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COMO

INTERPRETAR

LA BIBLIA
RICHARD MAYHUE
Título del original: How to Interpret the Bible for Yourself, by Richard
Mayhue, © 1989 por Richard Mayhue y publicado por BMH Books,
Winona Lake, Indiana.

Traducción: Juan Sánchez Araujo


Diseño de la portada y el libro: Alan G. Hartman

EDITORIAL PORTAVOZ
Kregel Publications P. O. Box 2607
Grand Rapids, Michigan 49501 EE.UU.A.
ISBN 0-8254-1471-7
Contenido
Prefacio
Introducción
Primera Parte: I nterpretar con exactitud
1. Estudiar para ser aprobado por Dios
2. Herramientas para una interpretación exacta
3. Interprete con exactitud por usted mismo— 1
4. Interprete con exactitud por usted mismo —2
Segunda Parte: E vitar las desviaciones
5. El texto sin su contexto
6. Adiciones a las Escrituras
7. Editores de la intención de Dios
8. Modernizar la Biblia
9. Así se tuercen las Escrituras
10. Ultraliteralismo
11. Interpretación a la inversa
12. Sistematización excesiva
Tercera Parte: V ivir lo que se interpreta
13. La autoridad de la Biblia en su vida
Lecturas útiles
Prefacio
La Biblia es única. Su mensaje ha iluminado, consolado y diri­
gido a millones de personas desde la antigüedad hasta el tiempo
presente. En caso de que alguien se pregunte si una lealtad seme­
jante a un libro antiguo está realmente justificada, recordamos que
cuando Jesús utilizaba las palabras escrito está en cualquiera de
sus discusiones, la cuestión quedaba zanjada para El. Esa sola ra­
zón debería bastarles a los cristianos.
La importancia de la Biblia no se explica por el genio humano
de sus escritores. No es ésta una mera recopilación de viejas le­
yendas interesantes, ni tampoco de las meditaciones de algunos
nómadas del desierto o filósofos griegos. La Biblia obtiene su
eminencia de una característica principal: pretende ser la Palabra
de Dios, y para millones de personas así ha sido.
Por esta causa las recientes discusiones acerca de la inerrancia
de la Biblia despiertan gran interés y son de una importancia deci­
siva. Si la Biblia es realmente la Palabra de Dios, entonces tiene
que ser verdad: y si toda ella es Palabra de Dios, debe ser cierta en
su totalidad, ya que Dios no puede mentir (Tit. 1:2).
El doctor Richard Mayhue, colega mío en el Grace Theological
Seminary durante muchos años, ha escrito este atractivo volumen
para tratar otro asunto de la misma importancia: cómo interpreta­
mos la Palabra de Dios. En la práctica, el insistir en una Biblia sin
errores cuando la comprensión de su contenido resulta confusa,
no cambia demasiado.
¿Por qué hay tantas interpretaciones distintas? ¿Cuál es la cau­
sa de que hombres igualmente buenos discrepen en su compren­
sión? ¿Cómo puede la gente leer la Biblia con la confianza de que
la entiende correctamente? ¿Es posible evitar los contenidos quis­
quillosos que desaniman por completo a tantos de leerla?
En este libro, que incita a la reflexión, el doctor Mayhue aporta
ilustraciones de su abundante experiencia en el ministerio cristia­
no. Como miembro del cuerpo ministerial de una congregación de
rápido crecimiento en Ohio, profesor de seminario y pastor adjun­
to de una de las iglesias más conocidas del sur de California, y
ahora pastor principal de una gran congregación con tradición con­
tinuada de exposición bíblica desde su pulpito, Richard Mayhue
sabe que la Biblia puede transformar las vidas de las personas,
pero sólo si se interpreta y luego se aplica correctamente.
Una lectura cuidadosa de Cómo interpretar la Biblia uno mis­
mo convencerá también al lector de que interpretar correctamente
la Sagrada Escritura implica tanto comprenderla como vivirla. La
interpretación bíblica no debe ser un mero ejercicio mental, y el
doctor Mayhue mantiene el mismo énfasis que el apóstol Pablo,
quien escribía: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo
Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para
que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10); y también: “Ocupaos en
vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en
vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena volun­
tad” (Fil. 2:12-13). Una seria reflexión sobre los conceptos que se
exponen en este libro prevendrá al lector contra las trampas dema­
siado frecuentes que aguardan a los incautos.
H omer A. K ent , hijo
Grace Theological Seminary
Winona Lake, Indiana, EE.UU.
Introducción
Reuben A. Torrey, antiguo presidente del Instituto Bíblico
Moody, dio este profundo pensamiento hace ya casi un siglo: “Años
atrás aprendí a buscar las más profundas lecciones de mi vida en
un lugar en especial, y ese lugar es la Biblia”.
Hoy en día los cristianos siguen acudiendo a ese lugar especial,
pero con posibilidades todavía mayores de comprender la Palabra
de Dios. La enseñanza bíblica alcanza actualmente de un modo
más abundante y con mayor rapidez a grupos más numerosos de
personas que nunca antes. Las transm isiones vía satélite de pro­
gramas de radio y televisión, el “boom” editorial cristiano y el
advenimiento de los cassettes de audio y vídeo a precio accesible
ha saturado nuestra sociedad.
Sin embargo, junto con estas oportunidades sin precedentes para
la verdad viene el riesgo potencial de error. Simplemente porque
alguien emita un mensaje o publique un libro ello no significa
necesariamente que esté dando la Palabra de Dios como El quiso
que se diera. Así que las falsas enseñanzas son más corrientes hoy
en día que nunca antes.
El problema no es nuevo: fue por esa razón que Pablo dijo a
Timoteo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado,
como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la
palabra de verdad” (2 Ti. 2:15). Si no se divide correctamente la
Palabra, los cristianos se echarán a perder (2:14), habrá impiedad
(2:16), y la iglesia será emponzoñada del mismo modo que la gan­
grena se apodera del cuerpo humano (2:17). En tiempos de Timoteo,
Himeneo y Fileto se habían desviado y trastornado la fe de algu­
nos con falsas enseñanzas acerca de la resurrección (2:17-18).
Nuestro desafío consiste en producir una nueva generación de
cristianos comprometidos con una interpretación correcta de la
Palabra de Dios; pastores y maestros que enseñen con cuidadosa
meticulosidad: estudiantes y feligreses que oigan y aprendan con
discernimiento.
Cómo interpretar la Biblia uno mismo se ha escrito para los que
acuden a las Escrituras en busca de las lecciones más profundas
de la vida. Sería trágico llegar al pozo y beber intensamente de su
frescura para luego descubrir que, al extraer el agua, su contenido
había sido alterado, de tal manera que lo que se tomó era diferente
a lo que había en el depósito. De igual manera, resultaría lastimo­
so que habiendo ido a la Palabra inerrante de Dios la dejáramos
con un mensaje sujeto al error.
Tanto el erudito como el nuevo creyente pueden recibir el im­
pacto de estos estudios, los cuales abarcan una amplia gama de
temas y objetivos, entre ellos:
• Enseñar un método básico de estudio bíblico
• Advertir de los fallos de interpretación
• Sacar a la luz los errores teológicos actuales
• Enseñar los pasos adecuados para evitar la doctrina errónea
• Subrayar la veracidad y fiabilidad de las Escrituras
Si comprendemos que al abrir la Biblia estamos manejando la
Palabra de Dios, tendremos un imponente sentido de responsabili­
dad cuando tratemos de entender lo que El escribió, especialmen­
te si pensamos transmitírselo a otros.
Hace años, poco después de convertirme, escuché a Lehman
Strauss contar que en el lomo de su Biblia reencuadernada había
mandado imprimir “La Palabra de Dios”. Aquella idea dejó en mí
una huella duradera y decidí que si alguna vez tenía que volver a
encuadernar mi Biblia nueva, yo haría lo mismo. Cuatro
reencuadernaciones después, ese título todavía adorna el lom o de
mi "espada” y me recuerda que ésta no es meramente "un libro”,
sino "El Libro” —ni más ni menos que la Palabra de Dios— , y
que demanda mi mejor lectura, interpretación, obediencia y ense­
ñanza.
El Señor dijo estas palabras a Israel: "Pero miraré a aquel que
es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is.
66:2). Cómo interpretar la Biblia uno mismo va dirigida a una
generación de cristianos que sienten temor reverente por la Pala­
bra de Dios y desean, más que nada en la vida, entenderla bien.
Mi oración es que nuestra entrega a la Palabra de Dios nos pro­
porcione la experiencia prometida por el salmista:
Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni
estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha
sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley me­
dita de día y de noche. Sera como árbol plantado junto a corrientes de
aguas, que da su fruto a su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que
hace, prosperará. (Sal. 1:1-3)
Primera parte:
Interpretar con exactitud
Estudiar para ser
aprobado por Dios
En la vida hay dos clases de certidumbres. Si es usted quien
gana el pan en su hogar, tal vez le agrade saber que, sin ningún
género de duda, por mucho tiempo que pase comprando un artícu­
lo o se esfuerce en ello, al día siguiente el mismo se encontrará en
oferta, más barato, en alguna otra parte; o que, si es papá, recorda­
rá que ha olvidado sacar la basura cuando el camión que la recoge
ya está dos puertas más allá de su casa y usted se encuentra en la
ducha.
En cuanto a usted, mamá, puede estar segura de que las posibi­
lidades que existen de que la rebanada de pan untada con mante­
quilla y mermelada que se le cae al suelo lo haga boca abajo, son
directamente proporcionales al precio de su alfombra. Los jóve­
nes, por su parte, saben bien que hasta que no vuelvan a casa de la
fiesta no se darán cuenta de que tenían un hilo de espinacas meti­
do entre los dos dientes delanteros.
Las certidumbres terrenales pueden resultar graciosas, pero pa­
sarán; en realidad, todas esas cosas palidecen hasta hacerse insig­
nificantes si las comparamos con las certezas eternas de la preciosa
Palabra de Dios. El tema la exactitud es lo que importa lo vemos
en 2 Timoteo 2:15, donde dice:
Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero
que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad.
La Nueva Versión Internacional lo traduce de esta manera:
Esfuérzate por presentarte a Dios aprobado, como obrero que no
tiene de qué avergonzarse y que interpreta debidamente la palabra de
verdad.
Ahora bien, si nos tomamos la molestia de leer toda la epístola,
descubriremos que cuando Pablo le entregó el bastón ministerial a
Timoteo, lo que le importaba ante todo era la Palabra de Dios. En
otro lugar le había dicho: “Retén la forma de las sanas plalabras
que de mí oíste...” (2 Ti. 1:13). Pablo escribió: “Lo que has oído
de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que
sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Ti. 2:2). Y en el
versículo 14 del mismo capítulo, viene a decir: “No tropieces en
palabras y acabes en un callejón doctrinal sin salida”. Para adver­
tir luego en los versículos 16 y 18: “No te desvíes doctrinalmente
y trastornes la fe de algunos”.
Segunda de Timoteo 3:15 expresa que la Palabra de Dios es la
fuente del conocimiento de nuestra salvación, y en los versículos
16 y 17 Pablo explica cómo este conocimiento conduce al creci­
miento en la gracia y en el conocimiento de Jesucristo, así como a
ser perfeccionados por la Palabra de Dios. Luego, en el capítulo 4,
versículo 2, tenemos esa magnífica exhortación a “predicar la pa­
labra”.
Todas esas exhortaciones dan por sentado y se basan en un ver­
sículo en particular, 2 Timoteo 2:15, donde Pablo está diciendo
específicamente a Timoteo que para ministrar con eficacia uno
debe interpretar correctamente la Palabra de Dios. El apóstol ex­
presa: “Para comprender lo que Dios quiere indicar con lo que
dice, debes dividir correctamente su Palabra”.
Segunda Timoteo 2:15 destaca tres ideas básicas: (1) las Escri­
turas son impecables; (2) por ese motivo, quienquiera que las in­
terprete tiene una gran responsabilidad; y (3) esa responsabilidad
será probada algún día, cuando se nos pedirán cuentas delante del
Dios Todopoderoso de lo que hicimos con su Palabra mientras
estábamos en la tierra. Impecabilidad, responsabilidad y rendición
de cuentas.
Impecabilidad
La impecabilidad de las Escrituras aparece en las últimas cua­
tro palabras de los textos tanto castellano como griego: “la palabra
de verdad”. Con ellas Pablo da por sentada la inerrancia de la Pa­
labra de Dios y esboza las responsabilidades prácticas de Timoteo
en lo que respecta a las Escrituras a la luz de esa doctrina.
El apóstol afirma que la Escritura es la comunicación escrita de
Dios y que, por eso, guarda coherencia con el elemento de verdad
del carácter divino. Toda la doctrina de la inerrancia se basa en el
carácter de Dios: si El es veraz (y lo es), lo mismo sucede con su
Palabra, y ésta no contiene error. Pablo supone tal cosa y edifica
sobre ella.
Aquellos a quienes les gusta pensar se estarán probablemente
preguntando: “¿De qué forma equiparamos la palabra de verdad
con la Palabra de Dios?” El Salmo 31:5 expresa: “Oh Jehová, Dios
de verdad”; y Juan 17:17 dice: “Tu palabra es verdad”. A mí me
encanta el Salmo 119:160: “La suma de tu palabra es verdad”.
Así que Pablo recuerda a Timoteo que su mensaje debe ser el
mensaje de Dios, la Palabra de verdad. Lo que viene a decir el
apóstol es: “Timoteo, ten cuidado de no enredarlo mientras lo
manejas”. ¿Quién cambiaría a Rembrandt o Miguel Ángel? Y si
no lo hacemos con los que son menos importantes, ¿cambiare­
mos la más valiosa Palabra de Dios? No necesitamos modificar
la Escritura para armonizarla con la verdad, sino que más bien
hemos de comprender que es ella quien ha de cambiarnos a no­
sotros y nuestra forma de vida a fin de conformarnos a la Palabra
de Dios.
En cierta ocasión Charles H. Spurgeon escribió que el mayor
cumplido que le habían hecho nunca había procedido de uno de
sus adversarios más enconados. Esto fue lo que dijo su enemigo:
“He aquí un hombre que no ha avanzado ni una pulgada en su
ministerio. A finales del siglo xix está enseñando la teología del
primer siglo y proclamando la doctrina popular en Nazaret y Jeru-
salén por aquel entonces.” ¡Ojalá todos nuestros críticos fueran
tan elogiosos y afirmasen que no hemos cambiado la Palabra de
Dios o la teología que nos fue dada en las Escrituras!
En realidad Pablo le estaba diciendo a Timoteo, el cual había de
sucederle: “Timoteo, la palabra que vas a manejar es impecable.
De igual manera que la Palabra viva de Dios era inmaculada y sin
pecado, su Palabra escrita es impecable y no tiene error.”
Responsabilidad
Pablo empezó por la impecabilidad, y seguidamente le dijo a
Timoteo que dicha impecabilidad conducía a una responsabilidad
por parte de aquel que interpreta y comunica la Palabra de Dios.
Yo sugeriría que la función del intérprete y comunicador es la de
entregar el mensaje divino tal y como fue dado en un principio,
sin desviaciones, ya se trate de un profesor de seminario, pastor,
maestro de escuela dominical o padre con su familia. Eso es lo
que Pablo intentaba explicar a su discípulo: “Timoteo — le estaba
diciendo— , lo que manejas es la Palabra de Dios, no la tuya. Por
tanto sé un mensajero, no el iniciador del mensaje; un sembrador,
no la fuente; un heraldo, no la autoridad; un mayordomo, no el
propietario; un guía, no el autor; un camarero que sirve comida
espiritual, no el chef Como te fue entregada directamente de la
cocina, pon dicha comida en la mesa para que la gente pueda co­
merla. No necesitas añadirle nada, ni disponerla de ninguna otra
forma, ni quitarle cosa alguna.”

Fidelidad. Pablo le enseñó a Timoteo tres formas de medir lo


bien que estaba desempeñando sus responsabilidades, y la primera
prueba fue aquella de la fidelidad. “Tienes que ser un obrero”, le
dijo. Cada vez que acudiera a la Palabra de Dios, Timoteo debería
preguntarse: “¿Soy realmente un obrero? ¿Me encuentro en mi pues­
to? ¿Estoy haciendo lo que Dios quiere que haga y no las mil cosas
diferentes que podría hacer, me resultarían gratificantes o serían
agradables para mí, descuidando las prioridades más altas que el
Señor me ha puesto? ¿Estoy siendo fiel a la Palabra que Dios ha
señalado? ¿Me estoy afanando en ella con energía?” Esa es la idea
que hay detrás del término griego traducido por “obrero”.
Estos pensamientos han tenido un profundo impacto en mi vida.
Jamás volveré a acudir a la Palabra como antes. Nunca predicaré y
enseñaré de la forma en que solía hacerlo. El carácter imponente y
el incalculable valor de la Palabra de Dios arde en lo profundo de
mi corazón. ¡Qué increíble responsabilidad es la de transmitirla a
través de una mente y una boca humanas sin enredar el mensaje!
“Timoteo —le decía Pablo— , tu primera responsabilidad con­
siste en ser fiel al trabajo.” Juan Wesley oraba para que Dios le
hiciera un homo unius lihri, “hombre de un solo libro”. ¿Verdad
que es una magnífica oración? “Señor, hazme un hombre de un
solo Libro, fiel en la tarea de interpretarlo.”

Entrega. La responsabilidad consta de un segundo elemento.


No sólo debía Timoteo ser fiel en el trabajo que Dios le asignaba,
sino también entregado al mismo. La primera palabra en el texto
griego es el verbo spoudazó, que significa ser diligente y apresu­
rarse en la faena, y nos habla del nivel de entrega que Timoteo
debía tener a la Palabra de Dios.
La versión Reina-Valera dice: “Procura con diligencia...”. A mí
me gusta la traducción de la Nueva Versión Internacional, que
dice: “Esfuérzate...”, lo cual significa actuar, funcionar y compro­
meterse con el más alto nivel de entrega y excelencia porque la
Palabra de verdad no requiere menos que todo cuanto podamos
hacer. A los ojos de Dios ninguna otra cosa es aceptable.
Hoy en día nuestra entrega a las Escrituras sufre por lo menos cua­
tro ataques fundamentales. El primero es el crítico de la alta crítica,
que cuestiona todo lo que hay en la Biblia: la Palabra de Dios se
somete a la mente del hombre en vez de hacerse al contrario.
Luego está el ataque sectario, o de los hom bres que quitan de
las Escrituras o añaden a éstas. Seguidamente, el ataque cultural:
se interpreta las Escrituras mediante la comprensión de alguna dis­
ciplina académica moderna, como la ciencia, la psicología o la
historia.
Sin embargo, creo que el cuarto ataque a las Escrituras es con
mucho peor que estos otros tres. Se trata del ataque hipócrita, que
consiste en que uno cree, predica y lucha por la inerrancia y luego
trata la Palabra de Dios de un modo vulgarmente ostentoso, negli­
gente, impropio y parcial.
Dios está buscando la clase de persona de la que habla Isaías
66:2: “Pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y
que tiembla a mi palabra”. Alguien que se acerca a la Palabra de
Dios sabiendo que en realidad está delante de Dios mismo, y tiem­
bla ante ella puesto que le juzga. Dios está buscando un hombre
como Esdras, el cual dijo que su objetivo era estudiar la ley, prac­
ticarla y enseñarla (Esd. 7:10).
Permítame añadir una nota práctica a todo esto. Hay dos clases
de entrega necesarias para que podamos hacer todo lo que Dios
quiere. Una de ellas es la entrega al estudio. Pero más allá de la
misma, aquellos de ustedes que tal vez no hayan sido llamados al
ministerio a pleno tiempo en el cuerpo ministerial de una iglesia,
tienen el compromiso aun mayor, como parte del rebaño que es
apacentado por el pastor, de permitirle a éste que estudie, de ani­
marle a que lo haga, y en algunos casos incluso de insistirle para
que interprete correctam ente la Palabra de Dios y no los alim ente
con “comida basura” (o lo que es aún peor, los envenene con lo
que enseña y predica).
Pablo dijo que Timoteo debía ser fiel. En segundo lugar, entre­
gado, o sea que tenía que actuar con su más alto grado de excelen­
cia.

Pericia. En tercer lugar, Timoteo debía ser hábil realizando su


trabajo, cada vez a un nivel más alto a medida que iba creciendo
en el manejo de la Palabra de Dios. Al principio eso puede resultar
difícil de comprender—la fidelidad y la entrega parecen suficien­
tes— , sin embargo quisiera sugerirle que se necesita un paso más,
y es aplicar al texto la disciplina experimentada de la interpreta­
ción. a fin de hacer lo que dice Pablo: usarlo bien.
No debe producirse ninguna desviación ni falsificación. Se nos
advierte enérgicamente contra la perversión, la mutilación, la
distorsión, la adición o la eliminación de partes de la Palabra de
Dios.
La expresión castellana “usar bien” es en realidad una sola pa­
labra en el griego—orthotorneó—, la cual utiliza la literatura helena
para referirse a un guía que “abre una senda recta”, un sacerdote
que debe cortar el animal siguiendo exactamente las instrucciones
dadas por Dios, un granjero que hace un surco derecho, un cons­
tructor que corta las piedras de modo exacto para colocarlas en
una disposición decorativa y agradable en el edificio. También se
utilizaba para hablar de un sastre o un fabricante de tiendas que
corta el paño, o de un marido que secciona bien el pan dando de
comer a su familia.
Pero en este caso, es un pastor quien tiene que cortar con exac­
titud la Palabra de Dios y transmitirla tal y como el Señor la dio.
Lo que Pablo le está pidiendo ahora a Timoteo es una destreza
impecable. La oración de cualquiera que acomete la tarea de ense­
ñar la Palabra de Dios, debería ser: “Señor, ayúdame a compren­
derla bien’’.
Deseo mantener nuestros pensamientos en la misma línea que
Pablo quería para Timoteo. El consejo del apóstol era realmente
un recordatorio y una advertencia a su discípulo. Espero que a
ninguno de nosotros el ser cristiano desde hace tanto tiempo nos
haya hecho complacientes u orgullosos hasta el punto de no dar­
nos cuenta de que necesitamos que se nos recuerden las cosas. El
Nuevo Testamento está lleno de avisos. Cada día necesitamos que
se nos amoneste a fin de que no nos escabullamos de ese filo de la
excelencia.
Rendición de cuentas
Resulta imperativo que recordemos que un día todos nosotros,
los que hemos usado alguna vez la Palabra de Dios, tendremos
que rendir cuentas de cómo la hayamos interpretado, enseñado y
de los mensajes que hayamos preparado con ella. Este texto indica
que habrá una prueba —la palabra griega es dokimazó, que signi­
fica comprobar con el deseo de dar el beneplácito— y también
que nos presentaremos delante de Dios, no de los líderes de la
iglesia, ni de los gobiernos, ni de ciertos profesores de seminario.
Pablo lo expresa mejor en 1Corintios 4:4. donde, respondiendo
al desafío de aquella iglesia, dice: “El que me juzga es el Señor.”
Me gusta la paráfrasis que hace J. B. Phillips de 2 Timoteo 2:15:
“Concéntrate en conseguir la aprobación del Señor”. No simple­
mente en preparar una lección, ni un sermón, ni en lograr que la
gente diga “Amén”, ni que los tuyos te hagan llegar notas que
digan “Pastor, ha sido magnífico”, sino “concéntrate en conseguir
la aprobación del Señor”'.
Si realmente tomásemos a pecho este versículo, junto con San­
tiago 3:1, menos de nosotros querríamos ser maestros. Santiago lo
expresa de esta forma: “Hermanos míos, no os hagáis maestros
muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condena­
ción’’. Habrá que rendir cuentas. La idea es la siguiente: Siempre
que enseñe o predique, debería usted albergar un pensamiento prin­
cipal: El auditorio final es Dios. Al preparar, escribir y reflexio­
nar, nuestras almas tendrían que sentirse instadas por la premura
de la excelencia, ya que es Dios quien en última instancia juzgará
nuestro mensaje.
Seremos probados. Compareceremos delante de Dios, y no sólo
habrá prueba, sino que la Biblia indica que posiblemente haya tam­
bién “trauma”. ¿Por qué? Porque estaremos delante de Dios y lo
único de lo que se tratará es de si somos “avergonzados” o “apro­
bados” por Él. La conclusión lógica para aquellos que hayan sido
infieles (que no hayan perseverado en la tarea), no hayan tenido
entrega (no hayan hecho todo lo que podían) y hayan estado ac­
tuando sin pericia (realizando un trabajo chapucero) es la vergüenza
delante de Dios, algo traumático.
¿Verdad que sería horrible encontrarse un día en ignominia de­
lante de Dios por no haber usado correctamente su Palabra?
Sin embargo, Pablo dice que si la interpretamos bien, no la en­
redamos y la dividimos debidamente, tendremos la aprobación
divina. Los obreros aprobados no pasan vergüenza. Si transmiti­
mos fielmente la verdad como Dios nos la ha dado a nosotros en
su Palabra, escucharemos lo que todos nosotros queremos oír:
“Bien, buen siervo y fiel”.
Eso dice el mensaje de 2 Timoteo 2:15. Habla de una palabra
que es impecable, intachable, sin error, y que exige una interpreta­
ción responsable por la que tendremos que rendir cuentas un día
ante Dios.
Los capítulos siguientes tienen por objeto hacer de nosotros
mejores obreros y equipamos para que aparezcamos aprobados
ante Dios. Algunos de ellos tratan del desarrollo de las habilidades
necesarias de estudio bíblico y otros se concentran en los errores
contemporáneos que debemos evitar. El capítulo 2 repasa las he­
rramientas que usted precisará para interpretar con exactitud.
Preguntas para discusión
1. ¿Qué significa la doctrina de la inerrancia de las Escrituras?
2. ¿Cuáles son las tres formas en que podemos medir lo bien
que estamos manejando nuestra responsabilidad de interpre­
tar con exactitud la Biblia?
3. Lea 2 Timoteo 2:15. ¿Qué significa la entrega a las Escritu­
ras? ¿Cómo podemos saber si nuestra entrega a ella es o no
elevada?
4. Describa los cuatro ataques básicos que experimenta nuestra
entrega a la Palabra de Dios. ¿Por qué son peligrosos?
5. ¿Qué indica la expresión “usar bien”?
6. ¿De qué forma se nos hace responsables de nuestra interpre­
tación de las Escrituras?
Herramientas para una
interpretación exacta
En cierta ocasión, el famoso evangelista Billy Sunday describió
la lectura de la Biblia como una experiencia semejante al viajar.
Entré por el pórtico del Génesis y recorrí la galería de arte del
Antiguo Testamento, en cuyos muros estaban colgados los retratos de
Abraham, Moisés, José, Isaías, David y Salomón.
Pasé luego a la sala de música de los Salmos, y allí cada lengüeta
del gran órgano de Dios respondía al arpa armoniosa de David.
Me introduje en la cámara del Eclesiastés, donde se podía oír la
voz del predicador, y en el invernadero de Sarón, lugar en el que las
especias del lirio de los valles llenaron y perfumaron mi vida.
Entré en la oficina comercial de los Proverbios, y luego en el ob­
servatorio de los profetas, donde vi telescopios de diversos tamaños,
algunos enfocados hacia acontecimientos lejanos, pero todos ellos
concentrados en la estrella brillante que se alzaría para nuestra salva­
ción sobre los montes de Judea iluminados por la luna.
Pasé a la sala de audiencia del Rey de reyes, y a las cámaras de la
correspondencia, donde estaban sentados Mateo, Marcos, Lucas, Juan,
Pablo, Pedro y Santiago escribiendo sus epístolas.
Me introduje luego en el salón del trono del Apocalipsis y capté la
visión del Rey sentado en su solio con toda su gloria, y exclamé:
Loores dad a Cristo el Rey,
Suprema potestad;
De su divino amor la ley,
Postrados aceptad.
Hay dos formas de realizar el periplo bíblico: bien a través de la
experiencia de otra persona, como Billy Sunday, bien aprendien­
do uno mismo a interpretar (recorrer) la Biblia. Sin embargo, es
esta entrega íntima la que hará inolvidables los viajes a través de
las páginas de las Escrituras.
La interpretación bíblica le lleva a uno por los senderos de la
historia y hace que camine por donde nunca antes había estado; a
veces con verdadero peligro de perderse o incluso de estrellarse al
lado del camino. En otras ocasiones, hasta habrá gente que depen­
derá de usted para que los mantenga en la senda.
Aunque busque una experiencia de primera mano, todavía ne­
cesitará guías experimentados que hayan recorrido ese camino antes
que usted. Dichos guías pueden conducirlo a través de nuevos te­
rritorios, por terrenos difíciles o bordeando peligrosos obstáculos.
También impedirán que se pierda o termine en un sendero que no
lleva a ninguna parte. Además de eso, le indicarán importantes
detalles que usted pudiera pasar por alto en sus primeros viajes.
Los libros hacen las veces de esos guías inestimables para atra­
vesar el territorio de la Palabra de Dios y le capacitan a uno para
andar derecho por sí solo.
¿Qué Biblia?
Comenzaremos con “el Libro”, la Biblia. Sus lenguas origina­
les fueron el hebreo, el arameo y el griego, pero ya que la mayoría
de nosotros no usamos ahora esos idiomas antiguos, nuestra guía
suprema será una buena traducción castellana de las Escrituras.
La pregunta clave que tienen que hacerse y contestarse los cris­
tianos es: “¿Qué traducción de la Biblia debería utilizar para mi
estudio personal?"
Hay tres traducciones recomendables —cada una un poco dife­
rente, pero todas ellas sanas— : la Reina-Valera, revisión del 60
(RV/60), la N u e v a V e rsió n I n te r n a c io n a l (NVI), y la B i b lia d e la s
A m é r i c a s (BLA). Muchos de ustedes ya están familiarizados con
alguna de estas versiones y deberían mantenerse fieles a ella; otros
buscan aún la traducción adecuada. Le interesará escoger aquella
Biblia con la que pueda sentirse más cómodo, por tanto decídase
por una que resulte agradable de leer y de fácil comprensión.
Para aquellos de ustedes que todavía están buscando, he aquí
un pasaje de muestra de cada una de esas versiones. Le será más
fácil decidir si compara pasajes idénticos de las distintas Biblias.
Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros,
evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los
santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de
Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conoci­
miento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la esta­
tura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes,
llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de
hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error,
sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel
que es la cabeza, esto es. Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concer­
tado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutua­
mente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su
crecimiento para ir edificándose en amor. (Ef. 4:11-16, RVA/60)
El fue quien concedió a unos el ser apóstoles, a otros profetas, a
otros evangelistas, y a otros pastores y maestros, a fin de capacitar al
pueblo de Dios para la obra de servicio, para que sea edificado el
cuerpo de Cristo, hasta que todos alcancemos la unidad en la fe y en
el conocimiento del Hijo de Dios y logremos la madurez, llegando a
la medida completa de la plenitud de Cristo. Así ya no seremos niños,
lanzados de un lado a otro por las olas y llevados de aquí para allá por
todo viento de enseñanza y por la astucia y los artificios de hombres
que emplean artimañas engañosos. Más bien, expresando la verdad
con amor, creceremos en todo en aquel que es la cabeza, es decir.
Cristo. De parte de él todo el cuerpo, ajustando mediante la unión de
todos los ligamentos, crece y se edifica en amor, según la actividad
de cada miembro. (Ef. 4:11-16, NVI)
Y El dio a algunos e l s e r apóstoles, a otros profetas, a otros evan­
gelistas, a otros pastores y maestros, a fin de capacitar a los santos
para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo;
hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del
Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la
estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños, sacu­
didos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de
doctrina, por la astucia de los hombres, por las artimañas engañosas
del error; sino que hablando la verdad en amor, crezcamos en todos
los aspectos en aquel que es la cabeza, es decir, Cristo, de quien todo
el cuerpo (estando bien ajustado y unido por la cohesión que las co­
yunturas proveen), conforme al funcionamiento adecuado de cada
miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edifica­
ción en amor. (Ef. 4:11-16, BLA)

Después de escoger una traducción de la Biblia, siga con ella.


