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HUMANOS
REALES EN CLAVE DE DERECHOS
I. Enfoque preliminar
La Argentina se encuentra entre los países en los que las mujeres tienen una participación limitada
que va del 10% al 19%. Según el Censo agrícola, 2002, que toma la FAO, el porcentaje en nuestro país
ascendía al 16,2%. Tengamos presente que, en este cuadro, la investigación del organismo
internacional se centra en un concepto de acceso a la tierra (holder) que no es equiparable a titularidad
de la propiedad sino, antes bien, al hecho concreto de gestionar y tomar decisiones respecto del
inmueble y los recursos agrícolas.
Por otra parte, según la OXFAM, los hombres poseen un 50% más de la riqueza mundial que las
mujeres y controlan el 86% de las empresas(12).
d) El derecho internacional de los tratados
Como lo destaca la ONU Mujeres en el Informe Anual 2017-2018: "Sin igualdad de acceso a activos
como la tierra, el empoderamiento económico de las mujeres es limitado. Para alcanzar la igualdad
generalmente es necesario aprobar leyes más enérgicas, así como cambiar los modos de pensar y los
comportamientos para poder llevarlas a la práctica"(13).
La Argentina cuenta en su legislación positiva con múltiples normas, tanto internacionales como
domésticas, que obligan al Estado nacional y a los estados provinciales y locales a promover el
empoderamiento económico de las mujeres, a concretar que se superen las barreras aún invisibles que
persisten y entorpecen su desarrollo, así como a prevenir, erradicar y sancionar la violencia que
padecen las mujeres en todas sus manifestaciones, incluida la económica y patrimonial. Así, en lo
específico, la ya mencionada Convención para la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación
Contra la Mujer (CEDAW) de rango constitucional, que fue concebida como una declaración de los
derechos humanos de las mujeres, hace tema de la garantía de igualdad entre hombres y mujeres en lo
atinente a la propiedad. Allí se lee: "Los Estados partes (...) En particular, le reconocerán a la mujer
iguales derechos para firmar contratos y administrar bienes" (art. 15, inc. 2°) y "Los mismos derechos a
cada uno de los cónyuges en materia de propiedad (...) goce y disposición de los bienes, tanto a título
gratuito como oneroso" (art. 16, inc. 1.h).
La Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer
(Convención de Belem do Pará, ratificada por la ley 24.632) establece, como uno de los deberes
actuales de los Estados parte, adoptar "medidas jurídicas para conminar al agresor a abstenerse de
hostigar, intimidar, amenazar, dañar o poner en peligro la vida de la mujer de cualquier forma que atente
contra su integridad o perjudique su propiedad" (art. 7°, inc. d]).
La Declaración y Plataforma de Acción de Beijing de 1995, emitida en el marco de la Cuarta
Conferencia Mundial sobre la Mujer de las Naciones Unidas, contiene el compromiso de los Estados de
"adoptar reformas legislativas y administrativas para proteger el derecho de la mujer al acceso pleno y
equitativo a los recursos económicos, incluido el derecho a la herencia, la posesión de tierras y otras
propiedades, el crédito, los recursos naturales y las tecnologías apropiadas".
e) La legislación nacional
En el plano local, la ley 26.485 de Protección Integral a las Mujeres (2009), que es de alcance
nacional y de orden público, se refiere a la necesidad de prevenir, erradicar y sancionar la violencia
contra las mujeres, incluyendo dentro de ese concepto a la violencia económica y patrimonial, a la que
define, en el art. 5°, inc. 4°, como: "La que se dirige a ocasionar un menoscabo en los recursos
económicos o patrimoniales de la mujer, a través de: a) La perturbación de la posesión, tenencia o
propiedad de sus bienes; b) La pérdida, sustracción, destrucción, retención o distracción indebida de
objetos, instrumentos de trabajo, documentos personales, bienes, valores y derechos patrimoniales; c)
La limitación de los recursos económicos destinados a satisfacer sus necesidades o privación de los
medios indispensables para vivir una vida digna; d) La limitación o control de sus ingresos, así como la
percepción de un salario menor por igual tarea, dentro de un mismo lugar de trabajo".
f) Necesidad de salir de la lógica binaria
En verdad, alcanzar la igualdad real entre varones y mujeres en todos los ámbitos de la existencia
requiere de la deconstrucción del sistema patriarcal y la concomitante construcción de otro modelo
cultural asentado en la equidad de género. Ese proceso de transformación, que sin duda estamos
transitando, requiere de políticas públicas activas que lo promuevan y consoliden. No puede pasarse por
alto que tales políticas constituyen una obligación asumida por el Estado en el orden internacional.
Obsérvese que la Argentina se comprometió a tomar medidas para "Modificar los patrones
socioculturales de conducta de hombres y mujeres con miras a alcanzar la eliminación de los prejuicios
y las prácticas consuetudinarias y de cualquier otra índole que estén basadas en la idea de la
inferioridad o superioridad de cualquiera de los sexos o en funciones estereotipadas de hombres y
mujeres" (CEDAW, art. 5°, inc. a]).
En la Convención Interamericana de Belem do Pará, nuestro país asumió el deber de adoptar, en
forma progresiva, medidas específicas, inclusive programas para: "modificar los patrones socioculturales
de conducta de hombres y mujeres, incluyendo el diseño de programas de educación formales y no
formales apropiados a todo nivel del proceso educativo, para contrarrestar prejuicios y costumbres y
todo otro tipo de prácticas que se basen en la premisa de la inferioridad o superioridad de cualquiera de
los géneros o en los papeles estereotipados para el hombre y la mujer que legitimizan o exacerban la
violencia contra la mujer" (art. 8°, inc. b]).
Puesto en crisis el sistema patriarcal —los movimientos de mujeres han sido centrales en este
proceso— y aceptado que es necesario promover desde el Estado un renovado paradigma de DD.HH. y
de género, en ese recorrido de mutación, se requerirán medidas de discriminación positiva en beneficio
de las mujeres. Así lo exige el art. 75, inc. 23, de la CN: "Corresponde al Congreso: (...) Legislar y
promover medidas de acción positiva que garanticen la igualdad real de oportunidades y de trato, y el
pleno goce y ejercicio de los derechos reconocidos por esta Constitución y por los tratados
internacionales vigentes sobre derechos humanos, en particular respecto de los niños, las mujeres, los
ancianos y las personas con discapacidad". En la misma sintonía, el art. 4° de la CEDAW dispone en su
inc. 1°: "La adopción por los Estados partes de medidas especiales de carácter temporal encaminadas a
acelerar la igualdad de facto entre el hombre y la mujer no se considerará discriminación en la forma
definida en la presente convención, pero de ningún modo entrañará, como consecuencia, el
mantenimiento de normas desiguales o separadas, estas medidas cesarán cuando se hayan alcanzado
los objetivos de igualdad de oportunidad y trato".
En lo concerniente a la cuestión específica del acceso de las mujeres a la propiedad de la tierra y, en
general, a la de los diferentes bienes que contribuyen a su empoderamiento económico —tópico vital en
el proceso de desarrollo hacia una igualdad real— será en principio legítima toda ventaja diferencial
razonable que el Estado disponga en beneficio de las mujeres. Por ejemplo, programas específicos de
acceso a la vivienda, créditos gratuitos o de tasa blanda, exenciones tributarias, subsidios no
reintegrables, etc., destinados exclusivamente a las mujeres o, en especial, a colectivos de mujeres en
situaciones de particular vulnerabilidad.
De todos modos, nos quedaríamos a mitad de camino en el análisis si pasáramos por alto una
mirada fundamental en toda reflexión relativa al derecho y al género. Nos referimos a que el patriarcado,
en el que hemos sido culturalizados/as, parte de la lógica binaria varón-mujer, exhibiendo como modelo
a seguir el de la pareja heterosexual; relegando y subvaluando como expresiones humanas y dinámicas
relacionales las múltiples identidades de género y las diferentes sexualidades que no se corresponden
con el citado arquetipo. En efecto, es altamente significativa la discriminación que sufre el colectivo
LGBTIQ —sigla que representa a las personas lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, intersexual,
queer—, por lo que también resulta fundamental que el Estado articule políticas y acciones orientadas a
disminuir la estigmatización, a fin de que alcancen un ejercicio pleno de los derechos humanos. En el
sistema interamericano, fue un hito trascendente la sentencia de la Corte IDH en el caso "Atala Riffo,
Jaqueline Karen y niñas vs. Chile", del 24/2/2012, su primer pronunciamiento en un caso que
comprometía la responsabilidad internacional del Estado chileno por vulneración a los derechos de las
personas con sexualidades no hegemónicas o disidentes.
Al respecto, la República Argentina dio un paso histórico en pos de la eliminación del patrón binario y
este tipo de discriminación —de orientación sexual o elección de género— a través de la sanción de
las leyes 26.618, de Matrimonio Igualitario (2010) y 26.743 (2012), de Identidad de Género y la
renovada legislación sobre el derecho de las familias en el Cód. Civ. y Com. Sin embargo, queda mucho
por deconstruir culturalmente para conformar una sociedad más inclusiva que se desprenda de sus
manifestaciones homofóbicas. No soslayemos que las desigualdades de hecho que padece el colectivo
LGBTIQ tienen también repercusión en el plano patrimonial, debido a las dificultades en el acceso al
trabajo, que empuja a estas personas hacia la marginalidad.
En síntesis, no se puede abordar el estudio del derecho de propiedad y, obviamente, uno de sus
capítulos, el de los derechos reales, sin reparar en que a la desigualdad estructural existente en la
distribución de la riqueza y los bienes en general, que se relaciona con la marginalidad y la pobreza, se
añaden otras causas que provocan mayor vulnerabilidad, como lo es el hecho de ser mujer o pertenecer
al colectivo LGBT.
§ 13. Tesituras que niegan la diferencia entre los derechos reales y los personales
Al dualismo clásico, "derechos reales-derechos personales", se opusieron dogmáticas monistas
elaboradas sobre la idea de que no existen diferencias de esencia entre ambas categorías. Por un lado,
el monismo personalista y por el otro, el monismo realista.
a) Monismo personalista
El monismo personalista fue difundido en los albores del siglo XX por Marcel Planiol, aunque en ese
tiempo la cuestión no se presentaba novedosa pues esas ideas ya habían sido años antes desarrolladas
y rebatidas por juristas como Freitas o Savigny.
Se postuló desde esta concepción que todos los derechos subjetivos podían catalogarse como
personales, ya que, incluso en los derechos reales, existiría un sujeto deudor, en el caso, los miembros
de la comunidad toda, obligados a una prestación de "no hacer", consistente en abstenerse de realizar
actos lesivos, respetando al titular del derecho el ejercicio de sus potestades, p. ej., no despojar al
dueño de un inmueble. Esta tesitura podía hallar cierto sustrato en Kant, desde cuya filosofía no se
conciben relaciones jurídicas sino entre personas, ya que para él "el derecho es inseparable de la
facultad de obligar"(37). En ese marco conceptual, se aludió a la denominada "obligación pasiva universal"
y en 1900 se publicó en la Universidad de París la tesis de doctorado de H. Michas titulada "El derecho
real considerado como una obligación pasivamente universal".
Como se ha destacado(38), Savigny ya había censurado la idea de que el deber de respetar y
reconocer la propiedad en otro calificase en rigor técnico como obligación, en el sentido con que se
utilizara la expresión en el derecho romano. En igual sentido Freitas, en su Introducción a la
Consolidación de las Leyes Civiles (1869), acaso con mayor claridad, ya había distinguido
perfectamente el deber de abstención que afecta a la masa entera de las personas en todos los
derechos absolutos, por un lado y, por el otro, a la obligación de no hacer correspondiente a los
derechos personales, especificando que en esta última el deudor "se priva del ejercicio de un derecho
que tenía", renuncia voluntariamente a este en favor del acreedor; privación que no está presente en el
primero.
En definitiva, la pretendida "obligación pasiva universal" en los derechos reales, que consistiría en
que cada uno de los integrantes de la comunidad se abstenga de obstaculizar o perjudicar los derechos
ajenos, no puede catalogarse en pureza científica como una obligación que tenga por objeto una
prestación de no hacer. Esta imposición de respeto entraña en verdad una exigencia general de
convivencia humana que tiene correlación con el deber genérico de no dañar a los demás y, por otra
parte, aquella está presente no solo en los derechos reales, sino también en los derechos personales,
ya se trate de obligaciones de dar, hacer o de no hacer.
b) Monismo realista
El monismo realista, que no ha tenido prácticamente predicamento, sostiene que todos los derechos
subjetivos pueden encuadrarse como derechos reales; que al igual que en estos, en los derechos
personales también existe relación entre una persona y una cosa. Se trataría de la relación que vincula
a la persona del acreedor con el patrimonio correspondiente al deudor y se recrea la tesitura
invocándose el principio general del derecho privado según el cual el patrimonio del deudor es la
garantía o prenda común de sus acreedores. Algunos de sus exponentes han sido Saleilles (1889),
Gaudemet (1898), Jallu (1902) y Gazín (1910), Rocco y Pacchioni.
Se objeta a esta concepción que, para arribar a sus conclusiones, sus exponentes se posicionan
exclusivamente en el modo anormal de acceso al crédito por parte del acreedor, que es el de la agresión
de los bienes del deudor a través del embargo y la ejecución judicial y que no tiene en consideración el
modo normal de extinción del crédito, que es el cumplimiento voluntario por parte del deudor, a través
del pago.
Se añade que la persona del deudor no es indiferente al acreedor. Cualquiera que haya tratado de
tomar un préstamo, aun con garantía hipotecaria, en un banco, por ejemplo, habrá podido advertir que lo
normal es que este solo se conceda si quien lo requiere acredita que su flujo de ingresos líquidos
mensuales será suficiente para afrontar la cuota mensual. Es que, en el caso del ejemplo, a la entidad
financiera, antes que transitar por un proceso judicial de ejecución que conlleve la subasta del inmueble
gravado con la hipoteca, le interesará el pago íntegro y espontáneo. De otro lado, las condiciones
personales del deudor son insustituibles en las obligaciones intuitu personae (art. 881, Cód. Civ. y
Com.); p. ej., si encargo una historieta a Maitena, será determinante para mí como acreedora que sea
esta dibujante y no otra quien ejecute la obligación.
Se suma que la expresión que en algunas oportunidades se emplea, en cuanto a que el patrimonio
del deudor constituye la prenda común de los acreedores, de ningún modo significa que se considere
constituida formalmente una garantía real prendaria sobre las cosas o derechos del deudor; la frase
remite en esencia a una mera y simple licencia idiomática.
Por último, la tesis monista realista no podría dar respuesta al hecho de que el derecho personal, si
fuese un derecho real, se extinguiría si desaparecieran todos los bienes del deudor, ya que la
destrucción del objeto del derecho real constituye uno de sus modos extintivos (art. 1907, Cód. Civ. y
Com.).
§ 14. Clasificación de los derechos subjetivos por su oponibilidad y contenido
Por sus derivaciones prácticas, que son las que facilitan el entendimiento de la disciplina, también
destacamos la clasificación que basa la distinción en la oponibilidad de los derechos y en su contenido.
En cuanto a la oponibilidad, los derechos subjetivos pueden ser absolutos o relativos. Un derecho es
absoluto cuando puede hacerse valer frente a todas las personas, es decir, tiene oponibilidad erga
omnes. En cambio, un derecho es relativo cuando puede exigirse únicamente a alguna o algunas
personas en particular, determinadas o determinables.
En lo que atañe al contenido, la distinción se asienta en la naturaleza económica. Son derechos
subjetivos patrimoniales los que tienen contenido económico, mientras que son extrapatrimoniales, en
contraposición, los que carecen de aquel.
§ 26. Quid del tanteo o preferencia con retracto como derecho real no enumerado por el
art. 1887, Cód. Civ. y Com.
En la doctrina, los Alterini postulan que el art. 1887 del Cód. Civ. y Com. habría silenciado el derecho
real de tanteo (preferencia) con retracto, consistente "en el derecho real que otorga a su titular la
facultad de ser preferido en la adquisición de otros derechos reales y que conlleva la facultad de
recuperar la cosa (retracto), incluso de terceros, si en la enajenación no se respetó la preferencia del
beneficiario". Fundamentan su posición en lo previsto por el art. 1166 del Cód. Civ. y Com. según el
cual, si a una compraventa de cosa registrable, entre los que se encuentran los inmuebles, se añade un
pacto de preferencia, este es oponible a terceros interesados si resulta "de los documentos inscriptos en
el registro correspondiente, o si de otro modo el tercero ha tenido conocimiento efectivo". De este modo
infieren "que el tercero adquirente que conociendo el pacto compró cuando no se les había comunicado
la oferta a los beneficiarios, está expuesto a la recuperación del inmueble por el vendedor"(78).
Supongamos, p. ej., que Juana, en calidad de compradora, celebró con Nahuel, en calidad de
vendedor, un contrato de compraventa respecto de una casa (un inmueble edificado). Por otra parte,
que en ese contrato estipularon que, si en el futuro Juana decidía vender esa casa, Nahuel tendría un
derecho de preferencia para comprarla, para lo cual, Juana debía comunicarle oportunamente su
decisión de vender y todas las particularidades de la operación. Anoticiado de la decisión de venta,
Nahuel tendría diez días para ejercer su derecho de preferencia. Sin embargo, y a pesar de ese pacto,
Juana vende la casa a Pedro sin realizar la comunicación a Nahuel ni permitirle, por cierto, el ejercicio
de su derecho de preferencia.
En vigencia del Cód. Civil anterior, al pacto de preferencia en la compraventa solo se le reconocían
efectos personales. Su art. 1394 disponía: "El comprador queda obligado a hacer saber al vendedor el
precio y las ventajas que se le ofrezcan por la cosa, pudiendo al efecto hacer la intimación judicial; y si la
vendiese sin avisarle al vendedor, la venta será válida; pero debe indemnizar a este todo perjuicio que le
resultare"(79). En el ejemplo que esbozamos, Pedro no estaba expuesto a una reivindicación promovida
por Nahuel y, por lo tanto, a la extinción de su dominio, ya fuera por efecto de una nulidad de su título de
adquisición o de la revocación de su dominio.
La solución del art. 1166 del Cód. Civ. y Com. importa un cambio sustancial, comparada con la del
Código de Vélez, porque de acuerdo con el nuevo ordenamiento, el pacto de preferencia es oponible "a
terceros interesados si resultan de los documentos inscriptos en el registro correspondiente, o si de otro
modo el tercero ha tenido conocimiento efectivo".
Volviendo al ejemplo sobre el que estamos trabajando con fines didácticos, de acuerdo con el nuevo
Código, Pedro está expuesto a la acción que Nahuel pudiere intentar para recuperar la casa, como
beneficiario de la preferencia.
Si bien es cierto que en el Cód. Civ. y Com. el pacto de preferencia introducido como cláusula a una
compraventa otorga al derecho del vendedor efectos claramente reipersecutorios —característica que
atañe a los derechos reales y solo por excepción a los derechos personales— pensamos que este
derecho de preferencia o tanteo —como también suele denominárselo— no es un derecho real.
En efecto, como primera aproximación, el art. 1887 del Cód. Civ. y Com. no lo enumera dentro del
catálogo de los derechos reales permitidos y aunque este silencio no resulta determinante, al menos
resulta revelador de la intención de quienes legislaron de no darle esa caracterización; a lo que se
añade que el derecho de tanteo carece de un marco regulatorio específico que sí tienen los derechos
reales previstos en la citada norma.
Por otro lado, una interpretación armónica del caso examinado, juntamente con otras situaciones
jurídicas reguladas por el Cód. Civ. y Com., que también se refieren al derecho de preferencia, nos
persuade de que el contemplado en los arts. 1165 y 1666 no constituye un derecho real. Así, p. ej., el
art. 1182 le atribuye naturaleza obligacional a la preferencia pactada en el contrato de suministro. Y en
lo que atañe específicamente al universo de los derechos reales en los conjuntos inmobiliarios, el art.
2085 del Cód. Civ. y Com. establece, en relación con la transmisión de unidades, regula el derecho de
preferencia en beneficio del consorcio o de otros propietarios como un derecho personal. Se lee en esa
norma: "El reglamento de propiedad horizontal puede prever limitaciones pero no impedir la libre
transmisión y consiguiente adquisición de unidades funcionales dentro del conjunto inmobiliario,
pudiendo establecer un derecho de preferencia en la adquisición a favor del consorcio de propietarios o
del resto de propietarios de las unidades privativas". Sobre esta norma, las XXVI Jornadas Nacionales
de Derecho Civil (La Plata, 2018) declararon: "El derecho de preferencia previsto por el art. 2085 del
CCyC es un derecho personal y no tiene plazo de caducidad o vigencia" (80) e incluso, por mayoría, se
declaró en ese mismo simposio, a propósito del citado art. 2085, que "El derecho de preferencia no tiene
efectos reales, sino meramente personales (arts. 997 y 998 del CCyC) —derecho de daños—. No se
aplican a este supuesto las normas de preferencia en la compraventa que constituyen un dominio
revocable"(81). Una minoría consideró, en relación con los efectos del derecho de preferencia del art.
2085, que "Es un derecho personal con efectos reales, porque el reglamento integra el título y tiene
suficiente publicidad registral"(82).
Lo que queremos significar es que si el derecho de preferencia pactado en la compraventa de
inmuebles o muebles registrables a favor del comprador y exclusivamente en beneficio de este —ya que
la preferencia le es absolutamente personal, intransmisible hasta por vía hereditaria (art. 1165, Cód. Civ.
y Com.)— fuese un derecho real, la solución legal no guardaría sintonía con el resto del ordenamiento
patrimonial y hasta confrontaría con el único supuesto en el que este recibe tratamiento en el ámbito de
los derechos reales —el de los conjuntos inmobiliarios, art. 2085, Cód. Civ. y Com.—.
Acaso un argumento que inclina la balanza y otorga definitiva convicción a la tesitura de que el
derecho de preferencia o tanteo del art. 1166 del Cód. Civ. y Com. es un derecho personal y no un
derecho real, radique en la brevedad y perentoriedad que lo caracteriza. Efectivamente, el ejercicio del
derecho de preferencia está sujeto a un plazo máximo de 5 años, en el caso de los inmuebles, y de 2
años si se trata de muebles (art. 1167, Cód. Civ. y Com.), a contar desde la celebración del contrato. Ya
hemos señalado que el derecho real tiene vocación de permanencia en el tiempo y el lapso acotado a
que la legislación subordina su ejercicio no tiene correspondencia con esta cualidad propia del derecho
real.
En definitiva, pensamos que el derecho de preferencia, como pacto añadido a una compraventa
inmobiliaria o cuyo objeto es un mueble registrable, constituye un derecho personal.
No obstante, y como se concluyó por mayoría en las XXVI Jornadas Nacionales de Derecho Civil (La
Plata, 2018) —conclusión IX.d— se trata de un supuesto de dominio revocable. Efectivamente, quien
adquiere el dominio, p. ej., de un inmueble, de cuyos antecedentes dominiales surja un derecho de
preferencia de ejercicio no vencido —el máximo legal es cinco años— habrá adquirido un dominio
revocable por estar sujeto a una condición resolutoria (arts. 1165, último párr., 1965 y ss., Cód. Civ. y
Com.).
En el ejemplo que utilizamos, el dominio de Pedro se extinguirá si Nahuel ejerce su facultad y cumple
con las demás exigencias a su cargo en cuanto a reconocer a Juana todas las condiciones que Pedro le
había ofrecido, por ej., en cuanto a precio, plazo, etc. (art. 1165, segundo párr., Cód. Civ. y Com.).
CAPÍTULO IV - ADQUISICIÓN
DE LOS, TRANSMISIÓN , EXTINCIÓN Y OPONIBILIDAD
DERECHOS REALES
§ 39. Metodología del Código Civil y Comercial
A diferencia del Código derogado, el Cód. Civ. y Com. incluye un capítulo que contiene las normas
generales sobre adquisición, transmisión, extinción y oponibilidad de los derechos reales, gobernadas
por el orden público. Se trata del capítulo 2, del título I, del Libro cuarto. Más allá de estas disposiciones
generales, que son medulares y se aplican a todos los derechos reales del catálogo permitido, las reglas
aquí enunciadas se articulan y complementan con otras preceptivas del ordenamiento con las que están
ligadas y con las definiciones específicas de cada derecho real, como se verá a continuación.
c) Abuso de confianza
Este vicio, común a las cosas muebles e inmuebles, existe en los casos en que una persona recibe
una cosa con la obligación de restituirla. Ese tenedor, quien debe restituir la cosa (art. 1940, inc. c]), no
solo no lo hace, sino que además intervierte el título de la relación de poder y comienza a comportarse
como poseedor de la cosa, ejerce actos de exclusión del poseedor y lo consigue. P. ej., cuando se
entrega una cosa mueble en depósito y el depositario la ofrece a embargo o la pone en venta como si
fuera propia.
a) Violencia
Existe violencia en la posesión o en la tenencia cuando la relación de poder sobre el inmueble es
adquirida por vías de hecho a través de la violencia física o la violencia moral. Debe atenderse a la
caracterización de la violencia como vicio de la voluntad que consta en el art. 276, Cód. Civ. y Com. Así,
que la violencia comprende: la "fuerza irresistible y las amenazas que generan el temor de sufrir un mal
grave e inminente que no se puedan contrarrestar o evitar en la persona o bienes de la parte o de un
tercero". En el mismo sentido, lo previsto por el art. 277, en cuanto a que el "autor de la fuerza
irresistible y de las amenazas puede ser una de las partes del acto o un tercero". Así, el vicio de
violencia puede provenir de quien realiza el despojo o ser provocada por un agente suyo, e incluso por
un tercero, siempre que el primero ratifique —expresa o tácitamente— el proceder de estos últimos. En
otro orden, la violencia puede ser sufrida por el poseedor o por el tenedor.
Así, p. ej., se adquiere la posesión con el vicio de violencia si una o varias personas ingresan a un
inmueble a los tiros para que se retiren los ocupantes, se lo logra y a partir de allí se inicia la posesión.
b) Clandestinidad
La idea de clandestinidad puede ser extraída por oposición a la posesión exigida para la prescripción
adquisitiva, esto es, que debe ser ostensible (art. 1900). Valen como ilustrativas las precisiones que
establecía el Cód. Civil en sus arts. 2369 y 2370. Así, cuando los actos por los cuales se adquirió la
posesión o la tenencia fueron ocultos; o se adquirió adrede en ausencia del poseedor o con
precauciones para sustraerla al conocimiento de los que tenían derecho de oponerse.
No existe clandestinidad por la sola circunstancia de que el poseedor a quien se afecta no haya
tomado conocimiento efectivo de la ocupación del poseedor o tenedor, porque basta para desechar el
vicio que el afectado haya podido conocer esa situación de hecho.
c) Abuso de confianza
Nos remitimos a lo que dijimos al abordar este vicio en las cosas muebles. Al igual que en el caso de
las cosas muebles, también hay una interversión del título y quien tenía la obligación de restituir el
inmueble realiza actos que exteriorizan la exclusión del anterior poseedor y logran desplazarlo de la
relación de poder. P. ej., el inquilino de un departamento que se arroga la calidad de propietario
comienza a realizar actos materiales que modifican su estructura interna, niega el ingreso al titular, lo
alquila a un tercero a pesar de estar vedado en el contrato y, en fin, logra desplazar al poseedor de la
relación con la cosa.
§ 67. Titular
Pueden ser titulares de dominio tanto las personas humanas como las jurídicas. No obstante, rigen
las limitaciones por razones de extranjería establecidas por la ley 26.737 por razones de interés público.
§ 68. Objeto
El dominio solo puede tener por objeto cosas, muebles o inmuebles. No es dominio la propiedad,
aunque exclusiva, que tiene por objeto bienes de contenido económico que no son cosas.
Ese tipo de propiedades, no identificables con el derecho real de dominio del Cód. Civ. y Com.,
suelen designarse como propiedades inmateriales y se rigen por sus respectivos ordenamientos legales.
Así, la propiedad intelectual (ley 11.723); la propiedad industrial y de patentes de invención (ley 24.481);
la propiedad de marcas y designaciones (ley 22.362); la propiedad de los dominios de Internet (res.
654/2019 del Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto), etcétera.
§ 69. Ausencia de una definición legal abarcadora de todas las especies de dominio
A diferencia del Cód. Civil derogado (art. 2506) y del Proyecto de 1998 (art. 1882), el Cód. Civ. y
Com. omite una definición del dominio que abarque a las distintas clases de dominio. Sí lo hace, en
particular, para cada una de dichas clases: perfecto o imperfecto (arts. 1941 y 1946, respectivamente).
Creemos de todos modos que la definición del art. 1941 puede comprender al dominio imperfecto, como
lo explicaremos infra.
§ 70. Clasificación del dominio
a) Clasificación del dominio de las personas particulares
El dominio de los particulares puede ser perfecto o imperfecto.
El Cód. Civ. y Com. define al dominio perfecto como el "derecho real que otorga todas las facultades
de usar, gozar y disponer material y jurídicamente de una cosa, dentro de los límites previstos por la ley"
(art. 1941).
Por su parte, el art. 1946 puntualiza: "El dominio es imperfecto si está sometido a condición o plazo
resolutorios, o si la cosa está gravada con cargas reales".
El dominio se presume perfecto, salvo prueba en contrario (art. 1941, in fine), es decir, se
presume iuris tantum que no está sometido: a) a una condición resolutoria (p. ej., a un pacto de
retroventa), b) a un plazo resolutorio (p. ej., un dominio transmitido por diez años, que es máximo legal),
o c) que no está gravado con cargas reales, es decir, según el concepto de carga real que proporciona
el art. 1888, segundo párr., que está libre de derechos reales sobre cosa ajena, p. ej., superficie,
usufructo, hipoteca, prenda, etcétera.
La presunción de perfección contenida en el art. 1941, Cód. Civ. y Com., tiene correspondencia con
lo establecido por el segundo párrafo del art. 1888, el que consigna: "Las cosas se presumen sin
gravamen, excepto prueba en contrario. Toda duda sobre la existencia de un gravamen real, su
extensión o el modo de ejercicio, se interpreta a favor del titular del bien gravado".
A su vez, el dominio imperfecto puede clasificarse en: 1) dominio revocable; 2) dominio fiduciario, y 3)
dominio desmembrado.
El dominio revocable "es el sometido a condición o plazo resolutorios a cuyo cumplimiento el dueño
debe restituir la cosa a quien se la transmitió" (art. 1965). P. ej., la Sra. A vende al Sr. B un inmueble,
incluyendo en el contrato de compraventa un pacto de retroventa (art. 1163, Cód. Civ. y Com.). Si A
ejercita su derecho de retroventa, se cumple la condición resolutoria y el Sr. B deberá restituir el
inmueble a la Sra. A, salvo que en el contrato se haya estipulado que la resolución no tendría efecto
retroactivo.
El dominio fiduciario "es el que se adquiere con razón de un fideicomiso constituido por contrato o por
testamento, y está sometido a durar solamente hasta la extinción del fideicomiso, para el efecto de
entregar la cosa a quien corresponda según el contrato, el testamento o la ley" (art. 1701). P. ej., el Sr. A
(fiduciante) transmite la propiedad de un inmueble al Sr. B (dueño fiduciario), para que B ejerza el
dominio en beneficio de C, quien es hijo de A, mayor de edad pero incapaz (beneficiario), hasta que C
recupere la capacidad o fallezca, sucedido lo cual B (dueño fiduciario), deberá entregar el inmueble al
Hospital de Niños (fideicomisario). Se trata solo de un ejemplo, porque los fines del fideicomiso son
diversos.
El dominio desmembrado, según se infiere del art. 1964, in fine, es el que está gravado con un
derecho real sobre cosa ajena. P. ej., A es propietario de un inmueble y constituye sobre este un
derecho real de usufructo a favor de B. Una vez constituido el usufructo, el dominio de A será un
dominio desmembrado porque ha transmitido a B (usufructuario) las facultades de usar y gozar del
inmueble.
b) Clasificación del dominio del Estado
El dominio del Estado, ya sea nacional, provincial, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires o de los
municipios, se clasifica en público o privado. La Constitución Nacional, la legislación federal y el derecho
público local son las normas que determinan el carácter nacional, provincial o municipal de los bienes
(art. 237, segundo párr., Cód. Civ. y Com.).
Integran el dominio público del Estado los bienes y cosas que enuncia el art. 235, Cód. Civ. y Com.,
además de los que establecen otras leyes especiales. El citado art. 235 establece: "Son bienes
pertenecientes al dominio público, excepto lo dispuesto por leyes especiales: a) el mar territorial hasta la
distancia que determinen los tratados internacionales y la legislación especial, sin perjuicio del poder
jurisdiccional sobre la zona contigua, la zona económica exclusiva y la plataforma continental. Se
entiende por mar territorial el agua, el lecho y el subsuelo; b) las aguas interiores, bahías, golfos,
ensenadas, puertos, ancladeros y las playas marítimas; se entiende por playas marítimas la porción de
tierra que las mareas bañan y desocupan durante las más altas y más bajas mareas normales, y su
continuación hasta la distancia que corresponda de conformidad con la legislación especial de orden
nacional o local aplicable en cada caso; c) los ríos, estuarios, arroyos y demás aguas que corren por
cauces naturales, los lagos y lagunas navegables, los glaciares y el ambiente periglacial y toda otra
agua que tenga o adquiera la aptitud de satisfacer usos de interés general, comprendiéndose las aguas
subterráneas, sin perjuicio del ejercicio regular del derecho del propietario del fundo de extraer las aguas
subterráneas en la medida de su interés y con sujeción a las disposiciones locales. Se entiende por río
el agua, las playas y el lecho por donde corre, delimitado por la línea de ribera que fija el promedio de
las máximas crecidas ordinarias. Por lago o laguna se entiende el agua, sus playas y su lecho,
respectivamente, delimitado de la misma manera que los ríos; d) las islas formadas o que se formen en
el mar territorial, la zona económica exclusiva, la plataforma continental o en toda clase de ríos,
estuarios, arroyos, o en los lagos o lagunas navegables, excepto las que pertenecen a particulares; e) el
espacio aéreo suprayacente al territorio y a las aguas jurisdiccionales de la Nación Argentina, de
conformidad con los tratados internacionales y la legislación especial; f) las calles, plazas, caminos,
canales, puentes y cualquier otra obra pública construida para utilidad o comodidad común; g) los
documentos oficiales del Estado; h) las ruinas y yacimientos arqueológicos y paleontológicos". También
son de dominio público las aguas que surgen en los terrenos de los particulares, si forman cauce natural
(art. 239).
Los bienes de dominio público del Estado son inenajenables, inembargables e imprescriptibles. Las
personas tienen su uso y goce, sujeto a las disposiciones generales y locales (art. 237). El dominio
público del Estado no se rige por las disposiciones sobre derecho real de dominio establecidas en el
Libro cuarto, título III, del Cód. Civ. y Com.
Son en cambio bienes de dominio privado del Estado, según el art. 236, Cód. Civ. y Com.: "a) los
inmuebles que carecen de dueño; b) las minas de oro, plata, cobre, piedras preciosas, sustancias fósiles
y toda otra de interés similar, según lo normado por el Código de Minería; c) los lagos no navegables
que carecen de dueño; d) las cosas muebles de dueño desconocido que no sean abandonadas, excepto
los tesoros; e) los bienes adquiridos por el Estado nacional, provincial o municipal por cualquier título".
El dominio privado del Estado se rige por las reglas sobre el derecho real de dominio establecidas
por el Cód. Civ. y Com. Son embargables y enajenables, sin perjuicio de lo que en contrario disponer
normas especiales y, si se trata de cosas, muebles o inmuebles, pueden ser adquiridas por la
prescripción adquisitiva.
c) El dominio de las aguas
1) El agua es una cosa
Desde el punto de vista jurídico, el agua es una cosa porque se trata de un bien material susceptible
de valor económico (art. 16, Cód. Civ. y Com.), y en esa calidad puede ser objeto de los derechos reales
(art. 1883, Cód. Civ. y Com.). Puede estar en estado líquido, sólido o gaseoso.
El agua puede ser un inmueble por naturaleza (art. 225, Cód. Civ. y Com.), cuando está incorporada
al suelo de una manera orgánica, como un río o un glaciar; o porque se encuentra bajo el suelo sin el
hecho del hombre, como las aguas naturales subterráneas.
También el agua puede ser un inmueble por accesión (art. 226, Cód. Civ. y Com.), como lo son todas
las cosas muebles que se encuentran inmovilizadas por su adhesión física al suelo, con carácter
perdurable, como, p. ej., el agua "que corre por acueductos o por cañerías o las que se encuentran en
estanques, piletas, depósitos con carácter perpetuo"(288).
Puede ser también cosa mueble (art. 227, Cód. Civ. y Com.) cuando puede desplazarse, como
ocurre cuando "se la tiene en un recipiente"(289) como una botella, o cuando está almacenada en un
depósito artificial que no constituye un inmueble por accesión(290), como una piscina de plástico para
niños/as.
Por otro lado, el agua es una cosa fungible (art. 232, Cód. Civ. y Com.), ya que puede sustituirse por
otra de la misma especie y calidad y en igual cantidad y consumible (art. 231, Cód. Civ. y Com.), porque
su existencia termina con el primer uso. En otro plano, el agua es una cosa divisible (art. 228, Cód. Civ.
y Com.), ya que puede ser dividida en porciones reales sin ser destruidas, cada una de las cuales forma
un todo homogéneo y análogo tanto a las otras partes como a la cosa misma.
2) Marco normativo
El marco normativo que regula el régimen de las aguas es amplio y complejo y abarca las diferentes
facetas de su ordenamiento. Son fuentes: la Constitución Nacional (arts. 12, 14, 16, 41, 75, incs. 10, 13
y 18, 124 y 125), los tratados internacionales e interprovinciales, el Cód. Civ. y Com., las leyes
nacionales, las constituciones provinciales y leyes locales (códigos de agua), así como decretos y
resoluciones ministeriales(291).
Como se ha dicho: "Dado su valor y su importancia para todos los aspectos de la vida, el agua es un
elemento altamente político. El acceso al agua es, en definitiva, una cuestión de poder. La falta de
acceso al agua es un indicador y una de las causantes de la pobreza"(292).
Párrafo especial merece la regulación del agua como recurso natural, pues su reconocimiento como
tal recién apareció con la reforma constitucional del año 1994 que incorporó garantías de tercera
generación. El art. 41, CN, reconoció el derecho a un ambiente sano y dispuso la obligación de las
autoridades de preservarlo y la administración o utilización racional de los recursos naturales. Esta
norma debe conjugarse con el art. 124, CN, que reconoce el dominio originario de las provincias sobre
los recursos naturales emplazados en su territorio. Según el art. 41, CN, corresponde que sea la Nación
quien dicte las normas mínimas para la protección de los recursos naturales y a las provincias dictar las
normas complementarias, sin que ello implique alterar las jurisdicciones locales. Así, junto a la ley
general del ambiente 25.675, se erige la ley 25.688 sobre presupuestos mínimos ambientales para la
preservación de las aguas, su aprovechamiento y uso racional.
En cuanto a su dominio, que es lo que nos interesa resaltar aquí, las aguas pueden ser públicas o
privadas. Las aguas públicas son las que pertenecen al dominio público del Estado —nacional o
provincial— y las aguas privadas son las que corresponden al dominio privado, ya de los particulares, ya
del Estado. El tema de la propiedad de las aguas está legislado en el Cód. Civ. y Com. al igual que lo
estaba en el Cód. Civil derogado. Al legislar el tema de la propiedad de las aguas, Vélez Sarsfield
adoptó un criterio publicista, inspirándose en la antigua legislación hispánica y desechó la tendencia
privatista del Código Francés de 1804. La misma tendencia sigue la legislación en vigencia, lo cual se
justifica por la importancia vital del agua y por su trascendencia como recurso natural estratégico.
3) Aguas públicas
Según el art. 235, Cód. Civ. y Com., pertenecen al dominio público del Estado "excepto lo dispuesto
por leyes especiales":
"a) el mar territorial hasta la distancia que determinen los tratados internacionales y la legislación
especial, sin perjuicio del poder jurisdiccional sobre la zona contigua, la zona económica exclusiva y la
plataforma continental. Se entiende por mar territorial el agua, el lecho y el subsuelo".
De acuerdo con la ley 17.094 (1966), la soberanía de nuestro país se extiende "al mar adyacente a
su territorio hasta una distancia de 200 millas marinas, medidas desde la línea de las más bajas mareas,
salvo los casos de los golfos San Matías, Nuevo y San Jorge, en que se medirán desde la línea que une
los cabos que forman su boca"(293) y "asimismo al lecho del mar y al subsuelo de las zonas submarinas
adyacentes a su territorio hasta una profundidad de doscientos metros o más allá de este límite, hasta
donde la profundidad de las aguas suprayacentes permita la explotación de los recursos naturales de
dichas zonas"(294).
La zona contigua al mar territorial es aquella donde el Estado toma medidas de fiscalización,
previene y sanciona infracciones de leyes y reglamentos aduaneros, fiscales, de inmigración o
sanitarios(295).
La zona económica exclusiva es el "área situada más allá del mar territorial y adyacente a éste" (art.
55 de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, ratificado por la ley 24.543),
donde el Estado tiene derechos de soberanía para "exploración y explotación, conservación y
administración de los recursos naturales, tanto vivos como no vivos, de las aguas suprayacentes al
lecho y del lecho y el subsuelo del mar, y con respecto a otras actividades con miras a la exploración y
explotación económicas de la zona, tal como la producción de energía derivada del agua, de las
corrientes y de los vientos", tiene jurisdicción y facultades para la utilización de islas artificiales,
instalaciones y estructuras, así como investigación científica marina, protección y preservación del
medio marina, entre otras (art. 56 de la Convención).
La plataforma continental de nuestro país "comprende el lecho y el subsuelo de las áreas submarinas
que se extienden más allá de su mar territorial y a todo lo largo de la prolongación natural de su territorio
hasta el borde exterior del margen continental, o bien hasta una distancia, 200 millas marinas contadas
desde las líneas de base a partir de las cuales se mide la anchura del mar territorial, en los casos en
que el borde exterior del margen continental no llegue a esa distancia" (art. 76 de la Convención).
El mar epicontinental es el que cubre a la plataforma submarina. Conforme a la ley 24.922 de
régimen federal de pesca: "Son del dominio de las provincias con litoral marítimo y ejercerán esta
jurisdicción para los fines de su exploración, explotación, conservación y administración, los recursos
vivos que poblaren las aguas interiores y mar territorial argentino adyacente a sus costas, hasta las doce
(12) millas marinas medidas desde las líneas de base que sean reconocidas por la legislación nacional
pertinente" (art. 3°). A partir de las 12 millas son de dominio y jurisdicción exclusiva de la Nación (art.
4°).
"b) las aguas interiores, bahías, golfos, ensenadas, puertos, ancladeros y las playas marítimas; se
entiende por playas marítimas la porción de tierra que las mareas bañan y desocupan durante las más
altas y más bajas mareas normales, y su continuación hasta la distancia que corresponda de
conformidad con la legislación especial de orden nacional o local aplicable en cada caso".
Es acertada la supresión de la referencia a mares interiores, que realizaba el Cód. Civil de Vélez
Sarsfield (art. 2340, inc. 2°), ya que ellos no existen en nuestro país. Conforme el art. 8° de la
Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, las aguas situadas en el interior de la
línea de base del mar territorial forman parte de las aguas interiores del Estado.
"c) los ríos, estuarios, arroyos y demás aguas que corren por cauces naturales, los lagos y lagunas
navegables, los glaciares y el ambiente periglacial y toda otra agua que tenga o adquiera la aptitud de
satisfacer usos de interés general, comprendiéndose las aguas subterráneas, sin perjuicio del ejercicio
regular del derecho del propietario del fundo de extraer las aguas subterráneas en la medida de su
interés y con sujeción a las disposiciones locales. Se entiende por río el agua, las playas y el lecho por
donde corre, delimitado por la línea de ribera que fija el promedio de las máximas crecidas ordinarias.
Por lago o laguna se entiende el agua, sus playas y su lecho, respectivamente, delimitado de la misma
manera que los ríos".
El Código alude a "ríos, estuarios, arroyos y demás aguas que corren por cauces naturales". A los
efectos legales, se entiende por río "el agua, las playas y el lecho por donde corre, delimitado por la
línea de ribera que fija el promedio de las máximas crecidas ordinarias". La reforma de 2015 renueva la
técnica legislativa utilizada en el Cód. Civil derogado y zanja las críticas doctrinarias que señalaban que
no podía existir río sin cauce, por la expresa referencia que hacía el Código de Vélez Sarsfield. La
nueva normativa, como lo hiciera el Proyecto de 1998, se refiere a los ríos y a las demás aguas que
corren por cauces naturales.
Debe recordarse que los ríos son de dominio de las provincias que corren por su territorio, sin
perjuicio de lo cual, el Estado nacional tiene por delegación la reglamentación de la navegación y
comercio interprovincial (art. 75, inc. 10, CN).
Con respecto a los lagos o lagunas se los define como "el agua, sus playas y su lecho,
respectivamente, delimitados de la misma manera que los ríos", o sea, "por la línea de ribera que fija el
promedio de las máximas crecidas ordinarias".
Una novedad que incluye el Cód. Civ. y Com. es la relativa a la inclusión de los glaciares y el
ambiente periglacial, que no incluía el art. 2340, Cód. Civil. El art. 2° de la ley 26.639 sobre Régimen de
Presupuestos Mínimos para la Preservación de los Glaciares y del Ambiente Periglacial, entiende por
glaciar "toda masa de hielo perenne estable o que fluye lentamente, con o sin agua intersticial, formado
por la recristalización de nieve, ubicado en diferentes ecosistemas, cualquiera sea su forma, dimensión
y estado de conservación. Son parte constituyente de cada glaciar el material detrítico rocoso y los
cursos internos y superficiales de agua". Asimismo añade que "se entiende por ambiente periglacial en
la alta montaña, al área con suelos congelados que actúa como regulador del recurso hídrico. En la
media y baja montaña al área que funciona como regulador de recursos hídricos con suelos saturados
en hielo".
La ley 26.639 fue cuestionada en su constitucionalidad, invocándose defectos procedimentales en su
sanción legislativa, pero la Corte Suprema argentina rechazó el planteo(296). Además el Alto Tribunal
exaltó los derechos de incidencia colectiva en juego y puso especial énfasis en la función de reserva de
agua para el consumo humano y el respeto de la biodiversidad que representan los glaciares.
En nuestro ordenamiento se presume que las aguas subterráneas satisfacen usos de interés general,
por ello se las menciona como ejemplo de "toda otra agua que tenga o adquiera aptitud de satisfacer
usos de interés general".
Las aguas privadas pasan a considerarse de dominio público "si constituyen cursos de agua por
cauces naturales" (art. 239, Cód. Civ. y Com.) o adquieren aptitud de satisfacer usos de interés general.
Con respecto a las aguas pluviales que caen o corren en lugares públicos, el Cód. Civ. y Com. ha
zanjado toda discusión a su respecto. Se consideran cosas apropiables por cualquier persona como "res
nullius" y no porque pertenezcan al dominio público (art. 1947, inc. a] ap. iii, del Cód. Civ y Com.).
4) Aguas privadas
El tema está previsto en el art. 239, Cód. Civ. y Com.: "Las aguas que surgen en los terrenos de los
particulares pertenecen a sus dueños, quienes pueden usar libremente de ellas, siempre que no formen
cauce natural. Las aguas de los particulares quedan sujetas al control y a las restricciones que en
interés público establezca la autoridad de aplicación. Nadie puede usar de aguas privadas en perjuicio
de terceros ni en mayor medida de su derecho. Pertenecen al dominio público si constituyen cursos de
agua por cauces naturales. Los particulares no deben alterar esos cursos de agua. El uso por cualquier
título de aguas públicas, u obras construidas para utilidad o comodidad común, no les hace perder el
carácter de bienes públicos del Estado, inalienables e imprescriptibles. El hecho de correr los cursos de
agua por los terrenos inferiores no da a los dueños de estos derecho alguno".
Se trata de las aguas surgentes (agua subterránea que aflora a la superficie) o vertientes que nacen
y mueren en la misma heredad, las que pertenecen en propiedad al dueño del inmueble quien tiene su
uso y goce exclusivo con el límite de no perjudicar a terceros. Si el agua surgente forma cauce natural
se convertirá en agua pública.
Con respecto a los lagos son "aguas dormidas (...) que no se desplazan como la de los ríos por
encontrarse ocupando una concavidad de la corteza terrestre. El tamaño de la masa de agua es la que
determina su denominación de lago o laguna"(297).
Los lagos navegables son de dominio público estatal (art. 235, inc. c], Cód. Civ. y Com.).
Con respecto a los lagos no navegables la doctrina ha discutido. Para Marienhoff(298) y Spota(299) debían
ser considerados de dominio público del Estado, mientras que para Allende(300) pertenecían al dominio
privado del propietario del suelo, ya fuera el Estado o un particular. El art. 236, inc. c], Cód. Civ. y Com.,
dispone que son de dominio privado del Estado nacional, provincial o municipal: "los lagos no
navegables que carecen de dueño". Si el lago no navegable tiene o adquiere la aptitud de satisfacer
usos de interés general (art. 235, inc. c], Cód. Civ. y Com.) quedará comprendido dentro de las aguas
públicas.
§ 72. Facultades
Referirnos a las facultades del dueño significa hacer tema del contenido del derecho real, uno de los
aspectos en los que está presente el orden público. Las facultades con que cuenta el titular de este
derecho real son las más amplias que puede tener una persona sobre una cosa, si se las compara con
aquellas con las que cuentan los titulares del resto de los derechos del catálogo de derechos reales
permitidos. Ello explica su ubicación en el primer inciso del art. 1887, Cód. Civ. y Com. El art. 1941, al
conceptualizar el dominio perfecto a través de una definición que, como ya puntualizamos, puede
abarcar a pesar de todo, al dominio imperfecto, describe las facultades del dueño: "usar, gozar y
disponer material y jurídicamente de una cosa, dentro de los límites previstos por la ley". La definición
legal recrea el clásico tríptico del derecho romano: ius utendi, ius fruendi e ius abutendi, es decir,
derechos de usar, gozar y disponer, respectivamente. Por otro lado, el art. 1944 se refiere a la facultad
de exclusión.
a) Derecho de poseer
El dominio es un derecho real que se ejerce por la posesión (art. 1891). En consecuencia, la primera
facultad destacable es aquella que atiende al ejercicio de esa relación de poder sobre la cosa, mueble o
inmueble, es decir, el ius possidendi en la locución latina, una posesión que es la derivación del ejercicio
del derecho de dominio. Es entonces el dueño quien está facultado para ejercer sobre la cosa los actos
posesorios a los que alude el art. 1928, a saber "su cultura, percepción de frutos, amojonamiento o
impresión de signos materiales, mejora, exclusión de terceros y, en general, su apoderamiento por
cualquier modo que se obtenga".
b) Facultad de exclusión
El art. 1944 establece: "Facultad de exclusión. El dominio es excluyente. El dueño puede excluir a
extraños del uso, goce o disposición de la cosa, remover por propia autoridad los objetos puestos en
ella, y encerrar sus inmuebles con muros, cercos o fosos, sujetándose a las normas locales".
La facultad de exclusión había sido prevista en los arts. 2516 y 2517 del Cód. Civil, aunque algunos
creyeron ver, a nuestro juicio erradamente, que aquella era una expresión del carácter de exclusividad
del dominio. En verdad, la facultad de excluir a extraños de la cosa; de proceder a la remoción de
objetos que han sido colocados sin permiso, p. ej., dentro de un fundo; o construir paredes, elevar
cercos o delimitar un inmueble con fosos, no son más que actos a través de los cuales se ejercita la
posesión. Ya señalamos que la primera facultad con la que cuenta el titular del dominio es la de poseer
la cosa.
c) Facultad de usar
El dueño puede usar la cosa mueble o inmueble sobre la que recae el derecho real para servirse de
ella según el destino que quiera darle. El uso de la cosa atañe a la primera acepción que refleja
el Diccionario de la Real Academia Española: "Hacer servir una cosa para algo". Se corresponde con el
ya mencionado antecedente romano del ius utendi.
El dueño de la cosa es también dueño de su sustancia. La sustancia comprende tanto a la
materialidad como al destino que puede darse a la cosa (art. 2129, segundo párr., Cód. Civ. y Com.). El
uso de la cosa por quien titulariza el dominio es amplio; de allí que pueda modificar el destino de
aquella, facultad con que no cuentan los titulares de derechos reales de uso y goce sobre cosa ajena,
como el usufructuario, el usuario o el habitador, quienes no pueden cambiar el destino del objeto.
Incluso el habitador solo puede usar el inmueble construido o una de sus partes materiales —objeto de
la habitación—, exclusivamente para vivir en la casa o en parte de ella (art. 2158). Siguiendo con los
ejemplos, tampoco puede afectar el destino el condómino, quien puede usar y gozar la cosa común sin
alterar su destino (art. 1986).
P. ej., si A es dueña de un automotor de uso particular, puede modificarle el destino y utilizarlo para
transporte de pasajeros; tal cambio de destino no es posible en el usufructuario ni en el usuario sin que
medie autorización del titular del dominio.
d) Facultad de gozar
El goce apunta fundamentalmente a la facultad de percibir los frutos (ius fruendi) que la cosa produce
de modo renovable, ya sean estos naturales, industriales o civiles (art. 233, Cód. Civ. y Com.), y, como
contracara indiscutible, está incluida la facultad de no percibirlos. También se encuadra dentro del
concepto de gozar, a la facultad de realizar mejores en la cosa(306).
e) Facultad de disponer
La facultad de disposición recrea la noción de ius abutendi del derecho romano y se refiere a que el
titular del dominio puede disponer de la cosa, tanto en su plano material, como desde el punto de vista
jurídico.
i) Disposición material
En lo que atañe a la disposición material, como el dueño de la cosa lo es también de su sustancia,
una de cuyas facetas atañe a materialidad, las potestades alcanzan incluso a la destrucción del objeto,
lo que es connatural en el ejercicio del dominio de las cosas consumibles (p. ej., los alimentos); aunque
también alcanza a las cosas no consumibles, pues no es discutible que el propietario de un inmueble
construido puede tirar abajo las edificaciones, ya sea para construir otras nuevas, para dejar el terreno
baldío o para proceder a sembrarlo, plantarlo o forestarlo.
