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En la frontera de Uruguay con Brasil hay una pequeña localidad llamada Chuy, donde ha
encontrado refugio una comunidad de inmigrantes palestinos. Este colectivo, cuyo número es
difícil de calcular —aunque se estima en 500 personas— regenta comercios y cuenta con
instalaciones propias como un club social y una mezquita.
En el lado uruguayo viven unas 14.000 personas, y en la zona brasileña, unas 6.200. Es en este
lado de la calle es donde se encuentra la mayoría de los comercios palestinos, tiendas enormes
atiborradas de las más variopintas mercancías. Sus propietarios se sientan en la calle para
discutir el tema de actualidad. Conversan en árabe, aunque también hablan una mezcla de
español y portugués, y beben mate, la
bebida típica de Uruguay.
La situación de otros habitantes de la zona es similar, como la de Esmat Omar, quien se dice
“nacido y criado en Jerusalén”, pero con pasaporte brasileño y jordano. Su familia es dueña del
Supermercado Londres y de la tienda de ropa interior Freetime.
Nadie sabe a ciencia cierta cómo se fundó la comunidad palestina de Chuy, pero algunos evocan
la llegada del primer inmigrante en 1955. El boca a boca hizo el resto. Jamil Klait, estudiante
universitario de 23 años, es hijo de un libanés y una uruguaya y forma parte de la tercera
generación de inmigrantes en Chuy. Saluda en árabe a los vecinos con los que se va cruzando
en la calle, aunque no domina totalmente el idioma. “La solidaridad es la marca de Chuy”, dice,
donde hay “mucho intercambio cultural, una verdadera mezcla”. El enriquecimiento social es una
realidad gracias a los acuerdos de frontera entre Brasil y Uruguay, que han establecido una
especie de salvoconducto para moverse y trabajar libremente dentro de un radio de unos 20
kilómetros.