que, por cierto, variaban las ratios de intercambio, lo
cual hacía bastante complicado el sistema financiero. Así, dice Delafosse
en 1912, que <<debe hacerse notar que, en un solo país, el precio de los
cauris puede variar según la abundancia o escasez de este dinero, y cam-
biarse del cambio Malinke al cambio musulmán (en el que 100 = 100)>>
Gohnson y Hogendorn, 1988: 117). Si se tiene en cuenta que este sis-
tema de contabilidad es exclusivo del cauri, la teoría de la base no tiene
mucho sentido, y habría que utilizar otro tipo de variables sociales, a las
que ni siquiera nuestro propio sistema es ajeno, como muestran las al-
teraciones político-económicas de los valores convencionales de pesos y
medidas. Desde el punto de vista de los resultados comerciales de tal
sistema de numeración parece muy probable la tesis de Einzig sobre el
comercio al por menor. Por ejemplo, cinco barras de sal que se comprasen
en una transacción por 100.000 cauris (nominales) costarían al compra-
'*"~ dor 64.000 cauris reales, pero vendidas por este en pequeñas cantidades
., ' '1 podían alcanzar un valor de 100.000 cauris reales. Según otro viajero,

'
,~
P. Soillet, por un producto valorado en 99 cauris, uno paga 99, mientras
que por uno de 100, paga 80. De tal forma que el beneficio estaba en

• .l
•..,..,t¡l
1
proveer al por menor (Einzig, 1996).
Fuese cual fuese el sistema aritmético empleado, contar cauris era
una actividad que consumía mucho tiempo, por lo que en una amplísima
zona, en lugar de utilizarse los cauris sueltos, se ensartaban en cuerdas
o en hierbas secas en cantidades convencionales. Las denominaciones de
las sartas revelan la duradera influencia portuguesa: la unidad base era
una sarta de cuarenta conchas nominales conocida como galinha, 91 O
conchas (que no es múltiplo de 40) era una cabra. Sin embargo, las sartas
de cuarenta nunca eran de cuarenta, porque a cada una se le sustraía una
concha como precio del ensartador, con lo que las cuarenta solían ser
treinta y nueve reales, salvo excepciones políticas, como, por ejemplo,
en Dahomey, donde a los cauris ensartados en palacio por las mujeres
del rey se les sustraían de tres a seis conchas por sarta, con lo que el pa-
lacio obtenía siempre un 15% de descuento en los bienes que adquiría.
Aunque la unidad nominal de cuarenta conchas en cada sarta per-
maneció estable en el golfo de Guinea, el valor de galinhas, cabras y ca-
bessas sufrió numerosos ajustes a lo largo de los años. Así, a partir del si-
glo xvm la sarta de cuarenta conchas era 1 toque; 5 toques, 1 galinha (200
conchas), 20 galinhas, una gran cabessa (4.000 conchas). Pero en épocas
posteriores, cada múltlipo de la primitiva galinha sufrió alteraciones en
función de los ajustes a que se vio sometida la unidad monetaria ante la
llegada masiva de conchas.

326
PASATIEMPOS SATÁNICOS

EL CAURI Y EL TRÁFICO DE ESCLAVOS

Es evidente la importancia interna de los esclavos para pueblos como


los Mende, Ashanti, Fanti, Dahomey, Yoruba y Efik. Buena prueba de
ello nos lo brinda el hecho de que, en la mayor parte de los Estados del
África occidental (tanto en los del norte como en los del sur), la unidad
de medida de valor era el esclavo, aunque fuese un patrón de valor en
la práctica ideal, porque el esclavo, como patrón, no era equiparable a
'"'los esclavos concretos. La existencia del esclavo como patrón ha sido
moneda corriente en muchos de los Estados que, según la terminología
de Polanyi, poseían una economía arcaica. Es importante recordar que
en estos Estados las relaciones entre territorio y súbditos no eran las mis-
mas que las que se producen en el Estado moderno. Ya han pasado años
desde que Sir Henry Maine señaló las diferencias existentes entre <<el rey
de Francia» y <<el rey de los persas» (Dumont, 1967), y la existencia de la
esclavitud ha de encuadrarse necesariamente en las instituciones sociales
y políticas existentes. En el caso de África occidental, la disposición de
hombres como medida de poder y valor de riqueza era, en parte, por mo-
tivos ecológicos, mucho más importante que el control sobre las tierras
o los animales. Y por ello los esclavos, desde un punto de vista interno,
eran más que un capital económico, un capital social y político, mien-
tras que para árabes y europeos los esclavos, mano de obra barata, eran
estrictamente capital económico, según la diferenciación entre ambas ca-
tegorías establecida por F. Prior (1977).