Las facultades materiales sobre la cosa con este alcance amplio están ausentes en los restantes
derechos reales, ya que, p. ej., en el condominio, ninguno de los condóminos puede por sí solo disponer
jurídica o materialmente de toda la cosa, o de alguna parte determinada de ella, sin la conformidad de
todos los condóminos (art. 1990). Tampoco el titular de la propiedad horizontal podrá, p. ej., destruir el
departamento de su propiedad, ya que, si bien las facultades de disposición jurídica sobre su unidad
funcional son amplias, las materiales están acotadas debido a la naturaleza de su derecho real.
Lo que acabamos de decir no significa que el ejercicio de estas facultades no deba ejercerse con
ajuste a los límites legales y en la medida en que no impliquen un ejercicio abusivo (arts. 10 y 14, último
párr., Cód. Civ. y Com.). De hecho, algunos actos de disposición material podrían hasta catalogarse
como actos ilícitos en situaciones puntuales, p. ej., desde la óptica de la ley 25.156 de defensa de la
competencia, texto según ley 26.993, lo que puede llegar a ser causa de sanciones a quienes los
cometan. Pero aquí estamos analizando las facultades materiales en sentido general y descontando que
como todo derecho subjetivo no puede ser ejercitado de manera abusiva sino de modo regular.
ii) Disposición jurídica
El dueño puede disponer de la cosa jurídicamente, tanto constituyendo sobre ella derechos
personales (p. ej., locación, comodato, etc.), como derechos reales. El titular incluso puede enajenar la
cosa, transmitiendo el dominio a sucesores por actos entre vivos, celebrando contratos, p. ej., de
compraventa, donación, permuta, fideicomiso, o aun aportándola en propiedad a una sociedad, etc.
También está facultado para abandonar la cosa a fin de extinguir su derecho real.
En cuanto a los derechos reales, p. ej., podrá afectarlo a la propiedad horizontal, para ulteriormente
enajenar las unidades funcionales de manera independiente; al derecho real de tiempo compartido, para
que luego se comercialicen los derechos de uso y goce a favor de los adquirentes; o al de cementerio
privado, para más tarde enajenar las parcelas sobre las que se constituirán los derechos reales de
sepultura, etc. También podrá constituir sobre la cosa derechos reales de superficie, usufructo, uso,
habitación servidumbre o bien derechos reales de garantía (hipoteca, anticresis, prenda).
§ 75. Apropiación
Este modo especial de adquisición del dominio está regulado en la sec. 1ª, del cap. 2, del título III, del
Libro cuarto del Cód. Civ. y Com. (arts. 1947 a 1950). La ley no proporciona un concepto preciso acerca
de lo que debe entenderse por apropiación. Sin embargo, se infiere del articulado, que para adquirir el
dominio a través de este modo, será necesario que la persona se apodere de la cosa mueble sin dueño
que sea apropiable, con el ánimo de ser su dueña. En otras palabras, que la persona adquiera la
posesión de esa cosa, esto es, concurriendo tanto el corpus o poder de hecho sobre la cosa —en
alguna de sus versiones (art. 1922, inc. b])— y el animus domini, como elemento subjetivo, esto es, en
los términos del art. 1909, "comportándose como titular de un derecho real".
Para que la persona pueda adquirir la posesión por el "apoderamiento", que es un modo unilateral de
adquirir la relación de poder (art. 1923, in fine, Cód. Civ. y Com.), deberá tener capacidad para adquirirla
(art. 1922, inc. a]), para lo cual es preciso tener al menos diez años.
1. Cosas apropiables
Si bien el art. 1947, Cód. Civ. y Com., establece, como directriz genérica, que son apropiables las
cosas muebles no registrables sin dueño, en su inc. a), detalla los diferentes supuestos en los que estas
son susceptibles de apropiación: "i) las cosas abandonadas; ii) los animales que son el objeto de la caza
y de la pesca; iii) el agua pluvial que caiga en lugares públicos o corra por ellos".
a) Cosas abandonadas
La cosa abandonada debe ser mueble no registrable. El dominio de los inmuebles no puede
adquirirse por apropiación. Por otra parte, el inmueble abandonado, al carecer de dueño, pertenece al
dominio privado estatal (art. 236, inc. a]).
La cosa mueble abandonada es la que ha tenido dueño y este ejerce una de las facultades de
disposición jurídica que le es propia: el abandono de la cosa, que extingue el dominio según el art. 1907,
Cód. Civ. y Com.
Si la cosa es algún valor, se presume perdida y no abandonada (art. 1947, inc. b.i). Es una
presunción que admite prueba en contrario. En principio, la norma se refiere a cierta significancia
económica, por ej., una laptop o un teléfono celular. Sin embargo, no puede descartarse que una cosa
sea perdida, pese a tener un limitado valor económico, p. ej., una carpeta de trabajo. Incluso desde la
doctrina se ha considerado que bastaría con que la cosa pueda ser representativa de algún valor
afectivo, p. ej., una fotografía que exhiba la imagen de una familia o de un grupo de amigos/as. Las
cosas perdidas no son apropiables (art. 1947, inc. b.i).
El abandono del que hacemos tema es el denominado abandono abdicativo, que es el abandono en
sentido puro, es decir, el que se realiza sin que al dueño le interese lo que suceda con la cosa con
posterioridad, o bien quién podría apropiarse de ella(307). Si bien el Cód. Civ. y Com. utiliza el término
abandono, suele emplearse como sinónimo en el lenguaje jurídico la palabra abdicación.
Los restos náufragos que se encuentren en aguas jurisdiccionales argentinas, que no han sido
removidos por su propietario, pese a la intimación realizada a ese efecto, se consideran abandonados a
favor del Estado nacional (art. 17 bis, ley de navegación 20.094). Lo mismo acontece con los despojos
de los accidentes aéreos (art. 74, Cód. Aeronáutico). En ningún caso son apropiables.
b) Los animales que son objeto de la caza
A este supuesto se refiere en particular el art. 1948: "Caza. El animal salvaje o el domesticado que
recupera su libertad natural, pertenece al cazador cuando lo toma o cae en su trampa. Mientras el
cazador no desista de perseguir al animal que hirió tiene derecho a la presa, aunque otro la tome o
caiga en su trampa. Pertenece al dueño del inmueble el animal cazado en él sin su autorización expresa
o tácita".
La caza implica la búsqueda o persecución de animales de tierra o aire con la finalidad de capturarlos
o matarlos y solo puede llevarse a cabo con ajuste a los límites legales que se establecen, tanto a nivel
nacional como local, para la protección y conservación de la fauna o la seguridad pública, p. ej., la ley
22.421 sobre conservación de la fauna, cuyo art. 1°, de aplicación en todo el país, fija como regla que
corresponde a todos los habitantes de la Nación el deber de proteger la fauna silvestre, conforme a los
reglamentos que se dicten para su conservación y manejo. La citada normativa sintoniza con los
postulados del art. 41, CN, y los objetivos de la ley general de ambiente 25.675.
Los únicos animales apropiables a través de la caza, según el art. 1948, son los salvajes y los
domesticados que recuperan su libertad natural. Se descarta a los animales domésticos, los que no son
apropiables (art. 1947, inc. b.ii).
Los animales, atendiendo a las distintas especies, pueden ser salvajes, domesticados o domésticos.
Los salvajes son aquellos que viven dentro de sus respectivos hábitats naturales con absoluta libertad e
independencia y que por distintas razones (su estructura física, su alimentación o sus posibles
reacciones instintivas o inesperadas) nunca se han podido incorporar al cotidiano vivir de los seres
humanos. Estos animales no dejan de ser salvajes por el mero hecho de encontrarse cautivos por el
actuar humano (p. ej., un león, una anaconda, un tigre, etc.).
Un animal domesticado es el salvaje por naturaleza, pero que se ha acostumbrado a tener
interacción con los seres humanos (las gallinas, los cerdos, el elefante, etc.).
Un animal doméstico es el que pertenece a una especie que, luego de muchas generaciones y con el
pasar de largo tiempo, se ha acostumbrado a vivir con los seres humanos, interactuando y conviviendo
con ellos, al punto de llegar a tener dependencia para subsistir (p. ej., el perro, el gato, el loro, etc.).
La apropiación se produce cuando el cazador toma posesión de su presa. En consonancia con lo que
establece el art. 1922, inc. b), Cód. Civ. y Com., el art. 1948 predica que la adquisición se produce
cuando el cazador "lo toma" o cuando "cae en su trampa". La primera hipótesis se corresponde con "el
contacto con la cosa" y la segunda, con el hecho de que el animal, al caer en la trampa puesta por el
cazador "ingresa en el ámbito de custodia" y por lo tanto aquel tiene "la posibilidad física" de establecer
el contacto.
La sola persecución del animal herido no comporta su adquisición, pues no se adquirió la posesión,
que solamente se concreta cuando el cazador toma la presa o esta cae en la trampa. Sin embargo, el
art. 1948 le adjudica al cazador una preferencia para la apropiación del animal herido, de manera que si
este cae en la trampa de otra persona o si esta última lo toma, el cazador podrá exigirle la entrega.
La caza solo puede llevarse a cabo en terreno propio o en terreno ajeno con autorización de su
dueño. Del último párrafo del art. 1948 se infiere que la autorización puede ser expresa o tácita. Puede
considerarse tácita la autorización si el inmueble no está encerrado a través de muros, cercos o fosos,
salvo que el dueño del inmueble revele de otro modo su voluntad contraria como, p. ej., si ha colocado
algún cartel de prohibido cazar o de cualquier otro modo. En Vélez se entendía prohibida la caza en
terrenos cercados, plantados o cultivados (art. 2542, Cód. Civil). En el derecho vigente, tanto el
encerramiento como el hecho de que la finca se encuentre plantada o cultivada, permite pensar que su
propietario rechaza implícitamente la autorización de caza, lo que resulta lógico, ya que una actividad de
esa naturaleza podría generar daños en las plantas o cultivos.
c) Los animales que son objeto de la pesca
A la pesca, como modalidad de la apropiación, se refiere el art. 1949, Cód. Civ. y Com.: "Pesca.
Quien pesca en aguas de uso público, o está autorizado para pescar en otras aguas, adquiere el
dominio de la especie acuática que captura o extrae de su medio natural".
La preceptiva se refiere a la adquisición por apropiación a través de la pesca de cualquier especie
animal acuática, incluye a aquellas que en verdad no se pescan, sino que se cazan, como, p. ej., las
ballenas u otros mamíferos cuyo hábitat es el mar. Dentro de las especies acuáticas se incluye a peces,
cetáceos (p. ej., orca), crustáceos (p. ej., langostinos, camarones o krill) o moluscos (p. ej., pulpos,
mejillones).
La pesca es libre en aguas de uso público, que son las aguas de dominio público del Estado (arts.
235, incs. a], b] y c], y 239, segundo párr., Cód. Civ. y Com.). Recordemos que sobre los bienes de
dominio público todas las personas tienen su uso y goce, sujeto a las disposiciones generales y locales
(art. 237, primer párr.). Así, p. ej., es libre la pesca en el mar, en los ríos o en los lagos navegables,
siempre con ajuste a las reglamentaciones que regulan todos los tipos de pesca: industrial o artesanal,
deportiva, marítima o fluvial, etc. Debe tenerse en cuenta al efecto la ley federal de pesca 24.922 y sus
modificatorias, relativa a la pesca marina, al igual que las prohibiciones y limitaciones dispuestas por
las leyes 27.037 sobre sistema nacional de áreas marinas protegidas, 25.577 que veda la caza total o
captura intencional de los cetáceos que allí se individualizan (p. ej., la ballena franca austral, toninas,
etc.), 25.052, que prohíbe la caza o captura de orcas, entre otras.
No es libre la pesca en aguas que no son de uso público. Así, no son de uso público: 1) las aguas de
los particulares (art. 239); 2) las de los lagos no navegables que carecen de dueño, ya que son de
dominio privado estatal (art. 236, inc. c]), y 3) las de los lagos no navegables que pertenecen al dominio
de los particulares. Para pescar en aguas que no son de uso público se requiere de una autorización,
según se infiere del art. 1949, Cód. Civ. y Com. Aun mediando autorización, deben respetarse las
normas legales que reglamentan la actividad de la pesca en todas sus variantes.
La adquisición por apropiación a través de la pesca se produce cuando la especie acuática es
capturada o extraída de su medio natural. Así, cuando el pez es tomado muerto o vivo por el pescador e
incluso cuando las especies quedan atrapadas en las redes, en este último caso, porque ingresan en el
ámbito de custodia de quien pesca (art. 1922, inc. b], Cód. Civ. y Com.).
d) Enjambres
A la apropiación de los enjambres se refiere el art. 1950, Cód. Civ. y Com.: "El dueño de un enjambre
puede seguirlo a través de inmuebles ajenos, pero debe indemnizar el daño que cause. Si no lo
persigue o cesa en su intento, el enjambre pertenece a quien lo tome. Cuando se incorpora a otro
enjambre, es del dueño de éste".
Si bien el art. 1950 no menciona a las abejas como parte de los enjambres, silencio que puede ser
indicativo de que el artículo tiene suficiente amplitud para aplicarse a otro tipo de insectos, como las
avispas(308), parecería que la norma legal, al igual que el Cód. Civil de Vélez que sí las mencionaba, está
conectada fundamentalmente con una de las actividades agropecuarias más destacadas de la
Argentina, como lo es la apicultura, que es la que justifica en definitiva la regulación legal. Esta tiene por
fin, concretamente, la cría de las abejas para obtener de ellas los elementos que producen, como la
miel, la cera o la jalea real. De todos modos, no desconocemos que la miel de determinadas especies
de avispa puede ser consumida e incluso que, en ciertas zonas del litoral, algunos pobladores suelen
consumir miel de camoatí. De modo que no parece impensable que la regulación del art. 1950, Cód. Civ.
y Com., trascienda a la cuestión de los enjambres de abejas y pueda servir para otro tipo de insectos
que formen enjambre.
El Cód. Civ. y Com. supera a través de este precepto los debates que generaba la articulación de los
arts. 2343, inc. 2°, y 2545 del Cód. Civil, así como las interpretaciones diversas elaboradas alrededor de
su art. 2546.
Efectivamente, el dueño de un enjambre cuyas abejas (o avispas) huyen, puede seguirlo por donde
este se traslade e incluso en esa persecución está habilitado a ingresar a inmuebles ajenos, sin que los
propietarios de tales inmuebles puedan negarle el ingreso al dueño del enjambre. En vigencia del Cód.
Civil, algunos autores sostuvieron, con apoyo en su art. 2546, que esta facultad de ingresar no existía
cuando el enjambre se posaba en un terreno cercado o cultivado sin autorización de su propietario, de
manera que si este se oponía, el dueño del enjambre no solo estaba expuesto a perder la propiedad del
enjambre sino, además, a reparar los daños que las abejas ocasionaren. Esta tesitura ya no tiene apoyo
legal, pues el art. 1950 no permite que el propietario del fundo excluya, en el sentido del art. 1944, al
dueño del enjambre que necesita ingresar para recuperarlo. Por cierto, si el dueño del enjambre provoca
daños, deberá repararlos.
Los enjambres son abordados en el art. 1950, Cód. Civ. y Com., a la manera que lo hace el art. 1948
para reglar la caza de los animales domesticados que recuperan su antigua libertad natural y también
siguiendo la línea del art. 1947, inc. b), cuyo apart. iii declara no susceptible de apropiación: "los
animales domesticados, mientras el dueño no desista de perseguirlos. Si emigran y se habitúan a vivir
en otro inmueble, pertenecen al dueño de éste, si no empleó artificios para atraerlos".
En ese plano, el enjambre solo puede ser apropiable por cualquier persona cuando su dueño "no lo
persigue o cesa en su intento", porque en ese caso se entiende que los insectos habrán recuperado su
libertad natural.
Finalmente, si el enjambre huye y se "incorpora a otro enjambre", pasará a ser de titularidad del
dueño del enjambre al que se ha unido.
e) El "agua pluvial que caiga en lugares públicos o corra por ellos"
Es apropiable exclusivamente el agua de lluvia que cae o corre por lugares públicos, ya que en
cuanto a la que cae, entra o se deposita en inmuebles de dominio privado, rige el principio de accesión y
pertenecen a los dueños de dichos fundos.
Al incluir a las aguas pluviales que caen o corren por lugares públicos dentro del inc. a) del art. 1947,
el Cód. Civ. y Com. se pronuncia por una de las tesis que se elaboraron alrededor del art. 2636 del Cód.
Civil de Vélez, el que establecía, en su parte pertinente: "Todos pueden reunir las aguas pluviales que
caigan en lugares públicos, o que corran por lugares públicos". Según una tesitura, tales aguas se
adquirían por apropiación, en su calidad de res nullius o cosas sin dueño. Otros, en cambio, sostenían la
tesis del dominio público, es decir, si el agua de lluvia pertenece al dominio público estatal, el art. 2366,
Cód. Civil, funcionaba como una autorización general para usar de ella; o bien, porque los particulares
podían reunirla en virtud del derecho de uso y goce general que sobre tal tipo de bienes tiene la
comunidad.
2. Cosas no apropiables
Como este modo adquisitivo se aplica exclusivamente a cosa muebles, no son apropiables los
inmuebles, más allá de que la adquisición unilateral de su posesión pueda dar lugar a la prescripción
adquisitiva, si se cumplen los requisitos legales: posesión continua y ostensible durante veinte años.
Por otra parte, el art. 1947, inc. b), dispone que "no son susceptibles de apropiación: i) las cosas
perdidas. Si la cosa es de algún valor, se presume que es perdida, excepto prueba en contrario; ii) los
animales domésticos, aunque escapen e ingresen en inmueble ajeno; iii) los animales domesticados,
mientras el dueño no desista de perseguirlos. Si emigran y se habitúan a vivir en otro inmueble,
pertenecen al dueño de éste, si no empleó artificios para atraerlos; iv) los tesoros".
§ 76. Adquisición de tesoros
1. El régimen de los tesoros en el Código Civil de Vélez
El codificador cordobés dedicó diecisiete artículos a la regulación de los tesoros. El detallado
ordenamiento, para cuyo diseño invocó hasta las ideas sobre el tema del emperador Adriano, de la
Roma del siglo I del primer milenio de nuestra era(309), se justificó en las necesidades de su tiempo.
Durante el siglo XIX se sucedieron las batallas por la independencia; más tarde los conflictos armados
previos a la adopción de la Constitución Nacional de 1853 y a nuestro nacimiento como Nación, a lo que
se añade la avanzada atroz contra los pueblos originarios, que se resistían al despojo de sus territorios y
con quienes se libraron cruentos enfrentamientos. En ese marco de situación, no fueron pocos los que
debieron huir de sus propiedades dejando escondidos sus objetos más valiosos, como oro, joyas u otros
valores, en la esperanza de volver algún día y recuperarlos, lo que no siempre sucedía. En el Noroeste
de la Argentina se los llamaba "tapados" y pertenecieron no solamente a conocidas personalidades de
la época sino también a comerciantes y hacendados de fortuna que ocultaban esas pertenencias, p. ej.,
en aljibes, paredes, fosas cercanas a los hogares, casas de piedra, etcétera.
Si bien en la actualidad la cuestión no tiene la relevancia que tuvo en el pasado, porque a diferencia
de otrora quien tiene cosas de valor acostumbra a depositarlas en cajas de seguridad de los bancos —
que entonces no existían— no es improbable que se produzca el hallazgo de un tesoro, tanto en un
inmueble como dentro de un mueble.
El Cód. Civil trataba la cuestión dentro de la apropiación como modo de adquirir el dominio, pero la
doctrina fue siempre coincidente en que no se estaba ante un supuesto de apropiación, ya que no
bastaba la aprehensión con ánimo de apropiarse del tesoro. Por otro lado, al hallador solamente se le
reconocía la mitad de lo que había descubierto y no su totalidad, como sucede en aquella; a lo que
debía añadirse que la cosa mueble no era una cosa sin dueño, sino de dueño desconocido.
La retribución que la ley otorga al descubridor —que fue y es la de atribuirle la propiedad del 50% de
lo que ha encontrado— entraña una especie de premio o recompensa por haber reintegrado valores a la
circulación de los bienes, los que de no haber sido por su hallazgo casual, habrían permanecido
inactivos.
2. Concepto de tesoro
El art. 1951, Cód. Civ. y Com., lo define como: "Es tesoro toda cosa mueble de valor, sin dueño
conocido, oculta en otra cosa mueble o inmueble. No lo es la cosa de dominio público, ni la que se
encuentra en una sepultura de restos humanos mientras subsiste esa afectación".
De acuerdo con la definición legal, para que se esté ante un tesoro deben reunirse los siguientes
recaudos:
1) Cosa mueble de valor. Creemos que debe tener un valor económico por encima de lo normal,
porque la cosa mueble de por sí tiene valor económico según el art. 16 del ordenamiento. De manera
que no cualquier cosa mueble hallada es un tesoro. No puede prescindirse de lo que la palabra tesoro
significa en el lenguaje común. Según el Diccionario de la RAE, en su 1ª acepción, la palabra tesoro es
"cantidad de dinero, valores u objetos preciosos, reunida y guardada". Si bien la cuestión puede
depender del caso concreto, podría configurar un tesoro, p. ej., varias monedas de oro, alhajas de
metales costosos, piedras preciosas, dinero, un objeto de arte apreciado, etcétera.
2) Sin dueño conocido. La cosa mueble tiene dueño pero no se lo conoce. Si bien el tesoro puede
incluir objetos antiguos o recientes, si el objeto es de creación reciente podría ser más factible inferir
quién es su propietario. P, ej., en Vélez se presumía que los objetos de reciente origen pertenecían al
dueño del lugar donde se encontraren si él hubiese fallecido en la casa que hacía parte del predio (art.
2565, Cód. Civil).
3) Cosa mueble oculta en otra cosa mueble o inmueble. En el Cód. Civil se discutía, con base en su
art. 2551, si, además de la cosa mueble oculta en un inmueble, podía ser tesoro la cosa mueble oculta
en otra mueble. El Cód. Civ. y Com. adopta la tesis dominante que abarca a ambas hipótesis. Así, p. ej.,
si compro una cama antigua y la mando a arreglar y el herrero, al desarmarla, encuentra dentro de un
caño que forma su estructura dinero enrollado, puede considerarse un tesoro. En el otro caso, si
encuentro en la estructura de la pared que contiene el rollo de la persiana una bolsa con alhajas.
La referencia a que la cosa mueble esté "oculta" implica que debió ser colocada intencionalmente por
una persona. La norma no aplica a las cosas que se encuentren dentro de un inmueble o cosa mueble
por hechos de la naturaleza.
4) La cosa encontrada no puede ser de dominio público. No será un tesoro, p. ej., una pieza de valor
extraída de una excavación arqueológica (art. 235, inc. h], Cód. Civ. y Com., y arts. 9° y 10, ley 25.743).
5) La cosa no puede ser encontrada en una sepultura de restos humanos. Se entiende que las cosas
muebles que se colocan en las bóvedas, sepulcros o nichos, ya sea de cementerios públicos o de
cementerios privados, han sido puestas allí como homenaje de los deudos a la memoria de quienes han
fallecido. Por otro lado, no podría predicarse que fueran de dueño desconocido, porque cabría presumir
que las cosas de valor allí dejadas son, en todo caso, de propiedad de los herederos del causante cuyos
restos se encuentran en la sepultura.
3. ¿Quién es el descubridor del tesoro?
Según el art. 1952, Cód. Civ. y Com., el descubridor del tesoro es "el primero que lo hace visible,
aunque no sepa que es un tesoro". Como dijimos al comienzo de la explicación del tema, el derecho que
se otorga al descubridor del tesoro se relaciona con el hecho de que repuso en la circulación de bienes,
valores que habrían quedado inactivos de no haber sido por su acción de ponerlos al descubierto, en la
inteligencia que de esa manera se beneficia el sistema económico. De allí que no interese si quien lo
hace visible sabe o no que es un tesoro y ni siquiera que tome posesión.
La palabra "visible", que alude exclusivamente al sentido de la visión, es decir, a lo que se percibe a
través de los ojos, debe ser entendida en sentido amplio, como comprensiva de cualquiera de los otros
sentidos, porque no es improbable que el descubrimiento de un tesoro se concrete a través de la
audición (p. ej., el herrero que remueve una pieza de una cama antigua y por el sonido que emite el
choque de las monedas de oro, hace perceptible al tesoro; o bien la persona, incluso no vidente, que
cavando con una pala, hace sonar por debajo de la tierra una bolsa de monedas valiosas). De allí que el
giro del Proyecto de 1998 "el primero que exterioriza la percepción sensorial de su existencia" (art. 1893)
era más ajustado, porque el acto valioso que el derecho positivo premia con la asignación de un
derecho económico está relacionado con el rescate de valores de la ociosidad, la que se logra aun en
esos supuestos que, aunque poco probables, no pueden descartarse.
4. El hallazgo debe ser casual
La 2ª oración del art. 1952 fija: "El hallazgo debe ser casual", es decir, no debe ser previsto, debe ser
fruto de la casualidad y no del propósito intencional de ir en la búsqueda de un tesoro. La legislación
intenta desalentar a los aventureros que emprendan en cualquier lado la búsqueda de tesoros.
5. Derecho a buscar tesoros
Según la tercera oración del art. 1952: "Sólo tienen derecho a buscar tesoro en objeto ajeno los
titulares de derechos reales que se ejercen por la posesión, con excepción de la prenda".
El precepto transcripto legitima a buscar tesoros a los superficiarios usufructuarios, usuarios,
habitadores y acreedores anticresistas. No tienen derecho a buscar tesoros, además del acreedor
prendario sobre la cosa mueble que es objeto de su garantía, los acreedores hipotecarios y los titulares
de servidumbres negativas, porque estos dos últimos no se ejercen a través de la posesión.
Si bien el art. 1952 no alude a los titulares de derechos reales sobre cosa total o parcialmente propia
(art. 1888, primera parte), es obvio que están legitimados, porque sería inconsistente que no lo
estuvieran si los están los titulares sobre cosa ajena. Así, el dueño —lo que presupone el art. 1953,
tercer párr.—, el condómino, los titulares de propiedad horizontal o el propietario superficiario. Como
están excluidos del ámbito de los tesoros los objetos que se encuentran en las sepulturas no podrían
buscar tesoros los titulares del derecho de sepultura en los cementerios privados.
6. Derechos del descubridor del tesoro
Como ya se ha dicho, el derecho positivo retribuye la puesta en circulación de los bienes de valor
repuestos en el mercado. El art. 1953 prevé diferentes situaciones:
a) "Si el tesoro es descubierto en una cosa propia, el tesoro pertenece al dueño en su totalidad". Se
entiende que es el que ha sido descubierto por el dueño. Le corresponde el 50% como descubridor y el
50% como dueño de la cosa donde el tesoro fue encontrado.
b) Si la cosa es parcialmente propia, al cotitular que halló el tesoro le corresponde la mitad como
descubridor y, sobre la otra mitad, la proporción que tiene en la titularidad sobre la cosa. P. ej., en un
condominio de A y B sobre un inmueble, en un 60% a A y un 40% a B. Luego B descubre un tesoro de
100 mexicanos de oro. Entonces a B le corresponderá el 50% del tesoro como hallador (50 monedas) y
sobre el otro 50% se le asignará un 40%, es decir 20 monedas más.
c) "Si el tesoro es descubierto casualmente en una cosa ajena, pertenece por mitades al descubridor
y al dueño de la cosa donde se halló". Supongamos que A encargó la pintura de su casa y el pintor fue
el descubridor casual del tesoro. Al pintor le corresponde la mitad como hallador y la otra mitad al
propietario. Y si el inmueble estuviese en condominio, esa mitad se repartirá entre los condóminos en
proporción a su parte indivisa.
d) Aunque el art. 1953 no lo prevea explícitamente, los titulares de derechos reales sobre cosa ajena
que se ejercen por la posesión y están legitimados para buscar tesoros, la lógica de la norma indica que,
p. ej., al usufructuario que halló el tesoro le corresponderá la mitad y la otra mitad al propietario o a los
copropietarios de acuerdo con sus alícuotas.
Finalmente, según el último párrafo del art. 1953, no puede beneficiarse con los derechos que se le
asignan al descubridor quien buscó tesoros sin estar legitimado o sin tener autorización. P. ej., un
acreedor prendario sobre la cosa mueble o el acreedor hipotecario sobre el inmueble gravado. Tampoco
puede invocar el derecho a la mitad del tesoro "la persona a la cual el dueño de la cosa le encarga
buscar un tesoro determinado", aunque sí puede hacerlo "si al hallador simplemente se le advierte sobre
la mera posibilidad de encontrar un tesoro".
7. Los tesoros son bienes gananciales
Según el art. 465, inc. b), del Cód. Civ. y Com., son bienes gananciales: "b) los adquiridos durante la
comunidad por hechos de azar, como lotería, juego, apuestas, o hallazgo de tesoro".
8. Búsqueda por el propietario de un tesoro
El art. 1954, Cód. Civ. y Com., dispone: "Cuando alguien pretende que tiene un tesoro que dice haber
guardado en predio ajeno y quiere buscarlo, puede hacerlo sin consentimiento del dueño del predio;
debe designar el lugar en que se encuentra, y garantizar la indemnización de todo daño al propietario. Si
prueba su propiedad, le pertenece. Si no se acredita, el tesoro pertenece íntegramente al dueño del
inmueble".
La primera oración de este artículo reproduce casi textualmente lo que normaba el Cód. Civil de
Vélez en su art. 2553. Por otra parte, el Cód. Civil añadía en el art. 2564: "Se puede justificar la
propiedad del tesoro hallado por el que se dice dueño, por testigos, presunciones, o por cualquier otro
género de prueba".
En verdad, como lo señalara la doctrina a propósito del art. 2553 del Cód. Civil, no se está aquí ante
un supuesto de tesoro, sino ante la reivindicación de una cosa sobre la cual la persona se arroga el
derecho de dominio(310).
Aunque el art. 1954 solo se refiera a la hipótesis de la reivindicación por su dueño de las cosas
muebles que se encuentran "en predio ajeno", es decir, en un inmueble, como la cosa también puede
estar oculta en una cosa mueble, la solución legal debe ser extensiva a la hipótesis omitida.
La necesidad de indicar el lugar en que la cosa se encuentra oculta y la garantía previa exigible al
reclamante, de los posibles daños que pudiere ocasionar la búsqueda respectiva, están justificadas
porque se tratan de evitar las mismas actitudes desaprensivas o aventureras que rechaza el art. 1952
cuando no autoriza la búsqueda de tesoros sino a determinados sujetos.
§ 77. Régimen de las cosas perdidas
1. El régimen de las cosas perdidas no es un modo de adquisición del dominio
Si bien tratamos el tema dentro del capítulo en el que se abordan los modos especiales de
adquisición del dominio, no hay aquí adquisición por parte del hallador de una cosa perdida. Lo que
ocurre es que el tema se vincula con la apropiación, ya que ese modo adquisitivo rechaza que las cosas
perdidas sean susceptibles de apropiación (art. 1947, inc. b.i). Acaso, habría algún sesgo de adquisición
del dominio por el hallador, en el especial supuesto del art. 1956, segundo párrafo, al que aludiremos
inmediatamente. Por otra parte, seguimos el orden temático y metodológico que utiliza el Cód. Civ. y
Com., el que regula el régimen de las cosas perdidas a continuación de la adquisición de tesoros,
siguiendo la sistemática del Cód. Civil derogado.
2. Cosa perdida. Concepto
El Cód. Civ. y Com. no tiene una definición de lo que debe entenderse por cosa perdida; solamente
indica, al disponer que no es susceptible de apropiación, que "Si la cosa es de algún valor, se presume
que es perdida, excepto prueba en contrario" (art. 1947, inc. b.i). Hemos señalado que a nuestro
entender la norma se refiere a que el objeto tenga cierta significancia económica. La presunción es iuris
tantum, es decir, admite prueba en contrario y no puede desecharse per se que la cosa sea perdida
aunque su valor sea limitado en el plano económico. Algunos autores han considerado que el valor
podría ser de afección y no necesariamente económico.
Una cosa está perdida cuando ha salido de la esfera de custodia de su dueño sin su voluntad, ya sea
por una negligencia suya (p. ej., olvido de un celular en la mesa de un bar), por un hecho de la
naturaleza (un fuerte viento, la crecida de un río, una inundación por lluvias, etc., que arrastra objetos de
una casa) o porque la cosa es remitida a una dirección equivocada, por cualquier medio que sea.
Se han considerado cosas perdidas, p. ej.: un maletín con joyas encontrado en un aeropuerto(311), un
teléfono celular olvidado en el sector de cajas de una estación de servicio(312), una caja de patacones que
perdió el camión de una empresa transportadora de caudales al pasar por un peaje(313), un cheque
encontrado en el piso del sector trasero de un taxi(314), un certificado de depósito a plazo fijo(315), un
certificado bancario nominativo intransferible(316), etcétera.
En cambio, no se consideró cosa perdida la suma de dinero pagada en exceso por la persona que
trabajaba como cajera de un banco(317) o el cofre encontrado en una caja de seguridad de un banco que,
por error, había sido colocada por su dueño mientras se encontraba dentro del mismo recinto de cajas
de seguridad(318).
La jurisprudencia ha señalado que, en el plano legal, no es relevante la diferenciación entre cosas
"olvidadas" y cosas "perdidas", ya que el derecho positivo solo distingue entre cosas "abandonadas" y
"perdidas"(319).
3. Efectos del hallazgo de una cosa perdida
La persona que encuentra una cosa perdida no tiene obligación de tomarla, pero si lo hace asume las
obligaciones del depositario a título oneroso (art. 1955, Cód. Civ. y Com.). Es decir, carga con las
obligaciones que impone el ordenamiento cuando regula el contrato de depósito (art. 1356, Cód. Civ. y
Com.), entre las que se encuentran la de custodiar y restituir la cosa. Como contrapartida, el hallador
tendrá derecho a recibir una recompensa y a cobrar los gastos que ha afrontado, en las condiciones que
veremos a continuación.
El art. 1955, Cód. Civ. y Com., plantea dos hipótesis posibles.
La primera hipótesis es aquella en la que el hallador está en condiciones de individualizar a la
persona que tiene "derecho a reclamarla", p. ej., si se encuentra una billetera dentro de la cual está el
documento de identidad de la persona o bien un maletín con la identificación de quien lo portaba. En ese
caso, en el que es posible la individualización, el hallador debe restituirla inmediatamente a dicha
persona.
La segunda hipótesis se da cuando el hallador no puede individualizar a la persona que puede
reclamarla, caso en cual, está obligado a "entregarla a la policía del lugar del hallazgo, quien debe dar
intervención al juez".
Debe recordarse que en el ámbito de la responsabilidad penal, la apropiación de una cosa perdida
está tipificada como delito (art. 175, inc. 1°, Cód. Penal) y sancionada con pena de multa.
4. Derechos del hallador: recompensa y gastos
Según el art. 1955, Cód. Civ. y Com., el hallador, antes de realizar la restitución a la persona que
tiene derecho a reclamarla, puede exigir el previo pago de los gastos y de la recompensa y tiene
derecho de retención si estos no le son abonados (art. 2587, Cód. Civ. y Com.).
Con respecto a la recompensa, se han vertido múltiples razones que la fundamentan: un premio a la
honradez, un resguardo más al derecho de propiedad o un incentivo que la ley ofrece para el obrar
recto.
La recompensa no está cuantificada específicamente por la ley, pero el art. 1956 dispone que "Si se
ofrece recompensa, el hallador puede aceptar la ofrecida o reclamar su fijación por el juez". Es decir, si
el hallador la considera insuficiente, será un tribunal el que la determine. La recompensa, en principio,
debe ser determinada en dinero, pero en casos de excepción, el Código no imposibilita a la judicatura
que la fije en especie, a través, p. ej., de la asignación al hallador de una parte de los objetos
encontrados, si es posible su división. De todos modos, el art. 1956 dispone que "sin perjuicio de la
recompensa, el dueño de la cosa puede liberarse de todo otro reclamo del hallador transmitiéndole el
dominio de la cosa que encontró"; ya que puede ocurrir que el dueño no esté en condiciones de hacerse
cargo de los gastos que el hallador ha debido afrontar para custodiarla y entregarla. A juzgar por la letra
de la ley, el abandono solo libera al dueño de los gastos, pero no de la recompensa. Esta suerte de
abandono traslativo podría catalogarse como un supuesto en el que el hallador adquiriría la cosa
perdida, como dijimos al inicio.
5. Supuesto en el que no aparece el dueño de la cosa perdida. Subasta
El segundo párr. del art. 1956, Cód. Civ. y Com., establece: "Transcurridos seis meses sin que se
presente quien tiene derecho a reclamarla, la cosa debe venderse en subasta pública".
La venta en subasta pública deberá disponerla el/la juez/a a quien la policía del lugar habrá dado
intervención cuando el hallador se la entregó ante la imposibilidad de individualizar a su dueño o a quien
tiene derecho a reclamarla. Al recibir la cosa, el tribunal deberá realizar las diligencias tendientes a
individualizar al propietario o a quien tenga derecho a reclamarla. Por ejemplo, si se trata de un bolso
con fajos de dinero, sellados y fechados por un banco, podrá requerirle a la entidad financiera que
informe si en dicha fecha se realizó alguna extracción de dicha suma y para que individualice a la
persona que lo realizó. Igualmente, deberá publicar avisos, en la forma en que lo indiquen los códigos
procesales de cada jurisdicción si las hubiere (p. ej., en diarios o bien edictos), para que sea cognoscible
que la cosa perdida está en custodia del tribunal. Si fueren infructuosas las investigaciones, o si pasaren
seis meses a contar del último aviso publicado, la o las cosas serán enajenadas en subasta pública, la
que será judicial. Con el producido se satisfará en primer término al hallador de los gastos que afrontó y
de la recompensa que se le fije. Según el citado precepto, el remanente "pertenece a la ciudad o
municipio del lugar en que se halló".
6. Subasta anticipada
A pesar de no haber transcurrido el lapso de seis meses, el art. 1956 autoriza a que se anticipe el
remate judicial "si la cosa es perecedera o de conservación costosa".
§ 78. Transformación
1. Concepto
La transformación es un modo especial de adquirir el dominio que se produce cuando una persona
con su trabajo hace un objeto nuevo con la materia prima de otra, con la intención de ser su dueña. P.
ej., la persona que con una pieza de cuero que pertenece a otra se hace una campera —o la manda a
hacer— con ánimo de ser dueña de la campera.
En el Cód. Civil este modo adquisitivo también se denominaba especificación (arts. 2567 y ss.). El
Cód. Civ. y Com. solamente utiliza el término "transformación" y la regula en su art. 1957 del siguiente
modo: "Hay adquisición del dominio por transformación si alguien de buena fe con una cosa ajena,
mediante su sola actividad o la incorporación de otra cosa, hace una nueva con intención de adquirirla,
sin que sea posible volverla al estado anterior. En tal caso, solo debe el valor de la primera. Si la
transformación se hace de mala fe, el dueño de la materia tiene derecho a ser indemnizado de todo
daño, si no prefiere tener la cosa en su nueva forma; en este caso debe pagar al transformador su
trabajo o el mayor valor que haya adquirido la cosa, a su elección. Si el transformador es de buena fe y
la cosa transformada es reversible a su estado anterior, el dueño de la materia es dueño de la nueva
especie; en este caso debe pagar al transformador su trabajo; pero puede optar por exigir el valor de los
gastos de la reversión. Si el transformador es de mala fe, y la cosa transformada es reversible a su
estado anterior, el dueño de la cosa puede optar por reclamar la cosa nueva sin pagar nada al que la
hizo; o abdicarla con indemnización del valor de la materia y del daño".
2. Distintas alternativas
El art, 1957, Cód. Civ. y Com., plantea cuatro alternativas de hecho diferentes, aunque en todas ellas
la materia con la que se fabrica o realiza el nuevo objeto es una "cosa ajena", es decir, no le pertenece
al "transformador", término con el que se designa a quien realiza la cosa nueva con la materia de otro. Si
la materia prima le perteneciese al transformador (p. ej., el cuero, cuando se confecciona una campera),
no habría conflicto que resolver por el derecho. Los supuestos que interesan son los siguientes:
a) Transformador de buena fe y la cosa no puede volver a su estado anterior
En el ejemplo que dimos, el transformador es de buena fe si no tenía conocimiento, ni podía tenerlo,
de que el cuero no era suyo. Y la cosa no puede volver a su estado anterior cuando es irreversible
definitivamente, p. ej., la pieza de cuero ya no va a poder recuperarse tal cual era antes de hacerse la
campera, ya que fue cortada y cosida. Este es el caso puro de adquisición de dominio por
transformación (art. 1957, 1er párr.), ya que solo aquí el transformador hace suyo el objeto nuevo y solo
debe el valor de la materia a su dueño. En el ejemplo, el transformador se convierte en dueño de la
campera y debe pagar el valor de la pieza de cuero al titular de dominio de esta.
b) Transformador de buena fe y la cosa es reversible
P. ej., con unas madejas de lana, se teje un pullover. El nuevo objeto puede deshacerse. En este
caso, el dueño de la materia es dueño de la nueva especie (p. ej., el dueño de la lana es dueño del
pullover), pero debe pagar al transformador su trabajo (en el ejemplo, la labor de tejido); pero puede
optar por exigir el valor de los gastos de la reversión. Claro está que el dueño de la materia siempre
tendrá la opción de dejársela al transformador quien deberá pagar el valor del material que no era suyo.
Si el reclamo de reversión es abusivo, porque el trabajo añadido por el transformador es muy
significativo o altamente valioso, podrá en su caso invocarse el art. 10, segundo párr., Cód. Civ. y Com.
c) Transformador de mala fe y la cosa no puede volver a su estado anterior
Aquí también la opción la tiene el dueño de la materia, quien podrá: 1) dejar la cosa al transformador
y exigir que se lo indemnice de todo daño, o 2) quedarse con la nueva cosa, pagando, alternativamente,
el trabajo por lo hecho o el mayor valor que haya adquirido la cosa, a su elección. En el ejemplo de la
campera de cuero, si en el mercado la pieza cruda vale $1.000, la campera se vende a $4.000 y el
trabajo de confección se cobra normalmente $2.000, si el dueño de la materia optase por quedarse con
la campera, le va a convenir pagar el trabajo ($2.000) porque el mayor valor ($3.000) le será más
oneroso.
d) Transformador es de mala fe y la cosa es reversible
En este caso, que antes ejemplificamos con la hechura de un pullover, que puede volver a hacerse
madeja de lana deshaciendo lo tejido, la solución legal consiste en que el dueño de la materia puede
optar: 1) reclamar la cosa nueva sin pagar nada al que la hizo (p. ej., quedarse con el pullover sin pagar
nada al transformador), o 2) Abdicar de la propiedad de la cosa, exigiendo la indemnización del valor de
la materia y del daño.
3. Articulación de la transformación con el régimen general de adquisición de cosas
muebles
Va de suyo que la transformación como modo adquisitivo del dominio tiene relevancia
exclusivamente, como ya lo expresamos al inicio, cuando el transformador no es dueño de la cosa
empleada para la realización del nuevo objeto (p. ej., del cuero o de la lana para confeccionar la
campera o el pullover, respectivamente). De allí que, antes de evaluar si se está ante la situación
reglada por el art. 1957, es necesario determinar si el transformador ya no ha adquirido el dominio de la
materia utilizada, esto es, de la "cosa ajena", a través de los modos generales de adquisición de las
cosas muebles, ya se trate de adquisiciones legales (p. ej., art. 1895, Cód. Civ. y Com.), o por la
prescripción adquisitiva (arts. 1897 y ss., Cód. Civ. y Com.). Si ello fuera así, las previsiones sobre
"transformación" son inaplicables.
§ 81. Aluvión
a) Caracterización y tipología
La adquisición del dominio por aluvión es un modo de accesión natural. Se produce por el hecho de
la naturaleza y no por la acción humana, opera de pleno derecho y no requiere para concretarse de la
realización de actos posesorios ni aceptación por parte del titular del fundo beneficiado(320). Presenta tres
hipótesis de hecho posibles sujetas al mismo régimen: 1) el aluvión por acarreo (art. 1959, 1ª oración),
2) el aluvión por cauce seco o descubierto (art. 1959, último párrafo) y 3) el aluvión por cauce
abandonado (art. 1959, último párr., in fine, Cód. Civ. y Com.).
Al aluvión por acarreo se refiere el art. 1959 en su primera oración: "El acrecentamiento paulatino e
insensible del inmueble confinante con aguas durmientes o corrientes que se produce por
sedimentación, pertenece al dueño del inmueble".
El mismo precepto indica que no hay acrecentamiento: "si se provoca por obra del hombre, a menos
que tenga fines meramente defensivos"; tampoco "si no hay adherencia de la sedimentación al
inmueble" y que "No obsta a la adherencia el curso de agua intermitente".
Por su parte, el art. 1960 fija que "No constituye aluvión lo depositado por las aguas que se
encuentran comprendidas en los límites del cauce del río determinado por la línea de ribera que fija el
promedio de las máximas crecidas ordinarias".
b) Requisitos para que haya aluvión por acarreo
A partir de las citadas directrices legales, los requisitos para que opere la adquisición por parte del
dueño del inmueble acrecido, en el aluvión por acarreo, son los siguientes:
1) El inmueble debe limitar con aguas(321), ya seas corrientes (p. ej., ríos) o durmientes (p. ej., lagos o
lagunas). El Cód. Civil derogado excluía a las aguas durmientes (art. 2578), basado en la idea —que
surgía de la nota de Vélez— de que en esas aguas no había acrecentamiento por sedimentación, lo cual
no es necesariamente así en todos los casos.
2) El acrecentamiento por la sedimentación debe ser por el efecto "paulatino e insensible" del agua.
Desde este punto de vista, solo es perceptible pasado un tiempo y no de un día para el otro o en lapsos
breves.
3) La causa del acrecentamiento debe ser el hecho de la naturaleza; por eso dijimos que el aluvión
es un modo de accesión natural y no artificial. Los acrecentamientos provocados por obras humanas,
como la tierra ganada al río por rellenado(322), no provoca adquisición por aluvión; aunque sí se producirá
si la sedimentación es provocada por una obra "meramente defensiva", p. ej., las que procuran impedir
la inundación de los inmuebles, en los términos del art. 1975, Cód. Civ. y Com.
4) La tierra aluvional debe estar efectivamente adherida, es decir, definitivamente formada, ya que
"No existe aluvión si no hay adherencia". Lo importante es que cese de ser parte del curso de agua, por
lo que no impide la adquisición que aquel sea intermitente.
5) No constituye aluvión la tierra sedimentada que se encuentra comprendida en los límites del cauce
del río (art. 1960), lo cual se explica porque esa sedimentación forma parte del río, que es de dominio
público del Estado. Por río se entiende "el agua, las playas y el lecho por donde corre, delimitado por la
línea de ribera que fija el promedio de las máximas crecidas ordinarias" (art. 235, inc. c]).
c) Supuesto de acrecentamiento de varios inmuebles
Según el art. 1959, tercer párr.: "El acrecentamiento aluvional a lo largo de varios inmuebles se divide
entre los dueños, en proporción al frente de cada uno de ellos sobre la antigua ribera". A diferencia del
art. 2582, Cód. Civil, este precepto clarifica que la división de la tierra de aluvión entre los distintos
inmuebles se efectúa atendiendo al ancho del frente sobre el agua que cada inmueble tenga, sin que
sea relevante cuál es la dirección de las líneas internas del terreno, es decir, si estas son
perpendiculares a la ribera o si van en diagonal, en otras palabras, es intrascendente cuán profundo es
el terreno.
d) Aluvión por cauce seco o por cause abandonado
Como señalamos al inicio, el Cód. Civ. y Com. legisla el aluvión comprendiendo tanto los casos de
acrecentamiento por yuxtaposición de nueva tierra (aluvión por acarreo); por el alejamiento natural de un
curso de agua de una ribera a la del frente (cauce seco o descubierto), y también el aluvión por cauce
abandonado, es decir, cuando el agua se retira de su canal originario para correr por otro.
Ya aludimos al primero de los casos, es decir, al aluvión por acarreo. A los otros dos casos de
aluvión, que se producen por desvíos, variaciones en el curso de las aguas, modificaciones en su traza,
etc., se les aplican las mismas reglas.
El Cód. Civil de Vélez había previsto el aluvión por acarreo y el aluvión por cauce seco o descubierto
(art. 2573), pero había omitido el aluvión por cauce abandonado, aunque se entendía que las mismas
previsiones eran aplicables también a tal supuesto. En este sentido, el Cód. Civ. y Com. subsana la
omisión.
Un caso histórico de cauce abandonado fue el acontecido en la provincia de Santiago del Estero con
el del Río Dulce, que ya hacia 1825 había desviado su curso hacia el oeste generando crisis y
despoblamiento en una cuantiosa población ribereña en los departamentos de Atamisqui y Salavina(323).
Un ejemplo conocido de cauce descubierto fue el del Río Luján en la provincia de Buenos Aires.
§ 82. Avulsión
El art. 1961, Cód. Civ. y Com., en su primera parte dispone: "Avulsión. El acrecentamiento del
inmueble por la fuerza súbita de las aguas que produce una adherencia natural pertenece al dueño del
inmueble. También le pertenece si ese acrecentamiento se origina en otra fuerza natural".
El párrafo transcripto describe conceptualmente al aluvión, el que también es el producto de una
adquisición que beneficia a un inmueble por un hecho de la naturaleza que lo acrecienta. A diferencia de
lo que acontece en el aluvión, en el que el agrandamiento de la finca ocurre por el efecto paulatino e
insensible de las aguas, cualquiera que sea su tipología (acarreo, cauce seco o cauce abandonado), en
la avulsión el crecimiento del inmueble sucede como consecuencia de un hecho súbito, derivado de la
fuerza de las aguas (p. ej., una porción de tierra que estas arrastran hasta un inmueble aguas abajo) o
por otra fuerza natural (p. ej., un viento huracanado que arrebata una planta de un inmueble y la
deposita en otro).
Para que se produzca la "adherencia natural" es imprescindible que el objeto que acrecienta al
inmueble que lo recibe, por efecto de las aguas u otra fuerza de la naturaleza, sea susceptible de tal
adherencia natural, lo que podrá suceder con la tierra, la arena, los árboles o las plantas en general,
etc., pero que no podría ocurrir, p. ej., con un automotor, con un tanque de agua, con las tablas de
madera de un muelle, etc., casos en los cuales, según reza el art. 1961 en su párrafo final "se aplica lo
dispuesto sobre las cosas perdidas", es decir, los arts. 1955 y ss.
El segundo párrafo del art. 1962 prevé: "Si se desplaza parte de un inmueble hacia otro, su dueño
puede reivindicarlo mientras no se adhiera naturalmente. El dueño del otro inmueble no tiene derecho
para exigir su remoción, mas pasado el término de seis meses, las adquiere por prescripción".
Del texto legal en examen se infiere que el titular del inmueble del que se ha desprendido una de sus
partes (p. ej., la porción de tierra, una roca, una planta, etc.) conserva su dominio mientras no se
concrete la adherencia natural, ocurrida la cual su derecho se extingue. Por cierto, mientras no se
produzca la adherencia natural, su titular conserva el dominio de la parte desplazada de su inmueble, al
solo efecto de llevársela, pero no para ejercer otras facultades en el inmueble en el que se encuentra (p.
ej., el uso y goce); su derecho se limita a reivindicarla y llevársela consigo. Aunque parezca una verdad
de Perogrullo, p. ej., si por la creciente de un río un inmueble pierde, por un quiebre del suelo, 15m2
tierra, su dueño no podrá trasladarse al inmueble al que se arrimó la tierra aguas abajo, para cortar el
césped o sentarse a tomar mate. Es decir, conserva su derecho de propiedad únicamente para llevarlo
de regreso a su finca. Si el dueño decide recuperarla, puede ocurrir que en la ejecución de los trabajos
de recupero, los que están a su cargo, provoque daños al dueño de la finca receptora. Aunque se han
vertido distintas posiciones a favor y en contra del derecho del dueño a reclamar una indemnización por
esos perjuicios, pensamos que el caso debe ser catalogado como un límite al dominio de los
propietarios ribereños y como tal, no genera indemnización de daños "a menos que por la actividad del
hombre se agrave el perjuicio" (art. 1971).
El derecho de reivindicación que tiene el titular del inmueble disminuido en su materialidad, respecto
de la porción desprendida, es solo una opción y no un imperativo legal; incluso el dueño del inmueble
receptor no puede exigir la remoción. Por otra parte, la reivindicación puede ejercerse mientras no
sucedan dos hechos: 1) que la cosa se adhiera naturalmente, porque en ese supuesto el titular del
inmueble receptor la habrá adquirido por accesión, o 2) transcurridos seis meses desde que la cosa se
detiene en el inmueble receptor, lo que suceda antes.
Pasados los seis meses, el art. 1962 refiere que el propietario del inmueble acrecido adquiere el
dominio de la parte desplazada "por prescripción". La previsión legal al referirse a la adquisición "por
prescripción" evidentemente alude a la prescripción adquisitiva, lo que implica una contradicción
normativa porque, o la porción desplazada se adquiere por accesión o bien se adquiere por usucapión.
Acaso se haya querido reproducir la solución del Cód. Civil de Vélez, en cuyo régimen, aunque la
acción reivindicatoria también era imprescriptible, una de las excepciones a dicha imprescriptibilidad se
establecía en el art. 4039, en estos términos: "Se prescribe por seis meses, la acción de los propietarios
ribereños para reivindicar los árboles y porciones de terrenos, arrancados por la corriente de los ríos".
