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INTERPRETAR
LA BIBLIA
RICHARD MAYHUE
Título del original: How to Interpret the Bible for Yourself, by Richard
Mayhue, © 1989 por Richard Mayhue y publicado por BMH Books,
Winona Lake, Indiana.
EDITORIAL PORTAVOZ
Kregel Publications P. O. Box 2607
Grand Rapids, Michigan 49501 EE.UU.A.
ISBN 0-8254-1471-7
Contenido
Prefacio
Introducción
Primera Parte: I nterpretar con exactitud
1. Estudiar para ser aprobado por Dios
2. Herramientas para una interpretación exacta
3. Interprete con exactitud por usted mismo— 1
4. Interprete con exactitud por usted mismo —2
Segunda Parte: E vitar las desviaciones
5. El texto sin su contexto
6. Adiciones a las Escrituras
7. Editores de la intención de Dios
8. Modernizar la Biblia
9. Así se tuercen las Escrituras
10. Ultraliteralismo
11. Interpretación a la inversa
12. Sistematización excesiva
Tercera Parte: V ivir lo que se interpreta
13. La autoridad de la Biblia en su vida
Lecturas útiles
Prefacio
La Biblia es única. Su mensaje ha iluminado, consolado y diri
gido a millones de personas desde la antigüedad hasta el tiempo
presente. En caso de que alguien se pregunte si una lealtad seme
jante a un libro antiguo está realmente justificada, recordamos que
cuando Jesús utilizaba las palabras escrito está en cualquiera de
sus discusiones, la cuestión quedaba zanjada para El. Esa sola ra
zón debería bastarles a los cristianos.
La importancia de la Biblia no se explica por el genio humano
de sus escritores. No es ésta una mera recopilación de viejas le
yendas interesantes, ni tampoco de las meditaciones de algunos
nómadas del desierto o filósofos griegos. La Biblia obtiene su
eminencia de una característica principal: pretende ser la Palabra
de Dios, y para millones de personas así ha sido.
Por esta causa las recientes discusiones acerca de la inerrancia
de la Biblia despiertan gran interés y son de una importancia deci
siva. Si la Biblia es realmente la Palabra de Dios, entonces tiene
que ser verdad: y si toda ella es Palabra de Dios, debe ser cierta en
su totalidad, ya que Dios no puede mentir (Tit. 1:2).
El doctor Richard Mayhue, colega mío en el Grace Theological
Seminary durante muchos años, ha escrito este atractivo volumen
para tratar otro asunto de la misma importancia: cómo interpreta
mos la Palabra de Dios. En la práctica, el insistir en una Biblia sin
errores cuando la comprensión de su contenido resulta confusa,
no cambia demasiado.
¿Por qué hay tantas interpretaciones distintas? ¿Cuál es la cau
sa de que hombres igualmente buenos discrepen en su compren
sión? ¿Cómo puede la gente leer la Biblia con la confianza de que
la entiende correctamente? ¿Es posible evitar los contenidos quis
quillosos que desaniman por completo a tantos de leerla?
En este libro, que incita a la reflexión, el doctor Mayhue aporta
ilustraciones de su abundante experiencia en el ministerio cristia
no. Como miembro del cuerpo ministerial de una congregación de
rápido crecimiento en Ohio, profesor de seminario y pastor adjun
to de una de las iglesias más conocidas del sur de California, y
ahora pastor principal de una gran congregación con tradición con
tinuada de exposición bíblica desde su pulpito, Richard Mayhue
sabe que la Biblia puede transformar las vidas de las personas,
pero sólo si se interpreta y luego se aplica correctamente.
Una lectura cuidadosa de Cómo interpretar la Biblia uno mis
mo convencerá también al lector de que interpretar correctamente
la Sagrada Escritura implica tanto comprenderla como vivirla. La
interpretación bíblica no debe ser un mero ejercicio mental, y el
doctor Mayhue mantiene el mismo énfasis que el apóstol Pablo,
quien escribía: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo
Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para
que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10); y también: “Ocupaos en
vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en
vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena volun
tad” (Fil. 2:12-13). Una seria reflexión sobre los conceptos que se
exponen en este libro prevendrá al lector contra las trampas dema
siado frecuentes que aguardan a los incautos.
H omer A. K ent , hijo
Grace Theological Seminary
Winona Lake, Indiana, EE.UU.
Introducción
Reuben A. Torrey, antiguo presidente del Instituto Bíblico
Moody, dio este profundo pensamiento hace ya casi un siglo: “Años
atrás aprendí a buscar las más profundas lecciones de mi vida en
un lugar en especial, y ese lugar es la Biblia”.
Hoy en día los cristianos siguen acudiendo a ese lugar especial,
pero con posibilidades todavía mayores de comprender la Palabra
de Dios. La enseñanza bíblica alcanza actualmente de un modo
más abundante y con mayor rapidez a grupos más numerosos de
personas que nunca antes. Las transm isiones vía satélite de pro
gramas de radio y televisión, el “boom” editorial cristiano y el
advenimiento de los cassettes de audio y vídeo a precio accesible
ha saturado nuestra sociedad.
Sin embargo, junto con estas oportunidades sin precedentes para
la verdad viene el riesgo potencial de error. Simplemente porque
alguien emita un mensaje o publique un libro ello no significa
necesariamente que esté dando la Palabra de Dios como El quiso
que se diera. Así que las falsas enseñanzas son más corrientes hoy
en día que nunca antes.
El problema no es nuevo: fue por esa razón que Pablo dijo a
Timoteo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado,
como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la
palabra de verdad” (2 Ti. 2:15). Si no se divide correctamente la
Palabra, los cristianos se echarán a perder (2:14), habrá impiedad
(2:16), y la iglesia será emponzoñada del mismo modo que la gan
grena se apodera del cuerpo humano (2:17). En tiempos de Timoteo,
Himeneo y Fileto se habían desviado y trastornado la fe de algu
nos con falsas enseñanzas acerca de la resurrección (2:17-18).
Nuestro desafío consiste en producir una nueva generación de
cristianos comprometidos con una interpretación correcta de la
Palabra de Dios; pastores y maestros que enseñen con cuidadosa
meticulosidad: estudiantes y feligreses que oigan y aprendan con
discernimiento.
Cómo interpretar la Biblia uno mismo se ha escrito para los que
acuden a las Escrituras en busca de las lecciones más profundas
de la vida. Sería trágico llegar al pozo y beber intensamente de su
frescura para luego descubrir que, al extraer el agua, su contenido
había sido alterado, de tal manera que lo que se tomó era diferente
a lo que había en el depósito. De igual manera, resultaría lastimo
so que habiendo ido a la Palabra inerrante de Dios la dejáramos
con un mensaje sujeto al error.
Tanto el erudito como el nuevo creyente pueden recibir el im
pacto de estos estudios, los cuales abarcan una amplia gama de
temas y objetivos, entre ellos:
• Enseñar un método básico de estudio bíblico
• Advertir de los fallos de interpretación
• Sacar a la luz los errores teológicos actuales
• Enseñar los pasos adecuados para evitar la doctrina errónea
• Subrayar la veracidad y fiabilidad de las Escrituras
Si comprendemos que al abrir la Biblia estamos manejando la
Palabra de Dios, tendremos un imponente sentido de responsabili
dad cuando tratemos de entender lo que El escribió, especialmen
te si pensamos transmitírselo a otros.
Hace años, poco después de convertirme, escuché a Lehman
Strauss contar que en el lomo de su Biblia reencuadernada había
mandado imprimir “La Palabra de Dios”. Aquella idea dejó en mí
una huella duradera y decidí que si alguna vez tenía que volver a
encuadernar mi Biblia nueva, yo haría lo mismo. Cuatro
reencuadernaciones después, ese título todavía adorna el lom o de
mi "espada” y me recuerda que ésta no es meramente "un libro”,
sino "El Libro” —ni más ni menos que la Palabra de Dios— , y
que demanda mi mejor lectura, interpretación, obediencia y ense
ñanza.
El Señor dijo estas palabras a Israel: "Pero miraré a aquel que
es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is.
66:2). Cómo interpretar la Biblia uno mismo va dirigida a una
generación de cristianos que sienten temor reverente por la Pala
bra de Dios y desean, más que nada en la vida, entenderla bien.
Mi oración es que nuestra entrega a la Palabra de Dios nos pro
porcione la experiencia prometida por el salmista:
Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni
estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha
sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley me
dita de día y de noche. Sera como árbol plantado junto a corrientes de
aguas, que da su fruto a su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que
hace, prosperará. (Sal. 1:1-3)
Primera parte:
Interpretar con exactitud
Estudiar para ser
aprobado por Dios
En la vida hay dos clases de certidumbres. Si es usted quien
gana el pan en su hogar, tal vez le agrade saber que, sin ningún
género de duda, por mucho tiempo que pase comprando un artícu
lo o se esfuerce en ello, al día siguiente el mismo se encontrará en
oferta, más barato, en alguna otra parte; o que, si es papá, recorda
rá que ha olvidado sacar la basura cuando el camión que la recoge
ya está dos puertas más allá de su casa y usted se encuentra en la
ducha.
En cuanto a usted, mamá, puede estar segura de que las posibi
lidades que existen de que la rebanada de pan untada con mante
quilla y mermelada que se le cae al suelo lo haga boca abajo, son
directamente proporcionales al precio de su alfombra. Los jóve
nes, por su parte, saben bien que hasta que no vuelvan a casa de la
fiesta no se darán cuenta de que tenían un hilo de espinacas meti
do entre los dos dientes delanteros.
Las certidumbres terrenales pueden resultar graciosas, pero pa
sarán; en realidad, todas esas cosas palidecen hasta hacerse insig
nificantes si las comparamos con las certezas eternas de la preciosa
Palabra de Dios. El tema la exactitud es lo que importa lo vemos
en 2 Timoteo 2:15, donde dice:
Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero
que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad.
La Nueva Versión Internacional lo traduce de esta manera:
Esfuérzate por presentarte a Dios aprobado, como obrero que no
tiene de qué avergonzarse y que interpreta debidamente la palabra de
verdad.
