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Texto 1

Las grandes mineras tienen mucho y van por más este año
Escrito por Álvaro Pardo enero 14, 2019
Aprovechando el impulso que les ha dado el
gobierno, las multinacionales están
envalentonadas y siguen acrecentando su
poder. Estos son los hechos, estos son los
proyectos, y estas son las regiones que están
siendo afectadas.
Imponiendo el orden privado

A fines del año pasado la Gran Colombia Gold


Corp (GCG) solicitó al gobierno garantizar sus
derechos “mediante el despliegue militar y
policial, así como de cualquier otra fuerza,
necesarios para combatir la minería ilícita”. Pero, ¿a qué otra fuerza se refiere? ¿A los grupos armados ilegales
que operan por la zona?
En una comunicación conocida a comienzo de este año, la minera canadiense señaló que sus títulos
en Marmato, Remedios y Segovia se encuentran “plagados” de mineros ilegales, que el gobierno no les ha dado
la protección necesaria para remover a los “invasores” y que los operativos de las autoridades son “francamente
decepcionantes”.
Los términos utilizados por Lombardo Paredes, director general de la minera, fueron claramente desobligantes
con el gobierno colombiano. Sus palabras desconocen la historia y la realidad de miles de mineros ancestrales
que las normas oficiales han arrinconado en la minería ilegal. Además, estigmatiza a la Mesa Minera que
promueve el diálogo entre las partes, incita a la violencia y sugiere una futura demanda en cortes internacionales
por “graves perjuicios a GCG”.

Más preocupante todavía es el hecho de que no se trate de un reclamo aislado sino de la tendencia general de las
compañías mineras, especialmente de las multinacionales, que quieren imponer por cualquier vía el modelo
extractivista que favorece a sus intereses.

Muchas de ellas han tomado nuevos aires gracias al relanzamiento desde la Casa de Nariño de la “confianza
inversionista y la seguridad jurídica”, la defensa de sus privilegios tributarios en el Congreso y el recorte de
derechos de los ciudadanos por parte de la Corte Constitucional. Con el viento a su favor, se prevé en este año
la exacerbación de los conflictos en el sector minero y petrolero.

Le recomendamos: De cómo las empresas mineras se llevan todo y no nos dejan nada.
Marmato, Remedios y Segovia
Aunque otros voceros de la GCG
trataron de enmendar las palabras de
Paredes, el daño estaba hecho y el
mensaje de la empresa produjo la
esperable reacción entre los mineros
ancestrales e informales de las regiones
afectadas.

Hay que recordar que la GCG no ha


contribuido a la solución del problema,
pues nunca hizo la cesión de las áreas
para formalizar a los mineros ya
existentes que quedaron dentro del territorio que le concedían sus títulos y suscribió 44 contratos de operación
minera que le sirven de anillo de seguridad a sus operaciones y cuyos beneficiarios también están en conflicto y
desplazan a los mineros tradicionales.

Las multinacionales invitadas a Colombia están obligadas a acatar la Constitución y de ninguna manera
deben entrometerse en asuntos internos.

Entre tanto la violencia se ha agudizado en la región por la presencia de numerosas organizaciones al margen de
la ley: las Autodefensas Gaitanistas, los Urabeños, los Libertadores del Nordeste, Nueva Generación, los Zetas,
la Mano que Limpia, las Águilas Negras y algunos remanentes de la guerrilla. ¿A cuál de estas fuerzas se refiere
el comunicado de la GCG? ¿Cómo se explica que muchas de ellas no existían hace pocos años?

AGA en Jericó y Támesis (Antioquia)

El concejo municipal de Jericó prohibió la minería mediante un acuerdo avalado por el alcalde y apoyado por la
comunidad. AngloGold Ashanti (AGA), en alianza con las autoridades mineras nacional y departamental y la
Gobernación, ha respondido con acciones que van desde amenazas y demandas contra las autoridades
territoriales por supuesta extralimitación de funciones, hasta demandas también contra el acuerdo ante el
Tribunal Administrativo de Antioquia y el Consejo de Estado.