Surgimiento del comercio de esclavos

La venta de hombres por mercancías era un fenómeno existente desde


el propio establecimiento de las primeras rutas comerciales. Así, ya en el
comercio transahariano la demanda de hombres para trabajar las minas de
sal, o para exportar a las ciudades mediterráneas y de Oriente Medio,
hacía de los esclavos uno de los bienes que los mercaderes islámicos ad-
quirían en África occidental. Sin embargo, las dificultades de los viajes
hacen probable que el número de esclavos así exportados no superasen
en los mejores tiempos 10.000 hombres al año.
Lo que entendemos por tráfico de esclavos surgió a partir de la llegada
de los europeos a África occidental. Ya en 1450, los portugueses habían
adquirido esclavos en África para trabajar las tierras en el propio Portugal,
y para Madeira y las islas de Cabo Verde. Hacia 1520 ya se puede hablar
de tráfico de esclavos, aunque todavía a pequeña escala, cuando los portu-
gueses comenzaron a enviar africanos a sus plantaciones brasileñas.
Los primeros europeos en romper el monopolio comercial portu-
gués fueron los holandeses, cuyo papel como distribuidores de productos

327
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

ultramarinos iba en aumento. Sus primeros establecimientos comerciales


en la Costa de Oro datan de 1580. Cuando la Compañía Holandesa de
las Indias occidentales hace su aparición en 1620 ya se habían llevado
a América unos 300.000 esclavos, más de la mitad en el último cuarto
de siglo. Los holandeses se convirtieron hacia 1630 en los principales su-
ministradores de esclavos para las plantaciones del Caribe, especialmente
para las de azúcar, que requerían gran cantidad de mano de obra barata
que no había en las Américas, razón por la que la demanda de esclavos
se incrementaba continuamente. Pronto Francia, Inglaterra, Alemania
y Escandinavia competirían con la Compañía Holandesa, hasta que ha-
cia 1713 los holandeses ya no monopolizaban la situación, entre otros
motivos, porque Holanda ya no era el principal país con poderío marí-
timo sino Gran Bretaña.
El modo de comerciar con esclavos combinó diversas formas, pero
a partir del siglo xvn el sistema de comercio más efectivo era, no las gran-
des compañías, sino pequeños comerciantes europeos establecidos a lo
largo de la costa y que mantenían los contactos comerciales con los di-
... ~
rigentes políticos africanos y con mercaderes de los países europeos que
...\ ••• 1
los compraban para sus explotaciones coloniales en las Américas .
La demanda de esclavos era tal, que la costa entre la Costa de Oro
'l! y Benín pronto pasó a denominarse Costa de los Esclavos. Hacia 1620
: 1
había un tráfico de 7.000-8.000 esclavos/año. En el último cuarto de siglo
1
:i';
,. eran 25.000 al año, y se estima que el total de la centuria fue de 1.000.000
de esclavos. Las cifras del XVIII hablan de 57.000 esclavos anuales, aun-
.,,,
..... 1'-•
que todos los datos anteriores se refieren a esclavos que llegaban a las
Américas y, por tanto, excluyen el alto número de capturados que pere-
cían durante la travesía. Según las estimaciones de Ph. Curtin (que tienen
un margen de error de ± 10%), el volumen real de los efectos del co-
mercio de esclavos en África es el siguiente:

DISMINUCIÓN DE LA POBLACIÓN DEBIDO AL COMERCIO DE ESCLAVOS

Total África Solo África occidental


Salida África
Llegada Américas Salida África o/o
occidental
Antes de 1600 275.000 330.000 60 200.000
1601-1700 1.300.000 1.560.000 60 940.000
1701-1810 6.265.000 7.520.000 60 4.510.000

! 11 Después de 1810 1.625.000 1.950.000 33 650.000


TOTAL 9.470.000 11.360.000 -- 6.300.000

Fuente: Ph. Curtin, Británica.


i!