Ahora bien, si nos tomamos la molestia de leer toda la epístola,
descubriremos que cuando Pablo le entregó el bastón ministerial a
Timoteo, lo que le importaba ante todo era la Palabra de Dios. En
otro lugar le había dicho: “Retén la forma de las sanas plalabras
que de mí oíste...” (2 Ti. 1:13). Pablo escribió: “Lo que has oído
de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que
sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Ti. 2:2). Y en el
versículo 14 del mismo capítulo, viene a decir: “No tropieces en
palabras y acabes en un callejón doctrinal sin salida”. Para adver
tir luego en los versículos 16 y 18: “No te desvíes doctrinalmente
y trastornes la fe de algunos”.
Segunda de Timoteo 3:15 expresa que la Palabra de Dios es la
fuente del conocimiento de nuestra salvación, y en los versículos
16 y 17 Pablo explica cómo este conocimiento conduce al creci
miento en la gracia y en el conocimiento de Jesucristo, así como a
ser perfeccionados por la Palabra de Dios. Luego, en el capítulo 4,
versículo 2, tenemos esa magnífica exhortación a “predicar la pa
labra”.
Todas esas exhortaciones dan por sentado y se basan en un ver
sículo en particular, 2 Timoteo 2:15, donde Pablo está diciendo
específicamente a Timoteo que para ministrar con eficacia uno
debe interpretar correctamente la Palabra de Dios. El apóstol ex
presa: “Para comprender lo que Dios quiere indicar con lo que
dice, debes dividir correctamente su Palabra”.
Segunda Timoteo 2:15 destaca tres ideas básicas: (1) las Escri
turas son impecables; (2) por ese motivo, quienquiera que las in
terprete tiene una gran responsabilidad; y (3) esa responsabilidad
será probada algún día, cuando se nos pedirán cuentas delante del
Dios Todopoderoso de lo que hicimos con su Palabra mientras
estábamos en la tierra. Impecabilidad, responsabilidad y rendición
de cuentas.
Impecabilidad
La impecabilidad de las Escrituras aparece en las últimas cua
tro palabras de los textos tanto castellano como griego: “la palabra
de verdad”. Con ellas Pablo da por sentada la inerrancia de la Pa
labra de Dios y esboza las responsabilidades prácticas de Timoteo
en lo que respecta a las Escrituras a la luz de esa doctrina.
El apóstol afirma que la Escritura es la comunicación escrita de
Dios y que, por eso, guarda coherencia con el elemento de verdad
del carácter divino. Toda la doctrina de la inerrancia se basa en el
carácter de Dios: si El es veraz (y lo es), lo mismo sucede con su
Palabra, y ésta no contiene error. Pablo supone tal cosa y edifica
sobre ella.
Aquellos a quienes les gusta pensar se estarán probablemente
preguntando: “¿De qué forma equiparamos la palabra de verdad
con la Palabra de Dios?” El Salmo 31:5 expresa: “Oh Jehová, Dios
de verdad”; y Juan 17:17 dice: “Tu palabra es verdad”. A mí me
encanta el Salmo 119:160: “La suma de tu palabra es verdad”.
Así que Pablo recuerda a Timoteo que su mensaje debe ser el
mensaje de Dios, la Palabra de verdad. Lo que viene a decir el
apóstol es: “Timoteo, ten cuidado de no enredarlo mientras lo
manejas”. ¿Quién cambiaría a Rembrandt o Miguel Ángel? Y si
no lo hacemos con los que son menos importantes, ¿cambiare
mos la más valiosa Palabra de Dios? No necesitamos modificar
la Escritura para armonizarla con la verdad, sino que más bien
hemos de comprender que es ella quien ha de cambiarnos a no
sotros y nuestra forma de vida a fin de conformarnos a la Palabra
de Dios.
En cierta ocasión Charles H. Spurgeon escribió que el mayor
cumplido que le habían hecho nunca había procedido de uno de
sus adversarios más enconados. Esto fue lo que dijo su enemigo:
“He aquí un hombre que no ha avanzado ni una pulgada en su
ministerio. A finales del siglo xix está enseñando la teología del
primer siglo y proclamando la doctrina popular en Nazaret y Jeru-
salén por aquel entonces.” ¡Ojalá todos nuestros críticos fueran
tan elogiosos y afirmasen que no hemos cambiado la Palabra de
Dios o la teología que nos fue dada en las Escrituras!
En realidad Pablo le estaba diciendo a Timoteo, el cual había de
sucederle: “Timoteo, la palabra que vas a manejar es impecable.
De igual manera que la Palabra viva de Dios era inmaculada y sin
pecado, su Palabra escrita es impecable y no tiene error.”
Responsabilidad
Pablo empezó por la impecabilidad, y seguidamente le dijo a
Timoteo que dicha impecabilidad conducía a una responsabilidad
por parte de aquel que interpreta y comunica la Palabra de Dios.
Yo sugeriría que la función del intérprete y comunicador es la de
entregar el mensaje divino tal y como fue dado en un principio,
sin desviaciones, ya se trate de un profesor de seminario, pastor,
maestro de escuela dominical o padre con su familia. Eso es lo
que Pablo intentaba explicar a su discípulo: “Timoteo — le estaba
diciendo— , lo que manejas es la Palabra de Dios, no la tuya. Por
tanto sé un mensajero, no el iniciador del mensaje; un sembrador,
no la fuente; un heraldo, no la autoridad; un mayordomo, no el
propietario; un guía, no el autor; un camarero que sirve comida
espiritual, no el chef Como te fue entregada directamente de la
cocina, pon dicha comida en la mesa para que la gente pueda co
merla. No necesitas añadirle nada, ni disponerla de ninguna otra
forma, ni quitarle cosa alguna.”
ser rescatado (Ex. 2:23-25; Hch. 7:30); José, quien esperó más de
una década su vindicación (Gn. 37:2; 41:46); Job, que hubo de
aguardar un período impreciso para ser restaurado (Stg. 5:11); y
Daniel, el cual esperó setenta años a que Dios interviniese en la
historia de Israel (Dn. 9:2).
Si quiere usted extenderse más sobre la comparación que se
hace del sueño con la muerte, puede considerar Jeremías 51:39;
D aniel 12:2; Juan 11:11-13; 14:12; 1 C orintios 11:30; y
1 Tesalonicenses 4:14.
La correlación ayuda a expandir el texto, confiere a éste pro
fundidad y es una magnífica fuente de ilustraciones. También nos
impide a nosotros sacar conclusiones erróneas basadas sólo en una
parte de lo que la Biblia dice. Ese énfasis ampliado o teológico
permite constantemente que veamos lo parcial a la luz de todo el
conjunto.
Personalización
Las claves para la aplicación de un texto bíblico son estos
pasos de la observación, la investigación y la correlación. Hasta
que uno no se ha contestado la pregunta de qué quiere decir el
pasaje con lo que expresa, resulta imposible responder a otra to
davía de mayor envergadura: ¿Qué significa dicho pasaje para
mí?
Una gran ayuda en este campo de la aplicación es memorizar y
meditar el texto. El Señor ordenó a Josué: “Meditarás en [el libro
de la ley], para que guardes y hagas conforme a lo que en él está
escrito” (Jos. 1:8). Y el salmista tenía tanto anhelo de ello que
escribió: “Se anticiparon mis ojos a las vigilias de la noche, para
meditar en tus mandatos” (Sal. 119:148). Pablo, por su parte, ex
hortaba a los creyentes: “La palabra de Cristo more en abundancia
en vosotros” (Col. 3:16).
Poco después de convertirme, alguien compartió una serie de
preguntas que deberían hacerse a cada pasaje bíblico que se está
estudiando, y las cuales sirven de catalizadores para ello: Hay en
dicho pasaje...
1. ¿Ejemplos que seguir?
2. ¿Mandamientos que obedecer?
3. ¿Errores que evitar?
4. ¿Pecados que abandonar?
5. ¿Promesas que reclamar?
6. ¿Nuevas ideas acerca de Dios?
7. ¿Principios para aplicar a la vida?
El Salmo 13 está cargado de aplicaciones personales. Permíta
me cebar su bomba extractora con algunas ideas y luego podrá
usted añadir las suyas propias.
Primeramente, David no abandonó a Dios en medio de su im- *
paciencia y sus preguntas, sino que más bien lo buscó para que El
le diera la solución. A pesar de haber empezado con una protesta,
acudió a quien tenía que acudir y, puesto que su atención estaba
centrada en Dios, la conversación terminó con alabanza.
En segundo lugar, el salmista no intentó redefinir a Dios para
explicar cómo éste había respondido a sus circunstancias. En vez de
ello, afirmó que Dios es tal y como se ha revelado: un fiel Salvador.
En tercer lugar, David no publicó a los cuatro vientos sus dudas
más íntimas acerca del trato de Dios con su situación, sino que
escogió orar privadamente al Señor — el único que podía cambiar
las cosas— .
En cuarto lugar, el salmista no abandonó la realidad — no se
retiró, ni trató de dar un rodeo, sino que se enfrentó honestamente
a la vida y miró a las circunstancias a los ojos— .
En quinto lugar, David no se enojó con Dios. Aunque hay una
protesta inicial por su parte, poco tiempo después acabó adorando
al Señor y alabando su nombre.
En sexto lugar, no acusó a Dios ni lo llevó ajuicio. El salmista
testificó con honradez que el problema no estaba relacionado con
el Señor, sino con su propia falta de comprensión acerca de por
qué Dios actúa como lo hace.
Y en séptimo y último lugar, David no intentó regatear con Dios
ni trató de coaccionarlo. Más bien pidió en oración respuestas fran
cas para poder vivir con entendimiento.
Johann A. Bengel resume así el paso de la personalización:
“Aplica todo tu yo al texto, y el texto entero a ti mismo”. Nuestro
estudio de las Escrituras jamás termina hasta que lo que sabemos
comienza a dirigir la manera en que vivimos.
Apropiación
Todos los pasos mencionados hasta ahora tenían que ver con el
intelecto, pero estos dos últimos comprometen a nuestra voluntad.
