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Fdocuments - MX Duerrenmatt Friedrich La Visita de La Vieja Dama
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FRIEDRICH DÜRRENMATT
PERSONAJES
Visitantes:
(Armenian-Oil).
• MARIDOS VII, VIII, IX.
• BOBBY, el Lacayo.
• TOBY y ROBY, monstruos que mastican chicle.
• KOBY y LOBY, ciegos.
• ELÍAS ILL
• SU MUJER
• SU HIJA
• SU HIJO
• EL ALCALDE
• EL PÁRROCO
• EL DOCTOR
• EL POLICÍA
• EL PRIMERO
• EL SEGUNDO
• EL TERCERO
• EL CUARTO
• EL PINTOR
• MUJER I
• MUJER II
• LUISA
Los otros:
• JEFE DE ESTACIÓN
• JEFE DEL TREN
• REVISOR
• RECAUDADOR
Los meticones:
• REPORTERO I
• REPORTERO II
• LOCUTOR
• CAMERAMAN
ACTO PRIMERO
muertas del bosque de Weiler, con el pelo rojo suelto al aire, ágil,
esbelta, delicada y condenadamente hermosa. Luego, la vida nos
separó... como tan a menudo.
ALCALDE.—Necesito algunos detalles biográficos sobre la vida de la
señora Zajanassian para el discurso después del banquete. (Saca una
agenda y se dispone a escribir.)
MAESTRO.—He repasado las calificaciones escolares de la época.
Desgraciadamente, las notas de Clara Waescher dejaban mucho que
desear. Lo mismo puede decirse de su comportamiento. El único
aprobado, en Zoología y Botánica.
ALCALDE.—Estupendo. Un aprobado en ambas materias está pero que
muy bien.
ELÍAS.—Una cosa importante: Clarita tenía un amor muy arraigado por
la justicia. Recuerdo que una vez dos guardas llevaban detenido a un
vagabundo y Clarita, indignada, apedreó a los policías.
ALCALDE.—Perfecto. Amor a la justicia. Eso es siempre de mucho
efecto. Sin embargo, acaso fuera mejor que no mencionásemos la
anécdota del vagabundo.
ELÍAS.—También era muy caritativa. Todo lo que tenía lo repartía.
Recuerdo que robaba patatas para una pobre viuda.
ALCALDE.—Amor a la beneficencia. Esto es algo que he de resaltar sin
falta. Una cosa: ¿Recuerda alguien un edificio en la ciudad construido
por su padre? Sería un detalle conmovedor.
TODOS.—No recuerdo.
ALCALDE.—Bien. Por mi parte, tengo bastante. El resto es cosa de don
Elías.
ELÍAS.—¡Lo sé! ¡Lo sé! Clara debía soltar algunos millones.
ALCALDE.—Eso es. Millones.
MAESTRO.—Pero en metálico. Una Casa-Cuna, por ejemplo, no nos
sacaría de miserias.
ALCALDE.—Querido don Elías... Ya hace tiempo que usted es la persona
más querida de Gula. Como usted sabe, en primavera termina mi
mandato municipal. He hablado con la oposición, y todos estamos de
acuerdo en que usted sea mi sucesor en la alcaldía.
ELÍAS.—Es demasiado honor...
MAESTRO.—Puedo confirmarle la noticia.
ELÍAS.—Por favor, señores míos... Ante todo, tendré que hablar con
Clara sobre el miserable estado de nuestra ciudad.
PÁRROCO.—Pero con mucho cuidado. Con mucha delicadeza.
ELÍAS.—Hemos de obrar con pies de plomo, lo sé. Cuestión de
psicología. Con que el recibimiento falle, puede irse todo al diablo. La
banda municipal y el coro mixto me parecen poco.
ALCALDE.—Don Elías tiene razón. No olvidemos que se trata de un
momento de la mayor trascendencia. La señora Zajanassian vuelve a
pisar el suelo bendito de su ciudad natal. La vuelta al hogar...
Emoción reprimida, lágrimas en los ojos, Clarita hundida en la
contemplación de lo que nos es tan caro. Nosotros no podemos
BOBY.—¿Por cuánto?
VIEJOS.—Por un litro de aguardiente. Por un litro de aguardiente.
CLARA.—Contad ahora lo que os he hecho.
VIEJOS.—La señora nos hizo buscar. La señora nos hizo buscar.
BOBY.—Así es. La señora os hizo buscar por todo el mundo. Jacobo
había emigrado al Canadá y Luis a Australia, pero los encontró. ¿Qué
os hizo?