'1 328
PASATIEMPOS SATÁNICOS

Aunque las cifras anteriores hay que leerlas con las siguientes ma-
tizaciones: en primer lugar, se trata de estimaciones, porque se desco-
noce el tamaño exacto de la población africana, así como los orígenes
sociales y geográficos de los esclavos. En segundo lugar, porque aunque
los esclavos eran vendidos en su mayor parte por los Estados más desa-
rrollados desde un punto de vista político y económico, la mayoría no
provenían de estas sociedades, sino que eran prisioneros de guerra. Y
ya hemos observado la importancia de las guerras en la expansión de
los Estados y el papel del esclavo como patrón de valor y como medida
de dominio político de unos reinos en los que, dado que la extensión de
tierra cultivable era muy superior al número de hombres para cultivarla,
el recurso fundamental de un reino no era el territorio sino las gentes
/
mtsmas.

El cauri y la compra de esclavos

La conexión que hace que Johnson y Hogendorn denominen al cauri el


dinero del tráfico de esclavos se da ya en los primeros registros por-
tugueses del año 1520, cuando un varón adulto costaba siete cabras (es
decir, 6.370 conchas). No hay datos rigurosos que permitan seguir los
precios de los esclavos en términos de cauri, entre otros motivos, por-
que los precios estaban sujetos a enormes variaciones locales y tempo-
rales, y no hay un registro anual sistemático. Según Marion Johnson y
Richard Bean, a lo largo de los siglos xvn y XVIII las cifras estimadas son
aproximadamente las siguientes: en la década de 1680, entre 10.000
y 31.000 conchas por esclavo; en la de 1710, entre 40.000 y 50.000
cauris; en la de 1760, cerca de 80.000 conchas y en la de 1760 a 1770
de 160.000 a 176.000 conchas por esclavo.
Cerrando el circuito abierto en las lejanas Maldivas, está clara la co-
nexión entre los intereses europeos por adquirir esclavos y la deman-
da de los Estados africanos de conchas de cauri. Los motivos de cada
una de las partes implicadas en esta red comercial eran, como hemos
visto, muy diferentes. Pero esas diferencias no ocultan, sino que resal-
tan, el complicado viaje que seguían las conchas del cauri hasta llegar a
unas tierras en las que se convertían en dinero.

EPÍLOGO

Los complejos circuitos que protagonizaba el cauri nos brindan un mag-


nífico ejemplo de muchos de los problemas teóricos de los dineros. Sir-
van las páginas que siguen como una breve recopilación de las principa-
les cuestiones suscitadas en el texto.

329
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

El cauri tiene para nosotros interés por un doble motivo: por una
parte, como ejemplo etno-histórico de un complejo entramado de relacio-
nes entre distintos pueblos; y por otra, desde un punto de vista teórico,
porque muestra con total nitidez las falacias a que da lugar la interpreta-
ción etnocéntrica convencional con la que se pretende analizar las insti-
tuciones económicas más significativas.
Desde un punto de vista empírico, ya habíamos observado al intro-
ducir los datos relativos a los tráficos del cauri, el complejo entramado
que se formaba al participar en un mismo circuito pueblos con sistemas
sociales, políticos y económicos tan diferentes como los de las Maldi-
vas, portugueses, holandeses, ingleses, bengalíes, árabes (o mejor, habría
que decir comerciantes islámicos) y varios Estados del África occidental,
como, por ejemplo, Dahomey o Mali. Pero no solo eran distintos los pue-
blos así relacionados, sino que un mismo objeto -el cauri- le servía a
cada uno de ellos (y a todos en su conjunto) para múltiples usos y fines:
según el pueblo, o incluso el momento en que se estuviera utilizando,
las conchas del maneta, además de como instrumento de poder, servían
·•t~ como ornamento, lastre, mercancía, medio de pago, medio de cambio,
tii¡¡ patrón de valor, medio de acumular riqueza, y en ciertas partes de la
'\ India se usaban también como medicina.
·~ A tan diversos pueblos y usos de un mismo objeto se corresponde