Es decir, en Vélez, la acción de reivindicación del propietario ribereño estaba expuesta a un plazo de
prescripción liberatoria de seis meses. Pensamos que esta es la interpretación más razonable, ya que
para que haya usucapión se exigen requisitos que el art. 1961 no impone, comenzando por la posesión
que, en el caso, podría estar ausente.
§ 90. Concepto
Los límites al dominio privado son los contornos normales dentro de los cuales debe ejercerse el
derecho real, ya se trate de que se impongan por razones de interés público o que lo sean en razón de
las relaciones de vecindad. El Cód. Civil se refería a ellos con la denominación "Restricciones y límites
del dominio" (tít. VI, Libro tercero, arts. 2611 a 2660). El Cód. Civ. y Com. utiliza el término "límite" y no
el de "restricción", lo cual es preferible porque la palabra restricción remite a la idea de disminución de
una facultad con que se contaba con anterioridad, lo que no se corresponde en rigor con la noción de
límite. En esa línea conceptual, las XXIV Jornadas Nacionales de Derecho Civil (Buenos Aires, 2013)
declararon por unanimidad: "La expresión límites al dominio es la más adecuada pues hace referencia al
contenido normal de ese derecho real. Las limitaciones o restricciones denotan una reducción de
facultades en términos genéricos". Sin embargo, algunos códigos locales de planeamiento urbano
continúan utilizando la terminología "restricciones", p. ej., el Código Urbanístico de la CABA (ley 6099,
2018, art. 1.2.2.5).
La idea se conecta con el principio general de que los derechos subjetivos siempre deben ejercerse
conforme a las leyes que reglamentan su ejercicio, como lo dispone el art. 14, CN, ya que ningún
derecho es absoluto en el sentido de carecer de límites.
Los límites al dominio están regulados en el capítulo 4, del título III, del Libro cuarto del Cód. Civ. y
Com. (arts. 1970 a 1982). Luce evidente la simplificación de la nueva codificación que dedica al tema
solo trece artículos, en contraste con el Código de Vélez que, en un exceso reglamentario, lo hacía a
través de casi media centena de previsiones.
Por otra parte, no debe perderse de vista que, como lo prescribe el art. 240, Cód. Civ. y Com., el
ejercicio de los derechos individuales sobre las cosas debe ser compatible con los derechos de
incidencia colectiva y debe "conformarse a las normas del derecho administrativo nacional y local
dictadas en el interés público y no debe afectar el funcionamiento ni la sustentabilidad de los
ecosistemas de la flora, la fauna, la biodiversidad, el agua, los valores culturales, el paisaje, entre otros,
según los criterios previstos en la ley especial".
§ 91. Extensión del régimen a los restantes derechos reales que se ejercen por la
posesión y a las relaciones de poder
Si bien el régimen de los límites está emplazado dentro de la regulación del derecho real de dominio,
se trata de uno de los deberes inherentes a las relaciones de poder. En efecto, según el art. 1933,
segundo párr., in fine, Cód. Civ. y Com., tanto los poseedores como los tenedores deben respetar "los
límites impuestos en el Capítulo 4, Título III, de este Libro". Esto significa que no solo los dueños deben
ajustar el ejercicio de su derecho a los límites, sino también todos los titulares de derechos reales que
se ejercen por la posesión y aun quienes, aunque no cuenten con un derecho real, mantienen con la
cosa una relación de hecho, como la posesión, la tenencia o los servidores de la posesión.
Así, por ej., el límite de no provocar ruidos que superen la normal tolerancia no solo debe acatarlo el
dueño, sino también un usufructuario (u otro titular de derecho real que se ejerza por la posesión), el
locatario o comodatario (meros tenedores) o cualquier poseedor, aun vicioso.
§ 95. El límite como presunción iuris tantum de daño en las relaciones de vecindad
Cuando la ley establece un límite al dominio por razones de vecindad, lo hace porque en verdad
presume que su incumplimiento provocará un daño al vecino. P. ej., si establece que una abertura que
permite la vista frontal sobre un inmueble vecino no puede instalarse a menor distancia que la de tres
metros (art. 1978), o que una abertura de luz no puede colocarse a menor altura de 1,80 m de la
superficie más elevada del suelo (art. 1979), es porque presume que a una distancia o altura inferior,
podría verse afectada la privacidad del vecino. De allí que si la visión está impedida por elementos fijos
de material no transparente, el mismo Código establece que las distancias mínimas no se aplican (art.
1980).
La jurisprudencia ha considerado abusiva la pretensión de exigir el cumplimiento de un límite al
dominio cuando quien lo reclama no sufre perjuicio. En línea coincidente, las XXIV Jornadas Nacionales
de Derecho Civil (Buenos Aires, 2013) propugnaron: "Puede eludirse el cumplimiento del límite si su
violación no implica la potencialidad cierta de generar daños o son evitados por el autor".
§ 96. Límites en interés público establecidos por el derecho administrativo
Estos límites son los que se refieren al "aprovechamiento y uso" de las cosas. Si bien el art. 1970,
Cód. Civ. y Com., cuando se refiere a este tipo de límites, solamente alude a los inmuebles, eso no
significa que no existan límites al dominio establecidos por el derecho administrativo que regulan el
aprovechamiento o uso de las cosas muebles.
En materia de inmuebles, son ejemplo de esta especie de límites los códigos de edificación y de
planeamiento urbano de las distintas ciudades del país. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, rige el
Código Urbanístico, aprobado por la ley local 6099 de 2018, al que están subordinados tanto el Código
de Edificación(347), como el Código de Habilitaciones y Verificaciones o el Código de Tránsito y
Transporte, normativas todas ellas de naturaleza administrativa que fijan reglas de uso y
aprovechamiento de la propiedad.
A través de las normas locales se determinan las zonas edificables, las alturas máximas; se ordena
la estética de las cuadras; se fijan límites en las áreas de protección histórica o las áreas de arquitectura
especial; se regulan las medidas mínimas para construcción de viviendas y locales, etcétera.
§ 104. Inmisiones
1. Norma aplicable y sus antecedentes
El art. 1973, Cód. Civ. y Com., dispone: "Inmisiones. Las molestias que ocasionan el humo, calor,
olores, luminosidad, ruidos, vibraciones o inmisiones similares por el ejercicio de actividades en
inmuebles vecinos, no deben exceder la normal tolerancia teniendo en cuenta las condiciones del lugar
y aunque medie autorización administrativa para aquellas. Según las circunstancias del caso, los jueces
pueden disponer la remoción de la causa de la molestia o su cesación y la indemnización de los daños.
Para disponer el cese de la inmisión, el juez debe ponderar especialmente el respeto debido al uso
regular de la propiedad, la prioridad en el uso, el interés general y las exigencias de la producción".
El artículo transcripto tiene correspondencia con el semejante art. 2618 del Cód. Civil (texto ley
17.711), cuya fuente había sido el art. 844 del Código Civil italiano de 1942. Vélez Sarsfield solamente
se había ocupado de los ruidos causados por establecimientos industriales, aunque la jurisprudencia
anterior a la reforma de 1968 aplicó por analogía el viejo art. 2618 a cualquier otro tipo de molestia.
La palabra "inmisión" incluye a todo tipo de propalación inmaterial que proviene de un inmueble y
penetra en otro causando molestia, ya sea a través de ruido, olor, vibraciones, iluminación o, como reza
el art. 1973, "inmisiones similares", lo que denota que la norma no es taxativa en cuanto a las posibles
agresiones. Se afirma que las inmisiones son "inmateriales" para excluir del ámbito del art. 1973 a todas
aquellas intrusiones estrictamente materiales en un inmueble ajeno, como, p. ej., las construcciones que
pretenden realizarse en la finca de otra persona, la instalación de máquinas, automotores o la
concreción directa de un despojo.
2. Parámetros legales
Vivir en comunidad nos obliga a soportar las incomodidades naturales que se derivan de la
proximidad con los/as otros/as, especialmente en las grandes ciudades y más aún cuando se habita en
departamentos de la propiedad horizontal. Un vecino desaprensivo y sin conciencia colectiva puede
convertir nuestra vida en un infierno. El art. 1973 apunta justamente a regular situaciones en las que se
sobrepasan los umbrales de la tolerancia razonable. Para ello, la ley suministra determinados
parámetros que sirven para detectar en qué situaciones se puede concluir que ese umbral ha sido
superado y de ese modo habilitarse un reclamo para que la molestia cese y para que se resarzan los
daños que se hubiesen padecido. Las pautas legales son:
a) Normal tolerancia
El mismo giro empleaba el Cód. Civil (ref. ley 17.711). El Código de Vélez aludía a las
"incomodidades ordinarias de la vecindad". Ya hemos dicho que la vida social impone tolerar molestias
inevitables que son la contrapartida de las ventajas que aquella proporciona. Para determinar si una
inmisión, sea cual fuere (ruido, olor, iluminación, etc.), supera o no la normal tolerancia, debe tenerse en
consideración un parámetro objetivo y no subjetivo; es decir, corresponde hacer mérito de la percepción
media de cualquier persona normal. En principio, no hay que reparar en las particularidades del sujeto
que se siente afectado(354), porque, por ej., un ruido puede ser normal para la mayoría de las personas,
pero puede molestar aisladamente a quien padezca un trastorno neurótico patológico. El hecho de que
moleste a ese sujeto, por su particular situación, no convierte a la inmisión en un acto censurable,
porque la regla es la de la tolerancia normal media.
Debe añadirse que la "normal tolerancia" puede depender de los horarios en que producen las
inmisiones. P. ej., un ruido que puede ser molesto en determinada franja horaria, como la de descanso,
puede ser inocuo en otros horarios(355).
Cuando controversias de esta naturaleza se judicializan, son relevantes las pericias técnicas, ya que
a través de estas los/as jueces/zas se pueden ilustrar acerca de la magnitud de las inmisiones, p. ej., a
través de la medición de los decibeles de los ruidos, ya que usualmente las normas locales fijan los
máximos que estos deben tener. También pueden ser útiles las inspecciones oculares, es decir, la
concurrencia de la magistratura a los inmuebles desde donde provienen y a los que se propagan las
inmisiones.
b) Condiciones del lugar
Las condiciones del lugar donde se producen las injerencias inmateriales (inmisiones) deben tenerse
en cuenta. P. ej., no producirá el mismo impacto un ruido en un lugar apartado de viviendas o barrio
residencial silencioso, que en el centro de una ciudad, por la que pasen innumerables colectivos de
línea, subterráneos, etc.; o en una ciudad en la que es usual que sus habitantes descansen durante el
horario de la siesta que en las que no es de costumbre.
c) Intrascendencia de la autorización administrativa
Puede ocurrir que la molestia provenga de un local o establecimiento habilitado para funcionar por la
comuna del lugar; p. ej., un local bailable, un taller mecánico, una carpintería, un salón de fiestas, un
club social y deportivo, una escuela, un aeródromo o aeropuerto, etc. En ese sentido, la autorización
administrativa, que suele denominarse habilitación municipal, no constituye un bill de indemnidad para
generar a los vecinos molestias que excedan la normal tolerancia. Cuando el órgano administrativo
autoriza el funcionamiento del establecimiento industrial, comercial, etc., solo constata si se cumplen los
requisitos reglamentarios fijados a esos efectos por las normas locales (p. ej., la zona de
emplazamiento, las características del local, el impacto ambiental, etc.), pero no está en condiciones de
prever anticipadamente si el autorizado va a transgredir con su obrar las pautas de la tolerancia normal
exigida por la convivencia en comunidad(356). Como lo predica la jurisprudencia, "la habilitación o
autorización para funcionar debe ser entendida con la limitación de no producir molestias excesivas a
los vecinos"(357), a lo que debe añadirse que "la licencia administrativa [es] irrelevante tanto para obstar a
una indemnización como para impedir la orden de cese de la actividad si esta correspondiera"(358).
Por cierto, aunque no exista autorización administrativa, no deberá responder quien emite la inmisión
(ruido, p. ej.), si no se supera la normal tolerancia.
d) Uso regular de la propiedad
El parámetro del respeto debido al uso regular de la propiedad que resalta el art. 1973, Cód. Civ. y
Com., está conectado con la noción del art. 10 del mismo cuerpo normativo. Es decir, el ejercicio regular
de un derecho propio no puede constituir como ilícito ningún acto, no obstante lo cual, la ley veda el
ejercicio abusivo, el que se produce cuando a través del pretendido ejercicio de un derecho se
contrarían los fines del ordenamiento jurídico o se exceden los límites impuestos por la buena fe, la
moral y las buenas costumbres. Si la inmisión proviene de la realización de actividades ilícitas en un
inmueble vecino, el tribunal necesariamente deberá disponer que se suspenda la actividad.
e) Prioridad en el uso
Cuando el art. 1973 alude a la prioridad en el uso, pretende que el tribunal, si la controversia fue
judicializada, tenga en cuenta si la inmisión ya existía al tiempo en que la persona que afirma verse
afectada adquirió el inmueble o inició su relación de poder (posesión o tenencia). Imaginemos que
alguien adquiere un inmueble lindero con una escuela primaria y luego aduce que le afecta el ruido que
niños y niñas producen durante los juegos del recreo.
En ese sentido, se ha dicho que quien compra un terreno y edifica la vivienda familiar, frente a un
establecimiento educacional, implica, necesariamente, que quien lleva a cabo esta obra tiene en cuenta,
por simple sentido común, que existirá un movimiento importante de personas y que ello es "normal,
habitual y razonable"(359).
Por cierto, la prioridad en el uso no excluye la procedencia per se, se trata solamente de un
parámetro a tener en cuenta. Así, p. ej., la SC Buenos Aires señaló: "La prioridad de uso que pueda
tener la Municipalidad demandada respecto de un basural, no es fundamento suficiente para negar el
resarcimiento de los padecimientos que sufran quienes son expuestos a la contaminación ambiental,
pues, la cesación de esos perjuicios y la recomposición e indemnización de los ya consolidados,
conforme lo establece la ley 25.675(360), resulta un deber insoslayable de la magistratura"(361).
f) Interés general y las exigencias de la producción
Si bien el art. 1973 menciona al interés general y a las exigencias de la producción como dos pautas
independientes, lo cierto es que existe entre ellas una relación de género a especie. El interés general
es el género y las exigencias de la producción una de sus expresiones especiales. El interés general es
un concepto que abarca las distintas hipótesis en que la actividad que se realiza en un inmueble genera
ventajas importantes para la comunidad, como actividades relacionadas a la salud, a la educación, a la
libertad de expresión, etc. P. ej., si un tribunal se enfrenta a la situación de una molestia provocada a los
poseedores de un inmueble, que provienen de un establecimiento industrial y que excede la normal
tolerancia, deberá ponderar si el cese de la molestia derivará en la pérdida de empleo para quienes
trabajan en la fábrica y, en ese caso, si no fuese posible ordenar que la molestia se mitigue, p. ej., a
través de alguna obra aislante si se trata de ruido, seguramente se decidirá por mantener la actividad
fabril, sin perjuicio de disponer el pago de una indemnización a los perjudicados.
g) Las circunstancias del caso
La pauta legal, aunque innecesaria, permite advertir que en estas controversias no se pueden dar
respuestas universales o en abstracto, sin atender a las alternativas específicas de casa supuesto, en el
que la magistratura ponderará las distintas pautas a que se hizo alusión en los apartados anteriores.
Facultades del tribunal. El art. 1973 dispone que "los jueces pueden disponer la remoción de la causa
de la molestia o su cesación y la indemnización de los daños".
Si la inmisión no supera la normal tolerancia, p. ej., si el ruido no es excesivo, el reclamo será
desestimado. Ello es así, porque los deberes impuestos por los límites al dominio no generan
indemnización de daños (art. 1971). No es que el vecino que debe soportar ruidos que no superan la
normal tolerancia no sufra daño; lo que ocurre es que ese daño no es resarcible, como los que provoca
cualquier límite al dominio.
Si existe un uso irregular de la propiedad, p. ej., si el ruido proviene de un inmueble en el que se
están realizando actividades ilícitas, p. ej., desguace de automotores robados, el tribunal civil deberá
disponer el cese de la actividad, la clausura y dará intervención a la justicia penal. También puede
tratarse de una actividad ilícita que no constituya delito penal, p. ej., un taller de rectificación de motores
que no fue habilitado por la autoridad local por tratarse de una zona que no lo permite.
Si la inmisión supera la normal tolerancia, p. ej., si los ruidos, malos olores y gases tóxicos provienen
de una carpintería vecina, aunque esté habilitada, el tribunal podrá disponer que se remueva la causa
de la molestia, p. ej., ordenando que se realicen obras tendientes a que se aíslen los ruidos y se filtre
previamente el aire contaminado que se eyecta a la atmósfera a través de un extractor(362).
Una cosa es la remoción de la causa de la molestia o de la molestia en sí misma, lo que un tribunal
puede disponer, ordenando que se realicen obras tendientes a evitar que aquella se produzca (p. ej.,
adecuar las instalaciones de un salón de fiestas, para que los sonidos que emita no excedan la
tolerancia normal(363); o a practicarle un tratamiento acústico a una sala de grabación musical) y otra muy
distinta es que se ordene el cese de la actividad, temperamento que solo es viable, como principio,
cuando existe un ejercicio irregular de la propiedad o en los casos en que el demandado se resiste
injustificadamente a cumplir con la condena al cese de la molestia o de la causa que la provoca.
Si la inmisión supera la normal tolerancia y no es posible la remoción de la causa de la molestia, a
través de algún procedimiento que logre neutralizarla (es decir, la molestia solo puede removerse a
través del cese de la actividad), pero existen razones de interés general que hacen desaconsejable
disponer el cese de las actividades del inmueble desde donde se propalan (p. ej., porque se trata de un
establecimiento fabril, sanitario, escolar, radial, televisivo, deportivo, etc.), entonces el tribunal deberá
disponer que el afectado sea indemnizado del daño que le provoca el tener que soportar molestias que
superan el umbral tolerable. P. ej., la indemnización comprenderá la disminución del valor venal del
inmueble afectado, es decir, la mengua de su valor en el mercado inmobiliario.
Además de la remoción de la causa de la molestia o de la cesación de la molestia, el tribunal deberá
acumular la condena al resarcimiento de los daños y perjuicios, tanto patrimoniales como
extrapatrimoniales que haya sufrido el afectado. P. ej., si los ruidos excesivos provocaron en una
persona la pérdida parcial o total de su audición, deberá repararse el daño patrimonial y moral que tal
incapacidad le genera, no solo en el plano laboral, sino en el de su vida de relación y en su proyecto de
vida(364).
De más está decir que, aunque el art. 1973, Cód. Civ. y Com., no lo refiera expresamente, el
perjudicado podrá instar una acción preventiva del daño (art. 1711) y, en los procesos en general, la
judicatura está habilitada para adoptar medidas de carácter preventivo para evitar los daños futuros.
Tampoco es descartable que en los procesos en que está comprometido el ambiente, los tribunales
apliquen el principio precautorio previsto por el art. 4°, ley 25.675, según el cual: "Cuando haya peligro
de daño grave o irreversible la ausencia de información o certeza científica no deberá utilizarse como
razón para postergar la adopción de medidas eficaces, en función de los costos, para impedir la
degradación del medio ambiente", como lo dispuso la CS en el caso "Cruz", del 23/2/2016(365).
Las XXIV Jornadas Nacionales de Derecho Civil (Buenos Aires, 2013) declararon en este sentido:
"Debe interpretarse a la luz del derecho vigente que el juez tiene la facultad de ordenar el cese de la
molestia, el resarcimiento de los daños que se hubiesen causado e incluso prevenir que esto ocurra".
En cuanto al factor de atribución de responsabilidad por los daños provocados por las inmisiones
previstas por el art. 1973, Cód. Civ. y Com., el citado simposio postuló por unanimidad: "El factor de
atribución es objetivo". Esto significa que es irrelevante la culpa del propietario, poseedor o tenedor del
inmueble desde donde provino la inmisión que provocó los daños (arg. art. 1722, Cód. Civ. y Com.) y, en
consecuencia, solamente podrá eludir la responsabilidad demostrando que el daño respondió a una
causa ajena.
3. Legitimación activa y pasiva
Puede reclamar la remoción de la causa de la molestia o su cesación y la indemnización de los
daños o ser demandados a esos fines, no solamente los propietarios de los inmuebles respectivos, sino
cualquier poseedor o tenedor (arts. 1932 y 1933, Cód. Civ. y Com.) y si se afectan derechos de
incidencia colectiva (art. 14 y 240, Cód. Civ. y Com.) la legitimación activa puede ser más amplia, con
ajuste a la doctrina de la CS del caso "Halabi" (Fallos 332:111).
4. Prescripción liberatoria
El plazo de prescripción a que está sujeta la acción tendiente a que el vecino cumpla el límite, es
decir, para que cese en la propalación de inmisiones (ruidos, olores, iluminaciones, etc.) que superen la
normal tolerancia, dependerá de la defensa que se utilice. Si se trata del titular de dominio o de otro
derecho real que se ejerce por la posesión y acude a la acción real (p. ej., la confesoria, del art. 2264),
esta es imprescriptible (art. 2247). Si en cambio se ejercita una acción personal y no real, esta prescribe
a los cinco años (art. 2560), p. ej., el tenedor o el poseedor sin derecho real, carecen de legitimación
activa para utilizar la acción confesoria.
La acción dirigida a obtener un resarcimiento de daños y perjuicios prescribe a los tres años (art.
2561, segundo párr.), aunque se acumule a la acción real imprescriptible.
§ 110. Concepto
El condominio es el derecho real que otorga a cada uno de sus titulares, que se denominan
condóminos/as, la facultad privativa de disponer de su parte indivisa —alícuota— y las de usar y gozar
la cosa común, mueble o inmueble, en concurrencia con los otros titulares.
A esta conceptualización se llega a partir del análisis de las distintas previsiones que contiene el título
IV del Libro cuarto del Cód. Civ. y Com., el que regula el condominio en sus diferentes versiones,
aunadas a las disposiciones generales de los derechos reales contenidas en el título I del mismo Libro.
§ 112. Caracteres
El condominio se caracteriza por presentar:
a) Pluralidad de titulares
El art. 1983 del Código alude a "varias personas", que pueden ser humanas o jurídicas. La pluralidad
de titulares constituye uno de los caracteres que distinguen al condominio del derecho real de dominio,
pues este último es exclusivo y no admite sino un solo titular (art. 1943). Sin embargo, que el
condominio no sea exclusivo no significa que se trate de un derecho real de dominio de sujeto plural,
pues entraña un derecho real autónomo, que tiene su propio marco legal, como se señalará al hacer
tema de su naturaleza jurídica.
b) El objeto es una cosa
El derecho real recae "sobre una cosa que pertenece en común". Si bien el objeto de los derechos
reales puede ser excepcionalmente un derecho (art. 1883, segundo párr.), en el caso del condominio su
único objeto posible es una o varias cosas, ya sea muebles como inmuebles, registrables o no
registrables. No existe condominio sobre bienes que no sean cosas, en el sentido técnico de objeto
material susceptible de valor económico (art. 16). Por ese motivo, no es condominio la comunidad
derivada de la indivisión hereditaria, ni siquiera cuando se prolonga en el tiempo, pues esta tiene por
objeto cosas y derechos y subsiste como tal hasta su partición (art. 2363).
El objeto del derecho real es la cosa común, de allí que los arts. 1985 a 1988, Cód. Civ. y Com., se
encarguen de regular las modalidades del uso y goce de aquella. La parte indivisa no es el objeto del
derecho real de condominio, ya que esta "no marca sino la medida, el límite del derecho de cada
condómino"(374). El art. 1983 es terminante en cuanto a que el derecho real se aplica "sobre una cosa" y
se ejerce "por una parte indivisa".
c) La parte indivisa. Presunción de igualdad
La parte indivisa de cada condómino, que se expresa en números fraccionarios (½, ¼, ¾, etc.) o en
porcentuales (50%, 25%, 75%, etc.), no se vincula ni tiene correspondencia con ninguna parte material
de la cosa común. Por esta razón, es preferible el término "alícuota" que empleaba el Proyecto de 1998
(art. 1923) o bien el de "cuota" y no el de "parte indivisa" que utiliza el Cód. Civ. y Com. (art. 1983), al
igual que lo hacía el art. 2673, Cód. Civil, porque "el vocablo 'partes' mueve a pensar en una
materialidad que no se despeja con la connotación de 'indivisas"(375). Hablar de "parte" podría sugerir que
se está ante una porción material de la cosa y eso no es así, ya que el condómino es copropietario de
todas y cada una de las moléculas del objeto. P. ej., si A, B y C son condóminas de un inmueble
edificado, la "parte indivisa" no se proyecta sobre ninguna parte material de esta, es decir, no podremos
pensar que A tiene derecho sobre el living, B sobre los dormitorios y C sobre la cocina y los baños, sino
que todas ellas son condóminas de toda la casa y cada átomo de la casa, aunque puedan
eventualmente realizar convenios relativos al uso y goce alternado o exclusivo (art. 1987).
En la vida real suelen aparecer situaciones en las que, p. ej., dos hermanos condóminos separan un
terreno en dos partes materiales perfectamente diferenciadas y en cada una de ellas cada uno edifica
una casa, pero esa circunstancia fáctica no debe llevar a la confusión de pensar que cada condómino es
titular de cada una de esas partes que ocupan de modo exclusivo, pues lo que ha sucedido es que
acordaron el uso exclusivo de las partes materiales de la cosa, como lo admite el art. 1987, pero ambos
son condóminos de toda la finca y cada parte de ella(376). Es que "la cosa pertenece a todos los
comuneros (...) aquella pertenencia es únicamente por una parte ideal, abstracta, alícuota o indivisa en
cabeza de cada condómino, la cual, a su vez y como tal, ante su falta de correspondencia con una parte
física específica de la cosa, conduce a que el objeto íntegro pueda y deba ser atribuido a todos y a cada
uno de los sujetos, desde que las partes ideales se hallan inseparablemente vinculadas entre sí"(377).
Si esta cuota, que es un concepto abstracto o bien "una ficción de la ley para posibilitar el
funcionamiento de la figura"(378), no abarcase a toda la cosa y cada una de su moléculas, no se explicaría
que los condóminos tengan el uso y goce de toda la cosa (art. 1986); que se le otorgue a cualquiera de
ellos la legitimación activa para reivindicar contra terceros la cosa entera (art. 2251) o que se les
reconozcan las acciones posesorias no solo en defensa de su alícuota sino también de toda la cosa (art.
2245).
Según el art. 1983, in fine, Cód. Civ. y Com., las partes indivisas o alícuotas de los condóminos "se
presumen iguales, excepto que la ley o el título dispongan otra proporción". Al aludir al título, el precepto
remite a la causa fuente de la adquisición, p. ej., al contrato o al testamento, los que podrán expresar el
porcentual que le corresponde a cada uno de los comuneros. En cuanto a la ley, existen supuestos en
los que esta fija proporciones definidas, como ocurre en el condominio por accesión de cosas muebles
inseparables pues el art. 1958, in fine, dispone: "Si es imposible determinar qué cosa tenía mayor valor,
los propietarios adquieren la nueva por partes iguales".
§ 126. Frutos
El art. 1995 del Cód. Civ. y Com. consagra: "No habiendo estipulación en contrario, los frutos de la
cosa común se deben dividir proporcionalmente al interés de los condóminos".
Esta norma es de las denominadas reglamentarias, es decir, solo va a imperar en ausencia de pacto
en contrario de los condóminos. Si la cosa produce frutos, estos se reparten en proporción a la parte
indivisa de cada condómino pues ese es el alcance que corresponde asignar al vocablo "interés"
utilizado por el legislador.
El precepto debió ubicarse dentro de las disposiciones generales, ya que cualquier beneficio de la
cosa se distribuye entre los copropietarios, haya habido o no decisión de dar la cosa en administración o
acaso en locación.
§ 128. Partición
1. Concepto
Si bien el Cód. Civ. y Com. no conceptualiza lo que es la partición, esta deriva del vocablo "partir"
que, en una de sus acepciones, significa repartir o dividir algo entre varios. Con rigor técnico señalan los
Alterini que la partición "es el acto jurídico que tiene por finalidad sustituir las alícuotas correspondientes
a cada uno de los condóminos por nuevos derechos que recaigan sobre cosas o partes materiales de
ellas, o por alícuotas en otros condominios generados para hacer efectiva la división"(401).
2. Acción de partición
Si en un condominio sin indivisión forzosa alguno de los condóminos pide la partición y los restantes
obstaculizan la división o se rehúsan, el Cód. Civ. y Com. le confiere a aquel la acción de partición. La
facultad del condómino de pedir la partición forma parte del orden público de los derechos reales, por lo
que no puede renunciarse, aunque pueda declinarse su ejercicio temporariamente en los casos
permitidos por el ordenamiento.
a) Naturaleza real o personal
Se discrepa en la doctrina autoral acerca de si la acción de partición tiene naturaleza personal o real.
Aunque se ha postulado que se trata de una acción personal(402), creemos que en el derecho vigente la
acción de partición es de naturaleza real.
En primer lugar, según el art. 2247, Cód. Civ. y Com., las acciones reales legisladas en el título XIII,
cap. 2, Cód. Civ. y Com., esto es, la reivindicatoria, la confesoria, la negatoria y la de deslinde, no son
las únicas acciones reales posibles, ya que su segundo párrafo alude a ellas como las "acciones reales
legisladas en este Capítulo", dejando entrever que en el Código han sido legisladas otras. Como
señalan los Alterini: "es claro que el legislador no entendió que las acciones estuvieran encuadradas tan
solo en el número cerrado de las que se legislaban expresamente, partiendo de la base de que pueden
existir otras sobre cuya naturaleza el legislador no se pronuncia de manera particular"(403).
Por otro lado, la acción de partición es imprescriptible (art. 1997, última oración), característica típica
de las acciones reales (art. 2247, tercer párr.), ya que, con la salvedad de las acciones civiles derivadas
de delitos de lesa humanidad (art. 2561, tercer párr.), las acciones orientadas a exigir el cumplimiento de
los derechos personales (créditos) están sujetas a plazos de prescripción liberatoria más o menos
extensos y al genérico de cinco años (art. 2560).
En lo atinente a la competencia territorial, es regla en los códigos procesales locales que a la acción
de partición del condominio se le aplican las directrices de las acciones reales, como lo hace el art. 5°,
inc. 1°, Cód. Proc. Civ. y Com., en materia de inmuebles, aunque olvidando el legislador las hipótesis de
partición mobiliaria.
Se añade que el interés que moviliza al condómino que demanda judicialmente la partición no se
centra en derechos creditorios exigibles a los restantes comuneros, pues lo que aquel persigue es poner
fin al derecho real, por alguna de las modalidades posibles de partición, desde la licitación, hasta la
adjudicación en especie o, en su defecto, la realización de la cosa para hacer cesar la comunidad y
hacerse de la parte que le corresponde según el valor de su alícuota. En efecto, esta demanda no tiene
por objeto exigir el cumplimiento de prestaciones adeudadas por los demás integrantes del condominio
ya que, a través de la acción de partición, se ejercita una de las facultades de orden público que hacen a
la estructura inderogable del derecho real de condominio.
b) Imprescriptibilidad
La acción de partición es imprescriptible (art. 1997, última oración) al igual que la acción de partición
de herencia (art. 2368). Ello no obsta a que alguno de los condóminos haya intervertido el título de la
relación de poder y poseído la cosa de modo exclusivo durante el plazo legal de prescripción adquisitiva,
con la consiguiente adquisición del dominio.
c) Competencia territorial
En cuanto a la competencia territorial, la acción de partición del condominio de inmuebles se rige por
las mismas reglas que las acciones reales (art. 5°, inc. 1°, segundo párr., Cód. Proc. Civ. y Com.). Esta
preceptiva dice que es juez competente: "el del lugar donde esté situada la cosa litigiosa. Si estas
fuesen varias, o una sola pero situada en diferentes jurisdicciones judiciales, será el del lugar de
cualquiera de ellas o de alguna de sus partes, siempre que allí tenga su domicilio el demandado. No
concurriendo tal circunstancia, será el del lugar en que esté situada cualquiera de ellas, a elección del
actor".
3. Reglas aplicables a la partición
En lo que atañe a la partición, el art. 1999, Cód. Civ. y Com., reza: "Rigen para el condominio las
reglas de la división de la herencia, en tanto sean compatibles". La remisión legal resulta aplicable al
título VIII, del Libro quinto del Cód. Civ. y Com., denominado "Partición", aunque algunas de las
preceptivas allí contenidas solo son aplicables a la partición hereditaria, de allí la referencia del art. 1999
a "en tanto sean compatibles".
4. Clases de partición
Existen tres pautas para distinguir las distintas clases de partición.
La primera pauta modula en si la partición de los condóminos se concreta con o sin intervención
judicial. Desde ese punto de vista, la partición puede ser: 1) privada (art. 2369); 2) judicial (art. 2371), o
3) mixta.
La segunda pauta se relaciona con el modo en que se lleva a cabo la división. En este plano, la
partición puede ser: 1) por licitación (art. 2372); 2) en especie (art. 2374), o 3) por venta.
La tercera pauta apunta al alcance de la partición, es decir, si abarca a todas las cosas objeto del
condominio o solamente a alguna o algunas de ellas. Con esta mira, la partición puede ser: 1) total o 2)
parcial (art. 2367).
5. Partición privada, judicial o mixta
La partición puede ser:
a) Privada. En esta modalidad de partición no interviene la judicatura. Para que la partición del
condominio pueda ser privada es preciso que concurran los siguientes recaudos: 1) todos los
condóminos deben estar presentes; 2) todos los condóminos deben ser capaces; 3) todos los
condóminos deben estar de acuerdo (unanimidad), y 4) no debe existir ningún tercero que, fundándose
en un interés legítimo, se oponga a que la partición sea privada (arts. 2369 y 2371, inc. b], Cód. Civ. y
Com.).
El acuerdo de partición privado de los condóminos tiene naturaleza contractual (arg. art. 957, Cód.
Civ. y Com.) y para su concreción existe libertad de formas (art. 2369). Sin embargo, si la partición es
completamente privada y atañe a inmuebles, en tanto se trata de un contrato con fines extintivos de un
derecho real, debe hacerse por escritura pública (art. 1017, inc. a], Cód. Civ. y Com.), e inscribirse para
oponibilidad a terceros interesados de buena fe (art. 1892, Cód. Civ. y Com.). Si el acuerdo incluye un
automotor, deberá cumplirse con la inscripción —que tiene fines constitutivos— a tenor del dec.-ley
6582/1958.
b) Judicial. Aquí interviene la judicatura. Debe ser judicial, con ajuste al art. 2371: 1) si hay
condóminos incapaces, con capacidad restringida o ausentes; 2) si terceros, fundándose en un interés
legítimo, se oponen a que la partición se haga privadamente; c) si los condóminos no acuerdan en hacer
la partición privadamente.
c) Mixta. En este supuesto los condóminos realizan un acuerdo que formalizan por instrumento
privado y lo presentan ante la judicatura para su homologación. El juez o la jueza, previa ratificación por
los condóminos, lo homologará y la sentencia homologatoria constituirá el título suficiente a los fines de
la adjudicación de los bienes incluidos en el acuerdo de partición. En este caso, no es exigida la forma
de escritura pública aunque se trate de inmuebles, por la incidencia de la regla de libertad de formas que
establece el art. 2369 y porque la autenticidad que proporciona la escritura pública como acto solemne
es suplida por la intervención de la judicatura.
6. Partición por licitación, en especie o por venta
En cuanto a la manera en que se procede al reparto de la cosa o las cosas objeto de condominio,
esta puede ser por licitación, en especie o por venta.
a) Licitación
El art. 2372, Cód. Civ. y Com., restableció el instituto de la licitación que, prevista en el Cód. Civil de
Vélez (art. 3467) como manera de realizarse la partición, había sido suprimida por la reforma de la ley
17.711 de 1968. Con respaldo en el citado art. 2372, cualquiera de los condóminos puede pedir la
licitación de alguna de las cosas objeto de la división, para que se le adjudique dentro de su hijuela por
un valor superior al del avalúo, si los demás condóminos no superan su oferta. Efectuada la licitación
entre los condóminos, el bien licitado debe ser imputado a la hijuela del adquirente, por el valor obtenido
en la licitación, quedando de ese modo modificado el avalúo de ese bien. La oferta puede hacerse por
dos o más condóminos, caso en el cual la cosa se adjudica en condominio a los licitantes, y se imputa
proporcionalmente en la hijuela de cada uno de ellos. La licitación no puede pedirse después de
pasados treinta días de la aprobación de la tasación.
P. ej., A, B y C tienen en condominio tres inmuebles (el 1, el 2 y el 3), los que están edificados.
Solicitada la partición por alguno de ellos o decidida por todos, siempre obviamente que no exista
indivisión forzosa, puede acontecer que a alguno de esos condóminos (B, p. ej.) le interese uno de esos
inmuebles en particular, supongamos el 3, p. ej., porque vive allí con su familia, porque allí tiene
emplazado su consultorio o un negocio comercial, porque allí vivieron sus ascendientes, etc. En ese
contexto, los inmuebles se tasan. Imaginemos que el 1 se valuó en u$s 50.000, el 2 en u$s 35.000 y el 3
en u$s 35.000. Una vez que las tasaciones han sido aprobadas (ya sea aceptadas o judicialmente
aprobadas), B tiene 30 días para pedir que el inmueble 3 se licite, para lo cual debe ofrecer un valor
superior al de la tasación, p. ej., u$s 40.000. Si los demás condóminos no ofrecen un valor superior, el
inmueble 3 se le adjudicará a B en su hijuela.
La hijuela es el lote o parte de cada comunero en la repartición de los bienes. En el ejemplo que
estamos ensayando, a B se le adjudica en su lote el inmueble 3, tomándose la valuación ofrecida en la
licitación (u$s 40.000) y no por el valor de la tasación originaria (u$s 35.000).
b) Adjudicación en especie
Si no se ejerció el derecho a licitar, la ley privilegia la división en especie. En ese sentido, el art. 2374
dispone: "Si es posible dividir y adjudicar los bienes en especie, ninguno de los copartícipes puede exigir
su venta". P. ej., si el condominio recae sobre un campo, podrá dividirse en distintos sectores materiales
y adjudicarse cada una de esas partes a cada condómino atendiendo a los respectivos porcentuales. O,
p. ej., si un inmueble edificado es pasible de afectarse a propiedad horizontal y dividirse en
departamentos, asignándose a cada comunero las unidades funcionales. Debe tenerse presente que
aunque la cosa sea divisible material o jurídicamente, el art. 2375, Cód. Civ. y Com., la impide "si ello
hace antieconómico el aprovechamiento de las partes".
c) Venta
El art. 2374, Cód. Civ. y Com., dispone que si es imposible la división en especie: "se debe proceder
a la venta de los bienes y a la distribución del producto que se obtiene", añadiendo en la segunda
oración de su segundo párrafo, que también "puede venderse parte de los bienes si es necesario para
posibilitar la formación de los lotes".
El primer caso se da, p. ej., si se trata de la partición de un terreno edificado que no es divisible, este
se vende y se reparte el producido entre los condóminos.
El segundo supuesto, relativo a la venta para posibilitar la formación de los lotes, también llamada
partición combinada, se produce, p. ej., si dos personas condóminas de tres inmuebles se adjudican un
inmueble cada una, de valores dispares, y venden el tercer inmueble a fin de repartir el precio obtenido
en las proporciones necesarias para que se respete el valor de lo que han sido sus alícuotas durante el
régimen de la comunidad.
7. Partición total o parcial
La última oración del art. 2369, Cód. Civ. y Com., establece: "La partición puede ser total o parcial".
En principio los condóminos tienen libertad para decidir si dividen todas las cosas que son objeto de
condominio o solo alguna o algunas de ellas. Mas en otros supuestos la partición parcial no será una
opción, sino una imposición, ya que por aplicación del art. 2367, si alguna de las cosas objeto de
condominio no es susceptible de división inmediata, p. ej., porque está sujeta a una indivisión forzosa
temporaria, solamente se puede pedir la partición de las cosas "que son actualmente partibles", es decir,
las que no están afectadas a una indivisión forzosa.
8. Efecto declarativo de la partición
El art. 2403, Cód. Civ. y Com., determina en su 1ª oración: "La partición es declarativa y no traslativa
de derechos". En función del efecto declarativo de la partición, cada condómino debe ser considerado
como que hubiere sido, desde el origen del condominio, propietario exclusivo de lo que le hubiere
correspondido en su lote o adjudicado por licitación, y como que nunca hubiese tenido ningún derecho
sobre la cosa que le ha tocado a los otros condóminos.
La solución normativa, que es una ficción legal, rige únicamente entre condóminos, pero no extiende
sus efectos a los terceros. Por esa razón, por aplicación del art. 2403, Cód. Civ. y Com., los actos
válidamente otorgados por los condóminos respecto de la cosa objeto del condominio conservan sus
efectos a pesar de la partición, sea quien sea el adjudicatario de la cosa que fue objeto de esos actos.
Es decir, los derechos que los condóminos hayan otorgado a terceros conservan estabilidad con
independencia de la partición; p. ej., si todos los comuneros hipotecaron el inmueble objeto del
condominio, el gravamen mantiene su vigencia aunque luego de la partición del inmueble le haya sido
adjudicado en dominio exclusivo a uno solo de los cotitulares.
El efecto declarativo de la partición también otorga eficacia a los actos que sobre toda la cosa
hubiese constituido el condómino sin el consentimiento unánime de los restantes, si esta le es
adjudicada, p. ej., si el condómino había constituido sobre el inmueble común una servidumbre, pese a
que para ello era requisito que concurriese la voluntad de todos los comuneros (art. 1990).
La ficción legal reconoce excepciones, ya que los condóminos se deben entre sí la garantía de
evicción (arts. 2404 a 2406) y la de los defectos ocultos(404) (art. 2407).
9. Adquisición por un condómino
El art. 1998, Cód. Civ. y Com., indica: "Adquisición por un condómino. Sin perjuicio de lo dispuesto en
las reglas para la división de la herencia, también se considera partición el supuesto en que uno de los
condóminos deviene propietario de toda la cosa". Es decir, si el condominio concluye porque uno de los
condóminos adquiere todas las partes indivisas que conforman el condominio también se considera que
ha habido partición. El Proyecto de 1998 aludía a este supuesto como un sucedáneo de la partición (art.
1939).
P.ej., si A y B son condóminos y A adquiere por compraventa o donación la alícuota de B, o este
último renuncia a su parte indivisa, A deviene dueño. Como también aquí la ley reputa que existe
partición, rige el efecto declarativo (art. 2403), con las salvedades de la evicción y los defectos ocultos
(arts. 2404 a 2407) y se mantienen con pleno vigor los actos que conjunta o individualmente hubiesen
otorgado válidamente los condóminos en favor de terceros (art. 2403, tercer párr.).
§ 129. Concepto
El condominio con indivisión forzosa es aquel en el que los condóminos están impedidos de requerir
la partición.
I. Nociones generales
Téngase en cuenta que por el momento no nos estamos refiriendo a la titularidad del muro, sino
simplemente a su emplazamiento territorial en relación con la línea separativa entre dos fincas.
De acuerdo con el mensaje legal del art. 2010, en el esquema 1, el muro lindero se presume
medianero —en condominio— desde los tres metros hasta la altura del edificio más bajo, es decir,
"hasta la línea común de elevación". Por encima de esa línea se presume privativo del dueño del edificio
más alto. Recordemos que hasta los tres metros el muro es medianero, porque el condominio nace
desde la construcción, sea encaballado o contiguo. El legislador entiende que la pared que se extiende
entre los tres metros y la altura del edificio más bajo está en condominio, ya que es de utilidad para
ambos y que si fuese de uno solo de ellos, este se opondría a la utilización por el que no la compró.
Las presunciones del art. 2010 se aplican a cualquier tipo de muro divisorio, encaballado o contiguo,
porque la norma alude a "muro lindero" sin ningún otro aditamento.
En los ejemplos de los esquemas 2 y 3, las presunciones no juegan porque, en el 2, el muro separa
un edificio de un patio (huerto o jardín) y en el 3, porque la pared separa un jardín de un patio.
En definitiva, las presunciones operan exclusivamente cuando el muro divide edificios. Pero a veces
sucede que un edificio se tira abajo y en la pared lindera quedan rastros de la construcción antigua, p.
ej., revestimientos de azulejos o bien marcas de la altura de la pared divisoria del edificio derrumbado.
Aquí también operan las presunciones, aunque el edificio haya sido destruido (art. 2011).
Las presunciones admiten prueba en contrario, porque no son iure et de iure. En ese sentido, el art.
2013 señala: "La prueba del carácter medianero o privativo de un muro o la que desvirtúa las
presunciones legales al respecto, debe provenir de instrumento público o privado que contenga actos
comunes a los dos titulares colindantes, o a sus antecesores, o surgir de signos materiales inequívocos.
La prueba resultante de los títulos prevalece sobre la de los signos".
Las manifestaciones unilaterales de uno de los propietarios contiguos, acerca de que el muro le
pertenece con exclusividad, no será prueba eficaz, pues la ley exige "actos comunes", p. ej., las
constancias que se introducen en los contratos de compraventa que emanan de ambas partes.
Los "signos materiales inequívocos" son los rastros, huellas o vestigios materiales que se encuentran
en los muros linderos y que muchas veces permiten inferir que la pared es medianera o privativa, p. ej.,
si está marcado el surco de cañerías antiguas o el hueco dejado por un tirante. La ley ordena que la
prueba instrumental, en lo que atañe a su fuerza persuasiva, debe prevalecer sobre la que suministran
los signos.
§ 159. Mejoras
Para la medianería urbana, las reglas sobre la contribución a los gastos que demande la pared, ya
sea por su reparación o reconstrucción, están plasmados en el art. 2027, Cód. Civ. y Com.: "Los
condóminos están obligados, en la proporción de sus derechos, a pagar los gastos de reparaciones o
reconstrucciones de la pared como mejoras necesarias, pero no están obligados si se trata de gastos de
mejoras útiles o suntuarias que no son beneficiosas para el titular colindante".
Si se trata de una mejora necesaria, "indispensable para la conservación de la cosa" (art. 1934, inc.
d]), no hay duda de que están a cargo de ambos condóminos, p. ej., si la pared presenta rajaduras o
humedades que ponen en riesgo su estabilidad total o parcial. Debe dejarse a salvo la circunstancia de
que la reparación sea necesaria por culpa de uno de los comuneros, como, p. ej., si la humedad se
produjo por el deterioro de artefactos sanitarios existentes en uno de los inmuebles linderos, en cuyo
caso, los gastos estarán a cargo de quien produjo el daño.
La norma presupone que las mejoras útiles o suntuarias que el condómino realiza sobre la cosa
solamente benefician al condómino que las realizó y no al colindante, razón por la cual libera del gasto a
quien no la hizo. Cabría preguntarse qué pasa cuando las mejoras útiles o suntuarias son beneficiosas
para ambos colindantes. Si las deciden ambos de común acuerdo, es lógico que estén a cargo de los
dos. Ahora bien, si la hizo uno solo de ellos, sin la conformidad del otro, habría que diferenciar las útiles
de las suntuarias.
La mejora suntuaria nunca puede ser indemnizable por el condómino lindero, porque siempre el lujo
o recreo que esta mejora genera es en "provecho exclusivo para quien la hizo" (art. 1934, inc. f]). Por ej.,
si uno de los condóminos hace un revestimiento de mármol lujoso del lado de la pared divisoria.
En cuanto a la mejora útil, creemos que debe aplicarse la regla general del condominio, es decir, la
del art. 1990. El condómino puede hacerla, pero el gasto respectivo estará a su exclusiva costa(431). P. ej.,
si para evitar que se escuchen sonidos o ruidos, uno de los condóminos medianeros reviste la pared con
algún material aislante, esa mejora puede ser útil para ambos linderos, pero su costo será de cargo
exclusivo del que lo realizó. Los Alterini consideran, en cambio, que si la mejora útil realizada por uno de
los comuneros, sin acuerdo previo, resulta de provecho al otro colindante, este debe indemnizarla,
aunque hasta el mayor valor adquirido por la cosa, según el art. 1938, Cód. Civ. y Com., ya que otra
hermenéutica llevaría "a postular la inutilidad del art. 2027 por ser repetitivo de la solución general del
art. 1990"(432).
§ 172. Reemplazo
Establece el art. 2036, Cód. Civ. y Com.: "Si el árbol o arbusto se cae o seca, sólo puede
reemplazarse con el consentimiento de ambos condóminos".
La necesidad de la conformidad de ambos cotitulares está relacionada con el hecho de que el
reemplazo entraña un acto de disposición material sobre la cosa común de los actos que, como es regla
en el condominio, requieren la aquiescencia de todos los comuneros (art. 1990).
Si el árbol o arbusto se destruye totalmente, p. ej., por un incendio, el condominio se extingue por
ausencia de objeto (art. 1907) y la sustitución por uno nuevo también requerirá acuerdo de ambos
condóminos. Los restos de la especie caída o que pereció por haberse secado pertenecen a ambos
condóminos por partes iguales. La igualdad de las partes indivisas surge implícita en la medianería rural
(arg. art. 2032) y así debe considerarse a falta de regla legal o convencional distinta (art. 1983, in fine).
§ 177. Facultades
El art. 2037, Cód. Civ. y Com., alude al uso, goce y disposición material y jurídica sobre la unidad
funcional, las que deben ser ejercidas con ajuste a lo establecido en la ley (título V, Libro cuarto, Cód.
Civ. y Com.) y en el reglamento de propiedad horizontal.
a) Facultad de uso
El titular usa la unidad funcional que comprende a las cosas y partes propias y comunes, p. ej.,
viviendo en el departamento, utilizándolo para el ejercicio de alguna actividad profesional o comercial,
estacionando el automotor si es una cochera, utilizando la terraza o el jardín común o los ascensores o
escaleras para transitar, etcétera.
b) Facultad de goce
En cuanto a la facultad de gozar, p. ej., el titular de la unidad funcional puede alquilarla o gravarla con
usufructo, uso o habitación, lo que implicará percibir los frutos civiles correspondientes.
c) Facultad de disposición jurídica
La facultad de disposición jurídica es amplia, ya que el titular puede enajenar la unidad funcional, p.
ej., venderla, donarla, etc. También puede gravarla con derechos reales de garantía, p. ej., hipotecarla.
Debe recordarse que, dada la inseparabilidad entre las cosas y partes comunes y las cosas y partes
propias que componen la unidad funcional, no existe la posibilidad de disponer jurídicamente de alguna
de ellas de manera independiente. P. ej., no puede enajenarse el derecho sobre las partes comunes
(pasillos, ascensores, piscina, etc.) si no se enajena el departamento.
d) Facultad de disposición material
La disposición material es más acotada que la jurídica. En efecto, sobre las cosas y partes propias
enunciadas por el art. 2043, el margen de disposición material es amplio, aunque siempre bajo la
cortapisa de que no se afecte la seguridad del edificio, p. ej., el propietario puede destruir tabiques
internos no portantes, hacer revestimientos de cualquier material sobre las paredes, pisos o techos, etc.
En cambio, las modificaciones materiales sobre las cosas y partes comunes no son de disponibilidad del
propietario individualmente, sino que están sujetas al régimen consorcial, como se verá más adelante.
El Proyecto de 1998 fue más audaz en torno a las facultades materiales del titular de la propiedad
horizontal porque, a diferencia del Cód. Civ. y Com., habilitaba a los propietarios de unidades
funcionales contiguas a comunicarlas, si no se perjudicaba la seguridad del inmueble (art. 1986), y a
instalar equipos de refrigeración, calefacción, ventilación, extracción u otros similares, y utilizar los
muros comunes en todo su espesor, en tanto no se causaran perjuicios o molestias que excedieran la
normal tolerancia (art. 1985).
§ 178. Inseparabilidad de cosas y partes propias y comunes y de los derechos sobre
estas
Las cosas y partes comunes y las cosas y partes propias son inseparables y tampoco pueden
escindirse los derechos que los titulares tienen sobre estas. Una derivación de la interdependencia
consta en la 2ª oración del art. 2045, Cód. Civ. y Com., en la que se lee: "La constitución, transmisión o
extinción de un derecho real, gravamen o embargo sobre la unidad funcional, comprende a las cosas y
partes comunes y a la unidad complementaria, y no puede realizarse separadamente de éstas". P. ej.,
no se puede vender el departamento separado de los derechos sobre las partes o cosas comunes.
Entre las cosas y partes propias y las que son comunes no hay una relación de cosa principal a cosa
accesoria; ambas componen la unidad funcional de un modo inescindible, sin existir superioridad o
predominio de unas sobre otras.
§ 179. Antecedentes
El Cód. Civil de Vélez fue el primero en el mundo en prohibir la propiedad horizontal. Su art. 2617
disponía: "El propietario de edificios no puede dividirlos horizontalmente entre varios dueños, ni por
contrato, ni por actos de última voluntad". En la nota a esa preceptiva señalaba el codificador cordobés:
"La división horizontal, dando a uno los bajos y a otro los altos, crea necesariamente cuestiones entre
ellos".
Pero la realidad siempre se impone y a pesar de la prohibición, esta manifestación de la propiedad
fue canalizada a través de la concurrencia de los derechos reales de dominio y condominio. Fue recién
en 1948 que se permitió con autonomía a la propiedad horizontal como derecho real. En efecto, ese año
se sancionó la ley 13.512, que fue reglamentada por el dec. 18.734/1949, y dicho plexo normativo rigió
el sistema durante casi siete décadas, completado por una nutrida jurisprudencia que contribuyó a
modelarlo y a permitir un desenvolvimiento adecuado.