VIEJOS.—Nos entregó a Toby y Roby. Nos entregó a Toby y Roby.
BOBY.—¿Y qué hicieron Toby y Roby con vosotros?
VIEJOS.—Castrarnos y cegarnos. Castrarnos y cegarnos.
BOBY.—Esta es la historia: Un juez, un acusado, dos testigos falsos,
un fallo errado, una injusticia cometida en mil novecientos diez. ¿No
es así, demandante?
CLARA.—(Levantándose.) ¡Así es!
ELÍAS.—(Dando una patada en el suelo.) ¡Prescrito! El delito ya ha
prescrito. Es una historia estúpida, ya pasada.
BOBY.—¿Qué ocurrió con el niño, demandante?
CLARA.—(Muy bajo.) Vivió un año.
BOBY.—¿Y qué fue de usted?
CLARA.—Tuve que hacerme prostituta.
BOBY.—¿Por qué?
CLARA.—El fallo del tribunal me había estigmatizado para toda la vida.
BOBY.—¿Exige la demandante una reparación?
CLARA.—¡Ahora que me lo puedo permitir, sí! Mil millones para Gula si
alguien asesina a Elías. (Silencio. La mujer de DON ELÍAS se lanza
sobre su marido y lo abraza con fuerza.)
MUJER.—¡Elías!
ELÍAS.—Pero, gatita... Tú no puedes exigir eso en serio. La vida
pasa...
CLARA.—La vida pasa, Elías, pero yo no olvido nada. Ni el bosque de
Weiler, ni el granero de Peter, ni la cama de la viuda, ni tu traición...
Ahora somos dos viejos. Tú, degenerado, y yo, despedazada por los
cirujanos. Pero yo quiero arreglar cuentas. Tú escogiste la vida que
querías y me arrojaste a la mía. Hace poco decías en el bosque que
te gustaría que el tiempo se aboliese. Está bien: ¡Ya está abolido!
Estamos en plena historia juvenil, con la única diferencia de que
ahora quiero justicia. Justicia contra mil millones. (El ALCALDE se
levanta palidísimo y digno.)
ALCALDE.—Señora Zajanassian, usted olvida que nos encontramos en
Europa y que no está tratando con salvajes. En nombre de la ciudad
de Gula, rechazo tajantemente la oferta. La rechazo en nombre de
toda la Humanidad. Antes morir de hambre que cubrirnos de sangre y
de vergüenza. (Gran ovación de los gulenses.)
CLARA.—Esperaré.
TELÓN
ACTO SEGUNDO
ELÍAS.—Coronas.
HIJO.—Las traen todas las mañanas de la estación.
ELÍAS.—Coronas para el ataúd vacío.
HIJO.—No impresiona a nadie con su ataúd.
ELÍAS.—Es verdad. Toda la ciudad está a mi lado. (El HIJO enciende el
cigarrillo.) ¿Baja la madre a desayunar?
HIJA.—No. Está cansada y dice que se queda arriba.
ELÍAS.—Ahí tenéis lo que se dice una madre modelo. Una madre como
hay pocas. Hay que reconocerlo en justicia. Que se quede arriba y
que se cuide. Desayunaremos nosotros juntos. ¿De acuerdo? Hace
mucho tiempo que no lo hacemos. Convido a huevos y a una lata de
jamón americano. ¿Hace? Comeremos como reyes, como en los
buenos tiempos, cuando la fundición aún trabajaba.
HIJO.—Lo siento, pero me tendrás que disculpar. (Apaga el cigarrillo.)
ELÍAS.—¿No quieres desayunar con nosotros?
HIJO.—Me voy a la estación. Me han dicho que hay un peón enfermo y
acaso haya trabajo.
ELÍAS.—Trabajar en la vía a pleno sol no es una ocupación digna para
un hijo mío.
HIJO.—Mejor eso que nada. (Hace mutis. La HIJA se levanta.)
HIJA.—Yo también me voy, padre.
ELÍAS.—¿También tú? ¿Y adónde, si la señorita permite la pregunta?
HIJA.—A la Oficina de Trabajo. A lo mejor sale algo. (La HIJA hace
mutis. ELÍAS se suena, emocionado.)
ELÍAS.—¡Buenos chicos tengo, buenos! (Por el balcón se oyen
compases de guitarra.)
Voz DE CLARA.—¡Dame la pierna, Boby!
Voz DE BOBY.—No la encuentro.