' ,, ~~ el hecho de que, a pesar de que los motivos de los participantes en tan
complejas aventuras comerciales no eran homogéneos, del sistema en su
conjunto que hemos esbozado en los apartados anteriores se servían to-
·~ dos ellos perfectamente. Ninguna de las partes necesitaba ser partícipe
de los motivos, fines ni usos específicos de las otras para que el sistema
global funcionara. Es decir, se producía una triple interacción entre Es-
tados que adquirían un objeto que al convertirse en dinero constituía un
elemento fundamental de su organización política, pero que no era en
modo alguno un dinero para todo uso y ni siquiera el único objeto en cir-
culación que podemos considerar dinero; entre comerciantes que bus-
caban el beneficio económico al adquirir esclavos para las plantaciones
americanas con una mercancía que previamente había sido lastre en sus
barcos; y entre sultanes que lograban mantener una estabilidad políti-
ca milenaria gracias al monopolio sobre la producción y exportación
de las conchas de un molusco. Pero el resultado de la interacción de las
sociedades protagonistas de los varios comercios del maneta fue la con-
figuración de un circuito comercial intercontinental, que como todos los
sistemas «mundiales», exhibía la complejidad polifónica de los distin-
tos sistemas que, por separado, le habían dado lugar.
Los pueblos participantes en este circuito autónomo (autónomo en el
sentido expresado en el párrafo anterior) se vieron inmersos en la mezcla
resultante de dos sistemas que, siguiendo la terminología clásica introdu-

330
PASATIEMPOS SATÁNICOS

cicla en la antropología económica por K. Polanyi, podemos definir como


sistemas en los que la economía está incrustada en el resto del entramado
social y sistemas en los que la economía se define como no incrustada. A
los primeros pertenecían tanto las Maldivas como los diversos pueblos
africanos que utilizaban el cauri como medio de cambio, patrón de va-
lor, medio de pago o medio de atesorar riquezas. Para estos pueblos,
las instituciones económicas no pertenecían a una esfera autónoma del
resto de las instituciones sociales, por lo que para ellos el cauri, en sus
áiversos usos como dinero, no se presentaba separado de las institucio-
nes políticas, religiosas, o de parentesco. Por otra parte, los intereses co-
merciales de los europeos, particularmente de los anglo-holandeses, son
un buen exponente de sistema no incrustado en el que el tratamiento de
las mercancías (fuesen cauri, fuesen esclavos), se regía estrictamente por
reglas encaminadas a un único y primordial fin: el beneficio económico.
La ideología económica moderna (Dumont, 1977) nos presenta el cauri
como un objeto <<especial>> en cuanto a su uso como dinero se refiere, a
pesar de que, como hemos visto, los anglo-holandeses se servían de varios
sistemas incrustados para conseguir sus objetivos. La percepción del sis-
tema moderno (no incrustado) hace que se plantee el problema de los
otros dineros desde el prisma etnocéntrico de lo qué es el dinero en un
sistema en el que la economía se representa como una esfera autónoma
del resto de las instituciones sociales, y que, por consiguiente, no tiene
en cuenta el papel protagonista que en los sistemas incrustados ocupan
dichas instituciones sociales, que son aparentemente, y sobre todo desde
este punto de vista, <<no económicas>>. En otras palabras, la máxima di-
ficultad que nos encontramos es un problema clásico de la antropología:
comprender el carácter, la frecuencia, los contextos y las consecuencias
para los distintos pueblos de las intersecciones históricas entre la expan-
sión europea y sus tratos con los <<pueblos primitivos>>. Desde la perspec-
tiva que estamos siguiendo, ni siquiera la expansión europea fue lineal,
sino que presenta diferencias en sus formas de dominio (por ejemplo,
explotación de recursos en las plantaciones americanas, extracción de
esclavos en África como mano de obra para fas plantaciones), y en las
políticas cambiantes a lo largo del tiempo (de una presencia en puertos
comerciales y del establecimiento de alianzas comerciales y políticas con
los reinos locales a su asentamiento imperial), que tuvieron distintos mo-
mentos y distintas repercusiones en cada uno de los distintos momentos.
Ya hemos mencionado repetidamente cómo en la mayor parte de
la bibliografía que hemos utilizado sobre el cauri ni siquiera se plantea
como problema el porqué de la demanda africana de conchas de mane-
ta, negligencia que se nos aparece especialmente significativa en la obra
monográfica de Johnson y Hogendorn (1986), quienes en su intento de
explicar el tráfico y la inflación final del cauri como un sistema moneta-