La sanción de la ley 13.512 de propiedad horizontal fue fundamentalmente impulsada por la
necesidad de paliar necesidades habitacionales. En esos tiempos se había producido un fuerte
desarrollo industrial en las grandes ciudades y se habían elevado centros fabriles con alta demanda de
insumos y mano de obra. Dicha situación provocó importantes desplazamientos poblacionales desde la
periferia hacia los centros urbanos, desde el campo hacia la ciudad. Tales desplazamientos, que fueron
masivos e ininterrumpidos, llevaron a una gran concentración de población en las grandes urbes, lo que
obligó a un mayor y mejor aprovechamiento de los espacios urbanos disponibles, a través de renovados
conceptos de construcción que tendieron a más modernas estructuras edilicias que pudieran dar
solución a esa demanda.
Y si bien es cierto que a partir de una interpretación amplia del art. 1° de la ley 13.512 fue posible que
se habilitase el sistema no solo a departamentos, sino también a locales y hasta a garajes, en rigor de
verdad el proceso de reforma legislativa que concluyó en la sanción de la ley de propiedad horizontal
estuvo fundamentalmente vinculada a la problemática habitacional y a paliar ese déficit.
Aunque el rol de la jurisprudencia fue vital durante los casi setenta años de vigencia de la ley 13.512,
a poco de su andar se advirtieron las diversas dificultades que planteaba su aplicación y fueron
numerosos los anteproyectos y proyectos orientados a su reforma, al igual que los simposios
académicos que abordaron la temática. El Cód. Civ. y Com. logró plasmar buena parte de ese bagaje de
consensos y la fuente principal de la regulación de la propiedad horizontal, que incluye el título V del
Libro cuarto, ha sido el Proyecto de 1998 (arts. 1972 a 2014), del que se toman la mayor parte de los
artículos que lo conforman.
§ 180. Constitución
Para que pueda adquirirse el derecho real de propiedad horizontal es ineludible que previamente el
inmueble esté afectado al régimen del derecho real. Ello se logra con la redacción e inscripción en el
registro inmobiliario del reglamento de propiedad horizontal, momento a partir del cual el inmueble
ingresa en "estado de propiedad horizontal"(437). Este reglamento debe contener las cláusulas
establecidas por el art. 2056, Cód. Civ. y Com., a las que nos referiremos infra.
Los legitimados para afectar el inmueble al sistema de la propiedad horizontal son: el dueño, los
condóminos del inmueble (art. 2038, Cód. Civ. y Com.) y el superficiario (art. 2120, Cód. Civ. y Com.).
El reglamento de propiedad horizontal debe ser instrumentado por escritura pública (art. 2038) y si se
trata de un inmueble en condominio es necesaria la unanimidad (art. 1990).
La redacción e inscripción del reglamento no hacen nacer por sí mismas el derecho real de propiedad
horizontal, pero luego de cumplida esa etapa, el inmueble estará en estado de propiedad horizontal y
preparado para se adquiera ese derecho real sobre cada una de las unidades funcionales.
Ese reglamento de propiedad horizontal, como se verá en el apartado siguiente, estará integrado a
los títulos suficientes de adquisición del derecho real sobre la unidad funcional (art. 2038, segundo
párr.).
§ 186. Consorcio
El art. 2044, Cód. Civ. y Com., señala en su primer párrafo: "Consorcio. El conjunto de los
propietarios de las unidades funcionales constituye la persona jurídica consorcio. Tiene su domicilio en
el inmueble. Sus órganos son la asamblea, el consejo de propietarios y el administrador".
1. El consorcio como persona jurídica
El consorcio de propietarios es una persona jurídica de naturaleza privada (art. 148, inc. h], Cód. Civ.
y Com.), cuyos integrantes son los propietarios de las unidades funcionales del inmueble afectado a la
propiedad horizontal.
Durante la vigencia de la ley 13.512, que guardaba silencio sobre el tema, se discutió entre los
autores y en la jurisprudencia si el consorcio era o no persona jurídica(449), y hasta se dictaron fallos
plenarios que le reconocían esa personalidad(450). Entre los múltiples simposios académicos que
abordaron la cuestión, las Segundas Jornadas Provinciales de Derecho Civil (Mercedes, 1983) y las XIV
Jornadas Nacionales de Derecho Civil (San Miguel de Tucumán, 1993) aconsejaron la consagración
legislativa de la personalidad del consorcio y ya al tiempo de la entrada en vigencia del Cód. Civ. y
Com., en 2015, era dominante la tesis que no controvertía que el consorcio de propietarios de la
propiedad horizontal fuera una persona de existencia ideal, según el art. 33 del Cód. Civil. De manera
que los arts. 148, inc. h), y 2044, Cód. Civ. y Com., reflejan ese consenso doctrinario y jurisprudencial.
La persona jurídica consorcio comienza su existencia cuando nace a la vida jurídica el derecho real
de propiedad horizontal, hecho que no ocurre, como ya dijimos, con la redacción e inscripción del
reglamento de propiedad horizontal, que solo provoca el estado de propiedad horizontal, sino en el
momento en que al menos existan dos propietarios distintos de unidades funcionales. P. ej., cuando el
dueño del edificio, que redactó el reglamento y lo inscribió, enajena una unidad funcional a otra persona.
2. Atributos de la personalidad jurídica del consorcio
Toda persona jurídica privada reconoce determinados atributos, los que son enunciados por los arts.
151 a 156, Cód. Civ. y Com. (nombre, domicilio, patrimonio, objeto).
a) Nombre
No existen parámetros legales específicos relativos al nombre del consorcio. No obstante, creemos
que la palabra "consorcio" debe necesariamente estar presente en la denominación, porque el art. 151,
Cód. Civ. y Com., dispone que en el nombre de las personas jurídicas privadas debe incluirse el
"aditamento indicativo de la forma jurídica adoptada". Es cierto que no se trata de una forma facultativa
de personalidad jurídica, ya que los consorcistas no podrán emplear una distinta a la prevista por arts.
148, inc. h), y 2044, Cód. Civ. y Com., pero no lo es menos que siempre es imperativo que el nombre
identifique cuál es el tipo de persona jurídica que se designa.
En la praxis, cuando se redacta el reglamento de propiedad horizontal, suele denominárselo con el
vocablo "Consorcio de propietarios" seguido de la dirección en la que está emplazado el edificio, con
todas las numeraciones de su frente, p. ej., Consorcio de propietarios de la Avenida Corrientes
880/882/884. No obstante, algunos consorcios adoptan nombres de fantasía, especialmente cuando los
edificios ocupan toda una manzana y tienen ingreso por más de una calle, p. ej., "Consorcio Edificio
Forum Puerto Madero".
b) Domicilio
El art. 2044, Cód. Civ. y Com., señala que el consorcio: "Tiene su domicilio en el inmueble". Se
entiende que se trata del inmueble en que se emplaza el edificio afectado a la propiedad horizontal. En
el caso de los conjuntos inmobiliarios propiamente dichos (art. 2073), será el del inmueble donde está la
urbanización. En ese domicilio se tendrán por válidas y vinculantes para el consorcio todas las
notificaciones efectuadas (arg. art. 153, Cód. Civ. y Com.).
c) Patrimonio
El art. 2056, inc. c), Cód. Civ. y Com., dispone que el reglamento de propiedad horizontal debe
contener la "composición de los bienes del consorcio". Si bien el Código no los enuncia, como sí lo hacía
el Proyecto de 1998 (art. 1980), los que este proponía como tales sirven como ejemplo de cuáles deben
entenderse como bienes de propiedad de la persona jurídica consorcio. Así, p. ej., el fondo de reserva,
otras recaudaciones, los créditos contra los consorcistas o contra terceros, las unidades funcionales que
se le asignen en el reglamento u otras que adquiera en el inmueble, etc. Los fondos líquidos con que
cuenta un consorcio usualmente están depositados en cuentas bancarias de titularidad de la persona
jurídica, la que tiene un código único de identificación tributaria (CUIT).
Es importante no confundir entre los bienes que conforman el patrimonio de la persona jurídica
consorcio por un lado, y las cosas y partes comunes que integran las unidades funcionales de los
propietarios por el otro. En la práctica del derecho vivo se suele incurrir en el error de confundir esa
diferencia patrimonial. Así, p. ej., si se pretende ejecutar una sentencia de condena pecuniaria dictada
contra un consorcio, el acreedor podrá agredir los bienes del consorcio, los que ya mencionamos (p. ej.,
el créditos por expensas comunes, el fondo de reserva, etc.), pero nunca podrá hacer embargar y
ejecutar las cosas o partes comunes de los propietarios (p. ej., un ascensor, una caldera, etc.), porque
esas cosas no son de pertenencia del consorcio, sino que son cosas o partes comunes de los
consorcistas, inseparables e inescindibles de las cosas y partes privativas y ambas constituyen la
unidad funcional en su singular unión.
d) Capacidad jurídica
La capacidad jurídica (de derecho) del consorcio, como la de todas las personas jurídicas, se ajusta
al principio de especialidad. Como se trata de un ente que nace por imperativo legal, su causa fin debe
buscarse en el título V del Libro cuarto, Cód. Civ. y Com., que regula a la propiedad horizontal. De su
lectura se desprende que todo el abanico de facultades que el Código le otorga al consorcio está dirigido
a satisfacer el interés común del conjunto de los propietarios, noción paralela a la de "beneficio común"
que menta el art. 2041, inc. k), in fine, Cód. Civ. y Com.
Desde la perspectiva expuesta, puede afirmarse que el consorcio fue ideado sustancialmente para
realizar actos enderezados hacia tal interés común, finalidad que se traduce en la búsqueda de
seguridad (del inmueble y de las personas), comodidad, salubridad y optimización y racionalización de
los recursos y los gastos que requiere el desarrollo de la vida consorcial. Estas metas, que corporizan la
utilidad común, son la vara con la que deben apreciarse los alcances de la aptitud jurídica del
consorcio(451).
El reglamento de propiedad horizontal no podría establecer que el consorcio de propietarios tuviese
fines distintos a los asignados por la ley, porque las normas que diseñan su personalidad jurídica son de
orden público.
Con esta mira, el consorcio de propietarios tiene capacidad jurídica para adquirir bienes para sí, con
los recursos que integran su patrimonio; incluso puede adquirir unidades funcionales que formen parte
del edificio afectado a la propiedad horizontal; o del complejo urbanístico, si se trata de la propiedad
horizontal especial de los conjuntos inmobiliarios propiamente dichos, caso en el cual hasta puede
disponerse en el reglamento un derecho de preferencia a favor del consorcio para la adquisición (art.
2085).
3. Los consorcios de hecho
Suele suceder que, antes de la constitución formal de la propiedad horizontal, es decir, aún no
otorgado el reglamento de propiedad por escritura pública, inscripto en el registro inmobiliario y
extendidos los títulos suficientes a los adquirentes, el edificio ya construido esté siendo poseído por los
adquirentes de las unidades funcionales, con base en boletos de compraventa, que es lo único que
puede otorgar el propietario del inmueble cuando este todavía no ingresó jurídicamente al "estado de
propiedad horizontal". El consorcio de propietarios no ha nacido aún a la vida jurídica como persona de
existencia ideal, pues no se ha constituido aún el derecho real de propiedad horizontal, pero, a pesar
ello, ya existe una comunidad consorcial de hecho, en la que existe una persona que administra y
poseedores que contribuyen a los gastos y expensas comunes, etcétera.
Durante esa etapa que puede ser breve, pero que a veces se prolonga en el tiempo, la doctrina
afirma que se está ante un consorcio de hecho(452) o preconsorcio y que resulta razonable que las
relaciones entre quienes son parte de esa comunidad —titulares de derechos personales— se rijan, por
analogía, por las reglas de la propiedad horizontal(453). Sin embargo, en las relaciones con terceros, tales
normas no podrían aplicarse porque, hasta que no nazca el derecho real de propiedad horizontal, el
sistema es inoponible a terceros interesados. Se argumenta que podrían aplicarse frente a terceros las
reglas del condominio por tratarse de una comunidad de derechos personales (art. 1984(454)), con lo cual,
la comunidad responde frente a terceros (p. ej., el proveedor de un servicio de vigilancia), como lo
establece el art. 1992, Cód. Civ. y Com.
4. Los subconsorcios
El art. 2068, Cód. Civ. y Com., dispone: "Sectores con independencia. En edificios cuya estructura o
naturaleza lo haga conveniente, el reglamento de propiedad horizontal puede prever la existencia de
sectores con independencia funcional o administrativa, en todo aquello que no gravita sobre el edificio
en general. Cada sector puede tener una subasamblea, cuyo funcionamiento y atribuciones deben
regularse especialmente y puede designarse a un subadministrador del sector. En caso de conflicto
entre los diversos sectores la asamblea resuelve en definitiva. Frente a terceros responde todo el
consorcio sin tener en cuenta los diversos sectores que lo integran".
Esta norma está pensada para complejos edilicios de varios sectores o torres que requieren, para su
mejor funcionamiento, una organización interna independiente en los aspectos administrativos. La
previsión legal había sido propuesta de lege ferenda por las XIV Jornadas Nacionales de Derecho Civil
(San Miguel de Tucumán, 1993)(455).
Los subconsorcios pueden conformarse con subasambleas y subadministradores, pero no tienen
personalidad jurídica. En caso de conflicto entre las decisiones que tomen las subasambleas, será
determinante lo que resuelva la asamblea de propietarios, que es la que reúne la voluntad de los
consorcistas de todos los sectores. Que los subconsorcios no son persona, lo corrobora el hecho de que
frente a terceros responde exclusivamente el consorcio de propietarios.
5. Extinción
El art. 2044, segundo párr., Cód. Civ. y Com., reza: "La personalidad del consorcio se extingue por la
desafectación del inmueble del régimen de propiedad horizontal, sea por acuerdo unánime de los
propietarios instrumentado en escritura pública o por resolución judicial, inscripta en el registro
inmobiliario".
Si la persona jurídica consorcio de propietarios nace cuando se gesta el derecho real de propiedad
horizontal, es lógico que finalice su existencia al extinguirse el derecho real. Resta responder, porque lo
silencia el art. 2044, qué sucede cuando se reduce a uno el número de propietarios, pues ya no existirá
comunidad de propietarios ni, por tanto, derecho real de propiedad horizontal. Creemos que la persona
consorcial se extingue, aunque si se mantiene el estado de propiedad horizontal, puede llegar a renacer
si el único propietario de todas las unidades enajena alguna de ellas a otra persona.
§ 187. Responsabilidad de los consorcistas por las deudas del consorcio
La regla es que las deudas del consorcio deben ser satisfechas con los bienes de su pertenencia y,
por lo tanto, los acreedores del consorcio, en caso de no ser canceladas sus acreencias, pueden
ejecutar tales bienes y no las unidades funcionales propiedad de los consorcistas. P. ej., si la empresa
contratada por el administrador para pintar la fachada del edificio no es desinteresada de la deuda,
podrá embargar y ejecutar los bienes del consorcio (créditos por expensas comunes, fondo de reserva,
etc.); o si el/la encargado/a es despedido sin causa y no le pagan las indemnizaciones respectivas,
puede agredir esos mismos bienes.
La controversia, que sucede con mucha frecuencia en la práctica, se produce cuando el consorcio no
tiene bienes suficientes para responder por la deuda, o si es insolvente. Nos preguntamos si el acreedor
del consorcio puede, en algún caso, agredir el patrimonio de los propietarios, p. ej., embargar y ejecutar
la unidad funcional de los consorcistas. La inquietud se produce porque el consorcio, como persona
jurídica, tiene una personalidad distinta de la de sus miembros y, en ese orden conceptual, la regla es
que los miembros no responden por las obligaciones de la persona jurídica, excepto en los supuestos
que expresamente lo dispone la ley (art. 143, Cód. Civ. y Com.).
Durante la vigencia de la ley 13.512 de propiedad horizontal, se había consolidado la tesis de que los
consorcistas respondían por las deudas del consorcio de manera accesoria y subsidiaria, que contaban
con beneficio de excusión y que frente a terceros respondían por partes iguales, sin perjuicio de las
acciones de regreso entre los propietarios, para reclamar lo que hubiesen pagado por encima de sus
alícuotas. Alterini(456) sostenía que ello era así, por aplicación analógica de las normas sobre sociedades
civiles (art. 1713, 1747, 1750, Cód. Civil) y del art. 56 de la ley 19.550 de sociedades comerciales, el que
establece: "La sentencia que se pronuncie contra la sociedad tiene fuerza de cosa juzgada contra los
socios en relación a su responsabilidad social y puede ser ejecutada contra ellos, previa excusión de los
bienes sociales, según corresponda de acuerdo con el tipo de sociedad de que se trate".
Por su parte, Mariani de Vidal(457) postulaba que el fundamento de la responsabilidad subsidiaria de los
consorcistas se asentaba en el art. 8° de la ley 13.512(458), y que frente a terceros respondían en
proporción a sus partes indivisas.
En consonancia con esa polémica, las XIV Jornadas Nacionales de Derecho Civil (San Miguel de
Tucumán, 1993) declararon de lege ferenda: "Se recomienda establecer la responsabilidad subsidiaria
de los consorcistas en la extensión de sus respectivas proporciones y hasta el valor de su unidad".
Lamentablemente el Cód. Civ. y Com. no fijó ninguna previsión, a diferencia de su fuente inmediata,
el Proyecto de 1998(459). Ante el silencio normativo, las XXVI Jornadas Nacionales de Derecho Civil (La
Plata, 2017) declararon por mayoría: "Tanto en la propiedad horizontal común como en la especial, los
consorcistas responden por las deudas del consorcio en forma subsidiaria y en la proporción en que
contribuyen al pago de las expensas (arts. 2046 inc. c) y 2048 del Cód. Civ. y Com.)(460)". En efecto, si
bien el art. 143, Cód. Civ. y Com., dispone que los miembros —los consorcistas— no responden por las
obligaciones de la persona jurídica —consorcio de propietarios—, esa inmunidad patrimonial existe,
excepto que la ley disponga lo contrario (art. 143) y, en este caso, la norma que excepciona al principio
general, sobre la que se fundamenta la responsabilidad patrimonial del propietario individualmente
(subsidiaria y accesoria) es el art. 2048, Cód. Civ. y Com., que obliga a los propietarios a pagar las
expensas comunes ordinarias o extraordinarias, por las que cada uno debe responder en proporción a
su parte indivisa (art. 2046, inc. c]), salvo que en el reglamento se haya convenido otra medida de
contribución(461).
Por ejemplo, imaginemos que explota una caldera y se causa daño a una persona que pasa por la
vereda, quien obtiene una sentencia favorable de condena dineraria contra el consorcio dirigida a
reparar los perjuicios. Cuando la persona ejecuta la sentencia se encuentra con que el consorcio no
tiene fondos ni bienes suficientes para afrontar la deuda. Entonces el acreedor puede embargar las
unidades funcionales de los consorcistas, pero solamente en la proporción de su parte indivisa. Si la
deuda es, p. ej., $1.000.000 (un millón de pesos), el edificio tiene 25 unidades funcionales y el
porcentual de cada una de ellas es del 4%, el acreedor podrá embargar cada una de las 25 unidades
por un monto de $40.000 (cuarenta mil pesos). Aunque debe tenerse bien presente que la
responsabilidad de los consorcistas: 1) solamente se activa de manera subsidiaria, es decir, el acreedor
ejecutante debe acreditar que el consorcio carece de bienes para afrontar la deuda, y 2) no es solidaria,
en el sentido de que el acreedor del consorcio no puede reclamar toda la deuda a un propietario;
solamente puede reclamar a cada propietario en la proporción en que este contribuye al pago de las
expensas comunes.
§ 197. Asamblea
El régimen de las asambleas es abordado por los arts. 2058 a 2063, Cód. Civ. y Com. El nuevo
ordenamiento pretendió simplificar el sistema que rigió hasta su sanción y exhibe cambios sustanciales
si se lo compara con el previsto por la ley 13.512, el que no era idóneo, por su rigidez, para proporcionar
agilidad y certidumbre sobre la validez de las decisiones adoptadas, ya que es un hecho notorio que
resulta común la falta de concurrencia a las asambleas del número necesario de propietarios para
satisfacer las mayorías exigidas por la ley o el reglamento.
1. Concepto
La asamblea es "la reunión de propietarios" (art. 2058, Cód. Civ. y Com.). Técnicamente constituye el
órgano de gobierno de la persona jurídica consorcio y tiene naturaleza deliberativa. En su seno se
toman las decisiones más relevantes de la vida comunitaria, las que, de ser válidas, obligan a todos los
propietarios, incluidos los ausentes, los disidentes y los que se abstuvieron de votar. La importancia del
órgano es la determinante de que el reglamento deba contener numerosas cláusulas que se vinculan a
su estructura y dinámica (art. 2056, incs. l], m], n], ñ], o] y p], Cód. Civ. y Com.).
2. Facultades
El art. 2058, bajo la rúbrica "Facultades de la asamblea", sintetiza en cuatro incisos cuáles son las
atribuciones del órgano, afirmando que está "facultada para resolver":
a) "Las cuestiones que le son atribuidas especialmente por la ley o por el reglamento de
propiedad horizontal" (art. 2058, inc. a])
Numerosas previsiones del título V del Libro cuarto del Cód. Civ. y Com. aluden a las atribuciones
propias e indelegables de la asamblea (v.gr., arts. 2048, 2051, 2052, 2055, 2064, 2066, 2067, 1ª
oración, e incs. f] y h]), siendo una de las más trascendentes la que atañe a la designación y remoción
del/a administrador/a (art. 2066) quien será el/la representante legal del consorcio de propietarios. En
cuanto al reglamento, este debe contener "las facultades especiales de las asambleas de propietarios"
(art. 2056, inc. l]), ya que las facultades generales ya están previstas por el Código.
La disposición despeja toda duda en cuanto a que las decisiones de la administración son revisables
por la asamblea(474).
b) "Las cuestiones atribuidas al administrador o al consejo de propietarios cuando le son
sometidas por cualquiera de estos o por quien representa el cinco por ciento de las partes
proporcionales indivisas con relación al conjunto" (art. 2058, inc. b])
A veces por prudencia y para evitar controversias futuras, el/la administrador/a solicita a la asamblea
que decida algunas cuestiones que son de su propia competencia. P. ej., el/la administrador/a debe
cumplir con las obligaciones derivadas de la legislación laboral (art. 2067, inc. g]), pero podría solicitar a
la asamblea que decida cuál aseguradora de riesgos del trabajo contratar para cumplir la obligación de
la ley 24.557 de riesgos del trabajo.
También el consejo de propietarios, si lo hubiere, que tiene a su cargo autorizar a la administración
para que disponga del fondo de reserva ante gastos imprevistos y mayores a los ordinarios, podría
requerir a la asamblea, si tiene dudas, que sea esta la que decida la erogación.
Finalmente, el Código habilita a los propietarios que suman "el cinco por ciento de las partes
proporcionales indivisas con relación al conjunto" qué decisiones que están a cargo de la administración
o del consejo de propietarios sean resueltas por el órgano de gobierno del consorcio. P. ej., que sea la
asamblea la que defina si se usará o no el fondo de reserva.
La facultad que esta previsión otorga, tanto a la administración como al consejo de propietarios o a
los propietarios que reúnen el cinco por ciento del total indiviso, no debe ejercerse abusivamente, pues
si fuera así se trabaría irrazonablemente la gestión consorcial.
c) "Las cuestiones sobre la conformidad con el nombramiento y despido del personal del
consorcio" (art. 2058, inc. c])
En vigencia de la ley 13.512, el/la administrador/a no necesitaba en estos casos solicitar la
aprobación de la asamblea, porque el art. 9°, inc. a), lo facultaba para "elegir el personal de servicio de
la casa y despedirlo". En la práctica consorcial solían generarse conflictos, especialmente cuando el/la
administrador/a despedía a un/a trabajador/a y esa decisión no era del agrado de buena parte de los
copropietarios o bien generaba la obligación de pagar importantes sumas de dinero, como, p. ej., si se
despedía sin causa justificada a un encargado con muchos años de antigüedad. Es ponderable esta
previsión, especialmente porque evita decisiones apresuradas y exige que se medite la situación,
máxime si se atiende a que podrían llegar a vulnerarse los derechos sociales de los/as trabajadores/as
(art. 14 bis, CN) y a que un despido puede determinar un desembolso económicamente considerable.
d) "Las cuestiones no contempladas como atribuciones del administrador o del consejo de
propietarios, si lo hubiere"
La asamblea tiene competencia residual en todos aquellos asuntos que la ley o el reglamento no
atribuya a los restantes órganos del consorcio.
3. Clases de asambleas
Todas las asambleas se reúnen para tratar asuntos de interés común, sin embargo, pueden
distinguirse las asambleas ordinarias de las asambleas extraordinarias.
Las asambleas ordinarias son las que se reúnen periódicamente y en las oportunidades previstas por
el reglamento, como, p. ej., la que se celebra para considerar la rendición de cuentas que el
administrador debe presentar al cierre de cada ejercicio financiero; la integración del consejo de
administración, etcétera.
Las asambleas extraordinarias son aquellas cuya oportunidad de celebración no está predeterminada
por el reglamento, sino que se convocan en función de las vicisitudes que pueden ir surgiendo durante
el desarrollo de la gestión consorcial, algunas de ellas ante situaciones imprevistas. P. ej., la que se
reúne para decidir una modificación material en cosas o partes comunes o bienes del consorcio, la
contratación o despido de un trabajador o trabajadora, etcétera.
4. Convocatoria
Uno de los presupuestos de validez de la decisión asamblearia es que la convocatoria se ajuste a la
ley y al reglamento.
a) Legitimado para convocar
La asamblea debe ser convocada por el/la administrador/a (art. 2067, inc. a]) o por el consejo de
propietarios, si lo hubiere, "si por cualquier causa el administrador omite hacerlo". El supuesto
excepcional de la autoconvocatoria por los propietarios (art. 2059, segundo párr.), se verá infra, pero lo
natural es que la convocatoria la realice el/la administrador/a.
b) Forma de la convocatoria
La convocatoria debe hacerse "en la forma prevista en el reglamento de propiedad horizontal" (art.
2059) y aunque no lo fije el Código ni el reglamento, es conveniente que se efectúe por medio
fehaciente (p. ej., notificación personal, carta documento, etc.), porque en caso de controversia acerca
de la validez de la asamblea, se evita que algún titular alegue no haber sido anoticiado, lo que no podrá
invocar si la notificación fue indubitable. Por cierto, en la citación deberá constar el lugar, día y horario
fijados para la reunión.
c) Orden del día
Otro requisito que no debe faltar en la convocatoria es la "transcripción del orden del día", porque son
nulas las decisiones adoptadas si no estuvieron incluidas en él, salvo "si están presentes todos los
propietarios y acuerdan por unanimidad tratar el tema" (art. 2059, primer párr., in fine). El orden del día
"debe redactarse en forma precisa y completa"; no son suficientes alusiones tales como "asuntos
varios", que suelen aparecer en las convocatorias. La cuestión tiene relevancia para que los propietarios
puedan ir munidos de la información necesaria para poder votar concienzudamente, especialmente en
asuntos que requieren de conocimientos específicos (p. ej., una mejora útil de alto costo).
d) Asamblea autoconvocada
El segundo párrafo del art. 2059, Cód. Civ. y Com., reza: "La asamblea puede autoconvocarse para
deliberar. Las decisiones que se adopten son válidas si la autoconvocatoria y el temario a tratar se
aprueban por una mayoría de dos tercios de la totalidad de los propietarios". La mayoría de dos tercios
de la totalidad de los propietarios solamente se exigen para decidir la convocatoria y aprobar el orden
del día (temario), pero no se extiende a la mayoría necesaria para adoptar la decisión, la que dependerá
del asunto de que se trate, siendo el principio general el de la mayoría absoluta computada por número
de unidades y valor de los porcentuales indivisos (art. 2060).
5. Quórum
El quórum es el número de personas que tienen que estar presentes para que la asamblea pueda
comenzar a sesionar válidamente. Se trata de un concepto diferente al de mayoría, pues esta es la
cantidad necesaria de votos que deben concurrir en un mismo sentido.
Creemos que el Código no exige ningún quórum(475), y que la asamblea puede iniciar válidamente la
deliberación con los que estén presentes, sea cual fuere su número. En efecto, si bien el título del art.
2059, Cód. Civ. y Com., se titula "Convocatoria y quórum", lo cierto es que no fija ninguna exigencia al
respecto. La prescindencia de quórum es ratificada por el segundo párrafo del art. 2060, en tanto
dispone que "la mayoría de los presentes" (se refiere a los que asistieron a la asamblea convocada)
"puede proponer decisiones, las que deben comunicarse por medio fehaciente a los propietarios
ausentes y se tienen por aprobadas a los quince días de notificados, excepto que estos se opongan
antes por igual medio, con mayoría suficiente".
Este mecanismo de notificación a los ausentes, con aprobación presumida y tácita en caso de
silencio, descarta que el quórum constituya una exigencia condicionante de la deliberación o de la
validez de la decisión ulteriormente confirmada por el silencio o por la ausencia de oposición suficiente.
Justamente, el ingenioso dispositivo previsto por el art. 2060, segundo párr., Cód. Civ. y Com., fue
diseñado para resolver las trabas provocadas por la constante falta del quórum exigido por la ley 13.512.
Pensar que el Cód. Civ. y Com. impone quórum, a pesar del desliz que cometió el legislador al rubricar
el art. 2059 con el vocablo "quórum", vaciaría de sentido el engranaje instituido por el art. 2060 para
flexibilizar la dinámica consorcial.
Nadie desconoce que las asambleas de la propiedad horizontal registran un nivel de ausentismo tan
alto que, de exigirse algún tipo de quórum, se frustrarían prácticamente la totalidad de las reuniones que
se convoquen, especialmente en los edificios de muchas unidades funcionales o que están emplazados
en ciudades veraniegas, a los que los propietarios concurren alguna que otra vez al año o solamente
durante la temporada. El segundo párrafo del art. 2060, Cód. Civ. y Com., implícitamente sanea la
ineficacia que, en vigencia de la ley 13.512, podía predicarse respecto de la cláusula inserta en
prácticamente todos los reglamentos de propiedad horizontal del país, en las que se establece,
básicamente, que si fracasa la primera convocatoria por falta de quórum, se celebrará la asamblea
media hora después en segunda convocatoria, cualquiera que sea el número de propietarios presentes.
En este sentido, no compartimos la tesis de quienes postulan que el quórum necesario en la
asamblea de la propiedad horizontal coincide con la mayoría necesaria para la decisión que se pretende
tomar(476) y afirmamos, en cambio, que el Cód. Civ. y Com. no exige quórum salvo que alguna norma
expresa lo imponga.
6. Legitimados para asistir a la asamblea
El legitimado para asistir a la asamblea y votar es el propietario o su representante legal o voluntario
(apoderado). Quien cuenta con un boleto de compraventa no es titular del derecho real de la unidad
funcional, por lo que si pretende asistir deberá exhibir el poder otorgado por el titular de la unidad,
incluso tal apoderamiento puede constar en el boleto(477). Del mismo modo, cualquier otro ocupante no
propietario (p. ej., inquilino) no pueden asistir, salvo que cuente con poder del propietario.
El reglamento puede limitar "la cantidad de cartas poderes que puede detentar cada titular de unidad
funcional para representar a otros en asambleas" (art. 2056, inc. n]), norma esta que intenta desalentar
que un mismo propietario represente a un número demasiado amplio de propietarios; aunque si el
reglamento no pone un número máximo, entonces un propietario está habilitado a representar a todos
los que le hayan otorgado poder sea cual fuere su número. La cláusula limitativa es usual en los
reglamentos de propiedad horizontal.
Si una unidad funcional pertenece a varios titulares, deberán unificar su voto. Si bien nada dice el
Código, a diferencia de lo que establecía el art. 10 de la ley 13.512(478), tal unificación es imprescindible,
porque cada unidad solo tiene un voto, aunque luego también incida el valor de su porcentual.
También puede asistir a la asamblea el/a administrador/a que es quien naturalmente la convoca,
aunque está claro que este/a no tiene voto porque no es propietario. Si el administrador fuera un
propietario, podrá votar en esta última calidad.
7. Autoridades de la asamblea
La asamblea debe contar con una persona que la presida y con un/a secretario/a de actas.
Quien preside la asamblea es quien dirige la deliberación. El Código no especifica a quién le
corresponde esa función, pero es usual que los reglamentos dispongan que las preside el/la
administrador/a. Si nada dice el reglamento, al comenzar la sesión los propietarios podrán designar un/a
presidente por mayoría, que podrá ser el/la administrador/a o un propietario. No estamos de acuerdo
con quienes postulan que el/la administrador/a no puede presidir la asamblea si no es consorcista(479), ya
que esa función se limita a dirigir y a ordenar las deliberaciones, para lo cual no es necesario reunir la
calidad de propietario, porque no se pone en juego la definición de los asuntos de interés común. Sí, en
cambio, son controvertibles y de dudosa validez las cláusulas reglamentarias que suelen otorgarle al/a
administrador/a que preside la asamblea, el poder de voto para decidir en los casos de empate, porque
el voto está reservado al propietario como expresión de la titularidad del derecho real.
El/la secretario/a de actas es "elegido por los propietarios" (art. 2062, tercer párr.), usualmente se lo
hace al comienzo de la reunión, y tiene a su cargo la confección del acta de la asamblea. Esta debe
"contener el resumen de lo deliberado y la transcripción de las decisiones adoptadas o, en su caso,
propuestas por la mayoría de los presentes, y ser firmadas por el presidente de la asamblea y dos
propietarios" (art. 2062, tercer párr.). También se designan dos propietarios entre los presentes, quienes
serán los encargados de suscribir el acta junto al presidente de la asamblea.
8. Mayorías y cómputo
La mayoría es el número de votos que deben emitirse de manera coincidente. Su régimen está
inserto en los arts. 2060 a 2062, Cód. Civ. y Com.
a) Regla general: mayoría absoluta. Cómputo
La regla general en materia de mayorías asamblearias es la de la mayoría absoluta. Mayoría
absoluta en los cuerpos colegiados significa más de la mitad. El concepto de mayoría absoluta no es
asimilable al de mayoría simple, que es la posición que logra la mayor cantidad de votos pero sin llegar
a superar el 50%.
En este sentido, dice el art. 2060: "Mayoría absoluta. Las decisiones de la asamblea se adoptan por
mayoría absoluta computada sobre la totalidad de los propietarios de las unidades funcionales y se
forma con la doble exigencia del número de unidades y de las partes proporcionales indivisas de estas
con relación al conjunto. La mayoría de los presentes puede proponer decisiones, las que deben
comunicarse por medio fehaciente a los propietarios ausentes y se tienen por aprobadas a los quince
días de notificados, excepto que estos se opongan antes por igual medio, con mayoría suficiente".
Según esta norma, la regla general es la mayoría absoluta, es decir, la mitad más uno de los
propietarios y las "partes proporcionales indivisas" (art. 2056, inc. f]) que correspondan a esa mitad más
uno de los propietarios debe además sumar más del 50% en relación con el conjunto.
P. ej., si un edificio tiene 100 unidades funcionales, la mayoría absoluta se logra con el voto
favorable, 51 propietarios de unidades funcionales que representen por lo menos el 50,01% del valor de
la alícuotas en el total del inmueble.
La ley 13.512 adoptaba otra regla general para el cómputo de la mayoría, pues, salvo una disposición
reglamentaria distinta, a cada unidad funcional se le reconocía un voto, sin que importara el porcentual
que representara la unidad en el conjunto (art. 10). El único caso en que la norma derogada prescribía
un sistema de cómputo mixto (por unidad y por valor) era el del art. 16, para la situación de vetustez del
edificio(480).
b) Mayorías especiales
Si bien el principio general es la mayoría absoluta (art. 2060), el Código contempla algunas mayorías
especiales.
Basta la "mayoría simple de presentes" en la asamblea judicial (art. 2063).
Para la reforma del reglamento de propiedad horizontal, se exige "una mayoría de dos tercios de la
totalidad de los propietarios" (art. 2057)(481).
El Código impone unanimidad para decidir la mejora u obra nueva que "gravita o modifica la
estructura del inmueble de una manera sustancial" (art. 2052); para aprobar la "mejora u obra nueva
sobre cosas y partes comunes en interés particular que sólo beneficia a un propietario" (art. 2052, último
párr.) y para desafectar el inmueble del régimen de propiedad horizontal (art. 2044, segundo párr.), es
decir, para provocar la extinción del derecho real.
En todos los casos y especialmente en los que la ley o el reglamento exigen unanimidad, si la
negativa de un propietario —o de alguna minoría— resulta abusiva, el ejercicio antifuncional puede ser
superado judicialmente con invocación del abuso de derecho (art. 10, Cód. Civ. y Com.), a fin de que la
judicatura ordene "lo necesario para evitar los efectos del ejercicio abusivo o de la situación jurídica
abusiva". En estos casos, el tribunal puede autorizar, p. ej., una obra y aun la reforma del reglamento a
la que un propietario se oponga sin razón objetiva o porque no le produce un daño de significación.
c) Conformidad expresa del titular interesado
El art. 2061, Cód. Civ. y Com., instituye: "Para la supresión o limitación de derechos acordados a las
unidades que excedan de meras cuestiones de funcionamiento cotidiano, la mayoría debe integrarse
con la conformidad expresa de sus titulares". P. ej., si la asamblea decide suprimir a determinada unidad
funcional el uso exclusivo de una parte común, la mayoría debe necesariamente integrarse con el voto
del propietario de esa unidad.
d) Mecanismo de adhesión tácita (art. 2060, segundo párr.)
No siempre se logran durante la celebración de la asamblea las mayorías exigidas por la ley —o las
más gravosas que determine el reglamento—. Así, es bastante común que la decisión de la mayoría de
los presentes en el acto asambleario no alcance la mayoría absoluta (computada por unidad y por valor)
o las mayorías especiales. Eso acontece fundamentalmente por el alto nivel de ausentismo a las
asambleas, que se presenta en la generalidad de los consorcios. Por ese motivo, el legislador ideó un
mecanismo que otorga mayor agilidad al régimen asambleario y evita eventuales cuestionamientos a la
validez de las decisiones por ausencia de mayorías legales o reglamentarias.
En este sentido, el art. 2060, segundo párr., establece: "La mayoría de los presentes puede proponer
decisiones, las que deben comunicarse por medio fehaciente a los propietarios ausentes y se tienen por
aprobadas a los quince días de notificados, excepto que estos se opongan antes por igual medio, con
mayoría suficiente".
El silencio del propietario, ante la comunicación fehaciente cursada por el/la administrador/a (art.
2062, párr. tercero), que lo anoticia de la propuesta de decisión de la mayoría de los presentes, se
interpreta como una adhesión tácita al criterio mayoritario que se le hizo saber.
Bien dice la norma que la mayoría de los presentes solo propone decisiones, ya que la decisión
asamblearia requiere, como condición de validez, una mayoría absoluta computada por el sistema mixto
de unidades y valor, o la superior que corresponda al asunto, mayoría que por hipótesis no se ha
alcanzado al llevarse a cabo la asamblea convocada. Luego, si los ausentes guardan silencio, vencido
el plazo de quince días, al voto mayoritario de los que estuvieron presentes se sumarán los de los
ausentes que tácitamente apoyan lo resuelto por aquellos. De este modo, se satisface el requerimiento
normativo o reglamentario atinente a mayorías mínimas y la decisión será válida e incuestionable.
Ahora bien, si los ausentes, o parte de ellos, se oponen a la propuesta de la mayoría de los
presentes, tales oposiciones cursadas por medio fehaciente deben alcanzar "mayoría suficiente". Puede
entenderse que esas oposiciones deben sumarse a los votos de aquellos que, presentes en la
asamblea, se pronunciaron en contra de la decisión de la mayoría presencial.
9. Actas
Los consorcios deben llevar un Libro de Actas de Asamblea y un Libro de Registro de Firmas de los
propietarios, los que conserva el/la administrador/a.
El art. 2062, Cód. Civ. y Com., dispone: "Debe labrarse acta de cada asamblea en el libro respectivo,
en el que los presentes deben firmar como constancia de su asistencia. Las firmas que suscriben cada
asamblea deben ser cotejadas por el administrador con las firmas originales registradas. Las actas
deben confeccionarse por un secretario de actas elegido por los propietarios; estas deben contener el
resumen de lo deliberado y la transcripción de las decisiones adoptadas o, en su caso, propuestas por la
mayoría de los presentes, y ser firmadas por el presidente de la asamblea y dos propietarios. Al pie de
cada acta, el administrador debe dejar constancia de las comunicaciones enviadas a los ausentes, de
las oposiciones recibidas y de las eventuales conformidades expresas".
Esta documentación es imprescindible para documentar todo lo actuado en la asamblea y será
ineludible su presentación ante un tribunal, o acaso sus copias certificadas, en el caso de que se
controvierta la validez de la decisión asamblearia.
10. Nulidad de las decisiones asamblearias
Las decisiones de las asambleas pueden ser impugnadas por nulidad con base en múltiples causas
y, según los defectos de que adolezcan, pueden presentarse nulidades absolutas o nulidades relativas,
aunque generalmente los planteos judiciales se refieren a nulidades relativas.
a) Nulidad absoluta
Será de nulidad absoluta, p. ej., una decisión de la asamblea que resuelva modificar el reglamento y
disponga como cláusula que la obligación de pagar las expensas comunes es imprescriptible; o que las
unidades funcionales pueden destinarse a la trata de personas con fines de explotación sexual o laboral,
etc. Este tipo de nulidad puede ser declarada de oficio por la judicatura, no se puede confirmar y
tampoco prescribe la acción que la fulmina (art. 387, Cód. Civ. y Com.).
b) Nulidad relativa. Legitimación activa y pasiva
Las más de las veces las controversias que llegan a los tribunales se relacionan con irregularidades
de las asambleas que conllevan nulidades relativas, p. ej., convocatoria irregular, toma de resoluciones
ajenas al orden del día, mayorías inferiores a las legales o reglamentarias, omisión de la conformidad
expresa del titular interesado (art. 2061), etcétera.
En la materia se aplican las reglas generales sobre nulidad de los actos jurídicos, y, si se está ante
nulidades relativas, estas solo pueden ser declaradas por la judicatura a instancia de la persona en cuyo
beneficio está establecida la nulidad. En el caso de la asamblea, el legitimado activo será el propietario
que ha resultado afectado por la decisión "que no votó a favor de lo resuelto (se opuso o no se expresó
afirmativamente)"(482) o cuyo consentimiento estuvo viciado. Excepcionalmente podrá estar legitimado el
administrador, porque si bien no es parte de la asamblea —aunque esté presente y la presida—, ni
tampoco puede votar, lo que esta decida de manera irregular puede llegar a afectar sus intereses
individuales, p. ej., si se reduce su retribución, se desaprueba su rendición de cuentas con fundamentos
falsos o se lo remueve.
La legitimación pasiva en la acción de nulidad de la asamblea recae en el consorcio de propietarios y
no es necesario, en principio, citar a juicio a los restantes propietarios.
Las nulidades relativas pueden sanearse a través de la confirmación, expresa o tácita del acto (art.
393, Cód. Civ. y Com.) y por vía de la prescripción de la acción (art. 386, Cód. Civ. y Com.).
c) Caducidad de la acción de nulidad
Lo saliente del nuevo ordenamiento, que estaba ausente en vigencia de la ley 13.512, es que la
acción de nulidad de la asamblea o, más propiamente, de la decisión que adopta la asamblea, está
sujeta a un plazo de caducidad de 30 días, contados desde la fecha de la asamblea (art. 2060, último
párrafo). La norma busca disipar incertidumbre y proporcionar seguridad jurídica.
11. Asamblea judicial
Según el art. 2063, Cód. Civ. y Com.: "Si el administrador o el consejo de propietarios, en subsidio,
omiten convocar a la asamblea, los propietarios que representan el diez por ciento del total pueden
solicitar al juez la convocatoria de una asamblea judicial. El juez debe fijar una audiencia a realizarse en
su presencia a la que debe convocar a los propietarios. La asamblea judicial puede resolver con
mayoría simple de presentes. Si no llega a una decisión, decide el juez en forma sumarísima. Asimismo,
y si corresponde, el juez puede disponer medidas cautelares para regularizar la situación del consorcio".
Desde la literalidad del art. 10 la ley 13.512, se aceptó que la posibilidad de lograr la convocatoria de
una asamblea judicial solamente era procedente ante la imposibilidad de logarse el quórum. En efecto,
la citada previsión se iniciaba con la siguiente frase: "Cuando no fuere posible lograr la reunión de la
mayoría necesaria de propietarios" y lo cierto es que la jurisprudencia exhibió una interpretación
sumamente estricta y reacia a la habilitación de la jurisdicción para resolver las controversias de
copropietarios que no lograban ser superadas a través de los canales orgánicos y naturales del
consorcio.
El Cód. Civ. y Com. prevé la asamblea judicial para los casos en que los órganos naturales, es decir,
el administrador o el consejo de propietarios, si lo hubiere, omitan hacerlo en cumplimiento de sus
obligaciones (arts. 2067, inc. a], y 2064, inc. a]).
Deben requerirlo los propietarios cuyas partes porcentuales indivisas sumen, por lo menos, el 10%
del total del inmueble, porcentaje que hay quien juzga excesivo y hasta se afirma que, en casos
concretos, puede llegar a ser inconstitucional por vedar el acceso a la jurisdicción(483).
El juez o la jueza deberá convocar a la audiencia a todos los propietarios, a quienes se deberá
notificar en los domicilios constituidos en el reglamento o, en su defecto, en la unidad funcional. La
notificación por cédula judicial, por telegrama o carta documento, según lo disponga el tribunal,
constituirá el medio fehaciente que legitimará la debida convocatoria a la asamblea judicial.
A diferencia de lo que resulta regla en la propiedad horizontal, en la asamblea judicial las decisiones
se toman por mayoría simple de los presentes, lo que se justifica porque es dable suponer que la
paralización del órgano de gobierno ha debido generar la postergación de la decisión de asuntos que a
esa altura requerirán celeridad. Tal urgencia explica también que la judicatura pueda llegar a tomar
decisiones, aunque no se alcance la mayoría simple, además de adoptar las medidas cautelares que
sean necesarias, como, p. ej., designar un administrador judicial provisorio del consorcio.
12. Validez de decisiones unánimes sin asamblea
El último párrafo del art. 2059 indica: "Son igualmente válidas las decisiones tomadas por voluntad
unánime del total de los propietarios aunque no lo hagan en asamblea". Esta previsión constituye una
novedad normativa, ya que se admite la validez de decisiones que no se canalizan a través de los
mecanismos que ponen en funcionamiento al órgano de gobierno. P. ej., si un propietario propone una
mejora o innovación material y recoge la adhesión expresa de la totalidad de los propietarios a través en
un instrumento privado suscripto por cada uno de ellos.
§ 198. El/la administrador/a
El/la administrador/a es uno de los órganos de la persona jurídica consorcio (art. 2044, 2ª oración),
juntamente con la asamblea y el consejo de propietarios, si lo hubiere.
1. Concepto
El/la administrador/a es el/la representante legal del consorcio (art. 2065, Cód. Civ. y Com.) y
además su órgano de administración, ya que ejercita las funciones ejecutivas y de gestión. Aunque se
trate de una representación legal, su actuación es juzgada según las reglas del contrato de mandato, ya
que el art. 2065 reza: "con el carácter de mandatario". Esto significa que, en todo lo que no esté
especialmente previsto en particular en el título V, del Libro cuarto del Cód. Civ. y Com., que regula la
propiedad horizontal, se aplicarán a la actuación del administrar lo normado sobre el contrato de
mandato (arts. 1319 a 1334).
2. Requisitos para ser administrador/a
Puede ser administrador/a una persona humana o una persona jurídica; un propietario o un tercero
no titular (art. 2065).
Para el ámbito de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la ley local 941 dictada en 2002 y reformada
por las leyes 3254, 2009 y 5983 2018, creó el Registro Público de Administradores de Consorcios de
Propiedad Horizontal, el que está a cargo de la máxima autoridad del GCBA en materia de defensa de
los consumidores y usuarios, y estableció requisitos específicos para actuar como administrador/a. Allí
se establece que la administración de consorcios no puede ejercerse a título oneroso ni gratuito sin la
previa inscripción en el citado Registro (art. 2°). Reciben la designación de "administradores/as
voluntarios/as", "todos/as aquellos/as propietarios/as que residan en unidades funcionales de edificios y
cumplan la función de administrador sin percibir retribución alguna" (art. 3°). La inscripción en el Registro
es obligatoria tanto para los/as administradores/as voluntarios/as como para los que no lo son.
El art. 5° de la ley 941 fija impedimentos para actuar como administrador/a. Así, no pueden serlo los
inhabilitados para ejercer el comercio; los fallidos y concursados hasta su rehabilitación definitiva; los
sancionados con pena de exclusión(484), antes de pasados cinco años desde que la medida haya
quedado firme; los inhabilitados por condena penal por delitos dolosos relacionados con la
administración de intereses, bienes o fondos ajenos, mientras dure la inhabilitación y los inscriptos en el
Registro de Deudores/as Alimentarios/as Morosos/as(485).
La norma que había propuesto el Proyecto de 1998(486) era preferible al vigente art. 2065, Cód. Civ. y
Com., pues se hacía cargo de la posibilidad de que existiesen normas locales que regulasen la
administración de consorcios como actividad profesionalizada, en miras de la defensa de consumidores
y usuarios de tales servicios. Por otro lado, se ocupaba de consorcios de pocas unidades, que había
sido un reclamo constante. En ese sentido, las XIV Jornadas Nacionales de Derecho Civil (San Miguel
de Tucumán, 1993) declararon de lege ferenda: "Régimen para los pequeños consorcios: Se debe
legislar acerca de un régimen especial para los consorcios de no más de seis unidades funcionales".
3. Designación y remoción
Uno de los contenidos obligatorios del reglamento de propiedad horizontal atañe a la designación de
un/a administrador/a (art. 2056, inc. r]). Esto significa que la designación del primer administrador del
consorcio surge por unanimidad, ya que aunque el reglamento lo haya redactado unilateralmente el
propietario que afectó el inmueble al régimen de la propiedad horizontal, en las sucesivas transmisiones
de unidades funcionales los adquirentes van adhiriendo al reglamento.
El mandato del primer/a administrador/a presenta una particularidad que fija el art. 2066, Cód. Civ. y
Com.: "El administrador designado en el reglamento de propiedad horizontal cesa en oportunidad de la
primera asamblea si no es ratificado en ella. La primera asamblea debe realizarse dentro de los noventa
días de cumplidos los dos años del otorgamiento del reglamento o del momento en que se encuentren
ocupadas el cincuenta por ciento de las unidades funcionales, lo que ocurra primero. Los
administradores sucesivos deben ser nombrados y removidos por la asamblea, sin que ello importe la
reforma del reglamento de propiedad horizontal. Pueden ser removidos sin expresión de causa".
La previsión legal responde a una problemática que existía en vigencia de la ley 13.512 y que
generaba bastante conflictividad. Efectivamente, el propietario originario del inmueble —que es quien
generalmente redacta el reglamento de propiedad horizontal y lo inscribe— realizaba la designación del
administrador inicial y ocurría con frecuencia que insertaba en el reglamento cláusulas que hacían muy
dificultosa la remoción de ese administrador inicial, a pesar de que la mayoría de los propietarios
pretendiese que cesara en sus funciones. Ello, unido a las dificultades que causaba un régimen de
asambleas extremadamente rígido, convertía en letra muerta la facultad concedida a los propietarios
para remover al administrador designado en el reglamento y este terminaba perpetuándose como
representante del conjunto de los propietarios aunque una amplia mayoría de titulares repudiara su
permanencia.
Para superar tales controversias, el nuevo ordenamiento dispone que el administrador designado en
el reglamento "cesa en oportunidad de la primera asamblea si no es ratificado en ella", asamblea que
debe ser realizada dentro del plazo que establece la norma.
La mayoría requerida para la ratificación del administrador designado en el reglamento es la absoluta
establecida en el art. 2060, con la doble exigencia de unidades y valor. La misma mayoría es la que se
necesita para las designaciones de los/as sucesivos administradores o para sus remociones, ya que el
nombramiento de un/a administrador/a nuevo o su desplazamiento, no implica reforma del reglamento
(art. 2066, último párrafo).
La remoción del/a administrador/a puede ser decidida por la asamblea "sin expresión de causa"; lo
que no implica que no se genere a favor de aquel/la un derecho a ser indemnizado/a, si se dan los
supuestos establecidos por el art. 1331, Cód. Civ. y Com., relativo a la revocación sin justa causa del
mandato, cuyas reglas se aplican a la relación existente entre el/a administrador/a y el consorcio de
propietarios (art. 2065, Cód. Civ. y Com.).
4. Duración
El reglamento debe contener una cláusula que fije "el plazo de ejercicio de la función de
administrador" (art. 2056, inc. s]), por lo que la duración en el cargo del/a administrador/a en principio
dependerá de lo que establezca el reglamento y no podrá designárselo por un plazo superior.
El/la administrador/a puede ser removido/a aunque esté vigente el plazo de ejercicio de su función,
ya sea con justa causa o sin ella, sin perjuicio de las consecuencias indemnizatorias que pueda
derivarse del desplazamiento (art. 1331 o 1716, Cód. Civ. y Com.).
En la CABA, la ley 941 dispone que "El administrador tiene un plazo de un año para el ejercicio de su
función" (art. 13, segundo párr.), sin perjuicio de que su mandato pueda ser renovado.
5. Retribución
La función de administrador/a puede ser onerosa o gratuita. Cuando es onerosa, el/la administrador
tendrá derecho a percibir el honorario que haya sido establecido en el reglamento, si existiere previsión
al respecto, y si no la hubiere, tendrá derecho a ser retribuido conforme se lo haya establecido en
oportunidad de ser designado por la asamblea de propietarios, que seguramente contará con la
conformidad de la persona designada. En ausencia de tales previsiones, la cuestión se regirá por lo
establecido por el art. 1322, Cód. Civ. y Com., el que establece: "El mandato se presume oneroso. A
falta de acuerdo sobre la retribución, la remuneración es la que establecen las disposiciones legales o
reglamentarias aplicables, o el uso. A falta de ambos, debe ser determinada por el juez".