El detenernos aquí sería como recorrer todo el campo de fútbol
con el balón y, al llegar a la portería contraria, decidir que los
goles no tienen importancia, y abandonar el terreno de juego. De
esta manera todo el trabajo anterior se habría desperdiciado. Tan
cerca y, sin embargo, tan lejos.
Pregúntese a sí mismo: “¿Estoy obedeciendo lo que he aprendi
do en mis estudios bíblicos personales?” Este es el paso que trans
fiere el fruto de sus trabajos de la cabeza y el corazón a sus manos
y pies.
Jesús dijo a los discípulos: “Si sabéis estas cosas, bienaventura
dos seréis si las hiciereis” (Jn. 13:17). Y el mandamiento de San
tiago fue: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente
oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Stg. 1:22). Juan, por
su parte, prometía: “ Bienaventurado el que lee, y los que oyen las
palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas: por
que el tiempo está cerca” (Ap. 1:3).
El Salmo 13 exige acciones tales como buscar respuestas de
Dios para nuestra dura existencia, alabar al Señor por su fidelidad
pasada aunque el hoy no cambie, no abandonar nuestra fe en Él a
pesar de lo que lance contra nosotros la vida.
Actuar de otro modo es no pasar la prueba. Dios nos hace res
ponsables de lo que sabemos de su Palabra. Santiago 4:17 deja
claras las opciones que tenemos: “Y al que sabe hacer lo bueno, y
no lo hace, le es pecado”.
Uno de los mejores maestros de la Biblia de todos los tiempos,
hizo esta suprema declaración: “No tengo yo mayor gozo que este,
el oír que mis hijos andan en la verdad” (3 Jn. 4). El verdadero
gozo surge del ejercicio de nuestra fe, y el desafío que tenemos
delante consiste en convertimos en la última palabra en “Biblias
vivientes”.
Proclamación
Alguien ha afirmado que el verdadero aprendizaje no se produ
ce hasta que el estudiante es capaz de enseñar a otro lo que ha
recibido él. Tal es la naturaleza del discipulado como se la resume
Pablo a Timoteo: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos,
esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar tam
bién a otros” (2 Ti. 2:2).
Esdras tenía tres metas en la vida: “Porque Esdras había prepa
rado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y
para enseñar en Israel sus estatutos y decretos” (Esd. 7:10). La
culminación consistía en enseñar a otros lo que él mismo había
aprendido y llegado a dominar en su vida.
Me encanta el entusiasmo de Andrés en Juan 1:40-41: nada más
oír a Cristo enseñar, va en busca de Pedro, su hermano, para ha
blarle de Jesús.
Y escuche la exhortación posterior de Pedro:
Sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siem
pre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reveren
cia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en
vosotros (1 P. 3:15).
Este paso exige que adquiramos el hábito de hablar a la gente
de aquello que hemos aprendido de Dios. De modo que pídale al
Señor que traiga a su vida, diariamente, a alguien con quien pueda
compartir sus emocionantes descubrimientos en la Palabra divina.
No guarde silencio acerca del libro más valioso que jamás se ha
escrito — la vida de alguien puede depender de ello— .
Los posibles candidatos para escuchar su pepita de verdad in
cluyen a:
• Papá o mamá
• Marido o mujer
• Hijo o hija
• Amigo
• Patrón
• Compañero de trabajo
• Vecino
• Alguien que lo espera de usted
Nota final
Juan Wesley leyó y releyó la Biblia de principio a fin muchas
veces, y siendo ya anciano expresó: “Soy un homo unius lib ri”
Wesley era “un hombre de un solo libro”. ¡Andemos en sus pisa
das!
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“El muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la
sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos” (Dn. 2:21).
En cierta ocasión recibí esta respuesta a mis comentarios sobre
2 Crónicas 7:14: “En cuanto a 2 Crónicas 7:14, si esas maravillo
sas palabras no se aplican a América (o a Rusia o Gran Bretaña)
tan claramente como a Israel en el tiempo de Salomón, entonces
voy a desechar mi Antiguo Testamento ya que no significa nada
en el siglo xx.”
Pensemos en esto por un momento. ¿Están vigentes todas las
promesas del Antiguo Testamento en el siglo xx del mismo modo
que cuando se dieron originalmente? ¿Significa eso que Dios no
podía dar una promesa individualizada a cierta persona o nación
en una época particular sin que la misma se aplicase directamente
al resto de la historia?
Las cuestiones reales que se nos plantean cuando interpretamos
estas promesas son:
• El carácter de Dios
• El contenido y el contexto de sus promesas
Algunas de las promesas divinas están basadas en su carácter
inalterable. Una de dichas promesas fundadas sobre la santidad de
Dios y su deseo de que todos sean santos (Lv. 19:2; 1 P. 1:15-16)
es el Salmo 15:
Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu
monte santo? El que anda en integridad y hace justicia, y habla ver
dad en su corazón. El que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su
prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino. Aquel a cuyos
ojos el vil es menospreciado, pero honra a los que temen a Jehová. El
que aun jurando en daño suyo, no por eso cambia; quien su dinero no
dio a usura, ni contra el inocente admitió cohecho. El que hace estas
cosas, no resbalará jamás.
Nota final
Hace varios años, alguien que comprendía lo mucho que yo amo las
Escrituras me regalo una placa con las siguientes declaraciones:
LA BIBLIA
Esa placa me recuerda a diario que debo interpretar la Biblia con exactitud.
Metodologización
En este siguiente error suelen caer los expertos, no los cristianos
de a pie. Lo incluimos aquí para advertir al desprevenido estu-
diante de las Escrituras, a fin de que no utilice los materiales ela
borados por personas que emplean este metodo altamente sospe
choso de interpretacion.
La metodologizacion se produce cuando interpretamos la. Bi
blia basandonos en una teorfa no demostrada sobre su origen lite
rario. Los eruditos han elaborado hip6tesis acerca del c6mo y el
porque surgi6 una determinada parte de las Escrituras, y luego han
utilizado su teorfa para interpretar el texto. Esto ocurre particular
mente con los estudios sobre los evangelios.
Los criticos de la redacci6n, en su mayor parte, no aceptan los
puntos de vista tradicionales sobre la autoria [de la Biblia], sino que
consideran a los escritores de los sin6pticos como editores teo16gicos
posteriores a cuyas obras se asociaron los nombres de Mateo, Marcos
y Lucas por motivos de prestigio. Son por lo tanto las opiniones
teol6gicas de dichos cornpi I adores an6nimos las que se cuestionan en
este tipo de investigaci6n, y se da por sentado que tales opiniones
difieren mucho de cualquier ensefianza especi fica y sisternatica im
partida por Jesus. 1
Sin embargo, no existe ni un solo gramo de evidencia sustan
cial (ya sea hist6rica o bfblica) en cuanto a que fuera esa la forma
en que surgieron los evangelios; y hasta que no pueda comprobar
se de manera concluyente que dicha teoria es cierta, se deberfa
rechazar la misma como instrumento legftimo para interpretar las
Escrituras.
Robert Gundry, en su libro Matthew: A Commentary 01z His
Literary ancl Theological Art (Mateo: Comentario sobre su tecni
ca literaria y teo16gica) desarrolla una form a hibrida de crf tica de
la redacci6n. Aunque, a diferencia de muchos otros, defiende la
autorfa de Mateo (pp. 60922) y una fecha tradicional de composi
ci6n (pp. 599629), da por sentado que el evangelista utiliz6 una
metodologfa de edici6n particular que le hizo "apartarse de los
acontecimientos real es" (p. 623) y "materialmente alterar y embe
llecer las tradiciones historicas" (p. 639).
La mejor f orma de prevenir este error es no prestandole aten
ci6n. La cntica de la redaccion, o redaktionsgeschichte, es una
1. Robert Thomas y Stanley Gundry, Harmony of the Gospels (Chicago:
Moody. 1978). p. 287.
teoría sin demostrar y no debiera utilizarse para interpretar las Escrituras.
Actuaría usted prudentemente si se aparta de la lectura de autores que
utilizan este método interpretativo.
Juan Wycliffe era un erudito profundamente preocupado por la correcta
interpretación de la Biblia. Se le conoce con el apodo cariñoso del “Lucero
del alba de la Reforma”. Este profesor de Oxford del siglo XVI fue el
primero en liberar las Escrituras de las manos exclusivas de la jerarquía
catolicorromana y entregarla al hombre de la calle de su época.
Debido a su compromiso con la interpretación bíblica correcta —aunque
dicha interpretación diera al traste con siglos enteros de tradición—,
Wycliffe se convirtió en un enemigo de la Iglesia, y bien que no sufriera
el martirio como les sucedió a otros, cuarenta y cuatro años después de su
muerte natural la Iglesia exhumó su cuerpo. quemó sus huesos y esparció
sus cenizas en un río cercano. Antes de morir. Wycliffe escribía:
La Biblia que tenemos hoy en día ha llegado hasta nosotros, desde los
apóstoles. a través de múltiples generaciones de hombres como Juan
Wycliffe. los cuales se esforzaron, lucharon e incluso dieron sus vidas para
que los cristianos pudieran contar con la Palabra de Dios y comprender
correctamente lo que Él enseñaba.
Nos toca a nosotros ahora transmitir este maravilloso legado a la
siguiente generación. ¡De modo que interpretemos la Biblia con exactitud!
Preguntas para discusión
1. ¿Qué significa “actuar como editores de la intención divi
na”?
2. ¿De qué maneras abusa el embellecimiento de las Escrituras?
3. Lea Mateo 22:34-40 y explique por qué es ese popular con
cepto del amor a uno mismo resultado del embellecimiento.
4. ¿De qué maneras podemos reducir las posibilidades de caer
en el error del embellecimiento?
5. Defina lo que es metodologizar. ¿Con qué cuestión está rela
cionado a menudo este error?
6 . ¿Por qué resulta peligroso metodologizar?
8
Modernizar la Biblia
En The Great Evangélical Disaster (El gran desastre evangélico). el
fallecido Francis Schaeffer coloca lo importante en el estante más bajo de
la cuestión de la inerrancia. “Y yo volvería a preguntar —expresa :
¿Cambia realmente en algo la inerrancia nuestra manera de vivir todo el
espectro de la existencia humana?”