331
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS

rio que ilustra la pertinencia de la teoría cuantitativa del dinero y de la


ley de Gresham, no tienen en cuenta ni la ligazón del cauri con el Estado,
ni el cambio en las relaciones entre africanos y entre estos y los europeos
que supuso la implantación de los imperios coloniales y su imposición
de otros dineros para recaudar impuestos. La intersección entre el cauri,
los esclavos, los reinos y élites africanas y la expansión mercantil y ca-
pitalista de los europeos no puede llevarnos meramente a establecer la
aplicación de la oferta y la demanda en el tráfico europeo del cauri; ni
tampoco a una mera ilustración en los procesos de centralización y su-
peditación política de los reinos africanos: todos los procesos a que dio
lugar el entrecruzamiento son relevantes. De la complejidad de registros
da cuenta la sensación de perplejidad de algunos historiadores actuales
(lroko, 1988; Austen, 1993) ante las formas coincidentes que han adop-
tado las narrativas orales en diversas partes de Benín, que no relatan una
memoria histórica del cauri asociada con el tráfico de los europeos, sino
que dan cuenta de otro origen (casi mítico) que destaca su papel en la
destrucción de vidas humanas para obtener riquezas y poder:
... ~

En los principios del mundo [... ]no teníamos dinero de cauri (akwá). Si ibas
'"1 al mercado, llevabas habas para cambiarlas por batatas. Cambiabas una cosa
-·~' concreta por otra cosa. Entonces el rey trajo el dinero de cauri. ¿Qué hizo el
1 rey para traerlo? Capturaba a la gente y les rompía las piernas y los brazos.

1 J Después construyó una cabaña en una plantación de plátanos donde man-


dó que viniese esa gente y les alimentaba con plátanos hasta que se volvían
''-tttll¡ enormes y gordos. Luego el rey los mataba y ordenaba a sus servidores que
rodeasen sus cuerpos con cuerdas y los arrojasen al mar donde vivían las
1 •••
conchas de cauri (akwá). Cuando las conchas de cauri comenzaban a comer
los cadáveres, los subían, recogían las conchas y ponían los moluscos de cau-
ri en agua hirviendo para matarlos. Así es como comenzó el dinero de cauri.
Este dinero de cauri era blanco como nuestro maíz y lo llamábamos «dinero
de maíz blanco» (akwé-kún-wéé) para distinguirlo de otras formas de dine-
ro. Los franceses vinieron a romper este país antes de que trajesen su dinero
metálico (gán-kwé). El otro dinero de los franceses se llama papel moneda
(biyéé) 2 •

Como han señalado repetidamente Jean y John Comaroff (1992,


1993), el poder expansivo del capitalismo ha tenido resultados imprevisi-
bles y cambiantes. En el África actual existe un rico conjunto de discursos
locales y polifónicos en los que <<las comunidades locales, las economías
regionales, las estructuras estatales y los mercados locales se entrecho-
can y se realinean>> (Comaroff, 1993: xxv), produciendo nuevos dis-
cursos, nuevos rituales, nuevas formas de brujería, que algunos autores

2. Klipko Cece, Ayou Anilla, Benin. Traducido del Ayizo por Elwert (1989). La cita
está tomada de Gregory (1996).

332
PASATIEMPOS SATÁNICOS

(Austen, 1993) identifican dentro de la perspectiva global de una econo-


mía moral (Thompson, 1971), que vincula la adquisición de dinero y de
poder en los medios locales con la adquisición y destrucción del tejido
social y de los propios humanos ante las nuevas y poderosas fuentes de
nqueza.
Estas narrativas de Benín (que se están extendiendo por otros lugares
de África occidental) en las que el cauri surge de los cadáveres de es-
clavos, parten de una visión distinta a la europea de lo que tal tráfico
significó para las relaciones de los africanos entre sí y para las relaciones
que establecieron con el mundo más amplio. Las narrativas actuales como
la que hemos transcrito se inscriben en un contexto que establece con
total nitidez la intersección entre todos los pueblos. Así, en la narración
aparecen cuatro objetos utilizados en distintas épocas como dinero (ha-
bas, cauri, dinero metálico francés y papel moneda francés), de los que
el primero (las habas), aparece ligado al pequeño comercio y a su utili-
zación como dinero para usos específicos. Los otros tres pertenecen al
dominio de la destrucción de hombres y del país que acompañó su uso
como instrumento de poder (de los reyes locales: súbditos y esclavos cuya
aniquilación producía cauri; de los franceses como potencia colonial: la
ruptura del país y de las estructuras de poder locales precedió a la im-
posición de nuevos dineros como expresión de un nuevo dominio). Sin
embargo, en el relato se distinguen dos temas centrales interrelacionados:
uno expresado en términos políticos, es decir, el poder y sus instrumen-
tos; otro, en términos morales (Parry y Bloch, 1989). En ambos casos, la
adquisición de riquezas y su génesis en el consumo de vidas humanas
se presenta casi como una ecuación: producción de cauri = producción
de cadáveres de esclavos. Cuando contemplamos la polifonía de voces
africanas y europeas a partir de los dos temas centrales, vemos que las
disonancias aparentes se entrecruzan una vez más, enriqueciendo de un
nuevo modo los vínculos del cauri con el tráfico de esclavos.