Voz DE CLARA.—Mira detrás del ramo de novia, allí encima de la
Cambio de escena. A la derecha, baja un letrero con la inscripción
"Ayuntamiento". El TERCERO retira la caja registradora de la tienda y
cambia el mostrador por un escritorio. Aparece el ALCALDE
, coloca un
revólver sobre la mesa y se sienta. Por la izquierda, DON ELÍAS. En la
pared del despacho del ALCALDE cuelga un plano.
ELÍAS.—Ya lo hice.
ALCALDE.—¿Y no le han tranquilizado?
ELÍAS.—El inspector tiene un nuevo diente de oro.
ALCALDE.—¡Por Dios, don Elías! ¿Qué tiene de extraño? Usted olvida
que vivimos en Gula, una ciudad con tradición humanista. ¡Goethe no
pernoctó aquí en balde! Recuerde que Brahms compuso un cuarteto
en Gula. Eso obliga. (El TERCERO viene por la izquierda con una
máquina de escribir nueva.)
TERCERO.—La nueva máquina, señor alcalde. Una Remington.
ALCALDE.—Llévala a la oficina. (El TERCERO hace mutis.) No merecemos
esa ingratitud de que usted da muestra. Si no confía en la ciudad, no
me queda sino lamentarlo, pero no me esperaba eso de usted. Al fin
y al cabo vivimos en un estado que respeta sus leyes.
ELÍAS.—Si es así, que detengan a la señora Zajanassian.
ALCALDE.—Curioso, muy curioso.
ELÍAS.—Lo mismo me dijeron en la Policía.
ALCALDE.—De hombre a hombre, don Elías. El comportamiento de la
vieja señora es comprensible hasta cierto punto. Usted no puede
negar haber incitado al perjurio a dos testigos y abandonado a una
muchacha en la miseria.
ELÍAS.—Su miseria se cifra en miles de millones. (Silencio.)
ALCALDE.—Hablemos sin tapujos.
ELÍAS.—Es lo que pretendo.
ALCALDE.—De hombre a hombre, como quería. Usted no tiene el
derecho moral de exigir la detención de esa señora. Otra cosa:
Después de lo acaecido, es claro que usted tampoco se prestaría para
sustituirme en la Alcaldía. Siento tener que decirlo, pero...
ELÍAS.—¿Es una comunicación oficial?
ALCALDE.—En nombre del partido.
ELÍAS.—Comprendido. (Va lentamente hacia la ventana y se queda
mirando a la calle, dando la espalda al ALCALDE.)
ALCALDE.—El hecho de que condenemos la propuesta de la señora
Zajanassian no quiere decir que nos solidaricemos con el delito que
dio lugar a la propuesta. El puesto de alcalde exige un
comportamiento moral que usted no cumple, como no podrá por
menos de reconocer usted mismo. Esto no obsta para que todos,
privadamente, sigamos conservándole la estima y amistad de antes.
Espero que me comprenda. (Por la izquierda aparecen de nuevo ROBY
y TOBY con más coronas y entran en el Hostal.) Lo mejor será que
corramos un velo sobre el asunto. He rogado al Noticiero de Gula no
mencionar nada sobre el asunto y se hará así. ( ELÍAS se vuelve.)
ELÍAS.—¡Mi ataúd aguarda, alcalde! Callar me parece demasiado
peligroso.
ALCALDE.—Créame si le digo que no le comprendo. Usted debía estar
agradecido de que no se hable de esta triste historia.
ELÍAS.—Si no me callo, tengo aún una posibilidad de salvarme.
ALCALDE.—¡Esto es el colmo! ¿Quiere decir que alguien le amenaza?
ALCALDE.—Buenos días.
TODOS.—Buenos días.
ELÍAS.—(Recelosamente.) Buenos días.
MAESTRO.—¿Qué, de viaje?
ELÍAS.—A la estación.
ALCALDE.—Le acompañamos.
TODOS.—Sí, le acompañaremos. (Van llegando más gulenses.)
ELÍAS.—Déjenlo. De veras que no vale la pena.
ALCALDE.—¿De viaje?
ELÍAS.—De viaje.
POLICÍA.—¿Adónde?
ELÍAS.—No lo sé. De Kalberstadt en adelante.
MAESTRO.—Sin meta fija, entonces.
ELÍAS.—Acaso a Australia. Ya me las arreglaré para encontrar dinero.
TODOS.—Se va a Australia.
ALCALDE.—¿Por qué a Australia?
ELÍAS.—Es aburrido pasarse la vida en el mismo sitio. (Comienza a
TELÓN
ACTO TERCERO
PRIMERO.—Arriba.