Según denuncias de campesinos de la zona de Palocabildo, los acuerdos municipales han sido desconocidos por
AGA, la cual continúa como Pedro por su casa desarrollando trabajos de exploración, ignorando la decisión del
pueblo, la autonomía de los territorios y las competencias de los concejos municipales.

No se puede olvidar que las multinacionales invitadas a Colombia están obligadas a acatar la Constitución y de
ninguna manera deben entrometerse en asuntos internos que competen los ciudadanos y a sus gobernantes.

Esta empresa es conocida por tratar de imponer su modelo extractivista, dividiendo a la población con
campañas sobre una supuesta “minería responsable” que promete “inversión social”, al mismo tiempo que
contribuye a estigmatizar los líderes comunitarios.
AGA ha anunciado una inversión de 5.500 millones de pesos en programas sociales que se ejecutarán este año,
en un momento que curiosamente coincidirá con el periodo preelectoral y con la elección de alcaldes y
concejales. ¿Estamos frente a un caso de mermelada privada?

Puede leer: Petróleo y minería: ¿cómo será el nuevo año?


Minesa en Santurbán

En marzo de 2018 la empresa árabe Minesa S.A. desistió del proceso de licenciamiento ambiental para ejecutar
un proyecto a gran escala en el páramo de Santurbán y hasta el momento no ha presentado el estudio de impacto
ambiental para reiniciar ese proceso. Sin embargo, Minesa adelanta labores de alistamiento, como si ya tuviera
en sus manos la licencia.
En una visita a la zona en diciembre pude ver un acelerado proceso de construcción de viviendas en las orillas
de la carretera entre Suratá y California, así como una notoria migración de foráneos a la zona de operación, un
mayor flujo vehicular y una enorme rivalidad entre los que se oponen y los que apoyan el proyecto minero,
alimentada por el programa de gestión social de la empresa.

Las grandes mineras, buscan por todos los medios imponer un modelo extractivista que les garantice,
disponer a su antojo de recursos escasos.

Es un hecho que Minesa no tiene la licencia ambiental, pero actúa como si el gobierno ya le hubiera dado luz
verde al proyecto. Así se explica que continúe el programa de “Restablecimiento Integral de las Condiciones de
Vida” y el “Plan de Acción para el Reasentamiento” de centenares de familias que deberán abandonar sus
tierras por el proyecto minero. Además, la empresa ha levantado un censo de las familias que deberán ser
reasentadas, un inventario de predios, y ha hecho promesas de compra de tierras y de reubicación.

Pero el gobierno no debería entregar la licencia ambiental sin haber evaluado las investigaciones pertinentes.
Estudios como el del ingeniero santandereano Gonzalo Peña demuestran que la zona es más rica en óxido de
uranio que en oro. Por ejemplo, en el municipio de California se pueden obtener de 500 a 20.000 gramos de
óxido de uranio por cada tonelada de material removido, según los estudios que desde 1910 se han hecho en la
región.
Greystar reveló en su estudio de impacto ambiental la existencia de 39,2 gramos de óxido de uranio por
tonelada, pero Minesa apenas 19 gramos. Estas cifras son muy inferiores a las que muestran los estudios
anteriores (y muy convenientes para los intereses de estas empresas).

Minesa planea arrojar el óxido de uranio y otros metales de alto riesgo en un depósito permanente frente al
casco urbano de Suratá. Como se ve, los riesgos para la salud de los habitantes del páramo y de Bucaramanga
son enormes y ameritan que el gobierno intervenga.

El volumen del óxido de uranio contrasta dramáticamente con los datos presentados el año pasado por Minesa
en su estudio de impacto ambiental, según el cual se pueden encontrar 43,37 gramos de oro por tonelada de
material extraído.
Un intento de la Procuraduría regional por atender las denuncias contra Minesa fue frustrado en octubre pasado
cuando la empresa negó su acceso a la mina. Parece que las multinacionales mineras piensan que el área de su
título es república independiente y que el mineral in situ es de su propiedad y no un bien público.
Lea en Razón Pública: Drummond, un desastre ambiental, ecológico y social.
Los estragos de Drummond
En octubre del año pasado un juez de Ciénaga,
Magdalena, absolvió por delitos contra el medio
ambiente a varios empleados de Drummond que
habían sido acusados por la Fiscalía por el
vertimiento de un volumen incierto de carbón al
mar en enero de 2012.