6. Obligaciones
Las obligaciones del/la administrador/a están contenidas en los diferentes incisos del art. 2067,
conforme a la enunciación que seguidamente realizaremos. El incumplimiento de estas obligaciones
puede provocar daños al consorcio, a los propietarios o a los ocupantes individualmente, que colocarán
al administrador/a en la obligación de resarcir. Resulta plenamente aplicable lo establecido para los
administradores de las personas jurídicas privadas por el art. 160, Cód. Civ. y Com.: "Los
administradores responden en forma ilimitada y solidaria frente a la persona jurídica, sus miembros y
terceros, por los daños causados por su culpa en el ejercicio o con ocasión de sus funciones, por acción
u omisión". No se olvide que el consorcio es una persona jurídica privada (art. 148, inc. h]).
El/la administrador/a también puede ser responsable frente al Fisco, como sujeto tributario de deuda
ajena, sin descartar la responsabilidad penal si incurre en alguna conducta delictual en perjuicio del
consorcio. En el plano local, puede incurrir en responsabilidades disciplinarias, como las que fija la ley
941 para el ámbito de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires(487).
Sobre sus atribuciones se lee en los diferentes incisos del art. 2067:
a) "Convocar a la asamblea y redactar el orden del día"
La obligación atañe tanto a las asambleas ordinarias como a las extraordinarias y de acuerdo con lo
que establece el reglamento. Su renuencia a convocar a las asambleas puede constituir justa causa de
remoción, ya que se paraliza el desarrollo consorcial, especialmente cuando no existe consejo de
propietarios, órgano llamado a convocar a las asambleas cuando el/la administrador/a omite hacerlo.
Con respecto a las asambleas, también debe cumplir con la obligación que impone el art. 2062, in fine,
en el sentido de que al pie de cada acta asamblearia "el administrador debe dejar constancia de las
comunicaciones enviadas a los ausentes, de las oposiciones recibidas y de las eventuales
conformidades expresas".
b) "Ejecutar las decisiones de la asamblea"
La asamblea es el órgano de gobierno del consorcio, tiene un poder de decisión superior al de la
administración y hasta puede dejar sin efecto decisiones adoptadas por el/la administradora, aunque
hayan sido adoptadas en el ámbito de su competencia.
c) "Atender a la conservación de las cosas y partes comunes y a la seguridad de la estructura
del edificio y dar cumplimiento a todas las normas de seguridad y verificaciones impuestas por
las reglamentaciones locales"
La conservación también se extiende a los bienes del consorcio, propiedad de la persona jurídica de
la que el/la administrador/a es representante legal y no se limita exclusivamente a las cosas y partes
comunes. Ese deber de conservación lo faculta a disponer, sin necesidad de solicitar autorización a la
asamblea, la realización de las mejoras de mero mantenimiento (art. 1934, inc. c]), así como las mejoras
necesarias (de realización indispensable para la conservación de la cosa) que califiquen como
ordinarias o corrientes.
En cuanto a las normas de seguridad y verificaciones obligatorias, tiene a su cargo, p. ej., proveer
que se lleven a cabo los controles de funcionamiento de los ascensores o los matafuegos, las
desinsectaciones o fumigaciones para control de plagas, etcétera.
d) "Practicar la cuenta de expensas y recaudar los fondos necesarios para satisfacerlas. Para
disponer total o parcialmente del fondo de reserva, ante gastos imprevistos y mayores que los
ordinarios, el administrador debe requerir la autorización previa del consejo de propietarios"
Tanto el crédito por expensas comunes como el fondo de reserva son bienes del consorcio. Las
expensas y su recaudación son indispensables para el desarrollo normal de la comunidad. El manejo
irresponsable de las cuentas de gastos o de la recaudación de las expensas es una de las causas
justificadas que habilitan la remoción, sin perjuicio de la responsabilidad civil o penal que puede generar
el hecho.
El fondo de reserva solo puede ser dispuesto para "gastos imprevistos y mayores que los ordinarios"
(p. ej., para comprar una bomba eléctrica que al romperse de un día para otro, deja a los propietarios y
ocupantes sin acceso a la provisión de agua y que puede ser costosa). Precisa la anuencia del consejo
de propietarios, si lo hubiere.
En la CABA, el art. 9°, inc. h), ley 941, obliga a los/as administradores/as a "depositar los fondos del
consorcio en una cuenta bancaria a nombre del Consorcio de Propietarios", e individualiza los requisitos
que deben contener tanto las liquidaciones de expensas, como los recibos de pago (arts. 9°, inc. l], y
10).
e) "Rendir cuenta documentada dentro de los sesenta días de la fecha de cierre del ejercicio
financiero fijado en el reglamento de propiedad horizontal"
El reglamento debe fijar "el ejercicio financiero del consorcio" (art. 2056, inc. t]). La rendición de
cuentas es propia de todo mandatario (art. 1324, inc. f]) y es competencia de la asamblea aprobarlas o
desaprobarlas, sin perjuicio del control de su gestión que compete al consejo de propietarios (art. 2064,
inc. b]) o de las auditorias contables externas que puedan ser dispuestas por la asamblea.
f) "Nombrar y despedir al personal del consorcio, con acuerdo de la asamblea convocada al
efecto"
A diferencia de lo que preveía el art. 9°, inc. a), ley 13.512, el Cód. Civ. y Com. exige que tanto la
contratación de trabajadores/as como el despido (con o sin causa) que pretenda disponer el/la
administrador/a, hayan sido aprobados por la asamblea. La previsión concuerda con lo dispuesto por el
art. 2058, inc. c).
g) "Cumplir con las obligaciones derivadas de la legislación laboral, previsional y tributaria"
El consorcio, como persona jurídica, es empleador de los/as trabajadores/as ligados a él por una
relación laboral, por lo que el/la administrador/a tiene a cargo el cumplimiento de todas las obligaciones
que las normas laborales ponen a cargo de los empleadores (leyes, decretos, resoluciones de la cartera
laboral, convenios colectivos, etc.). Así, p. ej., debe pagar en tiempo oportuno los aportes a la seguridad
social (previsionales, de obra social, etc.), los sindicales que correspondan, contratar los seguros
obligatorios, como el de la ley de riesgos del trabajo (24.557), el seguro de vida obligatorio (dec.
1567/1974), etcétera.
El consorcio de propietarios, como persona jurídica, es un sujeto tributario y el/la administrador, en
ese plano, es catalogado por las leyes impositivas como responsable de cumplimiento de deuda ajena.
h) "Mantener asegurado el inmueble con un seguro integral de consorcios que incluya
incendio, responsabilidad civil y demás riesgos de práctica, aparte de asegurar otros riesgos
que la asamblea resuelva cubrir"
Es obligatorio para los consorcios contar con un seguro que cubra incendio y responsabilidad civil y
el administrador tiene obligación de contratarlo, sin necesidad de requerir autorización a la asamblea,
pues es un deber suyo. Existen otros seguros obligatorios según las jurisdicciones, p. ej., de
responsabilidad civil de ascensores, de calderas, etcétera.
i) "Llevar en legal forma los libros de actas, de administración, de registro de propietarios, de
registros de firmas y cualquier otro que exija la reglamentación local. También debe archivar
cronológicamente las liquidaciones de expensas, y conservar todos los antecedentes
documentales de la constitución del consorcio y de las sucesivas administraciones"
El/la administrador/a debe llevar en debida forma y conservar la documentación del consorcio, no
solo para garantizar una gestión ordenada sino también para el caso que sea necesario acompañarla
como prueba ante organismos oficiales, tanto administrativos como judiciales. Por otra parte, la
administración debe garantizar al consejo de propietarios el libre acceso a los libros y a la
documentación, así como a los auditores a quienes la asamblea haya encargado un control contable.
También tienen derecho a acceder a tales documentos los consorcistas, siempre que tal facultad no sea
ejercida abusivamente.
j) "En caso de renuncia o remoción, dentro de los quince días hábiles debe entregar al consejo
de propietarios los activos existentes, libros y documentos del consorcio, y rendir cuentas
documentadas"
La obligación de entregar la documentación del consorcio es una consecuencia obligada de la
finalización de su función. También deberá entregar las tarjetas de acceso a los cajeros automáticos; las
claves de acceso a la banca electrónica y a la plataforma web de gestión consorcial si la hubiere. La
obligación de rendir cuentas corresponde a cualquier mandatario (art. 1324, inc. f]).
k) "Notificar a todos los propietarios inmediatamente, y en ningún caso después de las
cuarenta y ocho horas hábiles de recibir la comunicación respectiva, la existencia de reclamos
administrativos o judiciales que afecten al consorcio"
La eventual responsabilidad del consorcio, tanto patrimonial como administrativa, debe ser conocida
por todos los propietarios, no solo porque puede llegar a incidir en las contribuciones por expensas, sino
también para evaluar la posible responsabilidad de quien administra, en los hechos que causaron tales
reclamos. Se añade que, como ya lo señalamos, los consorcistas responden personalmente por las
deudas del consorcio, aunque de manera accesoria y subsidiaria y en proporción a su porción de
participación indivisa.
I) "A pedido de parte interesada, expedir dentro del plazo de tres días hábiles el certificado de
deudas y de créditos del consorcio por todo concepto con constancia de la existencia de
reclamos administrativos o judiciales e información sobre los seguros vigentes"
Normalmente será persona interesada quien pretenda adquirir una unidad funcional, o el/la notario/a
contratado para autorizar un acto de transmisión. A través de esa constancia podrá tomarse
conocimiento de la eventual responsabilidad del consorcio, que podrá ulteriormente reflejarse en la
obligación de contribuir al pago de las expensas comunes o en la responsabilidad del consorcista por las
deudas de la persona jurídica.
m) "Representar al consorcio en todas las gestiones administrativas y judiciales como
mandatario exclusivo con todas las facultades propias de su carácter de representante legal"
Durante la vigencia de la ley 13.512 se postulaba que el administrador no tenía una amplia
representación del consorcio en el ámbito judicial, ya que su art. 11 se limitaba a establecer que el
administrador estaba facultado para representar a los propietarios consorcio "en todas las gestiones
ante las autoridades administrativas de cualquier clase". Luego, la representación en juicio solo le era
reconocida al administrador/a en aquellos procesos derivados de obligaciones que específicamente la
ley ponía a su cargo. Así, p. ej., se sostenía que podía representar judicialmente al consorcio en el
proceso por cobro de expensas comunes; en los juicios laborales o en aquellos en los que promovía
demanda al amparo del art. 15 la ley 13.512, es decir, para reclamar el cese de las prohibiciones legales
o reglamentarias.
El Cód. Civ. y Com. resuelve esta problemática al reconocer al administrador también la
representación judicial del consorcio en todos los casos. Es que antes se obligaba a los consorcistas a
realizar una asamblea para facultar al administrador a representar al consorcio en procesos distintos a
los que se aludió en el párrafo anterior, o bien a reformar el reglamento para que tal representación no le
fuera desconocida en juicio.
7. Acreditación de la personería por el/la administrador/a
Una problemática recurrente en la praxis judicial es la referida a la acreditación de la personería del
administrador/a para estar en juicio en representación del consorcio. Es decir, qué documentación es
necesaria para que el/la administrador/a justifique en juicio su calidad de representante legal de la
persona jurídica consorcio cuando es parte de un proceso en esa calidad.
Cuando la contraparte del proceso es propietaria de una unidad funcional, creemos que bastará con
que se acompañe una copia simple del testimonio del reglamento de propiedad horizontal, o copia
simple del acta de asamblea que lo confirmó en su función, si se trata del administrador designado en el
reglamento. También bastará en esos casos, la copia simple del acta de asamblea cuando se trata de
administradores/as designados/as con posterioridad. Sería irrazonable que quienes forman parte del
consorcio puedan alegar el desconocimiento de la representación de la persona jurídica que conforman.
La cuestión es diferente cuando la contienda judicial se traba con una persona que no es propietaria,
es decir, con un tercero ajeno al consorcio, p. ej., con el propietario de un inmueble lindero. En esos
casos, parece necesario que la representación se acredite con el testimonio de la escritura pública que
transcriba el acta de la asamblea, otorgada por los consorcistas que la asamblea haya designado al
efecto.
§ 199. Consejo de propietarios
El consejo de propietarios es un órgano del consorcio (art. 2044), pero su existencia no es
obligatoria, a diferencia de lo que ocurre con el/la administrador/a y la asamblea. Es un órgano
consorcial cuando su existencia está prevista en el reglamento de propiedad horizontal.
Si la asamblea es el órgano de gobierno y la administración es el órgano ejecutivo, el consejo de
propietarios es esencialmente un órgano de control de la administración, a la manera de una sindicatura
societaria, aunque, en los casos especialmente previstos, suple o reemplaza al órgano de
administración.
Sus integrantes son designados por la asamblea y deben ser "propietarios", es decir, titulares de
alguna unidad funcional del edificio, en número y con la periodicidad que establezca el reglamento.
Sus atribuciones generales están previstas en el art. 2064, a saber:
a) Convocar a la asamblea y redactar el orden del día si por cualquier causa el administrador omite
hacerlo.
b) Controlar los aspectos económicos y financieros del consorcio.
c) Autorizar al administrador para disponer del fondo de reserva, ante gastos imprevistos y mayores
que los ordinarios.
d) Ejercer la administración del consorcio en caso de vacancia o ausencia del administrador, y
convocar a la asamblea si el cargo está vacante dentro de los treinta días de producida la vacancia.
El párrafo final del art. 2064 dice: "Excepto los casos indicados en este artículo, el consejo de
propietarios no sustituye al administrador, ni puede cumplir sus obligaciones".
Las funciones fijadas por el art. 2064 pueden ser ampliadas en el reglamento. El art. 2056, inc. u),
Cód. Civ. y Com., dispone que el reglamento debe contener las "facultades especiales del consejo de
propietarios". Bien se refiere a las "especiales", pues las generales están enunciadas en el art. 2064,
aunque ninguna de las atribuciones que fije el reglamento puede desnaturalizar ni implicar una
intromisión en las funciones naturales atribuidas a la administración o a la asamblea.
El incumplimiento de las obligaciones legales o reglamentarias impuestas al consejo de propietarios
hace responsables a sus integrantes por los daños que provoquen al consorcio y a los propietarios u
ocupantes si tienen relación causal adecuada con sus faltas.
§ 201. Prehorizontalidad
El régimen de la prehorizontalidad está previsto en los arts. 2070 a 2072, Cód. Civ. y Com. La
palabra prehorizontalidad deriva del neologismo "prehorizontal" que remite a la idea de lo que es previo
a la propiedad horizontal, es decir, a la situación jurídica previa al estado de propiedad horizontal, que
recién adviene con la inscripción del reglamento de propiedad horizontal.
Suele ocurrir que una persona decide comercializar un inmueble a través de la venta de unidades
funcionales de un edificio en construcción o que, aunque ya esté terminado, el inmueble todavía no está
afectado a la propiedad horizontal porque no se redactó y registró el reglamento de propiedad
horizontal.
Acontece en numerosas ocasiones que ese propietario comienza a prometer en venta a terceros las
unidades funcionales todavía no construidas, a través de la suscripción de boletos de compraventa y
que más tarde la edificación se frustre por múltiples motivos: insuficiencia de fondos, quiebra del
vendedor, ejecución del inmueble por acreedores del dueño del inmueble, etc. También puede ocurrir
que una misma unidad funcional sea prometida en venta a más de una persona y que al concluirse la
edificación se entregue la posesión a uno, frustrándose los derechos de los otros, etcétera.
Hipótesis como las planteadas y muchas otras que pueden colocar a los adquirentes por boleto en la
situación de perder todo cuanto han invertido en el pago de las mensualidades convenidas y canceladas
en concepto de precio, o los refuerzos dinerarios periódicos que hubiesen sido integrados, determinó
que se sancionara en 1972 la ley 19.724 de prehorizontalidad. Esa norma pretendió, sin éxito, proteger
a tales adquirentes o a potenciales adquirentes.
El sistema de protección que diseñó la ley 19.724, hoy derogada por la ley 26.694 de sanción del
Cód. Civ. y Com., básicamente consistía en que todo propietario de edificio construido o en construcción
o de un terreno destinado a construir en él un edificio, que se propusiera adjudicarlo o enajenarlo a título
oneroso por el régimen de propiedad horizontal, debía hacer constar, en escritura pública, su
declaración de voluntad de afectar el inmueble a la subdivisión y transferencia del dominio de unidades
por tal régimen (art. 1°)(488). Esa escritura pública de afectación debía ser inscripta en el registro
inmobiliario y desde ese momento, el propietario no podía disponer del inmueble o gravarlo en forma
distinta a la prevista por la ley 19.724. Por otra parte, el propietario debía registrar los contratos (boletos
de compraventa) celebrados con los adquirentes en el registro inmobiliario, y el adquirente también
podía hacerlo. Si el propietario no registraba el contrato (boleto de compraventa), esa omisión lo
inhabilitaba para efectuar reclamos al adquirente, aunque el adquirente sí podía reclamar el
cumplimiento al enajenante. Si concurrían dos boletos de compraventa sobre la misma unidad, siempre
tenía prioridad el titular del boleto inscripto, aunque el otro adquirente hubiese obtenido previamente la
posesión (art. 12).
También incluía previsiones relativas a la publicidad de la obra y de las ofertas, para evitar inducir a
error a potenciales interesados; otras vinculadas al derecho de información de los adquirentes sobre el
estado patrimonial y de avance del emprendimiento; limitaciones a la desafectación, a la posibilidad de
gravámenes, etcétera.
El régimen fue un completo fracaso, a pesar del dictado de dos sentencias plenarias de la Cámara
Nacional en lo Civil, que tuvieron un claro sentido de impulsar el cumplimiento de la ley 19.724, la que
era ignorada por completo.
La primera sentencia del 28/2/1979, en el expediente "Cotton, Moisés D. y otros c. Tutundjian,
Simón", sentó como doctrina: "1.- El propietario enajenante que no ha cumplido con la afectación del
inmueble al régimen de la prehorizontalidad y, en su caso, con la inscripción registral de los contratos
que otorgare con relación a las unidades, no puede reclamar a los adquirentes el cumplimiento de sus
obligaciones o la resolución del contrato. 2 - Los derechos que confieren al adquirente la ley 19.724 son
irrenunciables".
La segunda, emitida el 26/3/1985, en la causa "Alvear 1850 SRL c. Taub, Luis", decidió: "La posterior
inscripción del reglamento de copropiedad y administración en los términos de la ley 13.512 no hace
inaplicables los efectos de la falta de afectación del bien al régimen de prehorizontalidad e inscripción de
los respectivos boletos en el Registro de la Propiedad que prevé la ley 19.724, salvo que el enajenante
ofreciere contemporáneamente la entrega de la posesión y escrituración, estas prestaciones estuvieren
expeditas y el comprador no tuviese derecho a resolver el contrato"(489).
No hay peor ley que la que no es acatada. En ese sentido el Cód. Civ. y Com., haciéndose eco de la
propuesta del Proyecto de 1998, diseñó un mecanismo distinto para la seguridad de los adquirentes.
Así, el art. 2070 reza: "Contratos anteriores a la constitución de la propiedad horizontal. Los contratos
sobre unidades funcionales celebrados antes de la constitución de la propiedad horizontal están
incluidos en las disposiciones de este Capítulo". La previsión legal apunta a las situaciones que hemos
descripto al inicio de este apartado.
La protección de los adquirentes se simplifica y se sustituye el controvertido modelo de la le ley
19.724 por la obligatoriedad de un seguro, el que ha sido estructurado por la Superintendencia de
Seguros de la Nación a través de la res. 40.925-E/2017, del 11/10/2017, sobre "Seguro de Caución para
Adquirentes de Unidades Construidas o Proyectadas Bajo el Régimen de Propiedad Horizontal".
Así, el art. 2071, Cód. Civ. y Com., indica en su párrafo primero: "Seguro obligatorio. Para poder
celebrar contratos sobre unidades construidas o proyectadas bajo el régimen de propiedad horizontal, el
titular del dominio del inmueble debe constituir un seguro a favor del adquirente, para el riesgo del
fracaso de la operación de acuerdo con lo convenido por cualquier razón, y cuya cobertura comprenda
el reintegro de las cuotas abonadas con más un interés retributivo o, en su caso, la liberación de todos
los gravámenes que el adquirente no asume en el contrato preliminar".
Si el dueño no cumple con la contratación previa del seguro obligatorio, el Código lo inhabilita para
exigir el cumplimiento de las obligaciones a cargo de su cocontratante. El segundo párrafo del art. 2071
dispone: "El incumplimiento de la obligación impuesta en este artículo priva al titular del dominio de todo
derecho contra el adquirente a menos que cumpla íntegramente con sus obligaciones, pero no priva al
adquirente de sus derechos contra el enajenante". La previsión evoca lo previsto por el art. 12 la ley
19.724 y la doctrina sentada por los fallos plenarios "Cotton" y "Alvear 1850 SRL" antes aludidos.
El art. 2072 establece excepciones a la obligatoriedad del seguro. La norma reza: "Están excluidos
los contratos siguientes: a) aquellos en los que la constitución de la propiedad horizontal resulta de la
partición o liquidación de comuniones de cosas o bienes, o de la liquidación de personas jurídicas; b) los
que versan sobre inmuebles del dominio privado del Estado; c) los concernientes a construcciones
realizadas con financiamiento o fideicomiso de organismos oficiales o de entidades financieras
especialmente calificadas por el organismo de control, si de sus cláusulas resulta que los contratos
definitivos con los adquirentes deben ser celebrados por el ente financiador o fiduciario, a quien los
propietarios deben otorgarle poder irrevocable a ese fin". Las excepciones del art. 2072, Cód. Civ. y
Com., tienen parangón con las que fijaba el art. 1°, incs. a) a c) de la ley 20.276 durante la vigencia de la
ley 19.724.
§ 220. Objeto
La lectura del art. 2088, Cód. Civ. y Com., rubricado "Bienes que lo integran", permite advertir que el
objeto del derecho real puede ser una cosa inmueble (p. ej., el inmueble sobre el que se emplaza el
establecimiento vacacional); una cosa mueble (p. ej., un velero, caballos, un tomógrafo, etc.), o
derechos (p. ej., un diseño industrial).
§ 221. Posiciones jurídicas del negocio de tiempo compartido
Antes de avanzar sobre la estructura del derecho real que diseña el Cód. Civ. y Com., nos parece
atinado, para una mejor comprensión, hacer referencia a los diferentes roles o posiciones jurídicas que
se distinguen en la negociación sobre la que cabalga el derecho de tiempo compartido, en cualquiera de
sus variantes. A todas ellas aluden diferentes previsiones del capítulo 1 del título VI del Cód. Civ. y Com.
La ley 26.356 sobre STTC, complementaria del Cód. Civ. y Com. (art. 41, ley 26.356 y art. 5°, ley
26.994), también distingue las distintas posiciones jurídicas en su art. 3°. Aunque esa normativa se
aplica exclusivamente al TC inmobiliario con fines turísticos, no podemos soslayar que es el que mayor
difusión ha tenido, el que ha recibido mayor atención de la ciencia jurídica y el que, en definitiva, empujó
la reforma legislativa.
a) El propietario
Es el titular de dominio del objeto que se afecta al sistema de tiempo compartido. Es mencionado en
los arts. 2089, 2090, 2093, 2100 y 2102. Según el art. 3° de Sistemas Turísticos de Tiempo Compartido
(STTC), es "el titular dominial de un inmueble, quien lo afecta total o parcialmente, al Sistema Turístico
de Tiempo Compartido". En el plano del derecho real, el propietario es el legitimado para afectar el bien
al sistema.
El propietario puede cumplir además el rol de emprendedor, comercializador y administrador.
b) El emprendedor
Es la persona que establece el régimen de utilización y administración de las cosas y servicios,
controla al administrador, habilita el Registro de Titulares y garantiza el ejercicio de los derechos por los
usuarios. Aluden al emprendedor los arts. 2090, 2091, 2093, 2094, 2096, 2097, incisos h] e i], 2100 y
2102.
Según el art. 3° de la ley 26.356, es quien constituye el STTC para comercializar períodos de disfrute
y brindar a los usuarios las prestaciones que lo integran, por sí o por intermedio de terceros. La persona
del emprendedor puede coincidir con la del propietario, comercializador y administrador.
En el plano del derecho real, es quien transmite el derecho real de tiempo compartido al usuario.
c) El comercializador
Aluden al comercializador los arts. 2091, 2100 y 2102, Cód. Civ. y Com. Si bien el Código no
caracteriza este rol, parece lógico, en consonancia con el art. 3° de la ley 26.356 que lo designa como
vendedor, entender que el comercializador es la persona que en nombre y representación del
emprendedor promueve y ofrece en venta períodos de uso en un sistema de tiempo compartido. En el
caso de la ley 26.356, los períodos de uso de un STTC. Puede incluirse también al que la ley
26.356 califica como revendedor, es decir, la persona que "por sí o por cuenta y orden de un usuario
intermedia en el mercado secundario para la comercialización de períodos de STTC". La posición
jurídica del comercializador puede tener coincidencia con la del propietario, la del emprendedor y la del
administrador.
d) El administrador
Es la persona que gestiona el funcionamiento y mantenimiento de los bienes afectados al sistema de
tiempo compartido. El Cód. Civ. y Com. lo señala en los arts. 2091, 2094, inc. a), 2097, 2100 y 2102.
El art. 3° de la ley 26.356 lo sindica como la persona "que tiene a su cargo la gestión y coordinación del
mantenimiento y uso de los bienes que integran un STTC".
La persona que ocupa el rol de administrador puede tener coincidencia con la del propietario,
emprendedor y comercializador.
e) El usuario
Es el sujeto titular del derecho real de tiempo compartido. La referencia al usuario está presente en
los arts. 2093, inc. b), 2094, incs. b) y c), 2095, 2096, 2097, incs. a), b), g) y h), 2098 y 2102, Cód. Civ. y
Com. El art. 3°, ley 26.356, lo caracteriza como "quien adquiere el derecho de uso periódico en un
Sistema Turístico de Tiempo Compartido, por sí o por terceros". El usuario también es designado como
"adquirente de tiempo compartido" (art. 2101).
§ 226. Duración
El art. 2099, Cód. Civ. y Com., a juzgar por su inc. a), concibe al derecho de tiempo compartido no
como perpetuo, sino como un derecho real temporario y sujeto a plazo, tal como se comercializa en la
realidad negocial, por lapsos que no suelen superar los 99 años. El Código no fija plazos máximos,
como sí lo hace para otros derechos reales, como el usufructo, el uso, la habitación, la servidumbre
personal y la superficie. Se ha dejado la duración del derecho librada a la autonomía de la voluntad,
expresada en el contrato fuente del derecho real. Sin embargo, nunca podrá superar el plazo por el que
el bien fue afectado al sistema (art. 2099, inc. a], Cód. Civ. y Com.).
§ 246. Objeto
El objeto del derecho real de sepultura es un inmueble propio que se determina en la parcela del
cementerio privado, la que está conformada por una parte privativa y por partes comunes. La parte
privativa es el sector del terreno sobre el que se pueden realizar las construcciones de sepulcros,
inhumar los cadáveres, exhumarlos, etc. Partes comunes son las destinadas al uso común de todos los
titulares de derecho real de sepultura sobre las parcelas del cementerio, tales como "los oratorios,
parque e instalaciones y lugares comunes" (art. 2107, inc. d]).
§ 247. Inembargabilidad del objeto. Excepciones
El art. 2110, Cód. Civ. y Com., dispone: "Las parcelas exclusivas destinadas a sepultura son
inembargables, excepto por: a) los créditos provenientes del saldo de precio de compra y de
construcción de sepulcros; b) las expensas, tasas, impuestos y contribuciones correspondientes a
aquéllas". La previsión concuerda con lo dispuesto por el art. 744, inc. c), Cód. Civ. y Com., aunque aquí
la embargabilidad es más amplia, porque el art. 2110 agrega los créditos enumerados en el inc. b).
Los códigos procesales de las distintas jurisdicciones del país contienen, en su gran mayoría, normas
relativas a la inembargabilidad de los sepulcros, con excepciones para créditos específicos (art. 219, inc.
2°, Cód. Proc. Civ. y Com.; art. 219, inc. 2°, Cód. Proc. Civ. y Com. Buenos Aires; art. 542, inc. 5°, Cód.
Proc. Civ. y Com. Córdoba; art. 222, inc. 2°, Cód. Proc. Civ. y Com. Misiones, etc.).
§ 248. Naturaleza
La regulación poco ortodoxa que ha recibido el derecho real de sepultura despierta dudas acerca de
cuál es su diagrama estructural. El art. 2112, Cód. Civ. y Com., dispone, bajo la rúbrica "Derecho real de
sepultura": "Al derecho de sepultura sobre la parcela se le aplican las normas sobre derechos reales".
El desafío consiste en interpretar a cuáles "normas sobre derechos reales" se refiere la previsión que
acabamos de transcribir. Entendemos que no son otras que las fijadas en los arts. 2103 a 2113, Cód.
Civ. y Com., las que, a nuestro entender, diseñan un derecho real autónomo y distinto a los demás
derechos reales permitidos, más allá de que ante la ausencia de soluciones específicas deba buscarse
la respuesta a la eventual controversia en figuras análogas, como el derecho real de propiedad
horizontal especial aplicable a los conjuntos inmobiliarios en sentido estricto, que es el que exhibe
mayores cercanías en lo funcional.
Por de pronto, estamos de acuerdo con Cossari(578) en que se trata de un derecho real sobre cosa
propia, tal como lo dispone el art. 1888, con acierto en esta ocasión. El objeto sobre el que recae el
derecho es la parcela que, a la manera de una unidad funcional de la propiedad horizontal, está
conformada por partes propias y por partes comunes. El titular del derecho real de sepultura es el
propietario de la parcela.
Coincidimos con los Alterini en cuanto a que, con la afectación y enajenación de las parcelas, el
propietario originario del inmueble se desprende del dominio sobre el predio(579). Pensamos que a partir
de allí nace el derecho real de sepultura sobre cosa propia, el que titularizan los adquirentes de las
parcelas.
El derecho real de sepultura ha sido regulado de manera autónoma por el Cód. Civ. y Com., y guarda
semejanzas con el derecho real de propiedad horizontal especial diseñado para los conjuntos
inmobiliarios, el que, como ya se ha dicho, es solo una matización o especie del derecho real genérico
de propiedad horizontal.
Al igual que en los conjuntos inmobiliarios propiamente dichos, el derecho real de dominio sobre el
terreno afectado al destino de cementerio privado se extingue para su titular originario, es decir, no lo
conserva, más allá de que pueda mantener la propiedad de las parcelas que no haya transmitido a
terceros.
A diferencia del derecho real de tiempo compartido (art. 2099, inc. a]), que entraña un derecho real
sobre cosa ajena, la afectación a destino de cementerio privado que realiza el propietario originario del
inmueble no está sujeta a ningún plazo, lo que da la pauta de que la afectación es a perpetuidad.
Tampoco está prevista la extinción del régimen de cementerio privado por la rescisión de la totalidad de
los contratos, como sí lo está en el tiempo compartido (art. 2099, inc. b]), dato que también demuestra
que la afectación no es retractable una vez que el derecho real de sepultura ha nacido a la vida jurídica,
transmitida que haya sido alguna parcela del cementerio.
Otro aspecto indicativo de que el propietario originario no conserva la propiedad del inmueble sobre
el que se emplaza el cementerio privado, así como que el derecho de sepultura califica como derecho
real sobre cosa propia, perpetuo y no temporario, consiste en que el "reglamento de administración y
uso" puede prever que el canon por administración y mantenimiento pueda ser integrado "en un único
pago a perpetuidad" (art. 2105, inc. c]), previsión normativa que, más allá de las controversias que
despierta(580), revela que el derecho real de sepultura está estructurado para durar indefinidamente, es
decir, como perpetuo.
Otro aspecto no menor de la regulación del Cód. Civ. y Com., que reafirma la desaparición del
dominio del propietario originario del inmueble —una vez concretada la afectación y la enajenación de
alguna parcela—, así como que el derecho real de sepultura encierra un derecho real sobre cosa propia
lo transparenta el hecho de que ninguna de las previsiones que conforman la regulación del derecho
real hace mención a hipotéticos derechos del propietario, de ejercicio posterior a la afectación, como es
regla en todos los derechos reales de uso y goce sobre objeto ajeno (para la superficie, el art. 2121;
para el usufructo, uso y habitación, el art. 2151, para la servidumbre, el art. 2180 y para el tiempo
compartido, el art. 2091, tercer párr.). Es especialmente destacable el supuesto del tiempo compartido,
ya que la afectación al sistema no impide al propietario la ulterior constitución de hipoteca u otro
gravamen sobre el objeto afectado al régimen de uso y goce periódico y por turnos (art. 2091, tercer
párr., Cód. Civ. y Com.), reflejo claro de que el derecho de tiempo compartido debe catalogarse como
derecho real sobre cosa ajena, con prescindencia de lo que erróneamente sindica el art. 1888, ya que el
dominio del propietario no desaparece, sino que perdura, aunque desmembrado por el derecho real de
tiempo compartido que lo grava mientras dure.
Finalmente, luce significativo que el art. 2113, al individualizar a los sujetos que deben cumplir con
las normas de policía mortuoria, solo haga referencia al administrador, a los titulares de sepulturas y a
los visitantes. La ausencia del "propietario" reafirma que una vez que nace el derecho real de sepultura,
el dominio del propietario originario desaparece.
Más allá del abordaje analítico de los preceptos que conforman el cap. 3, "Cementerios privados"
(arts. 2103 a 2113), no puede pasarse por alto que, en la gran mayoría de los casos, quien adquiere la
parcela de un cementerio privado aspira a que su derecho no esté acotado en el tiempo, ya que se
percibe, desde el punto de vista espiritual, como el lugar de eterno descanso de sus propios restos
mortales o el de sus seres queridos. De manera que, en tren de interpretar los textos legales, la idea de
que se trata de un derecho real sobre cosa propia, además de perpetuo, se corresponde con las
motivaciones ampliamente generalizadas de quienes deciden acceder a la propiedad de este tipo de
objetos.
Kiper sostiene que se trata de un derecho real sobre cosa ajena y, en su tesis, el dueño o los
condóminos no dejan de serlo por el hecho de la afectación(581). En la misma línea, Sabene y Panizza
distinguen entre el derecho real sobre cosa propia del propietario del inmueble sobre el que se emplaza
el cementerio, del derecho real de sepultura, al que catalogan como derecho real sobre cosa ajena(582).
§ 269. Caracterización
La superficie, regulada por el título VII, del Libro cuarto del Cód. Civ. y Com. (arts. 2114 a 2128)
puede caracterizarse del siguiente modo:
a) Derecho real
La superficie es un derecho real. Con esa naturaleza es enumerada por el art. 1887, inc. g), y
definida por el art. 2114, Cód. Civ. y Com.
b) Mixto: sobre cosa ajena y sobre cosa propia
La definición legal permite captar los dos planos perfectamente diferenciados y típicos de la
superficie; por un lado, el que atañe al "derecho de plantar, forestar o construir" y, por otro, el relativo al
derecho de propiedad sobre lo "plantado, forestado o construido" que se designa como "propiedad
superficiaria". Esta doble manifestación determina que, en el marco de esta clasificación de los derechos
reales, la superficie se califique como derecho real mixto. En efecto, según el art. 1888, Cód. Civ. y
Com., la propiedad superficiaria es catalogable como derecho real sobre cosa propia; mientras que el
derecho de forestar, plantar o construir se califica como derecho real sobre cosa ajena.
Esta ubicación dual también fue predicada de manera dominante respecto del derecho real de
superficie forestal diseñado por la hoy derogada ley 25.509(600).
La expresión bifronte de la superficie explica que al derecho de forestar, plantar o edificar (sobre cosa
ajena) se le apliquen de manera supletoria las normas sobre el usufructo (art. 2127, Cód. Civ. y Com.),
mientras que la propiedad superficiaria queda sujeta a las reglas del dominio revocable siempre que
estas sean compatibles (art. 2128, Cód. Civ. y Com.).
c) Principal y que se ejerce por la posesión
Según la clasificación de los arts. 1889 y 1891, la superficie es un derecho real principal y que se
ejerce por la posesión. A pesar de que los derechos principales que se ejercen por la posesión pueden
adquirirse por la usucapión, el art. 2119, in fine, Cód. Civ. y Com., solo permite la adquisición de la
superficie por la prescripción adquisitiva breve decenal y descarta la versión larga u ordinaria de veinte
años.
d) Derecho real sobre objeto registrable
Desde la óptica del art. 1890, el objeto de la superficie es registrable en cualquiera de sus
manifestaciones, pues recae siempre sobre un inmueble. La naturaleza inmobiliaria de la superficie tiene
implicancia en cuanto a la forma que exige el título para ser suficiente, es decir la escritura pública (art.
1017, inc. a]) y a la publicidad, ya que será menester la inscripción registral de aquel para oponibilidad a
terceros interesados de buena fe (art. 1893, Cód. Civ. y Com.).
e) Temporario
La superficie es un derecho real temporario y no puede constituirse a perpetuidad. Está sujeto a los
plazos máximos de setenta años si es para edificación; o cincuenta años si es para plantación o
forestación (art. 2117, Cód. Civ. y Com.)
f) Fines amplios
La superficie es regulada por el Cód. Civ. y Com. con amplios fines, ya para construcción, ya para
forestación o plantaciones en general. En este aspecto se diferencia del régimen de la derogada ley
25.509 que solamente autorizaba la superficie con finalidad agraria.
g) Transmisible
El derecho real del superficiario es transmisible por actos entre vivos o por causa de muerte. A
diferencia del usufructo, el uso, la habitación y la servidumbre personal, que son vitalicios y se extinguen
con la muerte de sus titulares, la superficie no se extingue con el fallecimiento del superficiario, sino que
pasa a sus herederos.
h) Coexiste con la propiedad separada del suelo
La constitución del derecho real de superficie provoca la suspensión temporaria del principio de
accesión establecido por el art. 1945, Cód. Civ. y Com. Durante la vigencia de la superficie coexisten el
derecho del titular del dominio sobre suelo, con el derecho del superficiario en cualquiera de sus
versiones: a) derecho de plantar, forestar o construir (sobre inmueble ajeno) o b) propiedad superficiaria
sobre lo plantado, forestado o construido. En este sentido, se lee en el art. 2115, in fine, Cód. Civ. y
Com.: "el derecho del superficiario coexiste con la propiedad separada del titular del suelo".
§ 270. Objeto
El art. 2116, Cód. Civ. y Com., dicta: "Emplazamiento. El derecho de superficie puede constituirse
sobre todo el inmueble o sobre una parte determinada, con proyección en el espacio aéreo o en el
subsuelo, o sobre construcciones ya existentes aun dentro del régimen de propiedad horizontal. La
extensión del inmueble afectado puede ser mayor que la necesaria para la plantación, forestación o
construcción, pero debe ser útil para su aprovechamiento".
a) Objeto inmobiliario en sus dos manifestaciones
En las dos manifestaciones de la superficie, el objeto del derecho real es un inmueble o una parte
material de este.
En cuanto al derecho de plantar, forestar o construir, el objeto es el inmueble ajeno sobre el que se
pueden realizar esas acciones. En lo que atañe a la propiedad superficiaria sobre lo plantado, forestado
o construido, el objeto es un inmueble propio. Efectivamente, los árboles, los arbustos, las plantas o las
especies vegetales en general, como están unidos de manera orgánica al suelo, son inmuebles por
naturaleza (art. 225, Cód. Civ. y Com.) y, en cuanto a las edificaciones, estas son inmuebles por
accesión (art. 226, Cód. Civ. y Com.), ya que están inmovilizadas al suelo con carácter perdurable.
b) Proyección al espacio aéreo o subsuelo
El derecho de plantar, forestar o construir puede ejercerse sobre el espacio aéreo, en el subsuelo del
inmueble o respecto de ambos conjuntamente. El art. 2114 utiliza el término "vuelo" como sinónimo de
espacio aéreo y el art. 2115 emplea el vocablo "rasante" para referirse al nivel del suelo. P, ej., la
superficie puede constituirse para que el superficiario construya cocheras en el subsuelo de un
inmueble; para elevar un edificio sobre el terreno; para plantar viñedos, árboles frutales o de utilidad
maderera, sembrar cereales, cultivar hortalizas, flores o cualquier otra especie vegetal.
Incluso los propietarios de un edificio afectado al régimen de la propiedad horizontal pueden constituir
derecho de superficie a favor de un tercero y habilitar al superficiario a elevar construcciones sobre el
espacio aéreo, es decir, apoyándose sobre el techo o terraza de aquel, p. ej., construyendo nuevos
pisos sobre los existentes, lo que se denomina normalmente como derecho de sobreelevación.
Lo plantado, forestado, sembrado o construido no será propiedad del dueño del terreno sino
propiedad del superficiario, ya que el principio de accesión está temporariamente suspendido.
c) Extensión a sectores útiles
El derecho de superficie puede constituirse no solamente sobre las partes del inmueble que van a ser
efectivamente plantadas, forestadas o construidas o sobre lo que ya está plantado, forestado o
construido, sino que puede extenderse y abarcar a otras partes del inmueble que sean útiles para el
aprovechamiento del derecho de superficie. Así lo autoriza en art. 2016, Cód. Civ. y Com., en su última
oración.
La previsión legal se hizo cargo de una inquietud suscitada durante la vigencia de la ley 25.509 de
superficie forestal, norma que solamente permitía la propiedad superficiaria sobre plantaciones con fines
agrarios. Se planteó la posibilidad de que se extendiera la superficie, además de a las plantaciones, a
las construcciones existentes o que se levantasen en el inmueble y que se hallaran afectadas a la
actividad de forestación o silvicultura. Se pensó, como hipótesis, p. ej., en un galpón de material que
sirviera para el acopio de troncos o para la guarda de los diferentes enseres necesarios para el
desarrollo de la actividad maderera. Así, se predicó que la propiedad superficiaria sobre dichas
edificaciones estaba permitida, a pesar de que el derecho de edificar no constituía una finalidad
específica autorizada por la ley 25.509. Con esa mirada, el superficiario podía ser considerado, además
de propietario de lo plantado, propietario de las construcciones existentes o de las que se realizasen
para complemento o con función accesoria de la actividad agraria. De hecho, las XIX Jornadas
Nacionales de Derecho Civil (Rosario, 2003) recomendaron avocarse al estudio de esta cuestión en
futuros encuentros(601).
§ 272. Finalidad
El Cód. Civ. y Com. diseñó el derecho real de superficie con fines amplios, no reducidos a la finalidad
de forestación o silvicultura con que había sido prevista por la ley 25.509 de 2001. Al no permitir otros
fines, subsistía la prohibición de la superficie edilicia por efecto del principio de numerus clausus.
El legislador se hizo eco de la declaración unánime de las XIX Jornadas Nacionales de Derecho Civil
(Rosario, 2003), las que propugnaron: "Debe incorporarse el derecho real de superficie en general, con
amplitud de fines socio-económicos".
En la actualidad, la superficie puede ser vehículo para emprendimientos agrarios en general, es
decir, que involucren a toda especie de plantaciones o sembradíos y, en lo atinente a la construcción,
pensamos que no solamente comprende a edificios, sino también a todo tipo de construcciones, como,
p. ej., molinos destinados a la generación de energía eléctrica a partir de la fuente eólica(602).
§ 273. Duración
Ya se ha dicho que la superficie está caracterizada como un derecho real temporario, que no puede
constituirse a perpetuidad. Con otro sentido, es temporario porque se extingue por el no uso (art. 2124).
1. Plazos máximos
La 1ª oración del art. 2117, Cód. Civ. y Com., establece: "El plazo convenido en el título de
adquisición no puede exceder de setenta años cuando se trata de construcciones y de cincuenta años
para las forestaciones y plantaciones".
La finalidad de la norma, que impone plazos máximos, apunta a evitar que la escisión entre la
propiedad del suelo y la propiedad de las plantaciones o construcciones perdure indefinidamente.
Aunque ya no se parte de los preconceptos que tradujo Vélez Sarsfield en la nota al art. 2502 del Cód.
Civil, el legislador evidentemente apreció que permitir la superficie sin plazo o con uno demasiado
extenso, no sería conveniente para el interés general o apropiado para el desarrollo de la riqueza
inmobiliaria. En efecto, están especialmente comprometidas las necesidades del tráfico y como
puntualizó el codificador cordobés en la nota que acabamos de mencionar, hay que procurar "la
circulación de las propiedades" y que estas no estén "perpetuamente embarazadas".
En el derecho comparado existen múltiples criterios en cuanto a la duración del derecho de
superficie, en sus diferentes versiones o finalidades(603).
a) Cincuenta años para plantación o forestación
En materia de plantaciones o forestaciones, el Cód. Civ. y Com. mantuvo el plazo máximo de
cincuenta años que fijaba el art. 6° de la ley 25.509 para la que dio en llamarse superficie agraria.
Aunque desde la doctrina se estimó exiguo el plazo de cincuenta años para forestación(604), otros lo
consideraron prudente, advirtiendo que "son aproximadamente dos generaciones las que gozarán del
derecho, satisfaciendo el anhelo común en los argentinos de invertir para los hijos tanto como para
sí"(605).
Siempre creímos que el plazo de cincuenta años se presentaba como razonable, porque permite una
adecuada ecuación de costo-beneficio, incluso para las explotaciones vinculadas a la industria
maderera, ya que numerosas especies arbóreas como el pino, el eucalipto o el álamo no precisan más
de una decena de años para ser aprovechados.
Por otra parte, el plazo de cincuenta años tuvo un amplio consenso en la doctrina y en numerosos
proyectos legislativos, incluso para finalidades distintas a la plantación(606).
b) Setenta años para construcciones
El Cód. Civ. y Com. fija en setenta años el plazo máximo para la finalidad constructiva, y de este
modo opta por un plazo más extenso que el de cincuenta años previsto en su antecedente inmediato, el
Proyecto de 1998 (art. 2018) que se había hecho eco de un generalizado consenso. No descreemos de
los potenciales beneficios que puede redundar el plazo más extenso de setenta años, ya que cuanto
más prolongado sea el lapso, es esperable que "mayores serán las posibilidades de grandes
inversiones"(607).
2. Cómputo del plazo máximo
Según el art. 2117, Cód. Civ. y Com., los plazos máximos se computan "desde la adquisición del
derecho de superficie". Desde la literalidad del precepto, los cincuenta o setenta años de deben
computar desde que el superficiario adquirió el derecho real, para lo cual no basta el título suficiente
sino que se requiere la tradición, la entrega efectiva; con lo cual el plazo se iniciará desde la entrega del
inmueble acontecida con posterioridad al título suficiente.
Ahora bien, la solución legal puede generar incertidumbre en los terceros, ya que la acreditación de
que se ha hecho la tradición del inmueble no es un requisito para la inscripción del título en el registro
inmobiliario. En ese marco, no le será fácil o acaso posible al tercero adquirir certeza acerca de la
duración del derecho real de superficie.
Por ese motivo se postula que, aunque entre las partes del negocio causal —propietario del terreno y
superficiario—, el plazo se compute desde la fecha en que se reúnan el título y el modo; con respecto a
los terceros lo razonable es "tomar la fecha del título inscripto, dada la incertidumbre que implicaría para
ellos tratar de establecer la fecha cierta en la tradición se sumó al título"(608). Esta tesitura es compartida
por los Alterini, quienes suman como argumento lo reglado por el art. 1914, Cód. Civ. y Com., según el
cual "se presume que la relación de poder comienza desde la fecha del título".
3. Plazos convenidos en exceso del máximo legal u omisión de previsión de plazo
a) Plazo en exceso del máximo legal. Adecuación temporal
Si al constituirse el derecho de superficie las partes hubiesen establecido un plazo superior al
admitido para la finalidad respectiva, creemos que a pesar del silencio del art. 2117, Cód. Civ. y Com., el
plazo debe quedar reducido ipso iure al máximo legal. P. ej., si una superficie edilicia se pactó por 90
años, se considera reducida a 70. Si una superficie agraria se constituyó por 60 años, se entenderá que
lo fue por 50. Se trata de un saneamiento por adecuación temporal(609), derivación del principio general de
conservación del acto jurídico. La solución encuentra sustento en lo previsto por el art. 2125, Cód. Civ. y
Com., el que al hacer tema de los efectos de la extinción del derecho real, presupone tal adecuación, ya
que dispone que la extinción del derecho real se produce al "vencimiento del plazo convencional o
legal". Por otra parte, esta tesitura tiene correspondencia con lo establecido por el art. 2000 para el
condominio y el art. 1668 para el fideicomiso. La ley 25.509 sobre superficie forestal y silvicultura
(superficie agraria), incluía la adecuación temporal en su art. 6°.
b) Omisión de plazo
Aunque el art. 2117 no prevé la situación, pensamos que, si en el acto constitutivo se omitió fijar un
plazo, el negocio causal es válido y debe entenderse que la superficie se constituyó por el plazo máximo
legal. En los derechos reales sujetos a plazo máximo es de alguna manera regla que, ante la ausencia
de convención, el derecho real se considere constituido por el máximo permitido. Así sucede en el
usufructo (art. 2152, incs. a] y b]), cuyas normas se aplican al uso y a la habitación (arts. 2155 y 2159) y
en la servidumbre (arts. 2165 y 2182, inc. c]). Los arts. 2000 y 2030 siguen la misma directriz para las
indivisiones forzosas convencionales en el condominio o en la comunidad hereditaria respectivamente.
4. Ausencia de plazos mínimos
El Cód. Civ. y Com., al igual que la derogada ley 25.509, no incluye ninguna exigencia relativa a
plazos mínimos, es decir, la superficie puede constituirse por lapsos breves, aunque no es usual que
eso ocurra, porque la finalidad económico-social a la que aspira es incompatible con plazos acotados.
Las X Jornadas Nacionales de Derecho Civil (Corrientes, 1985) habían propuesto, de lege ferenda, que
la ley fijase un plazo mínimo de quince años. Desde la doctrina se predicó la necesidad de establecer un
plazo mínimo, el que se sugería que fuese "superior al máximo establecido para el arrendamiento"(610),
que en ese entonces era de diez años (art. 1510, Cód. Civ.)(611) y numerosos proyectos legislativos lo
incluyeron.
Los plazos mínimos de fuente legal apuntan a la protección de sujetos vulnerables en la contratación,
como ocurre en la locación inmobiliaria (art. 1198, Cód. Civ. y Com.) y en los contratos de
arrendamiento y aparcería rural (arts. 4° y 22, ley 13.246). En el caso del derecho de superficie, el
legislador ha considerado que no es necesaria tal protección al superficiario. Por cierto, si por la vía de
un contrato de superficie de mínima duración, se pretendiera eludir el cumplimiento de normas de orden
público, la judicatura podrá impedir el ejercicio desviado del derecho de contratar, como lo señalamos en
otra oportunidad(612).
La solución legal, que no impone plazo mínimo en la superficie, concuerda con lo normado en el
mismo sentido al regularse el tiempo compartido, el usufructo, el uso, la habitación y la servidumbre.
5. Cuestión de la renovación del plazo
La última oración del art. 2117, Cód. Civ. y Com., dice: "El plazo convenido puede ser prorrogado
siempre que no exceda de los plazos máximos". Lo relevante es que en cada acto de renovación no se
fije un plazo superior al legal. P. ej., si A constituyó superficie sobre un inmueble de su dominio a favor
de B por setenta años, con fines edilicios, y a los veinte años contados desde la constitución de la
superficie, el propietario del terreno y el superficiario deciden la renovación por otros setenta años, el
acuerdo es válido y no existe impedimento legal. La ley procura evitar que, en cada acuerdo de
voluntades, la persona se comprometa por un plazo superior al máximo permitido(613). Durante las XIX
Jornadas Nacionales de Derecho Civil (Rosario, 2003) hubo generalizado consenso sobre la factibilidad
de las renovaciones, claro que a propósito de la ley 25.509 que silenciaba el tema de la renovación. La
tesis que proponemos no es unánime(614).
§ 286. Objeto
El art. 2130 del Cód. Civ. y Com. determina de modo taxativo cuál puede ser el objeto del usufructo,
a saber:
a) "Cosa no fungible"
Las cosas no fungibles se definen por exclusión de las que son fungibles. Según el art. 232 del Cód.