MAESTRO.—Aunque no sea mi costumbre, creo que hoy necesito algo
fuerte.
MATILDE.—Ya era hora de que se acordase de nosotros. Tengo un
ajenjo estupendo.
MAESTRO.—¡Vaya por el ajenjo!
MATILDE.—(Dirigiéndose al PRIMERO. ) ¿Otra para usted?
PRIMERO.—No, gracias. Tengo que salir con mi nuevo coche a la capital
para comprar unos lechones. ( MATILDE sirve y el MAESTRO apura la copa
de un golpe.)
MATILDE.—Está usted temblando.
MAESTRO.—Me parece que bebo demasiado los últimos tiempos.
MATILDE.—Una copa más no tiene importancia. (El MAESTRO escucha.)
MAESTRO.—¿Se pasea?
MATILDE.—Todo el día.
PRIMERO.—Dios le pedirá cuentas. (El PINTOR llega con un cuadro bajo
el brazo. Traje nuevo, pañuelo al cuello, boina negra.)
PINTOR.—¡Cuidado! Dos periodistas acaban de preguntarme por la
tienda.
PRIMERO.—¡Me huele mal!
PINTOR.—Haced como que no sabéis nada.
PRIMERO.—Eso es.
PINTOR.—Para usted, señora. Acabo de terminarlo. La pintura está aún
fresca. (Enseña el cuadro. El MAESTRO se sirve otra copa.)
MATILDE.—¡Pero si es mi marido!
PINTOR.—El arte renace en Gula. ¿Qué le parece?
MATILDE.—Está clavado.
PINTOR.—Es óleo. Una pintura eterna.
MATILDE.—Lo colgaré en el dormitorio, encima de la cama. Elías
envejece y nunca se sabe lo que puede pasar. Siempre alegra tener
un recuerdo. (Las MUJERES I y II del segundo acto pasan
elegantemente vestidas y se detienen a curiosear las mercancías
donde se supone que está el escaparate.)
PRIMERO.—¡Esas brujas! Al cine en pleno día. Miran como si fuésemos
todos asesinos.
MATILDE.—¿Cuánto costaría?
PINTOR.—Trescientos.
MATILDE.—Ahora no podría pagarle.
PINTOR.—Esperaré. No tiene importancia.
MAESTRO.—¡Esos pasos! ¡Esos pasos!
SEGUNDO.—¡La Prensa!
PRIMERO.—¡Cuidado con la lengua! Es una cuestión de vida o muerte.
PINTOR.—Andad con ojo, no se le ocurra bajar ahora.
PRIMERO.—No tengáis miedo. (Los gulenses se colocan a la derecha. El
MAESTRO —que ya ha vaciado media botella— se queda apoyado en el
mostrador. Llegan dos REPORTEROS con cámaras.)
REPORTERO I.—A la paz de Dios, buenas gentes.
GULENSES.—Buenos días.
REPORTERO I.—Primera pregunta: ¿Cómo se sienten ustedes en este
día?
PRIMERO.—(Titubeando.) Nos sentimos muy honrados por la estancia
de la señora Zajanassian.
PINTOR.—Emocionados.
SEGUNDO.—Orgullosos.
REPORTERO I.—(Apuntando.) Orgullosos.
REPORTERO II.—Segunda pregunta, esta para la señora del mostrador:
Se dice que usted ganó la partida a la señora Zajanassian. (Silencio.
Los gulenses están asustados.)
MATILDE.—¿Quién lo dice? (Silencio. Los REPORTEROS escriben
indiferentemente en sus "blocks".)
REPORTERO I.—Los dos hombrecillos ciegos de la señora Zajanassian.
(Silencio.)
MATILDE.—(Insegura.) ¿Qué contaron?
REPORTERO II.—Todo.
PINTOR.—¡Maldita sea la...! (Silencio.)
REPORTERO II.—¿Es verdad que hace cuarenta años Clara y el
propietario de esta tienda casi se casan? (Silencio.)
MATILDE.—Es verdad.
REPORTERO I.—¿Es alguno de ustedes don Elías?
MATILDE.—No. Mi marido está de viaje.
TODOS.—Sí. Salió de viaje.
REPORTERO I.—Es igual. Podemos imaginarnos el romance. Elías y Clara
crecieron juntos, fueron juntos a la escuela, acaso eran vecinos...
Paseos por el bosque, el primer beso..., un beso fraternal,
naturalmente. Luego él la conoció a usted. El elemento nuevo surge,
lo desconocido y se transforma en una pasión.