La cantidad de carbón vertido al mar es tan


incierta como las razones que llevaron al juez a
fallar a favor de dicha multinacional. La poca
información que se conoce fue publicada por la
revista Semana.
La Autoridad Nacional de Licencias Ambientales multó a Drummond por estos hechos y le impuso un pago
cercano a los 7.000 millones de pesos. Pero la absolución por estos hechos no fue claro ni contundente en la
instancia judicial.

Este constituye un triunfo más para la empresa, la cual, gracias a su grupo de abogados, suele dilatar los
procesos, los gana en tribunales locales utilizando toda suerte de recursos o, en algunos casos, incluso demanda
y gana.
¿Por qué pasa todo esto? Porque las grandes mineras, especialmente las multinacionales, buscan por todos los
medios imponer un modelo extractivista que les garantice, además de millonarias utilidades, disponer a su
antojo de recursos escasos. Es el mismo modelo que el gobierno impulsa en nombre del desarrollo económico y
el bienestar de los colombianos.

*Economista, especialista en Derecho Minero-Energético y en Derecho Constitucional.

Texto 2

¿Qué está pasando con el tráfico de oro en Colombia?

El tráfico de oro ha aumentado considerablemente en los últimos años. ¿Cómo funciona y a quiénes
beneficia?

Un negocio en ascenso

Oro escondido en las vísceras de peces o en la nariz de aviones privados, oro transportado en lanchas rápidas o
en avionetas junto con cargamentos de cocaína que salen de la costa pacífica o caribe, oro “pitufeado” en
pequeñas cantidades por correos humanos, “turistas” que viajan con “sus” joyas, inmigrantes que sirven de
mensajeros para los traficantes e inclusive curas falsos que viajan con crucifijos de oro.

Durante los últimos años se ha disparado el tráfico de oro en la región andina y el caribe: pasó de ser anecdótico
a representar una fuente de financiación para las redes mafiosas y organizaciones criminales que operan en la
región. Mucho se ha dicho en los últimos años sobre la extracción ilícita de este metal precioso, pero poco sobre
su tráfico.

El oro es un producto casi perfecto para el lavado de dinero. Es legal, su valor es muy alto en relación con su
peso y volumen, es fácilmente fundible, no tiene olor y es difícil rastrearlo.

En los años 70, los delincuentes ya recurrían al tráfico de oro para lavar sus ganancias provenientes del
narcotráfico. Traían lingotes comprados en el exterior con dinero del narcotráfico, para después fundirlos y
hacerlos pasar como parte de la producción nacional.

Durante casi cuarenta años, el oro fue traído ilegalmente de países como Panamá, Perú, Venezuela o Uruguay, y
Colombia presentó la particularidad de exportar más oro del que producía. En ese entonces, nadie le prestó
mucha atención al fenómeno, probablemente porque el gobierno se beneficiaba en tanto el oro blanqueado
pagaba impuestos en el momento de ser reexportado legalmente.

Sin embargo, desde hace tres o cuatro años, los flujos empezaron a cambiar de dirección, es decir que
cantidades cada vez mayores de oro extraído ilícitamente de las zonas mineras remotas de Colombia empezaron
a ser contrabandeadas hacia otros países de la región —sin que el contrabando desde afuera hacia adentro
hubiera desaparecido—.
En lanchas rápidas, entre cargamentos o incluso entre peces transportan el oro ilegal.
Como es natural, no existen estadísticas, sino estimaciones y especulaciones, pero teniendo en cuenta las cifras
estatales, se cree que en apenas dos o tres años, el tráfico de oro de Colombia hacia el exterior habría pasado de
entre cinco y diez toneladas por año, a más de veinticinco. Parte del descenso en la producción oficial de oro en
2017 y 2018 se explica de esta manera.

¿A qué se debe el aumento del tráfico?

Primero que todo, a los esfuerzos de las autoridades colombianas para combatir la minería criminal.