Conviértala en su compañera constante leyéndola, estudiándola,
memorizándola y usándola para seguir la lectura en la iglesia o en
el aula. Así se convertirá en su Biblia personal.
Con frecuencia la gente pregunta sobre las paráfrasis y en qué
se diferencian de las traducciones. En castellano tenemos La Bi­
blia al día, cuyos autores no trataron de traducir la Biblia de las
lenguas originales (hebreo, arameo y griego) al español, sino más
bien de ampliar la traducción castellana e interpretarla para facili­
tar su comprensión. Si lee usted el prefacio, entenderá lo que se
proponían hacer.
Las paráfrasis deberían utilizarse como comentarios (o inter­
pretaciones del texto) más que como Biblias de estudio (traduc­
ciones del texto). El empleo de una paráfrasis como Biblia de
estudio omite el paso más importante: la oportunidad de interpre­
tar las Escrituras por uno mismo.
Una última pregunta sería: “¿Qué Biblias de consulta fiables
existen?” Hay tres que yo recomiendo:
• Biblia anotada de Scofield (Spanish Publications)
• Biblia de estudio Ryrie (Editorial Portavoz)
• Biblia de referencia Thompson (Editorial Vida)
Si todavía está usted buscando, ¿por qué no pregunta a varios ami­
gos que las tengan todas?Tome prestadas las distintas Biblias durdnte
algún tiempo, para poder compararlas de una vez, y luego escoja aque­
lla que más le convenga y estará listo para ampliar su biblioteca.
¿Qué más libros?
Recuerdo vividamente cómo mi pastor, Tim LaHaye, me moti­
vó a estudiar la Biblia siendo yo un recién convertido. Él aconse­
jaba que los cristianos utilizaran varias herramientas básicas para
hacerlo; de modo que fui corriendo a la librería evangélica de La
Mesa, California, y compré mis primeros libros. Entre ellos esta­
ban un atlas bíblico, un diccionario de la Biblia y un juego co­
rriente de comentarios.
Desde entonces, en un período de quince años, he añadido cien­
tos de volúmenes a mi biblioteca. Sin embargo, cuando hago mi
propio estudio personal, las más de las veces me encuentro utili­
zando algunos de aquellos primeros libros que compré, ya que son
los verdaderos caballos de tiro para interpretar las Escrituras.
A menudo alguien me pregunta: “¿Qué libros compraría usted
si estuviera empezando a formar su biblioteca?” La respuesta de­
pende realmente de lo serio que uno sea acerca del estudio, y de
cuánto dinero pueda invertir.
Para alguien que esté simplemente comenzando, yo recomien­
do un “juego de principiante” que tenga un mínimo básico de herra­
mientas para interpretar con exactitud. Dicho juego incluye:
• Atlas bíblico
• Diccionario de la Biblia
• Concordancia
• Comentarios bíblicos
• Obras de teología

A medida que vaya contando con más dinero o crezca su inte­


rés por la Biblia, puede usted ampliar sus adquisiciones a un “jue­
go de investigador”. También es posible que algunas personas
quieran empezar a este nivel. Dicho “juego de investigador” in­
cluye la clase de libros que hay en el “juego de principiante” más
los siguientes:
• Biblia temática
• Enciclopedia bíblica
• Obras sobre el trasfondo histórico de la Biblia
• Ayudas con las palabras del Antiguo Testamento
• Ayudas con las palabras del Nuevo Testamento
A aquellos de ustedes que quieran tomarse en serio el estudio y
utilizar sus descubrimientos más allá del terreno personal, les re­
comiendo el “juego del orador”. La mayoría de los que han empe­
zado en el nivel del principiante o del investigador tendrán interés
en pasar a esta serie de un nivel más alto.
Además de los libros recomendados en los dos juegos anterio­
res, yo añadiría:
• Ayudas para el griego
• Concordancia greco-española
• Ayudas con las figuras retóricas
• Libros de ética
• Ayudas de referencia cruzada
¿Qué libros en particular?
La siguiente pregunta lógica es: ¿Qué libros específicos me
guiarían mejor? En castellano existen entre otros los que citamos
a continuación, algunos de los cuales he comprobado por propia
experiencia que son guías fieles y herramientas de confianza para
el estudio de las Escrituras.
Atlas bíblicos
• Tim Dowley, Atlas bíblico Portavoz (Editorial Portavoz).
• G. E. Wright y F. V. Filson, Atlas histórico Westminster de la
Biblia (Casa Bautista de Publicaciones).
• Pat Wise, Nuevo atlas bíblico (Editorial UNILIT).
Los atlas bíblicos le resultarán de un valor inestimable para el
estudio de los libros históricos del Antiguo Testamento, los evan­
gelios y el libro de los Hechos, los cuales cobrarán vida cuando
pueda usted reconstruir la ruta de los viajes misioneros de Pablo,
trazar el periplo del éxodo o seguir el transcurso de la vida de
Cristo.
Tendrá la posibilidad de forjarse un mapa de todas las batallas
que se libran en Josué o viajar con David mientras éste huye de
Saúl. Incluso si alguna vez se ha preguntado por qué Cristo esco­
gió a aquellas siete iglesias específicas de Apocalipsis 2 y 3 como
receptoras de sus cartas, un vistazo al atlas bíblico satisfará la cu­
riosidad que siente.
Diccionarios bíblicos
• Diccionario bíblico elemental, Tomás de la Fuente (Casa
Bautista de Publicaciones).
• Diccionario ilustrado de la Biblia , W. M. Nelson (Editorial
Caribe).
• Nuevo diccionario bíblico, J.D. Douglas, et al, eds. (Edito­
rial Certeza).
• Nuevo diccionario bíblico ilustrado, Samuel Vila y Santiago
Escuain (Editorial CLIE).
Los diccionarios bíblicos son una fuente rápida de gran varie­
dad de información presentada en estilo comprensivo. La ofrenda
de la viuda que se narra en Lucas 21 cobrará más significado para
usted si busca lo que es una “blanca”, o su comprensión de toda la
experiencia del tabernáculo relatada en Exodo y Números será
mejor si lee una introducción sobre lo que era el “tabernáculo”.
También puede usted aprender acerca de “Pondo Pilato” u ob­
tener alguna buena información de trasfondo sobre las “fiestas y
los festivales” que aparecen en Levítico y los evangelios. Si se ha
preguntado alguna vez acerca del “Berna” o “tribunal de Cristo”
en 1 Corintios 3 y 2 Corintios 5, un diccionario bíblico le ayudará
a comprenderlo.
Concordan cías
• Concordancia breve de la Biblia (Casa Bautista de Publi­
caciones).
• Concordancia completa de la Santa Biblia, W. H. Sloan (Edi­
torial CLIE).
• Concordancia de las Sagradas Escrituras, C. P Denyer (Edi­
torial Caribe).
• Concordancia temática de la Biblia, C. Bransby (Casa Bau­
tista de Publicaciones).
Las concordancias presentan una relación de todas las palabras
castellanas que se utilizan en una determinada traducción bíblica, y
son inestimables para descubrir rápidamente lo que la Biblia dice de
una persona, un lugar, una palabra o un tema. Por otra parte, en caso
de que se sienta usted frustrado porque recuerda cierto versículo
pero no su ubicación, la concordancia le ayudará a localizarlo.
Comentarios bíblicos
• Comentario bíblico Moody: Antiguo y Nuevo Testamento, C.F,
Pfeiffer y E.F. Harrison, eds., 2 tomos (Editorial Portavoz).
• Comentario bíblico Beacon, 10 tomos (Casa Nazarena de
Publicaciones).
• Serie Comentario bíblico Portavoz, varios autores, 45 tomos
(Editorial Portavoz).
• Comentario Carroll, B.H. Carroll, 12 tomos (Editorial CLIE).
• Comentario de la Santa Biblia, Adam Clarke, 3 tomos (Casa
Nazarena de Publicaciones).
• Comentario del Nuevo Testamento, Guillermo Hendriksen,
9 tomos (Subcomisión Literatura Cristiana).
• Comentario Matthew Henry, Matthew Henry y Francisco
Lacueva, 11 tomos (Editorial CLIE).
Los comentarios son esencialmente explicaciones o interpreta­
ciones del texto bíblico. Resultan de la mayor ayuda cuando un
pasaje no se explica por sí mismo, y son indispensables para estu­
diar libros como el Eclesiastés o el Apocalipsis. También los pasa­
jes difíciles del tipo de Hechos 2 o Isaías 53 se hacen más fáciles
de entender cuando un profesor experimentado lo guía a uno a
través del mismo con su comentario.
Volúmenes de teología
• Ernesto Trenchard, Estudios de doctrina bíblica (Editorial
Portavoz).
• Emory Bancroft, Fundamentos de teología bíblica (Edito­
rial Portavoz).
• William Evans. Las grandes doctrinas de la Biblia (Edito­
rial Portavoz).
• Lewis S. Chafer, Teología sistemática, 2 tomos (Spanish
Publications).
• Louis Berkhof, Teología sistemática (Editorial T.E.L.L.).
Lo que la Biblia dice acerca de un tema o doctrina no se limita
por lo general a un solo pasaje. Las obras de teología le proporcio­
narán un trasfondo bíblico completo para el asunto que le ocupa.
Por ejemplo, dichos libros arrojarán luz sobre la humanidad y
la deidad de Cristo, el ministerio del Espíritu Santo en el Antiguo
y Nuevo Testamentos, el Dios Uno y Trino, la salvación, la profe­
cía y un sinfín de otras cuestiones doctrinales. Una obra de teolo­
gía le permitirá ver la faceta que está estudiando a la luz de todo lo
demás que enseña la Biblia sobre ese tema.
Biblias temáticas
Una Biblia temática mejora, pero no sustituye, a una concor­
dancia. Esta clase de biblias presentan una relación de los pasajes
más importantes (si no todos) donde aparece cualquier palabra,
persona o lugar. En algunos casos, cada versículo bíblico está es­
crito en forma completa, mientras que otras veces un determinado
tema se halla exhaustivamente clasificado para facilitar la consul­
ta. Hasta la fecha no se ha editado ninguna Biblia temática en es­
pañol.
Enciclopedias de la Biblia
Una enciclopedia bíblica es más completa que un diccionario:
trata con mayor minuciosidad los temas y es más amplia en cuan­
to al espectro de éstos.
Obras sobre el trasfondo histórico de la Biblia
• Ralph Gower, Nuevo manual de usos y costumbres de los
tiempos bíblicos (Editorial Portavoz).
• Fred Wight, Usos y costumbres de las tierras bíblicas (Edi­
torial Portavoz).
• Alfred Edersheim, Usos y costumbres de los judíos en los
tiempos de Cristo (Editorial CLIE).
• Alfred Edersheim, La vida y los tiempos de Jesús el Mesías
(Editorial CLIE).

Miles de años nos separan de la historia y la cultura bíblicas.


Desconocemos las costumbres, los usos y las tradiciones de en­
tonces salvo por libros como los que acabamos de mencionar. Di­
chos libros nos explican por qué la gente vivía de aquella manera.
El saber cómo era la vida de un pastor palestino de aquel enton­
ces convierte en realidad viva el Salmo 23, y el comprender la
naturaleza despreciable de un recaudador de impuestos realza la
gracia de Cristo para con Mateo. Si alguna vez se ha sentido per-
piejo respecto de las cuatro clases de tierra de Mateo 13, o acerca
de cómo un hombre enfermo podía ser descendido a través de un
tejado (Mr. 2), esta clase de guía literaria será esencial para usted.
Ayudas con las palabras de la Biblia

• W. E. Vine, Diccionario expositivo del Nuevo Testamento, 4


tomos (Editorial CLIE).
• Everett F. Harrison, Diccionario de teología (Editorial
T.E.L.L.).
La Biblia se compone de palabras, las cuales forman frases que
a su vez se combinan en párrafos. La suma de dichos párrafos
constituye capítulos y libros enteros. Resulta esencial saber lo que
quiso decir un escritor al utilizar determinada palabra.
Las ayudas con las palabras del Antiguo Testamento exploran
el significado original de los términos hebreos y árameos y mues­
tran cómo se empleaban los mismos en la experiencia cotidiana de
alguien que vivía en aquel entonces. Esas útiles guías también es­
tudian la manera en que una determinada palabra se utiliza en las
demás partes de la Biblia. A menudo esta clase de estudio aclara
un texto y puede aportar jugosas ilustraciones.
El idioma griego es por naturaleza más expresivo que el hebreo
del Antiguo Testamento, y siempre supone un desafío y un esfuer­
zo gratificante ahondar en una palabra neotestamentaria y descu­
brir su trasfondo. El resultado que obtendrá con ello será un cuadro
más claro de lo que quiso decir el escritor sagrado.
Ayudas con el griego
• William Barclay, Palabras griegas del Nuevo Testamento,
(Casa Bautista de Publicaciones).
• Guillermo H. Davis, Gramática elemental griega del Nue­
vo Testamento (Casa Bautista de Publicaciones).
• H.E. Dana y Julius R. Mantey, Gramática griega del Nuevo
Testamento (Casa Bautista de Publicaciones).
• Francisco Lacueva, Nuevo Testamento interlinear griego-
español (Editorial CLIE).
• Richard Foulkes, Griego del Nuevo Testamento, 3 tomos
(Editorial Caribe).
No se necesita ser un experto en griego para comenzar a disfru­
tar de las riquezas que encierra el Nuevo Testamento. Simplemen­
te con aprender las veinticuatro letras del alfabeto heleno tendrá
usted la posibilidad de utilizar un Nuevo Testamento griego
interlinear y una gramática griega básica. Así podrá acceder a más
ayudas de estudio que de otro modo no tienen sentido. La más
importante de ellas es una concordancia greco-castellana.
Concordancias de griego y español
• Stegenga A. Tuggy, Concordancia analítica greco-española
(Editorial CLIE).
• Hugo M. Petter, Concordancia greco-española del Nuevo
Testamento (Editorial CLIE).
Con frecuencia una palabra griega se traduce de varias formas
en castellano. (El término hupóme nó, p. ej., se vierte al castellano
como “mantenerse firme, resistir, perseverar, aguantar, sufrir, pa­
decer, quedarse”.) E inversamente, una voz castellana puede tra­
ducir varios vocablos griegos (cuatro, por ejemplo, en el caso de
la palabra “amor”).
Ayudas con las figuras retóricas
• E.W. Bullinger y Francisco Lacueva, Diccionario de figuras
de dicción usadas en la Biblia (Editorial CLIE).
¿Se ha preguntado alguna vez lo que Jesús quiso decir cuando
invitó a sus discípulos a comer su cuerpo y beber su sangre (Jn.
6:53)? ¿O cómo puede pasar un camello por el ojo de una aguja
(Mt. 19:24)?
Libros de ética
• Francisco Lacueva, Ética cristiana (Editorial CLIE).
• Charles C. Ryrie, La responsabilidad social (Ediciones Las
Américas).
La doctrina cristiana está concebida para introducimos a una
vida cristiana, y nos proporciona la ética bíblica con la que mane­
jamos nuestros asuntos diarios. Los libros de ética nos proveen de
un resumen conciso de enseñanza bíblica sobre el aborto, la gue­
rra, el matrimonio y el divorcio, la homosexualidad, el sexo, la
pena de muerte, las riquezas y otros temas de interés para nuestros
días.
Nota final
Los recursos mencionados le guiarán con seguridad a través de
las Escrituras durante toda la vida. Sin duda encontrará usted otras
ayudas para el estudio, libros que mejorarán su aprendizaje de la
Biblia todavía más. No tema pedir sugerencias a su pastor, a algún
amigo de confianza o al librero cristiano más próximo.
Mi propósito al escribir no es hacerle a usted su estudio bíblico,
sino más bien animarle a que investigue con exactitud la Biblia
por sí mismo. Deseo que experimente el gozo de los descubri­
mientos personales en sus viajes por las Escrituras.
Por otro lado, aunque las buenas herramientas son algo esen­
cial, no basta con ellas; el método es igualmente importante. Pase­
mos ahora a algunas ayudas prácticas para interpretar la Biblia por
sí mismo.
Preguntas para discusión
1. Mencione los tres niveles que hay de herramientas de estudio
para la interpretación bíblica.
2. ¿Qué versión de la Biblia utiliza usted? ¿Por qué?
3. Explique la diferencia que existe entre traducción y paráfrasis.
4. ¿Qué herramientas básicas se necesitan para comenzar el es­
tudio y la interpretación personales?
Interprete con exactitud
por usted mismo—1
Hace poco leí un anuncio el cual pretendía que la Biblia era el
éxito de librería menos leído del mercado. ¿Por qué? La idea de un
estudio bíblico personal asusta a la mayoría de los cristianos —
tales estudios parecen muy difíciles de llevar a cabo sin contar con
alguna preparación formal— . Sin embargo, el Salmo 119 llama
con insistencia a todo creyente a alimentarse del sustento espiri­
tual de las Escrituras.
Ya sea usted un pastor con varios títulos teológicos o un cristia­
no recién convertido, hay una serie de pasos sencillos para la rea­
lización de estudios bíblicos provechosos que le introducirán con
éxito en la Palabra de Dios, y usted quedará con la profunda satis­
facción de saber que el Señor le ha hablado a través de su Palabra
y que usted comprende el mensaje.
Para ilustrar la manera en que puede estudiar la Biblia por usted
mismo, utilizaremos el Salmo 13. Este antiguo poema podría titu­
larse “Cómo esperar en Dios”, y es un salmo idóneo para el acele­
rado hombre del siglo xx.
Armado de ordenadores de la era espacial, hornos microondas
y cámaras in s ta m a tic , la generación del “ahora” libra una enérgica
batalla contra esa anticuada virtud llamada paciencia. Si piensa
usted que no es así, recuerde simplemente su última visita a la
consulta del médico o cómo se siente al ir avanzando centímetro a
centímetro en los atascos de las horas puntas.
Pero el plan de Dios desfila al ritmo de un reloj eterno, no del
último mecanismo digital calibrado en microsegundos. Las más
de las veces, el tiempo divino es más lento que el nuestro, como lo
manifiesta el que tan a menudo nos apresuremos para terminar
luego esperando. El salmista nos enseña que la “sincronización”
lo es todo en la divina ejecución de la voluntad de Dios para nues­
tras vidas.
Afirmación
En su lecho de muerte, Walter Scott pidió a un amigo suyo que
le leyese algo, y éste, confundido al repasar el estante de las obras
del escritor, preguntó: ¿Y qué libro quieres que te lea?
—¿Por qué me preguntas eso? —replico Sir Walter— . No hay
más que un solo libro. Trae la Biblia.
El primer paso conlleva la afirmación de que “toda la Escritura
es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para co­
rregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti. 3:16-
17). Se trata de las santas Escrituras de Dios (Ro. 1:2).
La Biblia no compite con otros libros por el monopolio de la
verdad. ¡Es la verdad! (Jn. 17:17). Ninguna otra obra se acerca
siquiera a ella. Las Sagradas Escrituras pueden hacera un hombre
más sabio que sus enemigos, proporcionarle más discernimiento
que todos sus maestros y darle más lucidez que los viejos.
Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos,
porque siempre están conmigo. Más que todos mis enseñadores he
entendido, porque tus testimonios son mi meditación. Más que los
viejos he entendido, porque he guardado tus mandamientos. (Sal.
119:98-100)
Cada vez que abro la Biblia para estudiarla, lo hago con la con­
fesión renovada de que es “la Palabra de Dios”. Por tanto la acep­
to como inerrante (veraz) e infalible (fidedigna), y así se convierte
en mi maestra y mi autoridad absoluta en cuanto a la fe y la con­
ducta.
Preparación
Cuando le preguntaron cuál era la forma más provechosa de
estudiar la Biblia, George Müller comentó que él tenía dos méto­
dos prácticos: el primero, buscar en oración al Espíritu de Dios
como maestro principal; y el segundo, dejar que el Espíritu Santo
le enseñase en el momento adecuado —es decir, que si una res­
puesta no viene inmediatamente, ha se seguirse buscando la ayuda
del Espíritu— .
Juan lo expresa de esta manera:
Pero la unción que vosotros recibisteis de él perm anece en voso­
tros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción
misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira,
según ella os ha enseñado, permaneced en él. (1 Jn. 2:27)
Y Pablo concuerda con esto, cuando dice:
Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el
espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las
cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. (1 Co. 2:11)
El Salmo 119 rebosa del amor de su autor por las Escrituras, y
nosotros podemos aprender mucho de la oración de éste. En mi
caso he descubierto que la secuencia siguiente es de lo más signi­
ficativa para la preparación de un estudio:
1. “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley” (v. 18).
Esto conduce al c o n o c im ie n to .
2. ‘‘Enséñame tus estatutos” (v. 12). Esto conduce al e n te n d i­
m ie n to .
3. “¡Ojalá fuesen ordenados mis caminos para guardar tus esta­
tutos!” (v. 5). Esto lleva a la o b e d ie n c ia .
Observación
Consideremos el Salmo 13:
¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta cuán­
do esconderás tu rostro de mí? ¿Hasta cuándo pondré consejos en mi
alma, con tristezas en mi corazón cada día? ¿Hasta cuándo será
enaltecido mi enemigo sobre mí?
Mira, respóndeme, oh Jehová Dios mío; alumbra mis ojos para
que no duerma de muerte; para que no diga mi enemigo: Lo vencí.
Mis enemigos se alegrarían, si yo resbalase.
Mas yo en tu misericordia he confiado; mi corazón se alegrará en
tu salvación. Cantaré a Jehová, porque me ha hecho bien.
O b s e r v e s in g u la r m e n te . Es decir, al principio, no mire ningún
otro libro aparte de la Biblia. Dele al Libro de Dios un lugar pro­
pio y exclusivo. En mi caso trato de leer un texto docenas de veces
antes de pasar al siguiente. Inténtelo con el Salmo 13.
O b s e r v e c u id a d o s a m e n te . C.H. Spurgeon cita las siguientes
palabras de un escritor de su época: “La mayoría de las personas
leen sus Biblias como las vacas que pastan en hierba espesa, las
cuales pisotean las flores y las plantas aromáticas más delicadas”.
Observe procurando descubrir la belleza del detalle que Dios ha
puesto en su Palabra. Tome tiempo y concéntrese.
O b s e r v e c o n c ie n z u d a m e n te . Empiece recordándose a sí mismo
que jamás lo verá todo en un único estudio, pero propóngase des­
cubrir cuanto le sea posible.
Cierto escritor lo expresa de este modo: “Para comprender las
Escrituras le será de gran ayuda subrayar, no sólo lo que se dice o
se escribe, sino:
de quién se dice
a quién
qué palabras se usan
cuándo
dónde
con qué propósito
en qué circunstancias
qué viene antes y después”

O dicho de otra manera, observe tanto el contenido como el


contexto.
Observe sistemáticamente. Martín Lutero estudiaba la Biblia como
quien recoge manzanas. “En primer lugar —dice— sacudo todo el
árbol, para que caigan las más maduras. Luego, me subo a él y agito
cada una de sus ramas grandes, a continuación las más delgadas y
seguidamente los tallos. Por último miro debajo de cada hoja.”
O b s e r v e ín tim a m e n te . Examínela entendiendo que está leyen­
do un mensaje del Padre celestial para usted, su hijo espiritual. Es
como una carta de casa cuando estamos lejos.
Al observar, tal vez empiece usted a distinguir las unidades bá­
sicas del Salmo 13:
1. La queja impaciente de David (vv. 1-2)
2. Un clamor insistente de su parte (vv. 3-4)
3. Su confianza invencible (vv. 5-6)
En los versículos 1 y 2, David hace cinco preguntas seguidas.
Cuatro veces clama: “¿Hasta cuándo?” Su reiterada p r o te s ta nos
indica inmediatamente que David está librando una batalla con la
impaciencia.
Las tres preguntas del versículo 1 parecen decir:
1. ¿Me ha olvidado Dios? (v. 1a )
2. ¿Será para siempre? (v. 1b )
3. ¿Me pasa algo? (v. le)
Y el versículo 2 adopta la forma de una protesta personal en la
que el salmista admiten tres cosas:
1. Estoy frustrado (v. 2 a )
2. Me siento desamparado (v. 2 b )
3. Me considero un fracaso (v. 2c)
En los versículos 3 y 4 hay un cambio en el tono de David,
quien reconoce su relación personal con aquel a quien se dirige:
“Oh Jehová Dios mío”. Su p r o te s ta (vv. 1-2) ha dado paso a esta
o r a c ió n .
El versículo 4 alude a posibles circunstancias de la vida real
que constituían la verdadera causa del salmo. Más tarde veremos
si dichas circunstancias se mencionan en algún otro lugar de las
Escrituras. Se trata de un asunto de vida o muerte.
Por último, en los versículos 5 y 6 la o r a c ió n del salmista se
convierte en a la b a n z a y hace que nos preguntemos: ¿Por qué ese
cambio espectacular en la reacción ante la vida, cuando las cir­
cunstancias que causaron la p r o te s ta no se han modificado?
Considere cuidadosamente los verbos en los dos últimos
versículos. Dichos verbos guardan la siguiente secuencia: pasado,
futuro, futuro, pasado. El salmista empieza a recordar la manera
en que Dios trató con él anteriormente y dice: “Tengo que alabarle
por ello ahora y en los días venideros”. Cuando David evocó la
forma de actuar de Dios con su persona en el pasado, dicha actua­
ción le sirvió para sosegarse y fortalecerse en medio de la crisis en
que se encontraba.
Conclusión
Mirar, esa es la clave para un estudio bíblico fructífero. Extrae­
mos enseñanza de un pozo que jamás se secará; de modo que beba
intensamente de su vivificante provisión.
Hace muchos años leí este fascinante e inolvidable relato que
grabó de manera indeleble en mi mente la importancia de la “ob­
servación”. Su estudio bíblico se verá revolucionado si aplica us­
ted la lección del profesor J. Louis Agassiz.
E l e s tu d ia n te , e l p e z y A g a s s iz c o n ta d o p o r e l e s tu d ia n te
Hace más de quince años entré en el laboratorio del profesor
Agassiz y le dije que me había apuntado en la escuela científica
como estudiante de historia natural. Él me hizo algunas pregun­
tas sobre el propósito que tenía para ir allí, mis antecedentes en
general, la manera en que pensaba usar luego los conocimientos
que adquiriese y, finalmente, si deseaba estudiar alguna rama de
la materia en particular. A esto último respondí que, aunque que­
ría tener una buena base en todos los departamentos de la zoolo­
gía, mi intención era dedicarme especialmente a los insectos.
—¿Cuándo quiere usted comenzar? —me preguntó entonces.
—Ahora mismo —contesté yo.
Aquello pareció agradarle, y con un vigoroso “Muy bien” tomó
de un estante un enorme tarro de especímenes en alcohol amarillo.
—Tenga este pez —me dijo— y obsérvelo. Nosotros lo llama­
mos h a e m u lo n . De vez en cuando le preguntaré cómo es.
Dicho esto se fue, pero enseguida volvió con instrucciones preci­
sas en cuanto al cuidado del objeto que se me había encomendado.
—Ningún hombre puede ser naturalista —expresó— si no sabe
cuidar los especímenes.
Me ordenó que mantuviera al pez delante de mí en una bandeja
de hojalata, y que de vez en cuando humedeciera su superficie con
alcohol procedente del tarro, cuidando siempre de volver a poner
el tapón en su lugar ajustadamente.
En aquellos días no había tapones de vidrio esmerilado, ni fras­
cos de exposición con formas elegantes. Cualquier estudiante an­
tiguo recordará los enormes bocales de cristal con sus corchos
embadurnados de cera que se salían y estaban medio comidos por
los insectos y sucios con el polvo de la bodega. La entomología
era una ciencia más limpia que la ictiología, pero el ejemplo del
profesor, que había sumergido la mano sin dudarlo hasta el fondo
del tarro para sacar el pez, era contagioso, y aunque ese alcohol
tenía “un olor muy rancio y a pescado”, no me atreví a mostrar
ninguna aversión al mismo dentro de aquel sagrado recinto y lo
traté como si fuese agua pura. Aun así, experimenté un sentimien­
to pasajero de decepción, ya que el mirar fijamente a un pez no
resultaba interesante para un ferviente entomólogo. También mis
amigos, en casa, se sintieron molestos al descubrir que por mucha
cantidad de colonia no lograba ahogar el perfume que me perse­
guía como una sombra.
En un plazo de diez minutos ya había yo visto cuanto podía ob­
servarse en aquel pez, y partí en busca del profesor, quien, sin em­
bargo, había abandonado el museo. Cuando volví, después de
entretenerme con algunos de los extraños animales almacenados en
el departamento superior, mi espécimen estaba completamente seco.
Arrojé el fluido sobre el pez, como si quisiese resucitarlo de un
desvanecimiento, y esperé con ansiedad a que recuperara su em­
papada apariencia. Pasado aquel momento ligeramente excitante,
no me quedaba sino volver a una perseverante contemplación de
mi mudo compañero.
Pasó media hora... luego una... y otra... Aquel pez empezó a
parecerme repugnante. Le di la vuelta una y otra vez. Lo miré a la
cara — ¡horrible!— . Por detrás... por debajo... desde arriba... de
lado... de medio lado —seguía siendo horrible— . Estaba desespe­
rado.
Siendo aún temprano decidí que necesitaba almorzar, de modo
que con infinito alivio volví a meter el pez en su tarro y disfruté de
una hora de libertad.
Al volver supe que el profesor Agassiz había estado en el mu­
seo. pero se había ido y no regresaría hasta pasadas varias horas.
Mis compañeros estaban demasiado ocupados para que los moles­
tase con una continua conversación. Poco a poco volví a sacar
aquel repugnante pez y me puse a mirarlo de nuevo con un senti­
miento de desesperación. No podía utilizar lupa; todo tipo de ins­
trumentos estaban prohibidos. Sólo mis dos manos, mis dos ojos y
el pez. Parecía un campo de lo más limitado. Metí mi dedo por su
garganta para comprobar lo afilados que estaban sus dientes y
empecé a contarle las escamas que tenía en las distintas filas hasta
convencerme de que aquello era una estupidez. Por último tuve
una idea feliz: dibujaría el pez, y con sorpresa comencé a descu­
brir nuevas características de aquella criatura. En ese mismo ins­
tante volvió el profesor.
— Muy bien, un lápiz constituye uno de los mejores ojos —
expresó— . Me alegra también ver que mantiene mojado su espé­
cimen y el tarro cerrado.
Y tras aquellas alentadoras palabras, añadió:
— Bueno, ¿cómo es?
Luego escuchó atentamente mi breve recapitulación de la es­
tructura de partes cuyos nombres aún desconocía: la agalla bor­
deada —arcos y opérculo móvil— , los poros de la cabeza, unos
labios carnosos y ojos sin párpados; la franja lateral; la aleta espi­
nosa y la cola hendida: el cuerpo arqueado y comprimido... Cuan­
do hube terminado, él se quedó aguardando como si esperase más,
y luego añadió con aire decepcionado:
—No ha mirado usted muy cuidadosamente —dijo. Y luego en
tono más serio añadió— . ¡Pero si ha pasado por alto una de las
características más notorias del animal, y tan claramente delante
de sus ojos como el pez mismo! ¡Mire otra vez., mire otra vez...!
Y me dejó a mi desdicha.
Me sentía enojado, mortificado... ¡Otra vez a contemplar aquel
pez detestable! Pero ahora me puse a trabajar con empeño y fui
descubriendo una cosa tras otra, hasta que vi lo justa que había sido
la crítica del profesor. La tarde pasó rápidamente y cuando, al caer
la misma, Agassiz preguntó: — ¿No lo ve todavía?, le respondí:
—No, estoy seguro de que no, pero sí veo lo poco que había
observado antes.
— Esa es la segunda cosa importante —expresó con la mayor
seriedad— , pero no puedo escucharle ahora. Guarde el pez y vá­
yase a casa, tal vez tenga una mejor respuesta preparada por la
mañana. Le examinaré antes de que mire el pez.
Aquello era desconcertante: no sólo debía pensar en mi pez toda
la noche, investigando, sin el objeto delante, cuál sería aquella tan
visible pero desconocida característica, sino que también, al día
siguiente, antes de repasar mis nuevos descubrimientos tenía que
hacer un relato exacto de los mismos. Y puesto que mi memoria
era mala, anduve hasta casa por la orilla del río Charles en un
estado de aturdimiento y acompañado de mi doble perplejidad.
El saludo cordial que me dio el profesor a la mañana siguiente
fue tranquilizador. Allí estaba un hombre que parecía sentirse tan
ansioso como yo de que pudiera ver por mí mismo lo que él veía.
—¿Se refiere usted tal vez — pregunté— a que el pez tiene la­
dos simétricos con órganos parejos?
El “¡Naturalmente, naturalmente!” alborozado que me dirigió
compensó las horas pasadas en vela la noche anterior. Después de
que él hubiera disertado con la mayor felicidad y entusiasmo —
como hacía siempre— sobre la importancia de este punto, me aven­
turé a preguntarle qué debía hacer a continuación.
— ¡A h, siga m iran d o el pez! — ex p resó ; y v o lv ió a d ejarm e a
mis propios recursos.
Poco más de una hora después se hallaba de vuelta y escuchó
mi nuevo catálogo.
— ¡Muy bien, muy bien! —dijo— , pero eso no es todo.
Así, durante tres largos días colocó aquel pez delante de mis
ojos prohibiéndome que mirase a ninguna otra cosa o utilizara
ayuda artificial alguna. Su amonestación reiterada era: “¡Mire, mire,
mire...!”
Aquella fue la mejor lección de entomología que jamás me han
dado —una lección cuya influencia se ha extendido a los detalles
de cada estudio sucesivo— : un legado de inestimable valor que el
profesor nos dejó a mí y a muchos otros, el cual no podíamos
tragar y del que ahora no podemos separamos.
Un año después, algunos de nosotros nos divertíamos pintando
bestias estrafalarias con tiza en el encerado del museo. Dibujába­
mos estrellas de mar haciendo cabriolas, ranas en combate mortal,
gusanos con cabeza de hidra, majestuosos langostinos erguidos
sobre sus colas portando sombrillas en alto, y peces grotescos de
boca abierta y ojos saltones.
Poco después entró el profesor, a quien nuestros experimentos
le parecieron tan divertidos como al que más y que dijo mirando
los peces: — H a e m u lo n e s todos ellos. Ha sido el S r.____quien
los ha dibujado.
Era cierto; y aún hoy, cuando intento dibujar un pez, lo único
que consigo hacer son h a e m u lo n e s .
Al cuarto día, junto al primer pez, me colocaron un segundo
ejemplar del mismo grupo, ordenándome que indicase las seme­
janzas y diferencias que había entre ambos. Luego siguieron otro
y otro más; hasta que tuve ante mí toda la familia y una enorme
cantidad de tarros cubrieron la mesa y los estantes vecinos. El olor
se había convertido en un perfume agradable, e incluso ahora, ¡la
vista de un corcho carcomido me trae fragantes recuerdos!
De modo que pasamos revista a todo el grupo de los h a e m u lo n e s ,
y ya fuese diseccionando sus órganos internos, preparando y exa­
minando su esqueleto o describiendo sus diversas partes, el adies­
tramiento de Agassiz en el método de observar hechos y disponerlos
ordenadamente fue siempre acompañado de una apremiante ex­
hortación a no conformarnos con ellos.
— Los hechos son cosas estúpidas —decía—, hasta que se co­
nectan con alguna ley general.
Al cabo de ocho meses abandoné casi a regañadientes a aque­
llos amigos y volví a los insectos, pero lo que había ganado con
esa experiencia externa ha sido de más valor que los años de in­
vestigación posterior de mis grupos preferidos.1

1. Tomado de American Poems, 3a ed. (Boston: Houghton, Osgood, 1879),


pp. 450-454. Este ensayo apareció primero en Every Saturday, XVI (4 de abril
de 1874), pp. 369-370. bajo el título de “In the Laboratory with Agassiz, By a
former pupil" (En el laboratorio con Agassiz, por un antiguo alumno), y ha sido
recientemente utilizado por Irving Jensen en Independení Bible Study (Chicago:
Moody Press), pp. 173-178.
Preguntas para discusión
1. ¿Qué supone el principio de a fir m a c ió n ?
2. ¿Qué queremos decir cuando afirmamos que la Biblia es
inerrante e infalible?
3. ¿Cuáles son algunas de las formas en que podemos preparar­
nos para estudiar la Biblia?
4. Describa los cuatro principios de la o b s e r v a c ió n .
5. Estudie el Salmo 13 y anote sus observaciones.
Interprete con exactitud
por usted mismo —2
He aquí un test. Observe la figura de más abajo durante treinta
segundos y anote cuántos cuadrados ve usted.