“¡No! —responde George Gallup . Vemos muy poca diferencia en
cuanto al comportamiento ético entre aquellos que van a la iglesia y los
que no son religiosos practicantes
Los niveles de mentira, engaño y hurto son notablemente semejantes en
ambos grupos.”
Aunque resulte asombroso, es cierto. Por ello en este capítulo trataremos
de otros varios errores corrientes en la interpretación, los cuales explican
en parte la causa del alarmante comentario de Gallup.
La mayoría de nosotros consideramos la destrucción de la Biblia por
parte del rey Joacim como algo inaceptablemente radical: Cuando Jehudí
había leído tres o cuatro planas dice la Escritura , lo rasgó el rey con un
cortaplumas de escriba, y lo echó en el fuego que había en el brasero, hasta
que todo el rollo se consumió sobre el fuego que en el brasero había (Jer.
36:23).
Pero hay otro peligro engañosamente aceptable para muchas
personas. De uno u otro modo se viola la intención de Dios con su
Palabra inerrante.
Un grupo de hombres le dijeron a Jeremías: “ Ruega ... para que
Jehová tu Dios nos enseñe el camino por donde vayamos, y lo que
hemos de hacer” (Jer. 42:1-3). Y el profeta volvió con las instruc
ciones de Dios al respecto: “ No vayáis a Egipto” .
Sin embargo, puesto que esa no era la respuesta que ellos de
seaban, se rebelaron y justificaron su desobediencia acusando a
Jeremías de mentiroso y marchándose a Egipto de todos modos
(Jer. 43:2-7). Así acomodaron la voluntad de Dios a la suya pro
pia.
El acomodamiento
El acomodamiento consiste en ver las Escrituras a través de los
lentes de la razón humana. Esto no tiene por qué adoptar la forma
de una negación de lo sobrenatural; también se manifiesta en la
práctica sutil de diluir el efecto completo de la Biblia para acomo
dar o excusar un comportamiento pecaminoso. Quizá todos haya
mos sido culpables de ello alguna que otra vez.
Hace varios años mi esposa tuvo la oportunidad de aconsejar a
una chica joven, estudiante soltera en una universidad cristiana,
que se había quedado embarazada. La joven vino a vernos a nues
tra casa y derramó su corazón ante mi mujer, quien me pidió a mí
que hablase con ella.
Yo le pregunté si se daba cuenta de que la relación que mante
nía era pecaminosa, y me quedé asombrado de su respuesta: “ No
hay ningún lugar en la Biblia — expresó— donde se diga que es
pecado, para dos personas que se aman, tener una relación física
fuera del matrimonio” .
Cierto que ningún versículo utiliza exactamente esas palabras,
pero de todos modos aquella chica había racionalizado las Escri
turas. El propósito de pasajes tales como 1 Tesalonicenses 4:3 —
“ Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis
de fornicación” — resulta muy claro (como también 1 Co. 7:2). El
amor físico fuera del matrimonio es pecado.
Hace algún tiempo, en cierta publicación religiosa, aparecía el
siguiente titular: “ El sexo fuera del matrimonio es aceptable para
un hombre y una mujer ancianos cuya situación económica no les
permite casarse” . Tal era la opinión sondeada entre el clero y los
laicos de una conocida denominación americana.
Un profesor de cierta universidad cristiana se divorció de su
esposa por otra mujer, acelerando la ruptura matrimonial con el
adulterio. Ahora, varios años después de aquello, pastorea una igle
sia que está experimentando crecimiento. Este hombre ha llegado
a la conclusión de que, puesto que su iglesia lleva fruto. Dios ha
confirmado lo correcto de su divorcio y nuevo matrimonio contra
rios a la Biblia.
Pero el fruto no es necesariamente una señal de la bendición de
Dios; a veces se convierte en una manifestación de su misericor
dia. Pensemos por ejemplo en Sansón: Dios lo usó poderosamente
a pesar de sus pecados (Jue. 14— 16). Esa es la prerrogativa sobe
rana del Señor, pero no siempre constituye una muestra de su agra
do.
En cada uno de esos casos se ha acomodado la enseñanza clara
de las Escrituras al estilo de vida deseado por el cristiano que ra
cionaliza su pecado. Se trata más bien de una cuestión de la volun
tad que de estar simplemente en posesión del conocimiento debido;
un caso en el que el obvio contenido bíblico debería dictar la for
ma de nuestro carácter cristiano.
La acomodación bíblica no difiere de la “ ética de situación” de
Joseph Fletcher, ya que argumenta que los absolutos deben ceder
cuando las situaciones personales lo justifican. Así, la perfecta
Palabra de Dios se deja a un lado para favorecer la voluntad hu
mana imperfecta.
Para m uchos, sin em bargo, las cuestiones morales son
inviolables, pero ¿qué de las actitudes y las emociones?
Considere por ejemplo Santiago 1:19-20: “ Por esto, mis ama
dos hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar,
tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de
Dios” ; o también: ‘‘Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol
sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo” (Ef. 4:26-27).
Todos nos sentimos tentados a acomodar nuestras explosiones
vesúbicas calificándolas de “ ira santa” , y justificamos el enojo
prolongado con expresiones tales como: “ No puedo resistirlo” , “ Se
lo merecen” o “ Es bueno darle salida” .
No pase esto por alto: un fin justo jamás excusa la utilización
de medios injustos. Un ministerio fructífero en la iglesia no dis
culpa un divorcio antibíblico, ni el amor justifica las relaciones
sexuales fuera del matrimonio. Como tampoco un agravio sufrido
es pretexto para la ira pecaminosa o una actitud de revancha.
Otra área de acomodación en auge es el desquite legal por un
daño que se nos ha infligido. Hace poco me reuní con un hombre
de negocios y un atleta profesional que habían formado sociedad
y perdido mucho dinero a causa de una serie de reveses financie
ros.
Ambos individuos se sentían traicionados, y uno de ellos esta
ba considerando seriamente entablar acciones judiciales. Sin em
bargo, basándose en la prohibición que hace 1 Corintios 6:1-7 de
los pleitos entre cristianos y la exhortación de Efesios 4:32 en cuan
to a perdonar como Cristo perdonó, uno de aquellos hombres re
mitió al otro cierta deuda monetaria de ocho cifras. También se
perdonaron el uno al otro por todas las malas reacciones expresa
das en actitud y palabra.
Se habían visto tentados a capitular — a acomodar las Escritu
ras— por la presión de nuestra sociedad, pero una vez que osaron
confiar en Dios y obedecerle, aunque perdieron, salieron ganan
do. Deseaban acatar aquello que sabían era lo correcto a los ojos
del Señor.
La mejor manera de protegerse contra este peligro real de la
acomodación, es familiarizándose con la Biblia mediante un tiem
po regular de estudio de la misma (Job 23:12). Luego dediqúese a
ser un hacedor de la Palabra (Stg. 1:22-25), ya que el actuar de
otro modo constituye pecado (Stg. 4:17).
Culturalizacion
Las demandas sociales crean una gran presión para “ reestudiar”
y “ reconsiderar” doctrinas consagradas por el tiempo, debido a
que éstas no llevan el paso con los tambores modernos. La
culturalizacion limita un pasaje a determinado momento de la his
toria o la cultura cuando en realidad dicho texto exigiría una apli
cación más amplia en el tiempo.
Algunos temas bíblicos susceptibles de ser objetos de esta clase
de error incluyen:
Los cultos para la unción de enfermos (Stg. 5:14-20)
El liderazgo del marido en el hogar (Ef. 5:22-24)
El cargo de anciano limitado a los varones (1 Ti. 2:11 -22)
1. Galgo, pero también el nombre de una compañía de autobuses. (N. del T.)
Piense, por ejemplo, en el tema del aborto. La pregunta clave
es: “¿Cuándo empieza la persona humana?” Varias evidencias bí
blicas apuntan a que es en el momento de la concepción —a me
nos, claro está, que se recurra a redefinir el término— .
Primeramente, en el terreno de las definiciones, la Biblia no
distingue entre un niño en el útero y otro que ya ha nacido. Las
palabras que se emplean en las Escrituras no hacen diferencia al
guna entre ambos.
Éxodo 21:4 y 21:22 son buenos ejemplos de ello. Yeled, la
palabra hebrea que significa “niño”, hace referencia a la vida
postnatal en el versículo 4, mientras que también se emplea para
“una mujer con niño” en el 22, aludiendo a la existencia antes
del nacimiento.
Se habla de Juan el Bautista como de un niño (brephos; Le.
1:41,44) en su período prenatal, y a los bebés asesinados en masa
por Faraón después de su nacimiento (Hch. 7:19) se les aplica el
mismo término.
Así que tanto para la cultura hebrea como para la griega, la
persona existía desde antes de nacer.
En segundo lugar, la concepción es el agente generador de la
depravación humana y ésta constituye la marca principal del esta
do de persona. Por tanto, se es persona desde el momento de la
fecundación. David declaró al respecto: “En pecado me concibió
mi madre” (Sal. 51:5); y Efesios 2:3 afirma que los hombres son
por naturaleza hijos de ira. Consecuentemente, las personas exis
ten desde el momento de la concepción.
En tercer lugar, Moisés argumentaba que una “vida quitada”
debía pagarse con la entrega de otra vida, en caso de que un niño
en la matriz muriera como consecuencia de algún daño sufrido
por la madre (Éx. 21:22-23). El principio de “vida por vida” sólo
podía imponerse si el niño no nacido era una persona.
Por último, una de las ordenanzas de la creación es que cada
especie se ha de multiplicar “según su género” (Gn. 1:24-25). Re
sultaría contradictorio sugerir que una persona pudiese procrear
algo que no fuera persona. La coherencia exige que el ser humano
engendre seres humanos; por tanto la persona comienza, lógica
mente, en la concepción.
Hay cristianos, sin embargo, que siguen afirmando que el ini-
ció <Jc la vida h u m ana tiene lu g ar en algún m om ento p o sterio r a la
fecundación del óvulo. De este modo redefinen el término perso
na con objeto de adaptarlo a sus ideas sobre el aborto. En realidad,
para decidir nuestra teología en relación con ese tema, el punto de
partida debería ser la definición bíblica de persona.