Civ. y Com., son cosas fungibles "aquellas en que todo individuo de la especie equivale a otro individuo
de la misma especie, y pueden sustituirse por otras de la misma calidad y en igual cantidad". P. ej., es
no fungible el departamento de un edificio; un libro dedicado por el autor, un automotor, un barco, una
casa, etcétera.
b) "[U]n derecho, solo en los casos en que la ley lo prevé"
Los derechos solo pueden ser objeto de los derechos reales cuando la ley expresamente lo autoriza
(art. 1883, segundo párr.). Ejemplos de usufructo sobre derechos son: el usufructo de acciones de una
sociedad anónima (art. 218, LGS) o de las cuotas de una sociedad de responsabilidad limitada (art. 156,
LGS); el usufructo sobre una marca, un invento, sobre los derechos intelectuales correspondientes a
una obra o sobre una página web(632), etcétera.
c) "[C]osa fungible cuando recae sobre un conjunto de animales"
El único usufructo que el Cód. Civ. y Com. permite sobre cosas fungibles es el que recae sobre un
conjunto de animales. Así, p. ej., sobre una manada de caballos o de vacas, un rebaño de ovejas o de
cabras, una piara de cerdos, etcétera.
d) "[E]l todo o una parte indivisa de una herencia cuando el usufructo es de origen
testamentario"
La herencia es una universalidad jurídica o de derecho y esta especie de usufructo solamente puede
tener como fuente el testamento. P. ej., el testador lega el usufructo de sus bienes a una sobrina y la
nuda propiedad a otra; o bien lega el usufructo de un quinto de sus bienes a un hermano.
e) Ejercicio
El derecho de usufructo puede "ejercerse sobre la totalidad, sobre una parte material o por una parte
indivisa" de los objetos a los que hemos aludido en los puntos anteriores. P. ej., se puede constituir el
usufructo sobre todo un campo; o solo sobre determinado potrero (parte material); o por partes indivisas,
si se constituye el usufructo sobre todo el campo a favor de tres personas por un tercio a cada una
(cousufructo). No existe cotitularidad (cousufructo), si se gravaron diferentes partes materiales de una
cosa a favor de diferentes personas, p. ej., si un potrero determinado de un campo se dio en usufructo a
una persona y otro sector, el del casco por ejemplo, a otra. O los diferentes sectores materiales de un
terreno edificado con una casa, p. ej., las habitaciones de la planta baja a una persona y las de la planta
alta a otra. Las XXV Jornadas Nacionales de Derecho Civil (Bahía Blanca, 2015) declararon por
unanimidad: "El usufructo sobre diversas partes materiales a favor de titulares distintos, no implica que
entre ellos exista una cotitularidad de esos derechos". Este matiz es trascendente, porque cuando existe
cotitularidad, si uno de los cousufructuarios fallece y se pactó el derecho de acrecer, el uso y goce
correspondiente al causante aprovecha a los restantes cousufructuarios, lo que no ocurre cuando no
existe cotitularidad como en el supuesto que analizamos, es decir, cuando se trata de usufructos
independientes sobre partes materiales distintas de una misma cosa.
f) Usufructo minero
Fuera del Cód. Civ. y Com., concretamente, en el Código de Minería (arts. 338 a 345), está legislado
el usufructo sobre las minas, que son consideradas inmuebles (art. 12, Cód. Minería) independientes del
predio en el que se emplazan, porque "forman una propiedad distinta de la del terreno en que se
encuentran" (art. 11, Cód. Minería). Como se trata de una legislación especial, prevalece sobre las
normas generales del Cód. Civ. y Com. Una diferencia sustancial se relaciona con la duración, ya que
su art. 338, último párr., dispone que el usufructo de minas puede celebrarse por un plazo de hasta
cuarenta años, ya fuere constituido a favor de una persona jurídica o a favor de una persona humana y
no se extingue por la muerte del usufructuario, salvo que se haya pactado lo contrario.
§ 291. Duración
El usufructo es un derecho real temporario. Se puede constituir por un plazo determinado siempre
que este no supere los máximos legales. Una vez constituido el usufructo, si fallece el nudo propietario,
sus herederos deben respetar el derecho real de usufructo que pesa sobre la cosa, ya que la muerte del
nudo propietario no produce la extinción del derecho real. No sucede lo mismo con el usufructuario,
pues si este muere —si es persona humana—, o se extingue —si es persona jurídica—, aun antes del
plazo de duración establecido en el negocio constitutivo (contrato o testamento), entonces se extingue el
derecho real de usufructo.
1. Persona humana usufructuaria
Cuando el usufructuario es una persona humana, el derecho real no puede constituirse para durar
después de la vida del usufructuario ni tampoco se transmite mortis causa, es decir, no pasa a los
herederos del usufructuario (art. 2140, Cód. Civ. y Com.). Se trata de una norma de orden público que
no puede dejarse sin efecto por la voluntad de los particulares.
De todos modos, cuando el usufructuario es persona humana, pueden darse dos situaciones
distintas:
a) Usufructo sin plazo
Si el usufructo es a favor de una persona humana y no se fijó un plazo de duración en el acto
constitutivo, se entiende que es vitalicio, es decir, que se constituyó para durar por toda la vida del
usufructuario (art. 2152, inc. a], Cód. Civ. y Com.). Cuando muere el usufructuario, se extingue el
derecho real.
b) Usufructo sujeto a plazo
Si en el acto constitutivo del usufructo a favor de una persona humana se fijó un plazo de duración
del derecho, el usufructo se extiende hasta que se extinga el plazo establecido. Vencido el plazo, el
usufructo se extingue y si el usufructuario continúa en poder del objeto, se convertirá ipso iure en
tenedor, si se trata de una cosa, con la obligación de restituirlo al nudo propietario o a sus herederos si a
esa fecha el nudo propietario hubiese muerto. En cambio, si el usufructuario llegase a fallecer antes que
termine el plazo fijado, el derecho real de usufructo se extingue, no ya por el cumplimiento del plazo
establecido en el acto constitutivo, sino por el fallecimiento del titular del usufructo. P. ej., si por el
contrato se constituyó el usufructo por treinta años, pero el usufructuario fallece a los quince años de
haberse constituido el usufructo, el derecho real se extingue con la muerte del usufructuario, es decir, no
perdura el tiempo que falta —quince años— hasta alcanzarse el plazo pactado.
Un supuesto especial se presenta cuando en el acto constitutivo se fija como plazo de duración del
usufructo la vida de una tercera persona, distinta del nudo propietario o del usufructuario, es decir, ajena
al derecho real de usufructo. P. ej., mientras viva A. Luego, el usufructo se extinguirá al fallecer A o
antes de esa fecha, al fallecer el usufructuario si ocurre con antelación.
También pudo establecerse que el derecho real se constituía hasta que A llegue a la mayoría de
edad, entonces el usufructo se extinguirá el día que A cumple dieciocho años (plazo cierto), aunque A
fallezca antes de alcanzar la mayoría de edad, porque en ese caso el usufructo mantiene su vigencia
hasta la fecha en que A habría cumplido los dieciocho años; a no ser que se agregue como condición
que A llegue a esa fecha con vida, en cuyo caso, si fallece antes de tiempo, el usufructo se extingue.
2. Persona jurídica usufructuaria
El usufructo constituido a favor de una persona jurídica tiene un término máximo de cincuenta años.
Es razonable la fijación de un plazo máximo, ya que, a diferencia de las personas humanas, su
existencia no está supeditada a la ocurrencia de un plazo fatal (art. 155, Cód. Civ. y Com.). El nuevo
ordenamiento elevó sustancialmente el lapso permitido, ya que el Código Civil derogado permitía este
usufructo únicamente por veinte años (arts. 2828 y 2920). Se trata de una regla imperativa o de orden
público no modificable por la voluntad de los particulares.
Sin embargo, sin importar el tiempo por el que se haya constituido el derecho real, el usufructo se
extingue cuando termina la existencia de la persona ideal, p. ej., con su disolución y liquidación. Y si se
constituyó por un lapso superior a los cincuenta años, también se extingue cuando vence el máximo
legal.
§ 292. Derechos del usufructuario
Las facultades de uso, goce y disposición jurídica que se enuncian como contenido del derecho real
de usufructo en la definición del art. 2129, Cód. Civ. y Com., se concretizan en diferentes derechos que
puede ejercer el usufructuario sin alterar la sustancia del objeto.
1. Frutos
Según el art. 2141, Cód. Civ. y Com., pertenecen al usufructuario los frutos percibidos durante la
vigencia de su derecho, ya sea naturales, industriales o civiles. P. ej., los alquileres de un departamento
(fruto civil); los dividendos de las acciones (art. 218, LGS); la cría o la leche de una vaca (fruto natural);
el trigo cosechado (fruto industrial), etcétera.
También le corresponden al usufructuario los frutos que están pendientes al tiempo de constituirse el
usufructo, es decir, los pendientes al momento en que se le hace la tradición del objeto. P. ej., los
alquileres devengados y no cobrados de un departamento (art. 1934, inc. b]) o los cereales no
cosechados o los frutos que penden de los árboles. En definitiva, los frutos naturales o industriales que
todavía no fueron separados a la fecha de la entrega material del objeto.
Los frutos que están pendientes al tiempo de extinción del usufructo pertenecen al nudo propietario
(art. 2141, inc. b], 2ª oración).
2. Productos
Como la extracción de los productos compromete la sustancia del objeto, en principio no le
corresponden al usufructuario. Recuérdese que estos "son los objetos no renovables que separados o
sacados de la cosa alteran o disminuyen su sustancia" (art. 233, quinto párr.).
No obstante, el art. 2141, inc. a), del Cód. Civ. y Com., dispone que pertenecen al usufructuario "los
productos de una explotación ya iniciada al tiempo de constituirse el usufructo".
P. ej., si un superficiario constituye usufructo sobre un monte de eucaliptos de su propiedad
superficiaria, cuya tala está iniciada a fin de vender los troncos al momento de constituirse el usufructo,
el usufructuario de esa arboleda puede continuar con la tala para beneficiarse con la explotación.
Si la explotación atañe una mina, deben tenerse presente las previsiones del Código de Minería (arts.
338 a 345), que fija normas específicas. Si la mina, como cosa inmueble independiente y separada del
terreno donde se encuentra, ha sido gravada con usufructo, "el usufructuario tiene derecho a aprovechar
los productos y beneficios de la mina, como puede aprovecharlos el propietario" (art. 338, segundo
párr.), pero el usufructuario del inmueble (no de la mina, que es un objeto distinto) no puede explotar
"las minas que en sus límites se comprendan, aunque se encuentren en actual trabajo" (art. 338, tercer
párr.).
3. Acrecentamientos naturales
El último párrafo del art. 2141 reza que el uso y goce del usufructuario "se extiende a los
acrecentamientos originados por hechos de la naturaleza, sin contraprestación alguna". Se trata de los
acrecimientos derivados del aluvión (art. 1959, Cód. Civ. y Com.), avulsión (art. 1961, Cód. Civ. y Com.),
que ensanchan o aumentan el dominio del nudo propietario sobre el inmueble al que acceden. Aunque
los acrecimientos se produzcan durante la vigencia del usufructo, el nudo propietario no podrá exigir al
usufructuario ninguna contraprestación por la mayor extensión o las renovadas ventajas del objeto.
4. Facultades de disposición jurídica
El usufructuario tiene las siguientes facultades de disposición jurídica:
a) Transmisión del derecho de usufructo por actos entre vivos
En el primer párrafo del art. 2142, Cód. Civ. y Com., se lee: "El usufructuario puede transmitir su
derecho, pero es su propia vida y no la del adquirente la que determina el límite máximo de duración del
usufructo. Con carácter previo a la transmisión, el adquirente debe dar al nudo propietario garantía
suficiente de la conservación y restitución del bien".
El derecho de usufructo puede ser transmitido por el usufructuario a favor de otra persona, a título
oneroso o gratuito, con el límite máximo de la vida del transmitente. Si el usufructuario-transmitente
fallece con posterioridad a la transferencia, el derecho del usufructuario-adquirente se extingue, aunque
el plazo del usufructo pactado en el acto constitutivo todavía no haya vencido. El usufructo también se
extingue si fallece el usufructuario-adquirente, aunque permanezca vivo su cedente; el derecho no pasa
a sus herederos (art. 2140) ni revierte en favor del cedente(645), porque el uso y goce lo recupera el nudo
propietario.
Esta facultad de disposición jurídica puede ejercerse exclusivamente por actos entre vivos, ya que
como el usufructo se extingue necesariamente con la muerte del usufructuario (art. 2152, inc. a]), este
no puede disponer de su derecho por testamento.
La libre transmisibilidad sentada por el art. 2142 concuerda con lo que dispone como directriz
genérica el art. 1906, Cód. Civ. y Com., y se trata de una facultad irrenunciable por el usufructuario,
porque está comprometida la estructura del derecho real. Las XXV Jornadas Nacionales de Derecho
Civil (Bahía Blanca, 2015) declararon por mayoría: "No es posible pactar cláusulas de inenajenabilidad
en caso de usufructo, toda vez que conculca lo dispuesto por los arts. 1884 y 1906 del CCyC"(646).
El adquirente del usufructo "debe dar al nudo propietario garantía suficiente de la conservación y
restitución del bien" y esto es así, aunque el nudo propietario haya dispensado de darla al usufructuario
original. Es razonable que sea así, porque el nudo propietario pudo prescindir de la garantía en función
de las condiciones personales del cocontratante y porque no es parte en el acto de transferencia
posterior. Por cierto, nada impide que el nudo propietario dispense al nuevo usufructuario de otorgar
garantía, ya que no está en juego la estructura del derecho real sino solamente el resguardo del titular
de nuda propiedad.
b) Ejecución por los acreedores
Como contracara de la transmisibilidad por actos entre vivos, el derecho de usufructo es ejecutable
por los acreedores del usufructuario (art. 2144). Las XXV Jornadas Nacionales de Derecho Civil (Bahía
Blanca, 2015) declararon por unanimidad: "El CCyC no solo prevé la transmisibilidad voluntaria, sino
también forzosa, mediante subasta pública, en ejecución individual o colectiva. En este caso, el nudo
propietario debe ser citado al proceso".
En estos casos, la duración máxima del usufructo será la vida del usufructuario desapoderado o la
establecida en el acto constitutivo (testamento o contrato) y el usufructo también se extinguirá si fallece
el adquirente en subasta, si es persona humana, o se extingue la persona jurídica. Es que la adquisición
por la vía de la subasta judicial no puede empeorar la situación del nudo propietario, razón por la cual
debe respetarse lo que haya sido estipulado en el acto constitutivo.
También aquí el adquirente en subasta "debe dar garantía suficiente al nudo propietario de la
conservación y restitución de los bienes", obligación que es dispensable por el nudo propietario.
c) Afectación al régimen de protección de la vivienda
Si bien el art. 245, Cód. Civ. y Com., no menciona expresamente al titular del usufructo como
legitimado para afectar el inmueble al régimen de protección de la vivienda, las XXV Jornadas
Nacionales de Derecho Civil (Bahía Blanca, 2015) postularon por unanimidad que "El usufructuario
puede afectar el inmueble objeto de su derecho al régimen de vivienda previsto por los arts. 244 y ss.
del CCyC, si concurren los requisitos exigidos por dichas normas" y que, en tal caso "la afectación al
régimen de vivienda durará solo mientras exista el usufructo, salvo que el dominio se consolide en
cabeza del usufructuario".
d) Derechos reales y personales
El segundo párrafo del art. 2142, Cód. Civ. y Com., reza: "El usufructuario puede constituir los
derechos reales de servidumbre y anticresis, uso y habitación y derechos personales de uso o goce. En
ninguno de estos casos el usufructuario se exime de sus responsabilidades frente al nudo propietario".
En lo que atañe a los derechos reales, el usufructuario puede, p. ej., tomar un crédito y garantizarlo a
través de la constitución de una anticresis sobre el inmueble o mueble registrable que es objeto de su
derecho, entregando la posesión al acreedor anticresista (arts. 2212 y 2213); o bien, p. ej., gravar el
inmueble con una servidumbre de paso a favor del propietario de un inmueble contiguo.
En cuanto a derechos personales de uso o goce, el usufructuario puede dar en locación o comodato
la cosa objeto de su derecho.
No obstante, responde frente al nudo propietario de todo daño que puedan llegar a provocar los
adquirentes, según el sentido que corresponde atribuir último párrafo del art. 2142, Cód. Civ. y Com.
Las XXV Jornadas Nacionales de Derecho Civil (Bahía Blanca, 2015) consideraron, por mayoría, que
"En razón de lo dispuesto por los arts. 2142 y 2206 del CCyC, el usufructuario carece de la facultad de
constituir hipoteca"(647). La postulación se fundamentó en que, ni el art. 2142 que enumera los derechos
reales que puede constituir el usufructuario, ni el art. 2206 que hace tema de los legitimados para
constituir hipoteca, mencionan al titular del usufructo como habilitado en ese sentido.
e) Mejoras facultativas
El art. 2143, Cód. Civ. y Com., bajo la rúbrica "Mejoras facultativas", dice: "El usufructuario puede
efectuar otras mejoras, además de las que está obligado a hacer, si no alteran la sustancia de la cosa.
No tiene derecho a reclamar su pago, pero puede retirarlas si la separación no ocasiona daño a los
bienes".
Existen mejoras obligatorias para el usufructuario, a las que aludiremos al tratar los deberes del
usufructuario (las de mero mantenimiento, las necesarias y las originadas por su culpa). Fuera de estas,
el usufructuario está habilitado a realizar otras mejoras siempre que a través de ellas no modifique la
materia, la forma o el destino de la cosa, es decir, si no se altera su sustancia.
Una mejora facultativa puede ser una mejora suntuaria sobre una cosa, es decir, "la de mero lujo o
recreo o provecho exclusivo para quien la hizo" (art. 1934, inc. f]), como sería, p. ej., ponerle llantas
deportivas a un automotor. También si se trata de una cosa, puede realizar una mejora útil, es decir, "la
beneficiosa para cualquier sujeto de la relación posesoria" (art. 1934, inc. e]), p. ej., instalar un sistema
de riego por goteo subterráneo en un terreno destinado a cultivo.
Si el usufructuario realiza ese tipo de mejoras, no puede exigirle al nudo propietario que las afronte
económicamente, pero puede retirarlas al finalizar el usufructo o antes también, si al hacerlo no
perjudica a la cosa.
Los Alterini mencionan también como facultativas a las mejoras necesarias extraordinarias, como las
"originadas por vetustez o caso fortuito" que según el art. 2146, segundo párr., Cód. Civ. y Com., el
usufructuario no tiene el deber de realizar(648).
El usufructuario tampoco está obligado a hacer mejoras por causas originadas antes de la
constitución del usufructo (art. 2147, Cód. Civ. y Com.), de manera que si las lleva a cabo por su propia
voluntad, no podrá exigir lo gastado al nudo propietario y rige también lo establecido por el art. 2143.
§ 304. Duración
El uso es un derecho real vitalicio y su duración máxima es la vida de la persona humana titular del
derecho. Por cierto, al igual que en el usufructo, puede sujetarse a un plazo o condición resolutoria. Sin
embargo, siempre se extingue con el fallecimiento del usuario, aunque el plazo estipulado no haya
fenecido o la condición resolutoria no se haya cumplido.
§ 311. Caracterización
La habitación es:
1. Derecho real autónomo
Así lo presenta el art. 1887, inc. j), Cód. Civ. y Com., asignándole un inciso independiente al resto de
los derechos reales y fundamentalmente al del uso. El nuevo ordenamiento contrasta con la
metodología del Cód. Civil de Vélez, en el que el uso y la habitación eran enumerados como derechos
reales en un mismo inciso del art. 2503 (inc. 3°) y estaban regulados conjuntamente y no en títulos
independientes(675).
2. Derecho real sobre cosa ajena
En la clasificación del art. 1888, Cód. Civ. y Com., la habitación es un derecho sobre cosa ajena; la
propiedad del inmueble permanece en el nudo propietario.
3. Derecho real inmobiliario
El objeto del derecho real de habitación es un inmueble construido o una parte material del inmueble
(art. 2158). P. ej., se puede otorgar el derecho real de habitación sobre toda la casa edificada sobre un
terreno, o sobre alguna de sus habitaciones. El inmueble puede estar ubicado en una zona urbana o
rural(676).
4. Derecho real principal y que se ejerce por la posesión
Según los arts. 1889 y 1891, la habitación es un derecho real principal que se ejerce por la posesión.
Ello determina que pueda adquirirse por la prescripción adquisitiva (arts. 1897 y 2565, Cód. Civ. y
Com.).
5. Contenido
El habitador tiene el uso y goce del inmueble con el límite de no alterar la sustancia, es decir, la
materia, forma o destino de la cosa (art. 2129, segundo párr., Cód. Civ. y Com.).
La facultad que otorga el derecho real es acotada, porque se circunscribe a "morar" en el inmueble o
en la parte material de él, es decir, a habitarlo, a utilizarlo como vivienda. El goce no es fructuario, como
en el usufructo y en el uso, sino que solo comprende la realización de las mejoras obligatorias o
voluntarias que también atañen al usufructuario y al usuario. El habitador no puede constituir sobre el
inmueble derechos reales o personales (art. 2160). En este aspecto se diferencia del usufructo, ya que
el usufructuario está legitimado para constituir derechos reales o personales sobre la cosa (art. 2142);
así como del uso, pues el usuario, si bien no puede constituir derechos reales, sí puede constituir
derechos personales (arg. art. 2156).
6. Derecho real temporario y vitalicio
La habitación es un derecho real temporario en un doble sentido: se extingue por el no uso durante
diez años (arts. 2152, inc. c], 2155 y 2159, Cód. Civ. y Com.) y además es vitalicio, es decir, su duración
máxima es la vida del habitador.
7. Titular: persona humana
El titular del derecho real de habitación solo puede ser una persona humana (art. 2158), nunca una
persona jurídica, al igual que el derecho real de uso (art. 2154). En este aspecto, tanto el uso como la
habitación contrastan con el usufructo, el que admite su titularización por personas jurídicas además de
humanas (arts. 2129 y 2152, inc. b]).
8. Intransmisibilidad entre vivos y por causa de muerte
El derecho real de habitación no puede ser transmitido por el habitador por actos entre vivos, p. ej.,
cediendo su derecho a morar en el inmueble a otra persona. Tampoco es transmisible por causa de
muerte, porque se extingue necesariamente con el fallecimiento del habitador, ya que el derecho real es
vitalicio. El art. 2160, Cód. Civ. y Com., es categórico: "La habitación no es transmisible por acto entre
vivos ni por causa de muerte".
9. Derecho real inejecutable por lo acreedores
El derecho real de habitación es inejecutable por los acreedores. Así lo dispone expresamente el art.
2160, in fine, Cód. Civ. y Com., en concordancia con lo fijado por el art. 744, inc. e), del mismo cuerpo
legal.
10. Admite cotitularidad
El derecho de habitación puede constituirse a favor de una sola persona humana o a favor de varias
llamadas a usar y gozar de la cosa de manera conjunta y simultánea, en cuyo caso existirá
cohabitación.
11. Derecho real con definido cariz alimentario
La intransmisibilidad del derecho real por actos entre vivos, su inejecutabilidad por los acreedores, la
prohibición de constituir sobre el inmueble edificado (o su parte material) derechos reales o personales,
aunado todo ello al hecho de que el titular solo puede ser una persona humana, pone en evidencia que
la habitación es un derecho real con definido cariz alimentario. Vale recordar que el Cód. Civ. y Com., al
regular los alimentos debidos entre los parientes, establece que la prestación de alimentos comprende,
entre otras facetas, lo necesario para "habitación" (art. 541, Cód. Civ. y Com.).
§ 320. Objeto
El objeto de la servidumbre es un inmueble ajeno, su totalidad o una parte material (art. 2163, Cód.
Civ. y Com.).
1. Totalidad o una parte material del inmueble
La servidumbre alcanza a toda la finca si, p. ej., el titular del inmueble sirviente se compromete a no
elevar edificaciones a más de determinada altura en todo el terreno, a fin de que se mantenga la luz o la
vista desde el fundo dominante. Se aplica a una parte material del inmueble, p. ej., si es una
servidumbre de paso y el recorrido se limita solamente a un sector del fundo sirviente.
2. Inmueble ajeno: quid del inmueble en condominio
El inmueble sirviente debe ser ajeno porque no puede existir servidumbre sobre cosa propia, un
principio que llega desde el derecho romano antiguo: nemini res sua servit.
En el Cód. Civil de Vélez se discutía si era posible la constitución de una servidumbre cuando uno de
los dos inmuebles estaba en condominio. P. ej., si el inmueble 1 pertenecía a A, B y C, y el inmueble 2
pertenecía a B, es decir, condómino del otro inmueble. Para el codificador cordobés debía distinguirse
entre la constitución de la servidumbre y su conservación. Desde esa perspectiva, para Vélez no era
posible constituir una servidumbre si alguna de las fincas pertenecía en condominio al titular de dominio
de la otra, como en el ejemplo que acabamos de dar, posición que vertió en la nota al art. 2985, Cód.
Civil(685). En cambio, consideraba que la copropiedad sobreviniente no provocaba la extinción de la
servidumbre y así lo volcó al texto del art. 3058, Cód. Civil, en cuya primera parte se disponía que la
servidumbre no se extinguía por "confusión de las calidades de dominante y poseedor del fundo
sirviente, cuando el poseedor de uno de los inmuebles llegase a ser simplemente condómino del otro
inmueble". No obstante, buena parte de la doctrina se pronunció por la factibilidad de la constitución de
una servidumbre a pesar de la cotitularidad parcial, comenzando por Segovia, uno de los primeros
comentadores del Código de Vélez(686).
El Cód. Civ. y Com. no responde este interrogante, pero la doctrina moderna estima que es viable la
constitución de la servidumbre aunque exista esa coincidencia parcial(687).
3. No es indispensable que los inmuebles "se toquen" (art. 2165)
Como ya hemos señalado, la servidumbre supone necesariamente la existencia de dos inmuebles, el
dominante y el sirviente, pero según el segundo párrafo del art. 2165, Cód. Civ. y Com., no es
indispensable que estos "se toquen", es decir, no es imperativo que sean contiguos; basta con que la
ventaja que proporciona el fundo sirviente esté asegurada. Lafaille señalaba que los inmuebles debían
tener "una ubicación adecuada para que la servidumbre pueda ejercerse"(688). Si bien la previsión citada
hace tema de la servidumbre real, la misma noción se aplica a la que es personal. P. ej., una
servidumbre de acueducto puede gravar un inmueble próximo aunque no sea lindero.
§ 322. Contenido
Las facultades del titular de la servidumbre dependen de si esta es positiva o negativa (art. 2164,
Cód. Civ. y Com.), porque la utilidad —económica o de mero recreo— se aprovecha de manera
diferente en uno u otro caso.
a. Servidumbre positiva: soportar
La servidumbre "es positiva si la carga real consiste en soportar su ejercicio", es decir, si el titular del
inmueble sirviente debe permitir que el titular del inmueble dominante realice los actos posesorios que
requiere para obtener la utilidad que proporciona el derecho real, p. ej., transitar por el camino fijado
para la servidumbre de paso; cavar en la tierra y colocar un caño para que fluya agua (acueducto); sacar
agua de un pozo, etc. En el derecho romano se designaba a estas servidumbres como in patiendo, es
decir, de soportar.
b. Servidumbre negativa: no hacer
La servidumbre es negativa "si la carga real se limita a la abstención determinada impuesta en el
título", es decir, la facultad del titular del fundo dominante consiste en exigir al titular de la heredad
sirviente que no haga alguna cosa, p. ej., que no realice en el inmueble construcciones de una altura
superior a determinados metros, o que no realice allí una actividad determinada, p. ej., que no instale
una farmacia. Los romanos las denominaban servidumbre non faciendo que significa no hacer.
c. Nunca una obligación de hacer
La servidumbre nunca puede tener como contenido una obligación de hacer a cargo del titular del
fundo sirviente. El único contenido posible es el que fija el art. 2164, Cód. Civ. y Com.: soportar o no
hacer. Como la estructura legal de los derechos reales es de orden público, todo lo que no está
permitido está prohibido (art. 1884, Cód. Civ. y Com.). El Cód. Civil de Vélez era más explícito al
respecto(690), pero el Cód. Civ. y Com. no varió el criterio del Código derogado sobre este tópico y sigue
vigente la directriz del derecho romano: servitus in faciendo consistere nequit.
En ese marco, p. ej., si el titular de un inmueble se compromete con el titular de un inmueble próximo
a pintar su casa todos los años para que el dominante tenga una vista agradable desde su inmueble,
esa obligación de hacer (pintar anualmente la casa) es exigible como un derecho personal (art. 724,
Cód. Civ. y Com.), pero nunca como derecho real (art. 1882, Cód. Civ. y Com.). Esto significa que el
único que está obligado a pintar la casa es el que se obligó a hacerlo y sus herederos, como toda
obligación, pero nunca los sucesores particulares del inmueble, p. ej., un comprador de la heredad. Si
pudiese ser un derecho real —lo que está vedado—, entonces por la inherencia propia de estos, podría
exigirse a cualquier sucesor particular (adquirentes, subadquirentes, etc.).
Lo mismo sucede si el titular del fundo sirviente, aparte del contenido esencial de la servidumbre (p.
ej., soportar que el dominante transite por un camino de su heredad), se obligó de manera accesoria o
complementaria a realizar alguna actividad que facilite al titular del fundo dominante el ejercicio de la
servidumbre, p. ej., a arreglar el camino y colocarle piedras cada año para que el barro no impida el
tránsito. En ese caso, tampoco la obligación accesoria puede ser el contenido del derecho real de
servidumbre; solo vale como derecho personal y, por lo tanto, solo afectará a quien se obligó y a sus
herederos, pero nunca a los sucesores particulares del inmueble (p. ej., a un comprador del fundo).
§ 323. Clasificación
El Cód. Civ. y Com. utiliza las siguientes clasificaciones: 1) Servidumbre positiva y negativa; 2)
Servidumbre real y personal, y 3) Forzosa y voluntaria.
El Cód. Civil de Vélez también echaba mano de otras clasificaciones que el nuevo ordenamiento ha
desechado: las servidumbres continuas o discontinuas (art. 2975) y las servidumbres aparentes o no
aparentes (art. 2976).
1. Servidumbre positiva y servidumbre negativa
El art. 2164, Cód. Civ. y Com., dice: "La servidumbre es positiva si la carga real consiste en soportar
su ejercicio; es negativa si la carga real se limita a la abstención determinada impuesta en el título".
Al referirnos al contenido de la servidumbre señalamos que las positivas —también llamadas
afirmativas— son aquellas en las que el titular del derecho real (dominante) puede realizar sobre el
inmueble sirviente determinados actos que el titular de este último debe soportar (servidumbres in
patiendo). La heredad sirviente debe "sufrir" de parte de la heredad dominante todo lo que el título
fuente de la servidumbre le autorice a hacer. P. ej., transitar; sacar agua, arena o piedras; instalar un
ducto, etcétera.
En las servidumbres negativas (non faciendo), el titular de la servidumbre alcanza la utilidad a través
de una abstención a cargo del sirviente, como, p. ej., no edificar o bien no hacerlo a más de determinada
altura(691); no plantar determinadas especies para evitar la invasión de raíces que pueden afectar
cimientos, cañerías(692); no instalar en el inmueble determinadas actividades, como, p. ej., una estación de
servicio para venta de combustibles, etcétera.
La importancia de esta clasificación está dada porque:
a) Actos posesorios
La servidumbre positiva se ejerce por "actos posesorios" (art. 1891, segundo párr., Cód. Civ. y Com.),
lo que a nuestro entender implica que se ejercen por la posesión(693); la negativa, en cambio, no se ejerce
por actos posesorios.
b) Adquisición derivada por actos entre vivos
En las adquisiciones derivadas por actos entre vivos, la servidumbre positiva requiere de título
suficiente y modo suficiente, concretándose este último con el "primer uso" de la servidumbre (art. 1882,
quinto párr., Cód. Civ. y Com.); mientras que en la negativa, basta el título suficiente.
c) Quid de la extinción por el no uso
Si bien el art. 2182, Cód. Civ. y Com., dispone, en su inc. b), que la servidumbre se extingue por el
"no uso por persona alguna durante diez años" y no distingue entre la servidumbre positiva o la
negativa, desde la doctrina se afirma que la servidumbre negativa, que no faculta al uso del inmueble
sirviente, no se puede extinguir por esa modalidad extintiva; que, si no se ejerce por el uso, no podría
finalizar por el "no uso". Se añade también que si el propietario del inmueble sirviente, durante veinte
años, realiza actos posesorios que impiden el ejercicio de la servidumbre negativa(694), p. ej., eleva una
construcción a una altura que excede la máxima según el título fuente, habrá adquirido la plenitud de su
dominio, con la consecuente extinción de la servidumbre negativa.
2. Servidumbre real y personal
La clasificación consta en el art. 2165, Cód. Civ. y Com. Según esta previsión normativa, la
servidumbre personal "es la constituida en favor de persona determinada sin inherencia al inmueble
dominante", y servidumbre real "es la inherente al inmueble dominante".
La diferencia entre ambos tipos de servidumbres tiene que ver con el beneficiario de la ventaja. Si la
servidumbre se constituyó para que la utilidad que esta brinda sea de provecho para cualquier sujeto
que titularice el fundo dominante, incluidos los ulteriores propietarios, la servidumbre es real. En cambio,
si cuando se la constituyó se tuvo exclusivamente en mira establecer una ventaja para una o varias
personas determinadas, por la razón que fuera, entonces la servidumbre es personal. No se olvide que,
tanto en la servidumbre personal como en la real, el inmueble dominante debe beneficiarse con alguna
"utilidad", aunque sea de mero recreo (art. 2162). El art. 2165 ratifica esta exigencia al determinar, a
propósito de las servidumbres reales, que debe asegurarse una "ventaja real a la heredad dominante".
P. ej., si un inmueble está encerrado entre varios inmuebles y no tiene acceso a la calle o camino
público y se constituye una servidumbre de paso por contrato, la servidumbre se habrá constituido para
beneficio del actual propietario y de los que lo sean en el futuro, porque se supone que cualquiera
necesitará un lugar de tránsito para poder salir o entrar al inmueble.
En cambio, si el inmueble no está encerrado y se constituye una servidumbre de paso a favor de una
persona porque esta padece una discapacidad motora que le hace más accesible el tránsito hacia el
camino público, la servidumbre será personal, ya que esta se constituyó en provecho de esta persona
en atención a su particular situación.
De todos modos, la calificación como real o personal de la servidumbre surgirá del título y según el
art. 2165, in fine, Cód. Civ. y Com., en caso de duda "la servidumbre se presume personal". La solución
legal concuerda con lo que establece el art. 1888, Cód. Civ. y Com., en el que se lee: "Toda duda sobre
la existencia de un gravamen real, su extensión o el modo de ejercicio, se interpreta a favor del titular
del bien gravado". La carga que genera la servidumbre personal es menos intensa que la que produce la
servidumbre real tanto por la duración como por la transmisibilidad, como lo señalaremos a
continuación. No obstante, las servidumbres forzosas son reales, porque así las califica el art. 2166.
Las implicancias de catalogar a una servidumbre como personal o real se relacionan con: a) la
duración de la servidumbre y b) los efectos de la transmisión del inmueble dominante.
a) Duración
La servidumbre real se presume perpetua, salvo "pacto en contrario" (art. 2165, segundo párr., 1ª
oración, Cód. Civ. y Com.).
En cambio, la servidumbre personal constituida a favor de una persona humana se presume vitalicia,
es decir, que durará toda la vida de la persona humana (art. 2165, primer párr.) y se extinguirá a su
fallecimiento (art. 2182, inc. c], Cód. Civ. y Com.). Si la servidumbre personal se constituyó en beneficio
de una persona jurídica, no puede durar más de cincuenta años, y se extingue necesariamente si esta
se extingue o si expira el plazo máximo legal, si no se fijó uno menor (art. 2182, inc. c], Cód. Civ. y
Com.).
b) Transmisibilidad
Ante todo, debe aclararse que ninguna servidumbre es transmisible "con independencia del inmueble
dominante" (art. 2172, Cód. Civ. y Com.).
Ahora bien, si el inmueble dominante es transmitido a un tercero, la servidumbre real se transmite al
nuevo adquirente junto a la propiedad de la finca, porque este tipo de servidumbre tiene "inherencia al
inmueble dominante", en el sentido de que es inseparable de él, porque no fue constituida a favor de
una persona determinada sino, como ya se señaló, en beneficio de cualquier titular del fundo dominante.
En el segundo párrafo del art. 2165, Cód. Civ. y Com., se lee: "La servidumbre real considerada activa y
pasivamente es inherente al fundo dominante y al fundo sirviente, sigue con ellos a cualquier poder que
pasen y no puede ser separada del fundo, ni formar el objeto de una convención, ni ser sometida a
gravamen alguno".
P. ej., una servidumbre de tránsito constituida como real, pasa al sucesor particular del propietario del
inmueble dominante que la constituyó, cuando transmite el dominio.
En cambio, si la servidumbre es personal y el propietario del inmueble dominante, en cuyo favor se
constituyó la servidumbre, transmite la propiedad a un sucesor particular, p. ej., por una compraventa, el
adquirente de la propiedad de la finca no adquiere la servidumbre personal, porque esta fue constituida
para exclusivo provecho del antecesor y no para ventaja de cualquier titular del inmueble dominante.
Por cierto, la transmisión del inmueble sirviente por su propietario no altera en ningún caso a la
servidumbre, sea esta real o personal, porque como derecho real siempre es inherente al inmueble
sirviente. P. ej., si entre A y B se constituyó una servidumbre personal a favor de B, dueño del fundo
dominante, que le permite extraer leña para proporcionar calefacción a su casa y luego A vende el
inmueble a C, C deberá respetar la servidumbre que beneficia a B. En cambio, si B vende el inmueble,
como la servidumbre es personal, no se transmitirá al sucesor particular del inmueble.
3. Servidumbre forzosa o voluntaria
La distinción entre la servidumbre forzosa y la voluntaria se emplaza en la imposición o ausencia de
imposición para ser constituida. La regla es la voluntariedad y la servidumbre forzosa constituye la
excepción.
a) Concepto
Según el art. 2166, Cód. Civ. y Com., titulado "Servidumbre forzosa": "Nadie puede imponer la
constitución de una servidumbre, excepto que la ley prevea expresamente la necesidad jurídica de
hacerlo, caso en el cual se denomina forzosa". La servidumbre forzosa es, en consecuencia, aquella en
la que la ley prevé la necesidad jurídica de constituirla. Es en cambio voluntaria, aquella en que no
existe ninguna imposición legal en ese sentido.
b) Diferentes supuestos de servidumbre forzosa
El art. 2166 enumera como supuestos de constitución forzosa, exclusivamente a los siguientes:
i) "la servidumbre de tránsito a favor de un inmueble sin comunicación suficiente con la vía pública".
ii) "la de acueducto cuando resulta necesaria para la explotación económica establecida en el
inmueble dominante, o para la población".
iii) "la de recibir agua extraída o degradada artificialmente de la que no resulta perjuicio grave para el
fundo sirviente o, de existir, es canalizada subterráneamente o en cañerías".
c) Las servidumbres forzosas son reales
Estas servidumbres son catalogadas por el art. 2166 como reales porque se constituyen para
provecho de cualquier titular del inmueble dominante, el actual o los futuros. Es que resulta lógico que
cualquiera precisa acceso a la vía pública; hacer pasar un caño para transportar agua hacia el fundo
(acueducto) o efectuar el desagüe de aguas artificiales(695) (avenamiento).
d) No tienen fuente legal
Las servidumbres forzosas, también denominadas coactivas, no nacen por imperio de la ley. El
beneficiario del derecho a exigir la constitución de la servidumbre reclamará al titular del fundo sirviente
la constitución de la carga invocando su carácter coactivo. P. ej., si el inmueble no tiene comunicación
con la vía pública, le requerirá al titular del fundo contiguo que le otorgue la servidumbre de paso, y si
este se aviene, la servidumbre se constituirá por contrato. En cambio, si el requerido se niega, el titular
del derecho podrá exigirla judicialmente a fin de que la judicatura condene al sirviente a constituirla y, en
caso de resistencia a hacerlo, lo hará el/la juez/a en representación del condenado.
e) Las servidumbres forzosas son onerosas
Que la servidumbre sea forzosa no significa que sea gratuita. Efectivamente, el art. 2166, Cód. Civ. y
Com., fija: "Si el titular del fundo sirviente no conviene la indemnización con el del fundo dominante, o
con la autoridad local si está involucrada la población, se la debe fijar judicialmente". El actual
ordenamiento no fija parámetros para que la judicatura determine la indemnización; sí lo hacía el Cód.
Civil de Vélez para la servidumbre forzosa de tránsito (art. 3068)(696) y la de acueducto (art. 3085)(697).
f) Imprescriptibilidad de la acción
El art. 2165, Cód. Civ. y Com., determina en su último párrafo: "La acción para reclamar una
servidumbre forzosa es imprescriptible". Si la norma no hubiera establecido la imprescriptibilidad, podría
haberse sostenido que prescribía a los cinco años, que es el plazo general de prescripción liberatoria de
las acciones personales (art. 2560) ya que, como la servidumbre forzosa no nace por imperio de la ley,
el beneficiario no habría podido recurrir a la acción real confesoria (art. 2264, Cód. Civ. y Com.), al no
ser titular de un derecho real.
4. Otras clasificaciones posibles
Además de las clasificaciones que utiliza expresamente el Cód. Civ. y Com., existen otras
clasificaciones posibles.
a) Perpetuas o temporarias
El Cód. Civ. y Com., implícitamente distingue entre las servidumbres perpetuas y las temporarias
(arts. 2165 y 2182). Son perpetuas las que duran indefinidamente; la servidumbre real se presume
perpetua. Son temporarias las que están sujetas a un plazo o a los máximos legales en el caso de las
servidumbres personales: cincuenta años para personas jurídicas o la vida de las personas humanas.
Es que cuando las servidumbres personales se constituyen a favor de personas humanas, estas son
vitalicias, es decir, su duración máxima es la vida del titular.
b) Aparentes o no aparentes
El Código derogado utilizaba esta clasificación (art. 2976) y el Cód. Civ. y Com. la desechó. Una
servidumbre es aparente, o visible, cuando se advierte por signos exteriores, p. ej., una tranquera y un
camino entre dos inmuebles contiguos en la servidumbre de paso. La servidumbre es no aparente si no
se manifiesta por ningún signo, como la prohibición de elevar un edificio a una altura determinada. La
importancia de esta clasificación en el Cód. Civil derogado se relacionaba con los modos de adquirir las
servidumbres. En efecto, las servidumbres continuas y aparentes se adquirían por usucapión larga
veinteñal (art. 3017) y por destino de padre de familia (art. 2994), y bastaba con que la servidumbre
fuese aparente para que renaciera (art. 2995). El Cód. Civ. y Com. suprimió estos dos últimos modos
adquisitivos de adquisición.
c) Continuas o discontinuas
La servidumbre es continua si para su ejercicio no se necesita un hecho actual de la persona, p. ej.,
la de acueducto. Es discontinua si para su ejercicio se requiere el hecho actual de la persona, como la
servidumbre de paso, que necesita que se pase caminando, en el auto, a caballo, etc. Esta clasificación
estaba incluida en el Cód. Civil (art. 2975) y ya señalamos la importancia que revestía la distinción al
referirnos a las servidumbres aparentes o no aparentes. El Cód. Civ. y Com. eliminó esta clasificación.
§ 324. Indivisibilidad
La indivisibilidad de la servidumbre puede observarse desde la óptica del titular del fundo dominante
o desde el fundo sirviente.
a) Servidumbre real
Si la servidumbre es real, esta es indivisible como derecho y como carga, es decir, tanto para quien
es su titular, como para quien soporta la servidumbre, es decir, para el titular del fundo sirviente. Si bien
el Cód. Civ. y Com. no reitera la regla que fijaba el art. 3007, Cód. Civil(698), la indivisibilidad surge de la
estructura del Código. Una derivación de la indivisibilidad radica en que no se puede adquirir una
servidumbre real por partes indivisas o alícuotas, p. ej., una persona no podría adquirir el 50% indiviso
del derecho a pasar por un inmueble contiguo, en otras palabras, o tiene derecho a pasar o no lo tiene.
La indivisibilidad del derecho no afecta la divisibilidad del ejercicio. P. ej., si son varios los condóminos
del inmueble dominante y la servidumbre consiste en sacar leña del inmueble sirviente, estos deberán
decidir de qué manera aprovechar la utilidad, con ajuste a las reglas del condominio, porque cada uno
de ellos puede ejercerla en todo o en parte, con tal de que no exceda la cantidad fijada en el título como
límite al inmueble dominante.
b) Servidumbre personal
La servidumbre personal, en cambio, es indivisible como carga, es decir, para el titular del fundo
sirviente, pero es divisible como derecho, ya que el art. 2167 establece que, si la servidumbre personal
se estableció a favor de varias personas, si se extingue para una de esas personas, de todos modos,
subsiste para las restantes "pero sin derecho de acrecer" excepto que se haya establecido lo contrario
en el título, es decir, que se haya fijado el derecho de acrecer.
§ 326. Constitución
La servidumbre puede constituirse por su adquisición derivada por actos entre vivos o mortis causa,
prescripción adquisitiva y por constitución judicial. El Cód. Civ. y Com. ha suprimido dos modos
adquisitivos que contenía el Cód. Civil derogado: el destino de padre de familia (art. 2994) y el supuesto
de la servidumbre que revive (art. 2995).
1. Adquisición derivada por actos entre vivos
La servidumbre puede constituirse por contrato, oneroso o gratuito, el que debe ser formalizado por
escritura pública (art. 1017, inc. a], Cód. Civ. y Com.), porque se trata de un derecho real inmobiliario. El
otorgante debe ser un sujeto legitimado para otorgarla, según se refirió en el apartado anterior y con
capacidad. Además del título suficiente se requiere de un modo suficiente. Si se trata de una
servidumbre positiva, el modo suficiente es el "primer uso" por el titular dominante (art. 1892, sexto
párr.). Si la servidumbre es negativa, basta con el título suficiente, porque no se ejerce por actos
posesorios (art. 1891).
2. Adquisición derivada mortis causa
La servidumbre puede ser constituida por testamento otorgado por alguna de las formas autorizadas
(arts. 2472 y ss., Cód. Civ. y Com.), bien que emanado de quien está legitimado para constituirla. P. ej.,
el dueño de un campo puede constituir por testamento una servidumbre de paso a favor del titular
contiguo, pero no podrá hacerlo por un testamento el usufructuario del campo, porque su derecho de
usufructo se extingue con su muerte.
3. Constitución judicial (art. 2166, Cód. Civ. y Com.)
Es regla que la judicatura "no puede constituir un derecho real o imponer su constitución" (art. 1896,
Cód. Civ. y Com.). Sin embargo, esa previsión legal establece en su último párrafo: "excepto disposición
legal en contrario". En materia de servidumbre existe una excepción, cual es la de las servidumbres
forzosas previstas por el art. 2166, Cód. Civ. y Com. En tales supuestos, cuando el titular del inmueble
que debe soportar la carga real no se aviene a hacerlo voluntariamente a través de un contrato, podrá
ser compelido por una condena judicial, es decir, a través de una sentencia.
4. Quid de la prescripción adquisitiva de las servidumbres positivas
Como creemos que la servidumbre positiva es un derecho real que se ejerce por la posesión, pues
se ejercita por "actos posesorios" (art. 1891), pensamos que pueden adquirirse por la prescripción breve
o larga, ya que además la servidumbre es un derecho real principal (art. 2565, Cód. Civ. y Com.). No
puede adquirirse por usucapión la servidumbre negativa, porque es ajena a toda idea posesoria.
§ 327. Modalidades
La servidumbre puede sujetarse a cualquier modalidad (art. 2171)(700). Las modalidades de los actos
jurídicos son la condición, el plazo o el cargo (Libro primero, título IV, cap. 7, Cód. Civ. y Com.). Hay
aquí una diferencia con el usufructo, el uso y la habitación, derechos reales que no pueden constituirse
bajo condición o plazo suspensivos (arts. 2136, 2155 y 2159, Cód. Civ. y Com.).
§ 333. Extinción
A los modos de extinción que establece el art. 1907, Cód. Civ. y Com., deben añadirse para la
servidumbre los modos especiales que legisla su art. 2182.
1. Desaparición de toda utilidad para el inmueble dominante
Esta causal extintiva está prevista en el inc. a), del art. 2182, y tiene correspondencia con la
exigencia que fijan los arts. 2162 y 2165, Cód. Civ. y Com., en el sentido de que es ineludible que la
servidumbre proporcione alguna "utilidad" a la heredad dominante, aunque sea de "mero recreo", es
decir, una "ventaja real". Si la presencia de una utilidad subordina la constitución de la servidumbre, su
ausencia es lógico que la haga desaparecer. P. ej., si se constituyó una servidumbre de sacar agua de
una vertiente y esta se secó.
2. El no uso
La servidumbre se extingue por "el no uso por persona alguna durante diez años, por cualquier
razón" (art. 2182, inc. b], Cód. Civ. y Com.).
Los Alterini(703) consideran que esta modalidad extintiva se aplica exclusivamente a las servidumbres
positivas o afirmativas, que son las que se ejercen por actos posesorios y que no se aplica a las
servidumbres negativas, pues en ellas no existe uso por parte del titular dominante. En esos casos, si el
titular del fundo sirviente realiza un acto con absoluto soslayo del "no hacer" que constituye el contenido
de la servidumbre negativa (p. ej., edifica en el espacio en el que le estaba vedado hacerlo) y esa
situación se mantiene durante el plazo de usucapión larga, el dueño habrá recuperado las facultades
que había transmitido al dominante y su dominio recuperará plenitud.
La doctrina en general no realiza distingos al respecto. Cossari puntualiza que, en las servidumbres
negativas, el cómputo de los diez años "se hará desde que se realizó por el sirviente un acto contrario a
la utilización de la servidumbre"(704). En vigencia del Cód. Civil, Allende daba como ejemplo el caso de la
servidumbre de no elevar una edificación a más de determinada altura, y postulaba que el plazo corría
desde que el titular del fundo sirviente construía más arriba de lo permitido(705).
3. Fin de la existencia de la persona en la servidumbre personal
Como la servidumbre personal se constituye en beneficio de una persona determinada, la
servidumbre se extingue si esta fallece, si es persona humana, o si se extingue si es persona jurídica
(art. 2182, inc. c], Cód. Civ. y Com.).
4. Plazo máximo en la servidumbre personal a favor de la persona jurídica
Si la servidumbre personal se constituyó a favor de una persona jurídica, la servidumbre de extingue
si transcurren cincuenta años desde su constitución, ya que es el plazo máximo por el que puede
constituirse en beneficio de una persona de existencia ideal (art. 2182, inc. c], Cód. Civ. y Com.).
5. Transmisión del inmueble dominante en la servidumbre personal
Si la servidumbre es personal (no real) y fue constituida a favor del titular del dominio del fundo
dominante, la servidumbre se extingue si este enajena el inmueble(706).
§ 338. Enumeración
El Cód. Civ. y Com., en su título XII del Libro cuarto, regula los siguientes derechos reales de
garantía: hipoteca (arts. 2205 a 2211), anticresis (arts. 2212 a 2218) y prenda (arts. 2219 a 2237). Los
créditos garantizados con estos derechos reales de garantía son dotados por la ley de un privilegio
especial (arts. 2582, inc. e], 2583, inc. b], y 2586, inc. e], Cód. Civ. y Com.).
Fuera del Cód. Civ. y Com. se encuentran legislados otros derechos reales de garantía. Así, en la
Ley de Navegación 20.094: la hipoteca naval; en el Código Aeronáutico: la hipoteca aeronáutica; en el
dec.-ley 15.348/1946, ratificado por la ley 12.962, la prenda con registro; en la ley 9644, la prenda
agraria; en la LGS 19.550: la prenda de acciones o de cuotas, etcétera.
En esta obra nos referiremos a los derechos reales regulados por el Cód. Civ. y Com., sin perjuicio
de realizar alusiones particulares a algunos de esos regímenes especiales en temas concretos.
§ 380. Definición
La anticresis es definida por el art. 2212, Cód. Civ. y Com., como "el derecho real de garantía que
recae sobre cosas registrables individualizadas, cuya posesión se entrega al acreedor o a un tercero
designado por las partes, a quien se autoriza a percibir los frutos para imputarlos a una deuda".
De la definición se extrae su estructura: a) derecho real de garantía; b) objeto: cosas registrables; c)
ejercicio por la posesión, es decir —hay desplazamiento de la cosa al acreedor—, y d) facultad de uso y
goce de la cosa por su titular —acreedor anticresista— a fin de imputar los frutos al pago de la
obligación garantizada.
§ 383. Duración
Según el art. 2214, Cód. Civ. y Com., titulado "Plazo máximo": "El tiempo de la anticresis no puede
exceder de diez años para cosas inmuebles y de cinco años para cosas muebles registrables. Si el
constituyente es el titular de un derecho real de duración menor, la anticresis, se acaba con su
titularidad".
Se critica la sujeción de la anticresis a un plazo máximo, lo que no ocurre en los restantes derechos
reales de garantía (hipoteca y prenda), puntualizándose que tal acotamiento temporal no es revitalizador
"para la finalidad perseguida en materia de garantías: que haya muchas y que no estén perfiladas de
modo restrictivo" y que corresponde interpretar, en sintonía con el régimen general, que solamente se
aplica a las anticresis abiertas o de créditos indeterminados(826).
Parece más que lógico que el término máximo de diez o de cinco años solamente aplica a las
garantías de máximo, porque de lo contrario sería inexplicable que la duración de la inscripción registral
se haya previsto en lapsos que duplican en tiempo a los fijados por el art. 2214. En efecto, la inscripción
caduca automáticamente a los veinte años en inmuebles y a los diez años en muebles registrables (art.
2218, Cód. Civ. y Com.).
§ 384. Constitución
La anticresis es un derecho real de garantía, por lo tanto, su única fuente es un contrato (art. 2185,
Cód. Civ. y Com.).
a) Legitimación
Están legitimados para constituir anticresis los titulares de los derechos reales de dominio,
condominio, propiedad horizontal, superficie y usufructo (art. 2213, Cód. Civ. y Com.).
A diferencia de lo que sucede en la hipoteca (art. 2206, Cód. Civ. y Com.), en la anticresis también
está legitimado el usufructuario, lo cual se explica porque este es titular del uso y goce de la cosa (arts.
2129) y en la anticresis se encuentra ínsita la función de percibir los frutos para satisfacer la acreencia.
Si bien el art. 2213, Cód. Civ. y Com., no alude expresamente a los titulares de los conjuntos
inmobiliarios en sentido estricto, tratándose estos de una propiedad horizontal especial quedan
comprendidos entre los legitimados al incluirse entre ellos a los titulares de propiedad horizontal.
Si el constituyente es titular de un derecho real de duración menor al plazo por el cual se constituyó
la anticresis, esta se acaba con la extinción de aquel (art. 2214, in fine, Cód. Civ. y Com.). P. ej., si una
persona jurídica es titular de un usufructo, cuyo plazo máximo es el de 50 años, y constituye una
anticresis sobre un automotor taxímetro transcurriendo el año cuarenta y ocho de la vigencia de su
usufructo, la anticresis se extingue al fenecer el plazo de cincuenta años. También se extinguirá la
anticresis si por cualquier otra causa el derecho real del constituyente se extingue, p. ej., por la muerte
del usufructuario.
b) Forma del convenio de anticresis
En el caso de los inmuebles, el contrato de anticresis debe instrumentarse por escritura pública (art.