Aunque parezca paradójico, resulta que el aumento de las medidas de control y de fiscalización adoptadas por
Colombia y por la comunidad internacional para frenar la minería criminal —El Registro Único de
Comerciantes (RUCOM) en Colombia, la guía de debida diligencia de la OECD, la nueva reglamentación
europea sobre minerales responsables…—, junto con los escándalos alrededor de unas comercializadores y/o
refinadoras de oro, han hecho que camuflar el oro de origen ilícito dentro de la producción legal del país se
vuelva más riesgoso y complicado.

Las organizaciones criminales hicieron cuentas y concluyeron que era mejor comprar el oro a bajo precio a unos
mineros sin permiso y sacarlo ilegalmente del país por las rutas de tráfico.

Modus operandi y rutas de tráfico


El modus operandi y las rutas de tráfico del oro son muy parecidas a los del tráfico de drogas: lanchas rápidas
que salen del Golfo de Urabá para Panamá, al otro lado de la frontera (La Miel) o un poco más lejos
(archipiélago de San Blas).

Barcos “pescadores” también recolectan oro en los pueblos de la costa pacífica colombiana, suben desde el
suroccidente del país (Timbiquí, López de Micay) hasta Panamá y pasan por las costas del Chocó. Avionetas
privadas y vuelos chárter salen de Medellín, Pereira, Cali, Palmira, Timbiquí, Barranquilla, Cartagena,
Bucaramanga, Cúcuta, Riohacha o Santa Marta hasta la ciudad de Panamá, Colón, Aruba, Curacao, Bonaire,
San Martín y Barbados, para legalizar su mercancía o retanquear y seguir hasta Texas o la Florida. Oro
camuflado en vehículos o embarcaciones que desde zonas mineras nariñenses van hasta Pasto, Ipiales, por un
lado, o Esmeraldas por el otro, para después terminar en Quito o Guayaquil…

Una vez legalizado, mezclado y fundido para esconder su verdadero origen, evadir controles y hacer imposible
el rastreo, buena parte del oro va a parar en las grandes refinerías de Europa, Turquía, Medio Oriente, Asia o
Estados Unidos.

Tras el cierre de la frontera entre Venezuela y las islas caribeñas holandesas producto de la crisis de
contrabando de oro hacia esas islas en enero de 2018, el oro sacado ilegalmente del arco minero venezolano ha
tomado otras rutas (Republica Dominicana, San Martin, Guyana, Surinam) y Colombia se ha convertido en uno
de esos puntos de tránsito para el tráfico de oro.

A partir de enero de 2018, los vuelos chárter y privados que viajan desde Venezuela hacia Cúcuta, Riohacha,
Bucaramanga, Cartagena, o Barranquilla han aumento de manera sospechosa. El número de “turistas” en vuelos
comerciales hacia el Caribe provenientes de Colombia también han aumentado de modo inexplicable.

Por otra parte, y como ocurre en otras partes del mundo, la crisis migratoria de Venezuela ha sido aprovechada
por organizaciones criminales que usan a los inmigrantes como correos humanos.

La Fiscalía colombiana ha venido investigando a unas comercializadoras sospechosas de comprar oro ilegal
proveniente de Venezuela. Hasta los grupos armados ilegales que “regulan” la actividad minera en el país
vecino han participado en este tráfico, aprovechando su presencia en ambos lados de la frontera y su
conocimiento de las rutas de narcotráfico para captar parte de esas rentas criminales.
Texto 3

Consultas populares contra la minería: un despropósito jurídico, económico y ambiental


Avaladas por la Corte Constitucional y aplaudidas como una conquista social, estas consultas locales
contradicen la Constitución, desordenan las finanzas estatales, fomentan la minería ilegal, espantan los
inversionistas y traerán demandas millonarias.

Claudia Fonseca Jaramillo*

Un asunto nacional y no local

Mediante las Sentencias C-035, C-273 y T-445 de 2016, la Corte Constitucional respaldó las decisiones de los
entes territoriales que pretendan restringir, vetar o prohibir parcial o completamente las actividades mineras en
Colombia.
Estas sentencias desconocen de manera flagrante lo que la Constitución dispone sobre esta materia y además
acarrean un gran riesgo ambiental, económico y regulatorio, bajo el pretexto (equivocado) de conservar el
ambiente e impedir la modificación del uso del suelo de un territorio.
Estas decisiones de la Corte Constitucional desconocen el régimen de propiedad de los recursos naturales no
renovables ubicados en el subsuelo o suelo colombiano, los cuales son de propiedad del Estado de conformidad
con el artículo 332 de nuestra Constitución (con la salvedad de los derechos adquiridos).