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351
ENTRE LAS GRACIAS Y EL MOLINO SATÁNICO (2.a ed.)*

ÍNDICE

Presentación y agradecimientos

Parte 1
LA SENDA DE LAS TEORÍAS

1. La cultura, ¿panacea o problema?: Eric Wolf


2. El carácter fetichista de la mercancía y su secreto: Karl Marx
3. Aristóteles descubre la economía: Karl Polanyi
4. Génesis de la categoría económica: Louis Dumont
5. Definición formalista de economía: Robbins Burling
6. Maximización como norma, como estrategia y como teoría: comen-
tario sobre las declaraciones programáticas en la Antropología Eco-
nómica: Frank Cancian
7. Economía Política: William Roseberry

Parte 11
LA SENDA DE LAS GRACIAS

8. Antología de El ensayo sobre el don: Maree/ Mauss


9. Acerca de las cosas que se dan, de las cosas que se venden y de las
que no hay que vender ni dar, sino que hay que guardar: una reeva-
luación crítica de El ensayo sobre el don de Marcel Mauss: Maurice
Godelier
10. Acerca de un posible malentendido sobre la obligación de recipro-
cidad: Ignasi Terradas

A este índice remiten los autores marcados con asterisco a lo largo de este libro.

353
EL BOSQUE DE LAS GRACIAS Y SUS PASATIEMPOS

11. El sistema económico como proceso institucionalizado: Karl Polanyi


12. Mercados en África: Introducción: Paul Bohannan y George Da/ton
13. Economía tribal: Marshall Sahlins

Parte III
UNA JIRA ETNOGRÁFICA

14. La renta del afecto: ideología y reproducción social en el cuidado


de los viejos: Susana Narotzky
15. Modelos de género e ideologías del trabajo en Galicia: Paz Moreno
Feliu
16. Semblanzas del caciquismo y del cacique: ]oan Frigolé
17. El Ejido: un experimento de capitalismo moderno: Ubaldo Martí-
nez Veiga
18. Organizar: suspensión de la moralidad y reciprocidad negativa: Paz
Moreno Feliu
1

~ti! Parte IV
LA SENDA DEL MOLINO

'.
,'·~¡!
19. Las tres mercancías ficticias: Karl Polanyi
20. El afecto y el trabajo: la nueva economía, entre la reciprocidad y el

\~
,, capital social: Susana Narotzky
21. El otro desempleo: el sector informal: Ubaldo Martínez Veiga
,,
11
,• ,,,, 22. Las Organizaciones no Gubernamentales y la privatización del de-
sarrollo rural en América Latina: Víctor Bretón
23. Globalización, Mercado, Cultura e Identidad: Isidoro Moreno

354
ÍNDICE GENERAL

Contenido ........................................................................................... . 7
Introducción ........................................................................................ . 11

EL ÁRBOL GENEALÓGICO DEL CAPITAL

1. VARIACIONES EN TORNO AL CAPITALISMO .............................................. .. 21


Las vidas paralelas de la economía y del sistema de mercado .......... . 21
El capitalismo: escalas y variaciones culturales .............................. .. 24
El proceso histórico en Inglaterra: cercados, colonias y resistencia di-
fusa ........................................................................................... . 27
La economía moral .................................................................. .. 31
Milenarismo y disidencia religiosa ............................................ . 32
Protestas políticas y sindicales .................................................. .. 33
Disidencia difusa ....................................................................... . 34
La inmersión etnográfica de Engels ................................................ . 35
La sociedad del capitalismo industrial ............................................ . 38
La antibiografía de Eliza Kendall .................................................... . 39

2. LA IDEOLOGÍA ECONÓMICA Y LA REPRESENTACIÓN DE LA SOCIEDAD............. 45


El lugar de la economía en la sociedad............................................ 45
La caridad cristiana frente a la usura............................................... 49
La amistad, la antidora y la jerarquía.............................................. 54
La ruptura moderna: ideología económica e individualismo............ 58
El fetichismo de las mercancías. El liberalismo económico como uto-
pía y la ética protestante............................................................. 61
El fetichismo de las mercancías................................................... 62
La ética protestante.................................................................... 68
El liberalismo económico como utopía....................................... 70