Examinemos algunos otros ejemplos prominentes, todos ellos
sacados del libro Self Esteem: The New Reformation, de Robert
Schuller, en el que su autor redefine los conceptos bíblicos de pe
cado, infierno y salvación.
“¿A qué me refiero cuando hablo de pecado? — pregunta
Schuller—. Respuesta: A cualquier condición o acto humano que
robe a Dios su gloria, despojando a uno de sus hijos de su derecho
a la dignidad divina” (p. 14). Sin embargo, el pecado se define de
diversas maneras en las Escrituras, tales como “no alcanzar la glo
ria de Dios” (Ro. 3:23, BLA), injusticia (1 Jn. 5:17) o infracción
de la ley (1 Jn. 3:4).
“¿Y qué es el infierno? —sigue diciendo— . Es la pérdida de
orgullo que la separación de Dios, quien constituye la fuente últi
ma e inagotable del respeto hacia sí misma de nuestra alma, trae
naturalmente consigo” (p. 14). Sin embargo, la Biblia describe el
infierno como un lugar, no como un estado anímico (Ap. 20: 14), y
también como una experiencia posterior a la muerte, no pertene
ciente a esta vida.
“¿Qué significa ser salvo? —dice entonces el doctor Schuller—
. Significa ser continuamente levantado del pecado (abuso psico
lógico de uno mismo con todas las consecuencias anteriormente
m encionadas) y la vergüenza, a la autoestim a y sus resultados, los
cuales glorifican a Dios, suplen la necesidad humana y son cons
tructivos y creativos” (p. 99). Sin embargo, la Biblia describe la
salvación de formas diversas tales como arrepentimiento del pe
cado (Hch. 2:38), creencia en la verdad acerca de Cristo (Ro. 10:9),
ser liberados por Dios de la potestad de las tinieblas y trasladados
al reino de Cristo (Col. 1:13). y vivificación con Jesús de aquellos
que están muertos en el pecado (Ef. 2:1,5).
El moderador de cierta mesa redonda televisiva preguntó a una
de las personas que participaban en ella: —¿Se salvan muchos
hombres por su predicación?
—Nosotros no utilizamos exactamente esa terminología —con-
testó su interlocutor—. No creemos que la gente esté perdida. Se
gún dijo Jesús, cada persona es un dios.
Aquí reconocemos en seguida el error de la demostración con
versículos. El texto al que se hacía referencia es Juan 10:34-36,
donde Jesús está citando el Salmo 82:6 y emplea la palabra dios
dentro del contexto de un pasaje relacionado con los jueces huma
nos, no con el Juez divino. Aquella mujer había evitado por com
pleto la necesidad de salvación que tiene el hombre, redefiniendo
el término “dios” fuera del contexto en que Jesús lo utilizó.
Otro ejemplo de redefinición tiene que ver con el uso de la ex
presión “mil años” o “milenio”, en seis ocasiones distintas (vv. 2-
7), en Apocalipsis 20. ¿Se refiere la misma a un período literal de
mil años o a otro indefinidamente largo pero que no puede calcu
larse? Toda la cuestión del premilenialismo, amilenialismo o
postmilenialismo se ve espectacularmente afectada por la respuesta
a esta pregunta.
Empecemos admitiendo que suele considerarse una regla bási
ca de la hermenéutica el que los números se acepten literalmente;
es decir, que los mismos representan una cantidad matemática a
menos que existan pruebas sustanciales que justifiquen otra cosa.
Esta máxima de la interpretación de cifras bíblicas se admite por
lo general como el punto de partida correcto.
Y la regla es válida para toda la Biblia, incluyendo el Apocalip
sis. Un estudio de los números en dicho libro apoya este argumento.
Por ejemplo: las siete iglesias y los siete ángeles del capítulo 1 se
refieren a siete congregaciones cristianas literales y a sus mensaje
ros; las doce tribus y los doce apóstoles tienen que ver con números
históricos reales (21:12, 14). Cuando se habla de diez días (2:10),
cinco meses (9:5), 1/3 de la humanidad (9:15), dos testigos (11:3),
42 meses (11:2), 1.260 días (11:3), doce estrellas (12:1), diez cuer
nos (13:1), 320 kilómetros (14:20. BLA), tres demonios (16:13) y
cinco reyes caídos (17:9-10), todos esos números se emplean en su
sentido natural. De las docenas de cifras que aparecen en Apocalip
sis, sólo dos (siete espíritus en 1:4 y 666 en 13:18) se utilizan deci
didamente de manera simbólica. Aunque esta línea de razonamiento
no demuestre que los “mil años” de Apocalipsis 20 deban tomarse
literalmente, sí descarga de otro modo el peso de la evidencia sobre
aquellos que discrepan de tal interpretación.
No sólo han de tom arse literalm ente los núm eros que aparecen
en el libro de Apocalipsis en general, sino de un modo especial
aquellos que se refieren al tiempo. Desde el capítulo 4 hasta el 20,
hay por lo menos veinticinco referencias a medidas cronológicas
de las que sólo dos demandan una interpretación distinta a su sen
tido literal y con las cuales no se utilizan números: el “día de la
ira” (6:17), que probablemente excederá de las veinticuatro horas,
y “la hora de su juicio” que sobrepasará al parecer los sesenta
minutos. Sin embargo, no hay nada en la expresión “mil años” que
sugiera una interpretación simbólica.
El siguiente punto es muy importante: nunca se utiliza en la
Biblia el término “año” acompañado de un adjetivo numérico si
no es como referencia al período de tiempo real que representa
matemáticamente. A menos que se aporten pruebas en sentido con
trario, Apocalipsis 20 no constituye la única excepción a esto de
todas las Escrituras.
Tampoco se usa en ninguna otra parte de la Biblia el número
mil en sentido sim bólico. A lgunos versículos tales com o Job 9:3;
33:23; Salmos 50:10; 90:4; Eclesiastés 6:6; 7:28; y 2 Pedro 3:8
han sido empleados para apoyar la idea de que los mil años del
texto en cuestión deben interpretarse simbólicamente; sin embar
go, tales esfuerzos son vanos, porque en cada uno de los versículos
mencionados el número mil se utiliza, en su sentido normal, para
hacer un énfasis marcado.
Tanto el número mil como sus diversas combinaciones se em
plean frecuentemente en ambos Testamentos. Nadie cuestiona la
respuesta a los 5.000 creyentes de Hechos 4:4, los 23.000 hom
bres muertos de 1 Corintios 10:8, o los 7.000 cadáveres de Apoca
lipsis 11:13. De igual manera, tampoco existe razón exegética
alguna para dudar del sentido literal de los mil años que se men
cionan en Apocalipsis 20.
A fin de que no cometa usted mismo esta equivocación ni sea
extraviado por el error de otros, he aquí algunas medidas sencillas
para protegerse:
Castellanización
A menudo podemos alejarnos mucho del sentido verdadero de un pasaje
por no consultar el idioma original en el que Dios dio su Palabra, y llegar
a conclusiones incorrectas formulando teología únicamente en función del
texto en. castellano. Eso es la castellanización, que hace del Diccionario
de la Real Academia —y no de Dios— la autoridad máxima en cuanto al
significado de los términos.
En cierta ocasión, una señora me escribió muy enfadada porque
determinado miembro del equipo ministerial de nuestra iglesia le había
dicho a su hija adolescente que necesitaba llegar a ser cristiana según la
Biblia. La mujer pasaba a decirme seguidamente en su carta que, de
acuerdo con el diccionario, “cristiano” es el que cree que Jesús es el Hijo
de Dios.
Luego explicaba cómo la educación de su hija le había enseñado a ésta
dicha verdad, y decía que era por tanto un insulto el sugerir que la chica
no fuese cristiana Resulta dramático, ya que la mujer tenía razón a medias,
pero el diccionario no la había llevado lo suficientemente lejos. Aquella
señora hubiera debido consultar su Biblia. La creencia intelectual por sí
sola no basta (Stg. 2:19), sino que para ser cristianos debemos recibir
asimismo por la fe a Cristo como Salvador y Señor (Jn. 1:12-13; Ro. 10:9-
13).
He aquí otro ejemplo de esto: la gente discute sin cesar sobre
si los cristianos tienen dos naturalezas o una sola, cuando en
realidad la palabra griega phusis (naturaleza) jamás se utiliza en el
Nuevo Testamento para describir el carácter o la condición de una
persona. La Biblia define constantemente a un individuo en
términos de “viejo hombre” o “nuevo hombre”. (Para un tratamiento
provechoso de la cuestión, véase Charles Smith, “Two Natures—
Or One?” — [¿Dos naturalezas o una?], julio/agosto 1983,
pp. 19-21).
Otro error, esta vez de anglicización, muy corriente y que tiene
enormes implicaciones, es la “confesión positiva”. Este movimien
to, en auge hoy en día, predica que “aquello que uno confiesa te
ner. lo posee”. En The Power o f Positive Confession ofG od’s Word
(El poder de la confesión positiva de la Palabra de Dios), Don
Gossett escribe: “Nuestras palabras son las monedas del reino de
la fe” (p. 27).
La supuesta base bíblica que dicho movimiento emplea para
respaldar la “confesión positiva” es Hebreos 4:14 (versión Reina-
Valera Actualizada): “Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote
que ha traspasado los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos
nuestra confesión”. Basándose en la palabra confesión, llegan a la
conclusión de que si repetimos o confesamos lo que la Biblia dice,
Dios estará obligado a damos aquello que pronuncian nuestros
labios; ya se trate de riquezas, salud o felicidad.
Enseñar la “confesión positiva” en función de Hebreos 4:14 es
atribuir al término confesión un sentido más amplio que el de las
palabras griegas homologeo y homología de las que es traducción.
En griego, confesar significa fundamentalmente “decir lo mismo”
o “concordar”. La confesión no es un truco verbal mágico que
empleamos para lograr que Dios nos conceda los deseos terrena
les de nuestros corazones.