Por este motivo en el año 2001 el legislador había considerado imperioso declarar la actividad minera de
utilidad pública y prohibir la existencia de zonas que fueran excluidas de la minería de forma temporal o
permanente. Pero esta decisión ha sido declarada inconstitucional en virtud de la Sentencia C-273 de 2016.

Limitación debería ser planteada única y exclusivamente por el presidente de la República.

Admitir la consulta local para estos efectos implica permitir que las autoridades municipales limiten una
actividad de utilidad pública e interés nacional, como es la minería. Pero esta limitación debería ser planteada
única y exclusivamente por el presidente de la República para que sea todo el pueblo colombiano quien decida
si quiere limitar una actividad industrial que trasciende la esfera de lo local.

En efecto, ni los beneficios ni los costos (económicos, sociales o ambientales) de un proyecto minero se limitan
al ámbito local sino que afectan al país en su conjunto y al fisco nacional. Por eso la minería es una actividad de
“utilidad pública e interés social”, y por eso así lo establece el artículo 13 del Código de Minas.
Preguntas sesgadas

La forma como han venido siendo formuladas las preguntas de la consulta popular en varios municipios, como
es el caso de Cajamarca, no tiene ninguna clase de sustento técnico, sino que buscan prohibir sin fundamento
legal actividades lícitas permitidas por la legislación colombiana.

Las preguntas en cuestión suelen estar sesgadas es decir, inducen una respuesta desfavorable para el proyecto
minero en cuestión o- más todavía- para cualquier actividad económica que pueda afectar o limitar el
abastecimiento de agua potable para el consumo humano o la vocación agrícola de las regiones. De este modo
no se restringen apenas las industrias extractivas sino también los proyectos de generación de energía o de
construcción de grandes obras de infraestructura, pues estas actividades también pueden causar impacto
ambiental y modificar el uso del suelo.

Siguiendo los lineamientos constitucionales, una consulta popular debería estar fundamentada en el marco de un
Estado Social de Derecho, es decir que debería basarse en normas definidas y ya promulgadas, y no debe ser
usada como un mecanismo para estigmatizar una actividad legítima en un país para convertirla en una especie
de actividad ilegal y fomentar, de paso, la minería ilegal.

Dichos recursos minerales seguramente serán extraídos de forma ilegal.

Con la prohibición de las actividades mineras en un municipio determinado, no desaparece el mineral existente
y dichos recursos minerales seguramente serán extraídos de forma ilegal, sin prácticas ambientalmente seguras,
lo que produciría un impacto mucho mayor que aquel que hubiese producido la minería legal.
Consultoría por explotación minera
Foto: Congreso de la república de Colombia

Las preguntas correctas

Ante cada consulta popular lo responsable sería que el Tribunal Administrativo, a quien corresponde determinar
la constitucionalidad de la pregunta, dé respuesta los siguientes interrogantes antes de proferir una sentencia:

1. ¿La minería es una actividad legalmente permitida?


2. Si está permitida, ¿va en contra de las normas vigentes de protección ambiental?, y
3. Al permitir la consulta popular local ¿no se estaría afirmando que las autoridades ambientales son
incompetentes para cumplir sus funciones constitucionales y legales, otorgar licencias y garantizar la protección
el medio ambiente?
Por otro lado no debe olvidarse que la explotación de un recurso natural no renovable le crea al Estado una
contraprestación económica a título de regalía, de conformidad con lo dispuesto en el artículo 360 de la
Constitución. Y únicamente una ley puede determinar la “distribución, objetivos, fines, administración,
ejecución, control, el uso eficiente y la destinación de los ingresos provenientes de la explotación de los
recursos naturales no renovables precisando las condiciones de participación de sus beneficiarios”.