Si el resultado que obtiene es inferior a treinta, mire de nuevo.


Persevere hasta que pueda verlos todos. Ahora compruebe sus obser­
vaciones con la solución correcta que aparece en las páginas 56-57.
Este sugestivo ejercicio de observación indica que hay más
cosas que ver de las que se observan a primera vista, lo cual es
especialmente cierto en el caso de la Biblia. Cada vez que nos
encontremos con las Escrituras haremos nuevos descubrim ien­
tos.
Estudiar la Biblia es como extraer y refinar un metal precioso:
debemos seguir trabajando en ello hasta que lo hayamos sacado
todo y luego afinarlo de modo que alcance su grado de mayor
pureza. Esa es la razón por la que escribió el salmista: “Por eso he
amado tus mandamientos más que el oro, y más que oro muy puro”
(Sal. 119:127; cp. Sal. 19:10; 119:72). Dios nos ha concedido a
todos una vida entera para observar las inagotables riquezas de su
preciosa Palabra.
H asta ah o ra hem os h ab lad o de los pasos de afirm ación, p r e p a ­
ración y observación. Seguidamente añadiremos los restantes ele­
mentos necesarios para interpretar con exactitud por uno mismo.
Investigación
Tras haber realizado su observación inicial, ha llegado el mo­
mento de que usted considere aquello que otros han descubierto.
Nadie puede jactarse de haber encontrado todo lo que hay en un
pasaje. Dios ha dotado a muchos maestros excelentes los cuales
han publicado sus pensamientos, y éstos constituyen un recurso
espléndido para el verdadero estudiante de la Biblia.
Le aconsejo que utilice atlas, diccionarios, concordancias y co­
mentarios bíblicos. Saque también de la biblioteca ayudas en cuanto
a la teología, la historia, el trasfondo bíblico y los idiomas origina­
les — hebreo en el Antiguo Testamento y griego en el Nuevo— .
Si tiene usted preguntas, acuda a una librería evangélica para
hojear lo que hay disponible y pedir consejo. Tal vez su iglesia
cuente con una biblioteca o pueda usted acceder a la de algún ins­
tituto bíblico o seminario.
El tesoro de David (2 tomos, Editorial CLIE), de Charles H.
Spurgeon, y otros comentarios sobre los Salmos me han sido muy
útiles cuando estudiaba estos últimos.
Una ayuda para el estudio bíblico que yo solía utilizar, hacía un
bosquejo de otras personas que estuvieron desalentadas como le
sucede a David en el Salmo 13. Entre ellas se encontraban Moisés
(Nm. 11), Josué (Jos. 7), Elias (1 R. 19), Job (Job 3; 10), Jeremías
(Jer. 20) y Habacuc (Hab. 1).
Antes planteamos la cuestión de cuáles habrían sido las circuns­
tancias que llevaron a David a derramar su corazón delante de
Dios. Los bosquejos biográficos del salmista o los comentarios
pueden resultar útiles sobre este punto. David fue ungido por
Samuel para ser rey de Israel cuando era un adolescente (1 S. 16),
pero hasta los treinta años de edad no ocupó realmente el trono (2
S. A— 5). Durante aquella espera de más de una década, Saúl lo
persiguió para matarle (1 S. 18— 30), y con toda probabilidad fue
en ese período cuando David clamó impacientemente: “¿Hasta
cuándo,Jehová?”
Interpretación
¿Qué quiso decir Dios con lo que dijo? Esta pregunta se halla
en el corazón mismo de la interpretación. ¿Cuál es el verdadero
modo de comprender el Salmo 13?
Todo empieza con una actitud dependiente de la iluminación
del Espíritu de Dios. La confesión del salmista era: “Porque tú me
enseñaste” (Sal. 119:102).
La buena exégesis utiliza las reglas habituales de la interpreta­
ción literaria. Analice la Biblia como haría con cualquier otra clase
de literatura. El método se considera “literal” en cuanto a que toma
en serio las palabras mismas, aunque reconoce a la vez aquello que
son figuras retóricas y proporciona la única forma honrada de inter­
pretar la realidad descrita con el símbolo o el lenguaje figurado.
Daniel Webster comentó en cierta ocasión: “Creo que la Biblia
debe entenderse y recibirse en el sentido claramente obvio de sus
pasajes, ya que me resisto a creer que un libro cuyo propósito es la
instrucción y la conversión del mundo entero vaya a encubrir su
significado con tal misterio e incertidumbre que nadie, aparte de
los críticos y los filósofos, puedan descubrirlo.”
La interpretación toma en cuenta el lenguaje. Examina las pa­
labras y su significado, la gramática, las figuras retóricas, los tiem­
pos verbales, etc., lo cual llena el vacío entre el texto hebreo del
Salmo 13 y nuestra traducción castellana. También resultan útiles
las ayudas sobre el léxico del Antiguo Testamento en el idioma
original.
La interpretación considera la cultura. ¿Cómo vivía la gente
cuando se escribió el texto original? ¿Qué costumbres, hábitos o
tradiciones de la época resultarían útiles de conocer? Esto nos
ayuda a reconstruir la situación real en la que se escribió la Bi­
blia. Libros como Usos y costumbres de la tierras bíblicas por F.
Wight y Nuevo manual de usos y costumbres de los tiempos bí­
blicos por R. Gower (Editorial Portavoz) pueden ser de mucha
utilidad para facilitar una mejor comprensión de los costumbres
bíblicos.
La geografía es otra área notable en la interpretación. Aunque
no resulta relevante en el Salmo 13, sí tiene mucha importancia
cuando se están siguiendo la trama de cómo huye David de Saúl o
los viajes misioneros de Pablo.
La interpretación mira siempre a la historia. Todos los aconte­
cimientos de la Biblia ocurren en el contexto histórico mundial, y
esta disciplina es el marco cronológico para comprender lo que
Dios hizo con Israel en el Antiguo Testamento o con la iglesia en
el Nuevo.
David Cooper lo expresa memorablemente: “Cuando el signifi­
cado llano de las Escrituras tiene sentido, no busque ningún otro.
Déle por lo tanto a cada palabra su principal, ordinario y corriente
sentido literal a menos que los detalles del contexto inmediato,
estudiados a la luz de los pasajes que guardan relación con el mis­
mo. y de las verdades fundamentales y axiomáticas, indiquen real­
mente otra cosa.”
Algunas de las cuestiones interpretativas que suscita el Salmo
13, son:
1. ¿Puede Dios realmente olvidar? (v. 1b)
2. ¿Tiene Dios cara? (v. le)
3. ¿Qué significa “alumbra mis ojos”? (v. 3b)
4. ¿Cuál es la relación entre sueño y muerte? (v. 3b)
5. ¿Qué enemigos tiene David? (vv. 2b, 4)
6. ¿En qué consiste la salvación de Dios para David? (v. 5)
Una de las cuestiones que surgen aquí es: ¿Por qué guardaba
Dios silencio? ¿Cuál era la causa de que no contestase y rescatase
inmediatamente a David? En el terreno interpretativo, la Biblia
enseña que hay varias razones posibles:
1. David estaba orando fuera de la voluntad de Dios (1 Jn. 5:14-15).
2. No buscaba por encima de todo la gloria del Señor (1 Co.
10:31).
3. El pecado en la vida de David levantaba una barrera para la
oración (Is. 1:15).
4. David no había sido aún plenamente equipado por las cir­
cunstancias, de modo que Dios permitió que éstas continua­
ran (Stg. 1:2-4).
5. Todavía no había llegado el momento de que se cumpliera
plenamente el propósito divino (Jn. 17:1).
6. Dios, en su soberanía, tenía una razón secreta que David no
conocía (Dt. 29:29).
Por el contexto histórico del salmo, parece que tanto la cuarta
como la quinta y sexta opciones pueden ser correctas. Posible­
mente se trate de alguna combinación de las tres.
Lo importante es que comprendamos que Dios tenía propósitos
más allá de lo que podía entender David. El problema no eran los
malos motivos, el pecado o la búsqueda de algo distinto a la vo­
luntad divina, sino el alineamiento con el horario de Dios — el
cual tenía que producirse aunque ello significase esperar— .
Correlación
En realidad la Biblia es un solo Libro, y no sesenta y seis. Los
treinta y nueve del Antiguo Testamento y los veintisiete del Nue­
vo forman parte del “Libro” al que llamamos la Palabra de Dios.
De modo que cuando estudiamos un texto, es importante que
nos preguntemos qué más ha dicho el Señor sobre un determinado
tema o asunto. ¿De qué otro modo se utiliza una cierta palabra en
las Escrituras? ¿Qué otra cosa ha sucedido en ese lugar durante la
historia bíblica? ¿Hay más sobre el pasaje en cuestión que puedo
saber por otras partes de la Biblia?
La correlación nos permite ver una parte (el texto que estudia­
mos) a la luz de todo el conjunto (la Biblia entera), y nos propor­
ciona la forma de obtener una perspectiva bíblica adecuada —dando
significación a lo importante y restándosela a lo que no lo es— .
Cuando el todo se entiende, la parte cobra un mayor significado.
Una de las mejores formas de hacer esto mismo es utilizando
las referencias que aparecen en su Biblia, con el fin de lograr una
mayor comprensión del asunto. Las Biblias con referencias en ca­
dena, como la Biblia de Referencia Thompson (Editorial Vida),
también son útiles.
El Salmo 13 suscita la cuestión: ¿Es David la única persona que
pregunta a Dios con dudas? Gracias a la correlación descubrimos
que el salmista se halla en buena compañía.
El profeta Habacuc clamó: “¿Hasta cuándo, oh Jehová, clama­
ré, y no oirás?” (Hab. 1:2); y Juan el Bautista inquirió desespera­
damente: “¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?”
(Mt. 11:3). Incluso el mismo Cristo dijo angustiado: “Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46).
David no fue el único santo que tuvo que esperar un tiempo
considerable hasta que el plan de Dios con él se desvelase por
completo, sino que entró a formar parte de las filas de élite a las
que pertenecieron: Noé, quien aguardó 120 años el juicio del dilu­
vio (Gn. 6:3); Abraham, que tuvo que esperar veinticinco la llega­
da de Isaac (Gn. 15— 17); Moisés, el cual tardó cuarenta años en
*

ser rescatado (Ex. 2:23-25; Hch. 7:30); José, quien esperó más de
una década su vindicación (Gn. 37:2; 41:46); Job, que hubo de
aguardar un período impreciso para ser restaurado (Stg. 5:11); y
Daniel, el cual esperó setenta años a que Dios interviniese en la
historia de Israel (Dn. 9:2).
Si quiere usted extenderse más sobre la comparación que se
hace del sueño con la muerte, puede considerar Jeremías 51:39;
D aniel 12:2; Juan 11:11-13; 14:12; 1 C orintios 11:30; y
1 Tesalonicenses 4:14.
La correlación ayuda a expandir el texto, confiere a éste pro­
fundidad y es una magnífica fuente de ilustraciones. También nos
impide a nosotros sacar conclusiones erróneas basadas sólo en una
parte de lo que la Biblia dice. Ese énfasis ampliado o teológico
permite constantemente que veamos lo parcial a la luz de todo el
conjunto.
Personalización
Las claves para la aplicación de un texto bíblico son estos
pasos de la observación, la investigación y la correlación. Hasta
que uno no se ha contestado la pregunta de qué quiere decir el
pasaje con lo que expresa, resulta imposible responder a otra to­
davía de mayor envergadura: ¿Qué significa dicho pasaje para
mí?
Una gran ayuda en este campo de la aplicación es memorizar y
meditar el texto. El Señor ordenó a Josué: “Meditarás en [el libro
de la ley], para que guardes y hagas conforme a lo que en él está
escrito” (Jos. 1:8). Y el salmista tenía tanto anhelo de ello que
escribió: “Se anticiparon mis ojos a las vigilias de la noche, para
meditar en tus mandatos” (Sal. 119:148). Pablo, por su parte, ex­
hortaba a los creyentes: “La palabra de Cristo more en abundancia
en vosotros” (Col. 3:16).
Poco después de convertirme, alguien compartió una serie de
preguntas que deberían hacerse a cada pasaje bíblico que se está
estudiando, y las cuales sirven de catalizadores para ello: Hay en
dicho pasaje...
1. ¿Ejemplos que seguir?
2. ¿Mandamientos que obedecer?
3. ¿Errores que evitar?
4. ¿Pecados que abandonar?
5. ¿Promesas que reclamar?
6. ¿Nuevas ideas acerca de Dios?
7. ¿Principios para aplicar a la vida?
El Salmo 13 está cargado de aplicaciones personales. Permíta­
me cebar su bomba extractora con algunas ideas y luego podrá
usted añadir las suyas propias.
Primeramente, David no abandonó a Dios en medio de su im- *

paciencia y sus preguntas, sino que más bien lo buscó para que El
le diera la solución. A pesar de haber empezado con una protesta,
acudió a quien tenía que acudir y, puesto que su atención estaba
centrada en Dios, la conversación terminó con alabanza.
En segundo lugar, el salmista no intentó redefinir a Dios para
explicar cómo éste había respondido a sus circunstancias. En vez de
ello, afirmó que Dios es tal y como se ha revelado: un fiel Salvador.
En tercer lugar, David no publicó a los cuatro vientos sus dudas
más íntimas acerca del trato de Dios con su situación, sino que
escogió orar privadamente al Señor — el único que podía cambiar
las cosas— .
En cuarto lugar, el salmista no abandonó la realidad — no se
retiró, ni trató de dar un rodeo, sino que se enfrentó honestamente
a la vida y miró a las circunstancias a los ojos— .
En quinto lugar, David no se enojó con Dios. Aunque hay una
protesta inicial por su parte, poco tiempo después acabó adorando
al Señor y alabando su nombre.
En sexto lugar, no acusó a Dios ni lo llevó ajuicio. El salmista
testificó con honradez que el problema no estaba relacionado con
el Señor, sino con su propia falta de comprensión acerca de por
qué Dios actúa como lo hace.
Y en séptimo y último lugar, David no intentó regatear con Dios
ni trató de coaccionarlo. Más bien pidió en oración respuestas fran­
cas para poder vivir con entendimiento.
Johann A. Bengel resume así el paso de la personalización:
“Aplica todo tu yo al texto, y el texto entero a ti mismo”. Nuestro
estudio de las Escrituras jamás termina hasta que lo que sabemos
comienza a dirigir la manera en que vivimos.
Apropiación
Todos los pasos mencionados hasta ahora tenían que ver con el
intelecto, pero estos dos últimos comprometen a nuestra voluntad.
El detenernos aquí sería como recorrer todo el campo de fútbol
con el balón y, al llegar a la portería contraria, decidir que los
goles no tienen importancia, y abandonar el terreno de juego. De
esta manera todo el trabajo anterior se habría desperdiciado. Tan
cerca y, sin embargo, tan lejos.
Pregúntese a sí mismo: “¿Estoy obedeciendo lo que he aprendi­
do en mis estudios bíblicos personales?” Este es el paso que trans­
fiere el fruto de sus trabajos de la cabeza y el corazón a sus manos
y pies.
Jesús dijo a los discípulos: “Si sabéis estas cosas, bienaventura­
dos seréis si las hiciereis” (Jn. 13:17). Y el mandamiento de San­
tiago fue: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente
oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Stg. 1:22). Juan, por
su parte, prometía: “ Bienaventurado el que lee, y los que oyen las
palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas: por­
que el tiempo está cerca” (Ap. 1:3).
El Salmo 13 exige acciones tales como buscar respuestas de
Dios para nuestra dura existencia, alabar al Señor por su fidelidad
pasada aunque el hoy no cambie, no abandonar nuestra fe en Él a
pesar de lo que lance contra nosotros la vida.
Actuar de otro modo es no pasar la prueba. Dios nos hace res­
ponsables de lo que sabemos de su Palabra. Santiago 4:17 deja
claras las opciones que tenemos: “Y al que sabe hacer lo bueno, y
no lo hace, le es pecado”.
Uno de los mejores maestros de la Biblia de todos los tiempos,
hizo esta suprema declaración: “No tengo yo mayor gozo que este,
el oír que mis hijos andan en la verdad” (3 Jn. 4). El verdadero
gozo surge del ejercicio de nuestra fe, y el desafío que tenemos
delante consiste en convertimos en la última palabra en “Biblias
vivientes”.
Proclamación
Alguien ha afirmado que el verdadero aprendizaje no se produ­
ce hasta que el estudiante es capaz de enseñar a otro lo que ha
recibido él. Tal es la naturaleza del discipulado como se la resume
Pablo a Timoteo: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos,
esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar tam­
bién a otros” (2 Ti. 2:2).
Esdras tenía tres metas en la vida: “Porque Esdras había prepa­
rado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y
para enseñar en Israel sus estatutos y decretos” (Esd. 7:10). La
culminación consistía en enseñar a otros lo que él mismo había
aprendido y llegado a dominar en su vida.
Me encanta el entusiasmo de Andrés en Juan 1:40-41: nada más
oír a Cristo enseñar, va en busca de Pedro, su hermano, para ha­
blarle de Jesús.
Y escuche la exhortación posterior de Pedro:
Sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siem­
pre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reveren­
cia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en
vosotros (1 P. 3:15).
Este paso exige que adquiramos el hábito de hablar a la gente
de aquello que hemos aprendido de Dios. De modo que pídale al
Señor que traiga a su vida, diariamente, a alguien con quien pueda
compartir sus emocionantes descubrimientos en la Palabra divina.
No guarde silencio acerca del libro más valioso que jamás se ha
escrito — la vida de alguien puede depender de ello— .
Los posibles candidatos para escuchar su pepita de verdad in­
cluyen a:
• Papá o mamá
• Marido o mujer
• Hijo o hija
• Amigo
• Patrón
• Compañero de trabajo
• Vecino
• Alguien que lo espera de usted
Nota final
Juan Wesley leyó y releyó la Biblia de principio a fin muchas
veces, y siendo ya anciano expresó: “Soy un homo unius lib ri”
Wesley era “un hombre de un solo libro”. ¡Andemos en sus pisa­
das!

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Preguntas para discusión


1. Enumere los principios de la investigación. ¿Cuál es el pro­
pósito de ésta?
2. ¿Qué cuatro componentes tiene la interpretación?
3. ¿Cómo funciona la correlación ? ¿Por qué es un principio útil?
4. Defina el término personalización. ¿Cuál es la importancia
del proceso interpretativo?
5. ¿Qué tiene de único el principio de la apropiación?
6. Lea 2 Timoteo 2:2 y 1 Pedro 3:15. ¿Por qué es importante lle­
var nuestro proceso interpretativo hasta la etapa de la procla­
mación? Considere sus candidatos posibles para dicha etapa.
Segunda parte:
EVITAR LAS DESVIACIONES
El texto sin su contexto
En teología, uno de los aspectos brillantes de los últimos años
ha sido la afirmación de la inerrancia de la Palabra de Dios por
parte del movimiento evangélico conservador. Teólogos destaca­
dos y laicos de a pie se han unido para afirmar el carácter absolu­
tamente inerrante de las Escrituras, frente al sutil ataque de aquellos
que pretenden creer en la Biblia y al mismo tiempo dicen que ésta
contiene errores factuales.
La campaña para negar la inerrancia bíblica es una de las más
arteras y peligrosas maniobras ideadas por Satanás, ya que desafía
la misma base de la fe cristiana: la autoridad de la Palabra de Dios.
Sin embargo, dicha campaña se oculta bajo una capa de erudición,
seudocreencia y lenguaje evangélico.
Por peligroso que pueda ser el negar la inerrancia de las Escri­
turas, aún es peor afirmarla como una posición doctrinal y luego
ser descuidado en la práctica de la interpretación bíblica. Dema­
siados de los que estarían dispuestos a sufrir el martirio para de­
fender una Biblia inerrante hacen inoperante su doctrina
interpretándola mal. Así, inadvertidamente, predican y enseñan el
error usando una Biblia inerrante, aunque se crean defensores de
la fe cristiana histórica en lo referente a la inerrancia.
Resulta interesante observar que el apóstol Pablo jamas argüyó
en tono polémico a favor de la inerrancia de las Escrituras, sino
que más bien daba la misma por sentada y la proclamaba. Pablo
dijo a Timoteo que la Escritura es inspirada por Dios y capaz de
enseñar, corregir y equipar a los hombres piadosos para toda bue­
na obra (2 Ti. 3:16-17). En otras palabras: que no tenemos necesi­
dad de alterar las Escrituras para armonizarlas con la verdad, sino
que más bien debemos permitir que ellas cambien nuestra manera
de vivir a fin de que dicha verdad nos moldee.
Pablo exhortaba a Timoteo a dedicar su vida a la proclamación
de la Palabra: “Que prediques la palabra: que instes a tiempo y
fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia
y doctrina” (2 Ti. 4:2).
El apóstol edificaba sobre la base de sus propias palabras en
2 Timoteo 2:15. donde había dicho a su discípulo que para presen­
tarse aprobado y sin sentir vergüenza ante Dios, debía interpretar
correctamente las Escrituras: “Procura con diligencia presentarte
a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse,
que usa bien la palabra de verdad”.
La palabra traducida por “que usa bien” es orthotomeó, la cual
significa “cortar derecho”. Este término se utilizaba en la literatu­
ra griega para describir la tarea de un guía cuyo objetivo era abrir
una senda recta, de un sacerdote que cortaba los animales del sa­
crificio según las instrucciones divinas, de un granjero que traza­
ba un surco derecho, de un cantero que sacaba enormes piedras de
una cantera para que encajasen en el muro de un edificio, y de un
sastre o fabricante de tiendas que tenía que cortar la tela.
En todos estos casos, la idea clave es la de precisión. Cada una
de esas tareas requerían una exactitud casi perfecta.
Y lo mismo sucede con la sagrada responsabilidad de interpre­
tar las Escrituras: debemos ser precisos al hacerlo. Estamos mane­
jando la Palabra de Dios y no la nuestra propia. Nuestra tarea es
pregonar, no editar el texto. Somos mayordomos, no la autoridad
final.
Debemos transmitir la Palabra tal y cómo Dios la dio, sin alte­
rar su significado ni corromper su pureza en forma alguna. Lo que
se nos exige es una destreza impecable: hemos de interpretarla
correctamente.
Sin embargo, esto no resulta tan fácil como parece a primera

tras estudiamos las Escrituras, y cada una de ellas representa un


posible peligro en nuestro esfuerzo por comprender lo que dice la
Palabra de Dios.
A lo largo de los próximos capítulos sacaremos a luz algunos
de los obstáculos hermenéuticos habituales para una interpreta­
ción correcta de las Escrituras, los cuales se encuentran ordinaria­
mente en gran parte de la predicación evangélica actual y deben
corregirse.
Demonstración con versículos sueltos
Todos hemos empleado el error hermenéutico de defender con
versículos sueltos algún argumento. Encadenamos entre sí una serie
indebida o inadecuada de textos bíblicos para probar lo correcto
de nuestra teología.
Dicho de otro modo: resulta tentador, aunque equivocado, for­
mar la propia teología sin un estudio inductivo completo de las
Escrituras. Y es erróneo, una vez hecho esto, comenzar a buscar
pasajes bíblicos que parezcan apoyar nuestras conclusiones; todo
ello sin una interpretación cuidadosa del texto al que apelamos.
Hace varios años me encontraba hojeando algunos comentarios
en mi librería favorita cuando una estimada señora, a la que hacía
poco había visitado en el hospital, entró y vino hacia mí.
Al saludarla comenté que tenía muy buen aspecto; a lo que ella
contestó: “Por sus llagas he sido curada. ¡Gloria a Dios que hay
sanidad en la expiación de Cristo!”
Inmediatamente decidí que la librería no era el lugar adecuado
para una discusión teológica. No quería apagar el nuevo gozo que
sentía ni robarle su confianza en que de alguna manera Dios había
participado en su restauración física. Sin embargo, los versículos
en que apoyaba su interpretación — Isaías 53:5 y 1 Pedro 2:24—
simplemente no describían lo que le había sucedido a ella. Permí­
tame explicárselo.
Isaías 53 se refiere primordialmente a la expiación de Cristo y
al valor redentor que ésta tiene, no a su eficacia terapéutica en un
sentido físico. Hay tres líneas de evidencia que apoyan este razo­
namiento:
1. La idea de expiación en Levítico y Hebreos está relacionada
primordialmente con la salvación.
2. El interés principal del contexto de Isaías 53 se centra en la
provisión que dicha expiación hace para el pecado.
3. El contexto teológico de la muerte de Cristo y de la salva­
ción tiene que ver ante todo con el pecado.

Isaías 53 trata principalmente del ser espiritual del hombre, y


su mayor énfasis está en el pecado, no en la enfermedad. Dicho
pasaje se concentra en la causa moral de las afecciones físicas,
que es el pecado, y no en la remoción inmediata de uno de los
resultados de éste: la enfermedad.
Mateo 8 supone un adelanto limitado y localizado de la expe­
riencia de los creyentes en la eternidad, donde los padecimientos
físicos no existirán más porque el pecado habrá desaparecido. Cristo
no llevó personalmente la enfermedad en Capemaum de forma
sustitutoria, sino que la quitó de en medio. Mateo hace referencia
a Isaías 53 con fines ilustrativos, y de ninguna manera pretende
que la profecía de Isaías se cumpliera dos años antes de que Jesús
llegase al Calvario.
Primera de Pedro 2:24 reitera la principal implicación redento­
ra de Isaías 53: la muerte expiatoria de Cristo proveyó la base para
la salud espiritual y la vida eterna. Él llevó nuestras iniquidades a
fin de satisfacer la demanda justa de Dios contra el pecado. No se
trata principalmente de la salud física o la sanidad.
Entonces nos preguntamos: ¿Hay sanidad en la expiación? Mi
respuesta categórica es “S f\ La expiación lleva en sí curación,
pero jamás se promete ésta a los creyentes para el tiempo presen­
te. Cuando el pecado sea quitado de en medio, la sanidad física
será completa para los cristianos, pero ello sucederá sólo en el
futuro: cuando nuestros cuerpos hayan sido redimidos por el po­
der de Dios (Ro. 8:23).
Si consideramos el lenguaje utilizado, comprendemos el contexto
en el que se encuentran los pasajes anteriores, examinamos los textos
complementarios de Levítico y Hebreos, y entendemos lo que impli­
caba la expiación, veremos que ésta hacía referencia al pecado y la
necesidad de satisfacer la ira justa de un justo y santo Dios.
Hasta que el pecado no sea retirado de nuestra existencia perso-
nal. usted y yo no podremos tener ninguna esperanza de bienestar
físico garantizado. Cuando el fruto completo de la redención se
añada a las primicias actuales, conoceremos la plenitud de la sani­
dad física provista por la expiación.
En vista de tales hechos, me preguntaba dónde habría encontra­
do mi amiga aquellos versículos de demostración. Tal vez hubiera
leído o escuchado por televisión la explicación de Isaías 53 dada
por algún sanador de fe, o la hubiese oído de alguna amiga o veci­
na, pero no la había obtenido de un cuidadoso estudio de las Escri­
turas, ya que dichos textos tratan preeminentemente de nuestra
sanidad espiritual y no física.
Otro ejemplo clásico tiene que ver con aquellos que se dedican
a “nombrar y reclamar”. Uno de sus versículos favoritos es Juan
14:14: “Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré”. E insisten en
que este versículo y otros (p. ej., Juan 15:16; 16:23) dan a todos
los cristianos el derecho de nombrar lo que quieren y reclamarlo
por la fe. El argumento esgrimido es que Dios está obligado a
proveerlo, en vista de sus promesas a la oración, ya que Él no
miente ni se vuelve atrás de lo que promete.
Sin embargo, estas personas yerran al no reconocer lo que di­
cen el resto de las Escrituras acerca de la oración, y pasan por alto
las condiciones que Dios ha puesto para contestarla.
Si esperamos que el Señor responda a una oración, ésta debe
hacerse en su voluntad (1 Jn. 5:14-15), no en la nuestra. Hemos de
orar con un corazón obediente (1 Jn. 3:22) y motivos justos, no
egoístas (Stg. 4:1-3). Esto, añadido a la contundente advertencia
que hace Pablo de que no sabemos orar como conviene (Ro. 8:26).
Un examen cuidadoso de las Escrituras en su conjunto, y no
sólo de ciertos versículos especialmente seleccionados, nos prote­
gerá contra el abusar de Dios basados en la falsa idea de “nombrar
y reclamar”.
La defensa con versículos bíblicos que hace la comunidad homo­
sexual de su estilo de vida pecaminoso (no alternativo), destaca otro
error importante. Para demostrar su argumento, los miembros de
esta comunidad interpretan erróneamente algunos textos expresa­
mente seleccionados. Luego, pasan por alto los versículos que
prohíben, inequívocamente, la homosexualidad, tales como Levíticos
20:13; Romanos 1:24-32; 1 Corintios 6:9-11; y 1 Timoteo 1:9-10.
David y Jonatán ilustran, según ellos, la aprobación divina de
las relaciones sexuales entre varones. El gran deleite de Jonatán
en David (1 S. 19:1) y el hecho de que se besasen el uno al otro (1
S. 20:41) se cuentan entre sus versículos favoritos.
La referencia que hacen a Jesús como homosexual es blasfema.
Supuestamente encuentran apoyo para considerar la homosexua­
lidad como estilo de vida de nuestro Salvador en el hecho de que
Juan se recostara sobre su pecho (Jn. 13:23) y fuera el discípulo al
que amaba Jesús (Jn. 19:26; 21:7).
Los homosexuales no se dan cuenta de que tanto entre hombres
como entre mujeres, puede haber una relación legítima que no sea
ni romántica ni sexual. David y Jonatán, así como nuestro Señor y
su discípulo Juan, son ejemplos santos de esta amistad tan bendi­
ta. Los homosexuales han torcido las Escrituras al usar ciertos
versículos para validar sus pervertidos afectos.
La tragedia de este error interpretativo se grabó a fuego en mi
corazón durante un debate televisivo que tuve con una mujer pas­
tor. Tanto ella como yo reconocíamos los siete pasajes estratégi­
cos que tratan de la homosexualidad (Gn. 19:1 -11; Lv. 18:22; 20:13;
Ro. 1:24-32; 1Co. 6:9-11; 1Ti. 1:10; y Jud. 7), sin embargo llegá­
bamos a conclusiones diametralmente opuestas, ya que dicha pas­
tora defendía su postura con versículos sueltos en vez de interpretar
los mismos, cuidadosamente, dentro de sus contextos. Ella pre­
tendía, por ejemplo, que Levítico 18:22 prohibía la homosexuali­
dad como elemento de adoración, pero no fuera del culto. Su lógica
tenía dos defectos principales: primero, que Levítico 18 trata de la
vida en general y no del culto organizado; y segundo, que su razo­
namiento la llevaría a la conclusión de que, fuera de la adoración
formal, el sacrificio de niños (18:21), la sodomía (18:23) y el adul­
terio (18:20) son actividades legítimas. Pero ni siquiera ella que­
ría llevar su argumento hasta aquella conclusión lógica.
Para protegerse contra este error habitual, evite el comenzar
con su propia idea y buscar luego versículos que la apoyen. Em­
piece siempre con la Biblia y extraiga de ella el punto de vista de
Dios. Interprete asimismo cuidadosamente cada texto individual
que utiliza para defender o respaldar una verdad bíblica. De este
modo no se hará usted culpable de utilizar una serie indebida o
inadecuada de versículos.
Aislacionismo
*