MATILDE.—Eso es, pasión. Igualito que usted lo ha contado.
REPORTERO I.—¡Experiencia, señora mía! Clara comprende, renuncia a
su compañero y bendice su matrimonio de...
MATILDE.—...de amor.
GULENSES.—(Aliviados.) De amor.
REPORTERO.—(Apuntando.) Amor. (Por la derecha aparece ROBY
llevando de la oreja a los dos eunucos.)
VIEJOS.—(Llorando.) ¡No contaremos más! ¡No contaremos más! ( ROBY
se los lleva hacia el fondo, donde espera TOBY con un látigo.)
REPORTERO II.—No se ofenda por la pregunta, señora: ¿No se ha
arrepentido su marido alguna vez..., es decir..., no...?
MATILDE.—El dinero solo no hace feliz.
REPORTERO II.—(Escribiendo.) No hace feliz.
REPORTERO I.—He aquí una verdad que el hombre moderno debía
grabarse en la frente. ( HIJO, con una chaqueta de cuero.)
MATILDE.—Nuestro hijo Carlos.
REPORTEROS.—Un chicarrón.
REPORTERO II.—¿Sabe algo de las relaciones...?
caídas.)
HIJO.—Te esperamos junto al puente.
ELÍAS.—No hace falta. Iré a la ciudad por el bosque y luego a la sesión
plenaria.
MATILDE.—¿Qué os parece si nos vamos nosotros hasta Kalberstadt y
vemos una película?
HIJO.—¡Au revoir, paterno!
HIJA.—¡So long, Dady!
MATILDE.—¡Adiós! ¡Adiós! (Desaparece el auto, mientras las mujeres
se despiden de DON ELÍAS con la mano. Éste se queda un momento
mirando en esa dirección y luego se sienta en el banco, que se
encuentra a la izquierda. Ruido del viento. Por la derecha vienen los
monstruos portando la litera en la que se halla CLARA, vestida de
novia. ROBY lleva la guitarra a la espalda. Junto a la litera, va el
MARIDO IX, premio Nobel, alto, esbelto, con pelo castaño y bigote.
(Puede ser interpretado por el mismo actor que encarnó los otros
maridos.) Detrás de todos viene BOBY. )
CLARA.—Ya estamos en el bosque. ¡Parad! ( CLARA desciende de la
litera, contempla el bosque con los impertinentes y luego acaricia al
PRIMERO. ) ¡ Podrido! Este árbol está comido por la polilla. (Ve a ELÍAS. )
¡Alfredo! Me alegro de verte. Vengo a visitar nuestro bosque.
ELÍAS.—¿Has comprado el bosque también?
CLARA.—¡Claro! ¿Permites que me siente?
ELÍAS.—Te lo ruego. Acabo de dejar a mi familia que se iba al cine. Mi
hijo Carlos ha comprado un auto.
CLARA.—Es el progreso. ( CLARA se sienta a la derecha de DON ELÍAS. )
ELÍAS.—Otilia estudia literatura, francés, inglés... y yo qué sé más.
CLARA.—¿Lo ves como al fin les van viniendo los ideales que les
echabas en falta? (Pausa.) ¡Ven, Zoby! Saluda. Te presento a mi
noveno marido, un premio Nobel.
ELÍAS.—Mucho gusto.
CLARA.—Lo bueno de este es la cara que pone cuando no piensa. ¡No
pienses, Zoby!
MARIDO IX.—¡Pero queridita...!
CLARA.—No te hagas de rogar.
MARIDO IX.—Bueno. (No piensa.)
CLARA.—¿Ves qué interesante? Se le pone cara de diplomático. Me
recuerda mucho al conde..., solo que ese no escribía libros. Este
quiere retirarse, escribir sus memorias y administrar mis bienes.
ELÍAS.—Le felicito.
CLARA.—Tengo una mala conciencia. Me parece que un hombre no ha
de servir de ostentación, sino como objeto de uso. ¡Vete a investigar,
Zoby! Las ruinas históricas están a la izquierda. (El MARIDO IX se va a
hacer sus investigaciones. DON ELÍAS mira en torno suyo.)
ELÍAS.—¿Dónde están los eunucos?
CLARA.—Comenzaban a irse de la lengua y los despaché esta mañana
hacia Hong-Kong a uno de mis fumaderos de opio. Allí podrán fumar
Gula, una sesión que, nos dicen, será histórica. Estamos en el punto
culminante de la visita de la señora Zajanassian a esta ciudad tan
simpática, tan rebosante de tradición y hospitalidad que la vio nacer.