Las consultas populares que pretenden prohibir la actividad minera en un municipio determinado, además de
transgredir lo dispuesto en la Constitución en relación con la propiedad del suelo y del subsuelo, desarticulan el
régimen económico y de la hacienda pública dispuesto también por nuestras leyes, al otorgarle a los entes
territoriales la decisión de explotar o no los recursos naturales existentes en su territorio.

Esto quiere decir que dejan a su arbitrio la causación de las regalías correspondientes a dicha explotación, unas
regalías que le pertenecen a la Nación, es decir, a todos los colombianos y no a un determinado ente territorial.

Seguir admitiendo y dejando en firme consultas populares como la recientemente realizada en Cajamarca
implicaría admitir una injerencia directa de los entes territoriales en las finanzas públicas nacionales, extraer
recursos disponibles derivados del pago de regalías e impuestos y desconocer abiertamente el principio de
unidad que la Constitución consagra de manera expresa.

Las competencias del Estado central y los entes territoriales están claramente delimitadas por la ley, con
fundamento en sólidos postulados de teoría del Estado y no por razones meramente accidentales. Los derechos
del Estado, en todos sus ramos, permanecen en el tiempo, sin que sea posible por deseo de unos pocos entes
territoriales alterar todo el orden económico nacional y en especial las finanzas públicas del Estado.

Una oleada de riesgos

Sería útil que el Gobierno nacional, a través de su facultad legislativa, pusiera orden al caos causado por los
entes territoriales y avalado por nuestra Corte Constitucional. De lo contrario a los municipios del Tolima les
seguirán aquellos municipios de Boyacá tradicionalmente mineros, luego aquellos municipios en donde hay
exploración y explotación de hidrocarburos, para finalmente desatar una ola de consultas populares a lo largo y
ancho del país que acabará no solo con la tímida locomotora minera que el gobierno trató de hacer arrancar,
sino con la autosuficiencia de hidrocarburos de la Nación, la autosuficiencia energética y las grandes obras de
infraestructura o concesiones aún incipientes.

La rama Legislativa debe controlar el uso del suelo en los entes territoriales y esto no implica desde ningún
punto de vista un desconocimiento de los derechos de dichos entes, sino, por el contrario, un reconocimiento
expreso de estos derechos con anterioridad a la adjudicación por parte del Estado de un área en concesión a un
particular.

Cuando un particular suscribe el contrato de concesión o título habilitante debe tener certeza sobre las áreas en
las cuales puede y no puede ejercer su actividad, y dicha certeza no puede ser modificada cuando ya se hayan
realizado inversiones millonarias por una decisión de los entes municipales, sin reparación económica alguna.

Finalmente, no debe perderse de vista que varios de los contratos suscritos con el Estado colombiano para la
explotación de recursos naturales, generación de energía y construcción de infraestructura han sido firmados por
personas jurídicas extranjeras protegidas por tratados de inversión. La decisión de restringir el uso del suelo
para las actividades descritas en el contrato constituye un claro ejemplo de expropiación en términos de
inversión y por esa razón podrían comenzar a lloverle arbitrajes de inversión al Estado colombiano.
Texto 4
Los municipios y la minería: ¿Qué alternativas quedan?

El Tribunal Administrativo del Quindío tumbó el acuerdo municipal que prohibió la minería en Salento.
La jurisprudencia sobre participación en asuntos ambientales abre nuevos escenarios para la defensa de
los territorios.

Por Clara Juliana Neira* razonpublica.com

¿Qué pasó en Salento?

En abril de 2018, el alcalde de Salento (Quindío) anunció que su municipio seguiría el ejemplo de sus vecinos
de Pijao, quienes le dijeron “No” a la minería en una consulta popular que fue votada tras una batalla jurídica
que se extendió durante más de dos años. El Concejo Municipal ya había respaldado la propuesta y el Tribunal
Administrativo del Quindío encontró que se ajustaba a la Constitución. Las elecciones fueron programadas para
el domingo 15 de julio.

Sin embargo, al igual que otras veinte consultas populares promovidas entre 2015 y 2018, la de Salento fue
suspendida cuando la Registraduría informó que no contaba con recursos para organizar las jornadas electorales
y que el ministerio de Hacienda se rehusaba a transferirlos.