Intim am ente asociado con la dem ostración m ediante


versículos, aunque algo distinto de ésta, tenemos el aislacionismo,
que consiste en no interpretar un versículo individual a la luz de
su contexto: aislamos las Escrituras de su ambiente literario in­
mediato.
¿Cuántas veces ha oído usted a alguien reclamar una respuesta
a la oración citando Mateo 18:19-20?:
Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en
la tierra acerca de cualquier cosa que pidieren, les será hecho por mi
Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congrega­
dos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
Si examina con atención estos versículos, observará que están
indivisiblemente unidos a Mateo 18:15-18. Los dos o tres reuni­
dos no se han congregado para orar, sino más bien con objeto de
aplicar disciplina eclesial.
Hace poco participé en un programa de radio en Los Angeles, y
estuve contestando preguntas acerca de la sanidad basadas en mi
libro Divine Healing Today (La sanidad divina hoy) Durante ese
tiempo, llamó una señora y me preguntó cómo podía yo decir que
Dios no curaba en la actualidad por medio de sanadores humanos
como lo hizo a través de los profetas, Cristo y los apóstoles, en
vista de Jeremías 30:17.
Primeramente, hice que la mujer examinara el contexto de di­
cho versículo antes de contestarla, y luego le expliqué que aque­
lla era una promesa de Dios para Israel, no para todo aquel que
viviese en cualquier época. Además, la promesa en cuestión te­
nía que ver con la restauración de la nación hebrea, no con la
sanidad física.
No olvidaré nunca la respuesta que me dio: “Si eso es cierto,
¿cómo puede una pobre persona laica como yo esperar que llegará
jamás a entender la Biblia?” Para contestarla, compartí con ella
las tres reglas más importantes del estudio bíblico: (1) contexto,
(2) contexto y (3) contexto. Esta aproximación fundamental al es­
tudio de la Biblia hará avanzar muchísimo a los laicos en su com­
prensión de lo que Dios quiere decir cuando expresa algo en las
Escrituras.
Los capítulos posteriores ampliarán nuestra idea acerca del con­
texto, sin embargo, permítame instarle a estudiar cada pasaje a la
luz de su trama histórica, cultural, gramatical, literaria y teológica.
Esto le guardará de aislar dicho pasaje de su entorno inmediato.
William Tyndale desafió al clero descuidado e ignorante de su
tiempo con esta reflexión: “Si Dios me conserva la vida, dentro de
pocos años haré posible que un niño detrás del arado conozca mejor
las Escrituras que vosotros”.
El final de la vida de Tyndale quedó marcado por una muerte
violenta, como consecuencia de su beligerante compromiso con la
Biblia. Había avergonzado a los clérigos de su época por alimen­
tar pobremente a los rebaños que pastoreaban y dado la leche pura
de la Palabra de Dios a los creyentes hambrientos de aquel enton­
ces.
El legado de William Tyndale sirve por sí solo como motiva­
ción previa para interpretar correctamente la Palabra de Dios, y
comprender y comunicar bien aquello que el Señor dio de manera
inerrante. El mandato de Pablo es incluso más enérgico: “¡Inter­
preta con exactitud!”
Preguntas para discusión
1. Lea 2 Timoteo 2:15 y 4:2. ¿Qué verdades podemos aprender
de esos versículos?
2. ¿Por qué es tan importante considerar el contexto de los pasa­
jes?
3. ¿Cuál es el peligro de la demostración con versículos aisla­
dos i
4. Dé algunos ejemplos de esta clase de error.
5. Explique lo que es el aislacionismo. ¿De qué manera se cae
frecuentemente en este error interpretando Mateo 18:19-20?
Adiciones a las Escrituras
Hace poco pasó por mi escritorio la carta de un hombre que
preguntaba acerca de Apocalipsis 22:19 y decía: “Quisiera real­
mente saber lo que pretendía expresar el apóstol, ya que me siento
verdaderamente incómodo con el hecho de conocer lo que leo pero
no entenderlo”.
Esta es una magnífica observación. Resulta increíblemente
molesto el conocimiento, especialmente si viene de Dios, cuando
no sabemos lo que significa o lo que exige de nuestras vidas.
Este es el desafío al que se ha enfrentado el pueblo de Dios a
través de los siglos y la razón por la cual Esdras y su compañía de
intérpretes bíblicos adiestrados se presentaban delante de la gente
y leían la ley: “Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y
ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura” (Neh. 8:8).
Ellos explicaban el sentido del texto para que el pueblo pudiese
comprender lo que leían y obedecer cuidadosamente la Palabra de
Dios: “Y todo el pueblo se fue a comer y a beber, y a obsequiar
porciones, y a gozar de grande alegría, porque habían entendido
las palabras que les habían enseñado” (8:12).
El desafío de ellos es el que tenemos nosotros en la actualidad;
por eso Pablo exhortaba a Timoteo a interpretar con exactitud (1
Ti. 2:15) y por eso seguimos nosotros estudiando cómo dividir
correctamente la Palabra de Dios.
Ya hemos corregido dos errores habituales: la demostración con
versículos y el aislacionismo. El encadenar una serie incorrecta o
inadecuada de textos bíblicos para probar un argumento es la esen­
cia de la demostración con versículos; el aislacionismo, en cam­
bio, implica no interpretar como es debido un solo texto de las
Escrituras, pasando por alto su contexto inmediato. Es decir, se
aísla el versículo de su entorno inmediato.
Espiritualización
Ocupémonos ahora de otro error frecuente: la espiritualización.
Ésta tiene lugar cuando atribuimos una verdad espiritual o históri­
ca a un pasaje en lugar de extraerla del mismo. Los teólogos lla­
man a esto eiségesis, que significa literalmente “guiar a”.
El problema, como usted comprenderá, es que aunque ninguno
de nosotros desea añadir nada a las Escrituras, podemos hacerlo
inadvertidamente si no tenemos cuidado.
Jamás olvidaré a un misionero que vino a hablarnos a la capilla
del seminario cuando yo era estudiante. Empezó confesando que
lo que iba a hacer estaba mal, que le habían enseñado mejores
métodos y que los profesores se encogerían en sus asientos, pero
lo haría de todos modos.
Pasó entonces a enseñar acerca de la iglesia basándose en el
libro de Ester. Aquel volumen del Antiguo Testamento se conver­
tía para él en un drama espiritual que representaba la lucha de la
iglesia contra las fuerzas del mal.
Aun como estudiante de primer año de seminario, yo sabía que
Ester estaba muy relacionado con la lucha de los judíos en Persia
por sobrevivir, pero nada con la iglesia del Nuevo Testamento; a
menos, naturalmente, que nos tomemos la libertad de introducir la
iglesia en el pasaje, lo cual no era la intención de Dios con el libro
de Ester. Este volumen histórico único del Antiguo Testamento
enseña inequívocamente que la mano supremamente soberana de
Dios está sobre la raza judía para preservarla.
Tal vez haya usted oído algún mensaje basado en el Cantar de
los Cantares acerca de la maravilla del amor de Cristo por la igle­
sia. su amada, cuando en realidad esta pieza exquisita de poesía
hebrea destaca la sagrada belleza del amor inmaculado entre es­
poso y esposa.
Los nombres Rosa de Sarán y Lirio de los valles han sido atri­
buidos a Cristo poniendo Cantar de los Cantares 2:1 com o base
escritural. A los niños les gusta el coro La Lamiera sobre mí es
amor, sacado también del versículo 4 de ese mismo capítulo. Sin
embargo, no hay nada en el cántico que hable de Jesús, ni existe
ninguna afirmación en el Nuevo Testamento de que la intención
del escritor de este libro fuera hablar del Mesías.
Cuando este material apareció primeramente en la revista Moody
Magazine (octubre de 1984), hubo algunas respuestas interesan­
tes. Cierta persona se sentía acongojada porque aparentemente yo
no veía al Señor Jesucristo en cada una de las páginas del Antiguo
Testamento.
Sin embargo, cualquiera que reverencie la Biblia como yo lo
hago sabe que el Antiguo Testamento está repleto de Cristo:
Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con
vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito
de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. (Le. 24:44)
Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas
tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí. (Jn.
5:39)
Eso no significa, sin embargo, que Cristo aparezca en cada una
de las páginas. Añadirlo allí donde no está es sincera, pero equivo­
cadamente, agregar algo a las Escrituras.
Otra persona escribía sugiriendo que yo había contradicho a C.
I. Scofield y Harry Ironside. Pero aunque esos hombres nos han
ministrado competentemente a mí y al cuerpo de Cristo a través
de sus escritos, debemos siempre volver directamente a la Palabra
de Dios. La mejor pregunta no es qué es lo que enseñó algún co­
nocido escritor, sino cuál es la doctrina de la Biblia al respecto.
Todos hemos leído o escuchado llamamientos apasionados a
construir edificios de iglesia que utilizaban Éxodo o Nehemías
como base bíblica de exhortación; sin embargo, la verdad es que
en el libro de Éxodo M oisés estaba construyendo el tabernáculo y
Nehemías, por su parte, edificaba un muro alrededor de Jerusalén.
Dios no pretendió enseñar sobre edificios eclesiásticos con esos
pasajes, sino que se trata de relatos históricos para recordamos de
qué manera el Señor ha llevado a cabo su voluntad a través de
personas.
Antes de examinar la siguiente categoría, permítame exponer
la otra cara de esa moneda que es la espiritualización. En vez de
atribuir al texto un hecho histórico o teológico, espiritualizar su­
pone asignar a dicho texto una aplicación incorrecta. Esto es nor­
malmente el resultado de una interpretación errónea. El vellocino
de Gedeón constituye un ejemplo clásico de ello (Jue. 6:36-40).
Todo aquel que en la actualidad “pone un vellón” para determinar
cuál es la voluntad divina, ha caído en esta tram pa de la
espiritualización. El vellón era para Gedeón, no para nosotros. De
hecho, hay buenas razones para creer que el mismo demostraba
más bien la falta de fe del juez hebreo que un encomiable “cami­
nar por la fe”.
El siguiente relato es verdadero, pero trágico.
Una pareja casada hacía poco fue a pedir ayuda para su per­
turbado matrimonio a un pastor del sur de California, quien, como
parte de la entrevista inicial, les preguntó: “¿Y qué los convenció
de que debían casarse?”
El marido refirió entonces cómo había acudido a su pastor tra­
tando de saber cuál era la voluntad de Dios para sí mismo y para
su novia, actualmente casada con él. Aquel pastor le recordó al
joven la manera en que Josué y los judíos habían desfilado alrede­
dor de Jericó varias veces y las murallas se habían desplomado
(Jos. 6:15).
Luego, el ministro sugirió que el hombre diese literalmente va­
rias vueltas alrededor de su novia. Si los muros de su corazón caían,
podía estar seguro de que Dios quería que la tomase por mujer.
De manera que el otro obedeció, dio varias vueltas alrededor de
la chica y le disparó la pregunta: “¿Han caído los muros de tu
corazón?”
La muchacha contestó que se sentía extraña en su interior; así
que la conclusión de ambos fue que el corazón de ella se había
enamorado, e hicieron los planes para la boda.
Aunque esta clase de experiencia dramática no sucede todos
los días (gracias a Dios), sí ilustra de manera vivida lo importante
que es interpretar correctamente las Escrituras. Otro asunto sería
si la pareja debió o no casarse: pero Josué capítulo 6 no era, desde
luego, el texto sobre el cual basar esa decisión.
He aquí algunos consejos sobre cómo evitar el error de la
espiritualización:
Primeramente, lea e interprete siempre un pasaje en su contex­
to literario e histórico. Por ejemplo, si lee Josué en su ambiente
histórico descubrirá que se trata de un relato de cómo la raza ju ­
día, bajo la dirección de este líder, volvió a conquistar el territorio
geográfico que Dios le había dado a Abraham varios siglos antes.
Sabiendo esto, podrá usted resistirse a la tentación de conside­
rar el libro de Josué como la epístola a los Efesios del Antiguo
Testamento. Josué no nos enseña que la iglesia debería ser
militantemente victoriosa, como tampoco dice Efesios que el triun­
fo de la comunidad de la fe haya de darse en el sentido físico.
Siguiendo de modo coherente esta simple regla, jamás se hará
usted culpable de utilizar la Biblia como vehículo literario para
enseñar una verdad que va más allá de lo que ella dice.
En segundo lugar, haga el esfuerzo consciente de no atribuirle
cosa alguna al texto, sino extraiga sus pensamientos del pasaje
que le ocupa de forma consecuente. Dedique algún tiempo ahora
mismo a leer el Cantar de los Cantares, y mientras lo hace pregún­
tese qué es lo que enseña el texto a primera vista. Sacará usted una
fuerte impresión de que se trata de un hermoso canto de amor
entre un novio y su desposada. Es una expresión de ternura entre
dos individuos que están muy enamorados. Descubrirá, asimismo,
que el propósito de Dios para el cántico de Salomón no era ense­
ñar directamente acerca del Señor Jesucristo.
En tercer lugar, esfuércese por distinguir entre la interpretación
estricta y las posibles aplicaciones del pasaje. Vuelva a pensar en
el vellocino de Gedeón. ¿Hay algo en ese pasaje que sugiera que
se trata del método recomendado por Dios para discernir normal­
mente su voluntad? ¿O qué anime a los creyentes a lo largo de los
siglos a utilizar dicho método?
Mediante la interpretación estricta descubrimos que se trata del
relato histórico de un suceso único en la vida de Gedeón, ni más ni
menos. Además, podría ser asimismo una expresión de la falta de
fe de aquel juez de Israel más que de la plenitud de la fe.
¿Qué aprendemos al aplicar la experiencia de Gedeón? Según
la enseñanza del Nuevo Testamento acerca de la voluntad divina,
es obvio que teniendo una palabra clara de Dios en la Biblia, como
la recibió Gedeón del ángel del Señor (Jue. 6:11-18). hemos de
obedecerla sin vacilaciones. También nos enseña dicha experien­
cia acerca de la paciencia de Dios para con la fe titubeante. Aun­
que Gedeón buscó vacilantemente la voluntad divina, sin embargo
actuó de acuerdo con ella y Dios obró a través de él. Hay muchas
más aplicaciones ligadas al ejemplo de Gedeón que no se basan en
la experiencia exacta sino en cosas tales como el carácter invaria­
ble de Dios y los elementos constantes de la vida.
Si sigue usted estas pautas sencillas jamás encontrará a la igle­
sia en Ester ni a Cristo en el Cantar de los Cantares, como tam­
poco volverá a utilizar un “vellón” para buscar la voluntad de
Dios.
Habiendo dicho esto, algunos nos acusarán de utilizar las
“tijeras interpretativas” para eliminar una parte del Antiguo Tes­
tamento. Nada podría estar más lejos de nuestra intención, ya
que las Escrituras dicen, refiriéndose a la primera parte de la
Biblia:
Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas
para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de
los siglos. (1 Co. 10:11)
Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza
se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las
Escrituras, tengamos esperanza. (Ro. 15:4)
Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia. (2 Ti. 3:16)

Sin embargo, esto no nos concede licencia para hacer que el


Antiguo Testamento enseñe cualquier cosa que nosotros quera­
mos; por esa razón resultan tan importantes un estudio cuidadoso
y unos esfuerzos especiales por distinguir entre lo que es interpre­
tación estricta y lo que son aplicaciones del texto.
Nacionalización
Aunque se asemeja a la espiritualización, la nacionalización es
lo bastante diferente como para justificar nuestra atención espe­
cial. Esta clase de interpretación errónea tiene lugar cuando consi­
deramos a nuestro propio país como el receptor de las promesas
nacionales que Dios le hizo a Israel en la Biblia.
La nacionalización es algo que los evangélicos occidentales
practican corrientemente, reclamando en un momento de exalta­
ción patriótica 2 Crónicas 7:14 para su país.
Yo amo a mi patria, y serví como oficial en activo en la Marina
de los Estados Unidos durante seis años. También fui condecora­
do por mi servicio en Vietnam. Sin embargo, por mucho que quie­
ra a mi país, no puedo reclamar este pasaje para él si Dios lo dio
explícitamente a otro pueblo.
Abra la Biblia por 2 Crónicas 7:14. Haría bien en leer primera­
mente los versículos 1 al 7 del mismo capítulo. Al hacerlo descu­
brirá que el contexto de 2 Crónicas incluye el reinado de Salomón
sobre un Israel unido durante el siglo x a.C.
La acción se desarrolla en el ambiente de la construcción del
templo por parte de Salomón (2:1; 3:1; 5:1). Una vez que el san­
tuario ha sido dedicado y se ha celebrado el acontecimiento (5:2—
7:10), Dios se le aparece al monarca (7:12).
Anteriormente, cuando se estaba dedicando el templo, Salomón
había orado mucho acerca del perdón de Dios por los pecados de
la nación (6:22-39), así que en el capítulo 7, versículos 12 al 22, el
Señor le habla a él sobre la transgresión, la bendición para arre­
pentimiento y el castigo por el pecado continuo:
Y apareció Jehová a Salomón de noche, y le dijo: Yo he oído tu
oración, y he elegido para mí este lugar por casa de sacrificio. Si yo
cerrare los cielos para que no haya lluvia, y si mandare a la langosta
para que consuma la tierra, o si enviare pestilencia a mi pueblo; si se
humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren,
y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; enton­
ces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su
tierra. Ahora estarán abiertos mis ojos y atentos mis oídos a la ora­
ción en este lugar; porque ahora he elegido y santificado esta casa,
para que esté en ella mi nombre para siempre; y mis ojos y mi cora­
zón estarán ahí para siempre. Y si tú anduvieres delante de mí como
anduvo David tu padre, e hicieres todas las cosas que yo te he manda­
do, y guardares mis estatutos y mis decretos, yo confirmaré el trono
de tu reino, como pacté con David tu padre, diciendo: No te faltará
varón que gobierne en Israel.
Mas si vosotros os volviereis, y dejareis mis estatutos y mandamientos
que he puesto delante de vosotros, y fuereis y sirviereis a dioses ajenos,
y los adorareis, yo os arrancaré de mi tierra que os he dado; y esta casa
que he santificado a mi nombre, yo la arrojaré de mi presencia, y la
pondré por burla y escarnio de todos los pueblos. Y esta casa que es tan
excelsa, será espanto a todo el que pasare, y dirá: ¿Por qué ha hecho así
Jehová a esta tierra y esta casa? Y se responderá: Por cuanto dejaron a
Jehová Dios de sus padres, que los sacó de la tierra de Egipto, y han
abrazado a dioses ajenos, y los adoraron y sirvieron; por eso él ha traí­
do todo este mal sobre ellos. (2 Cr. 7:12-22)
¡No pase esto por alto! La promesa de Dios a Salomón e Israel no
tiene nada que ver con América ni con ningún otro país en el que haya
cristianos hoy en día. Por espiritual o poco espiritual que llegue a ser
nuestra patria, el resultado de nuestra historia nacional no dependerá
de la condición de 2 Crónicas 7:14, sino más bien del Dios soberano:
*

“El muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la
sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos” (Dn. 2:21).
En cierta ocasión recibí esta respuesta a mis comentarios sobre
2 Crónicas 7:14: “En cuanto a 2 Crónicas 7:14, si esas maravillo­
sas palabras no se aplican a América (o a Rusia o Gran Bretaña)
tan claramente como a Israel en el tiempo de Salomón, entonces
voy a desechar mi Antiguo Testamento ya que no significa nada
en el siglo xx.”
Pensemos en esto por un momento. ¿Están vigentes todas las
promesas del Antiguo Testamento en el siglo xx del mismo modo
que cuando se dieron originalmente? ¿Significa eso que Dios no
podía dar una promesa individualizada a cierta persona o nación
en una época particular sin que la misma se aplicase directamente
al resto de la historia?
Las cuestiones reales que se nos plantean cuando interpretamos
estas promesas son:
• El carácter de Dios
• El contenido y el contexto de sus promesas
Algunas de las promesas divinas están basadas en su carácter
inalterable. Una de dichas promesas fundadas sobre la santidad de
Dios y su deseo de que todos sean santos (Lv. 19:2; 1 P. 1:15-16)
es el Salmo 15:
Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu
monte santo? El que anda en integridad y hace justicia, y habla ver­
dad en su corazón. El que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su
prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino. Aquel a cuyos
ojos el vil es menospreciado, pero honra a los que temen a Jehová. El
que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia; quien su dinero no
dio a usura, ni contra el inocente admitió cohecho. El que hace estas
cosas, no resbalará jamás.

Otras de las promesas de Dios están basadas en su propio con­


tenido. Por ejemplo, la promesa divina de no volver a anegar la
tierra con diluvios es igual de cierta hoy que cuando fue dada a
Noé: “Estableceré mi pacto con vosotros, y no exterminaré ya más
toda carne con aguas de diluvio, ni habrá más diluvio para destruir
la tierra” (Gn. 9:11).
Sin embargo, hay promesas, como 2 Crónicas 7:14, que no es­
tán basadas solamente en el carácter eterno de Dios sino también
en su voluntad especifica. No hay nada en esta promesa dada a
Salomón para Israel que contenga un lenguaje inclusivo como su­
cede con aquella otra hecha a Noé en Génesis 9:11; ni tampoco el
carácter de Dios garantiza una restauración nacional mediante el
avivamiento.
La interpretación equivocada de las promesas divinas es el error
subyacente que lleva a la secta llamada Iglesia Mundial de Dios a
enseñar que América e Inglaterra son ahora poseedoras de las pro­
mesas divinas dadas originalmente a Israel.
También este mismo error sostiene la creencia mormona de que
cuando Cristo vuelva, no lo hará al monte de los Olivos, en la ladera
oriental de Jerusaién (Zac. 14:4; Hch. 1:11-12), sinoa Independence,
Misuri (EE.UU.). Gran parte de la literatura de los mormones apun­
ta a Independence como la Sion final mencionada en la Biblia. Este
es el clásico ejemplo de un grupo religioso fundado en América que
ve la culminación de la historia centrada en su propio país más bien
que en Israel, como enseñan las Sagradas Escrituras. Esto es debido
a que han desechado, mediante la nacionalización, la verdad de las
Escrituras, atribuyendo a ésta una determinada idea, en vez de pre­
guntarse qué es lo que el texto enseña.
Mi intención al referirme a este error que algunos cometen es
señalar que deberíamos ser doblemente cuidadosos para no caer en él
también nosotros. Los grupos mencionados han interpretado
equivocadamente la Biblia y nosotros somos quienes más debiéramos
guardarnos de esta clase de error y sus consecuencias últimas.
Un ejemplo final nos lo hará ver mejor. A menudo, en Estados Unidos se
formula la pregunta de si la profecía bíblica hace referencia a América. Estoy
seguro de que a los americanos nos gustaría pensar que nuestra nación es tan
prominente y el regreso de Cristo tan inmediato que seguramente debe
hacerse mención de los Estados Unidos.
Un maestro de profecía bíblica bastante conocido cree haber localizado
América en Isaías 18, donde según él las “alas” del versículo 1 se refieren a
las de un águila calva, que es el emblema nacional de este país. Según dicho
maestro bíblico, el envío de embajadores tiene que ver con el extenso cuerpo
diplomático dispersado por el mundo entero por el Departamento de Estado
americano en Washington D.C. Y así prosigue su razonamiento.
Sin embargo, un examen serio de Isaías 18 apunta no hacia la moderna
América sino más bien hacia la Cus de la antigüedad. Si se hubiera
consultado el contexto, habría quedado patente que Isaías 13 al 23 hace
referencia al juicio anunciado de antemano por Dios sobre gente tan
antigua como los caldeos, los moabitas, los egipcios y los cusitas. Ponga
cuidado en examinar bien el contexto: su consejo le evitará caer en un
grave error.
Una observación final sobre “cómo interpretar con exactitud”: Cuando
estudie el Antiguo Testamento ponga un especial cuidado en ello. Hay
muchas promesas que Dios le da a Israel como nación en el mismo.
Comprenda que son para los hebreos y para nadie más. Algunas de dichas
promesas el Señor las cumplirá en el futuro, pero sólo a los judíos, y no a
otros países.

Nota final

Hace varios años, alguien que comprendía lo mucho que yo amo las
Escrituras me regalo una placa con las siguientes declaraciones:
LA BIBLIA

Este libro contiene: el propósito de Dios, la condición del hombre, el camino


de la salvación, el juicio de los pecadores y la felicidad de los creyentes. Su
doctrina es santa, sus preceptos obligatorios, sus historias verdaderas y sus
decisiones inmutables. Léala para ser sabio, créala para salvarse y
practíquela para vivir en santidad.
En ella hay luz para dirigirle, alimento para sostenerle y consuelo para
alegrarle. Es el mapa del viajero, el báculo del peregrino, la brújula del
piloto, la espada del soldado y la Carta Magna de los cristianos. Ella abre
los cielos y revela las puertas del infierno.
Su gran tema es Cristo, su propósito nuestro bien y su fin la gloria de Dios.
Debería llenar la memoria de los hombres, gobernar su corazón y guiar sus
pies. Léala lentamente, con frecuencia y en actitud te oración. Se trata de
una mina de riquezas y salud para el alma, así como de un rio de deleite. Se
le entrega en esta vida, será abierta en el día del juicio y ha sido establecida
para siempre.
Implica la mayor de las responsabilidades, recompensará el mayor de los
trabajos y condenará a todos aquellos que traten con ligereza su contenido.

Esa placa me recuerda a diario que debo interpretar la Biblia con exactitud.

Preguntas para discusión

1. Defina lo que es espiritualizar. ¿En qué consiste el peligro de este


error?
2. ¿De qué maneras podemos evitar la espiritualización?
3. ¿Por qué es tan fácil nacionalizar un pasaje?
4. Lea 2 Crónicas 7:14 y, siguiendo las pautas aprendidas con anterioridad
en este curso, explique cómo debería interpretarse dicho versículo.
5. ¿Qué tipos de promesas diferentes encontramos en la Biblia? ¿Cuál es
el enfoque adecuado para tratar las promesas bíblicas?
Editores de la
intención de Dios
La frase No plegar, doblar, grapar, enrollar o mutilar es algo
que asociamos por lo general con las tarjetas de computadora, pero
constituye también una buena paráfrasis del mandamiento que da
Pablo a Timoteo de interpretar cuidadosamente la Biblia: “Procu­
ra con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que
no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad”
(2 Ti. 2:15).
El salmista, quien compartía esta misma reverencia por la Es­
critura. expresó: “Sumamente pura es tu palabra, y la ama tu sier­
vo” (Sal. 119:140); “La suma de tu palabra es verdad, y eterno es
todo juicio de tu justicia” (Sal. 119:160).
Esta es la razón por la que Pablo exhorta a Timoteo —y es algo
que se aplica también a nosotros— a interpretar la Biblia con es­
mero, a fin de poder entender precisamente lo que Dios quiso de­
cir cuando habló y transmitirlo con exactitud. Las Escrituras exigen
reverencia, diligencia y compromiso de nuestra parte.
Nuestros estudios sobre la interpretación bíblica destacan la
importancia de comprender correctamente las Escrituras; porque
¿de qué vale una Biblia sin errores si predicamos con ella un men­
saje que sí los tiene?
Los evangélicos proclaman con frecuencia su amor por las Es­
crituras y defienden la inerrancia de ésta, pero también debemos
manifestar ese mismo amor interpretando el mensaje de las Escri­
turas con el cuidado y el interés que se merece.
Hay un sinfín de formas de estropear el mensaje de la Biblia.
Los liberales han negado ciertas porciones proféticas del mismo
pretendiendo que fueron escritas después de que sucediesen los
hecho y no antes. Asimismo rechazan algunas doctrinas desagra­
dables tales como la pecaminosidad del hombre y la necesidad
que éste tiene de un Salvador personal. Los liberales han intenta­
do actuar como editores del mensaje de Dios.
Las sectas, por su parte, añaden a la revelación bíblica supues­
tos mensajes recibidos del cielo. A veces dichos mensajes son ora­
les y otras escritos, como sucede con el Libro de Mormón.
Pero antes de que nos volvamos demasiado presumidos, permí­
tame hablar de otra forma en la que se cuestiona la Biblia y que
nos toca más de cerca. Yo la llamo “el ataque hipócrita”. Se trata
del error que cometemos aquellos de nosotros que creemos, predi­
camos y luchamos por la inerrancia de las Escrituras pero luego
manejamos con descuido las mismas interpretándolas incorrecta­
mente. Todos podemos cometer este error tan frecuente si no nos
guardamos conscientemente de él.
Dicho de otro modo: al interpretar la Biblia no debe haber des­
viaciones, falsificaciones, cambios, perversiones, mutilaciones,
alteraciones, destrucciones, adiciones, ni sustracciones de la ma­
ravillosa Palabra de Dios.
Hasta ahora nos hemos ocupado de los errores interpretativos
referentes a la demostración con versículos y el aislacionismo; la
espiritualización, que tiene lugar cuando leemos un determinado
pasaje a la luz de cierta verdad espiritual o histórica, o aplicamos
mal lo que se desprende del texto; y la nacionalización, que con­
siste en ver al propio país como receptor de las promesas naciona­
les dadas por Dios en la Biblia al pueblo de Israel.
Embellecimiento
Ahora vamos a ocupamos de una quinta trampa habitual: el
embellecimiento. Este se da cuando interpretamos la Biblia a la
luz de las ideas modernas.
Todos nosotros nos esforzamos a veces en hacer que las Escri­
turas parezcan más contemporánea, adornando su verdad con lo
último del pensamiento actual. Sin embargo, piense por ejemplo
en el tema de la creación. Desde los días de Darwin, la comunidad
científica ha ejercido una gran presión para que los orígenes se
expliquen según la última teoría surgida en su medio.
Aunque la ciencia ha contribuido sin duda en gran medida a la
comprensión de nuestro mundo, debemos insistir en la necesidad de
partir de los datos bíblicos para entender el cómo de nuestros co­
mienzos. Sean cuales fueren las conclusiones a que lleguemos, és­
tas deben ser el resultado de nuestra interpretación inicial de las
Escrituras, no de la comprensión de la Biblia a través de la ayuda de
la ciencia. Un estudio gramatical del libro de Génesis resulta indis­
pensable para entender con exactitud el tiempo en la creación.
Sea cual fuere nuestra interpretación de Génesis 1y 2, debemos
partir de estos hechos bíblicos sobresalientes:

1. La palabra hebrea que significa “día”, cuando va acompaña­


da de un adjetivo numérico (p. ej., cuarto día), jamás se utili­
za en sentido figurado. Siempre se entiende de un modo literal.
2. La forma plural hebrea de día no se emplea nunca, en el
Antiguo Testamento (Éx. 20:9), en sentido figurado fuera de
un contexto de creación. Somos por tanto guiados a pensar
que lo mismo sucede cuando dicha palabra está relacionada
con los orígenes.
3. Los términos tarde y mañana no se usan jamás en sentido
figurado en el Antiguo Testamento, sino que describen siem­
pre un período de veinticuatro horas.
4. En realidad Dios define el día en Génesis 1:5, como un pe­
ríodo de luz y otro de tinieblas. Una vez creada la luz (Gn.
1:3) y apartada de las tinieblas mediante separación espacial
(respecto de la tierra; Gn. 1:4), Dios estableció el ciclo luz/
oscuridad como principal medida del tiempo; es decir, el día
(Gn. 1:5). Este ciclo luz/oscuridad se entiende mejor como
una rotación completa de la tierra o día de veinticuatro ho­
ras.
El estudio gramatical del Génesis resulta primordial para una
interpretación precisa de las Escrituras. Estos hechos bíblicos son
indicadores exegéticos importantes del aspecto del tiempo según
se manifiesta en la creación y apuntan a una formación del mundo
en seis días consecutivos de veinticuatro horas cada uno.
Es de la mayor importancia insistir en que no se debe interpre­
tar la Biblia a la luz de la ciencia. Hemos de guardamos mucho de
permitir que la ciencia natural invalide una interpretación exegética
segura de las Escrituras simplemente porque existe alguna apa­
rente discrepancia.
Otro buen ejemplo es el de la psicología. Juntamente con el
énfasis positivo en que los cristianos se consuelen, exhorten e in­
cluso confronten unos a otros, surge en el terreno del asesoramiento
espiritual el peligro de intentar entender las necesidades más pro­
fundas del ser humano mediante una interpretación bíblica asisti­
da por la psicología, más que por una buena exégesis.
El libro de Robert Schuller Self-Esteem: The New Reformation
(La autoestima: Una nueva reforma) constituye un ejemplo destaca­
do de ello, hasta el punto de que en el prólogo del mismo, Martin
Marty, erudito de la Universidad de Chicago, pregunta: “¿No es esto
más bien una filosofía que deja lugar para Dios que una teología la
cual incorpora el método psicológico?” Así pasa precisamente cuan­
do la psicología interpreta la Biblia en vez de suceder a la inversa.
De este mismo error surge el popular concepto del “amor a uno
mismo”. En la página 11 de su libro Lave Yourself (Amate a ti
mismo), Walter Trobisch cita Mateo 22:39 y comenta: “Vemos
que la Biblia confirma lo que la psicología ha descubierto recien­
temente: que sin el amor a uno mismo no puede existir amor por
los demás. Jesús equipara estos dos amores y los vincula entre sí
haciéndolos inseparables.”
Sin embargo. Jay Adams observaba sagazmente que en Mateo
22 Jesús está hablando de dos mandamientos: amar a Dios y amar
al prójimo. No existe un tercer mandamiento de amamos a noso­
tros mismos. En cuanto a la narración bíblica, no hay en ella nin­
gún precepto que nos ordene amar a nuestras propias personas. A
veces da la impresión de que la base de ese amor por uno mismo
se encuentra más bien en la jerarquía de necesidades de Abraham
Maslow que en la Biblia.
Consideremos por un momento lo que dijo Jesús en realidad:
Entonces los fariseos, oyendo que había hecho callar a los saduceos,
se juntaron a una. Y uno de ellos, intérprete de la ley, preguntó por
tentarle, diciendo: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?
Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda
tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamien­
to. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. (Mt.
22:34-40)
El énfasis principal de Cristo no está en el “amor a otros” o en
el “amor a uno mismo”, sino en el “amor a Dios”. El Señor refuerza
así lo que enseñó Moisés en Deuteronomio 6:5: “Y amarás a Jehová
tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus
fuerzas”. El punto de partida es una relación dinámica adecuada
con Dios. Si se me permite, añadiré que cuando uno está realmen­
te bien en su trato con Dios tiene una relación correcta consigo
mismo; por eso Cristo no necesitaba dar ese mandamiento.
El verdadero problema tiene que ver con los demás; razón por
la cual el segundo mandamiento de Mateo 22:39 cita Levítico
19:18. Santiago llama a esto la “ley real” (Stg. 2:8). Es exacta­
mente lo que Cristo había enseñado anteriormente en Mateo 7:12.
La verdad principal de este pasaje se centra en los demás, no en
uno mismo.
Así que aquí Jesús no está enseñando el “amor a uno mismo”,
sino el “amor a Dios”, que debería expresarse en amor hacia otras
personas. Cualquier alteración de este orden equivale a ser
egocéntrico en lugar de estar centrado en Dios.
La profecía es una tercera área de estudio bíblico que puede
verse deformada por el embellecimiento. Los adeptos de la teolo­
gía de los pactos yerran al hacer una interpretación histórica de las
Escrituras, mientras que la equivocación de los dispensacionalistas
consiste en introducir en su forma de interpretar los acontecimien­
tos actuales.
Permítame ilustrarlo con un examen de la explicación que da
Albert Bames de Apocalipsis 11:13. En ella se interpreta el “terre­
moto” como la sacudida que recorrió Europa por la valentía de
Martín Lutero y sus colaboradores de la Reforma protestante. La
“décima parte de la ciudad” que cayó se identifica con el desmoronamiento
repentino de una considerable porción del poder colosal del Papa.
Por último, los siete mil hombres muertos que menciona el pasaje nos
hablan, según Barnes, del número de personas caídas en la Europa papal
como consecuencia de las guerras a que dio lugar la Reforma. Una lectura
cuidadosa de Apocalipsis 11 no justifica sin embargo este análisis histórico
tan especifico, a menos, naturalmente. que la historia sirva para embellecer
el texto bíblico.
El discurso del monte de los Olivos (Mt. 24–25) es un pasaje sumamente
importante de la Biblia en lo que concierne a la profecía. Guillermo
Hendricksen, que es por lo general un muy excelente comentarista, yerra en
este punto embelleciendo el texto con la historia. Según él, las “guerras y
rumores de guerras” (Mt. 24:6) se refieren a todos los conflictos bélicos
desde la caída de Jerusalén: y el mismo tipo de análisis histórico hace de las
“hambres y terremotos” (v. 7).
Aún más notable es la forma en que Hendricksen interpreta el versículo 14
de ese mismo capítulo, declarando que la predicación del evangelio en el
mundo entero es la historia de la extensión del cristianismo desde el primer
siglo hasta nuestros días. Permítame sugerir que sería mejor dejar vagamente
amplia nuestra comprensión de un pasaje que, entretejiendo la historia con la
Biblia, mostrarse específico en cuanto a los hechos si no existe garantía
escritural alguna para tales detalles del pasado.
Los dispensacionalistas, por su parte, caen en una variante de este error
atribuyendo al texto acontecimientos actuales. Cierto escritor ha calificado
con razón esta técnica de “exégesis de los periódicos”.
Hace poco pasó por mi escritorio el siguiente comentario sobre el discurso
del monte de los Olivos: “Como usted sabe, hay muchos cristianos
incluyéndome yo mismo, que creen que la generación que vio a Israel
convertirse en nación en 1948 ‘no pasará’ hasta que el Señor vuelva en el
arrebatamiento y otra vez pasado el período de la Grán Tribulación. Esta
creencia está basada en Mateo 24. y de un modo especial en los versículos
32 al 34.”
Lo que el autor de dicho comentario no había tenido en cuenta es que Jesús
no estaba utilizando la higuera para representar a Israel. Si examina usted el
pasaje paralelo de Lucas 21:29, verá que allí el Señor ilustra ese aspecto con
“la higuera y todos los árboles”. Así que la enseñanza de Jesús no tiene nada
que ver con la fundación del estado judío en 1948. sino que se trata más bien
de una analogía tomada de la naturaleza. Su argumento es que, del mismo
modo que las higueras y los demás árboles de hoja no perenne brotan al final
de la primavera, anunciando así la llegada del verano, la aparición de ciertas
señales precede y augura que la segunda venida de Cristo es inminente.
Cuando en 1967 Israel derrotó a sus enemigos árabes en la Guerra de los
Seis Días, muchos dispensacionalistas sugirieron que se había cumplido
Lucas 21:24. La recuperación de Jerusalén por parte de los judíos, por
primera vez en 1900 años, era con toda certeza hacia lo que apuntaba este
versículo.
No obstante, si comparamos cuidadosamente Lucas 21:24 con Apocalipsis
11:2. descubriremos que se trata de pasajes paralelos. Ello significa que esta
profecía referente a “los tiempos de los gentiles” no se cumplirá hasta el final
del período de “cuarenta y dos meses”, o durante el período de la Gran
Tribulación.
Con estos ejemplos en mente, permítame sugerir ciertos pasos prácticos
que todo intérprete meticuloso de la Biblia puede dar para reducir las
posibilidades de caída en el error del embellecimiento:

1. Cada vez que acuda a la Escrituras, adviértase a sí mismo contra


el peligro del embellecimiento.
2. Pídale al Señor que le guarde de errores y le guíe a la verdad (Sal.
119:18).
3. Acérquese al texto como si lo estuviese estudiando por primera
vez. Dé una ojeada libre de predilecciones anteriores.
4. Parta del texto bíblico y no de alguna disciplina externa.
5. Permita que el pasaje hable por sí mismo.
6. No tema dejar que la Biblia, y no otras áreas de estudio, tenga la
última palabra.

Metodologización
En este siguiente error suelen caer los expertos, no los cristianos
de a pie. Lo incluimos aquí para advertir al desprevenido estu-
diante de las Escrituras, a fin de que no utilice los materiales ela­
borados por personas que emplean este metodo altamente sospe­
choso de interpretacion.
La metodologizacion se produce cuando interpretamos la. Bi­
blia basandonos en una teorfa no demostrada sobre su origen lite­
rario. Los eruditos han elaborado hip6tesis acerca del c6mo y el
porque surgi6 una determinada parte de las Escrituras, y luego han
utilizado su teorfa para interpretar el texto. Esto ocurre particular­
mente con los estudios sobre los evangelios.
Los criticos de la redacci6n, en su mayor parte, no aceptan los
puntos de vista tradicionales sobre la autoria [de la Biblia], sino que
consideran a los escritores de los sin6pticos como editores teo16gicos
posteriores a cuyas obras se asociaron los nombres de Mateo, Marcos
y Lucas por motivos de prestigio. Son por lo tanto las opiniones
teol6gicas de dichos cornpi I adores an6nimos las que se cuestionan en
este tipo de investigaci6n, y se da por sentado que tales opiniones
difieren mucho de cualquier ensefianza especi fica y sisternatica im­
partida por Jesus. 1
Sin embargo, no existe ni un solo gramo de evidencia sustan­
cial (ya sea hist6rica o bfblica) en cuanto a que fuera esa la forma
en que surgieron los evangelios; y hasta que no pueda comprobar­
se de manera concluyente que dicha teoria es cierta, se deberfa
rechazar la misma como instrumento legftimo para interpretar las
Escrituras.
Robert Gundry, en su libro Matthew: A Commentary 01z His
Literary ancl Theological Art (Mateo: Comentario sobre su tecni­
ca literaria y teo16gica) desarrolla una form a hibrida de crf tica de
la redacci6n. Aunque, a diferencia de muchos otros, defiende la
autorfa de Mateo (pp. 609­22) y una fecha tradicional de composi­
ci6n (pp. 599­629), da por sentado que el evangelista utiliz6 una
metodologfa de edici6n particular que le hizo "apartarse de los
acontecimientos real es" (p. 623) y "materialmente alterar y embe­
llecer las tradiciones historicas" (p. 639).
La mejor f orma de prevenir este error es no prestandole aten­
ci6n. La cntica de la redaccion, o redaktionsgeschichte, es una
1. Robert Thomas y Stanley Gundry, Harmony of the Gospels (Chicago:
Moody. 1978). p. 287.
teoría sin demostrar y no debiera utilizarse para interpretar las Escrituras.
Actuaría usted prudentemente si se aparta de la lectura de autores que
utilizan este método interpretativo.
Juan Wycliffe era un erudito profundamente preocupado por la correcta
interpretación de la Biblia. Se le conoce con el apodo cariñoso del “Lucero
del alba de la Reforma”. Este profesor de Oxford del siglo XVI fue el
primero en liberar las Escrituras de las manos exclusivas de la jerarquía
catolicorromana y entregarla al hombre de la calle de su época.
Debido a su compromiso con la interpretación bíblica correcta —aunque
dicha interpretación diera al traste con siglos enteros de tradición—,
Wycliffe se convirtió en un enemigo de la Iglesia, y bien que no sufriera
el martirio como les sucedió a otros, cuarenta y cuatro años después de su
muerte natural la Iglesia exhumó su cuerpo. quemó sus huesos y esparció
sus cenizas en un río cercano. Antes de morir. Wycliffe escribía:

Cristo y sus apóstoles enseñaron a la gente en el idioma que ésta mejor


conocía. No hay duda de que la verdad de la fe cristiana a hace más
evidente cuanto mayor conocimiento se tiene de la fe misma; de modo que
la doctrina no debería encontrarse sólo en latín, sino en la lengua vulgar y,
puesto que la fe de la iglesia está contenida en las Escrituras, cuanto más
se conozcan éstas en un sentido verdadero tanto mejor. Los laicos tendrían
que entender la fe: y ya que las doctrinas de nuestra fe se hallan en la
Biblia, los creyentes deberían contar con ella en un idioma que
comprendieran plenamente.

La Biblia que tenemos hoy en día ha llegado hasta nosotros, desde los
apóstoles. a través de múltiples generaciones de hombres como Juan
Wycliffe. los cuales se esforzaron, lucharon e incluso dieron sus vidas para
que los cristianos pudieran contar con la Palabra de Dios y comprender
correctamente lo que Él enseñaba.
Nos toca a nosotros ahora transmitir este maravilloso legado a la
siguiente generación. ¡De modo que interpretemos la Biblia con exactitud!
Preguntas para discusión
1. ¿Qué significa “actuar como editores de la intención divi­
na”?
2. ¿De qué maneras abusa el embellecimiento de las Escrituras?
3. Lea Mateo 22:34-40 y explique por qué es ese popular con­
cepto del amor a uno mismo resultado del embellecimiento.
4. ¿De qué maneras podemos reducir las posibilidades de caer
en el error del embellecimiento?
5. Defina lo que es metodologizar. ¿Con qué cuestión está rela­
cionado a menudo este error?
6 . ¿Por qué resulta peligroso metodologizar?
8
Modernizar la Biblia
En The Great Evangélical Disaster (El gran desastre evangélico). el
fallecido Francis Schaeffer coloca lo importante en el estante más bajo de
la cuestión de la inerrancia. “Y yo volvería a preguntar —expresa :
¿Cambia realmente en algo la inerrancia nuestra manera de vivir todo el
espectro de la existencia humana?”
“¡No! —responde George Gallup . Vemos muy poca diferencia en
cuanto al comportamiento ético entre aquellos que van a la iglesia y los
que no son religiosos practicantes
Los niveles de mentira, engaño y hurto son notablemente semejantes en
ambos grupos.”
Aunque resulte asombroso, es cierto. Por ello en este capítulo trataremos
de otros varios errores corrientes en la interpretación, los cuales explican
en parte la causa del alarmante comentario de Gallup.
La mayoría de nosotros consideramos la destrucción de la Biblia por
parte del rey Joacim como algo inaceptablemente radical: Cuando Jehudí
había leído tres o cuatro planas dice la Escritura , lo rasgó el rey con un
cortaplumas de escriba, y lo echó en el fuego que había en el brasero, hasta
que todo el rollo se consumió sobre el fuego que en el brasero había (Jer.
36:23).
Pero hay otro peligro engañosamente aceptable para muchas
personas. De uno u otro modo se viola la intención de Dios con su
Palabra inerrante.
Un grupo de hombres le dijeron a Jeremías: “ Ruega ... para que
Jehová tu Dios nos enseñe el camino por donde vayamos, y lo que
hemos de hacer” (Jer. 42:1-3). Y el profeta volvió con las instruc­
ciones de Dios al respecto: “ No vayáis a Egipto” .
Sin embargo, puesto que esa no era la respuesta que ellos de­
seaban, se rebelaron y justificaron su desobediencia acusando a
Jeremías de mentiroso y marchándose a Egipto de todos modos
(Jer. 43:2-7). Así acomodaron la voluntad de Dios a la suya pro­
pia.
El acomodamiento
El acomodamiento consiste en ver las Escrituras a través de los
lentes de la razón humana. Esto no tiene por qué adoptar la forma
de una negación de lo sobrenatural; también se manifiesta en la
práctica sutil de diluir el efecto completo de la Biblia para acomo­
dar o excusar un comportamiento pecaminoso. Quizá todos haya­
mos sido culpables de ello alguna que otra vez.
Hace varios años mi esposa tuvo la oportunidad de aconsejar a
una chica joven, estudiante soltera en una universidad cristiana,
que se había quedado embarazada. La joven vino a vernos a nues­
tra casa y derramó su corazón ante mi mujer, quien me pidió a mí
que hablase con ella.
Yo le pregunté si se daba cuenta de que la relación que mante­
nía era pecaminosa, y me quedé asombrado de su respuesta: “ No
hay ningún lugar en la Biblia — expresó— donde se diga que es
pecado, para dos personas que se aman, tener una relación física
fuera del matrimonio” .
Cierto que ningún versículo utiliza exactamente esas palabras,
pero de todos modos aquella chica había racionalizado las Escri­
turas. El propósito de pasajes tales como 1 Tesalonicenses 4:3 —
“ Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis
de fornicación” — resulta muy claro (como también 1 Co. 7:2). El
amor físico fuera del matrimonio es pecado.
Hace algún tiempo, en cierta publicación religiosa, aparecía el
siguiente titular: “ El sexo fuera del matrimonio es aceptable para
un hombre y una mujer ancianos cuya situación económica no les
permite casarse” . Tal era la opinión sondeada entre el clero y los
laicos de una conocida denominación americana.
Un profesor de cierta universidad cristiana se divorció de su
esposa por otra mujer, acelerando la ruptura matrimonial con el
adulterio. Ahora, varios años después de aquello, pastorea una igle­
sia que está experimentando crecimiento. Este hombre ha llegado
a la conclusión de que, puesto que su iglesia lleva fruto. Dios ha
confirmado lo correcto de su divorcio y nuevo matrimonio contra­
rios a la Biblia.
Pero el fruto no es necesariamente una señal de la bendición de
Dios; a veces se convierte en una manifestación de su misericor­
dia. Pensemos por ejemplo en Sansón: Dios lo usó poderosamente
a pesar de sus pecados (Jue. 14— 16). Esa es la prerrogativa sobe­
rana del Señor, pero no siempre constituye una muestra de su agra­
do.
En cada uno de esos casos se ha acomodado la enseñanza clara
de las Escrituras al estilo de vida deseado por el cristiano que ra­
cionaliza su pecado. Se trata más bien de una cuestión de la volun­
tad que de estar simplemente en posesión del conocimiento debido;
un caso en el que el obvio contenido bíblico debería dictar la for­
ma de nuestro carácter cristiano.
La acomodación bíblica no difiere de la “ ética de situación” de
Joseph Fletcher, ya que argumenta que los absolutos deben ceder
cuando las situaciones personales lo justifican. Así, la perfecta
Palabra de Dios se deja a un lado para favorecer la voluntad hu­
mana imperfecta.
Para m uchos, sin em bargo, las cuestiones morales son
inviolables, pero ¿qué de las actitudes y las emociones?
Considere por ejemplo Santiago 1:19-20: “ Por esto, mis ama­
dos hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar,
tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de
Dios” ; o también: ‘‘Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol
sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo” (Ef. 4:26-27).
Todos nos sentimos tentados a acomodar nuestras explosiones
vesúbicas calificándolas de “ ira santa” , y justificamos el enojo
prolongado con expresiones tales como: “ No puedo resistirlo” , “ Se
lo merecen” o “ Es bueno darle salida” .
No pase esto por alto: un fin justo jamás excusa la utilización
de medios injustos. Un ministerio fructífero en la iglesia no dis­
culpa un divorcio antibíblico, ni el amor justifica las relaciones
sexuales fuera del matrimonio. Como tampoco un agravio sufrido
es pretexto para la ira pecaminosa o una actitud de revancha.
Otra área de acomodación en auge es el desquite legal por un
daño que se nos ha infligido. Hace poco me reuní con un hombre
de negocios y un atleta profesional que habían formado sociedad
y perdido mucho dinero a causa de una serie de reveses financie­
ros.
Ambos individuos se sentían traicionados, y uno de ellos esta­
ba considerando seriamente entablar acciones judiciales. Sin em­
bargo, basándose en la prohibición que hace 1 Corintios 6:1-7 de
los pleitos entre cristianos y la exhortación de Efesios 4:32 en cuan­
to a perdonar como Cristo perdonó, uno de aquellos hombres re­
mitió al otro cierta deuda monetaria de ocho cifras. También se
perdonaron el uno al otro por todas las malas reacciones expresa­
das en actitud y palabra.
Se habían visto tentados a capitular — a acomodar las Escritu­
ras— por la presión de nuestra sociedad, pero una vez que osaron
confiar en Dios y obedecerle, aunque perdieron, salieron ganan­
do. Deseaban acatar aquello que sabían era lo correcto a los ojos
del Señor.
La mejor manera de protegerse contra este peligro real de la
acomodación, es familiarizándose con la Biblia mediante un tiem­
po regular de estudio de la misma (Job 23:12). Luego dediqúese a
ser un hacedor de la Palabra (Stg. 1:22-25), ya que el actuar de
otro modo constituye pecado (Stg. 4:17).
Culturalizacion
Las demandas sociales crean una gran presión para “ reestudiar”
y “ reconsiderar” doctrinas consagradas por el tiempo, debido a
que éstas no llevan el paso con los tambores modernos. La
culturalizacion limita un pasaje a determinado momento de la his­
toria o la cultura cuando en realidad dicho texto exigiría una apli­
cación más amplia en el tiempo.
Algunos temas bíblicos susceptibles de ser objetos de esta clase
de error incluyen:
Los cultos para la unción de enfermos (Stg. 5:14-20)
El liderazgo del marido en el hogar (Ef. 5:22-24)
El cargo de anciano limitado a los varones (1 Ti. 2:11 -22)

Hace poco participé en una mesa redonda televisiva sobre “ El


papel de las mujeres en la iglesia” , y desde los comienzos del pro­
grama se hizo patente que la cuestión real era la autoridad de la
Biblia: por lo que decidí insistir en que consideráramos las Escri­
turas como única fuente de instrucción al respecto, sin echar mano
de ningún otro libro.
En respuesta a mi petición, un pastor perteneciente a determi­
nada denominación cristiana tradicional accedió a limitar nuestra
discusión a la Biblia y seguidamente descartó 1 Timoteo 2:11-22
como el producto de una sociedad dominada por el varón. Dicho
pastor argumentaba que, puesto que vivimos en una era distinta, el
mencionado pasaje no guarda relación con el asunto del liderazgo
eclesiástico ni tiene autoridad sobre él.
¡Una manera cómoda de insistir en “ sólo la Biblia” , mientras se
toma luego lo que interesa de ella y se desecha aquello otro que es
considerado objetable! Lo que aquel pastor pasaba por alto refe­
rente a dicho texto eran ciertos hechos que no dejan lugar a dudas
en cuanto a que 1Timoteo 2 no contiene limitaciones de tiempo.
Este es un caso claro de culturalización. que convertía en realidad
a aquel hombre en un editor de la intención divina.
Dando algunos pasos elementales, uno puede evitar el peligro
de la culturalización. Primeramente, pregúntese: “ ¿Hay algún
indicador de tiempo en el pasaje?” En 1Timoteo 2:11 -15, por ejem­
plo, Pablo enseña acerca del liderazgo masculino en la iglesia; sin
embargo muchos insisten en que ese texto está limitado a la socie­
dad patriarcal del siglo i, a pesar de que el apóstol apela al comien­
zo del tiempo (la creación y la caída) para apoyar su conclusión.
De modo que la base de su enseñanza es tan válida hoy en día
como lo era en el primer siglo.
En el caso de Santiago 5, no hay ningún indicador que limite el
tiempo, por lo que suponer que ese pasaje no es para hoy en día
implica atribuir erróneamente una restricción cronológica a las
Escrituras.
Yo creo que Santiago 5:14-20 es tanto para la época actual
como era para el s iglo i. N o existen limitaciones de tiempo en el
texto ni tampoco rasgos que lo restrinjan culturalmente. La cla­
ve para una práctica correcta es la interpretación adecuada del
pasaje.
La siguiente pregunta es: “ ¿Hay implicaciones teológicas que
limiten el texto a un determinado período de tiempo?” El hecho de
que 1Timoteo 2:15 apele a la maternidad ofrece una base de apli­
cación mucho más amplia que si se hubiera utilizado algún otro
aspecto limitado al primer siglo para apoyar la exhortación. Esto,
por sí solo, no demuestra la validez de una aplicación contempo­
ránea, pero sí exige un estudio cuidadoso del tema.
Por regla general un pasaje debería interpretarse en el sentido
más amplio posible (en términos de tiempo): si no hay nada que
limite específicamente el texto, restringir su aplicación constituye
una culturalización inaceptable.
Permítame ilustrarlo con un asunto crucial: ¿Es el marido cabe­
za del hogar? Y si lo es, ¿qué es lo que eso significa?
A lo largo de los últimos veinte años, muchos escritores han
afirmado que el término “cabeza” , en pasajes tales como 1Corintios
11:3 y Efesios 5:22-24, significa “ fuente” más que autoridad. Ade­
más, sea cual fuere el significado de “ autoridad” en el texto, ellos
alegan que éste fue dictado por una mentalidad patriarcal del siglo
i y por lo tanto se halla limitado en su aplicación a dicho siglo.
Pero... ¿es eso verdad? Formulemos algunas preguntas claves
acerca del texto griego para saberlo. En realidad ¿qué significa
kephalé cuando se traduce por cabeza? En la literatura griega co­
rriente, un sentido muy aceptable del término es “ primero” , “ pro­
minente” o “ supremo” , además de servir para indicar la parte en
cuestión del cuerpo físico.
¿Se utilizó alguna vez kephalé en sentido figurado como referen­
cia a la condición de líder de una persona? Tanto en el griego secu­
lar como en el de la Septuaginta (versión griega del Antiguo
Testamento), kephalé se empleaba con el sentido de jefe o gober­
nante. El Salmo 18:43 comenta: “ Me has hecho cabeza de las na­
ciones” .
¿Se usa kephalé alguna vez en el Nuevo Testamento, en sentido
figurado, para hablar de autoridad? En Efesios se emplea dos ve­
ces — 1:22 y 4:15— respecto de Cristo como cabeza de la iglesia.
Consideremos ahora Efesios 5:22-24:
Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor;
porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de
la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la
iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus ma­
ridos en todo.
Aquí Pablo está sacando dos conclusiones por analogía: primera,
que “como la iglesia es para con el Señor, así la esposa ha de ser
para su marido’’; y segunda, que al igual que “Cristo es cabeza de la
iglesia, el marido lo es de su mujer’’. No hay ninguna limitación de
tiempo en el pasaje. El contexto teológico va más allá del primer
siglo, puesto que se centra en la iglesia, que no está limitada.
Por lo tanto, podemos concluir que no hay nada en el pasaje o
su contexto que lo limite a un período particular de la historia;
como tampoco existe una interpretación modificada de kephalé
que haga de dicho término menos hoy en día que en tiempos de
Pablo.
De modo que el marido es hoy cabeza de la familia tanto como
en el primer siglo. Así como Cristo constituye la cabeza última y
ordenada por Dios de la iglesia, el esposo es cabeza designada por
el Señor sobre su casa.
Permítame que me apresure a decir, no obstante, que “cabeza”
no ha de equipararse con “ dictador” : los maridos deben expresar
su liderato amando a sus mujeres, no enseñoreándose de ellas. Del
mismo modo que Cristo se entregó por la iglesia, los esposos tie­
nen que darse por aquello que beneficie a sus compañeras.
La condición de cabeza tampoco implica que el marido sea “ su­
perior” , “ mejor” o “ más listo” que su mujer. El doctor Homer Kent
lo expresa correctamente en Efesios: La gloria de la iglesia (Edi­
torial Portavoz, p. 111): “ Las mujeres pueden ser iguales, y mu­
chas veces superiores a sus esposos, en inteligencia, valor,
espiritualidad, discernimiento moral, discreción y de mil otras
maneras. Además, como miembros del cuerpo de Cristo son igua­
les a ellos (Gá. 3:28). Pero con relación al tema de la autoridad y
la posición en el hogar, la Biblia es absolutamente clara: la esposa
debe estar sujeta a la autoridad de su marido.”
La condición de cabeza sí implica que los maridos deben ejer-
cer su papel asignado por Dios en la fam ilia. Hilos han de ser los
líderes espirituales de sus hogares, no a causa de una superioridad
masculina, sino en obediencia al plan bíblico de Dios para el ma­
trimonio.
Hay otra cuestión actual que merece ser mencionada, y es aquella
relacionada con el leccionario de “lenguaje inclusivo” distribuido
por la sección americana del Consejo Mundial de Iglesias.
Nuestro interés se centra primordialmente en los términos utili­
zados en dicho leccionario para describir a Dios. Con la llegada de
la “liberación” de la mujer y las demandas de igualdad, algunos
están diciendo que el pensamiento ilustrado actual exige que se con­
sidere a Dios como alguien, a la vez, masculino y femenino, padre y
madre. El resultado de esto es que la sección americana del CMI,
así como otras instancias, creen que debemos alterar la Biblia con
objeto de ponemos a la altura de estas ideas del siglo xx.
Cabe esperar que en principio todos estaremos de acuerdo en
que el ser eterno de Dios es espíritu y no carne (Jn. 4:24). Sin
embargo, la revelación que Él hace de sí mismo, tanto en la Pala­
bra escrita com o en el Verbo encarnado, es en térm inos
comprensibles para nosotros, es decir terrenales. En el lenguaje de
la Biblia, Dios se adapta a nosotros para que seamos capaces de
entender quién es Él mediante una asociación con aquellas cosas
que conocemos de nuestra existencia humana.
Quiero sugerir que llamar a Dios “Madre” es culturalizar las
Escrituras, y hay varias buenas razones para decirlo:
1. El género gramatical de “Dios”, tanto en el Antiguo como en
el N u ev o T estam en to (E lohim y Theos) es m asculino.
2. Jesús siempre se refirió a la primera Persona del Dios uno y
trino como Padre, nunca como Madre.
3. Cuando Dios se revistió de carne humana lo hizo de carne de
varón, no de mujer. Esto es confirmado por el hecho de que
Jesús fuera circuncidado al octavo día (Le. 2:21).
Dios no necesita que una sociedad con tendencias sexistas y
obsesionada por el sexo modernice su carácter. Hacer tal cosa su­
pone invalidar las Escrituras mediante la culturalización.
Ahora bien, antes de dejar este tema de la culturalización, inten­
temos examinar brevemente la otra cara de la moneda: a saber, la
ampliación a nuestro tiempo de una práctica que muy bien pudo ser
cultural y que Dios no pretendía que se aplicara en la actualidad.
¿Qué hay, por ejemplo, del “levantar las manos” al cielo como
parte de la adoración? Esto es algo que se menciona frecuente­
mente en el Antiguo Testamento (Job 11:13; Sal. 28:2: 63:4; 88:9;
134:2; 141:2; 143:6; Lm. 2:19), pero ¿es para nuestros días?
En ninguna parte del Nuevo Testamento lo practica la iglesia.
El único lugar en el que se menciona realmente dentro un contex­
to eclesial es 1 Timoteo 2:8, y hay poca evidencia de “tiempo” en
ese pasaje para ayudarnos. Pero si creemos que se trata de algo
transcultural, deberían hacerlo sólo los hombres y limitándolo a
los m om entos de oración. O bserve que la expresión
veterotestamentaria abarcaba asimismo las ocasiones de alaban­
za, m ientras que Pablo lo circunscribe a la plegaria.
Si alguien piensa que las Escrituras nos animan a levantar las
manos hoy en día debe responder a dos preguntas claves antes de
practicar lo que cree:
1. ¿Son santas mis manos?
2. ¿Estoy distrayendo la atención de otros en el Señor y atra­
yéndola hacia mí mismo al hacer algo que no practican todos
los demás en el culto?
Sea cual fuere la decisión que uno tome, hay que insistir en que
una e xpres ión e xte rna com o la d e l evant ar las m anos ja m á s ha
constituido niguna señal de espiritualidad, ya que el verdadero
carácter espiritual se mide siempre por la actitud que hay detrás de
una determinada acción.
Otra práctica curiosa es la del “ósculo santo”, que se ordena
cinco veces en el Nuevo Testamento (Ro. 16:16; 1 Co. 16:20; 2
Co. 13:12; 1Ts. 5:26; 1P. 5:14). ¿Es dicha práctica algo para nues­
tros días?
Ciertamente formaba parte de la vida de la iglesia en el primer
siglo y los apóstoles la ordenaban. Sabemos que los besos eran un
aspecto de la cultura de aquel entonces, y el adjetivo añadido “san­
to” significa obviamente que la práctica había sufrido abusos por
parte de algunos y por lo tanto había “ósculos no santos”.
Permítame sugerir que el énfasis parece estar en la frase
“saludaos unos a otros”. Y si usted cree que necesita dar un beso,
que éste sea “santo”. No obstante, el saludo corriente en nuestros
días en muchos países es un apretón de manos o un abrazo. Si
Pablo hubiera estado escribiendo en la actualidad, podría muy bien
haber mandado: “ Saludaos unos a otros, bien con un abrazo santo
o con un santo apretón de manos”.
La doctrina de la inerrancia exige que corrijamos y revisemos
nuestras vidas de continuo. En su libro Amando a Dios (Centro de
Literatura Cristiana), Charles Colson comenta incisivamente que
“Dios no quiere nuestro éxito, sino a nosotros; ni demanda nues­
tros logros, sino que le obedezcamos”.
¿Osaremos hacer con la Palabra inerrante de Dios algo menos
que interpretarla con exactitud y sometemos a ella?
Preguntas para discusión
1. ¿Por qué debemos evitar el error del acomodamiento?
2. Mencione algunas áreas en las que hoy en día vemos que se
aplica la acomodación bíblica.
3. ¿Cómo podemos protegemos de caer en el acomodamiento?
4. ¿Cuándo nos hacemos culpables de culturalización?
5. A fin de evitar el peligro de culturalizar un pasaje, ¿qué pre­
guntas podemos hacernos al manejar las Escrituras?
6. Examine 1 Corintios 11:3 y Efesios 5:22-24. ¿Cuál es la in­
terpretación adecuada de esos pasajes?
A sí se tuercen las Escrituras
La precisión es esencial cuando se trata del aterrizaje de un
Boeing 747 o de una operación a corazón abierto. Sin un cuidado
minucioso de los detalles, cientos de pasajeros podrían morir o un
enfermo quedarse en la mesa de operaciones.
Tal vez haya usted oído hablar de la persona que abrió a la lige­
ra una biblia y puso su dedo sin mirar en Mateo 27:5, que dice: “Y
[Judas] fue y se ahorcó”. No obstante, como aquel mensaje no le
agradaba especialmente, volvió a intentarlo a la ventura. Esta vez
leyó: “Vé, y haz tú lo mismo” (Le. 10:35).
Frustrado, el individuo en cuestión realizó todavía un último es­
fuerzo desesperado y obtuvo: ‘‘Lo que vas a hacer, hazlo mas pronto”
(Jn. 13:27). La negligencia en un caso así podría significar la muerte.
¡No hay sustituto para la precisión! Y nada menos que ella de­
bería constituir la norma para interpretar las Escrituras y discernir
las pautas bíblicas adecuadas para guiar nuestras vidas espiritua­
les. Esa es la razón por la que Pablo escribió a Timoteo: “Procura
con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no
tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2
Ti. 2:15). Ser algo menos que preciso supone literalm ente
mal interpretar la intención de Dios.
Continuamos con nuestros estudios, que nos advierten de los
errores más habituales que cometen los cristianos
Biblia. Armado con esto, y con algunos consejos positivos en cuanto
a cómo dividir la Palabra con exactitud, estará usted mejor equi­
pado para practicar la precisión en su trato con las Escrituras. Los
errores que vamos a considerar ahora son: la redefinición, la
castellanización y la cabalización.
Redefinición
Una vez me hablaron de dos hombres que iban en coche y se
detuvieron en un cruce importante de calles. Entonces, el conduc­
tor le dijo a su pasajero: —¿Viene algo por tu lado?
—Sólo un perro —contestó el otro.
Pocos segundos más tarde se produjo un choque violento y
ambos fueron a parar al hospital.
Cuando hubieron recuperado la consciencia, el conductor le
preguntó enojado al viajero: — ¡Creí que habías dicho que lo úni­
co que venía era un perro! ¿Qué ha pasado?
—Es cierto, hombre —replicó el otro— , se trataba tan sólo de
un Grexhound.*
Una sola palabra lo cambiaba todo. Los términos bien defini­
dos resultan importantes para mantener una buena comunicación.
Redefinir es el error de dar nuevos significados a las palabras bí­
blicas históricamente aceptadas, con objeto de respaldar la teolo­
gía de una persona.
Yo llamó a esto el método “Humpty Dumpty” de estudio bíbli­
co. En Through the Looking G lass (A través del espejo), Lewis
Carroll pone lo siguiente en boca de su famoso huevo: “Cuando
uso una palabra, ésta significa exactamente lo que yo quiero que
signifique, ¡ni más ni menos!”
Si hiciéramos eso nosotros —cambiar a nuestro gusto el senti­
do aceptado de las palabras— , jamás podríamos comunicamos.
Pues tampoco está Dios jugando con nosotros: sus escritores
inspirados utilizaron témiinos con acepciones establecidas que
pudiesen entenderse claramente en el contexto de la Biblia. Así
nos es posible aplicar la sabiduría divina a cuestiones actuales.