355
EL BOSQUE DE LAS GRACIAS Y SUS PASATIEMPOS

Contrapunto l. PASATIEMPOS INDIANOS .................................................... . 71


Las migraciones del siglo XIX ......................................................... . 71
El regreso de los indianos ............................................................... . 75
El Betanzos de los hermanos García Naveira ................................. . 79
Pasando el tiempo: pretensiones descriptivas ................................. . 84
El Jardín ................................................................................... . 87
El Parque Enciclopédico ............................................................ . 91
Primer nivel ......................................................................... . 92
Segundo nivel ...................................................................... . 96
Tercer nivel ......................................................................... . 97
Cuarto y quinto nivel .......................................................... . 97
Los parques y jardines como hecho social total .............................. . 98
El jardín escrito .............................................................................. . 100
Ya sabemos: ogni pensiero vola ...................................................... . 104
11
ANTROPOLOGÍA Y ECONOMÍA

3. RuPTURAS ANTROPOLÓGICAS ................................................................ . 113


Mauss y Polanyi ............................................................................. . 115
Mauss y el Ensayo sobre el don ...................................................... . 116
Las tres obligaciones del don ................... ., ................................ . 118
Bases etnográficas del Ensayo .................................................... . 120
La moral del don en la sociedad de mercado ............................. . 122
Karl Polanyi y La gran transformación ........................................... . 125
El rechazo: fundamentos analíticos ........................................... . 125
El doble movimiento ................................................................. . 126
La incrustación y las formas de integración ............................... . 127
La falsa polémica de los años americanos .................................. . 129
El holismo como enfoque: la incrustación de la economía en la so-
ciedad ....................................................................................... . 130
El dominio económico en la alcoba ................................................ . 133
El celibato en Galicia y en el norte de Portugal .......................... . 134
El celibato masculino en el Bearne francés ................................. . 141

4. PRINCiPALES ORIENTACIONES TEÓRICAS .................................................. . 145


La antropología económica en los primeros modelos evolucionistas .. . 146
El impacto etnográfico en las cuatro tradiciones ............................. . 150
La antropología económica en la academia ................................... .. 151
La polémica entre formalistas y substantivistas: encuentros y desen-
cuentros .................................................................................... . 154
Un final etnográfico de la polémica. El abandono de la agricultura
en Fuenterrabía (País Vasco) ...................................................... . 156
Más allá de la polémica: el problema de las escalas y de la gran na-
rrativa ....................................................................................... . 159

356
ÍNDICE GENERAL

Orientaciones teóricas actuales ...................................................... . 161


l. Orientación culturalista ........................................................ . 162
2. Estudiosos de la teoría de toma de decisión ......................... . 162
Estudio de caso: El Paso (Costa Rica) ................................... . 163
3. Antropología marxista .......................................................... . 164
4. Ecología cultural .................................................................. . 165
Tipologías de apropiación de recursos .................................. . 166

Contrapunto 11. PASATIEMPOS MARGINALES. NOCIONES DE ECONOMÍA MARGINA-


LISTA O NEOCLÁSICA: UNA APROXIMACIÓN A LOS MODELOS ECONÓMICOS SUBYA-
CENTES A LA DISCUSIÓN ENTRE FORMALISTAS Y SUBSTANTIVISTAS ............... . 171
Economía neoclásica ...................................................................... . 171
Teoría neoclásica elemental de la elección del consumidor ............. . 173
Observaciones sobre el ejemplo hipotético ..................................... . 174
El modelo microeconómico ........................................................... . 175
Maximización de la utilidad ........................................................... . 175
Una exposición gráfica ................................................................... . 176
La elección del consumidor imaginario de Nueva Guinea .............. . 179
Dificultades para aplicar el modelo en la realidad .......................... . 180
Las consecuencias sociales de las políticas neoclásicas .................... . 186
III
LA CIRCULACIÓN Y EL INTERCAMBIO DE BIENES

5. ECONOMÍA POLÍTICA Y CIRCULACIÓN DE BIENES ...................................... . 193


Uso y abuso de la etiqueta <<economía política>> .............................. . 193
Limitaciones de la cadena de producción, distribución y consumo .. . 194
Modos de producción, de aprovisionamiento e instituciones afines .. . 196
La circulación de bienes ................................................................. . 200
La <<propiedad personal» entre los mongoles ............................. . 201
Transacciones de una sola dirección ............................................... . 203
Furta Sacra ................................................................................ . 205
Kropotkin en el Kalahari: los cazadores-recolectores y la ayuda
mutua ....................................................................................... . 206
El intercambio de dones ............................................................... .. 210
La circulación de riqueza en las islas Trobriand ......................... . 211
La conversión de las mercancías en regalos ............................... . 213
Redistribución y modelo tributario ................................................ . 214

