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OPINIÓN
JULIO 2021
Esta fusión fue puesta en duda en todo el continente en las vísperas de los centenarios
de las revoluciones independentistas, y fermentó en un clima con rasgos
antiimperialistas más o menos generalizados. Este ánimo fue usado, a su vez, por
muchos gobiernos de la época para renovar sus esfuerzos de nacionalización de la
cultura, persecución de extranjeros «indeseables» y represión de la protesta social.
Este reverdecer nacionalista se combinó con el estallido de la Primera Guerra Mundial,
que fue un primer traspié para el hasta entonces motor de la acumulación, que
terminó de desbaratarse durante el interregno abierto entre la crisis de la década de
1930 y la finalización de la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, a partir del final de la guerra, con la presión por volver a los negocios
«como siempre» de las multinacionales, la continuidad del proceso se restringió a las
economías de mayor tamaño relativo, cuyos Estados tuvieron un rol protagónico.
Muchos de los proyectos iniciados en esos años madurarían décadas más tarde, dando
lugar a «anómalas» producciones de alto valor agregado o composición tecnológica.
Durante estas décadas, los flujos de intercambio externo jugaron un rol menos
significativo que en el pasado, sin por ello dejar de tener importancia.
Vale resaltar que en un gran número de países de la región —incluidas las poderosas
economías argentina y brasileña— la adaptación a estos cambios se dio de la mano de
sangrientas dictaduras. No sería preciso suponer que se contaba con un modelo claro
de antemano. Por supuesto, existían grupos de presión en el campo de las ideas, donde
la ortodoxia neoliberal había ganado presencia con think tanks, becas, publicaciones y
cuadros técnicos, todo en estrecho vínculo con las empresas de mayor porte. Pero
también existían al interior de estas mismas dictaduras quienes daban relevancia a la
industria y a ciertos sectores estratégicos por un problema de soberanía militar. La
confluencia se encontraba en la orientación represiva, excluyente y contraria a la
organización de las mayorías sociales.
¿Qué exportaciones?
Muchas de estas críticas son descartadas, consideradas fatuas no solo por partidarios
de visiones ortodoxas de la economía, sino por quienes se consideran
neodesarrollistas. No se ha reparado lo suficiente en esta llamativa coincidencia en la
veneración a las ventajas comparativas —basadas en la dotación dada de factores o
recursos con que cuentan las naciones, como «dones» naturales—. Lo que la ortodoxia
abraza como mandato, el neodesarrollismo parece aceptarlo como resignación.
Aunque siempre se afirma la necesidad de agregar valor y crear empleo sobre estas
ventajas, no se cuestiona la preeminencia de esta fuente de acceso a divisas por la vía
exportable.
Un fetiche de exportación
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