Observe también cuidadosamente que la confesión de Hebreos
4:14 se refiere a nuestra expresión de fe en C risto (cp. Ro. 10:9;
asimismo He. 4:14 en la RV/60 y demás versiones castellanas). E
igualmente que, en su contexto. Hebreos 4:14 no está hablando de
Dios como proveedor de los bienes de este mundo, sino más bien
como Aquel que nos proporciona los beneficios espirituales tales
como la gracia y la misericordia en nuestros momentos de necesi
dad.
Jesús lo expresa así en Mateo 6:33: “Mas buscad primeramente
el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadi
das.” Hemos de interesamos por el nivel espiritual de la vida y
dejar que Dios administre el terrenal.
En el examen anterior de la “confesión positiva”, como supues-
tamente se enseña en Hebreos 4:14, hemos dado los pasos adecúa dos para
analizar una interpretación bíblica. Déjeme enunciar ahora dichos pasos:
Cabalización
El deseo de encontrar significados ocultos en las Escrituras, los cuales
sólo puedan ser comprendidos por aquellos que conocen el “código
secreto”, está resurgiendo rápidamente en el movimiento evangélico. La
cabalización tiene que ver con códigos numéricos supuestamente
disimulados en las palabras de la Biblia, o con significados verbales
ocultos, extraídos de sus vocablos y frases, que no deben entenderse en
el sentido literario y normal.
El estudio de las cifras ocultas —o gematría, como lo llamaban los
antiguos— está en auge en nuestros días y ha sido popularizado
recientemente por Jerry Lucas y Del Washburn en su libro
Theorematics: God’s Best Kept Secret Revealed (Teoremática: I.a
revelación del secreto mejor guardado de Dios). Estos autores tratan de
autenticar la Biblia mostrando la lógica de los supuestos valores
numéricos del alfabeto.
Sin embargo, como señala John J. Davis en Biblical Numerology
(Numerología bíblica), “todo este sistema se basa en una falsa premisa:
ya que no hay prueba alguna de que los hebreos del Antiguo Testamento
utilizasen su alfabeto de esta manera” (p. 149). Davis añade que la
gematría no aporta nada a nuestra comprensión de las Escrituras, y lo
único que hace es complicar la sencillez de la Palabra de Dios.
Otra utilización de los números en la interpretación bíblica, surge del
análisis computarizado de las Escrituras. Un ejecutivo de cierta empresa
de ordenadores, quien estudia seriamente la Biblia como pasatiempo
mediante la informática, llegaba a la siguiente conclusión
acerca del Apocalipsis: “El libro entero está en clave y cada
uno de sus códigos se explica en las Escrituras
. El libro de Josué es un modelo estructural del Apocalipsis.”
Si esto fuese verdad, significaría que hasta el advenimiento de
los ordenadores nadie habría podido comprender el Apocalipsis
de San Juan. Además, la promesa de bendición a los que entien
den y obedecen, que da Apocalipsis 1:3. no tiene sentido sino para
la pequeña élite que ha logrado descifrar dicha clave mediante la
informática.
Hace poco estaba yo hablando de Apocalipsis 13:18, y de la
identidad del Anticristo basándome en el número 666, cuando un
hombre me dijo que él había identificado numéricamente a la Bes
tia utilizando el siguiente análisis: la denominación del Papa en
latín es Vicarius Filii Dei\ y si se sustituyen las letras latinas por
sus equivalentes numéricos, la suma obtenida es 666.
Lo que aquí pretendemos no es identificar al Anticristo, sino
más bien expresar que esta interpretación mística del número 666,
utilizando las letras latinas, es cuando menos floja. Uno puede
convertir en Anticristo casi a cualquier persona, si emplea el nú
mero 666 como identidad del mismo y escoge arbitrariamente el
lenguaje y el sistema numérico adecuados para trabajar.
Yo no creo que la identidad del Anticristo pueda demostrarse,
en función del número 666. asignando valores numéricos a ningu
na serie de letras. En la Biblia, el seis representa simbólicamente a
la humanidad o la condición humana. Cuando se ponen tres seises
seguidos, en mi opinión, es la forma que Dios tiene de destacar la
completa humanidad del Anticristo. Así como el Señor enfatiza su
propia santidad con el clamor de los ángeles “Santo, Santo.
Santo”, también subraya la condición humana del Anticristo
mediante la triple repetición del número seis.
Probablemente la manifestación más corriente de cabalización
tiene lugar en privado, o en los estudios bíblicos caseros, y se in
troduce normalmente con la expresión: “Para mí este versículo
significa...” Todos sabemos cómo es: un determinado pasaje evo
ca algo en nuestro pensamiento o nuestra experiencia y llegamos a
creer que Dios lo ha escondido en el texto, aunque lo que significa
para nosotros contradiga el sentido normal que ha tenido dicho
pasaje desde los apóstoles.
Algunos llegan incluso a decir: “Creo que soy la primera perso-
na que lo ha comprendido”. Si piensa o escucha usted algo parecido, esté alerta
contra la cabalización.
Otra consecuencia de este error es lo que se conoce como el rhema de Dios.
Algunas personas de convicciones carismáticas han dado mucha importancia a la
diferencia entre los dos términos griegos que significan “palabra”: logos y rhema.
Según ellos, rhema es por lo general una palabra procedente de Dios que les
proporciona una comprensión del pasaje (logos), o un cierto modo de aplicarlo,
que nadie obtendría por ningún método normal de interpretación.
Sin embargo, en las Escrituras no existe base alguna para esta clase de
experiencia. Y son varias las razones:
Permítame concluir esta sección con un ejemplo más el cual adopta una
forma algo distinta. En los debates acerca de cuestiones bíblicas, yo siempre
trato de establecer primeramente la autoridad absoluta de las Escrituras como
Palabra plena de Dios. Y en cierta ocasión, un hombre me respondió diciendo
que en su tradición no creían que la Biblia contuviera las “palabras de Dios”,
sino más bien que comunicaba “la palabra de Dios”.
Lo que en realidad estaba diciendo era: “La Biblia procede en parte de Dios
y en parte de los hombres. Una porción de la misma es autorizada y otra mera
opinión humana. Debemos aceptar su mensaje dominante, pero no es necesario
creer todo lo que ella contiene.” Este hombre y otros como él (dentro de la
tradición neo-ortodoxa) creen poseer la capacidad de separar el trigo de la paja.
Hay supuestamente cierto sentido místico que señala cuál es la verdad y
desecha el error.
El doctor Martyn Lloyd-Jones, en su excelente libro titulado Authority
(Autoridad), hace una serie de preguntas pertinentes:
Legalismo
El letrismo es un error de interpretación, mientras que el legalismo
implica tanto una exégesis como una aplicación incorrectas. Este último
error supone hacer un énfasis excesivo en la letra de la Palabra de Dios a
costa de su espíritu (2 Co. 3:6).
Todo el libro de Malaquías fue escrito para un pueblo y un sacerdocio
que habían invalidado mediante el legalismo la esencia verdadera del culto
a Dios. Repetían rutinariamente las formas externas, pero nunca ponían su
corazón en ello. Desdeñaban al Señor con sus actividades egocéntricas y
autocomplacientes.
Los fariseos daban limosna (Mt. 6:2-4), oraban (6:5) y ayunaban (6:16-
18), pero sin ninguna recompensa eterna. Sus actividades impresionaban a
los hombres, que miraban lo externo, pero no a Dios, el cual examina los
corazones: “Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo
grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que
mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero
Jehová mira el corazón” (1 S. 16:7).
Cierto día, Samuel dejó a Saúl estupefacto con esta asombrosa
declaración: “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas,
como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el
obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención
que la grosura de los carneros” (1 S. 15:22; véase también Mi.
6:6-8). A Dios le importan mucho más los motivos que hay detrás
de la obediencia que las formas.
Hoy en día algunas personas juzgarían más o menos aceptable la
adoración según la clase de instrumentos musicales que se incorporasen a
ella o se excluyeran del culto. En los años 60 y 70, las guitarras no eran
aceptadas en muchas iglesias; mientras que algunas congregaciones
pensaban que si otros no las utilizaban la alabanza de éstos era inferior. La
verdad es que se puede adorar a Dios con una variedad sinfónica (Sal. 150)
o sin ningún instrumento en absoluto (Ef. 5:19-20). La clase de
instrumentos no tiene nada que ver con la verdadera adoración. Más
importante que ellos es la razón por la que se toca, lo que se toca y cómo
uno lo toca.
En Los Ángeles existe un movimiento de grupos caseros cuyos
valedores creen que es más espiritual adorar en los hogares que en los
templos. Para ellos se trata de una cuestión importante, y citan aquella
norma de las reuniones en casas que tenía la iglesia del primer siglo (Hch.
2:46; 5:42; 12:12; 20:20; Ro. 16:5; 1 Co. 16:19; Col. 4:15; Flm. 2; 2 Jn.
10).
En realidad, los hogares son sitios aceptables para congregarse, pero
existen otros lugares igualmente válidos tales como los montes (Lc. 6:12,
17), la orilla del mar (Mt. 13:1-2), las márgenes de los ríos (Hch. 16:13) y
los edificios públicos (Hch. 3:1). No hay ningún sitio en la Biblia donde se
haga una lista de lugares inaceptables.
Uno de los errores más graves del legalismo gira en torno a la versión
de la Biblia que se utiliza. Algunos, por ejemplo, condenan a cualquiera
que se atreva a sugerir que una versión distinta de la Reina-Valera pueda
considerarse como la Palabra fidedigna de Dios. Para los defensores a
ultranza de esta traducción de la Biblia, sólo hay dos versiones fiables
dadas por el Señor: los manuscritos originales de los profetas y apóstoles
y la traducción conocida como Reina-Valera.
No existe ninguna relación necesaria entre adoptar la versión Reina-
Valera de la Biblia y la inspiración de las Escrituras. Hay hombres
igualmente piadosos y eruditos en ambos bandos de este debate, los cuales
se adhieren vigorosamente a la interpretación histórica y ortodoxa de la
inerrancia y la infalibilidad de las Sagradas Escrituras.
La adopción de una determinada versión de la Biblia no tendría que
convertirse nunca en condición de ortodoxia teológica ni de comunión
eclesiástica. El creyente cuya lengua es el castellano debería seguir
utilizando una traducción precisa de las Escrituras tal como la Reina-
Valera de 1960, la Nueva Versión Internacional, o La Biblia de las
Américas.