Los salentinos no se quedaron cruzados de brazos y, en febrero de este año, aprobaron un acuerdo que prohíbe
la minería de metales y piedras preciosas en su municipio. Hace unos días, el acuerdo fue invalidado por el
Tribunal Administrativo del Quindío.

La decisión inquieta a los municipios que, tras verse desprovistos de las consultas populares, encontraron en los
acuerdos una forma de impedir la ejecución de proyectos que consideran lesivos del ambiente, de los modos de
vida y de las tradiciones culturales de sus habitantes.

Pero el debate no se ha cerrado, pues las comunidades tienen otros medios para oponerse a dichos proyectos.
Los tribunales administrativos y el Consejo de Estado podrían convertirse en unos de sus aliados más
importantes.
Lea en Razón Pública: Las grandes mineras tienen mucho y van por más este año.

¿Y las consultas populares?

La Ley 134 de 1994 atribuye a los tribunales administrativos la tarea de verificar que las consultas populares se
ajusten a la Constitución. Eso depende, básicamente, de dos cosas: el asunto a consultar debe ser de
competencia de quien lo convoca y la pregunta debe redactarse de forma clara y neutra, de modo que respete la
libre elección del votante.

La consulta pionera que los habitantes de Piedras promovieron en 2013 planteó un dilema que los tribunales
resolvieron, con distintos enfoques, durante estos seis años: ¿Pueden los municipios vetar actividades minero
energéticas, en ejercicio de sus competencias sobre ordenamiento territorial, reglamentación de los usos del
suelo y defensa de su patrimonio cultural y ecológico?

Los tribunales de Tolima y de Casanare decidieron que sí al examinar las consultas de Piedras, Recetor,
Monterrey y Tauramena.

Foto: Gobernación del Quindío


Valle del Cocora.

El del Tolima tuvo en cuenta la prevalencia constitucional del derecho a gozar de un ambiente sano y el de
Casanare, el principio de autonomía territorial y el derecho a participar en el ejercicio y control del poder
político.

La Sentencia SU-095 de 2018 resolvió que la minería y la explotación petrolera no podrían vetarse a
través de las consultas populares.

En cambio, las consultas de Urrao, Caicedo, Pueblo Rico, Medina y Pijao fueron declaradas inconstitucionales
con fundamento en la Sentencia C-123 de 2014. Para los tribunales de Antioquia, Cundinamarca y Quindío, el
hecho de que la autorización de actividades mineras dependiera de una concertación entre la Nación y los
municipios impedía a estos últimos excluir zonas de la minería unilateralmente.

En 2016, al revisar la consulta de Pijao, la Corte Constitucional precisó que la competencia de los municipios
para proteger el ambiente y regular los usos del suelo los habilita para prohibir la minería. El gobierno, la
Procuraduría, dos gremios y una firma de abogados pidieron anular el fallo y, aunque las solicitudes no
prosperaron, los salvamentos de voto anticiparon que el futuro de las consultas populares estaría en manos de
los nuevos integrantes de la Corte.

Mientras tanto, fueron promovidas alrededor de sesenta consultas. La mitad fueron declaradas constitucionales
y solo siete alcanzaron a votarse antes de que se agotaran los recursos que las financiaban y de que la nueva
Corte unificara su jurisprudencia sobre el tema. Fue así como los pobladores de más de veinte municipios
–incluyendo a los de Salento– vieron frustrado su deseo de participar en la toma de decisiones que, aunque los
afectan, se siguen adoptando a sus espaldas.

El futuro de los acuerdos

La nueva Corte quedó integrada a finales de 2017, con algunos magistrados cercanos a intereses corporativos y
al gobierno que le asignó el título de “locomotora del desarrollo” al sector minero energético. Por eso, y ante el
nuevo ciclo de consultas, se esperaba que seleccionara pronto un caso sobre la materia. Las
magistradas Cristina Pardo y Diana Fajardoeligieron la tutela que Mansarovar Energy promovió contra la
consulta de Cumaral.