1017, inc. a], Cód. Civ. y Com.). Si se trata de muebles registrables, dependerá del régimen específico;
así, si se trata de un automotor, será por instrumento público o privado (art. 1°, dec.-ley 6582/1958,
ratificado por la ley 14.467).
c) Tradición o inscripción
Si se trata de un inmueble, además del título suficiente, es decir, el contrato otorgado por el
legitimado que tenga capacidad, para que quede constituida la anticresis se requerirá el modo
suficiente, que es la tradición (art. 1892) o alguno de los sucedáneos (traditio brevi manu o constituto
posesorio), al igual que en aquellas cosas muebles registrables de inscripción meramente declarativa (p.
ej., buques o aeronaves).
Si el objeto es una cosa mueble registrable cuyo régimen especial prevé una inscripción constitutiva,
la anticresis quedará constituida recién con la registración del título, p. ej., en automotores o equinos de
pura sangre de carrera.
d) Oponibilidad
En la anticresis inmobiliaria la inscripción registral del título está dirigida exclusivamente a los
terceros interesados de buena fe. El derecho real de anticresis nace con el título suficiente y la tradición,
aunque no se haya registrado el título. De la falta de inscripción no pueden prevalerse "quienes
participaron en los actos, ni aquellos que conocían o debían conocer la existencia del título del derecho
real" (art. 1893, in fine, Cód. Civ. y Com.) o los terceros desinteresados. Obsérvese que como se trata
de un derecho real que se ejerce por la posesión, conviven la publicidad registral y la publicidad
posesoria, además de la cartular.
Del mismo modo sucede en el caso de los buques o aeronaves, pues también en ellos la inscripción
registral es meramente declarativa y para oponibilidad a terceros interesados de buena fe.
En el caso de los automotores, si no hay registración, la constitución del gravamen solo producirá
efectos entre las partes y con relación a terceros desde la fecha de su inscripción en el Registro
Nacional de la Propiedad del Automotor.
§ 388. Extinción
El régimen del derecho real de anticresis introduce causas específicas de extinción de este derecho
real que deben añadirse a las ya mencionadas al tratar las disposiciones generales de los derechos
reales de garantía.
Por de pronto, la anticresis se extingue por el cumplimiento del plazo máximo de vigencia (art. 2214,
Cód. Civ. y Com.), de diez o cinco años, según se trate de inmuebles o muebles registrables
respectivamente, plazo que, como dijimos supra, creemos que se aplica exclusivamente a la anticresis
abierta o de máximo y no a la que es cerrada, es decir, a la constituida en garantía de créditos
determinados.
Por otra parte, la anticresis se extingue ante la transgresión por el acreedor anticresista del deber de
no alterar la sustancia o de administrar la cosa con ajuste a las reglas aplicables al mandato (art.
2216, in fine, Cód. Civ. y Com.).
§ 389. Introducción
La prenda o pignus constituye una de las más antiguas seguridades reales(833), y ello se explica
porque "responde a una idea muy simple: la entrega de una cosa en garantía del pago de una deuda"(834).
Lo que caracteriza esencialmente a la prenda como garantía real es que el objeto gravado se entrega
al acreedor, quien ejerce el derecho real a través de la posesión si se trata de una cosa. En este
aspecto se diferencian la prenda de la hipoteca, pues en la hipoteca el objeto permanece en poder de su
propietario; esta es la nota distintiva medular y no otra. Por esa razón es que suele llamarse "hipoteca
mobiliaria" a la prenda cuyo objeto continúa en poder del titular del dominio, como la prenda con
registro, que se utiliza con mucha frecuencia en materia de automotores para garantizar el saldo de
precio en la compraventa, prenda que se rige por el dec.-ley 15.348/1946, ratificado por la ley 12.962
(t.o., dec. 897/1995). Lo relevante para distinguir la prenda de la hipoteca no es entonces la naturaleza
mobiliaria o inmobiliaria del objeto sobre el que recaen, sino si el objeto se desplaza o no se desplaza
hacia el poder del acreedor. El desplazamiento hacia el acreedor es tan consustancial a la prenda, que
también suele decirse que la anticresis funciona como una suerte de prenda para las cosas inmuebles.
Observemos como dato ilustrativo que la hipoteca sobre buques o sobre aeronaves, regidas por la ley
20.094 y por el Cód. Aeronáutico respectivamente, son denominadas por esas leyes como hipoteca y no
como prenda, a pesar de que los objetos —muebles registrables ambos— permanecen en poder del
titular del derecho de propiedad.
Antes de la vigencia del Cód. Civ. y Com., la prenda clásica o común (con entrega del objeto al
acreedor), que es la que trataremos en este capítulo, estaba legislada tanto en el Cód. Civil (arts. 3204 a
3238) como en el Cód. Comercio (arts. 580 a 588), y más allá de la identidad estructural de ambos
regímenes, las regulaciones tenían algunas diferencias importantes. En efecto, además de que la
prenda comercial era exclusivamente la que se constituía en seguridad de "una operación comercial"
(art. 580, Cód. Comercio, concordante con el art. 8°, inc. 10 del mismo Código), también se distinguían
en torno a la ejecución. En la prenda civil el acreedor debía pedir a la judicatura la venta de la cosa para
poder cobrarse con su producido y ejercitar su privilegio; mientras que en la prenda comercial, el
acreedor prendario podía proceder por sí mismo a la venta extrajudicial del bien prendado, si no se
había pactado un modo especial de enajenación (art. 585, Cód. Comercio).
El art. 4° de la ley 26.994, de sanción del Cód. Civ. y Com., derogó el Cód. Comercio y, por ende, el
régimen de la prenda comercial. Ya no existe en la actualidad una prenda comercial diferenciada de la
prenda civil, sino una única prenda con desplazamiento que es la que regula el cap. 4, del título XII del
Libro cuarto del Cód. Civ. y Com. La unificación de régimen había sido reclamada por la doctrina. El
Tercer Encuentro de Abogados Civilistas (Santa Fe, 1989) declaró, de lege ferenda: "Debe unificarse el
régimen legal de la prenda civil y la comercial de derechos".
La igualación de las regulaciones era sin duda necesaria, así como la flexibilización del sistema de
ejecución prendaria, especialmente porque estaba comprobado que la prenda regulada por el Cód. Civil
exhibía una falta absoluta de utilización en la vida negocial(835) y su empleo había quedado confinado a la
prenda o empeño a favor del Banco de Ciudad de Buenos Aires u otros bancos oficiales locales (de
alhajas, obras de arte u otros objetos de valor), o bien como garantía del préstamo sencillo (p. ej., la
persona que pide prestado a otra un dinero y le da en prenda su bicicleta, su reloj, etc.).
Es probable que a pesar de la reforma, en las transacciones privadas de naturaleza civil la prenda
común siga teniendo un ámbito de utilización limitado, pero no puede pasarse por alto que, como lo
destaca la doctrina comercialista, la prenda ordinaria es una forma de garantía de uso frecuente en la
práctica bancaria cuando se constituye sobre créditos, títulos negociables o moneda extranjera que se
entregan a la entidad(836).
El Cód. Civ. y Com. fija disposiciones generales para la prenda y luego regula separadamente a cada
uno de sus dos tipos específicos: la prenda de cosas y la prenda de créditos.
§ 390. Disposiciones generales
Las disposiciones generales sobre prenda son la que se incluyen en la sección 1ª, del cap. 4, del tít.
XII, Cód. Civ. y Com. (arts. 2219 a 2223). Estas atañen a la conceptualización legal de la prenda, a la
advertencia de que la prenda con registro está legislada fuera del Cód. Civ. y Com., es decir, en la
legislación especial; a la oponibilidad, al instituto de las prendas sucesivas y a las derivaciones de la
pérdida de la relación posesoria, si la cosa prendada es una cosa.
§ 393. Objeto
Solamente pueden ser objeto de la prenda regulada por el Cód. Civ. y Com.: 1) las "cosas muebles
no registrables" o 2) los "créditos".
El Cód. Civ. y Com. regula a la prenda de cosas separadamente de la prenda de créditos; la primera,
en los arts. 2224 a 2231, y la segunda, en los arts. 2232 a 2237. Luego de hacer tema de las
disposiciones comunes a ambas, trataremos a cada una de ellas en apartados independientes.
1. Cosa mueble no registrable
La cosa mueble no registrable debe ser actual y estar individualizada adecuadamente (art. 2188). P.
ej., puede prendarse un reloj, una alhaja, una vaca, etcétera.
No puede constituirse la prenda regulada por el Cód. Civ. y Com. sobre cosas inmuebles o sobre
cosas muebles registrables (p. ej., automotores, aeronaves, buques, equinos de pura sangre de
carrera). Sobre los inmuebles puede constituirse: hipoteca (art. 2205) o anticresis (art. 2212). Sobre las
cosas muebles registrables puede constituirse: anticresis (art. 2212) o la prenda con registro regulada
por el dec.-ley 15.348/1946 ratificado por la ley 12.962 (t.o., dec. 897/1995).
Se controvierte si la prenda puede recaer sobre dinero(837). Si pudiese recaer sobre dinero, que es una
cosa fungible, no podría satisfacerse la exigencia del art. 2188, Cód. Civ. y Com., es decir, que el objeto
esté "individualizado adecuadamente", individualización que no es compatible con la idea de
fungibilidad, pues en ese ámbito las cosas son sustituibles unas por otras si son de la misma calidad e
igual cantidad (art. 232, Cód. Civ. y Com.). Por otro lado, habría transferencia de la propiedad del dinero
al acreedor prendario, situación jurídica que no se corresponde con los derechos reales de garantía que
recaen sobre cosa ajena (art. 1888, Cód. Civ. y Com.). Decía Borda, en vigencia del Cód. Civil, que la
prenda de dinero es "análoga a la del depósito irregular y por ello se la ha llamado prenda irregular"(838).
La respuesta al interrogante no es solo teórica, porque el acreedor prendario cuenta con privilegio, el
que no lo tendría en caso contrario.
Ahora, si el dinero está fajado y ensobrado e incluso lacrado el sobre que lo contiene, de manera que
el acreedor no puede utilizarlo, entonces no habría objeciones a la prenda, porque el objeto no sería
fungible.
Los títulos valores pueden ser objeto de prenda, ya sean cartulares como no cartulares (arts. 1815,
1830,1850 y concs., Cód. Civ. y Com.) y esa prenda se rige "en lo pertinente, por las reglas de la prenda
de cosas" (art. 2231, Cód. Civ. y Com.). Como se explica desde la doctrina del derecho comercial: "La
operación de dar títulos en garantía es muy frecuente en nuestra práctica comercial y es lo que se llama
en el lenguaje bancario 'caución de títulos o créditos'. El Banco recibe los títulos en garantía del dinero
que anticipa y la jurisprudencia ha reconocido que tiene sobre ellos privilegio de acreedor pignoraticio.
En este caso, el acreedor prendario o el tercero que tiene la cosa o el crédito debe retener el pagaré,
documento o título en caución, aunque corresponda a una cantidad mayor que la asegurada. De modo
que el acreedor prendario que llegase a obtener una seguridad por un valor superior a la deuda, debe
restituir el excedente una vez pagado su crédito"(839).
2. Crédito
La prenda puede recaer sobre un crédito, el que debe reunir ciertas características:
a) Instrumentado
El crédito debe estar "instrumentado" (art. 2219), no porque el instrumento sea el objeto del derecho
real, ya que lo es sin duda el crédito, cuya existencia es irrefutablemente la que proporciona garantía al
acreedor y no el papel en el que se lo documenta; de allí que la prenda respectiva se denomine "prenda
de créditos". He aquí un supuesto de derecho real que recae sobre un derecho, en este caso un
derecho personal. Ya señalamos que la hipótesis es admitida por el art. 1883, segundo párr., Cód. Civ. y
Com.
La necesidad de que el crédito esté instrumentado apunta sustancialmente a su prueba y a la
defensa de los derechos del acreedor prendario, como lo refleja el art. 2237, Cód. Civ. y Com., al
referirse al "instrumento probatorio del crédito". Hacemos esta aclaración, porque durante la vigencia del
Cód. Civil, la prenda de créditos(840) estaba subordinada a que el crédito constara en "un título por escrito"
(art. 3212) y se sostenía que el objeto del derecho real no era el crédito sino el documento en su
corporeidad el que, en el antiguo ordenamiento se consideraba una cosa mueble por su carácter
representativo (art. 2319, in fine, Cód. Civil), categoría que fue suprimida por el Cód. Civ. y Com. Es que
la doctrina nacional clásica, muy apegada a la idea de que el objeto de los derechos reales eran
solamente las cosas, se resistía a admitir que los derechos también lo eran, aunque lo fuera
excepcionalmente. Para ello se echaba mano del expediente de que, en verdad, el objeto de la prenda
era el instrumento —cosa mueble por su carácter representativo—. En el derecho vigente tal tesitura ya
no es sostenible y se ha producido el sinceramiento de una realidad incontrastable: el objeto de la
prenda es —siempre lo fue— el crédito y no el instrumento, como ficcionalmente se lo presentaba(841).
b) Crédito "que puede ser cedido"
El art. 2232, Cód. Civ. y Com., exige como condicionante que el crédito objeto de la prenda pueda
ser cedido. Si bien el art. 1616, Cód. Civ. y Com., dispone que "Todo derecho puede ser cedido, excepto
que lo contrario resulte de la ley, de la convención que lo origina, o de la naturaleza del derecho", la
prenda solamente puede recaer sobre un objeto que "debe ser actual", es decir, existente al tiempo de
constituirse el gravamen, lo que descarta a los créditos futuros(842).
§ 394. Constitución
La prenda es esencialmente convencional (art. 2185), es decir, su única fuente es un contrato. Para
que ese contrato sea un título suficiente, debe ser otorgado por un legitimado con capacidad, y para que
se constituya el derecho real, se requiere un modo suficiente, el que varía según se trate de la prenda
de cosas o la prenda de créditos.
1. Legitimación
Están legitimados para constituir prenda "el dueño o la totalidad de los copropietarios" de la cosa
mueble no registrable (art. 2219, Cód. Civ. y Com.), o bien el titular o cotitulares del crédito.
El condómino no puede prendar su parte indivisa, pues el art. 2219 impone la voluntad conjunta de
todos los condóminos, lo cual es lógico, porque será necesaria la entrega de la cosa y ello no se
corresponde con la naturaleza ideal de la alícuota.
Si la prenda sobre una cosa fue constituida por quien no estaba legitimado (p. ej., no era dueño,
porque la cosa mueble no registrable era hurtada o perdida), el acreedor prendario de buena fe que
sufre la reivindicación ante el reclamo del dueño verdadero "puede exigir al deudor la entrega en prenda
de otra [cosa] de igual valor" (art. 2224).
La prenda puede ser constituida por el propietario o los copropietarios en garantía de una deuda
ajena y sin obligarse personalmente, en cuyo caso su situación jurídica es la del propietario no deudor
(art. 2199, Cód. Civ. y Com.).
2. Forma del convenio prendario
El art. 2219, Cód. Civ. y Com., dispone que el contrato de prenda debe ser "formalizado en
instrumento público o privado".
3. Modo suficiente
Si la prenda recae sobre una cosa mueble no registrable, el modo suficiente es la tradición del objeto
(art. 1892, Cód. Civ. y Com.), porque la prenda de cosas es un derecho que se ejerce por la posesión
(art. 1891). La tradición puede realizarse "al acreedor prendario o a un tercero designado por las partes"
(art. 2219). El tercero a quien se entrega la cosa se constituirá en tenedor (art. 1910, Cód. Civ. y Com.).
Si la prenda es de créditos, "se constituye cuando se notifica la existencia del contrato al deudor del
crédito prendado" (art. 2233, Cód. Civ. y Com.) porque no basta que se haya entregado el instrumento
que documenta el crédito, ya que este no es el objeto de la prenda y solo cumple una finalidad
probatoria (art. 2237), y muchas veces ni siquiera es necesario para el ejercicio del derecho creditorio,
como lo indica el art. 2232, segundo párr., Cód. Civ. y Com.
4. Oponibilidad
El art. 2222, Cód. Civ. y Com., señala que "La prenda no es oponible a terceros si no consta por
instrumento público o privado de fecha cierta".
Como es sabido, el instituto de la fecha cierta es relevante exclusivamente en los instrumentos
privados, porque la fecha que consigna el funcionario autorizante en el instrumento público "hace plena
fe" (art. 296, inc. a], Cód. Civ. y Com.).
Según el art. 317, Cód. Civ. y Com., los instrumentos privados adquieren fecha "el día en que
acontece un hecho del que resulta como consecuencia ineludible que el documento ya estaba firmado o
no pudo ser firmado después" y la "prueba puede producirse por cualquier medio", aunque esta debe
ser "apreciada rigurosamente" por la judicatura. Es decir, de acuerdo con la citada preceptiva, la fecha
cierta del instrumento puede alcanzarse de múltiples formas, porque no hay una manera única de
lograrse.
Por esa razón, como señalan los Alterini, el requisito de la fecha cierta queda satisfecho
regularmente en la prenda sobre cosas, a través de la posesión de ellas o, si el objeto es un crédito,
mediante la notificación al deudor, o sea, que la satisfacción de los modos suficientes respectivos
subsana la carencia inicial de fecha cierta(843).
5. Supresión de la prenda tácita
El Cód. Civil derogado preveía un supuesto particular de prenda, denominada tácita, que no requería
una convención expresa. Su art. 3218 decía: "Si existiere, por parte del deudor, que ha dado la prenda,
otra deuda al mismo acreedor contratada posteriormente, que viniese a ser exigible antes del pago de la
primera, el acreedor no está obligado a devolver la prenda antes de ser pagado de una y otra deuda,
aunque no hubiese estipulación de afectar la cosa al pago de la segunda".
La doctrina se pronunció de manera adversa a la subsistencia de este tipo de garantías que surgían
de manera implícita, porque se estimaba que a través de ellas se afectaba la certeza y la seguridad
jurídicas, como fue consignado en los fundamentos que acompañaron al Proyecto de 1998. Las XXI
Jornadas Nacionales de Derecho Civil (Lomas de Zamora, 2007) propugnaron de lege ferenda: "Se
recomienda (...) que se eliminen sus manifestaciones tácitas (así, la prenda tácita y la anticresis tácita)".
El Cód. Civ. y Com. se hizo eco de esta tesitura y suprimió del ordenamiento a la prenda tácita.
§ 400. Fundamento
¿Por qué se protegen las relaciones de poder, aunque quien la ejerza la haya adquirido por vías
ilícitas?
Como lo puso de relieve Ihering, luego de formular la pregunta, ¿por qué se protege la posesión?, en
el inicio de su Teoría de la posesión. Esta protección "tiene a primera vista algo de extraño y
contradictorio", ya que "implica además la protección de los bandidos y ladrones (...) ¿cómo el derecho
que condena el bandidaje y el robo puede reconocer y proteger sus frutos en las personas de sus
autores? ¿No es eso aprobar y sostener con una mano lo que con la otra se rechaza y persigue?"(861). En
el citado estudio, el jurista alemán, luego de repasar y clasificar de manera crítica las diferentes
expresiones sobre el tema, sostuvo que la protección de la posesión era necesaria para proteger a la
propiedad, una protección que sin la tutela de la posesión era insuficiente y explicaba que si esa tutela
aprovechaba también a los no propietarios, esos perjuicios implicaban "consecuencias no queridas pero,
pero inevitables"(862).
En relación con el fundamento de la protección posesoria, Savigny había sostenido que este se
encontraba en la protección de la persona misma a quien debía dejarse al abrigo de toda violencia(863).
En la doctrina nacional, Jorge Horacio Alterini afirmaba que en la protección posesoria está en juego
el propio Estado de derecho y lo explicaba en estos términos: "El Estado de Derecho supone por un lado
el monopolio de la fuerza por el Estado, pues descarta que alguien que no sea él ejercite la fuerza. En
ese marco, las defensas privadas, las defensas extrajudiciales, deben tener un lugar muy acotado, y
paralelamente el monopolio de la fuerza debe ejercitarse con sujeción al Derecho, lo que impone la
protección posesoria judicial y que ella sea eficaz. El monopolio de la fuerza por el Estado tiene como
correlato que la fuerza se ejercite de acuerdo con el derecho"(864).
En seguimiento de estas ideas, las XXIII Jornadas Nacionales de Derecho Civil (San Miguel de
Tucumán, 2011) declararon: "Fundamento. La tutela judicial prevista por el Código Civil (Libro Tercero,
Título 3) se fundamenta en el resguardo del Estado de Derecho y la paz social".
El/la legislador/a del Cód. Civ. y Com. de 2015 optó por mantener las tres acciones reales típicas que
proporcionaba el Cód. Civil derogado para tutelar a los derechos reales ante las diferentes afrentas que
pueden sufrir sus titulares: la reivindicatoria, la confesoria y la negatoria (título IX, Libro tercero), aunque
se simplificó su regulación y clarificó el ámbito de cada una de ellas, lo que era imprescindible.
El tratamiento de las acciones reales en el Cód. Civil de Vélez era complejo y daba lugar a
interpretaciones dispares en la doctrina autoral y jurisprudencial. La diversidad de fuentes de las que se
había valido el codificador cordobés(902), la metodología empleada y la equivocidad de cierta terminología
oscurecía la comprensión del ámbito de cada una de las acciones reales, y la certeza solo podía
alcanzarse luego de un armado de rompecabezas que imponía la lectura del Esboço de Freitas —su
principal inspiración— y la obra de Pothier.
El nuevo Cód. Civ. y Com., al conservar el referido tríptico de acciones, dejó de lado la propuesta de
las XVII Jornadas Nacionales de Derecho Civil (Santa Fe, 1999) volcada en la conclusión 1ª del
despacho de lege ferenda: "Es necesario que una futura reforma legislativa simplifique el marco
regulatorio de las acciones reales. La simplificación propiciada debe alcanzarse a través de la
concentración del ámbito de las actuales acciones reales —reivindicatoria, negatoria y confesoria— en
una sola acción real, sobre la base de la acción reivindicatoria".
Esta idea, que ya había sido captada por el Proyecto de 1998 (arts. 2199 y 2203), consistía en
suprimir la acción confesoria y la negatoria, y en diseñar una única acción reivindicatoria de ámbito
amplio en el que quedasen subsumidos los ámbitos correspondientes a aquellas. De ese modo se
pensó en organizar una defensa judicial omnicomprensiva para todos los derechos reales cualquiera
que fuera el acto lesivo (desapoderamiento o turbación), siguiendo la línea de los Códigos Civiles
chileno, colombiano y ecuatoriano(903). La propuesta se consideró atinada, ya que reflejaba lo ocurrido en
la práctica y porque: "Brindaría así seguridad al letrado a la hora de saber cómo va a defender una
determinada cuestión, evitándole toda lucubración en cuanto al ámbito y propósito"(904) de cada una de
las acciones reales.
En lo que atañe a la acción de deslinde, el Cód. Civil la regulaba juntamente con el condominio por
confusión de límites (arts. 2746 a 2755), una especie de condominio de fuente legal que fue suprimido
por el Cód. Civ. y Com. Esta acción real es ahora reglada dentro del capítulo correspondiente a las
acciones reales y nos detendremos en ella de manera particular.
§ 442. Rogación
1. Rogación expresa y forma
El Registro no realiza inscripciones o anotaciones de oficio o espontáneamente, sino que estas son
impulsadas por una persona que lo pide. Por ello el art. 6° de la ley 17.801 comienza indicando que la
"situación registral solo variará a petición de". Los registralistas lo denominan principio de rogación
porque en la persona hay una acción de "rogar" en el sentido de solicitar y no de suplicar, "porque el
servicio público registral es inexcusable"(1003). También se lo identifica como principio de instancia.
Ya señalamos que la registración es facultativa y no obligatoria, pues jurídicamente cataloga como
carga(1004), de manera que el Registro no está habilitado para inscribir los títulos de que tenga noticia si no
le fue rogado. P. ej., si ingresa para registración un título que instrumenta una compraventa con hipoteca
en garantía del saldo de precio, la rogación deberá comprender tanto a la inscripción de la transmisión
de dominio como a la de la hipoteca, porque si solo se solicita la registración de la transmisión dominial,
el Registro no puede inscribir la convención hipotecaria de oficio.
Cuando se requiere la registración de un documento, la petición debe ser "redactada en la forma y de
acuerdo con los requisitos que determine la reglamentación local" (art. 7°, ley 17.801)(1005) y las normas
locales podrán determinar que lo sea por escrito y de manera presencial o en algunos casos habilitarla
por otras vías, p. ej., por telegrama colacionado o por medios electrónicos(1006).
El Registro debe dejar constancia de esa presentación. El art. 40 de la ley registral dice que el
registro llevará "un sistema de ordenamiento diario donde se anotará la presentación de los documentos
por orden cronológico, asignándoles el número correlativo que les corresponda".
Por otro lado, el art. 41 de la ley 17.1801 señala que "No podrá restringirse o limitarse la inmediata
inscripción de los títulos en el Registro mediante normas de carácter administrativo o tributario",
previsión que apunta a no dificultar el acceso con trabas fundamentalmente de tipo fiscal o excesos de
rigor formal.
2. Legitimados para rogar
En cuanto a los legitimados para rogar, el art. 81 de la ley 24.441, que sustituyó implícitamente al art.
6° de la ley 17.801(1007), autoriza a: "a) El autorizante del documento que se pretende inscribir, o su
reemplazante legal; b) Quien tuviere interés para asegurar el derecho que se ha de registrar".
Si el documento es notarial, el autorizante es el/la escribano/a, si es judicial, será el/la juez/a, y si es
administrativo, el/la funcionario/a competente que lo haya otorgado. En cuanto a los interesados en
asegurar el derecho, pueden ser las partes del negocio (p. ej., el comprador o el vendedor en una
compraventa inmobiliaria) o un tercero, p. ej., el acreedor del comprador de un inmueble que no registra
la escritura(1008), cuyo interés se centra en que una vez inscripto el documento puede pedir, p. ej., su
embargo y ejecución en un juicio.
En algunos casos especiales las leyes solo facultan a rogar a funcionarios determinados, como es el
caso de la escisión, transformación o fusión de sociedades comerciales (arts. 77, inc. 5°, 88, tercer párr.,
y 88, in fine, ley 19.550), en que las inscripciones deben ser rogadas por el juez o autoridad a cargo del
Registro Público de Comercio.
3. Desistimiento de la rogación
La rogación puede ser desistida por el rogante, pero es únicamente admisible el desistimiento en
tanto el Registro no haya practicado una registración con alcances definitivos(1009). Si la registración fue
provisional, p. ej., porque el registro hizo alguna observación y practicó un asiento provisional, la
rogación puede ser desistida de manera expresa, lo cual es lógico, porque si no se subsana el defecto
en el plazo de inscripción provisional, que es de 180 días prorrogable, el desistimiento es tácito (art. 9°,
inc. b], ley 17.801).
§ 443. Especialidad
A través de los arts. 10 a 13 de la ley 17.801, se concreta lo que los registralistas denominan
principio de especialidad o determinación. Especialidad equivale a particularidad o singularidad y se
opone generalidad. Este principio se refiere a la determinación clara y específica de un trípode: del
inmueble, de los sujetos y de la situación jurídica registrable. La especialidad aspira, por definición, a
una adecuada publicidad que pueda proporcionar seguridad jurídica y económica a las operaciones.
1. Asiento de matriculación y especialidad
a) Determinación del inmueble
El inmueble, pieza clave del sistema registral(1010), es la base sobre la que se asienta la registración y
debe estar "previamente matriculado"; solo están exceptuados de la matriculación los inmuebles de
dominio público estatal (art. 10, ley 17.801).
Con la matriculación se destina a "cada inmueble un folio especial con una característica de
ordenamiento que servirá para designarlo". La ley 17.801 adopta el sistema del folio real que significa
que cada inmueble matriculado tiene asignada una hoja o, en su caso, una ficha no encuadernada, sin
perjuicio de los soportes informáticos que puedan existir.
En ese folio constarán los datos que exige el art. 12, ley 17.801. Con respecto al inmueble, la citada
previsión expresa que debe constar: "[l]a ubicación y descripción del inmueble, sus medidas, superficie y
linderos y cuantas especificaciones resulten necesarias para su completa individualización. Además,
cuando existan, se tomará razón de su nomenclatura catastral, se identificará el plano de mensura
correspondiente y se hará mención de las constancias de trascendencia real que resulten".
La referencia a la nomenclatura catastral nos conduce al tema de los catastros, los que están
regulados para todos los organismos que cumplen esa función en el país por la ley 26.209, norma que,
según su art. 18, es complementaria del Cód. Civ. y Com. Los catastros son registros de datos físicos, a
diferencia de los registros de la propiedad inmueble que lo son de datos jurídicos. Sin embargo, están
sin duda relacionados y deben actuar coordinadamente con la finalidad de propender a la coincidencia
entre las constancias que registran cada uno de ellos y así evitar imprecisiones o discordancias
generadoras de conflictividad o litigios.
El inmueble puede llegar a dividirse en varios inmuebles distintos o a unificarse con otros para pasar
a constituir un solo inmueble. Para esas situaciones, el art. 13, ley 17.801, reza: "Si un inmueble se
dividiera, se confeccionarán tantas nuevas matrículas como partes resultaren, anotándose en el folio
primitivo la desmembración operada. Cuando diversos inmuebles se anexaren o unificaren, se hará una
nueva y única matrícula de las anteriores, poniéndose nota de correlación. En ambos casos se vinculará
la o las matrículas con los planos de mensura correspondientes".
b) Determinación de los sujetos
Nos referimos a los que se consignan como titulares de dominio o cotitulares en el condominio. El art.
12, ley 17.801, dispone que, también sobre la base de "breves notas" —en sintonía con un registro de
inscripción y no de transcripción—, debe expresarse "[e]l nombre del o de los titulares del dominio, con
los datos personales que se requieran para las escrituras públicas". Respecto de las personas jurídicas,
se consignará su nombre o razón social, clase de persona jurídica y domicilio.
Los datos personales que requieren las escrituras públicas son los fijados por el art. 305, inc. b), Cód.
Civ. y Com.: "[l]os nombres, apellidos, documento de identidad, domicilio real y especial si lo hubiera,
fecha de nacimiento y estado de familia de los otorgantes; si se trata de personas casadas, se debe
consignar también si lo son en primeras o posteriores nupcias y el nombre del cónyuge, si resulta
relevante en atención a la naturaleza del acto; si el otorgante es una persona jurídica, se debe dejar
constancia de su denominación completa, domicilio social y datos de inscripción de su constitución si
corresponde".
En cuanto a las anotaciones personales, el art. 32 de la ley 17.801 aborda los datos que son
necesarios para la individualización cabal de las personas humanas o jurídicas que son afectadas por
inhibiciones generales de bienes u otras medidas que les impidan los actos dispositivos.
c) Determinación de la situación jurídica registrable
El asiento de matriculación también debe hacer mención "[d]e la proporción en la copropiedad o en el
monto del gravamen, el título de adquisición, su clase, lugar y fecha de otorgamiento y funcionario
autorizante, estableciéndose el encadenamiento del dominio que exista al momento de la matriculación"
(art. 12, ley 17.801).
2. Asientos posteriores
La determinación o especialidad no solo atañe al asiento de matriculación, que es la primera
inscripción del inmueble, sino también a los asientos posteriores, que también deben ser elaborados a
través de breves notas que sinteticen los datos de relevancia real. En efecto, el art. 14 de la ley 17.801
dispone: "Matriculado un inmueble, en los lugares correspondientes al folio se registrarán: a) Las
posteriores transmisiones de dominio; b) Las hipotecas, otros derechos reales y demás limitaciones que
se relacionen con el dominio; c) Las cancelaciones o extinciones que correspondan; d) Las constancias
de las certificaciones expedidas de acuerdo con lo dispuesto en los arts. 22, 24 y concordantes. Los
asientos mencionados en los incisos precedentes se llevarán por estricto orden cronológico que impida
intercalaciones entre los de su misma especie y en la forma que expresa el art. 12, en cuanto fuere
compatible, con la debida especificación de las circunstancias particulares que resulten de los
respectivos documentos, especialmente con relación al derecho que se inscriba".
El folio real consta de diferentes partes y columnas. En la parte superior se ubican normalmente las
especificaciones relativas al inmueble que constituye la base de registración. Debajo de esta se
encuentra el sector en el que constan los datos referidos a los sujetos y a las situaciones jurídicas
registrables y está dividido en columnas. Estas columnas responden a cada uno de los tópicos exigidos
por el art. 14, ley 17.801, y son: 1) De titularidad del dominio; 2) Porcentajes de alícuotas; 3)
Gravámenes, restricciones e interdicciones; 4) Cancelaciones, y 5) De certificaciones. En ejercicio de las
autonomías provinciales, cada estado local determina el modelo a utilizar para la distribución gráfica de
los datos.
§ 444. Tracto sucesivo
a) Concepto
El tracto sucesivo constituye una directriz registral en función de la cual no son registrables
documentos "en los que aparezca como titular del derecho una persona distinta de la que figure en la
inscripción precedente" (art. 15, ley 17.801).
El folio real a través de sus asientos debe revelar un perfecto encadenamiento. Se trata de una
legitimación formal y no sustancial que limita la rogación de la registración de un título a quien en el
registro aparezca como titular del derecho, aunque no lo sea. Decimos que es solamente formal porque,
desde el punto de vista sustancial, la legitimación para los actos dispositivos depende de la titularidad
del derecho real, titularidad a la que se accede o que se extingue fuera del registro. Obsérvese, p. ej.,
que en el folio real puede surgir como dueña una persona que no sea propietaria por diferentes razones:
porque solo cuenta con título suficiente pero no se le hizo la tradición del inmueble; porque la vendió y
no se inscribió el título de transmisión; porque quien se la transmitió no era el titular verdadero; porque
otra persona adquirió el dominio por usucapión, etc. Sin embargo, cuando ingresa un documento para
su inscripción este debe provenir, para que pueda ser registrado, de quien luce en la matrícula como
titular del derecho.
En ese sentido, el art. 15 de la ley 17.801 también señala que "De los asientos existentes en cada
folio deberán resultar el perfecto encadenamiento del titular del dominio y de los demás derechos
registrados, así como la correlación entre las inscripciones y sus modificaciones, cancelaciones o
extinciones".
b) Tracto sucesivo abreviado o comprimido
Existen supuestos en los que, sin quebrarse la regla del tracto sucesivo, se admite que ingrese un
título al registro que no emana del titular registral y se lo admite para economizar asientos registrales.
Se refiere a ellos el art. 16 de la ley 17.801: "No será necesaria la previa inscripción o anotación, a
los efectos de la continuidad del tracto con respecto al documento que se otorgue, en los siguientes
casos: a) Cuando el documento sea otorgado por los jueces, los herederos declarados o sus
representantes, en cumplimiento de contratos u obligaciones contraídas en vida por el causante o su
cónyuge sobre bienes registrados a su nombre; b) Cuando los herederos declarados o sus sucesores
transmitieren o cedieren bienes hereditarios inscriptos a nombre del causante o de su cónyuge; c)
Cuando el mismo sea consecuencia de actos relativos a la partición de bienes hereditarios; d) Cuando
se trate de instrumentaciones que se otorguen en forma simultánea y se refieran a negocios jurídicos
que versen sobre el mismo inmueble, aunque en las respectivas autorizaciones hayan intervenido
distintos funcionarios. En todos estos casos el documento deberá expresar la relación de los
antecedentes del dominio o de los derechos motivo de la transmisión o adjudicación, a partir del que
figure inscripto en el Registro, circunstancia que se consignará en el folio respectivo".
Si la ley no habilitase el tracto comprimido ocurrirían situaciones como la siguiente. Imaginemos que
un inmueble está registrado en el folio real como de dominio de A, pero este falleció. Si los herederos de
A quisieran vender el inmueble heredado a favor de un tercero, deberían previamente rogar la
inscripción de la declaratoria de herederos para que se practique en el folio un asiento a sus respectivos
nombres y recién allí podrían suscribir la escritura de venta a favor del tercero para ulteriormente rogar
su registración para que el registro practique un asiento a favor del comprador. En cambio, el art. 16 de
la ley 17.801 permite la simplificación. Por razones de orden práctico y para evitar el dispendio que
implicaría practicar un asiento registral que sería meramente fugaz, ya que los herederos suscribirán
inmediatamente la escritura de venta, se permite que ingrese al registro para su registración el título de
venta otorgado por los herederos, aunque estos no figuren en el asiento de dominio. En ese caso, el
escribano que autorice la compraventa deberá relacionar en la escritura pública todos esos
antecedentes, como lo exige el último párrafo del art. 16, ley 17.801. En definitiva, se ahorran trámites,
tiempo y costos al evitarse registraciones de carácter transitorio sin fracturarse la continuidad del tracto.
Los supuestos que incluye el citado art. 16 no son taxativos sino simplemente enunciativos y así lo ha
captado la doctrina y se refleja en algunas normas locales(1011). P. ej., los herederos podrían solicitar la
afectación de un inmueble al régimen de la propiedad horizontal antes de inscribir la propiedad a su
nombre(1012).
Debemos resaltar, como lo hace Orelle, que el tracto sucesivo solamente tiene aplicación en el
campo de las adquisiciones derivadas porque en las originarias, como la prescripción adquisitiva "al
interrumpirse el tracto sustantivo, también se interrumpe el tracto registral"(1013).
§ 447. Publicidad
Al aludir aquí a la publicidad nos referimos a la publicidad formal, es decir, a los medios a través de
los cuales el Registro de la Propiedad Inmueble canaliza el conocimiento de los datos que tiene
registrados, o sea, de la realidad registral.
1. Legitimados para acceder a la información
El art. 21 de la ley 17.801 dispone: "El Registro es público para el que tenga interés legítimo en
averiguar el estado jurídico de los bienes, documentos, limitaciones o interdicciones inscriptas. Las
disposiciones locales determinarán la forma en que la documentación podrá ser considerada sin riesgo
de adulteración, pérdida o deterioro".
En el ámbito de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, rige el art. 54 del dec. 2080/1980 (t. o, dec.
466/1999) según el cual "podrán conocer los asientos registrales, además de sus titulares: a) El Poder
Judicial de la Nación, de las Provincias, Poder Judicial de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y
Ministerios Públicos. b) Quienes ejerzan las profesiones de escribano, abogado, procurador,
agrimensor, ingeniero, arquitecto, contador público o martillero. c) Los Organismos del Estado Nacional
o Provincial, del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y de las Municipalidades. d) Quienes
no estando comprendidos en la enumeración precedente, acrediten tener interés legítimo, a juicio de la
Dirección del Registro".
2. Canales de acceso a la información
Los canales a través de los cuales los legitimados pueden acceder a la información contenida en los
registros son diversos.
Así, podrá accederse a través de:
a) Exhibición directa
La exhibición directa y presencial de los asientos registrales permite a los registros la adopción de
recaudos para evitar su "adulteración, pérdida o deterioro" (art. 21, in fine, ley 17.801). La exhibición
puede ser también a distancia, a través de vías electrónicas, si lo dispusiera la reglamentación.
b) Copias autenticadas o informes
Copias autenticadas pueden ser fotocopias o piezas escaneadas de la documentación registral. Los
informes no son copias del folio sino que son documentos en los que se brinda la información solicitada,
la que es extraída de los asientos. Tanto las copias como los informes, a los que se refiere el art. 27 de
la ley 17.801, no producen reserva de prioridad como las certificaciones referidas por el art. 22 del
mismo ordenamiento. En la terminología que adopta la ley 17.801, según se infiere de la denominación
que lleva su capítulo V ("Publicidad registral. Certificaciones e informes"), el vocablo "certificación" está
reservado al informe con reserva de prioridad, mientras que el vocablo "informe" al que no la genera y
"solo produce publicidad-noticia", aunque "asegura la veracidad de la información en el momento en que
es emitida"(1025).
c) Notas
Cuando se presenta un documento para ser registrado, el Registro inserta una nota a través de la
cual deja constancia de su inscripción o anotación. El art. 28 de la ley 17.801 se refiere a esta vía a
través de la cual el Registro produce publicidad: "En todo documento que se presente para que en su
consecuencia se practique inscripción o anotación, inmediatamente después que se hubiere efectuado,
el Registro le pondrá nota que exprese la fecha, especie y número de orden de la registración
practicada, en la forma que determine la reglamentación local. Quien expida o disponga se expida
segundo o ulterior testimonio de un documento ya registrado, deberá solicitar al Registro ponga nota de
la inscripción que había correspondido al original. El Registro hará constar en las inscripciones o
anotaciones pertinentes, la existencia de los testimonios que le fueren presentados".
d) Certificados con reserva de prioridad
Los certificados con reserva de prioridad son lo que se emiten de conformidad con los arts. 22 a 25
de la ley 17.801 para proteger al acto jurídico en gestación y garantizar a quienes van a celebrar un
negocio inmobiliario destinado a una mutación jurídico real(1026) que la matrícula permanecerá inmune a
cualquier otra solicitud de registración que ingrese durante el tiempo durante la cual la reserva opere y
que pueda afectarlo (bloqueo de prioridad). A continuación, nos referiremos a ellos en particular, solo
adelantamos que únicamente pueden ser solicitados al Registro por los/as escribanos/as o
funcionarios/as que se dispongan a "autorizar documentos de transmisión, constitución, modificación o
cesión de derechos reales sobre inmuebles" (arts. 23 y 24, ley 17.801).
3. El certificado con reserva de prioridad
a) Concepto
Es el certificado vigente y expedido por el Registro sobre el estado jurídico del inmueble —plenitud,
limitación o restricción de los derechos inscriptos— y libertad de disposición de los sujetos disponentes,
que debe tener a la vista el/la escribano/a o funcionario/a público/a en oportunidad de autorizar un
documento de transmisión, constitución, modificación o cesión de derechos reales sobre inmuebles y
que produce un bloqueo de prioridad en favor del negocio en gestación (arts. 22 a 25, ley 17.801).
b) Efecto principal del certificado. Relevancia
Ya hemos explicitado al abordar la prioridad registral cómo se activa la reserva de prioridad a través
de esta certificación. Su relevancia en el universo de la negociación inmobiliaria es indudable, ya que
desde que el escribano solicita la certificación se cristaliza la matrícula y ello impide que mientras esté
vigente la prioridad, los documentos que ingresen al Registro para su inscripción o anotación en el
interregno tengan potencialidad para perjudicar al negocio que se está gestando.
Efectivamente, si no se pudiese garantizar a las partes del negocio que el folio real no se modificará
durante el lapso que transcurre entre la faz preparatoria del negocio jurídico, su instrumentación y su
presentación para la inscripción, se produciría una gran incertidumbre ante los eventuales documentos
que podrían ingresar al Registro durante ese tiempo, aunque fuera breve (inhibiciones, embargos, otros
títulos otorgados por el disponente a terceras personas, etc.). Como se ha dicho en alguna oportunidad,
parafraseando a registralistas de otros países, de no existir un procedimiento de reserva de prioridad se
editaría una competencia deportiva de sujetos angustiados corriendo al Registro para ver quién llega
primero a inscribir su documento y acaso solo podría haber seguridad completa si este estuviese pared
de por medio con la escribanía(1027).
A su respecto, el art. 22 de la ley 17.801 expresa: "La plenitud, limitación o restricción de los
derechos inscriptos y la libertad de disposición, solo podrá acreditarse con relación a terceros por las
certificaciones a que se refieren los artículos siguientes". Esto significa que cuando se trata de
instrumentos que tienen por fin una transmisión, constitución, modificación o cesión de derechos reales
sobre un inmueble (están excluidos los de extinción), únicamente mediante esta certificación puede
considerarse acreditada registralmente la existencia, libertad, plenitud y amplitud de las situaciones
jurídicas inscriptas.
c) Plazo de vigencia
El art. 24, ley 17.801, dice: "El plazo de validez de la certificación, que comenzará a contarse desde
la cero hora del día de su expedición, será de quince, veinticinco o treinta días según se trate,
respectivamente, de documentos autorizados por escribanos o funcionarios públicos con domicilio legal
en la ciudad asiento del Registro, en el interior de la provincia o territorio, o fuera del ámbito de la
provincia, territorio o Capital Federal. Queda reservada a la reglamentación local determinar la forma en
que se ha de solicitar y producir esta certificación y qué funcionarios podrán requerirlas. Asimismo,
cuando las circunstancias locales lo aconsejen, podrá establecer plazos más amplios de validez para las
certificaciones que soliciten los escribanos o funcionarios públicos del interior de la provincia o territorio".
Ya dijimos que las reglamentaciones locales interpretan como "día de su expedición" el día en que el
escribano ingresó la solicitud de certificado (art. 60, dec. 2080/1980, t.o. dec. 466/1999).
Uno de los requisitos para que la reserva de prioridad pueda lograr eficacia, consiste en que el
escribano autorice el acto estando vigente el certificado, es decir, dentro de su plazo de validez, 15, 25 o
30 días según el caso. Se suma que la rogación de la inscripción debe realizarse dentro de los 45 días
posteriores al otorgamiento del acto, pues de lo contrario la reserva de prioridad se pierde.
Imaginemos que el certificado que solicitó el escribano para autorizar una compraventa (transmisión
de dominio) tiene una vigencia de 15 días. Pues bien, el escribano debe autorizar la escritura en
vigencia de la certificación, ya sea el día primero o cualquiera del resto hasta el día quince inclusive. A
partir del día del otorgamiento se inicia el cómputo del plazo de 45 días, el que según el art. 6° del Cód.
Civ. y Com. arranca el día siguiente en que fue otorgada la escritura.
d) Omisión del certificado
El art. 23 de la ley 17.801 instituye como un deber del autorizante del documento (escribano o
funcionario público), tener a la vista: "el título inscripto en el Registro, así como certificación expedida a
tal efecto por dicha oficina en la que se consigne el estado jurídico de los bienes y de las personas
según las constancias registradas", y añade que los documentos que se otorguen "deberán consignar el
número, fecha y constancias que resulten de la certificación".
Sin embargo, es válido el acto que se autorice sin requerirse previamente el certificado, o cuando el
certificado ya estaba vencido, si bien queda privado de los efectos de la reserva de prioridad. Lo que
ocurre es que si pretende inscribirse en tales condiciones quedará sujeto al régimen de la prioridad
temporal directa del art. 19 de la ley 17.801, es decir, solo podrá ser oponible desde que se presentó
para su registración. En este sentido se pronunció el X Congreso Nacional de Derecho Registral (Salta,
1997).
Sin perjuicio de la validez del acto, el incumplimiento del deber por parte del escribano o funcionario
autorizante puede generarle responsabilidad disciplinaria y también civil si se produjeron daños
imputables al autorizante del negocio.
e) Derivaciones de la expedición de la certificación
Cuando el Registro expide una certificación realiza un asiento de reserva de prioridad (art. 25, ley
17.801). Ese asiento debe contener como datos mínimos: fecha y número del certificado;
individualización del solicitante; número de registro notarial; jurisdicción; fuero, juzgado, secretaría,
carátula o número del expediente, según corresponda; acto para el que se solicita la certificación (art.
61, dec. 2080/1980, t.o. dec. 466/1999).
Estos datos son relevantes porque imaginemos, p. ej., que un tribunal dispusiera contra el vendedor
el embargo de las sumas de dinero que este reciba como precio en ese acto. Para poder efectivizar la
medida cautelar el/la juez/a necesita conocer quién solicitó el certificado para poder en ese caso ordenar
y notificar al notario que proceda a la retención de la suma embargada.
Por otra parte, como la emisión del certificado produce "los efectos de anotación preventiva a favor
de quien requiera" y por el plazo legal, toda registración que se realice durante el tiempo de la reserva
será condicionada (art. 18, inc. b], ley 17.801), y si el Registro expidiera otra sobre el mismo inmueble
dentro del plazo de vigencia de la reserva de prioridad, deberá advertir especialmente acerca de las
certificaciones anteriores que en dicho período hubiere despachado (art. 25, ley 17.801).
f) Utilización del certificado
En general se acepta que el certificado no puede ser cedido y que solamente puede ser utilizado por
el escribano que lo solicitó, aunque si lo solicitara el titular del registro notarial, no se controvierte que
puede utilizarlo su reemplazante legal interinamente a cargo del registro, sus adscriptos o suplentes.
Por otro lado, el certificado solamente puede ser utilizado para el negocio jurídico para el que fue
solicitado o los varios negocios si se trata de escrituras simultáneas, p. ej., si se pidió el certificado para
autorizar la constitución de una hipoteca, no puede usarse para la transmisión del dominio. Sin
embargo, se afirma que podría emplearse para un acto de igual o menor jerarquía, p. ej., si se pidió para
la constitución de un usufructo podría utilizarse para autorizar la constitución del derecho real de uso o
de habitación. El X Congreso Nacional de Derecho Registral (Salta, 1997) declaró: "Para un correcto
funcionamiento del sistema registral, no se puede cambiar el negocio jurídico en gestión que se
publicita, ni es posible que el certificado requerido por un escribano sea usado por otro ajeno al registro
notarial del solicitante".
g) Medidas cautelares y reserva de prioridad
En principio no está discutido que cualquier medida cautelar que ingrese al Registro mientras está
vigente un certificado con reserva de prioridad debe inscribirse condicionada, como lo establece el art.
18, inc. b), ley 17.801. En efecto, las situaciones jurídicas registrables de origen judicial (art. 2°, inc. b],
ley 17.801) no tienen un tratamiento legal diferente a las restantes de origen notarial o administrativo.
Del mismo modo, los documentos judiciales también están sujetos a la calificación registral pertinente
(arts. 7° y ss., ley 17.801). Así, p. ej., si ingresa un embargo contra el titular registral del dominio de un
inmueble y antes de su acceso al Registro se expidió un certificado con reserva de prioridad, el embargo
podrá ser anotado de manera definitiva pero la anotación estará condicionada a las alternativas del
negocio en gestación.
Un tema que ha despertado polémica se relaciona con la posibilidad o imposibilidad legal de que la
judicatura ordene paralizar el proceso de registración u ordene al escribano que no autorice una
escritura pese a estar vigente el certificado con reserva de prioridad, que produce, como dijimos antes,
el efecto de anotación preventiva del negocio en gestación o bloqueo de prioridad. Es decir, ¿puede un
juez detener los efectos aislantes del certificado del art. 22 de la ley 17.801 y paralizar la autorización
del acto o el proceso de su inscripción?
El VIII Congreso Nacional de Derecho Registral (Salta, 1993) que abordó la cuestión declaró por
mayoría que ninguna medida cautelar, específica o genérica, "puede tener como consecuencia la
paralización del proceso inscriptorio, en virtud de que el mismo supone la cristalización en tiempo y
forma legalmente previstos de la protección del negocio a que el principio de retroprioridad apunta". Y se
añadió: "Suponer la posibilidad de paralizar el proceso inscriptorio por un tiempo indeterminado (a la
resulta del proceso) acarrearía no solo el desmoronamiento de un sistema perfectamente concebido,
sino la supresión del encaje sincronizado de normas y la ineficacia del fin perseguido por la intrínseca
naturaleza de la medida cautelar"(1028). Esas ideas fueron reiteradas por el XIV Congreso Nacional de
Derecho Registral (Carlos Paz, 2006)(1029).
La SC Buenos Aires, en el caso "Robazza de Gutiérrez, Norma c. Provincia de Buenos Aires" del
6/11/1979(1030), resolvió un caso siguiendo esta tesis. El Registro de la Propiedad Inmueble de la Provincia
de Buenos Aires había denegado la inscripción de un título de transmisión de dominio pues al
presentarse para su inscripción se había registrado una medida de no innovar. La Suprema Corte
dispuso que se revocara la decisión del Registro porque el acto se había otorgado teniendo en cuenta la
certificación registral que acreditaba la libre disponibilidad y además la solicitud de inscripción se había
efectuado en tiempo. Allí dijo: "Aunque con posterioridad al otorgamiento de la escritura traslativa del
dominio, se haya anotado en el Registro de la Propiedad una medida precautoria de no innovar, el acto
de transferencia debe ser inscripto si fue otorgado y su inscripción rogada dentro de los plazos en que la
ley establece una 'reserva de prioridad indirecta' derivada de las certificaciones expedidas por el
Registro".
La misma idea expresó con posterioridad el mismo tribunal: "La inscripción registral definitiva no
puede condicionarse a las resultas de una orden judicial de no innovar ingresada al Registro antes de la
solicitud de dicha inscripción, si la escritura de transmisión del dominio del bien se efectuó teniendo en
cuenta la certificación del Registro que acreditaba su libre disponibilidad (art. 23 y conc., ley 17.801 y 22
y conc., dec. 11.643/63) y la solicitud de inscripción se formuló dentro del período de anotación
preventiva (arts. 22 y 23 cits., y 5, ley 17.801 y 3, dec. 11.643/63)"(1031).
En la jurisdicción nacional, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, frente a un pedido
de detención de un trámite inscriptorio rechazado por el juez de primera instancia, dijo: "La prohibición
de innovar tiene la preferencia reconocida a las demás medidas cautelares y está sujeta a la reserva de
prioridad indirecta establecida por las leyes registrales. Es decir, que si un negocio jurídico está
amparado por el bloqueo registral, la prohibición de innovar deberá inscribirse en forma condicional, y si
el documento ingresa respetando los plazos legales prevalece sobre la cautela. La decisión no puede
trascender el campo de las relaciones bilaterales entre los litigantes y afectar a terceros"(1032).