Aunque la ilustre dama no está presente, el señor alcalde hará una
importantísima declaración en su nombre, como acabamos de saber.
Nos encontramos, señoras y señores, en el salón de actos del Hostal
de los Apóstoles, un parador, queridos oyentes, que puede jactarse
como pocos de saber qué es tradición. ¡Un Hostal en el que pernoctó
una vez ni más ni menos que el inmortal Goethe! En la escena del
salón, escena acostumbrada al brillo de los actores y al sonoro verso
de los poetas, se reúnen los hombres de Gula. Se trata de una vieja
costumbre, como el señor alcalde tiene la amabilidad de aclararme.
Las mujeres se sientan separadas de los hombres, en el patio de
butacas..., también una tradición gulense, como tantas otras. En la
sala reina una atmósfera solemne. La tensión se palpa. ¡Qué día para
Gula, señores radioyentes! Mis compañeros de la televisión, los
representantes de los noticiarios, periodistas de todo el mundo, todos
concentran hoy su atención en Gula. ¡Pero atención! El señor alcalde
toma la palabra. (El LOCUTOR va con el micrófono hacia el ALCALDE, que
está en el centro de la escena. Los gulenses se encuentran en medio
círculo a su alrededor.)
ALCALDE.—Ante todo, saludo a la comunidad de Gula y declaro abierta
la sesión. Orden del día: Un solo punto... ¡Tengo el indecible honor de
anunciar que la señora Zajanassian, la hija de nuestro querido y
llorado conciudadano, el arquitecto Gottfried Waescher, tiene la
intención de donar mil millones a la ciudad de Gula! (Agitación entre
la Prensa.) Quinientos millones para la ciudad y quinientos millones a
repartir entre los ciudadanos. (Silencio.)
LOCUTOR.—(Con voz de circunstancias.) Queridos oyentes: ¡Una
sensación como hay pocas! Una donación extraordinaria que hace
ricos de un golpe a los ciudadanos de Gula y constituye, al mismo
tiempo, uno de los experimentos sociales más interesantes de
nuestra época. Los gulenses están como petrificados con la noticia.
En la sala puede oírse volar una mosca. Todos los rostros muestran
una felicidad y emoción indefinible...
ALCALDE.—El señor maestro tiene la palabra. (El Locutor se acerca con
el micrófono al MAESTRO. )
MAESTRO.—¡Gulenses!: Antes de aceptar la donación, hemos de
considerar una cosa vital para nosotros. La señora Zajanassian
persigue un fin determinado con esta donación. ¿Qué fin?, os
preguntaréis. ¿Se trata solamente de darnos la felicidad que el dinero
puede proporcionar? ¿De inundarnos de oro, porque sí? ¿De sanear la
industria local? ¿Se trata sólo de eso? ¡Todos vosotros sabéis que no
es así! La señora Zajanassian va mucho más lejos. Lo que la señora
Zajanassian pretende con su lluvia de millones es la implantación de
la justicia. Su intención es que Gula se convierta en una ciudad justa.
Esta exigencia nos hace vacilar y preguntarnos: ¿No fuimos justos
hasta ahora?
PRIMERO.—¡Nunca!
SEGUNDO.—¡Toleramos un crimen!
TERCERO.—¡Una sentencia errónea!
CUARTO.—¡Un perjurio!
voz DE MUJER.—¡A un canalla!
OTRAS VOCES.—¡Muy bien! ¡Eso!
MAESTRO.—¡Ciudadanos de Gula! Esta es la triste realidad: Durante
muchos años nos acomodamos y vivimos en la injusticia. No es que
yo pase por alto, ni lo pretendo, las posibilidades materiales que esos
millones traen aparejadas. No es que quiera pasar por alto que fue la
miseria la causa de la maldad. ¡No! Pero también os digo: ¡Aquí no se
trata de dinero!... (Gran ovación.) ... no se trata del confort y
bienestar, no se trata de lujos... Aquí se trata de si estamos
dispuestos o no a realizar el ideal de la justicia. Y no solo este ideal,
sino todos aquellos que rigieron la vida de nuestros mayores y por los
que nuestros mayores supieron morir, todos los ideales que
constituyen y conforman el valor intrínseco de nuestra patria... (Se
repite la ovación.) Cuando se desprecia el amor al prójimo, cuando se
pisa el sacrosanto mandamiento divino de amparar al débil, cuando
se mancha el sacramento del matrimonio y se induce a error a la
justicia, cuando se empuja a la miseria a una madre... (Gritos de
condena.) significa que la libertad está en juego. ¡Nosotros estamos
obligados a defender nuestros ideales en nombre de Dios y a
defenderlos hasta la sangre si es preciso! (Ovación ensordecedora.)