Hay varias directrices que le ayudarán a no salirse por este desvío
espiritual:
El papel de la oración
Cuando un pasaje me resulta difícil, acepto el consejo que le dieron a
cierto hombre de una generación pasada.
H. A. Ironside refería una ocasión en la que visitó a cierto irlandés,
llamado Andrew Frazer, el cual había venido al sur de California para
recuperarse de una grave enfermedad.
Aunque bastante débil, el hombre abrió su gastada Biblia y comenzó a
exponer las profundas verdades de Dios de una manera que Ironside jamás
había escuchado; por lo que, muy conmovido por las palabras de Frazer,
le preguntó: “¿De dónde ha sacado usted esas cosas? ¿Podría decirme
dónde encontrar un libro que me las explique a mí? ¿Las aprendió en algún
seminario o universidad?” Aquel hombre enfermizo le dio una respuesta
que, según las palabras del propio Ironside, jamás habría de olvidar.
—Querido joven —le dijo—, yo he aprendido estas cosas de rodillas
sobre el suelo embarrado de una casita de tepe allá en el norte de Irlanda,
donde, con la Biblia abierta delante de mí, solía pasar horas postrado y
pedirle al Espíritu de Dios que revelase a Cristo a mi alma y abriera para
mi corazón la Palabra. Él me enseñó más allí de rodillas, que lo que jamás
hubiera podido aprender en todos los seminarios o universidades del
mundo.
La próxima vez que un pasaje difícil se cruce en su camino, cierre los
ojos y arrodíllese para orar. Luego, ¡divídalo con precisión!
Preguntas para discusión
Dogmatización
Los lógicos llaman a la dogm atización “razonamiento circu
lar’’, ya que en vez de empezarse con fragmentos individuales de
evidencia y sacar luego una conclusión, se parte de esta última y
se interpretan las pruebas a la luz de la misma; así se garantiza que
la conclusión a la que uno ha llegado se verá confirmada. Para el
estudiante de la Biblia, este error tiene lugar cuando interpreta con
rigidez las Escrituras utilizando una doctrina o una tradición pre
determinadas. Nadie, de la convicción teológica que sea, es inmu
ne a esta temible enfermedad.
Hace varios años participé en una serie de charlas radiofónicas
que exam inaban diversas escuelas de pensam iento sobre el
profetismo. Cierto radioyente llamó por teléfono para preguntar
lo que sigue a otro de los participantes: — ¿Cómo explica su siste
ma el pasaje de Daniel 9:24-27?
— No estoy seguro de lo que significan exactam ente esos
versículos — contestó su interlocutor— , pero sé que mi sistema es
correcto.
Ese es el clásico error que todos debem os evitar: si nuestro sis
tema doctrinal es acertado, permitirá una interpretación conocible
de pasajes específicos. Muy bien pudiera ser que la interpretación
correcta de Daniel 9:24-27 hiciera necesaria una revisión del sis
tema de aquel hombre.
Permítame ser más específico examinando el tema del “diez
mo”. Mucha gente aporta con fidelidad el diez por ciento de sus
ingresos porque creen que la Biblia enseña que debe diezmarse
hoy en día. A sus ojos, el cuestionar el diezmo lo convierte a uno
casi en un hereje.
Sin embargo, hay varias realidades bíblicas que escapan a la
atención de estas personas.
La primera de ellas es que el concepto mosaico de diezmo su
ponía el 23,5 por ciento de los ingresos de uno y no su 10 por
ciento. Había un diezmo anual para el Señor (Lv. 27:20-32) y otro
destinado a la nación (Dt. 12:10-19), aparte de otro más, cada tres
años, dedicado a los pobres (Dt. 14:28-29).
En segundo lugar, aunque en el Nuevo Testamento se mencione
ocho veces el diezmo, siempre aparece el mismo en un contexto
histórico; jam ás se ordena diezmar a los cristianos como norma de
aportación a la iglesia. La regla que se ofrece a las iglesias en las
epístolas (1 Co. 16; 2 Co. 8— 9) es más bien el “dar de gracia”. Lo
que demos es algo entre nosotros y Dios, según El nos haya pros
perado (1 Co. 16:2).
El error está en obligar a las Escrituras a pasar por el tamiz de la
doctrina, cuando más bien debería ser la Biblia el punto de partida
y la norma que conformase nuestras expresiones humanas de la
verdad de Dios y las purificara.
Los pretribulacionistas (entre los que me cuento) están a menu
do tan a n sio so s p o r d e m o stra r su arg u m en to que ven la
pretribulación en todo texto imaginable. A menudo se considera
Apocalipsis 4:1-2 como una prueba principal de esa doctrina; sin
embargo, si examinamos el pasaje, que describe la experiencia de
Juan, uno se pregunta cómo puede interpretarse el mismo como
una enseñanza acerca del arrebatamiento.
¿Entiende usted cómo es posible que los pretribulacionistas y
los postribulacionistas defiendan sus argumentos con la misma
vehemencia basándose en 1 Tesalonicenses 4:13-18? Pues esto es
debido a la dogmatización de dicho pasaje, o porque lo leen a la
luz de lo que ellos creen. En realidad, este importante texto enseña
claramente la verdad del “arrebatamiento” (1 Ts. 4:17, harpazo),
pero no da indicadores d efin itiv o s de tiem po. La relación
cronológica entre el arrebatamiento y la tribulación debe determi
narse por otros pasajes.1
Cada una de las partes en debate plantea el asunto teniendo ya
una conclusión preconcebida, y luego encajan los hechos para que
su idea parezca correcta. En realidad necesitan comenzar de nue-
Dispensacionalización
El dispensacionalismo es la escuela teológica que se identifica
corrientemente con la creencia en el arrebatamiento de los creyentes antes de la
Gran Tribulación y de la Segunda Venida de Cristo para introducir la era
milenial. (Si no conoce este enfoque teológico, permítame sugerirle el libro
Dispensacionalismo, hoy [Editorial Portavoz], de Charles Ryrie, una buena
introducción al tema.)
El error de la dispensacionalización está en enfatizar excesivamente las
variaciones de la economía divina de la redención a lo largo de la historia, y en
minimizar el inalterable trato de Dios con la humanidad según su carácter
inmutable.
Los dispensacionalistas hacen a menudo una distinción tan tajante entre la
ley y la gracia que parecen restar importancia a la autoridad de Dios en la ley,
o estar diciendo que hasta la primera venida de Cristo la gracia no existía;
cuando en realidad la gracia de Dios y la ley se han dado simultáneamente en
todas las actividades redentoras de la deidad.
La ley existía para Adán antes de Moisés (Gn. 2:16-17), y tam-
bién para Abraham (Gn. 26:5). Y lo mismo sucedía con la gracia
(Gn. 3:8-24). Si la Palabra de Dios es autorizada en nuestros días
acerca de los resultados de la desobediencia, entonces, en un sen-
tido am plio, los m andam ientos del Nuevo Testam ento son tam
bién “ley”.
A veces se ha hecho una distinción tan exageradamente enfáti
ca entre la ley y la gracia que algunos han acusado a los
dispensacionalistas de enseñar dos formas de salvación: la salva
ción mediante la ley antes de la cruz y la salvación por gracia
después del Calvario. En realidad la enseñanza de la Biblia es que
la salvación siempre ha sido por la gracia de Dios, aparte de la ley
o las obras. Todos los dispensacionalistas, si les preguntamos, es
tarán de acuerdo con esto.
En ocasiones los dispensacionalistas han enseñado que el Ser
món del Monte no es para hoy, ya que se dio antes del Calvario.
Sin embargo, todo lo que Jesús enseñó aquel día estaba basado en
el carácter santo de su perfectamente justo Padre celestial (Mt.
5:48). La exigencia del sublime sermón de Cristo es que pense
mos, hablemos y actuemos como Dios. Basta con observar que los
imperativos de conducta del mensaje de nuestro Salvador se repi
ten, todos ellos, en las epístolas neotestamentarias.
En el pasado algunos de los dispensacionalistas distinguían en
tre los términos reino de Dios y reino de los cielos. Pero Mateo
19:23-24 utiliza ambas expresiones indistintamente, como tam
bién Mateo y Marcos en relatos paralelos (Mt. 18:3; Mr. 10:15).
Por tanto, es mejor entender cielos como una metonimia —figura
retórica que utiliza el nombre de una cosa para indicar otra con la
que dicho nombre está asociado— . En vez de constituir dos térmi
nos distintos, el reino de Dios y el reino de los cielos tienen el
m ism o significado intencional.
Como dispensacionalista tomo en serio esta advertencia: jamás
deberíamos permitir que nuestro sistema coloreara injustificadamente
la interpretación que hacemos de los pasajes individuales de las
Escrituras. He aquí algunas pautas que nos ayudarán a todos:
1. Reconozca que las Escrituras enseñan una unidad redentora
basada en el carácter inmutable de Dios y en su plan de sal
vación determinado desde toda eternidad.
2. Aun creyendo que hay diversas dispensaciones o adminis
traciones de la gracia redentora de Dios, pregunte siempre:
“¿Dónde está esa línea fina que separa la diversidad de la
unidad?”
3. Cuando se distinga entre ambas cosas, realice una segunda
comprobación preguntando: “¿Se trata de una distinción de la Escritura o
de un contraste que exige mi sistema?
Compromiso de recibir
Primeramente, debemos recibir la Biblia como se predica; es decir,
como la Palabra absoluta, inmutable, inerrante e infalible de Dios.
Hablando a la iglesia de los tesalonicenses, Pablo expresa;
Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que
cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la
recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad,
la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes. (1 Ts.
2:13)
Compromiso de alimentarse
Sin embargo “recibir” la Palabra no basta. Hay mucha gente que
acepta dicha Palabra por lo que es: no discute si la Biblia es verdadera,
parcialmente cierta o creíble a medias. Ellos creen que la Escritura es la
Palabra de Dios, y no obstante usted no los reconocería como cristianos.