Coincidimos con esta tesitura, no sería posible detener la inscripción y tampoco la autorización de la
escritura pública porque el resguardo que genera el certificado comprende a la celebración del negocio
jurídico y no solo a la inscripción registral. Es como un avión que ya despegó y no se puede abortar su
vuelo. Claro que, si se anoticia al adquirente de la medida antes de concretarse el negocio causal, ello
podrá influir en su buena o mala fe a la luz de lo normado por el art. 392, Cód. Civ. y Com., y no podrá
alegar ignorancia o error de hecho excusable, porque no habrá creencia sin duda alguna. La seguridad
en las transacciones exige amparar el negocio en gestación. Una medida cautelar de esa naturaleza
sería ilegítima, pues violentaría el principio de prioridad registral en su sentido más amplio. La judicatura
en las sentencias no puede apartarse de las normas legales y si se rogara una medida de ese tipo
correspondería su rechazo. La seguridad en las transacciones exige amparar un negocio en ciernes que
comienza a ejecutarse con base en la confianza que suministran las constancias del Registro.
Más allá de lo expuesto, no es inusual que, ante la negativa del registrador a practicar la inscripción
requerida, el/la juez/a insista "bajo apercibimiento de considerarlo incurso en desobediencia", olvidando
que al solicitar la registración de un documento no imparte un mandato, sino que actúa como rogante
(art. 6°, ley 17.801). La doctrina penal es conteste en el sentido de que la figura de la "desobediencia"
(art. 239, Cód. Penal) constituye un tipo doloso y ningún juez de la República podría considerar
configurado el dolo exigido cuando el registrador invoca estar ajustándose a la ley en el ejercicio de sus
funciones.
Sería conveniente que la ley 17.801 previese expresamente una vía de revisión con respecto a los
documentos judiciales para evitar este especial tipo de conflictos. Claro, podría decirse que los recursos
previstos por el art. 9° de la ley 17.801 también comprende a los documentos judiciales, pues no lo
circunscribe a los notariales, y cuando se hubiera facultado expresamente al letrado para solicitar la
registración, esta facultad comprende, salvo expresa disposición en contrario, la de interponer los
recursos registrales establecidos en la legislación específica. Pero la especial naturaleza del documento
y el subyacente conflicto funcional no solo hace conveniente que exista una norma específica que
contenga qué aspectos son calificables en el documento judicial, sino también una vía recursiva más
acorde. Algunas leyes locales prevén trámites especiales(1033). Pero sería muy auspicioso que la
legislación registral de fondo disponga la necesaria existencia, a nivel local, de canales específicos de
solución de este tipo de contiendas que reviste aristas diferentes. El Proyecto, 1998 contemplaba esta
cuestión en su art. 2162 bajo la rúbrica "Insistencia del Registro": "La ley local debe legitimar al Registro
para insistir en sus decisiones ante los tribunales que intervengan en la revisión de las causas civiles
frente a la revisión ordenada por la autoridad judicial o administrativa". De esta manera se respetarían
las autonomías provinciales, pero, además, se priorizaría la necesidad de poner fin a estas
desafortunadas disputas que, de alguna manera, trasuntan un conflicto de poderes.
§ 459. Objeto
El objeto de la propiedad intelectual, que es intrínsecamente una creación del intelecto y del espíritu
humano, está delineado por el art. 1° de la ley 11.723, según texto de la ley 25.036, el que dice: "A los
efectos de la presente Ley, las obras científicas, literarias y artísticas comprenden los escritos de toda
naturaleza y extensión, entre ellos los programas de computación fuente y objeto; las compilaciones de
datos o de otros materiales; las obras dramáticas, composiciones musicales, dramático-musicales; las
cinematográficas, coreográficas y pantomímicas; las obras de dibujo, pintura, escultura, arquitectura;
modelos y obras de arte o ciencia aplicadas al comercio o a la industria; los impresos, planos y mapas;
los plásticos, fotografías, grabados y fonogramas, en fin, toda producción científica, literaria, artística o
didáctica sea cual fuere el procedimiento de reproducción. La protección del derecho de autor abarcará
la expresión de ideas, procedimientos, métodos de operación y conceptos matemáticos pero no esas
ideas, procedimientos, métodos y conceptos en sí".
Este precepto no es taxativo sino meramente enunciativo y de carácter abierto(1066), al igual que la
enunciación que efectúa el art. 2° del Convenio de Berna(1067). En este sentido, están protegidos, v.gr., un
escrito judicial, una compilación de recetas culinarias o un sistema de apuestas de juego(1068), un
programa de televisión, es decir, todo aquello que encuadre dentro de la definición de obra.
Además de las obras referidas en el art. 1°, la ley 11.723 hace especial referencia a discursos
políticos y literarios o conferencias, excepto con fines periodísticos (art. 27), cartas (art. 32) y artículos
de los diarios, revistas y publicaciones (art. 28).
La ley 25.036 de 1998 fue particularmente la que incorporó a la enumeración del art. 1° de la ley
11.723 los programas de computación. Tal inclusión respondió también a lo establecido por el art. 10 del
ADPIC que ratificara la ley 24.425, en el que se pactó: "Los programas de ordenador, sean programas
fuente o programas objeto, serán protegidos como obras literarias en virtud del Convenio de Berna
(1971)". El art. 1° del dec. 165/1994 es el que especifica qué se entiende por software a los fines del art.
1º de la ley 11.723.
Es necesario remarcar que las ideas son de todos, por lo que estas en sí mismas no son objeto de
protección sino en la medida en que se materialicen en una obra. Y si bien la reforma que introdujo la
ley 25.036, como último párrafo del art. 1° de la ley 11.723, no dejó dudas sobre la cuestión, antes de su
sanción en 1998 la jurisprudencia y la doctrina eran contestes en que el derecho de autor no protegía a
las ideas sino a la expresión formal del pensamiento, o sea, a las obras.
Para recibir protección resulta fundamental que la obra tenga originalidad y que asuma una forma
exterior que la haga perceptible por los sentidos, ya que si carece de ella no tendrá tutela, aunque haya
sido registrada.
No debe confundirse la exigencia de originalidad con la distinción entre obras originarias y obras
derivadas. La ley 11.723 resguarda tanto a las obras originales como a las derivadas. Estas últimas, que
también deben tener originalidad, son adaptaciones, compilaciones, anotaciones, comentarios,
traducciones y otras transformaciones de obras literarias o artísticas(1069).
Con respecto a las obras multimedia, su creación o producción es aquella compuesta por textos,
imágenes, videos, sonidos y otras obras de distintos géneros que son plasmados en dígitos binarios en
un soporte digital, y cuya explotación, utilización o reproducción se encuentra mandado por uno o más
programas de software. La doctrina ha señalado como elementos distintivos y esenciales de estas obras
a los aportes digitales de distintos géneros —por lo menos dos— y a su interactividad, en función de la
posibilidad de interactuar con ellas. Estas obras pueden ser explotadas de forma fuera de línea, en línea
o mixta, y gozan de las protecciones que confiere la ley 11.723.
Con ajuste a la ley 11.723 no están protegidos: a) los textos oficiales, ya sean leyes, decretos,
resoluciones, reglamentos u ordenanzas, pues más allá de su originalidad debe prevalecer la necesidad
de difusión; b) las noticias de interés general (art. 28)(1070); c) las ideas en sí mismas, como se refirió; d)
los procedimientos, métodos de operación y conceptos matemáticos en sí mismos, pues el art. 1° es
contundente al determinar que la protección del derecho de autor solo recae sobre la expresión de cada
uno de ellos; e) la aplicación práctica tampoco es una obra protegida, p. ej., un libro de recetas de
cocina solo reconoce la protección de esas fórmulas pero no otorga a su titular derecho alguno de
explotación o práctica de las indicaciones brindadas en la obra.
§ 460. Titulares
El art. 4° de la ley 11.723, según texto de la ley 25.036, dispone: "Son titulares del derecho de
propiedad intelectual: a) El autor de la obra; b) Sus herederos o derechohabientes; c) Los que con
permiso del autor la traducen, refunden, adaptan, modifican o transportan sobre la nueva obra
intelectual resultante. d) Las personas físicas o jurídicas cuyos dependientes contratados para elaborar
un programa de computación hubiesen producido un programa de computación en el desempeño de sus
funciones laborales, salvo estipulación en contrario".
1. Titulares originarios o derivados
El inc. a) identifica al titular originario de una obra originaria. El inc. c) se refiere a los titulares
originarios de obras derivadas (p. ej., la adaptación de un texto teatral), quienes deben contar con el
consentimiento del autor de la obra originaria como condición sine qua non para gozar de la protección
legal(1071). En este ámbito suelen suscitarse controversias cuando nuevas elaboraciones reconocen como
antecedente una creación anterior. Un caso particular lo podemos encontrar en la causa conocida como
"Sapo Pepe", en el que una persona interpuso demanda a fin de que se declarara la nulidad de los
registros de las marcas "Sapo Pepe" y "Sapa Pepa", denominativas y mixtas, registradas como de
titularidad del demandado y a tal efecto, esencialmente invocó sus derechos sobre el título y el
personaje de la canción "El Sapo Pepe" de su autoría(1072).
Los incs. b) y d) identifican a los titulares derivados. En el primer caso, se trata de quienes adquieren
el derecho por causa de muerte del autor (herederos y derechohabientes), transmisiones que se rigen
por las reglas del derecho común, a excepción de lo dispuesto por los arts. 31 y 32 de la ley 11.723. El
inc. d) se refiere a un supuesto de transmisión del derecho autoral por actos entre vivos por vía de un
contrato de locación de servicios, regido por el derecho común, o de un contrato de trabajo. Si se trata
de un contrato de trabajo, rige lo dispuesto por el art. 82 de la ley 20.744 y 10 de la ley 24.481.
Si bien el autor es la persona humana que crea la obra, la propiedad intelectual puede corresponder
tanto a una persona humana como a una persona jurídica. P. ej., es usual que la titularidad que prevé el
art. 28, ley 11.723, relativo a los artículos o notas no firmados de diarios o revistas, sea titularizada por
una persona jurídica(1073).
En las obras en colaboración, los colaboradores disfrutan derechos iguales salvo convenios
especiales (art. 16).
En el caso de las obras cinematográficas se consideran tales al autor del argumento, al productor y al
director de la película, a los que debe añadirse el compositor si se trata de una obra cinematográfica
musical (art. 20). El reconocimiento de la titularidad del derecho al director de la película fue incorporado
por la ley 25.847 de 2004.
2. Transmisibilidad hereditaria
Los derechos intelectuales se transmiten por causa de muerte a los herederos del autor, por lo que
quien de cualquier manera pretenda aprovechar la obra a través de su reedición, publicación o
explotación económica, requerirá del consentimiento de aquellos.
Los derechos intelectuales que el autor enajenó en vida a favor de una persona también se
transmiten a los herederos de esta cuando fallece.
Debe destacarse que privilegiando el bien común y promoviendo la protección cultural, el art. 6° de la
ley 11.723 dispone que los herederos no podrán oponerse a que terceros reediten las obras del
causante o las traduzcan, cuando dejen transcurrir más de diez años desde el fallecimiento sin disponer
su publicación. En estos casos, si entre el tercero editor y los herederos o derechohabientes no hubiere
acuerdo sobre las condiciones de impresión o la retribución pecuniaria, ambas serán fijadas por árbitros.
3. Presunción de la calidad de autor
La Convención de Berna para la Protección de las Obras Literarias y Artísticas, en su art. 15,
establece como presunción iuris tantum que para que el autor sea considerado como tal basta con que
su nombre o seudónimo aparezca estampado en la obra, como lo es usualmente, y con las
particularidades que se correspondan con la obra de que se trate(1074).
4. Seudónimo, anonimia y coautoría
El autor puede permanecer anónimo o utilizar un seudónimo. Los autores que empleen seudónimos
pueden registrarlos para que estos sean tutelados como de su propiedad (art. 3°, ley 11.723).
Puede suceder que resulte una obra anónima en la medida en que el seudónimo utilizado no permita
conocer la identidad del autor. En esos casos de anonimia, el autor es titular de todos los derechos
sobre su obra, pero ellos serán ejercidos por el editor, con el consentimiento de aquel. El art. 3°, ley
11.723, dice: "Al editor de una obra anónima o seudónima corresponderán con relación a ella los
derechos y las obligaciones del autor, quien podrá recabarlos para sí justificando su personalidad".
La coautoría tiene lugar cuando varios autores contribuyen a la creación de una obra y se encuentra
regulada en forma distinta según se trate de obras en colaboración (arts. 17 y 18, ley 11.723) o de obras
colectivas (art. 16, ley 11.723). Mientras que las primeras abarcan las obras en que dos o más autores
trabajan teniendo en cuenta mutuamente sus aportes y una inspiración común(1075), en las segundas, una
persona física o jurídica tiene la iniciativa y coordina las contribuciones personales realizadas a tal fin
por los autores, todas las que se funden en una creación autónoma y única.
En las composiciones musicales con palabras, la música y la letra se consideran como dos obras
distintas (art. 17, ley 11.723).
§ 461. Contenido
La propiedad intelectual comprende derechos de contenido patrimonial y derechos
extrapatrimoniales.
1. Derechos patrimoniales
El autor goza de la facultad de disponer de la obra, publicarla, ejecutarla, representarla y exponerla
en público, enajenarla, traducirla, adaptarla o autorizar su traducción y de reproducirla en cualquier
forma (art. 2°, ley 11.723). Puede ceder el derecho, total o parcialmente (art. 51, ley 11.723), suscribir
contratos de edición(1076) (art. 37, ley 11.723), representación(1077) (art. 45, ley 11.723) o de licencia para uso
o reproducción de programas de computación (art. 55 bis de la referida ley).
2. Derechos morales o de contenido extrapatrimonial
Los llamados derechos morales son inherentes, esenciales y absolutos, además de irrenunciables e
inalienables. El autor, aun habiendo cedido los aspectos patrimoniales del derecho intelectual, conserva
el derecho de exigir fidelidad e integridad "de su texto y título, en las impresiones, copias o
reproducciones" (arts. 51, in fine, y 52, ley 11.723) y el derecho de paternidad, o sea, a "la mención de
su nombre o seudónimo como autor" (art. 52, ley 11.723)(1078). En el art. 6° bis de la Convención de Berna
se lee: "Independientemente de los derechos patrimoniales del autor, e incluso después de la cesión de
estos derechos, el autor conservará el derecho de reivindicar la paternidad de la obra y de oponerse a
cualquier deformación, mutilación u otra modificación de la misma o a cualquier atentado a la misma que
cause perjuicio a su honor o a su reputación".
También se puede ubicar dentro de la faz moral el derecho al seudónimo, el que puede ser registrado
(art. 3°, ley 11.723).
§ 464. Duración
La propiedad intelectual no es perpetua sino temporaria, con la salvedad de los derechos morales.
Por de pronto, la propiedad intelectual sobre la obra corresponde a su autor durante toda su vida.
Fallecido el autor, sus herederos o derechohabientes pueden gozar del derecho hasta setenta años
contados a partir del 1 de enero del año siguiente al de la muerte del autor (art. 5°, ley 11.723, texto
según ley 24.870). En el texto original de la ley 11.723 de 1933 este plazo era de 30 años y el dec.-ley
12.063/1957 lo amplió a 50 años; en ambos casos la duración del derecho de los herederos y
derechohabientes se computaba desde la muerte del autor. La ley 24.870(1082) fue la norma que lo
extendió a 70 años, el que se computa, no desde la muerte del autor como lo era anteriormente, sino
desde el 1 de enero del año siguiente al del fallecimiento.
En los casos de obras en colaboración, el término de setenta años comienza a contarse desde el 1
de enero del año siguiente al de la muerte del último colaborador. Para las obras póstumas, el término
de setenta años empieza a correr a partir del 1 de enero del año siguiente al de la muerte del autor (art.
5°, segundo párr., ley 11.723).
La propiedad intelectual de las obras pertenecientes a instituciones o personas jurídicas tiene una
duración de cincuenta años contados desde su publicación (art. 8°, ley 11.723).
Para las obras fotográficas la duración del derecho de propiedad intelectual es de veinte años
contados a partir de la fecha de la primera publicación (art. 34, ley 11.723).
Según el art. 34, ley 11.723, para las obras cinematográficas el derecho de propiedad es de
cincuenta años computados a partir del fallecimiento del último de los colaboradores, que son el autor
del argumento, el productor o director, incluido el compositor si se trata de una obra cinematográfica
musical.
La propiedad intelectual sobre las interpretaciones o ejecuciones fijadas en fonogramas corresponde
a los artistas intérpretes por el plazo de setenta años contados a partir del 1 de enero del año siguiente
al de su publicación. Asimismo, la propiedad intelectual sobre los fonogramas corresponde a los
productores de los fonogramas o sus derechohabientes por el plazo de setenta años contados a partir
del 1 de enero del año siguiente al de su publicación (art. 5° bis, ley 11.723, texto ley 26.570).
Fenecidos los plazos máximos legales, la obra ingresa al dominio público del Estado(1083) y cesan los
derechos patrimoniales del autor, sus herederos o derechohabientes.
El 23 de septiembre de 1987 se hizo efectivo el registro del ccTLD ".ar" y fue la Cancillería de nuestro
país —donde operaba NIC Argentina— la que asumió la responsabilidad de la administración de ese
dominio de nivel superior.
En el año 2011, se creó la Dirección Nacional del Registro de Dominios de Internet, dentro de la
Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia de la Nación, la cual tiene actualmente la función de
administrar la asignación de nombre de dominio en nuestro país(1088).
Hasta el 5 marzo de 2014, en la lucha contra el ciberdelito y la ciberocupación, NIC Argentina
aranceló el servicio, que hasta el momento era gratuito, adecuándose a las corrientes predominantes a
nivel mundial.
En la actualidad, para registrar un nombre de dominio de Internet en nuestro país se requiere clave
fiscal nivel 2 o superior, a excepción de las personas que no residen en la Argentina.
Desde la página, con los mismos datos otorgados para la clave fiscal 2 o superior, el usuario puede
solicitar el registro de un nuevo nombre de usuario, o bien, de considerarse con mejor derecho,
promover la disputa por uno que se encuentra registrado a nombre de otra persona.
El trámite por disputa de dominio también se encuentra arancelado y cuando es iniciado se le otorga
al titular registral un plazo de diez días para efectuar un descargo.
La complejidad del tema reside en que se contrapone el régimen de Marcas(1089) con el de Registro de
Nombre de Dominio. Mientras que en el primero el Instituto de Propiedad Intelectual se rige por los
principios de territorialidad, exclusividad y especificidad, NIC Argentina se rige por el principio de primero
en el tiempo primero en el derecho y no existe una norma que haya zanjado la cuestión.
El proceso de registro de marca culmina con su concesión y es constitutivo, mientras que el registro
de nombres de dominio es inmediato, no está sujeto a control de legalidad ni a la presentación de
oposiciones.
Si bien existe el Reglamento para la Administración de Dominios de Internet en la Argentina (res.
110/2016 de la Secretaría Legal y Técnica de la Nación), lo cierto es que más allá del mecanismo de
registro y resolución de disputas que allí se estableció, no se ponderó ni se regularon cuáles son los
principios a tener en cuenta en dicho procedimiento. De allí que la disputa es resuelta en cada caso en
particular según el criterio que aplique la Dirección Nacional del Registro de Dominios de Internet (NIC
Argentina). Esa resolución podrá ser recurrida conforme el Reglamento de Procedimientos
administrativos (dec. 1752/1972) y la ley de procedimientos administrativos 19.549.
§ 482. Introducción
Ya hemos explicitado que la vivienda es un bien tutelado constitucionalmente tanto en lo que
concierne al derecho de las personas humanas a acceder a ella de manera adecuada, como a la
protección de aquella a la que ya se ha accedido (cap. I).
En este capítulo haremos tema de uno de los sistemas tuitivos de la vivienda, el del cap. 3, del título
3, del Libro primero del Cód. Civ. y Com. (arts. 244 a 256), que fue diseñado en línea con la segunda de
las facetas constitucionales aludidas. Este régimen reemplazó al otrora llamado "bien de familia" que
estaba regulado por los arts. 34 a 50 de la ley 14.394, norma derogada por la ley 26.994 (art. 3°, inc. a]).
El renovado sistema protectorio, que se denomina "vivienda", porque ya no está vinculado al estado
familiar del constituyente y tutela igualmente a la persona que vive sola, no es el único en el contexto del
derecho positivo que resguarda a la vivienda. De hecho, el art. 244, in fine, del Cód. Civ. y Com. dice
expresamente que "Esta protección no excluye la consagrada por otras disposiciones legales".
Efectivamente, tanto en el mismo Cód. Civ. y Com. como en leyes especiales, existen previsiones
que aspiran a la misma finalidad, aunque con diferentes perspectivas o alcances.
A guisa de ejemplo, se pueden destacar, dentro del Cód. Civ. y Com., las soluciones que para el
ámbito familiar fijan los arts. 443, 444, 514, 522, 526, 527, referidos a la atribución de la vivienda, a la
necesidad de asentimiento del cónyuge o conviviente para determinados actos de disposición o la
inejecutabilidad de la vivienda familiar; algunas de las indivisiones forzosas de la comunidad hereditaria
(arts. 2330 a 2334); el derecho real de habitación de fuente legal del cónyuge o conviviente supérstite; la
continuación de la locación en caso de muerte del locatario del inmueble destinado a habitación, por
aquellas personas que han recibido de este ostensible trato familiar (art. 1190), o los plazos mínimos y
demás directrices protectorias en la locación habitacional (arts. 1196 y 1198).
En cuanto a las previsiones de leyes especiales, puede hallarse esa finalidad protectoria en el art. 20
de la ley de contrato de trabajo según el cual la vivienda de la persona trabajadora "no podrá ser
afectada al pago de costas en caso alguno", o en el art. 35 de la ley 22.232, que determina la
inembargabilidad de la única vivienda propia adquirida con un crédito del Banco Hipotecario Nacional(1152).
A través del régimen de vivienda reglado por los arts. 244 a 256 del Cód. Civ. y Com., la persona
puede voluntariamente sustraer un inmueble o parte de su valor de la garantía común de los acreedores
o, mejor dicho, de una parte de esos acreedores.
En el plano local existen normas, incluidas constituciones provinciales, que fijan la inembargabilidad o
inejecutabilidad de la vivienda única. Sin embargo, la Corte Suprema argentina ha venido diciendo que
previsiones de esa especie solo pueden emanar del Congreso Nacional, porque las "relaciones entre
acreedor y deudor solo pueden ser objeto de la exclusiva legislación del Congreso de la Nación, en
virtud de la delegación contenida en el art. 75, inc. 12 de la Constitución Nacional", lo que "alcanza a la
forma y modalidades propias de la ejecución de los bienes del deudor" (Fallos 325:528)(1153).
§ 483. Afectación voluntaria por persona humana
La protección que brinda el régimen de "vivienda" no es automática(1154) ni opera de pleno derecho sino
que exige un acto expreso de afectación. La 1ª oración del art. 244, Cód. Civ. y Com., es clara en este
aspecto: "Afectación. Puede afectarse al régimen previsto en este Capítulo, un inmueble destinado a
vivienda, por su totalidad o hasta una parte de su valor".
Aunque la ley no lo determina expresamente, está claro que la afectación solo puede ser solicitada
por una persona humana(1155). El sistema tuitivo esencialmente protege a la vivienda por su naturaleza
alimentaria. Las personas jurídicas son ajenas a la idea de habitar una casa o un departamento y en ese
plano no podrían cumplir el requisito "habitación efectiva" que impone el art. 247, Cód. Civ. y Com. Esta
tesis coincide con la prohibición de que las personas jurídicas puedan ser titulares de los derechos
reales de uso (art. 2154, in fine) y habitación (art. 2158, in fine, Cód. Civ. y Com.). Sin embargo, se ha
puntualizado doctrinariamente que podría plantearse algún caso excepcional, como el de "una sociedad
colectiva integrada por dos o más hermanos, o por un padre y los hijos"(1156), supuesto en el que el
Registro de la Propiedad Inmueble, al calificar la rogación, debería evaluar la hipótesis concreta y, en su
caso, aplicando el principio de la primacía de la realidad, admitir la petición aplicando por analogía las
previsiones sobre condominio.
§ 484. Finalidad
La finalidad de protección de la vivienda no debe entenderse como ceñida a la del inmueble en el que
se habita, sino con un sentido amplio que comprende al "sustento"(1157). Aunque el Cód. Civ. y Com. no es
tan explícito sobre este aspecto como lo era la ley 14.394, cuyo art. 34 aludía a las "necesidades de
sustento y vivienda", surge implícito que el inmueble puede presentar destinos mixtos. Si no fuera así,
no se explicaría que los acreedores pudieran embargar los frutos que produce el inmueble cuando estos
no son indispensables para satisfacer las necesidades de los beneficiarios (art. 251, Cód. Civ. y Com.).
P. ej., un inmueble podría afectarse al sistema tuitivo si combina un destino habitacional y otro lucrativo,
como un comercio, una actividad profesional, agropecuaria, etc. Es normal el destino compuesto en los
inmuebles rurales.
§ 488. Constitución
La afectación al régimen de vivienda se puede constituir por acta registral, por escritura pública o por
vía judicial.
a) Acta registral
El titular registral puede realizar la afectación por "petición administrativa" ante el Registro. Sus
requisitos, en el ámbito de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, son establecidos por el art. 2°, DTR
4/2005 del Registro de la Propiedad Inmueble(1180). Por otra parte, el art. 253, Cód. Civ. y Com., dispone:
"La autoridad administrativa debe prestar asesoramiento y colaboración gratuitos a los interesados a fin
de concretar los trámites relacionados con la constitución, inscripción y cancelación de esta afectación".
La factibilidad de la constitución por acta registral aspira a facilitar y disminuir los costos de la
afectación.
b) Escritura pública
La afectación al régimen de vivienda puede realizarse por escritura pública. La DTR 4/2015 del
Registro de la Propiedad Inmueble de la Capital Federal se refiere expresamente a esta posibilidad (art.
2°, primer párr.). Tendrá aplicación en este caso la reserva de prioridad que produce el certificado que
para autorizar el acto solicite el notario interviniente. Así, los efectos de la inscripción se retrotraerán
hasta la fecha en que se solicitó al Registro la expedición de la certificación si el documento se inscribe
dentro de los cuarenta y cinco días de haberse autorizado.
Los honorarios del escribano autorizante tienen la limitación del art. 254, Cód. Civ. y Com., el que
dice: "Si a solicitud de los interesados, en los trámites de constitución intervienen profesionales, sus
honorarios no pueden exceder en conjunto el uno por ciento de la valuación fiscal".
c) Por testamento
El art. 245, segundo párr., Cód. Civ. y Com., expresa: "La afectación puede disponerse por actos de
última voluntad; en este caso, el juez debe ordenar la inscripción a pedido de cualquiera de los
beneficiarios, o del Ministerio Público, o de oficio si hay beneficiarios incapaces o con capacidad
restringida".
Por cierto, que a la fecha del fallecimiento el causante debió ser propietario del inmueble porque, de
lo contrario, la afectación no será posible. La rogación de la registración registral la realizará el/la juez/a
que interviene en el juicio sucesorio testamentario a través de un oficio judicial o de un testimonio. La
orden de inscripción solo puede ser dictada de oficio por la judicatura si algún beneficiario es incapaz o
tiene capacidad restringida, de lo contrario deberá ser requerido por algún beneficiario, por el Ministerio
Público Fiscal o por el Ministerio Público de la Defensa si interviene en ejercicio de su representación
complementaria o principal (art. 103, Cód. Civ. y Com.).
d) Resolución judicial en juicio de divorcio o de conclusión de la convivencia
Dice el art. 245, tercer párr., Cód. Civ. y Com.: "La afectación también puede ser decidida por el juez,
a petición de parte, en la resolución que atribuye la vivienda en el juicio de divorcio o en el que resuelve
las cuestiones relativas a la conclusión de la convivencia, si hay beneficiarios incapaces o con
capacidad restringida".
Esta norma se relaciona con las que rigen los efectos del divorcio (arts. 439 y ss.) y del cese de la
convivencia (arts. 523 y ss., Cód. Civ. y Com.).
La potestad judicial solo existe si hay beneficiarios incapaces o con capacidad restringida.
§ 489. Registración
1. Inscripción con efectos meramente declarativos
La registración del documento que instrumenta la afectación al régimen de vivienda es meramente
declarativa y para oponibilidad a terceros interesados de buena fe. En efecto, el art. 244, segundo párr.,
Cód. Civ. y Com., reza: "La afectación se inscribe en el registro de la propiedad inmueble según las
formas previstas en las reglas locales, y la prioridad temporal se rige por las normas contenidas en la ley
nacional del registro inmobiliario". O sea, rigen las reglas generales en materia de publicidad registral
inmobiliaria.
Si bien en los Fundamentos del Anteproyecto del Cód. Civ. y Com., la Comisión redactora destacó
sobre el tema, que una de las modificaciones se refería a "la admisión de la retroprioridad registral, en
tanto se remite a las normas de la ley registral que así lo autorizan", ya antes de 2015 la doctrina y la
jurisprudencia postulaban que la inscripción era meramente declarativa y que operaba en plenitud la
retroprioridad registral.
En efecto, durante la vigencia del régimen anterior de "bien de familia" el tema se discutió y las XX
Jornadas Nacionales de Derecho Civil (Buenos Aires, 2005) declararon: "La registración del bien de
familia tiene efectos meramente declarativos (Arts. 2°, 20 y 22 la Ley 17.801 y doctrina del Art. 2505 del
Código Civil). Se aplica, según los casos, el régimen de prioridad directa o el sistema de reserva de
prioridad resultante de la expedición de certificados. En el caso de constitución por acta ante el Registro,
los efectos se producen retroactivamente a la fecha de la rogación, sin necesidad de ningún certificado o
informe registral previo".
La CS siguió esta tesitura porque dispuso: "La afectación de un inmueble al régimen del bien de
familia debe tenerse por operada desde el momento en que así fue solicitada por el interesado y no a
partir de su inscripción. Ello es así, porque si bien el art. 35 de la ley 14.394 dispone que los efectos se
producen 'a partir de su inscripción en el registro inmobiliario correspondiente' una correcta
armonización de las normas en juego permite interpretar que la aludida inscripción es consecuencia de
un procedimiento previo que también es oponible a terceros (arts. 5°, 9°, inc. b]; 17 a 19; 24 a 26 y 40 de
la ley 17.801)"(1181).
2. Calificación registral
En el ámbito de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la DTR 4/2015 establece en su art. 2°: "En la
calificación de los documentos de afectación al régimen de protección de la vivienda, sean estos
originados por petición administrativa o por escritura pública, se deberán verificar los siguientes
requisitos: a) Ser otorgados por el titular de dominio o por todos los condóminos en forma conjunta; b)
Cuando el afectante establezca beneficiarios, deberá acreditar el vínculo correspondiente, indicando
además, la edad y el estado civil de estos. En el caso del conviviente deberá tratarse de una unión
convivencial, conforme los arts. 509 y 510 del CCyC; c) Manifestación de: • Cumplimiento del art. 247
del CCyC (habitación efectiva de la vivienda). • Convivencia en el supuesto del art. 246 inc. b) del
CCyC.; • No tener en trámite de inscripción otra solicitud similar ni resultar ser propietario único de dos o
más inmuebles afectados a este Régimen".
En el ámbito de la provincia de Buenos Aires es importante tener en consideración la orden de
servicio 45/2015(1182).
3. El asiento registral no caduca
Como la afectación al régimen de protección de la vivienda no está sujeto a un plazo, sino que es
perdurable, o sea, dura mientras no se produzca su desafectación, el asiento registral que deja
constancia de la afectación no caduca por el transcurso del tiempo. El asiento solo se cancelará en los
supuestos previstos por el art. 255, Cód. Civ. y Com., norma que hace tema de los casos en los que el
inmueble se desafecta.
§ 495. Honorarios
Como un refuerzo a la protección de la vivienda, el Cód. Civ. y Com. fija límites al quantum de
honorarios profesionales en diferentes situaciones.
1. Tareas relativas a la constitución
El art. 254 dice: "Si a solicitud de los interesados, en los trámites de constitución intervienen
profesionales, sus honorarios no pueden exceder en conjunto el uno por ciento de la valuación fiscal". P.
ej., los/as escribanos/as que autorizan la escritura pública de afectación no pueden exigir una retribución
por sus tareas profesionales que superen el 1% de la valuación que el Fisco asigne al inmueble a los
fines de calcular los tributos.
2. Juicio sucesorio o proceso concursal
En los juicios referentes a la transmisión hereditaria de la vivienda afectada y en los concursos
preventivos y quiebras, los honorarios no pueden exceder del 3% de la valuación fiscal. Esto significa
que, aunque las leyes especiales de honorarios de abogados/as u otros profesionales establezcan otros
porcentajes para la fijación de honorarios (p. ej., la ley 27.423 de honorarios profesionales de abogados,
procuradores y auxiliares de la justicia nacional y federal), tales emolumentos nunca podrán sobrepasar,
en conjunto, el porcentaje máximo del 3%.
§ 496. Desafectación
La desafectación y la cancelación son conceptos distintos. La primera es el acto jurídico a través del
cual se dispone a sustraer al inmueble del régimen de vivienda, ya sea porque lo decide voluntariamente
el titular o los cotitulares de la finca; porque los dispone la ley (p. ej., expropiación), o porque lo decide la
judicatura. La cancelación, en cambio, se refiere a la supresión del asiento registral que consta en el
folio real del inmueble, la que se fundamenta en que ha operado una causal de desafectación.
1. Distintos supuestos
Los distintos supuestos son regulados por el art. 255, Cód. Civ. y Com., en cinco incisos:
"a) a solicitud del constituyente; si está casado o vive en unión convivencial inscripta se requiere el
asentimiento del cónyuge o del conviviente; si este se opone, falta, es incapaz o tiene capacidad
restringida, la desafectación debe ser autorizada judicialmente".
Si el constituyente es soltero, basta con que realice la desafectación por acta registral o escritura
pública y ruegue la cancelación del asiento al Registro de la Propiedad Inmueble. La misma operatoria
se aplica cuando el constituyente es casado o vive en unión convivencial inscripta, si el cónyuge o
conviviente presta su asentimiento. Se trata de una desafectación voluntaria.
La oposición a la desafectación por parte del cónyuge o conviviente no debe ser caprichosa sino
fundarse en una causa seria, que se relacione con la protección de la vivienda y sustento de los
beneficiarios o de la familia; de lo contrario, importaría un abuso de derecho (art. 10, Cód. Civ. y Com.).
Si el cónyuge o conviviente se opone, está ausente, es incapaz o su capacidad es restringida, la
desafectación debe ser autorizada por la judicatura. En el régimen de la ley 14.394 este supuesto
estaba regulado por el art. 49, inc. a), y la venia judicial estaba condicionada a que "el interés familiar no
resulte comprometido". El nuevo ordenamiento no lo contempla expresamente pero, en caso de
controversia judicial, la magistratura no debería soslayar ese aspecto y ponderar especialmente la
situación de los beneficiarios adolescentes, niñas, niños, personas con discapacidad, adultos mayores u
otros sujetos de preferente tutela.
"b) a solicitud de la mayoría de los herederos, si la constitución se dispuso por acto de última
voluntad, excepto que medie disconformidad del cónyuge supérstite, del conviviente inscripto, o existan
beneficiarios incapaces o con capacidad restringida, caso en el cual el juez debe resolver lo que sea
más conveniente para el interés de éstos".
Este caso presupone que la afectación del inmueble al sistema tuitivo se dispuso por testamento,
como lo autoriza el art. 245, segundo párr., Cód. Civ. y Com. No alcanza que lo decida la mayoría de los
herederos porque deben sumarse dos condiciones: a) que el cónyuge o conviviente inscripto lo
consienta y b) que entre los beneficiarios no existan personas incapaces o con capacidad restringida. Si
concurre alguna de estas alternativas o ambas, la decisión definitiva la adoptará la judicatura, la que
deberá seguir las mismas directrices interpretativas que las señaladas para el inciso anterior.
Reiteramos que el supuesto de este inciso atañe a la afectación testamentaria, si el inmueble fue
afectado por otra causa, se aplicarán los restantes supuestos previstos por el art. 255, Cód. Civ. y Com.,
según el caso.
"c) a requerimiento de la mayoría de los condóminos computada en proporción a sus respectivas
partes indivisas, con los mismos límites expresados en el inciso anterior".
Si bien la afectación por los cotitulares requiere la unanimidad (art. 245, 1ª oración, in fine, Cód. Civ.
y Com.), para la desafectación alcanza la mayoría absoluta de los cotitulares. Rige la regla del art. 1994,
Cód. Civ. y Com., de manera que para que la decisión de la mayoría sea válida, debe adoptarse en una
asamblea a la que los cotitulares hayan sido citados en forma fehaciente, con anticipación razonable e
informados de la finalidad de la convocatoria. Recuérdese que la resolución de la mayoría absoluta de
los condóminos, computada según el valor de las partes indivisas, obliga a todos, aunque esa mayoría
absoluta la logre uno solo de los cotitulares debido a que su alícuota supera el cincuenta por ciento del
valor y que, en caso de empate, debe decidirse por la suerte.
Se añade que la decisión de los cotitulares no es suficiente si media disconformidad de alguno de los
cónyuges o convivientes inscriptos de aquellos o "existan beneficiarios incapaces o con capacidad
restringida, caso en el cual el juez debe resolver lo que sea más conveniente para el interés de éstos"
(inc. a]).
"d) a instancia de cualquier interesado o de oficio, si no subsisten los recaudos previstos en este
Capítulo, o fallecen el constituyente y todos los beneficiarios".
Este supuesto de desafectación es decidido por la judicatura en un proceso que se denomina juicio
de desafectación y está legitimado para promoverlo cualquier interesado. Regularmente lo impulsa
algún acreedor posterior a la fecha de la afectación que se ve impedido de ejecutar el inmueble a causa
de la protección y que pretende que el bien vuelva a formar parte de la garantía común de los
acreedores.
Es razonable que el inmueble se desafecte si desaparecen las causas que tuvo en mira la legislación
para detraerlo de la ejecutabilidad, que no es otra que la protección de la vivienda de una persona o de
una familia.
Aquí la desafectación pueda darse si el titular tiene afectado, como propietario único, más de un
inmueble (art. 244, tercer párr.); si no se cumple la habitación efectiva (art. 247), salvo que medie alguna
autorización especial que la releve transitoriamente por causas excepcionales, o si han fallecido el
constituyente y todos los beneficiarios.
La desafectación también puede ser solicitada por un interesado que invoque el abuso de derecho
(art. 10, Cód. Civ. y Com.), argumentando que el inmueble supera ampliamente las necesidades de
vivienda (incluido el sustento) de los beneficiarios de la afectación. Si bien la afectación no está sujeta a
un valor máximo del inmueble, pueden plantearse supuestos de significativa inequidad. En esos casos,
si la judicatura considera viable la desafectación, debe además disponer que se reserve para el
propietario una parte del producido de la ejecución, suma que debe tener aptitud para resguardar las
necesidades de vivienda y sustento de los beneficiarios. Esta solución fue aplicada en vigencia de la ley
14.394 por la jurisprudencia, entre otros tribunales, por la Suprema Corte de la Provincia de Buenos
Aires(1188). Se lee en el voto del juez Eduardo De Lázzari: "Corresponde desafectar de manera parcial el
inmueble de la fallida sometido al régimen de bien de familia —en el caso, luego de producida su
realización e integrado su precio debe destinarse de él una suma equivalente al 20% a los efectos de la
adquisición de un nuevo inmueble—, toda vez que el bien protegido es de una importancia tal que
rebasa largamente sus necesidades y las de su grupo familiar, excediendo en demasía la cobertura que
brinda la ley 14.394".
"e) en caso de expropiación, reivindicación o ejecución autorizada por este Capítulo, con los límites
indicados en el art. 249".
Si el inmueble afectado es expropiado, la tutela se traslada por subrogación real a la indemnización
que se otorgue al propietario (art. 248, Cód. Civ. y Com.).
Si el inmueble es reivindicado por su verdadero propietario, el tribunal que dicta la sentencia también
deberá disponer la cancelación del asiento de dominio del demandado vencido, lo que conllevará la
cancelación del asiento de afectación al régimen de vivienda que es inoponible al reivindicante.
Cuando el inmueble se ejecuta a instancia de algún acreedor habilitado para solicitarlo, si quedase
un remanente después de satisfechos los créditos, este será entregado al propietario, sumas que por
subrogación real están exentas de la agresión por los acreedores respecto de los cuales el sistema es
oponible (arts. 248 y 249, Cód. Civ. y Com.).
2. Desafectación total o por una parte del valor
Del mismo modo que la afectación del inmueble puede realizarse "por su totalidad o hasta una parte
de su valor", la desafectación también puede realizarse por la totalidad o por una parte del valor en los
casos en que las causales lo permiten. P. ej., en la expropiación, ello no será posible, pero sí cuando la
desafectación es voluntaria o por disposición judicial.
§ 497. Cualidades que presentan ciertos créditos: privilegios y derecho de retención
Dentro de la tesitura clásica que modula en el dualismo "derechos reales -derechos personales",
durante la vigencia del Cód. Civil se plantearon inquietudes acerca de la naturaleza jurídica de algunos
institutos en orden a su subsunción en alguna de esas dos categorías. Tal es el caso de los privilegios y
del derecho de retención. En el derecho vigente no se pone en tela de juicio que se trata, en ambos
casos, exclusivamente de calidades que revisten ciertos créditos. Esas calidades las otorga la ley al
acreedor para un ejercicio más fortalecido de sus acreencias a las que uno u otro acceden. Nos
referiremos en particular a cada uno de ellos.
I. Privilegios
§ 498. Definición
El art. 2573, Cód. Civ. y Com., define al privilegio como "la calidad que corresponde a un crédito de
ser pagado con preferencia a otro". La noción legal no es tan distante de la que proporcionaba el Cód.
Civil en su art. 3875: "El derecho dado por la ley a un acreedor para ser pagado con preferencia a otro".
Sin embargo, la reforma de 2015 acierta en dejar bien en claro, en cuanto a la naturaleza jurídica, que el
privilegio exclusivamente entraña una calidad de ciertos créditos, descartando su encuadramiento como
derecho real.
Es sabido que el patrimonio del deudor constituye la garantía común de sus acreedores, y todos los
bienes presentes y futuros que lo integran conforman esa garantía, salvo aquellos que la ley declara
inembargables o inejecutables (arts. 242, 743 y concs., Cód. Civ. y Com.). De esta premisa se deriva
que todos los acreedores están facultados para agredir los bienes del deudor a fin de cobrar sus
acreencias con el producido de su realización si el cumplimiento no es voluntario.
Si los bienes del deudor alcanzan para afrontar la totalidad de sus deudas, no se generará ningún
conflicto. El problema se suscita cuando los bienes del deudor no alcanzan para absorber el pasivo, y
como la regla es que todos los acreedores se encuentran en un mismo pie de igualdad (pars conditio
creditorum), lo que se obtenga en la ejecución se distribuirá a prorrata. Sin embargo, la ley puede
disponer prioridades de cobro a favor de determinados créditos, atribuyendo un privilegio.
§ 499. Fundamento
Los fundamentos por los cuales la ley decide conceder un privilegio son de orden variado, no existe
un único criterio. Se puede fundar en razones de interés público —orden social o económico—, la
equidad, motivos de humanidad, etc. Debe dejarse en claro que la prioridad se confiere en función de la
naturaleza de la prestación correspondiente al crédito y no por las calidades personales del sujeto
acreedor. No existen los privilegios personales, es decir, atribuidos a una persona, sino que son
exclusivamente causales porque la prelación está justificada por el tipo de acreencia (p. ej., los salarios).
La evaluación del régimen de privilegios de una legislación determinada revela los valores que se
priorizan en el país cuyo ordenamiento se analiza. Cuando la ley prioriza un crédito y relega a otro, o fija
un orden determinado de prelación, esa decisión normativa muestra un orden de valores imperante.
Conforme a lo que se ha dicho, pueden distinguirse los créditos quirografarios de los créditos
privilegiados, y solamente estos últimos son los que cuentan con una preferencia o prioridad de cobro.
§ 500. Asiento
El asiento del privilegio es una cosa y este puede "ejercitarse mientras la cosa afectada al privilegio
permanece en el patrimonio del deudor", a excepción de que una disposición legal disponga lo contrario,
y en el supuesto de la subrogación real, cuando la ley lo admite (art. 2573, Cód. Civ. y Com.). Sin
embargo, el privilegio no puede ser ejercido sobre las cosas que la ley declara inembargables, como las
que enumera el art. 744, Cód. Civ. y Com.
Como se ve, la regla es que el privilegio se puede ejercer en la medida en que la cosa, que es su
asiento, siga siendo propiedad del deudor. Sin embargo, existen casos en los que el privilegio tiene
efecto reipersecutorio, es decir, puede ser ejercido aunque la cosa haya sido enajenada por el deudor y
se encuentre en manos de un tercero, p. ej., el privilegio especial del acreedor laboral sobre las
mercaderías, materias primas y maquinarias que integren el establecimiento donde haya prestado sus
servicios (art. 268, ley 20.744), el que puede ser ejercido aunque las cosas hayan sido retiradas del
establecimiento y estén en poder de terceros de buena fe, en cuyo caso el acreedor puede embargarlos;
aunque debe resaltarse que tal facultad caduca a "los seis (6) meses de su retiro y queda limitado a las
maquinarias, muebles u otros enseres que hubiesen integrado el establecimiento o explotación" (art.
269, LCT).
También puede ocurrir que el asiento del privilegio perezca, p. ej., por un incendio, o bien que sea
expropiado por causa de utilidad pública. El art. 2584, relativo a los privilegios especiales, dispone: "El
privilegio especial se traslada de pleno derecho sobre los importes que sustituyen los bienes sobre los
que recae, sea por indemnización, precio o cualquier otro concepto que permite la subrogación real".
§ 501. Caracteres
Los caracteres de los privilegios son: la legalidad, la accesoriedad, la excepcionalidad y la
indivisibilidad.
a) Legalidad
La legalidad significa que es la ley la fuente exclusiva del privilegio (art. 2574, Cód. Civ. y Com.). Ni
las partes ni la judicatura pueden crear un privilegio. Con fundamento en la cláusula de los códigos (art.
67, inc. 11, CN de 1853, actual art. 75, inc. 12, CN), la Corte Suprema argentina puntualizó que el
legislador competente para crear un privilegio es el Congreso Nacional(1189).
La legalidad no impide que los titulares de los créditos realicen convenios de subordinación. Así, el
art. 2575 dispone en su 2ª oración: "El acreedor y el deudor pueden convenir la postergación de los
derechos del acreedor respecto de otras deudas presentes o futuras; en tal caso, los créditos
subordinados se rigen por las cláusulas convenidas, siempre que no afecten derechos de terceros".
Esos acuerdos nunca podrán alterar los derechos de los restantes acreedores que no los han
consentido.
b) Accesoriedad
La accesoriedad significa que el privilegio es accesorio de un crédito y, por lo tanto, que su suerte
está ligada a este, ya sea en cuanto a su extinción como en cuanto a su transmisión.
c) Excepcionalidad
Los privilegios son excepcionales porque, vale la redundancia, implican una excepción al principio
general de la igualdad de los acreedores que la ley fija por razones especiales y concretas. De su
excepcionalidad se deriva que son de interpretación estricta y por ello, ante la duda, se considera que
no existe privilegio. Por otra parte, la norma que crea un privilegio no puede aplicarse por analogía a
otros créditos.
d) Indivisibilidad
Los privilegios son indivisibles en cuanto al asiento y en cuanto al crédito (art. 2576), en el sentido de
que toda la cosa o todas las cosas que son asiento del privilegio están afectadas al pago del crédito
privilegiado y a cada parte de este.
e) Renunciabilidad
El acreedor puede renunciar a su privilegio (art. 2575, 1ª oración, Cód. Civ. y Com.), porque la
preferencia forma parte de su patrimonio y por lo tanto es disponible. No obstante, existen excepciones
a esta regla general, como el privilegio del crédito laboral el que es irrenunciable (art. 12, ley 20.744),
aunque el art. 43, décimo párr., de la ley concursal admite la renuncia al privilegio del acreedor laboral
bajo determinadas condiciones. La excepción tiene por objeto mantener la continuidad de la empresa(1190).
No debe pasarse por alto que cuando hay insolvencia del empleador el crédito laboral recibe una
protección especial a través del Convenio 173 de la OIT(1191), ratificado por la ley 24.285. Si bien la
Argentina todavía no ha hecho el depósito de los instrumentos ante la OIT, de manera que no está
obligada en el orden internacional, las disposiciones de la convención resultan operativas en el derecho
interno, lo que ha motivado que la jurisprudencia haya reconocido su prioridad en supuestos
específicos(1192).
§ 506. Requisitos
Para que el acreedor, único legitimado para ejercer el derecho de retención, pueda hacerlo, deben
concurrir varios requisitos:
1) La cosa debe estar bajo el poder de hecho del acreedor;
2) La obligación debe ser cierta y exigible;
3) La deuda debe existir "en razón de la cosa";
4) La relación de hecho con la cosa debió adquirirse por medios lícitos, y
5) Si el acreedor tiene la cosa en virtud de un contrato, este no puede ser por título gratuito, salvo
que sea en interés del otro contratante.
P. ej., A deja su automotor en el chapista para pintar; luego, si la persona va a retirar el rodado, el
chapista puede negarse a entregárselo si A no cancela la deuda del trabajo de pintura. Sin embargo, si
el chapista le prestó dinero a A y este no le restituyó la suma prestada, el chapista no podrá ejercer el
derecho de retención sobre el automotor con fundamento en el incumplimiento de la restitución de ese
préstamo, porque tal obligación no tiene conexión con la cosa.
Otro ejemplo puede ser el del poseedor de mala fe simple, que tiene derecho a ser indemnizado de
las mejoras necesarias que realizó sobre la cosa que fueron originadas por su culpa (art. 1938). Puede
retener la cosa hasta ser desinteresado de tales gastos; no así el poseedor vicioso, porque la obtuvo por
medios ilícitos (art. 2587).
También el locatario, quien tiene derecho a reclamar que se lo indemnice de las mejoras necesarias
que realizó sobre la cosa, tiene derecho a retenerla hasta ser desinteresado (arts. 1211 y 1226).
§ 507. Objeto
El objeto del derecho de retención es una cosa que está en el comercio, la que obviamente debe ser
ajena, total o parcialmente. Como se trata de una herramienta jurídica de agresión patrimonial, la cosa
no debe estar excluida de la garantía común de los acreedores, como las cosas que son inembargables
(art. 2588).
§ 508. Caracteres
El derecho de retención es:
a) Accesorio. La accesoriedad determina que se extinga al extinguirse la obligación (art. 2593, inc. a])
y que no pueda cederse con independencia del crédito (art. 2592, inc. b]);
b) Facultativo. El acreedor que cuenta con derecho de retención puede renunciar a su ejercicio (art.
2593, inc. c]), sin que de ello se derive la extinción del crédito.
c) Indivisible. Que el derecho de retención es indivisible quiere decir que se ejerce sobre toda la cosa
cualquiera que sea la proporción del crédito adeudada al retenedor (art. 2592, inc. a]).
d) Compatibilidad con otras facultades. El derecho de retención no es incompatible con el ejercicio de
otras facultades de agresión patrimonial, de manera que el acreedor puede retener la cosa, aunque
paralelamente promueva la ejecución del bien por otros medios.
e) Sustituible. Esto significa que la judicatura "puede autorizar que se sustituya el derecho de
retención por una garantía suficiente" (art. 2589, in fine).
§ 509. Ejercicio
El ejercicio del derecho de retención no requiere autorización judicial ni manifestación previa del
retenedor (art. 2589). Normalmente es alegado en juicio como defensa, cuando el propietario de la cosa
le reclama la restitución, aunque en teoría no se excluye que pueda ser articulado como acción.
El retenedor puede ejercer todas las acciones de que dispone para la conservación y percepción de
su crédito, y las que protegen su posesión o tenencia con la cosa retenida; percibir un canon por el
depósito, desde que intima al deudor a pagar y a recibir la cosa, con resultado negativo; percibir los
frutos naturales de la cosa retenida, aunque no está obligado a hacerlo. Si opta por percibir esos frutos,
debe dar aviso al deudor y, en este caso, el retenedor puede disponer de ellos, pero debe imputar su
producido en primer término a los intereses del crédito y el excedente al capital (art. 2590).
En otro orden, el retenedor no puede usar la cosa retenida, excepto pacto en contrario, en el que se
puede determinar los alcances de dicho uso, inclusive en lo relativo a los frutos.
Por otro lado, el retenedor debe conservar la cosa y efectuar las mejoras necesarias a costa del
deudor. Finalmente, debe restituir la cosa al concluir la retención y rendir cuentas al deudor de cuanto
hubiera percibido en concepto de frutos (art. 2591).
§ 510. Efectos
El derecho de retención no impide que el deudor pueda ejercer las facultades de administración o
disposición de la cosa que le corresponden, pero el retenedor no está obligado a entregarla hasta ser
satisfecho su crédito (art. 2592, inc. c]).
El derecho de retención no impide el embargo y la subasta judicial de la cosa retenida, ya sea por
otros acreedores o por el propio retenedor. En estos casos, el derecho del retenedor se traslada al
precio obtenido en la subasta, con el privilegio correspondiente (art. 2592, inc. d]).
En cuanto al plazo de prescripción liberatoria, mientras subsiste el ejercicio del derecho de retención
se interrumpe el curso de la prescripción extintiva del crédito al que accede (art. 2592, inc. e]).
§ 511. Extinción
Según el art. 2593, Cód. Civ. y Com.: "La retención concluye por: a) extinción del crédito garantizado;
b) pérdida total de la cosa retenida; c) renuncia; d) entrega o abandono voluntario de la cosa. No renace,
aunque la cosa vuelva a su poder; e) confusión de las calidades de retenedor y propietario de la cosa,
excepto disposición legal en contrario; f) falta de cumplimiento de las obligaciones del retenedor o si
incurre en abuso de su derecho".