La riqueza solo tiene sentido si es una fuente de gracia. "Pero solo
obtendrá la gracia quien tenga hambre y sed de Gracia, hambre y sed
de Justicia." Ahora, gulenses, yo os pregunto: ¿Tenéis vosotros estas
ansias de Gracia, esta hambre espiritual y no solo las otras
apetencias humanas, las ansias de la carne? Esta es la pregunta que
os hago en mi calidad de Director del Instituto. ¡Sólo si sois incapaces
de sufrir el mal, sólo si os es imposible vivir en un mundo viciado por
el aire de la injusticia, podéis aceptar con la conciencia tranquila los
millones y cumplir la condición que la donación lleva implícita! ¡Esto
es lo que os pido que meditéis, hombres de Gula! (Inmensa ovación
como respuesta.)
LOCUTOR.—Señoras y señores: ¡Oigan la enorme ovación con que los
gulenses contestan a tal discurso! Queridos radioyentes: Yo mismo
estoy emocionado. El Discurso del Director del Instituto estaba
impregnado de una grandeza de espíritu como hoy día,
desgraciadamente, es raro encontrar. Ha sido una magnífica lección
de condena de los pecados de todo género, una condena de esos mil
pecados también que se dan en todas partes, allí donde los hombres
viven en sociedad.
ALCALDE.—¡Elías Ill!
LOCUTOR.—El señor alcalde vuelve a tomar la palabra...
ALCALDE.—Elías Ill: He de dirigirle una pregunta. (El POLICÍA da una
CORO I.
Infinito es el mal:
terribles terremotos,
volcanes desatados,
el mar enfurecido,
las guerras que devastan,
los campos arrasados
por los tanques pesados,
la seta apocalíptica
de las bombas atómicas.
CORO II.
Pero nada peor que la pobreza,
la pobreza que no sabe de aventuras,
que esclaviza a los pueblos despiadada
en monótona cadena de miserias.
MUJERES.
Con las madres que ven cómo sus hijos
son presas de la muerte.
HOMBRES.
Con los hombres que ven en cada esquina
la traición acechando su existencia.
PRIMERO.
Los hombres que marchan con los pies desnudos.
TERCERO.
Con la boca reseca por la rabia.
CORO I.
Con las manos vacías
frente a las muertas fábricas
que ya no dan el pan.
CORO II.
Con los trenes que pasan despreciando
la ciudad que antes fue.
TODOS.
Bienaventurados
MATILDE.
los que la pía suerte
TODOS.
liberó del horror.
MUJERES.
Dóciles telas nos ciñen la figura.
HIJO.
La juventud conduce raudos coches.
HIJA.
La pelota de tenis
rebota alegremente
sobre la roja arena.
DOCTOR.
En los blancos quirófanos
opera el cirujano.
TODOS.
Todas las chimeneas humean en las casas,
donde hombres bien calzados
ya no mascan la rabia.
MAESTRO.
Ávida aprende la juventud curiosa.
SEGUNDO.
Activos industriales coleccionan tesoros.
TODOS.
De Rembrandt a Rubens.
PINTOR.
El bienestar se amiga con las artes.
PÁRROCO.
En rebrote de fe,
las tres Pascuas del año
la población afluye a las iglesias.
TODOS.
Y los trenes que unen a los pueblos,
majestuosos y a la par veloces,
no cruzan sin parar.
REVISOR.—¡Gulaaa!
JEFE DE ESTACIÓN.—¡Rápido Gula-Roma! ¡Señores viajeros, al tren!
¡Coches cama, a la cabeza! (Por el fondo llega CLARA ZAJANASSIAN, en la
litera, inmóvil como un viejo ídolo de piedra. Acompañada de su
séquito, atraviesa entre los dos coros.)
ALCALDE.—¡Ya parte!
TODOS.—¡Se va la bienhechora!
HIJA.—¡Ya parte aquella que nos cubrió de bienes!
TODOS.—¡Ya parte con su séquito! ( CLARA ZAJANASSIAN hace mutis por el
TODOS.
Que nos guarde los bienes terrenales,
que nos guarde la paz,
la libertad por siempre.
¡Que aleje las tinieblas
de la ciudad!
Para que los dichosos
disfruten de la dicha
recién resucitada.