¿Por qué? Porque no han contraído un segundo compromiso que
descubrimos en la vida de Job.
Algunos puede que digan: “Dios ha bendecido mi vida. Él me ha dado
todo cuanto pudiera desear mucho más abundantemente de lo que sería
capaz de pedir o de entender.” Y sin embargo, hay otros que podrían
utilizar esa expresión actual de “estoy en las últimas”.
Pues bien, conozca a Job: él era un hombre que “estaba en las
últimas”. Su vida resultaba deprimente y le había deparado múltiples
desastres. “He aquí, me adelanto —dice—, y Él no está allí, retrocedo,
pero no le puedo percibir; cuando se manifiesta a la izquierda, no le
distingo, se vuelve a la derecha, y no le veo” (Job 23:8-9, BLA). Job
necesitaba desesperadamente ver a Dios pero no lo encontraba.
En su vida había habido muchas luces, pero cierto día esas luces se
apagaron y las sombras descendieron sobre él haciéndole buscar a tientas
la realidad de Dios. Sin embargo, en los versículos 10 y 11 vemos que
Job alberga una gran confianza en su corazón, cuando dice: “Pero Él
[Dios] sabe el camino que tomo; cuando me haya probado saldré como
el oro. Mi pie ha seguido firme en su senda, su camino he guardado y no
me he desviado.” Aquí tenemos a un hombre que no desesperaba de Dios
aun cuando lo peor se le viniera estrepitosamente encima.
“¿Por qué? —nos preguntamos— ¿Cuál era el secreto de Job?”
Pues al parecer Job había hecho en su vida el compromiso, no sólo
de recibir la Palabra de Dios, sino también de alimentarse de ella.
Observe lo que dice el versículo 12: “Del mandamiento de sus
labios no me he apartado, he atesorado las palabras de su boca
más que mi comida”. Tal era la dieta de Job. Así, cuando la vida se
le vino abajo, pudo decir: “Aunque miro y no veo, voy palpando y
no puedo asirlo, sin embargo tengo una gran confianza en Dios
porque he atesorado las palabras de su boca más que mi propia comida”.
Resulta triste ver a los cristianos ir sin dirección, no haciendo nada,
peleando por así decirlo con su propia sombra, y dando poco
fruto. Yo he llegado a una conclusión en cuanto a esos creyentes:
su declaración de fe no es necesariamente errónea, ni quiere decirse que
hayan abandonado sus creencias. Más bien se trata de que para ellos el
alimentarse de la Palabra de Dios no constituye una realidad personal;
por eso necesitamos comprometemos a comer de la Biblia. Si no nos
estamos nutriendo de la Palabra de Dios, no tendremos poder ni
llevaremos fruto.
Pedro exhortaba a la iglesia primitiva con estas palabras:
Compromiso de obedecer
Deberíamos recibir las Escrituras como los tesalonicenses, pero si eso
fuera todo no alcanzaríamos el objetivo. Si recibiésemos la Palabra de
Dios, y nos alimentásemos de ella diariamente como Job, pero no
fuéramos más allá, aún dejaríamos de obtener lo mejor de Dios. Hay
todavía un tercer compromiso para nosotros.
Me encanta lo que Dios dice de Caleb en Números 14. Los judíos
habían sido liberados de Egipto y se dirigían a la Tierra Prometida.
Estaban literalmente a unos pocos días de aquello que les había sido
negado durante siglos, cuando Moisés envió a doce hombres a
inspeccionar el país. Todos ellos vieron el mismo panorama,
experimentaron los mismos sentimientos y, en cierto modo, volvieron
esencialmente con el mismo informe: tenían un duro camino por delante.
“En la tierra vive alguna gente enorme — explicaron—, y no parece que
podamos entrar en ella alegremente y tomarla. No da la impresión de
que el enemigo vaya a huir de las ciudades sólo porque llegamos
nosotros.”
La mayoría de ellos (diez de los doce) dijeron: “Así es la tierra. Mejor
será que no la tomemos. Más vale acampar aquí donde nos
encontramos.” Sin embargo, hubo dos de ellos, Josué y Caleb, que
expresaron: “Estamos de acuerdo en que no va a ser fácil. Hay muchos
obstáculos que superar. Pero creemos que debemos entrar en la tierra
porque Dios dijo que Él estaría con nosotros.”
El contraste entre el informe de la mayoría y el de la minoría se centra
en Caleb en el versículo 24, donde Dios mismo dice: “Pero a mi siervo
Caleb...” (énfasis añadido). ¿Cómo llega uno a ser un siervo de Dios?
Caleb tenía un espíritu distinto: él seguía al Señor plenamente. No era
cristiano al 70 por ciento, ni tampoco al 80, ni al 90... Se trataba de un
cristiano al cien por cien, de un hombre que seguía sin reservas a Dios.
Eso es lo que deseo para nosotros: que recibamos la Biblia como Palabra
de Dios, al igual que los tesalonicenses; que nos alimentemos de ella
como Job, el cual la consideraba más importante que la comida física; y
que luego, como Caleb, la obedezcamos por entero.
Si no obedecemos, podemos robamos a nosotros mismos la seguridad
de la salvación; o esa desobediencia podría incluso significar que una
persona no es en absoluto hija de Dios. El apóstol Juan dice que existe
una relación directa entre la salvación y la obediencia a la Palabra divina:
“Pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios
se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice
que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Jn. 2:5-6).
Compromiso de honrar
No podía terminar sin decir lo que viene a continuación. En Nehemías
8 presenciamos una respuesta correcta a la Palabra de Dios. Aquella
gente no sólo recibía dicha Palabra, se alimentaba de ella y la obedecía,
sino que también la honraba. Nehemías 4:8 dice que Esdras, el escriba,
se puso sobre un pulpito de madera el cual habían construido para la
lectura de la Palabra de Dios, y a su lado estaban algunos otros. Esdras
abrió el libro a la vista de todo el pueblo, ya que se encontraba más alto
que ellos, y cuando lo hizo todos se pusieron en pie.
No era cosa trivial para aquel pueblo que se abriera la Palabra de Dios.
Para ellos constituía un momento sagrado, ya que abrían el libro santo,
el cual les revelaba al Dios supremo que los había llamado a una relación
especial consigo mismo. Así que tenían por costumbre levantarse
cuando se abría la Palabra de Dios.
El versículo 6 dice que Esdras bendijo al Señor, al gran Dios, y la
gente contestó: “¡Amén! ¡Amén!”. Luego se postraron y adoraron a
Jehová con el rostro en tierra.
Cada vez que se abre la Palabra de Dios nuestra respuesta debería ser
de adoración, ya que en las páginas del Libro se manifiestan la majestad
y la grandeza divinas. Sólo existe una reacción adecuada ante el Dios
vivo, y es la de humillamos y adorarle.
Los veinticuatro ancianos se postran delante del que está sentado en
el trono, y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y echan sus
coronas delante del trono, diciendo: Señor, digno eres de recibir la gloria
y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad
existen y fueron creadas. (Ap. 4:10-11)
Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de
la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al
que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la
gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Los cuatro seres vivientes
decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros
y adoraron al que vive por los siglos de los siglos. (Ap. 5:13-14)
John Wanamaker, uno de los más grandes comerciantes de Estados
Unidos, dijo en cierta ocasión: “Naturalmente he hecho grandes
adquisiciones de bienes durante mi vida ... y el edificio y los terrenos en
los que ahora estamos reunidos representan un valor aproximado de
$20.000 millones. Pero siendo un niño de once años de edad, allá en el
campo, fue cuando hice mi compra más importante: en la pequeña
escuela dominical de una misión adquirí de mi profesor una pequeña
Biblia de cuero rojo. El libro me costó $2.75. los cuales fui pagando en
pequeños plazos a medida que ahorraba. Aquella Biblia representó mi
adquisición principal, ya fue lo que hizo de mí esto que soy
actualmente.”
Después de aquella declaración, el New York Herald Tribune anunció
en titulares: ‘‘NEGOCIOS MILLONARIOS POSTERIORES
CONSIDERADOS DE POCA MONTA EN COMPARACIÓN CON
LA COMPRA DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS A LOS ONCE
AÑOS DE EDAD.”
La proclamación de la Palabra de Dios, la enseñanza de las Sagradas
Escrituras, no debe considerarse como cosa vulgar ni como algo que
simplemente hemos oído toda nuestra vida. Eso equivale a profanar el
Libro y a su Autor. Constituye un gran privilegio tener la Biblia en
nuestras manos, conocerla y comprenderla; recibirla, alimentamos de
ella y obedecerla. Dios nos pedirá cuentas de eso. Ojalá que seamos
como los judíos de la época de Esdras, y que cuando se abra el Libro
nuestros corazones se humillen y adoren al Dios vivo.
El fondo de la cuestión
Una vez leí cierto relato titulado “El diario de una Biblia”, que trata
de un ejemplar de las Escrituras que iba anotando el uso que hacía de él
su propietario.
Uno de los años registrados dice lo siguiente:
1. Lea Hebreos 4:12 e Isaías 44:6-8. ¿Qué nos enseñan esos pasajes
en cuanto a la autoridad de la Palabra de Dios?
2. ¿Cómo deberíamos conducirnos en vista de la autoridad de las
Escrituras?
3. Enumere cuáles son los cuatro pasos fundamentales de
compromiso con la Palabra de Dios. ¿Cómo contribuye cada uno
de ellos a una vida cristiana coherente?
4. Estudie 2 Timoteo 3:16-17 y explique cuáles son los ministerios
que realiza a nuestro favor la Palabra de Dios con la ayuda del
ministerio del Espíritu Santo.
5. Considere de qué maneras nuestra sumisión a la autoridad de las
Escrituras puede ayudarnos a interpretar con mayor exactitud.
Lecturas útiles
Braga. James. Cómo estudiar la Biblia. Miami: Editorial Vida.
1988.
Fuente. Tomás de la. Claves de interpretación bíblica. El Paso:
Casa Bautista de Publicaciones. 1957.
Hartill. J. Edwin. Manual de interpretación bíblica. Puebla.
México: Ediciones Las Américas.
LaHaye, Tim. Cómo estudiar la Biblia por sí mismo