1. Galgo, pero también el nombre de una compañía de autobuses. (N. del T.)
Piense, por ejemplo, en el tema del aborto. La pregunta clave
es: “¿Cuándo empieza la persona humana?” Varias evidencias bí­
blicas apuntan a que es en el momento de la concepción —a me­
nos, claro está, que se recurra a redefinir el término— .
Primeramente, en el terreno de las definiciones, la Biblia no
distingue entre un niño en el útero y otro que ya ha nacido. Las
palabras que se emplean en las Escrituras no hacen diferencia al­
guna entre ambos.
Éxodo 21:4 y 21:22 son buenos ejemplos de ello. Yeled, la
palabra hebrea que significa “niño”, hace referencia a la vida
postnatal en el versículo 4, mientras que también se emplea para
“una mujer con niño” en el 22, aludiendo a la existencia antes
del nacimiento.
Se habla de Juan el Bautista como de un niño (brephos; Le.
1:41,44) en su período prenatal, y a los bebés asesinados en masa
por Faraón después de su nacimiento (Hch. 7:19) se les aplica el
mismo término.
Así que tanto para la cultura hebrea como para la griega, la
persona existía desde antes de nacer.
En segundo lugar, la concepción es el agente generador de la
depravación humana y ésta constituye la marca principal del esta­
do de persona. Por tanto, se es persona desde el momento de la
fecundación. David declaró al respecto: “En pecado me concibió
mi madre” (Sal. 51:5); y Efesios 2:3 afirma que los hombres son
por naturaleza hijos de ira. Consecuentemente, las personas exis­
ten desde el momento de la concepción.
En tercer lugar, Moisés argumentaba que una “vida quitada”
debía pagarse con la entrega de otra vida, en caso de que un niño
en la matriz muriera como consecuencia de algún daño sufrido
por la madre (Éx. 21:22-23). El principio de “vida por vida” sólo
podía imponerse si el niño no nacido era una persona.
Por último, una de las ordenanzas de la creación es que cada
especie se ha de multiplicar “según su género” (Gn. 1:24-25). Re­
sultaría contradictorio sugerir que una persona pudiese procrear
algo que no fuera persona. La coherencia exige que el ser humano
engendre seres humanos; por tanto la persona comienza, lógica­
mente, en la concepción.
Hay cristianos, sin embargo, que siguen afirmando que el ini-
ció <Jc la vida h u m ana tiene lu g ar en algún m om ento p o sterio r a la
fecundación del óvulo. De este modo redefinen el término perso­
na con objeto de adaptarlo a sus ideas sobre el aborto. En realidad,
para decidir nuestra teología en relación con ese tema, el punto de
partida debería ser la definición bíblica de persona.
Examinemos algunos otros ejemplos prominentes, todos ellos
sacados del libro Self Esteem: The New Reformation, de Robert
Schuller, en el que su autor redefine los conceptos bíblicos de pe­
cado, infierno y salvación.
“¿A qué me refiero cuando hablo de pecado? — pregunta
Schuller—. Respuesta: A cualquier condición o acto humano que
robe a Dios su gloria, despojando a uno de sus hijos de su derecho
a la dignidad divina” (p. 14). Sin embargo, el pecado se define de
diversas maneras en las Escrituras, tales como “no alcanzar la glo­
ria de Dios” (Ro. 3:23, BLA), injusticia (1 Jn. 5:17) o infracción
de la ley (1 Jn. 3:4).
“¿Y qué es el infierno? —sigue diciendo— . Es la pérdida de
orgullo que la separación de Dios, quien constituye la fuente últi­
ma e inagotable del respeto hacia sí misma de nuestra alma, trae
naturalmente consigo” (p. 14). Sin embargo, la Biblia describe el
infierno como un lugar, no como un estado anímico (Ap. 20: 14), y
también como una experiencia posterior a la muerte, no pertene­
ciente a esta vida.
“¿Qué significa ser salvo? —dice entonces el doctor Schuller—
. Significa ser continuamente levantado del pecado (abuso psico­
lógico de uno mismo con todas las consecuencias anteriormente
m encionadas) y la vergüenza, a la autoestim a y sus resultados, los
cuales glorifican a Dios, suplen la necesidad humana y son cons­
tructivos y creativos” (p. 99). Sin embargo, la Biblia describe la
salvación de formas diversas tales como arrepentimiento del pe­
cado (Hch. 2:38), creencia en la verdad acerca de Cristo (Ro. 10:9),
ser liberados por Dios de la potestad de las tinieblas y trasladados
al reino de Cristo (Col. 1:13). y vivificación con Jesús de aquellos
que están muertos en el pecado (Ef. 2:1,5).
El moderador de cierta mesa redonda televisiva preguntó a una
de las personas que participaban en ella: —¿Se salvan muchos
hombres por su predicación?
—Nosotros no utilizamos exactamente esa terminología —con-
testó su interlocutor—. No creemos que la gente esté perdida. Se­
gún dijo Jesús, cada persona es un dios.
Aquí reconocemos en seguida el error de la demostración con
versículos. El texto al que se hacía referencia es Juan 10:34-36,
donde Jesús está citando el Salmo 82:6 y emplea la palabra dios
dentro del contexto de un pasaje relacionado con los jueces huma­
nos, no con el Juez divino. Aquella mujer había evitado por com­
pleto la necesidad de salvación que tiene el hombre, redefiniendo
el término “dios” fuera del contexto en que Jesús lo utilizó.
Otro ejemplo de redefinición tiene que ver con el uso de la ex­
presión “mil años” o “milenio”, en seis ocasiones distintas (vv. 2-
7), en Apocalipsis 20. ¿Se refiere la misma a un período literal de
mil años o a otro indefinidamente largo pero que no puede calcu­
larse? Toda la cuestión del premilenialismo, amilenialismo o
postmilenialismo se ve espectacularmente afectada por la respuesta
a esta pregunta.
Empecemos admitiendo que suele considerarse una regla bási­
ca de la hermenéutica el que los números se acepten literalmente;
es decir, que los mismos representan una cantidad matemática a
menos que existan pruebas sustanciales que justifiquen otra cosa.
Esta máxima de la interpretación de cifras bíblicas se admite por
lo general como el punto de partida correcto.
Y la regla es válida para toda la Biblia, incluyendo el Apocalip­
sis. Un estudio de los números en dicho libro apoya este argumento.
Por ejemplo: las siete iglesias y los siete ángeles del capítulo 1 se
refieren a siete congregaciones cristianas literales y a sus mensaje­
ros; las doce tribus y los doce apóstoles tienen que ver con números
históricos reales (21:12, 14). Cuando se habla de diez días (2:10),
cinco meses (9:5), 1/3 de la humanidad (9:15), dos testigos (11:3),
42 meses (11:2), 1.260 días (11:3), doce estrellas (12:1), diez cuer­
nos (13:1), 320 kilómetros (14:20. BLA), tres demonios (16:13) y
cinco reyes caídos (17:9-10), todos esos números se emplean en su
sentido natural. De las docenas de cifras que aparecen en Apocalip­
sis, sólo dos (siete espíritus en 1:4 y 666 en 13:18) se utilizan deci­
didamente de manera simbólica. Aunque esta línea de razonamiento
no demuestre que los “mil años” de Apocalipsis 20 deban tomarse
literalmente, sí descarga de otro modo el peso de la evidencia sobre
aquellos que discrepan de tal interpretación.
No sólo han de tom arse literalm ente los núm eros que aparecen
en el libro de Apocalipsis en general, sino de un modo especial
aquellos que se refieren al tiempo. Desde el capítulo 4 hasta el 20,
hay por lo menos veinticinco referencias a medidas cronológicas
de las que sólo dos demandan una interpretación distinta a su sen­
tido literal y con las cuales no se utilizan números: el “día de la
ira” (6:17), que probablemente excederá de las veinticuatro horas,
y “la hora de su juicio” que sobrepasará al parecer los sesenta
minutos. Sin embargo, no hay nada en la expresión “mil años” que
sugiera una interpretación simbólica.
El siguiente punto es muy importante: nunca se utiliza en la
Biblia el término “año” acompañado de un adjetivo numérico si
no es como referencia al período de tiempo real que representa
matemáticamente. A menos que se aporten pruebas en sentido con­
trario, Apocalipsis 20 no constituye la única excepción a esto de
todas las Escrituras.
Tampoco se usa en ninguna otra parte de la Biblia el número
mil en sentido sim bólico. A lgunos versículos tales com o Job 9:3;
33:23; Salmos 50:10; 90:4; Eclesiastés 6:6; 7:28; y 2 Pedro 3:8
han sido empleados para apoyar la idea de que los mil años del
texto en cuestión deben interpretarse simbólicamente; sin embar­
go, tales esfuerzos son vanos, porque en cada uno de los versículos
mencionados el número mil se utiliza, en su sentido normal, para
hacer un énfasis marcado.
Tanto el número mil como sus diversas combinaciones se em­
plean frecuentemente en ambos Testamentos. Nadie cuestiona la
respuesta a los 5.000 creyentes de Hechos 4:4, los 23.000 hom­
bres muertos de 1 Corintios 10:8, o los 7.000 cadáveres de Apoca­
lipsis 11:13. De igual manera, tampoco existe razón exegética
alguna para dudar del sentido literal de los mil años que se men­
cionan en Apocalipsis 20.
A fin de que no cometa usted mismo esta equivocación ni sea
extraviado por el error de otros, he aquí algunas medidas sencillas
para protegerse:

1. Utilice una buena concordancia a fin de seguir el uso que se


hace en las Escrituras de una palabra.
2. Si tiene cierto conocimiento de los idiomas originales (he-
breo, arameo y griego) consulte un buen léxico para ver los diversos
significados de un término.
3. Defina siempre las palabras por el contexto en que se utilizan. Cuando
algún término pueda ser empleado de diferentes formas, su significado
específico en cierto pasaje vendrá dado por el contexto. La palabra
hebrea que se traduce por “conocer”. por ejemplo, puede referirse a un
conocimiento social (Gn. 29:5) o sexual (Gn. 4:1). Es el contexto lo que
dicta la definición correcta.

Castellanización
A menudo podemos alejarnos mucho del sentido verdadero de un pasaje
por no consultar el idioma original en el que Dios dio su Palabra, y llegar
a conclusiones incorrectas formulando teología únicamente en función del
texto en. castellano. Eso es la castellanización, que hace del Diccionario
de la Real Academia —y no de Dios— la autoridad máxima en cuanto al
significado de los términos.
En cierta ocasión, una señora me escribió muy enfadada porque
determinado miembro del equipo ministerial de nuestra iglesia le había
dicho a su hija adolescente que necesitaba llegar a ser cristiana según la
Biblia. La mujer pasaba a decirme seguidamente en su carta que, de
acuerdo con el diccionario, “cristiano” es el que cree que Jesús es el Hijo
de Dios.
Luego explicaba cómo la educación de su hija le había enseñado a ésta
dicha verdad, y decía que era por tanto un insulto el sugerir que la chica
no fuese cristiana Resulta dramático, ya que la mujer tenía razón a medias,
pero el diccionario no la había llevado lo suficientemente lejos. Aquella
señora hubiera debido consultar su Biblia. La creencia intelectual por sí
sola no basta (Stg. 2:19), sino que para ser cristianos debemos recibir
asimismo por la fe a Cristo como Salvador y Señor (Jn. 1:12-13; Ro. 10:9-
13).
He aquí otro ejemplo de esto: la gente discute sin cesar sobre
si los cristianos tienen dos naturalezas o una sola, cuando en
realidad la palabra griega phusis (naturaleza) jamás se utiliza en el
Nuevo Testamento para describir el carácter o la condición de una
persona. La Biblia define constantemente a un individuo en
términos de “viejo hombre” o “nuevo hombre”. (Para un tratamiento
provechoso de la cuestión, véase Charles Smith, “Two Natures—
Or One?” — [¿Dos naturalezas o una?], julio/agosto 1983,
pp. 19-21).
Otro error, esta vez de anglicización, muy corriente y que tiene
enormes implicaciones, es la “confesión positiva”. Este movimien­
to, en auge hoy en día, predica que “aquello que uno confiesa te­
ner. lo posee”. En The Power o f Positive Confession ofG od’s Word
(El poder de la confesión positiva de la Palabra de Dios), Don
Gossett escribe: “Nuestras palabras son las monedas del reino de
la fe” (p. 27).
La supuesta base bíblica que dicho movimiento emplea para
respaldar la “confesión positiva” es Hebreos 4:14 (versión Reina-
Valera Actualizada): “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote
que ha traspasado los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos
nuestra confesión”. Basándose en la palabra confesión, llegan a la
conclusión de que si repetimos o confesamos lo que la Biblia dice,
Dios estará obligado a damos aquello que pronuncian nuestros
labios; ya se trate de riquezas, salud o felicidad.
Enseñar la “confesión positiva” en función de Hebreos 4:14 es
atribuir al término confesión un sentido más amplio que el de las
palabras griegas homologeo y homología de las que es traducción.
En griego, confesar significa fundamentalmente “decir lo mismo”
o “concordar”. La confesión no es un truco verbal mágico que
empleamos para lograr que Dios nos conceda los deseos terrena­
les de nuestros corazones.
Observe también cuidadosamente que la confesión de Hebreos
4:14 se refiere a nuestra expresión de fe en C risto (cp. Ro. 10:9;
asimismo He. 4:14 en la RV/60 y demás versiones castellanas). E
igualmente que, en su contexto. Hebreos 4:14 no está hablando de
Dios como proveedor de los bienes de este mundo, sino más bien
como Aquel que nos proporciona los beneficios espirituales tales
como la gracia y la misericordia en nuestros momentos de necesi­
dad.
Jesús lo expresa así en Mateo 6:33: “Mas buscad primeramente
el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadi­
das.” Hemos de interesamos por el nivel espiritual de la vida y
dejar que Dios administre el terrenal.
En el examen anterior de la “confesión positiva”, como supues-
tamente se enseña en Hebreos 4:14, hemos dado los pasos adecúa dos para
analizar una interpretación bíblica. Déjeme enunciar ahora dichos pasos:

1. Estudie primero la palabra en el idioma original para no formular


teología sobre la base de la traducción castellana.
2. Determine aquello a lo que se refiere específicamente el término en
el pasaje que está considerando.
3. Examine la palabra en el contexto más amplio de su párrafo o
capítulo.

Cabalización
El deseo de encontrar significados ocultos en las Escrituras, los cuales
sólo puedan ser comprendidos por aquellos que conocen el “código
secreto”, está resurgiendo rápidamente en el movimiento evangélico. La
cabalización tiene que ver con códigos numéricos supuestamente
disimulados en las palabras de la Biblia, o con significados verbales
ocultos, extraídos de sus vocablos y frases, que no deben entenderse en
el sentido literario y normal.
El estudio de las cifras ocultas —o gematría, como lo llamaban los
antiguos— está en auge en nuestros días y ha sido popularizado
recientemente por Jerry Lucas y Del Washburn en su libro
Theorematics: God’s Best Kept Secret Revealed (Teoremática: I.a
revelación del secreto mejor guardado de Dios). Estos autores tratan de
autenticar la Biblia mostrando la lógica de los supuestos valores
numéricos del alfabeto.
Sin embargo, como señala John J. Davis en Biblical Numerology
(Numerología bíblica), “todo este sistema se basa en una falsa premisa:
ya que no hay prueba alguna de que los hebreos del Antiguo Testamento
utilizasen su alfabeto de esta manera” (p. 149). Davis añade que la
gematría no aporta nada a nuestra comprensión de las Escrituras, y lo
único que hace es complicar la sencillez de la Palabra de Dios.
Otra utilización de los números en la interpretación bíblica, surge del
análisis computarizado de las Escrituras. Un ejecutivo de cierta empresa
de ordenadores, quien estudia seriamente la Biblia como pasatiempo
mediante la informática, llegaba a la siguiente conclusión
acerca del Apocalipsis: “El libro entero está en clave y cada
uno de sus códigos se explica en las Escrituras
. El libro de Josué es un modelo estructural del Apocalipsis.”
Si esto fuese verdad, significaría que hasta el advenimiento de
los ordenadores nadie habría podido comprender el Apocalipsis
de San Juan. Además, la promesa de bendición a los que entien­
den y obedecen, que da Apocalipsis 1:3. no tiene sentido sino para
la pequeña élite que ha logrado descifrar dicha clave mediante la
informática.
Hace poco estaba yo hablando de Apocalipsis 13:18, y de la
identidad del Anticristo basándome en el número 666, cuando un
hombre me dijo que él había identificado numéricamente a la Bes­
tia utilizando el siguiente análisis: la denominación del Papa en
latín es Vicarius Filii Dei\ y si se sustituyen las letras latinas por
sus equivalentes numéricos, la suma obtenida es 666.
Lo que aquí pretendemos no es identificar al Anticristo, sino
más bien expresar que esta interpretación mística del número 666,
utilizando las letras latinas, es cuando menos floja. Uno puede
convertir en Anticristo casi a cualquier persona, si emplea el nú­
mero 666 como identidad del mismo y escoge arbitrariamente el
lenguaje y el sistema numérico adecuados para trabajar.
Yo no creo que la identidad del Anticristo pueda demostrarse,
en función del número 666. asignando valores numéricos a ningu­
na serie de letras. En la Biblia, el seis representa simbólicamente a
la humanidad o la condición humana. Cuando se ponen tres seises
seguidos, en mi opinión, es la forma que Dios tiene de destacar la
completa humanidad del Anticristo. Así como el Señor enfatiza su
propia santidad con el clamor de los ángeles “Santo, Santo.
San­to”, también subraya la condición humana del Anticristo
mediante la triple repetición del número seis.
Probablemente la manifestación más corriente de cabalización
tiene lugar en privado, o en los estudios bíblicos caseros, y se in­
troduce normalmente con la expresión: “Para mí este versículo
significa...” Todos sabemos cómo es: un determinado pasaje evo­
ca algo en nuestro pensamiento o nuestra experiencia y llegamos a
creer que Dios lo ha escondido en el texto, aunque lo que significa
para nosotros contradiga el sentido normal que ha tenido dicho
pasaje desde los apóstoles.
Algunos llegan incluso a decir: “Creo que soy la primera perso-
na que lo ha comprendido”. Si piensa o escucha usted algo parecido, esté alerta
contra la cabalización.
Otra consecuencia de este error es lo que se conoce como el rhema de Dios.
Algunas personas de convicciones carismáticas han dado mucha importancia a la
diferencia entre los dos términos griegos que significan “palabra”: logos y rhema.
Según ellos, rhema es por lo general una palabra procedente de Dios que les
proporciona una comprensión del pasaje (logos), o un cierto modo de aplicarlo,
que nadie obtendría por ningún método normal de interpretación.
Sin embargo, en las Escrituras no existe base alguna para esta clase de
experiencia. Y son varias las razones:

1. Rhema y logos se utilizan de manera intercambiable en la traducción


griega del Antiguo Testamento (Éx. 34:27; 1 R. 12:24) para hablar de la
misma palabra.
2. También se emplean de modo indistinto en el Nuevo Testamento (cp. Lc.
20:20 con 20:26; Hch. 2:14 con 2:22; Hch. 10:36 con 10:37; 1 P. 1:23 con
1:25).

Permítame concluir esta sección con un ejemplo más el cual adopta una
forma algo distinta. En los debates acerca de cuestiones bíblicas, yo siempre
trato de establecer primeramente la autoridad absoluta de las Escrituras como
Palabra plena de Dios. Y en cierta ocasión, un hombre me respondió diciendo
que en su tradición no creían que la Biblia contuviera las “palabras de Dios”,
sino más bien que comunicaba “la palabra de Dios”.
Lo que en realidad estaba diciendo era: “La Biblia procede en parte de Dios
y en parte de los hombres. Una porción de la misma es autorizada y otra mera
opinión humana. Debemos aceptar su mensaje dominante, pero no es necesario
creer todo lo que ella contiene.” Este hombre y otros como él (dentro de la
tradición neo-ortodoxa) creen poseer la capacidad de separar el trigo de la paja.
Hay supuestamente cierto sentido místico que señala cuál es la verdad y
desecha el error.
El doctor Martyn Lloyd-Jones, en su excelente libro titulado Authority
(Autoridad), hace una serie de preguntas pertinentes:

¿Quién decide lo que es verdad o tiene valor? ¿Cómo puede uno


diferenciar entre los grandes hechos ciertos y los falsos? ¿De qué
manera es posible distinguir entre hechos y enseñanza? ¿Cómo se
separa dicho mensaje esencial de la Biblia del ambiente en el cual se
presenta?2

A esto sólo les es posible responder: “Por el Espíritu de Dios”.


Pero nosotros replicamos: “¿Y cómo sabe usted que se trata del
Espíritu de Dios y no del suyo propio o de algún otro espíritu?” Lo
disparatado de este planteamiento se hace obvio cuando dos de
ellos llegan a conclusiones distintas en relación con si una deter­
minada porción de las Escrituras procede de Dios o del hombre,
apelando ambos al Espíritu Santo como fuente de autoridad.
Sea precavido, porque esta es una de las formas más sutiles de
sujetar las Escrituras a la voluntad humana en vez de, como debie­
ra ser, que la mente y el deseo del hombre se sometan a la autori­
dad de la Biblia.
La Biblia es un libro que viene de Dios y comunica la verdad
con palabras, frases y párrafos. Dios utiliza el lenguaje en su sen­
tido normal, incluyendo las figuras retóricas.
Cada pasaje tiene una interpretación o un sentido principales
que Dios le ha dado. Nuestro trabajo consiste, primeramente, en
descubrir la interpretación adecuada, y luego podemos proponer
todas las aplicaciones correctas que queramos.
Haciendo esto, dividirá usted adecuadamente y con precisión la
Palabra de Dios.
Preguntas para discusión
1. Describa en qué consiste el error de la redefinición.
2. ¿Cómo redefinen algunos las Escrituras en relación con el
tema del aborto? ¿De qué maneras abusan de la Biblia?
3. ¿Cómo podemos evitar la redefinición de las Escrituras?
4. Defina lo que es castellanizar. ¿Qué principio podemos utili­
zar para protegernos contra la castellanización de la Palabra
de Dios?
5. ¿Cómo funciona la cabalización ? ¿Dónde ocurre con mayor
frecuencia?

2. D. M. Lloyd-Jones, Authority, The Banner of Truth Trust, 1984. p. 35.


10
Ultraliteralismo
“Los Pieles Rojas dejan sin cabellera a los Raiders.” Alguien que leyese
este titular fuera de su contexto podría sacar la conclusión de que hace
referencia a un montón de indios furiosos que se defienden fieramente
contra una banda de bárbaros merodeadores.
Nosotros sabemos que esto no es así, sino que en el terreno deportivo
constituye una descripción de cómo los Washington Redskins (o Pieles
Rojas de Washington), de la liga nacional de fútbol americano,
consiguieron una desproporcionada victoria sobre el equipo de Los
Ángeles Raiders.
Los periódicos exigen de sus lectores que utilicen las reglas básicas de
la interpretación para poder comprender aquello que ellos quieren decir. Y
lo mismo sucede con la Biblia.
Utilice esta regla elemental rutinaria e interprete la Biblia normalmente,
como cualquier otra obra literaria, previendo las figuras retóricas y los
géneros especiales de literatura tales como el poético o el profético.
Veamos ahora como el ultraliteralizar esta regla básica puede llevar a
una interpretación equivocada de la Biblia.
Letrismo
Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida” (Jn. 6:48); y también: “Yo
soy la puerta” (Jn. 10:9). ¿Quería decir con eso que Él era en rea­
lidad una hogaza de pan y asimismo la entrada a un redil terrenal?
Nuestra respuesta inmediata es “No”, a menos que estemos en­
gañados por el letrismo. El pasar por alto las figuras retóricas y
sacar conclusiones rígidamente literalistas puede conducir a gra­
ves errores.
Hace varios años, un hombre sentado en mi despacho intentaba
explicarme lo que Jesús había querido decir en Juan 6:53, cuando
expresó: “De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del
Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.”
Y no dejaba de repetirme que el versículo en cuestión significaba
lo que decía, pero no me explicaba el texto. De manera que por
último le pregunté: “Si hubiera usted vivido entonces, y se hubie­
se encontrado delante de Cristo cuando Él pronunció esas pala­
bras, ¿cómo habría reaccionado? ¿Igual que los fariseos, los cuales
no entendían cómo Jesús podía ofrecer literalmente su carne? (6:52)
¿O cómo aquellos discípulos a quienes les pareció difícil la afir­
mación y se marcharon? (6:60. 66).” Finalmente, aquel hombre
confesó que habría corrido a Cristo y le hubiera pedido un bocado
real de su mano.
Aunque esto pueda parecer extremo, es la conclusión muy lógi­
ca del letrismo. El no reconocer que Jesús estaba utilizando una
metáfora (la declaración de que una cosa es otra) produjo como
resultado la interpretación sincera, pero enormemente equivoca­
da, de ese hombre.
Hace poco, un individuo se acercó a la mesa donde estábamos
almorzando mi esposa y yo para plantearme una cuestión teológica.
El hombre se preguntaba lo siguiente: “Si el alma duerme después
de la muerte, ¿cuándo vemos realmente al Señor?”
Indudablemente se trataba de alguien que había leído algún
volumen de literatura sectaria sobre el sueño del alma, doctrina
que se apoya erróneamente con pasajes tales como Juan 11:11:
“Dicho esto, les dijo después: Nuestro amigo Lázaro duerme; mas
voy a despertarle”; y 1Tesalonicenses 4:13: “Tampoco queremos,
hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os
entristezcáis como los otros que no tienen esperanza.”
Ambos versículos hablan de la muerte utilizando el sueño de
un modo eufemístico. Se emplea este término más agradable, en
vez de muerte, por resultar menos ofensivo. Las personas falleci­
das parecen dormidas exteriormente cuando de hecho están real­
mente muertas. Se trata de un modo más placentero de describir a
los finados.
Incluso los discípulos pasaron esto por alto: “Dijeron entonces
sus discípulos: Señor, si duerme, sanará. Pero Jesús decía esto de
la muerte de Lázaro; y ellos pensaron que hablaba del reposar del
sueño. Entonces Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto” (Jn.
11:12-14).
El letrismo conduce en este caso a la idea herética de un estado
intermedio llamado “sueño del alma” que sobreviene después de
la muerte pero antes de pasar a la presencia de Dios. Sin embargo,
el apóstol Pablo dice: “Pero confiamos, y más quisiéramos estar
ausentes del cuerpo, y presentes al Señor” (2 Co. 5:8). No se ha­
bla, por tanto, de ningún “sueño del alma”.
Otros errores relacionados con éste que cometen las sectas, su­
ponen la atribución a Dios de partes corporales, haciendo de Él
algo menos que del todo divino y completamente espíritu. Puesto
que la Biblia habla del brazo del Señor (Sal. 89:21), de su diestra
(Sal. 17:7), su rostro (Sal. 10:11), su ojo (Sal. 11:4), su boca (Sal.
119:13), y sus narices (Sal. 18:8,15), algunos concluyen que Dios
debe vivir en un cuerpo humano.
En realidad, las Escrituras dicen que “Dios no es hombre” (Nm.
23:19; cp. 1S. 15:29). El atribuirle características humanas cons­
tituye una figura retórica llamada antropomorfismo. Se habla de
Dios, que es espíritu (Jn. 4:24), en términos humanos, a fin de que
podamos comprender, aunque con limitaciones, cómo es Él, gra­
cias a su descripción con unas imágenes que conocemos.
En cierta ocasión, discutiendo una cuestión actual, yo insistía
enérgicamente en que interpretáramos la Biblia literalmente, es
decir en su sentido primario. Entonces, uno que discrepaba de mí
intentó demostrar su argumento con una pregunta más bien extra­
vagante: “¿Ha pecado usted alguna vez?” me dijo.
Yo respondí afirmativamente, sin comprender muy bien hacia
donde se dirigía la discusión.
Mi adversario argumentó entonces que si yo tomaba la Biblia al

latería! protegido por derechos de au


pie de la letra debería haberme cortado la mano, ya que eso fue lo que
enseñó Jesús.
Un poco sorprendido por su ingenuo planteamiento le contesté: “¿Ha
oído usted alguna vez hablar de las figuras retóricas?”
Lo que Jesús dijo en realidad fue: “Por tanto. si tu ojo derecho te es
ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno
de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu
mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te
es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado
al infierno” (Mt 5:29-30).
El contexto de estos versículos es el tratamiento que hace el Señor de la
lujuria y el adulterio. Cualquier persona que piense comprenderá que Jesús
estaba utilizando la hipérbole (exageración desmedida) para subrayar las
horribles consecuencias de la lujuria. Se trata del mismo tipo de
declaración inolvidable que hace Cristo en Mateo 9:24, cuando dice: “Y
otra vez os digo, que o más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja,
que entrar un rico en el reino de Dios”.
Imagínese lo que nos llevaría a creer el letrismo si interprétasenos de
esa manera 2 Crónicas 16:9: “Porque los ojos del Señor recorren toda la
tierra para fortalecer a aquellos cuyo corazón es completamente suyo”
(BLA). O también: “Con sus plumas te cubrirá y debajo de sus alas estarás
seguro; escudo y adarga es su verdad” (Sal. 91:4).
Los ojos del Señor no tienen piernas, ni Dios es ningún pájaro: se trata
de figuras retóricas empleadas para hacer las palabras pintorescamente
memorables.
Estas ilustraciones han sido bastante obvias, pero otras entrañan una
mayor dificultad. ¿Es el caballo blanco de Apocalipsis 19:11 un corcel
verdadero guardado en el cielo, o representa simbólicamente la realidad
del regreso victorioso de Cristo a la tierra? ¿Y el “lago de fuego” de
Apocalipsis 20:14-15? ¿Se refiere a un fuego real o es una impresión
gráfica para describir el tipo de experiencia increíblemente dolorosa que
supondrá el infierno verdadero? ¿Subirá la sangre literalmente hasta los
frenos de los caballos por una distancia como de 320 kilómetros? (Ap.
14:20, BLA) ¿O este cuadro inolvidable describe la tremenda pérdida de
vidas humanas que causará la ira de Dios?
Con las más de 250 clases de figuras retóricas que utiliza la Biblia,
¿cómo puede estar uno seguro de determinada interpretación? He aquí
algunos pasos sencillos que sirven de ayuda:

1. Comience por el principio básico de que las Escrituras han de


interpretarse de manera normal.
2. Familiarícese con las clases de figuras que se utilizan en la
Biblia. El Diccionario de figuras de dicción usadas en la Biblia
(Editorial CLIE) por E. W. Bullinger es el mejor libro sobre este
asunto que puede tener en su biblioteca.
3. Recuerde que cada símbolo o figura representa una cierta
verdad o realidad. Pregúntese cuál podría ser.
4. Examine el texto más amplio para ver si éste identifica e
interpreta dicho símbolo para usted; de la manera que lo hace
Apocalipsis 1:20 con los siete candeleros (1:13) y las siete estrellas
(1:16), los cuales son en realidad siete iglesias y siete mensajeros
respectivamente.
5. Si el texto que le ocupa no interpreta la figura en cuestión, vea
si hay otra parte de la Biblia que utiliza o explica la misma.
6. Por último, recuerde que algunas figuras retóricas no se prestan
en absoluto a interpretaciones dogmáticas (p. ej., bastantes
parábolas), por lo que no deberían utilizarse nunca como base para
establecer doctrina.