TELÓN
EPÍLOGO
La visita de la vieja dama es una historia que transcurre en una pequeña ciudad de
Europa central y está escrita por alguien que no pretende distanciarse de sus personajes,
ya que no está seguro de que obraría de distinta forma que los gulenses en la misma
situación. Lo que la historia entrañe de más es algo que no necesita ser dicho aquí ni
resaltado en la escena, cosa esta válida también para el final de la obra. Si bien es
verdad que los gulenses hablan al final más solemnemente de lo natural y se acercan a
lo que se da en llamar poesía, ha de atribuirse solamente a que los habitantes de Gula se
han vuelto ricos y, como nuevos ricos que son, se esfuerzan por hablar de forma más
rebuscada.. En esta obra describo personas y no marionetas, una acción y no una
alegoría, un mundo y no una moral, como a veces se me achaca. No intento ni siquiera
confrontar mi obra con el mundo, ya que esto se da naturalmente de por sí, siempre que
reconozcamos y consideremos que también el público es parte y pertenece al teatro. Una
obra de teatro se limita, para mí, a las posibilidades escénicas, independientemente del
ropaje de un estilo. Cuando los cuatro gulenses miman árboles y animales en escena, no
se trata de surrealismo, sino de hacer más soportable la penosa escena de amor que se da
en el bosque, es decir, el penoso acercamiento de un viejo a una dama medio inválida,
acercamiento más soportable en una atmósfera con tinte poético. Yo escribo siempre
con una confianza inmanente en el teatro y en el actor. Este es mi impulso primario. El
material me fascina. El actor necesita poco para encarnar un personaje. Solo su
epidermis, es decir, el lenguaje que, naturalmente, ha de concordar. En otras palabras:
de la misma forma que un órgano se revela exteriormente por la piel que lo cubre, la
obra de teatro se define por su lenguaje. El autor se preocupa solo del lenguaje, que es
su último resultado. Ahora bien: el autor no puede elaborar el lenguaje en sí, sino
solamente lo que hace el lenguaje; por ejemplo, el pensamiento y la acción. Solo los
diletantes se preocupan exclusivamente del lenguaje en sí y el estilo. La labor del actor,
en mi opinión, debe ser llegar al mismo resultado, es decir, a reflejar como natural lo
que es arte. La obra ha de interpretarse así como está, sin buscar segundas intenciones,
ya que lo que la obra entraña ajeno a la misma acción se dará por añadidura. No me
tengo por un autor de la vanguardia actual. Sin embargo, tengo mi propia teoría del arte
(¡hay tantas cosas que a uno le gustan!), pero la considero como una opinión privada y
me guardo de decirla, ya que entonces tendría que regirme por ella, y prefiero pasar por
una naturaleza un poco desquiciada con poco sentido de las formas.
resignación, llega a hacerse grande por su muerte, reconocida ya su culpa. (Su muerte
no carece de cierta monumentalidad.) Su muerte es simbólica y sin sentido al mismo
tiempo. Hubiese sido solamente simbólica si su muerte ocurriese en el reino mítico de la
antigua Polis, pero no lo es porque su historia transcurre en Gula. Rodean a los héroes
los gulenses, hombres como cualquiera de nosotros. No han de ser representados como
malvados, ni mucho menos. Al principio están firmemente decididos a rechazar la
oferta. Luego, se meten en deudas, pero no porque se propongan asesinar a Elías Ill,
sino porque en su despreocupación piensan que todo terminará del mejor modo, sin
necesidad de dramas. Así ha de entenderse y escenificarse el segundo acto, al igual que
la escena de la estación, donde la angustia existe sólo en la cabeza de Elías, el único en
comprender su situación. En la estación, los gulenses no se excitan ni insultan. El
cambio radical se da en el granero de Peter, donde la fatalidad se hace inevitable. A
partir de este momento los gulenses se van preparando para el crimen, se escandalizan
del delito de Elías, etcétera. Solo la familia Ill se aferra hasta el final a la idea de que
todo terminará bien. La familia no es malvada, sino tan débil como los demás. Se trata
de una comunidad que va cediendo lentamente a la tentación, como le pasa al maestro.
Este proceso ha de ser comprensible. La tentación es demasiado grande y la pobreza
demasiado extrema. La visita de la vieja dama es una obra donde la maldad surge; pero,
por lo mismo, no debe hacerse resaltar, sino representarse de la forma más humana, con
compasión y no con indignación por lo que pasa, pero, ¡por favor!, también con humor,
pues nada daña tanto a esta comedia, que termina tan trágicamente, como una seriedad
exagerada.