6. LAS INSTITUCIONES DEL INTERCAMBIO: COMERCIO, MERCADO Y DINERO ..... . 219


El comercio ................................................................................... . 220
Tipología de factores institucionales del comercio ..................... . 221
Mercados y sistema de mercado .................................................... . 225
Tipos de mercados locales ...................................... ;.................. . 227
El dinero de la isla Rossel .............................................................. . 230

357
EL BOSQUE DE LAS GRACIAS Y SUS PASATIEMPOS

Dineros sin mercado ...................................................................... . 237


Dinero externo, dinero interno ................................................ .. 238
Dinero comercial y no comercial.. ............................................. . 239
Dinero activo y pasivo 240
Dinero para todo uso, dinero para usos especiales .................... . 240
El dinero y las restricciones morales ......................................... .. 242
Dinero amargo ............................................................................... . 243

Contrapunto III. PASATIEMPOS RECÍPRocos ............................................. .. 247


Démosle otra oportunidad a la reciprocidad .................................. . 247
La reciprocidad negativa en filigrana ............................................. .. 248
El subtexto de la reciprocidad .................................................. .. 248
Gouldner, Sahlins y Bourdieu: el continuo de la reciprocidad .... . 250
La ruptura con el concepto de reciprocidad ............................... . 253
El marco comparativo: breves calas etnográficas ............................ . 255
Reciprocidad y redistribución .................................................. .. 255
Rebeldía, justicia y violencia ...................................................... . 257

~ .. IV
LAS MERCANCÍAS FICTICIAS
,. .. ~ 1
1';¡11

1 \ 7. LAS MERCANCÍAS Y EL CONSUMO .......................................................... . 263


1 . 1
La globalización y el consumo ........................................................ . 263

~J '
El análisis del consumo en las ciencias sociales ............................... .
Consumo en otras sociedades: rango, clase, género
La revolución del siglo XVIII
264
266
268
• • '•' l'~" '" El mundo de los bienes ............................................................ .. 269
El aparato del consumo ............................................................. . 269
El mundo de las clases y del género ........................................... . 270
Consolidación del consumo: Europa-Estados Unidos, 1850-1930 .. . 272
El aparato del consumo ............................................................. . 272
Cambios en el comercio y en la forma de vender 272
Consumo y control del tiempo ............................................. . 273
La publicidad y nuevas formas de venta 274
Bienes ....................................................................................... . 276
Comercio del ocio ..................................................................... . 277
Las nuevas formas de vida y el consumo .................................... . 279
La percepción del consumo en las colonias ................................... .. 280
Los cultos cargo: el regreso de los antepasados 280

8. EL TRABAJO, LA NATURALEZA Y EL DINERO ............................................. . 283


j¡. Polanyi y las mercancías ficticias ................................................... .. 283
¡1
El bautizo del billete ...................................................................... . 286
La economía sumergida o informal................................................. 288

,,,
358
111

1!
ÍNDICE GENERAL

La interdependencia entre los dos sectores 291


El control del trabajo 294
Las nuevas Eliza Kendall en la cadena de montaje en Indonesia ..... . 297

Contrapunto IV. PASATIEMPOS SATÁNICOS 303


El lastre de los esclavos: el circuito del cauri 303
Las islas Maldivas y el cauri 306
Aspectos técnicos de la producción del maneta 307
El monopolio real ..................................................................... . 308
El dinero de las Maldivas 309
El cauri y sus rutas ......................................................................... . 309
Los europeos y el cauri 310
África occidental ............................................................................ . 313
África occidental y las rutas comerciales 315
Comercio interno 316
Comercio de larga distancia ..................................................... .. 317
El cauri como dinero ..................................................................... . 321
El cauri en África 323
Cauri y sociedad 324
Técnicas de contabilidad del cauri 325
El cauri y el tráfico de esclavos 327
Surgimiento del comercio de esclavos 327
El cauri y la compra de esclavos ................................................ . 329
Epílogo .......................................................................................... . 329

Bibliografía 335
Índice general ...................................................................................... . 355

359

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