Legalismo
El letrismo es un error de interpretación, mientras que el legalismo
implica tanto una exégesis como una aplicación incorrectas. Este último
error supone hacer un énfasis excesivo en la letra de la Palabra de Dios a
costa de su espíritu (2 Co. 3:6).
Todo el libro de Malaquías fue escrito para un pueblo y un sacerdocio
que habían invalidado mediante el legalismo la esencia verdadera del culto
a Dios. Repetían rutinariamente las formas externas, pero nunca ponían su
corazón en ello. Desdeñaban al Señor con sus actividades egocéntricas y
autocomplacientes.
Los fariseos daban limosna (Mt. 6:2-4), oraban (6:5) y ayunaban (6:16-
18), pero sin ninguna recompensa eterna. Sus actividades impresionaban a
los hombres, que miraban lo externo, pero no a Dios, el cual examina los
corazones: “Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo
grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que
mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero
Jehová mira el corazón” (1 S. 16:7).
Cierto día, Samuel dejó a Saúl estupefacto con esta asombrosa
declaración: “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas,
como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el
obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención
que la grosura de los carneros” (1 S. 15:22; véase también Mi.
6:6-8). A Dios le importan mucho más los motivos que hay detrás
de la obediencia que las formas.
Hoy en día algunas personas juzgarían más o menos aceptable la
adoración según la clase de instrumentos musicales que se incorporasen a
ella o se excluyeran del culto. En los años 60 y 70, las guitarras no eran
aceptadas en muchas iglesias; mientras que algunas congregaciones
pensaban que si otros no las utilizaban la alabanza de éstos era inferior. La
verdad es que se puede adorar a Dios con una variedad sinfónica (Sal. 150)
o sin ningún instrumento en absoluto (Ef. 5:19-20). La clase de
instrumentos no tiene nada que ver con la verdadera adoración. Más
importante que ellos es la razón por la que se toca, lo que se toca y cómo
uno lo toca.
En Los Ángeles existe un movimiento de grupos caseros cuyos
valedores creen que es más espiritual adorar en los hogares que en los
templos. Para ellos se trata de una cuestión importante, y citan aquella
norma de las reuniones en casas que tenía la iglesia del primer siglo (Hch.
2:46; 5:42; 12:12; 20:20; Ro. 16:5; 1 Co. 16:19; Col. 4:15; Flm. 2; 2 Jn.
10).
En realidad, los hogares son sitios aceptables para congregarse, pero
existen otros lugares igualmente válidos tales como los montes (Lc. 6:12,
17), la orilla del mar (Mt. 13:1-2), las márgenes de los ríos (Hch. 16:13) y
los edificios públicos (Hch. 3:1). No hay ningún sitio en la Biblia donde se
haga una lista de lugares inaceptables.
Uno de los errores más graves del legalismo gira en torno a la versión
de la Biblia que se utiliza. Algunos, por ejemplo, condenan a cualquiera
que se atreva a sugerir que una versión distinta de la Reina-Valera pueda
considerarse como la Palabra fidedigna de Dios. Para los defensores a
ultranza de esta traducción de la Biblia, sólo hay dos versiones fiables
dadas por el Señor: los manuscritos originales de los profetas y apóstoles
y la traducción conocida como Reina-Valera.
No existe ninguna relación necesaria entre adoptar la versión Reina-
Valera de la Biblia y la inspiración de las Escrituras. Hay hombres
igualmente piadosos y eruditos en ambos bandos de este debate, los cuales
se adhieren vigorosamente a la interpretación histórica y ortodoxa de la
inerrancia y la infalibilidad de las Sagradas Escrituras.
La adopción de una determinada versión de la Biblia no tendría que
convertirse nunca en condición de ortodoxia teológica ni de comunión
eclesiástica. El creyente cuya lengua es el castellano debería seguir
utilizando una traducción precisa de las Escrituras tal como la Reina-
Valera de 1960, la Nueva Versión Internacional, o La Biblia de las
Américas.
Hay varias directrices que le ayudarán a no salirse por este desvío
espiritual:

1. Cuídese bien de legalismos, distinguiendo entre el fin deseado


y los medios para obtenerlo. ¿Es el lugar donde celebramos nuestro
culto la finalidad de la adoración o simplemente un medio? Pues si
se trata de un medio, no lo convierta en el objetivo principal; hacer
tal cosa es legalismo.
2. Distinga entre la forma exterior y la motivación interna.
Pregúntese: “¿Por qué estoy haciendo esto?” Asegúrese de que sus
motivos son puros y su atención se dirige hacia Dios y no hacia el
hombre.
3. Distinga entre la observancia y la expresión que constituyen
absolutos y aquellas que dependen de la cultura. Si se trata de un
absoluto, todo el mundo debería adoptarla; si es cultural, y no está
prohibida por la Biblia ni resulta imposible en la actualidad, podría
ser buena para usted, pero no la convierta en señal de la espiritualidad
verdadera para todo el mundo.

El hacer el culto en los hogares o fuera de ellos, la música con o sin


guitarra, y la versión de la Biblia que se utiliza, son cuestiones de
preferencia personal y jamás deberían emplearse como condición para la
comunión cristiana.

El papel de la oración
Cuando un pasaje me resulta difícil, acepto el consejo que le dieron a
cierto hombre de una generación pasada.
H. A. Ironside refería una ocasión en la que visitó a cierto irlandés,
llamado Andrew Frazer, el cual había venido al sur de California para
recuperarse de una grave enfermedad.
Aunque bastante débil, el hombre abrió su gastada Biblia y comenzó a
exponer las profundas verdades de Dios de una manera que Ironside jamás
había escuchado; por lo que, muy conmovido por las palabras de Frazer,
le preguntó: “¿De dónde ha sacado usted esas cosas? ¿Podría decirme
dónde encontrar un libro que me las explique a mí? ¿Las aprendió en algún
seminario o universidad?” Aquel hombre enfermizo le dio una respuesta
que, según las palabras del propio Ironside, jamás habría de olvidar.
—Querido joven —le dijo—, yo he aprendido estas cosas de rodillas
sobre el suelo embarrado de una casita de tepe allá en el norte de Irlanda,
donde, con la Biblia abierta delante de mí, solía pasar horas postrado y
pedirle al Espíritu de Dios que revelase a Cristo a mi alma y abriera para
mi corazón la Palabra. Él me enseñó más allí de rodillas, que lo que jamás
hubiera podido aprender en todos los seminarios o universidades del
mundo.
La próxima vez que un pasaje difícil se cruce en su camino, cierre los
ojos y arrodíllese para orar. Luego, ¡divídalo con precisión!
Preguntas para discusión

1. Enumere algunas reglas básicas de interpretación literaria


generalmente aceptadas. ¿Son aplicables dichas reglas también a la
interpretación de la Biblia?
2. ¿Cuál es el error del letrismo? Cite algunos ejemplos de
letrismo que ha oído usted relacionados con el texto de las Escrituras.
3. Mencione los pasos que podemos dar para interpretar ade-
cuadamente las figuras retóricas de la Biblia.
4. Explique lo que es el legalismo. ¿En qué se diferencia del
letrismo?
5. ¿Por qué está mal condenar la utilización de una versión de la
Biblia por el hecho de que no sea aquella que nosotros preferimos?
¿De qué modo deberíamos tratar con esta clase de legalismo?
11
Interpretación a la inversa
Imagínese la emoción de recibir una primera carta de amor;
abre usted agitadamente ese mensaje especial y lee: “Te quiero”.
En medio de todo el alborozo que experimenta hay tres formas
posibles de entender esas palabras mágicas: (1) según lo que usted
desea que diga la carta — que podría ser algo como: “¿Quieres
casarte conm igo?”— ; (2) de acuerdo con lo que piensa que su
autor ha querido expresar— como por ejemplo: “Te quiero más de
lo que jam ás he querido a nadie”— ; o (3), según una aproxima­
ción más realista, creyendo que dicho mensaje significa simple­
mente lo que dice: “Te quiero”.
La Biblia es la carta de amor de Dios para la humanidad. Mu­
chos han intentado que esa carta dijera lo que ellos deseaban oír;
otros han leído entre líneas y pasado por alto aquello que el Señor
quiso expresar. Para comprenderla correctamente sigamos divi­
diéndola con precisión, a fin de entender el divino mensaje de amor.
Generalización
Una de las grandes amenazas que existen en nuestros días para
la interpretación correcta de la Biblia es dar por sentado que cual­
quier experiencia histórica específica que se narra en la misma
constituye una expectativa válida y general para hoy. Tal manera de pensar
se basa normalmente en pasajes tales como Malaquías 3:6—“Porque yo
Jehová no cambio”— o Hebreos 13:8 —“Jesucristo es el mismo ayer, y hoy,
y por los siglos”—.
Este peligro se me hizo patente hace poco, cuando visité el campus de la
Universidad de California en Los Ángeles como uno de los tres invitados a
una mesa redonda sobre el movimiento carismático. A cada participante se
le había pedido que “expusiera su punto de vista apoyándolo con las
Escrituras”.
La primera persona dijo que los fenómenos carismáticos debieran
considerarse normativos hoy en día, puesto que lo eran en la iglesia
apostólica; y demostró por los primeros capítulos del libro de Hechos que
esas experiencias resultaban bastante corrientes.
El siguiente miembro del panel tenía un enfoque distinto, y argumentaba
que si Dios había hecho algo en el pasado, no debíamos negar que podía
hacerlo también en nuestros días; sin embargo, admitía que las lenguas, así
como otras experiencias semejantes, no eran para todo el mundo en la
actualidad.
En ambos casos, las reflexiones de uno y otro se basaban en esa idea de
que lo que Dios ha hecho en el pasado podemos automáticamente esperar
que vuelva a realizarlo.
Cuando llegó mi turno, expuse varias verdades bíblicas. En primer lugar,
que no se trata de la capacidad de Dios para hacer algo: el Señor puede
efectuar cualquier cosa, en cualquier momento y de la manera que quiera,
pero el factor determinante es más bien su voluntad de actuar. Jeremías 32:17
afirma: “[No] hay nada que sea difícil para ti”. Y sin embargo Dios no puede
mentir (Tit. 1:2), ni negarse a sí mismo (2 Ti. 2:13), ni ser tentado (Stg. 1:13),
ni mandar otra vez un diluvio sobre toda la tierra (Gn. 9:11).
Dios no puede mentir, porque hacerlo sería contrario a su verdadera
naturaleza; ni puede ser tentado, ya que tal cosa violaría su justo carácter; ni
tampoco puede negarse a sí mismo, puesto que de esa forma contradiría su
existencia eterna; como tampoco puede volver a inundar el mundo, porque
al hacerlo negaría su voluntad revelada.
En segundo lugar, indiqué que es erróneo argumentar que, puesto que Dios
ha hecho algo en el pasado, lo hará también automáticamente por usted o por
otras personas. No permita que nadie le haga sentirse culpable
persuadiéndole de que decir que el Señor no está haciendo una determinada
cosa en nuestros días es negarle a Él o hacerle menos que Dios. A menos que
podamos demostrar, mediante la autoridad de las Escrituras, que es la vo-
luntad divina el hacer algo, afirmar que Él puede hacerlo y exigir que lo
realice es abusar pecaminosamente del Señor.
En tercer lugar, señalé que Dios siempre ha advertido contra las
falsificaciones: falsos profetas (Dt. 13:1-5; 18:14-22), falsos apóstoles (2 Co.
12:12), e incluso falsos creyentes (Mt. 7:13-23). Cristo previno acerca de que
ni siquiera exclamaciones tales como “Señor, Señor”, ni experiencias como
los milagros o exorcismos distinguían necesariamente entre lo verdadero y
lo falso (Mt. 7:21-23). De modo que generalizar es abrir la puerta, de par en
par, a toda clase de engaños y errores.
Muchos dicen hoy en día estar ministrando en nombre de Dios, con el
mensaje y el poder divinos, y acreditan su ministerio con el hecho de que
están haciendo en la actualidad lo que los profetas o Cristo y los apóstoles
hicieron en el pasado.
No acepte incondicionalmente sus afirmaciones. Compárelos ministerios
de esas personas con las Escrituras y vea si es la voluntad de Dios estar
haciendo a través de hombres lo que ellos hacen. Compruebe también el
mensaje que predican para ver si se ajusta a lo que enseña realmente la Biblia.
Y examine sus vidas para verificar si viven de acuerdo con el mensaje que
predican. Permítame ilustrárselo.
Los medios de comunicación estadounidenses han concentrado
recientemente su atención en el fallecido doctor Hobart Freeman y su
Asamblea de Fe, situada en el centro-norte de Indiana. Freeman enseñaba
que los cristianos debían buscar la sanidad de Dios como en los días de
Cristo, y también insistía en que utilizar médicos y medicinas eran señal
de falta de fe en Dios. Tales afirmaciones no pueden respaldarse con las
Escrituras.1
A lo largo de la pasada década, docenas de personas de esa
congregación han muerto —la mayoría de ellos niños o mujeres
embarazadas—. Varios matrimonios se han visto procesados has-
___________
1. He demostrado esto en mi libro Divine Healing Today (Chicago: Moody. 1983).
ta la fecha por haber negado supuestam ente la atención m édica
adecuada a los ahora fallecidos, lo cual les habría provocado la
muerte. Este es un ejemplo de los trágicos resultados que produce
la generalización. La propia muerte del doctor Freeman socavó la
credibilidad de su enseñanza.
Si se aplicase ampliamente la generalización a todos las expe­
riencias bíblicas, llegaríamos a unas conclusiones equivocadas
bastante obvias. Ya que unas pocas personas fueron resucitadas de
los muertos en el pasado, creeríamos que Dios resucita a la gente
también hoy en día; o puesto que el Señor suplió alimentos
sobrenaturalmente a los judíos en el desierto (Éx. 16:1-21), e im­
pidió que las prendas de vestir y el calzado de éstos se desgastasen
durante su periplo de cuatro décadas (Dt. 29:5), debería alimen­
tarnos y vestimos a nosotros de esa misma manera.
Nosotros no esperamos un viaje al tercer cielo como el de Pa­
blo (2 Co. 12:1-10), ni creemos que Dios repone la comida de
aquellos que alimentan a los predicadores itinerantes como hizo
en el caso de la viuda de Sarepta en 1 Reyes 17:8-16. Tampoco los
enfermos de lepra se bañan siete veces en un río para ser sanados
(2 R. 5:1-14), ni nosotros tiramos varas al suelo esperando que se
conviertan en serpientes (Éx. 4:2-3).
Puesto que la generalización puede llevamos a tales conclusio­
nes erróneas, ¿qué podemos hacer para evitarla?

1. Reconozca el peligro de generalizar, y recuérdeselo a sí mis­


mo, cada vez que estudie la Biblia.
2. Considere el pasaje de las Escrituras que le ocupa en su con­
texto histórico, para determinar exactamente lo que sucedió
y por qué fue así.
3. Examine el resto de la Biblia para ver si esa misma clase de
experiencia se repite a menudo, pocas veces o nunca más.
4. Pregúntese si hay otros pasajes de enseñanza en las Escritu­
ras que indiquen que tal experiencia o situación es normati­
va y debiera esperarse en la actualidad.
5. Por último compruebe otra vez para asegurarse de que ha
distinguido correctamente entre la capacidad de Dios para
hacer de nuevo algo que llevó a cabo en el pasado y su vo­
luntad de hacerlo hoy.
Permítame remachar mediante un ejemplo escritural el error
que supone la gen eralizació n , antes de pasar a la
experiencialización. El ministerio de sanidad de Pablo era espec­
tacular. “Y hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pa­
blo. de tal manera que aun se llevaban a los enfermos los paños o
delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los
espíritus malos salían” (Hch. 19:11-12). Sin embargo, en su mi­
nisterio posterior el apóstol no pudo curar a Epafrodito (Fil. 2:25),
dejó a Trófimo enfermo en Mileto (2 Ti. 4:20) y le dijo a Timoteo
que tomara un poco de vino para su afección de estómago (1 Ti.
5:23). El mismo Pablo tenía un grave problema de ojos que no
pudo sanar (Gá. 4:12-15), y terminó muriendo (2 Ti. 4:6), incapaz
de curarse a sí mismo. El apóstol ministraba según la voluntad
divina, no en función de la capacidad de Dios para actuar, ni de lo
que El había hecho anteriormente en su vida.
Experiencialización
Otro obstáculo para una buena interpretación bíblica, la
experiencialización, comienza con un suceso personal, y argumenta
que si cualquier experiencia aparece en la Biblia y a mí me ocurre,
la misma debe provenir de Dios.
Esta línea de pensamiento utiliza la experiencia para validar las
Escrituras, en vez de actuar a la inversa, pero la manera apropiada
de enfocar las experiencias personales no es esa.
Para saber si es posible que una determinada experiencia pro­
ceda de Dios debemos empezar por la Biblia. Recuerde que había
quienes afirmaban que su hablar en lenguas era de Dios, y sin
embargo Pablo dijo que nadie con el Espíritu Santo diría lo que
algunos corintios estaban diciendo: que Jesús es anatema (1 Co.
12:3). En otras palabras, que el Espíritu de Dios no era el origen
de sus lenguas.
Para que una experiencia pueda proceder de Dios debe ser corro­
borada por las Escrituras y por otras personas piadosas. Jesús ense­
ñó que la prueba consistiría en el fruto (Mt. 7:20). Pablo dijo que los
profetas habían de ser juzgados por profetas (1 Co. 14:29) y que
todo debía examinarse fuera bueno o malo (1 Ts. 5:21). Y Juan lo
dejó muy claro al advertir acerca de los falsos profetas y ordenar a
los creyentes que los probasen para ver si venían de Dios (1 Jn. 4:1).
Si leemos la Biblia a la luz de una experiencia que aparece en
ella, en vez de empezar por la Palabra de Dios para evaluar dicha
experiencia, podem os acabar trem endam ente confundidos.
Un hombre acerca del cual leía hace poco, tomó parte en
la renovación carismática cuando era adolescente, pero más
tarde siguió estudiando la Biblia en escuelas de orientación no
carismática y después de todo el proceso concluyó: “Llegué a
considerarme a mí mismo evangélico en cuanto a la teología
y carismático de experiencia’’. Su tensión está en que no puede apoyar
la experiencia carismática con las Escrituras, pero sí testificar de la
realidad de la experiencia.
A este hombre le falta aceptar en su pensamiento la conclusión
lógica de que si la experiencia no puede respaldarse con la Biblia,
es que no vino de Dios. Dicha experiencia tal vez fuera generada
por él mismo o procediera de Satanás. También el relato de la
experiencia en cuestión pudo ser de segunda mano y por lo
tanto verse desfigurado o malinterpretado.
Muchas veces la gente respalda una supuesta sanidad porque
ha recibido un relato engañoso de la misma; es decir, que la
información. aunque dada con sinceridad, simplemente no se
corresponde con los hechos tales y como ocurrieron. George
Peters, antiguo profesor de Misiones en el Seminario Teológico de
Dallas, dio un vivido ejemplo de este asunto.
Habiendo oído muchos relatos de sanidades procedentes del
avivamiento en Indonesia (referidos por Mel Tari en C o m o un
v ie n to recio [Editorial Betania]). Peters decidió ir a ese país
para entrevistar a la gente y saber de prim era m ano lo que había
sucedido.
Habló con personas que habían sido “resucitadas de los
muertos” e interrogó a los sanados de enfermedades. Sus
hallazgos se publicaron en el libro E l d e s p e r ta m ie n to en
In d o n e s ia (Editorial
CLIE). Una parte de lo que Peters escribió tiene que ver con
individuos que habían sido levantadas de los muertos, acerca de
los
cuales dice:
Los informes procedentes de Timor. según los cuales Dios
resucitó a algunas personas de entre los muertos, han sobresaltado
a muchos creyentes. Personalmente no dudo que Dios pueda
resucitar
muertos, pero cuestiono seriamente el que lo hiciera en Timor; de
Visité a cierto hombre conocido en la comunidad por haber sido
resucitado de los muertos, y conocí a una mujer que relataba como su
niña, un bebé de cuatro meses, también lo había sido. Hablé con la
señora supuestamente responsable de haber devuelto a la vida a dos
personas, y con el hombre que pretendía haber tenido una
participación decisiva en la resurrección de otras dos: un chico de
doce años y un individuo de entre cuarenta y cuarenta y cinco.
En mi indagación tuve en cuenta los sentimientos de la gente. Sus
creencias absolutistas no responderían a preguntas de duda. También
era consciente de que la palabra que ellos utilizan para referirse a la
muerte puede significar inconsciencia, coma o muerte real, y sabía
asimismo de su creencia tradicional en el viaje que realiza el alma,
después del fallecimiento, desde el cuerpo hasta la tierra de los ante
pasados.
Tuve que investigar las experiencias de aquellas personas
mientras se encontraban en el estado de muerte: cuán lejos habían
“viaja
do”, por así decirlo, entre la muerte y la resucitación.
Quedó patente que, según sus creencias, la muerte ocurre en tres
etapas. En la primera, el alma se encuentra todavía dentro del cuerpo;
en la segunda, puede estar en el hogar o en la comunidad inmediata; y
en la tercera, vuela hacia el más allá y la tierra de los antepasados.
Ninguna de las personas muertas creía que su alma hubiera partido
porocm
tepalaóesngeirldem
,áqusáellasededondenoesvevouletC
eri
hombre me dijo que su alma había permanecido tan cerca de su
cuerpo durante el tiempo que estuvo muerto que podía escuchar a la
gente acercarse a él; sin embargo no era capaz de hablar ni de
moverse. Podía referir experiencias que tuvo mientras se encontraba
en ese estado de muerte. Y después de algunas preguntas, su esposa
añadió: “Mi marido no estaba absoluta y totalmente muerto”. ... La
madre cuyo bebé había sido resucitado tenía la seguridad de que el
alma de la niña no abandonó su cuerpo, ya que ésta sólo llevaba muerta
una media hora.
Cierto hombre mayor pudo describir su situación después de fallecido.
Estando muerto, le había prometido a Dios que si le permitía
volver a la vida confesaría sus pecados y devolvería el dinero que le
había robado a un evangelista. Estaba seguro de que aquel robo era la
causa de su muerte repentina, como también lo estaba el evangelista
que lo resucitó
Dejaré todo juicio respecto de estos milagros al lector. Yo me fui de allí
satisfecho de saber que, según el uso que ellas hacen de la palabra muerte
y del concepto que tienen de la misma, aquellas personas habían sido
resucitadas. De acuerdo con mi propio concepto de lo que significa morir,
ninguno de tales milagros ocurrió, y aprendí de nuevo el valor que tiene
considerar las palabras y los conceptos desde el punto de vista de la gente
e interpretarlos de acuerdo con su mentalidad y comprensión.2

Esas personas se encontraban en un estado de inconsciencia o comatoso y no


habían llegado al punto en el que sus procesos vitales se detuvieran
irreversiblemente, y del cual ningún ser humano puede volver a menos que Dios
intervenga sobrenaturalmente.
Recuerdo a cierto hombre que no formaba parte del movimiento
carismático pero que había experimentado periódicamente el fenómeno de
las lenguas en privado —tanto él como su mujer—. Conversamos acerca de
ello y le mostré el lugar donde las Escrituras enseñan que el hablar en lenguas
es para la edificación de otros, no de uno mismo (1 Co. 14:12, 26), y que
éstas suponen una señal para los incrédulos y no para los creyentes (14:22).
Pero él insistía en que, a pesar de lo que enseñase la Biblia. Dios le concedía
esta experiencia autogratificante.
Para aquel hombre las lenguas se convirtieron en un nivel más alto de
espiritualidad. Le enseñé con las Escrituras que jamás se mencionan las
lenguas como un fruto del Espíritu (Gá. 5:22-23), ni tampoco como una
indicación corriente de que estamos llenos del Espíritu Santo (Ef. 5:15-21).
Del mismo modo, nunca se utiliza el hablar en lenguas como un factor que
cualifique a la persona para el liderazgo en una responsabilidad de
anciano/obispo (1 Ti. 3:1-7; Tit. 1:5-9). Sin embargo, el hombre insistía en
experiencializar.
He aquí otro ejemplo de este error. Los homosexuales tratan de validar su
experiencia sexual ilícita, que ellos consideran correcta, partiendo de la
misma e intentando encontrar apoyo escritural para ella. Van entonces a las
Escrituras y. como no encuentran dicho apoyo. Interpretan erróneamente la
Palabra de Dios.
Tal como mencioné anteriormente, los homosexuales recurren a la de-
___________
2. George W. Peters. El despertamiento en Indonesia (Editorial CLIE).
mostración con versículos aislados, combinando luego ésta con la
experiencialización. En vez de reconocer que pasajes tales como
Levítico 18:22, 20:13, Romanos 1:26-27, 1 Corintios 6:9-11 y 1
Timoteo 1:10 prohíben la homosexualidad, ellos afirman que lo
que dichos pasajes hacen es apoyarla. También argumentan que
David y Jonatán, al igual que Juan y Jesús, mantenían relaciones
homosexuales, y por tanto esa clase de trato es válido hoy en día.
En realidad, dichos hombres no eran homosexuales, sino que te­
nían una relación pura y no sexual.
¿Cómo podemos evitar la experiencialización?
Para empezar no busque lo espectacular; sobre todo si siente
que a su vida le falta vitalidad espiritual. Seguidamente, asegúrese
de que tiene y busca en oración aquellas clases de experiencias
que la Biblia señala como normales para todos: amor (1 Co. 13:1-
7), el fruto del Espíritu (Gá. 5:22-23), el control del Espíritu (Ef.
5:15-21) y las actitudes bienaventuradas (Mt. 5:3-11).
En tercer lugar, no acepte nunca una experiencia como proce­
dente de Dios a menos que pueda validarla con la Escritura. En
aquellos casos en los cuales no esté del todo convencido, asegúre­
se de consultar al líder espiritual de su congregación.
Algunos podrían preguntarse: “¿Por qué hay que ser tan espe­
cial en esto?” “¿Es un asunto de tanta importancia interpretar co­
rrectamente la Biblia?” Estas preguntas exigen una respuesta justa,
que es un “S f ’ rotundo, ya que en lo tocante a interpretar el Libro
de los libros no se exige nada menos que lo mejor de nosotros
mismos (2 Ti. 2:15).
Henry van Dyke explica con elocuencia por qué la interpreta­
ción de las Escrituras merece un trato excelente de nuestra parte.

Nacida en Oriente y con ropaje y simbolismo orientales, la Biblia


recorre los caminos de todo el mundo con paso familiar, y entra en un
país tras otro para recibir alabanza en todas partes. Ha aprendido a
hablar al corazón del hombre en cientos de idiomas diferentes. Entra
en palacio para decirle al monarca que es un siervo del Altísimo, y en
la cabaña para asegurarle al campesino que es un hijo de Dios. Los
niños escuchan sus historias con admiración y deleite, y los hombres
sabios las meditan como parábolas de la vida. Para los momentos de
peligro, la Biblia tiene un mensaje de paz; para los tiempos de cala-
midad, palabras de consuelo; para las horas de oscuridad, pensamien­
tos de luz. Sus oráculos se repiten en las asambleas y sus consejos son
susurrados al oído de los solitarios. Los malvados y orgullosos tiem­
blan ante sus advertencias, pero para los heridos y penitentes tiene
voz de madre. El desierto y el lugar solitario han sido alegrados por
ella, y el fuego del hogar ha iluminado la lectura de sus gastadas pá­
ginas. La Biblia se ha entretejido en nuestros sueños más queridos; de
tal manera que el amor, la amistad, la compasión y la devoción se
atavían con el hermoso ropaje de su apreciado discurso, exhalando
olor de olíbano y de mirra.3
Nuestro deseo principal debería ser conocer la mente de Dios
revelada en su Palabra. Seamos sinceros con las Escrituras, y no
deshonestos con nosotros mismos y con la vida si descubrimos
que la Biblia no respalda nuestras expectativas o experiencias. Un
tesoro como las Escrituras merece nuestro mejor esfuerzo por di­
vidirla con precisión.
Preguntas para discusión
1. ¿Qué queremos decir con la expresión “interpretación a la
inversa”?
2. ¿En qué consiste el error de la generalización?
3. ¿Qué medidas podemos tomar para evitarlo?
4. Explique lo que es la experiencialización. ¿En qué consiste
su error fundamental?
5. ¿Cómo podemos evitar el caer en ella?

3. J. Vemon McGee, Guidelines fo r the Understanding o f the Scriptures


(Pasadena: Thru the Bible Books, s.f.), pp. 3-4.
Sistematización excesiva
En cierta ocasión hablé sobre el tema “¿Es Dios cristiano?” en
un campus universitario, después de lo cual se me acercó un caba­
llero con la cara enrojecida y temblando de ira para discrepar de
los hechos bíblicos que no estaba dispuesto a reconocer.
Tras oír su acalorada réplica, yo me pregunté: ¿ Y qué más po­
dría haberle dicho para persuadirle de la necesidad que tiene de
un Salvador y de la salvación sólo mediante la fe en Jesucristo ?
Entonces comprendí que, al menos en aquel encuentro, no hubiera
podido decirle ninguna otra cosa, ya que su respuesta traducida
era: “ No me confunda con los hechos, ya he tomado mi decisión”.
Aquel incidente me recordó de nuevo que cualquiera de noso­
tros puede ser presa de esa misma mentalidad estudiando las Es­
crituras. Hemos oído proclamar tantas veces una doctrina, o la
hemos enseñado tan a menudo, que no estamos dispuestos a vol­
ver atrás y examinar otra vez lo que creemos a la luz de toda la
Biblia — ni vemos la necesidad de hacerlo— .
Para los cristianos es saludable conocer de una forma escritural
por qué creemos lo que creemos. No debemos interpretar nunca
las Escrituras mediante una teología predeterminada, sino más bien
elaborar nuestra teología interpretando correctamente los pasajes
individuales. Las contribuciones de éstos pueden luego ser resu­
midas en una declaración teológica sobre determinado tema o doc­
trina.
Esta vez nos ocuparemos de dos malhechores que nos instan
equivocadamente a no salimos nunca de nuestra rutina teológica
para recibir un nuevo fogonazo de luz escritural. El primero de
ellos es la dogm atización.