Un año después, la Corte anunció su decisión. La Sentencia SU-095 de 2018 resolvió que la minería y la
explotación petrolera no podrían vetarse a través de las consultas populares, por dos razones:

 La consulta es un instrumento “focalizado y limitado” que no es apto para dar “discusiones ampliadas,
sistemáticas e integrales de una materia compleja”, como la de prohibir proyectos minero-energéticos.
 La explotación del subsuelo compete a la Nación y a los territorios. Las tensiones en el ejercicio de esa
competencia deben resolverse a la luz de los principios de coordinación, subsidiariedad y concurrencia, lo
que excluye la imposición de vetos y hace inviables las consultas.

El primer argumento es discutible: ¿acaso no fue una consulta popular la que definió la convocatoria de la
Asamblea Nacional Constituyente?, ¿acaso el apoyo al Acuerdo de Paz no se midió a través de un plebiscito? Si
bien la conveniencia de adoptar esas decisiones a través de los mecanismos de la democracia directa puede
controvertirse, de ahí a afirmar que someter asuntos complejos a consulta popular es inconstitucional hay
mucho trecho.

La consulta previa ha sido una de las vías más efectivas para proteger los territorios afectados por
proyectos de desarrollo.

El segundo argumento pasa por alto que las decisiones sobre la explotación de los recursos naturales no
renovables han sido adoptadas al margen de las entidades territoriales durante años, lo que ha supuesto un veto
a su participación en estos temas. ¿Qué opción les queda, mientras se diseña el instrumento de coordinación y
concurrencia al que alude la sentencia?

La Corte guardó silencio al respecto, lo que explica las distintas posturas que han adoptado los tribunales
administrativos y el Consejo de Estado al estudiar las consultas pendientes, los acuerdos municipales y las
tutelas promovidas contra esas decisiones.
En la actualidad, acuerdos como el de Jericó y el de Urrao siguen vigentes: un juzgado de Medellín se negó a
suspender el primero y el Consejo de Estado consideró acorde con la Constitución el segundo, en una decisión
que reivindica el principio de participación ciudadana y el papel de los planes de ordenamiento territorial como
escenarios de coordinación entre la Nación y los territorios.

La Corte estudia ese último caso actualmente. Aun si esa opción se cerrara, subsistiría la de la jurisprudencia
sobre el derecho que tienen las comunidades potencialmente afectadas por actividades extractivas a participar,
activa y efectivamente, en la definición de sus impactos.

Le recomendamos: ¿Podrán los municipios decidir sobre la minería en sus territorios?

Participación ciudadana

La consulta previa ha sido una de las vías más efectivas para proteger los territorios afectados por proyectos de
desarrollo. Las comunidades indígenas y afrocolombianas han obtenido importantes conquistas jurídicas al
reclamar la garantía de ese derecho.

A raíz de los conflictos sociales y ambientales que ha suscitado la locomotora minero-energética, otras
poblaciones se han preguntado si tienen derecho a participar en la adopción de decisiones que podrían
afectarlas, aún si no reivindican una identidad étnica diversa.

Foto: Alcaldía de Bucaramanga


El derecho ambiental a la participación ambiental involucra espacios que incorporen el conocimiento
local y la voz de los afectados.

Aunque la jurisprudencia sobre el derecho a la participación de las comunidades que soportan las cargas
ambientales de políticas y obras de infraestructura es profusa, fue una decisión de 2014 la que sistematizó las
pautas para garantizarlo, en respuesta a la tutela formulada por varias familias campesinas afectadas por la
construcción de un relleno sanitario en Cantagallo.

El fallo precisó que el derecho fundamental a la participación ambiental involucra espacios de participación,
información y concertación que incorporen el conocimiento local y la voz de los afectados; la financiación de la
asesoría necesaria para que la intervención de las comunidades sea efectiva y la verificación de los
compromisos acordados.

A la luz de la decisión que condicionó la constitucionalidad de la titulación minera al agotamiento de un


procedimiento “que asegure la participación ciudadana sin perjuicio de la especial de los grupos étnicamente
diferenciados”, la sentencia de Cantagallo, así como las de Marmato y Santurbán, que contemplaron
escenarios participativos de esas características, abren múltiples posibilidades de litigio. Habrá que ver si las
concesiones otorgadas en Salento incluyeron esos espacios y qué dice la jurisdicción contenciosa sobre la
validez de esos títulos.

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