Dogmatización
Los lógicos llaman a la dogm atización “razonamiento circu­
lar’’, ya que en vez de empezarse con fragmentos individuales de
evidencia y sacar luego una conclusión, se parte de esta última y
se interpretan las pruebas a la luz de la misma; así se garantiza que
la conclusión a la que uno ha llegado se verá confirmada. Para el
estudiante de la Biblia, este error tiene lugar cuando interpreta con
rigidez las Escrituras utilizando una doctrina o una tradición pre­
determinadas. Nadie, de la convicción teológica que sea, es inmu­
ne a esta temible enfermedad.
Hace varios años participé en una serie de charlas radiofónicas
que exam inaban diversas escuelas de pensam iento sobre el
profetismo. Cierto radioyente llamó por teléfono para preguntar
lo que sigue a otro de los participantes: — ¿Cómo explica su siste­
ma el pasaje de Daniel 9:24-27?
— No estoy seguro de lo que significan exactam ente esos
versículos — contestó su interlocutor— , pero sé que mi sistema es
correcto.
Ese es el clásico error que todos debem os evitar: si nuestro sis­
tema doctrinal es acertado, permitirá una interpretación conocible
de pasajes específicos. Muy bien pudiera ser que la interpretación
correcta de Daniel 9:24-27 hiciera necesaria una revisión del sis­
tema de aquel hombre.
Permítame ser más específico examinando el tema del “diez­
mo”. Mucha gente aporta con fidelidad el diez por ciento de sus
ingresos porque creen que la Biblia enseña que debe diezmarse
hoy en día. A sus ojos, el cuestionar el diezmo lo convierte a uno
casi en un hereje.
Sin embargo, hay varias realidades bíblicas que escapan a la
atención de estas personas.
La primera de ellas es que el concepto mosaico de diezmo su­
ponía el 23,5 por ciento de los ingresos de uno y no su 10 por
ciento. Había un diezmo anual para el Señor (Lv. 27:20-32) y otro
destinado a la nación (Dt. 12:10-19), aparte de otro más, cada tres
años, dedicado a los pobres (Dt. 14:28-29).
En segundo lugar, aunque en el Nuevo Testamento se mencione
ocho veces el diezmo, siempre aparece el mismo en un contexto
histórico; jam ás se ordena diezmar a los cristianos como norma de
aportación a la iglesia. La regla que se ofrece a las iglesias en las
epístolas (1 Co. 16; 2 Co. 8— 9) es más bien el “dar de gracia”. Lo
que demos es algo entre nosotros y Dios, según El nos haya pros­
perado (1 Co. 16:2).
El error está en obligar a las Escrituras a pasar por el tamiz de la
doctrina, cuando más bien debería ser la Biblia el punto de partida
y la norma que conformase nuestras expresiones humanas de la
verdad de Dios y las purificara.
Los pretribulacionistas (entre los que me cuento) están a menu­
do tan a n sio so s p o r d e m o stra r su arg u m en to que ven la
pretribulación en todo texto imaginable. A menudo se considera
Apocalipsis 4:1-2 como una prueba principal de esa doctrina; sin
embargo, si examinamos el pasaje, que describe la experiencia de
Juan, uno se pregunta cómo puede interpretarse el mismo como
una enseñanza acerca del arrebatamiento.
¿Entiende usted cómo es posible que los pretribulacionistas y
los postribulacionistas defiendan sus argumentos con la misma
vehemencia basándose en 1 Tesalonicenses 4:13-18? Pues esto es
debido a la dogmatización de dicho pasaje, o porque lo leen a la
luz de lo que ellos creen. En realidad, este importante texto enseña
claramente la verdad del “arrebatamiento” (1 Ts. 4:17, harpazo),
pero no da indicadores d efin itiv o s de tiem po. La relación
cronológica entre el arrebatamiento y la tribulación debe determi­
narse por otros pasajes.1
Cada una de las partes en debate plantea el asunto teniendo ya
una conclusión preconcebida, y luego encajan los hechos para que
su idea parezca correcta. En realidad necesitan comenzar de nue-

2. Richard Mayhue, Snatched Befare the Storm: A Casefar Pretribulationism


(Winona Lake, Indiana: BMH Books, 1980).
vo con oración para que Dios los instruya, y con el deseo de exa­
minar todos los datos bíblicos a fin de comprender la intención del
Señor, más que de defender ningún dogma. Bien pudiera ser que
hubiese una mejor explicación de esos datos bíblicos la cual nin­
guna de las dos partes estuviera dispuesta a admitir porque las
presentaría como parcialmente equivocadas.
Otro ejemplo clásico tiene que ver con el alcance de la expia­
ción de Cristo. Algunos hacen referencia a versículos tales como:
“Así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi
vida por las ovejas” (Jn. 10:15). y “maridos, amad a vuestras mu­
jeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por
ella” (Ef. 5:25), para concluir que Jesús murió por sus ovejas y se
entregó por la iglesia, y que la expiación es indudablemente limi­
tada.
Otros hacen referencia a versículos tales como: “Que por esto
mismo trabajamos y sufrimos oprobios, porque esperamos en el
Dios viviente, que es Salvador de todos los hombres, mayormente
de los que creen” (1 Ti. 4:10): o “y él es la propiciación por nues­
tros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por
los de todo el mundo” (1 Jn. 2:2). Se concluye, por tanto, que
Cristo murió por todos aunque no todos vayan a ser salvos. Su
enseñanza es, pues, de una expiación ilimitada.
No tenemos el propósito aquí de resolver esta cuestión, ni tam­
poco el espacio lo permitiría, pero déjeme expresar que si uno
enfoca la misma con dogmatismo jamás se descubrirá la verdad
real acerca del asunto.
En realidad la expiación es al mismo tiempo limitada e ilimita­
da. Los calvinistas limitan su efecto en función de la soberanía de
Dios y los arminianos de la voluntad del hombre. Ambos tienen
que reconocer que la expiación de Cristo es limitada.
Sin embargo, unos y otros deben también admitir que en ciertos
sentidos dicha expiación es ilimitada — en su valor e idoneidad
para la raza humana, por no mencionar que se trata de un mensaje
que ha de proclamarse sin restricciones— . El dogmatismo no cabe
en esta clase de estudio bíblico.
No obstante todos podemos experimentar este problema y a
veces sucumbiremos a su seducción. ¿Cómo guardarnos del mis­
mo? Nos serán de utilidad los siguientes pasos:
1. Comience con la oración del salmista: “Enséñame tus estatutos”
(Sal. 119:12). Así estará usted más preocupado por discernir la intención
del Señor que por defender su propia postura.
2. Subraye el enfoque inductivo del estudio bíblico (comience con un
pasaje y avance luego hacia una teología sistematizada).
3. Compruebe su dogma con las Escrituras en vez de verificar ésta
usando su teología.
4. Asegúrese de que ha examinado toda la evidencia bíblica, incluso
aquellos pasajes difíciles los cuales quienes no están de acuerdo con usted
utilizan para rebatirle.
5. No tenga nunca miedo de adonde puede llevarle un estudio
cuidadoso y disciplinado de las Escrituras.
6. Coteje siempre sus conclusiones con eruditos bíblicos piadosos para
asegurarse de su objetividad.

Dispensacionalización
El dispensacionalismo es la escuela teológica que se identifica
corrientemente con la creencia en el arrebatamiento de los creyentes antes de la
Gran Tribulación y de la Segunda Venida de Cristo para introducir la era
milenial. (Si no conoce este enfoque teológico, permítame sugerirle el libro
Dispensacionalismo, hoy [Editorial Portavoz], de Charles Ryrie, una buena
introducción al tema.)
El error de la dispensacionalización está en enfatizar excesivamente las
variaciones de la economía divina de la redención a lo largo de la historia, y en
minimizar el inalterable trato de Dios con la humanidad según su carácter
inmutable.
Los dispensacionalistas hacen a menudo una distinción tan tajante entre la
ley y la gracia que parecen restar importancia a la autoridad de Dios en la ley,
o estar diciendo que hasta la primera venida de Cristo la gracia no existía;
cuando en realidad la gracia de Dios y la ley se han dado simultáneamente en
todas las actividades redentoras de la deidad.
La ley existía para Adán antes de Moisés (Gn. 2:16-17), y tam-
bién para Abraham (Gn. 26:5). Y lo mismo sucedía con la gracia
(Gn. 3:8-24). Si la Palabra de Dios es autorizada en nuestros días
acerca de los resultados de la desobediencia, entonces, en un sen-
tido am plio, los m andam ientos del Nuevo Testam ento son tam ­
bién “ley”.
A veces se ha hecho una distinción tan exageradamente enfáti­
ca entre la ley y la gracia que algunos han acusado a los
dispensacionalistas de enseñar dos formas de salvación: la salva­
ción mediante la ley antes de la cruz y la salvación por gracia
después del Calvario. En realidad la enseñanza de la Biblia es que
la salvación siempre ha sido por la gracia de Dios, aparte de la ley
o las obras. Todos los dispensacionalistas, si les preguntamos, es­
tarán de acuerdo con esto.
En ocasiones los dispensacionalistas han enseñado que el Ser­
món del Monte no es para hoy, ya que se dio antes del Calvario.
Sin embargo, todo lo que Jesús enseñó aquel día estaba basado en
el carácter santo de su perfectamente justo Padre celestial (Mt.
5:48). La exigencia del sublime sermón de Cristo es que pense­
mos, hablemos y actuemos como Dios. Basta con observar que los
imperativos de conducta del mensaje de nuestro Salvador se repi­
ten, todos ellos, en las epístolas neotestamentarias.
En el pasado algunos de los dispensacionalistas distinguían en­
tre los términos reino de Dios y reino de los cielos. Pero Mateo
19:23-24 utiliza ambas expresiones indistintamente, como tam­
bién Mateo y Marcos en relatos paralelos (Mt. 18:3; Mr. 10:15).
Por tanto, es mejor entender cielos como una metonimia —figura
retórica que utiliza el nombre de una cosa para indicar otra con la
que dicho nombre está asociado— . En vez de constituir dos térmi­
nos distintos, el reino de Dios y el reino de los cielos tienen el
m ism o significado intencional.
Como dispensacionalista tomo en serio esta advertencia: jamás
deberíamos permitir que nuestro sistema coloreara injustificadamente
la interpretación que hacemos de los pasajes individuales de las
Escrituras. He aquí algunas pautas que nos ayudarán a todos:
1. Reconozca que las Escrituras enseñan una unidad redentora
basada en el carácter inmutable de Dios y en su plan de sal­
vación determinado desde toda eternidad.
2. Aun creyendo que hay diversas dispensaciones o adminis­
traciones de la gracia redentora de Dios, pregunte siempre:
“¿Dónde está esa línea fina que separa la diversidad de la
unidad?”
3. Cuando se distinga entre ambas cosas, realice una segunda
comprobación preguntando: “¿Se trata de una distinción de la Escritura o
de un contraste que exige mi sistema?

Una palabra final


Permítame terminar con una nueva referencia a 2 Timoteo 2:15: “Procura
con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué
avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad”.
Aquí Pablo está enseñando a Timoteo tres verdades acerca del manejo de las
Escrituras. Primera, la impecabilidad de la Palabra de Dios debido a que es “la
palabra de verdad”. Más que defender la inerrancia de la Biblia, lo que Pablo
hace es proclamarla.
De esta verdad el apóstol extrae su siguiente punto: el intérprete de las
Escrituras debe ser fiel y diestro, como un obrero que usa bien la Palabra de
Dios. Esta es la responsabilidad de todo aquel que analice la Biblia.
Por último, Pablo le recuerda a Timoteo que tendrá que rendir cuentas delante
de Dios. Algún día todos nos presentaremos ante el divino Autor del Libro y
escucharemos su valoración de nuestros esfuerzos interpretativos.
Esa es la razón por la cual hay algo peor que negar la doctrina de la
inerrancia, y es afirmarla pero siendo descuidados con el texto bíblico: dar una
idea de Dios equivocada al predicar un mensaje con errores sacado de su Libro
perfecto. Con las posturas doctrinales firmes aumenta el sentido de
responsabilidad en cuanto a vivir a la altura de dichas doctrinas.
Aunque no todo el mundo estará de acuerdo con los ejemplos que he dado
en esta sección, todos podemos beneficiamos de los principios expuestos, los
cuales nos ayudarán a apartamos de las aguas poco profundas de los errores
interpretativos.
Unámonos al salmista cuando ora:

Enséñame, oh Jehová, el camino de tus estatutos, y lo guardaré hasta


el fin. Dame entendimiento, y guardaré tu ley, y la cumpliré de todo
corazón. Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella
tengo mi voluntad. Inclina mi corazón a tus testimonios, y no a la
avaricia. Apartan mis ojos, que no vean la vanidad; avívame en tu
camino. Confirma tu palabra a tu siervo, que te teme. Quita de
mí el oprobio que he temido, porque buenos son tus juicios. He aquí
yo he anhelado tus mandamientos; vivifícame en tu justicia. (Sal.
119: 33 - 40 )

Preguntas para discusión


1. Defina lo que es dogmatizar. ¿Cuál es el peligro de este error?
2. ¿Cómo podemos tomar precauciones contra la dogmatización?
3. ¿Qué es dispensacionalizar? Cite algunos ejemplos bíblicos
de cómo este error puede desfigurar el significado original de
un pasaje.
Mencione algunas de las pautas que nos ayudarán a evitar la
dispensacionalización de pasajes bíblicos.
Tercera parte:
VIVIR LO QUE SE INTERPRETA
13

La autoridad de la Biblia en su vida


Una vez alguien preguntó a Charles Spurgeon por qué no defendía las
Escrituras contra los críticos bíblicos liberales, y él respondió: “Es como
si alguien cuestionara la fuerza de los leones. Yo no defendería a un león
frente a tal persona, sino que simplemente dejaría salir al animal de su
jaula para que lo hiciese él mismo.” Así sucede con la Palabra de Dios:

“Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que


toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu,
las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las
intenciones del corazón”. (He. 4:12)

Toda autoridad viene de la Palabra de Dios; no de los hombres, ni de


la iglesia, sino más bien del Señor a través de su maravillosa y justa
Palabra. Debemos someternos de buen grado a la autoridad de las
Escrituras para por último interpretarla con exactitud.
Nuestra exposición da por sentado que la Palabra de Dios es
plenamente autorizada porque Dios es la suprema Autoridad.
Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejérci-
tos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay
Dios. ¿Y quién proclamará lo venidero, lo declarará, y lo pondrá
en orden delante de mí, como hago yo desde que establecí el pueblo
antiguo? Anúncienles lo que viene, y lo que está por venir. No
temáis, ni os amedrentéis; ¿no te lo hice oír desde la antigüedad, y
te lo dije? Luego vosotros sois mis testigos. No hay Dios sino yo.
No hay Fuerte; no conozco ninguno. (Is. 44:6-8)

No estamos desarrollando la doctrina de la autoridad de las Escrituras.


sino más bien llevándola a su conclusión lógica: a saber, que puesto que
la Biblia es autoritativa debería regir la conducta de nuestra vida diaria.
Y para que esto llegue a ser una realidad dinámica, tenemos que
consagrarnos voluntariamente a la sumisión a su poder transformador y
seguirlo allá donde nos lleve. Hay cuatro pasos elementales para
transformar una doctrina correcta en la realidad diaria de una vida
cristiana coherente.

Compromiso de recibir
Primeramente, debemos recibir la Biblia como se predica; es decir,
como la Palabra absoluta, inmutable, inerrante e infalible de Dios.
Hablando a la iglesia de los tesalonicenses, Pablo expresa;

Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que
cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la
recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad,
la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes. (1 Ts.
2:13)

El apóstol sabía que no estaba enseñando la filosofía de moda, ni las


incertidumbres de los pensadores religiosos humanos, sino que
predicaba la Palabra de Dios, el mensaje perpetuo del Señor que clamaba
por ser aceptado como absoluto y eterno. De manera que los
tesalonicenses lo aceptaron y lo recibieron como era en realidad.
Nuestro enfoque no debiera ser el de debatir acerca de la Biblia,
argumentar sobre ella o cuestionarla. Lo que necesitamos es recibirla.
Aunque rechacemos la Palabra de Dios, eso no cambiará en absoluto
su realidad: la Biblia seguirá siendo por siempre la Palabra divina. Y si
nosotros rehusamos doblar la rodilla aquí abajo, y dejar que la Palabra de
Dios juzgue nuestras vidas, más tarde tendremos que hacerlo y seremos
juzgados por Dios por haberle rechazado.

Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un


nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús
se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y
debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el
Señor, para gloria de Dios Padre. (Fil. 2:9-11)

Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de


delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se
encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de
pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto,
el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las
cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras
Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al
lago de fuego. (Ap. 20:11-12, 15)

Pablo lo expresó mejor en 2 Timoteo 3:16-17: “Toda la Escritura es


inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redagüir, para corregir,
para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto,
enteramente preparado para toda buena obra”. Es decir, que la Biblia
entera ha sido literalmente espirada por Dios; de modo que el libro que
tanto reverenciamos, y que en tan alta estima tenemos, es único, pues
contiene el parecer, la palabra y la voluntad del Señor.
Pablo describe la Biblia como una vía preparada de antemano para
que por ella circulen nuestras vidas. Siempre que permanezcamos en el
carril de la doctrina correcta viajaremos en el centro de la voluntad de
Dios. Sin embargo, por nuestra capacidad de pecar, hay veces que nos
salimos de la vía.
La Palabra de Dios no sólo es provechosa por tanto para tender la línea
de la vida cristiana, sino también para reprobarnos cuando
descarrilamos. Es posible viajar por la vida pensando que vamos en la
buena dirección cuando de hecho nos hemos salido de la vía. Las
Escrituras nos advierten entonces de que hemos descarrilado y
necesitamos volver a los raíles.
Aquí es donde entra la corrección. La Palabra nos dice cómo podemos
recuperarnos, de qué manera hemos de volver a la vía. Dios desea más
que usted y que yo que circulemos sin salirnos de los raíles; de modo
que nos ha dado la Biblia para que, cuando volcamos, ésta no solamente
nos reprenda sino que también nos ayude a volver.
Por último, la Escritura inspirada por Dios nos aprovecha debido a su
instrucción en la justicia. La Palabra divina nos enseña a tener menos
accidentes a medida que vamos madurando en la fe cristiana. Cuando la
Palabra de Dios mora abundantemente en nosotros (Col. 3:16),
adquirimos más habilidad para describir las curvas peligrosas. Y con el
tiempo, esa Palabra nos capacita para que estemos más a menudo en el
carril que fuera del mismo.
En el Salmo 119:89, el salmista dice: “Para siempre, oh Jehová,
permanece tu palabra en los cielos”. Y el profeta Isaías escribe: “Sécase
la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece
para siempre” (Is. 40:8). ¿No se alegra usted de que no haya que
abandonar este Libro aunque dentro de cinco años un falso maestro
sugiera que ha aparecido otro mejor? La Biblia es una obra que no se
puede mejorar: un Libro eterno, no negociable, inmutable y absoluto.
Cierto personaje reciente de la televisión llevaba años predicando que
la riqueza es un derecho concedido por Dios y que todo individuo
debería exigir del Señor la “buena vida”. Sin embargo, durante un viaje
que hizo a la India, esta mujer decidió que podía obtenerse la felicidad
mediante la pobreza tanto como por la prosperidad, así que ha
abandonado su supuesta iglesia y su “ministerio” televisivo, los cuales
promovían el materialismo, dejando tras de sí unas deudas asombrosas.
Este ejemplo de la vida real demuestra el peligro que hay en recibir
como autorizada cualquier palabra que no sea la Palabra de Dios. La
palabra del hombre debe rechazarse, pero la Palabra del Señor ha de
recibirse como los tesalonicenses la recibieron de Pablo.

Compromiso de alimentarse
Sin embargo “recibir” la Palabra no basta. Hay mucha gente que
acepta dicha Palabra por lo que es: no discute si la Biblia es verdadera,
parcialmente cierta o creíble a medias. Ellos creen que la Escritura es la
Palabra de Dios, y no obstante usted no los reconocería como cristianos.
¿Por qué? Porque no han contraído un segundo compromiso que
descubrimos en la vida de Job.
Algunos puede que digan: “Dios ha bendecido mi vida. Él me ha dado
todo cuanto pudiera desear mucho más abundantemente de lo que sería
capaz de pedir o de entender.” Y sin embargo, hay otros que podrían
utilizar esa expresión actual de “estoy en las últimas”.
Pues bien, conozca a Job: él era un hombre que “estaba en las
últimas”. Su vida resultaba deprimente y le había deparado múltiples
desastres. “He aquí, me adelanto —dice—, y Él no está allí, retrocedo,
pero no le puedo percibir; cuando se manifiesta a la izquierda, no le
distingo, se vuelve a la derecha, y no le veo” (Job 23:8-9, BLA). Job
necesitaba desesperadamente ver a Dios pero no lo encontraba.
En su vida había habido muchas luces, pero cierto día esas luces se
apagaron y las sombras descendieron sobre él haciéndole buscar a tientas
la realidad de Dios. Sin embargo, en los versículos 10 y 11 vemos que
Job alberga una gran confianza en su corazón, cuando dice: “Pero Él
[Dios] sabe el camino que tomo; cuando me haya probado saldré como
el oro. Mi pie ha seguido firme en su senda, su camino he guardado y no
me he desviado.” Aquí tenemos a un hombre que no desesperaba de Dios
aun cuando lo peor se le viniera estrepitosamente encima.
“¿Por qué? —nos preguntamos— ¿Cuál era el secreto de Job?”
Pues al parecer Job había hecho en su vida el compromiso, no sólo
de recibir la Palabra de Dios, sino también de alimentarse de ella.
Observe lo que dice el versículo 12: “Del mandamiento de sus
labios no me he apartado, he atesorado las palabras de su boca
más que mi comida”. Tal era la dieta de Job. Así, cuando la vida se
le vino abajo, pudo decir: “Aunque miro y no veo, voy palpando y
no puedo asirlo, sin embargo tengo una gran confianza en Dios
porque he atesorado las palabras de su boca más que mi propia comida”.
Resulta triste ver a los cristianos ir sin dirección, no haciendo nada,
peleando por así decirlo con su propia sombra, y dando poco
fruto. Yo he llegado a una conclusión en cuanto a esos creyentes:
su declaración de fe no es necesariamente errónea, ni quiere decirse que
hayan abandonado sus creencias. Más bien se trata de que para ellos el
alimentarse de la Palabra de Dios no constituye una realidad personal;
por eso necesitamos comprometemos a comer de la Biblia. Si no nos
estamos nutriendo de la Palabra de Dios, no tendremos poder ni
llevaremos fruto.
Pedro exhortaba a la iglesia primitiva con estas palabras:

Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias,


y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la
leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para
salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor. (1 P.
2:1-3)

En Amos 8:11 el profeta expresa un temor que yo también albergo en


mi propio corazón, y el cual confío que nunca se hará realidad en
nuestras vidas. Dice así: “He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en
los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua,
sino de oír la palabra de Jehová”. Temo que algún día pueda haber una
hambruna en nuestras vidas, una carencia del alimento diario de la
Palabra de Dios —esa palabra suprema que nos ha sido dada para nutrir
nuestras almas, hacemos saludables y ayudamos a crecer hasta aquello
que Dios quiere que seamos—.
Las Escrituras dicen que el hombre no sólo vive de pan, sino de todo
aquello que sale de la boca del Señor (Dt. 8:3; Mt 4:4). Me gustaría ser
como Job y atesorar la Palabra de Dios más que mi comida.
Ojalá que nuestras almas estén saciadas por haberse alimentado con
aquello que es espiritualmente sano y más precioso que el oro y la plata.
La Palabra de Dios es más dulce que la miel y nos da esperanza en cuanto
a las cosas futuras: “Deseables son más que el oro, y más que mucho oro
afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del panal” (Sal.
19:10).

Compromiso de obedecer
Deberíamos recibir las Escrituras como los tesalonicenses, pero si eso
fuera todo no alcanzaríamos el objetivo. Si recibiésemos la Palabra de
Dios, y nos alimentásemos de ella diariamente como Job, pero no
fuéramos más allá, aún dejaríamos de obtener lo mejor de Dios. Hay
todavía un tercer compromiso para nosotros.
Me encanta lo que Dios dice de Caleb en Números 14. Los judíos
habían sido liberados de Egipto y se dirigían a la Tierra Prometida.
Estaban literalmente a unos pocos días de aquello que les había sido
negado durante siglos, cuando Moisés envió a doce hombres a
inspeccionar el país. Todos ellos vieron el mismo panorama,
experimentaron los mismos sentimientos y, en cierto modo, volvieron
esencialmente con el mismo informe: tenían un duro camino por delante.
“En la tierra vive alguna gente enorme — explicaron—, y no parece que
podamos entrar en ella alegremente y tomarla. No da la impresión de
que el enemigo vaya a huir de las ciudades sólo porque llegamos
nosotros.”
La mayoría de ellos (diez de los doce) dijeron: “Así es la tierra. Mejor
será que no la tomemos. Más vale acampar aquí donde nos
encontramos.” Sin embargo, hubo dos de ellos, Josué y Caleb, que
expresaron: “Estamos de acuerdo en que no va a ser fácil. Hay muchos
obstáculos que superar. Pero creemos que debemos entrar en la tierra
porque Dios dijo que Él estaría con nosotros.”
El contraste entre el informe de la mayoría y el de la minoría se centra
en Caleb en el versículo 24, donde Dios mismo dice: “Pero a mi siervo
Caleb...” (énfasis añadido). ¿Cómo llega uno a ser un siervo de Dios?
Caleb tenía un espíritu distinto: él seguía al Señor plenamente. No era
cristiano al 70 por ciento, ni tampoco al 80, ni al 90... Se trataba de un
cristiano al cien por cien, de un hombre que seguía sin reservas a Dios.
Eso es lo que deseo para nosotros: que recibamos la Biblia como Palabra
de Dios, al igual que los tesalonicenses; que nos alimentemos de ella
como Job, el cual la consideraba más importante que la comida física; y
que luego, como Caleb, la obedezcamos por entero.
Si no obedecemos, podemos robamos a nosotros mismos la seguridad
de la salvación; o esa desobediencia podría incluso significar que una
persona no es en absoluto hija de Dios. El apóstol Juan dice que existe
una relación directa entre la salvación y la obediencia a la Palabra divina:
“Pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios
se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice
que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Jn. 2:5-6).

Compromiso de honrar
No podía terminar sin decir lo que viene a continuación. En Nehemías
8 presenciamos una respuesta correcta a la Palabra de Dios. Aquella
gente no sólo recibía dicha Palabra, se alimentaba de ella y la obedecía,
sino que también la honraba. Nehemías 4:8 dice que Esdras, el escriba,
se puso sobre un pulpito de madera el cual habían construido para la
lectura de la Palabra de Dios, y a su lado estaban algunos otros. Esdras
abrió el libro a la vista de todo el pueblo, ya que se encontraba más alto
que ellos, y cuando lo hizo todos se pusieron en pie.
No era cosa trivial para aquel pueblo que se abriera la Palabra de Dios.
Para ellos constituía un momento sagrado, ya que abrían el libro santo,
el cual les revelaba al Dios supremo que los había llamado a una relación
especial consigo mismo. Así que tenían por costumbre levantarse
cuando se abría la Palabra de Dios.
El versículo 6 dice que Esdras bendijo al Señor, al gran Dios, y la
gente contestó: “¡Amén! ¡Amén!”. Luego se postraron y adoraron a
Jehová con el rostro en tierra.
Cada vez que se abre la Palabra de Dios nuestra respuesta debería ser
de adoración, ya que en las páginas del Libro se manifiestan la majestad
y la grandeza divinas. Sólo existe una reacción adecuada ante el Dios
vivo, y es la de humillamos y adorarle.
Los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en
el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus
coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria
y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad
existen y fueron creadas. (Ap. 4:10-11)
Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de
la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al
que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la
gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Los cuatro seres vivientes
decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros
y adoraron al que vive por los siglos de los siglos. (Ap. 5:13-14)
John Wanamaker, uno de los más grandes comerciantes de Estados
Unidos, dijo en cierta ocasión: “Naturalmente he hecho grandes
adquisiciones de bienes durante mi vida ... y el edificio y los terrenos en
los que ahora estamos reunidos representan un valor aproximado de
$20.000 millones. Pero siendo un niño de once años de edad, allá en el
campo, fue cuando hice mi compra más importante: en la pequeña
escuela dominical de una misión adquirí de mi profesor una pequeña
Biblia de cuero rojo. El libro me costó $2.75. los cuales fui pagando en
pequeños plazos a medida que ahorraba. Aquella Biblia representó mi
adquisición principal, ya fue lo que hizo de mí esto que soy
actualmente.”
Después de aquella declaración, el New York Herald Tribune anunció
en titulares: ‘‘NEGOCIOS MILLONARIOS POSTERIORES
CONSIDERADOS DE POCA MONTA EN COMPARACIÓN CON
LA COMPRA DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS A LOS ONCE
AÑOS DE EDAD.”
La proclamación de la Palabra de Dios, la enseñanza de las Sagradas
Escrituras, no debe considerarse como cosa vulgar ni como algo que
simplemente hemos oído toda nuestra vida. Eso equivale a profanar el
Libro y a su Autor. Constituye un gran privilegio tener la Biblia en
nuestras manos, conocerla y comprenderla; recibirla, alimentamos de
ella y obedecerla. Dios nos pedirá cuentas de eso. Ojalá que seamos
como los judíos de la época de Esdras, y que cuando se abra el Libro
nuestros corazones se humillen y adoren al Dios vivo.

El fondo de la cuestión
Una vez leí cierto relato titulado “El diario de una Biblia”, que trata
de un ejemplar de las Escrituras que iba anotando el uso que hacía de él
su propietario.
Uno de los años registrados dice lo siguiente:

15 de enero.— He descansado durante una semana. Mi dueño me


abrió pocas noches después de primero de año, pero no ha vuelto a
hacerlo. Otra decisión del Año Nuevo malograda.
3 de febrero.— Mi dueño me ha tomado en su mano y ha salido
hacia la escuela dominical a la carrera.
23 de febrero.— Día de limpieza. Me quitan el polvo y vuelven a
ponerme en mi lugar.
2 de abril.— Un día ajetreado. Mi dueño tenía que presentar la
lección en la reunión social de la iglesia y examinó rápidamente un
montón de referencias.
5 de mayo.— Otra vez estoy sobre la falda de la abuela; un
agradable lugar.
9 de mayo.— La abuela ha dejado caer una lágrima en Juan 14.
10 de mayo.— La abuela se ha ido. Vuelvo a mi sitio anterior.
20 de mayo.— Ha nacido el bebé y han escrito su nombre en una
de mis páginas.
1 de julio.— Partimos de vacaciones. Me han metido en la maleta.
20 de julio.— Todavía permanezco en la maleta. Ya han sacado
casi todas las demás cosas.
25 de julio.— De nuevo en casa. Un largo viaje; aunque no puedo
entender por qué fui al mismo.
16 de agosto — Me han limpiado de nuevo y colocado en un lugar
prominente. El pastor viene hoy a cenar.
20 de agosto.— Mi dueño ha anotado la muerte de la abuela en el
registro familiar y ha olvidado su par de lentes adicionales entre
mis páginas.
31 de diciembre.— Mi dueño acaba de encontrar sus lentes. Me
pregunto si va a tomar alguna resolución respecto a mí para el año
que empieza.

He aquí el diario de una Biblia. No sé lo que diría la mía si pudiese


escribir uno propio. ¿Y la suya? Desde luego ninguno quisiéramos que
el relato imaginario de nuestras Biblias fuera publicado y leído por
todos.
Si mi Biblia pudiera escribir, me gustaría que dijese que he sido fiel
en llevar a la práctica estos cuatro compromisos:

1. Recibir la Palabra de Dios como los tesalonicenses: “Por lo


cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que
cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la
recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad,
la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes” (1 Ts.
2:13).
2. Alimentarme de ella como Job: “He aquí, me adelanto, y Él
no está allí, retrocedo, pero no le puedo percibir; cuando se
manifiesta a la izquierda, no le distingo, se vuelve a la derecha, y
no lo veo. Pero Él sabe el camino que tomo; cuando me haya
probado, saldré como el oro. Mi pie ha seguido firme en su senda,
su camino he guardado y no me he desviado, del mandamiento de
sus labios no me he apartado, he atesorado las palabras de su boca
más que mi comida” (Job 23:8- 12, BLA).
3. Obedecerla plenamente, como Caleb: “Pero a mi siervo
Caleb. por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de
mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la
tendrá en posesión” (Nm. 14:24).
4. Honrarla como el rebaño de Esdras: “Y el escriba Esdras
estaba sobre un pulpito de madera que habían hecho para ello, y
junto a él estaban Matatías, Sema, Anías. Urías. Hilcías y Maasías
a su mano derecha; y a su mano izquierda, Pedaías, Misael,
Malquías, Hasum, Hasbadana. Zacarías y Mesulam. Abrió, pues,
Esdras el libro a los ojos de todo el pueblo, porque estaba más alto
que todo el pueblo: y cuando lo abrió, todo el pueblo estuvo atento.
Bendijo entonces Esdras a Jehová, Dios grande. Y todo el pueblo
respondió: ¡Amén! ¡Amén! alzando sus manos: y se humillaron y
adoraron a Jehová inclinados a tierra” (Neh. 8:4-6).

Una vez dicho y hecho todo, el llevar a la práctica estos cuatro


compromisos representa nuestra sumisión a la autoridad de la Palabra de
Dios. En esto consiste, al fin y al cabo, interpretar con exactitud las
Escrituras.

Preguntas para discusión

1. Lea Hebreos 4:12 e Isaías 44:6-8. ¿Qué nos enseñan esos pasajes
en cuanto a la autoridad de la Palabra de Dios?
2. ¿Cómo deberíamos conducirnos en vista de la autoridad de las
Escrituras?
3. Enumere cuáles son los cuatro pasos fundamentales de
compromiso con la Palabra de Dios. ¿Cómo contribuye cada uno
de ellos a una vida cristiana coherente?
4. Estudie 2 Timoteo 3:16-17 y explique cuáles son los ministerios
que realiza a nuestro favor la Palabra de Dios con la ayuda del
ministerio del Espíritu Santo.
5. Considere de qué maneras nuestra sumisión a la autoridad de las
Escrituras puede ayudarnos a interpretar con mayor exactitud.
Lecturas útiles
Braga. James. Cómo estudiar la Biblia. Miami: Editorial Vida.
1988.
Fuente. Tomás de la. Claves de interpretación bíblica. El Paso:
Casa Bautista de Publicaciones. 1957.
Hartill. J. Edwin. Manual de interpretación bíblica. Puebla.
México: Ediciones Las Américas.
LaHaye, Tim. Cómo estudiar la Biblia por sí mismo